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¿Para qué le sirven las políticas públicas a la cultura?

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cultura/

March 29,
2011

La discusión parece advertir cierto cauce de estancamiento. Nuevamente volvemos a


insistir: ¿Será que la cultura no condice con lo político? Las limitaciones conceptuales
actuales referentes al campo cultural, sostenido de imprecisiones e inflexiones, no
permiten que la discusión específica de los diferentes sectores involucrados se permee
en programas, planes o políticas para que en el sustento territorial determinado incidan
en beneficiar los derechos culturales para una más comprometida convivencia humana.
La crisis, como tendencia fecunda o como cauce de conocimiento (Zavaleta), del amplio
campo cultural vaticina que sin discutir e incidir en el escenario político difícilmente
vamos a poder consolidar estrategias y procesos legislativos lejanos del peso del arbitrio
estatal, más cercanos a procesos que involucren la efectiva democratización de lo
cultural y artístico.

A continuación se presenta un texto de Claudia Montilla Vargas, publicado en la Revista


EGOB. Revista de asuntos públicos, Nº 6, de la Universidad de los Andes-Colombia en
diciembre de 2010; para vislumbrar la consideración de los planos de actuación de las
políticas públicas que en cultura se gesten con el trasluz de investigadores y actores de
reconocido prestigio; más aún ahora que el vacío legislativo exige disponer de la
capacidad creadora y participativa de intervención social.

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Carlos Carmona. Taller 7

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Claudia Montilla Vargas (*)


¿Para qué le sirven las políticas públicas a la cultura? y ¿por qué hay que hacer
políticas públicas en cultura? fueron las preguntas que planteamos. Las respuestas
amables estuvieron a cargo de uno de los pensadores más significativos en el tema,
como lo es el colombo-español Jesús Martín-Barbero; de un gestor globalizado con alta
experiencia en la cooperación internacional, como el español Fernando Vicario; de un
estudioso de lo cultural desde la investigación académica, como el galés Nicholas
Morgan; y de un practicante de las políticas culturales por más de quince años, el
colombiano Luis Soto. A través de sus escritos encontramos itinerarios diversos para la
conversación acerca de las políticas culturales.

La política pública es un marco de referencia común que determina una regulación


colectiva para un sector que, a juicio del Estado, es importante. Las políticas públicas son
entonces cruciales en cuanto constituyen un marco de referencia común para que un
sector determinado, como la cultura, por ejemplo, sea posible y tenga incidencia en la
sociedad. En la actualidad, el debate sobre el deber ser y los alcances de las políticas
culturales ha llamado la atención de muchos sectores en diversas sociedades y grupos
de interés. La Unesco, La AECID, la OEI, la OEA, el BM, el BID y un sinnúmero de países
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han llegado a considerar que sin políticas culturales no hay democracia ni desarrollo.

Y si bien las políticas públicas no resuelven los problemas, por lo menos crean el marco
dentro del cual se hace posible la actuación. En el campo cultural, las políticas públicas
son fundamentales porque a través de ellas se diseña una regulación colectiva que
fortalece la creatividad, la democracia, la ciudadanía cultural, la diversidad de
identidades y la equidad en la asignación de recursos y acciones públicas.

Las teorías contemporáneas definen la cultura como aquello que inscribe al


individuo en el mundo, lo legitima y le permite construir sentido. En la práctica, la
cultura es el campo de lo diverso, lo múltiple, lo fluido; por esta razón, los
estudiosos hablan de culturas, en plural. En nuestro debate, por ejemplo, Nicholas
Morgan afirma que la cultura incluye todo lo que tiene que ver con los procesos
mediante los cuales se construye el sentido y que es el espacio no sólo de lo que se hace
y lo que no se hace, sino también de quién cuenta y quién no cuenta en la sociedad. Por
eso mismo, concluye Morgan, las políticas culturales deben extenderse a todos los
ámbitos de la experiencia humana.

Así, el campo de la(s) cultura(s) en nuestra contemporaneidad hace referencia a


manifestaciones como lo que denominamos las bellas artes —música, artes
plásticas, teatro, danza, escultura, literatura, cine—, pero también a la diversidad
cultural o a aquello que reconocemos como experiencias de la identidad —lo afro,
lo indígena, las sexualidades—, a los usos y costumbres populares —fiestas,
carnavales, bailes, música— y a las industrias culturales —medios de comunicación
y medios digitales—. Lo cultural adquiere significación social y política desde sus
adjetivos ‘ciudadano’, ‘diversidad’, ‘juvenil’, ‘femenina’, ‘étnica’. La cultura se ha
convertido, entonces, en estrategia de alto valor político para el reconocimiento de
la discriminación y la desigualdad, uno de los logros más importantes de la
democracia.

Nuestros invitados comparten la idea de que “la cultura es un bien público” y que, por lo
tanto, como escribe Soto, “el Estado no puede marginarse de su obligada tarea de
asegurar las bases para que los creadores y los ciudadanos obtengan las condiciones
para crear y expresarse con plenitud”.

Pero este reconocimiento sigue siendo un horizonte y no una práctica cotidiana; somos
diversos en la retórica pero no tanto en las prácticas ciudadanas. Podría decirse que la
diversidad cultural surge cuando se trata de las campañas de imagen del país y
poco más. Esto se debe, tal vez, a que seguimos la fórmula de que “El Estado debe
apoyar la cultura sin intervenir”, lo que al fin de cuentas se reduce a que los gestores
culturales y sus iniciativas, junto con el mercado, sean quienes marquen el rumbo de los
asuntos culturales. Así, Colombia cuenta con muy buenas políticas en el ámbito del cine,
del libro y del patrimonio; políticas dispersas, fragmentarias y hasta excluyentes en las
artes, los museos y las memorias; políticas de mercado para las tecnologías, el internet,

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el entretenimiento y los medios masivos; y políticas de inclusión de las mujeres, lo
indígena y lo afro. Sin embargo, no se aprecia en el panorama un sentido compartido o
unificado.

Y es que para promover políticas públicas hay dos opciones: regular todo en detalle
o regular lo mínimo pero fundamental que organice los principios del sector y que
permita libertad de movimiento e imaginación. En cualquier caso,
independientemente del rumbo que tome la formulación, hay una serie de asuntos a los
que debe referirse una política pública cultural: la institucionalidad del sector cultural;
los programas de estímulos a la creación, la memoria y la investigación; la promoción y
fomento de las artes; la educación artística dentro del currículo escolar; la creación y
desarrollo permanente de museos, archivos y centros de memoria; la regulación
respecto a la identidad y diversidad cultural; la protección de las minorías étnicas y las
tradiciones identitarias; la preservación del patrimonio cultural material e inmaterial; los
medios de comunicación, internet y telefonía celular; la distribución de las obras
culturales; la educación, formación y fomento de las audiencias y la promoción del
respeto de los derechos de autor.

A partir de los textos de nuestros invitados, podemos reconstruir tres preguntas que
podrían organizar la reflexión sobre la cultura y sus políticas culturales:

La primera pregunta tiene que ver con definir cuál es el lugar de la cultura en la
sociedad. Jesús Martín Barbero propone pensar la respuesta desde las artes, las
identidades y las mutaciones de las tecnologías de la comunicación. Fernando Vicario
invita a pensar en cómo instaura el individuo nuevas formas de lo público en las cuales
poner en juego la capacidad de convivir y encontrarse como ciudadano. Luis Soto explica
que la cultura sirve para ejercer la creatividad, la capacidad de soñar y de apuntar a
nuevos futuros y para lograr que la sociedad tenga cada vez más conciencia crítica y los
ciudadanos más medios para ser sí mismos. Nicholas Morgan nos recuerda que la
cultura es un bien social que hay que fomentar y proteger y un lujo del cual los políticos
pueden prescindir en los momentos de crisis presupuestal. Y es que para los políticos, la
cultura sigue siendo marginal, porque desvía de lo que ‘realmente cuenta’. Por eso al
hablar de ‘políticas de la cultura’ haríamos bien de recordar que todas las políticas son en
sí culturales, que hay que pensar la ‘cultura política’ y la sensibilidad cultural en la
política.

La otra pregunta es qué significa hacer políticas culturales en nuestro tiempo. Las
respuestas tienen que dar cuenta, según Martín-Barbero, de la explosión de los
fundamentalismos identitarios, la fragilidad de la identidad individual, la reinvención de
las identidades culturales, la idea de interculturalidad, el debilitamiento de los Estados-
nación, las industrias mediáticas y digitales, las migraciones poblacionales y los procesos
de comunicación intercultural. Fernando Vicario explica que la política cultural es un
ensayo social para la construcción del modelo que soñamos para nuestro entorno, la
acción para incorporar de forma ordenada todos los disensos sociales, escucharlos,
darles su espacio de crecimiento y conseguir que actúen de forma coordinada por el bien

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social. Luis Soto afirma que el lugar de las políticas culturales es aquél donde se
concretan sueños y aspiraciones de las comunidades y donde se incorpora la cultura en
las tomas de decisión de entidades territoriales y nacionales, y que las políticas culturales
sirven para la transformación de ciudades; el reconocimiento de patrimonios; el fomento
de creadores, investigadores y gestores culturales; ejercer la creatividad y la capacidad
de futuro; asegurar el pluralismo y la diversidad; propiciar la crítica, el disenso y la
inconformidad.

Finalmente, ¿Y qué políticas? Necesitamos políticas que sean capaces de activar


conjuntamente lo que proponen los territorios, las artes, las etnias y las raigambres con
lo que ponen las redes, los flujos y los circuitos. Unas políticas culturales que sirvan para
conservar, fomentar y cuidar lo cultural; para innovar, crear y potenciar su inserción en
los procesos de educación y cohesión social; para fomentar la creatividad, la diversidad,
la participación a través de fiestas, espacios públicos compartidos, exposiciones abiertas
y espectáculos para todos los sectores sociales; para preservar la memoria. Y unas
políticas culturales que no estén sujetas a los vaivenes de las culturas políticas ni a los
caprichos de los gobernantes de turno.

(*) Claudia Montilla Vargas, que en la publicación se la retrata como


editora invitada es filósofa con doctorado en Literatura comparada. Fue
decana de la Facultad de Artes y Humanidades de la Universidad de Los
Andes-Colombia.
~ por politicasculturalesblog en 28 marzo, 2011.

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