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Segundo. Que si la hubiera tenido, a sus hijos, con todo, no pasara tal
derecho.
2. A este fin, pienso que no estará fuera de lugar que asiente aquí lo que
por poder político entiendo, para que el poder del magistrado sobre un
súbdito pueda ser distinguido del de un padre sobre sus hijos, un amo
sobre su sirviente, un marido sobre su mujer, y un señor sobre su esclavo.
Y por cuanto se dan a veces conjuntamente esos distintos poderes en el
mismo hombre, si a éste consideramos en tales relaciones diferentes; ello
nos ayudará a distinguir, uno de otro, esos poderes, y mostrar la diferencia
entre el gobernante de una nación, el padre de familia y el capitán de una
galera de forzados.
De todo ello queda de manifiesto que, mientras los hombres viven sin
ser controlados por un poder común que los mantenga atemorizados a todos,
están en esa condición llamada guerra; guerra de cada hombre contra cada
hombre. Pues la Guerra no consiste solamente en batallas, o en el acto de
luchar; sino en un período en que la voluntad de confrontación violenta es
suficientemente declarada. Por tanto, la noción de tiempo debe considerarse
como parte de la naturaleza de la guerra; lo mismo que es parte de la
naturaleza del tiempo atmosférico. Pues así como la naturaleza del mal
tiempo no está en uno o dos aguaceros, sino en la tendencia a que estos
continúen durante varios días, así también la naturaleza de la guerra no está
en una batalla que de hecho tiene lugar, sino en una disposición a batallar
durante todo el tiempo en que no haya garantías de que debe hacerse lo
contrario. Todo otro tiempo es tiempo de Paz.
Podrá tal vez pensarse que jamás hubo un tiempo en el que tuvo lugar
una situación de guerra de este tipo. Y yo creo que no se dio de una manera
generalizada en todo el mundo. Pero hay muchos sitios en los que los hombres
viven así ahora. Pues los pueblos salvajes en muchos lugares de América, con
la excepción del gobierno que rige en las pequeñas familias, cuya concordia
depende de los lazos naturales del sexo, no tienen gobierno en absoluto y
viven en el día de hoy de esa manera brutal que he dicho antes.
Comoquiera que sea, podemos tener una noción de cómo sería la vida
sin un poder común al que temer, si nos fijamos en la manera de vivir de
quienes, después de haber coexistido bajo el poder de un gobierno pacífico,
degeneran en un estado de guerra civil.
Las pasiones que inclinan a los hombres a buscar la paz son el miedo a
la muerte, el deseo de obtener las cosas necesarias para vivir cómodamente,
y la esperanza de que, con su trabajo, puedan conseguirlas. Y la razón sugiere
convenientes normas de paz, basándose en las cuales los hombres pueden
llegar a un acuerdo. Estas normas reciben el nombre de Leyes de Naturaleza,
y de ellas hablaré más en particular en los dos capítulos siguientes.(...)”
1
Alusión a Grocio, De jure belli ac pacis «Discurso prelim.», 9.
2
Alusión a S. Pufendorf, De jure naturae et gentium libri octo, IV, 4. Y
también a Locke. Treatise of civil Gobernement I. El libro de Pufendorf y el
de Grocio, citado en la nota anterior, habían sido traducidos al francés por J.
Barbeyrac en 1724 y 1706, respectivamente. Barbeyrac, profesor de derecho
en Groninga a comienzos del siglo XVIII los había enriquecido con importantes
notas y comentarios, que Rousseau utilizará.
3
Inequívoca alusión a Hobbes; cf., Y. gr., De cive, J, 14.
4
Jenócrates (396-315 a.C,), discípulo de Platón y segundo escolarca de la
Academia.”
"Sobre todo, no vayamos a concluir con Hobbes que por no tener ninguna idea
de la bondad, el hombre es naturalmente malo, que es vicioso porque no
conoce la virtud, que rehúsa a sus semejantes servicios que no cree deberles,
ni tampoco que en virtud del derecho que se atribuye con razón respecto a
aquellas cosas de las que tiene necesidad se imagine por ello neciamente el
único propietario de todo el universo. Hobbes ha visto muy bien el defecto de
todas las definiciones modernas del derecho natural; pero las consecuencias
que saca de la suya muestran que la toma en un sentido que no es menos
falso. Razonando sobre los principios que establece, este autor debería decir
que, al ser el estado de naturaleza aquel en el cual el cuidado de nuestra
conservación es el menos perjudicial para la del otro, este estado era en
consecuencia el más adecuado para la paz y el más conveniente para género
humano. Dice precisamente lo contrario por haber hecho entrar forzadamente
en el cuidado conservación del hombre salvaje la necesidad de satisfacer una
multitud de pasiones que son obra de la sociedad y que han tornado
necesarias las leyes. El malo -dice él- es un niño robusto. Queda por saber sí
el hombre salvaje es un niño robusto. Cuando se le conceda, ¿qué concluirá de
ello? Que si cuando es robusto este hombre fuese tan dependiente de los
demás como cuando es débil, no habría exceso al cual no se entregase; que
golpearía a su madre en cuanto tardase demasiado en darle de mamar; que
estrangularía a uno de sus jóvenes hermanos en cuanto estuviese incomodado;
que le mordería la pierna a otro en cuanto estuviese contrariado o enfadado;
sin embargo, son dos suposiciones contradictorias que en el estado de
naturaleza el hombre sea robusto y dependiente. El hombre es débil mientras
es dependiente y está emancipado antes de ser robusto. Hobbes no ha visto
que la misma causa que impide a los salvajes usar de su razón, como lo
pretenden nuestros jurisconsultos, le impide al mismo tiempo abusar de sus
facultades, como él mismo pretende; de tal modo que podría decirse que los
salvajes no son malos precisamente porque no saben lo que es ser buenos,
puesto que no es ni el desarrollo de las luces, ni el freno de la ley, sino la
calma de las pasiones y la ignorancia del vicio quienes le impiden hacer el
mal: Tanto plus in illís proficit vítiorum ignoratio quam in his cognitio
virtutis5. Por lo demás, hay otro principio que Hobbes no se ha percatado;
habiendo sido dado al hombre para doblegar en ciertas circunstancias la
ferocidad de su amor propio o el deseo de conservarse antes del nacimiento
de aquel amor, tempera el ardor de que hace gala respecto a su bienestar por
una repugnancia innata a ver sufrir al semejante6. No creo que haya que
temer contradicción concediendo al hombre la única virtud natural que estuvo
forzado a reconocerle el más avanzado detractor de las virtudes humanas.
Hablo de la piedad, disposición conveniente a seres tan débiles y sujetos a
tantos males como lo estamos nosotros; virtud tanto más universal y tanto
más útil al hombre cuanto que ella antecede en él uso de toda reflexión y tan
natural que las mismas bestias nos dan a veces signos sensibles de ella.
5
Tan provechosa es en ellos la ignorancia de los vicios, como en éstos el
conocimiento de la virtud"; cita de Justino, Historias, II, § 15.
6
No se pueden confundir el amor propio y el amor a sí mismo, dos pasiones
muy diferentes por su naturaleza y por sus efectos. El amor a sí mismo es un
sentimiento natural que lleva a todo animal a preocuparse por su
conservación y que, dirigido en el hombre por la razón y modificado por la
piedad, da por resultado la humanidad y la virtud. El amor propio es tan sólo
un sentimiento relativo, artificial y nacido dentro de la sociedad, que lleva a
cada individuo a ocuparse más de sí que de cualquier otro, que inspira a los
hombres todos los males que se perpetran mutuamente y que es la verdadera
fuente del honor.
Este poder soberano puede alcanzarse de dos maneras: una, por fuerza
natural, como cuando un hombre hace que sus hijos se sometan a su gobierno,
pudiendo destruirlos si rehúsan hacerlo, o sometiendo a sus enemigos por la
fuerza de las armas, y obligándolos a que acaten su voluntad, concediéndoles
la vida con esa condición. La otra es cuando los hombres acuerdan entre ellos
mismos someterse voluntariamente a algún hombre o a una asamblea de
hombres, confiando en que serán protegidos por ellos frente a todos los
demás. A esta segunda modalidad puede dársele el nombre de Estado político,
o Estado por institución; y a la primera, el de Estado por adquisición."
(....)
Terminaré este capítulo y este libro con una observación que debe
servir de base a todo el sistema social; y es que en lugar de destruir la
igualdad natural, el pacto fundamental substituye, por el contrario, por una
igualdad moral y legítima lo que la naturaleza pudo poner de desigualdad
física entre los hombres y que, pudiendo ser desiguales en fuerza o en genio,
se vuelven todos iguales por convención y de derecho8.
[Rousseau: Propiedad]