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Tal vez sea sorprendente que uno necesite teorizar acerca de los nombres propios.1
Parecen presentar un ejemplo directo y no complicado de cómo el lenguaje se relaciona con el
mundo. Sin embargo, durante los últimos ochenta años, ha habido un desacuerdo considerable
sobre cuestiones que los involucran. El desacuerdo se ha centrado en tres cuestiones amplias:
(a) la cuestión de cómo explicar las condiciones bajo las cuales un nombre propio designa un
objeto; (b) la cuestión de cómo hablar (semántica y pragmáticamente) acerca de los nombres
propios que no denotan; y (c) la cuestión del rol lógico de los nombres propios en una teoría
formal del lenguaje.
*
Estoy en deuda con Keith Donnellan, Richard Grandy, Gilbert Harman, Edwin Martin y John Wallace por
sus comentarios a versiones anteriores de este trabajo. Una versión abreviada fue presentada en las
reuniones de la American Philosophical Association, División del Este, en diciembre de 1971.
1
En lo que sigue, usaré ‘nombre propio’ de una manera intuitiva. Intuitivamente, los nombres propios son
sustantivos que no describen los objetos, si existen, a los que se aplican, y que pueden funcionar, en el
lenguaje natural, sin modificación como términos singulares. Excluyo de las consideraciones presentes
ciertos nombres---“nombres canónicos” tales como ‘0’---que tal vez se representen mejor como
constantes individuales. Brevemente, tales nombres acarrean una presuposición de unicidad en todas sus
ocurrencias que es lo suficientemente global como para que figuren en nuestras teorías libres del contexto
más comprensivas. Como ‘nombre propio’, el término ‘designar’ ha de interpretarse intuitivamente---
hasta que sea definido.
2
Para expresiones de esta noción de sistema formal, véase Gottlob Frege, “On sense and reference”, en
Translations from the Philosophical Writings of Gottlob Frege, P. Geach y M. Black, eds. (Oxford: Blackwell,
1966), p. 58; y Alfred Tarski, “The concept of truth in formalized languages”, en Logic, Semantics,
Metamathematics (Nueva York: Oxford, 1956), pp. 165-166.
1
Es posible distinguir dos grandes posiciones respecto de la cuestión del rol que los
nombres propios desempeñan en una teoría semántica formal. Una de ellas es la idea de que
los nombres propios desempeñan el rol de términos singulares constantes no complejos. La otra
es la concepción de Russell, elaborada por Quine, según la cual desempeñan el rol de
predicados.3
Hasta donde sé, no hay argumentos en la bibliografía para pensar que los nombres
propios son constantes individuales. Pero las consideraciones intuitivas que parecen apoyar esta
posición están en la superficie: en sus usos más comunes, los nombres propios son términos
singulares que pretenden seleccionar un único objeto; parece que carecen de estructura
semántica interna; no parece que describan los objetos que supuestamente designan, como lo
hacen las descripciones definidas; y, en algún sentido, especifican los objetos que pretenden
designar, de una manera en que los demostrativos no lo hacen. Es probablemente correcto decir
que la mayoría de los filósofos, lingüistas y lógicos han aceptado, sobre esta base, una
concepción de los nombres propios como constantes individuales.
3
Para un ejemplo de la concepción en términos de constantes individuales, véase H. P. Grice, “Vacuous
names”, en Words and Objections, Donadl Davidson y Jaako Hintikka, eds. (Dordrecth: Reidel, 1969). Las
fuentes principales de la concepción predicativa son Bertrand Russell, “Kowledge by acquaintance and
knowledge by description”, Proceedings of the Aristotelian Society XI (1911): 108-128; “The Philosophy of
Logical Atomism” (1918) en Logic and Knowledge, Robert Charles Marsh, ed. (Londres: Macmillan 1956),
esp. pp. 241-254; W. V. O. Quine, “On what there is”, en From a Logical Point of View (Nueva York: Harper,
1953), p. 6; primera publicación en 1948; y Methods of Logic (Nueva York: Holt, 1950), pp. 218-219 (en la
3ra ed., 1972, pp. 228-230).
2
de que los nombres desempeñan el rol semántico y gramatical de términos singulares. El tercer
supuesto elemento de artificialidad es el cerrar aparentes lagunas de valores de verdad. Y el
preconcepto violado aquí es que algunas oraciones que involucran fallos de designación no son
ni verdaderas ni falsas.
Por supuesto, Russell y Quine reconocen estos puntos. Russell tiende a considerar los
preconceptos citados como confusiones indefendibles. Quine los ve como evidencia pertinente
para comprender el lenguaje natural, pero irrelevante para, o prescindible a la luz de, su
propósito de construir una teoría lógica adecuada para el uso general de la ciencia natural. Dado
que nos ocupa comprender los lenguajes naturales, no es preciso que discrepemos con la
concepción quineana del asunto aquí. Nuestros preconceptos gramaticales y semánticos son
evidencia para una teoría del lenguaje natural; su relevancia para el desarrollo de una teoría
lógica para uso científico general es una cuestión adicional.
Hay dos maneras en las que ha parecido que un nombre propio funciona como una
abreviatura. Una es que abrevia una cadena de términos generales descriptivos que el usuario
del lenguaje emplearía---o que abrevia un predicado artificial como ‘aristoteliza’. La otra es que
un nombre propio abrevia en un único símbolo los roles semánticos de un operador y un
predicado que, en las descripciones definidas, suelen representarse de manera separada por
medio de al menos dos signos: el ‘el’ (o una construcción análoga) y el término general. Al
explicar mi concepción, me ocuparé de manera consecutiva de estos dos sentidos de la
abreviación. Argumentaré primero que los nombres propios no abrevian predicados sino que
son predicados en sí mismos. Luego argumentaré que no abrevian los roles de un predicado y
un operador, sino que en algunos de sus usos desempeñan los roles de un predicado y un
demostrativo.
En ocasiones, Russell mantiene que los nombres propios abrevian las descripciones que
el hablante asocia con la supuesta designación del nombre. Dado que esta concepción ha sido
criticada en detalle en otro lado,4 no me tomaré el tiempo de discutir aquí las dificultades que
involucra. Es suficiente decir que los nombres propios, por o común, tienen en el mejor de los
casos una relación lógica tenue con las descripciones que los usuarios del lenguaje asocian con
ellos, ciertamente no la relación de abreviación.5
En un pasaje, Russell sugiere que un nombre propio abrevia la descripción ‘el objeto
llamado “NP”’, donde ‘NP’ está en lugar del nombre propio.6 Creo que se puede decir algo a
favor de esta sugerencia, y regresaremos a ella más tarde. Pero uno puede decir en contra de
4
Keith S. Donnellan, “Proper Names and Identifying Descriptions”, Synthese XXI, 3/4 (Octubre de 1970):
335-358; Saul Kripke, “Naming and necessity”, en Donald Davidson y Gilbert Harman, eds., Semantics of
Natural Languages (Dordrecht: Reidel, 1972), pp. 253-355.
5
Algunos filósofos han sostenido que un nombre propio no abrevia, sino que más bien presupone, un
conjunto de descripciones, verdaderas de manera única del objeto designado (si existe). Cf. John Searle,
“Proper names”, Mind, LXVII, 266 (abril de 1958): 166-173; P. F. Strawson, Individuals (Nueva York:
Doubleday, 1959), p. 20. Esta concepción enfrenta un número de dificultades, pero es compatible con
varias posiciones respecto del rol semántico de los nombres propios, de modo que no hay ninguna razón
de peso para discutirla aquí.
6
“The Philosophy of Logical Atomism”, op. cit.
3
ella que el innecesariamente contraintuitiva y que lleva a complicaciones teóricas innecesarias.
Intuitivamente, los nombres propios sencillamente no describen. Teóricamente, es indeseable
postular reglas de abreviación si pueden evitarse. Creo que pueden evitarse.
La falla en apreciar este punto ha surgido en buena medida de concentrarse en los usos
singulares, no modificados de los nombres propios:
Y cuantificadores:
Los nombres propios se emplean usualmente en forma singular y no modificada. Pero no hay
nada agramatical acerca de las oraciones anteriores.8 Más aún, las ocurrencias de los nombres
propios en ellas son literales, no metafóricas o irónicas. Contrástense estos usos con el uso
metafórico en
Los nombres propios modificados en los ejemplos anteriores tienen las mismas
condiciones de aplicación literal a un objeto que los nombres propios singulares no modificados.
Este punto es confirmado por oraciones como
7
Llamar “predicados” a los nombres propios borra una distinción que, para los propósitos presentes, no
es importante pero que vale la pena tener en mente. Hablando estrictamente, los nombres propios son
términos generales que, junto con una cópula y un artículo indefinido, en algunas ocurrencias, se analizan
como predicados en una teoría semántica formal.
8
Vale la pena mencionar aquí la teoría sintáctica de Clarence Sloat, “Proper Nouns in English”, Language
XLX (1969): 26-30, sobre la que llamaron mi atención Edwin Martin y Barbara Partee. Sloat da un
tratamiento de los nombres propios que los aborda en una analogía estrecha con los sustantivos comunes.
Claramente, tal tratamiento semántico se lleva bien con la concepción predicativa del rol semántico de
los nombres propios---y no se lleva bien con la concepción de los nombres como constantes individuales.
4
que es una verdad obvia bajo condiciones normales de uso.
Ahora, uno podría sostener que los usos que he citado son usos “especiales” de los
nombres propios, y que no debería considerarse que arrojan luz sobre los usos usuales. Vendler,
por ejemplo, observa que hay “algo inusual” acerca de frases nominales como ‘el José en nuestra
casa’:
Tales frases ocurren y las comprendemos. Es claro, sin embargo, que tal
contexto es fatal para el nombre como un nombre propio, al menos para el
discurso en el que ocurre. El contexto completo, explícito o implícito, será del
siguiente tipo:
Como el reemplazante del nombre, el que, deja más que en claro, el nombre
aquí simula el estatus de un sustantivo contable. Hay dos Josés presupuestos en
el discurso y esto, por supuesto, es inconsistente con la idea de un nombre
lógicamente propio. José es, aquí, realmente equivalente a algo como persona
llamada José, y dado que esta frase se ajusta a varios individuos, el lógico
debería tratarla como un término general.9
Podemos estar de acuerdo con Vendler en que las ocurrencias modificadas de los nombres
ordinarios no son, en un sentido, “propias” de ningún objeto particular. Pero sería un error
pensar que el pasaje ofrece razón alguna para sostener que las ocurrencias modificadas y no
modificadas de los nombres propios ordinarios son semánticamente independientes las unas de
las otras. Pues no se da ninguna razón para creer que los nombres ordinarios son alguna vez
“nombres lógicamente propios” (presumiblemente, constantes individuales). En un contexto
limitado, puede suponerse---y, a menudo, se supone---que los nombres propios se aplican a un
único objeto. Pero una teoría semántica que (como la nuestra) es aplicable a un lenguaje sin
restricciones sobre el contexto en el que las oraciones del lenguaje pueden ser usadas, no puede
comprometerse con tal suposición.
9
“Singular terms”, en Linguistics in Philosophy (Ithaca, N. Y.: Cornell, 1967), pp. 40-41. He eliminado uno
de los ejemplos de Vendler y he ajustado la gramática para acomodar esta eliminación.
5
con
(3) Esta entidad llamada ‘Jones’ es necesariamente una entidad llamada ‘Jones’.
Para obtener (3), hemos sustituido ‘Jones’ en (2) por la expresión predicativa aproximadamente
coextensiva ‘entidad llamada “Jones”’. De manera no sorprendente, ambas oraciones resultan
falsas en cualquier ocasión de uso. Así, los nombres propios son similares a predicados
ordinarios que contienen comillas de cita en tanto fallan claramente en ser necesariamente
verdaderos de los objetos a los que se aplican.
Nuestra concepción predicativa de los nombres propios evita una fuente de artificialidad
en las concepciones de Russell y de Quine. No involucra la afirmación de que los nombres
propios abrevian predicados descriptivos, y tampoco involucra la manufactura de predicados
que no están presentes en los lenguajes naturales ordinarios. Nuestro tratamiento también
parece responder a la acusación, a menudo elevada en contra de la concepción de las
descripciones abreviadas, de que los nombres propios no transmiten información acerca de, y
no atribuye características a, el objeto nombrado. Sí afirmo que, cuando un hablante usa el
nombre ‘Aristóteles’ (considerado literalmente), pretende transmitir la información de que el
objeto del que habla, si existe, es llamado ‘Aristóteles’. Pero no parece que esto sea algo que
alguien quiera negar.
Hasta ahora, he sostenido que, aunque en la gramática superficial los nombres propios
funcionan en ocasiones como términos singulares y en ocasiones como términos generales,
desempeñan el rol semántico de predicados---usualmente verdaderos de varios objetos---en
todas sus ocurrencias. Entonces, ¿cómo hemos de representar las ocurrencias no modificadas,
donde los nombres propios funcionan como términos singulares? Esta pregunta lleva al segundo
sentido en el puede decirse que los nombres propios son abreviaturas en la concepción Russell-
Quine---abreviaturas en un único símbolo de los roles semánticos de un operador de unicidad y
de un predicado.
o, en su forma no expandida:
(5) Es-Humano(ιx)(Aristóteles(x))
A menudo se ha señalado que, para que le análisis Russell-Quine sea estrictamente correcto, el
predicado ‘Aristóteles’ debe ser verdadero de manera única del objeto designado (si existe).
Pero no lo es: hay muchos Aristóteles. La respuesta usual a este punto es que, por lo común,
confiamos en el contexto para aclarar resolver las ambigüedades del lenguaje ordinario.10 Pero,
aunque es perfectamente correcto que los usuarios de los lenguajes naturales confíen en el
contexto para aclarar la referencia pretendida, la condición que colocamos sobre nuestra
discusión al inicio impide que el teórico confíe en el contexto de una manera similar para aclarar
las referencias pretendidas en sus análisis de las condiciones de verdad. La mayoría de los
nombres propios que un apersona es capaz de usar en un momento dado serán verdaderos de
más de un objeto. Por lo tanto, deberíamos rechazar la afirmación de que los nombres propios
10
Cf. Quine, Methods of logic, op. cit., p. 216 (3ra ed., p. 227).
6
en forma singular no modificada abrevian los roles de un operador de unicidad y de un
predicado.
Evidencia para la idea de que los nombres propios en forma singular no modificada
involucran un elemento demostrativo emerge cuando comparamos oraciones que involucran
tales nombres con oraciones que involucran demostrativos. Aparte de la referencia del hablante
o de un contexto especial, tanto
como
Evidencia adicional para la idea de que los nombres propios que funcionan como
términos singulares involucran un elemento demostrativo deriva del hecho de que tales
nombres propios usualmente tienen el alcance más amplio posible. En este respecto, son como
los demostrativos y como las descripciones gobernadas por demostrativos.11 Nótese, por
ejemplo, que es difícil tener una lectura de (2) o de (3) bajo la cual el alcance del término singular
es más pequeño y bajo la cual la oración resulta verdadera.
(6) Es-Humano([xi]Aristóteles(xi))
11
Hay ocurrencias pronominales de demostrativos y de términos singulares gobernados por
demostrativos que no tienen el alcance más amplio, si sus antecedentes no lo tienen. Ignoraré estas
ocurrencias para los propósitos presentes. Debería mencionar, sin embargo, que en tales ocurrencias los
nombres propios, en ocasiones, juegan el rol de una abreviatura, más que un rol independientemente
predicativo.
7
(i) [xi]Ajn(x1 … xi … xn)
La ‘xi’ entre corchetes marca la variable libre en el término que representa el demostrativo que
gobierna el alcance completo del término. ‘[xi]’ no es un operador para ligar la variable ‘xi’. (i)
debe entenderse como equivalente a
Prefiero la forma (i) a la forma más usual (ii) porque me parece que representa mejor la sintaxis
del castellano. Dado que ‘xi’ es una variable libre tal como ocurre en (i), puede recibir
cuantificación desde afuera del término---igual que es posible con ‘xi’ en (ii).
Una oración abierta como (6) recibe un valor de verdad solo si el usuario de la oración
lleva a cabo un acto de referencia en el proceso de usar la oración y, por medio de él, realiza de
manera extraoracional una tarea análoga a la que realiza el operador iota en la teoría lógica
clásica.
(7) (x)(y)(Referencia(x) & De.parte.de(x, p) & En(x, t) & Con(x, ‘Aristóteles1’, ‘Aristóteles
es humano’) & A(x, y) → (‘Aristóteles es humano’ es verdadera con respecto a p en
t ↔ Humano([y] Aristóteles(y))))
Hasta ahora, he argumentado (a) que los nombres propios no abrevian otros predicados,
sino que son predicados en sí mismos, y (b) que en sus usos más comunes, los nombres propios
involucran un elemento demostrativo. Antes de argumentar en contra del acercamiento al rol
semántico de los nombres propios en términos de constantes individuales, deseo, en las
secciones II y III, poner nuestro acercamiento predicativo en el contexto de los otros dos
problemas tradicionales en relación con los nombres propios: la pregunta por las condiciones
bajo las cuales designan un objeto, y la pregunta por cómo dar cuenta de ellos cuando fallan en
designar.
12
Una discusión más completa ocurre en mi tesis Truth and Some Referential Devices (Universidad de
Princeton, 1971). Como resultado de una sugerencia de David Kaplan, la notación de los corchetes
reemplazó un predecesor menos perspicuo. Nótese que el cuantificador ‘y’ liga la variable ‘y’ como ocurre
en ‘A(x, y)’ y como ocurre en ‘[y]Aristóteles(y)’. El subíndice en ‘Aristóteles’ marca una ocurrencia
particular del término en la oración. (Uno podría usar el término más de una vez en una oración dada para
referir a más de un objeto.) Todas las posiciones en la oración (7) son plenamente extensionales. La
formulación del antecedente se debe en parte al tratamiento de Davidson de los verbos de acción; cf. su
“The logical form of action sentences”, en Nicholas Rescher, ed., The logic of action and decisión
(Pittsburgh, Pa.: University Press, 1967), pp. 81-95.
8
II
He sugerido que un nombre propio que funciona como un término singular designa un
objeto solo si al objeto se le da ese nombre de una manera apropiada. A pesar de su pretendida
vaguedad, esta sugerencia proporciona una explicación para el hecho de que hablamos de los
usos normales o literales de los nombres propios. El uso literal contrasta con el uso metafórico.
A diferencia de los usos metafóricos (‘George Wallace es un Napoleón’), los usos literales de los
nombres propios---sean o no en la forma singular no modificada---involucran la aplicación solo
a objetos que los portan.
Por supuesto, uno podría sostener que, dado que l novato usó el nombre para designar
al psicólogo, el nombre sí designaba al psicólogo. Los hablantes a menudo usan los términos
singulares de modos diferentes de sus usos normales o literales---ya sea por error o por
intención (mentira, ironía)---para designar un objeto diferente del objeto que normalmente
esperaríamos que los términos designen. Habiendo notado este sentido especial en el que los
nombres “designan” objetos, propongo ignorarlo. Parece enteramente parasitario respecto de
nuestro uso de ‘designar’ para significar una relación entre una persona y un objeto y, así,
podemos ignorarlo sin pérdida alguna. Cuando usamos ‘designar’ para significar una relación
entre un nombre propio y un objeto, nos ocuparemos de una relación entre los nombres y
aquellos objetos a los que los nombres se aplican de manera normal o literal.
13
Otros aspectos de las identificaciones fallidas reciben una valiosa discusión de parte de Donnellan en
“Proper names and identifying descriptions”, op. cit.; y “Reference and definite descriptions”,
Philosophical Review LXXV, 3 (julio de 1966): 281-304.
9
de los cuales es verdadero el nombre cuando usa oraciones que contienen el nombre. El
elemento de predicación en los nombres propios singulares no modificados da cuenta de la
intuición de que uno puede hablar de aplicaciones normales o literales de un nombre propio y
contrastarlas, en algunos casos, con el objeto designado o referido por el hablante.
Las referencias demostrativoas que ocurren con el uso de los nombres propios
singulares no modificados a menudo parecen ocurrir cuando hay alguna relación de tipo causal
entre el objeto nombrado y el usuario del lenguaje. Pero este punto no llega muy lejos. En el
mejor de los casos, es simplemente el comienzo de un tratamiento sociológico de las
condiciones de designación de los nombres propios. Más aún, incluso en esta forma vaga, el
punto no puede generalizarse por completo. A veces los nombres carecen de designación. O
bien el nombre propio no es verdadero de nada, o bien el usuario del lenguaje no refiere a nada
de lo cual sea verdadero. A veces los nombres se introducen como sustitutos para descripciones
definidas incluso cuando quien los introduce no está relacionado causalmente con el objeto
nombrado. Aquí, el demostrativo en nuestro análisis, que usualmente puede representarse por
medio de una variable libre, no es un dispositivo para referir a un objeto extralingüístico, sino
que es un “marcador de lugar” pronominal cuyo antecedente es la descripción definida. (Cf.
Nota 11.) Así: “El espía más bajo en el siglo XXI será caucásico. Llamémoslo ‘Bertrand’. (Ese)
Bertrand también será calvo”. Hay otros casos en los cuales el demostrativo actúa como una
variable ligada---como cuando decimos, “Alguien arrojó la primera piedra. Quienquiera que haya
sido, llamémoslo ‘Alfredo’. (Ese) Alfredo era un hipócrita”. En ninguno de estos casos es preciso
que haya una relación causal entre el usuario del lenguaje y el objeto nombrado.
III
10
(9) No es el caso que ese Pegaso existe.
donde la ocurrencia de ‘ese’ se lee como un demostrativo. El condicional para (8) en una teoría
de la verdad es, aproximadamente
(10) (x)(y)(Referencia(x) & Por(x, TB*) & En(x, 23/4/1970/11AM EST) & Con(x, ‘Pegaso1’,
‘Pegaso no existe’) & A(x, y) (‘Pegaso no existe’ es verdadera con respecto a TB*
en 23/4/1970/11AM EST ↔ ¬(∃z)(z = [y]Pegaso(y))))
(11) (∃x)(∃z)(Referencia(x) & Por(x, TB*) & Con(x, ‘Pegaso1’, ‘Pegaso no existe’) & En(x,
23/4/1970/11AM EST) & A(x, y) & ¬Pegaso(z))
Por otra parte, podría ser que yo referí pero no referí a nada en lo absoluto de modo que, a
fortiori, no referí a Pegaso:
(12) (∃x)(Referencia(x) & Por(x, TB*) & Con(x, ‘Pegaso1’, ‘Pegaso no existe’) & En(x,
23/4/1970/11AM EST) & ¬∃z(A(x, z)))
En el primer caso, podría estar refiriendo a los eventos que comenzaron el mito de Pegaso. En
el segundo caso, mi referencia tendría una dirección espacio-temporal hacia los eventos
elementales del mito. Pero no habría referido a un objeto. Es claro que oraciones como (11) a
veces son el caso. Tales oraciones son útiles al explicar los fallos de identificación del tipo que
comete el novato. Si alguna vez se dan oraciones como (12) es, tal vez, debatible, aunque estoy
inclinado a pensar que probablemente se dan. Afortunadamente, nuestra formalización en (10)
no nos fuerza a tomar posición sobre este asunto. El fallo de ‘Pegaso’ en designar en mi emisión
de (8)---y la verdad de la emisión misma---puede explicarse por medio de (11) o de (12).14
14
Debería notarse que, si elegimos (12) como la explicación, se requiere un axioma adicional para evitar
que (10) sea no informativa a causa de que la condición establecida en el antecedente no se cumple. Pero
proporcionar un tal axioma no es difícil.
11
IV
Deseo cerrar haciendo algunas observaciones negativas acerca de la concepción del rol
semántico de los nombres propios como constantes individuales. Una desventaja de la
concepción ya ha sido señalada. Nuestro tratamiento cubre las ocurrencias plurales y
modificadas, así como también las ocurrencias singulares no modificadas. Una concepción en
términos de constantes debe dar una semántica diferente para estas ocurrencias diferentes (y
fallará en dar cuenta de una manera sencilla de la obviedad de (1)). Pero también enfrenta la
tarea de justificar la desunificación. Apelar a “usos especiales” cuando los nombres propios
claramente no desempeñan el rol de constantes individuales es débil teóricamente y deficiente.
Esta posición no es tan simple como parece. En primer lugar, un nombre como ‘Juan’
complejizaría considerablemente la teoría semántica. Mientras que el acercamiento en
términos de constantes individuales debería proporcionar un gran número de reglas de
denotación para el nombre (digamos, cuatrocientas), nuestro acercamiento predicativo
proporciona una única regla de satisfacción para él, más el conjunto de cláusulas de referencia
primitiva aplicables a todas las ocurrencias de demostrativos (implícitos o explícitos) en las
oraciones. En segundo lugar, al teórico de la verdad para el idiolecto de una persona en un
momento se le presentaría la tarea increíble de buscar y especificar a cada uno de los Juanes
que una persona tiene en mira para completar su teoría. Más allá de las dificultades prácticas
involucradas---dificultades que no tendrían ningún análogo en ninguna otra parte de la teoría--
-, hay problemas teóricos poco placenteros en decidir qué objetos caen dentro de la mira de una
persona en un momento dado. Ninguno de estos problemas surge en el acercamiento
predicativo.
15
Los sustitutos de constantes se discuten en Rudolf Carnap, The logical syntax of language (Londres:
Routledge & Kegan Paul, 1937), pp. 189-195; primera publicación en 1934. (Carnap no propone la
12
modificadas de los nombres propios reciben su interpretación semántica en y a través de su ser
de hecho usadas por una persona. Para evitar los problemas previamente mencionados respecto
de la especificación de las denotaciones de los nombres propios (usados), la posición debería
invocar algo similar al aparato que utilizamos en nuestro análisis (7). La “denotación” de un
nombre propio estaría determinada en el contexto de uso por la referencia del usuario del
lenguaje. Tal acercamiento trataría los nombres propios de manera muy similar a las variables
libres---un tratamiento por el cual tendría una simpatía considerable. La desventaja del
acercamiento es que ignoraría el elemento predicativo convencional, el elemento de literalidad
o factualidad, en las condiciones de aplicación de los nombres propios. Por ejemplo, fallaría a la
hora de dar una representación semántica al hecho de que un nombre dado---usado o no (en
tiempo dado)---se aplica a algunos objetos y no a otros. Como resultado, el acercamiento fallaría
en dar un tratamiento unificado de las ocurrencias modificadas y no modificadas de los nombres
propios (cfr. (1)).
La manera en que nuestro tratamiento trata los problemas anteriores es simple. Los
nombres propios son predicados. Uno no precisa distinguir desde el punto de vista de la teoría
de la verdad los objetos de los que son verdaderos. Cuando un nombre propio ocurre en una
posición de término singular, el objeto designado por el nombre (si existe) es señeccionado por
la referencia del usuario del lenguaje. Y la teoría de la verdad especifica ese objeto de una
manera independiente del contexto. La indefinición designativa o “ambigüedad” de los nombres
propios se ve reflejada por la variable en las representaciones formales. En la medida en que los
nombres propios ejemplifican una manera fundamental en la que el lenguaje se relaciona con
el mundo, proporcionan una razón para centrarnos, no en las constantes individuales, sino en
las variables---y no en las variables de cuantificación, sino en las variables libres que representan
los demostrativos y que reciben su interpretación de manera extralingüística, a través de las
acciones referenciales de los usuarios del lenguaje.
Tyler Burge
concepción de los nombres propios que estoy construyendo aquí.) Debería notarse que, en algunas lógicas
libres, la manera en que Carnap distingue entre sustitutos de constantes y variables libres se quiebra.
13