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LA VIOLENCIA SEXUAL Y SISTEMA PENAL

El debate entre punitivistas como Massa y "garantistas" como Zaffaroni alrededor del caso
de Micaela elude toda referencia a las causas de fondo de las violaciones y femicidios.

Paolo Zaniratto, abogado Ceprodh.

El caso de Micaela trajo nuevamente este debate, pero como es ya una estrategia repetida la
casta política usa el legítimo reclamo de justicia para las víctimas, como excusa para
proponer reformas que permitan fortalecer el poder punitivo. Así como antes el Estado
confiscó el conflicto privado, ahora la política reaccionaria confisca el reclamo de justicia
para hacer de ello un uso demagógico y excitar aún más la demanda de represión que,
siempre que se responde por impulso, más que conseguir justicia para las víctimas, resulta
en un instrumento para la represión indiscriminada por parte del Estado. Hoy expresión de
esto son por ejemplo los proyectos de reforma al régimen de excarcelaciones y libertad
anticipada con el argumento poco sutil de que los presos “se tienen que pudrir adentro”.

El garantismo y el punitivismo enmarcan el debate actual, hoy expresada en la discusión


mediática entre Zaffaroni y Sergio Massa, hipócrita y superficialmente solo en torno a la
libertad anticipada a Wagner, resuelta a pesar de los informes que sugerían no otorgarla, y
que culminó en el femicidio de Micaela. Esto se traduce en la frase “si no hubiera salido,
Micaela hubiera estado viva”, probablemente cierto pero que silencia, el hecho también
probable de que aún cumpliendo éste la totalidad de la pena probablemente la victima
hubiera sido “otra” Micaela 2 años después. De esta hipótesis de un desenlace fatal casi
inevitable de que sea cual fuera la pena establecida igual iba haber nuevas víctimas se
extraen dos conclusiones: la primera es que la pena y la cárcel fracasan en la prevención de
delitos, como medios de inhibición de conductas, como forma de resocialización y solo
funcionan en definitiva como discurso legitimante del poder punitivo, y la segunda es que
no se atacan en serio las causas de la violencia contra las mujeres. Sin tener puesto el eje en
las causas, se deja en pie la reproducción constante de esta violencia.

Debate sobre las causas

Las estructuras de poder, la dominación patriarcal sobre el cuerpo de la mujer, la dimensión


social de esta estructura es oculta detrás de una visión parcial y acotada de toda esa
violencia; la tipificación de los delitos sexuales. La violencia sexual se erige entonces como
uno de los más aberrantes eslabones de toda esa cadena de opresión en donde las mujeres y
los niños y niñas son sus principales víctimas.

Por esto mismo las conductas que se expresan como delitos contra la sexualidad son solo
una parte de todo un sistema de opresión y violencia mucho más amplio. Que el Código
Penal solo se encargue de algunas pocas conductas que expresan la violencia sexual es el
reflejo de que la solución a la opresión patriarcal de conjunto no es mediante el sistema
penal.

Hablar solo de delitos sexuales implica quedarnos apenas en el aspecto normativo, en el


ámbito del deber ser, cuando en realidad las estructuras de poder y dominación operan de
manera más amplia y diversa sobre el ser, o sea sobre el cuerpo y la libertad de la mujer.
Pero el sistema penal al que hoy recurren como única y excluyente salida las corrientes
punitivistas también tuvo en los primeros discursos criminológicos la justificación a la
represión de la mujer.

La dimensión de lo histórico

El poder punitivo solo pudo surgir en una sociedad dividida en clases o castas ya que solo
puede funcionar en forma vertical; o sea ejercida desde “arriba” por un poder político que
responde a la clase dominante superior a las clases inferiores. Esta verticalización hoy se
expresa en los intereses antagónicos entre las clases dominantes y las dominadas, lo que no
solo mantiene sino que también fortalece al poder punitivo.

En el periodo de consolidación del Estado absolutista el poder punitivo y el sistema penal


para legitimarse debían construir un enemigo: la inquisición expresaba que ese enemigo no
solo fueron los “herejes”, o “los infieles”, sino que la construcción de este poder punitivo
tuvo al género femenino como destinatario de la represión. No se puede entender el poder
punitivo si no se comprende el discurso criminológico que ofició de legitimador. El primer
sistema organizado desde una burocracia estatal punitiva estuvo destinado a reprimir y
disciplinar a la mujer.

Cuando el Estado absolutista reemplazó la resolución comunitaria de los conflictos, en


donde el clan del victimario tenía que compensar o reparar el daño a la victima causado por
algún miembro, por un sistema en dónde ya no es posible reparar a la víctima sino que se
confisca su derecho de reparación y se erige como afectado él mismo, se verticaliza
entonces el poder punitivo.

La confiscación de los conflictos le permite al Estado centralizar y monopolizar la violencia


al adueñarse del ius puniendi1 y erigirse como afectado aún por encima de la víctima, por
eso “tras la confiscación de los conflictos todo infractor se convertiría en enemigo del
soberano y ello también justificará las prácticas inhumanas del poder punitivo moderno”2.
Pero además esta apropiación implica individualizar al acusado y despojar a la comunidad
como sujeto con potestad de llevar a cabo resoluciones de conflicto y medios de reparación
en forma horizontal entre sus miembros. Esta es la forma que adquirió el Estado para acotar
la pena (el castigo) a una acción individual invisibilizando los dispositivos y las relaciones
sociales que permiten esas acciones (delitos).
1
Significa el poder o derecho a castigar.
2
“Historia de los pensamientos criminológicos”, autor: Ignacio Gabriel Anitua, Ed. Del Puerto, año 2005.
El binomio que gobierna el castigo a la violencia sexual queda atrapado en la relación
jurídica entre ofensor-víctima, sin visualizar las relaciones sociales y por lo tanto sin ningún
interés en que no haya nuevas víctimas. Esta operación además permite ocultar que el
origen del propio Estado necesitó de esta violencia para el control social del género
femenino.3

El carácter de clase del Estado capitalista pero también el modelo punitivo que reemplaza
un tipo de solución de conflictos de tipo comunitaria (como la que existía previamente a
este proceso) por la de la confiscación de los conflictos junto a la idea de un Estado que se
siente afectado (por eso actúa de oficio) invisibiliza las relaciones sociales que conforman
un orden social que él mismo reproduce y mantiene. Desde sus inicios el sistema penal
mató, torturó y criminalizó a los enemigos que fue construyendo históricamente, como bien
menciona Anitua: “la práctica de la confesión requerirá pronto de la tortura y se mantenía
de esta forma como modo de actuar inherente a los modos represivos del Estado” 4. Lo
central para repensar porqué el castigo aplicado por el Estado capitalista y los discursos
legitimantes del poder punitivo no pueden solucionar hasta el final la barbarie que implica
la violencia contra las mujeres es que no ve todo el conflicto social ni sus causas, sino que
solo ve el binomio victima-victimario, siendo sintomático además que el primer enemigo
construido por un discurso criminológico y criminalizado por un aparato burocratizado
fueron justamente las mujeres.

La elevada tasa de reincidencia en esta clase de delitos es el reflejo práctico de que los
discursos legitimantes del poder punitivo no tienen como objetivo terminar con la violencia
contra las mujeres, sino que en todo caso la reproducen.

3
“Según algunos autores las mujeres habrían estado menos dispuestas a aceptar la confiscación de los
conflictos comunitarios y la apropiación burocrática de todos los tipos de saberes. En efecto, la mujer es
naturalmente la transmisora generacional de cultura y por ello debía ser reprimida o amedrentada para
imponer lenguajes, religiones y modelos políticos novedosos”. Idem.
4
“Historia de los pensamientos criminológicos”, autor: Ignacio Gabriel Anitua, Ed. Del Puerto, año 2005.

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