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LA SOCIEDAD EN LA ÉPOCA DE ROSAS

EL AMBIENTE CULTURAL
El ambiente social y cultural: La sociedad conservó las características del
período hispánico. A los jefes militares y a los altos funcionarios resistas, así
como también a los hacendados, comerciantes, sacerdotes, profesionales y
las demás personas sometidas con mayor o menor sinceridad al régimen se
los llamaba “gente decente”.
Se mantuvieron los tradicionales bailes, tertulias y saraos, en los cuales
descollaba Manuelita, la hija de Rosas, la cual con su gentileza y generosidad
atenuó más de una vez la severidad de su padre. La muerte de la esposa de
Rosas, doña Encarnación, en octubre de 1838, motivó largas manifestaciones
de pesar; la Mazorca llevó luto durante dos años, el mismo lapso que el
gobernador. Los adictos de Rosas eran reclutados entre la clase humilde,
cuyas quejas y pedidos atendía con diligencia, ya fuera en persona o por
intermedio de sus parientes.
Casi todos los plateros, tornilleros y herreros tenían sus talleres en el barrio
de la Concepción. La “clase decente” organizaba por turno fiestas
parroquiales en honor de Rosas, y el retrato de éste era paseado por las
calles con gran escolta de honor. Los negros, admiradores fanáticos de Rosas,
ocupaban en su mayor parte la parroquia de Montserrat, conocida como
“barrio del tambor, del mondongo y de la fidelidad”.
Los indios eran objeto de atenciones cuando concurrían a la cuidad para
trocar cueros, piedras, plumas de avestruz y otros elementos por
aguardiente, tabaco, adornos y telas de vistosos colores; el gobierno les hacía
llegar, por intermedio de los pulperos de la campaña, ropa, azúcar, sal y
reses, para lo cual invertía anualmente la apreciable suma de dos millones de
pesos, aproximadamente.
En 1830 fue clausurado el Colegio de Ciencias Morales, “por no corresponder
sus ventajas a las erogaciones causadas”; en su lugar funcionó años más
‘tarde el Colegio Republicano Federal, de carácter privado, cuyo director fue
el jesuíta Majesté. En 1838 se suprimió del presupuesto la partida destinada
a la Universidad, la cual en adelante se sostuvo con recursos propios.
También se suprimieron en el mismo año, los sueldos de los maestros de la
ciudad y de la campaña; en el decreto se aducía como causa la grave
situación de las finanzas, afectadas por el bloqueo francés. La Casa de
Expósitos y el Asilo de Huérfanos quedaron a cargo de la beneficencia
privada. Tanto la entrada de libros como su publicación fueron sometidos a la
censura. Sin embargo, el Colegio de Montserrat y la Universidad de Córdoba,
en la misma época, siguieron en funciones alcanzando gran esplendor.
Además, Francisco Javier Muñiz realizó trabajos importantes sobre fósiles y
enfermedades infecciosas y el escritor italiano Pedro de Ángelis, traído a
nuestro país por Rivadavia, ordenó y publicó diversos documentos históricos.
El número de periódicos, que en 1833 alcanzaba a cuarenta y tres, en 1842
bajó a sólo tres: La Gaceta Mercantil, Diario de la Tarde y British Packet, este
último escrito en inglés. En las letras floreció la poesía tendenciosa, anónima
en gran parte, escrita para ensalzar a Rosas, su mujer y su hija, así como a los
principales jefes y a la Federación
Las mujeres de la elite urbana solían imitar la moda europea que llegaba con
atraso a Buenos Aires. El vestido de las señoras era a la española, usando la
mantilla, pañuelos y chales con los que se cubrían la cabeza, bajándolos a la
espalda cuando hacía calor. Vestirse era toda una ceremonia, que duraba
más o menos una hora. Precisaban la ayuda de varios sirvientes. Rara vez
recurrían a las modistas, las mujeres mismas cortaban, armaban y cosían sus
trajes y lo mismo sus zapatos, que eran de raso negro. Un accesorio logró un
desarrollo único en el Río de la Plata: los peinetones, construidos en diversos
materiales. Para ir a la Iglesia lucían los mejores vestidos de color negro, ya
que no se permitía otro color. Además utilizaban guantes y abanicos.
Pañuelos, peinetones, guantes y abanicos se habían politizado hasta tal
punto que llevaban la imagen de Rosas en ellos. Los sirvientes que
acompañaban a las damas debían vestir frac y pantalones azules, chaleco y
corbata blancos, botas y sombrero, llevando una lujosa alfombrita para que
las señoras puedan arrodillarse. En el periódico "La moda" dirigido por Juan
Bautista Alberdi, se daban a conocer las tendencias femeninas. Allí describe
cómo es la moda de las señoras para andar a caballo: “Vestido verde botella
o azul oscuro, manga ligeramente abuchada hasta medio brazo y el resto
perfectamente liso. Gorrita varonil. Largos tirabuzones en torno de la cabeza,
a estilo roman
Así como para la dama el peinetón marca su pertenencia de clase, el chaleco
para el caballero se vuelve un símbolo de estatus. Si bien el traje masculino:
pantalón, chaleco y chaqueta no sufre grandes modificaciones a lo largo del
siglo, el chaleco suele ser de un textil distinto al resto del traje y de texturas
complejas. En la vestimenta masculina el rojo punzó se afinca en este
elemento que adopta distintos formatos, textiles y texturas. A tal punto fue
importante la vestimenta en este período, que constituye uno de los temas
de preocupación dentro de la elite, no sólo para las mujeres sino también
para los varones. O. Esta moda ha sido usada en Francia en el último verano.
Noche y día, el abanico es rey."
Las clases populares de la ciudad, usaban a veces lo que dejaban los
sectores más privilegiados. Se vestían como podían. La vestimenta rural era la
típica del gaucho (poncho, pantalones anchos, sombrero, etc.). El poncho se
utiliza como abrigo y protección frente a las inclemencias meteorológicas.
Suelen ser hilados y tejidos (algodón y lana) en las provincias del norte del
país. También aquí se establecía una diferencia social, que tenía que ver con
la calidad del poncho.

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