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IV Eugéne Delacroix El romanticismo y el color me conducen direc taco. Ignoro si se siente orgulloso de su condicidn de romantico: pero esc su lugar, porque Ia mayoria del publico hace tiempo, inclaso des desu primera obra, lo ha convertido en jefe de la escuela moderna Al entrar en esta parte, mi corazén se lena de una alegria serena, y elijo a propésito mis plumas més nuevas, tal es mi desco de set clare y limpido, y tan a gusto me siento al abordar mi tema més querido y més simpitico. Para que se comprendan bien las conclusiones de este capitu- lo es preciso que me remonte lejos en la historia de estos tiltimos tiem- pos, ¥ que ponga ante los ojos del piiblico algunas piezas del proceso ya sitadas por los criticos y los historiadores precedentes, pero necesarias para el conjunto de la demostracién. Por lo demas, los entusiastas puros de Eugéne Delacroix leerén con un vivo placer un articulo del Constitu- tionnel de 1822, tomado del Salén del St. Thiers, periodista. ‘Ningiin cuadro revela mejor en mi opinién el futuro de un gran Pintor, como el del Sr. Delacroix representando a Dante y Virgilio en los infiernas. Abi en particular podemos observat ese chorro de talento, ese ‘mpetu de la superioridad naciente que reanima las esperanzas un poco desanimadas por el excesivamente moderado mérito de todo el resto, «Dante y Virgilio, conducidos por Caronte, atraviesan el rio infer- tal y se abren penosamente paso entre la multitud que se apifia alrede- dor de la barca para ocuparla. Dante, supuestamente vivo, tiene la horrible tex del lugar; Virgilio, coronado con un oscuro laurel, tiene los colores de la muerte, Los desdichados, condenados eternamente a ‘seat la orilla opuesta, se aferran a la batca. Uno la agarra en vano y, dettibado Por su movimiento excesivamente rapido, vuelve a sumergir- “en las aguas; otro la abraza y rechaza con los dientes la madera que le tamente a Eugéne De- 113 escapa, Alli se encuentran el egoismo del desamparo y la desesp. del infierno. En ese tema, tan cercano a la exageracién, encone, sin embargo una severidad de gusto, una conveniencia local en ale,,, modo, que realza el dibujo, al que jueces severos, pero poco avizadn ‘ste caso, podrian reprochar ausencia de nobleza. El pincel es generoag firme, el color simple y vigoroso, aunque algo crudo. «El autor tiene, ademas de esa imaginacién poética que es comin al pintor y al escritor, esa imaginacién del arte, que quiza pudiéramos llamar la imaginacién del dibujo, y que es muy otra que la precedente, Dispone sus figuras, las agrupa y las pliega a voluntad con la audacia de Miguel Angel y la fecundidad de Rubens. No sé qué recuerdo de los grandes artistas me embarga ante el aspecto de este cuadro; vuelvo a encontrar esa potencia salvaje, ardiente, aunque natural, que cede sin esfuerzo a su propio impulso. «No creo equivocarme, al Sr. Delacroix le ha visi avance con seguridad, que se entregue a inmensos trabajos, condicién indispensable del talento; y lo que debe darle atin més confianza es que la opinién que manifiesto aqui a él, es la de uno de los grandes maes- tros de la escuela.» AT... RS Estas lineas entusiastas son verdaderamente asombrosas, tanto por su precocidad como por su audacia. Si el redactor jefe del periddico te- nia, como es de presumir, pretensiones de ser un entendido en pintura, el joven Thiers debié parecerle un poco loco. Para hacerse bien una idea de la profunda turbacién que el cuadro de Dante y Virgilio debié provocar en los espiritus de entonces, el asombro, el estupor, la célera, las aclamaciones, las injurias, el entusias- mo y los insolentes estallidos de risa que rodearon a este bello cuadro, auréntica sefial de una revolucién, hay que recordar que en el taller del Sr. Guérin, hombre de un gran mérito pero déspota y exclusive como su maestro David, no habfa més que un pequefio numero de parias que se preocupaban de los viejos maestros abandonados y se atrevian timi- damente a conspirar a la sombra de Rafael y de Miguel Angel. No «s todavia cuestién de Rubens. El St. Guérin, rudo y severo con su joven alumno, no miré el cua dro sino a causa de la resonancia que tuvo. Géricault, que volvia de Italia, y se dice habfa abdicado de sus cua lidades casi originales ante los grandes frescos romanos y florentinos, hizo tales elogios del nuevo pintor, todavia timido, que este se sentit casi confundido. 114 Fue ance esta pintura 0, algiin tiempo después, ante Las Apesados de Quies?, ante la que el propio Gérard, que, a lo que parece era més termbre de espirita que pintor, exclamé: «Acaba de revelérsenos un par pe € un hombre que corte de boca en boca» Para corer Fe tpoca en boca es necesario tener el pie firme y el ojo iluminado por una luz interior. 4 : {Gloria y justicia les sean rendidas a los Srs. Thiers y Gérard! Desde el cuadro de Dante y Virgilio hasta las pinturas de la camara de los pares y de los diputados", hay sin duda un gran trecho; pero la biografia de Eugene Delacroix es poco accidentada. Para semejante hombre, dotado de tal pasién y coraje, las luchas més interesantes son aquellas que ha de sostener consigo mismo; los horizontes no tienen por qué ser grandes para que las batallas sean importantes; las revolu- cones y los acontecimientos mas curiosos acontecen bajo la béveda craneana, en el estrecho y misterioso laboratorio del cerebro. Asi pues, debidamente revelado el hombre y revelandose cada ver més (cuadro alegérico de Grecia, Sardandpalo, La libertad, etc.), domi- nado de dia en dia el contagio del nuevo evangelio, el desdén académi- co se vio obligado a inquietarse por ese nuevo genio. El Sr. Sosthénes de La Rochefoucauld, entonces director de Bellas Artes, hizo llamar un buen dia a E, Delacroix, y le dijo, tras muchos cumplidos, que era ‘mortificante que un hombre de tan rica imaginacién y de tanto talen- to, para quien el gobierno deseaba lo mejor, no quisiera echar un poco agua en su vino; finalmente le pregunté si no le seria posible modifi- car su estilo. Eugene Delacroix, prodigiosamente sorprendido por este Curioso requisito y por los consejos ministeriales, respondié con una célera casi cémica que, aparentemente, si pintaba asi, era porque asi te- nia que hacerlo y que él no podia pintar de otra manera. Cayé en com- pleta desgracia, y durante siete afios s¢ le privé de toda clase de trabajo. Hubo que esperar a 1830. El St. Thiers habia publicado en Le Globe un ‘nuevo y pomposo articulo. _, Un viaje a Marruecos dejé, alo que parece, una profunda impre- {ion en su espftitu; alli pudo estudiar a gusto al hombre y a la mujer en 'a independencia y la originalidad nativa de sus movimientos, y com- Prendet la belleza antigua a través del aspecto de una raza intacta de 1 despistados los tonos lo del cuadro es ne Pongo apestados en vex de masanza, para explicar a los ‘Mag’ Cates tan frecuentemente eriticados. [Nota de Baudelaie.] El cians de Quios. " " Delacroix concluia en 1846 sus pinturas del Palacio del Luxemburgo (cimara de a Y continuaba las del Palais-Bourbon (cémara de los diputados), inicadas en 1s. toda mezcla y enriquecida por su salud y por el libre desarrollo de rmiisculos. De esta época probablemente datan las Mujeres de Aus una multitud de bocetos. . Se ha sido injusto hasta este momento con Eugéne Delacroix, [y critica ha sido con él amarga ¢ ignorante; salvo algunas hontosas excen ciones, el elogio ha debido a menudo parecerle chocante. En genera’, para la mayoria de la gente, nombrar a Eugéne Delacroix es como ame. jar en su espiritu no sé qué ideas vagas de fogosidad mal encauzada, de turbulencia, de inspiracién aventurera, hasta de desordens y para esos sefiores que integran la mayoria del piiblico, el azar, honesto y compla. ciente servidor del genio, juega un importante papel en sus més felices composiciones. En la desgraciada época de revolucién a la que me refe- rfa hace poco, de la que he consignado los numerosos desprecios, con frecuencia se ha comparado a Delacroix con Victor Hugo. Se tenia al poeta romintico, hacfa falta el pintor, Esta necesidad de encontrar a toda costa semejantes y andlogos en las distintas artes, lleva con fre- cuencia a extrafias pifias, y esta demuestra una vez mds que era poco entendido, Sin duda la comparacién debié resultarle penosa a Eugéne Delacroix, puede que a ambos; pues si mi definicién del romanticismo (intimidad, espiritualidad, etc.) sittia a Delacroix a la cabeza del roman- ticismo, excluye nacuralmente al Sr. Victor Hugo. El paralelismo ha quedado en el dominio banal de las ideas aceptadas, y esos dos prejui- cios entorpecen todavia muchas cabezas debiles. Hay que acabar de una vez por todas con todas esas necedades de retérico. Ruego a todos aquellos que han sentido la necesidad de crear para uso propio una es- tética determinada, y de deducir las causas de los resultados, que com- paren atentamente los productos de estos dos artistas. EI Sr. Victor Hugo, del que ciertamente no quiero disminuit la n0- bleza y la majestad, es un obrero mas habil que inventivo, un trabaje dor mas correcto que creativo. El Sr. Victor Hugo deja ver en todos sus cuadros, liricos y draméticos, un sistema de alineamiento y de contras- tes uniformes. La misma excentricidad adquiere en ¢l formas simétti- cas. Posee a fondo y emplea friamente todos los tonos de la rima, todos los recursos de la antitesis, todas las trampas de la aposicién. Es ut compositor de decadencia o de transicién, que se sirve de sus her", mientas con una destreza verdaderamente admirable y curios®. Se. Hugo era por naturaleza académico antes de haber nacido, y si °° encontréramos todavia en los tiempos de las maravillas fabulosas, ta con gusto que los leones verdes del Instituto, cuando él pastbs FY delante del enojado santuario, le murmuraron frecuentemente ¢0” Vor profética: «/Tii serds de la Academia!» 116 La justicia es més tardia para Delacroix. Sus obras son, por el con- trario, poemas, grandes poemas ingenuamente concebidos'', ejecutados wy la acostumbrada insolencia del genio. En los del primero, no hay vada que adivinars encuentra tanto placer en demostrar su habilidad, gue no omire ni una brizna de hier ni un refleo de reverberacion. Fl segundo abre en los suyos profundas avenidas a la més viajera de las imaginaciones. El primero goza de una cierta tranquilidad, mejor di- cho, de un cierto egoismo de espectador, que hace planear sobre toda su poesfa una cierta frialdad y moderacién, que la pasién biliosa y tenaz del segundo, en conflicto con las paciencias del oficio, no siempre le permite conservar. Uno comienza por el detalle, otro por la inteligencia intima del tema; a eso se debe que este se quede en la piel y que el otro desgarre las entrafias. Demasiado material, demasiado atento a las su- perficies de la naturaleza, el Sr. Victor Hugo se ha hecho un pintor en poesia; Delacroix, siempre respetuoso con su ideal, es a menudo, a su manera, un poeta en pintura. En cuanto al segundo prejuicio, el prejuicio del azar, no tiene mas valor que el primero. No hay nada més impertinente ni mds tonto que hablar a un gran artista, erudito y pensador como Delacroix, sobre las obligaciones que puede tener con el dios del azar. Lo que simplemente hace es alzar los hombros con compasién. No hay azar en el arte, no més que en mecdnica. Un buen hallazgo es la simple consecuencia de un buen razonamiento del que a veces se han saltado los pasos interme- dios, lo mismo que una falta es la consecuencia de un falso principio. Un cuadro es una maquina en la que todos los sistemas son inteligibles para tn ojo ejercitado; donde todo tiene su razdn de ser, si el cuadro es bueno; donde un tono estd siempre destinado a hacer resaltar otros donde una falta ocasional de dibujo es a veces necesaria para no sacrifi- car algo mds importante. Esta intervencién del azar en los asuntos de pintura de Delacroix 5 tanto mas inconcebible dado que es uno de los raros hombres que siguen siendo originales tras haber profundizado en todas las fuentes auténticas, y en quien la indomable individualidad ha pasado alternati- vamente bajo el yugo, sacudido, de todos los grandes maestros. Mis de uno se sentiria bastante asombrado al ver un estudio hecho por él a imitacién de Rafael, obra maestra paciente y laboriosa de copia, y pocas "Hay jue Bi ia sacia del oficio combinada con et entender por ingenuidad del genio la cienc : ‘i sdauton, pero la cena meadsta que deja el mejor papel al temperamenco, [Nots 4 tudelire] Gnd séauton:wconéecte a ti mismo, iscrpeién en of Templo de Delos ‘We Séerates adopté como divi 7 personas ecuerda hey las itografas que hizo a imitacién de medal y piedrasgrabudas, a del Se. Heintich Heine que explican batane py na Delacroix, método que es, como en todos los hombres oon consttuidos, resultado de su temperament «En materia Jeemte, soy sobrenacuralista, Creo que el artista no puede encontrar en I naturaleza a todos sus tipos, sino que ya en el mismo instante los mas no- tables le son revelados a su alma, como lo simbélico innato de las ideas aoe Un moderno profesor de historia, que ha escrito las Inetgaio. nes sobre Italia, ha quetido restablecer el viejo principio de la imitacién de Ta naturaleea, y mantener que el artista plistico debia encontrar todos sus tipos en la naturaleza. Este profesor, al exponer de este modo su princi- pio supremo de las artes plisticas,tinicamente habfa olvidado una de es- tas artes, una de las més primitivas, me refiero a la arquitectura, en la que se ha intentado en vano encontrar sus modelos en el follaje de los bos- ques, en las grutas rocosas: esos tipos no estaban en la naturaleza exterior, estaban en el alma humana», Delacroix parte, pues, del siguiente principio, que un cuadro debe ante todo reproducir el pensamiento {ntimo del artista, el cual domina el modelo, como el creador la creacién; y de ese principio surge un se- gundo, que a primera vista parece contradecirlo, a saber: hay que ser cuidadoso con los medios materiales de ejecucién, Siente una fanética estima por la limpieza de los instrumentos y la preparacién de los ele- mentos de la obra, En efecto, al ser la pintura arte de un razonamiento profundo y que requiere la concurrencia inmediata de un sinfin de cualidades, es importante que la mano encuentre, cuando se pone a ello, el menor mimero de obstéculos posible, y realice con una rapide servil las érdenes divinas del cerebro: de lo contrario el ideal se desva- nece, _, Asi de lenta, seria y concienzuda es la concepcién del gran artista, asi de répida su ejecucién, Es, ademds, una cualidad que comparte com aquel del que la opinién piblica ha hecho su antfpoda, el Sr. Ingres. El de ana ae eebcom, yes grandes sefores de a pintura, dowd: ime. ee espliegan una agilidad maravillosa al cubs iepuaigg eeu se ha rehecho varias veces por entet0s Y Pana cantenia muchas menos figuras. ; que vuelve y Seale ‘ naturaleza es un extenso diccionario ¢ e ‘as hojas con ojo seguro y profundos y & d "El texto de Heine Fiedich wn ee Prete des Sain de 18315 el hiscoriador al que aude ct ¥ 484 obra Investigaciones italianas, 118 rocede principalmente del recuerdo, habla principal- ra, que P pinta eterdo. El efecto que produce en el alma del espectador nent a eros medios del artista. Un cuadro de Delacroix, Dante y Virgilio, PO ejemplo, ee profunda, cuya Isidd se acrecienta con Ta distancia. Sactifcando sin cesar el iMile al conjunto, y temiendo debilitar la vitalidad de su pensa- miento por el cansancio de una ejecucién mas neta y mas caligrafi- megora plenamente de una originarilidad inalcanzable, que es la jatimidad del tema. ; ‘ i Bl ejercicio de una dominante no tiene legitimamente lugar sino en detrimento del resto. Un gusto excesivo exige sactificios, y las obras sf esras no son nunca més que fragmentos diversos de la naturaleza, Esla raz6n por la que hay que sufrir las consecuencias de una gran pa- sién, sea cual fuere, aceptar la fatalidad de un talento, y no mercadear con el genio. Es algo en lo que no han pensado las personas que tanto se han burlado del dibujo de Delacroix; en particular los escultores, gentes parciales y tuertas més alld de lo permisible, y cuyo juicio vale como mucho la mitad que el juicio de un arquitecto. La escultura, para la que el color es imposible y el movimiento dificil, nada tiene que ver con un artista a quien preocupan sobre todo el movimiento, el color y la atmésfera. Esos tres elementos piden necesariamente un contorno algo indeciso, lineas ligeras y flotantes, y audacia en la pincelada. Dela- ctoix es hoy el tinico cuya originalidad no ha sido invadida por el siste- ma de las lineas rectas; sus personajes son siempre agitados, y sus ropajes ondeantes, Desde el punto de vista de Delacroix, la linea no existe; pues, por tenue que sea, un geémetra guas6n siempre puede suponerla lo bas- tante espesa para contener mil més; y para los coloristas, que quieren imitar las palpitaciones eternas de la naturaleza, las I{neas no son nunca, como en el atco iris, sino la fusién intima de dos colores. Por otra parte, existen varios dibujos, lo mismo que varios colores: exactos 0 erréneos, fisionémicos e imaginados. El primero es negativo, incorrecto a fuerza de realidad, natural Pero descabellado; el segundo es un dibujo naturalista, pero idealizado, dibujo de un genio que sabe elegir, arreglar, corregit, adivinas, contener lanaturaleza; por tltimo, el tercero, que es el mas noble y el més extra- fo, puede ignorar la naturaleza; representa otra, andloga al espiritu y al temperamento del autor. El dibujo fisiondmico es por lo general propio de los apasionados, como el Sr. Ingres; el dibujo de creacién es privilegio del genio”. "Eso que el Sr. Thiers llamaba la imaginacidn del dibujo. [Nota de Baudelaire 119 La gran cualidad del dibujo de los artistas supremos ¢ del movimiento, y Delacroix jamds viola esta ley natural, "das Pasemos al examen de cualidades atin mas generales, caraceres principales del gran pintor es la universlidad A,r) €pico, Homero o Dante, sabe hacer igualmente bien un jd rracién, un discurso, una descripcién, una oda, etc. Del mismo modo, Rubens, si pinta frutas, pintaré los fate,» hermosos que un especialista cualquiera. a E, Delacroix es universal; ha realizado cuadros de género le de intimidad, cuadros de historia llenos de grandera. Solo gar en nuestro incrédulo siglo, ha creado cuadros religiosos que no vacios ni frios como las obras de concurso, ni pedantes, mistico, 4 neo-cristianos, como los de todos esos filésofos del arte que hacen la religién una ciencia de arcaismo y creen necesario poseet ante todg lo simbélico y las tradiciones primitivas para conmover y hacer vibra, Ia fibra religiosa. Lo que se comprende ficilmente, si consideramos que Delacroix €s, como todos los grandes maestros, una admirable mezcla de ciencia -es decis, un pintor completo-, y de ingenuidad, es decir un hombre completo. Id a ver en Saint Louis en el Marais esa Pieni, en la que l ‘majestuosa reina de los dolores sostiene sobre las rodillas el cuerpo de su hijo muerto, los dos brazos extendidos horizontalmente en un acce- so de desesperacién, un ataque de nervios maternal. Uno de los dos personajes, que ampara y modera su dolor, esté afligido como las figu- ras més lastimosas de Hamlet, obra esta con la que tiene mds de una cosa en comtin. De las dos santas mujeres, la primera se arrastra con- vulsivamente por el suelo, atin revestida de las joyas y de los distintivos del lujo; la otra, rubia y dorada, se postra con mayor suavidad bajo el peso enorme de su desesperacién. El grupo esté escalonado y dispuesto por entero sobre un fondo de un verde oscuro y uniforme, que se asemeja tanto a los amasijos de rocas como a un mar batido por la tormenta. Ese fondo es de una simplicidad fantéstica, y E. Delacroix sin duda, como Miguel Angel, ha suprimido lo accesorio para no perjudicar la claridad de la idea. Esta obra maestra deja en el espiritu un profundo surco de melanco- Ifa. No era, ademés, la primera vez que acometia temas religios0s- Crista en el Huerto de los Olivos y San Sebastian, hablan dado ya test lio, una na ‘i La Pieté de 1844 estaba (y esté) en el batrio parisiense del Marais, pero en lai de Saint-Denis-du-Saine Sacrament inienesc ime 120 ravedad y de la sinceridad profunda con las que s monio de la g abe impregnarlos. Pero para explicar lo que afirmaba hace poco ~que solo Dela- croix sabe hacer religién—, haré notar al observador que, si bien sus Sindros mds interesantes son casi siempre aquellos en los que él elige fos temas, es decir los de fantasfa, sin embargo, la tristeza seria de su talento conviene perfectamente a nuestra religién, religién profun- damente triste, religin del dolor universal, y que, por su misma ca- tolicidad, deja en plena libertad al individuo y no pide otra cosa que ser celebrada en el lenguaje de cada cual -si conoce el dolor y si es intor. Pim ecuerdo que uno de mis amigos, muchacho de mérito, colorista en voga -uno de esos javenes precoces que despiertan esperanzas toda su vida, y mucho més académico de lo que él se piensa Iamaba a sta pintura: ;pintura de canibal! ;Sin duda, no ser en las curiosidades de una paleta repleta, ni en el diccionario de las reglas, donde nuestro joven amigo sabré encontrar esta sangrienta y feroz desolacién, apenas compensada por el verde sombrio de la esperanza! Este himno terrible al dolor ejerefa sobre su imaginacién clisica el efecto de los temibles vinos de Anjou, de Auvergne o del Rhin, sobre tun est6mago acostumbrado a los palidos violiceos del Medoc. Asi, universalidad de sentimiento, y ahora juniversalidad de la ciencia! Hace mucho tiempo que los pintores habfan, por asi decirlo, desaprendido el géneto llamado de decoracién. El hemiciclo de Bellas Artes es una obra pueril y torpe, en la que se contradicen las inten- ciones, que parece una coleccién de retratos hist6ricos. Fl Técho de Homero es un bello cuadro que techa mal'*. La mayor parte de las ca- pillas realizadas en los tiltimos tiempos, distribuidas entre los discfpu- los del Sr. Ingres, estin hechas siguiendo el sistema de los italianos Primitivos, es decir, pretenden Ilegar a la unidad mediante la supre= Sin de los efectos luminosos y mediante un amplio sistema de ilumi nacién mitigada, Este sistema, sin duda més razonable, esquiva las dificukades. Bajo Luis XIV, Luis XV y Luis XVI, ls pintores ralza, ron decoraciones ampulosas pero que carectan de unidad en el color ¥ en a composicién, roche que representaba alos grandes ar- Bl hemiciclo de : obra de Delar ilo de Balas Artes: obra de Dearoche 4 PT ry de Ingtes ‘sts hasta finales del siglo xvi. El recho de Homer ‘Que decoraba el techo de una sala del Louvre. 121 B. Debaroi wo que hacer decoraione, reso l pan py blemay, Encontrd la unidad del conjunto sin perjudicar su ofc de rors cud la Camara de los Diputados para testimonio de esta sing lar ete uz, distribuida sosialonete circula a través dey, in intrigar tiranicamente ). Sa ae raar dela biblioteca de Luxemburgo es una ob todavia més sorprendente, en la que el pintor ha llegado no sol aun efecto mds dulce y uniforme, sin suprimir ninguna de las ali. dades de color y de luz que son propias a todos sus trabajos, sng que ademés se ha revelado bajo un nuevo aspecto: ;Delacroix pais. jistal : : En ver de pintar a Apolo y a las Musas, decoracién invariable de todas las biliotecas, E. Delacroix ha cedido a su gusto irresistible por Dante, a que quizi solo Shakespeare iguale en su espiritu,y ha elegido el pasaje en que Dante y Virgilio encuentran en un lugar misterioso a los principales poetas de la antigiiedad: ca «No dejamos de andar porque él hablase, mis atin por la selva camindbamos, la selva, digo, de almas apifiadas. No estdbamos atin muy alejados del sitio en que dormi, cuando vi un fuego, que el fiinebre hemisferio derrotaba, Atin nos encontrébamos distantes, mas no tanto que en parte yo no viese un digna gente estaba en aquel sitio. “Oh ti que honras toda ciencia y arte, estos zquin son, que tal grandeza tienen, que de todos los otros les separa?” Y respondié: ‘Su honrosa nombradfa, que allen tu mundo sigue resonand» gracia adquiere del cielo y recompensy, Entre tanto una vor puede escuchar: Honremos al altisimo poeta; vuelve su sombra, que marchado habia’, 122 Cuando estuvo la voz quieta y callada, vicuatro grandes sombras que venian: ni triste ni feliz era su rostro. El buen maestro comenzé a decitme: ‘Fate en ese con la espada en la mano, que como el jefe va delante de ellos: Es Homero, el mayor de los poetas; el satftico Horacio luego viene; tercero Ovidios y ultimo, Lucano, Yaunque a todos igual que a mi les cuadra el nombre que soné en aquella voz, me hacen honor, y con esto hacen bien,’ Asi reunida vi a a escuela bella de aquel sefior del altisimo canto, que sobre el resto cual éguila vuela. Después de haber hablado un rato con ellos, on gesto favorable me miraron: Y mi maestro, en. tanto, sonreiz Y todavia atin mas honor me hicieron Porque me condujeron en su hilera, Siendo yo el sexto entre tan grandes sabios'® No haré a Delacroix la injuria de un elogio exagerado por haber lo con tal acierto la concavidad de su tela y haber colocado las f- Buras derechas, Su talento estd por encima de estas cosas, Me intereso Sobre todo por el espititu de esta pintura, Es imposible expresar con B Prosa toda la calma bienaventurada que respira, y la profunda ae py lot@ en esta atmésfera, Hlace pensar en las paginas més ieee fmaco",y wae todos los recuerdos que se ha llevado el espritu ele arraciones eliseas. El paisaje que, pese a todo, es un accesorio, es, ven fou de ckilifiom, de Dante, camo 1, waduccién de Pet Angelo Firenin uO Matdeite.] Veros 64-102, Pan's wer ‘pafola se ha seguido la traduccion de L mit de Melo, Madrid, Editorial Cede 1988. ied aes 82 Ue Célebre poema épico-didéctico de Fénélon sobre las ave "SS De sta cbraprocede la eta mis abajs spar cl placer dels o> 123 de el punto de vista en el que me situaba anteriormente —la univers dad de los grandes maestros-, una de las cosas més importantes. paisaje circular que abraza un espacio enorme, esté pintado con ¢| ap. mo de un pintor de historia, y la finura y el amor de un paisajista R, mos de laurel y sombras considerables lo cortan armoniosamente de sol dulce y uniforme duermen sobre la hietba; montafas azules c fiidas por bosques forman un horizonte a medida del deseo parc ep. cer de ls ojos. En cuanto al cielo, ¢s azul y blanco, algo sorprendente ey Delacroix; las nubes, deslefdas y trazadas en varios sentidos, como una gasa que se desgarra, son de gran ligereza; y esa béveda de azul, profun. da y luminosa, huye a una altura prodigiosa. Las acuarelas de Boning. ton son menos transparentes. Esta obra de arte, que, a mi entender, es superior a los mejores Ve- ronés, necesita, para ser comprendida, una gran quietud de espiritu y de un dia muy suave. Desgraciadamente, el dia deslumbrante que se precipitard por la gran ventana de la fachada, tan pronto como se lal bere de las telas y de los andamios, hard mds dificil ese trabajo. Este aiio, los cuadros de Delacroix son El Rapto de Rebeca, sacado de Ivanhoe, los Adioses de Romeo y Julieta, Margarita en la iglesia, y Un leén, ala acuarela. Lo que es admirable en El Rapto de Rebeca, es una perfecta ordena- cién de los tonos, tonos intensos, apretados, concisos y légicos, de los que deriva un aspecto sobrecogedor. En casi todos los pintores que n0 son coloristas, se observan siempre vacios, es decir, grandes huecos pro- ducidos por tonos que no estan a nivel, por asi decir; la pintura de De- lacroix es como la naturaleza, tiene horror al vacio. Romeo y Julieta—en el balcén-, en las frias claridades de la mafiane, se mantienen religiosamente abrazados por la mitad del cuerpo. En es opresién violenta del adiés, Julieta, las manos posadas sobre los hom bros de su amante, echa la cabeza hacia atrés, como para respirats © Pot un movimiento de orgullo o de gozosa pasién. Esta actitud insélita ~pues casi todos los pintores unen las bocas de los enamorados- ¢s si" embargo bien natural; ~ese movimiento vigoroso de la nuca es peculiat de los perros y de los gatos felices cuando se les acaricia. Los vapor Violiceos del crepisculo envuelven esta escena y el paisaje roménti? que la completa. El éxito general que obtiene este cuadro y la curiosidad 4" pennant Lanian o que ya dije anteriormente: que Delacots < que digan los pintores, y que bastard con ™ tanciar al pablico de sus obras para que lo sea tanto como los Pi” res inferiores, 124 ‘Margarita en la iglesia pertenece a esa clase ya numerosa de encan- tadores cuadros de género, con los que Delacroix parece querer explicar Al public sus litografias tan amargamente criticadas". Ese leén pintado a la acuarela tiene para mi un gran mérito, ade- iis de la belleza de la actitud y del dibujo: que esté hecho con una gran encillez. La acuarcla se ha reducido a stu més modesto papel, y no quiere hacerse tan espesa como el dleo. Para completar este anilisis, me esta sefialar una tiltima cualidad en Delacroix, la més notable de todas, y que hace de él el gran pintor del siglo X0%: es esa melancolia singular y obstinada que emana de todas sus obras, y que se expresa a través de los temas, en la expresién de las figu- ras, en el gesto y en el estilo del color. Delacroix tiene afecto a Dante y a Shakespeare, otros dos grandes pintores del dolor humano; los cono- cea fondo y sabe traducirlos libremente. Al contemplar la serie de sus cuadros, se diria que se asiste a la celebracién de algtin misterio doloro- so; Dante y Virgilio, Las matanzas de Quios, Sardandpalo, Cristo en el Huerto de los Olivos, San Sebastidn, Medea, Los ndufragos y Hamlet, can criticado y tan poco comprendido. En varios se encuentra, por no sé qué constante azar, una figura més desolada, més abatida que las otras, en la que se resumen todos los dolores circundantes; asi la mujer arro- dillada, con la cabellera colgante, en el primer plano de Los Cruzados en Constantinopla; la vieja, tan ligubre y tan arrugada, en las Matanzas de Quios, Esta melancolia se respira hasta en las Mujeres de Argel, su cua- dro més golante y florido. Este pequefio poema de interior, lleno de re- oso y de silencio, repleto de ricos tejidos y de chucherias de tocados, exhala no sé qué perfume de lugar de perdicién que nos guia con bas- tante presteza a los insondables abismos de la tristeza. En general, no pinta mujeres guapas, al menos desde el punto de vista de las gentes de mundo, Casi todas estén enfermas, y resplandecen de una cierta belleza interior. No expresa la fuerza por el grosor de los miisculos, sino por la tensién de los nervios. No es solo el dolor lo que mejor sabe expresar, sino especialmente —prodigioso misterio de la pintura-, jel dolor moralt Esta elevada y seria melancolia brilla con un fulgor apagado, hasta en su color, amplio, sencillo, abundante en masas armoniosas, como el de todos los grandes coloristas, pero quejumbroso y profundo como una melodia de Weber'®. " Las litografias de Delacroix sobre el Fausto de Goethe. i "El miisco roméntico Carl Maria von Weber. Baudelaire hari la misma compara- ‘iin en el poema Los faros, de Las flores del mal 125 Cada uno de los grandes maestros tiene su reino, su infang que a menudo se ve obligado a compartir con rivales ilustes. Raf} tiene la forma, Rubens y Veronés el color. Rubens y Miguel Ang. , imaginacién del dibujo. Una porcién del imperio continuaba dong, tinicamente Rembrandt habia hecho algunas incursiones ~el drama drama natural y viviente, el drama terrible y melancélico, expresady frecuentemente mediante el color, y siempre mediante el gesto, En materia de hechos sublimes, Delacroix solo tiene rivals fuer, de su arte. Tan solo conozco a Frédérick Lemaitre y Macready”, ‘Acesa cualidad enteramente moderna y enteramente nueva se debe que Delacroix sea la expresién iiltima del progreso en el arte. Heredero de la gran tradicién, es decir, de la amplitud, de la nobleza y de la pom. pa en la composicién, y digno sucesor de los viejos maestros, jtiene en mayor medida que ellos el dominio del dolor, la pasién y el gesto! Esto es verdaderamente lo que constituye la importancia de su grandeza. En efecto, supongan que el bagaje de uno de los antiguos ilustres se pierde, habré casi siempre otro andlogo que podré explicarlo y hacerlo adivinar por el pensamiento del historiador. Quiten a Delacroix, la gran cadena de la historia se ha roto y ha caido al suelo. En un articulo que més parece una profecia que una critica, zpara qué sefialar las faltas de detalle y las manchas microscépicas? El conjun- to ¢s tan bello que me falta el valor. Por otra parte, jes algo tan ficil ylo han hecho tantos otros! 2No es mis original ver a las personas pot st lado bueno? Los defectos del Sr. Delacroix son en ocasiones tan visibles que saltan a Ja vista menos ejercitada. Se puede abrir al azar la primera hoja que llega, en la que durante mucho tiempo se han obstinado, a la inversa de mi sistema, en no ver las radiantes cualidades que confor- man su originalidad. Es sabido que los grandes genios nunca se equive- can a medias, y que tienen el privilegio de la enormidad en todos los sentidos. Entre los alumnos de Delacroix, algunos se han apropiado certera- mente de lo que puede tomarse de su talento, 0 lo que es lo mismo, de algunas partes de su método, y ya se han hecho de cierta reputacion. Sin embargo su color tiene, por lo general, el defecto de no pretender ms que lo pintoresco y el efecto; el ideal no es su Ambito, aunque P* sen gustosamente de la naturaleza, sin haber adquitido el derecho (= vés de los atrevidos estudios del maestro, ago, ® Lemaitre fue uno de los més grands i OF le los més grandes actores de la época romantica. Macready, ‘oso actor trfgico inglés, habia acuado también en Pash Pe 126 Hlemos constatado este afio la ausencia del Sr. Planet, cuya § Wr amado la atencin de los entendidos en el vltimo Salon, al esener, que ha hecho a menudo cuadros an 27S dems ver con placer algunos owe one sn 7de fea, pes ala proximidad terrible de Deacon, ba cand ger Cherelle ha enviado el Marti de Santa lene. joerk compuesto de unt soa figura y de una pica bastante desaers, ‘8g demi, el clory el modo dl roo son en conan ro me parece que el Sr, Léger Chér in leo ra less eee Hoe tiene de bastante singular la Muerte de Cleopatra, del gz Lawak Bordes, es queen él no se encuentra esa preocupacisn nia eolos y puede que sea un mérito. Los tonos son, pot asi decilo nivocos, y esa amargura no esté desprovista de encantos. * Clenpatra expira en su trono, y el enviado de Octavio se inclina jan contemplarla. Uno de sus sirvientes acaba de mori a sus pies. La ‘camposicién no carece de majestad, y la pintura est ejecutada con una Snplicidad bastante audaz; la cabeza de Cleopatra es hermosa, y la tonpostua verde y rosa de la negra contrasta acertadamente con el co- lorde su piel. En esta gran tela, levada a feliz término sin ninguna pre- en imitacién, sin duda, hay algo que agrada y atrae al paseante snteresado. 127

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