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CAMILO: ANIVERSARIO 75

EL DIRIGENTE POLÍTICO

Pedro Antonio García, en Revista Bohemia, año 99/No.3, 2 de febrero/2007

Siempre evocamos su sonrisa ancha, que incluso no perdía ni cuando se


ponchaba al béisbol ante un Estadio Latinoamericano abarrotado y delirante; su
sombrero alón, regalo de un amigo; el apetito formidable – la memoria popular
habla de tortillas de 20 huevos, Che solía asegurar que una vez lo vio engullir
un cabrito entero -; sus antológicas bromas: a un perro callejero, que apareció
una madrugada, lo bautizó Fulgencio; a tres casquitos ignorantes les hizo creer
que el aparato para la tensión arterial del combatiente Sergio del valle era un
detector de mentiras…

Sin embargo, pocas veces nos referimos a las grandes dotes de Camilo
Cienfuegos como dirigente político. “En él la idea y la acción marchaban
estrechamente unidos”, afirma William Gálvez, uno de sus principales
biógrafos. “…) Los conceptos ideológicos fueron claros y firmes como puños de
acero, y estuvieron orgánicamente fundidos a la lucha y a las exigencias
concretas del combate revolucionario, en cada momento determinado. No hubo
en Camilo una diferenciación entre la batalla de las ideas y la batalla política y
militar.”

Según Raúl, cuando Fidel lo envía a la difícil misión de neutralizar la intentona


contrarrevolucionaria en Camaguey, durante octubre de 1959, no solo
apreciaba en Camilo “la más alta representación de la lealtad, la valentía y la
audacia”, sino también, “para enfrentar un problema de abiertos matices
ideológicos, al dirigente político de inquebrantable formación proletaria”.

Mes de definiciones

Así, como reza el Subtítulo, definió Camilo a junio de 1959. Con la Reforma
Agraria, la Revolución había asestado un duro golpe a los monopolios
norteamericanos y a la oligarquía criolla, los cuales reaccionaban
agresivamente; la Asociación de ganaderos publicaba en un documento su
rechazo a esta ley, y la prensa burguesa, encabezada por el libelo Prensa
Libre, se hacía eco de las demandas de los reaccionarios.

A la vez se movilizaba el pueblo en apoyo a la Revolución: el campesinado, en


Mantua, San Antonio de los Baños y Guantánamo; los ferroviarios en
congreso, en el centro del país; en toda Cuba se realizaban colectas, como la
de la Escuela 105, de Lawton, y cuando Camilo la visitó el 2 de junio, recibió de
manos de su antiguo maestro, Rodolfo Fernández, un donativo de profesores y
alumnos con destino a la Reforma Agraria. En ese plantel, donde aprendiera
las primeras letras, evocó los años de niñez y a los muchachos que como él
asimilaron en una escuela pública los primeros conceptos de amor y respeto a
la patria. Algunos de aquellos jóvenes, recordó, pagaron con su vida las ansias
de libertad.

No sería su único encuentro con la niñez cubana. Catorce días después, en la


Escuela Rural 8, de La Lisa, instalada en la antigua mansión de un esbirro de
Batista, al dirigirse al alumnado, expresó: “La Revolución está consciente de
que el futuro de la Patria depende de los muchachos que se forjan actualmente
en las aulas. Es por ello que, pese al trabajo que tenemos en la reorganización
del Ejército del Pueblo, nos preocupamos en la creación de más y más
escuelas, para que ningún niño cubano se quede sin instrucción”.

Eran días de constante actividad. Puede que se le viera al amanecer en Ciudad


Libertad, al mediodía en Matanzas y en la noche sorprendiera con su visita a
los orientales.

En la plazoleta del Muelle de Luz, tras recibir otra donación popular, esta vez
de implementos agrícolas, aprovechó la ocasión para exhortar a todos los
trabajadores del país a permanecer más unidos que nunca, pues “en estos
días se está definiendo quiénes están a favor de la Revolución y quiénes en
contra”.
Nadie detendrá la Revolución

La dirección de la Revolución delegó en Camilo la clausura del tercer curso de


miembros de la Policía Militar Revolucionaria. “Estamos dispuestos a tomar las
armas y usarlas debidamente contra el enemigo que atente contra la libertad”,
advirtió en el resumen del acto.

“No nos preocupan mucho las conspiraciones ni los enemigos de la Revolución


que se reúnen en tierra extraña para intentar atacarnos”, prosiguió. “Sabemos
que si ese día llega, ustedes y todo el pueblo sabrán cavar en las mismas
arenas las tumbas de los mercenarios que intenten arrebatarnos esta hermosa
libertad que hoy vive la República de Cuba”.

El 28 de junio, marchó al centro del país en una compleja misión. En una


ciudad de destacada participación en la lucha contra la tiranía batistiana, se ha
producido una peligrosa división entre los revolucionarios. Y para el Señor de
la Vanguardia es la encomienda de solucionar ese conflicto.

A su llegada a Sagua la Grande, vio cosas que le desagradaron: carteles a


favor y en contra de diferentes personas, denuncias sobre la presencia de
elementos batistianos dentro de las filas rebeldes en el cuartel del poblado.
Incluso, el (pretendido) acto de reafirmación revolucionaria, en la mañana, fue
el más pobre en convocatoria y el menos entusiasta de los que él había
asistido en todo nuestro archipiélago.

Preocupado, buscó enseguida el diálogo con el pueblo. “Sí, Comandante – le


dijo una mujer acerca de los batistianos en el cuartel -, quedan ocho y uno en la
jefatura”. La gente agrupada en torno a ella asintió con gritos de apoyo, por lo
que Camilo respondió: “Esta misma tarde vamos a ir al cuartel a ver cuáles son
los esbirros que visten el uniforme verde olivo de la revolución. Porque nadie
puede decir que nosotros amparamos a los esbirros”.

Con su maestría característica, el Señor de la Vanguardia logró solucionar las


diferencias existentes, desenmascarar a los verdaderos enemigos de la
Revolución. No es de extrañar que, en su segunda intervención ese día ante
los sagüeros, precisamente ante la tumba de los caídos en la localidad durante
la huelga del 9 de Abril, exhortara: “Por la libertad, pedimos que en silencio,
como hacen los hombres y mujeres de honor, juremos en silencio, que nadie
nos dividirá, que nada ni nadie detendrá la Revolución y que todos preferimos
caer muertos antes que rendirnos ante el enemigo o antes que la revolución se
detenga”.

La caballería invasora

El éxito de la Reforma Agraria constituía un asunto de vida o muerte para el


proceso revolucionario. De ahí que Camilo fijara su atención, en julio de 1959,
sobre la concentración campesina que, en apoyo de esa Ley y demás medidas
del Gobierno Revolucionario, se proyectaba celebrar para la conmemoración
del asalto al cuartel Moncada.

El 12 de julio, en el parque central de Güira de Melena, ante miles de


campesinos y toda una localidad engalanada con banderas cubanas y del 26,
el Héroe de Yaguajay expuso que si durante la guerra “juramos los solados
rebeldes Libertad o Muerte, ahora hemos hecho un nuevo juramento: Reforma
Agraria va, ya que es necesaria para el campesinado de Cuba, y no habrá
intereses poderosos, ni extranjeros poderosos, ni latifundistas poderosos, ni
criminales de guerra poderosos que detengan a la revolución.”

Tres días más tarde, desde Yaguajay, partió al frente de la Caballería


Invasora, y junto con ella, confundidos entre el millón de cubanos que se
congregaron aquel 26 de julio frente a la Biblioteca Nacional, patentizaron su
apoyo a Fidel y a la Revolución.

Apasionado defensor de la unidad

Ya en su visita a tierra avileñas en septiembre, Camilo había palpado cómo se


estaba gestando una taimada traición en el Camagüey. En Jobo Rosado (6 de
octubre), haría referencia a ese tema, sin mencionar nombres ni definir dónde.
Y haría hincapié en la necesidad de la unidad. “Tenemos que seguir codo, los
campesinos, los obreros, los estudiantes, el Ejército Rebelde, unidos
fuertemente con la mirada puesta en el futuro brillante de Cuba. Todos
tenemos que estar juntos para que esta Revolución no se detenga, (…) no sea
aplastada por los poderosos intereses extranjeros ni por los poderosos
intereses afectados por esta revolución”.

La intentona contrarrevolucionaria

Para neutralizar la sedición contrarrevolucionaria, Fidel envió a Camilo al


Camagüey. El Señor de la Vanguardia, con su coraje como arma fundamental,
derrotó a los amotinados con su sola presencia, su palabra sencilla; con la
justeza de la causa que defiende como argumento, desarmó a los traidores,
convenció a los confundidos.

A estos últimos explicaba: “Hasta dónde vamos, se nos pregunta, y nosotros


decimos que vamos con esta Revolución hasta el final. Vamos a realizar una
verdadera justicia social, vamos a sacar a los campesinos y a los obreros de la
miseria en que los tienen sumidos los intereses que hoy mueven las fuerzas de
la contrarrevolución.”

“No es necesario decir aquí hasta dónde van Fidel Castro y la Revolución
Cubana. Esta Revolución irá hasta sus límites finales, (…) hasta la meta
trazada, esta Revolución, como en los días de la guerra, solo tiene dos
caminos: Vencer o Morir:”

Jorge Enrique Mendoza, testigo presencial de las hazañas del héroe por
aquellos días en Camagüey, relató en más de una ocasión cómo Camilo ganó
para la causa revolucionaria a tres jóvenes confundidos por la demagogia de
los traidores. “A uno de ellos, que era negro, empezó a hacerle preguntas
sobre las leyes revolucionarias. Una y otra vez le preguntaba si no lo habían
beneficiado como persona pobre y negra…Y entonces, le preguntó por qué era
anticomunista, si el comunismo era una ideología que defendía a los pobres y
discriminados”.

“Muy profundo en el corazón de aquel joven negro debieron llegar las palabras
de Camilo – concluía Mendoza -, porque años después, cuando murió en un
accidente automovilístico, era un destacado militante de la UJC.”

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