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julia kristeva PODERES > DE LA PERVERSION ca INDICE. Sobre la abyeccién i" De qué tener miedo a7 De la suciedad a la impurcza : at Ja abominacién biblica 121 (ul tollis peccata mundi __ti Céline: ni comedianic ni martir _ i? Dolor/horror 185 Esas hembras que nos estropean el infinito, 209 Ser judio o morir 231 En el comienzo y sin fin | 251 Poderes del horror a 277 SOBRE LA ABYECCION “No hay animal que no tenga un reflajo de infinite; no hay pupila abyecta y ull que no toque elrelampagode lo alto, a veces tlerno y a veces feroz™ Victor Hugo, La leyenda de los siglos. Ni sujeto ni objeto Hay en la abyeccién una de esas violentas y os- curas rebeliones del ser contra aquello que lo ame- naza y que le parece venir de un afuera o de un aden- tro exorbitante, arrojado al lado de lo posible y de lo tolerable, de lo pensable. Alli esta, muy cerca, pe- ro Inasimilable. uo ecticite, tnquileta, Sescine ol de- sco que sin embargo no se deja seducir. Asustado, se aparta. Repugnado, rechaza, un absoluto lo pro- tage dil open esta orgulloso de ello y lo mantie- ne. Y no obstante, al mismo tiempo, este arrebato, este espasmo, este salto es atraido hacia otra par- te tan tentadora como condenada. Incansablemen- te, como un bimerang indomable, un polo de atrac- clén y de repulsién coloca a aque] que esta habita- do por é] literalmente fuera de si. Cuando me encuentro invadida por la abyec- cién, esta torsién hecha de afectos y de pensamien- 7 8 Julta Furtsteva toa, como yo los denomino, no tiene, en realidad, ob- Jeto definible. Lo abyecto no es un ob-jeto* en fren- te de mi, que nombro o imagino. Tampoco ¢s este ob-Juego, pequefio objeto “a", punto de fuga infinito en una bisqueda sistematica del deseo. Lo abyecto no es mi correlato que, al ofrecerme un apoyo so- bre alguien o sobre algo distinto, me permitiria ser, alli donde el sentido se desploma. Un cierto “yo" ah cree epneaorstoerange ep ee EE AO no son las versiones y conversiones del deseo que tironean los cuerpos, las noches, los discursos. Si- no un sufrimiento brutal del que *yo" se acomoda, sublime y devastado, ya que “yo” lo vierte sobre el padre (padreversién):** yo lo soporta ya que imagina que tal es el deseo del otro. Surgimiento masivo y abrupto de una extrafieza que, si bien pudo serme familiar en una vida opaca y olvidada, me hostiga ahora como radicalmente separada, -repugnante. No yo. No eso. Pero tampoco nada. Un “algo” que no * La continuactén del texto juega con la particula jet (verbo Jeter: arrojar, expulsar), intentando dar cuenta de La construccién del yo (ma) como resultado de las fuerzas de atrecciin y de repuleién ex- treel yoy el no-yo. dreversidn”, es homéfono de perversion. 1o Julia Kristeva Poderes de la perversién 3 reconozeo como cosa. Un peso de no-sentido que no tiene nada de insignificante y que me aplasta. En el linde de la inexistencia y de la alucinaci6n, de una realidad que, si la reconogeo, me aniquila. Lo abyecto y la abyeccién son aqui mis barreras*. Es- bozos de mi cultura. La suciedad** Asco de una comida, de una suciedad, de un des- hecho, de una basura. Espasmos y vémitos que me protegen. Repulsion, arcada que me separa y me desvia de la impureza, de la cloaca, de lo inmundo. de lo acomodaticio, de la complicidad, de la traici6n. Sobresalto fascinado que hacia alli me conduce y de alli me separa. Quiza el asco por la comida es la forma més ele- mental y mds areaica de la abyeeci6n. Cuando la nata, esa plel de superficie lechosa, Inofensiva, del- gada como una hoja de papel de cigarrillo, tan des- preciable como e¢] resto cortado de las ufias, se pre- sénta ante los ojos, o toca los labios, entonces un espasmo de la glotis y aun de mas del esté- mago, del vientre, de todas las visceras, crispa el cuerpo, acucia las y la bilis, hace latir el corazén y cubre de sudor la frente y las manos. Con el vértigo que nubla la mirada, la néusea me retuer- ce contra esa nata y me separa de la madre, del pa- dre que me la presentan. De este elemento, signo de su deseo, “yo" nada quiero, “yo" nada quiero saber, yo" no lo asimilo, “yo" lo expulso. Pero puesto que este alimento no es un “otro” para “*m!", que slo * En el original francés, garcejius. En el original, impropre. La contiruactin del texto jugerd en la doble vertienie del siguificante francés: impropre (no propio) © ir Propne isucio). Poderes dela perversién ll edisto en su deseo, yo me expulso, yo me escupo, yo me abyecto en el mismo movimiento por el que “yo" pretendo presentarme. Este detalle, tal vez insignifi- cante, pero que ellos buscan, cargan, aprecian, me imponen, esta nada me da vuelta como a un guante, me deja las tripas al aire: asi ven, ellos, que yo estoy volviéndome otro al precio de mi propia muerte. En este trayecto donde “yo” devengo, doy a luz un yo (moi) en la violencia del sollazo, del vomito. Protes- ta muda del sintoma, violencia estrepitosa de una convulsién, inscripta por cierto en un sistema sim- bélico, pero en el cual, sin poder ni querer integrar- se para responder, eso reacciona, eso abreacciona, eso abyecta. El cadaver (cadere, caer), aquello que irremedia- blemente ha caido, cloaca y muerte, trastorna mAs violentamente aun la identidad de aquel que se le confronta como un azar fragil y engafioso. Una heri- da de sangre y pus, oel olor dulzén y acre de un su- dor, de una putrefaccién, no signifiecan la muerte. Ante la muerte significada — por ejemplo un encefa- lograma plano— yo podria comprender, reaccionar o aceptar. No, asi como un verdadero teatro, sin di- simulo ni mascara, tanto el desecho como el cada- ver, me indican aquello que yo descarto permanen- temente para Vivir. Esos humores, esta impureza, esta mierda, son aquello que la vida apenas sopor- ta, y con esfuerzo. Me encuentro en los limites de mi condicién de viviente. De esos limites se des- prende mi cuerpo como viviente. Esos desechos caen para que yo viva, hasta que, de pérdida en pér- dida, ya nada me quede, y mi cuerpo caiga entero mas all4 del limite, cadere-caciaver. Si la basura sig- nifica el otro lado del limite, alli donde no soy y que me permite ser, el cadaver, el mds repugnante de los desechos, es un limite que lo ha invadido todo. Ya no soy yo (mol) quien expulaa, *yo" es expulsacdo. El limite se ha vuelto un objeto. gCémo puedo ser sin limite? Ese otro lugar que lmagino mas alla del presente, o que alucfino para poder, en un presente, hablarles, pensarlos, aqui y ahora est4 arrojado, ab- yectado, en “mi” mundo. Por lo tanto, despojado del mundo, me desvanezco, En esta cosa ineistente. cruda, insolente bajo el sol brillante de la morgue lena de adolescentes sorprendidos, en esta cosa que ya no marca y que por lo tanto ya nada signifl- ca, contemplo el dernumbamiento de un mundo que ha borrado sus limites: desvanecimiento, El cada- ver —visto sin Dios y fuera de la ciencia— es el col- mo de la abyecci6n. Es la muerte infestanco la vida. Abyecto. Es algo rechazado de! que uno no se sepa- ra, del que uno no se protege de la misma manera que de un objeto. Extrafieza imaginaria y amenaza real, nos llama y termina por sumergirnos. No es por lo tanto la ausencia de limpleza o de salud lo que vuelve abyecto, sino aquello que pertur- ba una identidad, un sistema, un orden. Aquello que no respeta los limites, los lugares, las reglas. La com- plicidad. lo ambiguo. lo mixto. El traidor, el mentiro- so, el criminal con la conciencia limpia, ¢l violador desvergonzado, el asesino que pretende salvar... To- do crimen, porque sefiala la fragilidad de la ley, es abyecto, pero el crimen premeditado, la muerte so- lapada, la venganza hipécrita lo son aun mas por- que aumentan esta exhibici6n de la fragilidad legal. Aquel que rechaza la moral no es abyecto — puede haber grandeza en lo amoral y aun en un crimen que hace ostentacion de su falta de reapeto de la ley, rebelde, liberador y suicida. La abyeccién es in- moral. tenebrosa. amiga de rodeos, turbia: un terror que disimula, un odio que sonrie, una pasion por un cuerpo cuando lo comercia lugar de abrazarlo, un deudor que estafa, un amigo que nos clava un punal por la espalda... En las oscuras salas que quedan ahora del mu- seo de Auschwitz, veo un mont6n de zapatos de ni- fos, o algo asi, que ya he visto en otra parte, quiz4s bajo un 4rbol de Navidad; mufiecas, tal vez. La ab- yeccién del crimen nazi alcanza su apogeo cuando la. muerte que, de todas maneras me mata, se mez- 12 Julia Kristeva cla con aquello que, en mi universo viviente, esta Ila- made a salvarme de la muerte: con la infancia, con la ciencia, entre otras cosas... La abyeccién de si Si es clerto que lo abyecto solicita y pulveriza si- multaneamente al sujeto, se comprendera que su maxima manifestacion se produce cuando, cansa- do de sus vanas tentatlvas de reconocerse fuera de to. La abyeeclén de sii seria la forma culminante de esta experiencia de] sujeto a quien ha sido devela- do que todos sus objetos sélo se basan sobre la pér- dida inaugural fundante de su propio ser, Nada me- general se pasa por alto demasiado rapidamente esta palabra, falta, de la que el psicoandlisis no re- tiene en la actualidad mas que el producto mas o menos fetiche, el“ de la falta”. Pero si uno se imagina (y justamente se trata de imaginar, ya que lo que aqui se funda es el trabajo de la imagina- cién) la experiencia de la falta misma como ldgica- mente anterior al ser y al objeto —al ser del objeto— entonces se comprende que su Unico significado sea la abyeccién, y con mas razén la abyeccién de si, slendo su significante... la literatura. La cristian- dad mistica hizo de esta abyeccién de si la prueba Qltima de la humildad ante Dios, como Io atestigua Santa Isabel. quien “por mas grande princesa que ee misma™.! 1 Saint Francois de Sales, introduction 4 la le dévote, t. Ii, 1. 14 Julta Kristeva temente. Sin él, ¢] maldito muchacho no tendria probablemente ningin sentido de lo sagrado;* suje- to nulo, se confundiria en el basural de los no-obje- tos siempre caidos de los que por el contrario trata de salwarse armado de abyeccién. Ya que aquel pa- ra quien lo abyecto existe no esta loco, Del entume- cimiento que lo ha congelado frente al cuerpo into- cable, imposible, ausente, de la madre, y que ha cor- tado los impulsos de sus objetos, es decir de sus representaciones, de este entorpecimiento hace ad- venir, digo, con el aseo, una palabra: el] miedo. El f6- bieo no tlene m4s objeto que lo abyecto. Pere esta palabra “miedo" —bruma fuida, viscocidad Inasi- ble—. no bien advenida se deshace como un espe- jisme e impregna de Inexistencla, de resplandor alucinatorio y fantasmatico, todas las palabras del lenguaje. De esta manera, al poner entre parénteala al miedo, ¢l discurso sélo podra sostenerse a condi- clén de ser confrontado incesantemente con este otro lado, peso rechazante y rechazado, fondo de memoria inaceesible e intimo; lo abyecto. Mas alla del inconsciente Es decir que hay existenclas que no se sostienen con un deseo, siendo el deseo, deseo de objetos, Esas existencias se fundan en la exclusién. Se dis- tinguen nitidamente de aquellas entendicdas como neurosis o psicosis, que articulan la negacion y sus modalidades, la transgresién, la denegacién y la for- clusién. Su dindmica cuestiona la teoria del incons- clente, pues ¢sta misma es tributaria de una dialéc- lica de la negatividad. Se sabe que la teoria del inconsciente supone una represién de contenidos (afectos y representa- * Juego de palabras tntraducible entre sacré (maldito) y sacné (sa- grado], homolonce. Poderes de la perversién 13 Queda ablerto el interrogante, totalmente lalco, de si la abyeccién puede constituir la prueba para aquel que, en el llamado reconocimiento de Ia cas- tracién, se desvia de sus escapatorias perversas pa- Ta ofrecerse como el no-objeto mas precioso, su propio cuerpo, su propio yo (moi), perdidos en lo su- cesivo como propios. caidos, al tos. El fin de la cura analitica puede Uevarnos hacia alli, ya lo vere- mos. Angustias y delicias del masoquismo, Esencialmente diferente de lo “siniestro™, inclu- so mas violenta, la abyeccién se construye sobre el no reconocimiento de sus préximos: nada le es fa- miliar, ni siquiera una sombra de recuerdos. Me imagino a un nino que se ha tragado precozmente a sus padres, y que, asustado y radicalmente “solo”, rechaza y vomila, para salvarse, todos los dones, los objetos. Tiene, podria tener, el sentido de lo ab- Aun antes de que las cosas sean para — por lo tanto, antes de que sean significables—, las ex-pulsa, dominado por la pulsién, y se constru- ye su propio territorio, cercado de abyecto. Maldita figura. El] miedo cimienta su recinto medianero de otro mundo, vomitado, expulsado, caido. Aquello que ha tragado en lugar del amor materno, o mds bien en lugar de un odio materno sin palabra para la palabra del padre, es un vacio; esto es lo que tra- ta de purgar, incansablemente. 4Qué consuelo pue- de encontrar en esta repugnancia? Quizds un pa- dre, existente pero vacilante, amante pero inesta- ble, simple fantasmna,** pero que retorna permanen- * El texto original dice inquidtunte Atrangeté (inquietante extra- fiez). que es la forma con la cual, « partir de Marie Bonaparte. el francés traguce cl das umbeimlich del texte de Frowd. acorde cone! termine francts. * Fantasma que retormna es un juego de palabras intraducible en- te fmumant (fontaama) y neurnant (que vuelve, que retorna), ho- mAéfnnoa, Poderes dela perversion 15 ciones) que por ello no acceden a la conciencia, si- ho que operan modificaciones en el sujeto, sea del discurso (lapsus, etc.), sea de] cuerpo (sintomas), sea de ambos (alucinaciones, etc.). Correlativamen- te a la nocién de represién, Freud propuso la de de negacién para pensar la neurosis, y la de rechazo (forclusién) para situar la psicosis. La asimetria de ambas represiones se acentiia dado que la denega- cién recae sobre el objeto mientras que la forclu- sién afecta e] deseo mismo [aquello que Lacan, si- guiendo impecablemente la linea de Freud, inter- preta como “forclusién del Nombre del Padre’). Sin embargo, frente a lo ab-yecto, y mas especifi- camente a la fobia y al clivaje del yo (moi) (ya volve- Temos sobre ello), cabe preguntarse si estas articu- laciones de la negatividad propia del inconsciente theredadas por Freud de la fllosofia y de la psicolo- gia) no han cadueado, Los contenides “inconscien- tes” permanecen aqui exciuicdos pero de una ma- nera extrafa: no tan radicalmente como para per- mitir una sélida diferenciacién sujeto/objeto, y sin embargo con una nitidez suficiente como para que pueda tener lugar una posicién de defensa, de re- chazo, pero también de elaboracién sublimatoria. Como si aqui la opesicién fundamental estuviera dada entre Yo y Otro, o, mds arcalcamente aun, en- tre Adentro y Afuera. Como si esta oposicién, clabo- rada a partir de las neurosis, subsumiese la opera- da entre Consciente ¢ Inconsclente. Debido a la oposicién ambigua Yo/Otro, Aden- tro/Afuera —oposicién vigorosa pero permeable, violenta pero incierta—. los contenidos *aormal- mente” inconscientes en los neuréticos se hacen explicites cuando no conscientes en los discursos y comportamientos “limites” (borderiines). En oca- siones, estos contenidos se manifiestan abierta- mente en practicas simbdlicas, sin integrarse por ello al nivel de) juicio consciente de los sujetos en cuestién; puesto que hacen impertinente la oposi- cién consciente/inconsciente, estos sujelos y sus 16 Julia Kristeva Poderes dela perversiin ict 17 discursos son terreno propicio para una discurstvi- dad sublimatoria ("estética” o “mistica", etc.) mds que cientifica o racionalista. Un exiliado que dice: “zDénde?" Por lo tanto, aquel en virtud del cual existe lo ab- yecto es un arrojado (jet. que (se) ubica. (se) sepo- ra, (se) sitGa, y por lo tanto erra en vez de reconocer- se, de desear, de pertenecer o rechazar. Situacionis- ta en un sentido, y apoyandose en la risa, ya que relr es una manera de situar o de desplazar la ab- yeocién. Forzosamente dicot4mico, un poco mani- queo, divide, excluye, y sin realmente querer recono- cer sus abyeeclones, no deja de ignorarlas. Ade- mas, con frecuencia se Incluye alll, arrojando de es- ta manera al interior de si el escalpelo que opera sus separaciones. En lugar de interrogarse sobre su “ser”, se inte- rroga sobre su lugar; “zDénde estoy?, mas bien que “gQuién soy?”. Ya que el espacio que preocupa al sxrojedo, ol enckuido, jemfs cs una al homagines, ni totalizable, sino esencialmente divisible, plega ble, catastréiico, prliranrany ay thr-iany 3° guas, de obras, el arrojado no cesa de delimitar su constantemente su solidez y lo inducen a empeza! de nuevo. Constructor infatigable, ¢) arrojado es un extraviado, Un viajero en una noche de huidize fir Tiene el sentido del peligro. de la pérdida que re ore senta el pseudo-objeto que lo atrac, pero no pu d dejar de arriesgarse en el mismo momento en. » toma distancia de aquél. Y cuanto mas se extra, « mas se salva, 18 Julia Kristeva roto donde el Yo (moi) cede su imagen para reflejar- se en el Otro, lo abyecto nada tlene de objetivo, ni si- quiera de objetal. Es simplemente una frontera, un don repulsive que el Otro, convertide en alter ego, deja caer para que “yo" no desaparezca en 4], y en- cuentre en esta sublime alienacién una existencia desposeida. Por lo tanto un goce en el que el sujeto repugnante. prende por qué tantas victimas de lo abyecto son victlmas fascinadas, cuando no déciles y compla- clentes. Frontera sin duda, la abyeccién es ante todo am- bigQedad, porque aun cuando se aleja, separa al su- Jeto de aquello que lo amenaza al contrarto, lo de- nuncia en continuo peligro—. Pero también porque is alepnoceie ralenen on on salatia a yon velo eee to, de condena y de efusién, de signos y de pulsio- nes. Del arcaismo de la relacién pre-objetal, de la wolencia inmemorial con la que un cuerpo se sepa- ra de otro para ser, la conserva aquella noche donde se plierde el contorno de la cosa signi- ficada, y donde sdlo actda el afecto imponderable. Por supuesto, si yo estoy afectada por aquello que no se me aparece todavia como una cosa, es por- que hay leyes, relaciones incluso, estructuras de sentidos que me gobiernan y me condicionan. Este gobierno, esta mirada, esta voz, este gesto, que ha- cen la ley para mi cuerpo aterrado, constituyen y provecan un afecto y no todavia un signo. Lo erijo como pura pérdida para exclutrio de aquello que ya no sera, para mi, un mundo asimilable. Evidente- mente, sdlo soy como cualquier otro: Mgica miméti- ca del advenimiento del yo (mol), de los objetos y de tar, vértigo de esa ambighedad que, con la violencia de una rebelién contra, delimita un espacio a partir del cual surgen signos, ob,etos. Asi retorcido, teji- do, ambtvalente, un flujo heterogéneo recorta un te- El tiempo: olvido y trueno Pues obtiene su goce de este extravio en terreno * excluido. Este abyecto de! que en resumidas cuen- tas no cesa de separarse, es para él una tlerra de ol- vido constantemente rememorada. En un tiempo ya borroso, lo abyecto debié haber sido un polo imantado de codicia. Pero ahora las cenizas del ol- vido hacen de parabrisas y reflejan la aversi6n. la repugnancia. Lo propio (limpio) (en el sentido de lo incorporado y lo incorporable) se vuelve sucio; lo solicitado hace un viraje hacta lo desterrado, la fas- cinaci6n hacia el oprobio, Entonces el tlempo olvi- dado surge bruscamente, y condensa en un relam- pago fulgurante una operaci6n que, si fuera pensa- da, seria la reunién de los dos términos opuestos pero que, en virtud de dicha fulguracién, se descar- ga como un trueno. El tiempo de la abyecelén es doble: tiempo del olvido y del trueno, de lo infinite velado y del momento en que estalla la revelaci6n. Goce y afecto Goce, en suma. Ya que el extraviado se considera como el equivalente de un Tercero. Se cerciora del juicio de éste, se apoya en la autoridad de su poder para condenar, se funda sobre su ley para olvidar o desgarrar el velo del olvido, pero también para erti- gir a su objeto como caduco. Como caida. Eyectado por el Otro, Estructura ternaria, sl se quiere, consi- derado por el Otro como pledra angular, pero “es- tructura” exorbitada, topologia de catdstrofe. Ya que, al construirse un alter ego, el Otro deja de ma- Oe eee la homogencidad subjettva, y deja caer al objeto en inaccesible objeto Hamado “a” del deseo estalla con el espejo Poderes dela perversion _ rritorio del que puedo decir que es mio porque el Otro, habiéndome habitade como alier ego, me lo indica por medio de la repugnancia. Es una manera de decir una vez mas que el flujo heterogéneo, que recorta lo abyecto y remite a la ab- yeccion, vive ya en un animal humano fuertemente alterado. Sélo experimento abyeecién cuando un Otro se instalé en el lugar de lo que sera “yo" (moi). No un otro con el que me identifico y al que incorpo- ro, sino un Otro que precede y me posee, y que me hace ser en virtud de dicha posesién. Posesién an- terior a mi advenimiento: estar alli de lo simbélico que un padre podrd o no encarnar. Inherencia de la significancta al cuerpo humano. En el limite de la represi6n primaria Si en virtud de este Otro se delimita un espacio que separa lo abyecto de aquello que sera un sujeto y sus objetos, es porque se opera una represi6n a la que podria lamarse “*primaria” antes del surgimien- to del yo (mol), de sus objetos y de sus representa- clones. Estos, a su vez. tributarios de otra repre- sién, “secundaria™, recién Degan a posterior’ sobre ra més general e imaginaria, bajo la forma de abyec- cién, nos significa los limites del untverso humano. En este limite, y en ditima Instancia, se podria decir que no hay inconsciente, ¢l cual se cuando representaciones y afectos (ligados o no a aquéllas) construyen una Mgica. Aqui, por el contra- rio, la conclencia no se hizo cargo de sus derechos para transformar en significantes las demarcacio- nes fuidas de los territorios atin inestables donde un “yo" en formacion no cesa de extraviarse. Ya no estamos en la érbita del inconsciente sino en el B- mite de la represion primaria que sin embargo en- contré una marca intrinsecamente corporal y ya 20 Julia Kristeva significante, sintoma y signo: la repugnancia, el as- co, la abyeccién. Efervescencia del objeto y del sig- no que no son de deseo, sino de una significancia intolerable y que, si bien se balancean entre el no- sentido y lo real imposible, se presentan a pesar de “yo" (mol) (que no es) como abyecciin. Premisas del signo, doblez de lo sublime Detengamonos un poco en este punto. Si lo ab- yecto ya es un esbozo de signo para un no-objeto en los limites de la represién primaria, podemos comprender que por un lado pueda bordear el sinto- ma somitico, y por el otro la sublimacién. El sinto- mc un Jenguaje. que al retirarse. estructura en el cuerpo un extranjero inasimilable, monstruo, tu- mor y cincer, al cual los escuchas del Inconsciente no oyen, ya que su sujeto extraviado se agazapa fue- ra de los senderos del deseo. La sublimacién, en cambio, no es otra cosa que la posibilidad de nom- brar lo pre-nominal, lo que en realidad s6lo son un trans-nominal, un trans-objetal. En el sintoma, lo abyecto me invade, yo me convierto en abyecto. Por la sublimacién, lo poseo. Lo abyecto esta rodeado de sublime. No es el mismo momento del trayecto, pero es ¢] mismo sujeto y el mismo dis- curso bo que loa hace exiatir. Pues lo sublime tampoco tiene objeto. Cuando el cielo estrellado, el alta mar o algin vitral de rayos violetas me fascinan, entonces, m4s alla de las co- 848 que veo, escucho o pienso, surgen, me envuel- yen, me arrancan y me barren un haz de sentidos, de colores, de palabras, de caricias, de roces, de aro- mas, de suspiros, de cacencias, El objeto “sublime” se disuelve en los transportes de una memoria sin fondo, que ¢s la que, de estado en estado, de recuer- do en recuerdo, de amor en amor, transfiere este ob- jeto al punto luminoso de] resplandor donde me tlerdo nara ser. No bien lo percibo. lo nombro. lo 22 Julia Kristeva tros intentos mas antiguos de diferenciarnos de la entidad materna, atin antes de ex-istir fuera de ella gracias a la autonomia del lenguaje. Diferenciaci6n violenta y torpe, siempre acechada por la recaida en la dependencia de un poder tan tranquilizador como asfixiante. La dificultad de una madre para re- conocer (o hacerse reconocer por) la instancia sim- bélica —dicho de otro modo, sus problemas con el falo que representa su propio padre o su marido— no estA evidentemente conformada para ayudar al futuro sujeto a abandonar el alojamiento natural. Si bien el nifio puede servir de indice para la auten- tificacién de su madre, ésta en cambio no tiene ra- 26n para servir de intermediario de la autonomiza- cién y autentificacién del hijo. En este cuerpo a cuerpo, la luz simb6lica que un tercero puede apor- tar, eventualmente el padre, le sirve al futuro sujeto, si ademas éste esta dotado de una constituctén pul- sional robusta. para continuar la guerra en defensa propia con aquello que, desde la madre, se transfor- mara en abyecto. Repulsivo, rechazante: repulsan- dose, rechazdndose. Ab-yectando. En ésta guerra que va dande forma al ser huma- no, el mimetismo en virtud del cual se homologa a otro para devenir é] mismo, es, en suma, légica y cronolégicamente secundario. Antes de ser como, ‘yo" no soy, sino que separo, rechazo, ab-yecto. La abyeecién, desde la perspectiva de la diacronia sub- jetiva, es una pre-condiciéin del narcisismo, Le es coextensiva y lo fragiliza constantemente. La tma- gen mas o menos bella donde me miro o me re- conozco se basa en una abyeccién que la fisura cuando se distiende la represién, su guardian per- manente. La “xora”, receptaculo del narcisismo Introduzcamonos por un instante en la aporia freudiana llamada de la repreaién primaria. Curio- so origen, donde aquello que fue reprimido no per- Poderesdelaperversifn 0 sublime desencadena — desde siempre ha desenca- denado— una cascada de percepciones y de pala- bras que ensanchan la memoria hasta el infinito. Me olvido ahora del punto de partida y me encuecn- de las palabras, Jo sublime es un ademés que nos infla, nos excede, y nos hace estar a la vez aqui arro- jados, y alli, distintos y brillantes. Desvio, clausura imposible. Todo fallido, alegria: fascinacién. Antes del comienzo: la separacién Entonces lo abyecto puede aparecer como la su- blimacién més frdagil (desde una perspectiva sincré- nica), més arcaica (desde una perspectiva diacréni- ca) de un “objeto” todavia inseparable de las pul- siones. Lo abyecio es aquel pacudo-objeto que se constituye antes, pero que recién aparece en las brechas de Ja represién secundaria. Por lo tanto lo abyecto seria el “objeto” de la represién primaria. Pero, gqué es la represi6n primaria? Digamos: la capacidad del ser hablante, siempre ya habitado por e] Otro, de dividir, rechazar, repetir. Sin que es- tén constituides una divisién, una separaci6n, un sujeto/objeto (no todavia, o ya no). yPor qué? Qul- f4s a causa de la angustia materna, incapar de sa- tisfacerse en lo simbédlico del mectio. Por un lado, lo abyecto nos confronta con esoa estados fragiles en donde el hombre erra en los te- rriterios de lo animal, De esta manera, con la abyec- cién, las seciedades primitivas marcaron una zona precisa de su cultura para desprenderla del mundo amenazador del animal o de la animalidad, ima- ginados como representantes del aseainato o del SEXD, Lo abyecto nos confronta, por un lado, y esta vez en nuestra propia arqueologia personal, con nues- Poderes de la perversién 23 manecié en su lugar y donde aquello que reprime siempre toma su fuerza y su autoridad prestadas a aquello que aparentemente es muy secundario: el lenguaje. Por lo tanto no hablamos de origen sino de inestabilidad de la funcién simbélica en lo que tiene de mas significativo: a saber, la interdiccién del cuerpo materno (defensa contra el auto-erotis- mo y taba del incesto), Aqui, es la pulsién la que rel- na para constitulr un extrafio espacio que llama- remos, con Plat6én (Timeo, 48-53), una xorg, un re- ceptacula. En beneficio del yo (moi) o contra el yo (moi), las pulsiones de vida o de muerte tienen por funcién co- rrelacionar ese “todavia no yo (mol)” con un “obje- to", para constituirlos a ambos... Dicotémico [aden- tro-afuera, yo (moj) - no yo (moij] y repetitivo, este movimiento tiene, a pesar de todo, algo de centripe- to: apunta a situar al yo (moi) como centro de un sis- tema solar de objetos. Hablande con propiedad, lo que es exorbitante ¢s ¢l hecho de que a fuerza de re- gresar, el movimiento pulsional termine por hacer- se centrifugo, aferrindose por consiguiente al Otro y produciéndose alli como signo para de esta mane- ra hacer sentido. Pero a partir de ese momento, cuando reconozco mi imagen como signo y me altero para significar- me, se instala otra economia. El signo reprime la xora y su eterno retormmo. De ahora en adelante, sélo el deseo sera testigo de este latido “original", Pero el deseo ex-patria al yo (mol) hacia otro sujeto y ya no admitira las exigencias del yo (mol) como narct- sistas, Entonces el narcisismo aparece como una regresién operada antes del otro, como un retomo hacia un refugio autocontemplativo, conservador, autosuficiente. De hecho, este narcisismo no es ja- mds la imagen sin arrugas de] dios griego en una fuente apacible. Por ello los conflictos de las pulsio- nes empafian el fondo, enturbian sus aguas y se lle- van tedo aquello que, para un sistema dado de sig- nos, al no integrarse, es del orden de la abyeccién. 24 Julia Kristeva, Poderes dela perversian = _35 Entences la abyecci6én es una especie de crisis narcisista atestigua lo efimero de ese estado al que se llama. sabe Dios por qué con celos reprobato- ios, “narcisismo"; es mas, la abyeccién conflere al narcisismo (a la cosa o al concepto) su estatuto de “semblante”. Sin embargo, basta con que una interdicclén, un superyé por cjemplo, se erija como barrera frente al deseo tendido hacia el otro —o que este otro, come lo exige su papel, no salisfaga— para que el deseo y sus significantes desanden el camino y vuelvan sobre lo “mismo”, enturbiande de esta ma- nera las aguas de Narciso. La represién secunda- ria, con su envés de medica simbdélicos, intenta trasladar a su propia cuenta, asi descubierta, los re- cursos de la represién primaria, precisamente en ¢l momento de la perturbacién narcisista (estado que, en resumidas cuentas, es permanente en el ser hablante por poco que se escuche hablar). La eco- nomia arcaica es extraida a la luz del dia, significa- da, verbalizada. Por lo tanto sus estrategias (recha- zantes, separantes, repitientes-abyectantes) en- cuentran una existencia simbélica, a la que deben plegarse las l4gicas mismas de lo simbéllco, los ra- zonamientos, las demostraciones, las pruebas, etc. Es entonces cuando el objeto cesa de estar circuns- eripto, razonado, separado: aparece como... abyecto. Dos causas aparentemente contradictorias pro- vocan esta crisis narcisista que, con su verdad, aporta la visién de lo . Una excesiva severt dad del Otro, confundido con el Uno y la Ley. La fa- lencia del Otro que se trasparenta en el derrumba- miento de los objetos de deseo. En ambos casos, lo abyecto aparece para sostener “yo" en e] Otro, Lo abyecto es la violencia del duelo de un “objeto” des- de siempre perdido. Lo abyecto quiebra el muro de la represi6n y sus juicios, Recurre al yo (moi) en los limites abominables de les que, para ser, el yo (mol) se ha desprendido —recurre a él en el no-yo (mol), en La pulsién, en la muerte. La abyeccién es 26 julia Kristeva por otro lado, como el sentimiento de la abyeccién ea juez y cémplice al mismo tiempo, \gualmente lo es en la literatura que se le confronta. En conse- tegorias dicotémicas de lo Puro y lo Impuro, de lo Interdicto y del Peca- dis, Ca la tical Ga otonneral Para el sujcto sélidamente instalado en su super- yo, una escritura como é¢sta participa mecesaria- mente del intervalo que caracteriza a la perversion, el cual en consecuencia provoca abyeccién. Sin em- bargo, los textos apelan a una flesdbilizacién del superyé. Eacribirlos supone la capacidad de imagi- nar lo abyecto, cs decir de verse cn su lugar descar- tandclo solamente con Jos desplazamientos de los juegos de lenguaje. Recién después de su muerte, eventualmente, el escritor de la abyeecl6n escapa- ra. a su cucta de desechos, de desperdicio o de ab- yecto. Entonces, o caeré en el olvido, o accederd al estatute de ideal Inconmensurable, La muerte seria por lo tanto el principal custodio de nuestro museo imaginario; en ultima instancia nos protegeria de esta abyeccién que la Hteratura contemporinea se exige desperdiciar al nombrarla. Una proteccién que ajusta sus cuentas con la abyecci6n, pero tam- bién quiz4 con la incémoda apuesta, incandescen- te, del mismo hecho literario que, promovido al es- tatuto de lo sagraco, se encuentra separado de su espectficidad. Asi, la muerte limpia nuestro univer- so contemponineo. Purificandonos de la literatura, constituye nuestra religién laica. De tal abyecci6én, tal sagrado La abyeccion acompafia todas las construccio- nes religiosas, y reaparece, para ser elaborada de una nucva manera, en ocasién de su derrumba- miento. Distinguiremos varias estructuraciones de una resurreccién que pasa por la muerte del yo (mol). Es una-alquimia que transforma la pulsién de muerte en arranque de vida, de nueva signifi- cancia, Perverso 0 artistico Lo abyecto esta emparentado con la perversion. El sentimiento de abyeccién que experimento Se ancla en el superyé. Lo abyecto es perverso ya que no abandona ni asume una Interdiccién, una regla o una ley, sino que la desvia, la descamina, la co- rrompe. Y se sirve de todo ello para denegarlos. Ma- ta en nombre de la vida: es el déspota progresisia, vive al servicio de la muerte: es el trafleante genétl- co: realimenta el sufrimiento del otro para su pro- pio bien: es el cinico (y el psicoanalista); slenta su poder narcisista fingiendo exponer sus abismos: el artista es quien e¢jerce su arte como un “negocia”. Su rostro mas conocido, mas evidente, ¢s la corrup- clén. Es la figura socializada de lo abyerto. Para que esta complicidad perversa de la abyec- clén sea encuadrada y separada, hare falta una adhesién inquebrantable a lo Interdicto, a la Ley. Religion, moral, derecho. Evidentemente siempre mas o menos arbitrario; invariablemente mucho més oprestvos que menos; dificilmente domina- bles cada vez mas. La literatura contemporanea no jos recmplaza. Mas bien se diria que se escribe sobre lo insostent- ble desde las posiciones superyoicas o perversas. Comprucba la imposibilidad de la Religion, de la Moral, del Derecho — su abuso de autoridad, su sem- blante necesario y absurdo—. Como la perversién, Ja Literatura los usa, los deforma y se burla. Sin cm- bargo, toma distancia en relacién con lo abyecto. El eseritor, fascinado por lo abyecto, se imagina su égica, se proyecta en ella, la introyecta y por ende pervierte la lengua —el estilo y el contenido—. Pero Poderes dela perversion 27 la abyeecién que determinan diversos tipos de lo La abyeccién aparece como rito de la impureza y de la contaminacién en el paganismo de las socie- dacdes donde predomina o sobrevive lo matrilineal, donde toma el aspecto de la exclusién de una sus- tancia (nutrittva o ligada a la sexualidad), cuya ope- raci6n coincide con lo sagrado ya que lo instaura. La abyeccién persiste como exclusién o tabt [all- mentario u otro) en las religiones monoteistas, par- Ucularmente en el judaismo, pero deslizandose ha- cla formas més “secundarias” como transgresién (de la Ley) en la misma economia monoteista. Final- mente, con el pecado cristiano encuentra una ela- toria de las religiones, terminando en esa catarsis por excelencia que es el arte, mas aca o mas alla de la religion. Desde esta perspectiva, la experiencia artistica, arraigada en bo abyecto que dice y al decir- lo purifica, aparece como el componente esencial de la religiosidad. Quizé por ello esta destinada a sobrevivir al derrumbamiento de las formas hist6- Ticas de las religiones. Fuera de lo sagrado, lo abyecto se escribe En la modemidad occidental, y en razén de la cri- sis del cristianismo, la abyeccién encuentra reso- nancias més arcaicas, culturamente anteriores al pecado, para alcanzar su estatuto biblico ¢ incluso el de la impureza de las socitedades primitivas. En un mundo en el que el Otro se ha derrumbado, el es- fuerzo estético —descenso a los fundamentos del edificio simbélico— consiste en volver a trazar las

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