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El debate entre punitivistas como Massa y "garantistas" como Zaffaroni alrededor del caso
de Micaela elude toda referencia a las causas de fondo de las violaciones y femicidios.
El caso de Micaela trajo nuevamente este debate, pero como es ya una estrategia repetida la
casta política usa el legítimo reclamo de justicia para las víctimas, como excusa para
proponer reformas que permitan fortalecer el poder punitivo. Así como antes el Estado
confiscó el conflicto privado, ahora la política reaccionaria confisca el reclamo de justicia
para hacer de ello un uso demagógico y excitar aún más la demanda de represión que,
siempre que se responde por impulso, más que conseguir justicia para las víctimas, resulta
en un instrumento para la represión indiscriminada por parte del Estado. Hoy expresión de
esto son por ejemplo los proyectos de reforma al régimen de excarcelaciones y libertad
anticipada con el argumento poco sutil de que los presos “se tienen que pudrir adentro”.
Por esto mismo las conductas que se expresan como delitos contra la sexualidad son solo
una parte de todo un sistema de opresión y violencia mucho más amplio. Que el Código
Penal solo se encargue de algunas pocas conductas que expresan la violencia sexual es el
reflejo de que la solución a la opresión patriarcal de conjunto no es mediante el sistema
penal.
La dimensión de lo histórico
El poder punitivo solo pudo surgir en una sociedad dividida en clases o castas ya que solo
puede funcionar en forma vertical; o sea ejercida desde “arriba” por un poder político que
responde a la clase dominante superior a las clases inferiores. Esta verticalización hoy se
expresa en los intereses antagónicos entre las clases dominantes y las dominadas, lo que no
solo mantiene sino que también fortalece al poder punitivo.
El carácter de clase del Estado capitalista pero también el modelo punitivo que reemplaza
un tipo de solución de conflictos de tipo comunitaria (como la que existía previamente a
este proceso) por la de la confiscación de los conflictos junto a la idea de un Estado que se
siente afectado (por eso actúa de oficio) invisibiliza las relaciones sociales que conforman
un orden social que él mismo reproduce y mantiene. Desde sus inicios el sistema penal
mató, torturó y criminalizó a los enemigos que fue construyendo históricamente, como bien
menciona Anitua: “la práctica de la confesión requerirá pronto de la tortura y se mantenía
de esta forma como modo de actuar inherente a los modos represivos del Estado” 4. Lo
central para repensar porqué el castigo aplicado por el Estado capitalista y los discursos
legitimantes del poder punitivo no pueden solucionar hasta el final la barbarie que implica
la violencia contra las mujeres es que no ve todo el conflicto social ni sus causas, sino que
solo ve el binomio victima-victimario, siendo sintomático además que el primer enemigo
construido por un discurso criminológico y criminalizado por un aparato burocratizado
fueron justamente las mujeres.
La elevada tasa de reincidencia en esta clase de delitos es el reflejo práctico de que los
discursos legitimantes del poder punitivo no tienen como objetivo terminar con la violencia
contra las mujeres, sino que en todo caso la reproducen.
3
“Según algunos autores las mujeres habrían estado menos dispuestas a aceptar la confiscación de los
conflictos comunitarios y la apropiación burocrática de todos los tipos de saberes. En efecto, la mujer es
naturalmente la transmisora generacional de cultura y por ello debía ser reprimida o amedrentada para
imponer lenguajes, religiones y modelos políticos novedosos”. Idem.
4
“Historia de los pensamientos criminológicos”, autor: Ignacio Gabriel Anitua, Ed. Del Puerto, año 2005.