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La civilización maya

Es sin duda la más fascinante de las antiguas culturas americanas. Ciertamente, en ninguna de
ellas se halla un esplendor artístico e intelectual parangonable al alcanzado por la cultura maya
durante el llamado «Viejo Imperio» o periodo Clásico (250-900 d.C.), resultado de un
desarrollo que había empezado al menos en el siglo IV a.C. y que tuvo su principal foco de
irradiación en la ciudad de Tikal, tan impresionante por sus dimensiones como por su
monumental urbanismo. El sorpresivamente abrupto y enigmático final del Viejo Imperio,
cuyas ciudades fueron repentinamente abandonadas y cubiertas por la selva, ha hecho correr
ríos de tinta y es todavía hoy objeto de especulaciones.

Tras el colapso de su área central, el mundo maya gravitó hacia el norte: en el Yucatán, las
ciudades de Chichén Itzá y Mayapán ostentaron sucesivamente la supremacía en el transcurso
del «Nuevo Imperio» o periodo Posclásico (900-1500), a la vez que la cultura maya asimilaba
las influencias toltecas en una época todavía brillante en realizaciones. A mediados del siglo
XV, sin embargo, la caída de Mayapán dio paso a un panorama de disgregación política y
decadencia irreversible que facilitaría la conquista española.

Los «griegos del Nuevo Mundo»

Enhiestas pirámides, suntuosos palacios y precisos observatorios astronómicos abandonados a


la exuberancia de la vegetación selvática fueron durante siglos los mudos testimonios de la
grandeza de una civilización que, tras extender su pujante poderío político y religioso, se había
adentrado por los caminos de las artes y las ciencias (escritura jeroglífica, astronomía,
matemáticas) hasta alcanzar aquellos niveles por los que algunos historiadores y arqueólogos
describieron a los mayas como «los griegos del Nuevo Mundo». En contraste con la
estupefacción de los primeros europeos que contemplaron el imponente espectáculo de sus
ruinas, actualmente es posible trazar una imagen de la cultura maya relativamente fiable y
comprensiva, aunque es probable que, por la magnitud de los yacimientos todavía examinados
superficialmente o por descubrir, nuestros conocimientos sean inferiores a los que
proporcionarán las futuras investigaciones.

El área geográfica de la civilización maya puede visualizarse como una región bien definida, la
península del Yucatán, imaginariamente extendida por su base hasta la costa del Pacífico. Sus
320.000 kilómetros cuadrados abarcan territorios que hoy corresponden a Guatemala, Belice,
el sur de México (estados de Yucatán, Campeche, Quintana Roo, Tabasco y Chiapas) y el oeste
de Honduras y El Salvador.

Esta vasta superficie comprende áreas muy distintas en cuanto a climatología y recursos. La
llanura de la costa del Pacífico, cálida y lluviosa, posee suelos muy fértiles, poblados por una
flora y una fauna típicamente tropicales y surcados por numerosos y cortos ríos, que nacen en
las cercanas montañas. La Tierras Altas (o Altiplano) constituyen una zona montañosa y
boscosa de clima frío o templado; sus volcanes, de altitudes superiores a los cuatro mil metros,
aportaron materiales básicos para el desarrollo tecnológico de las diferentes culturas
mesoamericanas: la obsidiana, que se utilizaba para cortar, o la andesita, que sirvió para
fabricar instrumentos de molienda.

Pero fue en las calurosas Tierras Bajas donde la civilización maya, de forma sorprendente,
alcanzó su mayor esplendor. Las selváticas Tierras Bajas del Sur incluyen las cuencas de los ríos
Usumacinta y Motagua y el lago Izabal, como líneas esenciales de comunicación y de
relaciones comerciales, y la región de El Petén, con lagos y pequeños ríos en superficie y una
abundante vegetación típica de la selva tropical lluviosa, con gran riqueza de especies
vegetales y animales.

En las Tierras Bajas del Norte, área coincidente con la península de Yucatán, la escasa
pluviosidad y el reducido número de corrientes de agua superficiales, sumados a suelos
mayoritariamente calizos con profusión de cursos de agua subterráneos, se traducen en una
flora donde domina la presencia del bosque bajo y los matorrales. Tales factores
medioambientales condicionaron tanto el desarrollo como los asentamientos de los mayas, ya
que sólo allí donde había cenotes (grandes pozos naturales de agua) fue posible el
establecimiento y la estabilización de las poblaciones.

La presencia humana en esta región, obviamente, es muy anterior al florecimiento de la


civilización maya. Los primeros vestigios datan del periodo Lítico, entre los años 12000 y 6000
a.C., y dan fe de la presencia de cazadores en el Altiplano y de asentamientos en zonas
costeras. Durante el periodo Arcaico, entre los años 6000 y 2000 a.C., se inició el cultivo de
plantas como el maíz, la calabaza y el frijol, que llegarían a ser básicas en la dieta de
subsistencia del área mesoamericana; surgieron aldeas sedentarias sin trazas de jerarquía
interna y con poca complejidad social y política que convivieron con poblaciones cazadoras y
recolectoras. Es preciso subrayar que en ningún caso cabe hablar aún de características
capaces de diferenciar la cultura maya de los numerosos pueblos que en ese momento
habitaban en la región mesoamericana.

El periodo Formativo o Preclásico (2000 a.C. - 100 d.C.)

Tanto la mayor complejidad social como la diferenciación entre culturas empezaron a


evidenciarse en el periodo Formativo o Preclásico, entre los años 2000 a.C. y 100 d.C. Para
facilitar la comprensión de las significativas variaciones que presenta esta etapa, cabe dividirla
en tres subperiodos: Temprano, Medio y Tardío.

El inicio del periodo Formativo Temprano se vincula a una serie de cambios fundamentales,
entre los cuales destaca el paso definitivo al sedentarismo, claramente asociado al desarrollo
de la agricultura. Las poblaciones que vivieron en aquel periodo ocuparon pequeños
asentamientos o convivieron en aldeas compuestas por una serie de plataformas bajas sobre
las que se alzaban chozas de materiales perecederos con una lumbre en su interior. Bajo los
suelos de las viviendas solían realizarse enterramientos simples, con las connotaciones rituales
que ello comportaba, y se elaboraba ya una cerámica rudimentaria.
Estos poblados se desarrollaron en un limitado espacio costero próximo a pantanos y esteros;
las primeras evidencias de aldeas, cerámica y agricultura proceden de la costa del Pacífico y se
remontan al periodo comprendido entre los años 1850 y 1650 a.C. Tales rastros de
sedentarización están muy vinculados a desarrollos similares, como las culturas del istmo de
Tehuantepec y los olmecas, pueblo que se asentó en el Golfo de México. En el transcurso del
periodo Formativo Temprano aparecieron sociedades de carácter caciquil, con diferenciación
social interna y centros jerarquizados, algunos de los cuales llegaron a tener hasta mil
doscientos habitantes y contaban con estructuras de rango, como las que se aprecian en el
poblado de Paso de la Amada, en Chiapas.

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