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superiores a la medida usual (“normal”), surgidas como consecuencia de
nuevos gastos de carácter permanente o de carácter único y extraordinario.
El principio que anteriormente abordamos pretendía que la imposición
fuera suficiente para cubrir los gastos normales y habituales del Estado,
este principio va más allá ya que pretende que el sistema tributario cubra
también necesidades de financiación adicionales: gastos superiores a los
normales, nuevos gastos permanentes por única vez.
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Se puede recurrir a un sustituto de los sujetos: se toma la materia gravada
y se sostiene que un impuesto cumple el principio de generalidad cuando
grava a toda la materia imponible, no importa en qué poder de sujeto esté.
Pero este sustituto implica la posibilidad de establecer la totalidad de la
materia gravada para poder comprobar si existe alguna materia fuera del
impuesto.
Cuando exista materia fuera del impuesto se deberá analizar si la
exclusión obedece a la aplicación de otro principio y si, en tal caso, se
justifica la excepción.
Por fin no podemos contrastar directamente al principio con la realidad,
sólo ver en cada caso si las excepciones se justifican por la aplicación de
otro principio. Esta situación va a plantearse muchas veces y obedece a
una característica de los principios que describió muy bien Neumarck al
expresar que “pueden producirse contradicciones más o menos graves
entre los distintos objetivos expresados” en los principios.
Este principio se suele definir como tratar igual a quienes están en igual
situación. También se le conoce como principio de igualdad o equidad
horizontal.
La parte primera “tratar igual” se deduce de la estructura del impuesto y
no habrá mayores problemas de contrastación, salvo que el tributo tenga
incoherencias lógicas, tales como gravar en distinta forma a sujetos que
estén en igual condición; en tal caso habrá que ver si este hecho se origina
en la aplicación de algún otro principio.
La parte segunda “estar en igual condición”, aunque implicada
lógicamente en la primera, es más compleja ya que no es trivial establecer
cuando se está en igual situación porque esto depende de un parámetro
ajeno: ¿igual respecto de que?
Por ejemplo, Dahl y Lindblom mencionan algunos posibles criterios de
igualdad:
Igualdad de renta, consumo o patrimonio
Igualdad al principio (recurso para obtener renta) o al fin de la
vida (producto final de la vida adulta).
Igualdad en el acceso a determinados bienes o servicios
mínimos.
Igualdad de renta de ciertos grupos que sufren determinada
privación.
Igualdad de oportunidades culturales.
Igualdad de posibilidades de ocio.
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Entonces, en el impuesto a la renta, la igualdad consistiría en igual trato a
igual nivel de renta en cada momento; si se quisieran tomar en cuenta
otros aspectos como la renta durante el período vital, esto no sería posible
dada la estructura habitual del impuesto.
Retomando el esquema antes esbozado, estando el principio definido y
cuantificado, si se observan diferencias entre la “igualdad” requerida por
este y la que surge de la ley vigente ¿cómo analizarlas?
Sólo es posible realizar análisis comparativos: un impuesto que difiere
“menos” del concepto de igualdad del principio es mejor que otro que
difiere más; recordemos que siempre que la diferencia no obedezca a la
aplicación de otro principio.
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injusta y, por lo tanto, se debe alterar; esta es una cuestión valorativa ajena
a toda prueba empírica.
Para contrastar el principio se podría optar por uno de los siguientes
caminos:
a) Establecer una distribución ideal de las rentas de modo de tener un
parámetro para testear los cambios en la distribución preexistente que
produce el impuesto; esto es casi imposible de lograr; además existe el
inconveniente de tener que partir de una situación dada en la que ya
rige el impuesto que se quiere testear y, por lo tanto, ya debe haber
ejercido algún tipo de acción sobre la realidad.
b) Intentar medir los cambios en la distribución actual que se pueden
producir con la introducción del impuesto; se repite el inconveniente
de la situación dada y, además, se agrega la imposibilidad de aislar los
cambios provocados por el impuesto de cambios originados en otras
causas.
Neumark define al principio con las siguientes palabras: “... la política fiscal
debe abstenerse de aquellas intervenciones en la economía de mercado que de
manera asistemáticamente fragmentaria favorezcan o perjudiquen grandes o
pequeños sectores parciales de la vida económica en su evolución y/o en su
estructura formal...”.
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Es claro que, sin renunciar a la intervención, se pone un freno a las que llama
“medidas dirigistas”. La diferenciación entre unas y otras está dada por el
resultado o fin que se busca en ellas: son “dirigistas” las medidas que tienden
a favorecer o perjudicar a grupos económicos aislados, a determinados
sectores de la producción o del consumo, por razones económicas o meta
económicas con excepción de las motivadas por el cumplimiento del principio
de capacidad de pago o las compensatorias de distorsiones ocasionadas por la
competencia, estas medidas se inspiran en la acción de intereses particulares,
lobbys y otros. Por su parte son “intervencionistas” las medidas que tienen
como fin influir en las magnitudes económicas globales, tales como ahorro,
inversión, empleo; estas medidas se inspiran en el cumplimiento de los
objetivos de la política económica y social.
Los distingos basados en la intención del legislador al tomar cierta medida
son de muy difícil verificación, las intenciones humanas no son entes
observables por lo que habrá que guiarse en la interpretación por ciertos
indicios externos. Una misma medida puede explicarse con los mas variados
argumentos motivaciones, siendo todos incomprobables.
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3.3 Principio de evitar las consecuencias involuntarias de los perjuicios
que los impuestos ocasionan a la libre competencia
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y del empleo, por otra, poner a la política fiscal en condiciones de
contrarrestar tanto las tendencias inflacionistas del desarrollo como las
deflacionistas”. Para ello, la variación de las cargas fiscales deberá operar
en dirección opuesta a movimiento del valor del dinero y del paro.
Estas variaciones ad hoc pueden producirse sobre las escalas de alícuotas
o sobre otros componentes de la estructura del tributo.
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Neumark define a este principio como “... una estructura del sistema fiscal
en su totalidad y en sus particularidades de tal naturaleza que, de un lado,
no se desatienda por entero o en su mayor parte este o aquel objetivo
perseguido por otros principios de la Política Fiscal como consecuencia de
la existencia de lagunas en tanto que, simultáneamente, se presta una
atención unilateral (desmesurada) a los objetivos perseguidos por otros
principios y que, por otra parte no haya contradicción alguna entre cada
una de las medidas tributarias en particular”.
La enunciación del principio se basa en una definición enumerativa que
atiende a todo y a cada una de sus partes y apunta a que no existan lagunas
en las materias alcanzadas ni contradicción en su tratamiento.
Estas son características deseables de todo ordenamiento de materias:
¿Que menos se le puede exigir sino que sea completo y no contradictorio?
No obstante la formulación de Neumark no es vana ya que en realidad es
común que los ordenamiento legales (no solo tributarios) tengan estas
fallas. Abona lo afirmado el hecho de existir procedimientos jurídicos que
intentan colmar las lagunas y resolver las contradicciones legales.
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4.3 Principio de Practicabilidad
Este principio es muy antiguo (forma parte de los “cánones”de Adam Smith)
y comprende distintos tipos de costos: a) Costo de la administración del
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tributo para el fisco, b) costos de cumplimiento de sus obligaciones para el
contribuyente y c) costos que debe afrontar este último por el cumplimiento
de obligaciones de retención, percepción o información sobre impuestos de
terceros. Estos dos últimos se suelen denominar también “presión fiscal
indirecta”.
La definición del principio aportada por Neumark es la siguiente: “... la
composición de un sistema fiscal y la estructuración técnica de sus elementos
han de llevarse a cabo de manera que los gastos vinculados a la exacción,
recaudación y control, bien sean a cargo de los organismos públicos o de los
contribuyentes, no sobrepasen en el conjunto el mínimo que resulte
imprescindible para atender debidamente los objetivos político-económicos y
político-sociales de rango superior de la imposición”.
Este principio podría postularse como objetivo a lograr por cualquier
actividad pública o privada. Se trata de la minimización de costos,
condicionada a la obtención de ciertos resultados, que proponga el criterio
económico de eficiencia. En el caso, la restricción a observar es el
cumplimiento de los principios político-económico y político-sociales que se
consideran de una entidad superior.
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