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Referencia y nombres propios*

Tal vez sea sorprendente que uno necesite teorizar acerca de los nombres propios.1
Parecen presentar un ejemplo directo y no complicado de cómo el lenguaje se relaciona con el
mundo. Sin embargo, durante los últimos ochenta años, ha habido un desacuerdo considerable
sobre cuestiones que los involucran. El desacuerdo se ha centrado en tres cuestiones amplias:
(a) la cuestión de cómo explicar las condiciones bajo las cuales un nombre propio designa un
objeto; (b) la cuestión de cómo hablar (semántica y pragmáticamente) acerca de los nombres
propios que no denotan; y (c) la cuestión del rol lógico de los nombres propios en una teoría
formal del lenguaje.

En este trabajo, me ocuparé principalmente de la tercera de estas cuestiones, si bien


tocaré brevemente las otras dos. En particular, me ocuparé del rol lógico de los nombres propios
en un tratamiento semántico de los lenguajes naturales. El marco semántico dentro del cual
trabajaré es una teoría tarskiana de la verdad aplicada a las oraciones de una persona en un
tiempo. Pero la mayor parte de lo que diré valdrá para otros acercamientos semánticos.

Desde el comienzo, deseo establecer una condición de adecuación sobre nuestro


acercamiento. Es la condición de que la teoría de la verdad se encuentre completamente
formalizada---esto es, que el sentido y la referencia (si la hay) de cada expresión de la teoría
debería poder determinarse de manera no ambigua a partir de su forma.2 La interpretación de
la teoría de la verdad no debería depender de parámetros contextuales más allá del inevitable:
los símbolos de la teoría deben interpretarse como símbolos del lenguaje del teórico. Este
contexto debe presuponerse. Pero los lenguajes naturales exhiben de manera intuitiva dos tipos
de dependencia contextual: dependencia del contexto para la determinación de la referencia
pretendida de las construcciones reflexivas del caso, y dependencia del contexto para la
determinación de la lectura pretendida de las palabras y de las construcciones gramaticales
ambiguas. Un efecto de la condición es descartar los usos de los demostrativos o de
construcciones ambiguas en una teoría de la verdad para dar cuenta del uso de los
demostrativos o de construcciones ambiguas de parte de la persona cuyas oraciones son
estudiadas. La motivación para la condición es, sencillamente, que las teorías del lenguaje
deberían ser no menos generales y precisas (donde sea factible) que las teorías matemáticas o
físicas.

*
Estoy en deuda con Keith Donnellan, Richard Grandy, Gilbert Harman, Edwin Martin y John Wallace por
sus comentarios a versiones anteriores de este trabajo. Una versión abreviada fue presentada en las
reuniones de la American Philosophical Association, División del Este, en diciembre de 1971.
1
En lo que sigue, usaré ‘nombre propio’ de una manera intuitiva. Intuitivamente, los nombres propios son
sustantivos que no describen los objetos, si existen, a los que se aplican, y que pueden funcionar, en el
lenguaje natural, sin modificación como términos singulares. Excluyo de las consideraciones presentes
ciertos nombres---“nombres canónicos” tales como ‘0’---que tal vez se representen mejor como
constantes individuales. Brevemente, tales nombres acarrean una presuposición de unicidad en todas sus
ocurrencias que es lo suficientemente global como para que figuren en nuestras teorías libres del contexto
más comprensivas. Como ‘nombre propio’, el término ‘designar’ ha de interpretarse intuitivamente---
hasta que sea definido.
2
Para expresiones de esta noción de sistema formal, véase Gottlob Frege, “On sense and reference”, en
Translations from the Philosophical Writings of Gottlob Frege, P. Geach y M. Black, eds. (Oxford: Blackwell,
1966), p. 58; y Alfred Tarski, “The concept of truth in formalized languages”, en Logic, Semantics,
Metamathematics (Nueva York: Oxford, 1956), pp. 165-166.

1
Es posible distinguir dos grandes posiciones respecto de la cuestión del rol que los
nombres propios desempeñan en una teoría semántica formal. Una de ellas es la idea de que
los nombres propios desempeñan el rol de términos singulares constantes no complejos. La otra
es la concepción de Russell, elaborada por Quine, según la cual desempeñan el rol de
predicados.3

Hasta donde sé, no hay argumentos en la bibliografía para pensar que los nombres
propios son constantes individuales. Pero las consideraciones intuitivas que parecen apoyar esta
posición están en la superficie: en sus usos más comunes, los nombres propios son términos
singulares que pretenden seleccionar un único objeto; parece que carecen de estructura
semántica interna; no parece que describan los objetos que supuestamente designan, como lo
hacen las descripciones definidas; y, en algún sentido, especifican los objetos que pretenden
designar, de una manera en que los demostrativos no lo hacen. Es probablemente correcto decir
que la mayoría de los filósofos, lingüistas y lógicos han aceptado, sobre esta base, una
concepción de los nombres propios como constantes individuales.

La concepción predicativa tradicional surge de un sentido de claridad y simplicidad que


resulta en la teoría de la referencia si tratamos los nombres propios como descripciones
abreviadas o manufacturadas. Cualesquiera sean sus virtudes filosóficas, esta concepción ha
sido ampliamente considerada como teniendo el vicio de la artificialidad, al menos en la medida
en que se supone que ofrece análisis de las oraciones en los lenguajes naturales.

La concepción que defenderé es, hablando rápidamente, una concepción predicativa


modificada. El cuerpo principal del trabajo estará dedicado a exponer mi concepción con
referencia explícita al acercamiento predicativo de Russell y de Quine. En las secciones II y III,
pondré en relación esa concepción con preguntas acerca de las condiciones de aplicación y
acerca de fallos en la designación. Concluiré en la sección IV con una crítica del tratamiento de
los nombres propios como constantes individuales.

Dije que se pensó que la concepción predicativa tradicional tiene la desventaja de la


artificialidad. De hecho, hay tres puntos en los que, se ha sostenido, el acercamiento russelliano
ejerce violencia sobre los preconceptos comunes. El primero es su tratamiento de los nombres
propios como descripciones abreviadas o manufacturadas. El preconcepto violado aquí es,
simplemente, la idea de que los nombres no describen. Apelar a la abreviación o a la
manufactura son trasparentemente ad hoc. El segundo punto en el que el acercamiento de
Russell ha parecido artificial es su eliminación de las descripciones definidas (incluidos los
nombres propios) como símbolos incompletos. En este caso, el preconcepto violado es la noción

3
Para un ejemplo de la concepción en términos de constantes individuales, véase H. P. Grice, “Vacuous
names”, en Words and Objections, Donadl Davidson y Jaako Hintikka, eds. (Dordrecth: Reidel, 1969). Las
fuentes principales de la concepción predicativa son Bertrand Russell, “Kowledge by acquaintance and
knowledge by description”, Proceedings of the Aristotelian Society XI (1911): 108-128; “The Philosophy of
Logical Atomism” (1918) en Logic and Knowledge, Robert Charles Marsh, ed. (Londres: Macmillan 1956),
esp. pp. 241-254; W. V. O. Quine, “On what there is”, en From a Logical Point of View (Nueva York: Harper,
1953), p. 6; primera publicación en 1948; y Methods of Logic (Nueva York: Holt, 1950), pp. 218-219 (en la
3ra ed., 1972, pp. 228-230).

2
de que los nombres desempeñan el rol semántico y gramatical de términos singulares. El tercer
supuesto elemento de artificialidad es el cerrar aparentes lagunas de valores de verdad. Y el
preconcepto violado aquí es que algunas oraciones que involucran fallos de designación no son
ni verdaderas ni falsas.

Por supuesto, Russell y Quine reconocen estos puntos. Russell tiende a considerar los
preconceptos citados como confusiones indefendibles. Quine los ve como evidencia pertinente
para comprender el lenguaje natural, pero irrelevante para, o prescindible a la luz de, su
propósito de construir una teoría lógica adecuada para el uso general de la ciencia natural. Dado
que nos ocupa comprender los lenguajes naturales, no es preciso que discrepemos con la
concepción quineana del asunto aquí. Nuestros preconceptos gramaticales y semánticos son
evidencia para una teoría del lenguaje natural; su relevancia para el desarrollo de una teoría
lógica para uso científico general es una cuestión adicional.

Pretendo posponer las cuestiones relacionadas con la eliminación de las descripciones


definidas y con la eliminación de las lagunas de valores de verdad, y concentrarme en la primera
fuente de artificialidad de la concepción predicativa tradicional: la afirmación de que los
nombres propios son descripciones abreviadas o manufacturadas.

Hay dos maneras en las que ha parecido que un nombre propio funciona como una
abreviatura. Una es que abrevia una cadena de términos generales descriptivos que el usuario
del lenguaje emplearía---o que abrevia un predicado artificial como ‘aristoteliza’. La otra es que
un nombre propio abrevia en un único símbolo los roles semánticos de un operador y un
predicado que, en las descripciones definidas, suelen representarse de manera separada por
medio de al menos dos signos: el ‘el’ (o una construcción análoga) y el término general. Al
explicar mi concepción, me ocuparé de manera consecutiva de estos dos sentidos de la
abreviación. Argumentaré primero que los nombres propios no abrevian predicados sino que
son predicados en sí mismos. Luego argumentaré que no abrevian los roles de un predicado y
un operador, sino que en algunos de sus usos desempeñan los roles de un predicado y un
demostrativo.

En ocasiones, Russell mantiene que los nombres propios abrevian las descripciones que
el hablante asocia con la supuesta designación del nombre. Dado que esta concepción ha sido
criticada en detalle en otro lado,4 no me tomaré el tiempo de discutir aquí las dificultades que
involucra. Es suficiente decir que los nombres propios, por o común, tienen en el mejor de los
casos una relación lógica tenue con las descripciones que los usuarios del lenguaje asocian con
ellos, ciertamente no la relación de abreviación.5

En un pasaje, Russell sugiere que un nombre propio abrevia la descripción ‘el objeto
llamado “NP”’, donde ‘NP’ está en lugar del nombre propio.6 Creo que se puede decir algo a
favor de esta sugerencia, y regresaremos a ella más tarde. Pero uno puede decir en contra de

4
Keith S. Donnellan, “Proper Names and Identifying Descriptions”, Synthese XXI, 3/4 (Octubre de 1970):
335-358; Saul Kripke, “Naming and necessity”, en Donald Davidson y Gilbert Harman, eds., Semantics of
Natural Languages (Dordrecht: Reidel, 1972), pp. 253-355.
5
Algunos filósofos han sostenido que un nombre propio no abrevia, sino que más bien presupone, un
conjunto de descripciones, verdaderas de manera única del objeto designado (si existe). Cf. John Searle,
“Proper names”, Mind, LXVII, 266 (abril de 1958): 166-173; P. F. Strawson, Individuals (Nueva York:
Doubleday, 1959), p. 20. Esta concepción enfrenta un número de dificultades, pero es compatible con
varias posiciones respecto del rol semántico de los nombres propios, de modo que no hay ninguna razón
de peso para discutirla aquí.
6
“The Philosophy of Logical Atomism”, op. cit.

3
ella que el innecesariamente contraintuitiva y que lleva a complicaciones teóricas innecesarias.
Intuitivamente, los nombres propios sencillamente no describen. Teóricamente, es indeseable
postular reglas de abreviación si pueden evitarse. Creo que pueden evitarse.

Un nombre propio es un predicado verdadero de un objeto si, y solo si, al objeto se le


da ese nombre de una manera apropiada. No hay, y no es preciso que haya, ninguna afirmación
de que un nombre propio abrevia otro predicado, ni siquiera un predicado prácticamente
coextensivo, como ‘es una entidad llamada “NP”’. Un nombre propio es un predicado por
derecho propio.7

La falla en apreciar este punto ha surgido en buena medida de concentrarse en los usos
singulares, no modificados de los nombres propios:

Alfredo estudia en Princeton.

Pero los nombres propios admiten el plural:

Hay relativamente pocos Alfredos en Princeton.

También admiten artículos indefinidos y definidos:

Un Alfredo Russell se unió al club hoy.

El Alfredo que se unió al club hoy era un mandril.

Y cuantificadores:

Algunos Alfredos están locos; algunos están cuerdos.

Los nombres propios se emplean usualmente en forma singular y no modificada. Pero no hay
nada agramatical acerca de las oraciones anteriores.8 Más aún, las ocurrencias de los nombres
propios en ellas son literales, no metafóricas o irónicas. Contrástense estos usos con el uso
metafórico en

George Wallace es un Napoleón.

George Wallace no es literalmente uno de los Napoleones---no se le ha dado el nombre


‘Napoleón’ de una manera socialmente aceptada. Más bien, es semejante al Napoleón más
famoso en respectos significativos.

Los nombres propios modificados en los ejemplos anteriores tienen las mismas
condiciones de aplicación literal a un objeto que los nombres propios singulares no modificados.
Este punto es confirmado por oraciones como

(1) Jones es un Jones.

7
Llamar “predicados” a los nombres propios borra una distinción que, para los propósitos presentes, no
es importante pero que vale la pena tener en mente. Hablando estrictamente, los nombres propios son
términos generales que, junto con una cópula y un artículo indefinido, en algunas ocurrencias, se analizan
como predicados en una teoría semántica formal.
8
Vale la pena mencionar aquí la teoría sintáctica de Clarence Sloat, “Proper Nouns in English”, Language
XLX (1969): 26-30, sobre la que llamaron mi atención Edwin Martin y Barbara Partee. Sloat da un
tratamiento de los nombres propios que los aborda en una analogía estrecha con los sustantivos comunes.
Claramente, tal tratamiento semántico se lleva bien con la concepción predicativa del rol semántico de
los nombres propios---y no se lleva bien con la concepción de los nombres como constantes individuales.

4
que es una verdad obvia bajo condiciones normales de uso.

Ahora, uno podría sostener que los usos que he citado son usos “especiales” de los
nombres propios, y que no debería considerarse que arrojan luz sobre los usos usuales. Vendler,
por ejemplo, observa que hay “algo inusual” acerca de frases nominales como ‘el José en nuestra
casa’:

Tales frases ocurren y las comprendemos. Es claro, sin embargo, que tal
contexto es fatal para el nombre como un nombre propio, al menos para el
discurso en el que ocurre. El contexto completo, explícito o implícito, será del
siguiente tipo:

El José en nuestra casa no es del que estás hablando …

Como el reemplazante del nombre, el que, deja más que en claro, el nombre
aquí simula el estatus de un sustantivo contable. Hay dos Josés presupuestos en
el discurso y esto, por supuesto, es inconsistente con la idea de un nombre
lógicamente propio. José es, aquí, realmente equivalente a algo como persona
llamada José, y dado que esta frase se ajusta a varios individuos, el lógico
debería tratarla como un término general.9

Podemos estar de acuerdo con Vendler en que las ocurrencias modificadas de los nombres
ordinarios no son, en un sentido, “propias” de ningún objeto particular. Pero sería un error
pensar que el pasaje ofrece razón alguna para sostener que las ocurrencias modificadas y no
modificadas de los nombres propios ordinarios son semánticamente independientes las unas de
las otras. Pues no se da ninguna razón para creer que los nombres ordinarios son alguna vez
“nombres lógicamente propios” (presumiblemente, constantes individuales). En un contexto
limitado, puede suponerse---y, a menudo, se supone---que los nombres propios se aplican a un
único objeto. Pero una teoría semántica que (como la nuestra) es aplicable a un lenguaje sin
restricciones sobre el contexto en el que las oraciones del lenguaje pueden ser usadas, no puede
comprometerse con tal suposición.

La postulación de usos especiales de un término, semánticamente no relacionados con


lo que se consideran sus usos paradigmáticos, es algo indeseable teóricamente---en particular,
si puede encontrarse una relación semántica directa entre estos usos diferentes. Ya hemos
indicado cuál es esta relación: un nombre propio es (literalmente) verdadero de un objeto en la
medida en que a ese objeto se le dé el nombre de una manera apropiada.

Al sostener que un nombre se aplica a un objeto en la medida en que el objeto tenga


una cierta relación pragmática con ese nombre, estoy sugiriendo que el nombre mismo entra
en las condiciones bajo las cuales es aplicable. En este respecto, los nombres propios difieren de
muchos otros predicados. Consideremos, por ejemplo, el predicado ‘es un perro’. Un objeto
podría ser un perro incluso si la palabra ‘perro’ nunca se usara como un símbolo. Pero un objeto
no podría ser un Jones a menos que alguien use ‘Jones’ como un nombre. Este elemento
autorreferencial leve en las condiciones de aplicación de los nombres propios puede ilustrarse
aún más si comparamos

(2) Jones es necesariamente un Jones.

9
“Singular terms”, en Linguistics in Philosophy (Ithaca, N. Y.: Cornell, 1967), pp. 40-41. He eliminado uno
de los ejemplos de Vendler y he ajustado la gramática para acomodar esta eliminación.

5
con

(3) Esta entidad llamada ‘Jones’ es necesariamente una entidad llamada ‘Jones’.

Para obtener (3), hemos sustituido ‘Jones’ en (2) por la expresión predicativa aproximadamente
coextensiva ‘entidad llamada “Jones”’. De manera no sorprendente, ambas oraciones resultan
falsas en cualquier ocasión de uso. Así, los nombres propios son similares a predicados
ordinarios que contienen comillas de cita en tanto fallan claramente en ser necesariamente
verdaderos de los objetos a los que se aplican.

Nuestra concepción predicativa de los nombres propios evita una fuente de artificialidad
en las concepciones de Russell y de Quine. No involucra la afirmación de que los nombres
propios abrevian predicados descriptivos, y tampoco involucra la manufactura de predicados
que no están presentes en los lenguajes naturales ordinarios. Nuestro tratamiento también
parece responder a la acusación, a menudo elevada en contra de la concepción de las
descripciones abreviadas, de que los nombres propios no transmiten información acerca de, y
no atribuye características a, el objeto nombrado. Sí afirmo que, cuando un hablante usa el
nombre ‘Aristóteles’ (considerado literalmente), pretende transmitir la información de que el
objeto del que habla, si existe, es llamado ‘Aristóteles’. Pero no parece que esto sea algo que
alguien quiera negar.

Hasta ahora, he sostenido que, aunque en la gramática superficial los nombres propios
funcionan en ocasiones como términos singulares y en ocasiones como términos generales,
desempeñan el rol semántico de predicados---usualmente verdaderos de varios objetos---en
todas sus ocurrencias. Entonces, ¿cómo hemos de representar las ocurrencias no modificadas,
donde los nombres propios funcionan como términos singulares? Esta pregunta lleva al segundo
sentido en el puede decirse que los nombres propios son abreviaturas en la concepción Russell-
Quine---abreviaturas en un único símbolo de los roles semánticos de un operador de unicidad y
de un predicado.

Considérese la oración ‘Aristóteles es humano’. On la concepción Russell-Quine, esta


oración se analizaría como

(4) (∃x)((y)(Aristóteles(y) ↔ y = x) & Es-Humano(x))

o, en su forma no expandida:

(5) Es-Humano(ιx)(Aristóteles(x))

A menudo se ha señalado que, para que le análisis Russell-Quine sea estrictamente correcto, el
predicado ‘Aristóteles’ debe ser verdadero de manera única del objeto designado (si existe).
Pero no lo es: hay muchos Aristóteles. La respuesta usual a este punto es que, por lo común,
confiamos en el contexto para aclarar resolver las ambigüedades del lenguaje ordinario.10 Pero,
aunque es perfectamente correcto que los usuarios de los lenguajes naturales confíen en el
contexto para aclarar la referencia pretendida, la condición que colocamos sobre nuestra
discusión al inicio impide que el teórico confíe en el contexto de una manera similar para aclarar
las referencias pretendidas en sus análisis de las condiciones de verdad. La mayoría de los
nombres propios que un apersona es capaz de usar en un momento dado serán verdaderos de
más de un objeto. Por lo tanto, deberíamos rechazar la afirmación de que los nombres propios

10
Cf. Quine, Methods of logic, op. cit., p. 216 (3ra ed., p. 227).

6
en forma singular no modificada abrevian los roles de un operador de unicidad y de un
predicado.

En su lugar, desempeñan los roles de un demostrativo y de un predicado. Brevemente,


los nombres propios singulares no modificados, que funcionan como términos singulares, tienen
la misma estructura semántica que la frase ‘ese libro’. A diferencia de otros predicados, los
nombres propios se usan a menudo (aunque no siempre, como hemos visto) con ayuda de la
referencia del hablante y el contexto, para señalar a un particular. Por esta razón, los
demostrativos no se adjuntan por lo común a los nombres propios, aunque por supuesto,
pueden adjuntarse. En general, las modificaciones de los nombres ocurren cuando el hablante
no está confiando en ellos, de manera no suplementada, para señalar a un particular. Pero es
semánticamente irrelevante si el acto de referencia del hablante es suplementado de manera
explícita con un demostrativo como ‘este’ o no.

Evidencia para la idea de que los nombres propios en forma singular no modificada
involucran un elemento demostrativo emerge cuando comparamos oraciones que involucran
tales nombres con oraciones que involucran demostrativos. Aparte de la referencia del hablante
o de un contexto especial, tanto

Jim mide un metro ochenta.

como

Ese libro es verde.

se encuentran interpretados de manera incompleta---carecen de valor de verdad. El usuario de


las oraciones debe seleccionar un particular (p.e., un Jim o un libro particulares), si las oraciones
han de ser juzgadas verdaderas o falsas. Lo que señala el elemento demostrativo en ambas
oraciones es la confianza convencional en una acción o un contexto extraoracionales para
seleccionar un particular.

Evidencia adicional para la idea de que los nombres propios que funcionan como
términos singulares involucran un elemento demostrativo deriva del hecho de que tales
nombres propios usualmente tienen el alcance más amplio posible. En este respecto, son como
los demostrativos y como las descripciones gobernadas por demostrativos.11 Nótese, por
ejemplo, que es difícil tener una lectura de (2) o de (3) bajo la cual el alcance del término singular
es más pequeño y bajo la cual la oración resulta verdadera.

Las formalizaciones en el lenguaje objeto de oraciones que contienen nombres propios


que funcionan como términos singulares son oraciones abiertas. ‘Aristóteles es humano’, por
ejemplo, recibe el análisis

(6) Es-Humano([xi]Aristóteles(xi))

Nuestra lógica incluye el operador de unicidad, y ajustamos nuestras reglas de formación, de


modo de permitir términos singulares abiertos de la forma

11
Hay ocurrencias pronominales de demostrativos y de términos singulares gobernados por
demostrativos que no tienen el alcance más amplio, si sus antecedentes no lo tienen. Ignoraré estas
ocurrencias para los propósitos presentes. Debería mencionar, sin embargo, que en tales ocurrencias los
nombres propios, en ocasiones, juegan el rol de una abreviatura, más que un rol independientemente
predicativo.

7
(i) [xi]Ajn(x1 … xi … xn)

La ‘xi’ entre corchetes marca la variable libre en el término que representa el demostrativo que
gobierna el alcance completo del término. ‘[xi]’ no es un operador para ligar la variable ‘xi’. (i)
debe entenderse como equivalente a

(ii) (ιy)( Ajn(x1 … xi … xn) & y = xi)

Prefiero la forma (i) a la forma más usual (ii) porque me parece que representa mejor la sintaxis
del castellano. Dado que ‘xi’ es una variable libre tal como ocurre en (i), puede recibir
cuantificación desde afuera del término---igual que es posible con ‘xi’ en (ii).

Una oración abierta como (6) recibe un valor de verdad solo si el usuario de la oración
lleva a cabo un acto de referencia en el proceso de usar la oración y, por medio de él, realiza de
manera extraoracional una tarea análoga a la que realiza el operador iota en la teoría lógica
clásica.

Mientras que el usuario del lenguaje confía en la acción extraoracional o en el contexto


para designar el objeto, el teórico de la verdad no puede, por nuestra condición inicial, hacer lo
mismo en su metalenguaje. El objeto al que se refiere el usuario del lenguaje (si existe) es
especificado en la teoría de la verdad por medio de un conjunto de cláusulas de referencia:

(7) (x)(y)(Referencia(x) & De.parte.de(x, p) & En(x, t) & Con(x, ‘Aristóteles1’, ‘Aristóteles
es humano’) & A(x, y) → (‘Aristóteles es humano’ es verdadera con respecto a p en
t ↔ Humano([y] Aristóteles(y))))

Léase: para todo x e y, si x es un acto de referencia de parte de una persona p en un tiempo t a


y con la primera ocurrencia de ‘Aristóteles’ en ‘Aristóteles es humano’, entonces ‘Aristóteles es
humano’ es verdadera con respecto a p en t en la medida en que el objeto que es y y es un
Aristóteles sea humano. No es este el lugar para expandir este análisis.12 Para nuestro propósito,
lo importante es el contraste entre la dependencia contextual de la representación (6) del
lenguaje objeto y el análisis del contexto que ocurren en el tratamiento de las condiciones de
verdad (7).

Hasta ahora, he argumentado (a) que los nombres propios no abrevian otros predicados,
sino que son predicados en sí mismos, y (b) que en sus usos más comunes, los nombres propios
involucran un elemento demostrativo. Antes de argumentar en contra del acercamiento al rol
semántico de los nombres propios en términos de constantes individuales, deseo, en las
secciones II y III, poner nuestro acercamiento predicativo en el contexto de los otros dos
problemas tradicionales en relación con los nombres propios: la pregunta por las condiciones
bajo las cuales designan un objeto, y la pregunta por cómo dar cuenta de ellos cuando fallan en
designar.

12
Una discusión más completa ocurre en mi tesis Truth and Some Referential Devices (Universidad de
Princeton, 1971). Como resultado de una sugerencia de David Kaplan, la notación de los corchetes
reemplazó un predecesor menos perspicuo. Nótese que el cuantificador ‘y’ liga la variable ‘y’ como ocurre
en ‘A(x, y)’ y como ocurre en ‘[y]Aristóteles(y)’. El subíndice en ‘Aristóteles’ marca una ocurrencia
particular del término en la oración. (Uno podría usar el término más de una vez en una oración dada para
referir a más de un objeto.) Todas las posiciones en la oración (7) son plenamente extensionales. La
formulación del antecedente se debe en parte al tratamiento de Davidson de los verbos de acción; cf. su
“The logical form of action sentences”, en Nicholas Rescher, ed., The logic of action and decisión
(Pittsburgh, Pa.: University Press, 1967), pp. 81-95.

8
II

He sugerido que un nombre propio que funciona como un término singular designa un
objeto solo si al objeto se le da ese nombre de una manera apropiada. A pesar de su pretendida
vaguedad, esta sugerencia proporciona una explicación para el hecho de que hablamos de los
usos normales o literales de los nombres propios. El uso literal contrasta con el uso metafórico.
A diferencia de los usos metafóricos (‘George Wallace es un Napoleón’), los usos literales de los
nombres propios---sean o no en la forma singular no modificada---involucran la aplicación solo
a objetos que los portan.

No es siempre deseable identificar la designación de un nombre propio que funciona


como un término singular con la referencia que hace un hablante que usa el nombre. A
diferencia del objeto designado por un hablante, el objeto designado por el nombre propio
mismo solo puede ser un objeto que porta ese nombre. El punto es, tal vez, más evidente en los
casos de las identificaciones fallidas.13 Supóngase que engañamos a un novato y le hacemos
pensar que está hablando con Hilbert en la Convención para la Psicología Agregativa. Después,
reporta, “Hilbert habló más de los mecanismos mentales que de la sintaxis”. Ahora, si el hombre
con quien habló en la convención no se llama “Hilbert”, el nombre no designa a ese hombre,
aunque el novato sí lo hace. Esto es porque ‘Hilbert’ no es verdadero del psicólogo agregativo:
no es un Hilbert (ni literal ni metafóricamente). El novato piensa que lo es, pero el novato está
equivocado. Intuitivamente, uno podría querer decir que lo que el novato reportó era verdadero
de lo que el novato designaba, pero falso de lo que el nombre designaba.

Por supuesto, uno podría sostener que, dado que l novato usó el nombre para designar
al psicólogo, el nombre sí designaba al psicólogo. Los hablantes a menudo usan los términos
singulares de modos diferentes de sus usos normales o literales---ya sea por error o por
intención (mentira, ironía)---para designar un objeto diferente del objeto que normalmente
esperaríamos que los términos designen. Habiendo notado este sentido especial en el que los
nombres “designan” objetos, propongo ignorarlo. Parece enteramente parasitario respecto de
nuestro uso de ‘designar’ para significar una relación entre una persona y un objeto y, así,
podemos ignorarlo sin pérdida alguna. Cuando usamos ‘designar’ para significar una relación
entre un nombre propio y un objeto, nos ocuparemos de una relación entre los nombres y
aquellos objetos a los que los nombres se aplican de manera normal o literal.

La relación de designación entre un nombre propio (que funciona como un término


singular) y un objeto puede definirse por medio de ‘refiere a’ (designación del hablante) y ‘es-
verdadero-de’: un nombre propio que ocurre en una oración usada por una persona en un
tiempo designa un objeto si, y solo si, la persona refiere a ese objeto en ese momento con ese
nombre propio, y el nombre propio es verdadero de ese objeto. En este uso, cuando el usuario
del lenguaje (p.e., el novato) refiere a un objeto (p.e., el psicólogo) y equivocadamente lo llama
por medio de un nombre propio (‘Hilbert’) que es portado por otro objeto (pretendido), no
diremos que el nombre propio designa ese otro objeto en ese momento. Pero el nombre propio
es verdadero de ese objeto pretendido. Y el usuario del lenguaje normalmente referirá a objetos

13
Otros aspectos de las identificaciones fallidas reciben una valiosa discusión de parte de Donnellan en
“Proper names and identifying descriptions”, op. cit.; y “Reference and definite descriptions”,
Philosophical Review LXXV, 3 (julio de 1966): 281-304.

9
de los cuales es verdadero el nombre cuando usa oraciones que contienen el nombre. El
elemento de predicación en los nombres propios singulares no modificados da cuenta de la
intuición de que uno puede hablar de aplicaciones normales o literales de un nombre propio y
contrastarlas, en algunos casos, con el objeto designado o referido por el hablante.

He sostenido que un nombre propio designa un objeto solo si al objeto se le da el


nombre de una manera apropiada. No pretendo definir ‘dar’ o ‘manera apropiada’. No nos
incumbe (como teóricos de la verdad) definir las condiciones bajo las cuales los nombres
propios, u otros predicados, son verdaderos de los objetos. La vaga condición de aplicación
necesaria y suficiente para los nombres propios que he ofrecido puede verse como un mero
sustituto para un tratamiento empírico completo de cómo a los objetos se les asignan los
nombres propios. Bautismo, herencia, apodos, nombres de marcas, etiquetados, todo esto
puede esperarse que entre en un tratamiento tal. La semántica, sin embargo, no precisa esperar
los resultados completos de la sociología. Reglas como la siguiente son suficientes: ‘O’Hara’ es
verdadero de cualquier objeto y en la medida en que y sea un O’Hara.

Las referencias demostrativoas que ocurren con el uso de los nombres propios
singulares no modificados a menudo parecen ocurrir cuando hay alguna relación de tipo causal
entre el objeto nombrado y el usuario del lenguaje. Pero este punto no llega muy lejos. En el
mejor de los casos, es simplemente el comienzo de un tratamiento sociológico de las
condiciones de designación de los nombres propios. Más aún, incluso en esta forma vaga, el
punto no puede generalizarse por completo. A veces los nombres carecen de designación. O
bien el nombre propio no es verdadero de nada, o bien el usuario del lenguaje no refiere a nada
de lo cual sea verdadero. A veces los nombres se introducen como sustitutos para descripciones
definidas incluso cuando quien los introduce no está relacionado causalmente con el objeto
nombrado. Aquí, el demostrativo en nuestro análisis, que usualmente puede representarse por
medio de una variable libre, no es un dispositivo para referir a un objeto extralingüístico, sino
que es un “marcador de lugar” pronominal cuyo antecedente es la descripción definida. (Cf.
Nota 11.) Así: “El espía más bajo en el siglo XXI será caucásico. Llamémoslo ‘Bertrand’. (Ese)
Bertrand también será calvo”. Hay otros casos en los cuales el demostrativo actúa como una
variable ligada---como cuando decimos, “Alguien arrojó la primera piedra. Quienquiera que haya
sido, llamémoslo ‘Alfredo’. (Ese) Alfredo era un hipócrita”. En ninguno de estos casos es preciso
que haya una relación causal entre el usuario del lenguaje y el objeto nombrado.

III

Un tratamiento completo de la semántica y la pragmática de los nombres propios no


designativos está más allá de los límites de este trabajo. Pero hacer algunas observaciones
breves sobre el tema puede ayudar a iluminar nuestro tratamiento de los nombres como
predicados. Consideremos la oración

(8) No es el caso que Pegaso existe.

emitida por mí en un momento particular, donde la emisión ha de interpretarse como la


negación de lo que podrían afirmar los que creen en la existencia de un caballo alado antiguo.
El nombre propio está funcionando como un término singular. De modo que la forma lógica de
(8) es la misma que la de

10
(9) No es el caso que ese Pegaso existe.

donde la ocurrencia de ‘ese’ se lee como un demostrativo. El condicional para (8) en una teoría
de la verdad es, aproximadamente

(10) (x)(y)(Referencia(x) & Por(x, TB*) & En(x, 23/4/1970/11AM EST) & Con(x, ‘Pegaso1’,
‘Pegaso no existe’) & A(x, y)  (‘Pegaso no existe’ es verdadera con respecto a TB*
en 23/4/1970/11AM EST ↔ ¬(∃z)(z = [y]Pegaso(y))))

(‘TB*’ representa una especificación canónica completa de mí.)

En el caso de los nombres propios que designan un objeto, el acto referencial de la


persona proporciona una interpretación para el término singular abierto que representa el
nombre propio, y un valor de verdad para la oración que lo contiene. El efecto de tal acto en la
condición de verdad de la oración se especifica de manera metalingüística en oraciones como
(10). Pero, ¿qué hay del caso en el que el nombre propio no designa nada---como en (8)? De
acuerdo con nuestra definición de designación en la sección anterior, este caso se dará si, y solo
si, o bien el nombre propio no es verdadero de nada, o bien el usuario del lenguaje no se refiere
a nada de lo que el nombre sea verdadero.

Ahora, el fallo de ‘Pegaso’ en designar en mi emisión de (8) no se sigue de un fallo de


‘Pegaso’ en ser verdadero de algo. Hay muchos Pegasos; Richard Gale, por ejemplo, tiene un
perro con ese nombre. Por lo tanto, el fallo de ‘Pegaso’ en designar en mi emisión de (8) se sigue
del hecho de que no he referido a nada de lo cual el nombre propio sea verdadero. Estamos
suponiendo que hubo un acto de referencia de mi parte el 23/4/1970/11AM EST con ‘Pegaso’.
De modo que pude no referir a nada de lo cual sea verdadero el nombre propio solo si uno de
los dos casos se da. Por otra parte, podría ser que ‘Pegaso’ en (8) fallara en designar porque
referí a algo que no era un Pegaso:

(11) (∃x)(∃z)(Referencia(x) & Por(x, TB*) & Con(x, ‘Pegaso1’, ‘Pegaso no existe’) & En(x,
23/4/1970/11AM EST) & A(x, y) & ¬Pegaso(z))

Por otra parte, podría ser que yo referí pero no referí a nada en lo absoluto de modo que, a
fortiori, no referí a Pegaso:

(12) (∃x)(Referencia(x) & Por(x, TB*) & Con(x, ‘Pegaso1’, ‘Pegaso no existe’) & En(x,
23/4/1970/11AM EST) & ¬∃z(A(x, z)))

En el primer caso, podría estar refiriendo a los eventos que comenzaron el mito de Pegaso. En
el segundo caso, mi referencia tendría una dirección espacio-temporal hacia los eventos
elementales del mito. Pero no habría referido a un objeto. Es claro que oraciones como (11) a
veces son el caso. Tales oraciones son útiles al explicar los fallos de identificación del tipo que
comete el novato. Si alguna vez se dan oraciones como (12) es, tal vez, debatible, aunque estoy
inclinado a pensar que probablemente se dan. Afortunadamente, nuestra formalización en (10)
no nos fuerza a tomar posición sobre este asunto. El fallo de ‘Pegaso’ en designar en mi emisión
de (8)---y la verdad de la emisión misma---puede explicarse por medio de (11) o de (12).14

14
Debería notarse que, si elegimos (12) como la explicación, se requiere un axioma adicional para evitar
que (10) sea no informativa a causa de que la condición establecida en el antecedente no se cumple. Pero
proporcionar un tal axioma no es difícil.

11
IV

Deseo cerrar haciendo algunas observaciones negativas acerca de la concepción del rol
semántico de los nombres propios como constantes individuales. Una desventaja de la
concepción ya ha sido señalada. Nuestro tratamiento cubre las ocurrencias plurales y
modificadas, así como también las ocurrencias singulares no modificadas. Una concepción en
términos de constantes debe dar una semántica diferente para estas ocurrencias diferentes (y
fallará en dar cuenta de una manera sencilla de la obviedad de (1)). Pero también enfrenta la
tarea de justificar la desunificación. Apelar a “usos especiales” cuando los nombres propios
claramente no desempeñan el rol de constantes individuales es débil teóricamente y deficiente.

Una segunda desventaja de la concepción de constantes individuales surge de


reflexionar sobre los correspondientes tratamientos de la “ambigüedad” de los nombres
propios. Si los nombres propios se tratan como constantes individuales ambiguas, entonces las
ocurrencias que designan objetos diferentes deberán, en la teoría de la verdad, diferenciarse
(indexarse) para una persona en un momento. De otro modo, las condiciones de verdad de las
oraciones tratadas por la teoría serían ambiguas; y nuestra condición inicial sería entonces
violada. Pero tal diferenciación plantea un problema. No hay ningún límite evidente al número
de objetos que pueden portar un nombre dado. De modo que no hay manera de saber cuántos
índices proporcionar, mucho menos qué denotaciones asignarles.

Un defensor de la concepción en términos de constantes podría querer evitar este


problema diciendo que el número de los objetos el número de los objetos que una persona en
un momento dado sabe correlacionar con cualquier nombre dado es, probablemente,
delimitable y manejable. Así, la afirmación sería que uno necesita proporcionar una denotación
solo para aquellos nombres indexados para los cuales una persona tiene una denotación en
mira.

Esta posición no es tan simple como parece. En primer lugar, un nombre como ‘Juan’
complejizaría considerablemente la teoría semántica. Mientras que el acercamiento en
términos de constantes individuales debería proporcionar un gran número de reglas de
denotación para el nombre (digamos, cuatrocientas), nuestro acercamiento predicativo
proporciona una única regla de satisfacción para él, más el conjunto de cláusulas de referencia
primitiva aplicables a todas las ocurrencias de demostrativos (implícitos o explícitos) en las
oraciones. En segundo lugar, al teórico de la verdad para el idiolecto de una persona en un
momento se le presentaría la tarea increíble de buscar y especificar a cada uno de los Juanes
que una persona tiene en mira para completar su teoría. Más allá de las dificultades prácticas
involucradas---dificultades que no tendrían ningún análogo en ninguna otra parte de la teoría--
-, hay problemas teóricos poco placenteros en decidir qué objetos caen dentro de la mira de una
persona en un momento dado. Ninguno de estos problemas surge en el acercamiento
predicativo.

Una variante sofisticada del tratamiento multi-indizado de los nombres propios en


términos de constantes individuales sería analizarlos como constantes plenamente
interpretadas solo cuando están siendo usados, y como sustitutos de constantes [dummy
constants] de otro modo.15 Tal posición haría lugar al hecho de que las ocurrencias no

15
Los sustitutos de constantes se discuten en Rudolf Carnap, The logical syntax of language (Londres:
Routledge & Kegan Paul, 1937), pp. 189-195; primera publicación en 1934. (Carnap no propone la

12
modificadas de los nombres propios reciben su interpretación semántica en y a través de su ser
de hecho usadas por una persona. Para evitar los problemas previamente mencionados respecto
de la especificación de las denotaciones de los nombres propios (usados), la posición debería
invocar algo similar al aparato que utilizamos en nuestro análisis (7). La “denotación” de un
nombre propio estaría determinada en el contexto de uso por la referencia del usuario del
lenguaje. Tal acercamiento trataría los nombres propios de manera muy similar a las variables
libres---un tratamiento por el cual tendría una simpatía considerable. La desventaja del
acercamiento es que ignoraría el elemento predicativo convencional, el elemento de literalidad
o factualidad, en las condiciones de aplicación de los nombres propios. Por ejemplo, fallaría a la
hora de dar una representación semántica al hecho de que un nombre dado---usado o no (en
tiempo dado)---se aplica a algunos objetos y no a otros. Como resultado, el acercamiento fallaría
en dar un tratamiento unificado de las ocurrencias modificadas y no modificadas de los nombres
propios (cfr. (1)).

La manera en que nuestro tratamiento trata los problemas anteriores es simple. Los
nombres propios son predicados. Uno no precisa distinguir desde el punto de vista de la teoría
de la verdad los objetos de los que son verdaderos. Cuando un nombre propio ocurre en una
posición de término singular, el objeto designado por el nombre (si existe) es señeccionado por
la referencia del usuario del lenguaje. Y la teoría de la verdad especifica ese objeto de una
manera independiente del contexto. La indefinición designativa o “ambigüedad” de los nombres
propios se ve reflejada por la variable en las representaciones formales. En la medida en que los
nombres propios ejemplifican una manera fundamental en la que el lenguaje se relaciona con
el mundo, proporcionan una razón para centrarnos, no en las constantes individuales, sino en
las variables---y no en las variables de cuantificación, sino en las variables libres que representan
los demostrativos y que reciben su interpretación de manera extralingüística, a través de las
acciones referenciales de los usuarios del lenguaje.

Tyler Burge

Universidad de California en Los Ángeles

concepción de los nombres propios que estoy construyendo aquí.) Debería notarse que, en algunas lógicas
libres, la manera en que Carnap distingue entre sustitutos de constantes y variables libres se quiebra.

13

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