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"Quien Es El Paciente En Estimulación Temprana"

(*)presentado En El Primer Congreso Nacional Sobre Educación Especial, Psicomotricidad Y Estimulación Temprana.
Córdoba, 22 Al 24 De Octubre De 1998.

Elsa Coriat

Recibí con sumo agrado la invitación para participar en este Congreso, pero, cuando me
dijeron el título que habían pensado para mi conferencia, confieso que, en los primeros
instantes, me asaltó el desconcierto; muy fugazmente pensé algo así como: "¿Que quién es el
paciente en Estimulación Temprana? ¡La respuesta es demasiado sencilla...!, ¡si se puede
responder con dos palabras! ¡El paciente es el bebé¡. ...Y después de decir eso, ¿qué más
voy a poder decir en toda una hora de conferencia?".

Seguramente atiné a hacer alguna pregunta, porque quien me estaba invitando me dijo que lo
que les interesaba era que se hablase de quienes son los que participan en el tratamiento: si
sólo el bebé, o si la madre, el padre, los hermanos, la familia.

Planteadas las cosas así, seguro que ya no se trataba tan sólo de responder con dos
palabras; se convertía en necesario, como mínimo, resolver una paradoja: ¿por qué, si
pensamos que nuestro paciente es el bebé, consideramos necesario trabajar con los padres?

Las palabras se comenzaron a agolpar de tal manera, que el problema ya no era encontrarlas,
sino más bien cómo ordenarlas, de forma de llegar a decir, en tan escaso tiempo, lo principal
que al respecto estaba en juego.

Ubicar quién es el paciente en Estimulación Temprana en realidad implica definir los límites y
la especificidad de tan discutida disciplina.

Por empezar, dejemos en el núcleo de nuestra respuesta las dos palabras iniciales: "el bebé",
pero agreguemos que un tratamiento de Estimulación Temprana no es para cualquier bebé,
sino sólo para aquellos que presentan problemas en su desarrollo.

Tal vez esto resulte demasiado obvio, pero el boom de la Estimulación Temprana, su

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expansión indiscriminada y mal entendida, ha hecho que, cada tanto, uno se encuentre con
ofertas tales como: "Estimulación Temprana para que su bebé (normal) resulte más
inteligente", o "Jardín de infantes El pirulito, con estimulación temprana incluida".

Una cuestión del mismo orden, pero más delicada, es cuando se considera que la
Estimulación Temprana es una disciplina dedicada a la prevención, y que en consecuen-cia es
necesario aplicarla masivamente a los bebés de riesgo... social, es decir, a aquellos que se
considera en riesgo porque sus padres carecen de recursos económicos, perteneciendo a una
población supuesta o efectivamente marginal.

Nos parece, sí, que en estos casos al Estado le corresponde implementar los recursos
necesarios para que los padres puedan proveer a sus hijos del alimento, abrigo, juguetes y
atención médica que necesiten, pero la Estimulación Temprana es otra cosa, y cuando se
pretende colocarla en el lugar que le corresponde a la asistencia social, a la puericultura y/o a
la pediatría, se tergiversa su sentido y su función, generando efectos iatrogénicos.

Por más que la colocación de un by-pass se ha demostrado un recurso eficaz para salvar
vidas en determinadas situaciones, no se le propone a todo el mundo que lo haga por si las
moscas, con el fin de prevenirse del riesgo de contraer determinada afección cardíaca. Y está
claro por qué: dejando de lado el costo, el riesgo de la operación es tal que sólo tiene sentido
recurrir a ella cuando no queda otro remedio.

Ocurre lo mismo con la propuesta de un tratamiento de Estimulación Temprana, disciplina


clínica que se introduce en el corazón de la relación madre-hijo. Por eso, y aunque en cierto
sentido —un tanto forzado— podamos decir que la Estimulación Temprana tiene efectos
preventivos, consideramos que sólo tiene sentido indicarla en los casos en los que ya hay un
problema instalado en el cuerpo del bebé, un problema presente que compromete su futuro
desarrollo.

La causa, la etiología del problema, tanto puede ser de orden orgánico como psicológico, pero
necesariamente deberá expresarse en el cuerpecito del bebé y/o en sus conductas. No es el
nivel económico o cultural de los padres la señal que nos indica quién corresponde que sea (o
que no sea) paciente de Estimulación Temprana.

Pues bien, tenemos al pequeñito con problemas, ¿por qué, si decimos que él es nuestro
paciente, invitamos a pasar también a los padres y se nos hace imprescindible que, como
mínimo uno de ellos esté presente en cada una de las sesiones?

Permítanme que, en tanto psicoanalista, lo fundamente partiendo de algo que seguramente


ustedes ya conocen. Aunque no sepan mucho de psicoanálisis —e incluso aunque prefieran no

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saber nada de él— habrán escuchado que, desde Freud en adelante el ser humano es un
sujeto escindido, es decir, dividido —que es lo que se escribe .

Dividido entre lo que de sí mismo conoce o puede llegar a conocer, por un lado, y, por otro, su
saber inconsciente, inaccesible a la conciencia, pero que sin embargo determina sus actos y
su destino.

Lacan recurre a una frase de uno de los poetas precursores del surrealismo, el cual escribió:
"Yo soy otro", y "el Otro" pasó a ser uno de los nombres del inconsciente. Sujeto dividido,
entonces, entre Yo y Otro —de este Otro se trata cuando lo encuentran escrito con mayúscula.

¿Qué es el inconsciente? Lo podemos pensar como el lugar, la instancia psíquica, donde está
escrita nuestra historia, especialmente aquellos trozos de nuestra historia que no podemos
recordar concientemente porque quedaron reprimidos. Ustedes ya conocen, seguramente,
toda la historia del complejo de Edipo: queda prohibido acostarse con la mamá, queda
prohibido asesinar al papá. Tan radicalmente prohibido que mejor no volver a acordarse nunca
más que alguna vez se tuvo la intención.

Los bebés sin duda son seres humanos, pero ¿son sujetos escindidos? No, no lo son todavía.
Y no lo son por una razón muy sencilla: si el inconsciente es el lugar donde se va escribiendo
la propia historia, ellos todavía no saben escribir, son escritos, son un simple papel donde el
Otro va poniendo sus marcas.

Los padres, claro, no se dedican a escribir con birome sobre el cuerpo de su hijo, pero son
quienes posibilitan que vayan aconteciendo cada una de las múltiples experiencias por las que
va transcurriendo la vida de todo bebé. Las marcas de las que hablamos son el registro de
esas experiencias, tal como alcanzaron a ser percibidas por el bebé. Son las primeras huellas
mnémicas de las que hablaba Freud. Son los cimientos del aparato psíquico; que las marcas
se vayan inscribiendo adecuadamente es condición para que todo el edificio de la estructura
mental y subjetiva se vaya construyendo como corresponde en los pasos futuros.

Quiero que algo quede claro: si bien decimos que el Otro es el que escribe en el cuerpo del
niño, la marca que queda registrada en el cuerpo del bebé no necesariamente es idéntica a lo
que el otro quiere o cree escribir. Lo que queda registrado, insisto, es lo que el niño alcanza a
percibir. Pero, evidentemente, si cada vez que el niño se encuentra con esa agradable
sensación que le provoca la ingestión de la leche, al mismo tiempo se encuentra con unos
ojos que lo acarician, con una boca que lo canturrea y con unos brazos que lo sostienen
cálidamente, entonces, en ese caso, no va a quedar escrito lo mismo que si, cuando la leche
le llega, lo hace a través de una mamadera colgada de un soporte mecánico a los fines de la
ingesta, y en función de un cálculo del balance proteico.

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Es el otro el que pone las condiciones. De manera dramática, las investigacio-nes de Bowlby y
de Spitz, a través del marasmo y del hospitalismo, demostraron que los bebés humanos, para
sobrevivir, necesitan alimentarse no sólo de leche sino también de miradas, voces y caricias.

Podemos imaginar una persona cualquiera dándole la mamadera a un bebé con la misma
displicencia y ajenidad que para el caso posee un soporte mecánico. Uno de los dramas de
nuestro tiempo, en lo que hace a Estimulación Temprana, es que incluso se han inventado
técnicas que, sabiendo de las necesidades del bebé, se empeñan en que no sólo el objeto
leche le sea ofrecido, sino también los objetos mirada, voz y caricias. Entonces se le indica a
la madre que se los ofrezca y el resultado es algo así como un perchero de múltiples brazos
que, con la mejor voluntad, pero mecánica e indiscrimina-damente, introduce diversos objetos
en los distintos órganos de percepción del bebé, objetos supuestamente necesarios para su
estimulación.

El quid de la cuestión no es el objeto sino lo que en el objeto se pone. Lo que modula la


eficacia del ejercicio de la función materna, más que el saber acerca de las necesidades
reconocidas por la puericultura, es el deseo. Ante el bebé, los objetos funcionan si vienen
envueltos en libido, eso es lo que los convierte en interesantes.

Las sonrisas y las caricias planificadas, suministradas como el remedio que ayudará a paliar el
problema que el niño presenta, no funcionan, no tienen eficacia. También dejarán una marca
—toda experiencia necesariamente queda registrada como huella mnémica— pero esa marca,
al llegar el momento en que le correspondería hacerlo, no podrá articularse con las otras
posibilitando el armado de la cadena significante.

¿Qué quiero decir con esto? Ya que estamos hablando de marcas, quisiera presentarles un
ejemplo gráfico.

¿Se acuerdan de esos pasatiempos a los que nos dedicábamos en la escuela primaria? Me
refiero específicamente a esas páginas que venían en Billiken u otras revistas infantiles, en la
que nos encontrábamos con un montón de puntitos, cada uno de los cuales venía
acompañado de un número. El entretenimiento consistía en apoyar el lápiz sobre el punto
número 1 y desplazarlo, trazando la línea que lo unía al punto número 2, luego el 3, el 4 y así
sucesivamente. Al completar el recorrido, la indescifra-ble página inicial se había vestido con
un dibujo reconocible: un auto, un pato, un conejo, lo que fuera. Nos sentíamos magos, era
como sacar un conejo de la galera.

Las marcas que los padres van inscribiendo en el cuerpo del niño, son equivalentes a los
puntos en la página del Billiken. En cada niño se inscribirá un conjunto de marcas diferentes,

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y, al final, no habrá un dibujo que sea igual al otro, pero, para que haya dibujo, es condición
que los puntos estén colocados y numerados en un cierto orden. Pueden imaginar fácilmente
una página llena de puntos y números, de los cuales no obtendremos ninguna imagen
satisfactoria por más que nos dediquemos a deslizar el lápiz.

Si en este ejemplo los puntos equivalen a las marcas, ¿equivalente de qué podría ser el
dibujo? Como se trata de una equivalencia imaginaria, podríamos utilizarlo para darle diversos
sentidos, ya que dado que las marcas iniciales están en el comienzo, condicionan en buena
medida "el dibujo" de todo lo posterior, pero, por ahora, elijamos que el dibujo es, en un primer
momento, el equivalente a la conformación del propio yo en el niño.

Como ustedes saben, recién alrededor de los 6 meses los bebés comienzan a sospechar que
esa figura que ven en el espejo algo tiene que ver con ellos; pero esto no les ocurre a todos,
no es una cuestión puramente madurativa. El tiempo previo a los 6 meses tiene que haber
sido vivido de determinada manera para que las marcas que allí se registren posibiliten la
aparición del reconocimiento de la propia imagen.

El tiempo continúa transcurriendo y, junto con él, prosigue la aparición de nuevas


experiencias, con la inscripción de las nuevas marcas correspondientes. No dejemos de
anotar que, entre estas, pasan a ocupar un lugar privilegiado aquellas que registran el sonido
de la voz humana. Los bebés se interesan tanto en este objeto que, mucho antes de tener la
menor idea de que esos sonidos son portadores de un sentido, a partir de los 6 meses
intentan reproducirlo, y modifican su balbuceo para seleccionar exclusivamente los fonemas
de su lengua materna, la lengua en la que le hablan. ¿Sabían ustedes que, si bien de recién
nacidos todos los bebés vocalizan los mismos sonidos, a partir de los 6 u 8 meses el balbuceo
de un bebé chino o de un bebé francés ya suena muy distinto al de uno de los nuestros?

Si en este tiempo comienza, uno por uno, la selección de los fonemas, pocos meses más
tarde, a semejanza de lo que ocurría con los puntos numerados de nuestro dibujo, los
fonemas comienzan a unirse, y nuestro pequeñito comienza a pronunciar sus primeras
palabras. A partir de aquí, cada vez más, será él mismo el que tome el lápiz y comience a
escribir su propia historia.

¿Cómo lo hacen? No necesariamente con un lápiz —aunque bien que se dedican a escribir en
las paredes, en los muebles y en su propio cuerpo— pero cuando un nene chiquitito comienza
a hacerle noni a su muñeca o a darle de comer, ¿no nos está mostrando, contando,
investigando, reproduciendo, dejando escrito, las experiencias por las que previamente pasó
él mismo como objeto?

Además, desde las primeras palabras, es él el que comienza a ocuparse personalmente de ir

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uniendo los puntos sueltos —esta vez los fonemas—, al armar las cadenas fonemáticas
implicadas en cada palabra.

Detengámonos por aquí en este breve recorrido temporal de los últimos párrafos, porque
nuestro bebé del comienzo ya ha empezado a transformarse en un nene, y entonces ya se le
ha terminado el tiempo de Estimulación Temprana. Volvamos a los interrogantes del
comienzo, allí donde dijimos que íbamos a recurrir al concepto psicoanalítico de (sujeto
barrado, sujeto escindido).

Decíamos que el psicoanálisis ha mostrado que el ser humano es un sujeto escindido pero
que, tratándose de bebés, no se había desplegado todavía el tiempo suficiente de su recorrido
en el mundo como para que —y por distintos motivos— pudiéramos hablar allí de inconsciente,
ese Otro al que hacen referencia los psicoanalis-tas lacanianos.

Tal vez por eso mismo, los bebés chiquititos presentan esta escisión más al desnudo todavía
que los seres humanos adultos, más en carne viva: su Otro está encarnado en los padres,
entendiendo que es en ellos donde se aloja la historia que lo precede y que, en tanto vástago,
deberá heredar; y entendiendo que también es allí donde se alojan las palabras que dirigen la
escritura de las marcas que, poco a poco, van pasando a formar parte de su cuerpo de bebé.

Estas palabras están tejidas con las de la historia inconsciente de los padres, y transportan
también la ley de prohibición del incesto; son las palabras que esperaban al niño, ofreciéndole
un lugar para alojarse en el hueco reservado para él, lugar vacío cavado por el deseo,
generalmente engalanado con las puntillas y los juguetes del amor.

El bebé está "escindido", entonces, entre su cuerpito real —ese que vemos en la cuna o en
brazos de su madre— y las palabras del Otro, encarnado en sus padres.

En consecuencia, nuestro paciente es el bebé, pero no podemos trabajar sin sus padres.

Hoy, en el campo de lo que se ofrece como Estimulación Temprana ya no es tan frecuente


encontrarse con una modalidad que se estilaba antes, a saber: hacer pasar al bebé al
consultorio y dejar a la madre en la sala de espera, indiferentes tanto ante la indiferencia como
ante los llantos del bebé. Hoy está claro que no se separa, para la consulta, al bebé chiquitito
de sus progenitores. Lo que a veces continúa sin estar del todo claro es cuál es el sentido de
su presencia en el consultorio.

Para algunos, la necesidad de esta presencia es obvia: ¿de qué manera le enseñarían a la
madre los ejercicios y todo lo demás que debe hacer con su bebé, si no se lo muestran?
Colocan al bebé en diferentes posiciones y van mostrando qué es lo que hay que hacer en

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cada una de ellas, todos los días, en diferentes momentos; después se va sacando una serie
de objetos y, sucesivamente, se intenta jugar con el bebé con cada uno de ellos. La madre
mira y "aprende".

De todo lo dicho previamente, nos parece que se hace evidente que, ofrecer ese lugar a los
padres, no es justamente muy propiciatorio para el bebé.

Cuando en un bebé se presenta un problema de desarrollo, esto arma trauma también en el


tejido de palabras que decíamos que sostenía el lugar del hijo, guiando las acciones que
escribían las marcas. Los padres se desconcier-tan y se tergiversa el orden de lo que debía
resultar escrito, dificultando la aparición de un yo nítidamente dibujado, y, más grave aún, la
aparición de un niñito implicado en su deseo.

¿De qué manera restablecer el orden alterado? Pero primero tenemos que preguntarnos:
¿que posibilita que, en una situación normal, con padres normales, las marcas tiendan
"espontáneamen-te" a ser colocadas en orden? El orden está dado, básicamente, por las
leyes que ordenan nuestra cultura: una vez más, y en especial, la ley de prohibición del
incesto, que le dice a la madre que su hijo, por más que haya sido parido de su vientre, no es
un objeto que forme parte de su cuerpo, sino que es un sujeto independiente, con sus propios
deseos, y que entonces es necesario preguntarle a él qué es lo que quiere —Bebé, ¿qué
querés?— para poder ofrecérselo.

Esta pregunta es la que se interrumpe cuando aparece alguna patología. Los padres se
preguntan acerca de "qué necesitan estos chicos" —anulando así toda posible singulari-dad
para su hijo— y van a preguntarlo a los que se supone que saben de estas cosas, es decir, van
en busca de un tratamiento de Estimulación Temprana.

Aquello que básicamente el terapeuta tiene que saber es que él no sabe la respuesta para
"este" chico, pero lo que sí corresponde que efectivamente sepa es sostener en los padres la
pregunta, dirigida al hijo, y acompañar a los padres en el camino de ir encontrando las
siempre provisorias respuestas.

¿Cómo se hace esto? Un psicoanalista puede dar cuenta de la estructura que está en juego
en un tratamiento, puede leer lo que allí acontece y, si es convocado a intervenir, tal vez
pueda destrabar algo que haya quedado obturado en el juego transferencial, pero con
respecto al qué hacer en Estimulación Temprana... ¡hay que preguntarle a un Especialista en
Estimulación Temprana! Para eso, quisiera traer aquí algunos párrafos extraídos de un texto
de Haydée Coriat. Si bien este texto fue escrito y publicado hace ya algunos años, al menos
en los párrafos que voy a citar pareciera haber sido escrito en función del título que lleva esta
conferencia —Quién es el paciente.

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Nuestro paciente es el bebé —dice Haydée—, pero éste no es sin sus padres; está repartido
entre su cuerpo y lo que sus padres ven en él, por lo tanto hay que dirigirse a ellos para que
nos muestren al bebé.

Comienza un tratamiento; observamos al bebé, escuchamos a los padres. Nos sentamos a


jugar, allí en el suelo con el bebé; lo miramos, le hablamos, lo tocamos, vamos estableciendo
una rela-ción particular, en la que elementos de nuestra historia y de nuestro saber terapéutico
se imbrincan hasta decirnos que él es alguien único para nosotros, que nos importa, que algo
esperamos de él y que estamos dispuestos a reclamárselo.

No somos los únicos en esta escena: los padres nos observan y también están dispuestos a
reclamar, pero no a su niño, sino a nosotros, terapeutas. Nos reclaman aquello que suponen
sabemos: cómo ser madre o padre de este niño. [...]

¿Podemos hablar de transferencia? Creemos que sí [...].

[...] ¿qué hacemos con esto?

A partir de reconocer que esto sucede, todo nuestro trabajo cobra otra dimensión. Ya no es
más simplemente tomar al bebé, cambiarlo de posición, ofrecerle chiches, dar indicaciones a
los padres sobre lo que "deben" hacer con su niño en casa.

Ahora sabemos, comprobamos, sesión tras sesión, paciente tras paciente, que toda
producción, que todo logro de ese bebé está directa y necesariamente relacionado con el
lugar signifi-cante, simbólico, que ese niño tenga para sus padres.

Entonces, ¿cual es el eje de nuestra clínica?

Sostener este juego transferencial en el que la función materna irá reencontran-do su lugar, y,
simultáneamente, con un delicado equilibrio, ir devolviendo a los padres, en la medida en que
puedan tomarlo, esto que nos han adjudicado.

¿Y el bebé? El bebé es jugado en esta escena por los otros y precisamen-te este juego es lo
que lo va constituyendo [...].

Jugamos el lugar de Otro para este bebé y, de alguna manera, también producimos marcas
en él, pero serían imposibles sin la transferencia de los padres sobre nosotros.

[...]

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[...] el bebé y sus padres [son] los que lleven adelante la sesión, [el bebé] juega a lo que
quiera jugar, [los padres] hablan de lo que quieran hablar. Nuestra tarea estará en
acompa-ñarlos, sostenerlos, escucharlos, esperarlos, proponerles... Sí, proponerles también,
no ya la receta mágica, omnipotente, sino un espacio, un tiempo, una forma de mirar, un
chiche, una palabra, un nuevo juego.**** Haydée Coriat: E.T.: ¿Hacedores de bebés?, en
Escritos de la Infancia Nº1, Publicación de FEPI, Buenos Aires, 1993, págs. 49-50.

Y si a esta altura he conseguido demostrarles que el paciente de Estimulación Temprana es el


bebé, pero que un bebé no es sin sus padres, y que en consecuencia la presencia de los
padres es un elemento imprescindible en la sesión, ...¡atención! porque un nuevo
malentendido puede filtrarse a través de esta afirmación.

Es que el paciente de Estimulación Temprana, el bebé, no es siempre el mismo. Los bebés, y


tanto más cuanto mejor están, se dedican a cambiar todos los días; tanto es así que, a veces
antes de que nos demos cuenta, cambiaron tanto que se transformaron en nenes.

Para toda madre, que se le termine el bebé, implica un duelo; duelo que, en condiciones
normales le pasa casi desapercibido, inundada como está por la alegría y el orgullo de todas
las nuevas producciones de su hijo, en ese tiempo tan pletórico de logros que implica el
pasaje de bebé a nene.

Cuando aparecen problemas de desarrollo, cuesta mucho más reconocer que ya no hay más
bebé, y entonces se tiende a no darle lugar al nene, con el agravante de que es muy difícil,
casi imposible, para un niñito, seguir creciendo, si sus padres no tiran de la cuerda del deseo.

En la época en que la Estimulación Temprana comenzaba a gestarse como disciplina, en esos


primeros años de la década del 60 y del 70, llamábamos así al tratamiento que se le daba a
los niños hasta aproximadamente los 5-6 años de edad. La experiencia clínica recogida nos
hizo ver que era especialmente importante marcar la diferencia entre bebé y nene, que un
nene chiquito está en un tiempo particular, diferente al tiempo del bebé y diferente al tiempo
de un nene en la llamada edad escolar.

Se introdujo entonces una nueva disciplina, la Psicopedagogía Inicial, que pasó a adquirir su
propia especificidad. La Estimulación Temprana quedó más claramente ubicada como el
ámbito de tratamiento exclusivo para bebés.

Pero es obvio que los bebés no se transforman en nenes de un día para el otro, por decreto;
una de las funciones más importantes en Estimulación Temprana es trabajar ese pasaje.
¿Desde cuando? Desde el principio, anunciando que lo que se espera, como conclusión del

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tratamiento que acaba de empezar, es que allí aparezca un nene que pueda y desee hacer las
cosas que hacen los nenes chiquitos, reavivando y/o sosteniendo ese deseo en los padres,
que tal vez llegaron pensando que, con este hijo, ya nada iba a ser igual.

Del lado del bebé, recién en el pasaje por la angustia de los 8 meses podrá ubicar con
claridad a su madre como diferente de los otros. Unas pocas semanas después, si las cosas
van bien —y con grandes variaciones temporales de un nene a otro—, comenzará a reclamar
para sí, activamente, la atención del terapeuta. Dentro del consultorio y en el tiempo que dura
la sesión, los padres le empiezan a sobrar. Es hora de pedirles que comiencen a retirarse y
que dejen lugar al niño como tal. Con ellos se continuará conversando frecuentemente, a la
entrada y salida de cada sesión, pero también se hará necesario implementar cada tanto
entrevistas a solas con ellos.

Si bien estamos entonces en el tramo final de un tratamiento de Estimulación Temprana, es


este un tiempo que dura, como mínimo, varios meses; meses durante los cuales se afianza lo
que se comenzó a esbozar: el juego simbólico, la relación con un tercero, la entrada como
sujeto activo en el lenguaje, el desplazamien-to propio... Más adelante, este afianza-mien-to
se continuará en Psicopeda-gogía Inicial, profundizándose y compleji-zándo-se.

Pero..., y si llegamos aquí, ¿quién es ahora el paciente en Estimulación Temprana?

"Había una vez un niñito que, cuando era muy muy chiquito..."

El consultorio ha quedado vacío. No volvamos a ocupar esa hora demasiado rápido. Dejemos
al menos un pequeño espacio para que el que fue nuestro paciente se acomode en el lugar de
los recuerdos; es necesario que, cuando llegue el próximo, encuentre un lugar despejado para
poder ir construyendo el propio.

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