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versus música absoluta, forma versus contenido, unidad versus separación de las
artes, lo nuevo versus lo viejo, revolución versus reacción.
El problema central en los años ‘50 era el destino de la forma sonata. Había
únicamente dos alternativas abiertas a los compositores: la posibilidad de seguir
repitiendo la fórmula básica transmitida a ellos por los clásicos vieneses o intentar
modificarla y/o desarrollarla. Hablando en términos generales, Mendelssohn y
Brahms eligieron la primera alternativa, Liszt, la segunda.
La sonata es una estructura cerrada y ordenada. Los compositores de 1825 a 1850
prefirieron las formas abiertas y buscaron el efecto de la improvisación. El intento de abrir la
sonata siguió dos direcciones, básicamente relacionadas:
1. La sonata cíclica: fue en la obra de Mendelssohn, de Schumann y Berlioz
donde tuvieron lugar los desarrollos más significativos. Esa influyente idea
continuó a través de César Franck y Chaikovski. La forma cíclica se prestaba
especialmente para los estilos del siglo XIX, dado que le daba importancia a
las relaciones temáticas, que predominaron cada vez más sobre la estructura
armónica.
2. La combinación de una estructura de un movimiento con otra de cuatro
formando una amalgama: La sugerencia en este sentido vino de
Beethoven, que empleó un esquema modulante en la estructura a base de
variación del último movimiento de la Novena Sinfonía, dando lugar a la
sucesión allegro-scherzo-desarrollo-movimiento lento-final, con la estructura
tonal de un final de forma sonata (la submediante en vez de la dominante).
La sonata en si menor de Liszt constituye acaso el más famoso ejemplo.