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Sarrasine, nouvelle escrita por Honoré de Balzac y publicada en 1830, presenta tres

misterios, cuya respuesta reside en el mismo lugar: la biografía de la Zambinella. Esos tres
secretos que se plantean en el comienzo del texto pueden ser resumidos en las siguientes
preguntas: 1) ¿Cuál es el origen de la fortuna de la familia Lanty?; 2) ¿Quién es esa figura
fantasmagórica que de tanto en tanto aparece en aquel salón y que es resguardada tan
celosamente por esta familia?; 3) ¿Quién ha sido la fuente de inspiración del retrato del bello
Adonis? Es la respuesta que suscita esta última pregunta la que nos permitirá develar todos los
interrogantes sembrados en Sarrasine.

Aterrorizada por la presencia del coqueto anciano que aparece en el salón de la casa de
los Lanty y que parece haberse encaprichado con ella, Beatriz Rochefide decide tomar la mano
de su acompañante, el narrador de la nouvelle, para huir a un tocador. En este íntimo espacio, la
joven se encuentra con un cuadro que representa a Adonis y rápidamente queda embelesada por
él. Este excesivo interés despierta celos en el narrador que, con vistas a recuperar la inclinación
de esta marquesa, le propone intercambiar una narración en la que reside el secreto de la obra de
arte por una noche de pasión. Como Barthes (2004) sostiene, en el origen de este relato está el
deseo: el narrador desea a la joven y el foco de interés de ésta se encuentra en el cuadro que tiene
frente a ella. Dado que él posee la historia de ese retrato que su acompañante contempla
vehementemente, le ofrece un intercambio de deseos en el que ambos quedarían, en principio,
satisfechos; ella recibe un relato que contiene la verdad sobre la fuente de inspiración de ese
Adonis, mientras que el narrador la obtiene a ella. Así, para poder producirse, el relato debe
someterse a una economía, debe poder comerciarse.

Ahora bien, en el final de la nouvelle se explicita que este contrato no se cumple. Si bien
Beatriz Rochefide recibe su mercancía, se niega a pagar por ella. La historia que el narrador le
brinda le produce asco y, por lo tanto, la despoja de todo deseo. Este hecho suscita
inmediatamente un interrogante sobre el contenido de ese relato-moneda: ¿qué es lo que produce
ese efecto de rechazo que disuade a la joven de cumplir con su parte del trato?

La narración cuenta la historia de Sarrasine, un artista que comporta connotaciones


femeninas, no sólo por la marca morfológica de género femenino que lleva su nombre, sino
también por ciertos comportamientos que manifiesta en su niñez (muerde cuando, en una riña,
parece que será derrotado). Las descripciones que se brindan sobre este personaje al comienzo de

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la historia, centradas en su infancia y adolescencia, marcarán todas sus acciones. Es un hombre
(¿acaso niño?) pasional, que se deja tomar completamente por aquello que siente: en la
caracterización de Sarrasine no se encuentran atisbos de racionalidad alguna. Este escultor, cuyo
único amor es el arte (y, fugazmente, Clotilde), canaliza su ardiente pasión a través de su pulsión
creativa gracias a la guía de Bouchardon, figura paterna que acoge al problemático joven una vez
que es echado de la institución jesuita a la que su padre lo había enviado. Finalmente, en un viaje
a Roma, su amante, la escultura, encuentra a una exquisita rival: la Zambinella. Como
atinadamente observa Reboul (1972), esta cantatriz del teatro Argentina se le presenta a
Sarrasine como todo aquello que sus obras de arte no pueden otorgarle. Una mujer entera. Este
nuevo objeto de deseo le muestra reunidas todas las deliciosas proporciones de la naturaleza
femenina que el escultor debe tomar fragmentariamente de distintas mujeres a la hora de crear
una nueva pieza. Así, como sostiene el autor en cuestión (1972), esta figura que se le presenta
como un ser estructurado le permite a Sarrasine existir como un yo que puede reunirse con un
otro. Esta ilusión de totalidad quedará quebrantada hacia el final del relato, cuando el príncipe
Chigi revela la verdadera identidad de la Zambinella. Esta nueva imagen del cantante como un
castrado obliga a reconceptualizarlo como un ser incompleto, imperfecto, al mismo tiempo que
provoca una reconfiguración en la identidad del escultor. Este último se encuentra “rebajado”
hasta él, se vuelve un ser imperfecto, le es arrancado algo que le produce un vacío. Así, el
castrado castra simbólicamente, dando lugar irreversiblemente a un Sarrasine fragmentado. Para
este escultor ya no hay mujeres, no hay posibilidad de enamoramiento, sólo existen hombres
mutilados.

Es esta historia de castración la que asquea a la joven marquesa. En el fondo del relato-
mercancía que el narrador le ofrece se encuentra una mutilación del cuerpo que la contamina al
mismo tiempo que la vacía de todo deseo. Esta corrupción no es causada sólo por la exposición
de la narración en sí, sino porque la joven, al igual que Sarrasine, se sintió embelesada por una
ilusión que ocultaba bajo su velo la castración: aquel bello Adonis que la sedujo e hipnotizó
había sido inspirado en una estatua que representaba a ese hombre mutilado. Y, al igual que el
escultor, esta revelación la despoja de todo deseo sexual y amoroso, al mismo tiempo que hace
tambalear su identidad (¿será acaso este temblor el que la hace restar pensativa al final de la
nouvelle?). Finalmente, en este mismo movimiento, arrastra al narrador a la castración al negarle
su cuerpo, de la misma forma en que Zambinella lo hace con Sarrasine.

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Referencias bibliográficas

Barthes, R. (2004). S/Z. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores SA.

Reboul, J. (1972). “Sarrasine o la castración personificada”, en Objeto, castración y fantasía en


el psicoanálisis. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Argentina Editores SA.

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