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Georges Bataille

La felicidad, el erotismo
y la literatura
Ensayos 1944-1961

Selección, traducción y prólogo


de Silvio M attoni

A driana H idalgo editora


Bataille, Georges
La felicidad, el erotismo y la literatura: ensayos 1944-1961 - T ed. 3a reimp.
Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2015
416 p . ; 19x13 cm. - (filosofía e historia)
Traducido por: Silvio Mattoni
ISBN 978-987-9396-67- 4
1. Filosofía.
C D D 190

filo s o fía e histo ria

Título original: CEuvres Completes, Tome 11 et 12


Traducción: Silvio M attoni

Editor: Fabián Lebenglik


Diseño: Gabriela D i Giuseppe

© Éditions Gallimard, CEuvres Completes, Tome 11 et 12, 1988


© Adriana Hidalgo editora S.A., 2001, 2004, 2008, 2015
www.adrianahidalgo.com

Maqueta original: Eduardo Stupía

ISBN Argentina: 978-987-9396-67-4


ISBN España: 978-84-15851-56-1

Impreso en Argentina
Printed in Argentina
Queda hecho el depósito que indica la ley 11.723

Prohibida la reproducción parcial o total sin permiso escrito


de la editorial. Todos los derechos reservados.

Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d’Aide ä la Publication Vic­


toria Ocampo, bénéficie du soutien du Ministern des Affaires Etrangéres et du
Service Culturel de [’Ambassade de France en Argentine.

Esta obra, beneficiada con la ayuda del Ministerio de Asuntos Extranjeros de


Francia y del Servicio Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina, se
edita en el marco del programa de ayuda a la publicación Victoria Ocampo.
N ota editorial

La edición G allim ard de las CEuvres Completes de


Georges Bataille consta de doce volúmenes. En los dos
últimos, aparecen ensayos y artículos publicados en vida
del autor en diversas revistas y nunca recopilados en sus
libros. A pesar de que se ha seleccionado una parte de
esos textos, mantenemos el orden cronológico de la edi­
ción original, que permite apreciar mejor el recorrido de
su pensamiento. La mayoría fueron publicados original­
mente en la revista C ritique, dirigida por Bataille. Los
restantes aparecieron en Combat, V rille, Messages de la
Grece, Troisieme convoi, Formes et couleurs, Deucalion,
Médecine de France, Botteghe oscure, Arts, La Nouvelle N.
R. F , Monde nouveau-Paru, Les Lettres nouvelles y La Cigüe.
P r ó lo g o
La lucidez y el deslum bram iento

La obra de Georges Bataille tiene una inusitada coherencia.


Los mismos m otivos que animaban sus textos de los años ’30
parecen resurgir en los últim os escritos, aunque con diferente
intensidad, nuevas premisas. E l erotismo, la risa, el sacrificio, el
gasto, la pérdida, la ausencia de Dios... ¿Cómo pensar en lo que
esas palabras señalarían pero sobre lo cual no dicen nada? Sin
embargo, antes que al pensamiento, son términos que aluden a
una experiencia. Eso es lo im posible de pensar, lo im posible de
escribir. En ese punto en donde el pensamiento encuentra su
lím ite , empieza Bataille: una experiencia.
Los ensayos de este lib ro en particular fueron tomados de los
tomos X I y X II de las Oeuvres completes de Bataille. O riginal­
mente publicados en distintas revistas, nunca se incluyeron en los
libros que por esos años (1944-1961) compusiera el autor. En
ellos pueden hallarse vías de acceso paralelas a los camin os de sus
más célebres volúmenes. Algunos pasajes de la Summa ateológica,
de La lite ra tu ra y el m al, de E l erotismo, de La parte m aldita,
entre otros, seven ilum inados, ejemplificados, profundizados o
circunscriptos por los ensayos que aquí se leerán. Incluso ciertos
m otivos que Bataille planeaba tratar en sus proyectos más ambi­
ciosos, como la “soberanía” o la “pura felicidad” , encuentran aquí
algunos de sus desarrollos fundamentales.

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¿Fue Bataille un filósofo? Heidegger lo mencionaba como
la “m ejor cabeza pensante de Francia en este siglo” -q u e ya
pasó, ta l vez para confirm ar esa sentencia. ¿Fue un escritor?
Sin dudas, escribió, pensó, pero en él la escritura rechaza tan­
to el decoro de la superficie p ulida de un discurso “ bello”
como la form ulación consecuente, el rig o r heredado de los
sistemas filosóficos. Si lee a Hegel es para extraer de su siste­
ma, cuyo m ovim iento depende de la negatividad, una a fir­
m ación soberana. Com o Bataille lo expresa acerca de un lib ro
(¿literario?, ¿filosófico?) de M aurice B lanchot: “ E l juego del
pensamiento requiere una fuerza, un rig o r tales, que a su lado
la fuerza y el rig o r que exige la construcción dan la im presión
de un relajam iento. E l acróbata en el vacío está som etido a
reglas más precisas que el albañil que no se separa del suelo” .
Sólo llegando hasta el lím ite del pensam iento claro y d is tin ­
to, se podrá ver su más allá, que no es la m era oscuridad, sino
el lugar donde los chispazos del pensam iento hacen visibles
sus estelas, lo que en ellos era irre d u ctib le incluso en el seno
de la lu z hom ogeneizadora de la razón.
Podríamos decir que Bataille siempre, a través de la filoso­
fía, la antropología o la reflexión estética, llega a la poesía,
que no será entonces un género lite ra rio . Se trata más bien de
un m o vim ien to que deja huellas en lo escrito: creación p or
m edio de la pérdida o, en otros térm inos, el acto del sacrificio
en el lenguaje. Si las palabras parecen co n stru ir un m undo y
de hecho ju stifica n, p or m edio del pensamiento discursivo, el
m undo de la acción práctica, de los fines útiles, en la poesía se
anularía ese carácter articulado, separado, hecho de conceptos
y referencias, y se haría visible la to ta lid a d continua de lo que
existe. E l erotism o, la visión m ística, lo poético, la sim ple
felicidad, son retornos fugaces de lo co n tin u o que niegan la
discontinuidad de los seres y sus conciencias separadas. Si la
conciencia humana se separó de la anim alidad y de la natura­
leza, lo natural y el cuerpo no dejan de ser aquello que sostie­
ne ese apartam iento y su verdad ú ltim a, puesto que siguen
siendo la m anifestación de su ser m ortal, perecedero. Ese re­
to rn o de lo continuo en la conciencia discontinua y sus dis­
tinciones claras sería la poesía, la afirm ación más absoluta, el
gran “sí” nietzscheano frente a todo lo que hay. Y esos instan­
tes en que se experimenta la continuidad son el verdadero fin ,
la meta y el pináculo donde una existencia se ju stifica p or sí
misma.
Bataille intentará entonces, en cada ocasión en que lo ve­
mos re in icia r su pensamiento, escribir ese instante, la nega­
ción de aquella reducción de cada m om ento al siguiente que
efectúa el m undo de la necesidad y de la acción. Ese m undo
donde el trabajo se acumula, donde los bienes se atesoran,
donde se satisfacen las necesidades, en suma, el m undo de la
producción y del consumo elementales, es lo opuesto a la
soberanía que anhela la poesía y toda experiencia auténtica.
M ediante el gasto sin finalidad, el sacrificio, el potlatch, la
experiencia im posible -p o rq ue las condiciones de posibilidad
son parte de aquello que niega- nos ofrecería una serie de es­
pectáculos, representaciones de la muerte. E l orden simbólico,
que la hum anidad ha instaurado por la destmcción in fin ita de
bienes históricamente producidos, es una tentativa inacabable de
representar lo que para cada uno de nosotros sería irrepresentable.
Si m orim os, ya no estamos a llí para sentir ese instante ú ltim o ;
si vivim os, sólo podemos elaborar ficciones a p a rtir de las
imágenes de muertes ajenas. Y sin embargo, accedemos, casi
diariam ente, a lo im posible: perdemos la conciencia, gozamos,
lloramos, imaginamos que somos lo que muere con cada ins­
tante, sentimos, más allá del lenguaje y por el lenguaje, que

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nada nos separa de ese cuerpo cuya presencia anim al nos re­
cuerda su pró xim o fin , el nuestro.
N o obstante, B ataille no olvida que la idea de la m uerte
nunca dejará de ser precisamente eso: idea, imagen. La verda­
dera experiencia de la propia disolución sólo puede estar más
allá del saber. En un escrito que nunca p ublicó, dice: “ la sobe­
ranía es el saber de nada” ; el saber que, llevado hasta el lím ite de
lo que puede articular, se vuelve no-saber absoluto. La escritura,
entonces, no debe ocultar su impotencia, su desfallecimiento fren­
te a lo que, por un golpe de suerte, quisiera comunicar. Fre­
cuentemente recibim os de Bataille esa confesión: la im posibi­
lidad de escribir que ya está negada desde el m om ento en que
leemos las huellas escritas de su derrota. Y yo mismo ahora,
¿cómo podría expresar la intensidad de leer su perpetuo com­
bate, los m om entos de felicidad y angustia, de com prensión y
asom bro, de id e n tifica ció n com pleta y de perturbadora dis­
tancia? Somos la presa, el cazador y la tram pa. Q uisiéram os
salir, abandonar esta página donde aparece nuestra debilidad,
aunque negada p o r la fuerza de las mismas palabras que la
m uestran. B ata ille nos da la fig u ra de ese deseo: cuando el
niñ o, de noche, encerrado en su pieza, veía la ventana abierta,
y olvidaba el m arco rectangular, y su m irada se perdía en la
oscuridad estrellada; sentía entonces, antes de la m em oria, el
encantam iento de la angustia, el h o rro r de lo que no era, el
m iedo a no ser u n dios y tener que m o rir. Desde ese origen
im probable, que la poesía de Bataille nos recuerda, no habría
más que una ascesis sin térm ino para convertir la certidum bre
angustiante en un instante de alegría. Felicidad y goce ligados
desde siempre a las imágenes de la m uerte, pero no sólo en
m í. A unque la com unicación parezca irrealizable, cada cual
en su mónada in d iv id u a l de soberanía expectante o abdicada,
la exacta s im ilitu d del fragor en que estamos, la misma m uer­

to
te, el m ism o deseo, el m ism o lenguaje discondnuo, la misma
contin u id ad de fondo, hacen que un solo instante de expe­
riencia consumada valga para todos.
Bataille nos enseña, si puede decirse así, que la poesía siem­
pre fue escrita p or todos. N o porque todos tengan que trazar
palabras en papeles que penosamente ansian llegar a otra parte,
sino porque todos son verdaderamente ellos mismos en ese
punto de felicidad en que ya no son individuos subordinados a
lo que puedan hacer, reducidos a fines remotos. La posterga­
ción im p lícita en el tiem po del m undo práctico cesa cuando se
da el goce del presente -p o r una “voluntad de suerte” que tal
vez sea el costado afirm ativo de la total ausencia de voluntad-,
aunque luego la angustia parezca inevitable. ¿Qué podría de­
volvernos la soberanía perdida? ¿No será más bien que la misma
angustia es el p rin cip io por el cual saldremos del tiem po y reco­
braremos el instante presente, otra vez, esta vez, fuera de toda
nostalgia? A esa angustia gozosa y a ese goce de angustia Bataille
los reuniría en la imagen de la fiesta, allí donde el sacrificio
prueba su nom bre y hace lo sagrado. Literatura, erotismo y
felicidad son formas de lo sagrado, al igual que la miseria o la
gloria, y perm iten in tu ir lo sagrado en nosotros, eso que nos
im pulsa bailando hacia la muerte, la desaparición definitiva de
todo lo que somos, pero que ahora, ya, nos eleva por encima
de todo para celebrar que estamos aquí, fuera de la ley y de las
consecuencias ulteriores. Por eso Bataille dirá que lo sagrado no
es otra cosa que la transgresión de lo profano.
De a llí que cuando la poesía se vuelve una institución , una
cristalización de lo que cierta época instaura como poético,
una práctica lite ra ria profana, repetida, sólo pueda continuar
por la vía de la profanación de lo poético que, transgredido,
volverá a lo sagrado de su origen. La poesía será entonces, de
nuevo y en cada ocasión, un lu jo , una experiencia gratuita del

ll
lenguaje, aquello que no sirve para nada salvo para liberarnos
de la servidum bre: placer y dolor, naturaleza y p ro h ib ició n .
La verdadera lite ra tu ra para Bataille realizaría así, de manera
paradójica, el antiguo precepto de im ita r la naturaleza. Extática
representación de lo que muere, como ese lu jo , ese derroche
de la naturaleza que hace desaparecer al ser in d ivid u a l, el poe­
ma debería a b o lir en un instante la conciencia culpable de
quien lo enuncia. Porque podemos anticipar la escena de nues­
tro p ro p io fin , al menos en la ilusoria esfera de nuestras pala­
bras, hemos negado el presente absoluto del anim al que muere
sin saberlo. Pero no podríam os v iv ir soberanamente si esa
a n ticip a ció n no nos devolviera la promesa de anular ahora
m ism o aquella separación o riginaria, si p o r m edio de la dis­
c o n tin u id a d articu lad a de lo escrito no se nos abrieran las
puertas de una experiencia de lo c o n tin u o . La to ta lid a d es
el instante, d iría B ataille. Y acaso W a lte r B enjam in, que le
dejó al entonces b ib lio te c a rio francés un paquete de ma­
nuscritos antes de em prender su u ltim o viaje para escapar
del nazism o, p o d ría agregar que cada in stan te detenido,
fuera del curso del tiem po, es el paso que se abre para que el
mesías pueda e ntrar en la historia. Tam bién la poesía, el ero­
tism o, la fe licid a d son experiencias religiosas; vuelven a u n ir
lo separado p o r la duración tem poral en una oportunidad en
que lo fin ito - “yo que voy a m o rir”- accede a la com unicación
absoluta. Por eso no se tra ta aquí de tra n s m itir un mensaje
que sirva para algo (in sta urar una filo s o fía o pro po n er una
form a de e s c rib ir), sino de una experiencia donde la co­
m u n ica ció n es la d iso lu ció n de uno m ism o y del o tro , es
la re u n ió n , p ro h ib id a y alcanzada p o r el golpe de suerte de
una transgresión in v o lu n ta ria , im postergable. C om o dice
B ata ille acerca del origen de su “m étodo” : “ es la in v ita c ió n
al coraje de ser, sin socorro, sin esperanza, en el m ovim iento

12
fe liz de un hom bre que no cuenta con nada, salvo con una
audacia suspendida” .

T raducir sería tam bién una form a, menor, de señalar una


co ntin u id ad im posible. La lite ra lid a d no nos protegería de
todo lo que nos separa de Bataille. E l traductor al español de
la Summa ateológica, Fernando Savater, se disculpaba: “ la o ri­
ginalidad expresiva de Bataille -sintáctica, sem ántica...- roza
frecuentemente la incorrección estricta; he procurado conser­
var esta peculiaridad estilística y no corregir’ a Bataille en ningún
sentido” . Pero no hemos seguido esa propuesta que eleva el
galicism o traducido a transgresión estilística, y que acaso asu­
me de antemano la seguridad de la derrota. Y anhelamos en
cam bio la paradoja de llegar, p o r m edio de una búsqueda de
claridad no siempre lite ra l, no siempre correcta, a una fid e li­
dad mayor, a la com unicación de lo que nunca estará claro
pero que tam bién es lo único que im p o rta decir.

S ilvio M a tto n i

13
La felicidad, el erotism o
j la literatura
J
¿ES Ú T IL L A L IT E R A T U R A ?

Nada es más com ún actualmente que la poesía política. Se


despliega en la clandestinidad a la que se propone sobrevivir.
Q uisiera enunciar a continuación un prim er p rin cip io .
N o es posible que haya nada hum ano que no deba ser
intentado, que no merezca y pueda ser intentado felizm ente.
Tengo ante m í un poema in é d ito sobre la insurrección:
todo lo que la rabia de la libertad hace pasar por una cabeza de
dieciocho años clama en sus versos:

Vamos a golpear con la cabeza e l borde de los lím ites...

Vestigio de un arrebato inspirado. C on una violencia tan


verdadera que sólo puede agradarme.
D ich o esto, no veo ninguna razón para no subrayar un
segundo p rin c ip io : se refiere en particular a esta guerra.
Esta guerra se hace contra un sistema de vida cuya clave es la
literatura de propaganda. La fatalidad del fascismo es someter:
entre otras cosas, reducir la literatura a una utilidad. ¿Qué signifi­
ca una literatura ú til si no tratar a los hombres como material
humano? Para esa triste tarea, en efecto, la literatura es necesaria.
Lo que no im plica la condena de ningún género, sino del
prejuicio, de los lemas. Sólo escribo auténticamente con una con­
dición: burlarm e de esto y de aquello, pisotear las consignas.

17
Georges Bataille

Lo que a m enudo distorsiona el asunto es la preocupación


p or ser ú til que tiene un escritor débil.
Cada hom bre debe ser ú til a sus semejantes, pero se vuelve
su enemigo si no hay nada en él más allá de la u tilid a d .
La caída en la u tilid a d por vergüenza de uno m ism o, cuan­
do la d ivina libertad, lo in ú til, acarrea la mala conciencia, es el
com ienzo de una deserción. Se les deja el campo lib re a los
arlequines de la propaganda...
Por qué no destacar en estas circunstancias en que cada
verdad resalta el hecho de que la lite ra tu ra rechaza de mane­
ra fundam ental la u tilid a d . N o puede ser ú til porque es la
expresión del hom bre -d e la parte esencial del h o m b re - y lo
esencial en el hom bre no es reductible a la u tilid a d . A veces
un escritor se rebaja, harto de soledad, dejando que su voz
se mezcle con la m u ltitu d . Q ue g rite con los suyos si quiere
—m ientras pueda—, si lo hace por cansancio, p o r asco de sí
m ism o, sólo hay veneno en él, pero les com unica ese veneno
a los demás: ¡m iedo a la libertad, necesidad de servidum bre!
Su verdadera tarea es la opuesta: cuando revela a la soledad de
todos una parte in tan g ib le que nadie someterá nunca. A su
esencia le corresponde un solo fin p o lític o : el escritor no
puede sino com prom eterse en la lucha p o r la lib e rta d anun­
ciando esa parte lib re de nosotros m ism os que no pueden
d e fin ir fórm ulas, sino solamente la em oción y la poesía de
obras desgarradoras. Incluso más que lu ch ar p o r ella, debe
ejercer la lib e rta d , encarnar p or lo menos la lib e rta d en lo
que dice. A m enudo tam bién su lib e rta d lo destruye: es lo
que lo hace más fuerte. Lo que entonces obliga a amar es esa
lib e rta d riesgosa, a ltiv a y sin lím ite s que a veces lleva a m o­
rir, que hace incluso amar la m uerte. Lo que enseña de ta l
m odo el escritor auténtico —p or la autenticidad de sus escri­
tos—es el rechazo al servilism o (y en p rim e r lugar, el odio a

18
¿Es ú til la literatura?

la propaganda). Por ello no se sube al rem olque de la m u lti­


tu d y sabe m o rir en la soledad.

19
L a voluntad de lo imposible

La noche estrellada es la mesa de juego donde se juega el


ser: arrojado a través de ese campo de posibilidades efímeras,
caigo de lo alto, desamparado, como un insecto dado vuelta.
N o hay razón para considerar que la situación sea mala:
me gusta, me enerva y me excita.
Si perteneciera a la “naturaleza estática y dada” , estaría lim ita ­
do por leyes fijas, debiendo gem ir en ciertos casos, gozar en otros.
Jugándome, la naturaleza me lanza más allá de sí misma... —más
allá de los límites y de las leyes que la hacen loable para los h um il­
des. Debido a que fu i jugado, soy una posibilidad que no era.
Excedo todo lo dado del universo y pongo en juego la naturaleza.
Estoy en el seno de la inm ensidad, el m áxim o, la exube­
rancia. E l universo podría prescindir de m í. M i fuerza, m i
im p u d o r derivan de ese carácter superfluo.
Si me sometiera a lo que me rodea, interpretando, convir­
tiendo la noche en una fábula para niños, renunciaría a ese
carácter. Inserto en el orden de las cosas, tendría que ju stifica r
m i vida -e n los planos confusos de la comedia, de la tragedia,
de la u tilid a d .
A l negarme, al rebelarme, no tengo que perder la cabeza.

20
La vo lu n ta d de lo im posible

D e lira r es demasiado natural.


E l d e lirio poético no puede desafiar íntegramente la natu­
raleza: la ju stifica , acepta embellecerla. La negación le corres­
ponde a una conciencia clara que evalúa su posición con una
atención calmada.
La distinción de las diversas posibilidades, en consecuencia
la facultad de ir hasta el fondo de lo más lejano, le correspon­
de a la atención calmada.

II

Cada cual puede, si así lo prefiere, bendecir una naturaleza


caritativa, arrodillarse ante D ios...
N o hay nada en nosotros que no esté constantemente en
juego, que no esté abandonado.
La súbita aspereza de la suerte desmiente la hum ildad, des­
m iente la confianza. La verdad responde como una cachetada
en la m e jilla ofrecida p or los hum ildes.
E l corazón es hum ano en la m edida en que se rebela. N o
ser un anim al, sino un hom bre, significa rechazar la ley (la de
la naturaleza).
U n poeta no ju stifica del todo la naturaleza. La poesía está
fuera de la ley. Sin embargo, aceptar la poesía la convierte en su
opuesto, en mediadora de una aceptación. Suavizo el resorte
que me im pulsa contra la naturaleza, ju stifico el m undo dado.
La poesía produce penumbras, introduce el equívoco, aleja
al m ism o tiem po de la noche y del día -ta n to del cuestiona-
m iento como de la puesta en acción del mundo.
¿No es evidente? La amenaza constantemente pendiente con
que la naturaleza nos tritu ra , nos reduce a lo dado -anulando

21
Georges B ataille

así el juego que ella juega más allá de sí m ism a- requiere de


nosotros la atención y la astucia.
E l relajam iento nos saca del juego -a l igual que el exceso
de atención. E l arrebato feliz, los saltos razonables y la calma­
da lucidez se le exigen al jugador -hasta el m om ento en que
se quede sin suerte, o sin vida.
M e acerco a la poesía con intención de traicionar: el ánim o
astuto es el más fuerte en m í.
La fuerza perturbadora de la poesía se sitúa fuera de los
bellos m om entos a los que llega: comparada con su fracaso,
la poesía se arrastra.
La o p in ió n com ún sitúa aparte a los dos autores que aña­
dieron el b rillo de su fracaso al de su poesía.
E l equívoco generalmente está ligado a sus nombres. Pero
uno y o tro han agotado el m ovim iento de la poesía —que
cu lm in a en su contrario: en un sentim iento de im potencia
para la poesía.
La poesía que no se eleva hasta la im potencia de la poesía
es todavía el vacío de la poesía (la bella poesía).

III

La senda en la que el hom bre se ha internado, si pone en


cuestión la naturaleza, es esencialmente negativa. Va de refu­
tación en refutación. N o podemos seguirla sino con m o vi­
m ientos rápidos y abruptam ente cortados. La excitación y la
depresión se suceden.
E l m ovim iento de la poesía parte de lo conocido y condu­
ce a lo desconocido. Si se consuma, ronda la locura. Pero el
re flu jo comienza cuando la locura está cerca.

22
La vo lu n ta d de lo im p osib le

Lo que se ofrece como poesía en general no es más que el


re flu jo: hum ildem ente, el m ovim iento hacia la poesía quiere
permanecer en los lím ites de lo posible. Sea como sea, la poe­
sía es una negación de sí misma.
La negación en que la poesía se supera a sí mism a tiene
más consecuencias que un re flu jo. Pero la locura no posee
más medios que la poesía para mantenerse dentro de ella m is­
ma. H ay poetas y locos (e im itadores de unos y otros): poetas
y locos sólo son m om entos de detención. E l lím ite del poeta
es de la mism a naturaleza que el del loco en cuanto a que sólo
afecta personalmente, sin ser el lím ite de la vida hum ana. E l
tiem po de detención señalado sólo les ofrece a los residuos un
m edio de mantenerse en sí mismos. E l m ovim iento de las
aguas no se ha demorado.
La poesía no es un conocim iento de uno m ism o, menos
todavía la experiencia de lo más lejano posible (de lo que antes
no era), sino la evocación por las palabras de esa experiencia.
La evocación tiene la ventaja, con respecto a una experiencia
propiamente dicha, de una riqueza y una facilidad in fin ita , pero
aleja de la experiencia (en prim er lugar pobre y d ifíc il).
Sin la riqueza vislum brada en la evocación, la experiencia
carecería de audacia y exigencia. Pero esta comienza solamen­
te cuando el vacío - la estafa- de la evocación desespera.
La poesía abre el vacío al exceso del deseo. E l vacío dejado por
la devastación de la poesía es en nosotros la medida de un rechazo
—una voluntad de exceder lo dado natural. La misma poesía ex­
cede lo dado, pero no puede cam biarlo. Sustituye la servidumbre
de los lazos naturales con la libertad de la asociación verbal -la
asociación verbal destruye cualquier lazo, pero sólo verbalmente.
La libertad ficticia , más que derrumbar, afirm a la coacción
de lo dado natural. Q uien se contenta con ello a la larga está
de acuerdo con lo dado.

23
Georges B ataille

Si persevero en el cuestionam iento de lo dado, al percibir


la m iseria de quien se contenta con ello, sólo puedo soportar
la ficció n por un tiem po: exijo la realidad, me vuelvo loco.
M i locura puede afectar al m undo desde el exterior, exigien­
do que se lo transform e en función de la poesía. Si la exigencia
se dirige hacia la vida interior, requiere una potencia que sólo la
evocación posee. En ambos casos, experim ento el vacío.
Si m iento, me quedo en el plano de la poesía, de la supera-
ó ó n fic tic ia de lo dado. Si persevero en un desprecio obtuso
de lo dado, m i desprecio es falso (de la m ism a naturaleza que
la superación): la crítica del m undo real a p a rtir de la poesía es
una acum ulación de m entiras. En algún sentido, el acuerdo
con lo dado se profundiza. Pero al no poder m e n tir a propó­
sito, me vuelvo loco (dejando de p e rcib ir la evidencia). O ya
sin saber representar la comedia de un d e lirio sólo para m í,
tam bién enloquezco, pero interiorm ente: tengo la experiencia
de la noche.

IV

La poesía no es más que un desvío: con ella escapo del


m undo del discurso, es decir, del m undo natural (de los obje­
tos); con ella entro en una suerte de tum ba donde la in fin id a d
de los posibles nace de la m uerte del m undo lógico.
E l m undo lógico muere dando a luz las riquezas de la poe­
sía, pero los posibles evocados son irreales, la m uerte del
m undo real es irrea l; todo es tu rb io y h u id iz o en esa oscuri­
dad relativa: a llí puedo burlarm e de m í y de los demás. Todo
lo real no tiene va lo r y todo valor es irrea l. D e a llí esa fa ta li­
dad y esa fa cilid a d de deslizam ientos en los que ignoro si

24
La vo lu n ta d de lo im p osib le

m iento o si estoy loco. De esa situación viscosa procede la


necesidad de la noche.
La noche no podía evitar ese desvío. E l cuestionam iento
ha surgido del deseo, que no podía dirigirse al vacío.
E l objeto del deseo es en prim er lugar lo ilu so rio , en se­
gundo lugar solamente el vacío de la desilusión.
E l cuestionam iento sin deseo es form al, indiferente. N o es
lo que expongo: sucede lo m ism o que con el hom bre.
La poesía obedece al poder de lo desconocido (lo descono­
cido, valor esencial). Pero lo desconocido no es más que un
vacío blanco si no es el objeto del deseo. Lo poético es el
térm ino m edio: es lo desconocido disfrazado con brillantes
colores y con la apariencia del ser.
Deslum brado por m il figuras donde se com ponen el has­
tío , la im paciencia y el amor, m i deseo sólo tiene un objeto:
el más allá de esas m il figuras es el vacío que destruye el
deseo.
Todavía deslumbrado, con una vaga conciencia de que las
figuras dependen de la facilidad (de la ausencia de rig o r) que
las hizo surgir, puedo m antener voluntariam ente el equívoco.
Entonces el desorden y la escasez de satisfacción me dan la
im presión de estar loco.
Las figuras poéticas que obtienen su b rillo de una destruc­
ción de lo real quedan a merced de la nada, la tienen que
rozar, extraer de ella su aspecto tu rb io y deseable: ya tienen la
extrañeza de lo desconocido, los ojos de ciego.
E l rig o r es h o stil a quien aprecia las figuras, significa la
pobreza prosaica.
¿Y si hubiese m antenido el rig o r en mí? N o habría conoci­
do las figuras del deseo. M i deseo se despertó con los fulgores
del desorden en el seno de un m undo transfigurado. ¿Y si una
vez despertado el deseo volviera al rigor?

25
Georges B ataille

A l disipar el rig o r las figuras poéticas, el deseo está fin a l­


m ente en la noche.
La existencia en la noche es como un amante ante la muerte
de su amada (Orestes ante la noticia del suicidio de Herm ione).
D entro de la índole de la noche, no puede reconocer lo que
esperaba.
E l deseo no puede saber de antemano que su objeto era su
propia negación. Es penosa la noche en la que zozobran como
vacíos no solamente las figuras del deseo sino todo objeto de
saber. E n ella todo valor es aniquilado.

26
D ionisos Redivivus

Satán con la cabeza y las patas de chivo, con el hediondo


trasero de establo, ta l como lo viera una im aginación en vías
de extinción, en los siniestros resplandores de los sabbats —bajo
esa form a repelente que engendró la malsana neurosis de los
cristianos-, ¿no es acaso, tan cerca nuestro, la emanación de
Dionisos? Los m itos no tienen los lím ites del in d iv id u o como
los seres de carne, y en muchos sentidos D ionisos sobrevive
bajo el aspecto del M aligno. La vida de un m ito es la sensibi­
lidad com ún de los espíritus ante las palabras, las imágenes o
los relatos que lo evocan, y a veces esa sensibilidad sobrevive a
la creencia. Es el vínculo de una sensación inasible, análoga a
la que nos produce una determ inada región y que ninguna
otra nos produciría, con su com plejo de nom bres, figuras,
leyendas, ritos, en ocasiones simples recuerdos de ritos. E vi­
dentem ente, el escepticismo no puede sino ocasionar a la la r­
ga la m uerte de esa sensibilidad: así los nom bres de D ionisos
o de los dioses griegos en general no rem iten a nada sensible
para nosotros. N o sucede lo m ism o con el D ia b lo . Es poca
cosa, sin duda. La popularidad de M efistófeles en el fondo es
de baja estofa. Pero si se lo representa con rasgos que no son
acordes al sentim iento com ún, no lo reconocemos: p or lo tan­
to, no hemos dejado de conocerlo. Jules Berry, en Los visitantes

27
Georges B ataille

de la noche, era un D iablo bastante pobre: porque se notaba


bien que lo era pero uno lo captaba con cierta m olestia por no
reconocerlo. E l diablo del sabbat es bastante menos conocido.
N o obstante, basta con tocar una cuerda sensible mediante
alguna de las fórm ulas todavía adm itidas: en seguida se levan­
tan miasmas, chispazos, fulgores y respiramos una bocanada
del aire infernal.
O bviam ente, nada semejante puede proporcionarnos
D ionisos. H ay que aceptarlo: el m ito que nos interesa, que
nos atrae, que conserva el m ayor va lo r para nosotros, está
sin em bargo m uerto -y a no hay un hom bre vivo que no
haya m uerto para D io n is o s - y puedo se ntir eso com o una
verdadera p riva ció n. N adie im aginará una fig u ra más rica,
nunca nos relacionarem os con una fig u ra de tan m a ra villo ­
sos jugueteos. C uando, si lo pensamos, no hay nada a llí de
lo que podam os prescindir. Los sacerdotes cristianos, que
nos p riva ro n de D ionisos, actuaron sobre nosotros com o el
educador que separa a la madre indigna, velando para que el
n iñ o no conserve siquiera su recuerdo. Las huellas que sub­
sisten para nosotros sólo fueron recuperadas con grandes es­
fuerzos. Y aun cuando quisiéram os evaluar la m a g n itu d de
nuestra pérdida, fue consolidada con tan to rig o r que en ver­
dad no podemos sentirla: com o ojos secos, no sabemos que
deberíamos llo ra r.
N o quiero in tro d u c ir aquí inform ación arqueológica, pero
me hace falta representarme la d ivin id ad de D ionisos como la
más ajena a la in ten ció n de in ve stir lo d iv in o de autoridad
(convirtiendo lo religioso inm ediato en ética). A l parecer, se­
ría lo d iv in o en estado puro que no ha sido alterado p or la
obsesión de eternizar un orden dado. Lo d iv in o en Dionisos
está en las antípodas del Padre del Evangelio: es la om nipo­
tencia, es la inocencia del instante. N o es el vin o , sino la em-

28
Dionisos Redivivus

briaguez. Dionisos, ciego a las consecuencias, es la ausencia de


razón y el g rito sin esperanza —que sólo tiene la instantanei­
dad del ra y o - de la tragedia. Además, la tragedia donde no
hay in d ivid ualización del héroe. Es la lib re y ligera tragedia
que estalla, fisurada, dura, sin salida. La poesía que encarna
no es la m elancolía del poeta, n i el éxtasis el silencio de un
solitario. N o es lo aislado sino la m u ltitu d , siendo una barre­
ra derribada antes que un ser. En to rn o a él, el aire estridente
se colma de gritos, risas, besos, ¡cuando la antorcha humeante
de la noche vela los rostros e ilu m in a los...!, porque no hay
nada que e l cortejo demente no pisotee.
Pero todo esto no lo sabemos ahora sino a través de los
libros y ya no podemos recuperar lo inasible y lo d ivin o que
había surgido en el g rito de las Bacantes. La imagen todavía
fam ilia r del dem onio sin duda es cercana y procede de la fig u ­
ra del gran dios. Satán d irig ía la ronda de las brujas, D ionisos
la de las Bacantes y en ambos casos la lu b ricid a d era el calor
venenoso de los juegos. Pero en la mism a m edida (bastante
escasa) en que es la supervivencia del dios tracio, Satán tam ­
poco es más que un Dionisos envejecido. H a perdido el fu ro r
inocente y la risa del adolescente: su m alicia y su im potencia
son socarronas. Lo más claro en el diablo es que es viejo, que
es sagaz, calculador, que está lejos del éxtasis im personal. Las
dos divinidades (pues el diablo es d ivin o ) encarnan en sus f i­
guras los mismos ritos -o rg ía , frenesí nocturno: y si no hay
necesariamente una contin u id ad entre esos ritos, hay al me­
nos contacto, contagio. Pero aun si adm itiera una c o n tin u i­
dad p or fusión de un m ito al otro, no deja de ser más rico el
prim ero y más pobre el segundo. Puedo decirme que conozco
al diablo: entreveo a D ionisos a través suyo, no puedo d isi­
m ular que de todas maneras sólo es su triste supervivencia, a
la m edida de una hum anidad culpable.

29
Georges B ataille

Por otra parte el em pobrecim iento no obedece más que a


ía diferencia de épocas. Satán no es solamente D ionisos arru­
gado y juzgándose culpable. N o es más que ía m ita d de
D ionisos. E l m ito de la joven d ivin id a d tracia era un m ito de
sacrificio del dios y de resurrección. D ionisos es un “dios que
m uere” . En él se encarna no solamente lo sagrado erótico,
sino tam bién el sentim iento trágico del sacrificio. Los Titanes
devoraron al n iñ o nacido de una madre a la que el padre m is­
m o había fulm in ad o : no renace a la luz sino com o resultado
de un desgarram iento que perpetuaban las Ménades, consu­
m ando en los recién nacidos el fu rio so s a c rific io de la
omofagia. Los “m isterios” de Dionisos se em parientan así con
aquellos m isterios de la A ntigüedad que hacían de la pasión
de un dios el p rin c ip io de una vida regenerada. Por ende los
m isterios del diablo no son los únicos que todavía nos hacen
conocer la figura del dios.
Es indudable que la pasión y la resurrección de Jesús prolon­
gan sentimientos ligados a las leyendas de las divinidades asesina­
das de la Antigüedad. N o podemos pues lim itarnos, en busca del
dios perdido, a la sombría reminiscencia del chivo. La imagen de
un C risto resucitado que vive en nosotros —pienso ahora, como
un m edio para alcanzar de inm ediato el aspecto más fuerte de
un sentim iento, en el resucitado de G rünew ald- tal vez no sea
menos fie l a D ionisos que la de un diablo peludo. Pero lo que
desaparece en aquella adorable fusión es la m aldición, com ún
al diablo y al dios en la cruz, lanzada sobre la vida.

30
D e la edad de piedra a Jacques P révert

En otros tiempos la poesía estaba sujeta a reglas: dependen


de las reglas tanto su origen como la conciencia que com ún­
mente se tenía de ella. Era la palabra en verso. Pero lo que
pensamos ahora cuando decimos “poético” , y que se sigue
oponiendo a “prosaico” , no puede ser independiente de lo
que sin tie ron nuestras abuelas. ¿No es lo mismo? C laro que
no... Pero el pensamiento de nuestras abuelas nos resulta inte­
ligible. La ingenua atención prestada a las palabras rimadas, el
ritm o que suspende el encadenamiento de la acción eficaz,
sustituida por los caprichos inversos de un m undo donde ya
no reina la coacción sino el juego, la incertidum bre o el arre­
bato..., es lo que lim itab a , hoy como ayer, los poderes del
hastío ligado a las conductas razonables. Los procedim ientos,
las rim as, las sílabas largas y breves, los núm eros de pies y el
hecho de que la poesía dependiera de ello nos desconciertan:
pero si hay que “hacer ver” 1 (cuando la preocupación del hom ­
bre razonable -m oro so , hom bre de negocios, desconfiado-
le im pide ver), hay que darles a las palabras el poder que abre1

1 Como es sabido, Hacer ver es el título de un libro de Éluard. Y es la mejor


-la más sim ple- definición de la poesía: que hace ver. Mientras que el
lenguaje común, prosaico, no afecta la sensibilidad e incluso describiendo
lo sensible sólo hace saber.

31
Georges B ataille

los ojos. Y en el habla existe una posibilidad independiente del


sentido de los térm inos, una cadencia ronca o suave a vo lu n ­
tad, una voluptuosidad de los sonidos, de su repetición y de
su im pulso: y ese ritm o de las palabras -q u e incluso puede ser
m u sica l- despierta la sensibilidad y fácilm ente la agudiza.
Recíprocamente la em oción nos lleva a servirnos de las pala­
bras (que entonces ya no hacen saber sino ver, que no afectan
ya la razón sino los sentidos) como si ya no fueran signos
inteligibles sino gritos, que podemos m odular am pliam ente
y de diversas maneras.
En todos los tiem pos, cada em oción viva ha sido expresa­
da poéticam ente; no p odía expresarse com pletam ente,
traducirse en palabras, sino en form a de poesía. M e jo r dicho,
toda em oción se cantaba (porque la poesía puram ente lite ra ­
ria es una especie de canto m u tila d o ). La clausura del interés
que se le prestaba a la poesía, la rareza del deseo de conm over
con la poesía no pueden hacer o lvid a r la verdad. Nos referi­
mos al pueblo y no a los poetas. Son los pueblos de todos los
tiem pos los que definieron el d o m in io de la poesía cantando.
Lo que no puede ser cantado queda fuera del d om inio de la
poesía. (Sus antípodas, los negocios, determ inan exactamente
su naturaleza.)
Esta definición rudim entaria -q u e nadie dejaría de compar­
t ir - in tro du ciría p o r cierto agobiantes dificultades si no preci­
sáramos su sentido de inm ediato. Y si no lo relacionáramos
con la extensión, extraña a p a rtir de a llí, de las posibilidades
líricas. Es necesario, es bueno percibir lo que es la poesía desde
afuera (lo aceptemos o no, estamos codo a codo con la masa
irreflexiva de los hom bres —los m ovim ientos de la masa de­
term inan nuestras posibilidades desde afuera), pero el sentido
de la poesía no deja de ser ín tim o . En ese plano, la poesía es
tam bién para nosotros la lite ra tu ra que ya no es lite ra ria , que

32
D e la edad de p ied ra a Jacques Prévert

escapa de la hue lla donde generalm ente la lite ra tu ra se


empantana. Para nosotros es “poético” aquello que no pode­
mos apreciar apaciblemente, como podemos hacerlo con el
vino de A n jo u o el tejido inglés; “poético” es lo que corta en
nosotros el deseo de reducirlo a las medidas de la razón. El
hombre de negocios aprecia un vino, una tela: sus apreciaciones
no pueden m odificar el orden de valores de donde procede su
seguridad. N o ocurre lo mism o con la emoción poética, que le
quita por un instante la seguridad -o bien no existe. Sé que una
emoción así, que no deja de mantener dentro de m í un trastor­
no en el trasfondo, me im pide responder a las razones que
gobiernan los negocios. M e priva incluso de disfrutar el placer
literario como se debe. N o puedo ser al mism o tiem po un
aficionado a la buena literatura y sentir el sobresalto de la poesía.
Suele o c u rrir que una m ujer exija ser amada soberanamente:
del m ism o m odo la poesía está cerrada para quien no se vea
afectado por una em oción soberana, donde nada queda en
reserva. A l menos en el instante, y eso no significa nada grave
o estudiado. Pero la poesía no puede ser un pasatiempo, me­
nos todavía un enriquecim iento: es el acto de hombres fue ra
de sí y su poder consiste en com unicar el estado del poeta a
quienes lo escuchan.
Estos datos íntim os concuerdan, si los analizamos, con los
datos formales. En ambos órdenes, la poesía le da expresión a
lo que excede las posibilidades del lenguaje com ún. U tiliz a
las palabras para decir lo que trastorna el orden de las pala­
bras. Es el g rito de lo que en nosotros no puede ser reducido,
que en nosotros es másfu e rte que nosotros.
A hora tengo que reconocerlo: m i d efin ició n sigue siendo
un poco vaga. ¿Faltan ejemplos precisos? Tal vez. Pero si diera
un ejem plo, en seguida se haría visible su debilidad: m i ejem­
plo estaría fechado y he querido referirm e a la poesía de todos

33
Georges B ataille

los tiem pos. En verdad cada ejem plo apuntaría en un sentido


diferente y haría pensar que no podemos reducir a la unidad
lo que corresponde a formas de hum anidad casi ajenas una a
la otra. Por tal m otivo, debí atenerme a una defin ició n poco
com prensible y no puedo in te n ta r aclararla sino después de
haber dicho que ese g rito varía según los tipos de em oción
que predom inan en las civilizaciones sucesivas e incluso según
las posibilidades de desarrollo c o n tra d ic to rio del lenguaje
poético. Si se quiere, no sólo la naturaleza de la poesía se
sitú a en la dependencia d e l acontecim iento, sino que la m is­
ma poesía es acontecim iento. Si la poesía es guerrera, erótica,
religiosa, eso está en relación con las emociones pre do m i­
nantes de una sociedad dada. Si en una época “ poético”
quiere decir noble —e incluso pom poso—no significa que la
poesía sea generalm ente noble o pom posa, sino que una
sociedad quiere m antener ficticia m e n te el va lo r de em ocio­
nes que ya no son predom inantes. Las mismas modalidades
del lenguaje poético cam bian según el acontecim iento que
es el incesante cam bio de la sensibilidad. La vida de las emo­
ciones se vincula además con su expresión poética, y los hom ­
bres tienen sentim ientos que en rig o r pueden verse lim itados
p or la pobreza de una técnica poética. Por el contrario, puede
o c u rrir que la lib e rtad de los sentim ientos libere la técnica
verbal y que recíprocam ente la audacia verbal aumente la in ­
tensidad y la lib e rta d de la em oción.
(M e expreso con cierta p ro lijid a d porque actualmente el
problem a está enturbiado p or la polém ica. ¿Puede o debe la
poesía escapar del acontecim iento? O la m ism a pregunta en
otras palabras: ¿es responsable el escritor?, ¿-está com prom eti­
do? Generalmente, se prefiere al escritor responsable. ¡Pero
no se adm ite p o r ello que la sociedad pide cuentas! Pienso
que los buenos literatos, cuando hablan de responsabilidad,

34
D e la edad de p ied ra a Jacques Prévert

deben verla a su im agen: irre a l. Es posible en verdad que el


escritor, sediento de responsabilidad, tenga menos p o s ib ilid a ­
des de acceder a ella que el agrim ensor de K afka al “ castillo” . E
indudablem ente lo m ism o sucede con el acontecim ien to: la
verdadera poesía surge del acontecim ien to, es acontecim ien­
to , es la llam a que consum e el acontecim ien to. Pero entre un
poeta y el acontecim ien to usualm ente sigue habiendo la dis­
tancia que separa al agrim ensor del “c a stillo ” . Es vana la im a­
gen que ve a la poesía más allá de las épocas, com unicando
una em oción hum ana que no se conectaría con ningun a clase,
con n in g u n a riv a lid a d , con n in g ú n cam bio de las relaciones
sociales; la em oción poética necesariam ente pertenece a ho m ­
bres de una determ inada época: no es más que aquella em o­
ción, que revela y transfigura la m agia de las palabras. La poe­
sía pone al ro jo viv o , encuentra notas agudas y com unica una
m ism a extrañeza p e rtu rb a d o ra en e l in te rio r de la época. Lo
que expresa es parte del m o v im ie n to de la h is to ria y la m ane­
ra en que lo expresa es tam bién una fo rm a que adquiere ese
m o vim ie n to . Pero no basta con decirle al poeta: este es el
acontecim iento que habrás de expresar. Lo cual fue posible en
otras épocas: m ientras que una de las m iserias de este m undo
se debe a la com plejidad enm arañada de los sentim ientos. N o
sólo somos presa de nuestros sentim ientos auténticos, sino
tam bién de los del pasado cuyos m odos de expresión prosi­
guen agitándose en nosotros. Y a m enudo somos m arionetas
cuyos hilo s se pierden en la noche. C óm o no ver en el hom bre
actual u n caos de posibilidades entremezcladas, una cacofonía
de tonos agotados, una sofocación, una pobreza rid ic u la y
avergonzada de sí m ism a que surge de un exceso de riqueza.
Esta vieja hum anidad de ind u stria pesada y guerras indigeribles,
cuyo m o v im ie n to es más veloz de lo que fue nunca, no tiene
sentim ientos a la m edida de lo que es. Su vejez recuerda el

35
Georges B ataille

estado que sigue a la em briaguez, donde un o ha v iv id o sin


captar todavía lo posible y sin v iv ir. G rita r entonces lo que es,
no los resabios del pasado, h u ir de la m igraña, más aún: des­
tr u ir a m edida que se g rita los háb ito s de g rita r que hacen
g rita r lo que era y no lo que es. Lo que acaso n o sea más fá c il
que e n tra r en el “ ca stillo ” .
P or o tra pa rte es posible que K a fka haya señalado ju sta ­
m ente esas d ific u lta d e s cuando describe la le ja n ía del “ casti­
llo ” : según sus m edios habrá así expresado y habrá sido el
a c o n te c im ie n to ..., pero sólo habría p o d id o hacerlo fracasan­
do, e in clu so es posible que el acontecim ien to sea reducible al
fracaso, que el tris te m étodo de K a fka sea el ú n ic o , aunque la
c o n d ic ió n del “ éxito-fracaso” de K afka sea la duda. K a fka no
pu d o “ triu n fa r-fra c a s a r” sino en la m edida en que no estaba
seguro del fracaso p o r a n ticip a d o . Y que lo haya encontrado
no s ig n ific a nada, aun cuando al e n co n tra rlo expresó el acon­
te c im ie n to . E l juego ha quedado abie rto . A l parecer, el h o m ­
bre no está d e fin itiv a m e n te separado de lo que es: la fe lic id a d
del ausente (de la in d ife re n c ia v u lg a r), la desdicha de K afka,
dem asiado lú c id a , seguram ente no son su ú ltim o lím ite .)
Paso a considerar ahora Palabras de Prévert, que son los poe­
mas de u n hom bre ajeno al juego lite ra rio . (C uando fueron
reunidas en vo lu m e n ya eran populares. Aveces publicadas en
revistas, frecuentem ente c irc u la ro n en copias m ecanografia­
das. P révert escribió para el cine, y si p re fie re una p e lícu la
antes que u n lib ro es porque lo cautiva lo que pasa, m ientras
que u n lib ro siem pre tiene el aspecto de estar d icie n d o : “A q u í
estoy y aquí v o y a perm anecer. ¡Soy eterno, Y O !” )
S i p re te n d o d e cir lo que la poesía es, sie n to una especie
de alegría p a rtie n d o de Palabras. Porque la poesía de Jacques
P ré ve rt es precisam ente poesía p o r ser una v iv a desm entida
- y u n e sca rn io - de lo que f ija al e s p íritu sólo en nom bre de la

36
D e la edad de piedra a Jacques Prévert

poesía... Pues lo que es la poesía tam bién es el acontecim iento


en la v id a de la poesía, que es el escarnio de la poesía. “ Ser” en
ese caso quiere decir “evitar la m uerte con la ayuda de un cam­
b io incesante” , “volverse o tro ” , no “perm anecer id é n tic o a sí
m ism o” . Pero el consentim ien to dado p o r un lado a una con­
cepción m oderna de la poesía se le re tira p o r el o tro : es un
p re ju ic io negarle el nom bre de poesía a la poesía del aconteci­
m ie n to . E n Palabras, donde el acontecim ien to es el tem a de
la poesía, el p re ju ic io de una “poesía pura” no resulta m enos
trastocado que el más a n tig u o de una “poesía poética” . A sí
puedo d e cir de la poesía de Jacques P révert que al m ism o
tie m p o es la h ija y la am ante del acontecim ien to. “ C am bia.
Lo cam bia to d o y to d o la cam bia. N i una parcela in m ó v il, n i
un s itio asignado al reposo, a la m irada hacia atrás, al así está
bien, espero la recompensa...” Es lo que podem os d ecir de esa
poesía, y quizás sea tam bién lo que hace fa lta decir de toda la
poesía, que sólo es a co n d ic ió n de cam biar.
Sin duda alguna, hay algún defecto en un m odo de expre­
sión fundad o de ta l m anera en la in d ife re n c ia al resultado (y
al considerarlo buscamos la razón p o r la cual la poesía tendría
ese carácter de espejism o y que aun siendo el objeto del deseo
se o culte in fin ita m e n te ): en esas condiciones, hay pocas posi­
bilidades de que la obra esté a la a ltu ra de quien se ha desem­
barazado de ella, p o r d e cirlo así. Lo que tengo para d e cir de
Palabras es inequívo co, pero antes de pasar a unas páginas
donde a pesar de todo la le tra es golpeada p o r la in m o v ilid a d ,
hablaré del autor. N o porque considere inexplicable a la obra
sm el autor, sino porque para m í la persona de Prévert es más
com prensible que sus escritos.
Es curioso que recurriendo a los medios más simples, estando
sm esfuerzo al alcance de las mentes menos ajetreadas (su lenguaje es
popular, sus procedim ientos lo son tan natural y necesariamente

37
Georges Bataille

com o son eruditos el lenguaje y los procedim ientos de Valéry),


Prévert de ningún m odo sea ajeno a las preocupaciones de expre­
sión poética más cultas. Las conoce bien, aunque se burle de
ellas, y estuvo entre los surrealistas de 1925 a 1930. Si en aque­
lla época no escribía, si se reía para sus adentros, s ig n ifica no
obstante que los intereses de los espíritus más desgarrados y
más arriesgados de esa época lo afectaron. Esto concierne al
aspecto exterior, pero tiene tam bién o tro sentido: no hay nadie
que yo conozca que le dé un g iro p ro fu n d o tan enloquecido a
una conversación amena, p o r m edio de ocurrencias, de oscuras
m alicias y de u n im placable juego verbal. Lo que en ú ltim a ins­
tancia es p ro p io de Prévert no es la ju ve n tu d -sería decir p o c o -
sino la infancia, el leve estallido de locura, la jo v ia lid a d de una
in fancia que no tiene ninguna consideración con los “mayores” .
E l tip o de alerta incisivo, de codo a codo, de iro n ía sagaz y de
“m ala cabeza” del n iñ o lo ha preservado de concederle algo a la
seriedad del pensam iento y de la poesía. E l n iñ o en nosotros le
patea la mesa alas pretensiones que acuñan los “mayores” , que los
vuelven som bríos y los hacen descubrir en los demás una vani­
dad que no tiene más sentido que su propia estupidez. Pero lo
que desconcierta en Prévert es que une la más viva pasión a la
com pleta ausencia de seriedad. D ebo agregar que su conversa­
ción es la más directa y, valga la infidencia, la más apasionada que
he conocido. D e todas las maneras posibles, acerca de películas,
de política, de animales o de hom bres, siem pre lo escuché hablar
de lo m ism o: de lo que en nosotros, y más fuerte que nosotros,
excluye la conveniencia y el disim ulo, de aquello p ueril, arrebata­
do, b u rló n que nos sitúa insólitam ente en los lím ites de lo que es
y lo que no es, y más precisamente, un placer de v iv ir vio le n to ,
to ta l e indiferente, que no calcula, que no se asusta y que está
siem pre a m erced de la pasión (hablaba sin fárrago intelectual,
em brujando a quien lo escuchaba, rodeado habitualm ente por

38
D e la edad de piedra a Jacques Prévert

camaradas m uy simples, a m enudo proletarios). Nada más opues­


to a las expresiones solemnes que desde diversos ángulos le opo­
nen a la em oción p u e ril una m odalidad eterna, palabras vacías,
miradas absortas: el tono de un h um or indefendible y con algo
de terrible, de tu rb io que extravía, estruja y destiñe la tela de las
palabras... (Además del to n o de los poemas, su “a rienda suelta” ,
su sim plicidad, su extravagancia verbal, pero el habla real es más
flexible y agota la posibilidad.) Los diálogos de películas dan una
id ea más exactamente insidiosa de esa manera de se r-ta n lejos de
la filosofía com o el pájaro del papel (en este instante se m e desvía
la vista de m is propias páginas...). Pero un personaje de la panta­
lla no puede estar anim ado p o r la m ism a pasión que el personaje
de Prévert, para quien el h u m o r es el único medio de evitar el
error. Q uiero decir el error de sentim ientos que no son nada salvo
sentim ientos de lo que es.
[E l hom bre cuyos sentim ientos se lim ita n a lo que él mis­
mo es, no es lib re . Si vo lu n ta ria m e n te perm anece ajeno al res­
to del m u n d o , no puede s u p rim ir ese resto, y ese resto lo
encierra. Si lo niega, es el p risio n e ro que niega los barrotes de
la p ris ió n d icie n d o que se queda en casa porque afuera llueve.
La lib e rta d no es o tra cosa que disponer plenam ente del ins­
tante presente (¿soy lib re si tengo algo que hacer?). Soy lib re
vivie n d o actualm ente, para u n ahora y no para u n más tarde.
Pero el insta n te que v iv o en el aislam iento aceptado, el del
m alhechor o el vicio so , com o u n fru to com id o en p ris ió n ,
tiene u n gusto a som bra húm eda y a rebajam iento. N o vivo
en el insta n te plena e íntegram ente sino con una c o n d ició n :
no ocultarles m i p le n itu d a m is sem ejantes.2 D ic h o de o tro

2 Es uno de los aspectos de la noción hegeliana de “reconocim iento” . M e


rem ito al estudio de A . Kojeve sobre Hegel, M a rx y e l cristian ism o (en C ritiq u e
n° 3 /4 , p. 339). Aprovecho la ocasión para decir que no sólo en este punto,
sino en general, m i pensam iento es trib u ta rio de la in te rp re tación del

39
Georges Bataille

m odo, m i in te g rid a d sólo m e pertenecerá si co in cid e con la


in te g rid a d de los demás. (N o de todos: sólo de aquellos que
com o yo saben que su in te g rid a d depende de la de los demás
—no de “ los que se llenan la boca...” , sino de “ los que no saben
qué d e c ir...” ) Pero la coin cid e n cia es a co n te cim ie n to ; y p o r
ello los sen tim ie n to s —los deseos, las pasiones, los goces, los
enojos y los demás estados intensos de la se n sibilidad , todos
los cuales son form as de v iv ir el in s ta n te - son los se n tim ie n ­
tos de lo que es, de lo que les sucede en general a los hom bres.
Ju n to a esas em ociones com unicables, el s e n tim ie n to de lo
que soy yo en m í mismo no solam ente se vacía, sino que se
anula. Si m e im a g in o , en épocas de carestía, encerrándom e en
una h a b ita c ió n para com er solo u n gran pedazo de ja m ó n ,
cualquiera sea su in tensida d el se n tim ie n to que experim enta­
ré sería in c o m u n ic a b le (sería com o si no existiera). O lo que
se co m u n ica ría a p a rtir de m i s e n tim ie n to sería u n m alestar,
ta n to m ayor en la m edida en que el o tro evalúe la inte n sid a d
de lo que le fue negado (en razón de la negativa a c o m p a rtir el
ja m ó n ). E l se n tim ie n to de lo que es, si describo ahora el p u n ­
to de vista del o tro , sería el m alestar y la aversión que en gene­
ra l provoca ese acontecim iento: el consum o s o lita rio , en plena
carestía, de u n gran tro zo de cerdo. C la ro que puedo e scrib ir
una canción que diga: Todo el m undo tiene ham bre menos yo,

hegelianismo que durante varios años expuso Alexandre Kojéve en un curso


de gran repercusión en la Escuela de A ltos Estudios. D ich a interpretación,
que acorta las distancias entre Hegel y M a rx (su autor es marxista y al oírlo
se podría llegar a pensar que también Hegel lo es), tiene además el interés de
ser un planteo o rigina l y posiblemente su im portancia sea decisiva. D ich o
curso, o al menos su esquema, aparecerá próxim am ente en las ediciones de
la N . R. F. con el títu lo de In tro d u c c ió n a la filo s o fla de H egel. [En español
dicha obra se editó a comienzos de la década de 1970, en tres volúmenes de
la e d ito ria l La Pléyade que se titulaban L a d ia lé c tic a d e l am o y e l esclavo en
H egel, L a concepción de la antropología y e l ateísm o en H ege l y L a d ia lé c tic a de
lo re a ly la idea de la m uerte en Hegel. (N . de T.)]

40
D e la edad de p ie d ra a Jacques P révert

me como yo solo un ja m ó n ... Pero ocurre que al cantar lo que


no se puede cantar, al com unicar lo incom unicable, haciendo
alarde de una a c titu d h ip ó c rita “ hago ver” no el cerdo com ido
sino al cerdo que com e. S in duda alguna la cuestión capital
para cada uno de nosotros es pasar, en el plano de la existencia
en el instante, del se n tim ie n to de lo que uno es al sen tim ie n to
de lo que es -separar lo que es sensible (cautivador, absorben­
te) para el hom bre aislado del p ró jim o (encerrado) y aquello
que lo es para e l hom bre ilim ita d o , el ú n ico lib re . A lo cual
apunta la poesía que, en la m edida de lo posible, nos despier­
ta a lo sensible ilim ita d o ... Pero ta l vez la poesía nos engañe.
Las posibilidades de e rro r en la búsqueda de la pasión que
arrebata y de la intensa lib e rta d del m om ento presente se dan
en la ausencia de lím ites, sin la cual el in te n to de despertar a lo
sensible fracasaría. C laro que la peor poesía desborda los lím i­
tes que le adjudicaba al que com ía cerdo. Los efectos de cierta
sensiblería no dejan de ser parecidos a los que anuncia el tem a
de m i canción. La diferencia se debe a la in ic ia tiv a del poeta...
A unque poco im p o rta que lo sensible evocado afecte a m u ­
chas personas - s i los afecta de ta l m anera que el lím ite de sus
em ociones se revele de in m e d ia to . ¡La poesía de E m m anuel
tiene tantos a d m iradores!... N o obstante, está hecha con el
m ism o m a te ria l que m i canción. E l e rror, p o r supuesto, es
posible en am bos sentidos: pero m i o p o rtu n id a d de encon­
tra r lo ilim ita d o , de desem barazarm e de m i lím ite (de la per­
sona consistente que soy) no es ta l que deba d u d a rlo m ucho
tie m p o . D e todas m aneras, com o ya d ije , el h u m o r es el
único m edio de e v ita r e l error, ¿y acaso lo que está en juego
te n d ría m enos im p o rta n c ia para nosotros que la búsqueda
de la gracia para el cristiano? Por o tro lado es c ie rto que el
h u m o r tro p ie z a con la com placencia; y la m ayoría de las
veces, com o la poesía, tie n e lím ite s , o es un ju e g u ito sucio.

41
Georges B ataille

Pero no podem os extraer de a llí la razón para carecer de h u ­


m o r más que de poesía.]
U na de las aversiones más profundas de Prévert es la que lo
enfrenta a la idea de grandeza, a los que hablan de grandeza. E l
m ism o Nietzsche escribió: “ Si alguien aspira a la grandeza, revela
lo que es. Los hom bres de la m ejor índole aspiran a la peque-
ñez.” 3A m enudo escuché a Prévert expresar la m ism a idea. Y si
hay que reconocerle a N ietzsche que lo señalara, confesaremos
además que no existe nada más hum ano. Lo digo para in d ica r
qué pasión y qué grado de pasión están ligados al h u m o r de
Prévert. M e parece que hace perceptible un celo m u y estricto
ante la posibilidad hum ana: a llí entra todo el h u m o r del m undo;
y lo que frecuentem ente consideramos contrario al hum or, la
am istad. N o conozco nada que en el m ism o orden de ideas,
liq u id a n d o m ontones de escritos, aclarando lo que es, se aleje
más de una búsqueda de grandeza que estos versos de “ Casi” :

...la fe lic id a d que no piensa en nada...


...la desgracia que piensa en todo...

Procuraré ahora in d ic a r más precisam ente lo que tra n sfo r­


m a a estas Palabras en hijas y am antes del acontecim ien to.
A lgunas de ellas, la “ Cena de cabezas” , “ E l garrote en el aire” ,
entre otras, tie n e n u n sentido abiertam ente p o lític o , co m u ­
nista, a n tic le ric a l... “ E l orden nuevo” es u n poem a de resisten­
cia. “ E l Lam ento de V in c e n t” es la h is to ria de Van G ogh que
lle va com o regalo su oreja cortada a un bu rd e l. “ Ese am or” es
u n poem a de am or. E tc. Pero las páginas sin o b je to tie n e n
ta m b ié n u n sentido: y com o no está claram ente p re m e d ita ­
do, es sin duda más im p o rta n te .

3 W erke, ed. M usarion, X I I , p. 309.

42
D e la edad de p ie d ra a Jacques Préverr

“ In v e n ta río ” en p rin c ip io no tiene pies n i cabeza:

U na p ie d ra
dos casas
tres ruinas
cuatro sepultureros
un ja rd ín
flores

un mapache

una docena de ostras un lim ó n un p an


un rayo de sol
un m a r de fondo
seis músicos
una p u e rta con su felpudo
un tip o condecorado con la legión de honor

otro mapache

un escultor que esculpefig u ra s de Napoleón


la flo r que se llam a pensam iento
dos amantes en una cama grande
un recaudador de impuestos una s illa tres pavos
un eclesiástico un fo rú n cu lo
una avispa
un riñ ó n flo ta n te
una caballeriza de hipódrom o
un h ijo indigno dos hermanos dom inicos tres
langostas una reposera
dos mujeres de la vida un tío C ipriano
una m ater dolorosa tres padrazos dos casimires del

43
Georges B ataille

Señor Seguin'
un taco L u is X V
un silló n L u is X V I
un escritorio E nriq u e IId o s escritorios E nriq u e I I I
tres escritorios E n riq u e I V
un cajón desajustado
un o villo de h ilo dos alfileres de gancho un señor
m aduro
una v ic to ria de Sam otracia un contador dos
ayudantes de contaduría un hombre
de m undo dos cirujanos tres vegetarianos
un caníbal
una expedición co lo n ia l un caballo entero una
m edia p in ta de buena sangre una mosca tsé-tsé
un langostino a la americana un ja rd ín a lafrancesa
dos m anzanas a la inglesa
unos binoculares un lacayo un huérfano
un p u lm ó n de acero

un día de g lo ria
una semana de bondad
un mes de M a ría
un año te rrib le
un m in u to de silencio
un segundo de distracción
y...

cinco o seis mapaches4


4 En el original, deux chevres de M o n s ie u r Seguin (literalm ente: “ dos cabras del
Señor Seguin” , que es un m odo de referirse a un tejido hecho con pelo de
cabra), alude a una frase de Alphonse Daudet ( Q u e lle ¿ ta itjo lie la p e tite chevre
de M . S eguin!, que puede entenderse irónicam ente a la vez que como un
comentario sobre la ropa del citado señor). (N . de T.)

44
D e la edad de piedra a Jacques Prévert

Etc. ¿Es abusivo “ver” a través de estas líneas “ lo que es” ?


¿Acaso no es, com o en la Cena de cabezas o E l garrote en el
aire, el m u n d o actual, im posible y estúpido, im posible y cruel,
im posible y falso? O bsesionante, a tib o rra n d o la vista ... de
m odo ta l que sólo u n juego poé tico im placable con las pala­
bras puede “ hacerlo ver” ... (al m enos así podem os “ve rlo ” , y
no analizarlo, “ve rlo ” hasta no poder m ás...)
Lo m ism o sucede en Cortejo (al ig u a l que In ve n ta rio , Cor­
tejo es u no de los más bellos poemas que existen)5.

U n viejo de oro con un re lo j de lu to


U na reina de trabajo con un hom bre de In g la te rra
Y unos trabajadores de la p a z con unos guardianes del m ar
U n húsar que paga con e l p ato de la m uerte
U na víbora de café con un m o lin illo de cascabel
U n cazador de cuerda flo ja con un e q u ilib rista de cabezas
U n m ariscal de espuma con una p ip a en retiro
U n mocoso de tra je negro con un gentlem an de osito
U n com positor de horca con una carne de música
U n recolector de conciencia con un d irector de colillas
U n a fila d o r de C oligny con un a lm ira n te de tijeras
Una m onjita de Bengala con un tigre de Saint-Vincent-de-Paul
U n profesor de porcelana con un restaurador de filo so fía
U n inspector de la Mesa Redonda con unos caballeros de la
C om pañía de Gas de París
U n p a to en Santa H elena con un Napoléon a la naranja
U n cuidado r de Sam otracia con una victo ria de cementerio
Un remolcador defa m ilia numerosa con un padre de alta m ar
U n m iem bro de la próstata con una h ip e rtro fia
de la Academ ia Francesa

5 O tros poemas no son menos logrados: ¿cómo no citar L a trilla d o ra . E l


mensaje. Las apuestas tontas y el más maravilloso, L a pesca de la ba lle na ?

45
Georges B ataille

U n gran caballo in p a rtib u s con un arzobispo de circo


U n inspector a la gorra con un cantante de óm nibus
U n médico m alcriado con un niño odontólogo
Y e l general de las ostras con un a b rid o r de Jesuítas.

Recuerdo que cuando apareció “ C o rte jo ” , p ublicad o en la


revista A cción, al com ienzo de ese año, un am igo que había
p erdido su ejem plar recuperó de m em oria para m í la m ayor
parte del poema. Y p o r aquellos días estaba de más preguntarles
a las personas que uno encontraba si habían leído “ C o rte jo ” .
S in n ingun a duda, en poemas com o “ In ve n ta rio ” o “ C o rte jo ”
hay un encanto que estim ula m ucho más allá de la sim ple p ro ­
vocación de un ataque de risa. E l m étodo poé tico es sim ple:
deriva de las técnicas del surrealism o. Es una fo rm a del auto­
m a tis m o : el e le m e n to p o é tic o es p ro p o rc io n a d o p o r
acercam ientos, hallazgos im previstos, que excluyen el cálculo
y la co n stru cció n . ¿Elem ento poético? S in duda... Pero “ in s­
pe cto r de la M esa R edonda” , “caballero de la C om pañía de
Gas” , ¿no son más b ie n lo c o n tra rio de la poesía, no vuelven
rid ic u la la d ig n id a d de la poesía? E l m ism o acontecim iento —la
hum a n id a d in h u m a n a , vu lg a r y p ro sa ica - es en p rin c ip io lo
más alejado de la poesía. E l se n tim ie n to de lo que es, de la
hum anidad inhu m a n a ... no deja de ser grita d o de m anera que
em briague: el g rito re m ite al juego en un deslizam iento raudo
y com o in fin ito . N o tiene nada en com ún con el desenfado de
las caricaturas: esa rem isión es el efecto de la poesía. S urgida del
aco n te cim ie n to cuyo g rito co n stitu ye , la poesía, al acentuar
ese g rito y a p a rtir del asom bro que la h icie ra surgir, accede al
extrem o de la e m o ció n posible.
Pero en verdad resulta d ifíc il com prender cóm o la d e n i­
gración de la poesía produce un efecto poético. Q uizás las
ideas consagradas y algunas fórm ulas vacías tom adas del vo -

46
D e la edad de p ie d ra a Jacques P révert

cabulario de la “m entalidad m oderna” resolverían la cuestión.


N o obstante, hay una diferencia más: la presencia del aconte­
cim ie n to . Pero si renunciam os al tanteo verbal, si p o r el con­
tra rio pa rtim o s del p ro p ó sito de hacer consciente lo que sería
la operación poética, resulta que la d ific u lta d fu ndam en tal es
de tal naturaleza que p e rm itirá avanzar en la com prensión de
lo que es la poesía. A u n q u e para ello es preciso ir al fo n d o de
las cosas.
Según lo que expuse, la poesía es u n g rito que hace ver,
que revela lo que de o tro m odo no veríam os: en efecto, ince­
santem ente debem os calcular y conocer -s a b e r- con m iras a
actuar. Q u isie ra m ostrar ahora que ese poder de la poesía no
se d io de una vez y para siem pre. Lo que antes pudo hacer ver
es justam ente lo que luego lo im p id ió . D e in m e d ia to p e rc ib i­
mos que la poesía es ta m b ié n la enem iga nata de la poesía: al
nacer se aparta de la poesía m ezclando el deseo de perdurar
con el g rito . E n tre el hom bre -q u e g rita —y el acontecim iento
-q u e es- usualm ente se in te rp o n e el lenguaje, cuya generali­
dad y cuyo carácter in m a te ria l están en el m ism o n iv e l que la
perduración, lo in m u ta b le y lo académ ico. Esa es efectiva­
m ente la m ise ria de la poesía, que al servirse de palabras para
expresar lo que ocurre tiende a ahogar el g rito de una em o­
ción presente bajo la máscara de un rostro de museo. A l g rita r
el instante suspendido, debido a que el orden conm ovedor de
las palabras lo sobrevivirá, la poesía tiende a expresar sólo un
sentido perdurable: lo fija en una solem nidad fúnebre.6 Pero
no solam ente el carácter in m u ta b le de las palabras aleja a la
poesía, in clu so antes de que sea form u la d a , de su o b je to -d e
la em oción gritada, presente y perecedera-, separa además una

6 En el sentido del grito, nada resulta en el fondo más antipoético, n i más poético
en el sentido fiinebre, que E l lago de Lamartine; por el contrario, la trivialidad de
los relatos de Kafka libera una intensidad actual del acontecimiento.

47
Georges B ataille

lengua sagrada del lenguaje c o tid ia n o , las palabras nobles del


voca b u la rio com ún. Y al consagrarlas a la in te n c ió n elevada
de conm over, u tiliz a lentam ente su va lo r conm ovedo r y les
q u ita sin duda alguna u n poder que se había p re te n d id o en­
grandecer to d o lo posible.
T ra ta n d o de m o stra r el efecto poético logrado p o r estos
textos de P révert, no dudaría en rem ontarm e desde nuestra
época—época de “ directores de c o lilla s” , de “ restauradores de
filo s o fía ” - hasta la época de los balbuceos de la hum anida d.
(D e b o d e cir que m i pretensión no es fá c il de defender; y es
m enos adm isib le si pienso que la idea que tengo de esos bal­
buceos proviene no ta n to de una lectu ra de Spencer y G ille n 7
cuanto de reflexiones desordenadas -q u e incluso concuerdan
en algún sentido con los recuerdos generales de m is conversa­
ciones con P révert, más desordenadas a ú n ...) Establecer una
re g ularida d en el m u n d o , fa b rica r ute n silio s, cazar anim ales
para com er, en una palabra re d u c ir lo que nos rodea (lo que
conm ueve de todas las form as posibles) a objetos ú tile s (que
no son conmovedores sino subordinados, cuyo sentido se re­
duce a esto sirve p a ra ...), no podía efectuarse sin tropiezos.
N o sólo es d ifíc il, sino que hacerlo es d e s tru ir sin cesar un
lazo em ocional que nos v in cu la inm ediatam ente con esas otras
potencias que son los anim ales, los vegetales, los m eteoros...
y los demás hom bres. N o supongo que nuestros ancestros
fueran z o ó filo s...: com ían anim ales sin re m o rd im ie n to s. Pero

7 N o obstante, debo precisar que la teoría del sacrificio que esbozo aquí parte
de un análisis de los elementos del in tic h iu m a de los australianos que diera a
conocer la famosa obra de Spencer y G illen. El in tic h iu m a es un em brión de
sacrificio entre los menos avanzados de los supuestos “p rim itivo s” . Conside­
ré el in tic h iu m a como una conducta elemental, menos fa m ilia r que la del
sacrificio, teniendo en vista determ inar cuál sería la generalidad en las con­
ductas arcaicas del hom bre con respecto a los objetos (cuyo estudio no
puede ser separado del estudio de las conductas con respecto a las palabras).

48
D e la edad de piedra a Jacques Prévert

com er no es c o n v e rtir to ta lm e n te en obje to , com er no p riva


al a lim e n to de v a lo r sensible: en el m om ento en que com e­
rnos los m anjares se d irig e n al deseo. Sólo la a c tiv id a d del
hom bre h izo del anim a l una cosa - “ cupo sentido se reduce a
esto sirve p a ra ...” . Y la p riv a c ió n de va lo r sensible, p o r más
que uno se rem onte en el tie m p o , era efectuada para envile­
cer. en todos los tiem pos fue grave m atar, pero fue más grave
envilecer o profanar. Lo que afectaba los sentidos era noble - o
m a ld ito . La a ctivid a d co tid ia n a , u tilita ria , al re d u c ir al va lo r
de uso, envilecía. A sí la poesía, g rita n d o y cantando en el g ri­
to el extrem o de la em oción, debía alejarse del m undo vu lg a r
cuyos objetos no podían suscitar el deseo.8 H asta nuestros
días la poesía em pleó palabras nobles, distin ta s de las que se
u tiliz a b a n en el orden vu lg a r m ancilla d o de servilism o (onda
p o r agua, corcel p o r caballo). Pero las sim ples sustracciones y
apartam ientos de la poesía clásica tienen poco sentido al lado
del sa crificio . Parecerá extraño para nosotros, pero según to ­
dos los in d ic io s los hom bres de los tiem pos más rem otos no
dejaron de se n tir m alestar ante la reducción que su activid a d
calculadora le im p o n ía al m u n d o sensible. Esa a ctivid a d va­
ciaba al m u n d o de poesía, al m enos del elem ento que se con­
v e rtiría en poesía (pues transform aba los valores sensibles en
valores de uso); pareció necesario obvia rlo , aunque sólo fuera
p o r una razón: lo que actualm ente nos parece poético era al
m ism o tie m p o p e rcib id o com o peligroso, com o sagrado. D e
a llí la necesidad del sa crificio , que le devuelve al m u n d o de la
sensibilidad una parte de los valores útiles. Si había que arre­
batarle los objetos de la a c tivid a d p ro d u c tiv a a u n m undo *V

Esta manera de ver se opone en apariencia a una “ interpretación económica” ,


V pero sólo para volver a ella. U na vez hecho ese desvío, la misma actividad
poética puede reducirse a consideraciones económicas. Procuraré mostrarlo
en otra oportunidad.

49
Georges B ataille

amenazante de m ito s (de m isterios) y de fiestas (de gastos que


exceden la u tilid a d ), al m enos se debía d e s tru ir solem nem en­
te algunos de esos objetos con el fin de apaciguar al p ro p ie ta ­
rio p e rjudicad o. E sto no es ta n d ifíc il de com prender para
nosotros: el m u n d o del m is te rio fia p e rd id o su oscuridad;
com o d ije antes, no es más que el d o m in io de la sensibilidad
o, si se quiere, del interés lim ita d o a l instante mismo. C om o
nuestros ancestros, debem os arrebatarle los objetos de la acti­
v id a d p ro d u c tiv a al interés p o r el instante mismo. Pero nues­
tros ancestros reservaban ritu a lm e n te una parte: el sa crificio ,
en u n breve instante de angustia, arrojaba al v ie n to la riqueza
que la preocupa ción p o r el fu tu ro h u b ie ra aconsejado aho­
rrar. E ra lo c o n tra rio del a horro (sobre to d o de la acum ula­
ció n capitalista).
E videntem ente, parecerá extravagante p a rtir de una in s ti­
tu c ió n “ cle rica l” para situ a r la poesía—y en p a rtic u la r los poe­
mas de Prévert. S in em bargo, creo que la oscuridad del deba­
te que concierne a la poesía se debe al corte en dos —en arte y
en re lig ió n - del d o m in io de la sensibilidad . D e todas m ane­
ras, ta n to u n s a c rific io com o u n poem a sustraen am bos la
v id a de la esfera de la a ctivid a d , am bos hacen ver lo que en el
o b je to tiene el poder de e xcita r el deseo o el h o rro r. E l proce­
d im ie n to h a b itu a l del s a c rific io es la m uerte. Fue la m uerte
ritu a l de seres hum anos lo que reveló plenam ente el carácter
suspendido e ilim ita d o de nuestra v id a que se im p o n e a la
sensibilidad . L o que llam am os naturaleza hum ana, que im ­
p lic a una m anera de sentir, quedó determ inada en el m om en­
to en que la ejecución del hom b re dejó de ser tolerable (lo
que le puso fin a la costum bre). Pero el sa crificio ilu m in a con
el fu lg o r excesivo del insta n te no solam ente a la v íc tim a viva:
lo que revela además la m uerte a la sensib ilid a d es la ausencia
de la víctim a . E l rito tiene la v irtu d de fija r la “atención sensi-

50
D e la edad de p ie d ra a Jacques P révert

ble” en el ardiente m o m e n to del pasaje: donde lo que es deja


ya de ser, o lo que ya no es más, para la sensibilidad, es más de
lo que era. Gracias a ello la v íc tim a escapa p o r co m p le to al
e n vile cim ie n to y es d ivin iza d a . Lo que sig n ific a que ya no es
reductible a las m edidas hum anas que re m ite n los objetos a
su uso. Lo d iv in o , lo sagrado que el s a crificio hace ver, d ifie re
de lo poético: provoca u n h o rro r tem eroso, lig a d o a la a cti­
tu d h u m illa d a . Pero es en cuanto in d ife re n cia d o , d isp o n ib le
y sin lím ite s (sin poseer u n d o m in io p a rtic u la r) que lo p o é ti­
co se opone realm ente a lo sagrado, no en cuanto esencia se­
parada. E l uso poético de las palabras, que se lim itó en p rim e r
lugar a la acentuación sonora cuyo á m b ito íes daba la capaci­
dad de evocar sensiblem ente, no estaba reservado com o la
destrucción ritu a l de objetos a fines precisos, serios y o b liga­
torios. Pero p o r más diversos que sean sus fines aparentes, p o r
lim itadas que sean las técnicas p rim itiv a s , la poesía no deja de
buscar el m ism o efecto que el sa crificio , hacer sensible y lo
más intenso posible el co n te n id o del insta n te presente. Lo
poético -ca p rich o so , desconsiderado, ardiente y p ro te ifo rm e -
no deja de ser de alguna m anera sagrado —paralizador, que
in m o v iliz a e im p o n e en u n gran silencio una obligación que
aterra. Y así ta m b ié n lo sagrado es poético. Lo que se ofrece
con fuerza a la sensibilidad, sustraído de las operaciones de la
inteligen cia, siem pre es en parte sagrado, en parte poético.
C iertam ente, la m ism a exigencia de la poesía la abre a to ­
dos los ám bitos; y en el orden del ritm o , si se quiere, entran
las intenciones más vacuas (existe incluso una poesía d id á c ti­
ca). Es la c o n d ic ió n de la lib e rta d . E l elem ento de m uerte que
le otorga al s a crificio un poder tan grande puede pertenecer a
la poesía, pero sólo libre m e n te . E l tem a proviene del exterior.
Y com o el deseo de despertar la sensibilidad apela al ritm o , el
ritm o apela a los temas trágicos - o épicos o e ró tic o s - que

51
G eorges B ataille

tie n e n en cuenta la d e strucción. S in la cual no habría poesía


en el sentido más fu e rte del té rm in o . La destrucción no es
m enos necesaria para la poesía que para el s a crificio , pero la
poesía la efectúa sin coacción, ¡ya que en ocasiones puede ser­
v ir para la exposición de conocim ientos! E l sentido de la pala­
bra poético no es menos grave: contiene un elem ento de m uerte
o de supresión, que sólo es dudoso a raíz de una naturaleza
equívoca inherente a d ich o elem ento. D ije que la m atanza
sa crificia l revelaba la ausencia de la víctim a . ¿Acaso la ausencia
sería finalm ente ese contenid o del instante que el sacrificio o la
poesía “ hacen ver” ?M i proposición tiene el irrita n te aspecto de
una paradoja; y parece anunciar una filo so fía funebre. Pero a
d ecir verdad la cuestión no es d ifíc il n i triste. Es fá c il a d v e rtir
que u n objeto propuesto a nuestra atención, en ta n to que es ese
objeto d istinto , asociado a las posibilidades de p ro d u c irlo y de
usarlo, se d irig e a la in te lig e n cia práctica. Si veo u n caballo en
un establo, veo “el anim al que los hom bres dom an y ensillan” .
E n la m edida en que se destruya o se atenúe ese carácter d is tin ­
tiv o , la visió n del anim a l afectará m i sensibilidad. Sacan el ca­
b a llo del establo, lo llevan al m atadero... Para el carnicero, es
una cantidad de carne a ta n to el k ilo vivo (lo que bloquea la
sensibilidad y le p e rm ite actuar), pero para m í “el anim al que
los hom bres dom an y ensillan” p o r el co n tra rio ha desapareci­
do: siento una presencia al borde de un abism o (del agujero
que es la ausencia). Ese sentim iento difiere de la sensiblería razo­
nada sobre la m uerte (la m uerte ta l cosa..., la m uerte ta l o tra ...).
La m atanza del caballo es su supresión com o objeto d is tin to : el
caballo que m uere ya no es com o “el anim al que los h o m ­
bres...” algo d is tin to a m í. La supresión de ese objeto p o r su
m uerte es la supresión de una barrera entre “ el a n im a l...” y yo:
está ahí lo m ism o que yo: com o yo, presencia al borde de la
ausencia. Ya no subsisten u n sujeto n i u n objeto d istin to s. E n

52
D e la edad de p ie d ra a Jaeques P révert

otros térm inos, el objeto —com pletam ente ajeno a m í—me tras­
cendía {me trasciende quiere decir que es completamente ajeno a
mi)'- la supresión de un objeto trascendente revela la inm anen­
cia, una realidad que m e es inm anente, de la cual no estoy clara
y distintam ente separado. E l despertar de la sensibilidad, el paso
de la esfera de los objetos in te lig ib le s - y u tiliz a b le s - a la excesi­
va intensidad es la destrucción del objeto com o tal. Por supues­
to, no se trata de lo que com únm ente llam am os la m uerte (y el
sacrificio en d e fin itiv a es a pesar de todo u n elogio torpe de
ella); en cierto sentido es lo co n tra rio : sólo para el carnicero un
caballo ya está m uerto (carne, un objeto). E n el m undo del
instante, nada está m uerto, absolutam ente nada, aun cuando
sólo la presión in fin ita de la m uerte tenga el poder de arrojar­
nos a llí en u n salto. N ada está m uerto, nada puede estarlo. N o
más diferencia, n in g ú n cálculo que hacer: una calm a chicha, la
a m p litu d de un vie n to v io le n to en pleno cielo, donde la fe lic i­
dad no piensa en nada...
Ese m om ento de p le n itu d del instante, cuando el o tro ya
no es “d is tin to a m í” , cuando ya no soy “d is tin to a él” , es
sufrido en el sa crificio , m ientras que en la poesía, si lo alcanza,
puede ser deseado. Pero la poesía es lib re y no solam ente pue­
de alejarse de él, sino que puede alcanzarlo aterrada, com o lo
alcanza el sacrificio . La poesía trágica, donde el tem a in tro d u ­
ce la destrucción, es en m uchos aspectos una fo rm a de sacrifi­
cio. C uando Fedra m uere d icie n d o :

Ya está llegando e l veneno a m i corazón


Y en el corazón que expira arro ja un fr ío desconocido;
Ya sólo puedo ver en medio de una nube
E l cielo y a l esposo que m i presencia u ltra ja ;
L a m uerte va escondiendo la c la rid a d en m is ojos,
Y le devuelve a l d ía m ancillado toda su pureza.

53
Georges B a taille

resulta m olesto que u n m om ento de co n fu sió n tan deseable


sea el efecto de una fatalidad . Pero la poesía no está lim ita d a a
ello.. Si leo:

...qué dios, qué segador del eterno verano


H a b rá dejado a l irse descuidadamente
Esta hoz de oro en el campo de estrellas...

el o b je to ve n d id o en las ferreterías es vu e lto s u til p o r la m etá­


fo ra , perdido en una in fin itu d d iv in a . Pero el elem ento oscu­
ro ha desaparecido. C uando el elem ento de destrucción ya no
es p ro p o rcio n a d o p o r el exterior, en el tem a —cuando la poe­
sía no es solam ente m o v im ie n to sonoro, si el juego verbal
efectúa p o r sí solo una supresión de los objetos com o tales,
esta ya n o es una abrum adora fa ta lid a d sino una exuberancia
deseada, una m area rá p id a que arrastra los lím ite s . N o es el
cielo aterrador (que a n iq u ila al hom bre), sino la transparencia
in fin ita del hom bre que p o r el c o n tra rio se representa (se re­
conoce) en la transparencia in fin ita del cie lo . E l dios a lu d id o
no es en efecto nada más que el hom bre m ism o; y la c o n fu ­
sió n insensata de las estrellas con el c u a d rilá te ro lim ita d o de
u n cam po sólo d iv in iz a al h o m bre p o r una supresión de sus
co n to rn o s, si el hom bre con lím ite s sim ilares a sus cam pos es
q u ie n n o m b ra a u n dios. Y no m e cabe duda de que ese desli­
zam iento de la poesía “ hace ver” en el fo n d o del cielo lo que
soy (m i presencia en el borde del abism o que un g rito revela
en el instante).
D e a llí surge la m iseria, a p a rtir de los m ism os té rm in o s
(dios, o ro ) de los que se sirve el poeta, que hace que lo poético,
al ig u a l que lo sagrado, o rig in a d o en una supresión de los
objetos com o tales y siendo esencialm ente tra nsform ación, se
tra n sfo rm e fin a lm e n te en o b je to , sustraído sin duda del uso

54
D e la edad de p ie d ra a Jacques P révert

Vulgar, pero con el carácter perdurable del objeto. N ada es


más esencialm ente perecedero que lo sagrado o lo poético, que
poseen al m ism o tie m p o la p le n itu d y la inasible brevedad
del instante. Pero los m om entos sagrados y poéticos, que m ue­
ren, dejan tras su desaparición diversos residuos. N o solam ente
la m em oria hum ana perm ite su repetición (se establece la cos­
tum bre, el poem a se escribe), sino que objetos sagrados y
poéticos s o lid ific a n aquello que ro m p ió la solidez. T al es el
sentido de entidades com o los dioses o D io s; y ta m b ié n el
sentido de las im ágenes y las convenciones “poéticas” . L o sa­
grado resurge de la destrucción de u n objeto que el s a crificio
d iv in iz a en p rim e r té rm in o ; pero en u n segundo n iv e l u n sa­
c rific io no solam ente destruye el m ero objeto: el to ro in m o ­
lado ya no es solam ente ese anim a l, im p lic a d o en la acción
p ro d u c tiv a del hom bre, tam bién es el dios. La destrucción
sa crificia l m ata al dios así com o al anim al, y la m uerte del
obje to -d io s no es m enos exigida que la del a n im a l-o b je to . E l
dio s-o b je to , al ig u a l que el a n im a l-ú til, es un obstáculo para
el se n tim ie n to intenso del instante. (E n toda ocasión en que
la em oción religiosa es deseada p o r sí m ism a, se v in c u la con la
m uerte de la d iv in id a d .) Y así com o lo sagrado está c o n d ic io ­
nado p o r la supresión del objeto-sagrado, del m ism o m odo
la poesía está condicionada p o r la supresión de la poesía. Pero
la p o sib ilid a d del sa crificio es lim ita d a : si el m ecanism o ritu a l
garantiza su renovación, se adhiere a la sustancia d iv in a y per­
manece encerrado en el tem or. E l s a crificio que m ata al dios
n o tiene o tro efecto que lo sagrado, y pasado el in sta n te de
confusión se fija de nuevo... M ie n tra s que la poesía, que no
está atada de antem ano a nada, puede d e s tru ir sin descanso,
disponie ndo siem pre de cam inos im previsibles.
A sí la poesía de Jacques P révert no es poética com o una
obra de B oileau, que sólo lo es en razón de las rim as y la

55
Georges B ataille

m étrica (aunque acata p o r cierto lo que los “m odernos” conser­


varon de las viejas convenciones —algunas disposiciones tip o ­
gráficas). Es poesía porque en sí m ism a ejecuta ásperamente la
ru in a de la poesía. Las palabras en “ C o rte jo ” son destruidas
p o r u n p ro c e d im ie n to de asociación a rb itra ria , sustituyendo
al profesor y la porcelana de la v id a activa p o r la confusión de
u n profesor de porcelana. U n café de cascabel, u n reloj de lu to
hacen estallar de la m ism a m anera unos objetos definido s p o r
su uso. C o n una va ria n te (el in te rc a m b io riguroso de los
com plem entos entre dos parejas de palabras), es el procedim iento
que ilu s tra n los rieles de bofe de vaca y las locomotoras deplum as
de avestruz de R aym ond Roussel (es sabido que el m ism o
Roussel era guiado en sus hallazgos p o r una determ inación r i­
gurosa, exterior al tem a). Pero lo peculiar de las asociaciones de
Jacques Prévert es una evidente facultad de apabullar. Nada más
bruscam ente antipoético; lo noble se envilece: el gendeman que
lle va puesto un osito , el m ariscal de espum a, el general de las
ostras. Por o tra parte, la enum eración forzada de “ In ve n ta rio ”
pone al objeto patético en el ropavejero (victoria de Samotracia
y d ía de g lo ria , año te rrib le y m ater dolorosa...). T am bién el
ritm o “recorta sus alas” tom ando radicalm ente el cam ino con­
tra rio al vuelo poético. D e ese m odo pareciera que el elem en­
to m ism o de la poesía es alcanzado directam ente p o r una des­
tru c c ió n de lo que nos fue o fre c id o com o poesía. Y esa des­
tru c c ió n de segundo grado no deja de ser u n m étodo in m e ­
d ia to capaz de “ hacer ver a causa de la confusión que resulta
del rebajam ien to de “ In v e n ta rio ” aparecen una piedra, unas
flores, u n p an, u n rayo de sol... L o que revelan esos poemas
debe ser precisado de nuevo. D ije que eran la expresión de un
a c o n te c im ie n to , que es el m u n d o actual con sus valores
repudiables. Pero ese m u n d o es m alvado; y si unos poemas lo
revelan, lo que “ hacen ve r” es aquello que no podem os amar.

56
D e la edad de p ie d ra a Jacques P révert

£n verdad, la sociedad actual es vulgar, hecha de fugas del


hom bre ante sí m ism o, y se d is im u la bajo un decorado. Pero
la poesía que evoca esa sociedad no se lim ita a describ irla : es
su negación. L o que en verdad “ hace ver” no es el húsar de la
m uerte, n i el arzobispo in partibus, es la ausencia de húsar y la
ausencia de arzobispo. E l húsar o el arzobispo, que represen­
tan la form a actual y falsa de la vida, interceptan la luz: para la
poesía no dejan de ser u n obstáculo así com o la activid a d
profana, interesada, lo era p rim itiv a m e n te para la conciencia
de lo sagrado. Si he sido claro, lo poético puede reducirse a
esa “igualdad d e l hom bre consigo m ism o” que tan gravem ente
expresó H u g o cuando u tiliz ó un dios para a rro ja r la hoz a
través de las estrellas. Pero en ta n to que le revelan al hom bre
su pro p ia m e n tira , u n “arzobispo de circo” o u n “p ato de la
m uerte” expresan ta m b ié n esa “ igualda d” . Lo m ism o sucede
con una piedra., unas flores, u n p an, u n rayo de sol.

57
T ó m e l o o d é je lo

A René C har

Tengo la inquebrantable convicción de que, pase lo que pase,


aquello que -priva a l hombre de valor, su deshonra y su in d ig n i­
dad, prevalece en él, debe prevalecer sobre to d o lo demás, m e­
rece que to d o lo demás le sea subordinado y sacrificado si es
preciso.
D e todas m aneras, lo que es soberano es in d e fe n d ib le : lo
traicionam os queriendo defenderlo. Se to rn a entonces c o m i­
da para perros: aquello que constituye el valor del hombre, su
honor y su d ignida d, dice A n d re G ide.
N o hay en m í nada soberano salvo la ru in a . Y m i v is ib le
ausencia de su p e rio rid a d --m i estado de ru in a —es la m arca de
una in su b o rd in a c ió n ig u a l al cielo estrellado.
Q u ié n n o sabe que la soberanía de cada u no de nosotros,
análoga en esto al cielo estrellado, no tiene o tra expresión que
un silencio im p o te n te (un sile n cio v o lu n ta rio , in v io la d o , fo r­
m a parte del p a la b re río ).
La más necia vanidad : ese sile n cio que esconde algo más
que lo inconfesable.
U n silencio soberano: “Bailem os la capuchina... ” 1U n n iñ o 1

1 En francés, “D ansons la capucine ” es una ronda infantil, pero Bataille parece


aludir a una ironía con el térm ino capucinade que significa “discurso moralista
y banal” . (N . deT.)

58
T ó m e lo o déjelo

culpable: no hay obstáculo entre m i espejo —la inm ensidad de


la noche p ro fu n d a - y yo (que...).
Los am igos: la risa solapada, el agujero de atrás, el éxtasis,
la noche absolutam ente negra.
E l co m p le to desarreglo (el abandono a la ausencia de lím i­
tes) es la regla de una ausencia de com unidad.
La poesía, escrita o figurada, es el ú n ico g rito soberano:
razón p o r la cual conduce a esos servilism os de ilo ta s ebrios
de poesía.
N o le está p e rm itid o a cualquiera pertenecer a m i ausencia
de com unidad. D e l m ism o m odo la ausencia de m ito es el
tínico m ito in e vita b le : que colm a la p ro fu n d id a d com o un
\ iento que la vacía.

59
L a a m is t a d e n t r e e l h o m b r e y e l a n im a l

La bestialidad de una barraca, el tedio de las oficinas cargado


de pobre estupidez, la suficiencia hábilm ente velada de los seres
hum anos, lo agobiado e inconfesable que enuncia un perro fa l­
dero, en una palabra la huid a dispersa pero generalizada hacia
las m enores apariencias de escape... ¿ese es el resultado del in ­
menso esfuerzo?... H em os doblegado las fuerzas más rebeldes,
los animales y las aguas, las plantas y las piedras han respondido
a nuestros deseos. Pero en el colm o del poder sucum bim os a
u n in d e fin id o m alestar, nos escapamos: todo el trabajo de la
naturaleza del que disponem os se pierde en la afectada grosería
de unos, en el te d io y la com edia de otros. ¿Qué significan esos
recursos acum ulados, esos negocios, esos servicios? Pretende­
mos quedar a salvo no sólo de la necesidad sino de todo lo que
pertu rb a , sorprende o subleva; querem os e vitar los shocks que
nos revelarían súbitam ente a nosotros m ism os y nos igualarían
con la inm ensidad del universo. H em os reducido la naturaleza
a nuestro poder, pero nosotros m ism os, ju n to a las cosas redu­
cidas, term inam os pareciéndonos a las pavadas, a las golosi­
nas, a los registros. Podemos burlarnos, apartarnos de lo v u l­
gar y enorgullecem os, lo que recibe el nom bre de noble no es
m enos to rc id o que el resto: si la vu lg a rid a d se desvía de una
p o s ib ilid a d asum ida p o r la nobleza, la nobleza se ha escapado

60
■■ppr '

L a a m ista d e n tre el h o m b re y el a n im a l

del trabajo asum ido p o r los hum ildes y confunde el m iedo a


tener las m anos sucias con el o rg u llo . T odo se asemeja a una
danza pesadillesca: una m a ld ició n une al tru h á n con la gran
señora en la com ún in q u ie tu d de lo que es.
Ese “ser” o, m e jo r d ich o , lo desconocido en nosotros que
preferim os ver de soslayo, de m anera fugaz (de la m ism a
m anera que los ojos ven el fuego del sol), ¿acaso es en sí m is­
m o h o rrib le o irrita n te ? Posiblem ente. E l “yo soy” , el “ser” de
los filósofos es lo más n e u tro , lo más carente de sentido que
existe, con la blancura inocente del papel. U n lig e ro shock,
sin em bargo, lo convierte en frenesí: ese “ser” que se enfurece,
insensible a la calm a clara y d is tin ta que supo nom brar, al que
una súbita in d ife re n cia le suscita la p o sib ilid a d de torre n te , de
estallido y de g rito que él es, al m ism o tie m p o es la energía
que puede descargarse com o el relám pago y la conciencia de
peligros m ortales que resultan de las descargas de energía. Ser,
en el sentido fuerte, no es en efecto co n te m p la r (pasivam en­
te), tam poco es actuar (si p o r actuar renunciam os al com por­
tam iento lib re con m iras a resultados u lte rio re s), sino que es
precisam ente desencadenarse. A sí la m ayor parte del tie m p o
preferim os no saber nada y alejarnos tím id a m e n te de noso­
tros m ism os com o si estuviéram os ante rostros desfigurados.
Pero p o r esa m ism a razón nos afecta el desencadenam iento
que vem os, que no nos concierne, pero que nos hace saber
que podría concernirnos.

* * *

E l n iñ o a tó n ito que sobre adoquines bordeados de rieles ve


pasar con la velocidad de ü n rayo u n caballo desbocado, cuya
boca deja caer una baba blanca y al que los g rito s de las madres
siguen con escarnio, ha captado una im agen im bo rra b le del

61
Georges B ataille

desencadenam iento posible de los seres. E videntem ente, la


im agen no tiene m ucho sentido. E l n iñ o no puede insertarla en
el m undo de eficacia y de acción ordenada que se le im pondrá.
Pero entre bam balinas, u n estruendo de cascos ya no dejará de
anunciar a sus estrem ecim ientos las negras posibilidades del
sinsentido. Esas posibilidades anim ales no serán objeto de n in ­
gún com entario favorable, tam poco serán denunciadas com o
un peligro: porque el aspecto fulgurante del anim al desencade­
nado se sitúa más allá de los lím ite s hum anos. Esa descarga
ilim ita d a pertenece más b ien al orden del sueño: define una
p o s ib ilid a d d iv in a . ¿Acaso no se opuso al dios, en los tiem pos
más arcaicos, el m iste rio anim al para las m edidas humanas? Su
esencia es ser sagrado, te rrib le e inaferrable: se fu n d a en una
generosidad trágica que provoca, conduce a la m uerte y la so­
brepasa. Ú nicam ente la m ajestad de la to rm e n ta y el frenesí
absoluto del caballo tienen la capacidad de ir hasta el fo n d o de
la luz, del estallido, de la pérdida desmesurada.
Los caballos desbocados no tienen generalm ente en la vida
hum ana esa d ig n id a d em inente. E l caballo es re d u cid o h a b i­
tu alm ente a la c o n d ic ió n de bestia dom éstica atada al carro...
N o obstante, sea cual fuere la degradación a la que se lo so­
m eta, persiste una reserva en la a c titu d del hom bre del cual es
la más noble conquista . Es el m enos h u m illa d o y el más rece­
loso de los anim ales que sirven al hom bre; in clu so su dueño
lo asocia frecuentem ente con su g lo ria . La B ib lia le hace decir
a D io s , que pretende m ostrarle al hom bre, a Job, la m agni­
tu d de su poder: “ ¿Le has dado al caballo su fuerza y su coraje?
¿Adornaste su cu e llo con una c rin ondeante? Salta ta n lig e ro
com o la langosta y su re lin ch o es la voz del te rro r...” Lo que le
garantiza al caballo una nobleza que la po stración de la servi­
dum b re no puede re d u c ir es esa sensib ilid a d agitada y com o
insensata que al m e n o r m o tiv o se convierte en frenesí, si bien

62
L a a m ista d e n tre el h o m b re y el a n im a l

ocupa un s itio de p riv ile g io en el m u ndo hum ano. La do-


m esticidad del a n im a l desemboca en su c o n ju n to en la pos­
tración. Y el salvajism o lo sustrae al con o cim ie n to . E l caballo
tiene el p riv ile g io de conservar en m edio de los hom bres una
esencia de la a n im a lid a d , m e jo r d ich o , del ser v iv o , la de no
ser reducible. E l a n im a l verdaderam ente dom esticado, en la
m ism a m edida en que lo hem os sojuzgado, se ha v u e lto casi
una cosa y el anim al salvaje es inhum ano . E l caballo se envile­
ce po r sí m ism o, no obtiene su d ig n id a d de u n poder, menos
aún de un v a lo r m o ra l: está en el grado más bajo de la escala.
Pero aunque sea som etido al yugo, sem ejante a los hom bres
atados al deber, p o r necedad y en u n estrem ecim iento puede
rom per el encadenam iento establecido. Su rechazo es en to n ­
ces irre d u c tib le : no proviene de u n cálculo del esfuerzo y el
salario (se puede re c tific a r el e rro r), sino de una d iferencia de
naturaleza entre una rueda y el m ecanism o que la u tiliz a . A u n ­
que esta verdad sólo tenga u n sentido m ític o (s im ila r al de
una obra de a rte), de m anera fund a m e n ta l u n caballo es una
carga de energía peligrosa de m anejar, caprichosa, a cada ins­
u m e lista para la explosión fulgurante . Es una bestia de carga
solam ente en u n sentido. Si el hom bre es u n “dios caído que
recuerda...” , el caballo más m anso p a rtic ip a en u n p u n to del
desencadenam iento: podem os calcular su fuerza de trabajo,
u tiliz a rlo ; la im pe tu o sid a d guerrera, la carga, el s ú b ito y to ta l
gasto de energía que nada puede detener no dejan de estar
ligados, si no pro p ia m e n te a u n in d iv id u o d eterm inad o, p o r
lo menos al género que él encarna. S in duda que el caballo
sucumbe bajo el peso de las labores hum anas, pero en el m u n ­
do del cálculo y de la sujeción conserva el p rin c ip io del ser,
t|ue no es nada si no es desencadenado.
Esta im agen del ser considerado com o un m o v im ie n to
I ulgurante de fuerza —y no com o una pantalla estática- ta l vez

63
G eorges Bataille

resulte paradójica. T am bién es paradójico enunciar que, si no


la conciencia clara y d is tin ta de los objetos, la conciencia agu­
da de lo que es, del ju e g o que el ser juega con el m u n d o , está
u n id a a posibilidades de desencadenam ientos. Estas verdades
chocantes no dejan de fu n d a r el sentido p ro fu n d o de la am is­
tad entre el h o m b re y el anim a l. La reserva, los frenos, y p o r
ú ltim o la h u id a en alguna in a n id a d cerrada, son obstáculos
que les dan a los seres hum anos esa m irada que se o cu lta , esa
pobreza de m anos y dientes, que anuncian la com ún abdica­
ció n . Los pactos sellados entre el caballo y el hom bre m a n tie ­
nen al m enos la v id a bajo la prim acía de una tensión de fu e r­
zas explosivas. La e q u ita ció n no otorga una v irtu d que sin ella
sería inaccesible. Pero es cie rto que al unirse con el a n im a l de
te rrib le s resortes, aunque él m ism o no es im pulsado a una
súbita descarga, aunque en el fo n d o sienta tem or, el jin e te
está abierto, sin cesar, a su p o sib ilid a d . Incluso su h o rizo n te es
esa apertura y quizás sea eso lo que da a los vaqueros o a los
gauchos, lo m ism o que a los cosacos o a los llaneros su e m i­
nencia p o r encim a de lo s pastores de a pie: pero la em inencia
en este caso, ¿no se debe al caballo más que al hom bre?
La a c titu d hum a n a es cuanto m enos equívoca: siem pre la
preside una in te n c ió n de d o m in io . La conciencia calm ada,
donde los objetos se dista n cia n com o en una p a n ta lla y se
vuelven inasibles, exige de nosotros que no cedamos al frene­
sí. Si cedemos, perdem os la p o sib ilid a d de actuar sobre las co­
sas. Y ya no somos más que anim ales. Pero si actuam os, si refle­
jam os dentro de la conciencia esclarecida esas series de objetos
cuyas relaciones ordenan el m undo in te lig ib le , dejam os sus­
pendida en nosotros la vida. Entonces acum ulam os sin v iv ir
verdaderam ente, o al m enos vivie n d o sólo a medias, las reser­
vas útiles para la vid a , que no es sino el gasto de esas reservas.
A sí la clorosis, el te d io , la fu tilid a d , la m e n tira e incluso una

64
La am istad entre el hom bre y el anim al

bestialidad afectada estarían dados en la a c titu d hum ana esen­


cial, que sustrae al ser, ta n to com o se pueda, de lo posible
abierto ante él. Razón p o r la cual el valor, hum anam ente, par­
ticip a siem pre del d e lito . R azón p o r la cual el re m o rd im ie n to
en sus dos sentidos es para el hom bre lo que el aire es para el
pájaro. E n tales condiciones, la m o ra l nunca es una regla y en
verdad no puede ser más que un arte: del m ism o m odo el arte
no puede más que ser una m o ra l y la más exigente, si su fin es
a b rir alguna p o s ib ilid a d de desencadenam iento. Pero siendo
entonces el arte la más p u ra exigencia m o ra l es ta m b ié n la
más engañosa: la p o sib ilid a d que abre, no la abre sino en “ im a­
gen” , para la “re fle xió n ” de los espectadores. Y es en vano p ro ­
testar co n tra esa falacia: esos hom bres de tra je y esas m ujeres
arregladas, centelleando de diam antes, cóm plices confesos de
las leyes que se oponen a nuestros desencadenamientos, cuan­
do asisten im pasibles a la “ representación” de una tragedia, no
son el obstáculo d e l arte sino su c o n d ic ió n : la asistencia cal­
mada no es nada m enos que la conciencia clara que fin a lm e n ­
te refleja e l ser m ism o, al que había excluido para volverse cla­
ra. Ese es el re in o de la m e n tira , a lo cual se opone u n anhelo
de sim p lic id a d : pero el h o m b re es precisam ente ese re in o y
escapar de él sigue siendo una m anera de esconderse: el o d io
al arte la m a yo ría de las veces se debe a un cansancio y el arte
no tiene peores enem igos que la grosería y el am aneram iento.
Es cierto que al q u e re r responder a la exigencia que ha acepta­
do, el poeta al m enos se abre al frenesí, pero su frenesí, para no
ser fin g id o , se d irig e sin em bargo desde un p rin c ip io a la con­
ciencia de q u ie n n o está fre n é tic o , apela desde u n p rin c ip io a
esa conciencia calm ada, su c o n tra rio , que no e xistiría sin la
huida de aquél. D e a llí lo s re m o rd im ie n to s y el carácter có­
m ico, a pesar de to d o , de “ Pegaso” , que no es el verdadero
caballo, cuyos desencadenam ientos absolutos no apuntan a

65
Georges Bataille

nada. D add evidentem ente representaba el acuerdo de ese re­


m o rd im ie n to consigo m ism o, pero ¿Dadá fue D adá, o no era
más que una comedia? Su extrem o opuesto no es más accesible
al hom bre que la desnudez del anim al.

66
L a a u s e n c ia d e D io s

Si p o r ia noche el curso de la vereda se re tira bajo m is pies,


en un breve instante el corazón se me detiene: tengo una d é b il
idea de la ausencia de D io s.

* * *

La ignorancia del hom bre que no ha visto a D io s en su gloria


es profunda , pero más p ro fu n d a si D io s no le revela que N O
1 X IS T E . D e l m ism o m odo, no conozco a determ inada m u je r
más que am ándola, pero en el m ism o instante la ig n o ro si ella
no m uere. Y desconozco todo objeto que no me haya cautiva­
do sin m edida y que no me decepcione sin m edida.
N o existe el ser n i la nada si m i o b je to me afecta hasta el
éxtasis y no hay n in g u n a a firm a c ió n , n in g u n a negación que
entonces m e parezca insensata.

* * *

“- N o m e leerías si supieras. -Y o sé. -.¡R esponderías si su­


pieras?”

* * *

67
Georges B ataille

Le hablo a m i sem ejante: u n m alestar invade la h a bitació n


y sé que nunca me escuchará. M i lenguaje anuncia pobre­
m ente la m elancolía de no ser n i D io s , n i u n id io ta .

* * *

N o poseo otra verdad que el silencio, en el nom bre del cual,


despertado entre m is sábanas p o r las chinches, hablo com o si
m e rascara. L o que anhelo: la in te rm in a b le noche de ausencia,
una eternidad de palabras enferm as, a pesar m ío pregonadas al
oído, m i im potencia, la enferm edad m o rta l de las palabras,
m is lágrim as, m i ausencia (más pu ra que m is lágrim as), m i risa,
más dulce, más m aligna y más vacía que la m uerte.

* * *

V olviéndose loco, en m edio de la p o s ib ilid a d hueca e in fi­


n ita , D io s, en u n chispazo de lu cid e z, soñó que era u n enfer­
m o al que las chinches devoraban. Se c o n v irtió entonces en
una chinche que el enferm o, tras haber p re n d id o la lu z, en­
co n tró en u n pliegue de las sábanas y apretó entre sus uñas. E l
enferm o v o lv ió a d o rm irse y soñó: soñó que era arena vacía,
sin a rrib a n i abajo, sin reposo, sin p o s ib ilid a d tolerable. N o
pudo despertarse, n i gritar, n i m o rir, n i detener ese m ovim iento
de te rro r fu g itiv o . Ese sueño suscitado p o r algo sin lím ite s no
era n i ausencia, n i nada, sino una co n fu sió n lle n a de rabia.

* * *

Para una mosca caída en la tin ta , el universo es una mosca


caída en la tin ta , pero para el universo la mosca es ausencia del
universo, pequeña cavidad sorda ante el universo y p o r donde el

68
La ausencia de D ios

universo se om ite a sí m ism o. ¿Acaso la mosca sería para D ios lo


que para la voluptuosa es el excitado agujero de atrás, que la
sustrae de lo que ella es, dejándola abierta y desfalleciente?

69
P o s tu la d o in ic ia l

C om o una verdad de experiencia, puedo exponer vu lg a r­


m ente esta p ro p o sició n :
S i en un instante dado, me lib ro de la preocupación p o r el
instante siguiente (y tam bién de todos los instantes que segui­
rán),
—en el plano estético, alcanzo la más p u ra fo rm a del éxtasis
(que ju s tific a las descripciones conocidas; ilu m in a c ió n , ale­
gría excedente);1
-s itú o en el plano de lo estético el ú n ico va lo r que no se
subordina a n in g u n a o tra cosa (incluso en la idea de D ios, la
om nipoten cia in tro d u ce una acción extendida en el tiem po y a
la m edida de la cual se me p ide que aprecie al cre a d o r-lo que
im p lic a toda la jerarquía de los valores m orales relacionados
con las obras: es una paradoja que el cristianism o surja de ello);
-e n el plano del conocim iento , in te rru m p o p o r d e fin ic ió n
el desarrollo de las posibilidades de conocer m ediante d is tin ­
ciones claras (es una im p otencia y una consideración exterior
que diga a posteriori-, “sitúo” , “alcanzo” , “ in te rru m p o ” : si situara

1 Las sensaciones com unes de belleza, de placer, de fealdad, de d o lo r, de lo


trá gico, de lo c ó m ic o , de angustia... correspo nde n ta m b ié n a m o m e n to s de
m a y o r im p o rta n c ia del insta nte dado, pero la pre o c u p a ció n p o r el tie m p o
fu tu ro sigue conservando el p rim e r lugar.

70
Postulado in ic ia l

lo que fuera en el instante, lo subordinaría a la situación com o


el obrero cuando pule el objeto te rm in a d o ).2
A p a rtir de a llí, vislu m b ro la p o sib ilid a d de una d iscip lin a
diferente de aquellas que tradicionalm e nte lim ita n los d o m i­
nios del esp íritu hum ano. Esa d iscip lin a a la que corresponden
aisladamente u n determ inado núm ero de cam inos aislados no
posee una co n stitu ció n d is tin ta , com o la filosofía, la teología,
la estética, la m oral, pero puede a d m itir una. Tales aprehensio­
nes exteriores a la filo so fía y que no se dejan re d u cir a la estética
ni a la m oral -c o m o la d o c trin a del “ tiem po recobrado” en La
búsqueda de l tiem po perdido, la escritura autom ática o la fin a li­
dad3 de la actividad surrealista en los M anifiestos de A ndré
bretón, y siem pre indisolubles de tales enseñanzas deshilvana­
das algunas otras operaciones que los precedieron, los acompa­
ñan o son sus fines propuestos—in d ica n las posibilidades de un
conjunto e xte rio r a los m arcos ya form ados. Esas aprehensio­
nes no tienen en cuenta n i el bien, n i lo bello, n i la verdad, n i a
D ios, sino una inm ediatez que prescinde de las operaciones li ­
gadas a las búsquedas m orales, estéticas, científicas o religiosas.
1)e m odo que nadie p o d ría decir que P roust o B reton son filó - *•

Es a d m irab le que u n e s c rito r tan ajeno al pe nsam ie nto re fle xivo co m o H e n ry


M ille r le haya d a do a esta p ro p o s ic ió n una fo rm a a la vez decisiva y concisa:
Soy u n h o m b re s in pasado y s in fu tu ro . Soy, eso es to d o .” (P rim a ve ra negra,
• p, 3 4 ), u n a fo rm a estética: “ Es preciso actuar co m o si el pasado estuviera
c m u e rto y el fu tu r o fue ra irre alizable . Es preciso actuar co m o si lo p ró x im o
: fuera lo ú ltim o , y lo es” (P rim a ve ra negra, p. 3 7 ), una fo rm a líric a : “ Se siente
tu i asesinato en el aire y la suerte reina” (T róp ico de C a p rico rn io , p. 3 1 1 ); esta
ú ltim a frase se re la ciona expresam ente c o n la sensación del in sta n te presen-
Es sabido que M ille r hace del éxtasis el p r in c ip io del valor.
. In d u d a b le m e n te , n o po dem o s p ro p o n e r lo in m e d ia to c o m o fin a lid a d sin
co n tra d ic c ió n , pero el he cho de in tr o d u c ir el insta nte en las categorías del
lenguaje siem p re ocasiona d ific u lta d e s . N o es que al h a blar del insta nte uno
esté equivocad o en o p o n e rlo a los fines buscados hasta entonces, sino que de
todas m aneras, al h a b la r de ello, se p o n e en acción u n sistema c o m p le ta m e n ­
te c o n tra d ic to rio con su naturaleza.

71
Georges B ataille

sofos, pero si avanzan en su vía privilegiada , tam poco nadie


podría lim ita r sus procedim ientos a los del arte. C alificarlos de
religiosos tam bién p ro d u ciría confusión: el objeto del deseo
religioso siem pre aparece asociado con algún fin ju s tific a tiv o
(entre los cuales la salvación es el menos grave).
Tales recorridos son los prim eros pasos de descubrim ien­
tos que p e rm ite n ingresar al m ism o n iv e l en el d o m in io p o r
d e fin ir -e n el cual v iv im o s sin reconocerlo nunca. C onside­
rado m etódicam en te, ese d o m in io pareciera accesible desde
varios ángulos a la vez. N o disponem os de u n ú n ic o m odo
de aprehensión, al m enos de aprehensión difusa, del in sta n ­
te. D ebem os escoger s in cesar e n tre el inte ré s p o r lo in m e ­
d ia to y la p re o cu p a ció n p o r el fu tu ro : el in sta n te está en
juego en el más m ín im o deseo. Pero h a b itu a lm e n te es re­
presentado p o r u n abogado que se evade, que pone todas
sus esperanzas en la d e b ilid a d de los jueces y reclam a tím i­
dam ente el derecho de los m enores. E l inte ré s p o r el m o ­
m e n to presente es lo p u e ril: soy h o m b re cuando aprendo a
su p e d ita rlo al fu tu ro . Y p o r im p o rta n te que sea el lu g a r asig­
nado a los m om entos eróticos y cóm icos, tie n e n com o los
n iñ o s el s itio que les deja el esp a rcim ie n to . La razón subor­
d in a el m o m e n to h e ro ic o a los servicios prestados. L o poé­
tic o y lo trá g ic o son a ltam ente estim ados, pero com o orna­
m entos de e sp íritu s consagrados a fin e s más elevados. Lo
re lig io s o , al ig u a l que lo h e ro ico , es ju s tific a d o p o r u n con­
ju n to de servicios (en la m edida en que ese té rm in o confuso
designa algo id e n tific a b le ); y el éxtasis, su fo rm a más p u ra y
que ofrece m enos asidero a las p o sib ilid a d e s de s u b o rd in a ­
c ió n , es re m itid o a la negación in fin ita del insta n te fugaz: en
sum a no m o d ific a nada; sea que se hable de lo E te rn o o de
la nada, se confiesa la im p o te n c ia co m ú n para s itu a r lo va­
lio s o en lo perecedero.

72
Postulado in ic ia l

Si lo hago ahora -m e d ia n te tanteos, siguiendo a quienes


com enzaron-, in s titu y o u n nuevo orden de pensam ientos y
dé conductas. La aprehensión del instante, sin concesiones
indulgentes n i ju stifica tivo s, supone una nueva d isciplina. E n­
tonces debo:
-a d q u irir u n co n o cim ie n to tan claro y d is tin to com o sea
posible de los d o m in io s d e fin id o s p o r las palabras erótico, có­
m ico , poético, trágico, extático...
-d e te rm in a r en qué sentido corresponden al deseo del ins-
i; m e, y en qué o tro abren la p o s ib ilid a d de reservas con m iras
al p orvenir, en qué sentido im p lic a n , co n tra d icie n d o el va lo r
de lo in m e d ia to , cálculos m iserables;
-s in el m enor asomo de deber y sin nin g u n a razón (salvo
esta: lo que se deja para después o bien fin a lm e n te se reducirá
al instante perecedero o bien no es más que una tram pa que
confirm a m i “servidum bre” ), v iv ir eróticam ente, cóm icam en-
ic, poéticam ente, trágicam ente, extáticam ente...
-s u b o rd in a r al erotism o to d o pensam iento concerniente a
lo e ró tico ... a la em briaguez to d o pensam iento sobre la em­
briaguez, etc., com o el teólogo subordina la teología a D io s.
1. a d iscip lin a así representada d ifie re en efecto de la filo s o fía o
de las ciencias del m ism o m odo que d ifie re de la teología.
Pues D io s todavía es una transacción. Es tra n s fe rir a u n obje­
to -c o n c e b id o sobre el m odelo de los objetos de la esfera de
la a c tiv id a d - los a trib u to s d ivin o s de lo in m e d ia to . D io s es la
reducción de lo in m e d ia to a la necesidad del poder. Si bien la
teología -a u n q u e estuviera subordinada a la experiencia de
I fio s - no tu vo nunca sobre la filo s o fía sino derechos de sobe­
ranía a rb itra rio s , fundados antes que en una experiencia de­
form ada pero accesible, en la experiencia de la revelación dada
u 1algunas ocasiones de una vez para siem pre y convertida p o r
^ en inaccesible (la experiencia de la revelación in tro d u ce la

73
Georges B ataille

d e form ación de to d a experiencia u lte rio r, reducida de ante­


m ano p o r la fe a no ser más que deseo y m iedo a lo in m e d ia to
al m ism o tie m p o ). S olam ente reduciendo el insta n te al in s ­
tante, lo extático a lo extático y, al m enos durante el instante,
sine glossa, c o n s titu y o sin revelación una d is c ip lin a -ló g ic a y
a-lógica, ética e in m o ra l, estética y negación de lo e sté tico -
que tiene p o r o b je to lo in m e d ia to y es heredera de la teología.
N o era una estupidez de la Edad M e d ia que la filo s o fía fuera
la a n c illa theologiae: la filo s o fía es de m anera constitutiva una
a c tiv id a d a n cila r. Desde el m om ento en que dejó de ser u tili­
zada y forzada a servir, no fue más que una masa flo ta n te ,
deshaciéndose y rehaciéndose, respondiendo al silencio del cielo
con una discordancia de discurso abstruso que sigue la co­
rrie n te . E fectivam ente, ya no puede resolver nada y n i siquie­
ra puede alcanzar la ausencia de solución. Solam ente a c o n d i­
c ió n de d e fin ir objetos de pensam iento donde el pensam iento
no penetra -c o m o lo son lo in m e d ia to o el objeto sensible o
com o lo era D io s - puede evitar re d u cir el m u ndo al pensa­
m ie n to (que ordena una cadena de subordinaciones sin fin ). La
más perfecta —la de H egel—concluye sin em bargo del m ism o
m odo: u n sistem a de servidum bre tan perfecto, una igualdad
tan gravada p o r la rem isió n a lo que sigue, sin que nada tenga
sentido nunca sino con respecto a algo más, que, una vez alcan­
zada la to ta lid a d fin a l y cerrado el círculo, ya no se diferenciaría
de lo in m ediato: sostengo p o r el co n tra rio que en la m edida en
que esa to ta lid a d servil es sublevante, perfectam ente imposible4
- la sublevación perfecta es lo más calm ado (calm o) que pode­
mos im a g in a r-, se desliza hacia una lib e rta d imposible, hacia
una lib re dem encia de lo in m e d ia to .5

4 E n el se n tid o de “m ás qu e in to le ra b le ” .
5 L o in m e d ia to a lo q u e m e re fiero, p o r cie rto , al ig u a l que lo “ religioso” de
K ierkegaard, n o se alcanza más que p o r negación de la ética. Pero m ientras

74
P o s tu la d o in ic ia l

El hecho de que la filo s o fía sea a n cila r tiene además o tro


aspecto. Si u n hom bre se considera u n filó s o fo , si acepta ser
considerado así, no es lo m ism o que ser repostero o cantante,
ya que re n u n cia a ser u n “ hom bre com pleto” . U n repostero,
un cantante, no pueden aspirar a ser un “ hom bre co m pleto”
com o cantante o com o repostero. E l filó s o fo , en la m edida
e n que pretende ser un “ hom bre com pleto” , lo pretende com o
Iilósofo. Pero a la m edida de su aspiración, debem os ver pues
que la filo s o fía no es más que una actividad especializada: el
"hom bre com pleto” no ju s tific a su carácter sino perdido en lo
inm ediato, perdiéndolo cada vez que se lim ita a una actividad
determ inada con m iras a un fin u lte rio r. La con tra d icció n del
filósofo es que se ve llevado a c o n fu n d ir un instrum ento m ise­
rable con la to ta lid a d del ser. Es su c o n tra d ic c ió n y tam bién
su m iseria. T anto más en la m edida en que se aferra de m anera
profunda a esa a c titu d rid ic u la . D e algún m odo lo a flig ía des­
aparecer ante las som bras peligrosas que evocaba la teología:
¡pero ante el capricho p u e ril del instante! Porque el ser entero,
lo in m e d ia to , que no tiene o tro fin que sí m ism o y no puede
sobrepasar el instante, no sale del lím ite de lo p u e ril más que
superando el lím ite de lo posible. Si pretende el poder, ante él

que las negaciones y las afirm acion es de K ierkeg aard p u eden ser insertadas
en el c írc u lo cerrado d e l sistema de H e g e l (que es una dia lé c tic a de la acción,
de la h is to ria ), dado que están atascadas en la h is to ria y en la acción, la
negación que in tro d u z c o sólo tiene lu g a r u n a vez cerrado el c írc u lo , más allá
del d o m in io de la h is to ria y de la acción. E n efecto, el insta nte n o puede ser
su p e rio r” s in o en la m e d id a en que el h o m b re ya n o tien e nada que hacer,
cuando ha e n c o n tra d o la satisfacción hegeliana y c ua ndo su insatisfacción ya
110 está ligad a a la n egación a ctiva de ta l o cual fo rm a d e te rm in a d a , sin o a la
negación de la s itu a c ió n h u m a n a que n in g u n a a c tiv id a d puede reabsorber.
Vemos así qu e esta d o c trin a tien e u n carácter a n tic ip a to rio . M ie n tra s las
relaciones sociales sean lo que son, según la expresión de A n d re B re tó n , “ la
precariedad a r tific ia l de la c o n d ic ió n social del h o m b re ... le o c u lta rá la
precariedad real de su c o n d ic ió n hu m a n a ” .

75
Georges Bataille

se abre la om nip o te n cia ; pero es la o m n ip o te n cia del instante,


es el am ok, es el co lm o de la im p otencia.
E n el Segundo m anifiesto, A n d re B re to n expresa de m ane­
ra m u y herm osa e in q u ie ta n te la rela ció n del am ok con la
to ta lid a d : “ E l acto surrealista consiste en sa lir a la calle em pu­
ñando u n revólver y disparar al azar, tantas veces com o se
pueda, a la m u ltitu d . Q u ie n no haya sentido al m enos una
vez deseos de te rm in a r así con el m ezquino sistem a de envile­
c im ie n to y de cre tin iz a c ió n vigente tiene su lu g a r reservado
en esa m u ltitu d , con el v ie n tre a la a ltu ra del ca ñ ó n ...” .
L a disciplina en la que pienso sería en suma p a ra la filo so fía lo
que es p a ra e l filósofo un hombre completo —o m ejor aún, si se
prefiere, lo quep a ra un teólogo es Dios. Esta p ro posición se pres­
ta, p o r supuesto, para la brom a: la m e jo r es silenciosa, angeli­
cal, sensación de d iv in a burla. La naturaleza inaccesible de la
to ta lid a d del instante provoca más h u m o r (al m ism o tiem po
angelical y negro) que rem ordim iento. A sí la superioridad in te ­
lectual que reduce a silencio al adversario im p lic a un insosteni­
ble trabajo, tra icio n a el p rin c ip io al que hace triu n fa r: pateo m i
p ro p ia silla. Pero no im p o rta : soy lib re , im p o te n te y voy a pe­
recer: ig n o ro en todos los sentidos los lím ite s del deber.
L a a u s e n c ia d e m it o

E l e s p íritu que determ ina este m om ento del tie m p o nece­


sariam ente se consum e -e íntegram ente extendido desea esa
consunción. E l m ito y la p o s ib ilid a d del m ito se deshacen:
sólo subsiste u n vacío inm enso, am ado y m iserable. La au­
sencia de m ito quizás sea ese suelo, in m u ta b le bajo m is pies,
pero quizás en seguida ese suelo desaparezca.
La ausencia de D ios no es la clausura: es la apertura del
in fin ito . La ausencia de D ios es más vasta, es más d iv in a que
Dios (ya no soy p o r ende Yo, sino una ausencia de Yo: espera­
ba ese escamoteo y ahora soy jo v ia l sin m edida).
En el vacío blanco e inco n g ru e n te de la ausencia, viven
i nocen tem ente y se deshacen m itos que ya no son m itos, cuya
i nism a d u ra c ió n revelaría su precariedad. A l m enos la p á lid a
transparencia de la posib ilid a d tiene un sentido perfecto: com o
los ríos en el m ar, los m itos, perdurables o fugaces, se pierden
en la ausencia de m ito, que es su duelo y su verdad.
La decisiva ausencia de fe es la fe inquebrantable. E l hecho
ele que u n universo sin m ito sea u n universo en ruinas -re d u ­
n d o a la nada de las cosas- al privarnos de ello equipara la p ri­
vación con la revelación del universo. Si al s u p rim ir el universo
m ítico hemos perdido el universo, esto m ism o une a la m uerte
del m ito la acción de una pérdida reveladora. Y actualm ente,

77
Georges B ataille

porque un m ito ha m uerto o m uere, vem os m e jo r a través de


él que si vivie ra : es el despojam iento lo que perfecciona la
transparencia, y es el s u frim ie n to lo que nos vuelve joviales.
“ La noche es tam bién un sol” y la ausencia de m ito es tam ­
bién un m ito : el más frío , el más p u ro , el ú nico verdadero.
M arcel P roust

Si el m undo no cristiano define algún día las form as de su


vida e sp iritu a l (en el sentido religioso del té rm in o ), en otras
palabras, si la hum anidad que ya no tiene la ayuda del cristia ­
nism o llegara a realizarse, reconociera su rostro y y a no se extra­
viara en una m u ltip lic id a d de form as ligadas a representaciones
m al definidas, falaces, fundadas en u n deseo de ceguera-e n el
m ie d o -, ese rostro e spiritual, cuyos rasgos se fija ría n , podría
parecerse al de Proust. N o lo dudo: esta afirm a ció n es paradó­
jica. La tra d ic ió n que a través de Lautréam o nt y R im baud se
IV m onta al rom anticism o, y a través del rom anticism o al esote-
rism o ele todos los tiem pos, está m ucho más viva y es la única
que ha tom ado conciencia de sí. Por otra parte, si es cie rto que
la verdad e sp iritu a l exige una realización del pensam iento, sólo
Nietzsche m ostró estar a la a ltura del inm enso esfuerzo -d e l
esfuerzo a g o ta d o r- que incum be a quien abandona la seguri­
dad c ris tia n a . C om parada con esas dos vías -p o é tic a y
nietzscheana— la experiencia de P roust parece frá g il, in cie rta ,
asociada con pobres desvelos.
C laro que puedo reconocer que los rasgos del rostro que
dejó siguen siendo vagos, hasta el pu n to de que no se im ponen
en absol uto a la reflexión desde un p rin c ip io . Pero justam ente el
vuácter vo lu n ta rio , firm e y claram ente legible que podríam os

79
G e o rg e s B a ta ille

oponerle, ¿no s ig n ifica además la tra ic ió n de aquello que se


quiso así, se a firm ó y, acaso u n tan to rápidam ente, se leyó? Lo
que le otorga u n carácter privile g ia d o a la enseñanza de Proust
es sin duda alguna el rig o r con el cual reduce el objeto de su
búsqueda al hallazgo in vo lu n ta rio . Lo que en las otras vías de­
cepciona es en cam bio la decisión, la puesta en práctica, el dis­
curso em prendedor, que prolongan en nosotros la a c titu d cris­
tiana. E l objeto de la búsqueda de Proust está tan bien d e fin id o
p o r la inm anencia, que u n m étodo lim ita d o a la búsqueda de
objetos trascendentes pierde a llí todo sentido. Si en efecto aban­
donam os el em pleo de nuestros recursos que tiende a la bús­
queda de la salvación, ya no tenem os nada que buscar más allá
del instante presente; y ya no podem os c o n fu n d ir con nuestra
búsqueda la puesta en práctica, la m o viliza ció n de recursos, la
penosa im ita c ió n de un trabajo (cuya razón de ser es fu tu ra )
que p e rm ite n hablar discursivam ente. Es cie rto que P roust no
deja de d isc u rrir, y no es seguro que la parte discursiva en su
obra no sea com o u n cuerpo extraño a ella; en rig o r, designa
torpem ente, a la m anera de los enferm os que ya no pueden
hacerse entender, lo que im p o rta . A l m enos lo que im p o rta
está situado fuera del alcance de la volu n ta d . Porque ya no se
tra ta de cam biar el m un d o , sino de apresarlo (o ta l vez dejar
que el m undo lib re m e n te nos haga su presa).
D esde ese m o m e n to los espectáculos de la vid a dejan de
ser para nosotros el o b je to de una preocupación m o ra l. Este
m u n d o ya no se ofrece com o una m ala correspondencia de
alguna verdad dada más allá del aquí y ahora, de su tie m p o
presente. A l dejar de destinarse al o lv id o del que busca más
adelante - a la piedad del reform ador, al desprecio del revolu­
cio n a rio — no se ha n otado que el m u n d o ta l com o es se le
ofrece a quie n quiere captar en el instante su indeleble verdad
com o la p a n ta lla a través de la cual debemos ver y que nuestra

80
M arcel Proust

pasión volverá súbitam ente transparente. A sí la vid a e sp iri­


tual sería plenam ente retirada de los cielos y de los trasm undos:
su cam po de fuerza es la pobreza de este m undo, de la calle,
de la alcoba, del salón. Ya no podem os alejarnos y p urificarnos
en soledad; estamos a llí, com pletam ente rodeados de h o m ­
bres tales com o son, más de lo que un pez está rodeado de
agua: com o si el agua donde nada el pez fuera una inm ensa
prolongación del ser del pez. V iv im o s en un juego in fin ito de
deseos o cultos y reticencias, en u n juego donde sin cesar nos
perdemos, ya que el tie m p o no deja de sustraernos de noso­
tros m ism os. Pero no podem os sino tra n sfig u ra r el vasto nau-
11agio al que pertenecem os p o r com pleto. N o es casual que el
tom o I I de E l tiem po recobrado c o n v irtie ra el espectáculo de
los salones en una lente d irig id a a la tum ba. Pero dentro de esa
m iserable, in ú til d is o lu c ió n en la brum a, subsiste (aunque
l*i oust no era u n filó s o fo m u y h á b il y sin duda se equivoca al
im aginar que eso dura: no es nada verdaderam ente aprensible)
io n io u n son id o ín fim o que se escucha tem blar, algo más
verdadero que el o b je to del que nos servim os.
Sin duda, la d e b ilid a d de P roust radica en el desprecio con
(]ue se aboca a ese objeto. Pero fue al m ism o tie m p o su fu e r­
za, aunque su desprecio se basara en la riqueza que había reci­
bido p o r herencia. A sí habría en esa experiencia perfecta algo
en cie rto m o d o p re m a tu ro , penosam ente p riv ile g ia d o . Sin
ó i ida es la experiencia a la que es llam ada sin m edida la hum a­
nidad, pero la h um anida d no puede responder a ese llam ado.
1e abre paso necesariam ente a la acción y en general no puede
tener el p riv ile g io de P roust, el desam paro en la cum bre de lo
posible, sin el cual se nos escapa la verdad ú ltim a , ya que si
P‘ 'seeinos algún m edio para lu c h a r co n tra el desam paro, no
tenemos o p o rtu n id a d alguna de vo lve r transparente la opaci­
dad de las cosas.

81
L a f e lic id a d , e l e r o tis m o y l a l i t e r a t u r a 1

La vida le propone al hom bre la voluptuosidad com o un


bien incom parable - e l m om ento de la voluptuosidad es resolu­
ción y deslum bram iento-; es la perfecta im agen de la felicidad.
N o obstante, si estos ju ic io s de v a lo r juegan u n papel capi­
ta l en el orden de los hechos, se consideran nulos cuando se
tra ta de ir hasta el fo n d o de las cosas. S in duda alguna hay
sólidas razones para e llo ; la p rim e ra es que si esos ju ic io s fue­
ran verdaderos, a pesar de to d o habría que re fu ta rlo s, porque
a d m itié n d o lo s ya no tendríam os n in g u n a v id a posible. N o
hay nadie que no fu n d e su conducta en la a n tin o m ia de los
m om entos voluptuo sos y de la vid a hum anam ente organiza­
da. E n verdad, el erotism o es un p e lig ro en p ro p o rc ió n direc­
ta a su valor. R econociéndole ese valor, nos arriesgamos a a rru i­
nar nuestras obras y a nosotros m ism os.
Pero justam ente tropezar con esa d ific u lta d no es ir hasta
el fo n d o de las cosas. F inalm ente, alguien plantea en p ro fu n ­
d id a d la cu e stió n del se n tid o de la v o lu p tu o s id a d . N o es

1 Este ensayo c o m e n ta los siguientes lib ro s : M a lc o lm de C haza l, S entido


p lá s tic o , G a llim a rd , París, 1948; M a u ric e B la n c h o t, L a u tré a m o n t y Sade,
M in u it , París, 19 49 [h a y e d ic ió n en español]; A n to lo g ía d e l erotism o. D e
P ie rre Louys a Je a n -P a u l S artre, N o rd -S u d , París, 1949- A los cuales hace
referencia B a ta ille a lo largo del texto. (N . de T.)

82
L a fe lic id a d , el e ro tis m o y la lite r a tu r a

una cuestión m enor: resulta in clu so d ifíc il no indaga r p r i­


m ero en qué p o d ría d ife rir de la v o lu p tu o s id a d el “ bien per­
il id o ” a cuya búsqueda se consagra la m e jo r parte del h o m ­
bre; vale decir: si el v a lo r en general, cuando lo oponem os al
in u n d o de las cosas, no es d e fin id o de una m anera decisiva
po r un p u n to extrem o de la v o lu p tu o s id a d .
Lo más claro en estos asuntos es que si la vo lu p tu o sid a d es
por naturaleza la fe lic id a d , y com o ta l anhelada, se le re tira el
valor debido a que sin em bargo tiene el sentido de la desgra­
cia. E l placer de los cuerpos es sucio y nefasto: el hom bre en
estado n o rm a l -aclarem os: el hom bre de la a ctivid a d c o tid ia ­
n a - lo condena o acepta que sea condenado. Lo hace incluso
el lib e rtin o que aparenta desdeñar el juego cuya seducción lo
agota. En verdad ese juego consume tan peligrosam ente nuestra
energía que lo consideram os con angustia. N os arrebata y nos
espanta: nos espanta porque nos arrebata y nos arrebata ta n to
más profunda m ente en la m edida en que nos espanta. Pero el
espanto que tra n sfig u ra su va lo r hace que p rovisoriam ente
nos sustraigam os a ese va lo r y que seamos hum anos ju sta ­
m ente en la m edida en que lo negam os: la v o lu p tu o sid a d
para el hom bre es la anim alidad, no es más d iv in a que caduca,
\ su caducidad es su c o n d ició n . Si bien siem pre efectuam os el
acto del tra id o r: o traicionam os durante el día nuestra verdad
de la noche, o sólo aspiramos hipócrita m e n te a denunciar la
C( invención del día.

* * *

Esos violentos m ovim ientos de opuestos en nosotros, que


aprisionan a la hum anidad —el lenguaje y la v id a - en las servi­
dumbres de la m entira, se leen en la lite ra tu ra , a la que entregan
d rostro escondido de la verdad. Si la expresión paralizada del

83
Georges B ataille

lenguaje claro decepciona, si la lite ra tu ra fascina, es porque


somos tironeados sin descanso p o r el deseo, soberbio o d ebi­
lita d o , de re ír y de am ar. Pero en la lite ra tu ra nos topam os
con el m ism o obstáculo que en el am or. La lite ra tu ra no tiene
o tro sentido que la fe lic id a d , pero esa búsqueda de la fe lic i­
dad que efectuam os al e s c rib ir lite ra tu ra o al leerla parece en
verdad tener el sentido c o n tra rio de la desgracia. Pensemos en
la tragedia, prom ueve el te rro r y no la vo lu p tu o sid a d ; y si se
tra ta de la alegría de la com edia, es una alegría am bigua; nos
reím os de una caída, si no de una desgracia. E l arte de la nove­
la requiere peripecias que provocan angustia y es usual decir
que la descripción de la fe lic id a d aburre.
In clu so esa vocación de la lite ra tu ra p o r la desgracia le pa­
rece tan necesaria a la m ayoría que si el escritor evoca el placer,
un se n tim ie n to oscuro conduce a darle un sentido penoso. E l
m ism o M ille r sucum be a esa flaqueza, cuyas form as más tris ­
tes nos ha dado Sartre. A m enudo la descripción de la v o lu p ­
tuo sid a d dichosa parece alejarse de la verdadera v o lu p tu o s i­
dad: la fe lic id a d carece de u n tip o de vigor, rencoroso, sobera­
no, que es p ro p io de la desgracia. Las frases que anuncian la
b e a titu d dan una sensación de in sipidez poética (si no de p o r­
nografía venal). La lite ra tu ra reciente, que ya no adm ite callar
sobre los m om entos de re solución, ofrece a este respecto un
paisaje desolado. La le ctu ra de una reciente antolog ía da en
verdad la sensación de una derrota. Es verdad que los escrito­
res se atreverán, avanzarán con una aparente audacia, pero su
m ism a audacia ha sido la confesión de su m alestar. Y no fue el
azar lo que d e te rm in ó esta selección m iserable, esta presenta­
c ió n apresurada, este pobre m uestrario de fracasos y de ale­
grías vergonzosas.2 Si el cuerpo llega a triu n fa r, el lenguaje

2 L a ausencia de Joyce, D . H . Law rence y M ille r p riv a evide ntem ente a la


c o m p ila c ió n de lo más s ig n ific a tiv o que h u b ie ra p o d id o ofrecer ju n to con

84
La felicida d, el erotism o y la lite ra tu ra

que expresa esos triu n fo s no tiene la fuerza de hacerlo más


que en un m o v im ie n to de retirada.
La lite ra tu ra traduce de diversas maneras ese m o v im ie n to
hacia la fe lic id a d que se desvía hacia la desgracia. Pero no fra ­
casa verdaderam ente en las tragedias o en los relatos angustia­
dos: a llí la desgracia tiene el sentido de u n estim ulante, de un
naufragio que revela la potencia de e nfrentarlo . M ie n tra s que
en la descripción de los placeres voluptuosos, la lite ra tu ra re­
ciente tiende a tra ic io n a r la fe lic id a d del m odo más extrava­
gante, desconociendo el sentido poético de la desgracia.
Tal vez no sea una postura sincera, y me parece que a m enu­
do los escritores m odernos obedecen dócilm ente a las reglas de
una retórica que no podrían fo rm u la r. Q uizás me equivoque,
pero los pasajes sexuales de L a edad de la razón nunca me
parecieron “ fieles” : v i a llí el efecto de esa retórica ignorada que
lim ita la lite ra tu ra y le im p o n e una especie de trib u to a la
desgracia —expulsando el anhelo de fe lic id a d que la lite ra tu ra
es en el fo n d o . La ausencia de m ovim ientos agudos de angus­
tia y en general la reducción de los “m om entos privilegiados” ,
el p re d o m in io de la vid a banal, requerían sin duda esas ale­
grías que niegan la alegría sin haberla afirm ado, esa v o lu p tu o ­
sidad que se a n tic ip a a su fracaso.
Si querem os captar claram ente esa danza que va de la vid a
a la m uerte, del cielo al in fie rn o , es preciso recordar p rim e ro

' P roust. O bedece a los p re ju icio s de l autor, René V a rin , que se haya a te nido
a los escritores franceses. Pero n i J a rry n i A p o llin a ire son citados. (S olam en­
te se ha b la de A p o llin a ire en el p ró lo g o .) Podem os a d m itir que S entido
plástico , de M a lc o lm de Chaza!, se p u b lic ó demasiado tarde co m o para que
; ,: fuera in c lu id o . Si el lib ro vale co m o d o c u m e n to , es en la m e d id a en que c ita
: a au tore s tales c o m o V ic to r M a rg u e ritte , F é lic ie n C h a m p sa u r, H e n r i
i Barbusse, G a b rie l C hevalier, V e rn o n S u lliv a n , etc. Los textos más flo jo s son
en p r in c ip io los de los autores más jóvenes. A ra g o n , E tie m b le , C é lin e y G id e
ne garo n a que sus textos se re p ro d u je ra n . Jules R o m a in s, D u h a m e l,
M o n th e rla n t, R oger M a r tin d u G a rd y S artre (entre otros) aceptaron.

85
G e o rg e s B a ta ille

sus datos m ateriales. Estam os en p rin c ip io separados de la


fe lic id a d , ya se la e ntiend a en el sentido p o s itiv o de la v o lu p ­
tuosidad o en el sentido negativo del reposo; porque antes de
ser felices debem os e n co n tra r los m edios para serlo. La idea
de la fe lic id a d nos im pulsa entonces a trabajar para a d q u irirla .
Pero desde el in stante en que trabajam os, lejos de acercarnos
com o lo habíam os deseado al m om ento en que apresaríamos
la fe lic id a d , in tro d u c im o s una distancia entre la fe lic id a d y
nosotros. Porque al tra b a ja r nos hem os puesto a buscar la
fe lic id a d —que no es una cosa- de la m ism a m anera en que
buscamos los resultados in m ediatos del trabajo, que son las
casas, la ropa, los alim entos. In clu so tendem os a id e n tific a rla
con esos resultados, sobre to d o si hablam os p o lítica m e n te .
La cuestión se hace más clara si precisam os que la fe licid a d
es considerada p o r nosotros en el plano de la a d q u isició n ,
cuando te n d ría que pasar p o r el pla n o c o n tra rio del gasto.
Desde el gasto más fu e rte , que es la v o lu p tu o s id a d (acom pa­
ñada p o r el lu jo y la o stentació n), hasta el más leve que es el
reposo (que es u n gasto negativo: el hom bre que descansa
consum e poco, pero consum e sin p ro d u c ir), no podem os ser
felices sin ingresar en la perspectiva de la angustia. Si lo consi­
deram os más allá de las condiciones patológicas, el ú n ico
m edio que tiene el hom b re para escapar de la angustia es tra ­
bajar. M i angustia com ienza desde el m om ento en que tengo
la sensación, cie rta o n o , de gastar en u n tie m p o dado más de
lo que adquiero. (Los recursos son in d ife re n te m e n te energía
física o bienes m ateriales, pero hay que aña d ir el se n tim ie n to
ale a to rio de la p o te n cia de tra b a jo .) Por supuesto, la v o lu p ­
tuo sid a d suspende la angustia, pero al m ism o tie m p o la p ro ­
fu n d iza : en las condiciones com unes, cuanto más gasto en el
a rd o r del placer, de la vo lu p tu o sid a d , más d e b ilito m i posi­
ció n . S in duda, seguim os teniend o la capacidad de c o n c ilia r

86
L a fe lic id a d , e l e r o tis m o y la lite r a tu r a

sensiblem ente la adqu isició n y el gasto: a m enudo la satisfac­


ción voluptuo sa, al lib e ra r alguna in h ib ic ió n m ó rb id a , nos
dirige a esa c o n cilia ció n (com pensando la pérdida sufrid a con
el sentim iento de potencia de trabajo increm entada). Pero esa
casualidad, que obedece a la propensión de la angustia al e rror
(que se añade a la sum a de angustia in m e d ia ta - o bien la dis­
m inuye—según los juegos de la im a g in a ció n alterada), en ge­
neral no puede hacer que la pérdida de energía no aum ente la
angustia, que el trabajo o la adquisición de bienes no la reduz­
ca. A unque es preciso d ecir que la fe lic id a d , considerada sin
equívocos, decididam ente in cre m é n ta la angustia.
O bviam ente este pu n to de vista no es com únm ente a d m iti­
do. La fe licid a d siempre es co n fu n d id a con los recursos que la
hacen posible. Es decir que con ese nom bre designamos, con­
fundidos, la adquisició n y el gasto: y nuestras representaciones
varían según nuestras disposiciones. Si estamos contentos le­
vantando nuestros vasos y vivie n d o en la seducción, llam am os
felicidad a lo que nos d ivie rte ; pero en la calm a del estudio no
buscamos más que la eficacia coherente de las ideas, la felicidad
se reduce entonces a los recursos sin los cuales no podríam os ser
dichosos. A u n q u e el bebedor es más sabio que el estudioso (o
d p o lític o ): tiene en cuenta el ardor que proviene del consum o
de los recursos. Y el razonam iento no puede sino ubicar la fe li­
cidad en el plano de la adquisición, reem plazando el ardor p o r
un m odo de vid a que lo excluye. Porque el ardor anuncia el
retorno de la angustia. La em briaguez es seguida p o r la resaca. Y
la felicid a d que excluye la em briaguez es reducida a la vid a que
ninguna angustia perturba. La felicid a d de la razón se to rn a
decididam ente la negación de la felicidad, ya que la fe licidad de
la em briaguez es el com ienzo de la desgracia.
Esta dialéctica es m ilenaria. Y no vemos cóm o escapar de
algún m odo a la idea razonable y bien establecida de la felicidad.

87
G e o rg e s B a ta ille

E l razonador propone un com prom iso: se niega a lla m a r fe li­


cidad a lo que no es ta l más que p o r un tie m p o . D e lo que
resulta un sen tid o atenuado de la palabra, que el uso ha con­
sagrado. L o que h a b itu a lm e n te to rn a d ifíc il la discusión en
u n caso así es el rechazo a a d m itir que ciertos térm inos tienen
u n sentido doble. F elicidad se refiere, no m enos que al estado
durable, al instante (cuando decim os “estoy en el colm o de la
fe lic id a d ” )- Y nadie puede im p e d ir que la palabra se em plee
lib re m e n te en los dos sentidos. Sólo quie ro tra ta r de m ostrar
la necesidad de negar el sentido del instante desde el sentido
de la d u ra ció n (la necesidad es la m ism a en el sentido contra­
rio ). Q u ie n aspira a la fe licid a d en la duración no puede hacer
ingresar el insta n te en la cuenta: el v a lo r se sitú a para él en la
adqu isició n de los recursos y su gasto sólo interesa en la m edi­
da en que es favorable a la duración de la fe licid a d . Recíproca­
m ente, la d u ra ció n ya no im p o rta dentro del v a lo r del instan­
te. E l insta n te es arrojado p o r la razón al in fie rn o de la angus­
tia . S in duda que el interés del instante m ism o no puede des­
aparecer to ta lm e n te cuando optam os p o r la d u ra ció n . Pero si
así fuera, es a pesar de la in te n c ió n deliberada. L o que subsiste
del instante en esas condiciones no es su m áxim o va lo r y n u n ­
ca es su p ro p ia a firm a c ió n . La fe lic id a d p o s itiv a o el gasto se
lim ita n a sus m odalidades anodinas y nunca pueden ser reco­
nocidos com o lo que son.
A p a rtir de a llí, lo que para el hom bre tiene el m ayor sen­
tid o , lo que más fuertem ente lo seduce, el m o m e n to extre­
m o de la vid a , en razón de su carácter costoso es d e fin id o
com o un sinse n tid o : es una tram pa, un m o m e n to que no
debería acaecer; es la a n im alidad obstinada del hom bre al que
su h u m a n id a d consagra al m u n d o de las cosas y de la razón.
Así, la verdad más ín tim a habría caído en una oscuridad odiosa
e inaccesible.
La felicida d, el erotism o y la lite ra tu ra

Pero no p o r ello ha sido su prim ida. Sólo se ha ocultado en


la noche. E l rechazo razonable de la angustia y la sum isión al
trabajo no podían hacer que el consum o no conservara el va­
lo r ú ltim o . La du ra ció n sólo sugiere tristes com prom isos: su
débil atracción es ta n to más lim ita d a cuanto que la angustia
m ism a es atrayente. Pero la preocupación que tenem os p o r
preservarla p re c ip itó nuestros m om entos más ín tim o s en una
especie de m onstruosidad, en la caída. Lo cual no quiere decir
que esos m om entos hayan perdido su valor fundam ental, sino
que el va lo r fu n d a m e n ta l ya no es hum anam ente accesible al
m ism o n iv e l, porque ahora tiene el aspecto de la vergüenza
m onstruosa y no tenem os conciencia de ello. Por o tro lado,
la angustia, exiliada así en com pañía de la fe licidad, no es sim ­
plem ente angustia. Se ha u n id o ín tim a m e n te a la fe lic id a d ; y
en cierto sentido es ta n to más angustiante en cuanto no co­
rresponde a u n m ero p e lig ro , com o el m iedo: el p e lig ro al
que resiste la angustia surge de una p o s ib ilid a d de fe lic id a d
extrem a. Pero no solam ente aum enta nuestro m iedo debido
a que el p e lig ro nos tie n ta : la resistencia de la angustia
increm enta la in te n sid a d de la fe lic id a d si term inam os p o r
eeder. D e a llí que la búsqueda de un g ria l, donde el hom bre se
lam enta p o r una fe licid a d perdida, se vin cu le con la búsqueda
de la angustia, y que en general ya no haya vo lu p tu o sid a d
profunda sino en la angustia.

* * *

Todo esto es extraño, y acaso especialm ente para quie n lo


dice; pues, a d iferencia del le cto r, ya no tiene que hacer un
esfuerzo para com prenderlo.
Además, difícilm ente podría proseguir si no tuviera medios
para pasar ahora de pesados razonamientos a la expresión poética.

89
*

G e o rg e s B a ta ille

La v o lu p tu o s id a d en efecto no puede ser d e fin id a com o una


categoría lógica. E n el m ism o m o m e n to en que se habla so­
bre ella, la im p o te n cia del lenguaje es irris o ria . E n otros p u n ­
tos, la poesía lib e ra una verdad diferente a la que parece ligada
a la v o lu p tu o sid a d : es entonces sim plem ente poesía. La vo ­
lu p tu o s id a d no es la poesía. La poesía solam ente tiene la ca­
pacidad que m e fa lta , hace que no me dem ore más (aunque
no abunde, existe) en expresar la fe lic id a d . La lite ra tu ra es
h a b itu a lm e n te tan desafortunada, se esconde de la s im p lic i­
dad de la alegría a través de tantos desvíos, que verdadera­
m ente m e siento im pulsado a leer en los poemas de R im baud
(aunque su cam ino fuera in c ie rto ) estas frases donde la a n i­
m a lid a d fe liz es recobrada:

É L . —Tu pecho en m i pecho,


¿iremos inhalando
plenam ente e l aire
bajo losfrescos rayos

de la hermosa m añana
que nos baña con e l vino d e l d ia l...
Cuando estremeciéndose el bosque sangra
m udo de am or

en cada ram a, verdes gotas,


brotes claros, se siente
que tiem blan carnes
en las cosas abiertas:

hundías en la a lfa lfa


tu blanca bata
sonrosando e l a ire con e l a z u l

90
L a fe lic id a d , e l e r o tis m o y la lite r a tu r a

que ciñe tu ojo negro,


am ante d e l campo,
sembrando en todas partes
como espuma de champagne
tus carcajadas:

te ríes de m í, e l embriagado
que te agarraría
así —de la hermosa trenza,
¡o h !—que bebería

tu gusto a fram buesa y fresa


¡oh, carne de flo r !
Te ríes d e lfu e rte viento que te besa
como un la d ró n ..?

Tal vez no sea nada. E n la e d ició n el poem a viene después


del ú ltim o verso de “ Venus A nadiom ene” :

Hermosa y repelente p o r una úlcera en el ano.

La ré plica fin a l responde a la retórica de la desgracia:

E L L A . —¿ Y la o ficin a ?

Sigue estando siem pre el m om ento hastiado de la lite ra tu ­


ra, que no puede recobrar verdaderam ente el p u ro resplan­
dor; y no hago más que v o lve r a plantea r el problem a sin
aclararlo.
* * *

E d. de la P léiade, p. 5 5 -56.

91
Georges B ataille

M a lc o lm de C hazal acaso sea el ú n ico que en la actualidad


le ha dado una expresión convincente a la fe lic id a d de la sen­
sualidad.
U n pequeño núm e ro de artículos4 d ie ro n a conocer al au­
to r de Sentido plástico. R esultaría d ifíc il encontrar una fo rm a
que resum iera la re fle x ió n de C hazal y se apartara de las m is­
mas frases con que él la expresa. Es cie rto que en una ocasión
esboza, com o una clave de su pensam iento,5 una especie de
“filo s o fía de la v o lu p tu o s id a d ” : sería necio no c ita rlo extensa­
m ente: “ Toda in tro sp e cció n verdadera en el d o m in io de los
sentidos, escribe en el p ró lo g o a Sentido plástico,6 es vana e
in c o m p le ta si los dos m ayores fenóm enos sensoriales de la
existencia, el n a c im ie n to y la m uerte, no nos entregaran sus
secretos hasta cie rto p u n to . Pero, ¿como p ro fu n d iza r’ el naci­
m iento?, ¿cómo ‘descubrir la m uerte salvo cuando uno está
dem asiado m u e rto para describirla? Y sin em bargo existe un
m edio de explicar’ esos dos fenóm enos esenciales de la vida,
gracias a un cam po de experiencia que está al alcance de todos:

4 C u y a lis ta se ofrece en C ritiq u e , N ° 20, p. 3. A la que h a y que a ñ a d ir las


páginas q u e le de dica A n d re B re to n en L a lá m p a ra en e l re lo j (R o b e rt M a rin ,
1948, p. 4 1 -4 5 ).
5 A n d ré B re to n d ice m u y acertadam ente al respecto: “ ... la clave de u n a o bra
así -c la v e que p o r o tra p a rte M a lc o lm de C hazal tu v o a b ie n de ja r puesta en
la p u e rta [ju e g o de palabras con cié: “ clave” y “ llave” ] — reside en la volu p tu o ­
sidad , en el se n tid o m enos fig u ra d o del té rm in o , considerada co m o v ín c u lo
s u p re m o de c o n c ilia c ió n de lo fís ic o y lo m e n ta l. Es pasm oso que haya
h a b id o que esperar hasta m ediados del siglo X X para que la vo lu p tu o s id a d ,
en cua nto fe n ó m e n o que ocu pa u n s itio sin pa rangón en el c o n d ic io n a m ie n to
de casi to d a v id a , e n c o n tra ra los m edios para h a b la r de sí m ism a ya sin
enredarse en los velos co n q u e la hipocresía la recubre c o m o una apariencia
licenciosa y desafiante b a jo la cual ta m b ié n lo g ra esconderse” . (L a lám p ara
en e l re lo j, p. 4 6 -4 7 .)
6 Este p ró lo g o n o aparece en la segunda ed ic ió n de S entido p lástico (G a llim a rd ),
a la que se refiere este ensayo. Está en la p rim e ra e d ic ió n (P o rt-L o u is, isla
M a u ric e , 19 47).

92
L a fe lic id a d , e l e ro tis m o y la lite ra tu ra

la v o lu p tu o sid a d -esa m u e rte -n a cim ie n to en uno, que hasta


ahora sólo se ha intelectua lizado en exceso, porn o g ra -fiá n d o -
la o sentim entalizá ndola a ultranza. Pero siendo la v o lu p tu o ­
sidad la encrucijada universal de los sentidos, de la m ente, del
cuerpo y del alm a, y siendo u n lugar-estado donde m uerte y
nacim iento se encuentran a m edio cam ino, y donde el h o m ­
bre com pleto se c o n firm a en sí m ism o, la vo lu p tu o sid a d es
por esa razón incluso la m ayor fuente de conocim iento y el
más vasto cam po de estudio de los mecanism os profundos del
ser hum ano.” Esta afirm ación no tiene va lo r solam ente p o r su
contenido claro, sino ta m b ié n p o r su m o v im ie n to rápido
donde el pensam iento que se construye al m ism o tie m p o ya
se está descom poniendo. U na p re c ip ita c ió n incesante y una
libertad desarticulada de m ovim ientos hacen del pensam iento
de M a lc o lm de C hazal un prism a donde los objetos refleja­
dos m u ltip lic a n sus aspectos anim ados con una rapidez de
flecha. Ese m u n d o de m o vim ie n to s no d ifie re m enos de la
reflexión co m ú n de lo que el vuelo quebrado y centelleante
del insecto d ifie re del andar de u n m am ífero. La exa ctitu d de
tales pensam ientos no es del m ism o orden que en las ciencias:
proceden p o r in tu ic ió n , lo que ofrecen pertenece al orden
poético. Pero las facetas de su resplandor están centradas en
una visió n que generalm ente fu n d a una sensación de transpa­
rencia, de p e n e tra b ilid a d , de inm anencia de todas las cosas y
de los seres entre sí.
D ic h o p ro c e d im ie n to se asemeja al de W illia m B lake;7 y
su lib e rta d se organiza de la m ism a m anera que en el universo
donde Blake casaba el cielo con el in fie rn o . M a lco lm de Chazal
escribe (Sentido plástico, p. 139): “ D epositam os en el D ia b lo
todos los aspectos de D io s que no com prendem os. Por eso el

“Los ojos de las llamas, las narices del aire, la boca de las aguas, la barba de
la tierra” , escribe B lake. Sería fá c il m u ltip lic a r los ejem plos de semejanza.

93
G eo rge s B a ta ille

D ia b lo está m ucho más rodeado de m is te rio que el m ism o


D io s ” . C hazal habla de D io s y de los ángeles en el sentido de
B lake: los sitú a en un m u n d o donde no están separados de
nada, donde se pierden, donde ya no son aparentem ente nada
más que el h o m b re que exige esa v is ió n desde lo más a lto , sin
lím ite s. “ D io s -e s c rib e - es el ú n ico p u n to n e u tro de las ideas,
así com o la ‘calm a chicha’ del c ic ló n es su eje. N osotros, ho m ­
bres, estamos siem pre más a la izquierda o más a la derecha de
una idea. Si estuviéram os en el centro exacto de cualquiera de
nuestras ideas, perderíam os la conciencia de nosotros m ism os
y seríam os reabsorbidos en D io s” (p. 2 2 0 ).
Este no es el lugar adecuado para d ilu c id a r el sentido preciso
de esta observación, pero la entenderíam os m al si no se rem i­
tie ra a una especie de frenesí congelado, que de algún m odo es
el frenesí en estado puro. M ás que otras, escurridizas o am orda­
zadas, m e lo revela esta refle xió n im placable: “ Si tuviéram os
una cola, ¡cuántas confesiones de am or b ro ta ría n en to d o m o­
m ento de ese m ie m b ro h o y inexistente!...” (p. 266).
Ese juego de insecto-loco del pensam iento, arrojado a la
noche de la volu p tu o sid a d , la atraviesa con inm ensos fulgores
donde no reconoceremos nada de lo fo rm u la d o anteriorm ente
(sino quizás y fin a lm e n te lo que sabíamos).
Los transcribo en el orden en que los ofrece el lib ro (¿quién
p o d ría s u s titu irlo p o r o tro más claro?):

L a voluptuosidad es la carta sin respuesta. Es la botella a l


m a r que flo ta hacia la eternidad. Es la única sensación sin im ­
pacto de repercusión. Como e l agua que no puede remontarse a
su fuente, es tam bién el único placer irre p e tib le (p. 41 ).

E l juego d e l am or es el corazón y los sentidos jugand o a la


g a llin a ciega y pasando perpetuam ente uno a l lado del otro sin

94
La felicida d, el erodsm o y la lite ra tu ra

tocarse nunca. S i se tocaran, la voluptuosidad sería tan grande


qtte el cuerpo, en ese mismo instante, sefu n d iría , como la cera
tjue.se,acerca a una hoguera (p. 49).

Como la m ujer que en la habitación desviste cada vez más


,us form as a m edida que aum enta e l deseo, la sensación de des­
nudez in te rio r aum enta en nosotros con intensidad creciente, a
medida que sube la llam a del amor, sin que e l hombre experi­
mente la sensación de to ta l desnudez más que en la cumbre
suprema de la voluptuosidad (p. 65).

La voluptuosidad, que desencarna parcialm ente, es una re­


surrección en m in ia tu ra . L a m uerte es acaso un espasmo que se
prolonga en e l más a llá , como e l p rim e r g rito d e l n iñ o se
em parienta con e l g rito de placer en su p u n to más alto (p. 98).

La voluptuosidad es un juego de salto de carnero donde, sea


cualfuere el brinco que se dé, volvemos a caer a cada paso sobre
la espalda que queríamos saltar. S i saltáramos sobre esa espalda,
caeríamos en e l más allá. La m uerte es la “espalda saltada”,
pirueta suprema de la vida (p. 110).

¡ a voluptuosidad es la m uerte en m in ia tu ra , e l nacim iento


lo es en grande, y la vida de p u n ta a p u n ta (p. 112).

/ a sensación de nacer que experim enta el alm a y la sensa-


eur,i de m o rir que sufre el cuerpo, ese tironeo ho rrib le nos acarrea
¡oda ¡a angustia de la muerte. L a voluptuosidad no es otra cosa
que un núcleo de nacim iento en e l centro de una cáscara de
¡aucrte; cuyo “vértigo” reside íntegram ente en ese m om entopre-
asn cn que la “cáscara” se desprende de la alm endra, como un
h'uio m aduro que se separa del á rb o l (p. 114).

95
G e o rg e s B a ta ille

L a voluptuosidad pone a l cuerpo en cortocircuito. En la vo­


luptuosidad, sentimos los dedos d e l p ie en la cabeza, nuestra
boca casip o r todas las partes del cuerpo, la ro d illa en el lug a r de
los hombros, y los hombros en los muslos, entre tanto los brazos
han pasado completos a l torso; y buscaríamos en vano e l lugar de
los riñones: como un barco sin tim ó n navegan casi p o r todas las
partes d e l cuerpo (p. 116).

L a voluptuosidad convierte la m édula espinal en un solo


dedo capaz de a c a ric ia r e l cerebro desde adentro (p. 138).

L a m uerte es un salto peligroso con los pies y e l nacim iento es


un salto peligroso de cabeza. L a voluptuosidad es un salto con los
riñones, como las piruetas de la b a ila rin a en el a ire que son a la
vez saltos peligrosos de cabeza y de p ie conjugados y que proce­
den d e l titubeo d e l balancín entre las manos del equilibrista.
L a voluptuosidad es una oscilación entre C ielo y Tierra, como la
m irada anonadada del m oribundo que está como clavada en e l
espacio (p. 139).

L a voluptuosidad no tiene “p u n to m uerto", porque está em­


bragada con la vida. E l nacim iento es la voluptuosidad en em­
brague brusco, y e lfa lle cim ie n to es la voluptuosidad en “p unto
m uerto” (p. 146).

Sonidos y lu z están asociados. S i hay un to n o del color, tam ­


bién hay un tim b re d e l color. S i e l tono d e l color es uniform e
sobre los tejidos, e l tim b re en cam bio va ría según las regiones del
cuerpo que e l te jid o viste. Las form as d e l cuerpo le dan a los
colores su tim b re . A fla u ta d o en e l p lie g u e de las axilas,
repiqueteante en la cola, clarinete en e l antebrazo, saxofón en lo
a lto de los muslos, castañuela en las ro d illa s que el vestido toca,

96
L a fe lic id a d , e l e ro tis m o y la lite r a tu r a

0¡}Oe en la zona del cuello, el color sobre e l busto es un xilo fó n en


e[ que tocan y tocan los dos m a rtillo s de fie ltro y algodón de los
senos (p- 146).

Como en esos silencios nocturnos en que las paredes rechinan,


e ti los silencios
totales de la voluptuosidad todo nuestro esquele­
to cruje y nuestros huesos lanzan clamores, como e l agonizante
“sintiendo ” el ru id o d e l derrum be de su esqueleto o como el niño
a l nacer que oye c ru jir sus huesos en e l p rim e r gesto de lanza­
m iento de su cuerpo hacia la vida, o cual un velero crujiendo
con toda su estructura a lp rim e r soplo de los vientos de a lta m ar
(p. 160).

( a ia l un pez perseguido que bajo e l efecto d e l miedo siente


que “se vuelve agua”, así en la persecución m utua que es la
voluptuosidad—miedo a la alegría, alegría d e l miedo—los cuer­
pos se licú a n en las aguas del alm a, y somos todo alm a y m uy
poco cuerpo (p. 270).

N o sé si es ú til subrayar que tales frases alcanzan la cim a de


las posibilidades verbales: los m ísticos quizá nunca lo g ra ro n
en la descripción de sus éxtasis esta sutileza em briagada tocan­
do con rápida precisión un p u n to sensible, el p u n to donde la
sensibilidad se in v ie rte . E l o b je to de estos juegos fulgurantes
de luz ya no es contem plado in d ire cta m e n te : la v is ió n ya no
es buscada - o e lu d id a - a través de una satisfacción d e p rim id a
por la angustia o el recurso a la caída sucia o rid ic u la . E l pen­
s'^m iento que enciende el espacio con la im agen lum inosa
desconoce el desvío, desconoce los puntos de detención. N o
s'-s que la angustia haya desaparecido, sino que se consum e en
L’l ' esplandor y no deja más que un halo nocturno que le otorga
a h luz su intenso b rillo .

97
Georges B ataille

La relación de la “v is ió n ” de M a lc o lm de Chazal con la


angustia debe precisarse más. Escribe (p. 3): “ La vo lu p tu o s i­
dad es la carrera con el galgo del deseo, donde el perseguidor
cae siem pre antes de la m eta, sin haber p o d id o alcanzar su pre­
sa” . Pero más adelante (p. 137), representa a la vo luptuo sidad
com o “ el tie m p o asesinado p o r un tie m p o y consubstanciado
con el tocar” :8 com o si el galgo hubiera rozado su presa. La
contradicción , dada en ese p u n to dentro de la verdad del obje­
to , lo expresa más fie lm e n te que la fid e lid a d lógica. Pero el
segundo té rm in o de esta a firm a ció n no es el p u n to fin a l, y
M a lc o lm de C hazal dice tam bién: “ Si la n o ció n de tiem po
quedara to ta lm e n te abolida en la vo luptuo sidad, el alm a falle­
cería” (p. 136). La volu p tu o sid a d en p rin c ip io sólo es posible a
co n d ició n de s u p rim ir toda diferencia: no sólo debería anular­
se el h ia to te m p o ra l que subsiste entre el deseo y la respuesta
(el galgo debería capturar su presa), sino que los amantes debe­
rían s u p rim ir esa d ife re n cia que los separa hasta el fin a l. “ La
vo lu p tu o sid a d to ta l —dice M a lc o lm de C hazal (p. 160)—nos
haría saborear con el paladar del o tro . ¡Q ué lejos estamos de
ese ideal y de esa m eta sublim e!...” , pero aun cuando excluya la
“ fin a liza ció n ” , este pensam iento es tan preciso que presenta,
hablando de la d ife re n cia de los seres, la m ism a im precisión
que al hablar de la dife re n cia de tiem po. La m ism a reserva se
refiere al hecho de que la voluptuo sidad com unica una “ sensa­
ció n de fu sió n con o tro ” , pero el deslizam iento de uno dentro
del o tro no puede concluirse si seguim os v iv ie n d o .9 Sólo la
m uerte a b o liría la diferencia, y la m uerte es inaccesible: somos

s E n el m is m o s e n tid o : “ L a v o lu p tu o s id a d es una in v o lu c ió n hacia el In fin ito .


Es la m u e rte in v e rtid a y el n a c im ie n to al revés, d o n d e tie m p o y espacio son
a b o lid o s ” (p. 108).
9 “ L a v o lu p tu o s id a d es u n d o b le c a llejó n s in salida en tre dos ciudades carna­
les, d o n d e cada c u e rp o se to p a con el m u ro del o tro , y que se forzaría en
vano. Si fra nqu eára m os el m u ro , caeríam os en el más a llá ” (p. 48 ).

98
La felicidad, el erotismo y la literatura

incapaces de “descubrirla” salvo “cuando estamos demasiado


m uertos para describirla” . A fa lta del desenlace d e fin itiv o del
drama, de la m uerte de los actores, queda el m o vim ie n to hacia
el m om ento del desenlace. Es m é rito de M a lc o lm de Chazal
haber “vis to ” la volu p tu o sid a d dentro de un m o v im ie n to 10,
donde la esencia del m o v im ie n to es salida (com o se nos salen
os ojos cuando nos apresa el h o rro r), ya que concierne a la
sensación -q u e lo acelera y lo p re c ip ita - de la im p o s ib ilid a d
del reposo. H a b itu a lm e n te la lite ra tu ra se dem ora en describir
los m om entos de detención: se entorpece, se em pantana en la
angustia. Expresa lo que hace necesario el m o vim ie n to , pero el
m o vim ie n to fa lta : sólo quedan los estados im posibles. Esos
estados no se adm iten en el m o vim ie n to : el h ia to entre el deseo
V el objeto, la dife re n cia entre los seres y la m uerte nunca son
adm isibles. E l m o v im ie n to en cam bio es su rechazo. Pero la
1iteratura seria, que rechaza los estados im posibles, no los re-
d ia /a com o el m o vim ie n to . S in duda, contem pla siem pre la
posibilidad del m o vim ie n to , pero al pretender describirlo se le
es», upa o no capta más que un m o vim ie n to reducido a estado al
que luego rechaza. E n verdad, no es más que el juego de la
conciencia engañada p o r efectos que se le escapan. D escribe
infinitam ente situaciones, enumera todas las formas de degrada­
ción (Sade representó la inm ensidad de ese d o m in io ), puede
entonces a firm a r com o un hecho el m ovim iento de voluptuo si­
dad ligado a esas degradaciones, pero no puede seguir el m ism o
nio\ im iento que pretende captar. Para ello haría falta detenerlo;
y st se lo detiene sobreviene la depresión: ya no se describe el
im iento, sino el estado que resulta de su detención.
I .sto no es u n lím ite : M a lc o lm de C hazal lo prueba con
incom parable m aestría. Pero advertim os fácilm ente que la

Insiste en una ocasión sobre este aspecto: “ La voluptuosidad es la más


poderosa sensación que tenemos de la velocidad” (p. 32).

99
Georges Bataille

evasión de ia conciencia se sostiene con toda esa angustia que


el m o v im ie n to no supera sino ocasionando com o con tra p a r­
tid a su incre m e n to ve rtig in o so . E n p rin c ip io , el m om ento de
la vo lu p tu o s id a d perm anece fuera del cam po de representa­
ciones de la conciencia. L o cual no quiere d e cir que la con­
ciencia la ignore, sino que no deja en ella huellas perceptibles;
que siem pre es lo extraño, lo desconocido, lo que perm anece
en la oscuridad, sin derechos y sin poder, y que la conciencia
niega en los m om entos en que se a firm a . A sí el e stallido de la
vo lu p tu o sid a d , cuando aparece en la conciencia, está en un
p u n to m u e rto . Y no se puede hablar, no se puede hacer que
ingrese en el cam po claro de la conciencia sino a c o n d ic ió n de
em prender al revés el cam ino h a b itu a l del pensam iento.
E n este p u n to m e veo llevado a d e cir lo más extraño: ya
otros tra n sita ro n al revés el cam ino h a b itu a l del pensam iento.
C onocem os esos centelleos de palabras sobre cam po oscuro,
esas precip ita cio n e s de una frase en persecución de u n m o v i­
m ie n to dem asiado rá p id o . E l lenguaje de los m ísticos y el de
M a lc o lm de C hazan d ifie re n poco, y la a p ro xim a ció n se im ­
pone m ucho más p o rq u e los grandes co n te m p la tivo s siem ­
pre to m a ro n d e l ero tism o una parte de su vo ca b u la rio . Los
sentim ientos que les inspiraba la d iv in id a d les parecían com ­
parables a los que el am ado in s p ira a su am ante. N u n c a des­
conocieron además que el arrebato e s p iritu a l d e l éxtasis no
d ife ría p o r co m p le to del que afecta a los sentidos en la v o lu p ­
tuosidad. N o tengo intenciones de d e n ig ra r la experiencia re­
lig io sa (m e siento m u y alejado de esos m édicos que en su
inexperiencia p u d ie ro n id e n tific a r los fenóm enos m ísticos con
los desórdenes que observaban en su c lín ic a ). Pero no puedo
dejar de reconocer que la teología m ística fue la p rim e ra en
evocar esos m o vim ie n to s de balanceo del ser y del no-ser, que
el “ m uero p o rque no m uero” de Santa Teresa tiene u n cariz

100
La felicidad, el erotism o y la literatura

que recuerda las frases de Chazal, que en consecuencia el pen­


sam iento in fin ita m e n te tenso de los m ísticos ha seguido ese
m ovim iento que habitualm ente se sustrae a la conciencia, y le
ha dado expresión verbal.
Se plantea así la cuestión de la u n id a d de la v id a afectiva
del hom bre. N o es seguro que p o r cam inos divergentes no
busquemos el m ism o obje to . M a lc o lm de C hazal, que no se
aleja o que al m enos no se aleja decididam ente de una tra d i­
ción e s p iritu a l que podríam os lla m a r clásica, señala con insis­
tencia la re la ció n de la v o lu p tu o s id a d con la v id a religiosa.
“ La v o lu p tu o s id a d (dice) es pagana al com ienzo y sagrada al
fin a l. E l espasmo proviene del o tro m u n d o .” Se pregunta si
“ la voluptuo sidad no sería acaso el p rim e r escalón del más allá
espiritual” . Y aclara: “ La voluptuo sidad es una za m bullida con
los brazos pegados al cuerpo. N o sabemos entonces lo que
pasa a la derecha n i a la izq u ie rd a en esa cám ara oscura de
in fin ito ..'S i nuestra alm a p udiera extender los brazos en ese
m om ento preciso, tocaríam os la cáscara del m u n d o e s p iri-
111 .1!” . En verdad, no está lejos de alcanzar en este caso el p u n ­
to ú ltim o de su búsqueda.
“Todo es voluptuosidad” , dice, y esa voluptuosidad que “ lleva
l:i voz cantante” no se reduciría a la pureza de la sensación in te n ­
sa. Eso sería “ lo nuevo absoluto” que es “ la desnudez to ta l” .
"Podemos d e fin ir hasta cie rto p u n to lo B e llo , lo Feo, lo V e r­
dadero, lo Falso, el B ien, el M a l y otros universales de la le n ­
gua -sa lvo la D esnudez-. D e scrib ir la Desnudez en su esencia
es rom o querer describir a D io s ...” Es posible que esa búsqueda
conduzca a un p u n to indiferenciado y que una vez alcanzado su
objeto, la Desnudez, la voluptuosidad alcance el objeto com ún
-el objeto irre d u c tib le - del m undo e sp iritual y de los sentidos.
I’ero, ¿no debemos tem er en ese p u n to que nos estemos alejan­
do de la esencia, de la especificidad del m undo carnal?

101
G eorges B a taille

H a y dos posibilidades para el pensam iento ante el objeto


que es la desnudez —que de todas maneras es el m ism o objeto
de la vo lu ptuo sidad (lo que la determ ina, la in c ita y la lleva al
extrem o). Por una parte es posible desprenderla de su m o tiva ­
ción, com o lo hace M a lc o lm de Chazaí. Desde ese m om ento,
se m ostraría com o irre d u c tib le , com o un p re cip icio , insonda­
ble. Es sin duda lo más im p o rta n te : cuando se in te n ta explicar
el efecto de la desnudez, no podem os evitar la sensación de
alejarnos de ese objeto - y de su e fe cto -, m ientras que conside­
rándolo com o un “precipicio” , el objeto se ofrece sintéticam ente
a la conciencia m ediante la verdad del efecto. Pero com o puedo
considerar el objeto de dos maneras, tam bién puedo esforzar­
m e p o r explicar su efecto de dos maneras. H a y dos tipos de
explicaciones que, aunque procedan de la m ism a form a, tienen
sentidos opuestos. Puedo explicar fundan do la explicación en
la posib ilid a d , quizás lejana pero en p rin c ip io dada, de llevar la
explicación hasta el fin , hasta aclararlo todo, sin lím ites, convir­
tie n d o en lu z toda la oscuridad. N o me aparto verdaderamente
de ese m étodo si reconozco luego m i im potencia para lograrlo:
porque en ese caso m i descontento sigue im p lic a n d o esa posi­
b ilid a d que se m e escapa. Pero puedo explicar para acceder a lo
inexplicable, com o el objeto que quiero hallar, com o el objeto
que busco y que m e atrae debido a una elección deliberada:
advirtam os que ya no se tra ta en este caso de lo inexplicable
cuya exp lica ció n todavía nos fa lta (cuando ig n o ro cóm o re­
gresa la abeja a la colm ena). S ino de lo irre d u ctib le de aquello
que en n in g ú n caso p o d ría ser explicado. A sí en la desnudez,
cuando m e b rin d a esa voluptuosa sensación de to ta l novedad,
puedo decirm e que en ella al fin alcanzo lo irre d u c tib le : en
ese m om ento, todavía puedo preguntarm e si verdaderamente
alcancé lo irre d u c tib le p u ro , lo que en verdad no puede ser
reducido. M e esfuerzo entonces p o r re d u c irlo , con una inten-

102
L a fe lic id a d , el e ro tism o y la lite ra tu ra

ción opuesta a la de las ciencias, en razón de que no puedo


alcanzar u n irre d u ctib le a u té n tico antes de haber in te n ta d o
todo para re d u c irlo .
Así m i trayecto p o d ría fin a lm e n te encontrarse con el más
directo de C hazal. Pero sin haber dejado atrás el fin ú ltim o ,
en m i cam ino habré esclarecido la esencia, la especificidad de
lo sexual.
Esto nos co nducirá al análisis de la lite ra tu ra propiam ente
erótica.

* * *

La lite ra tu ra fracasa (no puede e m itir un sonido ple n o ) si


se esfuerza en la descripción de la fe lic id a d . Su m eta es el p la ­
cer que resultará de la lectura, pero el placer, según parece, no
[mede ser alcanzado directam ente: una novela debe p o n e r en
jiieg<) dificultades o caídas, que angustian o hacen reír; de o tro
m odo la le ctu ra perderá interés y no b rin d a rá placer alguno.
1 o más curioso al respecto es que la expresión de la v o lu p tu o -
sid.nl tam poco se sustrae a esa ley. S in duda, la lite ra tu ra eró­
tica puede dem orarse en la descripción de los estados más
dichosos, su m o v im ie n to im p lic a usualm ente la sugestión de
los mayores atractivos. Pero evidentem ente no puede l i m ita r-
'-e a representar la belleza fem enina, siem pre hace in te rv e n ir
una irre g u la rid a d , angustiante o risib le .
1 I p rin c ip io de dicha irre g u la rid a d reside en la desnudez,
que puede ser risible, y que tam bién puede ser angustiante: de­
pende de las circunstancias, y depende tam bién del atractivo de
l;t peisona desnuda. Por supuesto, aun es posible decir que la
desnudez es na tu ra l, que es co n tra natura reírse o angustiarse
P(,r ella. Pero suponiendo que el “naturism o” tenga razón, sim ­
plemente habrá desplazado la cuestión. Si la desnudez hum ana

103
Georges Bataille

es considerada na tu ra l y puesta en el m ism o plano que la des­


nudez anim al, se le re tira el sentido sexual que tiene en nuestro
m u n d o civiliza d o . Pero una vez retirado de la desnudez, el ele­
m ento sexual no deja de conservar la capacidad de angustiar o
de hacer reír que posee la desnudez para el hom bre contra natura,
que es el hom bre norm al.
La d ific u lta d para d e te rm in a r la naturaleza de lo sexual
reside en que al pretender considerarlo com o o b je to , el obje­
to considerado nunca presenta nada en sí m ism o que tenga
u n co n te n id o ta l que podam os verlo com o la razón de ser de
los com portam iento s m u y particulares de la a ctivid a d sexual.
D e hecho el o b je to sexual, lo que dete rm in a una conducta
sexual, es variable. Y p o r ú ltim o , parece que en verdad un
o b je to cualquie ra sería capaz, en un m edio dado, de tener el
poder de evocar la conducta sexual. Esta observación es fu n ­
dam ental, ya que la desnudez, que no es nada en sí m ism a,
sólo tiene el sen tid o angustiante o ris ib le del que hablam os
porque es el in d ic io de una conducta sexual, al m enos recuer­
da la presencia latente de u n m u n d o sexual. Si la lite ra tu ra se
encarga de d e sc rib ir expresam ente la vo lu p tu o sid a d , escoge
objetos y escenas que tie n e n la capacidad de d e te rm in a r la
co n d u cta sexual del lector, o al m enos de esbozarla. Pero al
leer, queda claro que esos objetos se han vu e lto de algún m odo
angustiantes o risibles para nosotros, y que esto m antiene de
m anera com pletam ente extraña al “ lenguaje de interés in m e ­
d ia to ” d e n tro de los lím ite s de la decadencia y la desgracia.
Pero si procuram os ir hasta el fo n d o de la explicación de lo
sexual, concediéndonos resum ir el objeto en la conducta, pare­
ciera fin a lm e n te que la “conducta” nos haría captar la sim pleza
de la fe licid a d . La actividad sexual, al menos durante el tiem po
en que se realiza, podría incluso s u p lir a la m ism a felicidad.
Pero en realidad no es tan sim ple: fa lta com prender p o r qué

104
La felicidad, el erotism o y la literatura

determ inados objetos que son cóm icos o provocan angustia


son precisamente los que sirven de in d ic io para el m undo sexual.
D e hecho, si consideram os las cosas en su aspecto elem en­
tal, sólo percibim os una determ inación clara. Las conductas
■.exuales y las conductas com unes se excluyen. H a y dos m u n ­
dos incom patibles, aquel donde tienen lugar actos eróticos, y
aquel donde tienen lugar los diferentes actos de la vid a social.
Sin duda, hay cam inos del segundo al p rim ero, pero nunca
conducen al m ism o n iv e l.11 Lo que hace pensar en los com por­
tam ientos estacionales de algunos anim ales, com o los renos,
que viven en pareja durante la tem porada de apaream iento y en
manadas el resto del tiem po. Pero esta observación general no
í ¡ene m ucho sentido. E n esa visión, p o r incom patibles que sean
c’ m undo sexual y el m u ndo social, aún pueden m ostrarse en
una especie de igualdad, es decir que su diferencia podría ser
análoga a la que opone el sur al norte, la planta al anim al o la
hembra al m acho. Lo que resulta im p o rta n te , ya que si sólo
algunos m atices oponen una conducta sexual a lo que la exclu­
ye, en seguida dejam os de com prender. Lo más curioso es que
al pretender c irc u n s c rib ir así la especificidad del erotism o, es
posible que nos alejemos de él; que no solam ente es diferente
sino c o n tra rio a lo que excluye. Pues entre un acto erótico y un
acto cualquiera (una com pra, una cena, un discurso) hay un
abismo, una oposición que debe calificarse de te rrib le , y toda-
v ia es poco. Es la oposición de la m uerte a la vida, de la ausencia
a la presencia: la sexualidad es sin ningun a duda una negación
enloquecida de lo que no es ella.
Esto surge de una in tu ic ió n clara, pero sólo podría ser con­
siderado claram ente en u n análisis m in u cio so del c o n te n id o
'le la lite ra tu ra erótica.*

: In ú til es decir que esto debería vincularse con análisis detallados, fundados en una
experiencia común, pero dejando un considerable margen para hechos ambiguos.

105
Georges Bataille

Ese análisis debería ser evidentem ente global. E l p rin c ip io


de considerar solam ente la obra de Sade es d is c u tib le a p rim e ­
ra vista. Pero acaso sea una observación excesivam ente teórica.
La m ayoría de las veces pareciera que Sade se hubiese encerra­
do en una obsesión m u y alejada de las conductas com unes,
pero no es seguro. A pesar de to d o , es posible pensar que el
m u n d o e ró tico que describió a m p lific a las reacciones banales
y que sería vano creerlo ajeno a esas reacciones.

* * *

H a y una d ife re n cia c ru cia l entre el universo de Sade y el


m u n d o que experim entam os. La a c tivid a d sexual en p rin c i­
p io une a los seres, m ientras que Sade la d e fin ió - s i no en su
vid a , en sus obras—com o la negación de lo s partenaire s,n
M aurice B lanchot insiste en este rasgo que erige com o p rin ­
c ip io . (E l estudio que le dedica a Sade d ifie re de otros estudios
análogos en que revela el pensam iento de Sade al que hace emer­
ger de una noche profunda , que sin duda fue la oscuridad para
el m ism o Sade: si Sade tuvo una filosofía, sería vano buscarla
en o tra parte antes que en el estudio de M a u rice B lan ch o t, y
recíprocam ente es posible que el pensam iento de B la n ch o t se
cum pla al m edirse con el de Sade, habiendo requerido el cum ­
p lim ie n to de uno y del o tro lo que el pensam iento general­
m ente rechaza, la solapada com unidad, la c o m p licid a d de las
m entes; ¡a decir verdad, es todo lo c o n tra rio al unicism o de
Sade!). La negación de los partenaires es en efecto la pieza clave
del sistema. Porque el erotism o en parte se desm iente si orienta
hacia la c o m u n ió n el m o vim ie n to de m uerte que es en p rin c i- 1
2

12 Dejamos este térm ino, bastante conocido, en francés, ya que sus posibles
traducciones (“compañeros, participantes, parejas, etc.” ) no contienen el
m atiz preciso de p a rte n a ire sexual al que se refiere Bataille. (N . de T.)

106
La felicidad, el erotism o y la literatura

pió. La u n ió n sexual, análogam ente al resto de la vida, en el


iondo no es más que un com prom iso, un té rm in o m edio, vá­
lid o sólo entre la vid a y la m uerte. Ú nicam ente separada de la
c o m u n ió n que la lim ita , la sexualidad m anifiesta librem ente la
exigencia que está en su base. Si nadie hubiera te n id o la fuerza,
il m enos escribiendo, de negar absolutam ente el lazo que lo
vincula con sus semejantes, no tendríam os la obra de Sade. La
i nisma vida de Sade deja entrever u n elem ento de fanfarronada
en la negación, pero incluso esa fanfarronada fue necesaria para
la elaboración de un pensam iento que la conveniencia no redu­
ce a los p rin c ip io s serviles: a p rin c ip io s donde la u tilid a d , la
ayuda m utua, la gentileza tienen más sentido que la seducción.
Sin d ific u lta d , com prendem os la im p o s ib ilid a d de ir hasta el
fondo de lo que nos seduce, si tenem os en cuenta el hastío que
le podría acarrear al otro una aceptación sin reservas de nuestros
líeseos. Por el c o n tra rio , cuando ya no se tiene en cuenta al
otro, esos deseos se nos ofrecen sin alteración, aunque su a fir­
m ación fuera “ literaria” .
“ La m o ra l [de Sade] —dice M a u rice B la n c h o t- está fu n d a ­
da sobre el hecho p rim a rio de la soledad absoluta” . L o ha
“dicho y re p e tid o de todas las form as posibles; la naturaleza
nos hace nacer solos, no hay n in g u n a clase de re la ció n entre
un hom bre y o tro . La única regla de conducta es p o r lo ta n to
p re fe rir to d o lo que me produce fe lic id a d y no considerar
para nada to d o lo m alo que m i preferencia pueda ocasionarle
al o tro . E l m ayor d o lo r de los otros siem pre cuenta m enos
que m i placer. N o im p o rta si debo a d q u irir el más m ín im o
goce m ediante u n cú m u lo in a u d ito de fechorías, puesto que
el goce m e deleita, está en m í, m ientras que el efecto del c ri­
b e n no me afecta, es e xte rio r a m í” .

* * *

107
Georges Bataille

E n la m e d id a en que considera el v ín c u lo de la destruc­


c ió n con los placeres vo lu p tu o so s, el análisis de M a u ric e
B la n c h o t no agrega nada a la a firm a c ió n esencial de Sade:
sobre esto Sade, que en otras cuestiones es cam biante, en u n ­
cia s in descanso com o una verdad revelada la p a radoja del
c rim e n que fu n d a la v o lu p tu o s id a d . Ese aspecto de la obra
de Sade es m ostrado de ta l m anera que n o podem os a ñ a d ir­
le nada: sobre ese p u n to el pensam iento de Sade es de lo
más e x p líc ito , su conciencia es extrem adam ente clara. Tenía
la certeza de haber hecho u n d e s c u b rim ie n to fu n d a m e n ta l
en el p la n o del c o n o c im ie n to . Pero p e rcib im o s la estrecha
cohesión del sistem a. Si el a islam iento del in d iv id u o v o lu p ­
tuoso no se pla n te a en p rin c ip io com o el a isla m ie n to más
c o m p le to , la re la ció n ín tim a de la d e stru cció n c rim in a l con
la v o lu p tu o s id a d no se entiende, o al m enos no puede in te r­
v e n ir más que en una escasa m edida. Para acceder a esa v e r­
dad, fue preciso ubicarse en la perspectiva falaz del aisla­
m ie n to . N ada resu lta más chocante de leer que el absurdo
de una negación c o n tin u a del v a lo r de un hom b re para o tro :
d ich a negación le da co n tin u a m e n te a ese pensam ien to un
v a lo r de co n tra -ve rd a d , lo arrastra a las más banales c o n tra ­
dicciones y la v id a no lo c o n firm a , o sólo lo c o n firm a en
parte. N o es que el a islam iento no in te rv in ie ra nunca en esa
vid a , es p o sib le que tu v ie ra in clu so el m á xim o va lo r, pero
no era lo ú n ic o que actuaba. Es d ifíc il re d u c ir a una fic c ió n
lo que sabemos sobre el carácter de Sade, que lo d is tin g u e
p ro fu n d a m e n te de los seres infam es que describe (cita ré su
a m o r p o r su cuñada, su carrera p o lític a , el h o rro r que s in tió
al ver fu n c io n a r la g u illo tin a desde su ventana de la p ris ió n ,
y en fin lo irre fu ta b le , el cuidado que tu v o en e s c rib ir y “ las
lágrim as de sangre” que v e rtió p o r la p é rd id a de u n m anus­
c rito ). Pero la falacia d e l aisla m ie n to es la c o n d ic ió n de la

108
La felicidad, el erotism o y la literatura

verdad de una rela ció n entre el am or y el c rim e n , y no pode­


mos s iq u ie ra im a g in a r la obra de Sade sin la re s o lu c ió n con
que negó el v a lo r del h o m b re para el h o m b re . D ic h o de
o tro m o d o , la verdadera naturaleza de la a tra cció n sexual
sólo puede ser revelada lite ra ria m e n te con la puesta en juego
de caracteres y escenas im posibles. D e no ser así perm anece­
ría velada; el hecho sexual p u ro no habría p o d id o re co n o ­
cerse e n tre las brum as de la te rn u ra , p o rq u e fin a lm e n te el
am or es usualm ente co m u n ica d o , su m ism o n o m b re lo ha
lig a d o a la existencia del o tro . C o m o si para dejar de ser una
cosa, para ser soberano, un hom b re debiera c o n v e rtir en co­
sas a to d o s los dem ás; al desprender la soberanía de la servi­
d u m b re , su fracaso es más p ro fu n d o y re m ite a la c o m u n i­
dad de los iguales.
E l m ism o exceso con el que Sade a firm a su verdad no es
de ín d o le ta l com o para ser a d m itid o fácilm e n te . Pero o b lig a
a la re fle x ió n . M a u ric e B la n ch o t ha in te n ta d o esclarecer el
pensam iento de Sade, pero puedo añadir ahora una precisión.
A p a rtir de las representaciones de Sade, es posible a d v e rtir
que la te rn u ra no puede m o d ific a r el juego fu n d a m e n ta l de la
m uerte. A l u tiliz a r la ru in a efectuada en ese juego, la te rn u ra
no p o d ría co n v e rtirla en su opuesto. D e m anera más general,
la conducta sexual se opone a la conducta h a b itu a l com o el
gasto a la a d q u isició n . Si nos com portam os co n fo rm e a la
razón, som os llevados a a d q u irir bienes de to d o tip o , trabaja­
mos para in cre m e n ta r nuestros recursos o nuestros c o n o ci­
m ientos, nos esforzamos p o r diversos m edios para poseer más.
En p rin c ip io , a esas conductas se lig a la a firm a c ió n de noso­
tros m ism os que efectuam os en el plano social. Pero en el
m om ento de la fiebre sexual, nos com portam os de m anera
opuesta: gastamos nuestras fuerzas sin m edida y perdem os
con vio le n c ia y sin provecho sumas de energía considerables.

109
Georges Bataille

La v o lu p tu o s id a d está tan em parentada con la ru in a que he­


m os llam ado “ pequeña m uerte” 13 al m om ento de su paroxis­
m o. E n consecuencia, los objetos que evocan para nosotros la
a c tiv id a d sexual siem pre están ligados a algún desorden. A sí,
la desnudez sería la ru in a e incluso la tra ic ió n del aspecto que
asum im os con nuestros vestidos. Pero en este sen tid o nunca
quedam os satisfechos con poco. E n general, la destrucción
arrebatada, la tra ic ió n endem oniada, tienen por sí solas el poder
de hacernos ingresar en el m undo del sexo. A ñ a d im o s a la
desnudez la extravagancia de los cuerpos sem idesnudos que
pueden estar disim uladam en te más desnudos que desnudos.
Los s u frim ie n to s y la m uerte in flig id o s sádicam ente p ro lo n ­
gan ese m o v im ie n to de ru in a ; de ningun a m anera son co n tra ­
rios a e llo . Ig ualm ente , la p ro s titu c ió n , el vo ca b u la rio e ró ti­
co, el in e v ita b le lazo de la sexualidad y la in m u n d ic ia , c o n tri­
buyen a hacer del m u ndo de los sentidos un m u n d o de deca­
dencia y de ru in a . Pues no obtenem os una fe lic id a d verdadera
sino gastando vanam ente, porque siem pre querem os estar se­
guros de la in u tilid a d de nuestro gasto, sentirnos lo más lejos
posible del m u n d o serio donde el incre m e n to de los recursos
es la regla. Pero lejos es d e cir poco, querem os oponernos a él;
hay generalm ente en el erotism o u n m o vim ie n to de o d io agre­
sivo, u n m o v im ie n to de tra ic ió n . Por e llo está ligado a una
angustia y -c o m o c o n tra p a rtid a - cuando el o d io es im p o te n ­
te, o la tra ic ió n in v o lu n ta ria , el elem ento e ró tico es ris ib le .

* * *

E n ese aspecto, el sistem a de Sade no es sino la fo rm a más


consecuente, más dispendiosa, de la a ctivid a d sexual. E l aisla­
m ie n to m o ra l s ig n ifica la libe ra ció n de los frenos, y es además

13 En francés,p e tite m orte es una metáfora dásica para designar el orgasmo. (N.. de T )

110
L a fe licid a d , el e ro tism o y la lite ra tu ra

lo único que proporciona el sentido p ro fu n d o del gasto. Q u ie n


adm ite el v a lo r del o tro está necesariam ente lim ita d o , está
o b n u b ila d o p o r ese respeto al o tro que le im p id e saber lo que
s ig n ific a en él la única aspiración que no está subordinada al
deseo de increm entar sus recursos m ateriales o m orales. N ada
más com ún que una in c u rs ió n m om entánea en el m u n d o de
las verdades sexuales, seguida to d o el resto del tie m p o p o r la
desm entida fundam ental de esas verdades. Pues la solidaridad
le im p id e a u n hom bre que ocupe el lu g a r designado con el
nom bre de soberano: el respeto del hom bre p o r el hom b re se
inserta en un c ic lo de servidum bre, donde ya no subsisten
más que los m om entos subordinados, donde fin a lm e n te fa l­
ta ese respeto puesto que privam os al hom bre en general de
sus m om entos soberanos (de lo más precioso que tiene).
Por el contrario, “el centro del m undo sádico” —según M aurice
Blanchot—es “ la exigencia de la soberanía que se a firm a a través
de una inm ensa negación” . E n este p u n to se revela el bien esen­
cial que somete generalm ente al hom bre (que le q u ita la fuerza
para acceder al lugar donde se efectuaría su soberanía). Puesto
que la esencia del m undo sexual no es solam ente el gasto de
energía, sino la negación llevada al extrem o: o si se prefiere, el
m ism o gasto de energía es necesariamente esa negación. Sade
llam a “apatía” a ese m om ento supremo. “ La apatía -d ic e M aurice
B la n c h o t- es el espíritu de negación aplicado al hom bre que ha
elegido ser soberano.” D e alguna manera es la causa y el p rin c i­
pio de la energía. A l parecer, Sade razona aproxim adam ente de
esta m anera: el in d iv id u o actual representa una determ inada
cantidad de fuerza; la m ayor parte del tiem po dispersa sus fuer­
za enajenándolas en provecho de esos sim ulacros que se l l a m a n
los otros, D io s, el ideal; m ediante esa dispersión, comete el error
de agotar sus posibilidades gastándolas, pero más aún fundando
su conducta en la debilida d, pues si se gasta para los otros es1

111
Georges Bataille

porque cree tener la necesidad de apoyarse en ellos. D esfalleci­


m ie n to fatal: se d e b ilita gastando sus fuerzas en vano, y gasta
sus fuerzas porque se cree débil. Pero el hom bre verdadero sabe
que está solo y lo acepta; niega en él to d o lo que se refiera a
otro s antes que a él, herencia de diecisiete siglos de cobardía;
p o r ejem plo, la piedad, la g ra titu d , el am or, son sentim ientos
que destruye; al destruirlos, recupera toda la fuerza que hubiese
debido consagrar a esos im pulsos debilitantes y, lo que es aún
más im p o rta n te , extrae de ese trabajo de destrucción el p rin c i­
p io de una energía verdadera. H a y que entender en efecto que
la apatía no consiste sólo en dem oler los afectos “parasitarios” ,
sino tam bién en oponerse a la espontaneidad de cualquie r pa­
sión. E l vicioso que se entrega inm ediatam ente a su v ic io no es
más que un engendro que se perderá. In cluso los lib e rtin o s
talentosos, perfectam ente dotados para convertirse en m ons­
truos, si se contentan con seguir sus inclinaciones, están desti­
nados a la catástrofe. Sade lo exige: para que la pasión se vuelva
energía, es preciso que sea contenida, que se m ediatice pasando
p o r un m om ento necesario de insensibilidad; entonces alcan­
zará el m áxim o posible. E n las prim eras etapas de su carrera,
Ju lie tte no deja de re c ib ir las reprim endas de C la irw ill: no co­
m ete el crim e n sino en el entusiasm o, no enciende la antorcha
del crim en sino con la antorcha de las pasiones; pone la lu ju ria ,
la efervescencia del placer p o r encim a de todo. Facilidades p e li­
grosas. E l crim en im p o rta más que la lu ju ria ; el crim en a sangre
fría es más grande que el crim en ejecutado en el ardor de los
sentim ientos; pero el crim en “ com etido en el endurecim ie nto
de la parte sensitiva” , crim en oscuro y secreto, es más im p o r­
tante que to d o , porque es el acto de u n alm a que, al haber
destruido to d o en ella, ha acum ulado una fuerza inm ensa que
se id e n tific a rá com pletam ente con el m o vim ie n to de destruc­
ció n to ta l que ella prepara. Todos esos grandes lib e rtin o s que

112
L a fe lic id a d , el e ro tism o y la lite ra tu ra

sólo viven para el placer, no son graneles sino porque han a n i­


quilado en ellos toda capacidad de placer. Por ta l m o tivo se
entregan a espantosas anomalías, de otro m odo les bastaría con la
m ediocridad de las voluptuosidades normales. Pero se han hecho
insensibles: pretenden gozar de su insensibilidad, de esa sensibili­
dad negada, anulada, y se vuelven feroces. La crueldad no es más
que la negación de sí, llevada tan lejos que se transform a en una
explosión destructora; la insensibilidad se vuelve estrem ecim ien­
to de todo el ser, dice Sade: “el alm a pasa a una especie de apatía
que en seguida se transform a en placeres m il veces más divinos
que aquellos que les procuraban las debilidades” .
Ese pasaje debería citarse com pleto, ya que ilu m in a el p u n to
central. La negación no puede ser separada de esas vías donde
:a vo lu n ta d no actúa sensiblem ente sino donde se desm onta su
aiecanism o m ental. Y asim ism o la vo luptuo sidad, separada de
esa negación, se conserva fu rtiv a , despreciable, im p o te n te para
ocupar su s itio , el suprem o, en la lu z de la conciencia. C la irw ill
dice: “ C o m o com pañera de desenfreno de J u lie tte , quisiera
hallar un crim e n cuyo efecto perpetuo actuara aun cuando ya
no actúe, de m anera que no h u b ie ra un solo in sta n te de m i
vida en que, in clu so al d o rm ir, no fuera yo causa de algún
desorden, y que ese desorden pudiera extenderse hasta el p u n ­
to de ocasionar una c o rru p c ió n general o una p e rtu rb a c ió n
tan fo rm a l que el efecto se prolongara incluso más allá de m i
propia vida” . ¿Q uién se atrevería fin a lm e n te a desconocer que
una in c lin a c ió n a la voluptuo sidad dentro de sí no hallaría su
prolongación extrem a sino en ese punto? ¿Q uién se atrevería
finalm ente a negarle a la voluptuosidad, en sus envilecim ientos,
un va lo r incom parable con los intereses de la razón? ¿Q uién se
atrevería a negarse a ver en la voluptuosidad, desde la ó ptica de
un instante eterno, el rapto sin el cual lo d iv in o , angustiante y
cruel, negador del hom bre, no h u b ie ra p o d id o ser pensado?

113
Georges Bataille

Esa negación desmesurada tiene dos aspectos. E n p rim e r lu ­


gar, niega divinam ente al ser separado, al in d iv id u o precario ante
la inm ensidad del universo. Tal vez lo niega en provecho de otro
no m enos precario, pero que debido a su universal negación, si
se afirm a a sí m ism o hasta el grado extrem o de la afirm ación, lo
hace sin em bargo sólo para negar. A u n cuando sea en un p rin c i­
p io el alm a del anonadam iento, no hay nada en él que no se abra
de antem ano a golpes sim ilares a los que él m ism o d irig e hacia
todos lados. Sin duda, esta a fin id a d ú ltim a con la destrucción
cruel no es puesta com únm ente de m anifiesto p o r los héroes de
Sade. N o obstante, uno de sus personajes más perfectos, A m élie,
lo expresa tan com pletam ente com o podría desearse. “ V iv e en
Suecia, un día va a encontrarse con Borcham ps... Este ú ltim o ,
con la esperanza de una ejecución m onstruosa, acaba de entre­
garle al soberano todos los m iem bros del c o m p lo t (que él m is­
m o urdiera), y la tra ic ió n entusiasm ó a la joven. ‘M e gusta tu
ferocidad’, le dice. ‘Júram e que un día yo tam bién seré tu v íc ti­
m a; desde los 15 años de edad, m i cabeza no alberga otra idea
que perecer víctim a de las crueles pasiones del lib e rtin a je . N o
quiero m o rir mañana, sin duda; m i extravagancia no llega a tan­
to ; pero sólo quiero m o rir de esa manera: convertirm e en la
ocasión de u n crim en al expirar es una idea que me vuela la
cabeza.” ’ E xtraña cabeza, m uy digna de esta respuesta: ‘ “A doro
tu cabeza hasta la locura y creo que ju n to s harem os cosas m uy
fuertes.’ - ‘Está podrida, putrefacta, lo a dm ito.’ Así ‘para el hom ­
bre integral, que es la to ta lid a d del hom bre, no hay m al posi­
ble’. Si le hace m al a los otros, ¡qué voluptuosidad! Si los otros
le hacen m al, ¡qué goce! La v irtu d le da placer porque es débil y
él la aplasta; y el v ic io , porque obtiene satisfacción del desorden
que resulta de ello, aunque sea a sus expensas. Si vive, no hay un
acontecim iento de su existencia que no pueda experim entar
com o dichoso. Si m uere, encuentra en su m uerte una felicidad

114
La felicidad, el erotismo y la literatura

más grande aún y, en la conciencia de su destrucción, la corona­


ción de una vida que sólo la necesidad de destruir ju stifica. A sí el
negador estaría en el universo a la vez com o extrem a negación
de todo lo demás, y esa negación no puede dejarlo tam poco
fuera de su alcance. Sin duda la fuerza de negar, m ientras dura,
otorga un p riv ile g io ; pero la acción negativa que aquel ejerce
con una energía sobrehum ana es la única protección contra la
intensidad de una negación inm ensa.”

* * *

Puede verse en este punto que los efectos considerados exce­


den de todas maneras el plano hum ano: esa especie de acaba­
m iento nunca ha sido concebido sino bajo una fo rm a m ítica
que lo sitúa, si no fuera del m undo, p o r lo m enos en el d o m i­
nio del sueño. Lo m ism o ocurre en la obra de Sade, pero —este
es el segundo aspecto de esa negación—lo que se niega en este
caso no se niega en beneficio de una afirm a ció n trascendente.
\id c se opone a la idea de D ios con una rara vio lencia. En
vertí ad, la única diferencia pro fu n d a entre su sistema y el de los
ieól< igos es que la negación de los seres aislados, que más allá de
las apariencias n ingun a teología efectúa con m enor crueldad,
no t onserva p o r encim a suyo nada existente que consuele, n i
siquiera una inm anencia del m undo. Está esa negación en la
<■áspide, es todo. Evidentem ente es m uy perturbador, m u y des-
t oncertante; y no lo es menos para quien ve esa única posibilidad
Iuei. i de su alcance. (Las representaciones de Sade, en efecto, son
'■ni perfectas que a su manera se separan de la tierra, y quien las
capui com o es posible hacerlo, sabe de entrada que son ajenas14

M aurice B lanchot ha form ulado de manera m u y precisa la relación del


pensamiento de Sade con el del co njunto de los hombres: “ N o decimos que
ese pensamiento sea viable. Pero nos muestra que entre el hom bre norm al

115
Georges Bataille

a sus posibilidades personales desde el p rim e r paso.) Finalm ente,


este ú ltim o e inaccesible m ovim iento, cuya mera idea deja sin
aliento, sustituye la im agen de D ios p o r una instancia hum ana
im posible, pero cuya necesidad no deja de im ponerse, ya que se
im pone más lógicam ente que antaño la de D ios. Puesto queda
idea de D io s fue un descanso, un tiem po de suspenso en el
m o v im ie n to vertiginoso que seguimos. M ie n tra s que la nega­
ción de Sade señala la fuerza que tendría un hom bre, no de
suspender sino de acelerar ese m o vim ie n to . Ya no se tra ta de
saber. Saber al cual la idea de D ios servía de pieza fundam ental,
y que era brindarse la p o sib ilid a d de d o rm ir, m ientras que la
negación de Sade ha dejado al espíritu frente a una verdad que
no es la naturaleza n i el universo, n i nada, sino la negación m is­
m a de la naturaleza y del universo, com o si en la naturaleza - y
en el universo—h ubiera una ú ltim a p o sib ilid a d , en el lím ite ,
una trascendencia posible en la insatisfacción de ser, en la obse­
sión de un pasaje del ser al no-ser. Acaso no haya forzosam ente
trascendencia: el ser no sale de sí m ism o más que a co n d ició n
de ya no ser; sino que más bien habría deseo, com o p o s ib ili­
dad, de una trascendencia im posible. E n este p u n to de la exp li­
cación, el saber al fin se aparta bruscam ente de sí m ism o, lo
irre d u ctib le está a llí, ta l com o si una expresión poética - o nega­
tiv a - hubiera tenido la capacidad de revelar inm ediatam ente su
presencia en la voluptuosidad.

que encierra al hom bre sádico en un sitio sin salida y el sádico que hace de
ese sitio una salida, es este ú ltim o quien sabe más sobre la verdad y la lógica
de su situación y quien posee la inteligencia más p rofunda de ello, hasta el
p u n to de que puede ayudar al hom bre norm al para que se com prenda a sí
m ism o, ayudándolo a m od ifica r las condiciones de toda com prensión” (p.
2 6 2 -2 6 3 ).

116
E l a r t e , e je r c ic io d e c r u e ld a d

E l p in to r está condenado a com placer. Por n in g ú n m edio


podría c o n v e rtir a u n cuadro en o b je to de aversión. U n es­
pantapájaros tiene la fin a lid a d de asustar a los pájaros, alejar­
los del cam po donde está enclavado, m ientras que el cuadro
más te rrib le está a llí para atraer a los visitantes. U n s u p licio
real ta m b ié n puede despertar interés, pero en general no p o ­
dría decirse que tenga el m ism o fin : esto ocurre p o r u n con­
ju n to de razones; aunque en p rin c ip io sus fines d ifie re n poco
de los del espantapájaros: a la inversa del o b je to de arte, se
ofrece ante la vista para alejar del h o rro r que expone. M ie n ­
tras que el su p liciado de los cuadros ya no in te n ta am onestar­
nos. E l arte nunca se encarga de la tarea del juez. Por sí m ism o
no despierta interés en h o rro r alguno: n i siquiera es im agina­
ble. (Es cie rto que en la Edad M e d ia la im aginería religiosa lo
hizo con el in fie rn o , pero precisam ente porque el arte no es­
taba diferenciad o de la enseñanza.) C uando el h o rro r se ofre­
ce a la tra n s fig u ra c ió n de u n arte a u té n tico , lo que está en
juego es u n placer, u n placer fu e rte pero placer al fin .
Sería vano ver en esta paradoja el sim ple efecto de un v ic io
sexual.
Los espectros fascinantes de la desgracia y del d o lo r m an­
tienen siem pre obstinadam ente, en los cortejos de figuras que

117
Georges B a ta ille

form aban el trasfo n d o festivo de ese m u n d o , una especie de


d eterm inació n m uda, inevitable e inexplicada, cercana a la de
los sueños. N o hay dudas de que el arte no tiene esencialm en­
te el sentido de la fiesta; pero justam ente, ta n to en el arte
com o en la fiesta, siem pre se le ha reservado una parte a lo
que parece opuesto al regocijo y al agrado. E l arte se lib e ró
fin a lm e n te del servicio a la re lig ió n , pero m antiene esa servi­
d u m bre con respecto al h o rro r; perm anece abierto a la repre­
sentación de lo que repugna.
D eberíam os verdaderam ente considerar con la m áxim a
atención la paradoja de la fiesta, que en el sentido más general
es la paradoja de la em oción, pero en sen tid o más e stricto es
la paradoja del sacrificio . D e niños, todos lo hem os sospecha­
do: ta l vez fuéram os, agitándonos extrañam ente bajo el cielo,
víctim as de una tram pa, de una farsa cuyo secreto algún día
descubriríam os. Esa reacción es ciertam ente in fa n til y v iv i­
m os apartados de ella, en u n m u ndo que se nos im pone com o
“ to ta lm e n te n a tu ra l” , m u y d is tin to del que antaño nos exas­
peró. D e n iños no sabíamos si íbam os a re ír o a llo ra r, pero
com o adultos “poseemos” este m u n d o , disponem os de él sin
lím ite s , está hecho de objetos in te lig ib le s y disponibles. Está
hecho de tie rra , de piedra, de m adera, de vegetales, de anim a­
les: trabajam os la tie rra , construim os casas, com em os el pan y
la carne. Por lo general, olvidam os nuestra irrita c ió n p u e ril.
E n una palabra, hem os dejado de desconfiar.
S ólo u n pequeño núm e ro en tre nosotros, en m edio de
los grandes logros de esta sociedad, se dem oran en su reacción
verdaderam ente p u e ril, se pre g u n ta n todavía ingenuam ente
qué hacen en el planeta y qué farsa les están representando.
Q u ie re n descifrar el cielo o los cuadros, pasar atrás de los fo n ­
dos de estrellas y las telas pintadas, y com o chicos buscando
las hendiduras de una cerca, in te n ta n m ira r a través de las fallas

118
E l arte, e je rcicio de crueldad

de ese m u n d o . U na de esas fallas es la cru e l costum bre del


sa crificio .
Es cierto que actualm ente el sacrificio ya no es una in s titu ­
ción vigente. M ás bien es una m arca que sigue rayando el
cristal. Pero nos resulta posible experim entar la em oción que
suscitara, pues los m ito s del s a crificio son sim ilares a los te­
mas de las tragedias, y el sa crificio de la cruz conserva su im a ­
gen en m edio de nosotros com o u n em blem a propuesto a la
refle xió n más elevada y com o la más d iv in a expresión de la
crueldad del arte. A u n q u e el sa crificio no es solam ente esa
im agen m u ltip lic a d a a la cual la civiliza ció n europea le ha o to r­
gado v a lo r soberano; es la respuesta a la obsesión secular de
todos los pueblos del planeta. Igualm ente, si hay alguna ver­
dad en la idea de que nuestra v id a hum ana es una tram pa,
podríam os pensar -d e m odo delirante, pero ¿qué más se pue­
de hacer?- que el s u p lic io “se nos m uestra universalm ente
com o u n señuelo” ; y que re flexionan do sobre la fascinación
experim entada podrem os descubrir lo que somos y el m u n ­
do su p e rio r desde perspectivas que sobrepasen la tram pa.
La im agen del s a c rific io se im p o n e ta n necesariam ente a
la re fle x ió n que, superada la época en que el arte era entrete­
n im ie n to , cuando sólo la re lig ió n respondía a la preocupa­
ció n p o r indagar el fo n d o de las cosas, advertim os que la
p in tu ra m oderna ha dejado de propone rnos im ágenes in d i­
ferentes y m eram ente bellas, que en el cuadro tiene la in te n ­
ció n de hacer que el m u n d o se “transparente” . A p o llin a ire
decía ya que el cubism o era u n gran arte re lig io so , pero el
sueño de A p o llin a ire no se ha p e rd id o . La p in tu ra m oderna
p ro lo n g a en este sen tid o la obsesión m u ltip lic a d a de la im a ­
gen s a c rific ia l donde las destrucciones de objetos efectuadas
p o r ella corresponden de una m anera ya sem iconsciente a la
fu n c ió n perdurab le de las religiones. D e todas form as, el

119
G eorges B ataille

hom bre preso en la tra m p a de la v id a que somos se m ueve


en un cam po de atra cció n d eterm inad o p o r un p u n to fu lg u ­
rante donde las form as sólidas son destruidas, donde los o b ­
jetos disponib les con que está hecho el m u n d o se consum en
com o en una hoguera de lu z. A decir verdad, el carácter de la
p in tu ra actual -d e s tru c c ió n , fogata de San Juan de los o b je ­
to s - no se pone claram ente de relieve, no se percibe en el
lin a je del s a c rific io . D e m anera fu n d a m e n ta l, lo que el p in ­
to r surrealista desea m ira r con sus propios ojos en la tela donde
reúne las im ágenes no es d ife re n te de lo que la m u ltitu d azte­
ca acudía a ver con sus p ro p io s ojos al p ie de las pirám ides
donde se arrancaba el corazón de las víctim a s. Lo que siem ­
pre se espera es una fu lg u ra c ió n que consum e. S in duda nos
alejam os de la cru e ld a d cuando consideram os las obras m o ­
dernas, pero después de to d o los aztecas tam poco eran crue­
les. O lo que nos desorienta es la idea dem asiado sim ple que
tenem os de la crueldad. Llam am os generalm ente crueldad a
lo que no tenem os la fuerza de aguantar; y lo que soporta­
m os fá cilm e n te , lo que nos resulta h a b itu a l no nos parece
cruel. Si b ien llam am os crueldad a la de los demás y que al
no p o d e r sin em bargo p re s c in d ir de crueldad, la negamos
cuando nos pertenece. Esas flaquezas no suprim en nada, pero
hacen d ifíc il la tarea del que busca en sus m eandros el m o v i­
m ie n to o c u lto del corazón hum ano.
E l hecho del v ic io sexual no s im p lific a la tarea. E n el v ic io ,
en efecto, los ju ic io s com unes son tom ados al revés y aquel
que se confiesa vicio so se aferra a los té rm in o s de h o rro r que
estigm atizan. E l azteca hubiera negado la crueldad de asesina­
tos sagrados com etidos p o r m illares. Por el co n tra rio , el sádi­
co se dice, se re p ite con d e lic ia que la flagelación es cruel. N o
tengo los m ism os m o tivo s para usar esa palabra. Lo hago para
ser claro: no repruebo nada en absoluto, solam ente pretendo

120
E l arte, e je rcicio de crueldad

m ostrar la in te n c ió n oculta. E n algún sentido, esa in te n c ió n


no es cruel: si se creyera ta l, dejaría de serlo (la práctica del
sacrificio desapareció a m edida que los hom bres se vo lvie ro n
más conscientes), pero es siem pre u n deseo de destruir.
A unque en verdad sólo es un deseo m oderado. Según nues­
tros m edios (nuestros hábitos, nuestra fuerza) no nos gusta
d e stru ir más que oscuram ente, rechazamos las destrucciones
terribles y ruinosas, al m enos las que nos parecen tales. N os
contentam os con una im p re sió n poco consciente de destruir.

* * *

H asta aquí he m ostrado que la destrucción fu lg u ra n te , en


la tram pa de la vid a , es el señuelo que no deja de atraernos.
Pero la tram pa no es re d u cib le al señuelo. Supone, si no la
m ano que lo coloca, el fin perseguido. ¿Qué le sucede al que
m uerde el señuelo? ¿Cuáles son las consecuencias de su debi­
lid a d para q u ie n cede a la fascinación?
Esto conduce en p rin c ip io a plantear la pregunta previa,
donde reside lo esencial de m i indagación. N o basta con ob­
servar que somos generalm ente fascinados p o r una destruc­
ción que no presenta u n p e lig ro dem asiado grave. Pero, ¿qué
razones tenem os para ser seducidos p o r la m ism a cosa que
para nosotros significa, de m anera fundam ental, un daño, que
tiene incluso la capacidad de evocar la pérdida más com pleta
que sufrirem os con la m uerte?
D e todas form as queda claro que sólo el c o n se n tim ie n to
nos conduce al p u n to donde la d e stru cció n tie n e lugar. N o
entram os en la tra m p a sino p o r nuestra p ro p ia v o lu n ta d .
Pero podríam os im a g in a r a p r io r i que u n señuelo debería
tener el aspecto c o n tra rio , que no debería haber en él nada
que espante.

121
Georges Bataille

E n verdad, la cuestión planteada p o r la naturaleza del se­


ñuelo no es diferente a la de la fin a lid a d de la tram pa. E l
enigm a del sa crificio -e s el enigm a d e c is iv o - está lig a d o a
nuestra in te n c ió n de h a lla r lo que busca el n iñ o in va d id o p o r
una sensación de farsa. Lo que p e rtu rb a al n iñ o y de repente
lo convierte en un tro m p o ve rtig in o so es el deseo de aferrar,
más allá de las apariencias de este m undo, una respuesta a una
in te rro g a ció n que sería incapaz de fo rm u la r. Piensa entonces
que ta l vez sea el h ijo de un rey, pero el h ijo de un rey no es
nada; piensa tam bién con sagacidad que él ta l vez sea D io s: el
enigm a estaría resuelto. E l n iñ o , p o r supuesto, no habla de
ello con nadie: se se n tiría rid íc u lo en u n m u n d o donde cada
o b je to le devuelve la im agen de sus lím ite s , donde él se sabe
p ro fu n d a m e n te pequeño y “separado” . Pero lo que ansia es
precisam ente no estar más “ separado” ; y solam ente el no es­
ta r más “separado” le dará la sensación de una so lu ció n sin la
cual zozobra. La p ris ió n estrecha del ser “separado” , del ser
separado com o u n o b je to , le provoca una sensación opuesta
de farsa, de e x ilio , de chistosa c o n ju ra c ió n en su co n tra . E l
n iñ o no se sorprende ría si se despertara siendo D io s , q u ie n
p o r un tie m p o se habría puesto - é l m is m o - a prueba: en­
tonces la superchería de su p o sició n m in ú scu la le sería sú b i­
tam ente revelada. E l n iñ o en adelante, aunque sea en una
escasa m edida, se queda con la fre n te pegada al v id rio a la
espera de un m om ento fulgurante .
A esa espera responde el señuelo del sa crificio ; lo que espe­
ram os desde la in fa n c ia es el tra sto rn o del orden en que nos
ahogamos. U n o b jeto debe ser d e struido (d e stru id o en cuan­
to o b je to , y si es posible “ separado” ); nos deslizam os en la
negación de ese lím ite de la m uerte que fascina com o la luz.
Pues el tra sto rn o del obje to —la destrucción— no tiene va lo r
sino en la m edida en que nos trastorna, en que tra sto rn a al

122
E l arte, e je rcicio de crueldad

m ism o tie m p o al sujeto. N o podem os sacar directam ente de


nosotros m ism os (el sujeto) el obstáculo que nos “separa” .
Pero si e lim inam os el obstáculo que separa al objeto (la v íc ti­
ma del sa crificio ), podem os p a rticip a r de esa negación de toda
separación. Por así decir, lo que nos atrae en el objeto destrui­
do (en el m om ento m ism o de la destrucción) es que tiene la
capacidad de revocar - y a rru in a r- la solidez del sujeto. A sí la
fin a lid a d de la tram pa sería destruirnos en ta n to que objetos
(en ta n to que perm anecem os encerrados - y em baucados- en
nuestro aislam iento enigm ático).
A sí nuestra ru in a , cuando se abre la tram pa (al m enos la
ru in a de nuestra existencia separada, de esa e n tid a d aislada,
negadora de sus sem ejantes), se em prende en co n tra de la an­
gustia, que prosigue sin descanso, de m anera egoísta, las cuen­
tas de ganancias y pérdidas de esa entidad resuelta a perseverar
en su ser. La co n tra d ic c ió n más contrastante, in te rio r a cada
persona, se despeja en esas condiciones. Por una parte la exis­
tencia lim ita d a , m in ú scu la e inexp lica b le que hem os sentido
com o exiliada, v íc tim a de la brom a, de la farsa inm ensa que
es el m u n d o , no puede decidirse a abandonar la p a rtid a ; p o r
o tra parte, escucha el lla m a d o que le exige que o lvid e sus lí ­
m ites. E n cie rto m odo ese llam ado es la tram pa, pero sólo en
la m edida en que la v íc tim a de la brom a se atiene, así es de
banal —digam os que ta m b ié n necesario—, a seguir siendo la
víctim a . L o que to rn a d ifíc il esclarecer esa situación es que de
este m odo nos espera una tram pa en ambos sentidos. (O p o r
así decir, que la tram pa es doble.)
Por un lado los objetos disponibles del m undo se ofrecen a
la angustia com o señuelos -d e sentido c o n tra rio al del sacrifi­
cio: estamos desde ese m om ento presos en la tram pa de una
realidad separada, m inúscula, exiliada de la verdad (en la m edi­
da en que esta palabra rem ite más allá de un horizonte estrecho.

123
Georges B a taille

a la ausencia de lím ites). Por el o tro , el sacrificio nos destina a la


tram pa de la m uerte. Pues la destrucción efectuada en el objeto
no tiene o tro sentido que la amenaza que constituye para el
sujeto. Si el sujeto no es verdaderam ente destruido, todo sigue
aún en la am bigüedad. Si es destruido, la am bigüedad se resuel­
ve, pero en el vacío donde to d o se suprim e.
Pero con este doble atolladero se destaca justam ente el sen­
tid o del arte, que al arrojarnos en la vía de una desaparición
com pleta - y dejándonos suspendidos p o r un tie m p o - le ofre­
ce al hom bre un incesante rapto. Por supuesto, tam bién po­
dríam os decir que ese rapto es la tram pa más cerrada: si lo al­
canzáramos, sin duda, pero al instante se nos escapa —en la es­
tric ta m edida en que verdaderam ente lo alcanzamos. M ás allá,
más acá, entram os en la m uerte o reingresam os en el m undo
m inúsculo. Pero la fiesta in fin ita de las obras de arte existe para
decirnos, a pesar de una vo lu n ta d resuelta a no darle valor sino
a lo que perdura, que se le prom ete u n triu n fo a quien salte en
la irre so lu ció n del instante. Razón p o r la cual nunca podría ser
dem asiado el interés que se le concede a la em briaguez m u lti­
plicada, que atraviesa la opacidad del m u n d o con resplandores
aparentem ente crueles, donde la seducción se une a la masacre,
al su p licio , al h o rro r. N o hago la apología de los hechos h o rri­
bles. N o hago u n llam ado a su retorno. Pero en el atolladero
inexplicable donde nos m ovem os, en algún sentido esos m o­
m entos resplandescientes que sólo son promesas de resolución
com o falsos pretextos, que sólo prom eten finalm ente la caída
en la tram pa, traen consigo en el instante del rapto toda la ver­
dad de la em oción. Porque de todas maneras la em oción, si en
ella se inscribe el sentido de la vida, no puede ser subordinada a
n in g u n a obra ú til. Así, la paradoja de la em oción sostiene que
su sentido será m ayor cuanto m enos sentido tenga. La em o­
ció n que no está ligada a la apertura del h o rizo n te sino a un

124
E l arte, e je rcicio de crueldad

objeto estrecho, la em oción dentro de los lím ites de la razón


no nos propone más que una vida encogida. Cargada con nues­
tra verdad perdida, la em oción es proclam ada en desorden, ta l
como la im agina el n iñ o com parando la ventana de su pieza
con la p ro fu n d id a d de la noche. E l arte, sin duda, no está o b li­
gado a la representación del h o rro r; pero su m o vim ie n to lo
ubica sin p e rju ic io a la a ltu ra de lo peor y, recíprocam ente, la
p in tu ra del h o rro r revela la apertura a todo lo posible. Por ta l
m otivo debem os detenernos en el tono que alcanza en las cer­
canías de la m uerte.
Si no nos in v ita , cruelm ente, a m o rir en el rapto, al menos
tendrá la v irtu d de consagrar u n m om ento de nuestra fe lic i­
dad a la ig u a ld a d con la m uerte.

125
L a s o b e r a n ía d e l a f ie s t a
Y LA NOVELA NORTEAMERICANA1

A m enudo me he preguntado qué era en verdad una nove­


la. La m ayoría de las veces, la m ism a pregunta, apenas p la n ­
teada, m e parecía estúpida: ¿no podía acaso seguir leyendo,
quizás in clu so escribiendo novelas sin saber con e xa ctitu d el
sentido de la palabra?
N o estaba in trig a d o en absoluto, pero es preciso decir que
una ignorancia a veces es la cosa más d ifíc il de preservar. C on la
ignorancia pasa lo m ism o que con el descanso... M e pareció f i­
nalm ente que la lectura de tantas novelas, el proyecto de escribir
novelas, iba a obligarm e a reflexionar atentamente. M u y frecuen­
tem ente la reflexión atenta parece contraria a su objeto; al que
puedo captar distraído, pero que se me escapa si me vuelvo insis­
tente. Las cosas no son distintas cuando se trata de la novela...
L o hice: ¿qué o tra cosa hubiera p o d id o hacer? E l pensa­
m ie n to hum ano quizá sea com parable al tra b a jo en los cuar­
teles: la inm ensa m aqu in a ria está dem asiado lejos, m u y lejos,
de los fines deseables a los que responde. A sí se acarreaba, ago­
bian te , la carga de las operaciones m entales que tenían com o
o b je to la fiesta, pero que se alejaba m ucho más del p u n to
donde convergían los deseos...

1 Este ensayo comenta el libro de Claude-Edmonde Magny, L a era de la novela


am ericana, París, Seuil, 1948, al que Bataille hace alusión más adelante. (N. deT.)

126
L a soberanía de la fiesta y la novela norte a m erica n a

* * *

D ebí decirm e en efecto que si la lite ra tu ra en general tiene


en nosotros el sentido de la fiesta, lo m ism o debía suceder con
la novela. Si los encadenam ientos de m i vida me excedían, po­
día al m enos algunas veces h u ir y leer una novela, pasar de la
dim ensión de un trabajo, m otivado en m í mismo, m aterial­
mente m otivado, com o una adm inistración penitenciaria, a la
apertura de otro o de otros: ¿hacia dónde? Sin duda alguna, un
personaje de novela a veces trabaja, incluso puede trabajar m u­
cho, pero cuando asumo ese personaje, revistiéndom e con él
i orno una máscara, deseando lo que él desea, sufriendo lo que
él sufre, no puedo sin em bargo encerrarm e en él com o me en­
cuentro encerrado en m i trabajo.
¿Podría encerrarm e en su trabajo? C laro que no. Tam poco
podría encerrarm e en su a b u rrim ie n to . La d ific u lta d es la si­
guiente: el au to r tiene la p o s ib ilid a d de hablarm e del a b u rri­
m iento, pero debe lograr que el abu rrim ie n to del que me habla
me d ivie rta , o cierro el lib ro . U na novela tiene p o r lo tanto
¡im ites: una parte de la vid a está ausente, justam ente la que
abandono cuando leo; la vid a am arrada, presa de necesidades
m últiples, de intereses que m e son dictados p o r un p o rta p lu ­
mas que hay que llenar, u n par de zapatos que com prar, pero
sobre todo p o r una interm inable cadena de mandatos que nunca
debo o lv id a r porque de lo c o n tra rio sufriría. ¿Cómo saldría de
L cadena si se m e propusiera o tra cadena equivalente, una ca­
dena igual de pesada y con la m ism a escasez de sentido?
D ic h o de o tro m odo, el lado profano de la vid a es expulsado
de la fic c ió n y nunca vuelve en ella sino con un disfraz sagrado.
Pero sin duda alguna, vuelve: in cluso esto caracteriza a la
novela. Si la fiesta es el tie m p o sagrado, la novela no es su

127
Georges Bataille

m o m e n to m á xim o . E n p rin c ip io , una novela habla de la to ­


ta lid a d la vida, describe am pliam ente el tie m p o profano. Esta
es su p rin c ip a l d iferencia con la poesía. Pero debe discernir en
el tie m p o p ro fa n o los elem entos que p e rm ite n agilizar la his­
to ria , m antener su a tra ctivo . N o se cuenta sino para seducir y
p o r ello la angustia se conserva entonces en alguna form a. E l
tie m p o profano es neutro en su esencia: la angustia no está
u n ida a él, o si la angustia aparece es porque ya. no está separado
de lo sagrado p o r el m ism o abism o. Pues la angustia im p lica
u n interés inm enso, una adhesión apasionada y sin m edida.
A d e cir verdad, no es necesario que una novela provoque
sem ejante adhesión. In clu so podríam os d e cir que el género
novelesco sólo es posible con una c o n d ic ió n : que antes haya
h a b id o un re la ja m ie n to . La m u ltip lic id a d de las novelas y su
vasta d ifu s ió n es el signo de u n abandono. E l relato, el cuen­
to , la novela, no suponen en absoluto sino que más bien ex­
cluyen la tensión m a yo r de la poesía. Si responden a la fiesta,
es en los m om entos de una distensión a m enudo fe liz donde
la ausencia de in te n c ió n lib e ra el capricho: siem pre existe un
re to rn o de la angustia, pero ya no está la solem nidad del sacri­
fic io , ya se ha superado lo más grave. Se tra ta de co n ta r sin
esfuerzo, in te rm in a b le m e n te , d iv e rtir y cautivar.
E l m undo que evoca la novela no es otro m undo: es este m un­
do, incluso debería ser u n m undo profano. Pero no es el m undo
profano, en tan to que ya no es neutro sino cautivante. E n cierto
sentido es el m undo profano, pero ocurre a llí algo que lo excede,
lo trastorna o lo sutiliza, algo inmanente a ese m undo.
La novela supondría en p rin c ip io la m odestia del novelista,
que no se ha encargado de una operación capital. E l sentido de
la novela estaría dado p o r su in s ig n ific a n c ia y su ausencia de
in te n c ió n . (Si bien cuando no quería buscarle una, yo respon­
día m e jo r a su carácter despreocupado.)

128
L a soberanía de la fiesta y la no ve la n o rte a m erica n a

L o que engaña es que la in s ig n ific a n c ia , la ausencia de in ­


tención, la despreocupación nunca pueden estar garantizadas.
D e lo c o n tra rio la ausencia de in te n c ió n se volvería la in te n ­
ción de esa ausencia. Tam poco pueden ser m antenidas. La
novela siem pre está a m erced de una in te n c ió n y sin duda
debe seguir estándolo, porque si protestara, su inocencia con­
certada no sería fin a lm e n te más que una perversión, la más
cansadora.
La novela sería el lug a r de las confusiones p o r excelencia,
pues extrae de su abandono u n poder que escapa a los m o­
m entos más tensos. E n los m om entos tensos de una fiesta, la
v o lu n ta d que tienen los hom bres de perderse en ese universo
que es p u ro más allá resulta frenada p o r el exceso de angustia.
En c ie rto sentido, el exceso de angustia es bueno, puesto que
se refiere al más allá fascinante donde es peligroso perderse: es
la fascinación la que nos lleva al ú ltim o grado de la angustia.
Pero al sum ergirnos vo lu n ta ria m e n te en esa angustia, perde­
mos la levedad con que perm aneceríam os encerrados en los
encadenam ientos del m u n d o p ro fa n o (el m undo de nuestras
operaciones útile s). ¡C uán d ifíc il es a p a rtir de a llí volver a ser
el pu ro capricho y la despreocupación no concertada! Sin duda
es la d ific u lta d que dem uestran, a p a rtir de una m odestia in i­
cial de novelistas, tantas obras pesadas, tantas banalidades que
acaban p o r encerrarnos. Es en la despreocupación donde sería
posible escapar de la estrechez, recuperar la d im ensión del
m undo, aunque después de todo no puede sorprendernos que
la despreocupación no conduzca a nada.
R ecíprocam ente, n o es re co n fo rta n te saber que leyendo
novelas buscam os descuidadam ente, cerca nuestro, p o s ib ili­
dades hum anas más perdidas -m ás avanzadas hacia una pérdi­
da p o s ib le - de lo que nosotros m ism os podemos ser. E l secreto
de la novela ta l vez sea este: que no somos forzosam ente lo

129
Georges Bataille

bastante alegres, lo bastante despreocupados para p e rc ib ir


sin quedar paralizados el sentido que tie n e n para nosotros la
alegría, la despreocupación; en una palabra, la ausencia de
sentido.

* * *

L o que las novelas norteam ericanas —a las que C laude-


E d m o n d e M a g n y dedica u n v o lu m e n de ensayos- negaron
v io le n ta m e n te n o es o tra cosa que el oyente. La existencia
de u na novela pone de entrada en ju e g o dos personajes, el
a u to r y el oyente; u n o cuenta y el o tro escucha, y lo que el
p rim e ro cuenta se ajusta al oíd o , es decir, a la expectativa del
segundo. N a d a es más v is ib le en la tra d ic ió n de la novela
que la c o m p lic id a d , el pacto, los guiñ o s de o jo entre el n o ­
ve lista y su le cto r. Pero el le c to r no es u n personaje in d e fin i­
do. T a l vez para el a u to r no sea más que u n m ito , pero ese
m ito está lógicam ente determ inado. U n a novela siem pre fue
u n d iá lo g o v irtu a l donde se suponía que el in te rlo c u to r ha­
blaba el lenguaje com ún. C o m ú n , si no a to d o s, a la clase a
la que el lib ro se d irig ía . E ntrevem os así, n o m enos in e v ita ­
b le que el suelo, u na especie de discurso encarnado, apenas
te ñ id o p o r la diste n sió n y la b o n h o m ía de q u ie n se entrega a
la g ra tu id a d de las novelas. Ese d iá lo g o no siem pre fue apa­
c ib le , y a la cortesía le sucedió la vehem encia, pero no la
desatención n i el o lv id o .
Si se prefiere, el lenguaje del in te rlo c u to r posee siem pre las
instancias de una conciencia calm ada y clara. E l novelista no
in tro d u c ía necesariam ente elem entos asim ilables en esa con­
ciencia, pero tenía cuidado en hacer que aparecieran com o
tales. Incluso si debía alterar y paralizar las reacciones conscien­
tes, le parecía necesario m ostrar que eran inevitables, acaso

130
L a soberanía de la fiesta y la novela n orteam ericana

condenables, pero que si se las desatendiera quedaría negado


el sentido m ism o de la operación.
Por el co n tra rio - y acaso esto pueda explicar el títu lo , La
era de la novela am ericana—los novelistas recientes de los Es­
tados U n id o s hablan (o tie n d e n a hablar) com o si no debie­
ran tener en cuanta la audiencia a la que se dirig e n . A dquieren
así el aspecto de hablar a contrapelo. C laude-E dm onde M agny
les a trib u ye una búsqueda de im personalidad, de distancia-
m ie n to con respecto ai o b je to de sus relatos. Es posible que
su dista n cia m ie n to del oyente haya causado esa im presión.
I am bién es posible que el dista n cia m ie n to del oyente no sea
más que una afectación. Pero podem os d e fin ir su sentido.
Las relaciones entre lo incon scie n te y lo consciente pue­
den ser tram posas. L o in co n scie n te se d irig e a la conciencia
con el d isfra z de form as h a b itu a lm e n te conscientes. Pero en
el sueño se sirve de form as más violentas. Si están disfraza­
das, n o lo están más en form as conscientes; la conciencia,
que no puede expulsarlas, tam poco puede asim ilarlas. Per­
manecen afuera y no pueden ser explicadas discursivam ente,
hs nota b le que en N o rte a m é ric a el discurso y las fig u ra s de
las novelas están m u y alejados entre sí. E l discurso general­
m ente se lim ita a una sim pleza y una coherencia su p e rfic ia l
quuno s decepcionan. Pero ese lím ite no afecta a las figuras
no\ elescas ta n vio lentas a las que acota.
Por ta l m o tiv o , es p o sib le en efecto que la novela n o r­
team ericana tenga en nuestra época el v a lo r de u n signo.
Porque en general, no solam ente en N orte a m é rica , el dis­
curso (o sea la conciencia) es lla n o , incapaz de esclarecer al
'“■‘i hum ano en la m u ltip lic id a d de sus dim ensiones. (Es
bueno que el lenguaje p o lític o sea lla n o , pero es grave que
ese lenguaje haya a d q u irid o u n v a lo r d o m in a n te y exclusivo
en to d a la tie rra . N ada reem plazó al lenguaje te o ló g ic o .)

131
Georges B a taille

C la ude-E d m o nde M a g n y c ita dos veces esta frase de W a lte r


R athenau (la c ita está tom a d a de G id e ): “ N o rte a m é rica no
tiene alm a y no m erecerá tenerla hasta ta n to no haya acepta­
do h u n d irs e en el abism o del s u frim ie n to hum a n o y del
pecado” . Para C la u d e -E d m o n d e M a g n y el dram a lite ra rio
de nuestra época es “ la re co n stru cció n de una Iglesia” y entre
los novelistas am ericanos F a u lkn e r le parece el más s ig n ifi­
ca tivo p o rq u e ha c o n s tru id o u n m u n d o fu n d a d o en la c u l­
pa. Si el discurso es im p o te n te , al m enos la fic c ió n te n d ría
la p o s ib ilid a d de captar la to ta lid a d del m u n d o , que supone
en efecto la v io la c ió n de la le y en la que se basa el m u n d o
re d u c id o , el m u n d o p ro fa n o . T a l es sin duda el sentido re­
m o to de ese S a n tu a rio donde la m ism a v íc tim a , la v íc tim a
vio la d a , tie n e el s ig n ific a tiv o n o m b re de T em ple.
Es posible que los m odernos novelistas norteam ericanos,
com o F aulkner, H e m in g w a y (y C a ld w e ll, d e l que C laude-
E dm onde M a g n y habla m u y poco), tra ig a n consigo la posi­
b ilid a d de darle a u n p u e b lo s in alm a u n s e n tim ie n to co­
m ú n , o fre c id o en la in c e rtid u m b re de u n vacío que es el
discurso; y que to d o com ience en el m o m e n to en que este
se calla, cuando la v id a , desde el p u n to de vista del discurso,
es culpable, cuando el h o riz o n te es “el abism o del s u frim ie n ­
to h u m a n o y del pecado” (el pecado, o sea la irre g u la rid a d ,
lo que adquiere su encanto p o r ser in a d m is ib le en el d is c u r­
so). E n ta l caso, deberíam os reconocer la d iscre ció n de esos
autores, no p o rque n o le hayan hecho a veces concesiones ai
discurso (sobre to d o al re v o lu c io n a rio ), aunque ta l vez fu e ­
ra u n m e d io para señalar una d ista n cia m a yo r con respecto
al discurso n orteam erican o.
H e planteado la cuestión de la soberanía del discurso, que
cuando tiene lu g a r provoca la re d u cció n del hom bre a una
cosa (de alguna m anera es la soberanía irris o ria de la cosa). Lo

132
L a soberanía de la fiesta y la novela no rte a m erica n a

he planteado m al ya que m i p ro p io lenguaje es discursivo,


pero no sabría cóm o evitar esa contradicción . Lo que en rig o r
me tra n q u iliz a es que los autores norteam ericanos, que no
hablan de esta m anera, sólo han e lu d id o el problem a. Incluso
me sería fá c il d ecir que en este caso somos más m aliciosos y
que tenem os m enos m iedo a tocar y a desenredar los hilo s
que tira n de nosotros. Pero de todas form as quedam os pega­
dos: ¿cómo dejar de concederle la soberanía a la conciencia?
La conciencia se resiste a la to ta lid a d del m u n d o y niega
lastim osam ente lo que la excede, lo que no puede soportar.
E steriliza to d o , m u tila el m u n d o , pero ¿qué puedo hacer? Si
entro en su juego para co m b a tirla con sus armas, m e le ase­
m ejo y eso es debido a m i vio le n cia . Soy un h o m b re cito ha­
blando a su m anera, haciendo de la palabra su ley.
H a b ría que em borrachar a la conciencia, e scrib ir lo que
sólo el capricho d icta, y al re e d ifica r el universo que el pensa­
m ie n to discursivo a rru in ó (lo ha puesto a su altu ra , a la de las
cosas), o lv id a r incluso que estamos reedificando...

* * *

C óm o no anhelar escribir, una vez resueltas las parálisis de


la conciencia, el lib ro que soñaba M a lla rm é : “ ... u n lib ro lisa
y llanam ente, en varios tom os, un lib ro que sea un lib ro , ar­
q u ite c tó n ic o y prem editad o, y no una co m p ila ció n de in s p i­
raciones azarosas, aun cuando fueran m aravillosas... iré más
lejos, d iré : el L ib ro , convencido de que en el fo n d o no hay
más que u no, in te n ta d o sin saberlo p o r cualquiera que haya
escrito, in clu so los genios. La e xplicación ó rfic a de la T ie rra ,
que es el ú n ico deber del poeta y el juego lite ra rio p o r exce­
lencia: pues el ritm o del lib ro entonces im personal y vivo ,
hasta en su paginación, se yuxtapone con las ecuaciones de ese

133
Georges Bataille

sueño, u O d a ...” (cita d o p o r M a u rice B la n ch o t, Falsos pasos,


p . 197).2 Pero, ¿cómo o lv id a r que uno quiso escribirlo?
In d u d a b le m e n te los am ericanos no supieron lo que que­
rían, no se v ie ro n obligados a o lv id a rlo . Pero fin a lm e n te es
más re co n fo rta n te lavarse con fu ro r que estar lim p io .
Aclarem os: no es fá c il realizar una obra g ra tu ita , no com ­
prom etida con nada, y m anifestar así una soberanía, que no exis­
tiría si aquella tuvie ra el m enor sentido. N o es fá c il enfrentar a
los hom bres cultos cuyas palabras son tan aplom adas, pero es
más d ifíc il todavía ser vencido cuando uno p ro longa en sí m is­
m o los gritos y los quejidos de una fiesta de todos los tiem pos.

2 La cita pertenece a una célebre carta a Paul Verlaine del 16 de noviembre de


1885. (N . de T.)

134
C arta a R ené C har
S O B R E L A S IN C O M P A T IB IL ID A D E S D E L E S C R IT O R

Q u e rid o am igo:
La pregunta que usted ha planteado, “ ¿Hay in c o m p a tib ili­
dades?” , en la revista Empédocle1, a d q u irió para m í el sentido
de u n re q u e rim ie n to esperado que sin em bargo fin a lm e n te
desespero de llegar a entender. Cada día percibo un poco m ejor
que este m u n d o en el que estamos lim ita sus deseos a d o rm ir.
Pero una p a la b ra exige a tie m p o una especie de crispación, de
recuperación.
O cu rre ahora bastante a m enudo que el desenlace parezca
p ró x im o : en ese m om ento una necesidad de o lvid a r, de no

¿Hay incompatibilidades? A u n cuando parezca bastante vano plantear ac­


tualm ente una pregunta así, pues los recursos de la dialéctica, si juzgamos
p o r los resultados conocidos, perm iten responder favorablemente a todo ,
aunque favorablemente no significa verdaderamente, Em pédocle propone
que se examine con atención la cuestión moderna de las incompatibilidades,
m oderna en tanto que actúa sobre las condiciones de existencia de nuestra
Época, a la vez tu rb ia y efervescente. Se afirm a desde una gran cantidad de
puntos de vista que algunas funciones de la conciencia, algunas actitudes
contradictorias pueden aunarse y ser sostenidas por el m ism o in d ivid u o sin
perjudicar la verdad práctica y sana que las colectividades humanas se es­
fuerzan p o r alcanzar. Lo político, lo económico, lo social y qué moral...
Desde el m om ento en que se levantan quejas, reivindicaciones legítimas,
se entablan luchas y se form ulan soluciones, ¿no piensan ustedes que si el
m un d o actual fuera a recobrar una m u y relativa armonía, su diversidad

135
Georges B ataille

reaccionar más, prevalece sobre las ganas de seguir viviendo...


R e flexiona r sobre lo in e v ita b le o p ro cu ra r ya no m eram ente
d o rm ir: el sueño parece p re fe rib le . H em os asistido a la sum i­
sión de aquellos a quienes supera una situ a ció n dem asiado
grave. Pero, ¿estaban más despiertos los que gritaron? Lo que
sigue es tan extraño, ta n vasto, ta n fuera del alcance de las
expectativas... E n el m om e n to en que el destino que los con­
duce to m a form a, la m ayoría de los hom bres se re m ite n a la
ausencia. Q uienes se m ostraban decididos, amenazantes, sin
una palabra que no fuera una máscara, se p e rd ie ro n v o lu n ta ­
riam ente en la noche de la in te lig e n c ia . Pero la noche en que
se acuesta ahora el resto de la tie rra es más densa: al sueño
dogm ático de unos se opone la confusión exangüe de los otros,
caos de innum erables voces grises, agotándose en el adorm e­
c im ie n to de los que escuchan.
M i vana iro n ía ta l vez sea una m anera más p ro fu n d a de
d o rm ir... Pero escribo, hablo, y no puedo sino alegrarm e cuan­
do se me b rin d a la ocasión de responderle, de anhelar incluso,
con usted, el m om ento del despertar, cuando al m enos ya no
se adm ita la universal con fu sió n que ahora convierte al pensa-

centelleante, en parte lo deberá al hecho de que podrá resolverse o al menos


plantearse seriamente el problem a de las incom patibilidades, problem a v i­
tal, problem a básico, escamoteado sin motivo?
Es sabido que en todo hom bre hay una gota de A rie l, una gota de Calibán,
más una porción de algo am orfo y desconocido, supongamos, para sim p lifi­
car, de carbón, capaz de convertirse en diamante sí A rie l persevera, o en
enfermedad de moscas si A rie l se rinde.
Dejémosles a quienes tengan a bien respondernos el cuidado de precisar
el buen o m al sentido, lo lógico o no de nuestra pregunta y su base de
sustentación.
Encuesta desmañada y poco ciara, objetarán. Pero la encuesta y las res­
puestas esperan de ustedes, adversarios o compañeros, la luz.
M a yo de 1 9 5 0
René Char

136
C a rta a René C h a r sobre las in co m p a tib ilid a d e s del e scritor

m ie n to m ism o en un o lv id o , una to n te ría , u n la d rid o de pe­


rro en la iglesia.
Adem ás, al responder a la pregunta que usted ha plantea­
do, tengo la sensación de tocar fin a lm e n te al adversario -q u e
seguram ente no puede ser ta l o cual, sino la existencia en su
c o n ju n to , h u n d ie n d o , adorm eciendo y ahogando el deseo- y
tocarlo al fin en el p u n to en que hay que hacerlo. U sted in v i­
ta, usted aprem ia a sa lir de la co n fu sió n ... Tal vez un exceso
anuncie que llega el m om ento. A la larga, ¿cómo soportar
que la acción en form as tan desdichadas te rm in e p o r “escamo­
tear” la vida? Sí, ta l vez llega ahora el m om ento de denunciar
la subordina ción, la a c titu d sojuzgada, con la cual la vid a h u ­
m ana es in co m p a tib le : su b o rd in a ció n y a c titu d adm itidas
desde siem pre, pero de las cuales un exceso nos o b liga, hoy, a
separarnos lúcidam ente. ¡Lúcidam ente!, lo que s ig n ific a po r
supuesto sin la m enor esperanza.
A decir verdad, hablando así uno se arriesga siem pre a enga­
ñar. Pero usted sabe que estoy ta n lejos del abatim iento com o
de la esperanza. Sim plem ente elegí v iv ir, a cada instante me
sorprendo al ver a hom bres ardientes y ávidos de actuar que se
burlan del placer de v iv ir. Esos hom bres confunden obviam en­
te la acción con la vida, sin llegar a ver nunca que si la acción es
el m edio necesario para el m a ntenim ien to de la vida, la única
aceptable es la que se borra, o bien que en rig o r se apresta a
borrarse ante la “ diversidad centelleante” de la que usted habla,
que no puede y nunca podrá ser reducida a lo ú til.
La d ific u lta d para subordinar la acción a su fin a lid a d procede
de que la única adm isible es la más rápidam ente eficaz. D e a llí
surge la ventaja in icia l de consagrarse a ella sin m edida, de m e n tir
y ser desenfrenado. Si todos los hom bres aceptaran actuar lo
m ín im o que ordena la necesidad en su to ta lid a d , la m e n tira y
la brutalidad serían superfluas. La propensión desbordante a la

137
G eorges Bataille

acción y las rivalidades que derivan de ella le dan la m ayor eficacia


a los m entirosos y a los ciegos. Igualm ente, dadas las condicio­
nes, no podem os hacer nada para librarnos de ellas: para reme­
d ia r el m al de la acción excesiva, [es preciso o sería preciso actuar!
Por lo tanto, nunca hacemos más que condenar verbal y vana­
m ente a quienes les m ienten y enceguecen a los suyos. T odo se
corrom pe en esa vanidad. N adie podría condenar la acción sino
m ediante el silencio - o la poesía-, abriendo la ventana hacia el
silencio. D enunciar, protestar sigue siendo actuar, es al m ism o
tiem po ocultarse frente a las exigencias de la acción.
M e parece que nunca señalaremos lo suficiente una prim era
in c o m p a tib ilid a d de esa vida sin m edida (hablo de lo que es, en
conjunto, que más allá de la actividad p roductiva, en el desor­
den, es lo análogo a la santidad), que es lo único que cuenta y es
el ú n ico sentido de toda hum anidad —en consecuencia, de la
m ism a acción sin m edida. La acción evidentem ente no puede
tener va lo r sino en la medida en que la hum anidad sea su razón
de ser, pero raram ente acepta esa m edida: pues la acción, entre
todos los opios, provoca el más pesado sueño. E l s itio que
asume hace pensar en los árboles que no dejan ver el bosque,
que se hacen pasar p o r el bosque.
Por ta l m o tiv o m e parece acertado oponernos al equívoco y,
a l no poder actuar verdaderamente, sustraemos sin ambages.
D ig o nosotros y pienso en usted, en m í, en quienes se nos
parecen. D ejém osles los m uertos a los m uertos (salvo que
fuera im p o sib le ) y la acción (en lo posible) a quienes la con­
fu n d e n apasionadam ente con la vida.
N o quiero decir entonces que debamos renunciar a toda
acción en todos los casos; sin duda que nunca podrem os dejar
de oponernos a las acciones crim inales o irracionales, pero tene­
mos que reconocerlo claram ente, puesto que la acción racional
y adm isible (desde el p u n to de vista general de la hum anidad),

138
C a rta a René C h a r sobre las in co m p a tib ilid a d e s de l escrito r

com o podríam os haberlo previsto, se vuelve el p a trim o n io de


quienes actúan sin medida, arriesgándose p o r ello a co n ve rtir
dialécticam ente el pu n to de partida racional en su contrario, no
podrem os oponernos a ello sino con una condición: que reem­
placemos o antes bien que tengam os el coraje y la capacidad
para reem plazar a aquellos cuyos m étodos nos disgustan.
B lake lo d ijo aproxim adam ente en estos té rm in o s: “ H a ­
blar sin actuar engendra la pestilencia” .
Esta in c o m p a tib ilid a d entre la vid a sin m edida y la acción
desmesurada es decisiva para m í. Llegam os al problem a cuyo
“escamoteo” co n trib u ye sin duda alguna a la m archa ciega de
toda la hum anida d actual. Por extraño que parezca a prim era
vista, creo que ese escamoteo fixe la consecuencia inevitable del
d e b ilita m ie n to de la re lig ió n . La re lig ió n planteaba ese proble­
ma: más aún, era su problem a. Pero poco a poco le entregó ese
campo al pensam iento profano que todavía no pudo plantearlo.
N o podemos lam entarnos p o r ello, pues la re lig ió n lo planteaba
m al al plantearlo desde la autoridad. Sobre todo, lo planteaba de
manera equívoca -e n el más allá. E n su origen la acción seguía
siendo una cuestión de este m u n d o ...: todos sus verdaderos f i­
nes seguían siendo celestes. Pero finalm ente nosotros tenem os
que plantearlo en su fo rm a rigurosa.
A sí su pregunta m e conduce, tras m i a firm a ció n dem asia­
do general, a esforzarm e p o r aclarar desde m i p u n to de vista
los datos actuales y el alcance de la in c o m p a tib ilid a d que me
parece fundam ental.
N o se ha llegado a com prender con bastante claridad que,
en el m om ento presente, aunque en apariencia haya fracasado,
lo decisivo es el debate sobre la lite ra tu ra y el com prom iso.
Pero justam ente no podem os detenernos a llí. C reo que en p ri­
m er lugar es im p o rta n te d e fin ir lo que pone en juego la lite ra ­
tura, que no puede ser reducida a servir a un am o. Se dice que

139
Georges Bataille

N O N S E R V IA M es Ia divisa del dem onio. E n ta l caso la lite ­


ratura es diabólica.
M e gustaría abandonar en este punto toda reserva, dejar que
en m í hable la pasión. Es d ifíc il. Es resignarm e a la im potencia
de deseos demasiado grandes. Q uisiera evitar, en la m ism a
m edida en que la pasión me hace hablar, re c u rrir a la expresión
extenuada de la razón. Sea com o fuere, al menos usted podrá
p e rc ib ir de entrada que eso m e parece vano, e incluso im posi­
ble. ¿Resulto oscuro cuando d igo que ante la idea de hablar
sagazmente de estas cosas siento u n gran malestar? Pero me
d irijo a usted, que a través de la pobreza de palabras sensatas
verá sin más lo que m i razón sólo capta ilusoriam ente.
L o que soy, lo que son m is semejantes o el m undo en el que
estamos, me parece honesto afirm ar rigurosamente que no puedo
saber nada de ello: apariencia im penetrable, m ezquina lu z vaci­
lante en una noche sin bordes concebibles, que envuelve por
todos lados. E n m i a tó n ita im potencia, m e aferró a una soga.
N o sé si amo la noche; es posible, pues la frá g il belleza hum ana
sólo m e em ociona hasta el m alestar porque sé cuán insondable
es la noche de donde viene y hacia donde va. ¡Pero amo la dis­
tante fig u ra que los hom bres han trazado y no dejan de lanzar
p o r sí m ism os en esas tinieblas! M e encanta y la am o, lo que a
m enudo me enferm a p o r am arla dem asiado: incluso en sus
m iserias, sus tonterías y sus crím enes, la hum anidad sórdida o
tierna, y siem pre extraviada, me parece u n desafío em briaga­
dor. N o fue Shakespeare, sino E L L A la que lanzó esos gritos
para desgarrarse, y no im p o rta si E L L A tra ic io n a sin cesar lo
que ella es, que la excede. Es la más conmovedora en la banali­
dad, cuando la noche se hace más sucia, cuando el h o rro r de la
noche convierte a los seres en u n vasto desecho.
M e hablan de m i universo “ in so p o rta b le ” , com o si en m is
lib ro s quisiera e x h ib ir llagas, com o lo hacen los desdichados.

140
C a rta a René C h a r sobre las in c o m p a tib ilid a d e s d e l escrito r

Es c ie rto que en apariencia me com plazco en negar, o p o r lo


menos desatender, no considerar los m últiples recursos que nos
ayudan a soportar. Los desprecio menos de lo que m e parece,
pero seguram ente tengo prisa para devolver la poca vida que
me toca a lo que se sustrae divinam ente ante nosotros, y se
sustrae a la v o lu n ta d de re d u cir el m undo a la eficacia de la
razón. S in tener nada contra la razón y el orden racional (en los
numerosos casos en que resulta claram ente oportuno, me com ­
p o rto com o los demás en cuanto a la razón y el orden racio­
n a l), no conozco nada en este m undo que alguna vez haya
parecido adorable que no excediera la necesidad de u tiliz a r,
que no devastara y no estrem eciera al encantar, en una pala­
bra, que no estuviera a p u n to de no poder ser soportado más.
T al vez m e equivoque, sabiéndom e claram ente lim ita d o al
ateísm o, en no haberle exigido nunca a este m u n d o m enos de
lo que los cristianos exigían de D io s. La m ism a idea de D ios,
aunque su fin ló g ico fuese dar razón del m u n d o , ¿no tiene
algo de paralizante?, ¿no era acaso “ in to le ra b le ” ? C o n m ayor
razón lo que es, de lo que nada sabemos (salvo en fragm entos
separados), que nada explica, y cuya única expresión lo bas­
tan te plena es la im p o te n c ia o la m uerte del hom bre. N o
dudo que al alejarnos de lo que tra n q u iliz a nos acerquem os a
nosotros m ism os, a ese m om ento d iv in o que m uere en noso­
tros, que ya tiene la extrañeza de la risa, la belleza de u n silen­
cio angustiante. Lo sabemos desde hace tie m p o : no hay nada
de lo que hallábam os en D io s que no podam os h a lla r en n o ­
sotros. Seguram ente, en la m edida en que la acción ú til no lo
ha neu tra liza d o , el hom bre es D io s, entregado en u n c o n ti­
nuo ra p to a una alegría “ in to le ra b le ” . Pero cuanto m enos el
h o m b re n e u tra liz a d o ya n o posee nada de esa d ig n id a d
angustiante: sólo el arte hereda actualm ente ante nuestra vista
el papel y el carácter delirantes de las religiones: h o y es el arte

141
G eorges B a ta ille

lo que nos tra n sfig u ra y nos corroe, lo que nos d iv in iz a y nos


rid ic u liz a , lo que a través de sus supuestas m entiras expresa
una verdad ai fin vaciada de sentido preciso.
N o ig n o ro que el pensam iento hum ano se aparta en su
c o n ju n to d e l o b je to del que h a b lo , que es lo que somos
soberanamente. Lo hace sin duda alguna: nuestra m ira d a no
se aparta m enos necesariam ente del deslum bram iento del sol.
Para quienes desean lim ita rs e a ver lo que ven los ojos de
los desheredados, se tra ta del d e lirio de u n escrito r... P refiero
no contestar. Pero m e d irijo a usted y a través suyo a quienes
se nos parecen, y usted sabe m e jo r que yo de lo que hablo,
con la ven ta ja de que usted nunca ha disertado sobre ello.
¿Cree usted que ta l o b jeto no requiere una elección de q uie­
nes lo abordan? U n lib ro a m enudo desdeñado, que no obs­
ta n te m a n ifie sta uno de los m om entos extrem os en que el
destino hum ano se busca, dice que nadie puede servir a dos
am os. D iría antes bien que nadie, p o r más deseos que tenga,
puede se rvir a un amo (sea cual fuere), sin negar en sí m ism o
la soberanía de la vida. La in c o m p a tib ilid a d que fo rm u la el
E vangelio, a pesar del carácter ú til, de juez y benefactor, asig­
nado a D io s , no deja de ser en p rin c ip io la que hay entre la
a c tiv id a d prá ctica y el o b je to del que hablo.
P or d e fin ic ió n , no podem os p re s c in d ir de la a c tiv id a d
ú til, pero responder a la tris te necesidad es m u y d is tin to a
cederle a esa necesidad la p rim a cía en los ju ic io s que deciden
n u e stra con d u cta . M u y d is tin to a c o n v e rtir la pena de los
hom bres en el v a lo r y el ju ic io suprem os, y no a d m itir com o
soberano más que m i o b je to . La v id a p o r u n lado se recibe
co n una a c titu d sum isa, com o una carga y una fu e n te de
oblig a cio n e s: una m o ra l negativa entonces responde a la
necesidad s e rv il de la coacción, que nadie p o d rá im p u g n a r
sin com eter u n c rim e n . E n el o tro s e n tid o , la v id a es deseo

142
C a rta a Rene C h a r sobre las in c o m p a tib ilid a d e s del e scrito r

de lo que puede ser am ado sin m edida, y la m o ra l es p o s iti­


va-. le da v a lo r exclusivam ente al deseo y a su o b je to . Es
h a b itu a l constatar una in c o m p a tib ilid a d entre la lite ra tu ra y
la m o ra l p u e ril (no se hace buena lite ra tu ra , dicen, con bue­
nos s e n tim ie n to s ). ¿No debem os acaso, para ser claros, se­
ñalar en cam bio que la lite ra tu ra , como el sueño, es la expre­
sión d e l deseo —del objeto del deseo—y p o r e llo de la ausen­
cia de coacción, de la liv ia n a in su b o rd in a ció n ?
. “La lite ra tu ra y el derecho a la m uerte” desm iente la seriedad
de la pregunta: “ ¿Qué es la literatura?” , que “nunca recibió más
que respuestas insignificantes” . “ La literatura... parece el elemento
vacío... al cual la reflexión, con su p ro p ia gravedad, no puede
abocarse sin perder su seriedad.” Pero, ¿no podem os d e cir de
ese elem ento que es justam ente el obje to del que hab lo , el
cual, absolutam ente soberano aunque sólo m anifestándose a
través del lenguaje, no es sino u n vacío en el seno del lenguaje,
ya que el lenguaje “ significa” y la lite ra tu ra le q u ita a las frases
el poder de designar algo más que m i objeto? Pero si m e per­
turba ta n to hablar de ese objeto, es porque nunca aparece des­
de el m ism o instante en que hablo de él, pues según parece el
lenguaje “ es un m om ento p a rtic u la r de la acción y no se com ­
prende fuera de ella” (Sartre).
En esas condiciones, la m iseria de la lite ra tu ra es grande: es
un desorden que resulta de la im p o te n cia del lenguaje para
designar lo in ú til, lo superfluo, es decir, la a c titu d hum ana
que sobrepasa la a ctivid a d ú til (o la activid a d considerada en
el plano de lo ú til). A unque para nosotros, que hacemos de la
lite ra tu ra nuestra preocupación p rin c ip a l, nada im p o rta más
que los lib ro s -lo s que leem os o escribim os—, excepto lo que
ponen en juego: y asum im os esa in e vita b le m iseria.
E scrib ir no deja de ser en nosotros la capacidad de agregar
u 'i rasgo a la v is ió n desconcertante, que asombra, que espanta

143
G eorges B a taille

—que es el hom bre para sí m ism o incesantem ente. Sabemos


bien que la hum anidad prescinde fácilm ente de las figuras que
com ponem os: pero suponer además que el juego lite ra rio en­
tero se reduzca, se som eta a la acción, no deja de ser algo pas­
m oso de todas maneras. La im p o te n cia inm ediata de la opre­
sión y de la m e n tira es incluso m ayor que la de la lite ra tu ra
auténtica: sim plem ente, el silencio y las tinieblas se extienden.
N o obstante, ese silencio, esas tinieblas preparan el ru id o
hueco y los relámpagos estremecidos de nuevas torm entas, pre­
paran el retom o de conductas soberanas, irreductibles al estan­
cam iento del interés. Le corresponde al escritor no tener otra
opció n que el silencio o esa torm entosa soberanía. E xcluyendo
otras preocupaciones mayores, sólo puede com poner esas fig u ­
ras fascinantes —innum erables e ilusorias—, que disipan el recur­
so a la “s ig n ific a c ió n ” del lenguaje, pero donde la hum anida d
p e rd id a se reencuentra. E l e scrito r no m o d ific a la necesidad
de asegurar los m edios de subsistencia —y su reparto qntre los
hom bres—, tam poco puede negar la su b o rd in a ció n a esos f i ­
nes de una fra cció n del tie m p o d isp o n ib le , pero él m ism o fija
los lím ite s de la sum isió n , que no p o r in e lu cta b le deja de ser
necesariam ente lim ita d a . E n él y a través suyo, el hom b re
aprende que perm anece para siem pre inasible, esencialm ente
im p re v is ib le , y que el c o n o c im ie n to debe fin a lm e n te resol­
verse en la s im p lic id a d de la em oción. E n él y a través suyo, la
existencia es generalm ente lo que la m uchacha para el h o m ­
bre que la desea, ya sea que ella lo ame o lo rechace, le p ro p o r­
cione placer o desesperación. La in c o m p a tib ilid a d entre la l i ­
te ra tu ra y el co m p ro m iso , que o b liga, es entonces precisa­
m ente la de dos co n tra rio s. N in g ú n hom bre co m p ro m e tid o
escribió nada que no fuera m e n tira , o que superara el com ­
p ro m iso . Si parece o c u rrir de o tro m odo es porque el com ­
p ro m iso en cuestión no es el resultado de una elección que

144
C a rta a René C h a r sobre las in c o m p a tib ilid a d e s d e l e scrito r

responda a u n se n tim ie n to de responsabilidad o de o b lig a ­


ción, sino el efecto de una pasión, de un invencible deseo, que
no se apartarán nunca de la elección. E l com prom iso cuyo
sentido y cuya fuerza coercitiva se constituyen p o r el te m o r al
ham bre, el so m e tim ie n to o la m uerte del p ró jim o , p o r la
pena de los hombres, aleja p o r el c o n tra rio de la lite ra tu ra , que
le parece m e z q u in a -o p e o r- a quien busca la urgencia de una
acción in d iscu tib le m e n te aprem iante a la cual sería cobarde o
fatuo no consagrarse p o r entero. Si hay una razón para actuar,
hay que d e c irla lo m enos lite ra ria m e n te posible.
Es o b v io que el escrito r a u té n tico , que no escribe p o r ru i­
nes e inconfesables m o tivo s, no puede hacer de su obra, sin
caer en la banalidad, una c o n trib u c ió n a los designios de la
sociedad ú til. E n la m ism a m edida en que sirviera, esa obra
no podría contener una verdad soberana. Iría en el sentido de
una sum isión resignada, que no afectaría solam ente la vid a de
un h o m bre entre otros, o de u n gran núm ero, sino a lo que es
hum anam ente soberano.
Por cierto, esa in c o m p a tib ilid a d entre la lite ra tu ra y el com ­
prom iso, aun siendo fu n d a m e n ta l, no siem pre puede ir con­
tra los hechos. Puede o c u rrir que la parte exigida p o r la acción
ú til prevalezca sobre la v id a entera. E n el pelig ro , en la urgen­
cia o la h u m illa c ió n , ya no hay lu g a r para lo superfluo. Pero
desde ese m o m e n to , ya no hay elección. Se ha alegado ju sta ­
m ente el caso de R ich a rd W rig h t: u n negro del sur de los
Estados U n id o s no p o d ría sa lir de las condiciones opresivas
que pesan sobre sus semejantes y desde las cuales escribe. Pero
recibe esas condiciones del exterior, no ha elegido com prom e­
terse de ese m odo. A ese respecto, Jean-Paul Sartre h izo la
siguiente observación: “ ... W rig h t, al e scribir para u n p ú b lic o
desgarrado, supo a la vez m antener y superar ese desgarra­
m ie n to : no lo c o n v irtió en pre te xto para una obra de arte” .

145
Georges B a taille

N o es para nada extraño, en el fo n d o , que u n te ó rico del


co m p ro m iso de los escritores sitúe la obra de arte -q u e en
verdad es lo que supera, in ú tilm e n te , las condiciones dadas-
más allá del co m prom iso, n i que un te ó rico de la elección
insista sobre el hecho de que W rig h t no po d ía e legir -s in ex­
tra e r las consecuencias de ello . Lo que resulta penoso es la
lib re preferencia, cuando además no se le exige nada desde el
e xte rio r y el a u to r elige p o r co n vicció n hacer una obra de p ro -
se litism o : niega expresam ente el sentido y la realidad de un
m argen de “pasión in ú til” , de existencia vana y soberana, que
es en su conjunto el a trib u to de la hum a n id a d . Y es más des­
a fo rtu n a d o cuando, a pesar suyo, ese m argen vuelve a apare­
cer, com o en el caso de W rig h t, en fo rm a de obra de arte
a u té n tica cuya prédica fin a lm e n te es sólo el p re te xto . Si hay
verdadera urgencia, si la elección no está ya dada, todavía si­
gue siendo posible reservar, acaso tá citam ente, el re to rn o del
m o m e n to en que cesará la urgencia. La m era elección, si es
lib re , subordina al co m prom iso aquello que, siendo sobera­
no, no puede ser más que soberanam ente.
Puede parecer vano detenerse ta n extensam ente en una
d o c trin a que sin duda no atañe sino a m entes angustiadas,
perturbadas p o r una lib e rta d de h u m o r dem asiado grande,
dem asiado vaga. L o m enos que podem os d e cir p o r lo demás
es que no p o d ía fu n d a r una exigencia precisa y severa: todo
debía perm anecer in d e fin id o en la práctica y sirviéndose de la
inco h e re n cia n a tu ra l... Por o tra parte, el m ism o a u to r ha re­
co n o cid o im p líc ita m e n te la c o n tra d ic c ió n con la que tro p ie ­
za: su m o ra l, com pletam ente personal, es una m o ra l de la
lib e rta d que se basa en la elección, pero el o b je to de la elec­
c ió n es siem pre... u n p u n to de la m o ra l tra d ic io n a l. U na y
o tra m o ra l son autónom as y hasta aquí no vem os el m edio
para pasar de una a la otra. Este problem a no es su p e rficia l: el

146
C a rta a Rene C h a r sobre las in c o m p a tib ilid a d e s del e scritor

m ism o Sartre lo adm ite, el e d ific io de la vie ja m o ra l está car­


com id o y su p ro p io pensam iento te rm in a de socavarlo...
Si p o r estas vías llego a las proposiciones más generales,
n< (tam os en p rim e r lugar que el salto de bobo del c o m p ro m i­
so saca a la lu z lo c o n tra rio de lo que buscaba (he asum ido la
antítesis de lo que Sartre dice de la lite ra tu ra ): en seguida las
perspectivas se ajustarán fácilm e n te . E n segundo lugar, me
parece o p o rtu n o no tener en cuenta la o p in ió n usual sobre el
sentido m enor de la lite ra tu ra .
Los problem as que he tra ta d o tienen otras consecuencias,
pero d iré ahora de qué m anera m e parece que podríam os dar­
le más rig o r a una in c o m p a tib ilid a d cuyo desconocim iento
rebajó al m ism o tie m p o la vid a y la acción: la acción, la lite ra -
u ir a y la p o lític a .
S i le damos la p rim a c ía a la lite ra tu ra , debemos confesar a l
¡uismo tiem po que nos desentendemos d e l increm ento de los
recursos de la sociedad.
Q uienqu iera que d irija la actividad ú til -e n el sentido de un
increm ento general de las fuerzas—asume intereses opuestos a
los de la literatura. E n una fa m ilia tradicional, u n poeta dilapida
el p a trim o n io y se lo m aldice; si la sociedad obedece estricta­
m ente al p rin c ip io de u tilid a d , para ella el escritor derrocha los
recursos; de o tro m odo debería servir al p rin c ip io de la socie­
dad que lo alim enta. E n tie n d o personalm ente al “ hom bre de
bien” que considera bueno s u p rim ir o esclavizar a u n escritor:
quiere d ecir que se tom a en serio la urgencia de la situación, y
esa ta l vez sea sim plem ente la prueba de dicha urgencia.
E l escritor, sin renunciar a serlo, puede estar de acuerdo con
una acción p o lític a racional (incluso puede apoyarla en sus escri-
io s ) en el sentido del increm ento de las fuerzas sociales, cuando
is una c rític a y una negación de lo que efectivamente se realiza.
S i susp a rtid a rio s tienen elpoder, puede no com batirla, callarse.

147
Georges B ataille

pero sólo la sostiene en la m edida en que se niega a sí mismo. S i


lo hace, puede b rin d a rle a su a c titu d la a u to rid a d de su nom ­
bre, pero e l espíritu sin el cual ese nom bre no tendría sentido no
lo seguirá; e l espíritu de la lite ra tu ra , lo quiera e l escritor o no,
está siempre d e l lado del derroche, de la ausencia de meta defi­
nida, de la pasión que corroe sin otro f in que sí misma, sin otro
fim que corroer. Y como toda sociedad debe estar d irig id a en el
sentido de la u tilid a d , la lite ra tu ra , a menos que sea considera­
da p o r indulgencia como una distracción menor, siempre está
opuesta a esa dirección.
D isculpe usted que para aclarar m i pensam iento añada po r
ú ltim o estas consideraciones sin duda penosam ente teóricas.
Ya no se trata de decir: el escritor tiene razón, la sociedad d iri­
gente está equivocada. Siem pre ambos tu vie ro n razón y estuvie­
ro n equivocados. H a y que ver con calm a lo que ocurre: dos
corrientes incom patibles anim an la sociedad económ ica, que
siem pre opondrá dirigidos a dirigentes. Los dirigentes intentan
p ro d u c ir lo más posible y reducir el consum o. Esa división se
vuelve a dar p o r otra parte en cada uno de nosotros. Q uien es
d irig id o quiere consum ir lo más posible y trabajar lo menos po­
sible. Pero la lite ra tu ra es consum o. Y en con ju n to , p o r naturale­
za, los literatos están de acuerdo con quienes prefieren dilapidar.
Lo que siem pre im p id e dete rm in a r esa oposición y esas a fi­
nidades fundam entales es que habitua lm e nte, del lado de los
consum idores, to d o el m u ndo tira en sentido co n tra rio . E in ­
cluso los más fuertes se han a trib u id o obstinadam ente un po­
der p o r encim a de la dirección de la econom ía. D e hecho el rey
y la nobleza, al confiarle a la burguesía el cuidado de d irig ir la
producción, se esforzaron p o r retener una gran parte de los pro­
ductos consum ibles. La Iglesia, que de acuerdo con los señores
asum ía la tarea de situar unas figuras soberanas p o r encim a del
pueblo, u tilizaba un prestigio inm enso para la retención de otra

148
C a rta a René C h a r sobre las in c o m p a tib ilid a d e s del escrito r

po rció n . E l poder -re a l, feudal o eclesiástico—del régim en que


precedió a la dem ocracia tuvo el sentido de una transacción por
la cual la soberanía, bastante superficialm ente d iv id id a en do­
m inios opuestos, espiritualy temporal, era indebidam ente puesta
al servicio del bien p ú b lic o y al m ism o tie m p o del interés p ro ­
p io del poder. E n efecto, una a c titu d soberana que fuera com ­
pleta estaría cerca del sacrificio y no del ordenam iento o de la
apropiación de riquezas. E l poder y el abuso de él que efectuó
el soberano clásico subordinan una a c titu d soberana-que es la
autenticid ad del hom bre o no es n a d a - a algo d is tin to de ella,
pero evidentem ente ya no es auténtica cuando tiene otros fines
(en suma, soberanía quiere decir que no sirve a otros fines más
que a sí m ism a). A l menos sería preciso que el instante en que
se m anifiesta la soberanía (p o r supuesto, no la de la autoridad
sino la del acuerdo con el deseo sin m edida) prevalezca de ma­
nera tajante sobre las consecuencias “políticas” y financieras de
su m anifestación. Por lo que parece, en tiem pos rem otos, la
soberanía hería de m uerte y de im potencia a los dioses y a los
reyes. La soberanía regia, cuyo prestigio es arm inado o se arruina,
es una soberanía degradada, contem poriza desde hace m ucho
tiem po con la fuerza m ilita r que pertenece al jefe del ejército.
N ada está más lejos de la santidad y de la violencia de u n m o­
m ento auténtico.
S in duda la lite ra tu ra , ju n to con el arte, antaño discreto
ayudante de los prestigios religiosos o principescos, no tenía
entonces autonom ía: respondió p o r m ucho tie m p o a encar­
gos o a expectativas que delataban su carácter m enor. Pero
desde u n p rin c ip io , desde el m om ento en que asume, en opo­
sició n a la vanidad del autor, la sim ple soberanía -e x tra v ia d a
en el m u n d o a ctivo, in c o n c ilia b le -, hace v is ib le lo que siem ­
pre fue, a pesar de las m ú ltip le s transacciones: m o v im ie n to
irre d u c tib le a los fines de una sociedad u tilita ria . A m enudo

149
G eorges B a ta ille

ese m o v im ie n to en tra en la cuenta de los más bajos cálculos,


pero nunca es re d u cid o com o p rin c ip io más allá del caso par­
tic u la r del que se tra ta . E n verdad, nunca es reducido más que
en apariencia. Las novelas de é xito , los poemas más serviles,
dejan in ta c ta la lib e rta d de la poesía o de la novela, que el más
p u ro todavía puede alcanzar. M ie n tra s que la a u to rid a d legal
ha arruinado , p o r una confusión irrem ediable, la soberanía de
los príncipes y de los sacerdotes.
A l heredar los prestigios divin o s de esos sacerdotes y esos
príncipes atareados, seguramente el escritor m oderno recibe en
el reparto a la vez el más ric o y el más tem ib le de los destinos:
con razón la nueva d ig n id a d del heredero tom a el nom bre de
“m a ld ició n ” . Esa “m a ld ic ió n ” puede ser dichosa (aunque fuera
de una m anera a leatoria). Pero lo que el p rín c ip e aceptaba
com o el más le g ítim o y el más e n vidiab le de los beneficios es
re c ib id o en cam bio p o r el e scrito r com o d on de u n tris te ad­
ve n im ie n to . Su parte es en p rim e r lugar la m ala conciencia, el
s e n tim ie n to de la im p o te n c ia de las palabras y... ¡la esperanza
de ser ignorado! Su “santidad” y su “ realeza” , acaso su “d iv in i­
dad” , se le aparecen para h u m illa rlo más: lejos de ser a u té n ti­
cam ente soberano y d iv in o , lo a rru in a la desesperación o, más
p ro fu n d a m e n te , el re m o rd im ie n to p o r no ser D io s... Porque
no posee a uténtica m e nte la naturaleza d iv in a : y sin em bargo
no tiene o p o rtu n id a d de no ser D io s .
N acida de la decadencia del m undo sagrado, que m oría con
esplendores mendaces y tiernos, la lite ra tu ra moderna en su o ri­
gen parece in cluso más cercana a la m uerte que ese m undo de­
caído. Esa apariencia es engañosa. Pero es grave en condiciones
agobiantes sentirse p o r sí solo la “sal de la tierra” . E l escritor
moderno no puede estar en relación con la sociedad p roductiva
más que exigiéndole una reserva donde el p rin c ip io de u tilid a d
ya no reine, aunque sí abiertam ente la desm entida de la “signi-

150
C a rta a Rene C h a r sobre las in c o m p a tib ilid a d e s del e scritor

ficación” , el sinsentido de lo que en p rin c ip io se ofrece a la


m ente com o una coherencia acabada, la apelación a una sensi­
b ilid a d sin contenid o discernible, a una em oción tan intensa
que le deja a la explicación el costado irris o rio . Pero nadie po­
llita sin abnegación, m ejor dicho, sin tedio, re cu rrir a la explo­
sión de m entiras que compensan las de la realeza o de la Iglesia y
que no se diferencian sino en un punto: que ellas mismas se asu­
m en com o m entiras. Los m itos religiosos o regios al menos eran
censiderados reales. Pero el sinsentido de la literatura m oderna es
más pro fu n d o que el de las piedras, y porque es un sinsentido, es
el único sentido concebible que el hom bre aún puede a trib u irle
al objeto im aginario de su deseo. U na abnegación tan perfecta
requiere la indiferencia o más bien la m adurez de un m uerto. Si
la lite ra tu ra es el silencio de las significaciones, es en verdad la
p risión de la que todos los ocupantes quieren evadirse.
Pero el escritor m oderno, com o contrapartida de esas m ise-
ruis, obtiene un p riv ile g io m ayor que el de los reyes a los que
sucede: el de renunciar a ese poder que fue el p riv ile g io m enor
de los “reyes” , el p riv ile g io m ayor de no poder nada y reducirse
de antem ano, en la sociedad activa, a la parálisis de la m uerte.
¡Ya es demasiado tarde para buscar o tro cam ino! Si el escritor
moderno todavía no sabe lo que le incum be - y la honestidad, el
rigor, la lú cid a h u m ild a d que eso requiere-, poco im porta, pero
desde ese m o m e n to re n u n cia a u n carácter soberano, in c o m ­
patible con el error: la soberanía, él debería saberlo, no p e rm i­
te ayudarlo sino d e s tru irlo , lo que podía p e d irle era que lo
luciese un m uerto vivie n te , alegre quizás, pero corroído desde
adentro p o r la m uerte.
U sted sabe que la to ta lid a d de esta carta es la única expresión
verdadera que le puedo b rin d a r de m i am istad hacia usted.

151
S o c io l o g ía

Si buscamos el co n o cim ie n to , y hacemos que prevalezca la


conciencia de nosotros m ism os sobre la ciencia o b je tiv a del
m u n d o , nada nos interesa más que la sociología. Si en efecto
a d m itim o s , en co n tra del sentido com ún pero de acuerdo
con lo que el saber aconseja, que la to ta lid a d de la sociedad es
más que la suma de sus partes, la sociología debe a m p lia r la
idea que nos hem os form ado de nosotros m ism os: somos per­
sonalm ente parte de ese to d o que nos supera, nos superamos
en él, a través suyo somos más que esta existencia lim ita d a que
sólo se nos m anifie sta en la conciencia clara que poseemos
inm ed ia ta m e n te de nosotros. In clu so creo que, si somos más
d e n tro de una p a rtic ip a c ió n n o claram ente consciente en la
v id a co m ú n , afecta la m e jo r parte de nosotros, la que no l i ­
m ita el interés s ó rd id o , y más generalm ente, la que no lim ita
el interés.
H a y en efecto u n aspecto de la sociedad que conocem os
claram ente desde u n p rin c ip io . Todas las veces que una a c tiv i­
dad social persigue u n fin dado y accesible, no hay nada más
en el todo que la sum a de la a c tivid a d de los in d iv id u o s que
in te rv ie n e n . Se habla com únm ente de proyectos sociales en
los diarios; algunos perm anecen secretos e incluso, con ayuda
del azar, pueden no ser revelados nunca: p o r lo m enos son

152
Sociología

teóricam ente cognoscibles: no es a lo que nos referim os cuan­


do decim os que el todo es más que la sum a de las partes.
Pero los escritos que se supone tie n e n un sentido so cioló­
gico o que, más recientem ente, se p u b lica n con el nom bre de
sociología, distan m ucho de tener com o objeto esencial aquello
p o r lo cual el hecho social es ta l, dife re n te a la sum a de sus
partes. M u y p o r el co n tra rio , “ los progresos más notables efec­
tuados en la re fle x ió n sobre los fenóm enos sociales v ie ro n la
lu z en períodos de crisis o a p ro p ó s ito de una crisis, cuando
los acontecim ientos desbordan los m arcos acostum brados y
las soluciones tradicionale s” . Es la frase lim in a r de la breve
H is to ria de la sociología de G aston B o u th o u l; y Georges
G u rv itc h escribe -s o n ta m b ié n las prim eras palabras de su
Vocación a ctu a l de la sociología1: “ La sociología es una ciencia
que da saltos, o p o r lo m enos que flu c tú a , ante cada crisis
social de cie rta envergadura. Su co rta h is to ria nos lo enseña.
Surgida a m ediados del siglo X IX ‘p o r el gran tra sto rn o eco­
nóm ico, social y e sp iritual’ (C om te) que caracteriza a esa época
post y pre -re vo lu cio n a ria , le debe su n a cim ie n to no sólo a su
padre o fic ia l -A u g u s te C o m te - sino ta m b ié n a los dos gran­
des adversarios de este: P ro u d h o n y M a rx . Estos tres fu n d a ­
dores de la sociología continuaban además, cada uno a su m a­
nera, el tra b a jo de su m aestro com ún S aint-S im on” . L o que
sería igualm ente c ie rto , según G aston B o u th o u l, para lo que
llam a la sociología im p líc ita , que rem ite a P latón, a los sofistas,
a A ristóteles, “que flo re cie ro n durante el p e rtu rb a d o período
que se rem onta a la guerra del Peloponeso2” .
A l com ienzo in s is tí acerca del interés excepcional de la so­
ciología: el interés que m encioné se refería en verdad a lo que 1

1 Am bos editados en Presses Universitaires de France, 1950.


La H is to ria de la sociología retoma io que el autor había ya expresado en su
5 Tratado de sociología, Payot, 1946.

153
G eorges B a taille

llam am os el conocim iento desinteresado., aunque en realidad la


sociología nos interesa de todas form as, in clu so nos interesa
dem asiado: toda acción p o lític a - y en sum a, toda acción es
p o lític a —se basa en una sociología im p líc ita o no. L o cual se
aleja justa m e n te de una indaga ción que tenga p o r o b jeto la
especificidad del hecho social. La sociología práctica, ligada a
ciertas crisis, le añade una v is ió n general, teórica, a lo que ya
sabíam os; pero una preocupación m ayor, ten d ie n te a pene­
tra r aquello que no se nos ofrece d is tin ta m e n te d e n tro de la
to ta lid a d de la vid a hum ana -d e nuestra v id a - no se aclara y
no puede aclararse en ella.
N o es que el estudio de un m ás-en el que nos sobrepasamos,
d o n d e el c o n o c im ie n to de nosotros m ism os está co m p ro ­
m e tid o , s in el cual se nos escapa u na p a rte de nosotros—no
se haya e m p re n d id o nunca; n i que su re a liza ció n , en la m e­
d id a en que tu v o lug a r, no haya sido nu n ca el efecto de una
crisis. La separación creciente de una h u m a n id a d cada vez
más enem iga de lo que no es in m e d ia ta m e n te com prensible
con respecto a aque llo que no posee u n interés claro, pudo
provocar una sensación de desam paro. Sigue siendo una cues­
tió n secundaria, y no es so rp re n d e n te que el estudio de la
especificidad del hecho social esté lig a d o al esfuerzo que ten­
d ió a p ro p o rc io n a rle a la so cio lo g ía u n m é to d o verdadera­
m ente c ie n tífic o . Podem os te n e r m uchas reservas en cuanto
a la so cio lo g ía de D ü rk h e im : pero p o r estrecho de m iras
que fuera el fu n d a d o r de la escuela francesa, su investigación
no d e jó de te n e r p o r o b je to ese más d e l cual hablé; y el he­
cho de la c o e rció n en el que v io la esp e cificid a d esencial no
le im p id e en a bsoluto p o n e r de relieve u n fenóm eno donde
la a tra c c ió n se c o n fu n d e poderosam ente con el m ie d o , que
es la m a n ife s ta c ió n de lo sagrado. E n Las form as elementales
de la re lig ió n , d e fin ió lo sagrado com o lo social: v io en lo

154
Sociología

w¡grado u n más que d ife re n c ia la to ta lid a d social de la sum a


de los in d iv id u o s .
N o re s u lta in d ife re n te que el im p u ls o que le d ie ra
1)u rk h e im a los estudios de sociología haya te n id o una n ota­
ble fecundidad. Tam poco resulta in d ife re n te que esa fe cu n d i­
dad haya sido m ucho m ayor en el d o m in io de la sociología
arcaica (podría citar, entre otros, los nom bres de M arcel G ranet
V de M a rce l M auss). C iertam ente, ese más no puede ser estu­
diado sin re c u rrir fundam entalm ente al estudio de sociedades
cuyas in s titu c io n e s no han sido dem asiado alteradas p o r la
consideración racional de fines conscientem ente d ife re n cia ­
dos. La d ific u lta d de toda sociología obedece por una parte a la
m o vilid a d , al cam bio incesante de su objeto de estudio, y p o r
o irá parte a la ausencia de hechos p rim itiv o s cuya autenticidad
esté debidam ente com probada. In cluso debemos preguntar­
nos en p rim e r lugar si la sociología es posible. La ciencia puede
estudiar los cam bios, pero sólo si se re p ite n idénticam en te o,
cuando d ifie re n entre sí, si se aislan factores que actúan de
manera constante.
A fa lta de datos p rim itiv o s fundam entales, ta l vez poda­
mos contentarnos con datos ajenos al efecto de la a ctivid a d
racional consciente: evidentem ente podem os d e fin ir u n do­
m in io donde la estructura de la sociedad no ha sido alterada,
por así decir, p o r la re fle xió n y la in te n c ió n de alcanzar u n fin
determ inado com o sucede en las constituciones y en las leyes
redactadas. A sí podríam os estudiar in stitu cio n e s universales
que no han sido creadas com o se fa b rica una he rram ienta (al
igual que una ley), con m iras a u n resultado preciso: tales son
el sa crificio , la soberanía, las fiestas... que tam bién p a rtic ip a n
de lo sagrado.
A unque para estudiarlas sería vano pretender aislar esas ins-
I i i uciones de lo que actuó sobre ellas, las alteró y las c o n v irtió

155
Georges B ataille

en realidades nuevas. D e lo sagrado a los dioses fastos y nefas­


tos, y p o r ú ltim o al D io s m o ra l de la teología, se p ro d u jo un
m o v im ie n to d ia lé ctico debido justam ente al efecto de la pa­
labra, que siem pre in te rp re ta , re m ite a resultados buscados y
altera lo que u tiliz a , cuya esencia consistió en no ser el efecto
de un m o v im ie n to ló g ico ; en la dialéctica en efecto el lengua­
je se to p a con lo que no es lenguaje, su m o v im ie n to se in te ­
rru m p e , su d o m in io se lim ita : se deja negar, se deja destruir.
Esencialm ente lo sagrado es un retomo a l silencio de la muerte
(y el s ile n cio de la m uerte siem pre se m antiene sagrado).
Todavía se p o d ría pensar que la superación de la que hablo
existe fuera del hecho social. Pero hay que aclarar: ese más
sólo es c o n o cid o in d ire cta m e n te , pero no re m ite al “m iste rio
p ro fu n d o ” , en el sentido en que la m is tific a c ió n —la to n te ría
m is tific a d a — parece necesaria para s u m in is tra r la atm ósfera
deseada. A l p ersistir, ese más no tiene nada en com ún con una
fuerza; y es fá c il com prender el hecho de que los seres hum a­
nos no se co m u n ica n profu n d a m e n te cuando u n tra b a jo o
una búsqueda penosa los reúne, sino cuando se vuelven hacia
esa parte soberana en ellos, que no está subordinada a nada -es
p u ro desinterés, y los coloca al borde de la destrucción.
C reo que en el c o n ju n to caótico de la sociología m oderna
- o a ntigua—, que lo considera to d o y n o d e lim ita nada, sería
bueno aislar una investigación d is tin g u id a así de aquellas que
se refieren ind ife re n te m e n te a los innum erables aspectos de la
a c tiv id a d social. S in duda, debería in clu so re c ib ir o tro no m ­
bre que recuerde su carácter p a rtic u la r. Pues se m anifestaría,
antes que com o estudios sociológicos a secas —o puram ente
p o lític o s —, en la p ro lo n g a ció n de la teología, de la que sin
em bargo se d ife re n cia ría com o la q u ím ica de la a lq u im ia .

156
L a g u e r r a y la f ilo s o f í a d e l o s a g ra d o

L o que denom inam os sagrado no puede estar reservado a


los sociólogos. S in em bargo, en nuestro m u n d o civ iliz a d o ,
\ a se ha v u e lto d is c u tib le em plear la palabra si no nos re m iti­
mos a la sociología. Sólo la sociología le da u n sentido, que
d ifie re evidentem ente de lo que sign ifica b a fuera de ella. Sin
d i ida la teología no puede ceder p o r com pleto el terreno, pero
la teología desdeña en p rin c ip io una gran parte del d o m in io
de los sociólogos; desconoce, cuanto m enos, las religiones de
los pueblos p rim itiv o s o antiguos... O si sale de la ignorancia,
i. \ trae su saber de los sociólogos. A sí, el em pleo del té rm in o
estaría estrictam ente co n tro la d o p o r la ciencia.
L o cual no resulta tan m olesto n i in d e fe n d ib le ; aunque
tam poco se ju s tifiq u e del to d o . La ciencia siem pre abstrae el
o b jeto que estudia de la to ta lid a d del m un d o . Lo estudia p o r
separado; estudia p o r separado el átom o o la célula, y si
reinserta esos objetos en co n ju n to s m ayores, todavía precisa
.lisiarlos: son objetos de ciencia en la m edida en que pueden
-cr considerados separadamente. Se d irá que a su vez lo sagra­
do ta m b ié n puede ser exam inado p o r sí solo. Es posible, los
resultados lo co n firm a n . Los escritos de los sociólogos se im ­
ponen a quienes los leen, y con m ayor razón a quienes los ha-
een. Pero una cuestión permanece abierta: si lo sagrado, lejos de

157
G eorges B ataille

ser aislable, com o lo son los demás objetos de la ciencia, se


d e fin ie ra com o lo que se opone a los objetos abstractos —a las
cosas, a las herram ientas, a los elem entos captados d is tin ­
ta m e n te -, al ig u a l que se les opone la to ta lid a d concreta.
Seguram ente, esto parece falso a p rim e ra vista. L o sagrado
no puede ser id e n tific a d o con la to ta lid a d concreta, al m enos
en el sen tid o en que lo profano tam bién ingresa en esa to ta li­
dad com o una parte que, precisam ente, es necesario plantea r
cuando querem os d e fin ir lo sagrado.
-■ Pero si observam os con atención , ¿qué es lo p ro fa n o , si no
una sum a de objetos abstraídos de la totalidad? E l m u n d o
sagrado es u n m u n d o de com u n ica ció n o de contagio , donde
nada está separado, donde precisam ente es necesario u n es­
fuerzo para oponerse a la fu s ió n in d e fin id a . Podríam os in c lu ­
so d e cir que el estado p ro fa n o es necesario para el o b je to que
querem os abstraer, que querem os re tira r de la to ta lid a d del
ser. Tom em os el ejem plo del cadáver: n o puede ser disecado,
tra ta d o com o u n o b je to c ie n tífic o , si no en la m edida en que
ha pasado, ante el escándalo de las personas devotas —o su­
persticio sa s-, del d o m in io sagrado al p rofano.
Por o tra parte, m e parece im posible com prender m e jo r la
d iferencia entre lo profano y lo sagrado sino dem orándonos en
esa im agen penosa. Desde el p u n to de vista en el que m e sitúo
- e l de u n a u to r de reseñas-, no deja de ser u n inconveniente.
D ic h a posición m e obliga en p rin c ip io a la discreción. Además,
al hablar de lo sagrado, debo adve rtir que al hacerlo perm anez­
co aún del lado de lo profano. Es cierto que quisiera salir de allí,
im p u g n o el derecho a hablar de lo sagrado com o lo hacen los
sociólogos, exclusivam ente com o si fuera el más o bvio de los
objetos de la ciencia. C ondenado al equívoco, no obstante ten­
go que sortearlo. E n este m om ento com prendo hasta qué p u n ­
to m e resulta d ifíc il hacerlo. Si en efecto hablo de lo sagrado

158
L a g u erra y la filo s o fía de lo sagrado

com o ta l, en ta n to sea posible hacerlo -e v ita n d o disfrazarlo,


tra n sfo rm a rlo p rim e ro en profano- caigo bajo el peso de una
p ro h ib ic ió n más grave. N o puedo ignorarlo. Pero ha llegado el
m om ento de quebrantarla.
Vuelvo al ejem plo del cadáver, en p rin c ip io sagrado en todas
partes, pero no sobre esta mesa de disección donde se encuentra
en estado de objeto profano, objeto abstracto, objeto de cien­
cia. Desde u n com ienzo, pareciera que un m ism o objeto puede
ser a vo lu n ta d sagrado o profano, según el p u n to de vista. C o n ­
sidero ahora y sitú o m entalm ente en la to ta lid a d concreta ese
cadáver de n iñ o que u n profesor abre, frente a q u ie n es u n
objeto anatóm ico ofrecido a la observación investigativa. A
p a rtir de a llí, no puedo sino extender in fin ita m e n te el cam po
de m is reflexiones: soy lib re de pasar de la reacción del profesor
a la de la m adre, in tro d u c id a en la sala p o r el pensam iento.
Para la m adre, en ese m om ento lo que se debate es la to ta li­
dad del ser... Y sin duda su g rito le indicaría igualm ente al doc­
to r que en su h ijo se debate la to ta lid a d del ser. S in em bargo,
ella se engañaría: el d o cto r habría considerado el objeto abstraí­
do. Sólo el filó s o fo tiene, si no la posib ilid a d , la obligació n de
experim entar en u n g rito lo que el n iñ o sobre la mesa es para la
m adre (ta n to más q uerido y ta n to más sagrado en cuanto que
la m uerte separa su im agen para siem pre de objetos hum ildes y
fútiles m ediante los cuales, cuando vivía, se escapaba del h o rro r
vacío que es la to ta lid a d , que es el tiem po, en cuyo abism o
todo es lanzado hacia adelante y co n fu n d id o ).
N o he p re te n d id o enuncia r en pocas palabras todo lo que
para el filó s o fo es la to ta lid a d de lo que es. Sólo p re te n d í
m ostrar, con u n ejem plo, una s im ilitu d de relaciones. A que­
llo que la to ta lid a d concreta es para los objetos considerados
aisladam ente, lo sagrado puede serlo para lo profano. La m is­
ma to ta lid a d se define en o p o sició n a los objetos. Y el o b jeto

159
Georges Bataille

p ro fa n o , esencialm ente, no es u n objeto d is tin to de lo sagra­


do. E n am bos casos sólo ha cam biado el p u n to de vista.
D e todas m aneras, m e parece que m is reflexiones ponen
en claro la d ific u lta d de considerar el obje to de la re lig ió n , lo
sagrado, sólo desde la ó p tic a de lo profano.
Lo sagrado no puede ser solam ente un tem a a tra ta r com o
u n o b je to cualquiera, al que no sería m enos ajeno que a las
maderas del p arquet, ta n indiferente s. M u y p o r el c o n tra rio ,
lo sagrado se da com o u n o b je to que siem pre afecta ín tim a ­
m ente al sujeto: el o b je to y el sujeto, cuando hab lo de lo
sagrado, se dan siem pre com o com penetrándose o excluyén­
dose (en la resistencia al gran p e lig ro de la com penetración);
pero, en la asociación o la oposición , siem pre se com pletan. Y
sin duda alguna, no puedo sustraerm e personalm ente, salir
del paso. L o sagrado no puede ser lim ita d o a la experiencia
rem ota de los antiguo s o de los p rim itiv o s ; y tam poco puede
ser lim ita d o , en lo que nos concierne, a la experiencia de las
religiones “ reveladas” . N o tenem os absolutam ente nin g u n a
necesidad de re lig ió n : el m u n d o en que v ivim o s siem pre está
en el fo n d o im pregnado de lo sagrado. E n p a rticu la r, nuestras
conductas con respecto a la m uerte y a los m uertos no d ifie ­
ren m enos de las de los anim ales que aquellas de pueblos que
siguen siendo m u y religiosos: se diferencian precisam ente en
que la m uerte y los m uertos nos o p rim e n el corazón, m ie n ­
tras que si reaccionáram os racionalm ente, nunca deberíamos
considerarlos de m anera d ife re n te al d o c to r que los estudia.
M ás aún, nuestras reacciones irracionales ya están dadas: cuando
vem os a nuestros sem ejantes vivos, ese ro stro para m í es sa­
grado p o r a n ticip a d o , pues la m uerte no puede fija r sus rasgos
sin o p rim irm e el corazón.
L o cual no es en absoluto c o n tra rio a los datos de una
ciencia o b je tiva ; el m ism o D ü rk h e im , en Lasform as elemen­

to
L a g u e rra y la filo s o fía de lo sagrado

tales de la re lig ió n , exam inando objetivam en te las conductas


de indígenas australianos, consideraba generalm ente al in d iv i­
duo, al ser hum ano, com o una de las form as de lo sagrado.
I ’ero la cuestión no es ta n to saber si podem os acceder desde el
e xte rio r al co n o c im ie n to preciso de las form as de la re lig ió n ,
sino saber si esa m anera fría de conocer no es capaz de alterar
el sentido de lo que revela, cuando pretendem os separar de
ella nuestra angustia ante la m uerte. Por o tra parte, esa altera­
ción puede considerarse inevitable ; pero si p o r haber d e fin id o
objetivam en te lo sagrado ya no pudiéram os pasar de ese co­
nocim iento e xte rio r a la experiencia ín tim a , subjetiva, ¿no he­
mos soltado la presa para perseguir su sombra?

* * *

La cuestión se plantea, en realidad, de m anera bastante


i om pleja. C reo que además de las reglas de o b je tiv id a d de
D ü rk h e im , una especie de p u d o r les ha im p e d id o frecuente­
m ente a los sociólogos franceses señalar el v ín c u lo entre el
co n o cim ie n to su b je tivo y el o b je tiv o . A unque fin a lm e n te ese
pudor e ru d ito engendró u n gran m alestar. C om parando el
m undo arcaico con el nuestro, el d o m in io que describían los
sociólogos no podía dejar de mostrarse em pobrecido. A u n cuan­
do la ciencia h ubiera prete n d id o conocer, al m ism o tiem po
que sus form as arcaicas (que sólo parecen accesibles exterior-
mente en cuanto cosas) sus form as actuales, estas últim as h u ­
bieran a d q u irid o desde u n com ienzo el sentido de rastros, va­
gas supervivencias de un pasado prestigioso. Desde u n com ien­
zo el se ntim iento de lo sagrado corría el riesgo de a d q u irir fu n ­
dam entalm ente, antes que la experiencia de ello, un carácter
nostálgico. Sólo podem os hablar dentro de estrechos lím ites
de lo que actualm ente consideram os sagrado: si pensamos en

161
Georges B ataille

civilizaciones desaparecidas o en las que están en vías de e xtin ­


ció n , se tra ta de la búsqueda de un bien perdido. E n la socie­
dad actual, cuyos rápidos cam bios a veces nos decepcionan
pues nos alejan de un m undo cuyas ruinas y cuya irrem piazable
belleza producen una sensación de decadencia, nos parece que
en efecto nos falta ra un fa cto r esencial de la vida. Pero la cien­
cia de los sociólogos, que revela esa carencia, no solam ente no
o rie n ta la búsqueda que pretende rem ediarla, sino que en ra­
zón m ism a de sus fundam entos p ro h ib e que d ich a búsqueda
se em prenda.
Estas consideraciones son necesarias si querem os precisar el
sentido del lib ro de Roger C a illo is .1E n p rim e r lugar, es el tra­
bajo de u n sociólogo, esencialm ente ceñido a la o b jetivida d.
C a illo is pretende hablar de lo sagrado en general (al m enos es
lo que se deduce del títu lo que e lig ió ), pero dicha generalidad
se restringe debido a que está ligada a la o b jetivida d. La prim era
e d ición, publicad a en 1939, en vísperas de la g u e rra —que por
ta l m o tiv o sin duda no tu vo la repercusión que merecía—, es
una exposición m agistral de los resultados de la ciencia de las
sociedades arcaicas. Aparentem ente, no nos concierne.
Pero las apariencias engañan. N o hablo del hecho de que el
a u to r dedique al fin a l del lib ro unas páginas a la e vo lu ció n de
lo sagrado en el m u n d o m oderno. N o añaden nada p ro fu n d o
a lo precedente. C a illo is nos habla entonces de experiencias
donde no solam ente nada se p ro fu n d iza , sino que nada puede
ser p ro fu n d iza d o . Insiste además, con razón, en u n p u n to : el
m u n d o m oderno es “con d u cid o considerándolo en c o n ju n to
com o p ro fa n o , y debe ser abordado en consecuencia” . “ Lo
sagrado —aclara C a illo is — se vuelve in te rio r y no le interesa
más que al alm a... Todo c rite rio exte rio r parece in suficiente

1 E l hom bre y lo sagrado, París, G allim ard, 1950 [hay edición en español].

162
L a g u e rra y la filo s o fía d e lo sag ra d o

desde el m om ento en que lo sagrado obedece m enos a una


m anifestación colectiva que a una pura a ctitu d de conciencia...
En esas condiciones, se em plea con razón la palabra sagrado
más allá del d o m in io p ropiam en te religioso para designar
aquello a lo cual cada uno consagra lo m e jo r de sí, lo que cada
uno considera el v a lo r suprem o, lo que venera, aquello a lo
cual le sacrificaría su vid a si fuera necesario.” Desde ese m o ­
m ento, sólo la lib e rta d de la adhesión co n d icio n a - e in cluso
determ ina— lo que es sagrado. “ Todo sucede com o si para
vo lve r sagrado u n o b je to bastara con que una causa o u n ser
lo tom ara com o un fin suprem o y le consagrara su vida; es
decir, que le dedicara su tiem po y sus fuerzas, sus intereses y sus
am biciones, que le sacrificara su existencia si fuera preciso.” A
m i entender, no es sino una extensión banal del sentido del
té rm in o . D e l m ism o m odo, aunque con m ayor desenvoltu­
ra, un com erciante que hace una liq u id a c ió n dice que sacrifica
sus mercancías. C a illo is liega a creer que el oro es sagrado para
el avaro (y en el fo n d o no es el más p ro fa n o de sus ejem plos).
M e parece que lo sagrado se opone en p rim e r lug a r a la u tili­
dad y a las pasiones cuyo o b je to se adapta a la razón. La pa­
sión, p o r supuesto, puede ser tan grande que el v a lo r de su
o b jeto se vuelva com parable al de lo sagrado. N o obstante, en
la base de lo sagrado se h a lla siem pre una p ro h ib ic ió n que se
opone a conductas convulsivas, exteriores al cá lcu lo , o rig i­
nariam ente aním ales. La om ofagia - e l s a c rific io en el que la
v íc tim a es devorada v iv a p o r los p a rtic ip a n te s desenfrena­
dos—es sin duda la im agen más com pleta de lo sagrado, que
im p lic a siem pre u n elem ento de h o rro r o de crim e n . In cluso
para u n teólogo protestante com o O tto , lo sagrado no es so­
lam ente fascinans; tam bién es trem endum , aterrador. L o sa­
grado requiere la v io la c ió n de lo que habitu a lm e n te es objeto
de un respeto aterrado. Su d o m in io es el de la destrucción y la

163
G e o rg e s B a ta ille

m uerte. C a illo is lo sabe, pues concluye con estas palabras la


parte esencial de su lib ro : “ La verdad de lo sagrado reside...
sim ultáneam ente en la fascinación de la hoguera y el h o rro r a
la p o d re d u m b re ” . Esta verdad se v in c u la con la exposición
más detallada que parte de una experiencia conocida, la de
Santa Teresa de A v ila : “ E l contacto de lo sagrado instaura un
doloroso debate entre una expectativa em briagadora de abis­
marse d e fin itiv a m e n te en una p le n itu d vacía, y esa especie de
pesadez p o r la cual lo p ro fa n o entorpece to d o m o v im ie n to
hacia lo sagrado y que la m ism a Teresa a trib u ye al in s tin to de
conservación. R eteniendo en la existencia al ser que m uere
p o r no m o rir, esa pesadez aparece com o el exacto re fle jo del
ascendiente ejercido p o r lo sagrado sobre lo p ro fa n o , siem pre
tentado a renu n cia r a su p o rció n de d uración p o r u n sobresal­
to de g lo ria efím era y disipado ra” (p. 184).

* * flc

E xtraje estas dos nociones de algunas páginas finales d on­


de C a illo is in te n tó una in cu rsió n -d e la que se d is c u lp a - en el
d o m in io “m etafísico” . R etengo el hecho de que a llí se m a n i­
fiesta —im p líc ita m e n te —la conciencia de un va lo r de lo sagra­
do p a ra nosotros, que excede el c o n o c im ie n to e ru d ito que po­
dam os tener. A l fin a l le resulta preciso in s in u a r esa verdad
fu n d a m e n ta l de que el hom bre siem pre tiene que escoger en­
tre dos cam inos. P or u n lado, la preocupación p o r el fu tu ro le
exige esa “ constante búsqueda de u n e q u ilib rio , de u n ju sto
té rm in o m edio que p e rm ite v iv ir en el te m o r y en la sabidu­
ría, sin exceder nunca los lím ite s de lo p e rm itid o , contentá n­
dose con una m e d io crid a d d orada...” (p. 183). “ La salida de
esa bonanza im p lic a el ingreso en el m u n d o de lo sagrado.” Es
una s im p lific a c ió n ; porque podem os s a lir de la bonanza y a

164
La guerra y la filosofía de lo sagrado

veces arriesgarlo to d o , sin superar nunca un sórdido cálculo


de ventajas e inconvenientes donde predom ina el interés p ro ­
fano. H a y que decir que en los m ism os rito s de las religiones,
donde lo sagrado seguram ente está presente -e n los s a c rifi­
cios, las fiestas, las o rg ía s-, el p u n to de vista p ro fa n o perm a­
nece de alguna m anera in m u ta b le , com o un te ló n de fo n d o :
esos rito s tien e n , p o r ejem plo, fines agrarios; pero la m edida
en que se subordinan a esos fines parece aleatoria. E n el trans­
curso de la fiesta, esos fines tienen m om entáneam ente m enos
sentido que la fiesta m ism a. D e todos m odos, podem os con­
cebir u n va lo r que la fiesta posee independientem ente de los
efectos dichosos que se esperan de ella: el acento está puesto
sobre el tie m p o presente. E n los pasajes com unes de la tra n ­
q u ilid a d al riesgo, el acento sigue estando en el resultado pre­
visto. Falta lo esencial, que en este p u n to captam os m e jo r y
que podría ahora form ularse así: de cualquie r form a, p o r más
tensión que haya, no podem os evocar im punem ente el m u n ­
do que llam aríam os sagrado: la consideración de lo sagrado,
con m om entos de consum ación tan intensa que espantan,
porque de in m e d ia to la m uerte parece ser su conclusión , nos
conduce sin escapatoria al d ile m a que C a illo is ha planteado
claram ente, pero que sin em bargo conviene in te rro g a r de
m anera más aprem iante. Se tra ta en realidad de d e fin ir en
nuestras conductas aquello que tiene v a lo r p o r su interés in ­
m ediato (es ta m b ié n la pregunta de K a n t), y que se opone a
las conductas interesadas que en ú ltim a instancia tendrán va­
lo r en la m edida en que obtengam os com o resultado la posi­
b ilid a d u lte rio r de conductas desinteresadas. E n una palabra,
se trata de d e fin ir lo que complace. A d ve rtid o s p o r una consi­
deración rigurosa de lo sagrado, no nos sorprenderá p e rc ib ir
que el p lacer es siem pre u n consum o intenso de energía y de
recursos; intenso -e s decir, p e lig ro s o - y com o ta l aterrador.

165
G e o rg e s B a ta ille

E l papel del espanto en esta pieza es claram ente d e fin ib le : sin


espanto, se tra ta de u n consum o in s ig n ific a n te . U n consum o
d ig n o de com placer es siem pre el más aterrador que se pueda
so p o rta r sin desfallecer —o sin escapar alejándose de él. Por
supuesto, si tu v ie ra fuerzas para ello , el ú n ic o consum o com ­
p le to que u n h o m b re p o d ría efectuar consigo m ism o sería la
m uerte, que siem pre ha sido el signo p riv ile g ia d o de lo sagra­
do (lo sagrado qu ie re d e cir la vida más intensa, más audaz):
“ la m u e rte , ese sobresalto de g lo ria efím era y disipadora” . La
m uerte al m enos tie n e la ventaja de ponerle fin a la pesadez
que nos h izo buscar para nosotros m ism os, antes que c o n d i­
ciones generosas, una m ayor capacidad de ser generosos; ta l
vez in clu so , con m a yo r gravedad, la capacidad de ser avaros,
otorg á n d o le a nuestro ser esos valores pesados que obstruyen
to d o pensam iento y co n vie rte n nuestras m entes en esos pe­
rros ávidos de vanidad cuyo concierto es la “ filo so fía ” . U n ic a ­
m ente la m uerte conduce el pensam iento al espanto que lo
disuelve y le hace creer que sólo el sile n cio lo te rm in a .
H a y que aclarar en este p u n to que al pla n te a r ese dilem a
esencial lo sagrado delata al ser en sí m ism o, en ta n to que no
es to ta lid a d sino fragm ento, u n id o ta m b ié n a fragm entos. Lo
cual quiere d e cir en cuanto comete el e rro r de no estar m uerto.
A sí el estudio de lo sagrado sería el más peligroso, porque o
b ie n desvía la m e n te d e l o b je to que ha e le g id o acaso
desconsideradam ente (entonces, e x te rio rizá n d o lo , lo reduce
al o b je to del sociólogo análogo a todos los dem ás); o bien
nos abandona a la te n ta c ió n de u n “ sobresalto de g lo ria e fí­
m era” ... A l respecto, no puedo dejar de recordar los rasgos
esenciales de la v id a p ú b lic a de R oger C a illo is , que no fue en
p rim e r lu g a r u n sociólogo. Según creo, es erróneo ver su paso
p o r el m o v im ie n to surrealista com o u n aco n te cim ie n to in ­
s ig n ific a n te . P or supuesto no im p lic ó n in g u n a a fin id a d ver-

166
L a g u e rra y la filo s o fía d e lo sag ra d o

d adera: rápidam ente C a illo is se decepcionó. Pero creo que


esto quería d e cir que en p rim e r lugar, co n tra los confortables
lím ite s de una a ctivid a d cie n tífic a , necesariam ente especiali­
zada, C a illo is consideró desde un com ienzo la to ta lid a d , bus­
cando revelar en su v id a al ser en sí m ism o, no un fragm ento
com o es el o b je to de la ciencia. Y en E l hom bre y lo sagrado
persiste ese p ro p ó sito o rig in a rio , en co n tra d icció n con el p ro ­
p ó sito opuesto del sociólogo. Es nota b le que para que fuera
escrito u n lib ro así tu vie ra que ser la obra de u n hom bre que
ansiaba la to ta lid a d pero que renegó de ella sin llegar a ver
más que sus aspectos frustrados. Renegó de ella, pero al elegir
un o b je to de estudios lim ita d o , e lig ió el o b je to cuya natura­
leza es an u la r sus pro p io s lím ite s , e lig ió u n o b je to que no es
un o b je to siendo fu n d am en talm ente la destrucción de cual­
q u ie r o b je to .
Acaso el resultado sea el m e jo r que se p udiera esperar. Si el
a u to r hubiese p re fe rid o e x h ib ir su ardor, su apuro lo habría
p riva d o de exponer claram ente los datos p rim a rio s que des­
pejó la v o lu n ta d de in d ife re n c ia de los cie n tífico s. Tam poco
hubiese p o d id o aña d ir nada a las conclusiones dispersas de
estos ú ltim o s , si no h ubiera p a rtid o de una nostalgia de g lo ria
efím era. L o sospechamos a cada m o m e n to rem iso, angustia­
do in clu so , pensando que va más allá de lo que autoriza la
o b je tiv id a d de la ciencia, ta l vez despreciando en su in te rio r la
nostalgia que te rm in ó p o r tensar su v o lu n ta d , pero sin poder
hacer que el m o v im ie n to de su lib ro no lo delate.
A sim ism o es digno de atención que E l hombre y lo sagrado
sea el ú n ico trabajo llevado a té rm in o del sociólogo Roger
C a illo is. A co n tin u a ció n , las preocupaciones que lo determ i­
nan lo insertaron en un cam ino donde no deja de hacerse vis i­
ble una tensión fe b ril en su trayectoria. A spira a la certeza más
segura, al servicio de un orden inatacable, pero evidentem ente

167
G e o rg e s B a ta ille

no puede hacer que ese orden no am bicione encerrar la to ta li­


dad del ser, en su a firm a ció n y su negación orgánicas. N o obs­
tante, m e parece que E l hombre y lo sagrado es la clave de sus
lib ro s de m oralista (com o La p ie d ra de Sísifo, Circunstanciales,
Babel). Desde ese lib ro , confiesa la desgracia del e spíritu: el es­
p íritu “tem e entregarse, sacrificarse, dilapidando así consciente­
m ente su p ro p io ser” (p. 185). Y de in m e d ia to agrega: “ Pero
conservar los propios dones, las energías y los bienes, usarlos
con prudencia para fines decididam ente prácticos e interesados,
en consecuencia profanos, no salva finalm ente a nadie de la de­
cre p itu d y de la tum ba. T odo lo que no se consume, se pudre” .
Lo que en el estudio de lo sagrado m antenía al autor dentro de la
d u ración, era la observancia de los preceptos conservadores de
la ciencia. Y su a ctivid a d más reciente, que se m uestra en su
obra de m oralista, no deja a su vez de hacer que se alternen la
aceleración y el freno: nunca tu vo frente a sí el recto y am p lio
cam ino que le hubiera p e rm itid o ceder a la tentación de la ve­
locid a d . Esto no es en absoluto una crítica, o bien sólo lo es en
térm inos generales. Es tiem po de confesar que necesariamente la
nostalgia de lo sagrado no puede desembocar en nada, que extra­
vía: lo que le falta al m undo actual es proponer tentaciones.

* * *

O b ien propone algunas tan odiosas que sólo tie n e n va lo r


a c o n d ic ió n de engañar a aquel que tie n ta n .
Ya N ietzsche había vis to que en nuestra época los rigores
de la ascesis y de la santidad no podían seducir y que sólo la
re v o lu c ió n y la guerra podían p ropone rle al e s p íritu a ctivid a ­
des lo suficientem en te exaltantes.
Igualm ente R oger C a illo is , con la sensación del vacío que
lo dejaba insatisfecho p o r la id é n tic a im p o s ib ilid a d del sacri-

168

L a g u e rra y la filo s o fía d e lo sag rado

fic io y de la reserva, ante el carácter inconcluso de su lib ro (tal


com o se p u b lic ó p o r p rim e ra vez, en 1939), respondió (y su
respuesta cierra en 1 9 5 0 la segunda edición) a la cuestión cru­
cial que plantea el retroceso de lo sagrado en la época actual.
P rim ero pensó que las vacaciones habían po d id o a d q u irir para
nosotros el m ism o sentido que antiguam ente tenía la fiesta
arcaica, cuya decadencia es un hecho. Pero no pudo quedarse
con esa hipótesis superficial: hoy ya no duda en ver en \zguerra
el equivalente del paroxism o de las fiestas en las sociedades
m odernas: la guerra, tie m p o del “exceso” , de la “violencia” , del
“u ltra je ” ; la guerra “ ú n ico m om ento de concentració n y de
absorción intensa en el g ru p o de to d o aquello que tie n d e o r­
d inariam en te a m antener una determ inada zona de indepen­
dencia con respecto a él” .2 C o m o la fiesta, la guerra im pone
“ explosiones m onstruosas e in fo rm e s fre n te al desarrollo
m o n ó to n o de la existencia regular” (p. 2 3 0 ): “ ...en el trans­
curso de ambas se p e rm ite n los actos que fuera de ellas son
considerados com o los más com pletos sacrilegios y los más
inexcusables crím enes: de p ro n to se prescribe el incesto y se
ordena el asesinato” (p. 2 3 1 ), “ ...llegada la hora del com bate
o de la danza, surgen nuevas norm as... efectuados en u n des­
encadenam iento desenfrenado de in s tin to s furiosos, los ges­
tos antes p ro h ib id o s y juzgados abom inables traen ahora g lo ­
ria y prestig io ” {ib id .). C om o el incesto en la fiesta, el asesina­
to en la guerra es u n acto de resonancia religiosa. “ D e riv a del
sa c rific io hum ano y no tiene u tilid a d in m e d ia ta ...” (p. 2 3 8 ).
“ Se te rm in a inclinánd ose ante la m uerte y honrándola, siem ­
pre d isim u la n d o su h o rrib le realidad tan to para la vista com o

A p én dice I I I a la 2 a ed.: L a guerra y lo sagrado, p. 230. E n cuanto a los otros dos


apéndices de esta ed ició n, el p rim e ro {E l sexo y lo sagrado) ta l vez n o tenga la
a m p litu d que requiere el tem a. E l segundo, E ljuego y lo sagrado, es m u c h o más
interesante, aunque n o toca sino u n aspecto de la in te rp re ta ció n teórica.

169
G e o rg e s B a ta ille

para el pensam iento... Es la h o ra en que se puede saquear


im p unem en te y m a n c illa r ese o b jeto altam ente reverenciado
que es el despojo m o rta l del hom bre. ¿Q uién se p riva ría de
u n desquite, de una pro fa n a ció n semejantes? C u a lq u ie r cosa
que considerem os sagrada al fin a l la exige. A l m ism o tie m p o
que hace tem blar, anhela la deshonra y atrae el e scupitajo ...”
(p. 2 3 4 ). “ Por o tra parte, la fiesta es la ocasión de un inm enso
derroche... A sí com o se acum ulan todas las v itu a lla s posibles
para la fiesta, del m ism o m odo los prestam os, los anticipos,
las requisas drenan las diversas riquezas de u n país y las arrojan
en el abism o de la guerra, que las absorbe sin llenarse nunca.
E n u n caso, los alim entos devorados en u n día p o r la m u lti­
tu d parecen los suficientes para a lim e n ta rla p o r u n año, en el
o tro , las cifras dan v é rtig o : el costo de unas horas de h o s tili­
dades representa una sum a tan considerable que con ella acaso
se p u d ie ra p onerle fin a to d a la m iseria del m u n d o ” {ib id .).
Esta in te rp re ta c ió n es chocante, pero de nada serviría ce­
rra r los ojos: fa lla en la com prensión de lo sagrado, fa lla en la
co m prensión de la guerra. Para d e c irlo to d o , fa lla esencial­
m ente en el c o n o c im ie n to del hom b re actual. R oger C a illo is
plantea la pregunta: “ ¿Hay que destacar... la desaparición gra­
d u a l del d o m in io de lo sagrado bajo el em puje de la m e n ta li­
dad profana, hecha de esterilidad y de avaricia?” (p. 247). A nte
una p re g u n ta ta n grave, fa lta n los elem entos suficientes para
una respuesta, que C a illo is sería el ú ltim o en dar. Pero insista­
m os: el estudio de lo sagrado da la sensación de una d ific u lta d
in s o lu b le y de una m a ld ic ió n del hom bre. S in lo sagrado, la
to ta lid a d de la p le n itu d del ser se le escapa al hom bre, ya no
sería más que u n hom bre in c o m p le to ; pero lo sagrado, cuan­
do adquiere la fo rm a de la guerra, lo amenaza con la a n iq u ila ­
c ió n to ta l. E n el párrafo dedicado a la acción de la energía
a tóm ica, C a illo is concluye (p. 2 4 9 ): “ La fiesta... era la puesta

170
La guerra y la filosofía de lo sagrado

en escena de una im ag in a ció n . Era sim ulacro, danza y juego.


Im ita b a la ru in a del universo... Ya no o c u rriría lo m ism o el
día en que la energía liberada en un paroxism o sin ie stro ...
ro m p ie ra el e q u ilib ro a fa vo r de la d e strucción.”

171
E i s ile n c io d e M o l l o y 1

P odría decirse que lo que nos cuenta el a u to r de M o llo y es


la cosa más a b ie rta m e n te in so ste n ib le del m u n d o : no hay
más que una fantasía desm esurada, to d o a llí es fa n tá stico ,
extravagante, sin duda to d o es s ó rd id o , pero de una s o rd i­
dez m ara villo sa ; o más precisam ente, M o llo y es lo m a ra vi­
llo s o hecho s ó rd id o . A l m ism o tie m p o , no p o d ría haber
una h is to ria más necesaria n i más convincente; lo que expo­
ne M o llo y no solam ente es realidad, es la rea lid a d en estado
p u ro : es la más p o b re y la más in fa lta b le realidad, esa re a li­
dad fu n d a m e n ta l que s in cesar se nos ofrece pero de la cual
incesantem ente nos aparta el espanto, aquello que nos nega­
m os a ve r y de donde sin cesar debem os esforzarnos en no
zozobrar, que no hem os co n o cid o más que bajo la in a sib le
fo rm a de la angustia.
Si no m e preocupara p o r el frío , el ham bre, las m ú ltip le s
m olestias que agobian al hom bre cuando se abandona a la
naturaleza, a la llu v ia , a la tierra, al inm enso em pantanam iento
del m u n d o y de las cosas, yo m ism o sería el personaje de
M o llo y . In clu so puedo d e cir que m e encontré con él y que

1 A cerca de M o llo y de S am uel B eckett, París, M in u it , 1951; hay e d ic ió n en


español, al ig u a l que de las otras novelas de B eckett que se m e n cio n a n más
adelante. (N . de T.)

172
E l s ile n c io d e M o ll o y

ustedes se lo encontraro n: presas de una te rrib le envidia, lo


hem os encontrado en una esquina, fig u ra anónim a com pues­
ta p o r la inevitable belleza de los harapos, la atonía y la in d ife ­
rencia de la m ira d a y la secular invasión de la suciedad; era el
ser al fin desamparado, la empresa, que todos somos, en esta­
do residual...
E n esa re a lid a d que es el fo n d o o el residuo del ser hay
algo ta n general, esos vagabundos consum ados con los que a
veces nos hem os e n co n tra d o pero de in m e d ia to hem os p e r­
d id o , tie n e n algo ta n esencialm ente in d is tin to que no im a ­
ginam os nada más a n ó n im o . A ta l p u n to que el nom b re de
vagabundo que acabo de e s c rib ir los tra ic io n a . Pero el de
m iserable, que acaso tenga la ventaja de una m ayor in d e te r­
m in a c ió n , ta m b ié n los tra ic io n a ría . Lo que está a llí es tan
com p le ta m e n te el fo n d o del ser (pero “ el fo n d o del ser” no
p o d ría ser d e te rm in a d o sólo p o r esta expresión) que no lo
dudam os: no podem os darle nom b re a eso, eso es in d is tin ­
to , necesario e in a sib le , eso es silencio, es to d o . A q u e llo que
sólo p o r im p o te n c ia llam am os vagabundo, m iserable, que
en verdad es innom brab le (aunque ta m b ié n innom brable es
una palabra que nos co nfund e) no está m enos m udo que un
m u e rto . Sabemos así p o r a n tic ip a d o que es vana la te n ta tiv a
de h a b la rle a ese espectro que acecha en p le n o día en las
calles. C onocerem os circunstancias y condiciones precisas de
su v id a y de su m iseria que no habríam os sospechado en ab­
s o lu to : a ese hom bre, o más b ien a ese ser al que la palabra
hubiese p o d id o -m a n ife s tá n d o lo - c o n v e rtir en hom bre, la
palabra que subsiste o más bien que se agota en él ya no lo
expresa - y p o r eso m ism o la palabra ya no lo alcanza. C u a l­
q u ie r conversación que pudiéram os tener con él no sería más
que u n espectro, una apariencia de conversación. N os alejaría,
rem itiéndon os a una apariencia de hum anidad, algo diferente

173
Georges B ataille

de esa ausencia de h u m a n id a d que anuncia el despojo que se


arrastra p o r la calle y que fascina . 2

* * *

Aclarem os ahora algo esencial: no hay razones para pensar


que Sam uel B eckett tu vie ra la in te n c ió n de d e scrib ir ese “ fo n ­
do del ser” o esa “ausencia de h u m a n id a d ” de los que hablé.
In clu so m e parece im p ro b a b le que haya q u e rid o hacer de
M o llo y una fig u ra de vagabundo (o de lo in n o m b ra b le que
ese n o m b re a n u n c ia ), co m o M o lie re q u e ría hacer con
H arpagon una fig u ra de avaro, con A lceste una fig u ra de m i­
sántropo. A d e cir verdad, casi no sabemos nada de las in te n ­
ciones del a u to r de M o llo y , y en general lo que sabemos de él
se reduce a nada. N a c id o en 1906, irlandés, fue am igo e in ­
cluso de algún m odo ha seguido siendo d is c íp u lo de Joyce.
Sus am istades —o sus rela cio n e s- lo sitúan, al parecer, en el

2 R ecuerdo que c ua ndo era m u y jo v e n tu v e u n a larga conversación co n u n


vagabundo. D u r ó g ran pa rte de la no che en que y o estaba esperando u n tre n
en u n a pequeña estación para hacer com binacio nes. P or supuesto, él n o
esperaba u n tre n , solam ente había u tiliz a d o el re fu g io de la sala de espera, y
m e d e jó al am anecer para i r a p reparar café en u n descam pado. N o era
exactam ente el ser de l que h a b lo , in c lu s o era cha rlatán , q u izá más que yo.
Parecía satisfecho de su v id a , y el v ie jo se d iv e rtía expresándole su fe lic id a d
al m u c h a c h o de e n tre q u in c e y v e in te años que y o era y que lo escuchaba con
a d m ira c ió n . S in em bargo, el re cuerdo que tengo, c o n el m a ra v illa d o te rro r
que to d a v ía m e provoca, n o deja de evocar en m í el s ile n c io de ios anim ales.
(E n c o n tra rlo m e afe ctó ta n to qu e p o c o después em pecé a e s c rib ir un a
no vela d o n d e u n h o m b re que se lo había e n c o n tra d o en el cam po lo mataba,
acaso co n la esperanza de acceder a la a n im a lid a d de su v íc tim a .) E n o tra
ocasión, v ia ja n d o en a u to c o n am igos, en co n tra m o s e n p le n o día, d e n tro de
u n bosque, a u n h o m b re te n d id o al bo rde del c a m in o en el pasto y, p o r así
decir, en el agua ba jo la fu e rte llu v ia . N o d o rm ía , ta l vez estuviera e n ferm o,
n o re sp o n d ió a nuestras preguntas. Le p ro p u s im o s lle v a rlo al h o sp ita l: creo
re corda r que sig u ió s in responder, o si se to m ó el tra b a jo de hacerlo fue con
u n vago g ru ñ id o de rechazo.

174
E l s ile n c io d e M o ll o y

am biente que Joyce frecuentó en Francia. A ntes de la guerra


escribió una novela en inglés, pero él m ism o ofre ció una ver­
sión francesa después de la guerra y, siendo b ilin g ü e , parece
haber optado decididam ente p o r el francés .3 Por o tra parte, es
d ifíc il que la evidente in flu e n c ia de Joyce sobre B eckett p ro ­
p o rcio n e la clave para entenderlo. A lo sum o, el interés con­
cedido a las posibilidades descabelladas d e n tro del lib re juego
del lenguaje —a pesar de to d o v o lu n ta rio , a pesar de to d o con­
certado, aunque vio le n to —acercaría a ambos escritores. Y cier­
tam ente una especie de confianza, u n o jo acaso atento pero
que finge ceguera, otorgada a la vio le n cia creadora del lengua­
je, ubica con exactitud el abism o que separa a Sam uel Beckett
de M o lie re . ¿Y acaso ese abism o no sería en el fo n d o sim ila r al
que separa al m isántropo o al avaro de la ausencia de h u m a n i­
dad y del carácter inform e de M o llo y? Sólo u n flu jo in c o n ti­
nente del lenguaje te n d ría la v irtu d de alcanzar esa ausencia
(esa in c o n tin e n c ia , ese flu jo e quivald ría n a la negación, a la
ausencia de ese “discurso” sin el cual las figuras del avaro o del
m isá n tro p o no te n d ría n esafo rm a acabada sin la cual no po­
dem os concebirlos). Y recíprocam ente, sería posible que el
abandono del escritor, que ya no reduce la escritura a u n m e­
d io para expresar su in te n c ió n , que acepta responder a p osibi­
lidades dadas, aunque confusam ente, en esas corrientes p ro ­
fundas que atraviesan la agita ció n oceánica de las palabras,

3 L a p rim e ra novela, M u rp h y , apareció en inglés en 19 38, en la e d ito ria l


R o u tle d g e ; y en francés en 1947, en la e d ito ria l Bordas. H a y que d e c ir que
su le c tu ra es u n ta n to decepcionante: el re la to está basado en u n p ro c e d i­
m ie n to que consiste en representar s in coherencia aspectos expresam ente
in c o m p le to s de la realidad. Se tra ta de una lite ra tu ra p rovocativa , ácida,
m u y m o dern a, pero que carece de la a u te n tic id a d y la a u to rid a d extremas de
M o llo y . P or ú ltim o , Samuel B e c k e tt es a u to r de dos novelas francesas in é d i­
tas, M a lo n e m uere y E l in n o m b ra b le , que estarían en la m ism a línea que
M o llo y y cuya p u b lic a c ió n sería in m in e n te .

175
G e o rg e s B a ta ille

a rribara él m ism o, bajo el peso de u n destino al que sucum be,


a la inform e fig u ra de la ausencia.
“ Yo sé -d ic e M o llo y (o el autor) - lo que saben las palabras
y las cosas m uertas y eso da una buena sum a, con u n p rin c i­
p io , u n m edio y u n fin , com o en las frases b ie n construidas y
en la larga sonata de los cadáveres. Y que diga esto, aquello u
o tra cosa, en verdad no im p o rta . D e c ir es in ve n ta r. Tan falso
com o cie rto . N o inventam os nada, creemos que inventam os,
que escapamos, no hacem os sino balbucear nuestra lección,
retazos de una tarea aprendida y olvidada, la v id a sin lágrim as,
ta l com o se la llo ra ” (p. 4 6 ). Esto no es u n m a n ifie sto escolar,
no es un m a n ifie sto sino una expresión, entre otras, de m o v i­
m ientos que exceden la escuela y que pretenden que al fin la
lite ra tu ra convierta al lenguaje en esa fachada desgreñada p o r
el v ie n to y agujereada, que tiene la a u to rid a d de las ruinas.
A sí, sin haberlo q u e rid o o p o r haberlo q u e rid o , y acaso
ta m b ié n p o r fa lta de haberlo q u e rid o , la lite ra tu ra , ta n fa ta l­
m ente com o a la m uerte -b a jo el golpe de una necesidad im ­
periosa, p ro p ia de to d o cam ino que lleva a la cum bre, que ya
no da lu g a r a o p c io n e s -, conduce a la insondable m iseria de
M o llo y. Ese in d e fe n d ib le m o v im ie n to tiene el sen tid o del ca­
p ric h o más a rb itra rio ; sin em bargo, lo d irig e el peso de la
fa ta lid a d . E l lenguaje d e te rm in ó ese m u n d o calculado cuyas
significacion es sostienen nuestras culturas, nuestras a ctivid a ­
des y nuestras casas, pero lo h izo en la m edida en que se redu­
jo a u n m edio de esas cu ltu ra s, de esas actividades, de esas
casas; lib e ra d o de esas servidum bres, ya no es más que el cas­
tillo deshabitado cuyas aberturas flojas dejan e n tra r el v ie n to
y la llu v ia : ya n o es la palabra que s ig n ific a , sino la expresión
desam parada que la m uerte ha tom ado com o atajo.
N o obstante, sólo com o atajo. La m uerte sería en sí m ism a ese
silencio ú ltim o que nin g ú n falso pretexto ha atenuado nunca.

176
E l s ile n c io de M o ll o y

M ie n tra s que la lite ra tu ra alinea con el silencio un cúm ulo de


palabras incongruentes. Si supuestamente tiene el m ism o sen­
tid o que el de la m uerte, ese silencio no es más que su parodia.
Pero tam poco es el verdadero lenguaje: es posible incluso que
la lite ra tu ra tenga ya profundam ente el m ism o sentido que el
silencio, pero retrocede ante el ú ltim o paso que sería el silencio.
Y del m ism o m odo M o llo y no es exactam ente un m uerto,
aunque sea su encarnación. Tiene la apatía profunda de la m uer­
te, con la in d ife re n cia hacia todo lo posible, pero esa apatía
encontró su lím ite en la m ism a m uerte. E l in te rm in a b le deam­
bula r con m uletas p o r el bosque que apunta a una equivalencia
con la m uerte, a pesar de to d o d ifie re de la m uerte en un p u n ­
to: es que p o r h á b ito , o acaso con m iras a perseverar más en la
m uerte y en la negación in fo rm e de la vid a —al igual que la
lite ra tu ra finalm ente es silencio en la negación del lenguaje sen­
sato, aunque siga siendo lo que es, lite ra tu ra —, la muerte de
M o llo y está dentro de esa vid a a la que asedia y que n i siquiera
le está p e rm itid o querer abandonar.
“ ...en el fo n d o -d ic e M o llo y (al que un agravam iento de sus
enferm edades agita sin angustiarlo)—, que m i pierna pudiera
fu n c io n a r o que tuviera que trabajar, ¿sería una diferencia tan
grande en cuanto al dolor? Pienso que no. Pues al no hacer
nada, su su frim ie n to era constante y m onótono . M ientras que
la que se forzaba al aum ento de su frim ie n to que era el trabajo
conocía la d ism in u ció n de s u frim ie n to que era el trabajo sus­
pendido, p o r el espacio de un instante. Pero soy hum ano, creo,
y m i avance se resentía p o r ello, ante ese estado de cosas, y por
lo le n to y penoso que siem pre había sido, a pesar de lo que yo
haya po d id o decir, se transform aba, con perdón de usted, en un
verdadero calvario, sin lím ite de estaciones n i esperanza de cruci­
fix ió n , lo digo sin falsa m odestia, y sin Sim ón, y me obligaba a
frecuentes paradas. Si, m i avance me forzaba a detenerm e cada

177
G e o rg e s B a ta ille

vez más a m enudo, el ú nico m edio de avanzar era detenerme. Y


aunque no esté d e n tro de m is titubeantes intenciones tra ta r a
fo n d o , com o sin em bargo lo merecen, esos breves instantes de
la expiación in m e m o ria l, le dedicaré no obstante algunas pala­
bras, m e tom aré esa m olestia, a fin de que m i relato, tan claro
en otras cosas, no concluya en la oscuridad, en la oscuridad de
esos inm ensos m ontes, de esos gigantescos follajes, p o r donde
rengueo, escucho, m e acuesto, me levanto, escucho, rengueo,
preguntándom e a veces, no sé si es preciso señalarlo, si alguna
vez volveré a ver el día odioso, en fin poco am ado, te n d id o
pálidam ente entre los ú ltim o s troncos, y a m i m adre, para arre­
glar nuestro asunto, y si no sería m ejor, tam bién finalm ente,
colgarm e de una ram a con una liana. Pues francam ente yo no
me aferraba a la lu z del día, y m i madre, ¿podía pensar que toda­
vía m e esperaba después de tanto tiem po? Y m i pierna, m is pier­
nas. Pero las ideas suicidas tenían poca in flu e n cia en m í, ya no se
p o r qué, creía saberlo, pero veo que n o ...” (p. 119-120).
Es o b v io que u n apego tan fie l a la v id a no puede tener
razón de ser; en efecto no sirve de nada d e cir que en verdad el
o b je to de esa fid e lid a d es la m uerte: eso no te n d ría sentido
salvo que la m uerte - o la existencia en la m uerte o la m uerte
en la existencia—lo tu vie ra ; pero el ú n ico sentido que hay a llí
reside en el hecho del sinsentido que a su m anera es u n senti­
do, una p a ro d ia de sen tid o quizás, pero en d e fin itiv a u n sen­
tid o d is tin to , que es oscurecer en nosotros el m u n d o de las
significaciones. T al es en efecto la ciega in te n c ió n de ese relato
alerta y ta n a m p liam ente im pulsado p o r una inagotable in s­
p ira c ió n , que no se lee con menos interés im paciente que una
novela de angustiantes peripecias.

* * *

178
E l s ile n c io d e M o ll o y

Lasciate o g n i speranza v o i ch’entrate...

Este p o d ría ser el epígrafe de un lib ro absolutam ente sor­


prendente, donde la exclam ación in in te rru m p id a , sin p u n to y
aparte, explora con una iro n ía que nunca decae las p o sib ilid a ­
des extremas de la indiferencia y de la m iseria. U n pasaje aislado
da una idea sin a lie n to y sin poder de ese viaje desmesurado,
que paradójicam ente el relato ordena a la m anera de una epo­
peya inm ensa, estrepitosa y em pujada p o r una irresistible, una
inhum ana avalancha (es d ifíc il en efecto to m a r a M o llo y lite ­
ralm ente cuando p o r casualidad se dice hum ano, ya que en el
seno de su m iseria, se otorga m onstruosam ente la incongruen­
cia, la obscenidad y la indiferencia morales que toda la hum ani­
dad, enferm a de escrúpulos y en la angustia, rechaza). Abando­
nen toda esperanza... a decir verdad no es exacto más que en un
senti do, y la vio lencia de la iro n ía se im pone apenas pronuncia­
das estas fúnebres palabras. Pues en el m om ento en que cam i­
na, m altratado p o r la p olicía, acosado, M o llo y m arca precisa­
m ente su lím ite : “ M ientras avanzaba-dice ingenuam ente—con
m i m e jo r paso, m e entregaba a ese instante dorado com o si
hubiera sido o tro . Era la hora del descanso, entre el trabajo de la
m añana y el de la tarde. Q uizás los más sabios, recostados en
los patios o sentados delante de sus puertas, saboreaban las pos­
treras languideces olvidando las recientes preocupaciones, in d i­
ferentes a los vecinos. ¿Había acaso alguno que se pusiera en m i
lugar, para sendr cuán poco era yo a esa hora, el aspecto que tenía,
y en ese poco cuánta potencia había de amarras tensas hasta re­
ventar? Es posible. Sí, yo apuntaba hacia esa falsa profundidad, a
las falsas poses de seriedad y paz, me abalanzaba con todos m is
viejos venenos, sabiendo que no arriesgaba nada. Bajo el cielo
azul, bajo la m irada del guardia. O lvid a d o de m i m adre, libera­
do de los actos, fu n d id o en la hora de los otros, diciéndom e,

179
G eo rge s B a ta ille

tregua, tregua” . A decir verdad, este aspecto h ubiera pod id o


quedar im p líc ito ventajosam ente: no digo que necesariamente
el lib ro h ubiera ganado con ello, pero una o dos frases lla m a ti­
vas desentonan. La sutileza del lector hubiera p o d id o c u m p lir
ese papel: sutileza que hubiese respondido al desfallecim iento
ligado a toda lite ra tu ra , que no puede sino d ifíc ilm e n te y en un
sobresalto de b ru ta l ingenu idad superar el m o v im ie n to que la
lleva a desbaratarse. E n parte, ese pasaje es fa llid o , m al realiza­
do, pero pone en nuestras manos la clave del relato, donde
nunca fa lta esa tensión que nos sujeta a la depresión. C ierta­
m ente, a llí toda esperanza, todo proyecto razonable se abism an
en la indiferencia. Pero ta l vez quedaba sobrentendido que en el
instante actual, en el lím ite del tiem po presente, no había nada
que prevaleciera, nada que pudiera prevalecer. Nada, n i siquiera
un sentim iento de in fe rio rid a d perdurable, n i siquiera un desti­
no que vinculara al héroe con una expiación de sus pecados que
no hubiera p o d id o rebajarlo n i h u m illa rlo de m anera alguna;
proseguía com o u n anim al, sin angustia, en u n silencio p o rfia ­
do: “ ...podía engañarme y hubiese podido quedarm e en el bos­
que, quizá hubiese po d id o permanecer a llí sin rem ordim ientos,
sin la penosa im presión de estar en falta, casi en estado de pecado.
Porque m e escondí m ucho, me escondí m ucho de los soplones.
Y si no puedo felicitarm e honestamente, no veo razón para sen­
tirm e apesadum brado. Pero con los im perativos es u n tanto d i­
ferente, y siem pre tuve tendencia a obedecerlos, no sé p o r qué.
Pues nunca me llevaron a ninguna parte, antes m e sacaron siem­
pre de sitios donde, sin estar bien, tam poco estaba peor que en
otros, y luego se callaron, dejándom e en peligro de naufragar.
C onocía pues m is im perativos, y sin em bargo los acataba. Se
había vuelto un hábito. H a y que decir que casi todos apuntaban
a la m ism a cuestión, m is relaciones con m i m adre, y la necesidad
de darles un poco de claridad e incluso el tip o de claridad que

180
E l s ile n c io d e M o llo y

convenía darles y los m edios de lograrlo con la m áxim a eficacia.


Sí, eran im perativos bastante explícitos, detallados incluso, hasta
el m om ento en que, tras haber conseguido ponerm e en m ovi­
m iento, empezaban a fa rfu lla r antes de callarse p o r com pleto,
dejándom e plantado com o un estúpido que no sabe adonde va
n i p o r qué m otivo” (p. 132-133). Finalm ente, esa expiación a la
que está som etido M o llo y le ordena que abandone el bosque
lo más rápido posible. A unque sólo piensa en ella cuando pier­
de el h ilo , se le im pone con ta l fuerza de convicción que en el
em botam iento no hay nada que deje de hacer para obedecerla.
C uando ya no puede cam inar, continuará reptando ese viaje de
babosa: “ T ira d o boca abajo, sirviéndom e de m is m uletas com o
ganchos, las h undía delante m ío en la maleza y cuando sentía
que estaban bien enganchadas, me arrastraba hacia adelante con
la fuerza de las muñecas, felizm ente bastante vigorosas aún, a
pesar de m i caquexia, aunque m u y hinchadas y doloridas p ro ­
bablem ente p o r u n tip o de a rtritis deform ante. E n pocas pala­
bras, m e las arreglaba. Ese m odo de locom oción tiene sobre los
demás, hablo de los que he experim entado, la ventaja de que
cuando uno quiere descansar, uno se detiene y descansa, n i más
n i m enos. Pues de pie no hay descanso, sentado tam poco. Y
hay hom bres que circu la n sentados, e incluso arrodillados,
im pulsándose a derecha, a izquierda, hacia adelante, hacia atrás,
con la ayuda de garfios. Pero en la m oción re p til, detenerse es
com enzar en seguida a descansar, e incluso la m oción m ism a es
una especie de descanso, com parada con las otras m ociones,
hablo de las que tanto me han agotado. Y de esa manera avanzaba
por el bosque lentam ente, aunque con cierta regularidad, y daba
m is quince pasos diarios sin esforzarme a fo n d o . Lo hacía in ­
cluso de espaldas, h u n d ie n d o detrás m ío ciegam ente m is m u­
letas en la maleza, con los ojos entrecerrados hacia el cielo oscu­
ro entre las ramas. Ib a a casa de mamá. Y de vez en cuando

181
G e o rg e s B a ta ille

decía M am á, sin duda para darm e ánim os. A cada instante se


m e caía el som brero, el cordón se había ro to hacía tiem po,
hasta el m om ento en que, con un gesto de hum or, m e lo h u n d í
en el cráneo con ta l violencia que 7 a no me lo pude sacar más. Y
si yo h ubiera conocido alguna dam a y me hubiera encontrado
con ella, m e hubiese sido im posible saludarla correctam ente”
(p . 1 3 8 -1 3 9 ).

* * *

Se p o d ría o b je ta r: esa sórdida extravagancia no tiene in te ­


rés, esas inm ensas fantasm agorías son agotadoras, no nos afec­
tan para nada.
Sigue siendo posible. Pero hay una p rim e ra razón p o r la
cual esa ausencia de interés no se sostiene forzosam ente: es la
b ru ta l co n v ic ió n de lo co n tra rio que nos im p o n e n la potencia
y el ím p e tu del autor. Ese fu rio s o m o v im ie n to de ru in a que
anim a el lib ro y que com o agresión del a u to r hacia el le c to r es
ta l que n i p o r u n in sta n te se le da a este la o p o rtu n id a d de
replegarse en la in d ife re n cia , ¿hubiera p o d id o producirse si no
existiera u n poderoso m o tiv o en el origen de tan arrebatadora
convicción?
L o he d ic h o : n o tenem os derecho a suponer que el a u to r
haya te n id o desde u n com ienzo u n proyecto a rtic u la d o . E l
origen que sin duda debem os a trib u irle a M o llo y no es el de
una com p o sició n e ru d ita , sino el ú nico que concuerda con la
inasequible rea lid a d de la que hablé, el de u n m ito -m o n s ­
truoso, su rg id o del sueño de la razón. D os verdades análogas
no pueden plasm arse en nosotros sino bajo la fo rm a de un
m ito , y son la m uerte y la “ausencia de h u m a n id a d ” , que es la
apariencia v iv ie n te de la m uerte. Tales ausencias de realidad
no pueden en efecto m ostrarse en las claras d istin cio n e s del

182
E l s ile n c io d e M o ll o y

discurso, pero es cie rto que n i la m uerte n i la in h u m a n id a d ,


ambas inexistentes, pueden ser consideradas indiferentes para
la existencia que somos nosotros, de la cual son el lím ite , el
te ló n de fo n d o y la verdad ú ltim a . La m uerte no es p o r sí sola
esa especie de base o cu lta sobre la que se apoya la angustia: el
vacío donde la m iseria hace que to d o naufrague, cuando nos
absorbe íntegram ente y nos descom pone, es com o la m uerte
el o b je to de ese h o rro r cuyo aspecto p o s itiv o sería la plena
h um anida d. A sí, esa h o rrib le fig u ra que se balancea d o lo -
rosam ente sobre sus m uletas es la verdad que nos enferm a y
que no nos sigue con m enos fid e lid a d que nuestra som bra: es
tam bién la fig u ra cuyo espanto d irig e nuestros gestos hum a­
nos, nuestras actitudes rectas y nuestros pensam ientos claros.
Y recíprocam ente esa fig u ra es de algún m odo el pozo in e v i­
table que term inará atrayendo ese alarde de la hum anidad para
sepultarla: es el o lv id o , la im p o te n cia ... N o es la desgracia del
agotam iento que sucum be a la m iseria, es la in d ife re n cia en la
que u n h o m b re o lv id a hasta su nom bre, es la perfecta in d ife ­
rencia ante la m iseria más repugnante. “ Sí, a veces m e olvid a ­
ba no sólo de q u ié n era, sino de que existía, m e olvidaba de
ser” , así se evapora el pensam iento, o la ausencia de pensa­
m ie n to , de M o llo y (p. 7 3 )... Y sin duda hay a llí una tram pa.
M o llo y , o más b ien el autor, escribe: escribe y lo que escribe
es que la in te n c ió n de e scrib ir se o culte en él... Pero no se
atiene a ello cuando nos dice: “ ...siem pre m e he portado com o
un cerdo” (p. 3 5 )... N o hay p ro h ib ic ió n hum ana que no se
haya h u n d id o en una in d ife re n cia que se supondría d e fin itiv a
-n o lo es, pero ¿cómo no ser a fin de cuentas in d ife re n te ante
una in d ife re n c ia defectuosa, im perfecta? C uando el autor, in ­
fie l a la d e te rm in a ció n de portarse como un cerdo, confiesa que
m iente y te rm in a su lib ro con estas palabras: “ Entonces entré
en casa y escribí: Es m edianoche. La llu v ia azota los cristales.

183
Georges B ataille

N o era m edianoche. N o llo vía ” ,4 es porque él no es M o llo y :


en verdad M o llo y no confesaría nada, pues no escribiría nada.

* * *

Q ue un a u to r escriba atorm entado p o r la in d ife re n cia ante


lo que escribe se tom ará com o una com edia, pero la m ente
que descubra la com edia, ¿no se in tro d u c irá ta m b ié n en una
igualm ente falaz, aunque en la ingenuidad de la inconciencia?
La verdad despojada de com edia no se deja alcanzar tan fá c il­
m ente, porque antes de alcanzarla deberem os no solam ente
re n u n c ia r a nuestras com edias, sino o lv id a rlo to d o , no saber
más nada, ser M o llo y : un cre tin o im p o te n te que “no sentía lo
que iba a hacer sino cuando estaba hecho” . N o podem os sino
p a rtir ta m b ié n en busca de M o llo y , com o lo hace Jacques
M o ra n en la segunda parte del lib ro . Ese personaje en cie rto
m odo inexistente , cuyo carácter ordenado y cuyas m anías de
v iu d o egoísta resultan un ta n to exasperantes, es el héroe de la
segunda parte del lib ro , donde M o llo y ha desaparecido, pero
donde M o ra n es enviado en su busca. C om o si la fig u ra abru­
m adora de la p rim e ra parte no hubiera in ve stid o s u ficie n te ­
m ente el silencio de ese m undo, la im p o te n te búsqueda de la
segunda parece responder a la necesidad de entregar sin m edi­
da el universo a la ausencia: M o llo y es más perfecto com o
in h a lla b le que com o presente. Pero M o ra n en busca de un
M o llo y inaccesible, lentam ente despojado de to d o , cada vez
más lisia d o , se verá reducido al m ism o deam bular repugnan­
te que M o llo y en el bosque.

4 Estas palabras están al fin a l de la segunda parte, que se supone escrita n o p o r


M o llo y , c o m o la p rim e ra , sino p o r u n ta l Jacques M o ra n . Precisam ente, la
segunda parte com ienza con estas palabras: “ Es m ediano che. La llu v ia azota
los cristales” .

184
E l s ile n c io d e M o ll o y

Es así que necesariam ente la lite ra tu ra corroe la existencia


o el m u n d o , reduciendo a nada (aunque esa nada es h o rro r)
esos recorridos en los que vam os envalentonados de un resul­
tado a o tro resultado, de u n éxito a o tro é xito . Lo cual no
agota lo posible ofrecido en la lite ra tu ra . Y es cie rto que el uso
de las palabras con fines que no sean útiles abre en algún sen­
tid o el d o m in io del rapto del desafío, de la audacia sin razón.
Pero am bos d o m in io s - e l h o rro r y el ra p to - están más cerca
uno del o tro de lo que habíam os supuesto. ¿Serían accesibles
las felicidades de la poesía para quien se aparta del horror? ¿Y
sería d ife re n te en algo la auté n tica desesperación del instante
dorado del in n o m b ra b le en m anos de la policía?

185
¿ E s ta m o s a q u í p a r a j u g a r o p a r a s e r s e r io s ?1

Si nos atuviéram os a la expresión homo ludens el hom bre


sería u n ser “ que juega” ... A u n q u e fuese c ie rto , la d e fin ic ió n
no es “seria” ... Se d irá que otras maneras de d e fin ir al hom bre
ta m b ié n son refutables. ¿Qué quiere d e cir homo fa b e r si hay
otro s anim ales industriosos? Sapiens sólo te n d ría sentido si el
saber c a lific a ra a todos los hom bres; y si es cie rto que la vid a
hum ana siem pre es social, a veces la v id a a n im a l lo es... Pero
no solam ente los anim ales juegan, la naturaleza entera puede
ser contem plad a com o u n ju e g o ... Esos estallidos e x tra o rd i­
narios, sus in fin ita s repercusiones, y esa p ro fu s ió n de form as
in ú tile s , b rilla n te s o m onstruosas no son solam ente juegos en
el d eslum bram ien to de la m ente: son objetivam ente juegos,
en la m edida en que no tie n e n fin a lid a d , n i razón. N ada los
ju s tific a , salvo la necesidad del juego -n e g a c ió n en la base de
la necesidad, que no es más que la im p o te n cia de la necesidad
(el hecho de que la necesidad no podría plegar de n in g ú n m odo
todas las cosas a sus fines).
Si bien el hecho de jug a r no es la cualidad que distingue al
hom bre exclusivam ente, la p a rte deljuego no ha dejado de ser
ignorada po r él, gravemente ignorada, absolutamente; y aun cuando

1 Este ensayo se refiere al lib r o de Jo h a n H u iz in g a , H om o ludens, ensayo sobre


la fim c ió n social d e lju e g o , París, G a llim a rd , 1951. (N . de T .)

186
¿Estamos a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

el hom bre sea igual a la to ta lid a d de lo posible (o de “ lo que es” ),


¿habremos acaso desconocido su im portancia p rim a ria ?
Por o tra parte, la in te n c ió n de Johan H u iz in g a no es im ­
poner una nueva d e fin ició n : “ E l té rm in o de H om o ludens (pre­
cisa en la p. 1 1 ), el hom bre que juega, me parece que expresa
una fu n c ió n tan esencial com o la de fa b rica r y que merece
pues u n s itio ju n to al té rm in o de Hom o fa b e r.” E n verdad
H u iz in g a , en el ensayo fu n d a m e n ta l y m u y esclarecedor que
le dedica al juego, no ha pre te n d id o d e fin ir al hom bre, y tam ­
poco p re te n d ió hacer una obra filo só fica . E n ta n to h is to ria ­
d o r y com o ta l describió el papel que desempeñó el juego en
la h is to ria de la c iv iliz a c ió n . “ Desde hace tie m p o -a c la ra - se
ha a firm a d o en m í de m anera creciente la c o n vicció n de que
la c iv iliz a c ió n hum ana se anuncia y se desarrolla en el juego,
en ta n to que juego. Desde 1903, se pueden rastrear huellas de
este p u n to de vista en m is obras...” Se tra ta entonces de la
re fle x ió n de u n h is to ria d o r sobre su experiencia; esa re fle xió n
sucedió además al m ism o tie m p o que la experiencia. A sí una
obra de h is to ria . L a decadencia de la E dad M e d ia , de 1919,
tenía ya el m ism o sentido que la teoría cuya p rim e ra e d ició n
es de 1938. L a decadencia de la E dad M edia, esa “obra clave” ,
es seguramente la ilu stra ció n del pensam iento de H om o ludens,
pero resulta sig n ific a tiv o que la ilu s tra c ió n haya precedido en
este caso, si no al pensam iento, al menos a la m aduración y el
ordenam iento del pensam iento.
D e todas m aneras, la h is to ria es una expresión del pensa­
m ie n to del h is to ria d o r. N o siem pre se tra ta , n i m u ch o m e­
nos, de u n pensam iento personal. U na elección cualquie ra ,
la m ayoría de las veces im p e rso n a l, in fo rm u la d a , ha guiado
la exposición de los acontecim ientos. Pero desde un com ienzo
el presente caso se opone a la m edida com ún, en el sentido de
que H u iz in g a reconoció que la su b je tivid a d del h is to ria d o r

187
Georges B ataille

era u n fu n d a m e n to in e v ita b le : 2 para él la h is to ria necesaria­


m ente estaba o rie n ta d a ; y parece que h u b ie ra escrito Hom o
ludens a fin de explicar, co lo ca r b ajo la lu z de la conciencia,
la o rie n ta c ió n que había elegido . La te o ría de H u iz in g a da
cuenta a ta l p u n to de su p ro p ia m anera de e s c rib ir la h is to ­
ria , que de entrada necesita precisar: “ Si se analiza a fo n d o el
c o n te n id o de nuestros actos, es p o sib le que se llegue a con­
c e b ir que to d o o b ra r h u m a n o no sería más que u n p u ro
jue g o . Q u ie n se c o n te n ta ra con esta co n c lu s ió n m etafísica,
haría b ie n en no leer este lib ro ” (p. 11). Este h o rro r a la
generalización, p o r supuesto, está ju s tific a d o p o r el carácter
in s íp id o de una tesis donde la idea de juego quedaría re d u ci­
da a nada d e b id o a la im p o rta n c ia que se le a trib u y e (si cual­
q u ie r acto tu v ie ra el se n tid o del jue g o , el jue g o te n d ría el
s e n tid o de c u a lq u ie r a c to ..., y así ya no te n d ría sen tid o ).
Pero anuncia precisam ente la in te n c ió n de lim ita r el pro b le ­
m a a la p o s ic ió n exacta que habría a d q u irid o en la experien­
cia d e l h is to ria d o r.
La m ism a d e fin ició n que H u izin g a daba del juego responde
a esa necesidad práctica de la m anera más adecuada. E l juego
que la experiencia había encontrado, debía conservar el sentido
irre d u c tib le (“ la idea no es reducible a una explicación más
profundiza da” ) que tenía en la experiencia. H u iz in g a tiene ra­
zón en descartar las representaciones en las que el juego se abor­
da inm ediatam ente “ con los instrum entos de m edida de la cien­
cia...” . Según él, debemos “prestar antes la atención necesaria a

2 S obre este p u n to , m e re m ito al a rtíc u lo de J. R o m e in (“ L a ob ra de Johan


H u iz in g a (1 8 7 2 -1 9 4 5 )” , C ritiq u e , e n ero-febrero de 1947, p. 7 6 ): “ Su dis­
curso in a u g u ra l sobre E l elem ento estético en nuestra im a g in a ció n histó rica
(1 9 0 5 )... tie n e la relevancia de u n p ro g ra m a en p rim e r lu g a r p o rq u e el a u to r
reconocía a llí el e le m ento in e v ita b le m e n te s u b je tiv o en la o b ra del h is to ria ­
do r. Si ese e le m e n to a ctu alm en te es a d m itid o de m anera ta n general que la
tesis apenas parece más que u n a pe ro g ru lla d a , en parte fue gracias a é l...”

188
¿Estamos aquí para ju g a r o para ser serios?

la particularida d del juego, profundam ente anclada en lo estéti­


co... A n te cada una de las explicaciones dadas, sigue siendo vá­
lid a la pregunta: sí, pero ¿qué es entonces en sum a lo ‘grato’ del
juego? ¿Por qué el bebé g rita de placer? ¿Por qué el jugado r se
pierde en su pasión? ¿Por qué una m u ltitu d obstinada de m iles
de cabezas estim ula el cam peonato hasta el frenesí?... Si nos
situam os en u n p u n to de vista lógico, la naturaleza hubiera
po d id o ofrecerles igualm ente a esas criaturas todas esas fu n c io ­
nes necesarias de gasto, de energía superflua, de a liv io después
de la tensión... en form a de sim ples ejercicios y reacciones me­
cánicas. M u y p o r el co n tra rio , nos d io el juego, con su fiebre,
su alegría, su ‘bufonería’” (p. 19).
Adem ás, H u iz in g a no habría p re te n d id o su m in is tra r una
teoría del juego p ropiam en te dicha. Se representó el m o v i­
m ie n to sensible que anim aba esa fiebre del juego cada vez que
se topaba con ella: lo sig u ió d e n tro de las reflexiones que el
conocim iento m ú ltip le del h isto ria d o r conducía p o r los mean­
dros del pasado. Y le pareció que esa fiebre anim aba la in m e n ­
sidad del pasado; que de todas maneras no podríam os captar
esa pro digiosa anim ación sin com prender que respondía m e­
nos a la necesidad que al juego del hom bre .3 A sí ve el juego en
el origen de todas las form as de la c u ltu ra , de la re lig ió n y de
las letras, de la m úsica y de la danza, de las in stitu cio n e s ju d i­
ciales y guerreras, y p o r ú ltim o de la filo so fía ; únicam ente las

3 Es c ie rto qu e H u iz in g a , aunque de m ostrara interés p o r el m a rxism o (véase


J. R o m e in , C ritiq u e , 1947, p . 8 0 ), se o p o n ía a la in te rp re ta c ió n e strictam e n­
te e c o nóm ica de la h is to ria . N o obstante, aclara (L a decadencia de la E d a d
M e d ia , París, Payot, 1948, p. 2 7 , n . 1): “ M i co n ce p ció n n o excluye las
fu n c io n e s económ icas, m enos aún sería una protesta c o n tra la e xp lica ció n
h is tó ric a basada en hechos eco n ó m ico s...” E n efecto, esa a n im a c ió n que
resulta de u n a sobreabundancia en sí m is m a y p o r esencia n o o rie ntad a, no
deja de estar o rie n ta d a p o r el hecho de los lím ite s dados en las con dicione s
económ icas que están en la base de la m is m a sobreabundancia.

189
Georges B ataille

técnicas, p o r lo m enos la p ro d u c c ió n d e n tro de los lím ite s de


la u tilid a d , están n ítid a m e n te fuera de la esfera del juego.
T al pensam iento audaz y paradójico supera una d ific u lta d
elem ental, que provenía de la oposición aceptada entre el ju e ­
go y lo serio. H u iz in g a se expresó al respecto en térm inos
pere n to rio s: “ E l juego —decía—puede elevarse hasta las cum ­
bres de la belleza y la santidad, donde deja m u y atrás a lo
serio” . Para él lo sagrado no dejaba de ser u n verdadero juego,
equivalente a los juegos m enores. Sabía que, en el origen, los
juegos de los antiguos form aban parte del c u lto . Pero ju sta ­
m ente, ¿no debería señalarse el lím ite del juego en el pasaje de
form as religiosas (donde hay una p ro fu n d a seriedad) a fo r­
mas gratuitas, liberadas de la angustia perdida? Sólo esta ú lti­
m a anunciaba lo sagrado, que estaría ausente en el m om ento
en que la solem nidad da lu g a r ú juego.4 Pero el carácter serio
está lejos de ser p riv a tiv o del c u lto . “ E l n iñ o —dice H u iz in g a —
juega con una perfecta seriedad; que con razón podem os lla ­
m ar sagrada. Pero juega y sabe que juega. E l acto r es presa de
su papel. S in em bargo es consciente de que está actuando. E l
v io lin is ta experim enta la más santa em oción: vive u n m undo
e x te rio r y su p e rio r al m u n d o c o tid ia n o : no obstante, su a c ti­
vid a d sigue siendo u n juego . 5 E l carácter ‘lú d ic o ’ puede seguir
siendo adecuado en las actividades más elevadas. ¿Podrá
co ntinua rse la serie hasta la acción sagrada sosteniendo que
ta m b ié n el sacerdote, en el c u m p lim ie n to de su ritu a l, sigue
siendo u n hom bre que juega? A d m itirlo para una re lig ió n

4 Es el p u n to de vista de É m ile B enveniste (“ E l ju e g o c o m o estructura” , en


D e u ca lio n , n ° 2, 1947, p. 161). C ita d o p o r R oger C a illo is en el estu dio que
le de dica a H om o ludens (en la revista Confluences, 1946; luego p u b lic a d o en
E l hom bre y lo sagrado, París, G a llim a rd , 1950, p. 2 0 8 -2 2 4 ).
5 H a y a q u í u n ju e g o (valga la re d u n d a n cia ) de palabras co n los m ú ltip le s
sen tidos d e l verbo jo u e r, a la vez, “ ju g a r” , “ actu ar” en el tea tro y “ toca r” u n
in s tru m e n to m u sica l, entre otras acepciones. (N . de T.)

190
¿Estamos aquí para ju g a r o para ser serios?

o b lig a a a d m itirlo para todas” (p. 4 2 -4 3 ). “ Las nociones de


rito , m agia, litu rg ia , sacram ento y m iste rio p odrían entonces
llegar a colocarse dentro del área del concepto de juego. E n ta l
caso, hay que cuidarse de no extender demasiado esta noción...
M e parece sin em bargo que no caemos en ta l abuso si califica ­
mos la acción sagrada com o ju e g o .” E l m ism o P la tó n lo ha­
bía precedido en esa dirección. “ Es preciso -d e cía P latón {Las
leyes, V II, 8 0 3 )— tra ta r seriam ente lo que es serio; y D io s es
d ig n o de toda la seriedad propiam en te dicha, m ientras que el
hom bre está hecho para ser u n juguete de D io s. Por eso cada
cual, hom bre o m ujer, debe pasarse la vid a jugand o los juegos
más herm osos conform e a ese p rin c ip io y en co n tra de su
in c lin a c ió n actual... ¿Cuál es entonces la m anera justa? H a y
que v iv ir jug a n d o determ inados juegos, sacrificios, cantos y
danzas, para ganar el fa vo r de los dioses, poder rechazar a los
enem igos y triu n fa r en el com bate.” M ás adelante, H u iz in g a
e x p lic ita esta m anera de ver: “ La acción sagrada se celebra,
vale d e cir que entra en el m arco de la fiesta... C onsagración,
ofrendas, danzas y com petencias rituales, representaciones,
m isterios, to d o p a rtic ip a de la fiesta. A unque los rito s fuesen
sangrientos, crueles las pruebas de los in icia d o s, aterradoras
las máscaras, to d o se juega com o una fiesta6” (p. 4 7 ). La d ifi­
cu lta d estriba en “establecer el p u n to lím ite a p a rtir del cual la
santa gravedad se atenúa hasta la brom a {fu n ). E n tre noso­
tros, u n padre un ta n to p u e ril p o d ría disgustarse de verdad si
sus h ijo s lo sorprenden d urante los preparativos de N avidad.
Ein la C o lu m b ia b ritá n ic a , un padre K w a k iu tl m ató a su h ija
que lo había sorprendido m ientras se dedicaba a una la b o r de
cincelado con m iras a una cerem onia” (p. 50). Johan H u izinga
ad m ite pues que en los casos más serios subsiste una duda,

6 Es decir, “se c u m p le ” , “ se in te rp re ta ” , “ se efectúa” , que son otros sentidos de


jo u e r. (N . de T.)

191
Georges B ataille

una vaga sensación de irre a lid a d , respecto a las creencias lig a ­


das a rito s o a m ito s. D e todas m aneras, le parece necesario
a firm a r “ la im p o s ib ilid a d de perder de vista la n o c ió n de ju e ­
go n i p o r un in sta n te a p ro p ó s ito de las acciones sagradas de
los p rim itiv o s ” (p. 52).
C reo que en este p u n to H u iz in g a da en la tecla: es la cate­
goría de juego la que tiene la capacidad de hacer perceptible la
caprichosa lib e rta d y el encanto que anim a los m o vim ie n to s
de u n pensam iento soberano, no som etido a la necesidad.
N o podríam os precisar m e jo r la relación de la soberanía y su
expresión a u té n tica que com o lo hace H u iz in g a al decir (p.
54): “ La esfera del juego sagrado es aquella donde el n iñ o , el
poeta y el p rim itiv o se encuentran com o si estuvieran en su
elem ento” . C om parados con esta breve fó rm u la , verdadera­
m ente lacónica, los análisis de L é vy -B ru h l o de Cassirer (con­
cernientes al pensam iento p rim itiv o o m ís tic o ), los de Piaget
(concernientes al pensam iento in fa n til), los de Freud (concer­
nientes al sueño) parecen un ta n to confusos, balbuceantes .7

* * *

E l desplazam iento de la acción sagrada a los juegos de com ­


petencia es bien conocido después del fam oso Ensayo sobre el
don de M a rce l M auss . 8 Desde entonces ese ensayo ha servido
de base a m uchos trabajos. Está en el origen del estudio magis­
tra l de Lévi-Strauss sobre el problem a del incesto .9 Y asim ism o

7 Si exceptuam os L a poesía m oderna y lo sagrado de Jules M o n n e r o t (G a llim a rd ,


19 4 4 ), la poesía casi n o ha sid o o b je to de una re fle x ió n a la m e d id a de la
h is to ria de la c iv iliz a c ió n .
8 E n M . M auss, S ociología y a n tro p o lo g ía (E U .E , 1 9 50), p. 1 4 3 -2 7 9 [hay
ediciones en español, co n otros títu lo s , d o n d e aparece el c ita d o ensayo].
9 Las estructuras elementales delparentesco (P. U . F., 1949) [ed itado en español con
n u m e ro s a s re im p re s io n e s ]. Véase C ritiq u e , p . 5 0 , d o n d e se de scribe

192
¿Estamos aquí para ju g a r o para ser serios?

no se entendería H om o ludens si no lo h ubiera precedido el


Ensayo sobre e l don. Pues el p o tla tch de las trib u s indígenas de
la C o lu m b ia b ritá n ic a aparece desde un p rin c ip io com o un
juego inm enso, a cuya mesa están sentados jugadores rivales,
y donde de algún m odo se dan c ita todos los elem entos y
todas las form as de juego del m u n d o . E l don es el p rin c ip io :
las riquezas, los regalos afluyen hacia el lug a r del potlatch, se­
m ejantes a apuestas, aunque de entrada sacrificadas. E n una
serie de potlatchs dados y recibidos (com o se da o se asiste a
una cena), la riqueza circu la según reglas: el juego es devolver
-e n el siguiente p o tla tc h - más de lo que se había re cib id o ,
h u m illa r a un riv a l m ediante una ostentación fastuosa, m e­
dia n te una generosidad insuperable. N o se tra ta de enrique­
cerse, sino de engrandecer su h o n o r, su pre stig io y la nobleza
de su casa a fuerza de dones.
In clu so puede haber más esplendor en d e s tru ir riquezas
que en darlas. Im agínese una p a rtid a en la que, siguiendo r i­
tos y reglas, se efectuaría u n juego com parable a una sucesión
de festines cada vez más costosos que se celebrarían hasta el
m om ento en que el riv a l tuviese que declararse vencido.
C itaré un ejem plo de H u izin g a tom ado de u n m undo don­
de las reglas seguidas no están fo rm a lm e n te dadas: el e sp íritu
de juego, que se destaca de m anera sorprendente, ha bastado,
al parecer, para la m anifestación de rasgos arcaicos. “ Dos
nómades egipcios tienen un diferendo. Para encizañarlo, cada
uno decide, en presencia de la trib u solem nem ente reunida,
p rim ero masacrar sus propios corderos, luego quem ar toda su
fo rtu n a en billetes de banco. Finalm ente, uno de los adversarios

sum ariam ente la in s titu c ió n del p o tla tc h . E l Ensayo de M a rc e l M auss tam bién
es la base de m i lib ro L a p a n e m a ld ita ( M in u it, 1949 [ed itado en español p o r
Icaria, Barcelona, 19 87]), que en m uchos aspectos es cercano a H om o ludens.

193
Georges B ataille

advierte que va a ser superado y vende sus seis asnos para que­
dar a pesar de todo com o el vencedor con el efectivo resultante
de la operación. E n el m om ento en que v o lv ió a su casa para
buscar sus asnos su m u je r se opuso a la venta, p o r lo cual la
apuña ló.” 101
T al com o parece, se trata de co n ve rtir en un m o vim ie n to de
juego lo que una a ctividad de necesidad hace depender de la
sucesión calculada (en la m edida en que es posible, sobreseguro)
de causas y efectos, de conocim ientos técnicos y de trabajo.
Pero volver a los m ovim ientos del juego es igualar lo que tiene
un fin con lo que no lo tiene, con lo que no tiene sentido de
nin g u n a m anera, en una palabra, es conducirse soberanamente.
A quel que acepta la fin a lid a d de un objeto que posee, reconoce
en ese objeto aquello que lo subordina a dicho fin . Apenas lo ha
aferrado, el apego a ese objeto subordina a su poseedor a esa
fin a lid a d que le es propia. E l poseedor de esclavos, en la m e d i­
da en que se aferra a ello, aliena una parte de su soberanía: si él
m ism o no es servil - a l m enos para u tiliz a r la servidum bre del
o tro - alienará la energía (la vig ila n cia ...) necesaria para m ante­
ner el esclavo a su servicio. D e m odo que un azteca podía entre­
gar a su esclavo (y entregarse) al m o vim ie n to del juego m edian­
te una ejecución ritu a l, un sacrificio que era el ú n ico m edio para
no perder u tilizá n d o lo esa pura soberanía del juego que es la
excelencia del hom b re .11
Pero u n carácter notable se hace visible en los deslizam ientos
que ordenan el don ritu a l, el p otlatch, y en general los gestos
de ostentació n, de generosidad, de excelencia. E l juego - e l

10 H u iz in g a (p. 107) c ita a R . M a u n ie r {A nnée sociologique, 1 9 2 4 -1 9 2 5 , p.


8 1 1 ), q u ie n a su vez c ita u n d ia rio egipcio. R. M a u n ie r trabajaba siguie ndo
la líne a de l Ensayo sobre e l don.
11 Los aztecas en efecto sacrificaban a sus esclavos c o n la m ism a in te n c ió n que
en el p o tla tc h que los im pu lsaba en los más diversos planos: lo he señalado en
L a p a rte m a ld ita , p. 8 1 -8 6 .

194
¿E stam os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

hecho de burlarse de los m ayores bienes—es la m anera sobera­


na de sobresalir, que no tiene o tro fin que la in d ife re n c ia ante
cu a lq u ie r fin , que no es sino la ocasión de dar pruebas de un
alm a que está p o r encim a de las preocupaciones de la u t ili­
dad, m ediante destrucciones o dones espléndidos. E l juego
tiene com o consecuencia secundaria el deseo de sobresalir
m anifiestam en te ta n to o más que otros. N o se tra ta de v a n i­
dad: en la m edida en que sea esto o aquello, u n hom bre sólo
puede serlo plenam ente cuando otros, sus semejantes, lo re­
conocen com o tal. Pero ese “reconocim iento” (el Anerkennung
de H egel) la m ayoría de las veces se da a través de la com pe­
tencia. N uestra v o lu n ta d de sobresalir, que se e jercita en el
juego, ha hecho de cada fo rm a de juego el p rin c ip io de una
com petencia. E l juego p o r excelencia es destrucción o d on
soberano, pero to d o uso im productivo que hagamos de nues­
tros recursos, que los d ila p id e , los destruya sin o tro fin que la
aprobació n, b rin d a la ocasión para que los rivales den con
em peño pruebas de superioridad. La im agen de una in ta n g i­
ble soberanía, dada de una vez p o r todas com o el inm enso
juego de la lu z, resplandeciendo y consum iendo la riqueza sin
co n ta rla , preside esos esfuerzos m ú ltip le s donde el juego es
riesgo, donde cada riv a l sepone enjuego. A unque los hom bres
pueden riva liza r en superioridad de cualquier manera, po r poco
que los im pulse su generosidad y no su interés. Esta lim ita c ió n
no es sorprendente: en las com petencias, nadie está buscando
in fo rm a c ió n sobre la eficacia de u n trabajo. Las com petencias
tienen u n interés espectacular, pero nadie se ocupa del interés
de u n trabajo para aquel que lo suscita. Si los hom bres luchan
ostensiblem ente es por la g loria, y para hacer visible un deter­
m inado estado de soberanía que les pertenece, que dem uestra
una consagración de sus recursos (o de una parte de ellos) a
fines no lu cra tivo s. Trátese de lite ra tu ra o de poesía, de canto

195
G e o rg e s B a ta ille

o de danza, de carrera pedestre o fú tb o l, de h a b ilid a d en el


ajedrez o en los naipes, trátese de torneos, de p o tla tch o in c lu ­
so de guerra, los actores no se preocupan p o r m ostrarse a p li­
cados a la buena gestión de sus intereses: lo que buscan sobre­
pasa la m eta de la operación interesada; si se m uestran es p o r­
quejuegan, porque p ro d ig a n sus fuerzas sin razón; la superio­
rid a d que se esfuerzan p o r a firm a r es la del ju g a d o r, siem pre
consiste en gastarse m ejor, en d a r más de sus recursos p o r
nada. Q ue el interés se in tro d u z c a en el m u n d o del juego
tam poco tiene el sentido que se cree. E l d in e ro ensucia p o r
cie rto to d o lo que toca, y el ju g a d o r p rofesiona l ha p e rd id o la
pureza del juego; pero la riqueza le llega de o tro m o d o que al
in d u s tria l: le llega p o r la sim ple razón de que afluye espontá­
neam ente en la esfera del juego, donde se e stim u la la genero­
sidad de todos. Es la v o lu n ta d com ún que las criaturas del
juego sean ricas, porque es preciso que a su vez detenten el
gesto generoso. U sualm ente el ju g a d o r desentonará si hereda
las m anías de su m adre, que es tacaña-, y sin duda es penoso
pagarle, es in tro d u c ir en él un m o vim ie n to que desm entirá su
generosidad p rim e ra ; pero si le faltase d in e ro , ¡esa generosi­
dad p o d ría agotarse!... Las apuestas, las pérdidas y las ganan­
cias de los juegos de azar no son en sí mismas contrarias a la
generosidad del juego. Pues el ganador no es u n hom bre que
acaba de enriquecerse - e l dinero del juego quem a las manos, las
ganancias no representan para el jugador más que nuevas apues­
tas o bien la p o sib ilid a d de gastos superfluos-, el ganador es un
hom bre que no le ha dado im p o rta n cia a sumas considerables
y que, aunque fuera con angustia, se ha com placido en decir de
ellas, como un niño-. “ ¿Perdido p o r perdido?” Sus ganancias no
son más que una prueba de la locura con la que renunció a su
fo rtu n a : el jugado r p o r din e ro es un hom bre que sobresale en
renunciar a sufo rtu n a , el dinero ganado es el signo dichoso de

196
¿E stam os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

esa superioridad, de la que el dinero p erdido es el signo desdi­


chado. D e todas maneras, un juego en esencia ofrece una po­
s ib ilid a d de sobresalir, y com o ta l, siem pre puede dar lu g a r a
una com petencia.

* * *

D ic h o aspecto es decisivo, preside to d o el m o v im ie n to de


la esfera del juego. N o obstante, m e parece que no in d ic a
b ie n su sentido. In clu so si riv a liz a r en generosidad es la base
de la com petencia, la com petencia nunca lleva hasta el fin una
generosidad que sería m ayor sin ella, si la generosidad llegara
a cederle de entrada el terreno al adversario. Este ú ltim o p u n ­
to de vista es en general refutable, en el sentido de que el
m o v im ie n to del juego debe ser perceptible, que la derrota del
adversario im p o rta m enos que una em ulación fervie n te que
estim ula los im pulsos sin reservas. La com petencia no es sola­
m ente la fo rm a n a tu ra l del juego, puede ser p o r sí m ism a el
e s p íritu del juego: que se aleja cuando el o d io y el deseo de
provecho se in tro d u c e n en él. A sí, p o r su extrem a crueldad,
aunque solam ente en escasa m edida, y sobre to d o en razón de
los objetivos p o lític o s que los adversarios persiguen, la guerra
excedería la m ayoría de las veces los confines del juego: en la
guerra sigue habiendo exuberancia, pero la exuberancia llega
tan lejos que al fin a l, a fuerza de in c o rp o ra r la to ta lid a d de la
apuesta posible, se convierte en avaricia, e in clu so —dado el
estado de agotam iento de recursos al que conduce a las partes
enem igas- llega a reducirse a las reacciones más opuestas al
juego, a las som brías reacciones de la m iseria más egoísta (pues
es verdad que el juego nunca está ta n lejos de lo serio com o se
piensa). Pero de ta l m anera la guerra no hace más que acusar
una tendencia inherente a la com petencia. Exagera los rasgos

197
G e o rg e s B a ta ille

repugnantes de una riva lid a d que deja de ser exuberancia, pero


sin em bargo m uestra que u n elem ento só rd id o está en ger­
m en en toda riv a lid a d .
M o tiv o p o r el cual sería grave lig a r m u y estrecham ente la
com petencia y el juego. T al vez haya que señalar en este caso
una fa lta de s o ltu ra en el m anejo de los conceptos p o r parte
de H u iz in g a : a veces la agudeza de su vis ió n parece tra ic io n a ­
da p o r u n carácter u n ta n to ríg id o , exageradam ente in m ó v il
de los cuadros que ha representado. Tales m o v im ie n to s se
p e rc ib iría n m e jo r si el a u to r los hubiera captado en sus aspec­
tos cam biantes. Es lo que ocurre con el orden, que así com o la
com petencia q uizá no sea más que uno de los aspectos sus­
ceptibles de ser investidos p o r el juego.
“ E n los lím ite s d e l terreno de juego -a firm a H u iz in g a (p.
30)—rein a u n orden específico y abso lu to .” Y deduce que “el
juego crea orden” , que “ es orden” .
Según las apariencias, si nos atenem os a ejem plos bastante
sig n ifica tivo s, H u iz in g a está ju stifica d o . Pero m e parece nece­
sario observar las cosas más de cerca.
Para H u iz in g a el juego no es solam ente u n fa cto r de c u ltu ­
ra, la c u ltu ra m ism a es u n juego. H a y en ello una v is ió n nota­
ble donde justam ente reaparece la agitación grata, caprichosa,
sin la cual los hom bres tie n e n una c iv iliz a c ió n técnica, una
existencia social convencional y cargada de coacción o de tedio,
y no esas form as de vid a orientadas p o r el gusto, la brom a cruel
y la ansiosa poesía que daban p le n itu d a la hum anidad antigua.
Pero si pretendem os juzgar la c u ltu ra entendida de esta m ane­
ra, hay que p a rtir del hecho esencial de que se basó en p rim i­
tivo s terrores cuyo efecto in m e d ia to se m anifestaba en form a
de p ro h ib ic io n e s . Son p ro h ib icio n e s m u y generales que dis­
tin g u e n de m anera fu n d a m e n ta l a los hom bres de los anim a­
les, que im p o n e n h a b itu a lm e n te el h o rro r a la obscenidad, a

198
¿ E sta m os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

la sangre m enstrual, al incesto; el respeto y el m iedo a la m uerte


y a los cadáveres. Pero es d ifíc il d e cir con certeza que las p ro ­
h ib icio n e s n o tie n e n o tro sen tid o que el juego. Podríam os
in clu so vernos tentados a v is lu m b ra r a quí los lím ite s del
pensam ien to de H u iz in g a : en la c u ltu ra to d o sería juego,
excepto las p ro h ib ic io n e s . Por el c o n tra rio , creo que las p ro ­
h ib ic io n e s m a n ifie s ta n desde u n p rin c ip io la exuberancia
hum ana: no son verdaderam ente juegos, sino las reacciones
resultantes de u n tro p ie z o de la a c tiv id a d ú til, seria, y del
m o v im ie n to in te m p e ra n te que nos e m puja más a llá de lo
ú til y de lo serio. La p ro h ib ic ió n traza siem pre una fro n te ra
ordenada que separa la v id a p ro fa n a , que se da sus propias
norm as, y la esfera de lo sagrado que es o bien la de la regla, o
b ien la d e l c o m p le to desarreglo. T odo in d ic a que la esfera de
lo sagrado y del juego coinciden p u n to p o r p u n to , pero es ne­
cesario entonces aclarar que si la esfera de lo sagrado correspon­
de a la regla es en la m edida en que corresponde al desarreglo.
1 ,as reglas que rodean cada m anifestación de lo sagrado res­
p onde n a la preocupación de lim ita r y ordenar con el te rro r
lo que es el desorden m ism o. A sí ante la m uerte del rey, algu­
nos pueblos han p ra ctica d o u n inm enso desarreglo ritu a l
desde el m o m e n to en que el soberano m o ría , entregándose
en una carrera ve rtig in o s a , desenfrenada, al asesinato, el sa­
queo y la v io la c ió n . A h o ra b ie n , el juego sigue te n ie n d o en
co m ú n con esa regla d e l desarreglo u n elem ento de p e lig ro ­
sa expansión explosiva: es orden y regla, p o r c ie rto ; pero el
orden y la regla prueban en él la necesidad que s in tie ro n los
hom bres de lim ita r m ediante una regla lo que p o r naturaleza
era im p o sib le o m u y d ifíc il de contener.

* * *

199
G e o rg e s B a ta ille

Se deduce con bastante cla rid a d del cautivante estudio de


H u iz in g a que la seriedad no es lo opuesto del juego; que la
acción sagrada es ta m b ié n u n juego, com o d ije ra P latón en
p rim e r lugar. H e m ostrado que de a llí no surgía, com o pre­
tendería H u iz in g a , que la regla fuera el a trib u to esencial del
juego: el juego, en m i o p in ió n , es un desorden lim ita d o . Pero
tales aproxim aciones nos dan una idea m u y vaga y lejana del
o b je to al que apuntam os.
E l lím ite entre lo que es y lo que no es juego es más d ifíc il de
precisar de lo que parece a p rim era vista. A p a rtir de reacciones
com unes, el juego sería una lib re actividad sin consecuencias...
U n perro m altrata a un gato, ladra, acomete y parece desgarrar
al fe lin o con sus c o lm illo s. Pero tiene cuidado en dejar al o tro
in ta c to , juega solam ente la com edia del com bate. Por el con­
tra rio , si lo hubiese m o rd id o y h e rid o , habríam os d ich o que
no jugaba y que el asunto ib a en serio.
La consecuencia o p o n d ría entonces el juego a lo que no lo
es... E n cam bio, es o b v io que para u n perro h e rir e incluso
m atar a un gato o a una presa de caza, es igualm ente u n acto
sin consecuencia; que la cacería en la que puede m atar no es
m enos grata, p o r el c o n tra rio , que el juego de las m ordidas
que no hieren. U n solo caso es claram ente d is tin to : cuando el
anim a l que ataca pone en juego su p ro p ia vid a , cuando la lu ­
cha de la que se tra ta es una lucha a m uerte, en la que el perro
que m ata p o d ría a su vez resultar m ue rto . A sim ism o es o b vio
que si el perro hubiese clavado lib re m e n te los c o lm illo s , la
cosa habría dejado de ser u n juego p a ra el gato, seguram ente
h u b ie ra te n id o una im p o rta n te consecuencia.
¡Sin duda! Pero esto es m enos decisivo de lo que parece.
Q ue el juego te rm in e en el instante en que la vid a y la m uerte
están en cuestión no define más que una clase de juego, o si se
prefiere una clase de ju g a d o r: aquel para el cual una amenaza

200
¿Estamos aquí para ju g a r o para ser serios?

de m uerte clausura de in m e d ia to la atracción del juego. N ada


es más com ún que esa parálisis del juego que deriva del m ie­
do. Sin em bargo, estoy tentado de creer que el ju g a d o r autén­
tic o , p o r el c o n tra rio , es aquel que pone enjuego su vida, que
el juego verdadero es el que plantea la cuestión de la v id a y de
la m uerte.
M ás adelante m ostraré el sentido fundam ental de estas a fir­
m aciones. Pero queda claro que una cacería donde la fiera
tiene posibilidades co n tra el cazador es un juego de una en­
vergadura d is tin ta a la de la caza m enor; que la p rim e ra tiene
más va lo r en el plano del juego que en el plano en que se sitúa
la cacería. D e l m ism o m odo, una co rrid a de toros responde
ta n to más al p rin c ip io del ju ego cuando el to ro es peligroso
o cuando el m a ta d o r lo e n fre n ta peligrosam ente. Por su­
puesto, para el a cto r (e in c lu s o , en rig o r, para el espectador)
el juego no resu lta sino a c o n d ic ió n de d isp o n e r de ciertos
recursos de energía para el fin buscado .12 Desde el m om ento
en que el juego excede las fuerzas del jugado r, cuando el m ie­
do lo invade y ya no siente atracción, no es ya u n juego sino
un acto penoso donde p redom ina la coacción. S in duda algu­
na, el juego pone en acción la energía excedente de los p a rti­
cipantes (actores y espectadores); supone de su parte un exce­
so de energía suficie n te com o para que no les dé la im presión
de que serán rebasados; que el horror, la repugnancia o el m iedo

12 E l m is m o espectador gasta energía en el se n tid o en que p a rtic ip a , p o r una


especie de id e n tific a c ió n , de los s e n tim ie n to s del m a tador. Puede in clu so
p a rtic ip a r de los del to ro ... E n ese caso, le hace fa lta u n po co de energía para
so p o rta r la m u e rte de este, para so p o rta rla al m enos de ta l m anera que el
placer, el ju e g o , n o se a rru in e . C re o que esto se cu m p le p o r o tra parte en
todos los que gustan de las corridas de toros, para quienes, sin excepción,
un a c o rrid a sin m atanza es u n sinsen tido. Es cie rto que para ser claro esto
re queriría que d ilu c id á ra m o s las p ro fu n d a s relaciones y las p ro fu n d a s o p osi­
ciones en tre el h o m b re y el an im al.

201
G e o rg e s B a ta ille

serán dem asiado fuertes. U n a ficio n a d o a las corridas puede


no tener más o in clu so tener m enos energía que un hom bre
h o rrorizado p o r la m uerte de un to ro de lid ia ; las sensibilidades
individuales d ifie re n en m ucho, de m anera que dan apariencias
co n tradictoria s a diversos com portam ientos (un vegetariano
puede ser sanguinario y el marqués de Sade es el m enos apto
para so p o rta r la v is ió n de la g u illo tin a fu n c io n a n d o delante
suyo). N o es m enos cie rto que de todas maneras el juego
requiere energía, o más bien que el exceso de energía requiere
ser gastado en el juego. Así, el lím ite del juego sería el lím ite
del gasto posible: según los recursos y los gustos, determ ina­
do juego peligroso es soportable o no. Pero cuando lo es,
puede ser una salida, siendo la m e jo r salida la que va lo más
lejos posible, la que pone a prueba la energía y nos conduce al
lím ite de lo in to le ra b le .
E n esas condiciones, lejos de ser co n tra rio al juego, el ries­
go de m uerte es el sentido de un trayecto que hace que ju sta ­
m ente cada u no de nosotros vaya tan lejos com o pueda en
sentido c o n tra rio al interés. N u n ca será verdaderam ente lejos,
pero el p u n to extrem o adonde vam os es justam ente aquel
donde el juego, m ientras es posible, adquiere m ayor v a lo r y
suscita las m ayores pasiones.

* * *

E l lím ite de la atracción del juego es el m iedo: el deseo de


conservar, de estar a resguardo, se opone en nosotros al derro­
che. E l deseo ingenu o - y o c u lto - de cada u no de nosotros es
enfrentar la m uerte y sobrevivir, gastar y enriquecerse. L o cual
no es irracional., debido a que en ocasiones los más tem erarios
sobreviven justam ente p o r haber te n id o el coraje de enfrentar
la m uerte; al ig u a l que un ritm o de vid a ostentoso a m enudo

202
¿E stam os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

es p ro p ic io para incre m e n ta r la riqueza. Pero esos m étodos


gloriosos no son seguram ente los m ejores, y la razón condena
el exceso que los guía. La m ism a razón se opone a ese m ovi­
m iento de juego que agita a la hum anida d, que es su eferves­
cencia y que le otorga, si no siem pre la alegría, al m enos ese
h u m o r desafiante que es su esencia.
E n efecto, la razón es lo c o n tra rio del juego. Es el p rin c ip io
de un m undo que es el exacto c o n tra rio del juego: el del traba­
jo . Es en efecto el m u ndo de la consecuencia: el trabajo se d e fi­
ne de la m anera más correcta p o r el hecho de que m o d ific a la
naturaleza. Pero no la m o d ific a com o lo hace la lucha: si la
m uerte es el efecto de los com bates, no transform a nada. N o
puede darle a la naturaleza un curso nuevo, m o d ific a r su reali­
dad. O bien: cuando la lucha actúa de esa m anera, es en la
m edida en que el vencedor o b liga al vencido a trabajar.
Estos recorridos fundam entales de la lucha (que es u n ju e ­
go) y del tra b a jo (que es su opuesto) están en la base, si no de
la filo s o fía , de la a n tro p o lo g ía hegeliana. (E sencialm ente, la
filo so fía de H egel es además una antropología.) E l am o (H err),
según H egel, es quien asume el riesgo de la m uerte. E l esclavo
{K necht), aquel que quiere s o b re vivir a cua lq u ie r precio, que
acepta s o b re vivir trabajando bajo coacción y para o tro . D e la
oposición entre la a c titu d del juego (o del riesgo de m uerte) y
la del m iedo a la m uerte (o del trabajo forzado) H egel extrae
el concepto d ia lé ctico del ser hum ano. Pero H egel no tom a
p a rtid o p o r el juego. E l no afirm aría, com o lo hace H u izin g a ,
que la c u ltu ra se fu n d a en el juego o que ella m ism a es u n
juego. M u y p o r el co n tra rio , para él lo que genera toda c u ltu ­
ra es el tra b a jo . E l esclavo o el trabajado r es el que asume
verdaderam ente la hum anidad. Es el trabajador el que efectúa
lo posible del hom bre; quie n en el m ism o m om ento en que
la h is to ria se com pleta, se vuelve el hom bre com pleto que

203
G e o rg e s B a ta ille

encarna de m odo general la to ta lid a d de lo posible y que se


vuelve el equivalente de D io s.
Es preciso d e cir que el pensam iento de H egel tiene una
ventaja im p o rta n te sobre el del a u to r de H om o ludens: es dia­
lé c tic o , en el sentido de que nunca ve la esencia de las form as
reales en u n p rin c ip io sim ple, sino en el efecto com plejo de
las m ú ltip le s contradiccion es. S iguiendo a H egel, podem os
retom ar el re co rrid o de H u iz in g a (pero de n in g u n a m anera el
re co rrid o de H u iz in g a nos p e rm itiría reencontrar la to ta lid a d
del trayecto de H e g e l).
Q ue el juego fo rm e parte de la c u ltu ra , que in clu so la c u l­
tu ra haya sido esencialm ente u n juego, son proposiciones que
no pueden ser descartadas; pero sólo una representación his­
tó ric a (dialéctica) de los hechos p e rm ite situarlas adecuada­
m ente. U n m o v im ie n to entero de c u ltu ra tiene com o base el
juego, la lib re efervescencia y las rivalidades desmesuradas, que
nos llevan irracionalm ente a desafiar la ru in a y la m uerte. Pero
el tra b a jo , la negación de ese p rim e r m o v im ie n to , evidente­
m ente no dejó de to m a r parte en el c o n ju n to de tradiciones,
de conductas, de nociones que -b a jo el nom bre de c u ltu ra -
son actualm ente o b je to de enseñanza. Si com o tendem os a
hacerlo (com o tie n d e a hacerlo p o r ejem plo T. S. E lio t), al
hablar de c u ltu ra pensamos en lo que seduce y da p restigio,
en las bellas letras, en las artes, en la belleza de las costum bres,
en la altivez, en el rig o r, en la delicadeza del pensam iento o de
las conductas, en todos esos elem entos que fu n d a n y al m is­
m o tie m p o exigen el encanto personal, la c u ltu ra sería e fecti­
vam ente el lib re d o n del juego. Pero sin hablar de la filo so fía ,
la ciencia y las técnicas —a las cuales se asocian las conductas
sociales y ju ríd ica s, m orales y po lítica s—que dependen de la
razón, los dones del tra b a jo o de la a ctivid a d negadora-del-
juego, que a firm a los derechos exclusivos del trabajo y lo que

204
¿E stam os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

es p ro p io de los trabajadores, no dejan de ser partes de la c u l­


tura. Lo que im p o rta , y lo que destaca la lectura de H u izin g a ,
es que la c u ltu ra entera no p o d ría ser reducida a esta segunda
form a, e incluso que esa dualida d conserva dentro de la c u ltu ­
ra m oderna una co n tra d ic c ió n agobiante. H u iz in g a llo ra la
m uerte, o al m enos la decadencia de los valores antiguos. Pero
sus lágrim as son vanas y sólo es vá lid a la c rític a del m u n d o
negador del trabajo, si en p rim e r lu g a r adm ite que ese m undo
que negó a l d e l juego no lo negó p o r error, que lo negó p o r la
sim ple razón de que su esencia era negarlo, si adm ite que para
responder a los problem as que plantea el destino hum ano no
basta con se n tir nostalgia p o r el pasado.
E l carácter fu n d a m e n ta l de la o posición entre el juego y el
trabajo es m u y d ifíc il de refutar. A p a rtir de a llí, captam os
m e jo r la d e fin ic ió n del juego, com prendem os p o r qué el ju e ­
go y la seriedad, al m enos lo trá g ico y lo p a té tico , no son
m utuam ente excluyen tes. P ercibim os al m enos que la serie­
dad no es en verdad ta l sino cuando pertenece al tra b a jo , que
lo sagrado o lo trágico sólo tie n e n la apariencia de la grave
seriedad. Sólo el tra b a jo es profu n d a m e n te serio, com o lo
son el juez y el u jie r. E l juez y el u jie r suprim en ta n to com o
pueden esos elem entos de azar y de capricho que m antienen
en la tragedia, aun cuando sea real, un se n tim ie n to h o rrib le e
incontestable de juego.
Esa oposición con el trabajo me parece además que puede
m ostrar que el juego se h a lla de m anera m enos evidente de lo
que parece —y de lo que H u iz in g a ad m ite — d e n tro de la
anim alidad. C reo que el trabajo es necesario para la plena a fir­
m ación del juego. Antes de la aparición del trabajo, la a n im a li­
dad presenta muchas conductas más o menos cercanas a lo que
es el juego de los hom bres, pero no hay un carácter absoluta­
m ente claro que p e rm ita aislar una de esas conductas. A lo

20 5
Georges B ataille

sum o podrem os d e cir que el juego siem pre está cerca de las
conductas anim ales consideradas en general. Esas conductas
son ta n to más lúdicas cuanto más se alejan del descamo. N u n ­
ca nada perverso, nada m aliciosam ente irregular, nada c rim i­
nal o m onstruoso dete rm in a esos juegos; la cacería que a li­
m enta al a n im a l no es m enos juego que el com bate in o fe n s i­
vo donde las m andíbulas no se cierran. E n el sentido hum ano
de la palabra, sólo trabajan los anim ales de labranza o de tiro :
d e n tro de la anim a lid a d , son los únicos que tienen conductas
que d ifie re n a la vez del juego y del descanso. Pero ese trabajo
de los anim ales no engendra las reacciones com pensatorias
que son las fiestas y los actos sagrados.
La a c tivid a d interesada del anim al es además ta n c o n tra ria
a la del hom b re , que este ú ltim o tom a generalm ente com o
u n juego (com o u n juego m enor al m enos) las conductas de
la caza o de la pesca. Caza y pesca son conductas ú tile s, pero
no requieren la coacción del cazador o del pescador (anim al o
hum a n o ) . 13 Por eso reconducen al hom bre a esa lib e rta d a n i­
m al que es lo c o n tra rio del trabajo. E fectivam ente, el anim al
nunca sufre o m uere p o r fa lta de la actividad necesaria para su
subsistencia. Pero el hom bre desde un p rin c ip io se ha m ostra­
do in d u s trio s o , hasta el p u n to de rem ediar la carestía p o r an­
tic ip a d o a través del trabajo. D e m odo que el tra b a jo tu vo de
entrada ese sentido: habrá que tem er el sufrim ie n to o la m uerte
si no aceptam os sudar en esa tarea. E n los prim eros tiem pos,
ese sentido sólo podía aparecer ligado a otros m enos claros:
sin duda, el tra b a jo tam bién tu vo fines estéticos. Es c ie rto
que en la h is to ria el m iedo a la carencia - a s u frir, a m o r ir -
generalm ente ha obligado a trabajar. Pero si el trabajo recibió
m oralm ente ese v a lo r negativo (que recién p e rd ió hace poco

13 Sólo la pesca está organizada co m o u n tra bajo; no obstante, la pesca-juego


subsiste a l lado de la pesca com ercial.

206
¿Estamos a q u í p a r a ju g a r o p a ra ser serios?

tie m p o ), fue en la m edida en que la h um anida d se d iv id ió ,


com o dice H egel, entre quienes tenían m iedo a la m uerte y
quienes tenían deseos de enfrentarla. H egel tiene razón en decir
que la esclavitud (Knechtschaft) siem pre es una elección que
se hace lib re m e n te ; nunca nadie -e n ú ltim a in s ta n c ia - es lite ­
ralm ente oblig a d o a trabajar; la coacción es obra de quien
acepta plegarse a ella; cualesquiera sean los h o rrib le s m edios
que p e rm ite n quebrar una v o lu n ta d , nada podría obtener un
tra b a jo eficaz -c o n s ta n te - de un hom bre que prefiere m o rir
antes que tra b a ja r: asim ism o el tra b a jo , básicam ente, es obra
de q u ien to m a en serio la m uerte. T rabajar es siem pre confe­
sar que la servidum bre, la su bordina ción y el d o lo r son prefe­
ribles a la m uerte, y que el juego deberá cesar desde el instante
en que la v id a está amenazada. Lo serio no es la m uerte, que
siem pre in s p ira h o rro r, pero si ese h o rro r nos aterra hasta el
p u n to de abdicar para no m o rir, le otorgam os a la m uerte esa
seriedad que es la consecuencia del tra b a jo aceptado. H u m a ­
nam ente, el m iedo a la m uerte no superado y la la b o r servil,
que degrada y aplasta, son una sola y m ism a cosa, inm ensa y
m iserable, en el origen del hom bre actual y de su lenguaje
serio: el del hom bre de Estado, del in d u s tria l o del trabajador.

* * *

A p a rtir de a llí, podrem os d e fin ir la situ a ció n del hom bre


en el m u n d o . Incesantem ente se le im p o n e la elección entre
dos actitudes decisivas: o bien puede jugar, desafiando a la
m uerte, o bien considerar que la m uerte y el m undo son serios
(lo que traduce el servilism o del trabajo). Pero este dilem a n u n ­
ca está a rticu la d o con suficiente claridad. Puesto que un juego
auténtico exige un desencadenam iento de violencia tan grande
que el aspecto de juego, que seduce, ya no es inm ediatam ente

207
G eo rge s B a ta ille

perceptible en él: m u y p o r el co n tra rio , aterroriza, y no ca u ti­


va sino con el h o rro r. Y es solam ente en los juegos inocentes,
conciliables con el trabajo, donde la m ayoría de las veces per­
cib im o s el p rin c ip io del juego.
Por ta l razón, debemos estarle agradecidos a H u izin g a , que
retom a el pensam iento de P latón, p o r haber discernido el ele­
m ento de juego dentro de los m om entos más inhum anam ente
sagrados, más oscuram ente terribles. Las cosas son ta n to más
d ifíc ile s de desenredar en la m edida en que u n elem ento de
juego tie n d e a su vez a in tro d u c irs e en el tra b a jo . E n efecto,
nada está m enos dispuesto a confesar el tra b a jo que la cobar­
día que lo fu n d a . T a n to com o sea posible, el tra b a jo se lig a
entonces a actitudes desprendidas cuya naturaleza servil es
enmascarada: se lig a a toda clase de diversiones, así com o p o r
o tra parte, en el lado m ayor, el capricho d is im u la , en lo posi­
ble, su naturaleza in fe rn a l. Pero las de fin icio n e s que p ro p o n ­
go a p a rtir de las de H u iz in g a aparentem ente p e rm ite n sa lir
de la co n fu sió n . La d ific u lta d del prob le m a del juego p ro vie ­
ne de que, con el m ism o nom bre, designam os necesariam en­
te realidades m u y diferentes. Por una parte, existe u n juego
menor, que sobrevive a la abdicación de quien acepta el traba­
jo , que no requiere en absoluto la revuelta plena, que es el
desafío lanzado a la m uerte sin tristeza. Ese juego no es más
que u n respiro en el curso de una vid a dom in a d a p o r la serie­
dad, que cuenta siem pre in fin ita m e n te más que el juego. U n
ric o in d u s tria l se re iría o respondería con una cortés in d ife ­
rencia si le dijéram os que la verdad de u n poem a, que sólo es
u n juego, es m ayor y plenam ente soberana fre n te a ese v o lu ­
m inoso paquete de acciones cuya verdad m enor está hecha de
la angustia que som ete el m u n d o al tra b a jo —ese universal
aplastam iento que im p o n e el te m o r a la m uerte. Para una
cabeza bien ordenada, la cantidad im presionante de coacción,

208
¿E stam os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

de resignación, de s u frim ie n to , de sudor o de som etim ie n to


al te m o r representada en las acciones, no es com parable con
nada. E n ese m u n d o es lo que fin a lm e n te la h izo prevalecer
sobre la m ajestad de los reyes. E l p rin c ip io del tra b a jo , la an­
gustia que paraliza el m o v im ie n to ingenuo del juego es ahora
el p rin c ip io soberano.
Lo cual no es tolerable, en el sentido de que n ingun a situa­
ció n respondió m e jo r a la fó rm u la de Juvenal: “ E tpropter
vitam , vivendiperdere causas... ” A fin de perm anecer con vida,
perder lo que co n stitu ye el sentido de la vid a es lo que anun­
cia la soberanía del trabajo, que subo rd in a todas las cosas al
m iedo a m o rir. Esos juegos m enores, esos golfs y ese tu ris m o
en grupo, esas lite ra tu ra s reblandecidas y esas filosofías exan­
gües son la m edida de una inm ensa abdicación, el reflejo de la
tris te h u m a n id a d que prefiere el tra b a jo antes que la m uerte.
Esas cabezas que se han m acerado en todas las faenas del m u n ­
do tienen raros sobresaltos de o rg u llo , pero u n consentim ien­
to universal las doblega: uno es el va lo r suprem o, to d o lo que
es in ú til es condenable; el juego, en esencia in ú til, debe redu­
cirse a una fu n c ió n m enor de esparcim iento, considerada a su
vez com o favorable a la a ctivid a d ú til, y p o r ta l m o tiv o tam ­
b ién ú til.
A esos p rin c ip io s responde la negación de la guerra en tan­
to que juego m ayor y p o r supuesto, de m anera general, en
ta n to que juego. A bierta m e n te , la guerra es considerada ex­
clusivam ente desde el p u n to de vista de la u tilid a d , com o una
operación defensiva, sin la cual la vid a de una nación no p o ­
d ría ser preservada. E n razón de ese ju ic io de valor, que no
sólo es c o n tra rio a la tra d ic ió n sino tam bién al carácter de
juego del riesgo de m uerte asum ido, la guerra e volucion ó rá­
pidam ente hacia form as de trabajo; en adelante, la guerra es
un trabajo análogo a los demás, som etido al p rin c ip io del

209
Georges B ataille

trabajo que es la coacción. Es la m onstruosa co n tra d icció n que


coloca a una h u m a n id a d que ya no com prende bajo el signo
de lo in so p o rta b le . Esas masas de in d iv id u o s forzados al tra ­
bajo de la guerra no pueden d e cir en efecto que p refieren el
trabajo a la m uerte: en adelante, el trabajo y la m uerte a la vez
son su m iserable legado. Pero el riesgo de m uerte ha dejado
de ser asum ido en u n juego buscado libre m e n te . Los esclavos,
en sum a, han m atado a los amos-, pero debieron seguir en
masa a algunos de entre ellos que habían rechazado su co n d i­
ció n , p re firie n d o la m uerte a la servidum bre: los conductores
no p u d ie ro n sino im ponerles la c o n d ic ió n de amos, a la cual
la masa había renunciad o. Esa d ific u lta d fue ta n to más grave
cuanto que frecuentem ente los conductores sentían repug­
nancia de com portarse com o am os . 14 N o p odían extraer del
riesgo de m uerte ese inm enso m o v im ie n to de v id a que es
p ro p io del juego: n o p u d ie ro n propagar a su alrededor esos
p rin c ip io s de g lo ria que entusiasm aban a los guerreros en ese
m o vim ie n to . D ebían en efecto apelar a verdades opuestas, que
proclam an la prim acía del trabajo. Sin duda, en la m edida in ­
evitable en que el elem ento de juego todavía es perceptible en
la guerra, nadie se atrevió y nadie hubiera p o d id o m ostrarlo
com o una verdad m enor. Pero es fá c il no decir nada, o p o r lo
menos no in s is tir. A n te to d o , hay que a firm a r el p rin c ip io del
m u ndo nuevo: lo ú n ico soberano es lo ú til, y el juego no es
tolerado sino cuando sirve.
P or eso resulta h o y p a radójico d e cir en cam bio: hay dos
ciases de juego, m ayor y m enor; sólo el m enor es reconocido
en u n m u n d o donde lo ú til es soberano y no el juego; p o r ta l
m o tiv o , nada resulta m enos fa m ilia r para nuestro pensam iento
que el juego mayor, que no puede servir, y donde se m anifies-

54 Cosa que s in em barg o o c u rrió en el Im p e rio de N a p o le ó n .

210
¿ E sta m os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

ta la verdad p ro fu n d a : no hay nada soberano más que eljuego


y eljuego que ya no es soberano no es sino la comedia deljuego.

* * *

Esa verdad in tro d u c e una apreciable cla rid a d en el oscuro


d o m in io del juego, pero al m ism o tie m p o aclara un d o m in io
que no es más fá c il de penetrar, el de la soberanía.
E l juego y la soberanía son inseparables. Tan cie rto es que
p o r una parte el p rin c ip io de la realeza perm anecerá cerrado
hasta ta n to no se lo haya relacionado con la p rim acía del ju e ­
go; y p o r o tra parte, no podíam os d e scrib ir el juego con s u fi­
ciente p le n itu d sin to ca r la conducta de los reyes (desde un
p u n to de vista hegeliano, los amos de los am os). E l personaje
regio no solam ente se consagra al juego en el sentido de su
beneplácito: no sólo es sujeto sino ta m b ié n o b je to del juego.
E l juego lo d o m in a ; de antem ano está som etido a los actos
sagrados cuya a u to rid a d no tiene la fuerza de objetar. Acerca
de un rey de la p ro v in c ia de Q uilacare, en la In d ia m erid io n a l,
Frazer cuenta: “ Esa p ro v in c ia está gobernada p o r un rey que
no puede v iv ir más de doce años entre u n ju b ile o y o tro . Su
género de v id a es el siguiente: cuando expiran los doce años,
el día de la fiesta se reúne una innu m e ra b le m u ltitu d y se
gasta m ucho d in e ro para la com ida de los brahm anes. E l rey
hace levantar u n tablado de m adera que es revestido con co l­
gaduras de seda; luego va a bañarse a una p ile ta , con gran
pom pa y al son de la m úsica; tras lo cual se d irig e hacia el
íd o lo y eleva sus plegarias, sube al estrado, y fre n te a toda la
concurrencia agarra unos cu ch illo s m u y filosos y em pieza a
cortarse la n ariz, las orejas, los labios, los m iem bros y tan ta
carne com o pueda; arro ja lejos todos esos pedazos de su cuer­
po hasta que ha p e rd id o ta l cantidad de sangre que com ienza

211
Georges B ataille

a desmayarse; entonces se corta la garganta .” 15 D u d o que pue­


da c ita r u n ejem plo de juego más extrem o y efectuado más
soberanam ente, c o n tra los p rin c ip io s de acción que rig e n el
m u n d o del tra b a jo . Pero a ta l p u n to nos supera una lo cu ra
tan perfecta que parece d ifíc il replantearla de m anera in te lig i­
ble, in clu so con las norm as de conducta del juego de las que
he hablado. N o sucede lo m ism o con o tro rito , cuyo relato
ta m b ié n nos ofrece Frazer: “ La fiesta en el curso de la cual el
rey de C a lic u t po n ía en juego su corona y su v id a era co n o ci­
da con el nom b re de M a h a M a kkam o G ran S a crificio . Se
repetía cada doce años... La cerem onia se celebraba con gran
pom pa en el te m p lo de T iru n a y a v i, en la rib e ra sep te n trio n a l
del río P onnani, cerca de la actual vía férrea. Desde el tre n , se
ve el te m p lo p o r u n insta n te , casi escondido p o r un bosqueci-
11o de árboles que costea el río . Desde el p ó rtic o occidental del
tem plo parte una ru ta com pletam ente recta que, elevándose
un poco p o r encim a de los arrozales circundantes y bordeada
p o r m agníficas enramadas, luego de setecientos u ochocientos
m etros se topa con una cum bre escarpada sobre la cual todavía
puede d is tin g u irs e el c o n to rn o de tres o cuatro terrazas. A l
llegar el día decisivo, el rey se ubicaba en la más a lta de esas
terrazas que ofrece una vista adm irable. A través de la lla n u ra
de arrozales donde se desliza el río , ancho, p lá cid o y sinuoso,
la m irada alcanza unas elevadas m ontañas de cim as onduladas
y laderas cubiertas de bosques, m ientras a lo lejos se recorta la
gran cadena de las G hattes occidentales, y más lejos aún las
N eilgherries o M ontañas Azules que apenas se distinguen con­
tra el azul del cie lo . S in em bargo, en la hora fa ta l, los ojos del
rey no se d irig ía n hacia el rem oto h o rizo n te . Su a tención era
convocada p o r u n espectáculo más cercano. A b a jo , toda la

13 L a ram a do ra d a , p. 2 5 6 -2 5 7 . M e re m ito a la e d ic ió n abreviada tra d u c id a p o r


L a d y Frazer [h a y ediciones en castellano].

212
¿Estamos aquí para ju g a r o para ser serios?

lla n u ra horm igueaba de tropas; los estandartes ondeaban fes­


tivam ente al sol; las tiendas blancas de num erosos cam pa­
m entos se p e rfila b a n n ítid a m e n te co n tra el verde y el dorado
de los arrozales. C uarenta m il com batientes o más estaban
a llí, reunidos para defender a su rey. Pero aunque la lla n u ra
estaba c u b ie rta de soldados, la ru ta que la atraviesa, desde el
tem p lo a la terraza real, estaba lib re . N i una fo rm a hum ana se
m ovía. A m bos lados de la ru ta estaban erizados de vallas y a
través de estas dos largas hileras de lanzas, levantadas p o r bra­
zos vigorosos, se adelantaban encim a de la ru ta vacía, cruzán­
dose los hierros en una centelleante bóveda de acero. Todo
estaba lis to . E l rey esgrim ía su sable. E n el m ism o m om ento,
una gran cadena de oro m acizo realzada con pedrería se colo­
caba sobre u n elefante ju n to al rey. Era la señal. D e in m e d ia ­
to , se advertía una agita ció n en to rn o al p ó rtic o del tem p lo .
U n g ru p o de gladiadores, adornados de flores y em badurna­
dos con ceniza, ha salido de la m u ltitu d . R eciben entonces las
bendiciones y los adioses de sus am igos. Después de un m o ­
m ento, ya descienden p o r la calle de las lanzas; tajean e hincan
a izquierda y a derecha en dirección a los lanceros; se deslizan,
gira n , se retuercen entre los aceros com o si ya sus cuerpos no
tu vie ra n osam enta. T odo es en vano. U n o tras o tro caen, al­
gunos cerca del rey, otros más lejos, satisfechos de m o rir, no
p o r la ilu s ió n de una corona, sino p o r el sim ple o rg u llo de
m ostrarle al m u n d o su in tré p id o va lo r y su proeza. D u ra n te
los diez ú ltim o s días de la fiesta, el m ism o despliegue de m ag­
n ífic o coraje, el m ism o sa crificio estéril de vidas hum anas se
renovaban sin tregua ” .16 Puedo preguntarm e en este caso cóm o

16 Op. c it., p. 2 5 8 -2 5 9 . Frazer concluye: “ ¿ Q uién p uede d e c ir sin em bargo que


alg ú n s a c rific io sea estéril cua ndo prueba que h a y h o m bre s que prefiere n el
h o n o r a la vida? E n tre los h ind úes, es el paralelo de los destinos d e l sacerdote
de N é m i” .

213
G e o rg e s B a ta ille

el hecho de e n fre n ta r la m uerte podría a d q u irir más clara­


m ente el sentido del juego, del juego suprem o, que ya no
d ifie re de una consagración soberana, que expone expresamen­
te su sentido.

* * *

N ada p o d ría ser más d iam etralm ente opuesto a las con­
ductas del m u n d o u tilita rio .
S in em bargo, poco fa lta actualm ente para que los efectos
de u n m ovim iento tan p ro fu n d o dejen de hacerse sentir. C om o
hem os visto , el m ism o m o v im ie n to de las “revoluciones” , que
fu n d ó y fu n d a todavía la s u stitu ció n del p rim a d o de lo ú til
p o r el de la g lo ria , tiene en su origen u n rechazo s im ila r al del
am o. Es cie rto que u n re vo lu cio n a rio no se niega a trabajar,
pero ya no acepta hacerlo en provecho de u n in d iv id u o que lo
explota: pretende s u p rim ir la parte coercitiva del trabajo. R ei­
v in d ic a así el derecho a tener una vid a soberana —exactam ente
una v id a que ya no esté subordinada al juego de o tro , que sin
dem oras sea u n juego para él m ism o.
Por o tra parte, sería im p o sib le negar que el soberano de la
época de las revoluciones había p e rd id o desde hacía tie m p o
una parte de su soberanía auténtica. Ese soberano, en efecto,
debía drenar una parte de los recursos de sus súbditos para
poder ju g a r. Y no sólo había dejado de ser en ese sentido y al
m ism o tie m p o u n juguete para sí y el juguete de sus súbditos:
ejercía la realeza como un trabajo. ¡Para ju g a r más tenía que
dejar de jugar! Tenía que hablar, hacerle m ú ltip le s concesio­
nes al m u n d o del trabajo y a trib u irle razones a ese juego sobe­
rano, cuando su esencia es justam ente no tenerlas. Tenía que
m e n tir, no tenía la fuerza n i el coraje para confesarle al trabaja­
d o r que su buen placer era el ú n ico fin de esos duros trabajos.

214
¿E stam os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

A su vez, había hecho con la soberanía lo que el trabajador


tem eroso de la m uerte había hecho antes con su vida: para
salvarla había p e rd id o lo que co n stitu ía su sentido. E l re vo lu ­
cio n a rio estaba pues ju s tific a d o en no prestarse más a un ju e ­
go que ya no tenía en su in te g rid a d el sentido del juego.
Era necesario que fueran intentadas (y agotadas) en o tro
sentido las posibilidades (y las im p o sibilidad es) que pertene­
cen a esa form a paradójica que es el trabajador soberano. C óm o
im aginar que la razón y el cálculo u tilita rio no tuviesen un día
la capacidad de actuar, sin freno, en los lím ite s de sus m edios.
E l m u n d o m oderno y su excepcional p otencia nacieron de
una experiencia que no h ubiera p o d id o ser postergada.
Pero la operación que destruyó el m undo del juego y de la
soberanía no lo destruyó sin perjuicios. A l re tira r del juego la
riqueza, para consagrarla enteram ente al trabajo (a la acum ula­
ció n de m edios de trabajo, de p roducción ), la burguesía debió
arru in a r m oralm ente todo aquello que cum plía el papel de jue­
go, de nobleza y de soberanía. Pero finalm ente sólo te rm in ó
agrandando de m anera desmesurada el volum en de los recursos
disponibles p a ra eljuego... D e a llí la im potencia, que he m en­
cionado, de las guerras modernas: el excedente hipertro fia d o de
la riqueza que no puede ser acum ulada in fin ita m e n te es gasta­
do p o r esclavos que tienen m iedo a la m uerte y que no pueden
ju g a r más que de m odo lastim oso. Q ué más lastim oso en efec­
to que esas hecatombes soberanas donde no hay nadie que no
sea coaccionado, esas inmensas obras de m uerte donde todo el
m undo está a llí p o r tem or a la m uerte.

* * *

Las guerras universales de nuestra época me parece que fin a l­


m ente traducen en té rm in o s desmesurados la c o n tra d icció n

215
G e o rg e s B a ta ille

p rin c ip a l de la hum anidad: que no estaba aquí sino para jugar


—pero se ha encom endado a la seriedad del tra b a jo . Pienso
que sería m e jo r no in s is tir dem asiado sobre este p u n to : ta l
vez resulte odioso d e c irlo en el m om ento en que nos envuel­
ve, pero la m iseria del hom b re es su p erficial. A ntes que nada,
está en el pensam iento: n i la m iseria n i la m uerte tienen aside­
ro en el a nim al, al que una amenaza de m iseria o de m uerte
no coacciona. Por o tra parte, esto hace más in te lig ib le el he­
cho de que casi no haya d ife re n cia entre pensar y s u frir la
coacción de la m iseria o de la m uerte. Pensar es ya trabajar, es
conocer la m uerte y la m iseria ca p itu la n d o ante ellas a l tra b a ­
ja r , y el trabajo es lo que fu n d a las leyes del pensam iento.
R ecíprocam ente, el pensam iento no se adecúa a m o v im ie n ­
tos de vid a que rechazan la coacción de la m uerte y la m iseria,
el pensam iento es en esencia la negación y el opuesto activo
del juego.
H a y que subrayarlo. N o solam ente el pensam iento es ra­
zón de m anera fund a m e n ta l, no solam ente com bate lo que es
opuesto a la razón (lo que es soberano, caprichoso y no es
ú til) , no solam ente encierra un m o v im ie n to de exuberancia
d e n tro de los lím ite s de operaciones que fu n d a n lo ú til y la
coacción, sino que tie n d e a lim ita rs e p o r sí m ism o a la fu n ­
c ió n de m étodo a u x ilia r del trabajo.
Es v á lid o considerar una vez más la cuestión, ahora a la lu z
de los análisis de H u iz in g a .
Si es cierto que el pensam iento sirve al trabajo, aun cuando
sin pensam iento no haya trabajo, n i pensam iento sin trabajo,
es igualm ente cierto que de ello resulta u n residuo enigm ático
y que el planteo de los enigm as no p o d ría ser considerado
com pletam ente ajeno al pensam iento. N o obstante, la re­
fle x ió n sobre los enigm as aleja ta n to al pensam iento de su
p u n to de p a rtid a que no podem os sorprendernos si lo vemos

216
11
¿E stam os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

m anifestarse en fo rm a de juego. La lectu ra de H u iz in g a nos


enseña que en las civilizaciones arcaicas un juego semejante de
enigm as era una parte de los rito s religiosos. H u iz in g a habla
de “ concursos cultuales de enigmas” . Escribe que “durante los
grandes sacrificios solemnes, dichos concursos constituían un
elem ento tan esencial de la cerem onia com o el m ism o sacrifi­
cio ” . E n n in g u n a parte resulta tan clara d icha fu n c ió n com o
en la tra d ic ió n védica: “ Varios cantos del Rigvéda contienen la
p ro d u cció n poética surgida de tales com petencias. E n el h im ­
no Rigvéda, I, 64, algunas preguntas se refieren a fenóm enos
cósm icos, otras a p articularida des rituales del s a crificio : ‘Los
in te rro g o acerca de la extrem idad de la tie rra , les pregunto
dónde está el o m b lig o de la tie rra . Los in te rro g o con respecto
al esperm a del caballo; los in te rro g o acerca del p in á cu lo de la
razón.’ Lo que prevalece en esos cantos son los enigm as de
carácter ritu a l, cuya so lu ció n depende del c o n o cim ie n to de
los rito s y de sus sím bolos. Pero en ta l clase de enigm as, está
en germ en la más p ro fu n d a sabiduría acerca de las razones del
ser” (p. 178-179 ). A ese respecto, H u iz in g a c ita “ el h im n o
grandioso” (Rigvéda, X , 129), sin duda, según Deussen, “el
fragm ento de pensam iento filo s ó fic o más adm irable que nos
ha llegado de la época antig u a ” : “ E ntonces no había ser n i
no-ser. N o había atm ósfera n i firm a m e n to p o r encim a de
ella. ¿Qué se m ovía? ¿Dónde? ¿Al cuidado de quién? ¿Estaba
colm ada de agua la p ro fu n d id a d de los abismos? —N o había
m u e rte n i n o -m u e rte ; no había d ife re n c ia entre el día y la
noche. S ólo respiraba A q u e llo , p o r sí m ism o , sin p ro d u c ir
v ie n to ; no existía nada más” (p. 179). H u iz in g a añade: “ Fren­
te a estas p roduccion es de la exaltación del pensam iento y
de la e m o ció n o rig in a le s ante los m iste rio s de la existencia,
no nos es posible establecer el lím ite entre la poesía sagrada,
una sa b id u ría que c o n fin a con la dem encia, la m ística más

217
G e o rg e s B a ta ille

p ro fu n d a y una m iste rio sa verborragia. Las palabras de esos


viejos sacerdotes-vates flo ta n constantem ente ante las puertas
de lo in co g n o scib le , que s in em bargo perm anecen cerradas
ta n to para nosotros com o para ellos. Podem os d e cir lo si­
guie n te : en esas com petencias cultuales, la filo s o fía surgió no
de u n juego vano, sino en el seno de u n juego sagrado” (p.
180). E l carácter m ayor del naciente juego filo s ó fic o es anun­
ciado además p o r el m ism o elem ento donde creí ver la esen­
cia del juego: el riesgo de m uerte. “ E l enigm a -d ic e el m is ­
m o H u iz in g a - revela su carácter sagrado, es decir, p e lig ro ­
so’ , en el hecho de que en los textos m ito ló g ic o s o ritu a le s
casi siem pre se presenta com o un enigm a ‘sobre la cabeza’:
en o tro s té rm in o s , la v id a del que responde está im p lic a d a
en la s o lu c ió n , c o n s titu y e la apuesta de la p a rtid a ” (p. 182).
U n d e te rm in a d o n ú m e ro de relatos c o n firm a n ese v ín c u lo ,
m ític o o n o , en tre el p la n te a m ie n to del enigm a y la m uerte
a fro n ta d a p o r el a d iv in a d o r. La p ro p ia tra d ic ió n griega co­
nocía el dato de la m uerte p ro m e tid a al ju g a d o r que fracasa.
Ese doble carácter del hom bre m idiéndose con lo incognosci­
ble y con la muerte, que signa a la filo so fía en su nacim iento,
todavía podría aparecer hoy com o el signo que opone el pensa­
m ie n to filo s ó fic o al cie n tífic o , al igual que el juego se opone al
trabajo. Pero en la h is to ria , la filo s o fía dista m ucho de haber­
se lim ita d o a ese m o v im ie n to de juego. Por el c o n tra rio , se
re m itió al tra b a jo y, en el pla n o del enigm a in so lu b le , se con­
fió a los m étodos que habían sobresalido en el pla n o del co­
n o c im ie n to lig a d o a la experiencia activa.
A sí, lejos de preservar la p a rte deljuego, u n “ m u n d o filo ­
s ó fic o ” que cada vez se to m ó más en serio, y que c o m b a tió
to d o v a lo r extra ñ o a la razón, in tro d u jo al pensam iento,
ju n to con la a cción, en el a to lla d e ro de la h u m a n id a d ac­
tu a l. E n ese p u n to com ienza la c rític a de H egel: sin desco-

218
¿E stam os a q u í p a ra ju g a r o p a ra ser serios?

nocer las d ific u lta d e s del pensam iento, H egel quiso re d u c ir


to d o al tra b a jo : en ta l s e n tid o buscó el acuerdo entre el tra ­
bajo y el ju ego. M e parece que en un p u n to H egel tu vo
razón: el juego no p o d ría recobrar en el pensam iento un
s itio —que debe ser soberano—sino una vez desarrolladas, en
sus lím ite s extrem os, las p o sib ilid a d e s del tra b a jo . A este
respecto, digam os que p o r su lado, en el p la n o de la acción
(del tra b a jo ), nos ha parecido que las guerras alcanzaban a su
m anera esos lím ite s extrem os. Acaso sea u n signo de la o p o r­
tu n id a d del breve lib ro de H u iz in g a : el pensam iento que
fu n d a ro n el tra b a jo y la coacción ha fracasado; es tie m p o de
que h a b ié n d o le ced id o al tra b a jo , a lo ú til, el lu g a r m ons­
tru o so que conocem os dem asiado b ie n , el pensam iento l i ­
bre recuerde fin a lm e n te que, en el fo n d o , es u n juego (un
juego trá g ic o ), y que la h u m a n id a d entera, ta m b ié n u n ju e ­
go, al o lv id a rlo no ha ganado más que los trabajos forzados
de innu m e ra b le s m o rib u n d o s , de innum erab les soldados...
Los trabajos de la b o ra to rio , de donde proceden increíbles
artefactos, te rm in a n de señalar el carácter nefasto de un traba­
jo co n ve rtid o en realidad soberana sin lím ite s.

* * *

Las reservas que debí guardar concernientes a algunas ex­


plicaciones de H u iz in g a parecen finalm ente de escaso valor, si
pretendem os seguir en sus vastos desarrollos las perspectivas
que abre su breve lib ro . A ñ a d iré p o r ú ltim o que me sería d i­
fíc il escatim ar elogios para u n hom bre que escribió: “ Para
com prender la poesía, hay que poder asim ilarse con el alm a
del n iñ o , com o si nos pusiéram os una vestim enta m ágica, y
a d m itir la s u p e rio rid a d de la sabiduría in fa n til sobre la del
h o m b re ” (p. 198).

219
R e n é C h a r y l a fu e r z a d e l a p o e s ía 1

Si pretendo elevarm e, ganar altura, me digo que lo co n tra ­


rio -e n vile ce rm e , re b a ja rm e - no deja p o r e llo de ser a tra c ti­
vo. A d e cir verdad, esto obedece al te m o r de lim ita rm e a una
p o s ib ilid a d d e fin id a -q u e no solam ente m e aparta de otra,
igualm ente estrecha—que m e separa de esa to ta lid a d del ser o
del universo a la que no puedo renunciar. A u n q u e dos tip o s
de cam pos se abren a m i pensam iento: el p rim e ro , el del ser
lim ita d o , d is tin to del resto del m undo y cuyo interés conce­
b id o claram ente es sórdido; y el segundo, el del ser soberano
que sigo siendo, que no está al servicio de n in g u n a empresa y
n i siquiera de su p ro p io interés egoísta. N ada puede sojuzgar,
desde n in g ú n ángulo, a ese ser que es verdadera y plenam ente
soberano: lo ú n ico que lo ocupa es ser, en el instante, sin espe­
rar nada de lo que dependa su p le n itu d y sin em prender nada
cuyo resultado cuente más que el m om ento presente, sin más
v o lu n ta d n i in te n c ió n que el espacio vacío. Pero esa soberanía
in ta n g ib le supone que yo me eleve p o r encim a de lo c o tid ia ­
no a lo que está consagrada la acción, que calcula y apela al
esfuerzo para responder a la necesidad. E n efecto, sin elevar­
me no puedo darle a m i m irada el h o riz o n te inm enso donde

1 A cerca del lib r o de Rene C har, A una serenidad crispada, París, G a llim a rd ,
1951. (N . d e T .)

220
R e n é C h a r y la fu e rz a d e la poesía

se desprende de esas empresas arduas que exigen la atención


precisa y la sum isión. A sí podría, p o r un instante, tra n q u ili­
zarm e y decirm e que la a ltu ra que gano, la elevación que me
em briaga, no me lim ita n de n in g u n a m anera: sólo c o n tra d i­
cen la in c lin a c ió n servil, que m e lim ita ría y me ataría a la
ejecución penosa de un trabajo.

* * *

Por o tra parte, le provocaría risa al le c to r que me percibie­


ra debatiéndom e, escribiendo y tachando sin saber cóm o salir
de una c o n tra d icció n tan flagrante: si escribo, ¿cómo ganar la
a ltu ra de la que hablo?, ¡lo que escribo m e com prom ete a no
e scribir más! Si hablo de altura, o la ganaría y dejaría de hablar
de in m e d ia to , o tra ic io n a ría la a ltu ra de la que hablo. La d ifi­
c u lta d parece fo rm a l, pero si abandono el h ilo de m i pensa­
m ie n to y copio estas palabras (pienso que al escribirlas René
C h a r no experim entó un m alestar m enor que el m ío ):

L lo ra r a solas conduce a algo,

me d o y cuenta de que la escritura, más allá de una tarea que es


concertada, y com o ta l corriente, privada de alas, puede súbi­
ta, discretam ente, rom perse y no ser más que el g rito de la
em oción. Para entenderm e bien: hay que m antenerse firm e
en que, p o r una parte, la re fle xió n es fría y debe incluso ex­
c lu ir el calor o la a ltu ra de la m ente; p o r o tra parte, que una
verdadera elevación me lleva más allá de la preocupación p o r
darle u n obje to estricto a u n curso de pensam iento conform e
al p rin c ip io de la u tilid a d . Pero a p a rtir de entonces, debo
m e d ir triste m e n te la distancia que separa la a ctivid a d de la
in te lig e n c ia - a la que todavía m e dedico, y cuyo objeto es

221
Georges B ataille

lim ita d o de todas m aneras, aunque lo haya d e fin id o justa­


m ente com o si fuera lo ilim ita d o — del m om ento en que el
e s p íritu sube a unas alturas desde las cuales to d o se hunde
hasta perderse de vista.

* * *

Pero ta l vez se n tir esto, lejos, m u y lejos de la in te rm in a b le


o b lig a c ió n de escribir, sea al m ism o tie m p o que u n d o lo r un
estado de gracia. E n este ú ltim o lib ro , donde se lib e ra n los
m o vim ie n to s de u n pensam iento dem asiado rá p id o y que se
niega a dejarse leer in m ó v il, René C har escribe: “ Toda asocia­
c ió n de palabras e stim u la su desm entida, a lie n ta la sospecha
de im p o stu ra . La tarea de la poesía, a través de su o jo y en la
lengua de su palacio , 2 es hacer desaparecer esa alienación com ­
prob a n d o su rid ic u le z ” (p. 15). N ada más rid íc u lo en efecto
que la d ific u lta d del pensam iento que fuerza a abarcar lo que
excedería cualquie r planteo de u n objeto lim ita d o , de tan per­
ce p tib le que sería la to ta lid a d . Pero una energía —o una gra­
cia— fu lg u ra n te es necesaria... La m ism a energía —la m ism a
g ra c ia - m e son requeridas si pretendo hacer vis ib le la im pos­
tu ra de una vid a a la que la m uerte no le añadiera la tram pa de
la angustia: n o sería una to ta lid a d , sino u n fragm ento; tam ­
b ié n la v ig ilia carece del sueño o la lucidez del filó s o fo de la
m onstruosa in s ig n ific a n c ia de la mosca. P or ú ltim o , el cono­
c im ie n to de la to ta lid a d carecería del o lv id o en el que dejaron
caer la to ta lid a d los espíritus más ávidos de conocerlo todo?

2 E n el o rig in a l, p a la is , “ p a la c io ” pe ro ta m b ié n “ p a la dar” y “ gu sto” en s e n tid o


fig u ra d o . D e a llí el ju e g o de palabras que parece c o n tra d e c ir la frase an te­
rio r. (N . de T .)
3 Si hablam os de to ta lid a d , n o podem os separar de ella al h o m b re que se to rn a
c o n o c im ie n to de la to ta lid a d , o más b ie n la to ta lid a d im p lic a el c o n o c im ie n ­
to que el h o m b re tie n e de ella.

222
R e n é C h a r y la fu e rz a d e la p o e s ía

* * *

A l com ienzo, la le ctu ra de C h a r no pone de m anifiesto la


provocativa enseñanza que aporta. Es perceptible la poesía
cuando se lee A una serenidad crispada, pero al le c to r se le
puede escapar que el lib ro que lo deslum bra tam bién lo in te ­
rroga. N o es una prédica sino u n in so m n io , sugerido en el
seno de un sueño triu n fa n te . N o podría c ita r una más perfec­
ta lección de m o ra l. N o porque b rin d e reglas de vida, sino
porque atrae hacia la a ltu ra que m encionaba, desde donde
dejam os de ver aisladam ente esos objetos de interés estrecho
que o rie n ta n unos “m andatos” . E l lib ro apela a la negación de
nuestros lím ite s, les recuerda a aquellos a quienes p e rtu rb a la
to ta lid a d de la que renegaban. “ Pero -d ic e —¿quién restable­
cerá alrededor nuestro esa inm ensidad, esa densidad hecha real­
m ente para nosotros y que p o r todas partes, no divinam ente,
nos bañaba?” (p. 4 0 ). A q u í la lla m a y el centelleo de los chis­
pazos parecen estar en el aire, to d o anuncia el despertar y la
im perceptible cólera de la felicidad. Las frases se tuercen fá c il­
m ente, se erizan com o el fuego: “ ¿Cóm o, agredidos p o r to ­
das partes, devorados, odiados, estaqueados, llegam os sin
em bargo a gozar de pie, de pie, de pie, con nuestra execra­
ció n , con nuestros riñones?” (p. 31). N i una ra m ita que no
crepite con las llam as: “ Ese instante en que la Belleza, tras
haberse hecho esperar p o r m ucho tie m p o , surge de las cosas
com unes, atraviesa nuestro cam po rebosante, une todo lo que
puede ser u n id o , a lum bra to d o lo que puede ser alum brado
por nuestro haz de tin ie b la s” . ¿Cóm o p o d ría la tensión llenar
m e jo r o más calurosam ente lo extenso? Pero nada atem pera
esa p le n itu d : “ Pájaros que lapidam os en el m om ento pu ro de
su vehem encia, ¿a dónde caen?” (p. 35 ). N o es sino en el des­
orden del lenguaje que la conciencia de la sabiduría in v ita al

223
G e o rg e s B a ta ille

exceso; la in s ip id e z de lo posible no deja de recordar que so­


m os, que el ser es en nosotros la prueba de lo im p o sib le : “ La
experiencia que la vid a desm iente, la que el poeta prefiere” (p.
3 3 ). Si nos lim itá ra m o s a lo posible, nunca saldríam os de
nuestros lím ite s , estaríam os encerrados, ya m uertos, o más
b ie n no estaríamos. Si aspiram os a la insondable to ta lid a d ,
¿cómo podríam os confinarla? ¿Qué sería el seren nosotros si
soportara estar desterrado de la to ta lid a d del ser? ¿Qué es la
to ta lid a d , si no el ser que excede los lím ite s de lo posible e
in clu so de la m uerte? N uestros caprichos y el gusto p o r lo
im p o sib le que nos invade s ig n ifica n p o r sí solos que nunca
aceptam os la separación del in d iv id u o que se m antiene en los
pobres lím ite s de lo posible.

* * *

Lo im p o sib le aparece siem pre fre n te a una p o sició n d e fi­


n id a com o su co n tra rio . E l salto fuera de lo posible derrum ba
lo que se afirm aba: lo im p o sib le es así lo c o n tra rio de lo que
som os, que siem pre está ligado a lo posible. Pero es tam bién
lo que nos fa lta , lo ú n ic o m ediante lo cual somos re stitu id o s
a la to ta lid a d y lo ú n ic o p o r lo cual la to ta lid a d es re stitu id a :
así la m uerte nos entrega a una to ta lid a d que no exige menos
nuestra ausencia que nuestra presencia, que no com pone sola­
m ente el m u ndo con esa presencia tan ingenuam ente exigida,
sino ta m b ié n porque suprim e su necesidad, al ig u a l que su
recuerdo y sus huellas. (D e l m ism o m odo, la obscenidad es
lo im posible que le fa lta a la m u je r que v o m ita con sólo pensar
en e llo .) La to ta lid a d es siem pre lo que hace te m b la r ,4 lo que
en ese pequeño fragm ento separado del m u n d o en que nos
reafirm am os es totalm ente diferente, aterrador y que nos p ro -
4 Es el m ysterium trem endum de R u d o lf O tto {L o sagrado).

224
R e n é C h a r y la fu e rz a d e la po esía

voca u n estrem ecim iento sagrado, pero a fa lta de lo cual no


podríam os pretender la “pura fe lic id a d ” de la que habla el
poeta, esa fe lic id a d “ sustraída de las m iradas y de su p ro p ia
naturaleza” .
D e ta l m anera designo tam bién la esencia de la poesía, y
c ito íntegram ente en este sentido el aforism o de C har: “ E l
tem or, la iro n ía , la angustia que ustedes sienten en presencia
del poeta que lleva el poem a en toda su persona, no se equi­
voquen, es pu ra fe lic id a d , fe lic id a d sustraída de las m iradas y
de su p ro p ia naturaleza” (p. 35).

* * *

Pero la h u m a n id a d ve que se le niega actualm ente el dere­


cho a exceder lo posible: en todas partes es conm inada a lim i­
tarse, a negar su inm ensidad soberana. Llegará el tie m p o en
que se nos pe d irá que nos in m o vilice m o s estrictam ente y, en
una palabra, que no seamos. “ E l m u n d o hasta ahora siem pre
re d im id o , ¿será ejecutado delante nuestro, en co n tra nuestra?
C rim in a le s son los que detienen el tie m p o en el hom bre para
h i p n o tiz a rlo y p e rfo ra r su alm a” (p. 4 5 ). Pero el A nticíclope al
que C h a r apela, a m anera de enigm a, para la lucha decisiva,
no puede tam poco estar som etido a una claridad especificadora
que lo tra ic io n a ría . E l sentido com pleto de A una serenidad
crispada se ofrece en este epígrafe: “ E n este día, estamos más
cerca de lo siniestro que el m ism o toque de alarm a, p o r lo
cual ya es ho ra de form arnos una salud de la desgracia. A u n ­
que deba tener la apariencia de la arrogancia del m ila g ro ” . En
esas líneas hay una v irtu d cautivante, que in c ita a un com ba­
te. “ Somos fuertes —añade. Todas las fuerzas están aliadas contra
nosotros. Somos vulnerables. M u ch o m enos que nuestros
agresores que, p o r dispone r del crim en, no poseen el segundo

225
G e o rg e s B a ta ille

a lie n to ” (p. 2 1 ). E n to d o sentido, la v irtu d reina en estos afo­


rism os apasionados donde nin g u n a palabra deja de arrebatar­
nos, La m o ra l de C h a r no es una m o ra l de abdicación: es una
calm ada exuberancia: “ B a ta lla r co n tra lo absoluto de escon­
derse y de callarse” (p. 2 8 ). Le recuerda al h o m bre soberano
que nada p o d ría prevalecer co n tra él.

* * *

N o sé si la lu z que emana de estas páginas cargadas alcanza­


rá rápidam ente los ojos que tendrá el d on de deslum brar. Pero
entre los fu rtiv o s fulgores que nos anim an no hay o tro más
extraño, más b e llo , más d ig n o de ser am ado. Im a g in o a al­
guien que no p o d rá p re s c in d ir p o r m ucho tie m p o de leer y
releer este lib ro , y de im pregnarse con su v irtu d .

226
El s o b e ra n o

N ada es más necesario y nada es más fuerte en nosotros que la


revuelta. Ya no podemos am ar nada, estim ar nada, que tenga la
marca de la sum isión. Sin embargo, íntegram ente, el m undo del
que surgimos, en el que mantenemos lo que somos, ha vivido una
interm inable hum illación: ese origen nos previene, pues si nos de­
jamos llevar sin desconfianza p o r nuestros sentim ientos más fir ­
mes podemos deslizamos de un h u m o r autónom o y caprichoso
a esos ju icio s estrechos cuyo palabrerío subordina el espíritu de
quienes los fo rm u la n . N o es m enos c o n tra rio a la revuelta
s u frir el m ecanism o de las palabras en nom bre de un p rin c ip io
de rebeldía, que inclinarse ingenuam ente ante esa fuerza sobe­
rana. ¿Todo el pasado habrá sido sojuzgado? ¿Y todo permane­
cería altivo en el odio o la envidia que cubren nuestros rechazos?
La más grave m iseria inherente a nuestra c o n d ic ió n hace
que nunca seamos desinteresados sin m edida - o sin tram pas-
y que en ú ltim a instancia el rig o r, aunque fuese ávidam ente
deseado p o r nosotros, siga siendo in su ficie n te . E l e sp íritu del
hom bre posee repliegues dem asiado p ro fu n d o s en los que n i
siquiera vale la pena dem orarse: pues las verdades que a llí se
descubren no extravían m enos que las apariencias honestas.

227
G e o rg e s B a ta ille

E n estas condiciones d ifíc ile s , no podem os más que re ír o


tem er, pero una risa insidiosa es más recta que u n te m b lo r: al
m enos querrá d e cir que no tenem os re fu g io y que rechaza­
m os alegrem ente ser aplicados.
Tengo que d e c ir esto de entrada. E n efecto, no puedo
hacer que la “ p re te n sió n ” de la revuelta no se v in c u le , estre­
cha o rem otam ente, con lo inconfesable que d is im u la n los
repliegues de un alm a hum ana, pero me río y creo que el espí­
r itu sublevado se ríe co n m ig o , aunque sólo sea u n día en el
te m b lo r de esas in te rm in a b le s gravedades: com o d ije , me río
con una risa feliz, pero que m i ardor pretende soberanam ente
“in sidiosa”. L o p ro p io de la revuelta es no dejarse som eter
fá c ilm e n te . Puedo cuestiona rm e yo m ism o , p o n e r en duda
m i buena fe. Pero n o p u e d o d e ja r que el e s p íritu som etido
m e recuerde la a u to rid a d que lo sojuzga. A su m o a quí con
m u c h a lig e re za la p re te n s ió n de la re v u e lta , que es n o re ­
c o n o ce r nada soberano p o r e n cim a de m í (cu a n d o m i so­
le d a d aprecia la o s c u rid a d d e l unive rso hasta p e rd e ría de
v is ta ) y ya n o esperar u n a respuesta p ro v e n ie n te de u n s i­
le n c io sin fallas.

E n ese instante me guía u n deseo de exa ctitu d que no pue­


de concordar con ese a liv io que en condiciones de desnudez,
de abandono, de sinsentido, encontraría en prosternarm e ante
u n p o d e r tra n q u iliz a d o r. U n estado pasional m e p ro h ib e no
dejar s u b ir lib re m e n te el sollozo que a veces m e destroza p o r
sentirm e solo, p o r n o haber hallado nada más que m i som bra
en to rn o a m í. Sé que en m í el hom bre está sólo aquí con la
soledad que da la m uerte cuando golpea a quie n amábam os;
y m i lla m a d o es u n sile n cio que engaña: no conozco más que
ese instante desnudo, inm ensam ente jo v ia l y tem bloroso, que
n i siquiera u n sollozo puede retener.

228
E l soberano

II

E n p rim e r lugar, he q u e rid o oponer esos seres sublevados


que somos esencialm ente a ese m undo, antaño indiscutido,
que ordenaba la sum isión. Pero no somos todos n i somos igual­
mente rebeldes en id é n tic a form a. Y si la revuelta está unida
p o r sí m ism a a la c o n d ic ió n del hom bre históricam ente dada,
no p o d ría a trib u irle u n sentido al planteo de m i revuelta -d e
nuestra fe liz, to rc id a y a m enudo in c ie rta re v u e lta - sin situar­
la en la h is to ria desde su p rin c ip io .
C reo que en la sum isión el ser se sustrae, pero el cansancio,
el deseo de sustraerse y la consiguiente decadencia se abren paso
tam bién cuando aspiram os pesadamente a la revuelta: inversa­
m ente, m ediante el engaño o el darse sin reservas, a m enudo la
revuelta se abrió paso bajo el aspecto de la sum isión. Debemos
pues velar para no situarla dentro de los rencores que hablan en
su nom bre, así com o para no desconocerla en esos terribles
resplandores que han ilu m in a d o el pasado. C o n tra aquellos que
vin cu la n con la obediencia los estados más despiertos, debe­
mos incluso suponer que el ser no tiene presencia real o sobera­
na en nosotros más que sublevado; que su plena m anifestación
-q u e no puede m irarse fijam ente, como el sol o la m uerte- exige
el extrem o abandono de la revuelta. A sí el deslum bram iento
m aravillado o la alegría fu rtiv a del éxtasis, en apariencia ligados
a una a c titu d de espanto, no se dan sino a pesar de la sum isión
a la que el espanto parecía conducir. D e l m ism o m odo, los
caracteres neutros y tib io s , la ordinariez menesterosa o el chato
liris m o de los rebeldes nos engañan: no es p o r el lado de una
creencia h u m ild e y fo rm a l, sino en el sobresalto de un rechazo
donde se abre una experiencia más ardiente, que finalm ente
nos perm ite deslizam os sin lím ites. Sería una superchería v in ­
cular decididam ente al ser en su trayectoria más errante con

229
G e o rg e s B a ta ille

unas verdades correctas, hechas de concesiones al espíritu dócil:


el salto que nos arranca de la pesadez tiene la ingenu idad de la
revuelta, la tiene de hecho, en la experiencia, y si es cierto que
nos deja sin voz, no podem os sin em bargo callarnos antes de
haberlo dicho.
Es verdad que una apertura ilim ita d a -o lv id a n d o los cálcu­
los que nos atan a una existencia articulada en el tie m p o - nos
entrega a dificultades extravagantes, que no conocieron quienes
han seguido (o pensado que seguían) las sendas de la obedien­
cia. Si nos subleva con bastante libe rta d , la revuelta nos conde­
na a apartarnos de su objeto. Esa soledad fin a l y traviesa del
instante, que soy, que igualm ente seré, que seré al fin de m ane­
ra com pleta en la escapada de p ro n to rigurosam ente cum plida
con m i m u e rte ,1 no hay nada en m i revuelta que no la llam e,
pero tam poco hay nada en ella que no la aleje. E l instante,
cuando lo considero aislado de un pensam iento que encastra el
pasado y el fu tu ro de cosas m anipulables, el instante que en

1 N o p u d e aclarar en la a rg u m e n ta c ió n que en la esencia de la escapada que


m e n c io n o está el que sea efectuada n o sólo de u n a m anera inesperada, sino
ta m b ié n ta n resueltam ente que el ser que vacila en el in sta n te de a lg ú n m o d o
sea efectuado, c o m o si se tra ta ra de u n escamoteo. Pero ese escamoteo está
ta n b ie n hecho que el p ú b lic o (que es e l ser así c o m o es escam oteador o
v íc tim a ) es a g itado p o r u n in m e n so aplauso, c o m o el m a r p o r u n a ola: pienso
en u n a especie de aplauso d o n d e la exaltación es desm edida, siendo tan
grande la belleza de l escamoteo que deja al b o rde de u n sollozo . (N o suele
a d m itirs e , creo, pe ro n o puede negarse que se llo re p o r lo que p rovoca la
a clam ación de to d a u n a m u ltitu d .) E n la circu n sta n cia estricta del insta nte,
es preciso d e c ir que la c o n c ie n c ia del yo es sustraída, pues u n a con cie ncia
que n o capta nada más allá del presente m is m o , o lv id a n d o to d o lo demás, n o
puede ser consciente de ese yo que n o p o d ría d is tin g u irs e de otros yo si n o
c on tara c o n su d u ra c ió n . E l insta nte, au n en la m u e rte (y a u n en la im agen
de la m u e rte ), n o es to d a v ía esa circu n sta n cia estricta de m a nera aislada, de
u n a m anera ya id é n tic a a la m u e rte ; h a y p o r lo m enos u n a fu lg u ra c ió n que se
pierde. Pero sabiéndose p e rd id a y deseando la p é rd id a , o b tie n e la aproba­
c ió n de esa a c lam ación desm esurada que, creciendo en el arranq ue re p e n ti­
no, irre s is tib le pe ro dicho so, pro v ie n e del ú ltim o a b a n d o n o d e l ser.

230
E l soberano

algún sentido se cierra, pero que en un sentido mucho más


p ro fu n d o se abre al negar lo que lim ita a ios seres separados
sólo el instante es el ser soberano. Por rebeldía, me niego a dejar
que una parte soberana, aunque m e haya parecido irreductible
en m í, ya no lo sea y se som eta a otros poderes que la tratan y la
u tiliz a n com o una cosa, que encadenan esa cosa dentro de las
intenciones del pensam iento eficaz. Si le a trib u y o consecuen­
cias a ese m o v im ie n to de revuelta, debo esforzarm e y luchar
para negar el poder de quien m e aliena, m e tra ta com o cosa, y
co n fin a a una u tilid a d aquello que quería arder p a ra nada: no
salgo así de la p ris ió n de la servidum bre sino para entrar en los
encadenamientos de una revuelta consecuente; los cuales sólo d i­
fieren enpotencia de la p ris ió n que la revuelta pretendió rom per.

III

A l re fe rirm e , ta l com o fue m i in te n c ió n , al devenir h is tó ­


ric o de la revuelta, no puedo p o r lo ta n to d u d a r que el rebel­
de pierde m ucho - y ta l vez to d o —si entra en la vía estrecha de
las consecuencias: a p a rtir de entonces, sin una clara d e lim ita ­
c ió n , debe lle va r adelante u n com bate en el que tendrá que
s u b o rd in a r el presente a unos fines rem otos y zozobrar en la
obediencia.
Pero puedo rem ontar el curso de la historia: en el pasado, al
menos en los tiem pos que precedieron a “ la sum isión” , se le
abría una ancha ru ta al que de entrada rechazaba sojuzgar la
vid a en su persona. Deseaba conservar insum iso al ser del que
era depositario, no subordiná ndolo nunca a nada: no podía ser
servilm ente el m edio para un fin que fuera más im p o rta n te que
él; debía estar a llí, soberano, sin lím ite s, y no dejar nunca de

231
G e o rg e s B a ta ille

rechazar lo que sojuzga p o r n in g ú n resultado fu tu ro . C uando


com prom ete la vida, ta l a c titu d es term inante: entre el som eti­
m ie n to y la m uerte, cada cual es lib re de elegir la m uerte.
Pero esa resolución audaz n o podía e vita r que u n poco
más tarde la pesadez no triunfase y entorpeciera a la hu m a n i­
dad: com o la fa lta del h á b ito de cam inar engorda las piernas,
el tra b a jo im puesto y desdichado m arcó a los otros. La hum a­
n id a d no es el gran soplo de poesía que me consum e en vano:
es una avaricia em pantanada en el fango de dicie m b re de una
granja, en una zona fría , de celos, de odiosa enferm edad. E l
m ism o ro stro de u n ser hum ano anuncia que es m e jo r v iv ir
con pequeños cálculos y su b o rd in a r cada gesto al provecho.
La in fa m ia ligada a esa conducta no le resulta p e rju d ic ia l, y su
lím ite es el avasallam iento del ser. T odo hom bre sigue siendo,
en potencia, u n ser soberano, pero a co n d ic ió n de que prefie­
ra m o rir antes que ser sojuzgado. A p a rtir de ese m om ento,
puedo n o buscar más que m i capricho y, según m i suerte, lo
haré o m o riré . Por eso puedo decir, sin m e n tir y sin siquiera
fo rz a r la verdad, que to d o hom bre es soberano si pone su
v id a en juego en su capricho. Y si antaño el capricho de los
príncipes d isponía de to d o en el m u n d o , fixe en la m edida en
que pusieron en juego incluso sus vidas. Las vicisitudes de los
hom bres son tan variables que a este aspecto básico se le opo­
nen otro s aparentem ente co n tra d ic to rio s ; pero esta verdad
p rim a ria : que hubo príncipes, aunque la m ayoría de las veces
su sentido se nos escape y que nos obstinem os en no ver que
nos dom ina, no deja de recordarnos con cla rid a d que una vía
soberana más accesible y más sim ple que la revuelta estuvo
antaño abierta a la v o lu n ta d de q u ien no se som ete.

E n u n p u n to del m o v im ie n to que rechaza en m í la servi­


d u m b re que la c o n d ic ió n hum ana le im p o n e a la m ayoría,

232
E l soberano

siem pre puedo no preocuparm e más p o r ios otros hom ­


bres, lim ita n d o a los m íos y a m is am igos una precaria soli­
da rid a d . Q ue u n pequeño núm ero de hom bres se hayan si­
tu a d o de ta l m anera p o r encim a de la servidum bre es tanto
m enos d ig n o de asom bro cuanto que la hum anida d, tomada
en su c o n ju n to y desde un com ienzo, te ndió espontáneam en­
te a situarse un poco p o r debajo. Si hay un p u n to h is tó ric o
que parece poco refutable es en verdad el que atañe al trabajo,
al cual los hom bres, al c o n tra rio de los anim ales, p o r lo
m enos en su m ayoría, se som e tie ro n p o r sí solos. E l tra b a jo
corre pa ra le lo a las p ro h ib ic io n e s a las cuales los prim eros
hom bres parecen ta m b ié n haberse som etido s in que otros
los fo rza ra n a e llo . A p a rente m e nte, esos seres a la vez tan
cercanos y ta n alejados de nosotros se o p u sie ro n a los a n i­
m ales plegándose p o r sí m ism os a leyes que p ro h ib ie ro n el
lib re com ercio sexual y el asesinato. Si bien esto fue a n te rio r
a la h is to ria en sen tid o e s tric to . Y aun cuando lo dudem os,
suponie ndo una in te rv e n c ió n a n tig u a de la coacción, debe­
m os creer que la h u m a n id a d se som etió p o r sí sola en su
c o n ju n to , aproxim adam ente en la m ism a época, a la le y del
tra b a jo y a las grandes p ro h ib ic io n e s . Se som e tió , re n u n ció
a la soberanía n a tu ra l del a n im a l.
Pero ese m o v im ie n to de sum isión, en condiciones en que
la coacción no gravitaba, debía justam ente suscitar la necesi­
dad de una com pensación. U na servidum bre v o lu n ta ria tenía
necesariam ente u n fin más allá de la a ctivid a d , com ún a los
anim ales y a los hom bres, que basta para la subsistencia. La
hum a n id a d h izo que al p eríodo del so m e tim ie n to le siguiera
el de la lice n cia , donde el largo cálculo de los trabajos ya no
fu n c io n a - y donde caen las p ro h ib icio n e s. E l m o v im ie n to
soberano de la fiesta, en el que no im p o rta nada más que este
instante, lo que está a llí, com pensa el m o v im ie n to c o n tra rio
G e o rg e s B a ta ille

que había in d u c id o a actitudes sumisas y que, p o r sordera a lo


que no es, co n stitu ye su re solución y su fin .

Lo que son en el tie m p o los caprichos de la fiesta a la


su b o rd in a ció n del tra b a jo , lo es el soberano en el espacio al
s ú b d ito que trabaja a su servicio. N o porque el soberano no
esté ta m b ié n som etido a leyes: pero estas regulan sus relacio­
nes con los demás y las precauciones que se deben to m a r en
presencia de esa fuerza irre d u c tib le , que no puede estar subor­
dinada a nada; le ponen lím ite s desde el e x te rio r a los efectos
ruinosos que se propagan a p a rtir de aquel a quien nada lim ita
p o r sí m ism o. Pero en el re in o del instante, el soberano no
sólo sitú a a otros hom bres en la potencia de m o vim ie n to s
peligrosos y caprichosos, ta m b ié n él m ism o perm anece a llí;
es así aquel que de n in g u n a m anera puede ponerse a resguar­
do, no puede v iv ir bajo el peso del cálculo.2

2 E n este p u n to fa lta una larga dise rta ció n , y m e parece que a u n su p o n ie n d o


que n o falte , falta ría alguna o tra cosa, que debo callar. Y s in du da, m e d irá n ,
hubiese d e b id o ca lla rm e antes... ¿D ebía acaso en treg arm e a l v é rtig o de
m e te rm e en el la b e rin to s in salida de los relatos que s in cesar la h is to ria
re p ite —y renueva— de esta no che a la siguiente, o de esa tu m b a a esta cuna?
Pero si dejam os de lig a r a esas form as objetivas que la h is to ria c o n fig u ra y
re c o n fig u ra (c o m o la s e rv id u m b re o el d o m in io ...) las experiencias inte rio re s
(las reales y las que la im a g in a c ió n m e representa fá c ilm e n te ) que les corres­
p o n d e n , re n u n c ia ría m o s a lo que en v e rdad somos, al ser da do en nosotros
m ism o s, d o n d e cada fo rm a o b je tiv a n o ocupa su lu g a r sin o es ligad a al
se n tid o que tien e en el p la n o de u n d a to su b je tivo . L o cual, p o r cie rto , es
hacer ta b la rasa, c o m o suele decirse, pe ro sea cual fuere el la d o en que
hayam os situ a d o el d a to fu n d a m e n ta l a u té n tic o , n o hem os hecho más que
fija rn o s en u n a a c titu d p e dante, d o n d e sólo nu estra necedad, tím id a o
solem ne, nos im p id e confesar clara m en te que n o es u n d a to ta n sim p le que
po dam o s d e c ir: to c o el suelo, aisladam ente de to d o el re sto... D e todas
m aneras, ese suelo d o n d e hem os h a lla d o lo claram ente c o n o c id o n o es tan
claro para u n a co n cie n cia a la cual le provoca la sensación opuesta de la
noche: de lo que es sim p le c o m o sería el m u n d o para q u ie n , sin ve r nada n i
d is c e rn ir nada, n o sup ie ra d e c ir lo pienso, a fa lta de ob je tos de pensam ie nto

234
E l soberano

La cru e ld a d no está en ju e g o , pero la soberanía sin la es­


c la v itu d tie n e algo de conce rta d o ... M ie n tra s que la esclavi­
tu d fue im puesta a los vencidos de m odo ta l que sólo la m uerte
h ubiera p e rm itid o la in su m isió n . E l esclavo que trabaja no es
más que el efecto de una coacción. A quellos que no se in c li­
nan p o r sí m ism os ante el soberano le su b o rd in a n - p o r la
fu e rza - unos hom bres que, de lo co n tra rio , rechazarían el tra ­
bajo. A sí el esclavo no ha colocado él m ism o al am o p o r enci­
m a suyo. A l fin a l el soberano, que en sí m ism o había querido
preservar de la sum isión al ser cuya esencia le parecía que era
irre d u c tib le a la sum isión, lo abandona desde el m om ento en
que el ser corresponde a u n vencido y a un extra n je ro . E l re­
chazo que el hom bre del capricho le opone al avasallam iento
ha quedado en apariencia sin m o d ifica r. Pero la excusa que
había en el acuerdo ín tim o desaparece cuando el esclavo in ­
v o lu n ta rio , y no el s ú b d ito , es o b lig a d o a s e rv irlo . O más
b ien adquiere el poder de em plear el trabajo con otros fines
que no aspiran a la peligrosa soberanía del ser: en esas co n d i­
ciones puede anhelar retirarse del juego, perm anecer al res­
guardo, y lejos de v iv ir en el instante, privarse a sí m ism o de
la fuerza sagrada de la que antes gozó para reem plazarla p o r el
deseo de que el instante perdure, que tiene justam ente el don
de avivar la llam a.

F inalm ente, el fracaso del soberano de los tiem pos a n ti­


guos, cuyo cam ino p o d ría parecer menos aberrante que el del

d is tin to s capaces de darle a la d is tin c ió n “ yo ” el se n tid o preciso que n o sólo


la d is tin g u e de o tro s o b je to s s in o ta m b ié n de ese p e n sa m ie n to - q u e se
m a n ifie sta en él...: pero p o r fue ra de esas representaciones sum arias, que no
se a rtic u la n más que p o r u n tie m p o y nos dejan en el m is m o p u n to en que
habíam os pensado que fin a lm e n te veríam os, q u ié n n o sabe en efecto que el
m u n d o n o es para él (o n o es en él) sin o esa noche co m p le ta q ue a l n o tener
u n n o m b re c on cebible se sustrae in fin ita m e n te .

235
G eo rge s B a ta ille

sublevado m oderno, no fue entonces m enos co m p le to de lo


que sugiere el descrédito general. Si nos preocupam os p o r
deja r in ta c to en nosotros m ism os un m o v im ie n to soberano
del ser, tam poco podem os re d u c irlo en el o tro n i dejar que
pro viso ria m e n te en nosotros ese m o v im ie n to se su b ordine a
la espera de la lib e ra c ió n fin a l.

IV

Es este d ile m a lo que se escondía tras la apariencia de un


m o v im ie n to desm edido de sum isión. Para el h o m bre su m i­
so, el estado soberano no podía ser accesible en ta n to que él
era una c ria tu ra . O si se prefiere, a la m edida del hom bre, el
estado soberano —donde ya no hay un lím ite a d m itid o n i una
su m isió n to le ra d a - es el pecado. Y en lo posible, debem os
e lim in a r el pecado de la T ie rra , e incluso del universo en gene­
ra l, pero no podríam os -adem ás de que no lo p re te n d e m o s-
atentar co n tra lo que es soberano en el seno del ser, lo que nos
d o m in a y d o m in a lo más poderoso que se eleva hum ana­
m ente. La soberanía en la sum isión se vuelve una cuestión del
o tro m u n d o : en cie rto sentido, el hom bre som etido, piadoso
y re lig io so , no posterga p a ra más tarde el ser soberanam ente,
sino para el más allá, que no es u lte rio r si consideram os en el
acto la to ta lid a d de lo que es; lo que para nosotros no es sola­
m ente u lte rio r, sino que está separado de nosotros en el espa­
c io - o b ie n : en el p lano del espacio, está fuera del espacio.
Esa c o n fig u ra c ió n no es a rb itra ria . C om parada con la que
d e fin ía a u n soberano de este m undo, le abre al ser u n cam po
de p o sibilidad es nuevas. A l m ism o tie m p o denunciaba, aun­
que con p rudencia , los juegos ilu so rio s que abusaban de la

236
E l soberano

s im p lic id a d hum ana con el m ayor descaro. Pero hay a llí una
fa lla cuya consecuencia es m ortal, debido a que sólo con d ifi­
cultad m antiene la distancia entre el ser soberano y el hom bre
som etido. Ese D io s al que nada d e fin id o pone de m anifiesto
y que en ú ltim a instancia depende de los hom bres de cuyo
e s p íritu es —fo rm a lm e n te - una representación, tiende a res­
p o n d e r a su vez a las exigencias de sum isión a las que estos
ú ltim o s se pliegan. Es soberano, pero la angustia hum ana,
que es la más fu e rte para evaluar aquello que nada lim ita n i
subordina , tie n d e a cargar con su peso esa levedad, in tro d u ­
ciendo la razón en lo irra c io n a l, y dándole leyes al capricho.
U n D io s de los filó so fo s, u n D io s bueno a im agen del Bien y
de la Razón, es lo que in tro d u jo el servilism o, lo que convier­
te al presente en preocupación p o r el fu tu ro , lo que a n iq u ila
el in sta n te y hace del cálculo una fig u ra vacía opuesta a lo
inm enso —com o lo separado, lo fija d o , opuesto a la negación
de to d o lím ite .
N o quiero decir que la “ re lig ió n ” que d e fin ió la sum isión se
lim ite a ese m o v im ie n to de la gravedad en su in te rio r: su im ­
pulso in ic ia l la lleva en sentido co n tra rio , pero la “ re lig ió n ” es
ese cuerpo vencido sin cesar p o r el em botam iento y el sueño y
que no vive sino a condición de revivir. N o hay nada “religioso” '
que no requiera incesantem ente que alguna clase de revuelta
lim ita d a lo niegue, lo reform e o lo reinstaure: la sum isión aleja
siem pre, insensiblem ente, de la soberanía que es su fin . Incluso
un im p u lso al que todavía nada ha frenado, al que ningun a
angustia ha apartado silenciosam ente del objeto soberano que
m encioné, se enm araña en seguida en los cálculos que son des­
de u n com ienzo esenciales para el espíritu dó cil.
La piedad debería o lv id a r esos cálculos. Puede o c u rrir que
lo haga. A veces el m iedo al in fie rn o (o a nuevas encarnacio­
nes), el deseo de salvación, pie rd e n d e n tro del se n tim ie n to

237
G e o rg e s B a ta ille

del alm a extasiada el sentido que tenían para el ser d ó c il. ¡Pero
p o r u n salto a la d iv in id a d , cuántos m étodos sofocantes y
pesadas m editaciones donde el acceso al estado soberano es
previsto com o un viaje!
D ic h o esto, los m étodos de m e d ita ció n religiosa que tie n ­
den a darnos, si no la soberanía, la v is ió n de la esfera soberana,
no pueden ser considerados de m anera u n ila te ra l. H um ana­
m ente nunca hay u n m o v im ie n to sim ple: no hay u n estado
despreocupado en el que no p a rtic ip e de algún m odo el cál­
cu lo ; inversam ente, los cálculos más indiscretos son a m enu­
do seguidos p o r m o vim ie n to s ingenuos.
E n busca de la salvación, entram os en u n m u n d o de in s i­
nuaciones, equívocos, hábiles m alentendidos y tram pas que
proclam an sinceridad. La salvación parece al p rin c ip io ser la
operación p o r excelencia. E n o p o sició n a u n goce ingenu o y
soberano, no hay cálculo más sojuzgado que el del devoto
que, p o r espíritu de sum isión, rechaza la atracción que le ofrece
el insta n te , condenando la vid a in m e d ia ta con m iras al bien,
in fin ita m e n te m ayor, que le será dado más tarde. Pero ese
más tarde no es exclusivo. Es c ie rto para el fie l tentado , en el
m om e n to de la te n ta ció n . O tras veces, la atracción del sobe­
rano b ie n es perceptible sin dem ora. Ese b ien no siem pre se
ofrece con m e n o r capacidad de seducción que otros objetos
del deseo: pero puede m ostrársenos de m anera independiente
a la realidad exterior, sin que la suerte, la audacia o el abuso de
la fuerza nos lo hayan procurado . N o sucede lo m ism o con
esas atracciones a las que com únm ente no podem os ceder sin
pecado, com o las del am or o del asesinato. N o podem os am ar
o d e s tru ir sino a seres puestos p o r el destino a nuestra m erced;
y en la m ayoría de los casos, debem os hacerlo a sus expensas.
M ie n tra s que en rig o r, depende de nosotros y de nuestro es­
fuerzo acceder al soberano bien.

238
E l soberano

Sin duda alguna, a m enudo lo d iv in o les fue dado a los


hom bres de la m ism a m anera que el objeto de la sensualidad o
del asesinato: les fue revelado desde afuera. Debem os incluso
im a g in a r que lo d iv in o fue p rim e ro sensible objetivam ente, y
que los rito s lo revelaron en lugares que le fu e ro n consagra­
dos. L o cual era paralelo a la destrucción que co n stitu ye el
s a crificio , y el m ism o D io s de la Iglesia no nos fue m ostrado
sino en la cruz. Pero a p a rtir de a llí fue posible evocar en la
m em oria lo que tenía la v irtu d de extasiar de ese m odo. Es
posible en otros d o m in io s, pero al com ienzo sólo las m a n i­
festaciones de lo d iv in o fu e ro n evocaciones que la soledad
enriquecía en lugar de em pobrecer. A sí la m e d ita ció n sobre la
esfera d iv in a fue el c ris o l donde el ser hum ano lentam ente se
apartó y luego se consum ió en el instante, hasta alcanzar, des­
preciando u n m u n d o de carne y de sangre, el más in d ife re n te
estado soberano.
Si prestándole toda su a tención al instante algunos h o m ­
bres hubiesen in te n ta d o , según el m odo h a b itu a l del co noci­
m ie n to , la búsqueda de u n o b je to soberano, sólo se habría
probado la im p o te n cia de la aten ció n .3 Pero al proponerse un

3 E n efecto, ¿cómo con taría m os c o n la ate n c ió n para captar en nosotros u n


presente fue ra del cual n o nos es d a do nada d iv in o , soberano, n o calculado?
N ecesariam ente, si la a te n c ió n to m a a l presente c o m o o b je to , nos engaña­
ría: para ta l fin , debería p rim e ro re d u c irlo a u n fu tu ro . Pues la.a tención es u n
esfuerzo c o n m iras a u n resultado, tie n e la fo rm a del tra b a jo , e in c lu s o n o es
s im p le m e n te más que u n m o m e n to del tra bajo. Podemos tra b a ja r sin aten­
c ió n , pero el tra b a jo más desatento fue p rim e ro u n a consecuencia de la
ate n c ió n prestada a la o p eració n d ifíc il. Es el esfuerzo ap lica do al d isce rn i­
m ie n to de u n aspecto dado de u n o b je to . Pero si querem os d is c e rn ir ese
aspecto, es c o n m iras a m o d ific a r ese o b je to . Podemos aspirar a n o m o d ific a r
en nada la re a lid a d del o b je to o fre c id o así a la ate n c ió n , p e ro al m enos
m o d ific a re m o s entonces (salvo que fracasáramos) el c o n o c im ie n to que te­
nem os de él: c o n v e rtire m o s el o b je to in s u fic ie n te m e n te co n o c id o en u n
o b je to m e jo r con o c id o . A s í la a te n c ió n prestada al in sta n te n o puede tener
en verdad co m o o b je to al in s ta n te m is m o , pues el o b je to asignado es ta l

239
G e o rg e s B a ta ille

fin : la salvación, que cobraba un v a lo r incom parab le, la m e­


d ita c ió n religiosa no hizo en realidad más que dem orar la con­
ciencia en una atracción ya perceptible. La m ed ita ció n m etó­
dica orquestó u n tem a -p re v ia m e n te d a d o - o desarrolló sus
variaciones, lo despojó hasta re d u c irlo a u n co n te n id o ele­
m en ta l, que golpea la sensib ilid a d tan intensam ente que ya
n o hay, más allá, n in g ú n interés concebible; y en ese p u n to el
alm a, que antes había pretendid o m o rir p o r no m o rir, acoge en
sile n cio la s im p lic id a d vacía de sentido de la m uerte. Pero la
operación tan claram ente subordinada que llegó a ese resulta­
do no e n co n tró lo que buscaba y no buscaba lo que encontró,
nunca se c o n v irtió en lo que quiso ser y el m ís tic o nunca
re c ib ió una respuesta a su empresa, salvo la de u n pájaro b u r­
ló n en que él m ism o se había co n ve rtid o , que silbaba donde
nadie esperaba nada. S in duda es la razón p o r la cual los maes­
tros zen, que eran “ m aestros” cóm icos y veían en quienes ha­
bían fo rja d o el proyecto de seguirlos las víctim as designadas
para una farsa soberana, fu e ro n los más capaces de todos los
guías, que no dem olieron m ediante discursos sino en sus con­
ductas la n o c ió n de empresa y de vía. Por lo demás, es posible
creer que si los m ísticos, al ha b la r de sus estados, ind u ce n a
e rro r a quienes los escuchan, ya que hablan de algo que los
otros no conocen, se enfre n ta n con la p o s ib ilid a d , no con la

d e n tro de u n a o p eració n que debe hacérnoslo con ocer m e jo r, y el co n o ci­


m ie n to , a u nque fue ra u n fin en sí m is m o , n o puede serlo en verdad en la
m e d id a en que precisam ente n o es más que u n a acción co n m iras a u n
resultado, o b ie n deja de im p o rta r c o m o tal desde el m o m e n to en que es
a d q u irid o -h a s ta el día en que tengam os la ocasión de hacer conocer el
resultado a otros. L o cual q u ie re d e c ir que en p r in c ip io el c o n o c im ie n to
ate nto n u n c a es c o n te m p la c ió n en el se n tid o fuerte: in tro d u c e en el desarro­
llo in f in it o (la se rv id u m b re sin fin ) del discurso: así la a te n c ió n , si se d irig e al
insta nte, lo co n v ie rte de hecho de aq uello que se nos escapaba incon scien­
tem e n te en aq u e llo que se nos escapa a sabiendas, a pesar de la a te nción que
le prestam os.

240
E l soberano

d ific u lta d de su supuesta búsqueda. N o puedo en efecto ad­


m itir que haya búsqueda en la m edida en que nunca encon­
tram os nada sin o a c o n d ic ió n de no buscarlo. N o p o rq u e a
través de los siglos y las diversas civiliza cio n e s el inm enso
esfuerzo que tensaba el m u n d o re lig io so no haya q u e rid o
d e cir nada. Pero si tu v o un s e n tid o , fue a pesar d e l p rin c ip io
de la s u m is ió n y de la em presa de la salvación, de la cual no
obstante to d a vía tengo una razón para no h a b la r ta n senci­
lla m e n te : ¿no fue acaso en efecto, en o tro s e n tid o , una re­
vuelta de hecho co n tra una su m isió n general ante el m u n d o
real, que lim ita b a el poder de la seducción a la p o s ib ilid a d y
que situ a b a los m om entos soberanos com o dependientes
de la fuerza?

A sí el m u n d o de la sum isión no dejó de estar atravesado


p o r fulgores soberanos im previstos, pero fue en la m edida en
que rechazaba la pesadez ligada a la sum isión. E l éxodo del
m undo real —la conquista de una esfera soberana localizada en
el más allá—tu v o ciertam ente el sentido de u n rechazo de la
o m n ip o te n c ia de este m u n d o . Pero de esa m anera la sum i­
sión m antenía d e n tro de los lím ite s de la realidad la soberanía
de la pesadez y la tram pa: soberana afirm a ció n de lo que era la
ciénaga del o rg u llo (los más orgullosos eran en adelante los
más cóm icam ente sum isos). A sí el p rin c ip io de la sum isión
fu n cio n a n d o a escala de la hum a n id a d no pu d o más que si­
tu a r la v id a bajo el soberano poder de la com edia.
¿Cóm o im a g in a r u n m a le n te n d id o más enm arañado? Le
puso fin a la b ru ta lid a d casi cínica... pero, al querer resolverlo

241
G e o rg e s B a ta ille

h o y sin p o d e r hacerlo salvo en la fie b re de la revuelta, no


salim os de él más que arriesgándonos a enredarlo todavía más...
¡Y no sería posible aclararlo p o r com pleto! Para in te n ta rlo
es preciso ig n o ra r que un m u n d o cuyas contradicciones es­
tuvieran resueltas ya no tendría u n fin soberano - o que u n m un­
do que tiene u n fin soberano parte de una contradicción funda­
m ental, oponie ndo la razón (lo sensato, lo racional, pero que al
ser un medio no puede ser u n fin ) ú fin , que siem pre es in ú til y
siem pre es insensato (lo ú til apunta a u n fin que, p o r d e fin ició n ,
no es ú til; igualm ente, nada puede tener u n sentido propia­
m ente d icho sino en relación con algo más; aquello con respec­
to a lo cual se da el sentido no puede re m itir in definid am ente
más allá: es u n m om ento soberano p erdido en la inconsecuen­
cia del instante). U n trasfondo insensato, que co nfigura ya la
im aginación , ya el desorden, y a veces la tensión extrem a de la
vida, se sustrae sin duda alguna a toda racionalización concebi­
ble; si no, dejaríam os de estar en el m u n d o en e l tiem po p re ­
sente, estaríam os com pletam ente a l servicio del tie m p o fu tu ­
ro. Sobre to d o , de n in g u n a m anera podríam os pensar en ha­
cer ingresar en la esfera soberana cualquier cosa racional o pre­
m editada. La hum a n id a d , que desde el orig e n fue orientada
p o r las p ro h ib ic io n e s y la le y del trabajo, n o puede ser a la vez
hum ana, en el sentido en que se opone al a nim al, y auténtica­
m ente soberana: en ella, la soberanía nunca existió sino com o
reserva, com o una parte de salvajism o (de absurdo, de in fa n ­
tilis m o o de b ru ta lid a d , más raram ente de am or extrem o, de
belleza trastornada, de inm ersión extasiada en la noche). C óm o
asom brarnos si en nuestra época la revuelta, al negarse a alienar
esa parte irre d u c tib le que pertenece a cada un o de nosotros,
no puede sin em bargo asum irla. Por o tro lado, le resulta pre­
ciso lim ita rla , al m enos en el sentido de que no podríam os
re d u c ir sin c o n tra d ic c ió n la parte del o tro a fin de no re d u c ir

242
1
E l soberano

la nuestra, pero el ajuste de los derechos es d ifíc il y la revuelta


se em pantana atada a la tarea que debió a trib u irse : está tan
p e rd id a en u n tra b a jo in te rm in a b le que nada está ahora más
lejos del pensam iento de los sublevados que el fin soberano
del ser (acaso ese fin se recobre, pero p o r m iedo al escándalo
se lo hace pasar entonces p o r lo que no es, p o r ú t il) . A sí el
d ile m a de la soberanía n o se le p lantea de m anera m enos
rid ic u la al m o d e rn o rebelde que al rey d iv in o o al m o n je . Si
tie n e el deseo de escaparse de las co ndicion es que lo conde­
nan, al ig u a l que ellos no posee más recursos que la p o s ib ili­
dad y la o b s tin a c ió n del rechazo. E l ú n ic o cam bio que se ha
p ro d u c id o obedece a la c la rid a d con que se presenta la situa­
c ió n , ta n despojada que n in g ú n h o m b re hasta nosotros la
p u d o co n c e b ir aclarada con m a yo r dureza: la h u m a n id a d
entera está bloqueada, antes en las co n tra d iccio n e s arcaicas
de los relig io so s o de los reyes, pero ahora en el a to lla d e ro
de una re vu e lta que te rm in a regresando a la su m isió n , aun­
que m ás perfecta y sin más allá.

Sería m u y d ifíc il representar sin haber trazado así sus ante­


cedentes precisos las condiciones en las cuales u n hom bre ac­
cede a su fin soberano -in m e d ia to - en la época actual. La
revuelta ha socavado y d e m o lid o lo que en el fo n d o de las
edades había te n id o el to n o caprichoso de la a u to rid a d y no
queda nada soberano, dado desde el exterior, que pueda p ro ­
vocarnos el violento deseo de in clin a rn o s. ¿Cóm o podría n esas
voces laxas tener todavía la capacidad de doblegarnos? Apenas
sería posible im aginar un refugio, una m orada tranquilizad ora
en esas ruinas: son majestuosas, y a veces acogen a quienes ya
no pueden enfrentar un m u ndo que les parece com pletam en­
te h o s til. N o queda en verdad nada y no se m uestra nada en el
universo que pueda c o n firm a r o g u ia r la existencia in c ie rta

243
Georges Bataille

del hom bre. N o podem os más que darnos a nosotros m is­


m os la g lo ria de ser ante nuestra p ro p ia m ira d a esa v is ió n in ­
sensata, irris o ria y angustiante. A sí en la noche ú ltim a en que
nos hun d im o s se nos concede la po sib ilid a d de descubrir nues­
tra ceguera y extraer una v irtu d del rechazo que le oponem os
a los retazos de saber que nos estupidizan: ¡la v irtu d de des­
pertarnos sin m edida en esa noche y de erguirnos, vacilantes o
rie n d o , angustiados, extraviados en una in to le ra b le alegría!
S in duda deberíam os e vita r hablar estrictam ente de una
experiencia todavía p o r venir. A lo sum o nos estará p e rm itid o
d ecir que aparentem ente el rebelde soberano se sitú a ta n to en
la línea de los éxtasis de los santos com o en la de las licencias
de la fiesta... Pero la preocupación p o r borrarse y p o r d irig irse
discretam ente a la oscuridad que es su d o m in io le correspon­
de. Si el resplandor poético está ligado a él, si el discurso p ro ­
longa en él sus ú ltim a s y precisas claridades, su v id a no obs­
tante apunta hacia una ladera opuesta donde pareciera que el
silencio y la m uerte se han establecido d e fin itiva m e n te . Segu­
ram ente, en la plena negación que sucede a la ru in a de toda
a utoridad , ya no tenem os más verdad que en el instante.4 Pero
el instante, única verdad que nos afecta y que sin em bargo no
puede ser negada, nunca será más acabadamente el instante sino
al ser el ú ltim o (y cuando sea el del ú ltim o hom bre...). A unque
antes de callarm e descartaré la p o s ib ilid a d de un rastrero m al­
entendido: no hay s itio en este cuadro para nada grave u orgu­
lloso, la reputación de la m uerte está sobrestim ada, el silencio
del que yo hablo es jo v ia l. La revuelta es el placer m ism o, y es
tam bién lo que sejuega con todo pensamiento.

4 C ó m o se p o d ría im aginar que una vez a rru in a d a la a u to rid a d pudiera subsistir en


este m u n d o , fuera del instante, una verdad válida para todos que tenga m ayor
interés que “ esta mesa es verde” , “ este ho m b re es más v iejo que aquel” -q u e
responda a otras cuestiones y no al interés práctico. Pero el instante es silencio.

244
E l n o -saber

V iv ir para poder m o rir, s u frir para gozar, gozar para su frir,


hablar para ya no decir nada. E l no es el té rm in o m edio de un
co n o cim ie n to que tiene com o fin —o com o negación de su
f in - la pasión de no saber.

E xiste u n p u n to a p a rtir del cual no hay nada que decir;


llegam os a ese p u n to más o m enos rá p id o , pero d e fin itiv a ­
m ente, cuando lo hemos alcanzado, ya no podem os dejarnos
lle va r p o r el juego.

N o tengo nada que decir contra el juego. Pero, ¿creerlo se­


rio? ¿D isertar gravem ente sobre la lib e rta d o sobre Dios? D e
eso no sabemos nada, y si hablam os de ello es un juego. Todo
lo que va más allá de la verdad com ún es un juego. Pero sabe­
mos que es u n juego, y al vernos com prom etidos en ese juego
com o en una operación seria sólo podemos proseguirla un poco
más seriam ente que los demás, a fin de liberarla de la seriedad.

E n cuanto a la esfera del pensam iento, es el h o rro r. Sí, es el


m ism o h o rro r.

245
G e o rg e s B a ta ille

Es llevado a ser, p o r una aberración que no es sino un de­


seo inve n cib le , llevado al instante de m o rir. Es deslizarse en la
noche sobre la pendiente de un techo, sin parapetos y bajo un
v ie n to que nada apacigua. C u a n to más riguroso es el pensa­
m ie n to , más se in te n s ific a la amenaza.
E l pensam iento riguroso, la firm e resolución de pensar, es
ya un desfallecim ien to.
La p o s ib ilid a d de u n e q u ilib ro angustiado sobre el techo
es a su vez con d icio n a d a p o r una vocación: la de responder al
llam ado del v ie n to , responder al llam ado de la m uerte.

Pero cuando la m uerte llam a, aunque el ru id o del llam ado


colm e la noche, es una especie de p ro fu n d o silencio. La m ism a
respuesta es silencio despojado de todo sentido posible. Es exas­
perante: la m ayor volu p tu o sid a d que el corazón soporta, una
volup tu o sid a d m orosa, aplastante, una pesadez sin lím ites.

A ese s e n tim ie n to de v ic io perfecto corresponde la frase:


Deussum , n il a me d iv in i alienum p u to , pero com o un aguje­
ro negro donde se vacía to d o im p u lso , toda iro n ía , to d o pen­
sam iento; u n estado ta n chato, tan hueco com o u n d o lo r de
cabeza. P re n d í la lu z en m edio de la noche, en la h a b ita ció n ,
para e scrib ir: a pesar de eso, la h a b ita ció n es oscura; la lu z
despunta en las tinieblas com pletas, no m enos supe rficia l que
m i vanidad de e s c rib ir que la m uerte absorbe com o la noche
arrebata la lu z de m i lám para. Si escribo, es a duras penas,
apenas si abro los ojos. L o que v iv o es estar m u e rto y hay que
haberse h u n d id o m u y adentro del v ic io para asegurarse de
estar así en el fo n d o de la vo lu p tu o sid a d .

U na sensación estúpida y cruel de in s o m n io , sensación


m onstruosa, am oral, acorde con la crueldad sin reglas del

246
E l no-saber

universo, crueldad de un ham bre, de un sadism o sin esperan­


za: gusto insondable de D io s p o r los dolores extrem os de las
criaturas, que las sofocan y las m a n cilla n . E n esa igualdad con
el extravío sin lím ite s en que yo m ism o estoy extraviado, ¿al­
guna vez m e sentí más sencillam ente hum ano?

U na le c tu ra m e entrega a ese vo lu p tu o so te rro r: esta frase


de H usserl para su herm ana A d e lg u n d is d urante su ú ltim a
enferm edad grave: “ N o sabía que fuera tan d u ro m o rir. ¡Y sin
em bargo m e he esforzado a lo largo de m i v id a p o r e lim in a r
toda triv ia lid a d ...! Justo en el m o m e n to en que m e siento tan
com pletam ente in v a d id o p o r el se n tim ie n to de ser responsa­
ble de una tarea... Justam ente ahora que lle g o al fin a l y que
to d o ha te rm in a d o para m í, sé que m e hace fa lta retom ar
to d o desde el com ie n zo ...” . Ese m ism o espanto fe liz, ese m is­
m o s e n tim ie n to de vo lu p tu o sa im p o te n c ia se m antienen. La
triv ia lid a d en segundo grado de H usserl no me parece des­
alentadora.

Si no hubiera anotado en el acto, p o r la noche, ese senti­


m ie n to , lo habría olvidado. Tales estados suponen una especie
de desvanecim iento de la realidad del m undo: salía de un sueño
al que sabía que volvería p o r la inercia de la cama, era esa vid a a
la deriva que no se aferraba a nada, pero que tam poco era afe­
rrada p o r nada. Es justam ente en la m edida en que están to ta l­
m ente fuera del m u ndo que desatendem os tales m om entos:
su in d ife re n cia , su soledad, su silencio no son objetos de aten­
c ió n , perm anecen com o si no estuvieran (lo m ism o sucede
con extensiones de m ontañas desiertas). Les a trib u im o s esa
in sig n ifica n cia , pero sólo los sentidos diurnos han desapareci­
do, com o vestirse, salir, arreglarse: es a llí donde reside su insig­
nificancia. Los sentidos del sueño tam poco están presentes, pero

247
G eo rge s B a ta ille

estos ú ltim o s no son más que los diurnos convertidos en ab­


surdos; su absurdidad atrae la atención, im p id e p e rc ib ir fin a l­
m ente la desnudez', ese inm enso objeto silencioso que se sus­
trae, se niega y, al sustraerse, deja ver que lo demás m entía.
A pesar del aspecto fe b ril de estas pocas páginas, ¿habrá
una m ente más p o s itiv a y más fría que la mía?

Q u ie ro aclarar lo que entiendo p o r soberanía. Es la ausen­


cia de pecado, aunque esto todavía resulte am biguo. D e fin e
recíprocam ente al pecado com o in c u m p lim ie n to de la a c ti­
tu d soberana.
Pero la soberanía no deja p o r ello de ser... el pecado.
N o , es el p o d e r de pecar sin tener la sensación de la m eta
frustrada, o es el in c u m p lim ie n to co n ve rtid o en la m eta.

D o y u n ejem plo paradójico . Si uno de m is am igos me


falla , se co m p o rta m al conm igo, la conciencia de m is propias
fallas m e resulta d ifíc ilm e n te tolerable: las repruebo com o
irrem ediables. Pero la soberanía está en juego en la am istad,
m i soberanía, es decir, la im p o s ib ilid a d en que habría estado
m i am igo de alcanzarm e con su in c u m p lim ie n to - s i yo m is­
m o no le hubiese fa lla d o . Es p o r haberle fa lla d o que se m an­
c illa m i soberanía. Pero m i am igo no supo que yo le había
fa lla d o . Si lo h u b ie ra sabido, su in c u m p lim ie n to no hubiese
m a n cilla d o la soberanía que le pertenece, habría p o d id o so­
p o rta rlo lúcidam ente .

Bergson veía en el m isticism o una p o s ib ilid a d de hablar


cuando la razón ya no tiene derecho a hacerlo. Es d ifíc il para
los filó so fo s re s is tir a la te n ta ció n de jugar, com o los niños.
N o obstante, si la filo s o fía se plantea, cosa que la ciencia evi­
ta, las cuestiones que la re lig ió n pretende resolver, ¿cómo o l-

248
E l no-saber

v id a r esos instantes, p o r raros que fueran, en que el hom bre


relig io so se calla?.

E n el exam en del pensam iento, siem pre nos alejam os del


m om ento decisivo (de la resolución) en que el pensam iento
fracasa, no com o u n gesto in e p to , sino p o r el co n tra rio com o
un c u m p lim ie n to que no puede ser superado; porque el pen­
sam iento ha evaluado la in e p titu d im p líc ita en el hecho de
aceptar el e je rcicio : ¡es u n servilism ol Los hom bres ru d im e n ­
tarios tenían razón en despreciar a quienes se rebajaban a pen­
sar; estos creyeron escapar a la verdad de ese desprecio debido
a una su p e rio rid a d efectiva, que se a trib u ía n en la m edida en
que la h u m a n id a d entera está co m p ro m e tid a en el ejercicio
del pensam iento: pero la superiorida d no queda reducida p o r
ello a una m ayor o m enor excelencia en una ocupación servil.
M ás bien una excelencia consum ada hace entrever que, sien­
do la soberanía la búsqueda fin a l del hom bre y del pensa­
m ie n to , el pensam iento resuelto es el que revela el servilism o
de to d o pensam iento: operación p o r la cual el pensam iento,
agotado, es a su vez la a n iq u ila c ió n del pensam iento. A sim is­
m o esta frase es d icha a fin de establecer el silencio que es su
supresión.
Es el sentido, o m e jo r d ich o , la ausencia de sentido de lo
que anoté la o tra noche.

Para p e rc ib ir el sentido de la novela, hay que ponerse en la


ventana y m ira r pasar a los desconocidos. P artiendo de la in d i­
ferencia p ro fu n d a p o r todos aquellos que no conocem os, es
la protesta más com pleta contra el rostro asum ido p o r el h o m ­
bre bajo la especie del transeúnte anónim o. E l desconocido es
o lvid a b le y en el personaje de la novela queda sobrentendida
la a firm a c ió n c o n tra ria , que p o r sí solo ese desconocido es el

249
G e o rg e s B a ta ille

m u n d o . Es sagrado, desde el m om ento en que le saco la más­


cara profa n a que lo d isim u la .

Im a g in o el cielo sin m í, sin D io s, sin nada general n i p a rti­


cular -n o es la nada. Para m í la nada es otra cosa. Es la negación
-d e m í m ism o o de D io s - sin que nunca hayan existido n i
D io s n i yo, sin que nunca haya existido nada (de o tro m odo la
nada no es más que una fa c ilid a d del juego filo s ó fic o ). H ablo
p o r el contrario de un deslizam iento de m i espíritu al que pro­
pongo la posibilidad de una to ta l desaparición de lo que es gene­
ral o particu la r (no siendo lo general más que un aspecto com ún
de las cosas particulares): resulta, no lo que el existencialism o
llam a un fondo sobre el cual se destacan..., sino en rig o r lo que se
le m ostraría a la h o rm ig a si se apartara de sí, cosa que no pue­
de hacer y que m i im a g in a ció n m e puede representar. E n el
o lv id o ilim ita d o , que a través de m i frase, en m í m ism o, es el
instante en la transparencia, no hay nada en efecto que pueda
darle u n sentido a m i frase, pero m i in d ife re n c ia (m i ser in d i­
ferente) descansa en una especie de resolución del ser, que es
no-saber, n o-cuestión , aun cuando en el p lano del discurso
haya esencialm ente una cuestión (en el sentido de que es com ­
pletam ente in in te lig ib le ), aunque p o r eso m ism o esencialmen­
te rem isió n , anonadam iento de la cuestión. T odo lo que so­
breviene és in d ife re n te -u n o no es más que u n pretexto, p o r
el re to rn o de la co m p le jid a d , para la dichosa, la onanista an­
gustia de la que hablé, para la angustia que es iro n ía , que es un
juego. Pero en el fo n d o , si nada sobreviene, ya n i siquiera hay
juego. N o hay más que negación de sentido, ta n consum ada
com o lo haga posible la persistencia -h a b itu a l— del interés
que tie n e n en m í todos los objetos de m i pensam iento.

250
E l no-saber

N o estoy solo. Si lo estuviera, hubiese p o d id o suponer


que en m í el hom bre es lo que creí saber, aunque en la m u lti­
p lic id a d in co n cilia b le de los pensam ientos a d m ití que sin una
barrera que m e protegiese de una a gitación sin sosiego, m i
p ro p io pensam iento se perdería. Pero no es en razón de m alos
m étodos, sino de una im p o te n cia de la m u ltitu d que es la
gran fuerza del hom bre, que todos nosotros no sabemos nada.
Agrego sin em bargo al ru m o r de to rm e n ta de la discordancia
de los espíritus esta sim ple a firm a c ió n -s im ila r a la caída al
suelo de u n com batiente h e rid o , ya agonizante, en m edio de
la b a ta lla -: “ Teníam os verdades lim itadas cuyo sentido y cuya
estructura eran válidos en un d o m in io dado. Pero a p a rtir de
a llí, siem pre hem os q uerido llegar más lejos, sin poder sopor­
ta r la idea de esa noche en la que ahora e n tro , que es lo ú n ico
deseable, ju n to a la cual el día es lo que la avaricia m ezquina
frente a la apertura del pensam iento” .

La m u ltitu d insatisfecha, que soy yo (¿algo m e p e rm itiría


salirm e de ella?, ¿no soy en todo semejante a ella?), es generosa,
es violenta, es ciega. Es una risa, un sollozo, un silencio que no
contiene nada, que espera y no conserva nada. Pues el ansia de
poseer había hecho de la in teligen cia lo c o n tra rio de una risa,
una pobreza con que ríen sin fin aquellos a quienes su loca
generosidad enriquece.

Podía d e c ir “ D io s es am or, no es más que am or” , “ D io s


no es” , “ D io s ha m u e rto ” , “yo soy D io s ” . La c o n d ic ió n rig u ­
rosa —rigurosa com o lo son el n a cim ie n to y la m uerte— era
b o rra r de antem ano, h u n d ir en un silencio soberano (con res­
pecto a m i frase, com parable a lo que el universo celeste es a la
tie rra ) lo insensato que había d ich o . D esgraciado aquel que
borrara a m edias o dejara la puerta entreabierta: el silencio del

251
G e o rg e s B a ta ille

hom bre g lo rio so , v ic to rio s o , exaltado y tran sfig u ra d o com o


u n sol, es el de la m uerte, en el que toda v o lu n ta d de resolver
el universo en una creación a la m edida de nuestros esfuerzos
se resuelve p o r sí m ism a, se disuelve a llí.

N o puedo expresar lo soberano que contiene el silencio al


que ingreso, inm ensam ente generoso y ausente, n i siquiera
decir: es agradable u odioso. Siem pre sería dem asiado e in su ­
ficie n te .

M i frase pre te n d ía suscitar el silencio a p a rtir de las pala­


bras, pero lo m ism o ocurre con el saber que se pierde en el
no-saber a m edida que se extiende. E l verdadero sabio, en el
sentido griego, u tiliz a la ciencia ta l com o es posible hacerlo
con m iras al m o m e n to en que cada n o c ió n será llevada al
p u n to donde aparecerá su lím ite -q u e es el más allá de toda
noción.
Es m i aporte: la honestid ad del no-saber, la re ducción del
saber a lo que es. Pero debe añadirse que p o r la co n cie n cia
de la noche, el despertar en la noche del no-saber, he conver­
tid o u n saber que sobrepasa deshonestam ente sus p o s ib ili­
dades con encadenam ientos azarosos, in ju s tific a d o s en su
base, en u n despertar renovado s in cesar, cada vez que la
re fle x ió n ya no puede ser co n tin u a d a (pues si c o n tin u a ra
reem plazaría el despertar p o r operaciones de d isce rn im ie n to
fundadas en fa lsifica cio n e s). E l despertar, p o r el c o n tra rio ,
restitu ye el elem ento soberano, es decir im penetrab le (inser­
tando el m om e n to del no-saber en la operación del saber le
re stitu yo al saber lo que le faltaba; un re co n o cim ie n to en el
despertar angustiado de lo que tengo que resolver com o h u ­
m ano, m ientras que los objetos de saber están subordinados).

252
E l no-saber

Siem pre, en tan to reflexionam os discursivam ente, estamos


en el lím ite del instante, donde el objeto de nuestro pensamiento
ya no es reducible al discurso y donde sólo tenemos que sentir
una punzada en el corazón - o bien cerrarnos ante lo que excede
al discurso. N o se trata de estados inefables: de todos los estados
por los que pasamos es posible hablar. Pero sigue habiendo un
punto que siem pre tiene el sentido - o más bien la ausencia de
s e n tid o - de la totalidad. Por eso una descripción, desde el punto
de vista del saber discursivo, es im perfecta si a través de ella el
pensam iento no se abre en el m om ento justo hacia el m ism o
punto donde se revela la to ta lid a d que es su aniquilación.

¿Hablaré de Dios?
P recisam ente m e niego a d e c ir una palabra sobre el in s ­
ta n te en que m e fa ltó el a lie n to . H a b la r de D io s sería u n ir
-d e sh o n e sta m e n te - aquello de lo que no puedo hablar salvo
p o r negación con la im p o sib le explicación de lo que es.

E n lo que escribo siem pre está la m ezcla de la aspiración al


silencio y de lo que habla en m í, reclam ando in cluso din e ro ;
p o r lo m enos las apropiaciones que de algún m odo m e e n ri­
quecen y que no todas pueden ser la negación de m í m ism o,
negación de m is intereses. ¿No es tris te acaso v in c u la r el p ro ­
p io interés con la negación del p ro p io interés?

n
U na de dos: o bien lo he d ich o tod o , y desde entonces sólo
tengo que v iv ir sin pensar (a m enudo im a g in o que es así, que
la transparencia no p o d ría ser más lím p id a , que v iv o en el

253
G e o rg e s B a ta ille

instante com o el ru id o que se d isipa en el a ire ...), o bien debo


v o lv e r a d e cir lo que he d ich o m al: de in m e d ia to es el to r­
m ento y la certeza no sólo de no poder d e c irlo m e jo r nunca,
sino de tra ic io n a rlo una vez más. Pero sin duda tengo razón
en no ceder a la te n ta ció n de u n sile n cio en el que habría
m ostrado m i im p o te n cia para expresarme en m edias palabras,
y con la inoce n cia que b rin d a una sensación de perfecta lim ­
pidez. Puedo d e cir h o y que el m enor pensam iento concedido
a m is proyectos, que existen a pesar de m í, m e supera y me
agobia. ¡Pero el instante! Siem pre es el d e lirio in fin ito ...

Lo cual supone u n cam po lib re . E xactam ente, si v iv o el


in sta n te sin el m enor cuidado p o r lo que p o d ría o c u rrir, sé
b ien que esa ausencia de cuidado me entorpece. D ebería ac­
tuar, prever las amenazas que to m a n fo rm a . Si to co el crista l
im p a lp a b le del instante, fa lto a m i deber con respecto a otros
instantes que seguirán si sobrevivo.

L o más d ifíc il: pienso en algo que digo en u n lib ro que me


cuesta u n esfuerzo agotador. D e n tro de la perspectiva de ese
lib ro , de in m e d ia to m i pensam iento m e parece in co m p a tib le
con ese esfuerzo que m e enferm a. Se refiere a la relación entre
la “apatía” de la que habla Sade y el estado teop á tico , ligado
en m i m e m o ria al nom bre de San Juan de la C ru z. N o lo g ro
extraer su verdadero aspecto sino a co n d ició n de sacarlo de un
encadenam iento riguroso (ta l vez no dem asiado, pues a fin de
cuentas estaba enferm o, el orden de los pensam ientos y su
expresión ordenada requerían una capacidad que no tenía).
N o es que u n encadenam iento sem ejante sea en sí u n error,
pero rechazo la fo rm a encadenada del pensam iento en el
m om e n to en que su o b je to me colm a.

254
E l no-saber

E l p rin c ip io de la m o ra l. E xisten dos fases en el tie m p o , la


prim era está necesariamente presidida p o r las reglas de la m oral
y se le a trib u ye n determ inados fines que no pueden referirse
más que a la segunda.

E l pensam iento de H egel se sublevó en un p u n to de su reco­


rrid o . Poco im p o rta que se haya despertado en ese p u n to (la
renuncia a la in d iv id u a lid a d , según creo). A parentem ente no
era el momento esperado: el escándalo no es la pérdida de la
in d iv id u a lid a d , sino en verdad el saber absoluto. N o p o r lo que
pueda haber de im perfecto en la presuposición de su carácter
absoluto, p o r el co n tra rio , su contenid o revela su equivalencia
con el no-saber. Si más allá de la búsqueda del saber llegáram os
al saber, al resultado, debemos apartarnos de él: no es lo que
buscábamos. La única respuesta no irris o ria es hay Dios, es lo
im pensable, una palabra, un m edio para o lv id a r la eterna au­
sencia de reposo, de satisfacción im p líc ita en la búsqueda que
somos. La incorrección del pensam iento que se concede el m o­
m ento de detención de la palabra D ios está en ver en su derrota
una resolución de las dificultades que ha encontrado. La derro­
ta del pensam iento es éxtasis (en potencia), es en efecto el sen­
tid o de lo que digo, pero el éxtasis sólo tiene un sentido para el
pensam iento: la derrota del pensam iento. Es cierto que hay
una tentación , a trib u irle al éxtasis un va lo r para el pensam ien­
to : si la diso lu ció n del pensam iento m e pone en éxtasis, extrae­
ré una enseñanza del éxtasis. D iría que lo que el éxtasis me ha
revelado im p o rta más que el contenid o de m i pensam iento
que m e parezca más pleno de sentido. Pero esto sólo significa:
el sinsentido tiene más sentido que el sentido.

Si la risa degrada al hom bre, tam bién la soberanía o lo sagra­


do lo degradan. Lo cual tiene además un sentido angustiante:

255
G e o rg e s B a ta ille

una vu lva de m u je r es soberana, es sagrada, pero tam bién es


rid ic u la y aquella que la m uestra se degrada.

U n proyecto requiere u n esfuerzo, que sólo es posible con


una c o n d ic ió n : satisfacer la vanidad a costa de u n deseo. La
van id a d existe en el n iv e l del proyecto que expone y del cual
es su reseña m oral. E l o rg u llo es a la vanidad lo que el instante
es al proyecto.

H u b ie ra debido decir que en la esencia de la escapatoria de


la m uerte está el que sea realizada, n o solam ente de m anera
re p e n tin a , sino ta m b ié n “ lograda” , com o si se tra ta ra de un
escamoteo tan perfecto que toda una sala estallara en aplausos
y clam ores: pienso en esos aplausos donde la exaltación —dado
que la belleza del escamoteo es inesperada y que supera en
m ucho lo p re v is ib le - es tan grande que deja al borde de las
lágrim as. (N o suele a d m itirse , pero no deja de ser cie rto que
se puede llo ra r ante lo que hace tam balear una sala con acla­
m aciones in suficiente s.) Por supuesto, si m uero soy a la vez el
que actúa y el que es actuado, lo que no presupone nada cog­
noscible en el hecho de que en el instante nada puede captar­
se: ya no hay en el instante u n yo que tenga conciencia, pues el
yo consciente de sí m ism o m ata el in stante re vistié n d o lo con
u n disfraz; el del fu tu ro que es el yo. Pero im aginem os que el
yo no m atara el instante, ¡en seguida el instante m ata al yol Por
eso nunca se da ta n perfectam ente el instante com o en la
m uerte, p o r eso sólo la m uerte le ofrece a una m u ltitu d de
angustiados seres vivos, aunque p rovisoriam ente seguros, su
apoteosis que q u ita el a lie n to .

256
E l no-saber

III

A l e n tra r en el no-saber, sé que b o rro las figuras en el cua­


dro som brío. Pero la oscuridad que cae así no es la a n iq u ila ­
ció n , n i siquiera la “noche donde todos los gatos son pardos” .
Es el goce de la noche. N o es más que la m uerte lenta, la
m uerte de la que es posible d is fru ta r, lentam ente. Y me doy
cuenta, en la le n titu d , que la m uerte actuando en m í no hacía
desaparecer solam ente m i saber, sino tam bién la p ro fu n d id a d
de m i alegría. N o m e doy cuenta sino para m o rir, sé que sin
esa a n iq u ila c ió n de to d o pensam iento m i pensam iento sería
ese parloteo servil, pero no conoceré m i ú ltim o pensam iento
porque es la m uerte del pensam iento. N o gozaré de m i lib e ­
ración y nunca habré dom inado nada: gozaré en el m om ento
en que esté lib re . ¡Pero nunca lo sabré! Para saberlo h ubiera
hecho fa lta que esa alegría que es la fu lg u ra c ió n de la alegría
no fuera la m uerte de m i alegría y de m i pensam iento. Pero
no es posible concebir la in m u n d ic ia en que me hu n d o , in ­
m u n d ic ia d iv in a y voluptuo sa, fre n te a to d o pensam iento y a
todo ese m u ndo que el pensam iento e d ificó, aun cuando cada
h o rro r representable esté cargado con la p o s ib ilid a d de m i
alegría. La m uerte del pensam iento es la voluptuosa orgía que
prepara la m uerte, la fiesta que la m uerte ofrece en su casa.

¿Pregunta sin respuesta? Q uizás. Pero la ausencia de res­


puesta es la m uerte de la pregunta. ¿Si no h u b ie ra nada que
saber? ¿Y si la v io la c ió n de la le y fuera, p o r detrás de la ley,
más que la ley, y el orig e n de to d o lo que amamos no dejara
de d e s tru ir el fun d a m e n to del pensam iento al ig u a l que le
pone fin al poder de la ley? H abiend o llegado al instante de la
re fle xió n que agoniza, a la caída de la noche, asistiendo a la

257
G eo rge s B a ta ille

m uerte que nos apresa, ¿cómo sostendríam os aún el p rin c i­


p io de que hu b o algo p o r saber que no llegam os a saber? Si yo
no m e h u b ie ra rebelado co n tra la ley, hubiese seguido sabien­
do lo que no sé. Tam poco sé si había algo que saber, pero ¿cómo
iría la risa rebelde que me invade hasta ese p u n to de la revuel­
ta donde ya no subsiste una adherencia que me devuelva al
m u n d o de la ley y del saber? Si no fuera para gozar de la ley y
del saber, de los que gozo cuando salgo de ellos.

¿No sería rid íc u lo ver una filo s o fía en estas proposiciones


agonizantes? Las he ordenado para conducirlas al p u n to en
que se disuelven y acaso no lo haya hecho peor que los filó s o ­
fos que las ordenan para confirm a rla s. Pero lo que digo se
resuelve en u n relato de esos instantes en que existe el h o rro r
y no el pensam iento: ¿el h o rro r, el éxtasis, el v ic io v o lu p tu o ­
so, la risa...? L o im p re visib le fin a lm e n te , si siem pre se trata de
perder pie.

¿Cóm o podría d e p rim irm e el rechazo a considerar el m u n ­


do y lo que yo m ism o soy com o una in e lu cta b le m edida y
com o una ley? N o acepto nada y no estoy satisfecho con nada.
V o y hacia el p o rv e n ir incognoscible. N o hay nada en m í que
yo haya p o d id o reconocer. M i jo v ia lid a d se basa en m i ig n o ­
rancia. Soy lo que soy: el ser se juega en m í m ism o, com o si
no existiera, y nunca es lo que era. O si soy lo que yo era, eso
que era no es lo que yo había sido. Ser nunca quiere decir
estar dado. N u n ca puedo p e rc ib ir en m í eso que es id e n tific a -
ble y d e fin id o , sino solam ente lo que surge en el seno del
universo in ju s tific a b le y que nunca es más ju s tific a b le que el
universo. N o hay nada m enos deprim ente. Soy en la m edida
en que rechazo ser eso que se puede d e fin ir. Soy en la m edida
en que m i ig n o ra n cia es desmesurada: en la depresión, caería

258
E l no-saber

en la clasifica ció n del m u n d o y me consideraría com o el ele­


m ento que sitú a su d e fin ic ió n . Pero, ¿qué anuncia en m í esta
fuerza que niega? N o anuncia nada.

259
F r e n t e a L a s c a u x , e l h o m b r e c iv il iz a d o
VUELVE A SER HOMBRE DE DESEO

Después de más de diez años, estamos lejos de haber reco­


nocido el alcance del descubrim iento de Lascaux. N o es preciso
decir que esas pinturas son bellas, que asom bran a quienes las
ven y que a través de ellas nos sentim os más cerca de los p rim e ­
ros hom bres. Pero justam ente estas fórm ulas nos desalientan.
Son frías y... sin em bargo podría resultar aparentem ente pre­
tencioso ha b la r con más a rd o r de las p in tu ra s de esa caverna.
Puesto que in cu m b e n a la ciencia y al deseo, ¿sería posible
ha b la r de ellas com o P roust habló de Verm eer o B re to n de
M a rc e l D ucham p? N o sólo es in có m o d o e xperim enta r ante
ellas un a rro b a m ie n to para recogernos en el cual - p o r el des­
orden de las v is ita s - carecemos de tie m p o , sino que los h is to ­
riadores nos co n m in a n a recordar siem pre m odestam ente lo
que esas apariciones fu e ro n para quienes las realizaron y, sin
q u ererlo, nos las dejaron.
La expectativa y el deseo de cazadores y carnívoros han dis­
puesto esas imágenes sobre las piedras; y la ingenu idad de la
m agia quiso que esos hermosos anim ales fuesen la prom esa de
la m atanza y del descuartizam iento. ¿H am bre de carne?... ¿Sin
duda? N o podem os pensar que los paleo-historiadores nos
engañan. D ebían d e fin ir el abism o que nos separa de esos
hom bres de los com ienzos. T u vieron que d e te rm in a r el senti-

260
Frente a Lascaux, ei hom bre civilizado vuelve a ser hom bre de deseo

do de esas figuras y decirnos en qué difie re n de los cuadros que


apreciam os. Estos son delante nuestro los espejos de un largo
sueño que la pasión prosigue en nosotros. E n vano buscaría­
m os nuestros sueños en estas figuras que respondieron a la in ­
c ita c ió n del ham bre com o a m enudo los sueños de los niños.
N o podem os se n tir en la caverna de Lascaux lo que nos d i­
suelve ante u n cuadro de Leonardo, y que hace que no tenga­
m os sino una n o ció n ú n ica del p in to r y del paisaje, el rostro
p in ta d o y la m irada que lo contem pla, noció n vaporosa y res­
baladiza, semejante a la diversidad disuelta del universo. Antes
que a Leonardo o las m iradas inmersas que se em briagan en sus
cuadros, esos cazadores de la D o rdoña habrían com prendido a
la casera de Sarlat, que com pra en la carnicería el trozo para su
alm uerzo. Su arte anim alista, aunque h á b il, era m u y sim ple y
no hay m undo menos ric o que el de las grandes bestias apeti­
tosas que pueblan esas paredes. Las p in tu ra s de Lascaux son
bellas y podem os asom brarnos p o r su estado de conserva­
ció n , pero no anuncian sino el deseo de com er de quienes las
h icie ro n , que las realizaban antes de la cacería, creyendo que la
posesión de la fig u ra garantizaba la del anim al representado.
A lo cual se opone el g rito de jú b ilo que p o r sí solo tiene la
fuerza de responder a la v is ió n que desde hace m ile n io s nos
espera en la caverna de Lascaux.
L o que nos arranca ese g rito es la ilu s ió n de que a través de
u n tie m p o tan extenso que la m ente no puede im aginar nada
más rem oto, reconozco a m i sem ejante... E n verdad, creo re­
conocerm e a m í m ism o, yo y el m u n d o m aravilloso ligado al
poder de soñar que me es com ún con el hom bre del fo n d o de
los tiem pos. Puedo desconfiar de una sensación que me en­
fre n ta con el ju ic io de los cie n tífico s. S in em bargo, ¿podré
abandonarla antes de que la ciencia, a la que le com pete dar
pruebas, no haya m ostrado claram ente su inconsistencia?

261
G e o rg e s B a ta ille

La o p in ió n según la cual los prim eros hom bres, próxim os


a los anim ales y agobiados p o r las durezas de la v id a m aterial,
habrían estado al n iv e l de los más toscos hom bres actuales,
sirve a m enudo para dar fe de la o b je tiv id a d de la h isto ria . La
ciencia estuvo p o r m ucho tie m p o ligada a la idea de un p ro ­
greso c o n tin u o que iría de la m era anim a lid a d al hom bre p r i­
m itiv o , salvaje todavía, y p o r ú ltim o al hom bre plenam ente
c iv iliz a d o , que somos nosotros.
D e todas maneras, no sabríamos nada esencial de Leonardo
si no conociésem os sus p in tu ra s. A sí no sería forzosam ente
más fá c il conocerlo que a los pin to re s de Lascaux; al menos
no podem os establecer entre am bos casos más que una d ife ­
rencia de grado. N o q u ie ro d e cir que la com u n ica ció n que
nos lle g a de u n lu g a r ta n p ro fu n d a m e n te re m o to com o
Lascaux tenga la m ism a fuerza que si proviniese de un tiem po
mas cercano. Pero no está claro: las p in tu ra s de la caverna
te n d ría n p o r sí m ism as un gran poder si no estuviéram os
in tim id a d o s p o r el m andato que recibim os de reducirlas a
una obra de m agia, en el sentido p rá ctico , u tilita rio , en el
sentido lla n o de ese té rm in o p o ético. Los historiadores más
prudentes lo adm iten: el sentido que le a trib u ye n a sus figuras
no quiere d e cir que los p in to re s de Lascaux no hayan realiza­
do obras de arte, sin haber te n id o la in te n c ió n de hacerlo.
Pero p a ra nosotros, ¿qué quiere decir la obra de arte que, sin
estarnos destinada, tam poco estaba destinada com o obra de
arte para quienes desearon ejecutarla?
Las figuras más torpes hubieran bastado para la eficacia de
la la b o r m ágica. A l m enos si esta no se m ezclaba con una
in te n c ió n que ib a más allá ... N o obstante, u n v a lo r c o m u n i­
cativo excesivam ente fu e rte pudo responder, más allá de la
pu ra fin a lid a d m ágica, a la pasión com ún del p in to r y de to ­
dos aquellos que esperaban su obra. N ada más m isterioso que

262
Frente a Lascaux, el hom bre civilizado vuelve a ser hom bre de deseo

tales valores, al igual que la perturbación que emana de la v io ­


lencia de un tam -tam que afecta incluso a los hom bres blancos.
Tam poco nada menos in in te lig ib le . En ese plano (aunque sola­
m ente d e n tro de esos lím ite s ), la ciencia fin a lm e n te se calla.
Todavía puede hablarnos de las form as que acom pañan nues­
tras im presiones, de las condiciones o circunstancias que se
relacionan con ellas: se le escapa la im p re sió n en sí m ism a,
que nos vem os reducidos a de scrib ir reproducie ndo directa­
m ente su causa (la p in tu ra ) o, m u y torpem ente, buscando en
el orden de las palabras o de los sonidos unas fuentes de im ­
presiones que la sugieran.
E l m alestar que nos paraliza y nos deja fin a lm e n te , ante las
figuras de Lascaux, u n se n tim ie n to d é b il y decepcionado pa­
rece c o n tra d ic to rio con la fuerza de la im p re sió n experim en­
tada. Lo que nos in c ita , pasado el p rim e r m om ento, a ver en
esas p in tu ra s u n m u n d o que sólo tiene el sentido desdichado
de la necesidad, o bien im penetrab le para nosotros debido a
la im p o te n cia en que estamos para h a lla r una respuesta com ­
pleta a nuestro deseo en un m undo anim al... Para nosotros no
es más que u n m undo inco m p le to ... Las condiciones y las c ir­
cunstancias ligadas a nuestras im presiones más fuertes nunca
nos encierran en esa p ro fu n d id a d anim al. Desde m uy jóvenes
aprendim os a ver en el anim al lo que le fa lta , y en la palabra
bestia que lo designaba a aquellos de nosotros cuya escasa razón
nos daba vergüenza. E l encuentro al que nos convocan, sin sa­
berlo, unos cazadores desde el fo n d o de los tiem pos, en una
caverna de la D ordoña, podría decepcionarnos si no percibié­
ram os con rapidez, en las pruebas que nos im pone, una m a­
nera de liberarnos. Tenemos que liberarnos de la estupidez to ­
talm ente hum ana que nos im pedía encontrarnos y establecer
entre lo más sim ple y lo más com plejo -d e l hom bre más
an tig u o al más re c ie n te - el contacto más seductor. D ado que

26 3
G e o rg e s B a ta ille

una s im ilitu d p ro fu n d a nos acerca a pesar de to d o a nuestros


p rim eros ancestros, bastaría fin a lm e n te con separarnos m e­
d ia n te la re fle x ió n más íntegra y más precisa de la construc­
c ió n re fle xiva que nos aleja de esos hom bres a quienes los
anim ales les parecían fraternales y que, nos lo dice la ciencia,
no m ataron sin re m o rd im ie n to s a aquellos de los que debie­
ro n alim entarse. Lascaux nos propone, en suma, no negar más
lo que somos. D enigram os la anim alidad que a través del ho m ­
bre de esas oscuras cavernas, el cual disfrazaba su hum anida d
bajo máscaras de anim ales, no hem os dejado de prolongar.
N o podem os dejar de ser hom bres, y no podríam os re n u n ­
cia r a una razón que p o r o tra parte sólo conoce el lím ite de la
razón. Pero al ig u a l que nuestros ancestros tenían vergüenza
de m atar a los que am aban - y que debían m a ta r- podrem os
sentir, en la caverna de Lascaux, la vergüenza de estar som eti­
dos p o r la razón a los trabajos que debemos proseguir a toda
costa. E ntonces el g rito de jú b ilo del que hablé, vu e lto más
extraño y com o estrangulado, sería ta m b ié n más alegre.

264
A f o r is m o s

A pelo a to d o lo im previsto y al tu m u lto indiscernible de la


vida, apelo a esas risas que detienen, aunque en el fondo nunca
la detengan, la brusca llegada de un intruso... Iba a hablar de m i
im p otencia —de ese deseo que m e llenaba de angustia—y aho­
ra... ya no siento esa im potencia... A q u í estoy, calm ado, in d ife ­
rente, ya no actúa la in fa n til s im p licid a d de la angustia, ya no
estoy en la intem perie adonde me había arrojado la idea de
todo el tie m p o que todavía me separa del instante en que m i
deseo se saciará. M e cuesta superar la inercia que me invade, esa
fe licid a d ta citu rn a , in m ó v il... ¿Me cuesta? ¿Tal vez no mucho?
¿Y el instante? ¿Cómo pasar de la indiferencia profu n d a al m o­
m ento de una fe licidad “que se canta” , que me desbordará y me
ahogará? ¿Cómo pasaré de m i suave dignidad, cuyos ojos están
privados de in te n c ió n , al sentim iento de esa noche colm ada de
riquezas y de desnudez que invoca el deseo de m orir? Lo sé, y
sin cesar m e lo recuerdan los m ovim ientos patéticos de las ar­
tes, el objeto de m i espera no es la paz, sino ese inm enso d e lirio
del universo que se mezcla con el la tid o de m i corazón -q u e
me pide que form e parte de él.
Si no fuera p o r el u m b ra l de la'm u erte y ese re flu jo de las
aguas que aparentem ente u n h o rro r a lo ilim ita d o levanta en
las ansias del rechazo, si no fuera p o r m i te rro r a la idea de dar

265
G eo rge s B a ta ille

ese paso, me parecería al oleaje form ándose, hundiéndose en


la p ro fu n d id a d líq u id a . Pero la m uerte m e asusta y m e quedo
sentado a co n te m p la rla , sentado com o lo están quienes opo­
nen a la belleza cegadora de este m undo la precisión tie rn a de
las palabras. La mesa, el papel, el siniestro d iq u e de la m uerte
alinean las sílabas de m i nom bre. Esta mesa y este papel —que
me destinan a la desaparición- me hacen sentir m al (más exac­
tam ente, m e dan náuseas), y sin em bargo las palabras que
puedo escribir a llí evocan aquello que, haciéndom e sentir m al,
m e devolvería a la fle x ib le v io le n c ia del v ie n to , llevándose
para siem pre este papel y las palabras que escribo en él.

266
S a d e , 1 7 4 0 -1 8 1 4

A m enudo m e parece - la m ayoría de las veces— que los


personajes reales nunca hacen más que prestarles su carne y la
v iru le n c ia de sus tem peram entos a unas posibilidades que su­
peran lo que verdaderam ente son. Por eso nunca deberíam os
hablar de ellos aisladam ente, sino al m ism o tie m p o que de
los seres im aginarios que conciben la m ito lo g ía o la fic c ió n .
Sade no es solam ente el hom bre excepcional que exhum ó
antes que nadie M aurice H eine: más allá del espanto enferm i­
zo que acom paña su m em oria, Sade es ta m b ié n un pensa­
m ie n to , si no del pueblo, de la m u ltitu d , y fue más o menos
el m ism o pensam iento que hacia la m ism a época in s p iró la
m úsica de M o za rt, bajo el aspecto de D on G iovanni. Es cierto
que en este caso la fic c ió n perm anece más acá de la vida. Pero
la verdad y la fantasía se conjugan y la a m p litu d de una o de la
o tra sin duda no puede agotar la excesiva riqueza de lo posible.
N ada se acerca sin embargo a los recursos de crueldad que Sade
extrajo de una in v o lu n ta ria e in te rm in a b le m editación en la
soledad de la p risió n : ju n to a ella, la siniestra astucia de D o n
Juan parece leve. Esa áspera sed de asesinato voluptuoso, que
tensa los nervios y le otorga al placer silencioso del ser una cris-
pación enloquecidam ente d iv in a y tenebrosa, sin duda alguna
responde a la expectativa en p rin c ip io tím id a , angustiada, y

267
G e o rg e s B a ta ille

luego sin tra n sició n desenfrenada, y siem pre, en el fu ro r, des­


pedazando lo posible, que es la sensualidad de los hom bres y
de las m ujeres. ¿Cóm o no ver fin a lm e n te lo ilim ita d o en ese
desorden que sobreviene y que le exige súbita y soberanamente
a cualquie ra que acceda al reverso de lo que siem pre quiso,
que desnude lo que cubría, que estrangule y destroce lo que
acariciaba? N a d ie antes de Sade había evaluado con sangre
fría , aviesam ente, lo que o c u lta nuestro corazón y que hace
que los lím ite s , todos los lím ite s , sean sobrepasados. Pues
todos, p o r diferentes que seamos, estamos hechos del m ism o
m aterial: la m ism a im agen de horroroso derrum be obsesiona
al m o n je que cierra su celda a la te n ta ció n y al insano en la
soledad del crim en, atib o rra d o de fúnebre placer. O tros hom ­
bres son frív o lo s o tie rn o s y se contenta n con una v o lu p tu o ­
sidad agradable, otros in clu so responden con in d ife re n c ia al
v é rtig o que les ofrece el ju e g o de las pasiones. Pero la v id a ,
la v id a innum erab le no se detiene hasta no haber tocado,
más allá de lo posible, lo im posible. Q uizás u n hom bre entre
m il no zozobre en el h o rrib le deseo de lo im posible, pero a
veces... y desde entonces, cuando llegue dem asiado lejos, ya
no bastará con d e cir sencillam ente que h izo m al, que debió
detenerse a tie m p o .
N a d ie p o d ría co n tra d e cir que la ju s tic ia hum ana m uestra
su d e b ilid a d al condenarlo y a trib u irle la culpa -a u n q u e sin
em bargo sepa que la v id a asume la culpa en el condenado,
que la asume sin poder dejar de asum irla n i p o r u n instante—
e in clu so es necesario agregar que la sanción inexorable de las
leyes elude el crim e n en sí m ism o (ya no sería crim en, sino
solamente inocencia a n im a l). Pues sin las leyes que lo conde­
nan, el crim e n acaso sería lo im posible, pero no se lo conside­
raría así. Y el a lucinad o p o r lo im po sib le quiere tam bién que
el o b je to de su obsesión sea verdaderam ente im po sib le . Tal

268
Sade, 1740-1814

vez la sociedad no sea entonces la que castiga. A m enudo el


m ism o c rim in a l quiere que la m uerte responda al crim en,
que le aplique fin a lm e n te la sanción sin la cual el crim en sería
posible, en lugar de ser lo que es, lo que el c rim in a l anhela.
Vale decir, la vid a de los hom bres es siem pre un diálogo
entre lo posible y lo im p o sib le . Cada uno de nosotros, cuan­
do puede, se atiene a lo posible: se detiene en el m om ento en
que la certeza se está fo rm a n d o . Lo posible entonces se re tira
y lo im p o sib le com ienza. Pero cada uno de nosotros no somos
todos-, el m o v im ie n to que nos lleva de lo posible a lo im p o s i­
ble, y luego de lo im p o sib le a lo posible, sólo se efectúa en
algunos. La m ayoría, evidentem ente, no llega al fo n d o , pero
no es posible hacer que nadie lo haga. Se in ic ia así el inacaba­
ble diálogo entre el que se atreve y los que no se atreven; estos
ú ltim o s se enfrentan a su vez en dos coros, que en ocasiones
se confund en: el p rim e ro fascinado p o r el h o rro r, el segundo
execrando el crim e n con fu ria . Pero nunca es tan riguroso el
o d io com o para que la m u ltitu d expectante —y ambos co ro s-
no perm anezca suspendida de los labios del culpable que se
atrevió. Es fá c il d e cir - y si es preciso, ta m b ié n c a n ta r- que en
sus m ism os p rin c ip io s D o n Juan o Sade son horrorosos. Pero
se hace silencio cuando a su vez hablan o cantan: porque anun­
cian lo que habíam os creído im posible de pensar. ¡Desafían el
cielo, niegan! N u e stro o ído queda golpeado para siem pre al
escuchar, repitiéndose, el “ N o ” de D o n Juan...
¿Qué pueden hacer en efecto nuestros furores y nuestra po­
tencia? ¿Qué significa nuestra tra n q u ilid a d cuando com proba­
m os la fra g ilid a d y el e rro r de sus designios al condenarlos?
D ecididam ente, su prodigiosa despreocupación nos asombra,
nos hace ver en ellos lo que seríamos si las preocupaciones no
nos hubiesen hecho bajar la cabeza. V iv im o s agobiados bajo el
peso de la preocupación que sentim os p o r nosotros y p o r los

26 9
G e o rg e s B a ta ille

demás: ellos no se preocupan p o r los demás n i p o r ellos m is­


mos. A sí vivim o s deslum brados p o r embriagueces y saltos que
nuestra pesadez nos prohibe. Si adm itiéram os que ellos viven
según sus caprichos y que se desenfrenan librem ente, de inm e­
d ia to podría derrum barse el precario refugio que edificaron
nuestros tem ores y nuestra p a cie n cia -d e l que nosotros depen­
demos y del que ellos sacan provecho: un orden, una tra n q u ili­
dad son necesarios para las obras que nos crean, sin las cuales no
existiríam os. Pero cóm o, som etiéndonos -s e ria m e n te - a esas
condiciones h u m illa n te s, podríam os siquiera esperar los en­
cantos de la sensualidad que la p a rtitu ra de M o z a rt expresa
con tanta fuerza, que justam ente las lleva a su pináculo, la catás­
tro fe , donde el coro elogia la ju s tic ia y abrum a a la víctim a.
E b rio de cruel voluptuo sidad, en apariencia ajeno a toda
duda, D o n Juan elude p o r su parte el diálogo. Apenas si el
C om endador y los torm entos del in fie rn o tienen el poder de
arrancarlo p o r un instante del placer y extraer de su embeleso
algunas palabras, donde la esencial es “ ¡N o!” . ¿Ese increíble “ N o ”
frente al D io s del terror? Pero Sade, que sin duda habría escu­
chado tem blando de alegría ese “ ¡N o!” que es la cúspide, supo
que su p ro p ia vid a era y no podía ser más que un diálogo que
opone lo posible y lo im posible. Se conoce a sí m ism o. Le fue
dado u n in te rm in a b le silencio para conocerse. Y cuando en la
B astilla, de la que no esperaba salir tras diez años de encarcela­
m ie n to sin ju ic io , se describió bajo los rasgos de F ranval,1llegó
a decir: “A sí era su clase de tem peram ento: vengativo, tu rb u ­
le n to , im petuoso cuando se lo inquietaba; ansiando su tra n ­
q u ilid a d a cualquie r precio y echando m ano torpem ente para
lograrlo de los m edios más capaces de hacérsela perder otra vez.
¿Y sí llegaba a obtenerla? Em pleaba todas sus facultades m ora­
les y físicas nada más que para hacer daño...” . E l Sade real se

1 Eugénie de Franval, en Los crímenes del am or (Jean-Jacques Pauvert, 1953), p. 161.

270
Sade, 1740-1814

diferencia en efecto del D o n Juan de la fábula en que reconoció


lo posible y sus condiciones. Su carácter tu rb u le n to y vo lu p ­
tuoso le im p id ió c u m p lirlo hasta el fin a l, pero incesantem ente
rehizo el proyecto de ordenar su vida. Ese pasaje de Eugénie de
F ra n v a les además la única clave para sus hum ores contradicto­
rios, en apariencia inconciliables, y que hacen tan vividas sus
cartas (sobre todo las que sólo se han editado recientem ente).
C uán d ifíc il es darle un sentido claro a tantas exigencias p ro ­
fundas, donde la destrucción requiere la tra n q u ilid a d previa,
donde la tra n q u ilid a d sin em bargo no aparece nunca sino con
m iras a ser destruida de inm ediato. C iertam ente es d ifíc il... pues
nada es más c o n tra rio al ritm o h a bitua l de la vida, pero es im ­
portante si la irresistible seducción del placer se refiere a lo inac­
cesible y si el placer es ta n to más fuerte cuando su objeto se nos
escapa. L o cual tiene, desde un p rin c ip io , dos aspectos: el pla­
cer, que cuando es m enor nos parece v il, sin em bargo se acerca
al va lo r en sentido p ro fu n d o cuando ya no se lig a a la ventaja
egoísta; y el valor depende tan to de la aniquila ció n del ser com o
del ser. D ic h o de o tro m odo, el ser no está com pletam ente
dado en sí m ism o, m ediante la p le n itu d y la generosidad del
placer, sino cuando abandona lo posible po r lo im posible, en la
despreocupación.
Si no supiéram os que en el fo n d o es así, ¿por qué queda­
ríam os suspendidos, com o exorbitados m oralm ente, cuando
vem os a D o n Juan m o rir fu lm in a d o en escena? Esa m uerte es
el gran m o m e n to de la vid a , donde la a u te n ticid a d del placer
se fu n d a en lo im p o sib le que ha alcanzado. A sim ism o debe­
m os agradecerle a Sade que nunca lo confund a con el espar­
cim ie n to , al hacer de la voluptuosidad la única verdad y la única
m edida. Para él la v o lu p tu o s id a d es la parte del hom bre que
ha traspasado los lím ite s de lo posible. E n apariencia, el hom ­
bre puede asegurarse la fe licid a d , la tra n q u ilid a d , pero a p a rtir
G e o rg e s B a ta ille

de ese m o m e n to se tra ta de insolencia, de provocación. Y esa


fe lic id a d , esa prosperidad no les im p o rta , sino porque to rn a n
más flagrante el desafío. Recordem os que Franval, una vez
alcanzada la tra n q u ilid a d , sólo pensaba en alterarla. Pues en la
senda de lo im p o sib le , lo que ante to d o resulta im p o sib le es
detenerse. La grandeza de Sade consiste en haber com prendi­
do que el placer suponía, exigía, la negación de lo que consti­
tuye lo posible de la vida, y que era ta n to más fu e rte cuanto
más v io le n ta era la negación y se d irig ía a los objetos que
encarnaban con m ayor encanto lo posible de la vida.
Lo que en este p la n o nos engaña -q u e responde a la irre ­
sistib le necesidad que tu vo Sade de desafiar al género hum a­
no en su c o n ju n to - es la ehatura aparente de los cálculos
sobre los cuales establece su sistem a. N o hay o tro interés,
nos dice, que el placer... O lv id a casi v o lu n ta ria m e n te que la
base de esos cálculos es la despreocupación. Q u ie n atiende al
interés vela para hacer perdurable la p o s ib ilid a d de su placer.
Sade tu v o ta n ta despreocupación que nu n ca in te n tó , de
m anera consecuente, darles coherencia a los d iferentes cál­
culos de su egoísm o. F in a lm e n te , la despreocupación es el
ú n ic o s e n tid o de u n discurso que no d e riva de la v o lu n ta d
de persuadir, sino de desafiar; despreocupación a la cual le
d io el alcance decisivo de p re s id ir la elección de lo im p o s i­
ble, el rechazo de to d o lo p o sible.
N o so tro s v ivim o s en lo posible, a lo que nos ata la grave­
dad. Pero en u n p u n to no puede sorprendernos p e rc ib ir que
se le dé curso, con vio le n cia , al pensam iento que surge de la
exigencia opuesta del desafío.

272
M ás a l l á d e la s e r ie d a d

H a b lo de la fe licid a d . Pero p o r el m om ento no es más que


u n deseo, y el deseo concebido m e separa de su obje to . E scri­
bo, y no to le ro una d iferencia entre lo que seré cuando te rm i­
ne el tra b a jo y yo que ahora pretendo realizarlo. E scribo de­
seando que m e lean: pero el tie m p o me separa del m om ento
en que seré leído. Cadena sin fin : si fuera le íd o com o preten­
do serlo y si el deseo de leerm e respondiera al que tengo de
escribir, ¿cuánto s u friría el le c to r p o r la d iferencia entre aquel
que será tras haberm e le íd o y este al que p e rtu rb a u n oscuro
presentim iento? A l c o n tra rio , leemos algunos lib ro s con cier­
to te m o r de que una vez llegados al fin a l, tengam os que aban­
donarlos...
Pero en el lib ro que nos deja y del cual sólo nos separamos
con pesar, nada se ha d ic h o de la fe lic id a d , sino únicam ente
de la esperanza de fe licid a d . O acaso sólo la esperanza (la espe­
ranza es siem pre u n m iedo a no alcanzar, la esperanza es el
deseo pero abierto al m ie d o ), sólo la esperanza hace visib le
a llí la fe lic id a d .
Q uería expresar m i im p o te n cia ligada al deseo que m e agi­
ta o se traduce, cuando estoy in m ó v il, en u n poco de angus­
tia . Pero ya no tengo esa sensación de im potencia. Soy in d ife ­
rente, la in fa n til s im p lic id a d del deseo ya no actúa. H e salido

273
G e o rg e s B a ta ille

del desamparo en que me había sum ido la idea de todo el tie m ­


po que me aleja del m om ento en que m i deseo se cum plirá.
Sé que antes de cierta fecha yo no había nacido, pero hace
m ucho tie m p o que nací. Soy y no soy, y si dejo de ver en
to rn o a m í el papel, la mesa, si veo la nube desgarrada p o r el
v ie n to , esas palabras no están a la a ltu ra de las nubes sino
cuando escribo: “ Las nubes y el v ie n to m e niegan” ; o bien:
“ E n el m o vim ie n to que me disuelve, a p a rtir de ahora soy lo
que era antes (antes de haber nacido) o lo que seré (después de
m i m u e rte )” . N o queda nada de ese juego, n i siquiera una ne­
gación de m í m ism o que el vie n to se lleva lejos. Veo el m undo
a través de la ventana de m i m uerte, p o r eso no puedo co n fu n ­
d irlo con la silla en la que estoy sentado. D e o tro m odo no
sabría que me derriba en el m o vim ie n to que m e subleva, grita­
ría sin saber que nunca nada cruzó este m u ro de silencio.
Usam os com o excusa la desigualdad de los hom bres entre
sí, las significaciones m u y diversas de unos y otros y los v ín ­
culos afectivos que están relacionados con ellas. N o es menos
extraño ver esa com pleta d ife re n cia entre las personas y las
moscas que vuelve to d o pensam iento una com edia. U na de
dos: o b ie n la m uerte de u n hom bre tiene el m ism o alcance
que la de o tro , y en ta l caso no tiene más alcance que la de una
m osca; o b ien ese hom bre, cuando m uere, es irreem plazable
para quienes lo am an: entonces cuentan algunas consecuen­
cias pa rticu la re s, no la m uerte de u n hom bre p o r sí m ism a,
del sem ejante de quienes sobreviven. E n verdad, los hom bres
pasan de un cuadro a o tro para darles a sus m uertes esa m ag­
n ific e n c ia descarada que no es más que la m agnificencia de su
espanto.
Si dejo que la desgracia hable en m í, me sustrae hasta el
in fin ito la fiesta d e fin id a de la lu z. Pero la fe lic id a d , que me
sustrae a los horrores de la esperanza, me entrega a la d e licia

274
Más allá de la seriedad

del m iedo. Es decir que la suerte - y sólo la su e rte - me con­


vie rte en lo que soy: se a trib u ye en m is hastíos toda la grave­
dad de la ley, y cuando me es favorable, ella vive conm igo m is
desórdenes felices.
E n la gravedad profesoral, e in cluso más sencillam ente en
la re fle x ió n p ro fu n d a , la desventura tiene siem pre el m ayor
peso: algo em pobrecido, tedioso. La vid a es som etida a la
a lte rn a tiv a de la suerte y el in fo rtu n io , pero es p ro p io de la
suerte que no pueda ser tom ada en serio. U na joven y herm osa
m u je r seducida, pero lo que ella es no tiene sentido en la filo ­
sofía p ro fu n d a ... Siem pre la in te n sid a d del deseo es el efecto
de la excepción, la sensualidad es un lu jo , una suerte, y la
suerte nunca tiene p ro fu n d id a d : es sin duda la razón p o r la
cual los filó so fo s la ig n o ra n . Su a u té n tico d o m in io es la des­
gracia, en las antípodas de la com pleta ausencia de desgracia
que es el universo.
E n la m edida en que consigna la to ta lid a d de la experiencia,
H egel escapa a la reducción de la desgracia. La Fenomenología
del espíritu tiene en cuenta el goce [Genuss). Pero ilógicam ente
la Fenomenología le otorga el va lo r d e fin itiv o a la seriedad de la
desgracia y a la ausencia de juego. N o creo que H egel fuera
plenam ente el ateo que ve en él Alexandre K ojéve.1H egel hace
del universo una cosa, una cosa hum ana, lo vuelve D ios (en el
sentido de que en D io s la inm anencia o el carácter sagrado del
universo se adjudica la trascendencia de un objeto, de un obje­
to ú til). H egel no captó en nuestro acabam iento una inhum a­
n id a d singular, la ausencia de toda seriedad del hom bre al fin
liberado de las consecuencias que tienen las tareas serviles, ya sin
tener que to m a r en serio esas tareas, ya sin tener que tom ar en
serio nada.

1 K ojéve no deja p o r e llo de ten er razón. Es im p o s ib le no ver en H egel una


re so lu ció n , u n a con versión en o tra cosa, un a negación de D io s.

27 5
G e o rg e s B a ta ille

Pero al ig u a l que la seriedad de las intenciones u n ió el pen­


sam iento hum ano a la desgracia y lo opuso a la suerte, del
m ism o m odo la ausencia de seriedad supone la suerte del que
juega. La exige penosam ente puesto que u n desdichado no
podría jugar, al ser la desgracia ineluctablem ente sería.
E n u n com ienzo no lo había p e rc ib id o , pero la desgracia
fin a lm e n te , en la in d ife re n c ia ante la desgracia, alcanza esa fe­
lic id a d perfecta de la cual la fe lic id a d com ún todavía nos se­
para: la alcanza en el co lm o de lo incon ce b ib le con la m uerte,
y su im agen más exacta es la sonrisa ingenua, que es el signo
de la fe lic id a d . E n u n p u n to del pensam iento, que no d ifie re
m enos d e l pensam iento a rtic u la d o de lo que la in e rcia del
m atadero d ifie re de la vid a , donde ya no hay nada que no sea
despedazado, ya no hay nada que no sea lo c o n tra rio de lo
que es. Lo que sucede entonces, en cu a lq u ie r sentido que se le
dé, ya no d ifie re de lo que no sucede, lo que es, era, será sin que
nada suceda.
¡Pero en el pensam iento de H egel ese desorden es u n o r­
den o c u lto , esa noche es la máscara del día!
E l desorden de m i pensam iento, aquello que tiene de
irre d u c tib le a una v is ió n clara, no d is im u la nada. Es cierto
que el g rito desgarrado que lo anuncia es ta m b ié n el silencio,
si así lo q u ie ro . Pero fin a lm e n te protesto, previendo la v o lu n ­
tad de re d u c ir a un estado de in te le cció n ese silencio irrita n te
o ese g rito in a u d ib le que esconde en m í cada p o s ib ilid a d con­
cebible: es eso, es lo ú n ico que o c u lta m i escritura. Pienso en
el cansancio que rige los m eandros del pensam iento, oigo un
¡firm es!q u e nada ju s tific a , que m e exige un coraje que no des­
em bocará en el sueño sino a c o n d ic ió n de haber considerado
p o r u n in s ta n te que el sueño era im p o sib le —¡para siem pre!
E voco lo que no sucede, lo que es, era, será sin que nada
suceda. L o evoco, pero estoy hecho de esa m ateria, de esos

276
M ás allá de la seriedad

m ú ltip le s no opuestos a lo que sucede, de esos no entretejidos


con sí. A p e lo a lo que no sucede, p id o ser abandonado p o r lo
que sucede, de m odo que ya no tenga nada para decir, n i sí, n i
no, apenas entonces si tengo fuerzas para escribir.
Si escribo, esa es m i d é b il, im p o te n te protesta co n tra el
hecho de que al e scrib ir no puedo considerar nada, salvo lo
que sucede, que para ser ta l necesita suceder.
¿Podré decir alguna vez una palabra sobre lo que no sucede,
que en m i m ente se asemejaría de m anera m iserable a la m uer­
te, si p udiera im aginarse en ese plano una no-m uertéí Pero las
palabras, p o r unos bruscos saltos con que niegan su andar de
palabras, con que se adhieren a todas las negaciones posibles de
las fatalidades inherentes a la a firm ación, p o r un suicid io de
to d o lo posible que designan, ¿no pueden las palabras develar,
en la cúspide, lo que las m ism as palabras sum en en la noche?
Sí, cuando en la brecha donde me arroja el cansancio de las
palabras yo no deje de de n u n cia r a la vez la brecha y el hecho
de que fu i arrojado en ella.
Por supuesto que quise co m u n ica r el estado en que me
deja una in d ife re n cia a la com unicación, que prolonga un de­
seo de co m u n ica r que nada p o d ría satisfacer.
Desde la perspectiva en que m i pensam iento ya no es en
m í más que la tristeza donde m e h u n d o , donde no hay nada
que no sea consum ido p o r la obsesión de descubrir el reverso
del pensam iento, me acuerdo de los juegos que m e cautiva­
ban: la belleza y la re lig ió n , el v ic io , el am or desenfrenado, el
éxtasis, la risa...
¿No era ya la m ism a avidez de negar y a b o lir lo que me
separa de eso, que no es nada, que es la negación, el reverso de
la seriedad del pensam iento?
¿Q uién se atrevería a expresar la volu p tu o sid a d de poner al
revés?

277
G e o rg e s B a ta ille

Sólo el silencio es más vo lu p tu o so —más perverso—, lo que


la v o lu p tu o s id a d flagrante no puede sino anunciar. E l pleno
sile n cio , y fin a lm e n te el o lv id o .
C uando consideram os lo que sucede, to d o lo que sucede se
vuelve so lid a rio , es d ifíc il apreciar u no de sus elem entos y
desentenderse del resto. Pero es lo que hacem os, lo que no
podem os dejar de hacer.
Si cada cosa que sucede es so lid a ria con el resto, todo lo
que sucede está adherido. T am bién lo estamos desde el p rin c i­
p io en la ceguera anim al. Lo que sucede es p o r ejem plo el
elefante, la fu ria , la em bestida desastrosa de u n gran núm ero
de elefantes, una confusión inextricable. Lo que sucede nunca
concuerda con el universo. E l universo, visto com o to ta lid a d ,
no sucede. E l universo es lo que no sucede. H egel prete n d ió
pasar de lo que sucede a lo que no sucede, de lo p a rtic u la r a lo
universal. L o que supone recuperar las relaciones de in te rd e ­
pendencia de todas las cosas entre sí, que suceden y al suceder
se separan de las otras cosas que suceden.
E l universo, que no sucede, no puede ser d e struido. Pero
las galaxias, las estrellas, los planetas, que suceden, pueden ser
destruidos. Lo que no sucede no es el espacio. Lo que sucede es
“algo” y puede ser determ inado, tam bién el espacio puede ser
dete rm in a d o . Lo que no sucede no es “nada” de esto: no es
“algo” . Tam poco es D ios. D e alguna m anera D io s es lo que no
sucede pero b ie n d eterm inad o, com o si lo que no sucede h u ­
biera sucedido. (E n cierto m odo ese atascam iento inconm en­
surable, ese solem ne deseo de ju s tic ia debía suceder, y es un
aspecto, el más a g lu tin a n te , de lo que sucede.)
D e lo que no sucede no podem os d e cir una palabra, si no
que la to ta lid a d de lo que es no sucede. N o estamos ante lo
que no sucede com o ante D io s . N o llegam os ante lo que no
sucede, en ta n to que nosotros m ism os sucedemos, sino p o r la

278
Más allá de la seriedad

negación más com pleta que nos sustrae el piso bajo nuestros
pies: al fin debemos sum im os suavemente, com o deslizándo-
nos en el sueño, insensiblem ente, hasta el fo n d o de la nega­
ció n (con la negación hasta el cuello, apurada hasta las heces).
Representarse lo que no sucede es im aginarse m uerto, es decir,
esencialm ente no representarse más nada.
Lo que no sucede no puede e x is tir com o obje to , opuesto a
u n sujeto. ¿Por qué a trib u irle entonces existencia subjetiva a
lo que no sucede? Se tra ta ría de una afirm a ció n y no podem os
a firm a r nada. Tam poco podem os hablar de una n o -s u b je tiv i­
dad, m ientras que podem os hablar de n o -o b je tiv id a d .
H ablam os de n o -o b je tivid a d en la m edida en que el objeto
trasciende lo que no es, m ientras que el sujeto no trasciende
forzosam ente al resto del m undo. Podemos representarnos la
inm anencia del sujeto con relación a lo que no sucede.
Lo que sucede, sucede objetivam ente.
E n lo que sucede, la su b je tivid a d posible está siem pre obje­
tivam ente lim ita d a . Es personal, está ligada a un objeto deter­
m in a d o . Lo que sucede es u n lo b o para lo que sucede. Lo que
sucede sig n ific a la devoración de lo que no es esa m ism a cosa
que sucede. E l lím ite no se da sino en la m edida en que la
co m u n ica ció n de u n sujeto a o tro es personal: donde una in ­
m anencia se opone a la propensió n de lo que sucede a re fe rir
cada cosa (que sucede) a sí m ism o, a su interés de cosa que
sucede. D e hecho, la com unicación supone d e s tru ir-o redu­
c ir—una p a rticu la rid a d , el en-sí del ser p a rticu la r, ta l com o se
le saca el vestido a una m uchacha.
Lo que sucede nunca sale de lo que sucede si no p o r una
realización, p o r el triu n fo de la vo lu n ta d de suceder. Si no bus­
camos triunfarhasta. el extrem o, quedamos bestialm ente ence­
rrados p o r lo que sucede. Bestialm ente encerrados, de una ma­
nera m u y lim ita d a , com o lo están los obtusos, los soldados,

279
G e o rg e s B a ta ille

que nunca sienten deseos de ir más allá, cada vez más allá. O
bien nos encerram os cristianam ente, negando en nosotros h
que sucede antes de haberlo concluido . N o es que si afirm am os
hasta el fin a l lo que sucede en nosotros vayamos a tener la fuerza
para lle va rlo al n iv e l de lo que no sucede. (N ietzsche, según su
expresión, es un “ h ip e r-cristia n o ” y no, com o se ha d icho, un
anim al que se sitúa p o r encim a del hom bre.)
La hu m a n id a d es el le n to pasaje, salpicado con la sangre y
el sudor de largos suplicios, de lo que sucede, que se apartó
p rim e ro com o a n im a lid a d de la pasividad m in e ra l, hacia lo
que no sucede.
E l a n im a l es la im agen de una im p o s ib ilid a d , de una
devoración sin esperanza im p lic a d a en lo que sucede.
E l h o m b re conserva d e n tro de sí, en la am bigüedad, la
im p o s ib ilid a d a n im a l. Se opone en sí m ism o a la a n im a li­
dad, pero no puede realizarse después sino a c o n d ic ió n de
lib e ra rla . Puesto que la a n im a lid a d re p rim id a ya no es en él
lo que sucede. Lo que sucede es el hom b re re p rim ie n d o en sí
m ism o esos im p u lso s anim ales que antes fu e ro n lo que suce­
de, bajo el aspecto de su im p o s ib ilid a d . Pero que se han
v u e lto , en o p o s ic ió n a lo que sucede hum a n o , lo que no suce­
de, la nueva negación de lo que sucede.
E l saber se lim ita a lo que sucede y todo saber se disipa si
consideram os lo que no sucede. Sólo conocem os objetos, o su­
jetos objetivados (personales). Si hablo ahora de lo que no suce­
de, in tro d u zco lo desconocido, lo incognoscible para el discurso
cuyo sentido era s u s titu ir lo desconocido p o r lo conocido.
T odo lo que puedo saber de lo desconocido es que paso de
lo conocido a lo desconocido. H a y a llí un m argen abandona­
do en el discurso. H a b lo del instante y sé que el insta n te efec­
tú a en m í el pasaje de lo conocido a lo desconocido. E n la
m edida en que considero el instante, oscuram ente recibo el

280
M á s a llá d e la s e rie d a d

toque de lo desconocido, lo conocido se disipa en m í. Lo que


sucede im p lic a la duración (aunque no la in m u ta b ilid a d ) de lo
que sucede. Y en el instante ya nada sucede. E l erotism o es la
s u s titu c ió n de lo que creíam os conocer p o r el instante o lo
desconocido. N o conocem os lo e ró tico , no reconocem os en
él sino ese pasaje de lo cono cid o a lo desconocido, que nos
eleva hasta no poder más, ¡tan cie rto es que el hom bre aspira
en p rim e r lu g a r a lo que no sucede; tan cie rto es que lo que
sucede es el insaciable deseo de lo que no sucedel
C o m o si el lenguaje de la filo s o fía , no d ig o que siem pre,
n i en p rim e r té rm in o , pero sí al fin a l debiera volverse loco.
N o una lo cu ra abierta a lo a rb itra rio , sino una filo s o fía loca
porque carece fundam entalm ente de seriedad, porque d ifu m in a
el buen sentido y escala con ligereza esas cum bres donde el
pensam iento ya no aspira sino a la caída vertiginosa del pensa­
m ie n to . N u n c a es más rigurosa que en el im p u lso que la lleva
más a llá de la seriedad.
N o m e im p o rta que no me sigan los jorobados del pensa­
m ie n to , y ta n to peor si las facilidades de la poesía a veces susci­
tan la ilu s ió n de im pecables volteretas. La ú ltim a palabra de la
filo so fía es el d o m in io de quienes, sabiamente, pierden la cabe­
za. Esa caída vertiginosa no es la m uerte, sino la satisfacción.
Lo que sucede siem pre está insatisfecho, si no lo que sucede
sería de entrada lo que no sucede. Lo que sucede es siem pre una
búsqueda -tra b a jo s a - de la satisfacción. La satisfacción es
posible, p o r el c o n tra rio , a p a rtir del o d io a la satisfacción.
Lo que sucede aspira a lo que no sucede... Es verdad, pero en
p rim e r lu g a r lo que sucede procura suceder..., desea la satisfac­
ció n en el plano de la banalidad, en lugar de desearla com o se
desea m o rir, de ta l m odo que satisfecho aluda al que ha sacia­
do la sed de m o rir y no la sed de triu n fa r. A m enos que la
cim a del triu n fo quiera decir: a p u n to de m o rir...

281
G e o rg e s B a ta ille

Si estas palabras no fueran im pulsadas p o r el m o v im ie n to


de una risa incoe rcib le , d iría lo que u n hom bre razonable de­
bería d ecir: que no las entiend o.
La grandeza de N ietzsche está en no haber hecho que su
pensam iento se ajustara al in fo rtu n io que lo abrum ó. N o obs­
tan te la suerte que tu vo al no ceder, su fe lic id a d se re d u jo al
no haber dejado que la desgracia hablara en él.
¿El más a llá de la seriedad?. ¡N o lo alcanza la desgracia!
E l s u frim ie n to lo perfecciona, pero ¿supongamos que cede
al su frim ie n to ?
Ya no hay más que la seriedad.
N o se puede decir nada más allá de la seriedad si se im a g i­
na que la desgracia lo vo lve ría serio.
E l más allá de la seriedad d ifie re ta n to del más acá com o lo
serio de lo d iv e rtid o . Es m ucho más serio, m ucho más c ó m i­
co —su seriedad no es atenuada p o r nada d iv e rtid o , n i su co­
m ic id a d p o r nada serio. E l hom b re serio y el b ro m ista no
p o d ría n respirar a llí n i siquiera un solo insta n te . D ic h o esto
sin la m enor seriedad, pero b ie n de fre n te , sin dar n in g ú n
rodeo.

282
H e g e l, la m u e r te y e l s a c r if ic io 1

E l anim al muere. Pero la muerte del anim al


es el devenir de la conciencia.

I. L A M U E R T E

La negativid ad d e l hom bre

E n las Conferencias de 1805-18 06, en el m o m e n to de la


plena m adurez de su pensam iento, en la época en que escribía
la Fenomenología d e l espíritu, H egel expresaba así el carácter
oscuro de la hum anida d:
“ E l hom bre es esa noche, esa N ada vacía que contiene todo
en su s im p lic id a d in d iv is a : una riqueza de u n núm e ro in fin i­
to de representaciones, de imágenes, de las cuales ninguna acude

1 S u rg id o de u n estu dio sobre el pe nsam ie nto, fu n d a m e n ta lm e n te hegeliano,


de A le x a n d re K ojéve. Ese pe n s a m ie n to pretende ser, en la m e d id a de lo
po sib le, el p e nsam ie nto de H e g e l ta l c o m o p o d ría c o n te n e rlo y desarro llarlo
u n e s p íritu actual, sabiendo lo que H e g e l n o supo (c o n o cie n d o , p o r ejem ­
p lo , los a c o n te c im ie n to s p o s te rio re s a 1 9 1 7 y, adem ás, la filo s o fía de
H eide gge r). H a y que d e c ir qu e la o rig in a lid a d y la valen tía de A le xa n d re
K o jé v e están en que p e rc ib ió la im p o s ib ilid a d de lle g a r más lejos, y en
consecuencia la necesidad de re n u n c ia r a c o n s tru ir una filo s o fía o rig in a l y
p o r ende el in te rm in a b le recom enzar qu e es la con fe s ió n de la v a n id a d del
pe nsam ie nto.

283
G e o rg e s B a ta ille

con p re cisió n al e s p íritu , o (in clu so ) que no están (a llí) en


ta n to que realm ente presentes. L o que existe es la noche, la
in te rio rid a d o la in tim id a d de la N aturaleza: ( el) Yo-personal
puro. E ntre representaciones fantasm agóricas se oscurece todo
alrededor: aquí surge entonces súbitam ente una cabeza ensan­
grentada; allá, o tra a p a rició n blanca; y ta m b ié n desaparecen
súbitam ente. Es esa noche que vem os cuando m iram os a un
h o m bre a los ojos: h u n d im o s entonces la m ira d a en una no­
che que se vuelve te rrib le ; lo que entonces se nos presenta es la
noche del m u n d o .” 2
P or supuesto, este “ b e llo te xto ” donde se m anifie sta el ro ­
m a n ticism o de H egel no debe interpretarse con vaguedad. Si
H egel fue ro m á n tic o , ta l vez lo fue de una m anera fu n d a ­
m ental (de todos m odos fue ro m á n tic o al com ienzo -e n su
ju v e n tu d -, cuando era banalm ente re v o lu c io n a rio ), pero no
v io entonces al ro m a n ticism o com o el m étodo p o r el cual un
e sp íritu desdeñoso cree que subordina el m u n d o real a la a rb i­
tra rie d a d de sus fantasías. A l citarlas, A lexandre K ojéve dice
que estas líneas expresan la “ idea central y ú ltim a de la filo s o ­
fía hegeliana” , a saber: “ la idea de que el fu n d a m e n to y la
fuente de la realidad o b je tiv a ( W irk lic h k e it) y de la existencia
em pírica (D asein) hum anas son la N ada que se m anifie sta en
ta n to que A c c ió n negativa o creadora, lib re y consciente de sí
m ism a” .
Para acceder al m u n d o desconcertante de H egel creí que
debía señalar con una im agen p e rceptible a la vez sus v io le n ­
tos contrastes y su u n id a d fin a l.
Para K ojéve, “ la filo s o fía ‘dialéctica’ o a n tro p o ló g ica de
H egel es en ú ltim a in sta n cia una filo s o fía de la m uerte (o lo
que es lo m ism o: del ateísm o)” .3

2 C ita d o p o r K ojéve, In tro d u c c ió n a la le ctu ra de H egel, p. 573.


3 Op. c it., p. 537.

284
H e g e l, la m u e r te y el s a c rific io

Pero si el hom bre es “ la m uerte que vive una v id a hum a­


na4” , esa n egativid ad del hom b re dada en la m uerte debido a
que esencialm ente la m uerte del hom bre es v o lu n ta ria (deriva
de riesgos asum idos sin necesidad, sin razones biológicas), no
deja de ser el p rin c ip io de la acción. Para H egel la A cc ió n es
N e g a tivid a d , y la N e g a tivid a d , A cció n . Por u n lado el h o m ­
bre que niega la N aturaleza -in tro d u c ie n d o en ella com o un
reverso la anom alía de u n “ Yo personal p u ro ” - está presente
en el seno de esa N aturaleza com o una noche en la lu z, com o
una in tim id a d en la e x te rio rid a d de esas cosas que son en sí
-c o m o una fantasm agoría donde nada se c o n fig u ra sino para
deshacerse, nada aparece sino para desaparecer, no hay nada
que no sea absorbido sin tregua en el anonadamiento del tiem po
y que no extraiga su belleza del sueño. Pero he aquí su aspecto
co m p le m e n ta rio : esa negación de la N aturaleza no está sola­
m ente dada en la conciencia —donde aparece (aunque para
desaparecer) lo que es en sí—, esa negación se exterioriza, y al
exteriorizarse m o d ific a realm ente (en sí) la realidad de la n a ­
turaleza. E l hom b re tra b a ja y com bate: tra n sfo rm a lo dado o
la naturaleza: destruyéndola crea el m u n d o , u n m u n d o que
no existía. P or u n lado hay poesía: la destrucción que surge y
se d ilu y e de una cabeza ensangrentada; p o r el o tro A c c ió n : el
tra b a jo , la lucha. Por u n lado la “pura N ada” , donde el h o m ­
bre “ no se d ife re n cia de la N ada sino p o r un tiem po determ i­
nado5” . Por el o tro u n M u n d o h istó rico , donde la N egatividad
del hom bre, esa N ada que lo roe p o r d entro, crea el c o n ju n to
de lo real concreto (a la vez o b je to y sujeto, m u n d o real m o ­
d ific a d o o no, hom b re que piensa y m o d ific a el m u n d o ).*3

4 Op. c it., p. 54 8.
3 O p. c it., p. 57 3.

285
G e o rg e s B a ta ille

L a filo s o fía de H egel es una filo s o fía


de la m uerte —o d e l ateísmo6

E l carácter esencial - y n o ve d o so - de la filo s o fía hegeliana


es d e s c rib ir la to ta lid a d de lo que es. Y en consecuencia, al
m ism o tie m p o que da cuenta de to d o lo que aparece ante
nuestra m irada, da cuenta solidariam ente del pensam iento y
del lenguaje que expresan - y re v e la n - esa aparición.
“ E n m i o p in ió n -d ic e H e g e l- to d o depende de que se
exprese y com prenda lo Verdadero no (solam ente) com o sus­
tancia, sino ta m b ié n com o s u je to .” 7
E n otro s té rm in o s, el c o n o c im ie n to de la N aturaleza es
in c o m p le to , no considera y no puede más que considerar en­
tidades abstractas, aisladas de u n to d o , de una to ta lid a d in d i­
soluble que es lo ú n ico concreto. E l c o n o cim ie n to debe ser al
m ism o tie m p o a n tro p o ló g ico : “ además de las bases o n to ló -
gicas de la realidad n a tu ra l -e s c rib e K o jé v e -, debe buscar las
bases de la realidad hum ana, que es la única capaz de revelarse
a sí m ism a p o r el D iscurso8” . P or supuesto, esa antro p o lo g ía

6 E n este apartado y en el siguie nte re to m o de o tra fo rm a lo que dice A lexand re


K ojéve. Pero n o solam ente de o tra fo rm a ; esencialm ente p re te n d o desarro­
lla r la segunda parte de esta frase, d ifíc il de c o m p re n d e r a p rim e ra vista en su
c a rá c te r c o n c re to : “ E l ser o la a n u la c ió n d e l ‘ S u je to ’ es la a n u la c ió n
te m p o ra liz a n te del Ser, que debe ser antes de ser anulado : el ser del ‘ S ujeto’
tien e pues necesariam ente u n c om ie nzo. Y siendo a n u la c ió n (te m p o ra l) de
la nada en el Ser, siendo u n a nada que an ula (en ta n to que T ie m p o ), el
‘S u je to ’ es esencialm ente negación de sí m is m o : tien e pues necesariamente
u n fin a l” . Para hacerlo m e 'd e te n g o p a rtic u la rm e n te (c o m o ya lo hice en el
ap artado a n te rio r) en la parte de la In tro d u c c ió n a la le ctu ra de H egel que
responde a las partes 2 y 3 del presente estu dio, vale decir: A p é n d ice I I , La
idea de la m u e rte en la filo s o fía de H e g e l, p. 5 2 7 -5 7 3 .
1 F e nom enología d e l e s p íritu . P re fa c io , T ra d u c c ió n de Jean H y p p o lite , t. I,
p .1 7 .
8 O p. c it., p. 528.

286
H e g e l, la m u e r te y el s a c rific io

no considera ai H o m b re a la m anera de las ciencias m odernas,


sino com o un m o v im ie n to que es im p o sib le aislar en el seno
de la to ta lid a d . E n cie rto sen tid o , es más bien una teología
donde el hom bre habría ocupado el lu g a r de D ios.
Pero para H egel la realidad hum ana que describe en el seno,
y en el cen tro , de la to ta lid a d es m u y d ife re n te a la de la filo ­
sofía griega. Su a n tro p o lo g ía está en la tra d ic ió n ju d e o -c ris -
tiana, que destaca en el H o m b re la lib e rta d , la h isto ric id a d y la
in d iv id u a lid a d . A l ig u a l que el hom bre ju d e o -c ris tia n o , el
hom bre hegeliano es un ser e s p iritu a l (es decir, “d ia lé c tic o ” ) .
N o obstante, para el m u n d o ju d e o -c ris tia n o la “ e s p iritu a li­
dad” no se realiza y no se m a n ifie sta plenam ente sino en el
más allá, y el E s p íritu p ro p ia m e n te d ich o , el verdadero Espí­
r itu “objetiva m e n te real” es D io s: “ u n ser in fin ito y eterno” .
Según H egel, el ser “ e s p iritu a l” o “d ia lé ctico ” es “necesaria­
m ente tem poral y fin ito ” . L o cual quiere d ecir que sólo la
m uerte garantiza la existencia de u n ser e s p iritu a l o “ d ia lé c ti­
co” en el sen tid o hegeliano. Si el a n im a l que co n stitu ye el ser
n a tu ra l del hom b re no m u rie ra , lo que es más, si este no tu ­
viera la m uerte d e n tro de sí com o la fuente de su angustia,
ta n to más fu e rte cuanto que la busca, la desea y a veces se la
provoca volu n ta ria m e n te , no habría n i hom bre n i lib e rta d , n i
h is to ria n i in d iv id u o . D ic h o de o tro m odo, cuando se com ­
place en lo que sin em bargo le da m iedo, cuando es el ser,
id é n tic o a sí m ism o, que pone en juego al m ism o ser (id é n ti­
co), entonces el hom b re es en verdad un H om bre: se separa
del anim al. Ya no es en adelante un dato inm utable, com o una
piedra, lleva en sí la N egativ idad, y la fuerza, la violencia de la
negatividad lo arrojan en el m o v im ie n to incesante de la h is to ­
ria, que lo m o d ific a y que sólo realiza a través del tie m p o la
to ta lid a d de lo real concreto. Sólo la h isto ria tiene la capacidad
de c o n c lu ir lo que es, de c o n c lu irlo dentro del desarrollo del

287
G e o rg e s B a ta ille

tie m p o . A sí la idea de u n D io s eterno e in m u ta b le , desde esa


perspectiva, no sería más que una conclusión p ro viso ria , que
sobrevive a la espera de o tra m ejor. Sólo la h is to ria co n clu id a
y el e s p íritu del Sabio (de H eg e l), en el cual la h is to ria reveló
y luego concluyó revelando el com pleto desarrollo del ser y la
to ta lid a d de su devenir, ocupan una p o sició n soberana, que
D io s sólo ocupa p ro viso ria m e n te , com o regente.

Aspecto tragicóm ico


de la d iv in id a d d e l hom bre

Esa m anera de ver puede con razón ser considerada có m i­


ca. P or o tra parte H egel no h a bló de ello explícitam ente . Los
textos en los que lo a firm ó im plícitam ente son am biguos y su
extrem a d ific u lta d te rm in ó quitánd oles la p o s ib ilid a d de ser
aclarados. E l m ism o K ojéve se m uestra p rudente . H a b la de
e llo sin gravedad, e vitando precisar sus consecuencias. Para
expresar de m anera adecuada la situ a ció n en la que H egel se
colocó, sin duda in v o lu n ta ria m e n te , haría fa lta el to n o , o p o r
lo m enos el h o rro r, en una fo rm a contenid a, de la tragedia.
Pero las cosas p ro n to to m a ría n u n g iro cóm ico.
Sea com o fuera, el paso p o r la m uerte está ta n ausente de
la fig u ra d iv in a que u n m ito situado en la tra d ic ió n asoció la
m uerte, y la angustia ante la m uerte, con el D io s eterno y
ú n ic o de la esfera ju d e o -cristia n a . La m uerte de Jesús p a rtic i­
pa de la com edia en la m edida en que no se p o d ría in tro d u c ir
sin a rb itra rie d a d el o lv id o de su d iv in id a d eterna -q u e le per­
te n e ce - d e n tro de la conciencia de un D io s o m n ip o te n te e
in fin ito . E l m ito c ris tia n o a n tic ip ó exactam ente el “saber ab­
s o lu to ” de H egel que se fu n d a en el hecho de que no es posi­
ble nada d iv in o (en el sentido p recristiano de sagrado) que no

288
H e g e l, la m u e r te y el s a c rific io

seafin ito . Pero la conciencia vaga en que se fo rm ó el m ito (cris­


tia n o ) de la m uerte de D io s, a pesar de todo d ife ría de la de
H egel: para in c lin a r en el sentido de la to ta lid a d una fig u ra de
D ios que lim ita ra lo in fin ito , fue posible in tro d u c ir, en contra­
d icció n con u n fundam en to, u n m o v im ie n to hacia lo fin ito .
H egel pu d o - y d e b ió - c o n fig u ra r la sum a (la T o ta lid a d )
de los m o vim ie n to s que se p ro d u je ro n en la h is to ria . Pero al
parecer el h u m o r es in c o m p a tib le con el tra b a jo y la aplica­
c ió n que las cosas exigen. V olveré sobre este p u n to , p o r el
m om ento no he hecho más que m ezclar las cartas... Es d ifíc il
pasar de una h u m a n id a d que h u m illó la grandeza d iv in a a la
del... Sabio d ivin iza d o , soberano y que hace crecer su grande­
za a p a rtir de la van id a d hum ana.

U n texto c a p ita l

U na sola exigencia se desprende de m anera precisa de lo


a n te rio r: no puede haber auténtica m e nte S abiduría (Saber
absoluto, n i tam poco en general nada sem ejante) sino cuan­
do el Sabio se eleva, p o r así decir, al rango de m u e rto , p o r
más angustia que tenga.
U n pasaje del prefacio de la Fenomenología d e l e sp íritu 1
expresa con fuerza la necesidad de ta l a c titu d . N o hay dudas
de que este te xto adm irable tiene de entrada “una im p o rta n ­
cia ca p ita l” , no solam ente para la com prensión de H egel, sino
en todos los sentidos.
“ ... La m uerte —escribe H egel—, si querem os deno m in a r así
a esa irre a lid a d , es lo más te rrib le que existe, y m antener la
obra de la m uerte es lo que requiere m ayor esfuerzo. La belle-9

9 T rad. H y p p o lite , t. I, p. 2 9 , c ita d o p o r K ojéve, p. 5 3 8 -5 3 9 .

289
G eo rge s B a ta ille

za im p o te n te odia el e n te n d im ie n to , porque este se lo exige a


aquella; de lo cual no es capaz. Pero la v id a del E s p íritu no es
la v id a que se asusta ante la m uerte y se preserva de la destruc­
c ió n , sino la que soporta la m uerte y se conserva en ella. E l
e s p íritu no obtiene su verdad sino encontrándose a sí m ism o
en el desgarram iento absoluto. N o es esa potencia (p ro d ig io ­
sa) p o r ser lo P ositivo que se aparta de lo N e gativo, com o
cuando decim os sobre algo: esto no es nada o (esto es) falso,
y h a b ié n d o lo resuelto (así) pasamos a o tra cosa; no, el E s p íri­
tu no es esa pote n cia sino en la m edida en que co n te m p la lo
N e g a tivo b ie n de fre n te (y) perm anece cerca suyo. Esa per­
m anencia-prolongada es la fuerza m ágica que traspone lo ne­
g a tivo en el S er-dado.”

L a negación hum ana de la naturaleza


y d e l ser n a tu ra l del hom bre

E n p rin c ip io , h ubiera debido em pezar antes la c ita de ese


pasaje. N o quise recargar el te xto con las líneas “enigm áticas”
que lo preceden. Pero in d ica ré el sentido de algunas líneas
o m itid a s retom ando la in te rp re ta ció n de Kojéve, sin la cual la
c o n tin u a c ió n , a pesar de una apariencia relativam ente clara,
p o d ría resultarnos inaccesible.
Para H egel es al m ism o tie m p o fu n d a m e n ta l y com pleta­
m ente d ig n o de asom bro que el e n te n d im ie n to del hom bre
(es decir, el lenguaje, el discurso) haya te n id o la fuerza (se
tra ta de una p otencia incom parab le) de separar de la T o ta li­
dad sus elem entos c o n s titu tiv o s . Esos elem entos (el á rb o l, el
pájaro, la piedra) son en efecto inseparables del to d o . Están
“ u n id o s entre sí p o r relaciones espaciales y tem porales, e in ­
cluso m ateriales, que son in d iso lu b le s” . Su separación im p li-

290
H e g e l, la m u e rte y e l s a c rific io

ca la N e g a tivid a d hum ana con respecto a la N aturaleza, que


m encioné antes sin llegar a extraer una consecuencia decisiva.
Ese hom bre que niega la naturaleza, en efecto, no podría exis­
tir de nin g u n a m anera fuera de ella. N o es solam ente u n hom ­
bre que niega la N aturaleza, es en p rim e r lu g a r un a n im a l, es
decir, aquello m ism o que niega: no puede entonces negar la
N aturaleza sin negarse a sí m ism o. E l carácter de to ta lid a d del
hom b re se m uestra en la expresión extravagante de K ojéve:
esa to ta lid a d p rim e ro es N aturaleza (ser n a tu ra l), es “ el anim al
a n tro p ó fo ro ” (la N aturaleza, el anim al indiso lu b le m e n te u n i­
do al c o n ju n to de la N aturaleza, y que sostiene al H o m b re ).
A sí la N e g a tivid a d hum ana, el deseo eficaz que tiene el H o m ­
bre de negar la N aturaleza destruyéndola -re d u c ié n d o la a sus
p ro p io s fines: fa b rica p o r ejem plo u n u te n s ilio y el u te n s ilio
será el m odelo del o b je to aislado de la N aturaleza—no puede
detenerse ante sí m ism o: en ta n to que es N aturaleza, el H o m ­
bre se expone a su p ro p ia N egativida d. N egar la N aturaleza es
negar el a n im a l que sirve de soporte de la N e g a tiv id a d del
H o m b re . S in duda no sería el e n te n d im ie n to lo que hace que
haya m uerte del hom bre al ro m p e r la u n id a d de la N a tu ra le ­
za, sino que la A c c ió n separadora del e n te n d im ie n to im p lic a
la energía m onstruosa del pensam iento, del “p u ro Yo abstrac­
to ” , que se opone esencialm ente a la fusión, al carácter insepa­
rable de los elem entos -c o n s titu tiv o s del c o n ju n to — y que
m antiene con firm eza la separación.
La p o s ic ió n del ser separado del h o m b re com o ta l, su
a is la m ie n to en la N a tu ra le za y, en consecuencia, su aisla­
m ie n to en m e d io de sus sem ejantes, lo condenan a desapa­
recer de m anera d e fin itiv a . E l a n im a l que no niega nada,
p e rd id o en la a n im a lid a d g lobal sin oponerse a ella, así com o
la a n im a lid a d ta m b ié n está p e rd id a en la N a turaleza (y en la
to ta lid a d de lo que es), en verdad no desaparece... S in duda.

291
G e o rg e s B a ta ille

la m osca in d iv id u a l m uere, pero estas moscas son las m is ­


mas que el año pasado. ¿H abrán m u e rto las del año pasa­
do?... Puede ser, pero nada ha desaparecido. Las moscas
perm anecen iguales a sí m ism as com o las olas del m ar. Pue­
de parecer u n poco fo rza d o : u n b ió lo g o separa esta m osca
del enjam bre, basta con una p incelad a. Pero la separa p a ra
él, n o la separa para las moscas. Para separarse de las demás,
le ha ría fa lta a la “ m osca” la fuerza m onstruosa del e n te n d i­
m ie n to : entonces se n o m b ra ría , haciend o lo que general­
m ente efectúa el e n te n d im ie n to m edia n te el lenguaje, que
p o r sí solo fu n d a la separación de los elem entos, y al fu n ­
d arla se fu n d a a su vez sobre ella, en el in te rio r de u n m u ndo
fo rm a d o p o r entidades separadas y nom bradas. Pero en ese
juego el a n im a l hum ano encuentra la m uerte: encuentra pre­
cisam ente la m uerte hum ana, la ú n ica que espanta, que para­
liza, pero no espanta n i paraliza más que al hom bre absorto
en la conciencia de su desaparición fu tu ra , en cuanto ser sepa­
rado e irreem plazable; la ú n ica verdadera m uerte, que supo­
ne la separación y, p o r el discurso que separa, la co n cie n cia
de ser separado.

“L a belleza, im potente odia e l entendim iento”

H asta aquí el texto de H egel expone una verdad sim ple y


común —aunque enunciada de una m anera filo s ó fic a que ade­
más es verdaderam ente sib ilin a . E n el pasaje citado del Prefa­
cio , en cam bio, H egel afirm a y describe un m om ento personal
de vio lencia. H egel, es decir, el Sabio al cual un Saber absoluto
le confiere la satisfacción d e fin itiv a . N o es una violencia desen­
cadenada. Lo que H egel desencadena no es la vio le n cia de la
N aturaleza, es la energía o la vio lencia del E n te n d im ie n to , la

292
H e g e l, la m u e r te y el s a c rific io

N egatividad del E n te n d im ie n to , que se opone a la belleza pura


del sueño, que no puede actuar, que es im potente.
E n efecto, la belleza del sueño pertenece al m u n d o en
donde tod a vía nada está separado de lo que lo rodea, donde
cada elem ento, inversam ente a los objetos abstractos del E n ­
te n d im ie n to , está dado concretam en te en el espacio y en el
tie m p o . Pero la belleza no puede actuar. Puede ser y conser­
varse. Si actuara, dejaría de e x is tir, pues la A c c ió n d e s tru iría
p rim e ro lo que ella es: la belleza que no ansia nada, que es,
que rehúsa ser alterada pero a la que alte ra la fuerza del E n ­
te n d im ie n to . La belleza además no tiene la capacidad de res­
p o n d e r al reclam o del E n te n d im ie n to que le p id e que sos­
tenga y m antenga la o b ra de la m u e rte hum ana. Es incapaz
de hacerlo, dado que si sostuviera esa obra, se vería co m p ro ­
m e tid a en la A c c ió n . La belleza es soberana, es u n fin en sí o
no es: p o r e llo no es capaz de actuar, en su m ism o p rin c ip io
es im p o te n te y no puede ceder a la negación activa d e l E n ­
te n d im ie n to que m o d ific a el m u n d o y se vuelve algo d is tin ­
to de lo que él m ism o es.10

10 A q u í m i in te rp re ta c ió n d ifie re u n p o co de la de K ojéve (p. 146). K o jéve dice


sim p le m e n te que la “ belleza im p o te n te es incapaz de plegarse a las exigen­
cias del E n te n d im ie n to . E l esteta, el ro m á n tic o , el m ís tic o evita n la idea de
la m u e rte y ha b la n de la m is m a N a d a c o m o de algo que es” . E n p a rtic u la r,
d e fin e así lo m ís tic o de m o d o a d m ira b le . Pero vuelve a p ro d u cirse la m ism a
a m b ig ü e d a d que en los filó s o fo s (en H e g e l, en H eide gge r), p o r lo m enos en
las conclusiones. E n verdad, m e parece que K o jéve se eq uivoca al n o consi­
derar, más allá del m is tic is m o clásico, u n “ m is tic is m o consciente” , co n la
co n cie ncia de hacer u n Ser de la N a d a , y que d e fin iría además ese a to lla dero
co m o el de u n a N e g a tiv id a d que ya n o tu v ie ra cam po de A c c ió n (en el fin de
la h is to ria ). E l m ís tic o ateo, consciente de sí, consciente de que debe m o r ir y
desaparecer, v iv iría , c o m o dice H e g e l evidentem ente acerca de s í m ism o, “ en el
de sgarram ie nto ab soluto” ; aunque para él n o se tra ta sin o de u n pe ríod o:
c o n tra H e g e l, n o se saldría de a llí “ c o n te m p la n d o lo N e g a tiv o b ie n de
fre n te ” , sin o que, al n o p o d e r tra s p o n e rlo n u n c a en Ser, rehusaría hacerlo y
perm anecería en la am bigüedad.

293
Georges Bataille

Esa belleza sin conciencia de sí m ism a no puede entonces


soportar verdaderam ente la m uerte y conservarse en ella, aun­
que no p o r la m ism a razón que la vid a que “ retrocede de h o ­
rro r ante la m uerte y quiere preservarse de la a n iq u ila c ió n ” .
Esa belleza que no actúa al m enos sufre al s e n tir que se ro m ­
pe en pedazos la T o ta lid a d de lo que es (de lo re a l-co n cre to ),
que es p ro fu n d a m e n te in d is o lu b le . Por sí m ism a q u isie ra
seguir siendo el signo de una concordan cia de lo real co n si­
go m ism o . N o puede convertirse en la N e g a tiv id a d cons­
cie n te , despertada en el desgarram iento, esa m ira d a lú c id a ,
absorta en lo N e g a tiv o . Esta ú ltim a a c titu d supone, ante­
rio rm e n te , la lu ch a v io le n ta o laboriosa del H o m b re co n tra
la N aturaleza, de la cual es la cu lm in a c ió n . Es la lu ch a h is tó ­
ric a en la que el H o m b re se c o n s titu y ó com o “ S ujeto” o
com o “ Yo abstracto” del “ E n te n d im ie n to ” , com o ser separa­
do y n o m b ra d o .
“ Es decir -e x p lic a K o je v e - que el pensam iento y el d iscur­
so revelador de lo real surgen de la A cció n negativa que realiza
la N ada al a n iq u ila r el Ser: el ser dado del H o m b re (en la L u ­
cha) y el ser dado de la N aturaleza (m ediante el Trabajo —que
resulta además del contacto real con la m uerte en la Lucha).
Q uiere decir entonces que el ser hum ano no es o tra cosa que
esa A c c ió n : es la m uerte que vive una v id a hum ana .” 11
In sisto en la conexión co n tin u a entre un aspecto abism al y
u n aspecto d u ro , prosaico, de esa filo s o fía , la ú n ica que tu vo
la p re te n sió n de ser com pleta. Las posibilidades divergentes de
las figuras hum anas opuestas en ella se enfre n ta n y se reúnen,
la fig u ra del m o rib u n d o y la del hom bre o rg u llo so que se
aparta de la m uerte, la fig u ra del am o y la del h o m b re enca­
denado a l tra b a jo , la fig u ra del re vo lu c io n a rio y la del escép­
tic o , cuyo deseo está lim ita d o p o r el in te ré s egoísta. Esa

11 K ojeve, p. 548.

294
H e g e l, la m u e rte y e l s a c rific io

filo s o fía no es solam ente una filo s o fía de la m uerte. T am bién


es una filo s o fía de la lucha de clases y del trabajo.
Pero d e n tro de los lím ite s de este estudio no tengo la in ­
te n c ió n de considerar ese o tro aspecto, sólo quisiera relacio­
nar esta d o c trin a hegeliana de la m uerte con lo que sabemos
sobre el “s a crificio ” .

II. E L S A C R IF IC IO

E l sacrificio, p o r una p a rte ; y p o r la otra la m irada


de H egel absorta en la m uerte y e l sacrificio

N o hablaré de la interpretación del sacrificio que hace H egel


en el ca p ítu lo de la Fenomenología dedicado a la R e lig ió n .12
S in duda que tiene u n sentido d e n tro del desarrollo del capí­
tu lo , pero se aleja de lo esencial, y en m i o p in ió n tie n e un
interés m enor desde el p u n to de vista de la teoría del sacrificio
fre n te a la representación im p líc ita en el te xto del P refacio
que sigo com entando.
Puedo d e cir esencialm ente que en el plano de la filo s o fía
de H egel con el s a c rific io el H o m b re ha revelado y fundad o
la verdad hum ana al realiza rlo : en el sa crific io , destruyó al
a n im a l13 d e n tro de sí, no dejando subsistir de sí m ism o y del
12 Fenom enología, cap. V I I I : L a R e lig ió n , B: La R e lig ió n estética, a) L a ob ra de
arte abstracta (t. I I , p. 2 3 5 -2 3 6 ). E n esas dos páginas, tie n e en cue nta la
de saparición de la esencia o b je tiv a , pe ro s in de sarro llar sus alcances. E n la
segunda pá gina, H ege l se lim ita a consideraciones propias de la “ re lig ió n
estética” (la re lig ió n de los griegos).
13 N o obstante, aunque el s a c rific io d e l a n im a l parecería a n te rio r al del h o m ­
bre, nada pru e b a que la elección d e l a n im a l s ig n ifiq u e el deseo in con sciente
de oponerse al a n im a l en c u a n to tal; el h o m b re se o p one solam ente al ser
c o rp o ra l, al ser dado. T a m b ié n se o p o n e p o r o tra parte a la p lan ta.

295
G e o rg e s B a ta ille

a n im a l más que la verdad no co rp o ra l que describe H egel, lo


que hace del hom b re -se g ú n la expresión de H e id e g g e r- un
ser para la m uerte (Sein zum Tode) o -se g ú n la expresión del
m ism o K o jé v e - “ la m uerte que vive una v id a hum ana” .
E n verdad, el problem a de H egel se plantea d e n tro de la
acción del s a crificio . E n el sa crific io , p o r una parte la m uerte
afecta esencialm ente al ser co rp o ra l; y p o r o tra parte es donde
precisam ente “ la m uerte vive una v id a h u m a n a ’ . In clu so ha­
b ría que d e cir que el s a c rific io es justam ente la respuesta a la
exigencia de H egel cuya fo rm u la c ió n reite ro :
“ E l E s p íritu no obtiene su verdad sino encontrándose a sí
m ism o en el desgarram iento absoluto. N o es esa potencia (pro­
digiosa) p o r ser lo P ositivo que se aparta de lo N egativo... no,
el E s p íritu no es esa potencia sino en la m edida en que contem ­
p la lo N egativo b ien de frente (y) perm anece cerca suyo...”
Si tenem os en cuenta el hecho de que la in s titu c ió n del
s a c rific io es p rácticam ente unive rsa l, resu lta cla ro que la
N e g a tiv id a d , encarnada en la m uerte del hom bre, no sola­
m ente no es una construcción a rb itra ria de H egel sino que ha
actuado en el e s p íritu de los hom bres más sim ples, sin con­
venciones análogas a las que regulan de una vez para siem pre
las cerem onias de una Iglesia - y sin em bargo de m anera
unívoca. Es sorprendente ver que una N e g a tivid a d com ún
m a n tu vo a través de la tie rra un paralelism o e s tric to en el
desarrollo de institucione s bastante estables, con la m ism a fo r­
m a y los m ism os efectos.

Ya sea que viva o que muera, e l hom bre no puede


conocer inm ediatam ente la m uerte

M ás adelante hablaré de las profundas diferencias entre el


hom bre del sacrificio, que obra en la ignorancia (la inconciencia)

296
H e g e l, la m uerte y el s a c rific io

de los lím ites y los alcances de lo que hace, y el Sabio (H egel)


que se vuelve hacia las im plicaciones de un Saber que para él es
absoluto.
A pesar de esas diferencias, siem pre se trata de m anifestar lo
N egativo (y siem pre de una m anera concreta, es decir en el
seno de la T otalidad, cuyos elem entos constitutivos son insepa­
rables). La m anifestación privile g ia d a de la N egativida d es la
m uerte, pero en verdad la m uerte no revela nada. Es en p rin c i­
p io su ser n atural, anim al, aquello que la m uerte le revela al
H om bre, pero la revelación nunca tiene lugar. Porque una vez
m uerto el ser anim al que lo soporta, el m ism o ser hum ano ha
dejado de ser. Para que finalm ente el hom bre se revelara ante sí
m ism o debería m o rir, pero tendría que hacerlo vivie n d o —m i­
rándose cuando deja de ser. E n otros térm inos, la m ism a m uer­
te debería volverse conciencia (de sí) en el m ism o m om ento en
que a n iq u ila al ser consciente. E n cierto sentido es lo que ocu­
rre (lo que p o r lo m enos está a p u n to de o c u rrir, o que ocurre
de una m anera fugaz, inasible) p o r m edio de u n subterfugio.
E n el sacrificio, aquel que lo ejecuta se id e n tific a con el anim al
herido de m uerte. M uere así viéndose m o rir, e incluso de algu­
na m anera p o r su p ro p ia vo lu n ta d conm ocionada con el arm a
del sacrificio. ¡Pero es una com edia!
A l m enos sería una com edia si existiera algún o tro m étodo
que le revelara al ser v iv o la inva sió n de la m uerte: ese acaba­
m ie n to del ser fin ito , que es lo ú n ico que realiza y puede
realizar su N e g a tiv id a d , que lo m ata, lo term ina y d e fin itiv a ­
m ente lo suprim e. Para H egel, la satisfacción no puede tener
lugar, el deseo no puede ser saciado más que en la conciencia
de la m uerte. La satisfacción en efecto sería c o n tra ria a lo que
designa la m uerte si el ser satisfecho y que no tiene conciencia
en absoluto de lo que es de m anera c o n s titu tiv a , es decir,
m o rta l, debiera luego ser expulsado de la satisfacción p o r la

297
Georges B ataille

m uerte. R azón p o r la cual la conciencia que tiene de sí debe


re fle xio n a r (reflejarse) en ese m o v im ie n to de negatividad que
lo crea, que justam ente hace de él un hom bre p o r el hecho de
que u n día lo m atará.
Su p ro p ia n e gativid ad lo m atará, pero en adelante para él
ya nada existirá : su m uerte es creadora, pero si la conciencia
de la m uerte -d e la m aravillosa m agia de la m u e rte - n o lo
roza antes de que m uera, m ientras viva para él será com o si la
m uerte no debiera alcanzarlo y esa m uerte fu tu ra no podrá
b rin d a rle u n carácter hum ano. A sí sería preciso que el hom bre
viva a to d a costa en el m om ento en que de verdad m uere, o
que viva con la im p re sió n de m o rir de verdad.

E l conocim iento de la m uerte no puede p re scin d ir


de un subterfugio: el espectácuh

Esa d ific u lta d anuncia la necesidad del espectáculo o en gene­


ral de la representación, sin cuyas repeticiones podríam os per­
m anecer ajenos, ignorantes frente a la m uerte, com o aparente­
m ente lo están los anim ales. E n efecto nada es m enos anim al
que la fic c ió n , más o m enos alejada de lo real, de la m uerte.
E l H o m b re no sólo vive de pan, sino tam bién de comedias
m ediante las cuales voluntariam ente se engaña. D e n tro del H o m ­
bre, el que com e es el anim al, es el ser natural. Pero el H o m b re
asiste al cu lto y al espectáculo. O bien puede leer: entonces la
lite ra tu ra prolonga para él, en la m edida en que es soberana, au­
téntica, la magia obsesiva de los espectáculos, trágicos o cómicos.
A l m enos en la tragedia 14 se trata de id e n tifica rn o s con un
personaje que m uere y de creer que m orim os cuando estamos

14 M ás adelante h a b lo de la com edia.

298
H egel, la m uerte y el sacrificio

con vida. Por lo demás, basta con la im aginación pura y sim ­


ple, pero esta tiene el m ism o sentido que los subterfugios clási­
cos, los espectáculos o los lib ro s, a los que recurre la m u ltitu d .

Acuerdo y desacuerdo entre las conductas ingenuas


y la reacción lú cid a de Hegel

A l v in c u la rla con el sacrificio y p o r e llo con el tem a p rim a ­


rio de la representación (del arte, de las fiestas, de los espectá­
culos), quise m ostrar que la reacción de H egel es la conducta
hum ana fu n d a m e n ta l. N o es una fantasía, una conducta ex­
traña, es la expresión p o r excelencia que la tra d ic ió n re p itió
hasta el in fin ito . N o es H egel aisladam ente, sino la h u m a n i­
dad entera la que siem pre y en todas partes quiso captar m e­
d ia n te u n rodeo aquello que la m uerte al m ism o tie m p o le
daba y le sustraía.
E ntre H egel y el hom bre del sacrificio subsiste sin embargo
una diferencia profunda. Hegel despertó de m anera consciente a
la representación que se form ó de lo N egativo: lúcidam ente, lo
situaba en un p u n to del “discurso coherente” m ediante el cual se
revelaba a sí m ism o. Esa T o ta lid a d incluye el discurso que la
revela. M ientras que el hom bre del sacrificio, que carecía de un
co n o cim ie n to discursivo de lo que hacía, sólo tu vo el co noci­
m ie n to “sensible” , es decir oscuro, reducido a la em oción in in ­
te lig ib le . Es cierto que el m ism o H egel, más allá del discurso y
a su pesar (en u n “desgarram iento absoluto” ), recibió acaso con
m ayor vio le n cia el choque de la m uerte. M ás violentam ente
sobre to d o p o r la razón de que el am p lio m o v im ie n to del dis­
curso extendía sin lím ites su alcance, es decir, en el m arco de la
T otalidad de lo real. Sin duda alguna, para H egel el hecho de
seguir estando v iv o era sim plem ente u n agravante. M ie n tra s

299
Georges B ataille

que el hom bre del sacrificio esencialmente conserva su vida. La


conserva no solam ente en el sentido de que su vida es necesaria
para la re p re se n ta ció n de la m u e rte , sin o p o rq u e creía
enriquecerla. Pero tom ando la cuestión desde su origen, la em o­
ció n sensible y buscada en el sacrificio tenía más interés que la
sensibilidad in vo lu n ta ria de Hegel. La em oción de la que hablo
es conocida, es d e fin ib le , y es el h o rro r sagrado: a la vez la expe­
riencia más angustiante y la más rica, que no se lim ita p o r sí
m ism a al desgarram iento, que por el c o n tra rio se abre, com o
un telón de teatro, hacia un más allá de este m u n d o donde el
día que se alza transfigura todas las cosas y destruye su sentido
lim ita d o .
E n efecto, si la a c titu d de H egel le opone a la in g e n u id a d
del s a c rific io la conciencia sabia y el o rd enam ie nto sin fin de
u n pensam iento discursivo, esa conciencia y ese ordenam ien­
to todavía tie n e n u n p u n to oscuro: no podríam os d e cir que
H egel desconoció el “m o m e n to ” del sa crific io : ese “ m om en­
to ” está in c lu id o , im p lic a d o en to d o el m o v im ie n to de la Fe­
nomenología, donde la N e g a tivid a d de la m uerte, en ta n to
que el hom bre la asume, hace del anim al hum ano u n hom bre.
Pero al no haber visto que el sacrificio p o r sí solo m anifestaba
todo el m o v im ie n to de la m uerte , 15 la experiencia fin a l - y p ro ­
p ia del Sabio—descripta en el Prefacio de la Fenomenología fue
p rim e ro in ic ia l y universal - y no supo en qué m edida tenía
razón, con qué e xa ctitu d describió el m o v im ie n to ín tim o de
la N egatividad; no separó claram ente la m uerte del sentim iento
de tristeza al que la experiencia ingenua opone una especie de
p la ta fo rm a g ira to ria para las em ociones.

15 Acaso p o r fa lta de u n a experiencia religiosa católica. Pienso qu e el ca to licis­


m o está más cerca de la e xperiencia pagana, o sea de u n a e xperiencia re lig io -

300
H e g e l, la m u e rte y e l s a c rific io

L a tristeza de la m uerte y el placer

E l carácter unívoco de la m uerte para H egel le in s p ira ju s­


tam ente a Kojéve el siguiente com entario, que sigue re firié n ­
dose al pasaje del P refacio :16 “ C iertam ente la idea de la m uer­
te no aum enta el bienestar del H o m b re ; no lo hace más fe liz y
no le pro cu ra placer alguno” . Kojéve se ha preguntado de qué
m anera la satisfacción resulta de una perm anencia cerca de lo
N e g a tivo , de u n m ano a m ano con la m uerte, y creyó hones­
tam ente que debía rechazar la satisfacción vulgar. E l hecho de
que el m ism o H egel diga a ese respecto que el E s p íritu “ no
obtiene su verdad sino encontrándose a sí m ism o en el desga­
rra m ie n to absoluto” va en p rin c ip io en el m ism o sentido que
la N egación de K ojéve. E n consecuencia, sería hasta super­
flu o in s is tir... K ojéve dice sencillam ente que la idea de la
m uerte “ es la ú n ica que puede satisfacer el o rg u llo del h o m ­
bre” ... E n efecto, el deseo de ser “ reconocido” , que H egel u b i-

sa universal de la cual la R e fo rm a se aleja. Tal vez sólo un a p ro fu n d a piedad


ca tó lica puede ha ber in tr o d u c id o el s e n tim ie n to ín tim o s in el cual la fe n o ­
m e nología del sacrificio sería im po sible. Los c o n ocim ien tos m odernos, m u ch o
más a m p lio s que en la época de H ege l, seguram ente c o n trib u y e ro n a la
s o lu c ió n de ese e n ig m a fu n d a m e n ta l (¿por qué, s in u n a razón plausible, la
h u m a n id a d en g e nera l ha “ sacrificado” ?), pero creo seriam ente qu e una des­
c rip c ió n fe n o m e n o ló g ic a correcta sólo p o d ría sutentarse al m enos en u n
pe río d o ca tó lico .
Pero de todas m aneras H ege l, h o s til al ser s in u n hacer - a lo que sim p le ­
m e nte es, y que n o es A c c ió n - se interesaba más p o r la m u e rte m ilita r ; a través
de ella p e rc ib ió el te m a d e l s a c rific io (aunque em plea la m ism a palabra en u n
se n tid o m o ra l): “ L a c o n d ic ió n -d e -s o ld a d o y la guerra, dice en sus C onferen­
cias de 1 8 0 5 -1 8 0 6 , son el s a c rific io o b je tiv a m e n te real del Yo-personal, el
p e lig ro de m u e rte para lo p a rtic u la r —la c o n te m p la c ió n de su N e g a tiv id a d
abstracta in m e d ia ta ...” (O bras, X X , p. 2 6 1 -2 6 2 , c ita d o p o r K ojéve, p. 55 8).
A u n q u e el s a c rific io re lig io so , desde el p ro p io p u n to de vista de H egel, n o
deja de ten er u n a s ig n ific a c ió n esencial.
16 K ojéve, p. 54 9. Los subrayados son del autor.

301
Georges B ataille

ca en el origen de las luchas históricas, podría m anifestarse en


una a c titu d in tré p id a , apropiada para realzar un carácter. “ Sólo
al ser -d ic e K o jé v e - o al sentirse com o ser m o rta l o fin ito , es
d e cir e xistiendo y sintiéndo se e x is tir en u n universo sin más
a llá o sin D io s , el H o m b re puede a firm a r y hacer reconocer
su lib e rta d , su h is to ric id a d y su in d iv id u a lid a d ‘ú n ica en el
m u n d o ’ ” . Pero si K ojéve descarta la satisfacción vulg a r, la
fe lic id a d , ta m b ié n descarta el “ desgarram iento absoluto” del
que habla H egel: en efecto, ta l desgarram iento no concuer­
da con el deseo de ser re co n o cid o .
La satisfacción y el desgarram iento coinciden sin em bargo
en un p u n to , pero a llí concuerdan con el placer. Esa coinciden­
cia tiene lugar en el “sa crificio ” ; p o r supuesto, en general de la
fo rm a ingenua de la vida, de toda existencia en el tie m p o pre­
sente, que m anifiesta lo que el H o m b re er. lo nuevo que signi­
fica en el m undo tras haberse convertido en el H om bre, y a
co n d ició n de haber satisfecho sus necesidades “anim ales”.

D e todos m odos el placer, al m enos el placer de los senti­


dos, es ta l que a su respecto la a firm a c ió n de K ojéve d ifíc il­
m ente p o d ría sostenerse: la idea de la m uerte, de alguna m a­
nera y en determ inados casos, c o n trib u ye a m u ltip lic a r el pla­
cer de los sentidos. C reo in clu so que, en fo rm a de u ltra je , el
m u n d o (o más b ie n la im a g in e ría general) de la m uerte está
en la base del erotism o. E l se ntim iento del pecado se vin cu la
en la conciencia clara con la idea de la m uerte, y del mismo
modo el se n tim ie n to del pecado se vin c u la con el placer.17 N o
hay en efecto placer hum ano sin una situación irregular, sin la
ru p tu ra de una p ro h ib ic ió n , la más sim ple de las cuales —y al
m ism o tiem po la más fuerte—es actualm ente la de la desnudez.

17 A l m enos es posible, y c u a n d o se tra ta de las p ro h ib ic io n e s más com unes, es


banal.

302
H egel, la m u e r te y el sacrificio

Por lo demás, la posesión fue asociada en su m om ento con


la im agen del sacrificio: era un sacrificio donde la víc tim a era la
m ujer... Esa asociación de la poesía antigua está llena de senti­
do: se refiere a un estado preciso de la sensibilidad en que el
elem ento sacrificial, el sentim iento de h o rro r sagrado se v in cu ­
ló tam bién, en form a debilitada, con el placer suavizado; cuan­
do p o r o tra parte el gusto p o r el sacrificio y la em oción que
provocaba no contenían nada que pareciera c o n tra rio al goce.
H a y que decir ta m b ié n que el sa crificio , com o la tragedia,
era el elem ento de una fiesta: anunciaba una alegría deletérea,
ciega, y to d o el p e lig ro de esa alegría, que justam ente es el
p rin c ip io de la alegría hum ana', que excede y amenaza de
m uerte a q u ie n es arrastrado p o r su m o v im ie n to .

L a angustia jo v ia l, la jo v ia lid a d angustiada

A la asociación de la m uerte con el placer, que no es algo


dado, p o r lo menos no se da inm ediatam ente en la conciencia,
se opone evidentem ente la tristeza de la m uerte, siem pre en el
trasfondo de la conciencia. E n p rin c ip io , conscientemente, la
hum anidad “retrocede de h o rro r ante la m u e rte ” . E n su o ri­
gen, los efectos destructivos de la N e g a tivid a d tie n e n com o
o b je to la N aturaleza. Pero si la N e g a tivid a d del H o m b re lo
lleva al encuentro del p e lig ro , si este hace de sí m ism o, al
m enos del anim al, del ser n a tu ra l que es, el o b je to de su nega­
c ió n destructiva, la c o n d ic ió n banal es entonces su p ro p ia
inconcien cia con respecto a la causa y los efectos de sus m o v i­
m ientos. Y fue esencial para H egel tom ar conciencia de la
N e g a tivid a d com o ta l, com prender su h o rro r, en especial el
h o rro r a la m uerte, sosteniendo y contem plan do la obra de la
m uerte b ie n de fre n te .

303
Georges B ataille

D e ta l m anera, H egel se opone más a aquellos que dicen:


“ no es nada” , que a quienes “ retroceden” . Parece alejarse más
de los que reaccionan jo v ia lm e n te .
Insisto en querer m ostrar lo más claram ente posible, p o r de­
trás de su s im ilitu d , la oposición entre la a ctitu d ingenua y la de
la Sabiduría -a b so lu ta - de Hegel. E n efecto, no estoy seguro de
que entre ambas actitudes la menos absoluta sea la más ingenua.
C ita ré u n ejem plo para d ó jico de reacción jo v ia l ante la
obra de la m uerte.
La costum bre irlandesa y galesa del “w ake” es poco cono­
cida, pero todavía se la observaba a finales del siglo pasado. Es
el tem a de la ú ltim a obra de Joyce ,18 Finnegans Wake, es el
v e lo rio de Finnegan (aunque la lectura de esa célebre novela es
cuanto m enos trabajosa). E n el país de Gales, se disponía el
ataúd abierto, de pie, en el s itio de h o n o r de la casa. E l m uerto
estaba vestido con sus m ejores ropas, con som brero de copa.
Su fa m ilia in v ita b a a todos sus am igos, que honraban ta n to
más a q u ie n los había dejado cuanto más tie m p o bailaban y
más bebían a su salud. Se tra ta de la m uerte de otro, pero en
tales casos la m uerte del o tro es siem pre la im agen de la p ro ­
p ia m uerte. N a d ie p o d ría alegrarse así salvo con una c o n d i­
ció n ; se supone que el m u e rto , que es o tro , está de acuerdo; el
m u e rto en que a su tu rn o se c o n v e rtirá el bebedor y que no
te n d rá u n sentido d ife re n te al p rim e r m u e rto .
Esa reacción paradójica p o d ría responder al anhelo de ne­
gar la existencia de la muerte. ¿Anhelo lógico? C reo que no lo
es para nada. A ctualm ente , en M é xico es com ún considerar la
m uerte en el m ism o pla n o que la dive rsió n : en las fiestas, se
ven títeres-esqueleto, golosinas-esqueleto, carruseles de esque-

18 Sobre el tem a de ese lib r o oscuro, véase E. Jolas, E lu c id a c ió n d e lm o n o m ito de


Jam es Joyce ( C ritiq u e , ju lio 1948, p . 5 7 9 -5 9 5 ).

304
H e g e l, la m u e rte y el s a c rific io

letos, pero a esa costum bre se lig a un intenso c u lto de l0s


m uertos, una obsesión evidente p o r la m u e rte .19
C uando considero jo via lm e n te a la m uerte, no se tra ta de
decir p o r m i parte, apartándom e de lo que aterra: “no es nada”
o “es falso” . Por el co n tra rio , la jo v ia lid a d ligada a la obra de la
m uerte m e provoca angustia, es acentuada p o r m i angustia y
com o contrapartida exaspera esa angustia: finalm ente la angus­
tia jo v ia l, la jo v ia lid a d angustiada, m e provocan en un escalo­
frío el “absoluto desgarram iento” donde m i alegría te rm in a de
desgarrarm e, pero donde el a batim iento seguiría a la alegría si
yo no fuera desgarrado hasta el fo n d o , sin m edida.
Q uisiera hacer n o ta r una oposición precisa: p o r un lado, la
a c titu d de H egel es m enos com pleta que la de la hum anida d
ingenua, pero esta no tiene sentido sino cuando vem os, recí­
procam ente, la im p o te n c ia de la a c titu d ingenua para soste­
nerse sin falsos pretextos.

E l discurso le atribuye fines útiles a l sacrificio “a posteriori”

Relacioné el sentido del sacrificio con la conducta del H o m ­


bre una vez satisfechas sus necesidades anim ales: el H o m b re
d ifie re del ser n a tu ra l, aunque sigue siéndolo: el gesto del sa­
c rific io es lo que hum anam ente es, y el espectáculo del sacri­
fic io pone entonces de m a n ifie sto su h um anida d. Liberado
de la necesidad a n im a l, el hom bre es soberano: hace lo que le
place, su vo lu n ta d . F inalm ente en esas condiciones puede rea­
liz a r u n acto rigurosam ente autóno m o . M ie n tra s tenía que
satisfacer necesidades anim ales, le era preciso actuar con m iras

19 L o cual se destacaba en el d o c u m e n ta l que E isenstein había extraído de su


tra bajo para u n extenso film : Torm enta sobre M é xico . L o esencial se refería a
las curiosidades qu e m e ncioné .

305
G eo rge s B a ta ille

a u n fin (debía procurarse alim entos, protegerse del frío ). Lo


cual supone una servidum bre, una serie de actos subo rd in a ­
dos al resultado fin a l: la satisfacción n a tu ra l, anim a l, sin la
cual el H o m b re p ropiam en te d ich o , el H o m b re soberano no
p o d ría subsistir. Pero la in te lig e n cia , el pensam iento discursivo
d e l H o m b re se desarrollaron en fu n c ió n del tra b a jo servil.
S ólo la palabra sagrada, poética, lim ita d a al p lano de la belle­
za im p o te n te , conservaba el poder de m a n ife sta r la plena so­
beranía. E l s a crificio no es p o r lo ta n to una m anera de ser
soberano, autónom o, sino en la m edida en que el discurso sig­
n ific a tiv o no lo explique. E n la m edida en que el discurso lo
explica, lo que es soberano se ofrece en té rm in o s de servidum ­
bre. E n efecto, lo que es soberano p o r d e fin ic ió n no sirve. Pero
el sim ple discurso debe responder a la cuestión que plantea el
pensam iento discursivo concerniente al sentido que cada cosa
debe tener en el pla n o de la u tilid a d . E n p rin c ip io , estaría a llí
para se rvir a ta l o cual fin . A sí la sim p le m a nifestación del
v ín c u lo del H o m b re con la a n iq u ila c ió n , la p u ra revelación
del H o m b re ante sí m ism o (en el m o m e n to en que la m uerte
fija su atención ) pasa de la soberanía al p rim a d o de los fines
serviles. E l m ito asociado al rito tu v o p rim e ro la belleza im ­
p o te n te de la poesía, pero el discurso en to rn o al sa crificio
cayó en la in te rp re ta c ió n vulgar, interesada. A p a rtir de efec­
tos ingenuam ente im aginados en el p la n o de la poesía, com o
el apaciguam iento de u n dios o la pureza de los seres, el dis­
curso sig n ific a tiv o le a trib u yó com o fin a la operación la abun­
dancia de la llu v ia o la fe lic id a d de la ciu d a d . La enorm e obra
de Frazer, que evoca las form as de soberanía más impotentes y
en apariencia las m enos prop icia s para la fe lic id a d , tiende a
re m itir el sentido del acto ritu a l a los m ism os fines que el
tra b a jo en los cam pos, haciendo del sa c rific io u n rito agrario.
A c tu a lm e n te esa tesis de L a ram a dorada está desacreditada.

306
H e g e l, la m uerte y el s a c rific io

pero pareció sensata en la m edida en que los m ism os pueblos


que hacían sacrificios in s c rib ie ro n el sacrificio soberano en el
m arco de u n lenguaje de labradores. E n efecto, de m anera
m u y a rb itra ria , que nunca ju s tific ó la aceptación de una razón
rigurosa, in te n ta ro n y debieron esforzarse en som eter el sacri­
fic io a las leyes de la acción, a las cuales ellos m ism os estaban
som etidos o procuraban someterse.

Im potencia, del sabio p a ra llegar a la soberanía


a p a r tir d e l discurso

A sí tam poco es absoluta la soberanía del sa crificio . N o lo


es en la m edida en que la in s titu c ió n m antiene d e n tro del
m u n d o de la a ctivid a d eficaz una fo rm a cuyo sentido es p o r
el c o n tra rio ser soberana. N o puede dejar de p ro d u c ir un des­
liz a m ie n to en favor de la servidum bre.
Si p o r su parte la a c titu d del Sabio (de H egel) no es sobera­
na, al menos lo m ism o ocurre en el sentido co n tra rio : H egel
no se alejó, y si no pudo h a lla r la soberanía auténtica se aproxi­
m ó a ella lo más que podía. Lo que lo apartó de ella sería in c lu ­
so im perceptible si no pudiéram os vislum brar una im agen más
rica a través de esas alteraciones de sentido, que afectan al sacri­
fic io y lo redujeron del estado de f in al de sim ple medio. La
clave de un m enor rig o r p o r parte del Sabio no está en el hecho
de que el discurso in troduzca su soberanía en u n m arco con el
que no puede concordar y que la atro fia , sino precisam ente en
lo co n tra rio : en la a c titu d de H egel, la soberanía procede de un
m o v im ie n to que el discurso revela y que, en el esp íritu del Sa­
bio, nunca está separado de su revelación. Por lo tanto, no pue­
de ser plenam ente soberana: el Sabio en efecto no puede dejar
de subordina rla a la fin a lid a d de una Sabiduría que supone el

307
G e o rg e s B a ta ille

acabam iento del discurso. Sólo la S abiduría será la plena auto­


nom ía, la soberanía del ser... A l m enos lo sería si pudiéram os
hallar la soberanía buscándola: en efecto, si la busco, concibo el
proyecto de ser -soberanam ente: pero el proyecto de se r- \y
soberanamente supone un ser servil! Lo que no obstante garan­
tiza la soberanía del m om ento descripto es el “desgarram iento
absoluto” del que habla H egel, la ru p tu ra , m om entánea, del
discurso. Pero esa m ism a ruptura no es soberana. En cierto m odo
es u n accidente en la ascensión. A u n cuando ambas soberanías,
la ingenua y la del saber, correspondan a la m uerte, más allá de
la diferencia de una decadencia o rig in a ria (de la lenta alteración
a la m anifestación im perfecta), tam bién d ifie re n en un pu n to
preciso: p o r el lado de H egel, se tra ta justam ente de un acci­
dente. N o es una casualidad o u n in fo rtu n io que estarían des­
provistos de sentido. Por el c o n tra rio , el desgarram iento está
colm ado de sentido (“ E l E spíritu no obtiene su verdad —dice
H egel (yo subrayo)—sino encontrándose a sí m ism o en el des­
garram iento absoluto” .) Pero ese sentido es desafortunado. Es
lo que lim itó y em pobreció la revelación que el Sabio extrajo
de una perm anencia en los sitios donde reina la m uerte. Reco­
gió la soberanía com o una carga, que luego dejó caer...
¿Acaso m i in te n c ió n sería m in im iz a r la a c titu d de Hegel?
¡Todo lo c o n tra rio ! H e p re te n d id o m o stra r el incom parable
alcance de su re c o rrid o . A ta l fin no debía o c u lta r la parte
verdaderam ente escasa (e incluso in e vita b le ) del fracaso.
E n m i o p in ió n , de m is aproxim aciones se desprende más
b ie n la excepcional seguridad de ese re c o rrid o . Si fracasó, no
podem os d e cir que fue el resultado de u n error. E l m ism o
sentido del fracaso d ifie re del e rro r que lo causó: ta l vez sólo
el e rro r sea fo rtu ito . Es en general, com o de u n m o v im ie n to
a u té n tic o y cargado de sentido, que debem os hablar del “ fra ­
caso” de H egel.

308
H e g e l, la m uerte y e l s a c rific io

D e hecho, el hom bre siem pre está persiguiendo una sobe­


ranía auténtica. E n apariencia, de algún m odo tu vo in ic ia l­
m ente esa soberanía, pero sin n in g u n a duda no podía tenerla
entonces de m anera consciente, de m odo que en cie rto senti­
do no la tu vo , se le escapaba. Podemos ver que persiguió de
d istin ta s form as lo que siem pre se le sustraía. Siendo lo esen­
cia l que no podem os alcanzarlo y buscarlo conscientem ente,
pues la búsqueda lo aleja. A u n q u e puedo suponer que nada
nos es dado nunca sino de esa m anera equívoca.

309
H e g e l » e l h o m b r e y l a h is t o r ia

P or lo co m ú n m e parece que los juegos del pensam iento


actual son falsos deb id o al desconocim iento, en el que nos
com placem os, de la representación general que a p a rtir de 1806
ofrecía H egel acerca del H o m b re y del E s p íritu hum ano. N o
puedo saber hasta qué p u n to es grandiosa esa representación,
n i si es el o b je to c a p ita l que se debe pla n te a r m i re fle xió n ,
pero existe y se im p o n e a m edida que la conocem os: lo m e­
nos que p o d ría d e cir es que resulta vano ignorarla, y más vano
aún s u s titu irla p o r las im provisaciones im perfectas, tá cita y
acaso solapadam ente im p líc ita s , de todos aquellos que ha­
b la n del hom bre.
S in em bargo d iré de entrada que ese desconocim iento en
parte tiene sus excusas. La lectura de H egel es d ifíc il y la expo­
sició n de esa representación que propuso A lexandre Kojéve en
su Introducción a la lectura de H egel1 se presenta (aunque sólo
a p rim e ra vista) de u n m odo que desalienta al lector. N o tengo
intenciones de rem ediar con un artícu lo las dificultades que un
siglo y m edio no lo g ra ro n resolver. Pero in te n ta ré hacer visible
la riqueza de u n con te n id o velado hasta ahora para el co n ju n to
de los hom bres y que les concierne en el más a lto grado.

G a llim a rd , París, 1947.

310
H egel, el hom bre y la h isto ria

La im p o rta n cia casi dom inante que ha a d q uirido el m arxis­


m o en nuestra época co n trib u yó además a atraer la atención
sobre la filo s o fía de H egel, aunque una tendencia a p riv ile g ia r
los aspectos dialécticos de la naturaleza, más bien a p a rtir de
Engels antes que del m ism o H egel, ha dejado un poco en las
sombras el desarrollo dialéctico fundam ental del hegelianism o,
que se refiere al E s p íritu -es decir, al h o m b re - y cuyo m o vi­
m ie n to decisivo considera la oposición entre el A m o y el Escla­
vo (la d iv is ió n de la especie hum ana en clases opuestas).

I- E L S O B E R A N O (O E L A M O ),
L A M U E R T E Y L A A C C IÓ N

N o m e dem oraré en p rin c ip io s filo só fico s que pretendan


dar una idea de la representación del hom bre en H egel más
im p a cta n te que e xp lícita , pero antes de hablar del A m o y del
Esclavo deberé m ostrar que la filo s o fía de H egel está fundada
en la nega tivid a d que, en el d o m in io del e s p íritu , opone en
general el H o m b re a la N aturaleza. La negatividad es el p rin ­
c ip io de la A c c ió n o más bien la A cc ió n es N e g a tivid a d y la
N e g a tiv id a d , A c c ió n . E n p rim e r té rm in o , el H o m b re niega
la N aturaleza in tro d u c ie n d o en ella, com o u n reverso, la ano­
m alía de u n “ Yo personal p u ro ” . Ese “ Yo personal p u ro ” está
presente en el seno de la N aturaleza com o una oscuridad en la
lu z, com o una in tim id a d en la e xte rio rid a d de esas cosas que
son en sí y que com o tales no pueden desarrollar la riqueza de
la o p o sició n dialéctica.
Esa in tim id a d es la de la m uerte, el “ Yo personal p u ro ” le
opone a la presencia estable de la N aturaleza esa d isposición
in m in e n te que desde u n com ienzo es el sentido p ro fu n d o de

311
Georges Bataille

su a p a rició n . Pero la negación de la N aturaleza no se da sola­


m ente en la conciencia de la m uerte —porque puedo decir una
vez más que la fo rm a más hum ana se da en la co ntem plació n
del sa c rific io sa n griento ,2 y esa negación m o d ific a realm ente
(m o d ific a en si) el dato n a tu ra l m ediante el tra b a jo . La A c­
c ió n del ser personal com ienza tra n sfo rm a n d o el m undo y
creando enteram ente u n m u n d o hum ano, que sin duda de­
pende de la N aturaleza, pero en lucha co n tra ella.
La A c c ió n , según H egel, no se da p o r o tra parte directa­
m ente en el tra b a jo .3 La A c c ió n se da en p rim e r lu g a r en la
lu ch a del A m o —lu ch a de p u ro p re s tig io - con m iras al Reco­
n o c im ie n to .4 Esa lucha es esencialm ente una lu ch a a m uerte.
Y para H egel es la fo rm a en la que se le m uestra al H o m b re su
N e g a tivid a d (su conciencia de la m uerte). A s í la N e g a tivid a d
de la m uerte y la del trabajo estarían estrecham ente ligadas.
D aré una in te rp re ta ció n personal de esa Lucha a m uerte,
que es el tem a in ic ia l de la dialéctica del Am o, re firiéndom e a la
fo rm a s im ila r del soberano.5 La a c titu d del A m o im p lic a la so­
beranía y el riesgo de m uerte aceptado sin razones biológicas es
2 Véase el ensayo precedente [B a ta ille re m ite a la revista en qu e se p u b lic ó
o rig in a lm e n te ( N . de T . ) ].
3 E n Lascaux o e l n a cim ie n to d e l a rte (G in e b ra , S kira ), representé la a n te rio ri­
da d aparente del tra b a jo , pero la c o n s tru c c ió n ló g ic a de H e g e l es in de pen­
d ie n te de la c ro n o lo g ía de los aco ntecim ie ntos. Los desarrollos que in tr o d u ­
je en Lascaux s on correctos desde el p u n to de v ista hegeliano.
4 E n su In tro d u c c ió n a la le ctu ra de H egel:
I o E n p rim e r té rm in o , K ojéve h a p u b lic a d o (p. 9 -3 4 ) u n a tra d u c c ió n exten­
sam ente c o m e n ta d a del c a p ítu lo IV , sección A de la Fenom enología d e l
E s p íritu de H e g e l, que describe la o p o s ic ió n en tre el A m o y el Esclavo.
2 o L a e x p o s ic ió n de esa m is m a dialé ctica es re to m a d a (p. 5 1 -5 6 ), en unas
notas de R a y m o n d Q ue nea u d u ra n te u n curso im p a rtid o p o r K ojéve en la
Escuela de A lto s E studio s en 1 9 3 3 -1 9 3 4 ; asim ism o, en el te xto c o m p le to de
ese curso en 1 9 3 7 -1 9 3 8 (p. 1 7 2 -1 8 0 ); ta m b ié n en el c a p ítu lo titu la d o “ La
d ia lé c tic a de lo Real y el m é to d o fe n o m e n o ló g ic o en H e g e l” (p. 4 9 4 -5 0 1 ).
5 A l e s c rib ir la d ia lé c tic a d e l A m o y el Esclavo (el te x to cuya tra d u c c ió n
co m enta da se ofrece “ a m o d o de in tro d u c c ió n ” en K ojéve, p. 9 -3 4 ), H egel

312
Hegel, el hom bre y la h isto ria

su efecto. Luchar sin tener com o objeto la satisfacción de nece­


sidades anim ales es ya p o r sí m ism o ser soberano, es expresar
una soberanía. Y todo hom bre es in icia lm e n te soberano, pero
esa soberanía es en rig o r la del anim al salvaje. Si no luchara a
m uerte co n tra sus semejantes, al no ser reconocida su sobera­
nía, sería com o si no existiera. Sería la soberanía de un zorro o
de u n m irlo . La fuerza no funciona , pues el hecho de h u ir de
u n p e lig ro no ocasiona una servidum bre duradera. La sobera­
nía anim al se m antiene igual. Pero la soberanía hum ana es aque­
lla ante la cual se in c lin a n los otros hom bres, no es la del zorro
al que el m irlo nunca se someterá. Tanto es así que si un hom ­
bre m ata a su adversario, aunque la lucha entablada fuera por
p u ro prestigio, no ha o btenid o nada a cam bio: un m uerto no
puede reconocer a quien lo m ató. Por eso tiene que reducirlo a
la esclavitud.
Desde entonces la hum anidad se d ivid e en dos clases: la de
los hom bres soberanos, que H egel designó con el nom bre de
A m os {H e rre n ),*6 y la de los esclavos (Knechten) que sirven a
los A m os.
E n p rin c ip io , el A m o de Esclavos parece que ha alcanzado
su m eta. E l Esclavo, en efecto, se hace cargo de to d o servicio,
lib e ra al A m o de las ocupaciones y actividades anteriores, sin
las cuales este ú ltim o no había p o d id o satisfacer hasta ese

n o ten ía en m e nte más que los m o v im ie n to s del ser in d iv id u a l d e l H o m b re .


S ólo tra ta acerca de la e v o lu c ió n dialé ctica de la sociedad en sí m ism a en los
c a p ítu lo s V I y V I I de la Fenom enología d e l E s p íritu . E n m i o p in ió n es u n
de fecto, p o r o tra parte de escasa im p o rta n c ia . E n la d ialé ctica de la sobera­
n ía que a q u í esbozo, el p u n to de vista de los cap ítulos I V y V y el de los
ca p ítu lo s V I y V I I se reducen a u n o solo: el in d iv id u o ya n o está separado de
las fu n c io n e s sociales y religiosas.
6 T a n to la p a la bra francesa (M a itre ) c o m o su e q uivalen te alem án pueden
ta m b ié n tra ducirse p o r “ Señor” o in c lu s o “ D u e ñ o ” , al ig u a l que su opuesto
p o d ría tra d u c irs e c o m o “ S iervo” . D e jam os los té rm in o s más usuales en
español en las referencias a H egel. (N . de T.)

313
Georges B ataille

m om ento sus necesidades anim ales. E n este p u n to , in tro d u z ­


co una observación personal: antes de tener esclavos, el h o m ­
bre no tenía más que una soberanía lim ita d a . E l soberano
eventualm ente debía d iv id ir su v id a en dos partes, una abso­
lu ta m e n te soberana y la o tra activa, al servicio de los fines
anim ales. Los esclavos le p e rm itie ro n liberarse de la parte ac­
tiv a . Pero esa lib e ra c ió n tu v o su co n tra p a rtid a .
E n la v id a del A m o de Esclavos, la parte soberana, m a n i­
festada en la lucha p o r p u ro p re stig io , deja de ser únicam ente
soberana: tiene dos aspectos. Por u n lado, la lucha adquiere el
v a lo r y la fo rm a de una a c tiv id a d ú til: p o r o tro lado, esa a c ti­
vid a d ú til siem pre es desviada hacia fines que sobrepasan la
u tilid a d en el sentido del prestigio. D e todos m odos, se consti­
tuye un poder en m anos del soberano. La soberanía entonces
deja de ser lo que fue: la belleza im p o te n te que anteriorm ente,
en los com bates, sólo sabía m atar.
Las dos form as a ntigua m e nte banales de la soberanía, la
religiosa y la m ilita r, responden a esa d iv is ió n . La religiosa no
genera forzosam ente ventajas, ta m b ié n puede tener inconve­
nientes y con ello m anifestar incluso de m anera bastante b ru ta l
el hecho de que la soberanía del hom bre expresa una fa m ilia ri­
dad con la m uerte: estaba dentro de la lógica de la situación que
el rey fuera la v íc tim a designada para el sacrificio. C om o vere­
mos en el apartado siguiente, el soberano m ilita r está consagra­
do él m ism o al d o m in io de la m uerte, pero al actuar entra en
la senda de u n p o d e r creciente. N o hay razón para im a g in a r
en el origen form as m u y hom ogéneas, estrictam ente alineadas
sin oposición entre sí, pero es posible enunciar u n p rin c ip io .
P rim ero está la soberanía religiosa, donde el soberano es objeto
de una atracción independientem ente de lo que haga, donde es
soberano p o r lo que es. Pero en la m edida en que yendo contra
la pura soberanía se dedicaron a empresas guerreras, pasaron de

314
H egel, el hom bre y la h isto ria

la im potencia al poder, y u n rey m ilita rm e n te poderoso tuvo la


o p o rtu n id a d de negarse a la ejecución ritu a l —en el s a c rific io -
p roponie ndo una v íc tim a sustituta. Sería im posible decir: las
cosas o cu rrie ro n así. Pero es le g ítim o suponer que no fue algo
raro, y ese m odo de tra n sició n expone correctam ente el p rin c i­
p io del pasaje de u n m u n d o puram ente religioso al m undo
m ilita r, donde el juego de las fuerzas reales, lo que se hace, fu n ­
ciona al lado de la ley religiosa que es.
Seguram ente hay una degradación de la soberanía desde el
m o m e n to en que la Lucha tiene com o fin la E scla vitu d del
adversario vencido. E l rey que ejerce el poder y, más allá de lo
que él es sin actuar, acepta que lo reconozcan p o r lo que hace,
p o r su capacidad, e n tra en la senda donde la A c c ió n es real­
m ente eficaz y ya no es p o r p u ro p restigio. Pero aunque ya no
sea solam ente la “ belleza im p o te n te ” del rey religioso, todavía
es el héroe que no retrocede ante la m uerte, que la desafía
“ b ien de fre n te ” ; tam poco se aparta de ella para decir: “ N o es
nada” o “ Es falso ” .7 Por el co n tra rio , perm anece ju n to a ella, y
la N e g a tivid a d que encarna no deja de crear d e n tro suyo al ser
hum ano, despreciando la an im a lid a d de la m uerte, porque se
vanagloria de despreciarla .8
Esa fenom enología de la realeza to m a no ta de u n c o n ju n ­
to de form as m u y ric o , que H egel no llegó a conocer. E n la

7 Las palabras entre c o m illa s están tom adas de u n célebre pasaje de H egel
sobre la m u e rte {Fenom enología d e l E s p íritu , tra d. H y p p o lite , t. I, p. 29;
cita d o p o r K ojéve, p. 5 3 8 -5 3 9 ).
8 James Frazer h a expuesto u n c o n ju n to de hechos (su pervive ncias actuales
o h is tó ric a m e n te c o n ocidas) que ate stigua n una d ifu s ió n bastante a m p lia ,
en tie m p o s re m o to s , de l s a c rific io de l soberano. L a o b ra más re cie nte de
G e o rg e s D u m é z il h a d e s p e ja d o lo s rasgos ge nerales de la s o b e ra n ía
in d o e u ro p e a : e l e s tu d io de m ito s , rito s e in s titu c io n e s de u n área lim ita d a
a p u n ta en el s e n tid o de u n d u a lis m o - r e lig io s o y m ilita r . Esa o b ra ha
re c ib id o c rítica s, y es c ie rto q u e sus resultados son sorpren den tes, que
e x tie n d e n el d o m in io de los c o n o c im ie n to s h is tó ric o s y, en u n p u n to

315
Georges B ataille

m edida en que se refiere a hechos tan poco conocidos com o


la ejecución de reyes o su im p o te n cia , esta m anera de ver p o ­
d rá parecer audaz. N o obstante creo que nosotros m ism os te­
nem os una experiencia de la oscilación perdurab le (perdura­
ble, al parecer, a p a rtir de los tiem pos históricos) de la in s titu ­
c ió n real e n tre la im p o te n c ia re lig io s a y el p o d e r d e l A m o
m ilita r.

II. E L E S C LA V O Y E L T R A B A J O

E l Esclavo, para H egel, no es solam ente el esclavo de la


sociedad antigua, o b je to de una propieda d in d iv id u a l. Es en
general el hom b re que no es lib re de hacer lo que le place: su
acción, su tra b a jo , los pro d u cto s de su tra b a jo les pertenecen
a otros.
N o obstante, H egel lo define en p rim e r lugar con relación a
la m uerte. Lo que distingue al A m o es arriesgar la vida. E l A m o
p re firió la m uerte a la servidum bre. E l Esclavo p re firió no m o rir.
A l ig u a l que el Señorío del A m o , su servidum bre es p o r lo
ta n to el resultado de una elección verdaderam ente lib re .
E l Esclavo re tro ce d ió ante la m uerte, subsiste en el n iv e l
del ser n a tu ra l, del a n im a l que retrocede ante la m uerte. Pero
es justam ente p o r haber cedido a la reacción de la N aturaleza,
p o r haber carecido de la fuerza que hace fa lta para co m p o rta r-

c ru c ia l, de u n m o d o que provoca con fusión; la pruden cia de Georges D u m é z il


n o de ja de estar a la m e d id a de la audacia de su empresa. Los datos generales
de la a n tro p o lo g ía fe n o m e n o ló g ic a esbozada en este a rtíc u lo , esencialm ente
a p a r tir de H ege l, n o se verían m o d ific a d o s si la c o n s tru c c ió n de D u m é z il se
revelara frá g il. E n to d o caso la c o n s tru c c ió n , in d e p e n d ie n te de to d a teo ría
p re c o n c e b id a , c o in c id e c o n esos datos y fo rm a c o n ellos la re a lid a d de u n
m o v im ie n to p e rc e p tib le .

316
H e g e l, e l h o m b r e y la h is to ria

se com o H o m b re , que se hallará m e jo r ubicado que el A m o


para realizar en sí hasta el fin a l las posibilidades del H o m b re .
E l A m o perm anecerá id é n tic o a sí m ism o, m ientras que el
Esclavo se transform ará debido a que trabaja. “ E l A m o -d ic e
K ojéve9—fuerza al Esclavo a trabajar. Y al trabajar el Esclavo
se vuelve am o de la N aturaleza. Pero no se c o n v irtió en Escla­
vo del A m o sino porque —en u n p rin c ip io - era esclavo de la
N aturaleza, solidarizándose con ella y subordinándose a sus
leyes p o r la aceptación del in s tin to de conservación. A l con­
ve rtirse p o r el trabajo en am o de la N aturaleza, el Esclavo se
lib e ra pues de su p ro p ia naturaleza, de su p ro p io in s tin to , que
lo ligaba a la N aturaleza; el trabajo entonces lo lib e ra tam bién
de sí m ism o, de su naturaleza de Esclavo, lo lib e ra del A m o ” .
P orque en verdad la angustia m o rta l ante al A m o , origen
de la S ervid u m b re , es al m ism o tie m p o que una co n fe sió n
de in fe rio rid a d ante el A m o que lo supera, una oscura com ­
p re n s ió n de la m ise ria d e l A m o que arriesgó su v id a p o r un
re s u lta d o poco deseable. A l m ism o tie m p o que rechazaba
las co n d icio n e s dadas p re firie n d o la m uerte a la aceptación,
el A m o se com prom etía más que su Esclavo en la vid a lim ita ­
da y dada. A l disponer del trabajo del Esclavo, en efecto, pue­
de actuar sobre la N aturaleza más que en las condiciones an­
teriores. Pero actúa solam ente p o r m edio del Esclavo. Por sí
m ism o no puede hacer nada que m o d ifiq u e el m u n d o , de
m odo que queda “fijo ” en el Señorío.
A sí el soberano m ilita r guardaría d e n tro de sí la im p o te n ­
cia p ro fu n d a del re lig io s o . E n efecto, la soberanía no pue­
de m o d ific a r nada. S i p re te n d e m o d ific a r lo que es, deja
de ser soberanía p u ra . P or el c o n tra rio , el Esclavo tie n e la
verdadera p o te n cia d e b id o a que no puede aceptar verdade­
ram ente su c o n d ic ió n : está p o r lo ta n to en una com pleta
9 In tro d u c c ió n ct la le ctu ra de H egel, p. 28.

317
Georges B ataille

negación de lo dado, ya se tra te de sí m ism o (de su estado) o


de la N aturaleza. A lg u n o s representantes degradados de la
clase soberana todavía hacen v is ib le para nosotros el e s p íritu
de in e rc ia ociosa del que he h ablad o: los hom bres de la a c ti­
v id a d in d u s trio s a parecen en efecto serviles ante esos “ in ú ti­
les” ; los ju ic io s de v a lo r de los negociantes o los ingenieros
heredan efectivam ente del e s p íritu de se rvidum bre la sensa­
c ió n de una im p o rta n c ia más grande de las actividades su­
bord in a d a s a fines b io ló g ic o s con respecto a las conductas
de “p u ro p re s tig io ” .
D e l m ism o m odo, dice H e g e l, 101que el Señorío ha m os­
tra d o que su realidad esencial es la im agen in v e rtid a y falsa de
lo que pretende ser, ta m b ié n la S ervidum bre -p o d e m o s su­
p o n e rlo — se to rn a rá en su c u m p lim ie n to lo c o n tra rio de lo
que es de m anera in m e d ia ta . E n ta n to que conciencia re p ri­
m id a en sí m ism a, la S ervidum bre penetrará en su p ro p io
in te rio r y se in v e rtirá y falseará para convertirse en verdadera
autonom ía.
A sí, d irá K ojéve , 11 “el h o m b re co m p le to , absolutam ente
lib re , d e fin itiv a y to ta lm e n te satisfecho de lo que es, el h o m ­
bre que se perfecciona en y a través de esa satisfacción, será el
Esclavo que ha ‘s u p rim id o ’ 12 su servidum bre... La H is to ria es
la H is to ria del Esclavo tra b a ja d o r” . Y más adelante :13 “ E l fu ­
tu ro y la H is to ria pertenecen pues... al Esclavo trabajador... Si
la angustia ante la m uerte encarnada para el Esclavo en la per­
sona del A m o guerrero es la c o n d ic ió n sine qua non del p ro -

10 Fenom enología, cap. IV , sección A . T ra d u c c ió n c o m e n ta d a en K ojéve, p. 26.


11 Ibid.
12 Las c o m illa s in d ic a n que esta palabra debe ser to m a d a en el se n tid o del
alem án “ aufgehoben” , es d e c ir: s u p rim id o d ialé cticam e nte, a la vez s u p rim i­
d o , conservado y s u b lim a d o . D e l m is m o m o d o el T ra b a jo niega y “ su p rim e ”
el ro ble: lo c o n v ie rte en una mesa.
13 P. 28.

318
H e g e l, e l h o m b r e y la h is to r ia

greso h is tó ric o , únicam ente el trabajo del Esclavo lo realiza y


lo desarrolla.”
Por el trabajo forzado, el Esclavo se separa entonces del pro­
ducto, que no consume. Es el A m o quien lo consum e. A l tra­
bajar el Esclavo debe re p rim ir su p ro p io deseo. D e ta l m anera
se fo rm a (se educa). Igualm ente el A m o destruye —consum e-
el p ro d u cto . Por el co n tra rio , el Esclavo no destruye, sino que
fo rm a el objeto de su trabajo. “ Posterga la destrucción de la
cosa transform ándola p rim e ro m ediante el trabajo; la prepara
para el consum o... T ransform a las cosas al transform arse, al
educarse a sí m ism o.” Ese distanciam ento frente al objeto del
deseo es lo opuesto a la a c titu d anim al (com o la a c titu d del
perro frente al hueso). C on ese distanciam iento se ha disipado
la angustia, al menos la angustia inm ediata: pues la angustia se
atenúa en la m edida en que el deseo es re p rim id o .
E n este c a p ítu lo , he seguido hasta a quí de cerca a H egel
- y a K o jé v e -; sin dejar de preguntarm e si la sucesión de los
m om entos descriptos era la más satisfactoria. Esas dudas no
se refieren a lo esencial, concerniente a la a p a rició n de m o ­
m entos que podem os conocerfenomenológicamente dado que,
habiendo desaparecido en nosotros hace m ucho tie m p o , ha­
biendo sido “su p rim idos” , no obstante están dialécticam ente
“ conservados” (o sea sublim ados).
Personalm ente me parece d ifíc il ob via r que el trabajo de­
b ió preceder a la esclavitud. D e n tro del desarrollo de las fo r­
mas descriptas en la Fenomenología, ta l vez lo más extraño se
deba al desconocim iento de una existencia p ropiam en te h u ­
m ana a n te rio r a la re ducción a la esclavitud de los vencidos.
E n cie rto sentido, esto no tiene una im p o rta n cia fundam en­
ta l: podem os a d m itir fácilm ente que la H is to ria re q u irió que
un dram a in te rio r (podem os im aginarlo en p rim e r lugar) “se
exteriorizara” , ordenara las oposiciones de actitudes contrapuestas

319
Georges B ataille

en diversas personas o categorías de personas. Pero H egel no


hubiese p o d id o d e scrib ir to d o lo que se desplegó si el dram a
no p u d ie ra in te rio riza rse en la conciencia de u n ú n ico in d iv i­
duo. Lo cual no quiere d e cir que p rim e ro fuera in te rio r, com o
sería p ro c liv e a suponer alguien al ta n to de las descripciones
de las sociedades arcaicas: de todas maneras, los in fo rm e s de
los e tnólog os no nos p e rm itirá n establecer la sucesión ló g i­
ca que, si no e stricta m e n te , al m enos debería aproxim arse a
la sucesión h is tó ric a .14 M u y p o r el c o n tra rio creo que la cons­
tru c c ió n ló g ica de una serie de apariciones de la conciencia
“conserva” un m ayor peso que la discusión re co n stru ctiva a
p a rtir de datos c ie n tífic o s fra gm entarios .15 Sea com o fuere,
m e veo llevado a pensar que el H o m b re en cuanto ta l perm a­
neció cerca de la m uerte y tra b a jó (construyó un m u n d o no
n a tu ra l y se lib e ró —p a rc ia lm e n te - de la angustia trabajando
para u n resultado d ife rid o ). La distancia entre el o b je to fo r­
m ado y aquel que lo p ro d u jo sin co n su m irlo (d e s tru irlo ) de
in m e d ia to , y de esa m anera lo fo rm ó al form arse él m ism o,
puede haber sido el efecto de prohibiciones anteriores a la d o m i­
nación del A m o , p ro h ib icio n e s puram ente religiosas. Es posi­
ble que el H o m b re se haya co nvertido en tal, se separara del
anim al, siguiendo vías diferentes a las descriptas p o r H egel. N o
im p o rta si v in c u ló los m om entos de ese h u m ild e devenir con
los de una H is to ria com parable en su com pleto desarrollo a la
elevación del árbol p o r encim a de las hierbas.
S in duda que lo que expongo debería ser esclarecido y am ­
p lia m e n te elaborado. S ólo d iré adonde conduce m i suposi-

14 A u n q u e el m is m o H e g e l nos previene: es o b v io , co m o d ije antes, que la


sucesión de los ca p ítu lo s de la Fenom enología n o es una sucesión te m p o ra l.
15 Por supuesto, esa c o n s tru c c ió n d e l co n ju n to es la c o n d ic ió n elem enta l de
to d a fe n o m e n o lo g ía de la H isto ria -, en p r im e r lu g a r se tra ta de o rd e n a r en
nosotros, con la ayuda de señalam ientos histó rico s, el c o n te n id o de la co n ­
ciencia.

320
H egel, el hom bre y la histo ria

ció n . E l H o m b re puede haber v iv id o los m om entos del A m o


y del Esclavo en un m ism o in d iv id u o (o en cada in d iv id u o ).
La d iv is ió n en el espacio de H egel se realizó, sin duda previa­
m ente, en el tie m p o . Es el sentido de una opo sició n clásica
entre “tie m p o sagrado” y “tie m p o profano” . Lo que el tiem po
p ro fa n o es al tie m p o sagrado, fue el Esclavo para el A m o . Los
hom bres trabajan en el “ tie m p o p ro fa n o ” , aseguran de esa
m anera la satisfacción de las necesidades anim ales, paralela­
m ente acum ulan los recursos que a n iq u ila rá n los consum os
m asivos de la fiesta (del “tie m p o sagrado” ). Pero la tra n sició n
del tie m p o al espacio im p lic a una inve rsió n : en la d iv is ió n
tem poral, la claridad de la oposición era un elem ento de esta­
b ilid a d (sin duda p ro v is o rio ); en la d iv is ió n espacial, la oposi­
c ió n entre el A m o y el Esclavo anuncia la in e sta b ilid a d de la
H is to ria : el A m o es lo que él no es y no es lo que él es, no
puede tener la autonom ía del “tie m p o sagrado” ; inserta in c lu ­
so en la existencia sagrada el m o v im ie n to del tie m p o profano
donde se actúa con m iras a u n resultado. D e b id o a que dura,
su p ro p io ser in tro d u c e u n elem ento co n tra rio a la instanta­
neidad del “tie m p o sagrado” , donde el fu tu ro ya no cuenta,
donde los recursos se d ila p id a n , donde la v íc tim a es d e stru i­
da, a n iq u ila d a , donde ya sólo se tra ta de ser “ soberanam ente
en la m uerte” , “para la m u e rte ” (en la a n iq u ila c ió n y la des­
tru c c ió n ). E l elem ento personal en el A m o acentúa el deseo
de u n m ayor poder y los resultados de una guerra victo rio sa
son más sólidos que los de los sacrificios, aunque estos ú lti­
m os hayan parecido benéficos.
Vem os que aun a d m itie n d o la p o s ib ilid a d que tu v o el
H o m b re para negar en sí m ism o la a n im a lid a d sin actu a r,16
no hay que m o d ific a r nada esencial en el m o v im ie n to de la

E n m i o p in ió n , el H o m b re se h a b ría separado de la a n im a lid a d p o r la


p ro h ib ic ió n o las p ro h ib ic io n e s religiosas. Pero al e s c rib ir esa palabra, no

321
Georges B ataille

h is to ria de H egel. E l devenir del Esclavo, sus vanos esfuerzos


p o r re co b ra r una soberanía ilu s o ria (en el estoicism o o el
escepticism o), su m ala co n ciencia , su re n u n c ia m ie n to y la
re m is ió n de su nosta lg ia de v id a soberana a u n D io s in d iv i­
d u a l y e terno, trascendente y a n tro p o m ó rfic o , el T rabajo
que preside la verdad de un m u n d o n a tu ra l, y fin a lm e n te el
re c o n o c im ie n to de los hom bres entre sí (en el p la n o de u n
“ E stado unive rsa l y hom ogéneo” , es decir, sim p le m e n te de
una “ sociedad sin clases” ), en una palabra, el c o n ju n to del
d e ve n ir donde se cum p le la revelación en la conciencia de la
T o ta lid a d que in c lu y e ese d e ve n ir y la reve la ció n de lo que
es la T o ta lid a d , no vem os cóm o p o d ría m o d ifica rse esen­
cia lm e n te esa d e scrip ció n del H o m b re y d e l M u n d o , del
S ujeto y del O b je to . Es u n cuadro donde se com ponen en
u n o rd e n p la u s ib le las p o sib ilid a d e s que generalm ente se
a b rie ro n para las conductas, el pensam iento y el discurso del
H o m b re . E xiste n p u n to s en que el o rd e n a m ie n to es discu ­
tib le , pero de in m e d ia to la discu sió n parece m e n o r y em -
hago más que e n u n c ia r vagam ente, y s in de sarro llar su se n tid o , u n m o m e n to
de la N e g a tiv id a d que en c ie rto m o d o se inserta p o r sí m is m o d e n tro de las
con struccion es hegelianas. K ojéve alude, a u nque s in s itu a rlo , al m o m e n to
d e l cu a l p re te n d o hablar. E scribe (p. 4 9 0 , n ° I) : “ T o d a ed ucación im p lic a
u n a larga serie de au to-negaciones efectuadas p o r el n iñ o : los padres sola­
m e n te lo in c ita n a negar algunos aspectos de su na tura le za a n im a l in n a ta , es
él q u ie n debe ha cerlo efectivam ente. (Basta c o n que el p e rrito ya n o haga
ciertas cosas, ta m b ié n el n iñ o debe ten er vergüenza de hacerlas, e tc.)” . Y es
ú n ic a m e n te a causa de esas auto-negaciones (represiones) que to d o n iñ o
“ educado” es n o sólo u n a n im a l e rg u id o (“ id é n tic o ” a sí m is m o y en sí
m is m o ), sin o u n ser verdaderam ente h u m a n o (o “ c o m p le jo ” ): aunque en la
m a y o ría de los casos sólo sea en m u y escasa m e d id a , ya q u e la e d ucación (es
decir, las auto-negaciones) cesa en general dem asiado p ro n to . E n este caso
K o jé v e n o ha b la más que d e l d e v e n ir h u m a n o de cada in d iv id u o en la
in fa n c ia , pero ge neralm ente el pasaje de l a n im a l al H o m b re im p lic a en el
m is m o s en tido, según creo, unas auto-negaciones in iciales en la p rim e ra etapa
de ese devenir. (H e in te n ta d o d ilu c id a r estas cuestiones concernientes al
o rig e n en Lascaux o e l n a cim ie n to d e l a rte .)

322
H egel, el hom bre y la h is to ria

pre n d e rla co n d u ciría a una m ayor a d m ira ció n de to d o aque­


llo que no p o d ría ser o b je to de discusión. N u n c a cuestiona­
m os las perspectivas centrales del cuadro: en ese p la n o , des­
de el com ienzo, to d o lo que im aginam os de m o d o d ife re n ­
te se queda c o rto , sorprende ntem ente im p lic a u n descono­
c im ie n to d e l c o n ju n to . U na frase m u y s e n cilla de K ojéve
e n u n cia esas perspectivas: “ E l proceso h is tó ric o , el d e ve n ir
h is tó ric o del Ser hum ano es p o r lo ta n to la obra del Esclavo
tra b a ja d o r y no d e l A m o guerrero. Por c ie rto que sin A m o
no hubiese h a b id o h is to ria . Pero única m e n te p o rq u e sin él
no hubiese h a b id o Esclavo y p o r ende ta m p o co T ra b a jo ” .
¿Acaso alg u n a vez se e n u n c ió más b ru ta lm e n te (y más
in sid io sa m e n te ) lo esencial que debe saber el H o m b re acer­
ca de sí m ism o?
Si pensáramos que ese desvelam iento de todas las cosas —de
la H is to ria considerada en su violencia (aunque tam bién den­
tro del m o v im ie n to de sus engranajes p re c is o s )- se da, se­
g ún H egel, en el m ism o lu g a r donde el ser n a tu ra l se v o lv ió
H o m b re y lo supo cuando supo lo que es la m u e rte , no nos
queda sino callarnos. E n efecto, el discurso en el extrem o de
to d o lo p o sib le coloca fin a lm e n te a q u ie n lo escucha en el
vacío de una noche donde la p le n itu d del v ie n to im p id e que
se oiga hablar.

III . E L F IN D E L A H IS T O R IA

E n el p u n to al que he llegado se e ncuen tra una in e v ita ­


ble decepción. E n el fo n d o , es la decepción del hom bre que
busca en la m uerte el secreto del ser y no encuentra nada, a
falta de poder conocer y dejar de ser en el m ism o instante: debe

323
Georges B ataille

contentarse con un espectáculo. Puedo im aginar —y representar­


me— un acabam iento tan perfecto del discurso que a continua­
ción otros desarrollos ya no tendrían sentido, no captarían nada
y harían se n tir la pérdida del vacío que deja el fin a l del discur­
so. Pero así abordo el problem a ú ltim o del hegelianism o. Ese
m o m e n to d e fin itiv o de la im a g in a ció n im p lic a la v is ió n de
una to ta lid a d donde n in g u n o de sus elem entos co n s titu tiv o s
pueda ser separado, lo que en ú ltim a in sta n cia conduce cada
elem ento al m o m e n to en que la m uerte lo toca; más aún, lo
que extrae la verdad de cada elem ento de esa p ró x im a absor­
c ió n en la m uerte. Pero esa co n te m p la ció n de la to ta lid a d no
es realm ente posible. N o deja de estar fuera de nuestro alcan­
ce, al ig u a l que la m uerte.
In tro d u z c o de esta m anera el postu la d o del “fin de la his­
to ria ” . E l discurso de H egel no tiene sentido si n o concluye, y
sólo concluye en el m o m e n to en que la m ism a H is to ria , en
que to d o concluye. Porque de o tro m o d o la H is to ria p ro si­
gue, y deberán ser dichas otras cosas. La coherencia del discur­
so entonces resulta cuestionada, e in clu so su p o s ib ilid á d .
E l fin de la H is to ria sin duda puede tener lug a r de varias
maneras. Y de cualquie r m anera que ocurra, m e parece in e v i­
table, si no le g ítim o , ya que no se puede v iv ir el fin , im aginar
que se lo vive, y para ello representarlo m ediante u n a rtific io .
N o es más excesivo que im aginarse la p ro p ia m u erte... In c lu ­
so es fa c tib le decir: “ C uando la h is to ria te rm in e , para siem ­
pre, ya nadie hablará” . In clu so sería v á lid o añadir: “ T al vez n i
siq u ie ra entonces lo sepa nadie. E n consecuencia, ¡debería­
m os a n tic ip a rlo !” .
N o obstante, sigue habiendo una d ife re n cia entre ambas
com edias: la m uerte es segura. Pero el fin de la H is to ria no lo
es. A sí, en lo que le concierne, no podem os tener la buena
conciencia de q u ien se im agina que m uere. L o que para m í es

324
H egel, el hom bre y la h isto ria

deplorable. E n p rim e r lugar, no sería grato afirm ar, aunque se


lo com probara, la necesidad según la cual “ la h is to ria te rm i­
nará” , y m ucho m enos si hubiese que d e cir ingenuam ente
que ha te rm in a d o . E n efecto, la idea de que la h is to ria haya
co n clu id o le parece una estupidez a la m ayoría. Los argum en­
tos que se le oponen acaso sean débiles. A proxim adam ente
quieren decir, com o si se tratase de una c o lin a o de una casa:
siem pre la hem os visto a llí, ¿por qué se iría? S in em bargo, la
h is to ria em pezó...
E xpondré ahora el sentido preciso que podem os darle a
esas extrañas palabras: el fin de la histo ria . Q uiere decir que en
adelante no o cu rrirá nada nuevo. Por lo m enos nada verdade­
ram ente nuevo. N ada que pueda enriquecer un cuadro de las
form as de existencia aparecidas. Las guerras o revoluciones
palaciegas no probarían que la h is to ria prosigue.
Sea com o fuera, cuando la planteo, una perspectiva tan
poco esperada m otivará las m ism as reacciones que la m uerte.
Puedo decir: “no es nada” o “es falso” . Incluso puedo “retroce­
der de h o rro r ante el fin ” . T am bién puedo con te m p la r lo que
m uere “ bien de frente” , soportando la obra de la m uerte. Desde
ese m om ento extraeré de u n desgarram iento absoluto una
verdad cuya aparición anuncia que va a desaparecer...
D e todos m odos, la m uerte de la h is to ria es m i m uerte así
com o la del in d iv id u o que soy. ¿No es incluso una m uerte en
segundo grado? La d u ra ció n h is tó ric a abría ante m í una su­
pervivencia, de la que nunca me reí más que hipócrita m e n te .
Pero sé que el hom bre es negación, que es una form a rig u ro ­
sa de N egatividad o no es nada. Si lo dado es aceptado sin una
revuelta creadora, ¿serán todavía hom bres todos esos seres que
aceptaron? Si se satisfacen p o r sí m ism os, perm aneciendo sin
cam bios e iguales a sí m ism os, ¿no habrán a d q u irid o acaso el
carácter del anim al y renunciado al de los hombres?

325
G e o rg e s B a ta ille

A este respecto, Kojéve sim plem ente dice18: “ La Desapari­


ció n del H o m b re en el fin de la H is to ria no es... una catástrofe
cósm ica: el M u n d o na tu ra l sigue siendo lo que es desde siem ­
pre. Y tam poco es p o r ende una catástrofe biológica: el H o m ­
bre sigue viviendo en tan to que anim al que está de acuerdo con
la N aturaleza o el Ser-dado. L o que desaparece es el H o m b re
propiam ente d icho, o sea la A cció n negadora de lo dado y el
E rro r o, en general, el S ujeto opuesto al O b je to . D e hecho, el
fin del T ie m p o H u m ano o de la H is to ria , es decir, la a n iq u ila ­
ció n d e fin itiv a del H o m b re propiam ente d icho o del In d iv i­
duo lib re e histórico, significa sencillam ente el cese de la A cción
en el sentido fuerte del té rm in o . Lo que prácticam ente quiere
decir: la desaparición de las guerras y de las revoluciones san­
grientas19. Y además la desaparición de la Filosofia: pues si el
H om bre ya no cam bia esencialmente, no hay razones para cam­
b ia r los p rin cip io s (verdaderos) que están en la base de su cono­
cim ie n to del M u n d o y de sí m ism o. Pero to d o lo demás puede
m antenerse in d e fin id a m e n te : el arte, el am or, el juego, etc.; en
suma, to d o lo que hace al H o m b re fe liz . Recordem os que este
tem a hegeliano, entre m uchos otros, fue retom ado p o r M a rx.
La H is to ria propiam ente dicha, donde los hom bres (las cla­
ses’) luchan entre sí p o r el reconocim ien to y luchan contra la
N aturaleza m ediante el trabajo, se llam a en M a rx ‘R eino de la
necesidad’ (Reich der N otw endigkeit■); más a llá (jenseits) está
situado el ‘R eino de la lib e rta d ’ (Reich der F re ih e it), donde los
hom bres (reconociéndose m utuam ente sin reservas) ya no lu ­
chan y trabajan lo m enos posible (la N aturaleza ha sido d o m i­
nada definitivam en te, es decir, arm onizada con el hom bre)” .20

18 In tro d u c c ió n a la le c tu ra de H egel, p. 4 3 4 , n ° 1.
19 E n rigor, ya que es posible im aginar, después del fin de la historia, guerras y
revoluciones que n o agregan n in g ú n cap ítulo nuevo a lo que el ho m bre ya vivió .
20 V e r E l c a p ita l, L . I I I , cap. 48.

326
Hegel, el hom bre y la historia

E n o tra parte,21 Kojéve dice: “Ya nada cambia... en el Esta­


do universal y hom ogéneo. Ya no hay H is to ria , el fu tu ro es
un pasado que ya fue, la vid a es p o r lo ta n to puram ente b io ­
lógica. Ya no existe entonces el hom bre propiam en te dicho.
Lo hum ano (el E s p íritu ), tras el fin d e fin itiv o del hom bre
h is tó ric o , se ha refugiado en el L ib ro .22 Y este ú ltim o tam po­
co es el T ie m p o , sino la E te rn id a d ” .
Luego com enta este ú ltim o pasaje de su lib ro :23 “ E l hecho
es que al fin a l del T ie m p o la Palabra-concepto (Logos) se se­
p a ra del H o m b re y existe em píricam ente, ya no bajo la fo r­
m a de una realidad hum ana, sino en ta n to que L ib ro -h e c h o
que revela la fin itu d e se n cia l del H om bre. N o solam ente muere
ta l o cual hom bre: el H o m b re m uere en cuanto ta l. E l fin de
la H is to ria es la m uerte del H o m b re pro p ia m e n te d ich o .
Después de esa m uerte, quedan: 1) cuerpos vivientes que tie ­
nen fo rm a hum ana pero están privados de E s p íritu , es decir,
de T ie m p o o de pote n cia creadora; y 2) u n E s p íritu que exis-
te-em píricam ente , aunque bajo la fo rm a de una realidad
ino rg á n ica , no v iv ie n te , en ta n to que L ib ro , que al no ser
siquiera una vida anim al ya no tiene nada que ver con el T ie m ­
po. La relación entre el Sabio y su L ib ro es p o r lo ta n to rig u ­
rosam ente análoga a la del H o m b re y su muerte. M i m uerte
es verdaderam ente m ía, no es la m uerte de o tro . Pero sólo es
m ía en el fu tu ro , puesto que se puede decir. ‘V oy a m o rir’,
pero no ‘E stoy m u e rto ’. L o m ism o sucede con el L ib ro . Es m i
obra y no la de o tro ; tra ta acerca de m í y no de otra cosa. Pero
no estoy en el L ib ro , no soy ese lib ro m ientras lo escribo o lo
p u b lic o , es decir, m ientras todavía es un fu tu ro (un proyecto).
U na vez aparecido el L ib ro , se separa de m í. D eja de ser yo, así

21 P. 38 7.
22 Fenom enología d e l e s p íritu (L a n o ta n o es de K ojéve).
23 E n n o ta al pie, p. 3 8 7 -3 8 8 .

327
G eo rge s B a ta ille

com o m i cuerpo deja de ser yo después de m i m uerte. La


m uerte es igualm ente tan im personal y eterna, es decir, in h u ­
m ana, com o es im personal, eterno e in h u m a n o el E s p íritu
plenam en te realizado en y p o r el L ib ro ” .

Si he citado estos textos extraños donde la m ism a palabra


parece herida de m uerte, no es solamente para defender su con­
te n id o , sino para situ a r m ejor la filo so fía de H egel. E l texto de
Kojéve es p e re n to rio . Su m o vim ie n to es b ru ta l. N o es conci­
lia d o r, y resulta claro que si se suavizara quedaría vaciado de
contenid o. C iertam ente, la filo so fía de H egel es la filo so fía de
la m uerte. La estricta adhesión de Kojéve al arrebato negador
de la A cció n lo m arca tam bién con u n signo de fin itu d o de
m uerte; al escucharlo, pareciera que la m ism a m uerte hablara
ese lenguaje suelto, tajante, anim ado p o r u n im placable m o v i­
m ie n to : su palabra posee la im potencia, y en el m ism o instante
la o m n ip o te n cia de la m uerte. ¿Qué queda de u n m o vim ie n to
devastador donde nada de lo que la hum anidad piensa no se
haga p o lvo y no se derrum be? Kojéve ha subrayado la insatis­
facción o culta de H egel y ha hecho claram ente visib le que el
Sabio llam a satisfacción a una frustración, p o r cierto que vo­
lu n ta ria , pero absoluta y d e fin itiva . ¿Qué es esto entonces si no
revelar en la T o ta lid a d hegeliana u n holocausto ofrecido “ bien
de frente” a la devastación del Tiem po? E l tie m p o que sustrae
todas las cosas tam bién se sustrae en su desaparición incesante.
A pesar de las m aneras de pensar dom inantes, considero
ahora el fin de la H is to ria com o una verdad cualquiera, com o
una verdad establecida.
Su co n d ic ió n esencial es clara, solam ente es el pasaje de los
hom bres a la sociedad hom ogénea; el cese del juego p o r el
cual los hom bres se oponían entre sí y realizaban una tras o tra
m odalidades hum anas diferentes.

328
H e g e l, e l h o m b r e y la h is to r ia

D e n tro del desarrollo de la h isto ria , una parte de los h o m ­


bres se vo lvía d is tin ta a los que perm anecían in m ó vile s, in ­
m utables. E l H o m b re se opone al anim al en que el anim al
perm aneció sem ejante a sí m ism o a través de los siglos, m ien­
tras que el hom bre siem pre se vuelve otro. E l hom bre es el
a n im a l que d ifie re con tin u a m e n te de sí m ism o: es el a n im a l
histórico. Los anim ales no tien e n , ya no tie n e n h is to ria . La
h is to ria hum ana cesará cuando el H o m b re deje de cam biar y
p o r lo ta n to deje de diferenciarse de sí m ism o.
U n m om ento así es fá cilm e n te reconocible: p o r un lado,
los hom bres son puram ente conservadores de lo que son, so­
bre to d o conservadores de las diferencias que los separan, que
les dan la sensación de ser hum anos; pero si p o r o tro lado
quienes cam bian el m u n d o están ocupados únicam ente en
s u p rim ir aquellas diferencias que tienen el sentido de una dis­
tin c ió n de clases, entonces ya no hay h is to ria , o p o r lo menos
la parte de la h is to ria que se representa esfin a l.
Y en tales condiciones resulta claro que la lucha tiene lugar
sinceram ente de ambos lados p o r el Hom bre. Los conservado­
res no son los conservadores de todos los tiem pos, no son la
pura expresión de la in e rcia del pasado, sino de la vo lu n ta d
incesante del H om bre p o r d ife rir de lo que fue, p o r encarnar al
H o m b re auténticam ente en esa diferencia consigo m ism o.
C om o contrapartid a, los revolucionarios m odernos no se pa­
recerán a los revolucionarios del pasado, que traían consigo el
advenim iento de hom bres nuevos (com o el in te le ctu a l lib e ra l,
el poeta ro m á n tico ), que creaban nuevas distinciones. O bien,
si se tra ta de u n hom b re nuevo, la ú nica novedad s ig n ific a ti­
va será a lin e a r a la h u m a n id a d entera al n iv e l de una especie
de acabam iento. Es fá c il precisar el p u n to donde se propone
ese a lineam ien to. S in duda se tra ta de una c u ltu ra capaz de
diversos grados pero de m odo ta l que esos grados no tengan

32 9
G e o rg e s B a ta ille

una im p o rta n c ia c u a n tita tiv a y no creen distincione s cualita­


tivas. La c u ltu ra capaz de velar p o r la hom ogeneidad fu n d a ­
m e n ta l y la com prensión recíproca de quienes la encarnan en
diversos grados es la c u ltu ra técnica. E l obrero no sabe lo que
sabe el ingeniero, pero el va lo r de los conocim iento s del inge­
n ie ro no se le escapa com o se le escapan los intereses de un
e s c rito r surrealista. N o se tra ta de una escala de valores supe­
rio r, n i de u n desprecio sistem ático de los valores desinteresa­
dos. Se tra ta de apoyar lo que acerca a los hom bres y s u p rim ir
lo que los separa. Para el hom b re es una in ve rsió n del m o v i­
m ie n to que hasta entonces lo había im p u lsa d o . A p a rtir de
a llí, cada hom b re puede ver a la h u m a n id a d en sí m ism o, en
aquello que lo hace ig u a l a los demás, m ientras que antes la
rem itíam os a los valores que nos d is tin g u ía n .
E sto no supone el deseo p o r lo que la h u m a n id a d alcanzó
elevándose de d is tin c ió n en d is tin c ió n . Solam ente supone que
ya nadie busque una d is tin c ió n nueva. L o cual quiere decir
que el hom bre, co n fo rm e consigo m ism o , ya no in te n te ser
el hom bre diferenciándose de lo que antes de él se considera­
ba naturaleza hum ana. E n sum a, lo que h izo de nosotros el
p ro d ig io decepcionante que todavía som os cede su lu g a r al
ser n a tu ra l, anim a l, en ta n to que in m u ta b le , que dom in a rá la
naturaleza ya sin negarla, puesto que estará com pletam ente
integ ra d o a ella.
E l acontecim ien to es ta n to más grave cuanto que de una y
o tra parte nadie está lis to para ve rlo “ b ie n de fre n te ” . Su sen­
tid o es reconocible y nunca es reconocido . Pero actualm ente
reina en la tie rra un gran m alestar.
A pesar de to d o , nos re su lta d ifíc il n o v o lv e r a nuestros
h á b ito s de pensam iento. Pero p o r u n in s ta n te se nos conce­
de la o p o rtu n id a d de conocer en el m o m e n to en que e n tra
en la m uerte este m u n d o que nu n ca pareció revelarnos una

330
H e g e l, e l h o m b r e y la h is to ria

in so ste n ib le presencia sino para ocu lta rn o s su sen tid o . C o ­


nocerem os ese se n tid o de una m anera fugaz, y su a firm a ­
c ió n no aparecerá sino para disolverse en un sile n cio d e fin i­
tiv o . N o obstante, es una o p o rtu n id a d de responder a la
in v ita c ió n : la o p o rtu n id a d es decepcionante, p o r cie rto , pero
ta l vez hem os esperado innum erables siglos una apoteosis tan
hum ana, un acabam iento tan sublim e y ta n com pleto. E n
to d o caso una apoteosis de esa clase, donde sin duda los ojos
se a b rirá n dem asiado tarde ante la ú ltim a revelación, merece
al m enos la endeble excitación que siento. N o puedo esperar
d is fru ta r de e llo , n i siquiera sabré si no hago u n espectáculo
m aravilloso de un acon te cim ie n to cuyo carácter justam ente
es ya no anuncia r nada m aravilloso. E l día en que se verá lo
que espero, ta l vez todos los ojos estén cerrados, com o in e v i­
tablem ente los ojos de los verdugos dignos de ese nom bre
son ciegos a la m uerte. Pero aún es tie m p o y puedo, saliendo
de nuestros hábitos de pensam iento, ofrecerm e p o r a n ticip a ­
do el espectáculo que nunca podrán m ira r más que unos ojos
cerrados, pero que todavía veo y que delante de m is ojos des­
orb ita d o s es tan m aravilloso com o angustiante.
N o m e parece que para ta l fin la im a g in a ció n sea satisfac­
to ria . C iertam ente es más cautivante representar a nuestra
m anera una fa ta lid a d precisa. La conte m p la ció n anticipad a
de la que nunca saldrem os sólo puede ser pensada. Debem os
lim ita rn o s a co n ta r la h is to ria de los antecedentes del aconte­
c im ie n to . Pero podem os aproxim arnos de varias maneras a lo
que en la m ente despierta el deseo de estar a llí, m irá n d o lo
bien de frente. Ind iscu tib le m e n te , esas reacciones ú ltim as son
rid ic u la s , pero lo que para unos es “ta n to peor” a veces es
“ta n to m e jo r” para los otros.
U bicándom e dentro del desarrollo del tiem po, puedo con­
siderar la masa de la m a te ria viv ie n te y d e n tro de esa masa

331
G e o rg e s B a ta ille

detenerm e en este hecho: el hom bre que actúa d e n tro de esa


m ateria debe “p ro d u c ir” su subsistencia, pero siem pre (o casi
siem pre) produce más de lo que necesita para subsistir.
E n sí m ism a la naturaleza ya producía más subsistencias de
las necesarias para la sum a de los seres vivos. D e a llí el sentido
económ ico de los anim ales depredadores que tienen un a li­
m e n to m ucho más oneroso que otros anim ales del m ism o
tam año. T odo ocurre com o una explosión m enguada de fue­
gos a rtificia le s; se m u ltip lic a rá n los arabescos de vid a y m uer­
te de esa explosión, pero nunca dejará de p ro lo n g a r (o in te n ­
s ific a r) su m o v im ie n to explosivo. S i consideram os la m ism a
m uerte com o u n lu jo , to d o es lu jo en la naturaleza. Todo es
lu jo , sobreabundancia.
Seguram ente, entre todos los anim ales el hom bre tiene la
v id a más lujosa. Por supuesto que hay una oscilación en ese
aspecto. D e m anera general, si la especie de u n a n im a l está
saturada de recursos, la abundancia puede servir para su re­
p ro d u c c ió n m u ltip lic a d a . C la ro que ese crecim iento de la es­
pecie rápidam ente llega a u n p u n to de saturación más allá del
cual em pezaría a d is m in u ir la p o rc ió n in d iv id u a l de los recur­
sos. E n ese p lano in te rv ie n e pues el depredador: se com e una
parte de los anim ales; de esa m anera los sobrevivientes, cuyo
cre cim ie n to in d e fin id o h u b ie ra desem bocado en la escasez,
no carecen de nada.
Ya d ije que el sentido económ ico del depredador obedecía a
la naturaleza lujosa de su alim e n to . Para alim entarse en cierto
m odo u tiliz a durante su vid a la cantidad de pasto que sirvió
para a lim e n ta r a sus víctim a s, es d e cir una cantidad m ucho
m ayor que si se hubiese alim entado com o herbívoro. U n león
que se a lim enta de vacas absorbe para alim entarse el p ro d u cto
de una ca n tid a d de pasto m u y superior a la que basta para la
a lim e n ta c ió n de una vaca. Pero no destruyó n i una b rizn a de

332
H e g e l, e l h o m b r e y la h is to ria

pasto. Si su p ro p ia especie creciera rápidam ente, no habría­


m os hecho más que retroceder para saltar m ejor, aunque eso
no sucede. E l cálculo de los efectos sería com plejo y hay que
d e cir además que resulta d ifíc il establecer sus datos precisos.
Pero la sim ple evocación de los hechos m uestra el p e lig ro (el
sinsentido ) de una m etam orfosis de la abundancia en creci­
m ie n to que suprim e la abundancia. Lo que im p o rta econó­
m icam ente es el m a n te n im ie n to de una oscilación entre el
cre cim ie n to y el consum o oneroso, que no tiene com o efecto
un crecim iento p ro p o rcio n a l.
E n el caso del H o m b re , es cie rto que el m ism o crecim ien­
to c o n trib u y e al desarrollo de los recursos. Pero no es así más
que en el desarrollo de posibilidades técnicas todavía no u tili­
zadas. H a y pues, sin em bargo, puntos de saturación. Lo cual
s ig n ific a que hum anam ente el cre cim iento tiene dos form as.
E l cre cim iento básico es el de la especie: concierne al núm ero
de in d iv id u o s . E l cual favorece la o tra fo rm a , secundaria, la
de los m edios de p ro d u c ir a disposición de una sociedad. Teó­
ricam ente, el cre cim ie n to secundario p o d ría ser in fin ito y no
tener inconvenientes. N o obstante, en el cre cim ie n to in d u s­
tria l hay u n p u n to de saturación, com o en el crecim iento ani­
m al; para una s itu a ció n dada en el tie m p o y en el espacio,
existe un p u n to de saturación del m ism o cre cim ie n to indus­
tria l. A u n q u e fuera en el Estado racional, universal y socialis­
ta, deberemos tener en cuenta un fa cto r preciso: una saciedad
de productos en rela ció n con el esfuerzo de p ro d u cció n . D e
o tro m odo, u n cre cim ie n to in d u s tria l excesivo p o d ría fin a l­
m ente s ig n ific a r lo m ism o que el cre cim ie n to a n im a l excesi­
vo, la d ism in u ció n del bienestar m edio.
Si con H egel pensamos que la H is to ria , o sea el H om bre,
com ienza con la lucha p o r p u ro prestigio en vista del Recono­
cim ie n to , hay que a d m itir en la base de la existencia hum ana el

333
Georges B ataille

problem a de una elección entre el em pleo de los recursos para


el cre cim ie n to en núm ero y en potencia p o r una parte, y p o r
o tra parte el consum o im productivo. La elección in ic ia l de la
lu ch a p o r p re stig io señala el p riv ile g io del consum o im p ro ­
d u c tiv o , pero resulta m enos claro de lo que parece a p rim e ra
vista; sólo en apariencia hay una elección u n ila te ra l, hay en
verdad u n doble m o v im ie n to . N u n ca dejó de actuar la pre­
o cupació n p o r crecer, n i tam poco nunca fa ltó la de v iv ir g lo ­
riosam ente. Verem os que la elección auténtica del hom bre es
la d u p licid a d .
La p rim e ra so lu ció n se e n contró en el reparto del doble
m o v im ie n to entre el Esclavo y el A m o. V oluntariam ente, el
h o m b re rehusó dedicarse al crecim iento; no quiso subo rd in a r
abiertam ente el presente al fu tu ro com o lo im p lic a hum ana­
m ente la preocupación de crecer; sólo el Esclavo debió subor­
d in a r su tie m p o presente al fu tu ro del A m o . E n p rim e r lug a r
fue entonces la servidum bre, o sea la ausencia de lib e rta d , la
que asum ió la preocupación p o r el fu tu ro : la lib e rta d a firm ó
la vid a soberana o d iv in a en el instante.
Es o b v io que esos fundam entos no sólo son frágiles, sino
que son falsos. E l a rd id del A m o 25 queda claro desde el p rin ­
c ip io . Pues el A m o m anda al Esclavo, y en esa m edida actúa
en lu g a r de ser soberanamente, en el instante. N o es el Escla­
vo , sino el A m o q u ie n decide los actos de los Esclavos, y esos
actos serviles son los del A m o .
Pero el A m o los niega. Se desembaraza h ip ó crita m e n te del
crim e n in ic ia l (que es la negación de la naturaleza) perseveran­
do en ese crim en. N iega a los otros hom bres, los Esclavos, de la
m ism a m anera que niega la naturaleza. M ie n te cuando parece

25 E n esta arg u m e n ta c ió n , aunque ha b lo de la soberanía de l A m o , sólo con si­


d e ro el e s p íritu in d iv id u a l de este ú ltim o , ta l c o m o lo hace H e g e l en el
c a p ítu lo I V de la Fenom enología.

334
H e g e l, e l h o m b r e y la h is to r ia

no a d m itir más que el consum o lujoso. Tiene vergüenza de su


m iseria, de una m iseria que le es propia y no le pertenece sola­
m ente al Esclavo. Pues el Esclavo actúa a pesar suyo y no es
servil voluntariam e nte —al igual que el A m o, que decide cuan­
do es soberano voluntariam e nte, en verdad no lo es. Según el
A m o , las preocupaciones serviles degradan al Esclavo. Por cier­
to que el Esclavo, cuando p re firió la esclavitud a la m uerte, se
degradó; se puso p o r sí m ism o al nivel de la vid a anim al. Pero
la previsión no es su obra. U nicam ente el A m o cargó al Esclavo
degradado con una previsión que este no tenía. Estaba degrada­
do desde el p rin c ip io ; era fá c il asociarlo con lo degradante que
hay en la previsión (aun cuando sólo el A m o pudo prever).
N o obstante, el tra b a jo del Esclavo fue u n triu n fo en el
s e n tid o d e l uso soberano de las riquezas. D e n tro de la osci­
la c ió n que m encioné, le aseguró a la v id a hum ana una d o ­
m in a n te im p ro d u c tiv a . Pero fin a lm e n te el Esclavo asum ió
la servidum bre previsora que al com ienzo tenía a pesar suyo y
de la cual el A m o se avergonzaba -este dejó de tener vergüenza
y d e n tro de u n m o v im ie n to prosaico, a la larga, a d q u irió el
poder verdadero; la vergüenza del A m o le q u itó lo que ganó
el Esclavo. Llegó el tie m p o en que el Esclavo poderoso su­
b o rd in ó lib re m e n te los recursos disponibles a resultados cal­
culados en el fu tu ro . L o h izo vanagloriándose de ello . Pero
no fue m enos inconsecuente que el A m o . S ig u ió esos p rin c i­
pios sin cam biar antes el orden establecido. E l capitalista con­
sagró los recursos al m ism o cre cim iento de los m edios de
p ro d u c c ió n , pero sin m o d ific a r en nada el m u n d o basado en
la d istinción de clases que se opusieron unas a otras. E l capita­
lis ta , en p rin c ip io , negaba esas diferencias cualitativas entre
las clases. Pero esto se escapaba del “patronazgo” : una parte de
su a c tiv id a d seguía siendo im p ro d u c tiv a . Esencialm ente, la
in d u s tria era en verdad u n m u ndo de u tilid a d , y era tam bién

335
Georges B ataille

u n m u n d o hom ogéneo lim ita d o a las diferencias c u a n tita ti­


vas. Pero la u tilid a d estaba lim ita d a al em pleador. Y a m enu­
do el em pleador consideró bueno, consideró ú til riva liza r con
el Señor en el uso fastuoso de su riqueza.
E n cie rto m odo era u n lím ite para el c re c im ie n to , pero
solam ente en apariencia. E l lím ite estaba dado p rin c ip a lm e n ­
te en el hecho de que, una vez asegurada la subsistencia (m al
asegurada, pero asegurada com o de costum bre), una parte
apreciable de la p ro d u cció n debía ser dila p id a d a en fo rm a de
a c tiv id a d im p ro d u c tiv a . D e o tro m odo los efectos de un cre­
c im ie n to exagerado se h u b ieran hecho se n tir penosam ente.
N u n ca se tra tó de re d u cir la producción im p ro d u c tiv a en p ro ­
vecho de una acum ulación más rápida. D e n tro del m undo
servil, solam ente hacía fa lta negarla conservándola, dándole la
fo rm a servil. E l exceso de riquezas disponibles debía pasar de
un reparto desigual evidente a un reparto hom ogéneo bajo la
fo rm a de un in cre m e n to del n iv e l de vid a de los trabajadores
—de todos los trabajadores. E l lu jo es s u p rim id o y sublim ado
en fo rm a de com odidad.26
Esto cubre lo esencial de la operación presente. E n ese pla­
no, sin em bargo, el uso im p ro d u ctivo p o r excelencia se da más
que nunca en los gastos de guerra, lo que parece ir en co n tra
de u n m o v im ie n to de nive la ció n . T al vez las guerras sean de
hecho los ú ltim o s sobresaltos de un m o v im ie n to p ro clive en

26 K ojéve escribe, p. 49 9, n ° 1: “ La m a yoría de las personas creen que tra bajan


más para ganar más d in e ro o para au m entar su ‘bien estar’ . N o obstante, es
fá c il p e rc ib ir que el excedente ganado es a b s o rb id o p o r gastos de p u ro
p re s tig io y que el supuesto ‘bienestar’ consiste sobre to d o en el hecho de
v iv ir m e jo r el ve cin o o n o p e or que los otro s ” . Sí, pero en la h o m o g e n e id a d
m o d e rn a el bienestar debe servir com o cem ento para la ho m o g e n e id a d ; no
debe servir com o d is tin c ió n . K ojéve agrega: “ E l excedente de tra b a jo y p o r
lo ta n to el progreso técn ico son en realidad una fu n c ió n del deseo de ‘reco­
n o c im ie n to ’ ” . A u n q u e K ojéve añadirá que ese fa c to r actuaría de m anera
in v e rtid a “ en el re c o n o c im ie n to de todos los ho m bre s e ntre sí, sin riv a lid a d ” .

336
_________________________ H e g e l, el h o m b r e y la h i s to ria

su expansión a esa irra d ia c ió n típ ic a del calor, q u e se d ifu n d e


al perderse y donde las diferencias y la in te n sid a d se van per­
die n d o . Es cie rto que las guerras han servido de m ezcladoras.
C o m o d ijim o s , pueden re co n d u cir hacia atrás a l a h u m a n i­
dad en un sentido c o n tra rio , pero aun en ese sentido esto no
podría anunciar una época donde la hum anidad en m ovim ien­
to recobrara el e s p íritu de conquista que ha te n id o especial­
m ente desde hace cinco siglos.
N o hay nada que lam entar, pues ese e s p íritu proviene sin
duda alguna de la insatisfacción, y hasta h o y sus conquistas
han sobrepasado al H o m b re insatisfecho. E n el presente, se
tra ta además de una fase más p rofunda m ente c rític a . Q uizás
actualm ente el H o m b re esté a p u n to de ser abandonado p o r
el m o v im ie n to que lo había em pujado hacia adelante; y q u i­
zás ya haya sido abandonado. Es la razón p o r la cual podría
sentir, com o nunca antes s in tió , lo que es el H o m b re : esa
fuerza de N e g a tivid a d , un instante que suspende el curso del
m u n d o , re fle já n d o lo porque en un in stante lo rom pe, pero
no re fle ja n d o más que una im p o te n cia para ro m p e rlo . Si le
pareciera que verdaderam ente lo rom pe, no reflejaría más que
una ilu s ió n , puesto que no lo rom pe. E l H o m b re en verdad
no re fle ja el m u n d o sino al re c ib ir la m uerte. E n ese m om en­
to es soberano, pero porque la soberanía se le escapa (sabe
ta m b ié n que si la conservara, dejaría de ser lo que ella es...).
D ic e lo que es el m undo, pero su palabra no puede alte ra r el
s ile n cio que se extiende. N o sabe nada sino en la m edida en
que el sen tid o del saber le es sustraído.

337
E l e r o t is m o o e l c u e s t io n a m ie n t o d e l ser

E l erotismo, aspecto “in m e d ia to ” de la experiencia


in te rio r en oposición a la sexualidad a n im a l

E l e ro tism o es u no de los aspectos de la v id a in te rio r del


h o m b re . N o debe engañarnos el hecho de que busque ince­
santem ente un o b je to de deseo en el exterior. Pues si ese obje­
to existe com o ta l, es en la m edida en que responde a la in te ­
rio rid a d del deseo. N u e stra elección de u n o b je to nunca es
o b je tiv a ; aun si eligiéram os una m u je r que la m ayoría, en
nuestro lugar, hubiese elegido, la elección de la m ayoría se
fu n d a en una s im ilitu d de la v id a in te rio r de unos y otros, y
no en una cualidad o b je tiv a de esa m u je r que sin duda, si no
tocara en nosotros lo más ín tim o del ser in te rio r, no te n d ría
nada que forzara nuestras preferencias. E n una palabra, aun­
que concuerde con la m ayoría, nuestra elección sigue siendo
d ife re n te a la del a n im a l: apela a esa m o v ilid a d in te rio r, in fi­
n ita m e n te oscura, que es lo p ro p io del hom bre. T am bién el
a n im a l tie n e una v id a su b je tiva , pero al parecer esa vid a le es
dada de una vez p o r todas, com o los objetos que están en el
m u n d o . E l erotism o del h o m b re d ifie re de la sexualidad a n i­
m al justam ente en que pone en cuestión la v id a in te rio r. En
la conciencia del hom bre, e l erotismo es lo que dentro de é lpone

338
E l erotism o o el cuestionamiento del ser

en cuestión a l ser. La sexualidad anim al in tro d u c e tam bién un


d e se q u ilib rio y ese d e se q u ilib rio amenaza la vida, pero el a n i­
m al no lo sabe.
Sea com o fuere, si el erotism o es la a c tivid a d sexual del
hom bre es en la m edida en que esta ú ltim a no es anim al. La
activid a d sexual de los hom bres no es necesariam ente erótica.
Sólo lo es cuando no es ru d im e n ta ria , cuando no es sim ple­
m ente anim al.

Im p o rta n cia decisiva d e lpasaje


d e l a n im a l a l hom bre

E n el pasaje del anim al al hom bre, sobre el cual poco sabe­


m os, se da la determ inación fundam ental. Todos los aconteci­
m ientos de ese pasaje se nos escapan; sin duda definitivam ente.
S in em bargo, estamos m enos inerm es de lo que parece. Sabe­
m os que los hom bres fabrica ro n herram ientas y las u tiliz a ro n
en vista de proveer a su subsistencia y luego, sin duda con bas­
tante rapidez, a necesidades superfluas. E n una palabra, se dis­
tin g u ie ro n de los anim ales p o r el trabajo. Paralelam ente, se
im p u sie ro n restricciones conocidas con el nom b re de p ro h i­
biciones. Esas p ro h ib ic io n e s se re firie ro n esencialm ente —y
seguram ente— a la a c titu d hacia los m uertos. Es probable
que conce rn ie ra n al m ism o tie m p o , o no m u ch o después, a
la a c tiv id a d sexual. La a n tig u a data de la a c titu d con respecto
a los m uertos se c o n firm a en los num erosos hallazgos de
osamentas reunidas p o r los hom bres. En todo caso, el H om bre
de la C a p illa de los Santos, que no es com pletam ente un hom ­
bre ya que aún no había alcanzado rigurosam ente la postura
erguida y su cráneo no d ife ría tanto com o el nuestro del cráneo

339
G e o rg e s B a ta ille

de los antropoid es, sepultaba a sus m uertos. Las p ro h ib ic io ­


nes sexuales seguram ente no se rem ontan a esos tiem pos tan
lejanos. Podem os d e cir que aparecen en todas partes donde
apareció la hum a n id a d , pero en la m edida en que debemos
atenernos a los datos de la prehistoria, nada tang ib le atestigua
su presencia. E l enterram iento de los m uertos ha dejado hue­
llas, pero no subsiste nada que nos aporte siquiera una in d ic a ­
c ió n sobre los hábitos sexuales de los hom bres más antiguos.
Sólo podem os a d m itir que trabajaban, ya que tenem os sus
herram ientas. D ado que el tra b a jo , según parece, engendró
lógicam ente la reacción que determ ina la a c titu d ante la m uer­
te, es le g ítim o pensar que la p ro h ib ic ió n que regula y lim ita la
sexualidad fue tam bién su consecuencia y que el c o n ju n to de
las conductas hum anas fundam en tales —tra b a jo , conciencia
de la m ue rte , sexualidad c o n te n id a - se re m o n ta n al m ism o
p e río d o re m o to . Los vestigios del tra b a jo aparecen desde el
P aleolítico in fe rio r y el e n te rra m ie n to más a n tig u o que cono­
cemos data del P aleolítico medio. Se tra ta en verdad de etapas
que d u ra ro n , según los cálculos actuales, cientos de m iles de
años: esos in te rm in a b le s m ile n io s corresponden a la m u ta ­
c ió n p o r la cual el hom bre se lib ró de la a n im a lid a d p rim a ria .
Salió de ella trabajand o, com prendie ndo que m oría y desli­
zándose de la sexualidad sin vergüenza a la sexualidad aver­
gonzada, de la cual se d e rivó el erotism o. E l hom bre p ro p ia ­
m ente d ich o , al que llam am os nuestro sem ejante, que apare­
ce desde la época de las cavernas pintadas (o sea el Paleolítico
superior), está d eterm inad o p o r el c o n ju n to de esos cam bios
que se ubica n en el plano de la re lig ió n y que sin duda tenía
detrás suyo a unos y otros.

340
E l e r o tis m o o e l c u e s tio n a m ie n to d e l ser

E l erotismo, su experiencia in te rio r y su com unicación


ligados a elementos objetivos y a la perspectiva histórica
en que esos elementos aparecen

H a y u n inconven iente en esta m anera de hablar sobre el


e ro tism o . E n la m edida en que lo considero la a ctivid a d
genética p ro p ia del hom bre, d e fin o el erotism o objetivam en­
te. Pero he dejado en u n segundo plano, p o r más interés que
le o torgue, el estudio o b je tiv o del erotism o. Por el co n tra rio ,
m i in te n c ió n es considerar en el erotism o u n aspecto de la
vid a in te rio r o, si se prefiere, de la vid a religiosa del hom bre.
H e d ic h o que el erotism o es para m í el d e se q u ilib rio dentro
del cual el ser se cuestiona a sí m ism o, conscientem ente. E n
c ie rto sentido, el ser se pierde objetivam ente, pero entonces el
sujeto se id e n tific a con el obje to que se pierde. E incluso pue­
do d e cir: en el erotism o, yo me pierdo. Y sin duda no sería una
s itu a c ió n privile g ia d a . Pero la p érdida v o lu n ta ria im p lica d a
en el erotism o es flagrante: nadie puede dudar de ella. A l ha­
b la r ahora del erotism o, tengo la in te n c ió n de expresarme sin
ambages en nom bre del sujeto, aun cuando para com enzar
in tro d u z c a consideraciones objetivas. Pero cuando hablo de
los m o vim ie n to s del e rotism o objetivam en te, tengo que su­
b ra ya rlo de entrada: es en la m edida en que la experiencia
in te rio r nunca se da independientem ente de im presiones ob­
je tiva s y que siem pre la encontram os u n id a a cie rto aspecto
innegablem ente o b je tivo .

341
G e o rg e s B a ta ille

L a determ inación del erotismo esp rim itiv a m e n te


religiosa y m i estudio está más cerca de la teología que de
la h isto ria de la re ligión eru d ita e indiferente

In sisto : si a veces hablo el lenguaje de u n hom bre de cien­


cia, siem pre es una apariencia. E l c ie n tífic o habla desde afue­
ra, com o u n anatom ista habla del cerebro. (L o cual no es
com pletam ente cierto: el h is to ria d o r de las religiones no pue­
de s u p rim ir la experiencia in te rio r que tie n e —o que tu v o - de
la re lig ió n ... Pero no im p o rta si la o lv id a en la m edida de lo
posib le .) Yo hablo de la religión desde adentro, como el teólogo
habla de la teología.
Es c ie rto que el teólogo exam ina una teología cristiana.
M ie n tra s que la religión de la que hablo no es una re lig ió n .
S in duda es la religión, pero se define justam ente en que desde
u n p rin c ip io no es una re lig ió n p a rtic u la r. N o hablo de rito s ,
n i de dogm as, n i de una co m u n id a d dados, sino solam ente
del p ro b le m a que se ha planteado to d a re lig ió n : asum o ese
p ro b le m a com o el teólogo asume la teolo g ía ... A u n q u e sin la
re lig ió n cristiana. Si no fuera porque a pesar de to d o es una
re lig ió n , m e sentiría in cluso en las antípodas del cristianism o.
T a n to es así que el estudio fre n te al cual d e fin o esta p o sició n
tie n e com o o b je to el erotismo. Es o b vio que el desarrollo del
e ro tism o no es en absoluto e x te rio r al d o m in io de la religión,
pero justam ente el cristia n ism o , al oponerse al erotism o, ha
condenado a la m ayoría de las religiones. E n c ie rto sentido,
ta l vez la re lig ió n cristia n a sea la m enos religiosa.
Q u isie ra que se entendiese correctam ente m i a c titu d .
E n p rim e r lugar, aspiraba a una ausencia de presuposicio­
nes de m o d o ta l que ya nin g u n a m e parecía adecuada. N o hay
nada que m e vin cu le a una tra d ic ió n p a rticu la r. A sí, no puedo

342
E l erotismo o el cuestionamiento del ser

dejar de ver en el o cu ltism o o el esoterism o una presuposi­


c ió n que m e interesa en ta n to que responde a la nostalgia
religiosa, pero de la cual m e alejo a pesar de to d o ya que im ­
p lic a una creencia determ inada. A ñado que aparte de las cris­
tianas, las presuposiciones ocultistas son para m í las más
irrita n te s , dado que al afirm arse en un m u ndo donde se im ­
ponen los p rin c ip io s de la ciencia, les dan deliberadam ente la
espalda. C o n vie rte n así a q u ie n las adm ite en u n hom bre en­
tre otros que sabe de la existencia del cálculo pero que se niega
a co rre g ir sus errores de a d ició n . La ciencia no m e enceguece
(deslum brado, no p o d ría responder a sus exigencias) y tam ­
poco m e p e rtu rb a el cálculo. M e gusta pues que m e digan
“dos y dos son cinco” , pero si alguien hace cuentas conm igo
con u n fin preciso, no m e quedo con la pretendid a id e n tid a d
entre cin co y dos más dos. Para m í nadie p o d ría plantea r el
prob le m a de la religión a p a rtir de soluciones gratuitas que el
actual espíritu riguroso rechaza. N o soy un hom bre de ciencia
en la m edida en que hablo de experiencia in te rio r, y no de
objetos, pero en la m edida en que hablo de objetos, lo hago
con el in e vita b le rig o r de los hom bres de ciencia.
D iría incluso que la m ayoría de las veces, d e n tro de la acti­
tu d religiosa, entra una avidez tan grande de respuestas apre­
suradas que religión ha a d q u irid o el sentido de la fa c ilid a d
m en ta l, y que m is prim eras palabras hacen pensar a lectores
desprevenidos que se tra ta de una aventura in te le c tu a l y no
del incesante re co rrid o que pone al e s p íritu más a llá , si es
preciso, pero p o r medio de la filo s o fía y de las ciencias, en
busca de to d o lo posible que puede abrirse.
T odo el m u n d o reconocerá que n i la filo s o fía n i las cien­
cias pueden considerar el p ro b le m a que ha plantea do la as­
p ira c ió n religiosa. Pero ig u a lm e n te to d o el m u n d o recono­
cerá que en las co ndicion es que se d ie ro n , hasta ahora esa

343
G e o rg e s B a ta ille

aspiración sólo p u d o tra d u cirse en form as alteradas. E l espí­


r itu h u m a n o nu n ca puede buscar lo que la re lig ió n busca
desde siem pre, salvo en u n m u n d o donde su búsqueda de­
p e n d ie ra de causas dudosas, sumisas, cuando no p o r el im ­
pulso de deseos m ateriales, de pasiones circunstanciales: la re­
lig ió n podía c o m b a tir esos deseos y esas pasiones, tam bién
podía servirles, no p o d ía ser in d ife re n te a ellos. La búsqueda
que e m prendió la re lig ió n debe ser liberada de las vicisitudes
históricas al ig u a l que la búsqueda de la ciencia. N o porque el
hom bre no haya dependido p o r com pleto de esas vicisitudes,
pero esto sólo es c ie rto con respecto al pasado. H a llegado el
m o m e n to , sin duda precario, en que p o r suerte ya no debe­
m os esperar la decisión de otro s antes de tener la experiencia
que deseamos. Y además podem os co m u n ica r lib re m e n te el
resultado de esa experiencia.
E n ese sen tid o , puedo preocuparm e p o r la re lig ió n no
com o el profesor que escribe su h isto ria , que habla, entre otras
cosas, del brahm án, sino com o el m ism o brahm án. S in em ­
bargo, no soy u n brahm án, n i nada; qu ie ro c o n tin u a r una
experiencia s o lita ria , sin tra d ic ió n , sin rito , sin nada que me
guíe e igualm e n te s in nada que m e m oleste. Expreso una ex­
periencia sin apelar a cualquier cosa particular, prestándole esen­
cialm ente atención a co m ú n ica r la experiencia in te rio r -es de­
c ir, para m í, la e xp eriencia re lig io s a - más allá de las re lig io ­
nes determ inadas.
A sí m i estudio, que fu n d a m e n ta esencialm ente la expe­
rie n c ia in te rio r, se d ife re n cia ría en su orig e n del trabajo del
h is to ria d o r de las relig io n e s, del etnógrafo o del sociólogo.
S in duda, se p lantea ría la cuestión de saber si es posible para
estos ú ltim o s orientarse a través de los datos que elaboran
independientem ente de una experiencia in te rio r, que p o r una
parte tie n e n en co m ú n con sus contem poráneos y que p o r

344
E l erotismo o el cuestionamiento del ser

o tra parte es tam bién hasta cie rto p u n to su experiencia perso­


nal m o d ifica d a p o r u n contacto con el m u ndo que c o n s titu ­
ye el o b je to de sus estudios. Pero en esos casos, casi podem os
fo rm u la r el p rin c ip io : cuanto menos actúe su p ro p ia experien­
cia (cuanto más discreta sea esta), m ayor será la a u te n ticid a d
de su tra b a jo . N o d igo: cuanto m enos im p o rta n te sea su ex­
periencia, sino cuanto m enos actúe. E n efecto, estoy persua­
d id o de la ventaja que im p lic a para un h is to ria d o r el tener
una experiencia p ro fu n d a , pero cuando la tiene y puesto que
la tiene, lo m e jo r es que se esfuerce p o r o lv id a rla y considere
los hechos desde afuera. N o puede olvid a rla p o r com pleto, no
puede red u cir íntegram ente el conocim iento de los hechos a lo
que se le m uestra exteriorm ente - y es m ejor que sea a sí- pero
lo ideal es que esa experiencia actúe a pesar suyo, en la m edida en
que esa clase de conocim iento es irre d u ctib le , en la m edida en
que hablar de re lig ió n sin referirnos a la experiencia que tene­
m os de ella conduciría a trabajos sin vida que acum ularían una
m ateria inerte dispuesta en un desorden in in te lig ib le .
E n cam bio, si considero personalm ente los hechos a la lu z
de la experiencia que tengo de ellos, to m o en cuenta lo que
p ie rd o al abandonar la o b je tiv id a d de la ciencia. E n p rim e r
lugar, ya he d icho que no puedo privarm e arbitrariam ente del
c o n o c im ie n to que m e p ro p o rc io n a el m étodo im personal:
m i experiencia siem pre supone el co n o cim ie n to de los obje­
tos que esta pone en juego (en el erotism o, p o r lo menos
están los cuerpos; en la re lig ió n , las form as estabilizadas sin las
cuales la práctica religiosa común no podría e xistir). Esos cuer­
pos, o más b ien sus aspectos, o esas form as no se nos m uestran
sino en la perspectiva donde el aspecto o la fo rm a a d q u irie ro n
h istóricam ente sus respectivos sentidos. N o podem os separar
to ta lm e n te la experiencia que tenem os de esas form as o b je ti­
vas y de esos aspectos, n i de sus apariciones históricas. E n el

345
G e o rg e s B a ta ille

plano del erotism o, las m odificaciones del p ro p io cuerpo que


responden a los m o vim ie n to s intensos que nos excitan in te ­
rio rm e n te están en sí m ism as ligadas a los aspectos seductores
y sorprendentes de los cuerpos sexuados.
Y no sólo esos datos precisos, que se nos ofrecen p o r todas
partes, no p o d ría n oponerse a la experiencia in te rio r que les
corresponde, sino que ta m b ié n la ayudan a s a lir de lo fo rtu i­
to , que es lo p ro p io del in d iv id u o . A u n q u e esté asociada a la
o b je tiv id a d del m u n d o real, la experiencia in tro d u c e fa ta l­
m ente lo a rb itra rio y no podríam os hablar de ella si no tu v ie ­
ra el carácter universal del o b je to al que se une su recurrencia.
D e l m ism o m odo, sin experiencia no podríam os hablar n i de
e ro tism o n i de re lig ió n .

Las condiciones de una experiencia in te rio r im personal:


la experiencia contradictoria de la p ro h ib ic ió n
y de la transgresión

E n cu a lq u ie r caso, es necesario oponer claram ente el estu­


d io que se extiende lo menos posible en el sen tid o de la expe­
rie n c ia y aquel que avanza decididam ente en ese sentido. H a y
que d e cir además que si el p rim e ro no se h u b ie ra realizado en
p rim e r té rm in o , el segundo estaría condenado a la g ra tu id a d
im p e rtin e n te que nos es conocida. Por ú ltim o , es seguro que
una c o n d ic ió n que h o y nos parece su ficie n te no se ha dado
sino recientem ente.
C uando se trataba de erotism o (o de re lig ió n en general),
una experiencia in te rio r lú c id a era im po sib le en una época en
que n o se destacaba con cla rid a d el juego de oscila ció n entre
la p ro h ib ic ió n y la transgresión, que preside la p o s ib ilid a d de

346
E l erotismo o el cuestionamiento del ser

una y otra. Pero aún resultaría insuficiente saber que ese juego
existe. E l co n o cim ie n to del erotism o o de la re lig ió n requiere
una experiencia personal, id é n tica y co n tra d icto ria , de la p ro ­
h ib ic ió n y de la transgresión.
Esa doble experiencia no es frecuente. Las imágenes e ró ti­
cas o religiosas in tro d u c e n esencialm ente en algunos las con­
ductas de la p ro h ib ic ió n , en otros, unas conductas contrarias.
Las prim eras son tradicionales. Las segundas tam bién son co­
m unes, al m enos bajo la fo rm a de un re to rn o a la naturaleza
al que se o p o n d ría la p ro h ib ic ió n . Pero la transgresión d ifie re
del “ re to rn o a la naturaleza” : la transgresión levanta la p ro h i­
b ic ió n sin s u p rim irla } A llí se esconde el secreto del erotism o,
a llí se encuentra al m ism o tie m p o el secreto de las religiones.
M e adelantaría al desarrollo de m i estudio si m e explayara
ahora sobre la p ro fu n d a co m p lic id a d entre el b ien y el m al.
Pero si es cie rto que la desconfianza (el incesante m o vim ie n to
de la duda) es necesaria para quie n in te n ta re fe rir la experien­
cia de la que hablo, debe satisfacer en p a rtic u la r las exigencias
que desde este m om ento puedo fo rm u la r.
P rim e ro debemos decir que nuestros sentim ientos tienden
a darle u n g iro personal a nuestros puntos de vista. Pero es una
d ific u lta d general, y creo que es relativam ente sim ple exam inar
en qué coincide m i experiencia in te rio r con la de los demás y a
través de qué me hace comunicarme con ellos. U sualm ente esto
no se adm ite, pero el carácter vago y general de m i proposición
m e im p id e in s is tir sobre ella. La paso p o r alto: los obstáculos
considerables que se oponen a la com unicación de la experien­
cia m e parecen de otra naturaleza: atañen a la p ro h ib ició n a la
que fundan y a la d u p licid a d de la que hablo: c o n cilla n aquello 1

1 Es in ú t il in s is tir en el carácter hegelian o de esta o p eración, qu e corresponde


al m o m e n to de la dialé ctica expresado p o r el in tra d u c ib ie ve rb o alem án
a u flie b e n (que supera conservando).

347
G e o rg e s B a ta ille

cuyo p rin c ip io es in c o n c ilia b le , el bien y el m al, la p ro h ib i­


c ió n y la transgresión.
U na de dos: o b ie n actúa la p ro h ib ic ió n y desde ese m o­
m ento la experiencia no tie n e lug a r o sólo se da fu rtiva m e n te
y perm anece fuera del cam po de la conciencia, o b ie n no ac­
túa: es el peor de los casos. Para la ciencia, en efecto, la p ro h i­
b ic ió n no se ju s tific a , es patológica, es obra de la neurosis. Por
lo ta n to , se la conoce desde afuera-, aun cuando tengam os una
experiencia personal, en la m edida en que la consideram os
enferm iza, la reducim os al m ecanism o e x te rio r que es el in ­
tru so en nuestra conciencia. Esa m anera de ver no suprim e
exactam ente la experiencia, pero le da un sentido m enor. D e­
b id o a esto, la p ro h ib ic ió n y la transgresión, cuando se descri­
ben, son tratadas com o objetos p o r el h is to ria d o r o p o r el
psiq u ia tra (el psicoanalista).
E l erotism o considerado p o r nosotros com o una cosa es,
en el m ism o grado que la re lig ió n , una cosa, u n o b je to m ons­
truoso. E l erotism o y la re lig ió n nos están vedados en la m e­
d id a en que no los situem os decididam ente en el plano de la
experiencia in te rio r. Si obedecem os llanam ente a la p ro h ib i­
c ió n , los situam os en el p la n o de las cosas que conocem os
desde afuera. La p ro h ib ic ió n que no es observada con h o rro r
ya n o tiene la c o n tra p a rtid a del deseo que es su sentido p ro ­
fu n d o . L o peor es que la ciencia, cuyo m o v im ie n to aspira a
tra ta rla objetivam ente, procede de la p ro h ib ic ió n sin la cual el
erotism o no puede volverse a la larga una cosa, pero al m ism o
tie m p o la rechaza en ta n to que es irra c io n a l y porque sólo la
experiencia desde aden tro le da su aspecto in e vita b le , su as­
pecto ju s tific a d o en p ro fu n d id a d . Si hacemos una obra cien­
tífic a , en efecto, exam inam os nuestros objetos en cuanto ex­
teriores al sujeto que som os: d e n tro de la ciencia, el m ism o
c ie n tífic o se vuelve u n o b je to exte rio r al sujeto que p o r sí solo

348
E l erotism o o el cuestionamiento del ser

realiza la la b o r cie n tífica , pero que no podría realizarla si antes


no se hu b ie ra negado com o sujeto. Esto es v á lid o si el erotis­
m o es condenado, si lo hem os rechazado desde u n com ienzo,
si nos hemos lib ra d o de él, pero si la ciencia (com o a m enudo
sucede) condena a la re lig ió n , que en ese p u n to revela que es el
fundam ento de la ciencia, dejamos de oponemos legítim am ente
al erotism o. A l no oponemos más a él, dejamos de co n ve rtirlo
en una cosa, un objeto exte rio r a nosotros. Lo consideram os
com o el m o v im ie n to del ser en nosotros m ism os.
Si actúa la p ro h ib ic ió n , se to rn a d ifíc il. La p ro h ib ic ió n efec­
tu ó de antem ano las operaciones de la ciencia: al alejam os de
su o b je to , no podía hacerlo sin alejarnos al m ism o tiem po
del m o v im ie n to que nos distanciaba: todo se p e rd ió a la vez
en la noche de la o b je tiv id a d . N o podem os en efecto retom ar
el c o n o c im ie n to de esos d o m in io s sin retom ar p rim e ro el de
las p ro h ib ic io n e s que nos los vedaron, no com o el e rro r que
nos engaña, sino com o el s e n tim ie n to p ro fu n d o que no deja
de im pulsam os. La clave es la verdad de la p ro h ib ic ió n , la
certeza de que no está en nosotros com o algo proveniente del
exterior, lo que se nos revela con la angustia en el m om ento
en que transgredim os la p ro h ib ic ió n . Si acatamos la p ro h ib i­
ció n , no es en nosotros sino u n resultado del que ya no tene­
m os conciencia. A l tra n sg re d irla experim entam os la angustia
sin la cual la p ro h ib ic ió n no existiría; es la experiencia del
pecado. Pero la experiencia no es plena sino en la transgresión
consum ada, en la transgresión lograda, que m antiene la p ro ­
h ib ic ió n , pero la m antiene p a ra gozar de ella. L a experiencia
in te rio r d e l erotism o le exige a quien la realiza una sensibilidad
equivalente tanto ante la angustia que fu n d a la p ro h ib ic ió n
como ante e l deseo que lleva a in frin g irla . Es la sensibilidad
religiosa, que asocia siem pre estrecham ente el deseo y el h o ­
rro r, el placer intenso y la angustia.

349
Georges B ataille

A q u e l que no experim enta, o sólo experim enta fu rtiv a ­


m ente los sentim ientos de angustia, náusea, h o rro r, com unes
p o r ejem plo entre las m uchachas del siglo pasado, no es capaz
de esa experiencia, pero tam poco lo es aquel que experim enta
esos sentim ientos sin sobrepasarlos. Esos sentim ientos no tie ­
nen nada de enferm izo, sino que son en la v id a del hom bre lo
que la crisálida para el anim al com pleto. La experiencia in te rio r
del hom bre se da en el instante en que al ro m p e r la crisálida
tiene conciencia de desgarrarse a sí m ism o y no a la resistencia
que se le opone desde afuera. La superación del cono cim ie n to
o b je tivo , que las paredes de la crisálida lim ita b a n , está ligada a
esa transform ación.

L a a c tiv id a d reproductiva considerada


como una fo rm a de crecim iento

La experiencia in te rio r en busca de los objetos que le son


inherentes no está lim ita d a a los datos que le aporta la h is to ria
de las religiones. La h is to ria de las religiones le habla, p o r
ejem plo, de p ro h ib icio n e s concernientes a la sangre m enstrual
o al incesto, y le habla ta m b ié n de transgresiones. Pero p o r
más que el erotism o, en su esencia in fra c c ió n a la regla que las
p ro h ib ic io n e s im p lic a n , com ience, según creo, donde te rm i­
na la sexualidad a n im a l, esta no deja de ser su fu n d a m e n to , al
m ism o tie m p o negado y conservado. La a n im a lid a d carnal es
in clu so el elem ento básico del erotism o, hasta el p u n to de
que el té rm in o de a n im a lid a d todavía se le asocia p o p u la r­
m ente: la transgresión de la p ro h ib ic ió n , considerada com o
lo p ro p io del h o m b re , frecuentem ente a d q u irió el sentido
excesivo de un re to rn o a la naturaleza que el a n im a l represen-

350
E l erotism o o el cuestionamiento del ser

ta para nosotros. Pero este exceso sería im p o sib le si la a c tiv i­


dad a la que se opone la p ro h ib ic ió n no fuera en p rim e r lugar
y objetiva m e n te análoga a la de los anim ales, si la sexualidad
física no fuera com ún al hom bre y al anim al. A parentem ente,
la sexualidad física es al erotism o lo que el cuerpo es al pensa­
m ie n to : y ya que la fis io lo g ía siem pre puede ser considerada
com o el fu n d a m e n to o b je tiv o del pensam iento, la fu n c ió n
sexual del a n im a l se añade a los datos de la h is to ria de las
religiones cuando situam os en el m undo de las cosas la expe­
rie n cia in te rio r que tenem os del erotism o. Por o tra parte, este
p u n to no tiene el sentido lim ita d o que le hem os a trib u id o en
p rin c ip io . La fu n c ió n sexual del anim a l posee aspectos que,
p o r estar dados desde el exterior, están cerca de la experiencia
a la que a ludo, y p o r ta l m o tiv o pueden ayudarnos si quere­
m os re d u c ir la im p re c is ió n que rodea la cuestión.
D e ta l m anera recuperam os la o b je tivid a d en la que se fu n ­
da el pensam iento la m ayoría de las veces. E n el p la n o de la
realidad o b je tiva , la vid a pone siem pre en m o v im ie n to , a
m enos que esté en incapacidad de hacerlo, u n exceso de ener­
gía que le es preciso gastar, y en efecto ese exceso se gasta ya
sea en el cre cim ie n to de la u n id a d considerada, ya sea en una
p é rd id a pu ra y sim ple. A te n d ie n d o a esto, resulta am biguo de
m odo fu n d a m e n ta l el aspecto de la sexualidad: incluso una
actividad sexual independiente de sus fines genésicos no deja de
ser en su origen una actividad de crecim iento. Consideradas en
c o n ju n to , las gónadas aum entan. Para p e rc ib ir el m o vim ie n to
en cuestión, debemos basarnos en el m odo de reproducción
más sim ple, la escisiparidad. H a y u n crecim iento del organis­
m o escisíparo, pero una vez a d q u irid o el cre cim ie n to , u n día
u o tro , ese organism o ú n ic o se transform a en dos. D ado el
in fu s o rio a que se convierte en d + d \ el paso del p rim e r
estado al segundo no es independiente del crecim iento de a, e

351
G e o rg e s B a ta ille

in clu so d + a ” representa, con relación a u n estado más a n ti­


guo de a, el cre cim ie n to de este ú ltim o .
Lo que hay que señalar es que siendo d is tin to de d \ no es
p o r ello más diferente que este ú ltim o del p rim e r a. Volveré so­
bre el carácter desconcertante de un crecim iento que pone en
juego la unidad del organism o que crece. Pero en p rim e r lugar
retengo este hecho: que la reproducción no es más que una fo r­
m a de crecim iento. Esto se deduce en general de la m u ltip lic a ­
ción de los individuos, el resultado más claro de la actividad sexual,
pero el increm ento de la especie en la reproducción sexuada no es
sino un aspecto de la escisiparidad p rim itiv a . C om o las células
del organism o in d iv id u a l, tam bién las gónadas son escisíparas.
E n su base, la unidad viviente se incrementa; si se ha incrementado,
puede dividirse, pero el crecim iento es la condición de la división
que, en el m undo viviente, llam am os reproducción.

L a puesta enjuego d e lp ro p io ser


en e lp u n to crítico d e l crecim iento

Si consideram os la experiencia in te rio r de la a ctivid a d


sexual, es decir, en nosotros, el erotism o, debem os tener en
cuenta en p rim e r lu g a r el aspecto o b je tiv o que en apariencia
reviste para nosotros: o b je tiva m e n te , cuando hacem os el
am or, lo que está en juego es la rep ro d u cció n .
Por lo tanto, siguiendo m i argum entación, es el crecim iento.
Pero ese cre cim ie n to no es el nuestro. N i la a c tiv id a d sexual n i
la escisiparidad aseguran el cre cim ie n to del m ism o ser que se
reproduce, sea que se acople o más sencillam ente que se d iv í­
da. L o que pone en juego la re p ro d u cció n es el cre cim ie n to
im personal.

352
El erotismo o el cuestionamiento del ser

La opo sició n fu n d a m e n ta l que postulé antes entre la pér­


d id a y el cre cim ie n to es p o r lo ta n to reducible en este caso a
o tra o posición diferente, donde el crecim iento im personal, y
no la p é rd id a pu ra y sim ple, se opone al cre cim ie n to perso­
nal. E l aspecto fundam en tal, egoísta, del crecim iento no se da
sino cuando la unid a d que se increm enta sigue siendo la m is­
m a. Si el cre cim ie n to tiene lu g a r en beneficio de u n ser o de
un c o n ju n to que nos sobrepasa, ya no es un cre cim ie n to sino
un don. Para q u ie n lo realiza, el d on es la p érdida de su haber.
Es posible que q u ien da algo recupere algo, pero en p rin c ip io
debe dar, y en p rin c ip io , más o m enos íntegram ente, tiene
que re n u n cia r a aquello m ism o que tiene el sentido del creci­
m ie n to para u n c o n ju n to que lo in co rp o ra .
N u n ca debem os o lv id a r esa diversidad de aspectos reales
cuando pensamos en la em oción sentida ín tim a m e n te . ¿No
tenem os acaso en el m o m e n to sexual, con la desnudez p o r
ejem plo (no im p o rta si se tra ta de una reacción m u y com ple­
ja y ta rd ía ), la sensación de regresar a la p ro fu s ió n del creci­
m iento? C om o si pasáramos de un estado fijo , lim ita d o , a
o tro más m ó v il donde nos sintiéram os más próxim os a la savia
que asciende, al árbol que florece. D e entrada estas com para­
ciones parecerán audaces, pero el ser al que sus ropas clasifican y
definen, que de la m ism a m anera que una h e rram ienta apro­
piada para sus fines es para sí m ism o una cosa separada, se
opone a aquel que se desborda en la exuberancia, que s in tié n ­
dose desnudo cerca de o tro desnudo es in v a d id o p o r una
im p re sió n de lo ilim ita d o .
C uando el se n tim ie n to de crecer tiene lug a r en la soledad,
cuando la in d iv id u a lid a d del cre cim iento está claram ente ais­
lada, nada viene a co n tra d e cir en nosotros la separación, que
es lo p ro p io de las cosas. E n el d o m in io de las cosas, podem os
acum ular sin ser desbordados en seguida p o r la exuberancia.

353
G e o rg e s B a ta ille

E l m ism o d o m in io orgánico se m antiene a m enudo en la


calm a de la abundancia. Pero la abundancia, sea cual fuere el
d o m in io en que la encontrem os, posee un p u n to c rític o d on­
de se pone en juego la u n id a d del ser que se beneficia con ella.
E n ese p u n to c rític o , el c re cim ie n to , que en cie rto m odo no
deja de ser ta l, se vuelve p érdida para el beneficiario al que una
riqueza excesiva ha disociado. Ese p u n to puede ser conocido
objetivam en te, pero la experiencia de él que tenem os in te ­
rio rm e n te posee una im p o rta n c ia p rivilegiada : se define p o r
el hecho de que a llí se pone en juego el p ro p io ser, ya que está
e n ju e g o su u n id a d .

E n la desaparición de la cosa dentro


de la divisió n escisípara, la experiencia d e l sujeto
coincide con e l conocim iento d e l objeto

La sexualidad y el ero tism o se unen en u n m ism o m o v i­


m ie n to con esa crisis de la u n id a d . Pero sobre to d o adquiere
entonces un va lo r decisivo la conexión entre los datos exter­
nos e in te rn o s. La consideración o b je tiva de los m om entos
de cre cim ie n to y de p é rd id a to m a un sentido inesperado,
puesto que el c re c im ie n to m a te ria l pone en juego al p ro p io
ser, al sujeto que se increm enta.
V uelvo a la n o c ió n c ie n tífic a de escisiparidad.
C uando el ser u n ic e lu la r se divid e , no deja de ser, pierde su
c o n tin u id a d in te rio r. Si la pierde, es porque aparentem ente la
tenía. Pero supongam os (a d m ito que es una suposición rápida
y que lleva las cosas m u y lejos) que la co n tin u id a d apareciera en
el instante en que se pierde. La d isco n tin u id a d es esencial para
el ser del que hablo: es este, absolutam ente d is tin to de aquél.

354
El erotism o o el cuestionamiento del ser

U na c o n tin u id a d une al ser en su in te rio r: afuera, una dis­


c o n tin u id a d lo lim ita . Pero en el m om ento de la d ivisió n , en el
um bral de dos in d ivid u o s nuevos, todavía no había d isco n ti­
nuidad. La c o n tin u id a d se perdía, la d isco n tin u id a d se form a­
ba. E n el lapso de un chispazo, había c o n tin u id a d de aquello
cuya esencia era ya la d is c o n tin u id a d (de dos in d iv id u o s na­
cientes). P rosiguiendo m i suposición, d iría que ese estado sus­
pendido, que es la crisis del ser, es en el fo n d o la crisis de la
d isco n tin u id a d . E l ser nos es dado en la d isco n tin u id a d . N o
concebim os nada sin la discontinu idad: en el m om ento en que
esta se sustrae, debem os pues decirnos que en el lu g a r del ser,
no hay nada. A l m enos no hay nada que pudiéram os captar y
concebir. H e supuesto que la con tin u id a d aparecía en el instante
en que se perdía: lo cual quiere decir que no aparecía nada. O
más bien, su desaparición sucedía a la aparición de algo.
D ic h o de o tro m odo, el ser nunca es captado, o b je tiva ­
m ente captado, si no com o una cosa. M e discu lp o p o r d ecir­
lo con frases que no sólo son u n ta n to cerradas, sino tam bién
in ú tilm e n te sorprendentes. E n sí m ism as son de una b a nali­
dad tan p ro fu n d a que se las p o d ría ver esencialm ente com o
una tautolog ía. E l interés que tienen para m í es que expresan
acerca de la escisiparidad lo que otras d iría n del ser en sí m is­
m o, indepe ndientem ente de u n dato fo rtu ito . E sto m e im ­
p o rta p o r una razón. L a escisiparidad, en el p u n to crítico del
crecim iento, es la base objetiva de la reproducción sexualy es a l
mismo tiem po la base d e l erotismo-, pero en la experiencia in te ­
rio r a la que aludo, hay u n elem ento que m e parece siem pre
perceptible: en ella alguna “cosa” es destruida, “algo” se convier­
te en nada, aun cuando en d e fin itiv a en e l erotismo e l objeto
coincida con el sujeto. C o n la re fle x ió n o b je tiva , la cosa que
nos era dada se nos escapa d e n tro de la re fle x ió n del sujeto
sobre sí m ism o, y tenem os la experiencia de la desaparición.

35 5
G eo rge s B a ta ille

E l elem ento aprehensible de la experiencia es captado negati­


vam ente; lo que captam os, si puedo d e cirlo así, es el vacío
que deja atrás: habíam os captado, todavía nos esforzábam os
p o r captar y de repente, ya no captam os nada.

E l origen de m i método

In c lu s o de a lgún m odo captam os la nada. Es curioso que


la lengua francesa p a rtie ra de la palabra rem, que quería d ecir
“ cosa” , y le diera el sentido de nada [rie n ]...
C o n respecto a la experiencia in te rio r, m i a firm a c ió n no
puede estar basada más que en el detalle. A q u í no he hablado
sino del pasaje del ser vestido al ser desnudo. Pero la experiencia
in te rio r antecede en m í a la reflexión objetiva, si no siem pre, al
m enos en general, dado que desde el com ienzo el desarrollo de
m i pensam iento se re m itió a ella com o al hogar de donde le
llegaba la lu z (com o la lu z de la luna que le llega indirectam ente
del sol) —dado que la m ayoría de las veces la m e m o ria de un
estado cualquiera era el origen de tediosas búsquedas (¿habría
refle xio n a d o sobre la escisiparidad si antes no hubiese v iv id o
el desplazam iento que he considerado?). Pero necesitaba re­
cuperar, d e n tro de la realidad obje tiva , el m o m e n to en que
esta se disuelve. R efle xio n a r tan largam ente, ta n m in u cio sa ­
m ente, que al fin a l el o b je to de la re fle xió n ya no sea nada,
que se vuelva transparente, y que en lu g a r de verdades p a rti­
culares, no haya más nada: ese fue desde el p rin c ip io el m o v i­
m ie n to de re to rn o a lo que ya no es el pensam iento y que
c o n s titu y ó el m o v im ie n to de m i pensam iento. C ada verdad
era el obstáculo que m e separaba del m om ento lib re en que
ya no se m e im p o n d ría . N o buscaba esas verdades más s u ti-

356
E l erotismo o el cuestionamiento del ser

les, que yo habría extraído de m i re fle xió n sobre el tem a. Por


el c o n tra rio , m e dedicaba preferentem ente a la reflexión obje­
tiv a a fin de h a lla r en ella las vías que condujeran a la inan id a d
del obje to . Frente a m í, el pensam iento no es más que un
desierto que yo debía realizar, cuyo con te n id o tenía que con­
v e rtir en un vacío que hiciera aparecer finalm ente la nada adon­
de nos llevan el ra p to y el te rro r m ezclados que es la vid a sin
re fle xió n . Tenía que despojar a la experiencia de la sum a de
creencias confusas que pretenden darle u n sentido: tenía que
recuperar la sensibilidad desnuda a la cual el pensam iento no
le añade fin a lm e n te más que la certeza de la in a n id a d de cada
pensam iento. Pero ese poco que le añade es m ucho: es no
v iv ir más a m erced del te m o r consejero de estupideces, es la
in v ita c ió n al coraje de ser, sin socorro, sin esperanza, en el
m o v im ie n to fe liz de u n hom bre que no cuenta con nada,
salvo con una audacia suspendida. La re fle xió n extrem a nos
devuelve a la situ a ció n p rim e ra cuando todavía nada nos ha­
bía engañado: com o en el p rim e r día, podem os tra n sfo rm a r
el m u n d o u tiliz a n d o la p o s ib ilid a d para nuestras necesidades,
y nada nos em puja a servirnos de ello para nuestra desgracia.
Pero los objetos de los que nos hem os servido no tienen o tro
sentido que la fe lic id a d suspendida a la que nos arrojan. M ás
allá de esa fe lic id a d que h icie ro n posible, pero a la que amena­
zan, son para nosotros la fantasm agoría que es el m undo, donde
la fe lic id a d que tenem os radica en liberarnos de su peso. D e ­
bemos pensar hasta el fin a l para ya no ser víctim as del pensa­
m ie n to , actuar hasta el fin a l para ya no ser víctim as de los
objetos que prod u cim o s.

357
G eo rge s B a ta ille

D e la d ivisió n del in d iv id u o a la oposición


entre e l macho y la hem bra, y de la hecatombe
de las gónadas a l vuelo n u p cia l

A este respecto, me parece además que la acción y el pensa­


m ie n to se unen necesariam ente, y que en el extrem o de lo
posible que logran, no dejan de estar unidos. Frecuentem en­
te, el pensam iento se separa de la acción, y la acción se separa
del pensam iento llevado hasta el fin a l p o r ella m ism a: se
reencuentran un poco más lejos. A u n sin el pensam iento más
re m o to , que es la d is o lu c ió n del pensam iento, la acción se
em prendería con el descono cim ie nto de las amenazas de d i­
so lu ció n que pesan sobre ella. E l d ile m a de la destrucción y
del cre cim iento es sin duda el problem a decisivo de la acción:
la destrucción es el lím ite del cre cim ie n to , el crecim iento des­
considerado conduce a la destrucción desconsiderada. Pero la
d e strucción, p o r la cual pasamos de algo a nada, es ta m b ié n
nuestro f in soberano. Esto se deduce de la experiencia que ob­
tenem os d e n tro del erotism o. Se deduce ta m b ié n de los da­
tos o b je tivo s de la a c tivid a d sexual, cuyo p u n to de referencia
exacto m e esfuerzo en b rin d a r de antem ano.
Regreso ahora al dato fu n d a m e n ta l extraído de la escisi­
p aridad. E n cie rto sentido, no es una destrucción. Pero en el
m u n d o no hay destrucción n i cre cim ie n to de m anera absolu­
ta. Siem pre lo que se increm enta y lo que se destruye es un ser
p a rtic u la r, re la tiv o ante el c o n ju n to de lo dado. Si d e n tro del
c o n ju n to nunca pe rcib im o s objetiva m e n te una p érdida, n i
una creación, los seres relativos que d is tin g u im o s aparecen y
desaparecen, se desarrollan a expensas de los otros o se p ie r­
den en su b e n e ficio . A sí deberíam os d e cir que el in d iv id u o
escisíparo se pierde en el m om ento en que se d ivid e . Sé que es
h a b itu a l lla m a rlo in m o rta l: pero sería verdad sólo si o lv id o al

358
E l erotism o o el cuestionamiento del ser

in d iv id u o que, en la d ivisió n , ya no es. H e m ostrado que la


d is c o n tin u id a d es fre n te a m í el p rin c ip io del ser del cual ha­
b lo , que yo concibo, y que una nueva d isco n tin u id a d me hace
concebir p o r un instante la c o n tin u id a d previa de nuevos se­
res disco n tin u o s: de ta l m anera, m e ha hecho vis lu m b ra r la
nada de algo que es el nuevo ser d is c o n tin u o .
N u n ca está ausente del juego de la re p ro d u cció n sexuada
esta base dada objetivam en te p o r la sensación de nada. Esa
m odalidad es com o un velo arrojado sobre la h o rrib le s im p li­
cidad de la d iv is ió n : en las especies sexualm ente diferenciadas,
la m ayoría de las veces los in d ividuo s que engendran sobrevi­
ven individua lm e nte, pero \%.gónada de la que procede el nuevo
ser es el efecto de la división. Sigue siendo el crecim iento en el
p u n to c rític o que m ediante la d iv is ió n se vuelve lo co n tra rio
del c re cim ie n to , y sigue siendo la pérdida, no en el sentido
absoluto de la palabra, sino la p érdida de lo que fue re la tiva ­
mente, que en parte se pierde o deja de existir. E l in d iv id u o
que engendra sobrevive, pero de alguna m anera su m uerte
está co m p ro m e tid a en el n a cim ie n to de los descendientes.
H e d ich o que el juego sexual velaba ese carácter de p é rd i­
da: pero lo acentúa al m ism o tie m p o que lo vela. O b je tiv a ­
m ente la sexualidad compensa lo que en apariencia le concede
al deseo de los seres, que quieren estar a salvo de la desapari­
ció n . E n la re p ro d u cció n sexual, el m acho y la hem bra efec­
túan sin desaparecer esa d iv is ió n re p ro d u ctiva que no dejaba
que subsistiera nada de la fu n c ió n p rim e ra , puesto que dos
nuevas células sucedían a la prim era célula. E l m acho y la hem ­
bra sobreviven, aunque p o r cierto d iv id id o s p o r una d iv is ió n
d e fin itiv a que ya no opone, com o en la reproducción p rim iti­
va, a dos semejantes sino, en la m edida de lo posible, a dos
contrarios. Los sobrevivientes de ese naufragio que es la repro­
ducción no escaparán sino con una co n d ició n : no perm anecer

359
G e o rg e s B a ta ille

sim plem ente al resguardo en el m om ento que los salvaba,


que los rescataba del naufragio, donde la reproducción se vuel­
ve una fu n c ió n aparte, d is tin ta . Los seres separados de su fu n ­
c ió n m o rta l estaban en p rin c ip io a salvo, preservados de la
d iv is ió n escisípara, pero fre n te a la d iv is ió n que a n teriorm en­
te c o n s titu ía seres m ú ltip le s , cada uno re fle jo del o tro , la re­
p ro d u c c ió n en lo sucesivo c o n s titu iría seres diferentes. A l
m enos en la escisiparidad, el ser al perderse nunca se convertía
en o tro : en la sexualidad, reproducirse era desde u n com ienzo
convertirse en o tro . La fu n c ió n de reproducció n diferenciada
del ser se ligaba desde u n com ienzo a la dife re n cia entre el
m acho y la hem bra. Igualm ente en la sexualidad la reproduc­
c ió n sigue siendo la crisis donde el p ro p io ser está en juego, la
crisis provocada p o r el m o v im ie n to del ser que deseaba pe r­
durar, fie l a sí m ism o , en c re c im ie n to , y que no quería ser
puesto en ju e g o . A u n q u e objetivam ente el ser escisíparo re­
cobraba al padre que había p e rd id o , que no era él m ism o,
pero tam poco era d ife re n te a él. La crisis no superaba la sepa­
ra ció n de aquel que de n in g ú n m odo podía plantearse com o
otro. P or el c o n tra rio , desde el p rim e r paso el ser sexuado se
encontraba con el otro, su sem ejante sin duda, y no obstante
diferente a él. La d iv is ió n de la sexualidad que opuso el m a­
cho a la hem bra p u d o a d q u irir el sentido que le d io el m ito
de P latón. M ás adelante, la diferenciación se reveló en la des­
cendencia, aun cuando sobreviviera, el ser diferenciado al re­
producirse se a niquila ba de antem ano en la m u ltip lic id a d de
los semejantes diferentes. ¡C onsiderem os a la hum a n id a d , al
extrem o en busca de su u n id a d p e rd id a , fu rtiv a , rencorosa,
dispuesta a to m a r las armas! E l am or es sin em bargo el acon­
te c im ie n to inesperado, el m ila g ro donde recobram os la u n i­
dad en la d ife re n cia , donde la d iv is ió n escisípara es com pen­
sada, re p e tid a de alguna m anera en sentido inverso.

360
E l erotism o o el cuestionamiento del ser

En estas ú ltim a s frases, no era fá c il evitar, al menos en el


pensam iento del le cto r, la a n tic ip a c ió n de sentim ientos que
nosotros m ism os ligam os a esos elem entos objetivos. N ues­
tros sentim ientos nunca prescinden de una perspectiva in te ­
rio r y acaso la recíproca tam bién sea verdadera. Por lo demás,
al avanzar en estos dom in io s, tengo la in te n c ió n de recorrerlos
rápidam ente sin recargarm e con precisiones agobiantes. Sea
com o fuere, hasta ahora quise re c u rrir a datos más rigurosa­
m ente objetivos, a datos que la ciencia ha m o d ifica d o y e n ri­
quecido sin haberlos creado p o r com pleto.
Es tam bién la ciencia la que evalúa la sum a de dila p id a ció n
m ediante la cual la sexualidad todavía asociaba a la fu n c ió n
rep ro d u ctiva el carácter de pérdida, que c o n firm a de una m a­
nera nueva el p u n to de crisis al que a rrib a el cre cim iento. La
desproporción de los recursos puestos en juego en la actividad
generadora de seres es b ien conocida. M e parece in ú til alegar
para darle m ayor precisión el carácter in fin ite s im a l del resulta­
do con respecto a las cantidades com prom etidas sin provecho
alguno. Nacem os com o un sobreviviente en un cam po cubier­
to de m uertos. U n desastre está en el origen del crecim iento al
cual abastece, a pesar de tod o , la actividad sexual considerada
en su c o n ju n to . S in em bargo, la opo sició n de los sexos y las
masacres de gónadas no le agregan más que testim onios m e­
nores a lo esencial.
Lo m ism o sucede con esos acoplam ientos m ortales que per­
tu rb a n la im aginación del hom bre y en los cuales, p o r excep­
ción, el juego ya no está velado en absoluto, en los cuales p o r lo
menos el m acho sucum be en la crisis. E l zángano que en la
ceguera del vuelo nupcial m uere p o r haberse acercado a la reina
no ha dejado de su m inistrarle a la fantasía del erotism o una
form a donde la anulación del ser com o objeto es el sím bolo de
todo el juego. N o obstante, es en la d ivisió n escisípara donde la

361
Georges Bataille

fig u ra obje tiva de las funciones genéticas coincide más con ese
erotism o secreto que nos extravía en sus desplazam ientos.

L a exuberancia fundam en tal, e lp u n to crítico


y e l don que la hace pasar de un ser a otro,
negando la diferencia entre ellos

E l cuestiona m ie nto del p ro p io ser se vuelve a h a lla r p o r lo


ta n to en todos los aspectos de la a ctivid a d re p ro d u ctiva . Pero
la sutileza de la desaparición del in d iv id u o en la d iv is ió n sólo
responde a la p ro fu n d id a d h o rrib le y dulce de la d iso lu c ió n
erótica. N o porque nuestras sensaciones reproduzcan con una
e x a c titu d aprehensible lo que en nosotros correspondería a
los pasajes de lo c o n tin u o a lo d is c o n tin u o , de lo d is c o n tin u o
o lo c o n tin u o . Eso es im p o sib le p o r d e fin ic ió n : esos despla­
zam ientos son in d is tin to s . N o obstante, es el sentido que ad­
q uieren los pasajes de la hem bra al m acho, del m acho a la
hem bra. Es tam bién el sentido de una alternancia entre la v io ­
lencia y la fu sió n .
La m uerte p o r el c o n tra rio —a pesar del lenguaje que nos
hace lla m a r al m om ento de la co n vu lsió n la “ pequeña m uer­
te ” ,2 a pesar de las im pactantes a fin id a d e s - la m uerte, en ra­
zón de su carácter d e fin id o , d e fin itiv o , no corresponde a la
sensación de eternidad del instante que se da en la fu lg u ra ció n
del am or. H ablam os de la m uerte de m anera tajante: es sí o
no. E l ero tism o es equívoco: la fu sió n nunca es conseguida y
la m ayoría de las veces la v io le n c ia se desencadena sin re n u n ­
c ia r a la fu sió n . E l abrazo am oroso es am big u o , com o lo son

2 E n francés, la p e tite m a rt es u n a m e táfora tra d ic io n a l para designar el orgas­


m o . (N . d e T .)

362
E l erotism o o el cuestionamiento del ser

las relaciones de los seres escisíparos en el m om ento de la d i­


vis ió n : tie n d e a m antenerse en esa am bigüedad, tiende a v o l­
ver in te rm in a b le un instante suspendido donde nada está zan­
jado, donde a pesar de la lógica fo rm a l a es lo m ism o que no
a , aun cuando a siga siendo d is tin to de no a.
E n efecto, no se tra ta de s u p rim ir, sino solam ente de negar
la diferencia. Se tra ta de crear un p u n to de vista o, si se prefie­
re, un c o n ju n to confuso de sensaciones, donde se pierde la
diferencia, donde aparece la in a n id a d de la diferencia. L o que
nos c o n stitu ye com o seres diferentes no es más c ie rto que la
d ife re n cia entre a’y ¿z” antes del m om ento de la d iv is ió n . D e­
bem os entonces, para acceder a la fusión, negar lo que d is tin ­
gue a las cosas unas de otras, destruirlas en ta n to que son cosas
d istin ta s. E n lu g a r de las cosas, debemos d isce rn ir la nada, en
lug a r del ser vestido, el ser desnudo, cuyo se n tim ie n to desen­
cadena la fu s ió n erótica.

363
E l m u n d o e n q u e m o rim o s 1

M e parece que no hay nada en este m undo que se sustraiga a


nuestro pensamiento. N os desplazamos: cada cosa ingresa en nues­
tras miradas. M ás allá de la mirada, calculamos una inmensa exten­
sión donde se ordenan m undos que una lenta fotografía revela.
¿Inmensa? Pero hem os hecho e n tra r en nuestras m edidas
esa supuesta inm ensidad , in clu so hem os re d u cid o a nuestras
m edidas lo que p rim e ro parecía excederlas.
U nicam ente la m uerte se sustrae a l esfuerzo de un espíritu
que se ha propuesto abarcarlo todo.
Pero se d irá que la m uerte está Riera del m undo. La m uerte
está fuera de los lím ites. C om o ta l, se sustrae necesariamente al
rig o r de u n m étodo de pensam iento que no exam ina nada an­
tes de haberlo lim ita d o .
Puede ser.
Tengo en m is m anos u n á lb u m suntuoso cuyo te xto está
acom pañado p o r num erosas ilustraciones en colores.
B ajo el títu lo The W orld we live in , la revista L ife (que
e d ita en los Estados U n id o s cuatro m illo n e s de ejem plares)
fue p u b lic a n d o en el curso del año 1954 el c o n ju n to de los
a rtícu lo s que se re u n ie ro n en el álbum de 1955.12

1 Este ensayo c o m e n ta e l lib r o de M a u ric e B ia n c h o t, E l ú ltim o hom bre,


G a llim a rd , París, 1957. (N . d e T .)
2 A h o ra se p u b lic a un a e d ic ió n francesa titu la d a E l m undo en que vivim os.

364
E l m u n d o e n q u e m o r im o s

E l n a cim ie n to de la tie rra , la fo rm a c ió n del m ar y de los


continentes, la p o b la ció n de la superficie terrestre p o r los
animales y por los hom bres, o el cielo estrellado a través del cual
se desplaza la tierra dieron lugar a una sucesión de imágenes
cautivantes. Lo que la fotografía no pudo alcanzar fue repre­
sentado p o r el d ib u jo . C on el álbum en m is m anos, lo que
hace aparecer la vid a , lo que la fo rm a ció n del e s p íritu hum a­
no le revela a ese m ism o espíritu, se abre ante m í en su conjun­
to com prensible. E l m undo en que vivim os es para nosotros el
m u n d o de donde el hom bre procede, a la m edida del cual
está hecho el hom bre y al que una representación clara pone a
la a ltu ra del e s p íritu del hom bre. Es cie rto que el hom bre no
posee el m u n d o . Pero al m enos posee lo que le resulta cerca­
no y la d o m in a c ió n que ejerce sobre lo más cercano le da en
general la sensación de estar en casa d e n tro del espacio que
descubre la ciencia.
Pero quisiera ahora plantea r una cuestión.
E l m u n d o en que vivim o s, the w o rld we liv e in , ¿no es al
m ism o tie m p o the w o rld we die in , no es “ el m u n d o en que
m o rim o s” ? Por lo ta n to The W orld we die in ta m b ié n hubiera
p o d id o servirle de títu lo al e d ito r norteam ericano.
T al vez.
S in em bargo hay una d ific u lta d .
The w o rld we die in no es en n in g u n a m edida lo que po­
seemos. La m uerte es en efecto, en este “m u n d o en que v iv i­
m os” , lo que se sustrae a la posesión, ya sea que no sintam os
el deseo de poseerla, reducidos al tem or, ya sea que tras haber
in te n ta d o ejercer una d o m in a c ió n sobre ella, fin a lm e n te ha­
yam os a d m itid o que se nos escapaba.
Los rito s y los ejercicios religiosos de todas las épocas se
han esforzado p o r hacer que la m uerte entrara en el d o m in io
del e s p íritu hum ano.

365
G e o rg e s B a ta ille

Pero esos rito s y esos ejercicios nos m antenían dentro de la


fascinación de la m uerte. E l e sp íritu fascinado pudo im aginar
que la m uerte se v o lv ía su d o m in io : un d o m in io donde la
m uerte era superada. E n este m undo en que v iv im o s , donde
fin a lm e n te , debido a ia ciencia, ya nada está com pletam ente
sustraído, la m uerte no ha dejado de ser lo que se sustrae. E l
m undo en que m orim os no es “el m undo en que v iv im o s ” . E l
m u n d o en que m o rim o s se opone al m u n d o en que vivim o s
com o lo inaccesible a lo accesible.
Le m uestro al n iñ o The W orld we live in . E n seguida com ­
prende esas imágenes, son inm ediatam ente accesibles. Le p ro ­
pongo a la m ente más reflexiva la lectura de E l ú ltim o hombre,
que podría a b rirle “ el m u n d o en que m orim os” ; y no será antes
de haber leído dos o más veces ese breve lib ro que vislum brará
la razón para re to m a r u na le ctu ra ardua a la cual p rim e ro no
puede acceder. S in duda esa le ctu ra se le podrá im p o n e r p o r
una fuerza desbordante e in a u d ita , pero n o será antes de u n
tie m p o de paciencia que se a b rirá delante suyo u n aspecto
in asible de la m uerte, que se sigue o cu lta n d o al m ostrarse:
todavía p o d ría suceder que entonces su p ro p io pensam iento
lo p rive de la exigencia de sus fundam en tos, que lo p rive de
to d o lo que a n te rio rm e n te el pensam iento ordenaba d e n tro
de sí.
H e hablado de las d ificu lta d e s que presenta la lectu ra de E l
ú ltim o hom bre. Las pocas frases precedentes p o d ría n sugerir
que se tra ta de filo s o fía . N o obstante, E l ú ltim o hom bre es
ajeno a la filo s o fía .
E n p rim e r lugar, com o la página in ic ia l lo in d ic a , es u n
relato.
Ese relato in tro d u c e personajes, los ubica en una situación
d e finida , conduce a un desenlace. M ás adelante describiré esos
personajes y lo que e nfrentan . Pero sin dem ora quiero decir la

366
E l m u n d o e n q u e m o r im o s

razón más p ro fu n d a p o r la cual no hay que concederle a E l


ú ltim o hom bre u n carácter filo s ó fic o : ese lib ro de hecho no es
un trabajo. La filo s o fía es un trabajo donde el autor, con m i­
ras a u n fin , re n u n cia a la im p u lsiva lib e rta d de su m odo de
exposición. Sólo la lite ra tu ra es \m juego, que arro ja los dados
para obtener una c ifra im p re visib le ...
A h o ra com entaré los datos del re la to . A l m enos d iré lo
que para m í se pone de m a n ifie s to a llí (que en parte ta l vez
se aleje del pensam iento del cual surgió la obra, pero que no
me parece alejarse ta n to com o para hacer im p o s ib le u n re­
to rn o a él).
Tres personajes, cada u no a su manera, se relacionan con la
m uerte. U n o de ellos, el “ ú ltim o hom bre” , se acerca a ella
antes que los otros dos: su v id a entera ta l vez esté en fu n c ió n
de la m uerte que entra en él. N o porque él m ism o tenga una
preocupación d e fin ib le al respecto, sino porque el narrador lo
observa m o rir, es para el na rra d o r un re fle jo de la m uerte que
está en él. E n él se le concede al narrador observar, contem plar
la m uerte.
Esa co n te m p la ció n no se da nunca de golpe. Los testigos
del “ ú ltim o h o m b re ” no se le acercan verdaderam ente, no
presentan lo que este es en ú ltim a instancia sino en la m edida
en que ellos m ism os ingresan al “m u n d o en que m orim os” .
E n esa m ism a m edida, se disuelven: el “yo” que habla en ellos
se les escapa.
A q u e l que m ira m o rir está en la m irada que abre ante la
m uerte: cuando lo es, es en la m edida en que ya no es él,
cuando ya es “ nosotros” , cuando la m uerte lo disuelve. Pero
ese “nosotros” situado en la m uerte evidentem ente no puede
ser situado ante esa m uerte aislada, in in te lig ib le y fa m ilia r,
que espanta y que al m ira rla nadie m ira sino sustrayéndole
una presencia espantada, que nadie m ira sino apartando de

367
Georges Bataille

antem ano una m ira d a enferm a;3 en verdad, ese “nosotros” no


p o d ría resultar de una sum a, de una serie de “yo ” ; es posible
considerar ese “nosotros” en la m edida en que la m uerte de la
que se tra ta ya no es la que conocem os huyendo de ella, sino
la “m uerte universal” a la cual pertenece el “ ú ltim o hom b re ” .
A q u e l que m uere, pero que al m o rir le concede a la m uerte su
presencia, p o r lo m enos aquel que m uere apartándose del
rito rn e lo de la vid a , que m uere pues absorbido en “el m undo
en que m o rim o s” (donde p o r cie rto la ausencia sucede a la
presencia que sólo le a trib u im o s verdaderam ente al “m u ndo
en que v ivim o s” ), aquel que m uere consagrado p o r com pleto
a la desaparición que es su m uerte no p o d ría tener testigos si
ya esos testigos no p a rtic ip a ra n , aunque sólo fuera m ediante
u n ligero trastorno, de la universal desaparición que es la m uerte
(¿pero acaso esa universal desaparición no sería fin a lm e n te la
universal aparición?).
E n su lenguaje sin afectación, aunque desconcertante,
M aurice B lanchot “precisa” las preferencias de ese “ ú ltim o hom ­
bre” que entra p rim e ro en la “m uerte universal” : “ C reo que
cada uno sentía que o tro estaba im p lica d o en sus preferencias,
pero no era cualquier o tro , era siem pre el más cercano, com o si
no hubiera p o d id o m ira r más que m irando un poco hacia o tro
lado, eligiendo al que se tocaba, al que se rozaba, aquel que
hasta entonces uno estaba convencido de ser. Tal vez eligiera
siempre a otro en nosotros. Tal vez p o r esa elección convertía a
alguien en otro. E ra la m irada p o r la cual uno más habría desea­
do ser m irado, pero que acaso nunca nos m irara, que siguiera
m irando un poco de vacío ju n to a nosotros. U n día, ese vacío fite
una joven con la que yo estaba relacionado” (p. 2 5 -2 6 ). H e su­
brayado las frases sobre las cuales quise lla m a r la atención (las
frases anteriores le exigen al lector, para que pueda entrar en
3 L a R oche fouca uld escribió: “ N i el sol n i la m u erte pueden m irarse fija m e n te ” .

36 8
E l m un do en que m orim os

ellas, descender más en la p ro fu n d id a d de este lib ro -aparente­


m ente el más p ro fu n d o de todos los lib ro s).
Es ese vacío, “un poco de vacío ju n to a nosotros” —aunque
una fó rm u la en E l ú ltim o hom bre nunca tiene más que un
v a lo r dudoso, p ro v is o rio ; p o r lo demás, el esquema con el
cual m e esfuerzo en pene tra rlo no tiene en sí m ism o para m í
más que u n v a lo r dudoso— es a pesar de to d o ese vacío, que
altera el o rdenam ie nto p ro p io de la vida, lo que anuncia la
entrada de los personajes del relato en “el m u n d o en que
m o rim o s” . Pareciera que sin ese vacío el “yo” que u n día fue el
n a rra d o r no sería “u n ¿Quién?” p o r sí solo, “una in fin id a d de
¿Quiénes?” . E l “yo” no hubiese sido s u s titu id o p o r el o lv id o
que es el p rin c ip io del “ nosotros” , que se co n fig u ra en la leja­
nía del “m u n d o en que m o rim o s” .
U n oscuro acercam iento une en el lím ite a los personajes
del re la to . E l aspecto p a rtic u la r, las reacciones y la m o v ili­
dad p a rtic u la r del “ ú ltim o h o m b re ” nos son dados. E l so n i­
do de su voz, de su tos y de su paso en los corredores nos
son dados. V iv e en el m ism o e d ific io que el n a rra d o r y la
jo v e n que están u n id o s p o r los lazos de una a tra cció n recí­
proca. D e ese “ gran e d ific io c e n tra l” , de ese lu g a r del rela to
no sabemos gran cosa: oím os hablar de un ascensor, de in te r­
m inables corredores blancos, semejantes a los de u n h o spital.
La enferm edad parece ser el v ín c u lo entre los num erosos ha­
bitantes de la casa, que com prende cocinas, u n p a tio -d o n d e
u n día cae la nieve—, una sala de juego sim ila r a u n casino.
A u n q u e aprehensibles, esas realidades están a llí para desapare­
cer. C o m o si la desaparición, que es el a c o n te c im ie n to que
sugiere el lib ro -a u n q u e él m ism o a su vez fuera sustraído al
co n o c im ie n to que e x p lic a -, necesitara para tener lugar, para
“o c u rrir” , la a parición de objetos que desaparecen. S in ello se
nos ofrecería demasiado rápido un aspecto fu n d a m e n ta l de la

36 9
G e o rg e s B a ta ille

desaparición. Sabríam os dem asiado rá p id o que ese aconteci­


m ie n to es una ausencia de a c o n te cim ie n to .
La jo ve n m u je r en p a rtic u la r está m enos absorbida en su
p ró x im a desaparición. Ju n to a ella, nos recuperam os. Pode­
m os s u frir, sentir la angustia. “ D onde estaba ella —se nos d ic e -
to d o era claro, de una c la rid a d transparente y, p o r cie rto , esa
c la rid a d se prolongaba m ucho más allá de ella. C uando uno
salía de la habitación, igual seguía estando tranquilam ente claro;
el co rre d o r no amenazaba con desm oronarse bajo los pasos,
los m uros seguían blancos y firm es, los vivos no m orían, los
m uertos no resucitaban, y más lejos sucedía lo m ism o, siem ­
pre ig u a l de claro, ta l vez m enos tra n q u ilo o p o r el c o n tra rio
con una calm a más p ro fu n d a , más am plia, la d ife re n cia era
im p e rce p tib le . T am bién cuando uno avanzaba era im percep­
tib le el velo de som bra que pasaba p o r la lu z , pero ya había
curiosas irregularidades, ciertos sitios estaban replegados en la
oscuridad, privados de calor hum ano, intransitables, m ientras
que a sus alrededores b rilla b a n alegres superficies de sol” (p. 72-
73). A pesar del inasequible vacío que dete rm in ó la “preferen­
cia” del “ ú ltim o hom bre” , la “ joven” ha perm anecido en efecto
dentro de la vida. O p o r lo menos no estaría separada de la vida
sino p o r ese deslizam iento “ im p e rce p tib le ” que va del espacio
lim ita d o “p o r m uros blancos y firm es” a ese “velo de som bra” ,
a ese velo de m uerte donde tam bién desaparece im perceptible­
m ente aquel al que ella lla m a “ el profesor” . Pero en la m edida
en que la vida es su m orada, su presencia al lado del que m uere
conserva el carácter de desaparición de la m uerte: ¿quién podría
desaparecersi nada siguiera apareciendo ju n to a él?
La jo ve n es el lu g a r de u n doble m o v im ie n to .
Aparece de repente en la lu z. Esa lu z es arrojada sobre una
rea lid a d fu g itiv a , que sin em bargo no deja de ser real. E l na­
rra d o r evoca a esa m u je r a la que toca y abraza. “ Podía se n tir

370
E l m u n d o e n q u e m o r im o s

lo desesperante que había con te n id o el re p e n tin o h o rro r que


la había hecho saltar fuera de ese instante de la noche en que
yo la había tocado. C ada vez que pensaba en ello , vo lvía a
enco n tra r siem pre en m í el carácter m aravilloso de ese m o v i­
m ie n to , la im p re sió n de alegría que había te n id o al agarrarla
de nuevo, de lu z al estrechar su desorden, se n tir sus lágrim as,
y que su cuerpo soñado no fue una im agen, sino una in tim i­
dad agitada p o r sollozos” (p. 100).
E l resplandor de esa realidad de lla n to se destaca justam en­
te co n tra el vacío. M e jo r d ich o , a través de la realidad de las
lágrim as, el vacío y el o lv id o que se extienden se vuelven de
p ro n to com prensibles. E l vacío no es nada, el o lv id o no es
nada: si los sollozos preceden al vacío, si preceden al o lv id o ,
entonces el vacío, el o lv id o son la ausencia de sollozos. Ese
s itio donde desapareció lo que fascinaba, que fascina más to ­
davía o más extrañam ente: es la m ism a desaparición que se
hace y se ofrece, creciendo hasta el p u n to de hechizar y de
sustraer a los que hechiza.
N o obstante, aquel que busca extraviado en esos dobles
m o vim ie n to s lo que se le escapa ya no pertenece a este “m u n ­
do en que viv im o s ” , donde nunca le faltaba la p o s ib ilid a d de
afirm arse, de decir “yo” . E n tra en el “m undo en que m orim os” ,
donde el “yo ” naufraga, donde sólo queda un “ nosotros” que
nada puede re d u c ir nunca. E l “yo” que m uere, que la m uerte
expulsa, acorralado, se condena a caer en u n sile n cio , en un
vacío que no soporta. A u n q u e cóm plice del sile n cio , c ó m p li­
ce del vacío, está en poder de u n m undo donde no hay nada
que no se extravíe.
A l abordar ese m undo inasible que es el m undo de la desapa­
ric ió n , el n a rra d o r expresa ta m b ié n un se n tim ie n to . U na vez
más, lo relaciona consigo m ism o, pero en vano, porque la
desaparición lo absorbe o él se absorbe en su desaparición.

371
Georges Bataille

“ U n sen tim ie n to de inm ensa fe licid a d -se nos dice— que no


puedo desechar, que es la irra d ia ció n eterna de esos días, que
empezó desde el p rim e r instante, que todavía lo hace durar, y
para siem pre. Seguimos ju n to s. V ivim o s orientados hacia n o ­
sotros m ism os com o hacia una m ontaña que vertiginosam ente
se eleva de universo en universo. Sin detención, sin lím ites, una
em briaguez cada vez más em briagada y cada vez más calmada.
‘Nosotros-, esa palabra se g lo rific a eternam ente, asciende sin ce­
sar, pasa entre nosotros com o una som bra, es com o la m irada
bajo los párpados que continuam ente ha visto to d o ” (p. 121).
D ebem os detenernos aquí en esta sorprendente sig n ific a ­
c ió n de la m uerte, que se refiere a la p o s ib ilid a d de separarla
del s u frim ie n to .
La jo ve n del relato le da a entender al narrador lo que cons­
titu y e su m o v im ie n to fre n te a la m uerte.
“ ‘C reo que podría m o rir, pero s u frir no, no puedo.’ —‘¿Tie­
ne m iedo de su frir? ’ La sacudió un estrem ecim iento. ‘N o ten­
go m iedo, pero no puedo, no puedo.’ Respuesta en la que
entonces no había vis to más que una aprensión razonable,
pero ta l vez había q u e rid o d e c ir algo m u y d is tin to , ta l vez
en ese in sta n te había expresado la realidad de ese s u frim ie n ­
to que no era p o sib le s u frir, y ta l vez e lla había revelado
u n o de sus pensam ientos más secretos: que e lla ta m b ié n
estaría m u e rta desde hace m u ch o tie m p o -ta n ta s personas
h abían fa lle c id o en to rn o a ella — si para m o rir no hubiese
te n id o que atravesar u n espesor tan grande de s u frim ie n to s
no m ortales y si ella no h u b ie ra sen tid o espanto de perderse
en u n espacio de d o lo r tan oscuro que nunca p o d ría encon­
tra r la salida” (p. 9 8 -9 9 ).
U n in c id e n te - “cuando ella m u rió ”—nos in fo rm a , al fin a l
de la p rim e ra parte, que la m uerte de la jo ve n ha sucedido
efectivam ente poco después.

372
E l m u n d o e n q u e m o r im o s

E l m ism o na rra d o r no puede hablar de su m uerte, pero


cuando habla, en el m om e n to en que concluye esa parte, del
“co rre d o r angosto, b rilla n d o día y noche con la m ism a luz
blanca, sin som bra y sin perspectiva, donde se apiñaban ru ­
m ores in in te rru m p id o s com o en los corredores de un hospi­
ta l” , agrega: “ Pasaba p o r a llí con la sensación de su vid a en
calm a, p ro fu n d a , in d ife re n te , sabiendo que a llí estaba m i fu ­
tu ro , y que ya no vería o tro paisaje que esa soledad lim p ia y
blanca, que a llí crecerían m is árboles, a llí se extendería el in ­
m enso ru id o de los cam pos, el m ar, el cielo cam biante con
sus nubes, a llí, en ese tú n e l, la eternidad de m is encuentros y
de m is deseos” (p. 111).
Unas líneas más y com ienza la segunda parte, la parte fin a l,
donde el relato alcanza una flu id e z sublim e. Y no em pleo esta
palabra en su carácter de e lo g io (para m í el breve lib ro de
M a u rice B la n ch o t se sitú a más allá, p o r encim a de to d o elo­
g io ), sino en un sentido preciso: ese flu jo en su le n titu d ya no
deja de ascender hasta la cum bre.
M e he esforzado en ofrecer de fo rm a esquem ática el con­
te n id o de la p rim e ra parte, de lejos la más extensa. Ya no in ­
tentaré hacerlo con la segunda. D e alguna m anera, tras haber
resum ido la p rim e ra parte, te m o haber dado la sensación de
una fa b rica ció n . E n to d o caso, al resum ir he tra icio n a d o lo
que no podía ser resum ido: n o entram os verdaderam ente en
el lib ro sino a co n d ic ió n de que nos extraviemos en sus m ean­
dros. N o hem os p o d id o volver a encontram os en //s in o dan­
do falsam ente la im p re sió n de que era posible no perderse en
él. T a l vez lo que d ije no esté lejos del pensam iento del autor
y podría ser una in tro d u c c ió n hacia ese pensam iento, pero ese
pensam iento no se deja poseer, más bien desposee a quie n lo
aborda. La apariencia de fa b ric a c ió n que ofrece el resum en
nunca responde a su m o v im ie n to . D e u n extrem o al o tro ,

373
G eo rge s B a ta ille

com o en u n cataclism o, las frases lentam ente precipitadas se


escapan del esquema m ediante el cual sólo es posible a lo sum o
evocar su o rie n ta ció n : son precipitadas siem pre p o r una fu e r­
za que las d o m in a y que d o m in ó a q u ien las escribió. Esa
fuerza es c o n te n id a p o r él. S in una calm a fu e ra d e l m undo,
p o r lo m enos fuera de “ este m u n d o en que v iv im o s ” , no h u ­
biese h a b id o lib ro . Pero esa fuerza se le im p o n e a q u ie n tiene
la energía para leerlo con una paciencia análoga a la de quie n
lo escribió. Q u ie n es sublevado p o r esa fuerza n o puede dis­
c u tirla . E n tra en ese “ m u n d o en que m o rim o s” , en el m u n d o
de la universal desaparición, donde nada aparece sino para
desaparecer, donde todo aparece.
C ita ré una frase de la segunda parte que ta l vez aclare el
sen tid o del “ nosotros” que p o r sí solo abre una desaparición
ilim ita d a para quienes están contenidos en esa palabra:
“ C o n tra ti, pensam iento in m ó v il, llega a to m a r fo rm a ,
b rilla r y desaparecer to d o lo que en nosotros se re fle ja de to ­
dos. A sí poseemos el m u n d o más grande, así en cada uno de
nosotros se re fle ja n todos m ediante una in fin ita reverbera­
c ió n que nos proyecta en una in fin itu d irra d ia n te de donde
cada u n o regresa a sí m ism o, ilu m in a d o p o r n o ser más que
u n re fle jo de todos. Y el pensam iento de que no som os, cada
un o de nosotros, más que el re fle jo del universo re fle jo , esa
respuesta a nuestra levedad nos em briaga con su levedad, nos
vuelve cada vez más leves que nosotros, d e n tro del in fin ito de
la esfera reverberante que, desde la superficie hasta la chispa
única, es el eterno vaivén de nosotros m ism os” (p. 132-133).
Si tom áram os esta frase en sentido filo s ó fic o , deberíam os
dem orarnos, in s is tir en el v a lo r exacto de las palabras. Pero
com o d ije antes, el pensam iento que esclarece E l ú ltim o hom ­
bre n o tie n e un carácter filo s ó fic o . N o p o d ría ser ubicado
d e n tro de u n encadenam iento riguroso. H a y u n rig o r en ese

374
E l m u n d o e n q u e m o r im o s

pensam iento (y es el m áxim o rig o r posible), pero ta l rig o r no


se presenta en fo rm a de fundam en to y de con stru cció n . Ese
pensam iento no p o d ría ser el fundam ento de uno de esos
endebles e d ific io s que levanta la tris te obstin a ció n del filó s o ­
fo a c o n d ic ió n de apartarse atentam ente del destino que lo
condena a derrum barse más tarde. E l pensam iento hum ano
no puede com prom eterse íntegram ente en el trabajo, no pue­
de quedar preso de la la b o r cuyo fin es dem ostrar aquello que
el curso incesante del pensam iento revelará com o falso. E l
pensam iento está en busca de la a parición que no ha p o d id o
prever y de la cual se ha separado de antem ano. E l juego del
pensam iento requiere una fuerza, u n rig o r tales que a su lado
la fuerza y el rig o r que exige la construcción dan la im p re sió n
de u n re la ja m ie n to . E l acróbata en el vacío está som etido a
reglas más precisas que el a lb a ñ il que no se separa del suelo. E l
a lb a ñ il produce, pero en el lím ite de lo im p o sib le ; el acróbata
abandona en seguida lo que ha aferrado. Se detiene. La deten­
c ió n es el lím ite que negará, si tu vie ra fuerzas para e llo . La
dete n ció n quiere d e cir que fa lta el a lie n to , y el pensam iento
que respondiera al esfuerzo del pensam iento sería aquel que
ansiaríam os si el a lie n to , al fin a l, no faltara.
T odo se ordena en este “m u n d o en que v iv im o s ” , to d o se
ordena y to d o se construye. Pero pertenecem os al “m u n d o en
que m o rim o s” .
A llí to d o está suspendido, a llí to d o es más verdadero, pero
sólo accedemos a ello a través de la ventana de la m uerte.
H a y en la m uerte algo que, una vez presentido, reduce la
vid a a la m edida de la ilu s o ria estabilidad de los sólidos in m ó ­
viles, sólidos que m antienen relaciones estables. Pero debía­
m os lib e ra r a la m uerte de u n siniestro co rte jo que abre el
d o lo r in d e cible y que cierra la hediondez. D ebíam os acceder a
la e te rn id a d radiante que en verdad es: la m uerte u n ive rsa l es

375
G e o rg e s B a ta ille

eterna. E l ú ltim o hom bre revela un m u n d o al cual sólo acce­


dem os en u n m o v im ie n to ve rtig in o so . Pero ese lib ro es el
m o vim ie n to donde al perder todo asidero tenem os, hasta don­
de es posible, la fuerza de ve rlo todo.
Es d ifíc il hablar de E l ú ltim o hom bre, a ta l p u n to ese lib ro
escapa de los lím ite s donde la m ayoría quisiera perm anecer.
Pero q u ie n acepta leerlo percibe que estaba al alcance de un
h o m b re entregar el pensam iento, d e n tro de u n lib ro , al m o­
v im ie n to que lo lib e ra de esos lím ite s . C o n la co n d ic ió n de
e n fre n ta r una amenaza. N o se le exige solam ente al a u to r la
fuerza para asum ir el riesgo: ¿se sustraería el le c to r a la prueba
inevitable? E n el lím ite , leer p o d ría e xig ir que se le haga frente
a lo que sig n ifica este m u n d o - y la existencia que llevam os en
é l-, a lo que ambos s ig n ifica n , a sus sinsentidos (que sólo p o r
cansancio separamos).

376
E l e r o t is m o , s o s t é n d e l a m o r a l

E l erotism o es lo p ro p io del hom bre. A l m ism o tie m p o es


aquello que lo abochorna.
Pero nadie conoce el m edio para escapar a la vergüenza que
el erotism o im pone.
E l erotism o es la ratonera donde el más prudente se deja
atrapar. Q u ie n piensa que está afuera, com o si la tram pa no le
concerniera, desconoce el fundam en to de esa vid a que lo ani­
m a hasta en la m uerte. Y q u ie n piensa d o m in a r ese h o rro r
asum iéndolo, no está menos engañado que el abstinente. Des­
conoce la condena sin la cual la fascinación del erotism o, a la
que pretende responder, dejaría de fascinar.
N o podem os sustraernos a ese h o rro r hasta el p u n to de
que ya no tengam os que abochornarnos, no podem os gozar
sino a co n d ic ió n de seguir s in tie n d o vergüenza.
Baudelaire evocó m aravillosam ente (en “ Cohetes I I I ” ) ese
escándalo del pensam iento (que es el escándalo de to d o pen­
sam iento):
“ Yo digo: la voluptuosidad única y suprem a del am or radica
en la certeza de hacer el m al. Y el hom bre y la m u je r saben
desde el nacim iento que toda voluptuosidad se halla en el m al.”
D e alguna m anera es en la vergüenza, disfrazándonos
solapadam ente, donde alcanzam os el m om ento suprem o.

377
G e o rg e s B a ta ille

¿Cóm o p u d o el h o m b re condenar un m o v im ie n to que lo


lleva a la cum bre? ¿Por qué la cum bre no es deseable y no es la
verdadera cum bre sino a p a rtir de una condena?
Siem pre hay en nosotros algo tu rb io en el fo n d o . Los ras­
gos que expresan plenam ente a la h um anida d no son los más
claros. U n hom bre, cuando es d ig n o de su nom bre, siem pre
tiene una m ira d a cargada, esa m irada más a llá que al m ism o
tie m p o es una m ira d a hacia abajo. Si vem os directam ente,
somos engañados. Estam os delante de una d ific u lta d extre­
m a, in so lu b le que p re fig u ra la m uerte, el d o lo r y el rapto, que
conduce a la alegría, pero en cuentagotas. Si vislum bram os
una senda recta, m u y rápidam ente la refle xió n revela su carác­
te r de pista falsa.
Después de m ile n io s transcurridos en busca de respuestas
que aclaren la noche que nos encierra, surgió una extraña ver­
dad sin que p o r o tra parte atrajera la a tención que hubiese
m erecido.
C ie rto s h is to ria d o re s de las relig io n e s d escubriero n esa
co in cid e n cia . A lgunas prohibiciones, reconocidas en socieda­
des arcaicas p o r el c o n ju n to de sus integrantes, tenían la capa­
cidad de tra sto rn a r: no sólo eran observadas religiosam ente,
sino que aquellos que in v o lu n ta ria m e n te las habían in frin g i­
do eran presas de u n te rro r ta n grande que h a b itu a lm e n te
m o ría n p o r e llo ; ta l a c titu d determ inaba la existencia de un
dom in io p ro h ib id o que ocupaba u n s itio em inente en el á n i­
m o de los in d iv id u o s ; ese d o m in io p ro h ib id o c o in c id ía con
el d o m in io sagrado; era así el elem ento que fu n d a b a y orde­
naba la re lig ió n .
Lo que se m ostraba en ciertas sociedades arcaicas no podía
estar aislado del c o n ju n to de las reacciones religiosas de la
hum anidad.
Esto es lo que es p o sible exponer actualm ente.

378
E l erotismo, sostén de la m oral

Lo sagrado es esencialm ente aquello que alcanzaba la trans­


gresión ritu a l de la p ro h ib ic ió n .
E l sacrificio - e l acto creador de lo sagrado—es un ejem plo
de ello. E n su fo rm a m ayor (que es tam bién su fo rm a más
frecuente) el sacrificio es el asesinato ritu a l de un hom bre o de un
anim al. M u y antiguam ente, la m uerte de un anim al tam bién
podía ser objeto de una p ro h ib ic ió n y dar lugar a los ritos de
expiación del asesino. Sólo el asesinato del hom bre cae hoy bajo
el peso de la p ro h ib ic ió n universal. En condiciones definidas,
una p ro h ib ic ió n podía, y a veces incluso debía, ser transgredida.
E l p rin c ip io de la p ro h ib ic ió n al que se opone la transgre­
sión resulta chocante, aun cuando tenga una analogía m ecáni­
ca en la alternancia de la com presión y de la explosión en que
se basa la eficacia de los m otores. Pero no es solam ente el
p rin c ip io del erotism o, más en general es el p rin c ip io de la
acción creadora de lo sagrado. E n el s a crificio clásico, la m a­
tanza, p o r el hecho m ism o de que es c rim in a l, pone al oferen­
te, al sacrifica d o r y a la asistencia en posesión de una cosa
sagrada, que es la v íc tim a . Esa cosa sagrada tam bién está p ro ­
h ib id a , el contacto con ella es sacrilego: pero no deja de ser
ofrecida para el consum o ritu a l. Es p o r esa condena a la vez
sacrilega y pre scrip ta que es posible p a rtic ip a r en el crim en,
que entonces se con vie rte en com ún. C rim e n de los p a rtic i­
pantes: es la co m u n ió n .
A sí esa m ira d a más allá que no obstante es una m irada
hacia abajo vuelve a encontrarse en la base de u n trastorno
religioso que fu n d a a la hum anida d. A u n hoy, el se n tim ie n to
de lo sagrado no deja de fundarnos.
La hum anidad, en su c o n ju n to y en su reacción p ú b lica , al
igual que en el secreto del erotism o, ha estado pues som etida
a la paradójica necesidad de condenar el m ism o m o v im ie n to
que la lleva al m om e n to suprem o.

379
G e o rg e s B a ta ille

La v in c u la c ió n de la re lig ió n y el erotism o puede sorpren­


der, pero no hay m o tivo s para ello. Sin ir más lejos, el m ism o
d o m in io p ro h ib id o del erotism o fue un d o m in io sagrado. Es
sabido que antigua m e nte la p ro s titu c ió n era una in s titu c ió n
sagrada. Los tem plos de la In d ia m u ltip lic a ro n con p ro fu sió n
las imágenes más tum ultuosas y más incongruentes del am or.

* * *

La condena del erotism o es universal, aunque no sin reser­


vas. N o hay sociedad hum ana donde la a c tiv id a d sexual sea
aceptada sin reacción, com o la aceptan los anim ales: en todas
partes es o b je to de una p ro h ib ic ió n . Es o b vio que una p ro h i­
b ic ió n de ta l naturaleza co n c itó innum erables transgresiones.
E n su orig e n , el m ism o m a trim o n io es una especie de trans­
gresión ritu a l de la p ro h ib ic ió n del contacto sexual. Ese as­
pecto no se percibe h a b itu a lm e n te porque una p ro h ib ic ió n
general de los contactos sexuales parece absurda, en la m edida
en que no advirtam os que la, p ro h ib ic ió n es esencialm ente el
p re lu d io de la transgresión. La re lig ió n en su to ta lid a d es una
concordancia reglam entada entre la p ro h ib ic ió n y la transgre­
sión. E n verdad, la paradoja no está en la p ro h ib ic ió n . N o
podem os im a g in a r una sociedad donde la a ctivid a d sexual no
fuera in c o n c ilia b le con la a c titu d asum ida en la v id a p ú b lica .
E xiste u n aspecto de la sexualidad que la opone al cálculo
fu n d a m e n ta l de u n ser hum ano. T odo ser hum a n o tiene en
cuenta el fu tu ro . Cada una de sus obras está en fu n c ió n del
p o rv e n ir. Por su parte, el acto sexual ta l vez tenga u n sentido
con respecto al fu tu ro , pero no en todos los casos, y cuanto
m enos el erotism o pie rd e de vista el alcance genético del des­
orden deseado. A veces in clu so suprim e esa m eta. Regreso a
este p u n to preciso: ¿podría el ser hum ano acceder a la cum bre

380
E l erotismo, sostén de la m oral

de su aspiración si antes no se apartara del cálculo al que lo


c o n fin a la organización de la vid a social? E n otros térm inos,
una condena p ro n u n cia d a desde el p u n to de vista práctico,
más exactam ente desde el p u n to de vista del fu tu ro , ¿no de­
te rm in a acaso el lím ite a p a rtir del cual se pone en juego un
v a lo r suprem o?

* * *

E stoy en co n tra de la d ifu n d id a d o c trin a según la cual la


sexualidad es n a tu ra l, inocente , y la vergüenza que se asocia
con ella no es v á lid a de n in g u n a m anera.
N o puedo dudar que esencialm ente el ser hum ano excede
la naturaleza p o r el trabajo, el lenguaje y los co m p o rta m ie n ­
tos que están ligados a ellos.
Pero sobre todo cuando abordam os el d o m in io de la a ctivi­
dad sexual del hom bre, estamos en las antípodas de la naturale­
za. E n ese d o m in io , no hay n in g ú n aspecto que no haya adqui­
rid o u n sentido de una extraña riqueza, donde se m ezclan los
terrores y las audacias, los deseos y las repulsiones de todas las
épocas. La crueldad y la ternura se desgarran m utuam ente: la
m uerte está presente en el erotism o y en él se libera la exuberan­
cia de la vida. N o puedo im aginar nada más c o n tra rio a un
ordenam iento racional de cada cosa que ese inm enso desorden.
H acer ingresar la sexualidad en la vida racionalizada, elim in a r la
vergüenza ligada al carácter inconciliable de ese desorden con el
orden confesable es en verdad negarlo. E l erotism o que preside
sus ardientes posibilidades se alim enta de la h o s tilid a d de la
angustia que reclama. N o hay nada en él que podam os alcanzar
sin el v io le n to m o vim ie n to que m ejor traduce el tem blor, sin
haber p e rd id o pie con respecto a todo lo posible.

381
G e o rg e s B a ta ille

* * *

V er en el erotism o una expresión del e s p íritu hum ano no


s ig n ific a entonces la negación de la m oral.
La m o ra l es en efecto el más firm e sostén del erotism o. Re­
cíprocam ente, el erotism o requiere la firm eza de la m oral. Pero
no podríam os im aginar su apaciguam iento. La m o ra l es nece­
sariam ente el com bate contra el erotism o y el erotism o, necesa­
riam ente, sólo tiene lugar en la inseguridad de u n com bate.
Si ocurre de esa m anera, acaso debam os considerar fin a l­
m ente, p o r encim a de la m o ra l com ún, una m o ra l agitada
donde nada nunca se daría p o r conseguido, donde cada posi­
b ilid a d sería puesta en ju e g o en cada m o m e n to , donde
conscientem ente u n h o m b re te n d ría siem pre fre n te a sí lo
im p o sib le : u n com bate sin tregua, agotador, co n tra una fu e r­
za irre d u c tib le y reconocida com o ta l p o r am bos lados.

* * *

T a l a c titu d requiere un a gran re so lu ció n , sobre to d o una


s in g u la r sa b id u ría , resignada al carácter in d e s c ifra b le del
m undo.
U nicam ente la sostiene la experiencia in te rm in a b le de los
hom bres, la experiencia de la re lig ió n -e n p rim e r lug a r la más
antigua, pero fin a lm e n te la de todos los tiem pos. E n el sacrifi­
cio clásico, he m ostrado la búsqueda de una fascinación contra­
ria al p rin c ip io del cual surgía. Si exam inam os en la re lig ió n esa
inaccesible cum bre hacia la cual es llevada nuestra vida, puesto
que a pesar de todo esta consiste en el deseo de exceder su lím i­
te (de buscar más allá de lo que ha encontrado), aparece un
va lo r com ún de la re lig ió n y del erotism o: se tra ta siem pre de
buscar tem blando aquello que in v ie rte el fundam en to más v i-

382
E l erotismo, sostén de la m oral

sible. Sin duda, el aspecto más fa m ilia r de la re lig ió n actual


sería opuesto al erotism o: casi sin reservas está ligado a la con­
dena. Pero esa re ligión no deja de aspirar en experiencias osadas,
a veces consagradas m ediante la adm iración de la Iglesia, a com ­
bates en los cuales la regla es perder pie.

383
E l p la n e t a a te s ta d o

E l planeta atestado de m uerte y de riqueza, u n g rito pe rfo ­


ra las nubes. La riqueza y la m uerte encierran. N a d ie escucha
el g rito de una espera m iserable.
Sabiendo que no hay respuesta, h ubiera q u e rid o te m b la r
en m i súplica:
—¡O h D io s, cúralos de la m uerte y de la riqueza! ¡Libéralos,
D io s , de la esperanza que a lim e n ta en ellos el s e n tim ie n to de
su m uerte fu tu ra y de tu nada! ¡Enciérralos en tu soledad!
¡E nciérralos en tu desesperación!
A l escribir, tengo la certeza de no lle va r a cabo el esfuerzo
in icia d o .
N a d ie lo consigue nunca. Pero si no p e rcib ie ra cada cosa
con esa lu z excesiva, ¿cómo p o d ría acceder a la felicidad?
La agita ció n y la v iv a c id a d de las frases los retienen.
La m u ltitu d de las palabras m e asedia y escucho su ruidosa
marea.
Pero saboreo de antem ano la tristeza de las aguas que se
retiran.
¿Cóm o no esperar, antes de escribir, a que las aguas se ha­
yan retirado?
E l saber que situ ó al ser hum ano en el m u n d o fue en p r i­
m er lu g a r el saber del a n im a l.

384
E l p la n e ta a te s ta d o

E l anim al discierne lo que responde a sus necesidades dentro


del juego de ese m undo in in te lig ib le -in in te lig ib le , cuanto
menos, para él. E n su origen el saber hum ano no es o tra cosa
que ese saber elem ental que fo rm a una cohesión m ediante el
lenguaje. E l saber es la concordancia entre el organism o y el
m edio del cual emerge. S in eso, sin la id e n tid a d entre el orga­
nism o y esa concordancia, la vid a no podría im aginarse. ¿Qué
es entonces el organism o en el m undo, si no el im p u lso des­
considerado de algo posible en el seno de lo im posible que lo
rodea? A l desarrollarse, el saber se esfuerza p o r reconducir lo
im posible (lo im p revisible) a lo posible (a lo previsible). E n el
saber el im p u lso arriesgado se convierte en cálculo sagaz: tam ­
poco el cálculo es posible más que atribuyéndole un va lo r fu n ­
dam ental a su posib ilid a d .
E l pla n te o del saber abre dos vías.
La p rim e ra es la a firm a c ió n im p líc ita que es el saber de
hecho.
E l saber que a firm ó la sensación de que el saber es “p osible”
percibe todas las cosas dentro de la perspectiva de lo “posible” .
Aveces lo “posible” , en ta n to que posib ilid a d , se hipostasía, y
otras veces no. Pero siem pre, en esa prim era vía, el m undo se
confunde con lo posible y lo posible con el m undo. E l saber
anim al, el p rim e r saber, era producto de una búsqueda arriesga­
da de algo posible a su m edida que realizaba el organism o (siendo
d e fin id o este p o r dicha búsqueda); esencialm ente, el saber h u ­
m ano se vuelve el cálculo de la p o sib ilid a d donde se ordena el
co n ju n to de las cosas, el cálculo de la p o sib ilid a d entendido
com o u n fundam en to.
U na prim era reacción em briagada suspende la duda y en esa
certeza, en sum a hecha de credulidad, el hom bre tiene la im ­
presión de estar en casa sobre la tie rra . E n su p ro p io origen, el
saber no deja de ser el cuestionam iento del saber m ism o. Si

38 5
G e o rg e s B a ta ille

p ro fu n d izo las vías del saber, soy s im ila r a la horm ig a conscien­


te de la amenaza suspendida de que una casualidad derrum be el
horm iguero, y de la verdad ú ltim a de esa casualidad. E l lengua­
je erige un orden y lo convierte en el fundam en to de lo que es,
pero no existe nada que sea en ú ltim a instancia: cada cosa está
en suspenso, p o r encim a del abism o, el m ism o suelo es la ilu ­
sión de una seguridad; siento vé rtig o cuando lo sé en m edio de
u n cam po; incluso en m i cama, siento que el m u ndo y el u n i­
verso se hunden.
E l carácter in sig n ifica n te , p ro viso rio , de los datos del saber
más acertado se m e revela en esa vía. Pero la apariencia que
ordena la certeza ilu s o ria no deja de e xilia rm e en esa zona
donde nada es trá g ico n i te rrib le n i sagrado. A u n q u e en esa
zona tam poco nada es poético.
P oético, de nuevo el lenguaje m e entrega al abism o.
Pero la poesía no puede negar eficazm ente la afirm ación del
discurso coherente, no puede d isip a r am pliam ente la m entira
del discurso. La poesía nunca establece lo que ella to m a visible.
A l negar el orden en que m e encierra u n discurso coherente,
todavía lo está negando en m í la coherencia del discurso. Por
u n instante el discurso ordena en m í lo que deshace el orden
donde m e encierra, ordena aquello que -trá g ic a m e n te - me
entrega hasta la m uerte al d e lirio de la poesía.
Si accediendo a lo posible, al reposo sin fin , m e fuera dado
v iv ir eternamente ante la verdad, yo gem iría. L o que quiero,
lo que el ser hum ano quiere en m í: p o r u n in sta n te , quiero
exceder m i lím ite , y p o r u n in sta n te q u ie ro no estar sujeto a
nada.
E n el pasado, u n desorden de afirm aciones le entregaba en
ú ltim a instancia la reflexión al pánico. ¿Saldremos de ese aban­
do n o no arriesgando más nada y no a firm a n d o más nada que
no se base en una experiencia frecuentem ente repetida? Prác-

386
E l p la n e ta a te s ta d o

ticam ente, es suficie n te la certeza que fu n d a una experiencia


tan duradera: pero nos deja a m erced del d o lo r in to le ra b le y
del s u p lic io m o rta l, en ú ltim a instancia. ¿Acaso la verdad ú l­
tim a se asemeja a la m uerte más dolorosa? ¿O bien este m u n ­
do prosaico d irig id o p o r u n saber basado en una experiencia
duradera es su lím ite? Liberados de creencias descabelladas,
¿estaría nuestra fe lic id a d fre n te a la m uerte y el suplicio? ¿La
pu ra fe lic id a d , en el fo n d o de u n m u n d o donde la ú n ica sali­
da es el desfallecim iento?

387
L a p u r a f e lic id a d

S uicidio

La p u ra fe lic id a d está en el instante, pero el d o lo r m e ha


expulsado del insta n te presente, hacia la espera del instante
fu tu ro en que m i d o lo r será calm ado. Si el d o lo r n o m e sepa­
rara del in sta n te presente, la “p u ra fe lic id a d ” estaría en m í.
Pero ahora, hab lo . E n m í, el lenguaje es el efecto del d o lo r, de
la necesidad que m e ata al trabajo.
Q u ie ro , debo hablar de m i fe lic id a d : de b id o a e llo me
invade una desdicha incom prensible: el lenguaje -c o n que ha­
b lo —está en busca de u n fu tu ro , lucha co n tra el d o lo r —aun­
que fuera ín fim o — que es en m í la necesidad de h a b la r de la
fe lic id a d . E l lenguaje nunca tiene com o o b je to la p u ra fe lic i­
dad. E l lenguaje tiene com o obje to la acción, cuyo fin es reco­
b ra r la fe lic id a d perdida, pero la acción no puede alcanzarla
p o r sí m ism a. Si fuera fe liz , ya no actuaría.
La p u ra fe lic id a d es negación del d o lo r, de to d o d o lo r,
aunque fuera la aprehensión del d o lo r; es negación del le n ­
guaje.
E n el sentido más insensato, es la poesía. E l lenguaje o b sti­
nado en u n rechazo, que es la poesía, se vuelve sobre sí m ism o
(co n tra sí m ism o ): es análogo a u n s u ic id io .

388
L a p u r a f e lic id a d

Ese s u ic id io no alcanza al cuerpo: a rru in a la a c tivid a d e fi­


caz, la sustituye p o r la vis ió n .
Subsiste la v isió n del instante presente, que aparta al ser de
la preocupación p o r los instantes venideros. C om o si hubiera
m u e rto la serie de los instantes, que ordena la perspectiva del
trabajo (de actos cuya expectativa convierte al ser soberano, al
que ilu m in a el sol del “ instante presente” , en subordina do).
E l s u ic id io del lenguaje es una apuesta. Si hablo, obedezco
a la necesidad de sa lir del insta n te presente. Pero m i s u ic id io
anuncia el salto al cual se arroja el ser liberado de sus necesida­
des. La apuesta exigía el salto: el salto que la apuesta pro longa
en u n lenguaje inexistente, en el lenguaje de los m uertos, de
aquellos a quienes la fe lic id a d devasta, a quienes la fe lic id a d
anonada.

Insom nio

¡Trabajar para v iv ir! M e agoto con el esfuerzo y ansio descan­


sar. Y entonces ya no es m om ento de decir: v iv ir es descansar.
M e siento entonces perturbado p o r una verdad decepcionante:
¿acaso v iv ir podría pensarse de o tro m odo que bajo la form a
del trabajo? La m ism a poesía es un trabajo. N o puedo consu­
m irm e com o una lám para que alum bra y que nunca calcula.
M e hace fa lta p ro d u c ir y no puedo descansar sino teniendo la
sensación de haberme increm entado produciendo. Para ello debo
reponer m is fuerzas, acum ular nuevas. E l m ism o desorden eró­
tic o es u n m o vim ie n to de adquisición. D ecirm e que el fin de la
a ctividad es el lib re consum o (el consum o sin reservas de la
lám para) m e da p o r el c o n tra rio la sensación de un in tolerable
abandono, de una d im isió n .

389
G e o rg e s B a ta ille

S in em bargo, si q u ie ro v iv ir, p rim e ro tengo que negarm e,


o lvid a rm e ...
M e quedo a llí, desam parado, com o un caballo fie l cuyo
dueño se ha caído.
P or la noche, sin a lie n to , aspiro a relajarm e y tengo que
engañarm e con algunas p o sibilidad es atractivas. ¿Leer u n l i ­
bro quizás? N o puedo d is fru ta r de m i v id a (del encadena­
m ie n to en perspectiva y en vis ta del cual me he cansado) sin
darm e una nueva m eta, que m e sigue cansando.
E scrib ir: aunque al instante haya preferido renunciar... A n ­
tes que responder a las necesidades de m i v id a ... E s c rib ir —a
fin de renunciar—sigue siendo un nuevo trabajo. Escribir, pensar
no son nunca lo opuesto a u n tra b a jo . V iv ir sin actuar es im ­
pensable. A l ig u a l que no puedo im aginarm e que estoy d u r­
m iendo, no puedo im aginarm e que estoy m uerto.

* * *

Q uise re fle x io n a r al m á xim o sobre una especie de apuro


del que nunca salí, d e l que nunca saldré.
D esde hace m u ch o tie m p o , si se m e im p o n ía u n esfuer­
zo que m e agotaba, cuando lu e g o de una larga expe cta tiva
eso c o n c lu ía —y p o d ía gozar de los resultados—, para m i
sorpresa, n o se m e o fre c ía nada que m e d ie ra la satisfac­
c ió n esperada. E l reposo presagiaba el te d io , la le c tu ra era
u n esfuerzo. N o q u e ría d is tra e rm e , q u e ría lo que había
esperado, lo que h u b ie ra ju s tific a d o el esfuerzo una vez te r­
m in a d o .
- ¿Qué hacer fin a lm e n te cuando m e había liberado?
¿M orir? N o .
H u b ie ra hecho fa lta que la m uerte sobreviniera p o r sí m is­
m a. Q ue la m uerte ya estuviese en m í, sin que yo debiera

390
L a p u r a fe lic id a d

trabajar para in tro d u c irla . Todo se m e escapaba y m e entrega­


ba a la in sig n ifica n cia .
¿E scribir lo anterior...?
¿Llorar...?
O lv id a r a m edida que subía un sollozo... O lv id a r to d o ,
hasta ese sollozo que subía.
Ser fin a lm e n te o tro , d is tin to a m í. N o el que ahora me
lee, al que le d o y una sensación de pena. M ás b ie n cu a lq u ie ­
ra de los que m e ig n o ra n , ta l vez el cartero que llega, que
toca el tim b re , que hace resonar en m i corazón la v io le n c ia
del tim b re .
¡C uán d ifíc il es d orm irse a veces! M e d ig o : p o r fin me
duerm o. La sensación de d o rm irm e se m e escapa. C uando se
m e escapa, en efecto, me duerm o. ¿Pero cuando persiste...?
N o puedo d o rm irm e y tengo que decirm e: la sensación que
tuve m e ha engañado.
N o hay diferencia entre la autenticidad del ser y nada. ¿Qué
nada? La experiencia es posible a p a rtir de algo, que su p rim o
m ediante el pensam iento. D e l m ism o m odo, no puedo al­
canzar la experiencia de “ lo que no sucede” si no es p a rtir de “ lo
que sucede” . Para acceder a “ lo que no sucede” , hay que llegar
com o u n ser aislado, separado, com o un ser “que sucede” .
Sin em bargo, únicam ente “ lo que no sucede” es el sentido - o
la ausencia de se n tid o - de m i llegada. Lo experim ento cuando
pretendo detenerm e, descansar y gozar del resultado buscado.
In c ip it comoedia! T odo un m in is te rio del tie m p o lib re expresa
con su trabajo - y su actividad p ú b lic a - una sensación de m uer­
te, una sensación que me desm antela. Pero u n m in is te rio del
tie m p o lib re , con sus corredores, no es más que u n desvío para
evitar la sim p licid a d del v in o tin to , que al parecer es te m ib le .
M e dicen que el v in o tin to nos destruye. C o m o si de todos
m odos no se tra ta ra de m a ta r el tie m p o .

391
G eo rge s B a ta ille

Pero el v in o tin to es el más pobre, el m enos costoso de los


venenos. Su h o rro r se relaciona justam ente con su m iseria: es
el tacho de basura de lo m aravilloso.
¿Y sin embargo?
Siem pre al borde de tra ic io n a r su in a n id a d (bastaría con
un desplazam iento del p u n to de vista), aquello de lo que ha­
b lo es m a ra villo so sin m e n tira .
A q u e llo de lo que hablo no es nada, es la inm e n sid a d de lo
que es, no es nada de lo que sea posible hablar.
E l lenguaje sólo designa las cosas, únicam ente la negación
del lenguaje insta u ra la ausencia de lím ite de lo que es, que no
es nada.
E l ú n ic o lím ite de lo m aravilloso sería el siguiente: lo m a­
ravilloso, debido a la transparencia de “ lo que no sucede” den­
tro de “ lo que sucede” , se disuelve cuando la m uerte, cuya
esencia está dada en “ lo que no sucede” , adquiere el sentido de
“ lo que sucede” .
La m ism a angustia de todas las noches. In e rte en m i cama
com o el pez sobre la arena, diciéndo m e que el tie m p o que
m e toca, que no m e trae nada, no m e sirve de nada. N o sé
dónde estoy. R educido a decir, a se n tir la in u tilid a d de una
v id a cuya u tilid a d m e ha decepcionado.
E strafalaria la b o r del in so m n io : estas frases de las que he
p e rd id o , si no su orden, al m enos la razón, que acaso no te­
nía, para escribirlas. ¿Sería esa razón una búsqueda literaria?
S in em bargo, n o puedo im aginarm e la p o s ib ilid a d de no
haberlas escrito. Tengo la sensación de e scrib ir antes que nada
para saber, para d escubrir en el centro de m i in s o m n io lo que
puedo y lo que debo hacer. M e pierdo esperando el efecto del
som nífero.

392
L a p u r a fe lic id a d

L a violencia que excede la razón

Siem pre m e m olestó elaborar m i pensam iento. E n n in g u ­


na época trabajé con la regularida d que el trabajo me exigía.
N o le í más que una m ín im a parte de lo que h ubiera debido,
y nunca ordené d e n tro de m í la adqu isició n de co n o cim ie n ­
tos. E n consecuencia, hubiese debido renunciar a hablar. H u ­
biera debido reconocer m i im p o te n cia y callarm e.
Pero nunca he q u e rid o resignarm e: me decía que esa d ifi­
cu lta d m e retrasaba, pero que a cam bio me d istin g u ía . E n los
m om entos de calm a, pensaba que no era m enos capaz que
otros. C onocía m u y pocas mentes que m e superaran en capa­
cidad de re fle x ió n coherente. Adem ás tenía la p o s ib ilid a d de
m e d ir su in fe rio rid a d en un p u n to determ inado. H o y a d m i­
to que podía riv a liz a r con ellos, aun cuando yo tenía una m e­
n o r a p titu d para el análisis. Esa m ism a d e b ilid a d , al igual que
m i tra b a jo irre g u la r, se ligaba a la v io le n cia que de alguna
m anera no dejaba de enervarm e, de hacerm e perder p ie en
to d o m o m e n to .
N o lo c o n firm é sino tardíam ente. La v io le n c ia que me
desbordaba m e daba esa ventaja a la cual no debía renunciar.
A h o ra n o d u d o que al rebajarm e la vio le n cia m e daba lo que
a otros les fa lta , lo que m e h izo p e rc ib ir el atollade ro en el
cual el pensam iento paralizado se lim ita y, al lim ita rs e , no
puede abarcar la extensión de aquello que lo im pulsa. A l ser
lo que paraliza la v io le n c ia en nosotros, el pensam iento no
puede re fle ja r enteram ente lo que es, puesto que la v io le n c ia
es en su orig e n lo que se opuso al desarrollo del pensam iento.
C reo que la violencia se reconcilia con la anim alidad, dentro de
la cual la conciencia, atada de alguna manera, no puede tener
autono m ía . Pero desatada p o r el hecho de que excluyó y

393
G e o rg e s B a ta ille

anatem atizó la violencia, com o contrapartid a quedó im pedida


para captar el sentido de aquello que excluía. Su resultado más
visible es la in e xa ctitu d , el carácter esencialm ente in co m p le to
del co n o cim ie n to de sí. L o que se advierte en la deform ación,
d e n tro del pensam iento de Freud, de la n o ció n de lib id o . Su­
presión de una excitación, dice Freud, cuando define el placer
sensual. N o puedo oponerle directam ente a esa d e fin ic ió n
negativa la postura de la vio le n cia , que no puede resolverse en
pensam iento. Pero p o r fo rtu n a o c u rrió que la vio le n c ia se
im puso sin descom poner íntegram ente el m o v im ie n to de un
pensam iento m etódico: entonces se aclara la deform ación que
se da en las condiciones com unes; en el anim a l, el placer está
ligado al gasto excesivo de e n e rg ía -o de violencia—; en el hom ­
bre, a la transgresión de la le y -q u e se opone a la vio le n cia y le
im p o n e ciertas barreras. Pero esto n o alcanza el p in á cu lo de la
re fle x ió n , donde la m ism a v io le n c ia se vuelve o b je to (p ro h i­
b id o , captado a pesar de la p ro h ib ic ió n ) del pensam iento, y se
ofrece fin a lm e n te com o la única respuesta al interrogante fu n ­
dam ental im p líc ito en el desarrollo del pensam iento: la res­
puesta sólo podía p ro v e n ir del exterior, de aquello que el pen­
sam iento debió e x c lu ir p a ra ser.
La respuesta no es nueva. ¿Acaso D io s no es una expresión
de la vio le n c ia dada com o respuesta? Pero dado com o res­
puesta, lo d iv in o era traspuesto en el p lano del pensam iento:
la v io le n c ia d iv in a ta l com o la re d u jo el discurso teoló g ico se
lim itó a la m o ra l, su parálisis v irtu a l. (R em itiéndon os al dios
anim al, recuperam os su incom parable pureza, su violencia p o r
encim a de las leyes.)
A l im p lic a r la vio le n c ia d e n tro de la dialéctica, H egel in ­
te n ta acceder su tilm e n te a la equivalencia entre la vio le n c ia y
el pensam iento, pero abre así el ú ltim o ca p ítu lo : nada puede
hacer que, una vez c o n c lu id a la h is to ria , el pensam iento no

394
L a p u r a f e lic id a d

llegue al p u n to m u e rto donde, ante la respuesta in m u ta b le


que se da extrayéndola de sí m ism o,, captará su equivalencia
con el silencio ú ltim o , que es lo p ro p io de la vio le n cia .
E n ese p u n to , H egel careció de la fuerza necesaria para que
las im plicaciones de su pensam iento tuvieran, con toda c la ri­
dad, el desarrollo que requerían.
E l silencio es la v io la c ió n ilim ita d a de la p ro h ib ic ió n que
la razón del hom bre opone a la vio le n cia : es la d iv in id a d des­
enfrenada, que sólo el pensam iento separó de la continge ncia
de los m itos.
N o soy el ú n ico al que se le reveló la necesidad de dem oler
los efectos del trabajo, pero sí el ú n ico que ha. gritado al adver­
tirlo . E l sile n cio sin g rito , que nunca reduce el m a rtille o sin
salida del lenguaje, no es el equivalente de la poesía. La poesía
en sí m ism a no reduce nada, sino que accede.
Accede a la cum bre. Desde lo a lto de la cum bre, m uchas
cosas se sustraen y nadie lo ve. N o hay más nada.

L a “mesura” sin la cu a l la “desmesura” no existiría,


o la “desmesura” como f in de la “mesura”

D ije que el d o m in io de la vio le n c ia es el de la re lig ió n (no


de la organización religiosa, sino —suponiendo que la cues­
tió n está zanjada—de la v is ió n intensa que responde, o puede
responder, al nom bre de re lig ió n ); agrego que el d o m in io de
la Razón abarca la organización necesaria con m iras a la efica­
cia com ún: creo que esto puede entenderse. Sin duda, es con­
tin u o el equívoco entre la vio le n c ia religiosa y la de la acción
p o lític a , pero en dos sentidos: siem pre la p o lític a a la que
aspiro, fre n te a la que v iv o , es u n fin . A l ser un fin , es exclu-

39 5
G e o rg e s B a ta ille

yente en cuanto al cálculo, que es lo p ro p io de los m edios. La


plena violencia no puede ser el m e d io de n in g ú n fin al cual
estaría som etida . 1 Esta fó rm u la lim ita al m ism o tie m p o el
poder de la Razón. A m enos que se rebaje, la V io le n c ia siem ­
pre es u n fin y nunca puede ser u n m edio. Por su parte, la
R azón nunca es más que u n m edio, aun cuando decida sobre
el fin y los m edios. A rb itra ria m e n te puede hacerse pasar p o r
u n fin : re fu ta entonces la verdad que ella m ism a defin e . Es
R azón en la m edida en que es la exclusión, en que es el lím ite
de la V io le n c ia (que d istin g u e p o r d e fin ic ió n del uso razona­
do de la vio le n c ia ).
Frente a la V iole n cia ciega, que lim ita la lucidez de la Razón,
sólo la Razón sabe que tiene el poder de d eificar lo que ella
lim ita . Sólo la Razón puede d e fin irlo com o su fin . E l lím ite
que opone la Razón a la V io le n c ia preserva -p ro v is o ria m e n te -
la precariedad de los seres discontinu os, pero más allá de esa
precariedad dentro de la cual im pera su le y señala la co n tin u i­
d ad d e l ser donde la ausencia de lím ite es soberana: la ausencia
de lím ite , la V io le n cia , sea cual fuere, que excede el lím ite con­
cebible.
A q u e llo que la Razón no había d e fin id o n i lim ita d o pre­
viam ente lim ita b a a la m ism a R azón. La V io le n c ia no podía
d e fin irse n i lim ita rs e p o r sí m ism a. Pero la R azón, en su a c ti­
tu d razonada fre n te a la V io le n c ia , la perfecciona: lleva al n i­
vel de la V io le n c ia la re c titu d de la d e fin ic ió n y del lím ite . A sí

1 L a v io le n c ia en la que pienso, que sólo tie n e se n tid o en sí m ism a , in d e p e n ­


d ie n te m e n te de sus efectos (de su u tilid a d ), n o está forzosam ente lim ita d a al
d o m in io “ e s p iritu a l” , aunque puede estarlo. C u a n d o n o lo está, sólo puede
te n e r u n a consecuencia in m e d ia ta . L a ú n ic a consecuencia in m e d ia ta de una
v io le n c ia ilim ita d a es la m u erte . L a v io le n c ia re d u c id a a u n m e d io es u n fin
al se rvicio de u n m e d io , es u n dios c o n v e rtid o en sirvien te, p riv a d o de verdad
d iv in a ; u n m e d io n o tien e o tro se n tid o que el fin buscado, el m e d io debe
se rvir a u n fin : en el m u n d o in v e rtid o , la s e rv id u m b re es in fin ita .

396
L a p u r a fe lic id a d

sólo ella te n d ría la capacidad de designar hum anam ente la


V io le n c ia desmesurada, o la Desm esura que no existiría sin la
mesura.
La Razón lib e ra a la V io le n c ia de la servidum bre que le
han im puesto quienes, en co n tra de la Razón, la som etieron a
los cálculos de su a m b ició n razonada. Los hom bres pueden y
deben llegar hasta el fo n d o de la V io le n c ia y de la Razón cuya
coexistencia los define. T ie n e n que renu n cia r a los acuerdos
equívocos, inconfesables, que han consolidado, al azar, la ser­
v id u m b re de la m ayoría e in clu so la servidum bre de los su­
puestos “soberanos” .
Frente a la V io le n c ia , la Razón, dueña de su d o m in io , le
deja a la V io le n c ia la inconsecuencia de lo que es. N o lo posi­
ble, que la Razón organiza, sino lo que queda al fin a l de to d o
lo posible, lo im p o sib le al té rm in o de toda p o s ib ilid a d : en la
vid a hum ana, la m uerte, y en el universo, la to ta lid a d .
La Razón, d e n tro de la serie de posibilidades que le corres­
ponden, descubre la apertura a lo que no está en ella: en la
serie de los seres vivos, la re p ro d u cció n (sexual o asexuada)
que requiere la m uerte, y en la m uerte, la Razón doblem ente
tra icio n a d a , puesto que es R azón de los seres que m ueren y
puesto que abarca una to ta lid a d que im p lica su desfallecim ien­
to , que requiere la derrota de la Razón.
P etrificada co n fid e n cia de la Razón: -Y o no era más que
u n juego.
Pero la Razón susurra en m í: -A q u e lla sinrazón que sobre­
vive en la Razón no puede ser u n juego. ¡Yo soy necesario!
R espondo p o r ella: -¿Acaso la m ism a necesidad no está
globalm ente perdida en la inm ensidad de xvsxjuegói
-Y o designo a D ios -m e dice ella recobrando su firm e z a -.
S ólo yo he p o d id o designarlo, pero a c o n d ic ió n de d e s titu ir­
m e, a c o n d ic ió n de m o rir.

397
G e o rg e s B a ta ille

Juntos subim os los escalones de un cadalso...


L a Razóm —A l acceder a la verdad eterna...
Yo-, - Y ta m b ié n a la ausencia eterna de la verdad.
¿Dios, quizá? ¿Me olvid a ré de designarlo? Por lo demás,
antes que nada, lo designa m i piedad. Sangrando ya sobre el
cadalso, lo designo. D e antem ano, m i sangre clam a hacia él,
no com o una venganza. D e antem ano, m i sangre sabe que es
rid ic u la . T am bién m i ausencia reclam a. Llam a a D io s : es la
b rom a de las brom as, la ú n ica que u n cadáver chorreando
sangre, u n cadáver de supíiciado tiene la fuerza de invocar.
C allarm e a fuerza de re ír... N o es callarm e, es reírm e. Sé
que sólo m i piedad se ríe lo su ficie n te , que solam ente ella ríe
hasta el fin a l.
¿Me reiría sin la Razón? ¿Me reiría de D ios sin la Razón que se
creyó soberana? Pero el d o m in io de la risa se abre ante la m uerte,
y D ios lo asedia. N o obstante, su clave está en la Razón sin la cual
no nos reiríam os (aun cuando la risa se burle de la Razón).

V uelvo a la “ risa de la Razón” .


C uando ríe, la Razón considera el colm o de lo razonable la
ausencia del respeto que otros le deben.
La risa de la R azón se m ira en u n espejo: se m ira com o la
m uerte. P ierde aquello que la opone a D io s.
D io s se m ira en el crista l: cree ser la risa de la R azón.
¡Pero lo inconm ensurable, lo innom brable, es lo ú nico com ­
p le to , es más te rrib le , más dista n te que la risa de la Razón!
S in em bargo, ¿podré fin a lm e n te dejar de reírm e de la risa
de la Razón?
Porque D io s ...
¿Estará D io s a la a ltu ra del accidente que abre los cuerpos,
que los ahoga en sangre, a la a ltu ra de esos dolores que son
posibles en cada una de nuestras visceras?

398
L a p u r a fe lic id a d

D io s es la m ente de u n hom bre considerada d e n tro del


exceso que la anula. Pero el m ism o exceso es un dato de la
m ente del hom bre. E l dato es concebido p o r esa m ente, es
concebido d e n tro de sus lím ite s. La sum a de dolores que de­
ten ta u n cuerpo hum ano, ¿excedería el exceso que la m ente
concibe? C reo que sí. E n teoría, la m ente concibe el exceso
ilim ita d o . ¿Pero de qué manera? Le recuerdo u n exceso que
no es capaz de concebir.
La m ism a Locura no p o d ría ro m p e r la risa de la Razón. E l
lo co es razonable, aunque a destiem po, pero si fuera absolu­
tam ente irrazonable, seguiría siendo razonable. Su razón ha
naufragado, extraviada p o r las supervivencias de la Razón. Sólo
la R azón accede al vé rtig o que se nos escaparía si esta no fuera
in ta n g ib le d e n tro de nosotros.
La re fle xió n de D io s sobre sí m ism o no puede trasponerse
en teología sino suponiendo a D io s privado de una parte de la
R azón. N o digo que la teología cristiana sea critic a b le (y aca­
so no lo sea en sus intencion es de fo n d o ). Pero en ella se ins­
c rib ió el diálo g o entre una Razón reducida y una V io le n c ia
reducida.
C uando la relación entre la V io le n c ia y la Razón conduce
al pacto más acorde con los intereses de una v io le n c ia re d u ­
cida, tales com o la R azón los concibe (pienso en el cálculo
de am biciones supuestam ente soberanas, som etidas a la ad­
q u is ic ió n d e l p o d e r), la V io le n c ia p le n a sigue sie n d o
irre d u c tib le , se calla. C uando las partes no se representan
m e d ia n te form as bastardeadas, m ediante h íb rid o s , el d iá lo ­
go n o tie n e lugar.
Yo m ism o debí fin g ir u n diálogo y para hacerlo tuve que
im a g in a r falsos pretextos.

399
G eo rge s B a ta ille

[Im a g in o dos clases de V io le n c ia .2


La v íc tim a de la p rim e ra está perdida.
Es la V io le n c ia del tren rá p id o en el m om ento de la m uer­
te del desesperado que vo lu n ta ria m e n te se tira sobre las vías.
La segunda es la de la serpiente o la araña, la de un elem en­
to in c o n c ilia b le con el orden donde se da la p o s ib ilid a d del
ser, y que p e trific a . N o derriba, pero se desliza, despoja, para­
liza, fascina antes de que podam os oponerle nada.
Esta segunda clase de V io le n c ia es en sí m ism a im aginaria.
S in em bargo, es la im agen fie l de aquella v io le n c ia desm edida
- s in fo rm a , sin m o d a lid a d - que en cu a lq u ie r insta n te puedo
hacer que equivalga a D ios.

N o d ig o que la im agen de D io s pueda reducirse a la de la


serpiente o la araña. Pero p a rto del espanto que m e in sp ira n ,
que p o d ría n in sp ira rm e esos seres despreciables.
La sensación de una h o rrib le p o te n cia que deshace la de­
fensa desde aden tro m e p e trific a : en su grado m á xim o , se re­
fiere a la parálisis que llega a m atar. Im a g in o el te rro r que
hiere la sensibilidad ante la cercanía in in te lig ib le de u n espec­
tro . Cada cual se representa lo que no ha con o cid o .
N o puedo describir de o tro m odo aquello de lo que hablo y
cuyo sentido es el te rro r sagrado que no suscita nada in te lig ib le .]
H e hablado m ientras estaba tem blando. Pero m i tem blor me
ocultaba. Q ué más puedo decir si es cierto que sin terror no hubie­
ra sabido nada y que, ya aterrorizado, todas las cosas se me escapa­
ban. D e todas maneras, lo que provocó m i estado me excedía: por
eso puedo reírm e de ello, con esta risa que sin duda es tem blor.

2 Según las notas de las Oeuvres completes, los fragm entos e ntre corchetes apare­
cen en el m a n u s c rito con la in d ic a c ió n “ n o pasar a m á quina” , p o r lo cual no
fig u ra n en la p rim e ra p u b lic a c ió n del ensayo. E l e d ito r francés consideró
im p o rta n te in c lu ir estos pasajes y c o m p a rtim o s ese c rite rio . (N . de T.)

400
L a p u r a fe lic id a d

[E n el lejano lím ite del ser, u n ser ya no es nada de lo que


aparece en las condiciones de apacible desaparición ligadas a la
regularidad de las frases.
¿Y si un día las frases reclam aran la tem pestad y la altera­
c ió n forzada de las masas de agua? ¿Si las frases reclam aran la
v io le n c ia de las olas?]

* * *

A q u ie n no qu ie ra seguirm e no le costará n in g ú n esfuer­


zo abandonarm e .3 E n cam bio, si quiere hacerlo, le hará fa lta
s e n tir rabia, la rab ia in s in u a n te que crece en u n estrem eci­
m ie n to .
L o más extraño: en ese via je a los lím ite s del ser, no aban­
dono la razón.
A fa lta de realizar en m í, plenam ente, la noche de la v io ­
lencia —en ese m om ento, ya no vería nada—, sé que este m u n ­
do al cual m e he dedicado con el acuerdo de m i razón ta l vez
se m e haya cerrado.
Pero lo m ism o o c u rriría si renunciara a la razón, o si la
razón m e dejara.
¿Qué p o d ría yo saber en la noche?

In clu so sé lo siguiente: no tie m b lo , p o d ría tem blar.


E valúo lo posible de u n hom b re y desconozco sus lím ite s
a dm itidos.
E l d o m in io de la v io le n c ia es sin lím ite s, o sus lím ite s son
a rb itra rio s. A l m enos las rupturas m ediante las cuales accedo
a él son in fin ita s .

3 A p a rtir de aquí, el e d ito r francés in d ic a que com ienza una serie de fra g m e n ­
tos que c o n tin ú a n e l ensayo y qu e n o fu e ro n pu b lica d o s o rig in a lm e n te .
Lleva n al m argen la an o ta c ió n “ no revisado” . (N . de T.)

401
G e o rg e s B a ta ille

L a alegría la m uerte

Si m e pregunta ran “ q u ié n soy” , respondería: he exam ina­


do el c ristia n ism o más allá de los efectos de orden p o lític o , y
a través de su transparencia he visto a la p rim e ra hum a n id a d
presa de u n h o rro r ante la m uerte al cual los anim ales no ha­
bían accedido, extrayendo de a llí g rito s y gestos m aravillosos
donde se expresa una concordancia en el tem blor. E l castigo y
la recom pensa provocaron la opacidad del cristia n ism o . Pero
en la transparencia, a c o n d ic ió n de tem blar, he recuperado, a
pesar del te m b lo r, el deseo de e n fre n ta r lo im p o sib le te m ­
blando hasta el fin . E l p rim e r deseo...
E n la reproducción, en la violencia de las convulsiones cuyo
resultado es la re p ro d u cció n , la vid a no solam ente es c ó m p li­
ce de la m uerte: es la v o lu n ta d ú n ica y doble de la rep ro d u c­
c ió n y la m uerte, de la m u e rte y el d o lo r. La v id a no ha sido
q uerida sino en el desgarram iento, com o las aguas de los to ­
rrentes, los g rito s de h o rro r perdidos que se fu n d e n en el río
de la alegría.
La alegría y la m uerte se m ezclan en lo ilim ita d o de la
violencia.

L a p u ra fe lic id a d
(n o ta s )

La m u ltip lic id a d com o única referencia del ser para noso­


tros se opone al p rin c ip io del in d iv id u o aislado com o valor
soberano. La m u ltip lic id a d no puede h allar su fin en el in d iv i­
duo, no siendo lo in d iv id u a l más que el exponente de la m u l-

402
L a p u r a fe lic id a d

tip lic id a d . S in em bargo, esto no quiere decir que estemos arro­


jados sin rem isión hacia la unicid a d de una socialización n i ha­
cia cualquie r o tro p u n to omega. S in duda debemos ver que la
granulación, la corpuscularización del ser es necesariamente dia­
léctica, que el logro de una fo rm a corpuscular del ser se m ide
justam ente p o r la capacidad que tiene para expresar la unidad.
¿Y cóm o fu n cio n a ría esa capacidad si el in d iv id u o no recono­
ciera antes d e n tro de su lím ite , es decir, en la inevitable trans­
gresión de las leyes que presiden la socialización de los seres
separados, es decir, en la m uerte in d iv id u a l y en consecuencia
en el erotism o, lo único que le da u n sentido a la conciencia de
la unidad? La fuerza del cristianism o está en fu n d a r no sola­
m ente la fu sió n en D ios, sino a D io s m ism o sobre la m uerte y
sobre el pecado, m uerte del in d iv id u o situado en la proa del
m o vim ie n to de triu n fo del in d iv id u o que se separa, pecado del
m ism o in d iv id u o . Pero en su apuro p o r pasar de la m uerte a
D ios, del pecado al renunciam iento del in d iv id u o —en su apuro
p o r poner el acento sobre un desenlace le g itim a d o r y no sobre
el pasaje que escandaliza-, el cristianism o separa el triu n fo del
in d iv id u o , a C risto , de aquellos que lo llevan a la contradicción
de la m uerte o de aquellos que lo habrían señalado previam ente
com o una negación de la u n icidad , la lu ju ria y el goce de las
prerrogativas del soberano. Tal e rro r no es más m onstruoso
que el e rro r co n tra rio y en ese sentido es verdad que sin el cris­
tianism o las religiones antiguas no resultarían legibles. Sólo el
cristianism o las vuelve legibles al poner el acento sobre la ine vi­
table negación del in d iv id u o , pero lo hace con demasiada ra p i­
dez. A u n cuando el cristianism o aislado tam bién sea ilegible.
Es grandioso a co n d ició n de que a través suyo percibam os la
fantasm agoría del pasado.
L o que más m e atrae es fin a lm e n te el se n tim ie n to de la
insignificancia-, se relaciona con la escritura (con la palabra),

403
G e o rg e s B a ta ille

que es lo ú n ic o capaz de ponernos en el n iv e l de la sig n ifica ­


ción. S in la escritura, to d o se pierde al m ism o tie m p o en la
equivalencia. H ace fa lta la insistencia de la frase..., del flu jo ,
del curso de las frases. Pero la escritura ta m b ié n es capaz de
destinarnos a flu jo s tan rápidos que en ellos no pueda recupe­
rarse nada. N o s entrega al v é rtig o del o lv id o , donde la v o lu n ­
tad de la frase de im ponerse al tie m p o se lim ita a la dulzu ra de
una risa in d ife re n te , de una risa fe liz.
A l m enos la frase lite ra ria estaría más cerca que la p o lític a
del m o m e n to en que se resolverá, con virtié n d o se en silencio.

404
Z a r a t u s t r a y e l e n c a n t o d e l ju e g o

E l m ism o N ietzsche com entó que Zaratustra era “una obra


peligrosa y d ifíc ilm e n te in te lig ib le ” .
“ Peligrosa” , sin duda. Es en Z aratustra donde se nos p la n ­
tea la propuesta de “endurecernos” . Es en Zaratustra donde se
nos dice: “ D eben am ar la paz com o el m edio para nuevas
guerras... La paz breve más que la duradera” .
D u d o que N ietzsche haya pensado inm ediatem ente en el
p e lig ro que representan los desencadenam ientos de la v io le n ­
cia para las masas hum anas. Pero quienes apelaron a esos des­
encadenam ientos - y los p ro v o c a ro n - al m enos m ostraban,
en sí m ism os, el p e lig ro de un m a lentend ido.
Desde la guerra de 1914, m uchos com batientes alemanes
cayeron con una e d ició n de Z a ra tu stra en el b o ls illo . Lo que
hace pensar que la m ayoría de las veces, ta l com o tem ía el
autor, el lib ro fue m al com prendid o.
E n efecto, ¿qué hay en com ún entre las tareas exigidas a los
com batientes de los diversos países en las guerras que nos aso­
la ro n después de la época en que escribió N ietzsche y la ense­
ñanza de Z a ra tu stra ? U na frase que ya he citado, p o r c ie rto ,
m uestra que no se trata de un pacifism o de p rin c ip io ; pero en
p rim e r lu g a r debem os indagar qué fascinaba en la guerra al
héroe de N ietzsche...

405
G e o rg e s B a ta ille

A ta l fin , debem os procurarnos la clave del lib ro : no es


fá c il de encontrar. S in duda que incluso deberíam os decir a
p r io r i que en cie rto sentido el lib ro la esconde...
S in em bargo, el sen tid o del lib ro está más o m enos e xp lí­
c ito . Su enseñanza se refiere a dos objetos: el Superhom bre, el
E te rn o R etorno. E l p rim e ro , en te n d id o en el sentido de un
c u m p lim ie n to de la V o lu n ta d de Poder, aparentem ente pue­
de concordar con los valores aristocráticos que subsistían en
las guerras m undiales. Pero se im pone la desconfianza. Desde
1914 (p o r c ie rto , más que en 1939) la guerra m oderna te rm i­
nó de señalar la o p o sició n con la m anera de ver arcaica que
hacía de la guerra un juego convencio nal, al m ism o tie m p o
juego suprem o y juego trá g ico . La guerra m oderna en cam ­
b io puso el acento sobre la meta, sobre el resultado de las
operaciones, su b ordina ndo to d o a cálculos razonables.
Es verdad: Z a ra tu stra no a n tic ip a la c rític a de la guerra
to ta l. E l lib ro n i siquiera fo rm u la , p o r lo m enos de m anera
e xp lícita , el rechazo a la idea de meta.
Pero le dam os la espalda a lo que ese lib ro es en el fo n d o
m ientras no lo vinculem os con la rabiosa exaltación del azar y
del juego, es decir, con el desprecio del m u n d o ta l com o el
cálculo lo ha concebido y ordenado.
Z a ra tu stra no es un lib ro filo s ó fic o y tam poco puede con­
tener una filo s o fía del juego. U n a filo s o fía del juego no po­
d ría e x is tir sino cuando la filo s o fía m ism a p u d ie ra estar en
juego, pero inevita b le m e n te esta es una empresa.
Es cie rto que en apariencia Z a ra tu stra p o d ría pasar p o r
una empresa. ¿Acaso el lib ro no enseña el E te rn o Retorno?
¿Acaso no enseña el Superhom bre?
Pero, ¿no es d e ficie n te en la m edida en que enseña? ¿No
sería Z a ra tu stra antes que nada lo im posible...? E n ese lib ro ,
se da el m ism o d e sfa lle cim ie n to que pe rcib im o s en la danza

406
Z a ra tu s tra y e l e n c a n to d e l ju e g o

cuando buscamos en el m o v im ie n to que la anim a un equiva­


lente del cam inar, que determ ina la m eta a la cual responde.
Z a ra tu stra no tiene nada que ver con una enseñanza razo­
nada al igual que la danza no se relaciona con el cam inar. H a y
una distancia m ilagrosa entre ese lib ro y aquello p o r lo cual
habitu a lm e n te se lo tom a: ¡es la distancia que separa la danza
del cam inar! Z aratustra no puede ser com prendid o sino en el
encanto de la risa que, a fa lta de v iv ir en la risa, en lu g a r de
ordenar en nosotros la explicación de las cosas, se nos habrá
cerrado, en el encanto del salto que es la risa de la danza.
N ietzsche se expresa así en Z ara tu stra (3 a parte, A ntes de
la salida del sol):

E n verdad, una bendición esy no una blasfem ia que yo en­


señe: “Sobre todas las cosas está el cielo azar, e l cielo inocencia, el
cielo acaso y el cielo arrogancia”.
“Por a z a r” —esta es la más vieja aristocracia d e l m undo, yo se
la he restituido a todas las cosas, yo la he redim ido de la servi­
dum bre a la m e ta ...........................................................................
Oh cielo p o r encim a de m í, ¡tú p u ro ! ¡elevado! Esta esp a ra
m í tu pureza, ¡que no existe ninguna eterna araña y ninguna
eterna telaraña de la razón; que tú eres p a ra m í una p ista de
baile p a ra azares divinos, que tú eres p a ra m í una mesa de
dioses p a ra dados y jugadores divin o s!l

E n verdad, Z a ra tu stra cuestiona to d o lo que fu n d a el o r­


den hum ano y el sistem a de nuestros pensam ientos.
Z ara tu stra nos abre u n m u n d o donde sólo el juego es so­
berano, donde se denuncia la servidum bre del tra b a jo : es el
m u n d o de la tragedia.

1 T o m am os c o m o referencia la tra d u c c ió n de A n d ré s Sánchez Pascual, A s í


h a bló Z a ra tu s tra , A lia n z a , M a d rid , 1981, p. 2 3 5 y 2 3 6 . (N . de T.)

407
I

I
[
I
Í n d ic e

P rólogo: La lu cid e z y el deslum bram iento,


p o r S ilv io M a tto n i......................... ..7

¿Es ú til la lite ra tu ra ? ...................................... 17

La v o lu n ta d de lo im p o s ib le ....................... 20

D io n iso s R e d iv iv u s ....................................... 27

D e la edad de piedra a-Jacques P ré v e rt...... 31

T ó m e lo o d é je lo ............................................ 58

La am istad entre el hom bre y el a n im a l.... 60

La ausencia de D io s ...................................... 67

Postulado in ic ia l............................................ 70

La ausencia de m ito ...................................... 77

M a rc e l P roust 79
La fe lic id a d , el erotism o y la lite ra tu ra ............ ............. 82

E l arte, eje rcicio de c ru e ld a d .................................................117

La soberanía de la fiesta y la novela n o rte a m e ric a n a ...... 126

C arta a Rene C h a r sobre


las in c o m p a tib ilid a d e s del e s c rito r...................................... 135

S o c io lo g ía .............................................................................. 152

La guerra y la filo s o fía de lo sa grado................................. 157

E l sile n cio de M o llo y ....................................... 172

¿Estamos aquí para ju g a r o para ser serios?...................... 186

Rene C har y la fuerza de la poesía.......................................220

E l s o b e ra n o ..............................................................................227

E l n o -s a b e r...............................................................................245

F rente a Lascaux, el hom bre c iv iliz a d o


vuelve a ser h o m b re de deseo.............................................. 260

A fo rism o s ................................ 265

Sade, 1 7 4 0 -1 8 1 4 ....................................................................267

M ás allá de la s e rie d a d ..................... 273


H egel, la m uerte y el s a c rific io ................................ 283

H egel, el hom bre y la h is to ria ...................................... 310

E l e rotism o o el cuestionam iento del s e r..........................338

E l m u n d o en que m o rim o s ................................................. 364

E l erotism o, sostén de la m o ra l.......................................... 377

E l planeta a te sta d o .................................................................384

La pu ra fe lic id a d .................................................................... 388

Z a ra tu stra y el encanto del ju e g o ........................................405


Esta ed ic ió n se te rm in ó de im p r im ir
en A ltu n a Im presores S .R .L., D o b la s 1968,
C iu d a d de Buenos A ires, en el mes de m a yo de 2 0 1 5 .

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