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1) El nombre:
El nombre de las personas humanas se encuentra incorporado en el CCC en
el art. 62, mencionando que está compuesto por dos elementos confirmativos:
el nombre de pila o prenombre, o nombre familiar, y el apellido o nombre
social. Además, reitera el código que el nombre tiene una naturaleza dual o
compleja (derecho-deber), siendo un atributo de la personalidad humana.
D) Casos especiales
Así como el art. 65 del CCC contempla la manera de adquisición del
apellido para los menores que no tienen filiación determinada, el art. 66
del CCC contempla la hipótesis de similar situación pero respecto de
mayores de edad.
En tal caso, siendo impensable que una persona ya mayor de edad, aún
indocumentada o con filiación desconocida, no use un apellido que lo
identifique, la pauta es que ese apellido “en uso” es el que, a su
pedido, puede ser inscripto registralmente, sin perjuicio de la eventual
determinación de su identidad biológica que pudiera sobrevenir (o no).
E) Cónyuges
El art. 67 del CCC regula la incidencia que, respecto del apellido,
puede tener el matrimonio, que junto con la filiación (pero a diferencia
de ella, voluntaria y no imperativamente), son las vías de adquisición de
aquel. Se establece que cualquiera de los cónyuges (sea matrimonio hetero
u homosexual), puede añadir a su apellido familiar el del otro cónyuge,
empleando la preposición “de” o sin ella.
En caso de ruptura del vínculo matrimonial, por divorcio o nulidad,
se pierde ese derecho, salvo que en función de las circunstancias, se
requiera y obtenga autorización judicial para mantenerlo. Pero si dicha
ruptura adviene por viudez, dicha autorización judicial no se requiere
para continuar con el uso del apellido marital, salvo que se contraigan
nuevas nupcias o se constituya una unión convivencial.
G) Cambio de nombre
Está regulado en el art. 69 del CCC. Si bien como regla implícita se
mantiene el principio de inmutabilidad del nombre de las personas humanas
por estar comprometido en ello el orden público, se distinguen dos vías
de modificación: una solo administrativa, que operará respecto del
prenombre en supuestos de cambios de identidad de género, y respecto del
prenombre y del apellido, cuando mediare un caso de apropiación ilegal o
sustracción de identidad, lo cual sí requiere como condición previa una
declaración judicial que así lo califique; y otra, judicial, cuando se
invoquen y prueben “justos motivos” respecto de los cuales, la norma, sin
perjuicio de otros supuestos que el juez califique en un caso concreto,
propone algunos puntuales, tales como la incorporación del seudónimo en
lugar del nombre cuando hubiese adquirido notoriedad, la raigambre
cultural, étnica o religiosa de la persona, la incorporación del apellido
del otro progenitor cuando medie filiación en un matrimonio de personas
del mismo sexo, o la acreditación de que el nombre produce alguna forma
acreditada de afectación de la personalidad.
I) Seudónimo
Está establecido en el art. 72, que sostiene que el seudónimo notorio
goza de la tutela del nombre. El seudónimo, que es la auto designación
(ficticia, en el sentido de no correspondiente al nombre) que una persona
adopta para determinado ámbito de actividades (culturales, artísticas,
literarias, deportivas o similares), y que permite mantener en cierto
grado de privacidad su nombre real y, con ello, separar el ámbito de la
vida “pública” de la privada, cuando es notorio, cuenta con las mismas
acciones protectorias que tiene el nombre, según lo analizado
anteriormente.
2) El domicilio
A) Domicilio real
Está establecido en el art. 73 del CCC, que dice que la residencia
habitual de la persona humana en un lugar concreto, es la que determina
su domicilio real. En caso de multiplicidad de ellas, lo hará en la que
esa habitualidad sea la nota caracterizante. Para las relaciones
jurídicas inherentes a la actividad profesional o económica, será su
domicilio real el lugar donde las mismas se desempeñen.
Manteniendo el código la primaria distinción entre domicilio general
(que es el lugar donde la persona puede ser ubicada para el ejercicio de
la generalidad indiferenciada de los derechos y obligaciones de los que
sea titular) y domicilio especial (en el cual se singulariza la sede para
determinado rango de relaciones jurídicas en las que ella sea
protagonista), se mantiene, para el domicilio general de la persona
humana, la distinción entre domicilio real y domicilio legal.
El domicilio real está vinculado de manera directa con la noción de
residencia de la persona humana en un lugar determinado, con el
calificante de habitualidad.
Para materializar la determinación del domicilio como atributo de
ubicación espacial de la persona, se tienen en cuenta determinados
elementos fácticos, que son la residencia y la habitación, entendida la
primera como aquella en la cual la persona “vive” con visos notorios de
permanencia (aunque no sea de modo continuo) y la segunda como la
meramente circunstancial o transitoria. En el Código, este concepto
dogmático de “habitación” ha sido sustituido por el de “residencia
actual”, a diferencia del de “residencia habitual”, que califica a la
primera.
Ahora bien, para la conformación del domicilio real, se
involucrarían dos elementos que la doctrina asigna a la noción de
domicilio real, que son el “animus” o intención de permanecer allí,
aunque transitoriamente no se haga y el “corpus” o efectiva presencia en
el lugar, para desarrollar allí la vida cotidiana.
De la noción de domicilio también real, pero vinculada a la
actividad profesional o económica de la persona, estará determinado por
el lugar donde ella la desempeñe.
Cabe referir a que el domicilio real es el que cuenta con la
garantía constitucional de inviolabilidad de domicilio que consagra el
art. 18 CN, y que, además, ostenta los caracteres de voluntariedad (ya
que la persona es quien lo elige), necesariedad (como atributo de la
personalidad), unicidad (como intención legal de evitar su multiplicidad
por razones de seguridad jurídica dinámica) y mutabilidad (siendo que el
cambio de residencia habitual implica el cambio consecuente de su
domicilio real).
B) Domicilio legal
El art. 74 del CCC dice que el domicilio legal es el lugar donde la
ley presume, sin admitir prueba en contra, que una persona reside de
manera permanente para el ejercicio de sus derechos y el cumplimiento de
sus obligaciones.
El domicilio legal, como su nombre lo indica, es el impuesto por la
ley como supuesto alternativo, -junto con el real- de domicilio general,
y con carácter de presunción juris tantum, vale decir, la que no admite
prueba en contrario.
No puede crearlo la voluntad privada, sino sólo una norma legal que
lo consagre e involucra 4 supuestos: el de funcionarios públicos que no
cumplan funciones meramente transitorias, el de los militares en servicio
activo, el de las personas sin domicilio real, por carecer de residencia
habitual y el de los incapaces de ejercicio cuando están sometidos a
representación legal.
C) Domicilio especial
Establecido en el art. 75 del CCC, el domicilio especial es aquel que
cumple efectos solo para determinado ámbito de relaciones jurídicas – a
diferencia del general que, como regla, involucra todas en las que la
persona sea protagonista – se limita al denominado domicilio contractual
o convencional, que es aquel convenido en un negocio jurídico bilateral,
como el lugar en el cual cada una de las partes será válidamente
anoticiada para el ejercicio de los derechos o el cumplimiento de las
obligaciones que se deriven de ese contrato.
El domicilio especial, acotado ahora solamente al supuesto de una
relación contractual, a diferencia del domicilio real, no es necesario,
ni único, ni es un atributo de la personalidad, ni necesariamente se
extingue con la vida de la persona, ya que puede ser vinculante para sus
herederos.
Es una manifestación del ejercicio de la autonomía de la voluntad
que, obviamente, no tiene ninguna referencia necesaria con el real ni con
el legal, es mutable, no formal, y transmisible (por ejemplo, si se cede
la posición contractual).
D) Cambio de domicilio
El art. 77 del CCC establece que el domicilio puede cambiarse de un
lugar a otro y que esta facultad no puede ser coartada por contrato ni
por disposición de última voluntad.
Estableciéndose, además, que el cambio de domicilio se verifica
instantáneamente por el hecho de trasladar la residencia de un lugar a
otro, con ánimo de permanecer en ella.
La norma comentada patentiza la libertad de la persona en orden a la
elección del lugar donde fija su residencia habitual (que constituye su
domicilio real y la invalidez de las normas contractuales o
testamentarias que pudieran condicionarla), resaltando el carácter de
mutable y de libre elección.
E) Domicilio ignorado
El art. 76 del CCC prevé el supuesto de personas que no tienen
domicilio conocido, en cuyo caso, el domicilio (que será legal, aunque el
precepto no aparezca formalmente integrado a la enunciación del art. 74,
y lo será así porque es creado por voluntad de la ley y no de la persona)
estará determinado por la residencia circunstancial, o lo que se
denominaba desde la doctrina “habitación”, o como reza el precepto “el
lugar donde se encuentren”.
Lo que se agrega es que si se desconoce cuál es el lugar donde se
encuentran, cumplirá los efectos de domicilio el último que hubieran
tenido conocido (debe entenderse que el último domicilio real).
F) Efectos
El art. 78 del CCC establece que el domicilio determina la
competencia de las autoridades en las relaciones jurídicas. La elección
de un domicilio produce la prórroga de la competencia. La atribución de
competencia territorial para el juzgamiento de las relaciones jurídicas
en que la persona intervenga es una de las consecuencias del domicilio. Y
siendo éste (como domicilio real, vale decir, aquel en el cual el
condicionante fáctico para su conformación está en la residencia habitual
en un lugar determinado) esencialmente mutable y libremente legible, esa
atribución de potestad jurisdiccional estará relacionada a la consecuente
mutación de aquel. Lo dicho vale también para el domicilio especial, que
es el contractual, convencional o de elección.
G) Ausencia
El art. 79 del CCC establece que la desaparición física de una
persona humana de su domicilio, sin que se conozca su paradero, y sin que
exista un apoderado con atribuciones suficientes para la administración
de su patrimonio, justifica la apertura del proceso judicial de
declaración de simple ausencia y la designación de un curador a sus
bienes, si fuera menester.
La ausencia debe implicar un tiempo razonable como para generar en
sus allegados una lógica preocupación por la misma, y además, la
necesidad de prever lo inherente a la administración de sus bienes, y que
no se conozca su paradero, habiéndose instrumentado acciones tendientes a
intentar ubicarlo.
Asimismo, siendo que la declaración judicial de ausencia simple
atiende prioritariamente a la situación patrimonial (y no a la personal)
del ausente, y tiene una connotación provisoria hasta tanto él reaparezca
o se declare su presunción de fallecimiento, se requiere para su
procedencia, que haya bienes que requieran ser administrados, y que no
haya dejado un apoderado con facultades para hacerlo.
H) Presunción de fallecimiento
El art. 85 del CCC establece que la ausencia de una persona de su
domicilio, sin que se tenga noticia de ella por el término de 3 años,
causa la presunción de su fallecimiento, aunque haya dejado apoderado.
Este plazo se cuenta desde la última noticia del ausente.
En la presunción de fallecimiento, el propósito es dar respuesta a
una problemática mayor al hecho objetivo de la ausencia, cuales saber si
la persona desaparecida, está viva o se la puede tener por fallecida,
aunque no se tengan noticias fehacientes de su deceso, con todas las
proyecciones personales y patrimoniales que esa declaración implica.
El plazo establecido en la norma se computa desde la ausencia, si
nunca se tuvo noticias de la persona o desde la última noticia de ella,
si sobreviene a la ausencia, siendo irrelevante la existencia de
apoderados, ya que no se trata de proteger los bienes del ausente, sino
resolver lo inherente a su existencia misma. Los 3 años son un plazo
mínimo para promover el requerimiento judicial de la declaración, y nada
obsta a que la misma se instrumente después, aunque no pueda hacerse
antes.
Por último, cabe consignar que el instituto en análisis debe
diferenciarse claramente del supuesto en el cual media certeza sobre la
muerte del individuo, pero no se ha podido encontrar o identificar el
cadáver de este. Este último caso está regido en el art. 98, segundo
párrafo CCC.
B) Afectación a la dignidad
El art. 52 del CCC establece que la persona lesionada en su
intimidad personal o familiar, honra o reputación, imagen o identidad o
menoscabada en su integridad personal, pueda reclamar la prevención y
reparación de los daños sufridos.
La norma alude a diversos supuestos que, desde la doctrina se
reconocen como los relacionados al ámbito de la denominada “integridad
espiritual” de la persona (intimidad, honor, imagen e identidad), pero
dejando abierta la perspectiva de afectación de la dignidad por otra vía
lesiva no enunciada de modo expreso, legitimándola para reclamar la
indemnización por daños y perjuicios correspondientes.
En cuanto a los derechos de la personalidad o personalísimos, se
pueden agrupar en 3 grandes categorías: los derechos a la integridad
personal o física de la persona, que involucren al derecho a la vida, los
actos dispositivos sobre el propio cuerpo, las prácticas o tratamientos
médicos sobre él, el consentimiento para actos riesgosos, el derecho
sobre la propia vida y sobre el propio cadáver con sus vinculaciones con
la eugenesia y la eutanasia; los derechos de libertad (que básicamente
están tutelados en la CN dentro de las declaraciones de los derechos y
garantías) y los derechos a la integridad espiritual de la persona,
esencialmente, al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la
identidad.
C) Derecho a la imagen
Establecido en el art. 53 del CCC, se establece que para captar o
reproducir la imagen o la voz de una persona de cualquier modo que se
haga, es necesario su consentimiento.
La tutela del derecho a la imagen propia o a emanaciones de la misma
(como lo es la voz), configura uno de los derechos personalísimos a la
integridad espiritual.
La regla es que la captación o reproducción son dos estadías
diferenciados, aunque el segundo conlleve al primero de la imagen de una
persona no está permitida si no median las circunstancias habilitantes
que el mismo precepto concentra: consentimiento, eventos públicos,
cuestiones de interés público o ejercicio del derecho a regular de
informar.
En caso de personas fallecidas, el consentimiento lo suplen los
herederos, y pasados 20 años de la muerte, la publicación es libre, salvo
que fuera ofensiva.
D) Actos peligrosos
El art. 54 del CCC establece que no es exigible el cumplimiento del
contrato que tiene por objeto la realización de actos peligrosos para la
vida o la integridad de una persona, excepto que correspondan a su
actividad habitual y que se adopten las medidas de prevención o seguridad
adecuadas.
En el mundo mediatizado del S XXI son frecuentes los vínculos
contractuales por los cuales el opus comprometido por ésta, implica la
realización de actos o actividades que implican un serio riesgo para su
vida o integridad física. En tales supuestos, que involucran no sólo
deportes de alto riesgo, sino también actividades profesionales o
laborales similares, el margen de disposición de los derechos
personalísimos relacionados a la vida y a la integridad corporal, tiene
un límite:
La perspectiva de revocación unilateral de consentimiento prestado
para la realización de esa actividad riesgosa sin consecuencias
patrimoniales, con la sola excepción de que el obligado a realizarla la
haga profesional o habitualmente, lo cual reduce la magnitud del riesgo y
que se adopten las medidas de seguridad que el caso amerite.
G) Prácticas prohibidas
El art. 57 del CCC establece que está prohibida toda práctica
destinada a producir una alteración genética del embrión que se transmita
a su descendencia. Aun cuando propiamente el supuesto regulado en la
norma no configure un “acto de disposición sobre el propio cuerpo”, sino
más bien actos operados sobre material genético de la persona que puedan
tener incidencia en su descendencia (y ese material genético,
normalmente, para ser operado tiene que haber sido previamente extraído
del cuerpo de los comitentes o de los donantes anónimos si los hubiera,
ya sean óvulos o espermatozoides), la norma asienta la proscripción
absoluta del laboreo médico o científico sobre el mismo que tenga por
finalidad la alteración (estética, racial, selectiva, o que de cualquier
manera modifique, por la mano del hombre, la constitución genética de
personas por nacer, vinculadas o no a los aportantes de ese material
genético).
Desde el momento en que el código contempla la posibilidad y la
licitud de la fecundación humana asistida, ya sea con material genético
aportado por la propia pareja comitente de la misma (heterosexual u
homosexual, matrimonial o convivencial) o incluso con material genético
aportado por terceros, la norma comentada proscribe para el resguardo del
derecho a la inviolabilidad y a la dignidad de la persona que postula el
art. 51 del CCC, buscar dentro de esa fecundación humana asistida, una
alteración de la constitución genética del embrión, ya sea por vía de la
selección del sexo o de cualquier otro rasgo físico, intelectual o
caracterológico del ser en gestación, con la sola salvedad de que dicha
incidencia tenga como fin evitar enfermedades genéticas hereditarias o
no.
K) Exequias
Establecido en el art. 61 del CCC, se prevé el derecho que le asiste
a toda persona humana de disponer libremente de su cadáver –siempre
dentro de las pautas lógicas de la moral y las buenas costumbres-
fundamentalmente, en dos aspectos: por una parte, el modo y
circunstancias de sus exequias e inhumación, vale decir, la manera en la
cual la persona quiere que sus despojos mortales sean tratados cuando
ocurra el fin de su existencia (sepelio con o sin velatorio, inhumación o
cremación, etc.) y, por la otra, el destino que, de manera integral (si
se dispone que el cadáver sea destinado a investigaciones científicas en
la facultad de medicina), o parcial (si se es donante de órganos de
origen cadavérico), se le quiera dar al cuerpo de la persona cuando ella
fallezca.