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Anoiss Traducciones

Árbol genealógico

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Into the flame
Primera impresión, Agosto 2008
Christina Dodd © 2008
Para Shannon y Rex.
Les deseo una larga vida juntos,
Gracias por el maravilloso obsequio que vuestro amor ha creado,
¡y felicidades!

Acuse de recibo
Darkness Chosen ha sido oscura, complicada, y fascinante de escribir, y traer la serie
a la consecución ha requerido del soporte de muchos profesionales asombrosos en NAL:
el departamento de redacción, especialmente la maravillosamente creativa Kara Cesare;
el departamento de arte, llevado por Anthony Ramondo; Craig Burke y mi propio Michele
Langley en publicidad; y el estupendo departamento de ventas de Penguin. Gracias a todos.
Un agradecimiento enorme y especial para Rachel Granfield y a producción. ¡Ustedes son
los mejores!

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Prólogo
La leyenda continúa...
En el invierno nevoso de las estepas planas, congeladas y vacías de Ucrania, cuando la
tormenta de nieve se desencadena y la noche persiste como una visita inoportuna, mi
abuela se sienta cerca de la estufa de aceite, calentando sus huesos viejos, y me abraza
fuerte. Cuando le ruego, me cuenta las viejas leyendas: de la hermosa costurera
Maryushka y cómo Kaschei el Inmortal la transformó en un pájaro de fuego1, o del músico
Sadko y de cómo se casó con la hija del rey de mar. Cuando se hace muy tarde y el viento
hace sonar las ventanas con sus dedos helados, le pido una historia diferente, una que me
asuste y me atormente.
La mayor parte del tiempo, gira su cabeza y se niega. Pero a veces, de mala gana, relata
la leyenda de la oscuridad, de Konstantine Varinski y su pacto con el diablo... Y su voz
tiembla.
Ocurrió hace más de mil años, y a veces la cuenta de una manera, a veces de otra, pero
siempre los hechos principales son los mismos...
Konstantine Varinski se erguía alto, de amplios hombros y piernas cómo largos troncos
de árboles, y manos diestras que podían usar el cuchillo para destruir a los hombres e
incluso aplastar brutalmente la tráquea de una mujer. A través de los veranos calurosos y
los inviernos gélidos, vagaba a solas, agobiando al indefenso, robando, violando, y
asesinando, hasta que por fin su fama alcanzó los oídos del mismo diablo.
Ahora mi abuela acurruca en su manta, subiéndose el manto que rodea su espalda. Bebe
el té caliente de un vaso, pero nada puede contener su temor mientras cuenta sobre el
diablo quién, disgustado por la competencia, sale de las profundidades del infierno para
buscar al arribista Konstantine Varinski y hacerle que se arrepienta por desafiar al
Maligno.
Pero Konstantine no solo era tan despiadado como un lobo, también era astuto como un
zorro. Ofreció un pacto al diablo: él y sus descendientes se convertirían en dedicados
servidores de Satanás, y a cambio, el diablo les daría la habilidad de cambiar a voluntad
en animales de caza.
Konstantine logró capturar el interés de Satanás y por tanto miró en lo profundo en el
alma de Konstantine. Lo que vio allí lo complació y asombró: Konstantine era
completamente malvado, una herramienta horrible y útil.
Pero Konstantine no había terminado con sus demandas.
Él y todos sus descendientes serían invencibles, para nunca ser muertos en la lucha
excepto por otro demonio. Cada Varinski tendría una larga vida, y más importante—
solamente engendrarían hijos. Aclamarían el nacimiento de cada nuevo demonio, y criarían
al niño para ser un guerrero despiadado digno del nombre Varinski. A dónde quiera que
fueran, llevarían la oscuridad. Serían la oscuridad.

1
NT: Juego de palabras entre el nombre de la protagonista—Firebird—y su significado—pájaro de fuego—

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Para sellar el pacto, Konstantine prometió entregar el icono sagrado de la familia, una
pintura sencilla dividida en cuatro imágenes de la Madonna.
Al igual que mi abuela, la madre de Konstantine era una buena mujer. Se negó a ceder a
las demandas de Konstantine. Protegió al icono, el corazón de su hogar, con su vida... Así
que Konstantine usó su cuchillo y brutales sus manos para asesinarla.
Cuando su sangre roja se derramó en la nieve blanca, lo acercó y le dijo al oído.
—Konstantine, deseas reinar en la mano derecha de Satanás y por lo tanto lo harás,
hasta el día en que nazca mi nieto el mayor.— Los ojos de la babushka2 brillaron con el
dolor y la pena. —Estará tan sumido en la maldad como tú pudiste desear, será el justo
heredero para tu legado... pero aun así preveo su caída. Su caída será por una mujer, y el
día en que se enamore, los cimientos del pacto con el diablo se agrietarán.
—Porque amará a mi nieto mayor, y su amor será fuerte, tan fuerte como el poder de
la Madonna misma, y en el día en que su cuarto hijo nazca, tu amo enfrentará la derrota.
Presumido con el triunfo, Konstantine se río.
Su madre sujetó el icono contra su pecho y observó profundamente en el próximo
mundo, viendo lo que él no podía ver. —Cuando sus hijos hayan crecido, tus propios
descendientes se unirán contra el diablo. A pesar de todo, pelearán, y cuando ganen la
lucha final del bien contra el mal, Satanás te echará de su gracia.
Konstantine contestó, —entonces tendré que asegurarme de que no ganen.— Y clavó el
cuchillo más profundamente en su pecho.
Con su último aliento, dijo, —te maldigo, hijo mío. Te consumirás en el fuego más
ardiente del infierno.
Él no prestó atención a la profecía o su maldición. Era, después de todo, solamente una
mujer. No creyó que sus palabras moribundas tuvieran el poder de cambiar el futuro, y
más importante, no haría nada para poner en peligro su pacto con el Maligno.
Pero aunque Konstantine no admitió la profecía que su madre había hecho, Satanás
sabía que Konstantine era un mentiroso y un bromista. Sospechaba que Konstantine lo
decepcionaría, y comprendía el poder de sangre y las palabras de su madre moribunda.
Así que para asegurarse de conservar a los Varinski y sus servicios para siempre, cortó
secretamente una pequeña pieza del centro del icono, y la entregó a una tribu pobre de
trotamundos, prometiendo que les traería suerte.
Entonces, mientras que Konstantine bebía para celebrar el trato, en un destello del
fuego el diablo dividió la Madonna y arrojó las piezas a las cuatro esquinas de la tierra.
Ocurrió hace mil años... Pero mi abuela lo recuerda.
Desearía que pudiera olvidarse.
Pero eso es imposible, porque en medio de las estepas, sobre el lugar exacto donde
Konstantine Varinski asesinó a su madre, se levanta una casa irregular llena de hombres
de hombros amplios y piernas como troncos de árboles, y manos diestras que pueden usar

2
En ruso—abuelita.

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un cuchillo para destruir a un hombre e incluso aplastar brutalmente la tráquea de una
mujer.
Son los descendientes de Konstantine... Y a veces me pregunto si mi abuela fue violada
por uno de esos hombres malvados, y parió un hijo, y se lo dio a ellos, como tantas
mujeres inocentes han hecho todos los años desde el principio hasta el fin.
El pacto con el diablo no le costó nada a Konstantine Varinski, solamente su alma, y las
almas de sus hijos, y los hijos de sus hijos, desde siempre y para siempre.
Mi abuela piensa que ésa es la forma en que es y será siempre.
Pero no está en el poder del diablo el prometer para siempre, y en un solo momento
puede cambiar el balance entre el bien y el mal....
Ese momento llegó hace treinta y siete años, en las estepas de la Rusia moderna, donde
un nuevo Konstantine Varinski vagó y peleó.
Era un digno sucesor del primer Konstantine, un guerrero, un jefe... un lobo. Bajo su
dirección, la Oscuridad trabajaba para dictadores, industriales, cualquiera que tuviera el
oro suficiente para pagarles. Debido a su destreza en la lucha, su resistencia y firmeza,
se hicieron ricos, respetados, y temidos en Asia, Europa, y más allá. Cazaron al inocente,
pelearon en las guerras más crueles, fueron a los lugares dónde se les pagó para ir, y
aplastaron los alzamientos con ferocidad perfecta, y exigieron obediencia. Crecieron en
riqueza y poder, hasta que un día el nuevo Konstantine conoció a una muchacha gitana... Y
se enamoró.
Qué cosa tan pequeña el amor, y tan sencillo para muchos. Pero este era un amor para
toda la eternidad, feroz, apasionado, duradero. A Konstantine y Zorana, el amor los
consumió. Nada podía protegerlos. Contra todos los deseos y tradiciones, se casaron.
Los Varinski agitaron sus puños como jamones y prometieron matar a la muchacha y
rescatar a su jefe de su locura y su brujería.
Los gitanos persiguieron a los amantes, furiosos porque un Varinski había robado a
quienes la muchacha era su vidente y amuleto de la buena suerte.
En secreto, Konstantine y Zorana huyeron a los Estados Unidos. Cambiaron su nombre
por Wilder, y se instalaron en las montañas Cascade del Estado de Washington. Allí
cultivaron uvas, frutos, verduras, y tres hijos, Jasha, Rurik, y Adrik, todos apuestos,
todos incorregibles, y todos atados por el pacto con el diablo.
Al igual que su padre, Jasha tenía la habilidad de transformarse en un lobo.
Rurik se convertía en un halcón y volaba sobre las alas de noche.
Adrik creció para ser un hombre torturado por el choque de las demandas del deber y
el deseo, y su alma oscura se mostraba en la forma de una pantera negra.
Entonces, por primera vez en mil años, un bebé nació. No un hijo, como la anciana
babushka había predicho, sino una hija.
Konstantine creyó que el nacimiento era un milagro, y una seña de que el pacto estaba
fallando.

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Y quizás lo estaba... pero cuándo el diablo juega con el alma de un hombre, juega para
ganar.

Capítulo 1
Primavera, hace casi tres años en Brown University, Providence, Rhode Island
En su habitación de la residencia de estudiantes, Firebird Wilder se sentaba con una
pluma en su mano, haciendo caso omiso de la estampida de estudiantes alborozados fuera
de su puerta abierta, y mirando fijamente la tarjeta del Día del Padre sobre su escritorio.
¿Adivina qué hemos hecho?
Demasiado tímido.
¡Sorpresa!
Demasiado frívolo.
Estamos en esto juntos.
Demasiado amigable.
Al final, cogió el resultante palo de plástico azul, lo puso en la tarjeta, lo metió en el
sobre, y lo cerró sin escribir una palabra sola. No había ninguna palabra para explicar...
eso.
—¡Hey, Firebird!— Jacob Pilcher asomó su cabeza por su puerta abierta. —¿Qué estás
haciendo sentada ahí. Se está terminado. ¡Divirtámonos!
Se río de él, el estudiante de honor que llevaba su gorra de béisbol de lado, una
camiseta que proclamaba, Cuidado, Contenido bajo Presión, y una abierta sonrisa absurda.
—Estoy esperando a Douglas.
—Ohh. El maravilloso poli del campus.— Jacob movió sus dedos como un mago y apenas
mantuvo el filo del sarcasmo de su voz. —¿Te llevará a Bruno’s?
Ella dejó el sobre en su bolso. —Ese es el plan.
—De acuerdo. Está bien. Él es guay. Jacob le mostró los pulgares en alto. —¿Pero
supongo que eso quiere decir que no vas a beber, ¿no?
—No iba a beber de todos modos. Tengo veinte.
—Lo sé, lo sé, pero hay maneras de arreglarlo
Los gritos masculinos resonaron por el corredor. —¡Vamos, hombre!— —¡Nos vamos a ir
sin ti, hombre!
—¡Ya voy! — Jacob la saludó. —¡Te veré allí!— Todavía se quedó, mirándola. –Estás
preciosa.— Sin esperar a que ella le agradeciera, giró y bajó corriendo hacia el hall. —
Espera. ¡Espera, estúpido!
Jacob era un crío agradable. Un crío, aunque era un año mayor que ella, y había estado
enamorado de ella desde que se mudó a la residencia de estudiantes como ayudante de
los estudiantes residentes. Se había sentido machacado cuando ella conoció a Douglas,
pero había seguido sonriendo, y ahora se estaba marchando.
Todos se estaban despidiendo. Era el final de los finales.

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Fue hacia el espejo y sonrío.
Su rubor era de un espléndido dorado, su rímmel era negro, su pelo rubio estaba
enroscado y sujeto con un broche en la parte posterior de su cabeza, pero Jacob tenía
razón, se veía preciosa. Ni siquiera los polvos de su polvera evitaban el brillo que la
iluminaba desde dentro.
—Estás preciosa, como siempre— dijo una voz desde la puerta.
Se giró con una sonrisa.
—Douglas. ¡Llegaste temprano!
—No podía resistirme—. Entró, con el pelo rubio desordenado por la brisa, sosteniendo
un ramo de flores rojas y amarillas en una mano y un perro de peluche dorado en la otra.
Ella corrió hacia él.
Dejó caer al perro y la envolvió en un abrazo.
Inclinando su cabecera contra su hombro, cerró los ojos. Estaba tibio y fuerte, firme y
musculoso. Para ella, todo sobre él significaba seguridad y amor, del tipo eterno, como el
que sus padres tenían. Lágrimas inesperadas llenaron sus ojos, y lo abrazó más fuerte,
esperando que no se diera cuenta.
Por supuesto lo hizo. Douglas notaba todo. La separó un poco de él. —Hey, ¿qué pasa?
¿Algo salió mal con tus finales?
Suspiró. Notaba todo, pero siempre no era perspicaz.
—Todo fue genial, y, lo mejor de todo, ya terminaron.
Echó un vistazo a la puerta.
—¿Ese tipo, Jacob, te molestó?
—¡Francamente no! Sólo soy feliz.
Douglas atrapó una de sus lágrimas con su pulgar.
—Tienes una manera graciosa de demostrarlo.
Douglas nunca hablaba de sí mismo o de su pasado, y hasta ahora, Firebird lo había
dejado seguir eludiendo sus preguntas, porque algo había puesto demasiado cinismo en
sus ojos oscuros.
Otra cosa, ella, le había traído alegría, y cuando ella se encontró con su mirada, se
quedó anonadada por la expresión de felicidad de su cara, no quería perturbar esa
armonía.
Algún día lo convencería para que le contara su historia. Ahora mismo, sólo podían
estar enamorados.
—Te traje flores.— La dejó ir y le pasó el ramo de claveles rojos y rosas amarillas.
Inclinándose, recogió el perro y se lo ofreció. —Y un amigo mimoso. Y felicitaciones, mi
querida, en cinco semanas, caminarás por el escenario y recibirás tu diploma.
—Gracias.— Sonrió abiertamente, deleitada y aliviada de haber terminado con los
finales, con la presión de terminar una carrera de cuatro años en tres y terminar la
primera de su clase.

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—Gracias.— Olió las flores, no eran muchas, solamente un puñado, pero para un poli del
campus el sueldo no era gran cosa.
—Son encantadoras. ¡Recordaste la clase de flores que me gustan!
—Recuerdo todo sobre ti.— Mirándola atentamente, la observó llenar un vaso con agua
y organizar las flores sobre su escritorio. —Podría encontrarte en medio de una multitud
en un casino repleto de Las Vegas.
Ella sonrió sin creer en sus palabras en lo más mínimo. —Déjame ver a este tipo
ahora.— Levantó el peluche con los brazos estirados y lo miró fijamente con sorpresa. —
Pensaba que era un perro, ¡pero es un gato!
—¿Un perro? No te daría a un perro.— Douglas parecía excesivamente ofendido. —Es
un puma.
—Es cierto. Lo es.— Un puma grande, peludo y flexible con un vientre blanco y ojos de
vidrio oscuros que miraban directamente a su alma.
Envolviendo sus brazos alrededor del animal, lo abrazó y enterró su cara en la piel de
felpa. Olía igual que Douglas: al champú y spray de almidonar que le gustaba, a las flores
que había llevado, y a la rica e intoxicante esencia de su primer y único amante. —Esta
dulzura dormirá en mi cama conmigo.
—Ahí es exactamente donde quiere estar.— Douglas la miró con esa expresión que le
decía que la consideraba un milagro.
Era por eso que había sucumbido a su seducción. Para los Wilder siempre había sido un
milagro, la primera mujer nacida en la familia en mil años. Pero era una niña lista.
Su padre y madre habían inmigrado a los Estados Unidos, huyendo de su familia,
conocidos como los Varinski. Su padre había sido su jefe, y no sabía qué había hecho para
ganar ese honor, pero no importaba cuantos crímenes hubiera planeado, aprobado, y
cometido, se arrepentía de ellos ahora. Y sin importar dónde estuviera, en la vieja casa
Varinski en Ucrania o en su viña en Washington, todavía tenía la habilidad cambiar,
transformarse en un lobo.
Eso era un milagro.
Había pasado sus habilidades a sus hijos.
Al igual que su padre, su hermano mayor, Jasha, corría en los bosques como un lobo. Su
segundo hermano, Rurik, volaba por el aire como un halcón. Su tercer hermano, Adrik,
había desaparecido cuando tenía diecisiete, pero había sido salvaje y rebelde, una
pantera negra que cazaba a su presa sin remordimiento.
Todos esos también eran milagros.
Era inteligente, trabajaba mucho, pero no había heredado ni una pequeña parte de esas
habilidades sobrenaturales. El resto del mundo la consideraba muy normal, y ella también
lo hacia.
Pero Douglas Black, un poli del campus, un tipo a quien había conocido hacía cuatro
meses... la hacía sentir especial.

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Dejó caer al puma y volvió a los brazos de Douglas. Puso todo su corazón, todo su amor,
en el beso que le dio, y lo giró hacia la cama.
El se apuntaló para evitar que lo moviera.
—No. Esta es tu noche para celebrar.
Se frotó contra él.
—Quiero celebrarlo a mi manera.
—Tú quieres celebrarlo con tus amigos, con las personas a quienes viste todos los días
en clase.
Nunca le molestó no ser parte del grupo. Permanecía de pie separado, amigable, pero
observando, siempre observando.
—Tus amigos están en Bruno’s.
—No puedo beber. No tengo edad para hacerlo. Y estoy saliendo con un poli del campus
así que no es como si pudiera falsificar un documento de identidad.
—Prometo no detenerte mientras te mantengas en bebidas suaves.— Apoyó su frente
en la suya. —Te contaré un secreto.
—¿Sí?
—Tengo la misma edad tú.
Se echó para atrás.
—Estás bromeando. ¿Cómo conseguiste el trabajo?
—Tengo una identificación falsa.— No sonrío, pero sus ojos brillaron.
—Estás bromeando.— ¿Hablaba en serio?
—No. Pero no se lo digas a nadie o perderé mi trabajo.— La soltó y fue al ropero. —
Venga. Vámonos.
Sujetó su chaqueta para que se la pusiera.
—Dijiste que habías sido poli durante cuatro años.
—Correcto.
—¿Desde que tenías dieciséis? Eso es imposible.— ¿Se había graduado siquiera en
secundaria?.
—Soy bueno en lo que hago así que los departamentos de policía hacen caso omiso de
las discrepancias en mi experiencia laboral.
—¿Qué haces que es tan especial?
—Rastreo gente. Encuentro criminales. Encuentro desaparecidos.
Lo miró fijamente, incómoda por primera vez desde que lo había conocido. —¿Cómo?
Se encogió de hombros.
—Es un don. ¿Estás lista?
—Déjame coger mi cartera.— Con la tarjeta dentro.
Salieron a la tarde de mayo.
El campus era viejo y encantador, suavizado por el tiempo y el uso. Árboles enormes
bordeaban los caminos, sus hojas nuevas, el césped brillante. La primavera había causado

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un estallido de flores a lo largo de los senderos, y atraído a los amantes a caminar de la
mano. Nadie notó cuándo Douglas llevó su mano a su boca y besó sus dedos.
—Rastrear parece un talento verdaderamente raro,— dijo ella. El tipo del talento que
había lanzado a los Varinski sobre su sendero hacia la infamia y la riqueza.
—Crecí en circunstancias muy turbulentas. Pasé mucho tiempo en la calle.— Su boca se
torció en una mueca. —Puedo hacer contactos que la mayoría de los polis no pueden ni
siquiera imaginar.
Firebird aspiró profundo.
Por fin, una vislumbre de su pasado.
—¿Supongo que tus padres eran pobres?– preguntó.
— "Pobres" no empieza a describirlos.— La llevó rodeando un grupo de cuatro
estudiantes que estaban en el camino cantando una ópera desenfadada en italiano. Inclinó
la cabeza hacia ellos. —Esto no es algo que se vea normalmente en un campus
universitario.
Pero no iba a distraerla.
—¿Por qué no te gusta hablar de tus padres?
—Mis padres no eran personas afables. Preferiría hablar de tu familia. Cuando hablas
de ellos, tu cara se ilumina. Él le pasó el brazo por los hombros. —Te gustan. ¿Sabes qué
infrecuente es eso?
—No lo es. A muchas personas les gustan sus familias.
—A muchas personas no.— Los dirigió hacia el bar y parrilla de Bruno. –Te compraré un
filete.
Le había dado una pista de su pasado, y luego ofrecido un filete como distracción. No
lo lograría. No lo dejaría tener éxito. Paró en medio de la acera. Lo miró y le cogió de las
manos. —Solamente tienes veinte años. ¿Cómo puede ser tu pasado tan vergonzoso como
para que no puedas hablar de él?
—No es vergonzoso. Pero no es un tema para aquí y ahora. Él hizo un gesto hacia los
estudiantes que se dirigían gritando y riendo a Bruno’s.
—Entonces hablaremos de eso después.
Miró sus manos unidas, luego a su cara. —Esta noche, te lo contaré todo. Sólo espero
que tú…— Se detuvo, su cara se torció recordando el dolor.
—¿Que yo qué?
—A veces desearía haber comenzado esto nunca.
Alarmada, echó un vistazo al círculo de estudiantes que se acercaban, luego de regreso
a Douglas. —¿De qué estás hablando?
Los estudiantes los rodearon. Sus amigos, alborozados, exhaustos, celebrando.
—Hey, Firebird, ¡lo hicimos!
—Hey, Doug, ¡divirtámonos!

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Empujaron a Douglas y a Firebird, empujándolos a lo largo del sendero, separándolos.
Firebird se río y habló con ellos, pero retuvo a Douglas a la vista, y él la miró. La miró
como si realmente fuera un milagro.
La detuvo cuando entraron a Bruno’s. —Esta noche hablaremos. ¿De acuerdo?
—Está bien.— Recordó la tarjeta en su bolso. —Definitivamente está bien.
El sitio estaba repleto, una destilación del júbilo que subyugaba al campus. Douglas la
retuvo a su lado, trató de pedirle un filete, ella prefirió una hamburguesa, y la mantuvo
con tantas botellas del agua como quería. La mitad de los tipos en la barra trataron de
darle a escondidas una cerveza, y se alegró de poder usar a Douglas como una
justificación para decir que no.
Estaba posando para una fotografía con tres de sus mejores amigos cuando dos tipos,
demasiado borrachos para caminar, empezaron a pelearse. La pelea se extendió de la
misma manera que un incendio arrasador, y Douglas se metió en el centro, pidiendo a
gritos la tranquilidad, separando a los combatientes, realizando los arrestos. Cuando la
policía y los paramédicos llegaron, había impresionado a Firebird con su paciencia y su
fuerza.
Se abrió camino hacia ella. —Tengo que me quedar aquí y ayudar a limpiar. Espérame.
—No puedo. Estoy agotada.— Estos días, se cansaba muy rápidamente. —Iré a casa
caminando con las chicas.
Miró el desorden en la barra. —¿Te quedarás con tus amigas? ¿Tendrás cuidado?
—Seré muy cuidadosa. ¿Me visitarás después?
—No sé si podré. Va a ser una noche salvaje.
—Entonces te veré por la mañana. Y hablaremos.
—Sí. Por la mañana, hablaremos.
Las otras chicas vivían en un apartamento a cinco minutos de la residencia de
estudiantes de Firebird. Meghan tenía helado Blue Bell que su madre le había enviado de
Texas. Así que por supuesto Firebird tuvo que pasar por un tazón de vainilla casera con
salsa de chocolate y algún chisme rápido, y para cuando se les fue el optimismo y se
pusieron a reflexionar en silencio sobre que sus años de estudiar juntos ya habían
terminado, era la una a.m. y Firebird pensó que era mejor que regresara a la residencia
de estudiantes o se quedaría dormida en su silla.
El camino principal del campus todavía estaba salpicado con estudiantes celebrando,
pero las multitudes se estaban reduciendo rápido, y cuando se desvió hacia su residencia
de estudiantes, se puso más oscuro, más silencioso.
No le importó. Douglas le había dicho que el campus no era seguro, pero su padre le
había enseñado a protegerse, a tener cuidado, ser consciente. Sabía todas esas cosas, y
ahora mismo, la entusiasmaba estar sola.
La tarde no había resultado como había esperado. No del todo. Douglas había insinuado
su pasado, había prometido contárselo, y el trabajo se había entrometido. Y le había

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hecho prometer que hablarían por la mañana, pero había visto la mirada en su cara, no
quería hacerlo.
¿Qué secretos escondía? Solamente tenía veinte años. Era policía. ¿Cómo de malo
podía ser su pasado?
Mientras caminaba por el sendero bordeado de árboles, al principio no notó los sonidos
detrás de ella. Había estado atenta a los pasos, no a al crujido de hojas y el chirriar de
ramas. Pero en cuanto los escuchó, supo qué presagiaban.
Alguien la estaba acechando, se deslizaba hacia adelante a través de los árboles, y
quien fuera, no era del todo humano.
Un Varinski.
De algún modo, un Varinski la había encontrado.
No miró alrededor, no dio muestras de haberse dado cuenta de que la estaban
siguiendo. Su corazón latió con fuerza, su piel se ruborizó, pero siguió caminando con un
paso regular.
No corras pequeña Firebird, escuchó la voz de Konstantine resonando en su cabeza. La
huida despierta el impulso de un cazador de correr, y tú no puedes correr más que un
lobo o una pantera. Tú no puedes volar como un halcón. Pero puedes burlarlos, y puedes
pelear mejor que ellos.
Mientras el Varinski se movía de árbol en árbol, escuchó los sonidos, tratando de darse
cuenta qué clase de criatura la estaba siguiendo. Un ave de rapiña, quizás, o un fenomenal
gato saltando entre las ramas.
Su residencia de estudiantes ya estaba a la vista. Había luces en aproximadamente la
mitad de las ventanas. Las personas estaban despiertas y cerca. Podía gritar por ayuda.
Pero entonces alguien saldría lastimado.
Abrió su bolso, sacó su teléfono celular, y pensó en llamar a Douglas. Quería hacerlo,
pero entonces, él no estaría contento de descubrir que estaba caminando sola, y si
acercaba su teléfono a su oreja, eso podría forzar al acosador a atacar.
¿Cómo la había ubicado? ¿Qué quería?
Cuando se acercó más a la residencia de estudiantes, el sonido tras ella se hizo más
pronunciado. Buscó sus llaves y las enhebró entre sus dedos para que una llave resaltara
entre cada nudillo. Abrió su teléfono y marcó nueve , uno, y antes de que pudiera marcar
la última tecla, la puerta de la residencia se abrió de golpe. Ocho tipos salieron
precipitadamente, Jacob en el medio, llevaban nada más que gorras de béisbol, pintura
corporal, y zapatillas para correr. Ulularon mientras la pasaron. Estrechó efusivamente
su puño para demostrar su aprobación, y se metió dentro antes de que la puerta pudiera
cerrarse.
Entonces corrió. Corrió por el hall y hasta arriba de las escaleras a su dormitorio. No
encendió la luz, pero se deslizó junto a la ventana. Tuvo mucho cuidado de quedar
escondida por las sombras.

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Allí estaba, agazapado en un roble gigante, un gigantesco gato dorado que se estiraba a
lo largo de una rama. La luz de la luna se filtraba a través de las hojas y recogía el orgullo
uniforme de su pelaje, e incluso desde aquí podía ver sus ojos oscuros mirando hacia su
ventana, y su cola se sacudió despacio, como si la pérdida de su presa lo hubiera
molestado.
¿Qué pensaba hacerle? Éste era un bribón Varinski, ¿se invitaría a sí mismo con paso
majestuoso a matar la hija de Konstantine Wilder? ¿O los Varinski tenían planeado
raptarla y mantenerla prisionera como un peón en su conspiración para destruir a su
familia?
Tenía que irse. Tenía que partir. No podía esperar hasta la ceremonia de entrega de
diplomas; tenía que irse inmediatamente, y no podía decirle a Douglas por qué.
Nunca creería esto.
—Oh, mi amor. ¿Qué había estado pensando involucrándose con un tipo normal? Él no
podría aceptar el pacto con el diablo y los talentos especiales de su familia. ¿Cómo podría?
Era algo totalmente demente.
Peor, como su compañero, estaría en el peligro, el mismo tipo de peligro que la acosaba.
Pero... Acarició la protuberancia infinitesimal de su estómago. No tenía elección.
Tendría que intentarlo. Este bebé se merecía a un padre, y Douglas se merecía a su hijo.
Fuera de la ventana, el gigantesco gato se movió por fin. Se puso de pie y se estiró,
saltó luego lejos del árbol.
Pudo darle una buena mirada por primera vez.
Un puma. Era un puma.
Frunció el ceño. Su corazón dejó de latir. Miró hacia la cama donde el grande y blando
peluche estaba tendido repantigado.
¿Un puma?
Cuando el gato empezó a cambiar, su corazón saltó.
Las garras se retrajeron. Los huesos se adaptaron a las nuevas formas: las garras se
hicieron manos, las piernas traseras se alargaron y se suavizaron, los hombros se hicieron
más anchos, el pelo se retiró a la cabeza, el pecho y los genitales.
La cara cambiaba, también, convirtiéndose en la cara de un hombre, la cara de un
hombre familiar... La cara del hombre a quien amaba.
Miró fijamente. Miró fijamente tan fuerte que sus ojos le dolían.
Douglas. Douglas era un Varinski.
Había venido a Brown, le había pedido de salir, la había adulado, la había seducido, la
había hecho confiar en él, había conseguido que ella confiara en él.... En un espasmo breve
de vergüenza, se tapó los ojos con sus manos.
Le había dicho que era de Washington. Le había dicho que tenía tres hermanos, que
fabricaban vinos, que su padre cultivaba las uvas y su madre gobernaba la familia.
¿Le había dicho el nombre de su pueblo?
No.

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¿Le había dado algo que le permitiera localizarlo con toda precisión?
No.
No. Por favor, no.
Estaba de pie ahí, desnudo a la luz de la luna, un tatuaje que se veía como grandes
marcas de garras que rasgaban la piel sobre su lado izquierdo.
No había visto eso antes. Había tenido gran cuidado de no quitarse su camisa a la luz.
Tipo listo, porque eso con seguridad la habría puesto sobre aviso. Sus hermanos tenían
tatuajes que eran así de vívidos, así de distintivos, y habían aparecido naturalmente la
primera vez que se convirtieron en bestias.
Había ocultado su desnudez de forma totalmente deliberada, bien, ¿por qué debería
ser consciente de su identidad? Aparentemente, la mitad de los tipos del campus estaban
pasando rápidamente por allí. Douglas giró y comenzó a andar a zancadas.
De forma virulenta, ella esperó que estuviera contento consigo mismo. Porque se las
había arreglado para ponerla en posición horizontal, pero no la había atrapado. No la
había matado.
Y no le iba a dar la oportunidad de intentarlo.
Yendo a la cama, recogió el suave puma de felpa del mismo modo. Sus ojos oscuros e
intensos se burlaron de ella cuando salió al hall y lo arrojó al tobogán de la basura. Pero
ella tuvo la última risa, dejó caer la maldita cosa por el agujero hasta el contenedor
exterior.
Salió de su habitación, llamó a una aerolínea y reservó el primer vuelo que saliera fuera
de la ciudad hacia la Costa Oeste. Iba a Los Ángeles, pero eso estaba bien. Podía
detenerse ahí, tratar de decidir cuánto decirle a su familia, dirigirse luego a Napa a la
bodega de Jasha, y desde allí a Washington.
Amontonó sus ropa, dejando la mayor parte de sus cosas,la mayoría estaba desgastada
de todos modos.
Dejó la residencia de estudiantes, caminando hacia la parada del autobús, y mientras
caminaba, buscó en su bolso, sacó el sobre con la tarjeta de Día del Padre y la varilla de
plástico con las rayas azules delatoras, y la lanzó a la basura.
No importaba cuan duro lo intentara, nunca podía olvidar a Douglas Black.
Le había dado un recuerdo que duraría para siempre.

Capítulo 2
El Estado de Washington
Presente día

El Varinski se encontraba en la oscuridad del bosque y observó a la joven mujer


conducir hacia la pequeña casa de dos pisos, estacionarse, y subir. Ella se inclinó contra el

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último modelo Mercury Milán—un coche sensible para una mujer bonita—miró hacia el
cielo azul, y la angustia torcía su rostro.
Por un momento, casi sintió pena por ella. Casi. Pero la pena luchaba con la lujuria, y la
lujuria luchaba con el resentimiento.
¿Porque tengo que angustiarme por esto? Montañas cubiertas con profundo, verdes,
bosque primitivo cerrado a lo largo de este valle. Vides cubría la mayor parte de la llana
tierra, pero la antigua casa, llena con luz, calor y familia, ocupada al final. Una valla
tendida incluía el cuidado patio. La mayoría de las personas podrían llamar este idílico
establecimiento, aunque si ella estaba agitada por las brillantes luces, si era menos que
media hora de distancia de la pequeña ciudad, también idílica, y a dos horas de Seattle.
Más importante, ella tenía a la familia dentro, esperándola.
Firebird Wilder podrían estar sintiendo compasión por ella misma, pero tenía todo.
Con un profundo aliento, dirigió sus pasos. Colocando su mano sobre la cerradura de la
puerta, se detuvo. Enderezó sus hombros.
La puerta se abrió bajo su mano. Un hombre la saludó. Un hombre que sostenía a un
pequeño niño de dos años.
El Varinski se estremeció.
Entonces pensó…no. El hombre se veía como un Varinski. Entonces este era su hermano,
y el niño debía ser su sobrino.
No le gusto sentirse aliviado…pero lo estaba.
Ella dio un paso adentro y cerró la puerta detrás de ella.
Provocado por el coraje, necesidad, y el pacto que había hecho, el Varinski salió de los
árboles. Escrutinio la casa, con su amplio porche dando la bienvenida al frente de la casa,
y las ventanas cubiertas por cortinas y derramando luz en el congelado césped. Él
retrocedió, donde encontró más césped, un jardín pellizcado por el invierno frió rodeado
por una alta cerca de ciervo, y un pequeño huerto de árboles frutales acomodados en
filas derechas.
Este lugar era suave. Un hombre podría atacar la casa y dañarla—un daño significativo.
Unos cien hombres podrían arrasar el valle entero y destruir cada cosa viva en ella, cada
criatura y cada hoja del césped.
Konstantine Varinski había olvidado su pasado, y al ignorar su responsabilidad había
puesto a todos su familia en una situación de riesgo.
La pisada tranquila del Varinski era tan parte de él como su pelo rojizo y sus ojos
marrones oscuros. Él volvió al frente, montó la escalera, y caminó silenciosamente de
principio a fin de un porche al otro. Miró por las ventanas, a la atestada sala con vida, con
calor, con amor.
Aunque Konstantine había cambiado, había envejecido prematuramente, viejo y
desesperadamente enfermo, el Varinski lo reconoció. Sentado en un reclinable, un tanque
de oxígeno a su lado, un gotero en su brazo. Debía estar casi en los setenta, y

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dolorosamente triste, aunque tenía la misma fuerte estructura y el abundante cabello que
había lucido en las fotos tomadas hacía cuarenta años.
Su esposa estaba sentada cerca. El Varinski la reconoció de las antiguas fotos,
también, qué penosamente había cambiado. Estaba en sus cincuenta, pequeña, hermosa,
unas cien libras sobrecargadas. Su oscuro cabello brillante y sus oscuros ojos chispeaban
con vida.
Como él se movió de ventana en ventana, vio a todos ellos. Tres hijos que se parecían
estrechamente a su padre. Tres mujeres a quienes sus hijos obviamente adoraban. Un
viejo hombre solitario, que trataba de hacerse pequeño en el espacio atestado.
Cada uno miró en Firebird, observándola. Ella se sentó en el suelo apoyada en la puerta,
su apretado trasero contra la pared. El niño se sentó en su regazo.
Su rostro era duro y acusador, y ella habló rápidamente, como una mujer agarrada de
su coraje, todo el tiempo abrazaba al niño como si él le diera consuelo.
Como si el Varinski observara con cruel intención, deliberadamente comenzó el cambio.
Sus huesos se fundieron y transformaron. Sus manos desarrollaron patas, patas con
largas, afiladas garras que podría desgarrar en fragmentos a un hombre. Sus rostro se
cuadró y alargó; sus dientes cambiaron en colmillos; sus quijada creció largo y lo
suficiente fuerte como para romper el cuello de un hombre. Su rubio cabello se extendió
por su cuerpo, cubriéndose en un pelaje dorado que invitaba el toque de cualquier simplón
que fuera lo suficiente tonto para atreverse a una rápida caricia, inteligente, se había
hecho una bestia mortal.
Con un solo saltó, silenciosamente saltó del pórtico y corrió a través del valle,
buscando el refugio del circundante bosque.
El Varinski saltó hasta un árbol y se encontró una gran rama, que le permitió observar
la casa y la estrecha carretera, herida de su camino hacia el valle, y reflexionar sobre
todas las vulnerabilidades que podrían ser utilizadas en un ataque.
Firebird había estado en el hospital en Seattle. De la información que había
recolectado del Varinski —y él era bueno recolectando información—los hijos de
Konstantine habían ido en un momento a donar sangre y a hacerse pruebas cuando los
doctores seguían la causa y cura de su única enfermedad amenazante de vida.
Y todo el tiempo, se preguntaba, ¿qué había descubierto ella?
¿Qué la había dejado tan angustiada?
¿Cómo podría girar la situación a su favor…y destruir a la familia?
Porque él no era realmente un Varinski.
Él era la cosa que aún no quería reclamar el Varinski.

Firebird nunca olvidaría este día.


El día en que descubrió que su familia le había mentido.
El día en que descubrió la verdad.

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Ahora, encontrándose segura, en el ambiente familiar del lugar que ella siempre llamo
hogar, abrazó a su bebe, su Aleksandr, y en una voz estable que seguramente pertenecía
a un extraño, preguntó,
—¿Por qué no me dijeron que soy adoptada? ¿Qué no soy de ustedes? ¿A cualquiera de
ustedes? —miró directo a la mujer que siempre creyó ser su madre. Hacia Zorana— . ¿Por
qué no me dijiste que no soy tu niña?
Su padre tuvo las agallas de parecer desconcertado.
Sus hermanos intercambiaron miradas, el tipo de mirada que había visto antes, lo único
que dijeron, Ella debe tener calambres.
Pero su madre... ah, sí. Su madre se sentó pálida, congelada, con los ojos muy
abiertos...culpables.
Jasha habló primero, en aquel en excesivamente razonable, tono de voz de hermano
mayor que la hizo querer gritar.
—¿Firebird, piensas que te intercambiaron en la hospital? Porque tú naciste en la casa.
¿Recuerdas la historia? Recordamos esa noche, y te hemos contada la historia al menos
una docena de veces.
Su esposa, Ann, tocó su brazo y, cuando la miró, agitó su cabeza.
—¿Qué? ——su voz subió un poco—. Solo apuntó los hechos.
Firebird alzó su voz, también.
—Y te digo que me dijeron los doctores. No estoy relacionada con ustedes. Él lo hizo
con suficiente claridad.
Cada persona en el Seattles Swedish Hospital le había dicho a la familia que el mejor
doctor en el campo de las enfermedades genéticas era el Dr. Mitchell. Fue la primera en
observar que él era el primero en ser arrogante, y él último en tener tacto.
—¿Por qué demonios sus padres me tiene perdiendo mi tiempo en pruebas con usted?
Usted es adoptada. Busco una mutación genética que pueda causar la enfermedad de su
padre. Usted es inútil para nosotros —y él se alejo.
—Alguien lo jodió, y no fueron mis padres —furiosa con él, Firebird se puso de pie y
suspiró, tomando su brazo—. No soy adoptada.
Él la miró como si ella fuera un gusano.
—Ah, por Dios paz. No tengo tiempo para joder con esto. No tengo tiempo para
aconsejarle a través de su sorpresa y furia. El laboratorio reviso las pruebas en tres
diferentes ocasiones. Usted no está relacionada con Konstantine y Zorana Wilder y los
hijos de ellos, eso es para mí —él le arrojó los resultados—. Mírelo usted misma.
Ella los tenía. Había revisados los resultados tantas veces que estos fueron quemados
por sus ojos. Eso nunca cambió.
Konstantine empujó su silla de ruedas y dijo robustamente,
—Ese bruto doctor se equivocó.
—No. No lo hizo. Papá, tú eres tipo A. Mamá, tú eres tipo AB. Eso significa que el tipo
de sangre de todos tus hijos es A, B o AB. El hospital dice que soy tipo O negativo.

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—Bien, ellos están equivocados —Rurik era su segundo hijo, un antiguo piloto de las
Fuerzas Aéreas con una poderosa forma de expresión de ofician en sí mismo—. Jasha fue
directo. Recuerdo esa noche, y sí estaba lloviendo fuerte—no había manera de que
alguien alrededor cambiara a los bebes.
Adrik era el más joven. Él se —había ido, desapareció por diecisiete años donde solo el
cielo sabía. Había vuelto cambiado de un risueño adolescente a un severo hombre. Ahora
estaba arrodillado a lado de Firebird y le hablo gentilmente, convencido de tener razón.
—Recuerdo verte a la mañana siguiente. Pensé que eras lo más feo que había visto,
toda arrugada, roja, y fea. Eras ciertamente un bebe recién nacido. El hospital tuvo que
haber estropeado eso.
—Verifique mi tarjeta en el centro de sangre de la Cruz Roja. Soy O negativo. No es
necesario tomar un curso avanzado en genética para ver que alguien con mi tipo de sangre
no puede ser el niño de dos personas con su tipo de sangre.
Los hombres intercambiaron miradas.
—¿No es posible que haya algún tipo de mutación genética? —preguntó Ann.
Firebird miró directamente a Zorana.
—No lo sé. ¿Mamá, que piensas tú?
—Dios —Zorana miró atrás, herida con el horror—. Dios.
Adrik se puso de pie.
—¿Mama?
—¿Zorana? —Konstantine se apoyó adelante—. ¿Que está mal?
Grandes lágrimas en los ojos de Zorana. Ella presionó los dedos en sus labios y sacudió
su cabeza en estremecimientos violentos.
La visión del rostro de su madre arrepentido calmó la agitación de Firebird.
Lo peor había pasado. Ella lo había confirmado.
Eso era cierto. Zorana sabía que era cierto.
Firebird no era su hija.
En un bajo tono, dijo Firebird,
—Mamá, porque no me dices todo lo que puedes recordar sobre la noche en que
nació…tú bebe.
Zorana cabeceó con asentimiento miserable, y comenzó la historia que Firebird había
escuchado una docena de veces. Pero esta vez, Zorana les dijo a ellos los detalles que ella
había mantenido durante tantos años ocultos…

Capítulo 3
Hace veintitrés años...
Un relámpago destelló.
Truenos rugieron.
—¡Empuje, Zorana, empuje!

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El viento cortaba toda la noche.
La lluvia chorreaba en cubos, con pulgadas por hora, golpeando las ventanas de la
pequeña casa de los Wilder.
En la neblina creada por el dolor, Zorana Wilder había perdido el control del tiempo.
—¡Empuje, Zorana, empuje! —Zorana reveló sus dientes al doctor—. Aléjese de mí.
—¿Alejarme de usted? –el Dr. Lewis se balanceo sobre sus pies, y si sé olía cualquier
indicación, había nadado a través de un río de whisky para llegar a través de la
tormenta—. Si no recibo a este bebé, ¿quién lo hará? ¿Esta antigua maestra de la vieja
guardia? —gritó riéndose.
La Srta. Joyce, la mencionada vieja maestra de la escuela, se paseaba adelante y
atrás en el pequeño dormitorio principal de los Wilder, agitada, asustada, o quizás era la
mala aplicación del rojo colorete en cada una de sus mejillas. Había llegado con el doctor,
vestida con su usual uniforme de zapatillas ortopédicas, traje de algodón azul con mangas
largas abotonadas hasta la garganta, y un impermeable para la lluvia. Con profunda
sensatez, había explicado que estaba con el doctor cuando recibió la llamada y pensó que
debería venir y ser de ayuda.
Zorana apenas se abstuvo de responder que la mejor asistencia de la señorita Joyce
podría haber sido manteniéndolo sobrio.
Algunas cosas aun estaban más allá de la autoridad de la señorita Joyce.
Si sólo Konstantine estuviera aquí. Siempre antes, cuando Zorana daba a luz, él había
sostenido su mano y la había animado con su voz baja y su fuerza. Y habían pasado ya diez
años desde que Zorana había dado a luz. Este trabajo era dificultoso. Este hijo era más
grande. Había venido rápidamente, demasiado rápido como para conseguir que llegara al
hospital, y ahora estaba estresada y sudorosa en su propia cama, por la luz de las dos
lámparas de la cabecera, asistida por un borracho y una virgen de sesenta años.
Konstantine Wilder tenía mucho que responder.
—¿Dónde está él? —Zorana jadeó—. ¿Dónde está el bastardo que me puso en esta
situación?
La Srta. Joyce dio vueltas a su opinión, los bordes de su duda tomando forma, su cara
deformada, su risa estirada y llana.
—Maldito, Doctor —Zorana cerró sus dientes—. ¿Qué tipo de drogas me dio usted?
El Doctor Lewis ajustó sus cristales y la miró detenidamente con asombro.
—Usted las pidió. ¿Recuerda? ¡Usted le dijo a la maestra…
—¡No, no lo hice! —Zorana gritó—. No drogas. ¡Le dije... no drogas!
La señorita Joyce limpió la frente de Zorana con un paño húmedo.
—Ella no recuerda —Zorana la oyó decir al doctor.
Si Zorana hubiera tenido una sola onza de energía ahorrada, saltaría de la cama y les
pegaría con la mano a ambos.
—¡Empuje, Zorana, empuje! —dijo la señorita Joyce.
Zorana agarró sus rodillas, respiró apoyándose, y empujó.

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La cama se sacudía con el retumbar de los truenos.
La presión dentro era profunda y fuerte. El bebé estaba casi aquí.
—¿Dónde está Konstantine? —gritó con pánico.
—El muro de la represa, el que se usa para la riega, esta desbordándose. Está a punto
de inundar las villas —las manchas rojas en las mejillas de la señorita Joyce se pusieron
acaloradas, y se abanicó con la mano.
—No me preocupa sobre las villas. Déjeles correr lejos —Zorana podía sentir otro
indicio de dolor—. Traiga a Konstantine. Su hijo viene.
El Doctor Lewis se rió.
—¿Piensas es otro hijo?
Por supuesto que era un hijo. Durante mil años, los Varinski, y ahora los Wilders, había
tenido sólo hijos. Ella tenía tres hijos, fuertes, traviesos, hermosos....
– ¡Consiga a Konstantine aquí ahora! –exigió Zorana.
La Srta. Joyce empujó una almohada bajo sus hombros, y en un tono de maestra
enérgica, dijo,
—Si él no consigue controlar la inundación, la casa se irá lejos, y nosotros con ella.
Zorana miró hacia fuera de la ventana. La embutida noche negra contra el cristal.
Entonces un relámpago tan brillante chamuscó sus ojos y arruinó la oscuridad.
Ella gimió. Lágrimas de dolor y miedo resbalaron por las esquinas de sus ojos, y la
preocupación fragmentó su mente. Sus otros muchachos—Jasha, Rurik, y Adrik—
deberían estar en la cama durmiendo, pero nadie podría haber dormido a través de esta
violenta tormenta. Y Konstantine estaba afuera ahí en algún lugar entre la lluvia y el
relámpago y el viento que aullaba, arriesgando su vida... porque el dolor y las drogas
habían erosionado su poder... y la tormenta los azotaba con la fuerza de todas las
tormentas que ella había vencido.
—Konstantine... —ella gimió suavemente.
El doctor tomó un trago de su botella, enrollo sus mangas, y paso su mano desnuda por
su cara sudada.
—No mucho más largo ahora.
Con repulsión, Zorana gritó otra vez,
— ¡Aléjese de mi!
—No sea tonta, mujer. Soy doctor. Y usted me necesita —el Doctor Lewis sonrió
estúpidamente y se dobló hacia ella.
—¡No! —ella lo pateó.
Él se tambaleó hacia atrás, sacudiendo los brazos, y el golpeo el aparador con tanta
fuerza que el espejo se agito en su marco.
—¿Qué cree usted que hace? —él sonó como si luchara por mantenerse en sus pies.
La Srta. Joyce se inclinó sobre él.
Zorana oyó un golpe, como el sonido de un melón maduro hecho cuando se dejaba caer.
La Srta. Joyce se elevó, brillantes sus ojos azules con excitación.

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—Se desmayo.
—Que idiota —la voz de Zorana se sacudió con ferocidad.
—Usted no lo quería de todos modos.
—¡Esperaba que él permaneciera consciente!
—No te preocupes —la señorita Joyce enrolló sus mangas y tomó su lugar—. Puedo
recibir a este bebé.
No había duda en la mente de Zorana de que ella podría. Los rumores decían que la
señorita Joyce era de Houston, que había enseñado en una escuela peligrosa sobre el
Ship Channel, que había sido atacada brutalmente con un cuchillo por estudiantes y que
había pasado seis meses recuperándose en el hospital. Aún si ella alguna vez sufrió dolor
residual o angustia, no demostró ninguno de ellos. La señorita Joyce se había movido a
esta pequeña ciudad en las montañas de Washington no mucho después de que nacieran
los muchachos de Zorana, y había dado clases en la escuela local desde entonces, ganando
una reputación por su intachable firmeza. Ningún estudiante consiguió alguna vez lo
mejor de ella. Ninguno una cosa simple como el parto.
La señorita Joyce se inclinó.
—¡Empuje, Zorana. Empuje!
Zorana empujo, gruñendo con el esfuerzo de entregar a su hijo. Él estaba casi aquí.
Estaba casi aquí....
El relámpago destello tan brillantemente que Zorana fue cegada. El trueno gruño.
Las luces se apagaron.
Ella jadeó, liberada.
—Aquí. Estaba lista para esto —la señorita Joyce conectó una linterna, colocándola
sobre la mesa de noche— . Esto está bien —ella se rió de Zorana, pero en la luz extraña,
sus dientes eran demasiado blancos, su nariz una gota arrugada, sus ojos unas cavernas
oscuras.
Y de algún sitio, un pequeño gemido perforó el aire.
Aquel sonido. Zorana lo reconocería en todas partes. Con pánico, ella se elevó en sus
codos.
—Ya puedo oír el llanto de mi bebé.
—Es el doctor —la corrigió la señorita Joyce—. Él es patético.
—No, esto es un recién nacido.
—Esto son las drogas. Usted alucina. ¡Ahora preste atención! —la señorita Joyce se
inclinó sobre Zorana.
Zorana empujó. Empujó con todas sus fuerzas, y sintió el resbalón infantil de su cuerpo.
Ella se derrumbó contra las almohadas, agotada por el esfuerzo, empapada con el
sudor.
El bebé gritó, sus fuertes pulmones.
Zorana rió cuando escuchó.
Entonces su risa se descoloró.

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¿Dos gritos...? ¿Dos bebés?
Ella se volvió loca.
Levantó su cabeza y vio a la señorita Joyce sostener al infante sangriento bajo su
brazo cuando le cortó el cordón.
Zorana parpadeó, luchando con los efectos de las drogas, éstas que la impulsaron a
derrumbarse. Ella tenia que ver a su hijo antes de dormirse, para asegurarse de estaba
bien.
La señorita Joyce alcanzó la linterna— y de algún modo, esta parpadeó hacia fuera.
Llena de pánico, Zorana luchó por sentarse.
—¿Usted puede limpiarlo? ¿Puede envolverlo? ¡No deje que le de frío!
—Lo cuidare.
Un solo relámpago iluminó cada esquina del mundo, y durante un segundo, Zorana
claramente vio a su hijo, su cara arrugada, su cuerpo largo.
Él era hermoso. Sano. Perfecto. Un muchacho. Su hijo. Otro hijo para Konstantine.
—Bien —ella refunfuñó—, bien —su formidable voluntad cedió el paso bajo los efectos
de las drogas y el agotamiento.
Se durmió.
—Déjeme ver. ¡Déjeme ver!
La voz alta, del joven Adrik despertó a Zorana, pero ella mantuvo sus ojos cerrados y
rió como oyó a otros muchachos, y Konstantine, lo callo enérgicamente.
Adrik era el más joven, y quizás un poco travieso. Seguramente no hizo caso de las
demandas por quedarse tranquilo.
—¡Quiero sostener eso! —insistió.
—Esto no es un eso, tonto. Es un bebé —la voz de Rurik era desdeñosa, el niño del
medio experimentado.
—Un bebé muy especial —el estruendo profundo de Konstantine calentó sin rodeos el
alma de Zorana.
Ella echó una ojeada bajo sus pestañas.
Ya era de mañana. El sol brilló a través de las ventanas. Estaba limpia. Había sido
cambiada, como las sábanas. Todas las pruebas del parto se habían ido.
Más importante, sus tres muchachos estaban juntos alrededor de la cuna, mirando
fijamente a su pequeño milagro.
Pero Konstantine la estaba mirando a ella. Mirándola con tal amor y placer, su corazón
quería explotar de alegría.
Tranquilamente se inclinó sobre ella. Retiró el pelo de nuevo fuera de su frente, lejos
de sus mejillas. Y en la suave voz que solo usaba para ella, dijo,
—Gracias, liubov Maya, por este gran regalo que me has dado.
Tenía lágrimas en los ojos, éste gran bárbaro que ella llamaba suyo, y sus lágrimas
surgieron listas y corrieron por sus mejillas.
—Gracias, mi amor, por todos los regalos que me has dado.

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Él limpió sus lágrimas, luego se volvió a sus hijos.
—Mis muchachos, su madre está despierta por fin. ¿Dejaremos que ella sostenga al
bebé?
—¡Mamá! —Adrik saltó a la cama, rebotando hasta que ella gimió.
Konstantine lo levantó fuera de la cama y lo puso en el suelo.
—Gentilmente, mi muchacho —fue hacia la cuna.
Jasha arrojó su brazo sobre los hombros de su hermano.
—Tú eres chico grande ahora. Como Rurik y yo —miró significativamente a Rurik.
Rurik colocó su brazo alrededor de ambos.
Adrik no era estúpido. Él sabía que estos comenzaron a jugar, pero la tentación de ser
uno de los chicos grandes era mucha. Sonrío maliciosamente y se balanceó.
Konstantine intercambio una sonrisa con Zorana, entonces tomó a su nuevo hijo.
Cuidadosamente ella lo abrazó, estudió el sonrojo de su arrugado rostro,
preguntándose como este pequeño podía haberle provocado tanta agonía.
—Es mucho más pequeño que los otros chicos.
—Bien, por supuesto. Había estado pensando en su nombre.
Konstantine resopló sobre su pecho.
—Sí, tiene que ser el nombre perfecto, uno con significado. Creo que debería ser
Firebird.
—¿Como un carro, papa? ¿Como un Pontiac? —Jasha miraba como si sus padres se
hubieran vuelto locos.
Konstantine rió, con gran retumbar de su pecho.
—Como la leyenda de Rusia. Firebird Maryusjka. Si es perfecto.
Zorana parpadeo.
—Pero… eso es un nombre de niña.
—Exactamente. Firebird simboliza el cambio, y simboliza la luz de plumaje. Maryushka
es el nombre de la costurera que se transformo en un Firebird, así que es un buen
nombre para este niño. ¿Sí?
—¿Por qué querríamos nosotros llamar a nuestro hijo como un pájaro y una mujer?
—¿Nuestro hijo? —Konstantine dio un bramido de risa—. ¿Nadie te dijo? Éste no es un
hijo. ¡Ésta es una hija! —él resbaló su brazo bajo ella, abrazando a ambos, a ella y al
recién nacido—. ¡Esta es nuestra hija!
—Eso es imposible.
—Cuando el doctor me dijo, le dije la misma cosa. Ninguna muchacha ha nacido en mil
años. Pero ésta es una niña. Nuestra hija —él abrazó a Zorana más firme—. ! Nosotros
hemos hecho un milagro!
—No —ella se apartó y miró fijamente a los ojos de Konstantine—. Yo lo vi. Yo vi a
nuestro hijo.
—Las drogas que ellos te dieron... veías cosas. Soñando.

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Konstantine sacó un pañal y cambió al infante con la rápida eficacia de un hombre
familiarizado con el abastecimiento de un bebé.
—Cuando llegue anoche, estabas tan profundamente dormida, no pude despertarte
para alimentar al bebé. Tuve que darle una botella.
—Si, ellos me drogaron, pero yo lo vi. Nosotros tenemos un hijo.
Konstantine frunció el entrecejo con preocupación.
—Ella es una hija.
Zorana empujó lejos a Konstantine. Sentándose, ella desenvolvió al bebé de la manta
que la envolvía, abrió el mono y quito el pañal.
Los muchachos se asomaron por un lado del colchón. Konstantine se asomó del otro.
Adrik habló primero, y él parecía malhumorado.
—Esta es con seguridad una niña, Mama.
—Este es el único bebé que nosotros tenemos, Mama —Jasha intentó sonar tranquilo,
pero era obvio que su madre lo tenía angustiado—. Mira. Ella es bonita.
—¡No, ella no lo es! —dijo Adrik
Rurik resistió hombro a hombro con Jasha.
—Y la amamos.
—¡No, nosotros no lo hacemos! —dijo Adrik.
—¿Dónde está la señorita Joyce? —preguntó Zorana—. ¡Ella les dirá que era un
muchacho!
—En cuanto la inundación disminuyó, se marchó —dijo Konstantine—. Pero me felicitó
por una hija.
El pánico aumentó en la garganta de Zorana.
—¿Qué sobre el doctor?
—La señorita Joyce se lo llevo —dijo Jasha—. Él se golpeó la cabeza. Tenía un gran
hematoma en su frente.
—Di a luz a un hijo —dijo ella. Pero su certeza se desvanecía.
Konstantine parecía asustado.
—Tenías muchas drogas —él insistió.
Zorana miró hacia abajo al bebé.
La pequeña abrió los ojos. Los bebés no enfocaban. Ellos no podían ver nada, pues las
imágenes eran borrosas. Pero este bebé miró y vio a Zorana.
Ella era tan pequeña. Tan perfecto. Sus pies… y sus dedos…su suave y dulce olor a
piel…el pelo de bebe en su cabeza…
Zorana había tenido una gran cantidad de drogas. Tal vez había estado alucinando.
La bebé hizo un ruido lloriqueando; entonces, abriendo su boca, gritó. Gritó tan
fuertemente como nunca grito alguno de los chicos de Zorana.
—Guau... —sus hijos miraron, agrandando los ojos, a la bebé, y se apartaron.

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—Hemos estado dándole su fórmula —Konstantine raras veces era inseguro de él
mismo, pero ahora lo estaba. Él buscó las palabras y revolvió sus pies—. Puedo alimentarla
si... si tú no quiere.
Cuando los gritos del bebé ampollaron sus oídos, los pechos de Zorana crecieron y se
endurecieron y dolieron con la tensión.
—Mamá —Adrik se giró con cara llena de horror cuando el bebé lloro—. ¡Haz algo! ¡Haz
algo ahora!
Konstantine parecía miserable.
Sobre todo, el bebé fulminó con la mirada directamente los ojos de Zorana.
—¡Bien! —Zorana desabotonó su camisón—. Bien, la alimentaré —ella puso al bebé en su
pecho.
La bebe no necesito ser persuadida. Sujetó con sus bracitos el pezón y amamantó con
fuerza.
Zorana saltó, y entonces, cuando su leche bajo, se relajó.
Adrik miraba con grandes ojos horrorizados.
—¿Qué estás haciendo?
—Se está alimentando —Jasha miraba estoicamente en la pared sobre la cabeza de
Zorana.
—¡Euw! Qué asco! —dijo Adrik.
—Sí —Rurik empujó a su hermano hacia el pasillo—. Pero es así como se hace, por lo
que se acostumbra a ello.
En su prisa por salir, los dos chicos quedaron en la puerta; entonces Jasha los atrapó y
los empujo hacia afuera.
Zorana sonrió suavemente.
Konstantine cerró la puerta detrás de ellos y regresó junto a ella.
—¿Entonces es bueno que nosotros tengamos una hija?
Zorana miró abajo hacia el bebé.
No recordaba haber dado a luz a esta pequeña criatura.
Pero allí no había otro bebé, esta pequeña sostenía su pequeño puño contra el pecho de
Zorana y aspiraba con tanta fuerza, que el amor creció en ella como una marea. Ahuecó la
suave cabeza entre su brazo.
—¿Firebird Maryushka, dijiste?
—¿Te gusta el nombre? —Konstantine se sentó sobre el colchón a su lado.
—Me gusta mucho.

Capítulo 4
Hostilidad, dolor, y amargura variaban como veneno en el alma de Firebird.
—¿Es eso lo que realmente pasó?
La risa de Zorana se descoloró recordando, y giró su mirada lejos.

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—¡Firebird! No le hables a Mama así —Jasha le reprochó en un tono de hermano mayor.
Pero él no era su hermano mayor, y ella no tenía que tolerar sus demandas.
—¿Por qué no? —miró directo a él—. Ella me mintió antes. Siempre me dijo esta
dramática historia de la tormenta y el doctor borracho y como él se cayó y como la
señorita Joyce salvo el día y me recibió… Ahora suena como si la señorita Joyce no me
hubiera recibido absolutamente.
—Me perdonan —Zorana se puso de pie, escapó hacia el cuarto de baño, y cerró la
puerta.
El silencio que siguió habría oprimido a Firebird... si fuera parte de esta familia. Lo
cual no era.
—Si quieres castigar a alguien, hija mía, castígame a de mí. Tu madre me dijo la verdad.
No le creí. Creí que eran las drogas —la voz de Konstantine era baja y segura, no como
sus habituales bramidos.
Más que nada, eso le dijo a Firebird cuan realmente de enfadado estaba. Esto y sus
puños apretados. Pero también estaba muy preocupado por su esposa, y la herida de
Firebird había sido tan cruel. Él miró entre el pasillo donde Zorana había desaparecido, y
Firebird, sentada en el suelo agarrando a su niño, y sus parpados sobre sus ojos marrones
preocupados.
—Bien —ella masculló—. Soy una idiota.
—Eso es seguro —dijo Rurik.
Tal vez esta gente no era su familia, pero ella los amaba. Amaba a Zorana.
Una gran y caliente lágrima se derramó por su mejilla.
Konstantine, Jasha, Adrik, y el tipo extraño mirando airadamente, Rurik.
—El trabajo agrada —rompió Adrik.
—Como tú no todos pensamos lo mismo —Rurik miró acorralado.
—Sí, pero somos lo bastante simpáticos para no decirlo —dijo Jasha.
—Yo no sabía que ella gritaría —dijo Rurik.
—Ella siempre grita —dijo Adrik.
—¿Cómo puedes saberlo? Estuviste fuera alrededor de diecisiete años. ¡Y no lo hago! —
Firebird trató de sorber las lágrimas, lo cual había tenido el efecto secundario y
desafortunado de hacerla sollozar y tener hipo al mismo tiempo.
Aleksandr acarició su mejilla y fulminó con la mirada alrededor del cuarto.
—Paren. ¡Muchachos Egoístas!
—Suficiente —Konstantine chasqueo sus dedos a sus hijos, entonces le hizo un gesto a
Ann y Tasya.
Sus cuñadas bajaron en picada, arrodillándose al lado de Firebird.
—No le prestes ninguna atención al idiota de mi marido —Tasya tenía eléctricos ojos
azules, un oscuro pelo rizado, y un agudo cerebro que emparejó a Rurik. Pasando a
Firebird un pañuelo dijo—. Aquí, suena tu nariz.
Firebird sonó.

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—Le grité a Mamá.
—Las drogas... y aquella gente... Zorana no sabía o ella nunca tendría... —Ann vaciló.
— ¿Me aceptó como suya? ¿Nunca paró de buscar a su verdadero bebé? —ahora que
las lágrimas de Firebird habían comenzado, no podía detenerse. Abrazó a Aleksandr.
Él se retorció y protestó.
—¡Mamá, no me aplastes!
—Mamá perdóname –Firebird le había gritado a Zorana, le había hecho daño a su hijo,
y todo porque había descubierto la verdad y la había odiado.
—Aleksandr —la mujer sobre el sillón acarició el asiento al lado de ella—. Trae tu libro
y ven y siéntese conmigo.
Aleksandr miró a su madre.
—¿Puedo ir a sentarme con Karen?
Ann contestó su pregunta antes de que ella pudiera preguntar.
—Ella es la esposa de Adrik. Se casaron la semana pasada.
Tasya señaló al hombre brusco que observaba apoyado desde la puerta de la cocina,
mirar con pánico por las desbordantes emociones.
—Este es el padre de Karen. Hubo una batalla con los Varinski, y él ayudó.
—Sólo me fui un día —Firebird miró a su hermano perdido hacia mucho tiempo, a su
nueva esposa. Si las cosas fueran normales, ella habría pasado la tarde preguntando
sobre su vida, escuchando sus historias, topándose con la gente que él había traído a
casa—a su nueva esposa y al nuevo suegro.
Distantemente, ella se avergonzó por arruinar el regreso de Adrik. Pero hoy... hoy
pensó que las cosas nunca volverían a ser normales.
—¡Mamá! —Aleksandr tiró de su camisa—. Quiero ir con Karen a mirar.
—Ve —ella le estimuló y lo miró cuando corrió a través del cuarto—. Ha crecido en seis
meses —murmuró ella—. Caminó a los nueve meses. Habló temprano. Hacia rompecabezas.
Construía con bloques. Es tan inteligente...
—Lo amamos —Tasya hurgó por decir lo correcto—. Es todavía el único bebé en la
familia —Firebird se rió, una breve risa, ligeramente histérica.
La puerta de cuarto de baño se abrió y Zorana salió, sus ojos rojos y húmedos.
Firebird se devolvió en sus pies y se paró torpemente.
—Mama, perdóname.
Zorana se apresuró a ella.
Ellas se encontraron en medio de la sala.
—Lo sé. Perdóname, también —con todas sus fuerzas, Zorana la abrazó.
Firebird estrecho su cuerpo y comprendió cuan grande era la diferencia entre ellas.
Zorana era exótica, cinco pies una pulgada, y fuerte, con el pelo negro, y ojos tan
oscuros que parecían negros. Su piel era de un marrón hermoso, claro y tolerante al sol, la
prueba de su herencia gitana.

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Firebird media cinco pies y cuatro pulgadas, rubia y de ojos azules, con piel clara que
requería el uso constante del bloqueador solar. Su herencia probablemente era Irlandés,
Ingles o Germana. No era rusa, y tampoco gitana.
Zorana dijo con ferocidad.
—Cuando me miraste por primera vez, capturaste mi corazón, y no me preocupa lo que
aquel estúpido doctor de Seattle diga. Tú eres mía. Mi niña. Por siempre.
Todos alrededor de la apretada sala de los Wilder, la familia de Firebird sentados y de
pie, olfatearon y trataron de sonreír en impotente furia cuando comprendieron que
habían sido traicionados por las personas en quienes confiaron.
Los tres hermanos de Firebird, Jasha, Rurik y Adrik. Sus tres cuñadas, Ann, Tasya, y
Karen. El padre de Karen. Y los padres de Firebird. Oh, Dios, sus padres. Ella los amaba a
tanto— y no era nada para ellos.
Sólo su hijo era de su sangre. Sólo Aleksandr, quien se sentó al lado de Karen,
confiando porque él nunca se encontrara a alguien quien le deseara el mal.
—Tú eres la mejor madre que alguien pudiera tener —le dijo Firebird a Zorana, y en un
mundo lleno de repentinas incertidumbres, eso, al menos, era cierto.
—Demasiado malo que te nombrara como un carro —Adrik se había ido lejos por
demasiado tiempo, aún no había olvidado la broma familiar.
—No, tú muchacho imprudente. Nosotros te llamamos así por la leyenda del pájaro con
tal plumaje brillante que con una sola pluma encendía el cuarto. Sabíamos que nuestra hija
se parecía como a eso —Konstantine, atado a su sillón por la terrible debilidad generada
por su enfermedad, ofreció sus brazos a Firebird y Zorana—. Y entonces ella lo es.
Zorana tomó la mano de Firebird y se dirigió a él. Teniendo cuidado de no trastornar la
manguera que corría por su brazo, se acurrucó junto a él.
Ahora mismo, Firebird no se sentía como una bombilla de cien vatios. Se sentía como
una mujer que había pasado el día en Seattle dando su sangre y muestras de piel con la
esperanza de ayudar a los doctores a descubrir algún vinculo con la misteriosa
enfermedad de su padre, y en cambio había descubierto que no era la persona que había
pensado siempre que era. Pero su padre—o más bien, el hombre que siempre pensó que
era su padre—pronto lucharía con sus propios pies si ella no respondía, así que se
arrodilló frente al sillón.
Él ahuecado su cara.
Zorana tomó su mano.
—Tú eres nuestra pequeña niña —dijo él—. El orgullo de mi corazón, y ahora más
especial para mí que nunca.
Firebird sabía lo que le quiso decir, y—¡oh, Dios! —¡cómo atesoró ahora aquel
sentimiento!
Doblando su cabeza, ella lo puso contra su hombro y cerró los ojos durante un momento
permitiéndose hundirse en la seguridad familiar del afecto de sus padres.

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Entonces se sentó atrás y rió, y no fingió que nada había cambiado, cuando en efecto
su mundo entero se había inclinado sobre su eje.
—Bastante entusiasmo y angustia para una tarde. Es hora de acostar a Aleksandr.
—¡No! —protestó Aleksandr.
No importaba como de cansado estuviera, siempre protestaba. Él quería ser como su
familia, parte de la acción, jugando, cantando, colocando bloques. Algunas personas
probablemente pensaban que él estaba echado a perder; la familia Wilder le llamaba bien
amado.
Firebird lo alzó y llevó alrededor de cada uno para que él los besara. Cada tía, cada tío,
tomó extra cuidado con él, mostrándole su afecto al niño, y a ella. Konstantine alcanzó
alzar sus brazos hacia Aleksandr y sostenerlo cerca, frotando su mejilla contra el pelo
del niño y aspirando su esencia.
—Yo habría jurado que él iba a ser un lobo —murmuró.
El sentimiento apuñaló el corazón de Firebird.
Zorana besó a Aleksandr, y lo abrazó como si no pudiera dejarlo ir. Firebird sabía que
era más que mero sentimiento; Zorana estaba pensando en el hijo que le había sido
robado.
Firebird lo llevó arriba al dormitorio que ella compartió con su hijo.
La casa era pequeña y vieja, con la acústica que deja todo resonar por los pasillos.
Así que Firebird hizo una pausa en la entrada, esperando y escuchó —y oyó la voz baja
y rota de Zorana decir,
—¿Dónde está mi bebé? ¿Qué hicieron ellos con mi bebé?

Capítulo 5
La pregunta llena de angustia de Zorana perseguía a Firebird, pero cuando metía a su
hijo en sus pijamas, lo envolvía en su manta, y acomodaba a Bernie, el suave pato amarillo
con pico naranja hacia él, comprendía.
¿Cómo podía no hacerlo? Cuando Aleksandr nació, lo había mirado. Había pensado que
era flaco, con largos dedos de los pies y hombros anchos que le habían traído problemas
durante el parto, pero era suyo, su hijo, y una marea feroz de protección había crecido
en ella. En ese momento supo, sin un reparo, que mataría para protegerlo.
Ahora Zorana había descubierto que su bebé, uno al que había dado a luz hacía
veintitrés años y ocho meses, había sido robado, y tenía que saber dónde estaba.
Cuando Firebird miró a su hijo, durmiendo con su mano bajo su mejilla, supo que se
sentiría exactamente de la misma manera.
El problema era que saber esto no hacía el pinchazo del rechazo menos doloroso.
Debería preguntarse sobre sus padres biológicos, suponía, pero ahora mismo, no se
preocupaba por personas a quienes nunca había conocido. Se preocupaba solamente por la

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familia que conocía, la que luchaba enfrentándose contra el mal, y si podía ayudarlos... o
tal vez no era nada, superfluo, una carga.
No podía volver abajo. Estaba cansada, se sentía apenada por sí misma y avergonzada
por sentirse así, porque no era la única que estaba sufriendo allí. Debería acostarse, pero
la preocupación zumbaba en su mente como un enjambre de abejas. Así que se cambió por
un conjunto resistente y abrigado—vaqueros, sudadera, chaqueta, botas. Yendo hacia la
ventana, la levantó, se apoyó fuera, y se agarró la rama del inmenso árbol que crecía tan
convenientemente cerca.
En su vida, había salido por allí docenas de veces—para pasear por el bosque, o ir al
cine, o besar a un novio. Pero no recientemente. La maternidad en soltería había tenido el
efecto de mantenerla cerca de casa. Su familia pensaba que era porque llevaba sus
responsabilidades referentes a su hijo seriamente, y eso era verdad.
Pero también temía que si se alejaba mucho, el padre de Aleksandr la encontraría. Los
encontraría. Y las consecuencias de eso eran demasiado difíciles de considerar.
Aún ahora... estaba considerando esas consecuencias.
El árbol era duro, congelado por la inclemencia de un invierno en las montañas de
Washington. La corteza estaba helada bajo sus manos desnudas. Las amplias ramas la
sostuvieron mientras se deslizaba hacia el suelo, y encima de ella, el negro cielo de noche
destelló con pedacitos de estrellas brillantes. Aterrizó bajo sus pies y tomó una larga y
honda bocanada de aire, la primera desde que el doctor le había dado la noticia.
Alguien había cambiado al niño Wilder por ella. Por una criatura suplantada, un bebé
que había venido de Dios sabía dónde.
Firebird caminó alrededor de la casa, aplastando la hierba congelada bajo sus botas.
Silenciosamente, abrió la puerta y dio un paseo por el sendero hacia las enredaderas.
Envolviendo sus brazos alrededor de sí, permaneció de pie mirando al otro lado del valle
sombrío en lo profundo de las Cascadas.
Se extendía largo y angosto entre dos montañas, una llanura fértil que su padre y
madre habían encontrado y comprado por casi nada, porque una serie de propietarios
habían tratado de cultivar manzanas, tulipanes y verduras—y fallado. La tierra era rica,
pero el clima estaba constantemente nublado y húmedo, con muy poco sol para nada más
que plantas enanas y fruta mohosa.
La gente de la lluviosa aldea cercana de Blythe se habían reído con disimulo sobre los
tontos inmigrantes rusos.
No se reían ahora.
Konstantine había plantado uvas de vino. Zorana había plantado un jardín de verduras y
un huerto pequeño. Y como si hubieran persuadido al sol, los patrones de el cambiaron. El
valle—y Blythe—parecían protegidos por una burbuja clara que dejaba pasar el sol y solo
la lluvia necesaria.
Antes de que Firebird naciera los Wilder se habían afianzado en la comunidad. Toda su
vida este valle había sido su casa, y cuando se embarazó, había hecho de él su refugio.

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Ahora el aire claro, las temperaturas frías, la implacable familiaridad la hizo enfrentar
el hecho que había evitado todo el día.
Tenía que partir.
Mientras la comprensión la golpeaba, mientras imaginaba las repercusiones, todo su
cuerpo se tensionó. Se detuvo—detuvo la idea, dejó de respirar, dejó de moverse. Por
primera vez en dos años y medio, se dejó recordar la primera vez en que había visto a
Douglas Black.
El clima acababa de cambiarse a la primavera, y todo el cuerpo estudiantil en conjunto
respondió enamorándose. Todos excepto Firebird. Estaba, por supuesto, terminando su
carrera, sobre la vía rápida, y no tenía tiempo para el amor.
Pero cuando el ardiente nuevo policía del campus se paseó por allí, descubrió que tenía
tiempo para mirar. Simplemente había algo sobre un tipo en uniforme—o por lo menos ese
tipo en uniforme—que provocaba una reacción en ella. Estaba de pie alto y erguido, con
hombros fuertes coronando una cintura pequeña, y cambiaba de lugar sus botas
suavemente, sin hacer ningún sonido. Tenía una cara dura y esculpida, en desacuerdo con
su obvia juventud. Su pelo rubio dorado contrastaba con su piel bronceada, pero fueron
sus ojos los que captaron su atención, sus ojos concentrados en ella... ojos oscuros,
marrón gitano.
Después de que terminaran de cruzarse, ella se giró para mirarle el culo y lo atrapó
haciendo lo mismo. Estaba tan avergonzada, dio media vuelta y caminó más rápido, su
cabeza enterrada en sus libros mientras se reía tontamente.
Era doloroso recordar qué torpe había sido, pero había tenido veinte años, la hija
protegida de una familia de inmigrantes rusos con moralidad estricta y protectora. Había
vivido con su padre y hermanos así que sabía mucho sobre los hombres, pero no tanto
sobre qué hacer cuando los hombres estaban interesados en ella. Los pocos chicos en
Blythe que habían mostrado un interés tenían una tendencia a huir, y nunca regresar,
después de que su padre o hermanos les hablaban. Nada de lo que dijera pudo cambiar; su
familia no vio razón para ello hasta la fecha. Si hubiera sido por su padre, se había
quejado Firebird a Zorana muchas veces, ella viviría y se moriría virgen. Zorana había
estado de acuerdo serenamente.
Firebird pensaba que nunca vería a ese guapo oficial de policía otra vez, pero todavía
no se había dado cuenta quién, y qué, era. Esa nueva percepción había llegado después,
después de que se hubiera echado a sus pies, le hubiera hecho el amor, seducido....
Cubrió sus ojos con sus puños, tratando de evitar los recuerdos que todavía tenían tal
poder para lastimarla y humillarla.
¡Qué tonta había sido!
Levantó su cabeza.
¡Qué tonta era ahora, permaneciendo allí a solas!
Desde que era un bebé, Konstantine había caminado con ella por el bosque, enseñándole
cómo escuchar, cómo permanecer atenta, cuándo escapar, y cuándo permanecer de pie y

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pelear. Le enseñó que el mundo estaba lleno de peligros, y solamente un tonto lo
enfrentaba sin prepararse para ellos. Le enseñó exactamente lo mismo que enseñó a sus
hijos.
No, no exactamente—más severamente, porque era una niña, y vulnerable.
Ahora, aquí estaba alejada de la seguridad de la casa, paseando en la noche, cavilando
sin prestar ninguna atención a su entorno, todo porque imaginó que su casa era segura.
Pero el bosque estaba demasiado silencioso.
Algo la observaba.
Algo hostil.
Algo peligroso.
Papá le gritaría por el descuido, pero para ello debes regresar a salvo, Firebird.
Regresa ahora.
¿Cómo llegar a la casa sin alertar a la cosa que estaba ahí?
Hizo un asunto importante de temblar y ajustar la bufanda alrededor de sus orejas.
Regresando hacia el porche del frente, caminando enérgicamente.
Metió las manos en los bolsillos de su abrigo; en uno llevaba una navaja pequeña, y la
escondió en la palma, luego sacó su mano y la sostuvo contra su pecho. La otra mano la
dejó balanceándose mientras caminaba, lista para usarla como un arma o una defensa.
Si gritaba, su familia vendría saliendo en tropel de la casa, pero sería mejor si
pudieran atrapar a esa cosa descuidada e interrogarlo. Porque suponía que era humano.
Un ser humano... y otra cosa.
Peor, si gritara sabrían que había salido sola y atraído a esa cosa, y que era incapaz de
manejarlo por sí misma.
Odiaba cuando sus hermanos tenían que cuidarla. Nunca la dejaban olvidarlo.
Detrás de ella, intuía el movimiento—algo venia por fuera de los árboles, desafiando el
suelo descubierto para dirigirse hacia ella. Los pasos eran casi imperceptibles y todavía
cautelosos, y el bello se erizó en la nuca de Firebird. Quién o lo qué fuera, era un
depredador, y estaba enfadado.
Se movió más rápidamente, su mirada fija en la casa donde las iluminadas ventanas del
salón la llamaban.
Detrás de ella la persecución se intensificó.
Su corazón dio un salto en su pecho. Malditas fueran sus hermanos y sus burlas.
Abrió su boca para gritar.

Capítulo 6
Adrik abrió la puerta.
—Hey, Firebird, ¿tú aquí afuera?
El predador detrás de ella escapó.
Dio un grito entrecortado de alivio.

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—Estoy aquí.
Siguiendo a sus instintos, corrió el resto del camino hacia el porche. Saltó hasta arriba
de las escaleras y hasta Adrik. Poniendo su cara cerca de la suya, murmuró:
—Hay algo ahí.
Adrik echó un vistazo a la navaja en su mano. Metiendo su cabeza dentro, habló a sus
hermanos sin hacer ruido, salió luego al porche. Tomando la hoja, la cerró, se la entregó,
y exploró la zona con toda tranquilidad.
—Lo olfateo —susurró—. Estaba sobre el porche.
Otra prueba de que Firebird no era una de esta familia. Konstantine, Jasha, y Adrik
habían agudizado los sentidos del olfato. Rurik veía con la visión de un halcón. Podían
rastrear cualquier cosa.
Firebird deslizó el cuchillo de regreso a su bolsillo.
Cuando comprendió los dones especiales de su familia, los había envidiado, querido ser
como ellos.
En lugar de ello había sido totalmente normal, tan normal que incluso resultaba
aburrido.
Así que ella misma se había conducido a tener éxito: en la escuela, en deportes,
especialmente en gimnasia. Cuando saltaba entre las barras paralelas, era lo más cerca
que podía estar de volar.
Al final, había extendido la mano a demasiada altura y tratado demasiado duro de volar.
Había caído a tierra y se había destrozado la pierna. Incluso ahora, el frío le provocaba
un dolor constante en el tobillo donde los tornillos mantenían los huesos juntos.
—Él es... ¿Es un Varinski? —preguntó en voz baja.
—No. O por lo menos, no uno que huela como los que he olido anteriormente.
Extendiendo la mano dentro, Adrik agarró un abrigo. Salió y cerró la puerta detrás de
él.
—Si es un Varinski, es un Varinski que ha tomado un baño, y esos son casi inexistentes.
Ella se río, como esperaba, aún preocupada.
—Lo que fuera quería lastimarme. Podía sentirlo.
Se puso serio.
—Todos quieren lastimarnos. No te equivoques sobre eso. Planean matarnos. Debes
tener cuidado, hermanita. Mucho cuidado, efectivamente.
—Lo tendré. Lo tengo.
Pero si era sensato o no, esta situación requería un poco de arrojo.
—Tengo ganas de un poco de aire fresco —dijo Adrik—. ¿O quieres quedarte afuera
algunos minutos más?
Para vigilar las operaciones, quiso decir.
—Eso es lo que desearía —respondió.
Sabían que dentro de la casa, Jasha y Rurik estaban cambiando mientras iban a una
salida. Jasha se lanzó a la noche transformado en un musculoso lobo negro. Rurik se lanzó

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a volar como un halcón elegante. De esa manera, encontrarían por lo menos un vestigio de
eso.
En una parodia de informalidad, Adrik y Firebird fueron caminando al borde del porche,
inclinaron sus manos contra la barandilla, y miraron fijamente el valle afuera.
El halcón voló a gran altura en el aire. El lobo anduvo a zancadas al pasar, su nariz
pegada al suelo.
Adrik los miró envidioso, permitió que su mirada se clavara, como había hecho la suya,
sobre lo largo y ancho del valle.
—He extrañado éste lugar. Todos los largos años que he estado lejos, soñaba con él, lo
anhelaba, y me odiaba por ser incapaz de regresar.
Firebird no había tenido la oportunidad de hablar con su hermano perdido hacía tanto,
y en el ligero sonreír radiantemente fuera de las ventanas de sala, lo examinó.
Al igual que Jasha y Rurik, era alto y de huesos grandes, pero más esbelto, con la
fuerza acordada de un gran gato. Una pantera.
—¿Y ahora que estás de regreso?
—Karen me quiere, y salvé su vida. Así que señala, algo sarcásticamente, que si es digna
de algo, entonces debo serlo también.
Adrik miró el perímetro del bosque, alerta, listo para pelear y matar, si era necesario.
—Es quién me dio las agallas de regresar y mirar a papá. Pensaba que me expulsaría
otra vez, y en lugar de eso... me dio la bienvenida.
—Por supuesto que lo hizo.
Firebird apoyó sus manos en el brazo de Adrik y lo apretó.
—¡Qué absurdo de tu parte pensar que haría otra cosa! No es nada más que un
malvavisco grande.
—Para ti. Tú eres su hija.
Ya no más.
—Yo siempre fui el hijo rebelde y me lo reprochaba constantemente. Solía regañarme.
Adrik imitó el tono grave de papá, y el acento ruso que daba su sabor de Viejo Mundo a
su voz.
— “No bebas, Adrik. No fumes. No te conviertas en una pantera; la tentación te acerca
al mal y caerás en el hoyo del infierno."
—¿Tenía razón?
—Por supuesto la tenía. Caí en el hoyo del infierno.
Firebird quería preguntar lo que significaba, cómo había vivido, lo que había ocurrido...
Pero no ahora. No cuando su propio infierno se habría ante ella. No cuando por sus
propias dudas, su miedo y cólera, había dejado al hombre a quien amaba quemarse en su
propio infierno.
Podía haber confiado en mí. Podía haberme dicho quién era.
Sí, y tú podías haber permanecido sin hacer nada mientras él se tomaba el tiempo
suficiente para explicarse. No es como que no hubiera tenido muchas oportunidades de

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rasgar tu garganta. Y es una muy buena apuesta que un hombre que trae un puma grande y
mimoso como obsequio de graduación y te da sus primeras pistas sobre su pasado está
preparándose para una gran confesión.
Inconsciente de su lucha interior, Adrik continuó:
—Aún más, cuando volví, papá no me gritó o dijo, "Te lo dije"; sólo abrió sus brazos y
me abrazó como si fuera su favorito
Su voz se detuvo, como si se ahogara por la emoción.
No podía dejar a su hermano fuerte y grande que se humillase y llorase así, así que
sonrío afectadamente y dijo:
—Tú me recuerdas a papá. Has hecho cosas horribles, pero has pagado un buen precio.
Así que ahora por dentro no eres nada más que un malvavisco grande también.
Adrik la miró de reojo y limpió su garganta.
—Eres demasiado lista para tu propio bien.
Su diversión pasó, y con honestidad brutal, dijo:
—Si eso fuera verdad, no estaría el maldito desorden en el que estoy.
Se puso en alerta.
—¿Qué desorden?
Casi había dicho demasiado, y por eso su perspicaz hermano se daba cuenta.
—¿Qué? ¿No es suficiente descubrir que no estoy relacionada con la familia? ¿Tienen
que pasarme más cosas que esa?
—Supongo que no, pero de algún modo, me pareció que tu problema era más grande que
eso.
—Trepar por la ventana y atraer algo entre los árboles que quería acecharme es
bastante horrible también.
También lo era caminar en medio de un campo de minas terrestres.
—Nunca me he sentido insegura aquí. ¿Qué está pasando? ¿Cómo puede cambiar todo
en un instante, en un suspiro?
Adrik cubrió su mano con la suya.
—Ocurre más a menudo de lo que piensas, pero siempre es malo. A veces el cambio es
bueno, aunque en ese momento no te des cuenta de eso.
Echó un vistazo dentro, donde Karen descansaba sobre el sofá, recuperándose de sus
lesiones.
—Cuando la miras, te ves tan idiota como Jasha y Rurik cuando miran a sus esposas.
En ese momento la punzada de envidia que sentía Firebird se hizo dolorosa.
—No has tenido oportunidad de hablar con Karen, pero cuando lo hagas, verás qué
estupenda es.
Adrik puso su mano sobre su corazón.
—Me salvó de la oscuridad.

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En esta familia, cuando hablaban de oscuridad, no hablaban de una falta de luz.
Estaban hablando del mal, y el infierno, y el diablo, todos conceptos demasiado
verdaderos en sus vidas.
—Entonces quiero a Karen tanto como tú.
Firebird lo abrazó.
—Encontró el tercer icono —susurró cada palabra con la quietud y la delicadeza de un
hombre que compartía un secreto preciado.
Firebird se olvidó de Jasha y Rurik buscando el depredador. Se olvidó del frío. Olvidó
que no era una parte de esta familia. Recordó solamente que se preocupaba.
—El tercer icono.
Su voz sonaba tan suave como la de él.
—Por supuesto. ¡Qué estúpida de mí. Me olvidé del icono.
—¿Cómo pudiste hacerlo? Estabas aquí cuando mami tuvo su visión.
—Sí. Estaba aquí.
Firebird casi deseaba no haber estado. Pero entonces estaría como Adrik,
desesperada por escuchar cada detalle.
—Dímelo todo. Tengo que saberlo.
Sus ojos brillaron en la oscuridad.
—Todo fue tan... horrible. Quiero decir, sé que papá siempre dijo que mami era el
oráculo de su tribu, pero nunca "Veía" el futuro.
Firebird hizo comillas en el aire con sus dedos.
—No tenía forma de saberlo, de todos modos. Pensé que era como la lectura del
porvenir de un gitano; la tribu la vestía con bufandas, y ella interpretaba tu palma por un
rublo. Hace dos y medio años, en el cuatro de Julio, cambió mi opinión. Teníamos nuestra
juerga acostumbrada con todos los vecinos aquí.
Recordó el calor del día, la comida, la bebida, los fuegos artificiales... El secreto que
tenía escondido en su vientre.
—Era una gran fiesta, menos por una cosa. ¿Recuerdas a los Szarvases?
—¿Los hippie artistas camino abajo? —sonrió abiertamente—. Sí. Sharon y River.
Tenían una hija, ¿no? Tú eras su mejor amiga. Su nombre es ¿Dewdrop?
—Su nombre es Meadow —dijo Firebird con aplastante definición—. ¿Vas a escuchar, o
vas a molestar?
Se puso serio.
—Estoy escuchando.
—Los Szarvases dirigen una colonia de arte, y enseñan el soplado de vidrio, la escultura,
cosas por el estilo. Trabajo con ellos en las ventas de Internet, y es algo muy rentable...
Se encogió y se volvió de cara hacia Adrik, permitiendo que su voz llegara a no más
lejos que sus orejas.
—Ese día, trajeron su contingente acostumbrado de aprendices y artistas, incluyendo
éste chico del colegio quien. . . se callaba.

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—¿Asesino serial callado? —se dio cuenta Adrik rapidamente.
—Exactamente. Hizo una estatua de mí en arcilla, y fue la cosa más asombrosa que
haya visto nunca. Se parecía exactamente a mí, y realmente perturbó a mama. Después de
que todas las visitas partieron, la familia estaba de pie alrededor de la hoguera. Mama vio
la estatua sobre la mesa y la hizo añicos con sus puños. Cuando la tocó, la arcilla fue la
que provocó algo en ella. Cuando regresó al fuego, no era mama.
Firebird se sentía enferma mientras recordaba.
—Su voz ni siquiera parecía humana.
—¿A qué sonaba?
—Profunda. Suave. Llana. Como si estuviera hablando desde muy lejos, o desde lo
profundo de un pozo.
—¿Recuerdas qué dijo?
—Desearía poder olvidarlo.
Firebird masajeó su frente.
—Dijo, "Cada uno de mis cuatro hijos deben encontrar uno de los iconos Varinski". En
ese momento, eso era imposible. No habíamos tenido noticias de ti por años, y
pensábamos que yo era... pensábamos que era el cuarto niño.
Adrik la abrazó, pero obviamente no sabía cómo confortarla. Y debido a que había
tenido experiencia con sus hermanos mientras andaban a tientas, tratando de ser
considerados y fallando completamente, Firebird estaría bien.
—Mama dijo, "Solamente sus amores pueden traer los artículos sagrados a casa. Un
niño llevará a cabo lo imposible. Y el amado de la familia será roto por la traición... y
lanzado al fuego."
—Entiendo la parte sobre nuestros amores que traen los artículos sagrados a casa.
¿Pero qué significa el resto?
—¿Parezco un oráculo? —exigió Firebird.
—¿Sabe ella qué significa?
—Nop. Aparentemente no trabaja así.
Adrik ponderó.
—¿Cómo se veía?
—Parecía alguien en trance. No sé de qué otra forma describirlo. Créeme, lo
reconocerías si lo vieras.
Firebird tembló
—Dijo: "Los ciegos pueden ver, y los hijos de Oleg Varinski nos han encontrado."
—Con seguridad lo han hecho.
Oleg y Konstantine habían sido hermanos, y cuando Konstantine se había casado con
Zorana, Oleg los había cazado, prometiendo matarla y recuperar a Konstantine.
En su lugar, Konstantine había matado a Oleg, y sus hijos habían jurado venganza—una
venganza que llevaba en marcha casi cuarenta años.

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—Mama dijo, "Nunca estarás seguro, porque harán cualquier cosa para destruirte y
mantener el pacto intacto." Entonces señaló con el dedo a papá y dijo, "Si los Wilders no
rompen el pacto del diablo antes de tu muerte, irás al infierno y serás separado de tu
amada Zorana, y tú, mi amor, tú no tienes mucho tiempo en esta tierra. Tú estás
moribundo."
El simple recuerdo hizo que a Firebird le sudaran las palmas.
—Entonces papá cayó al suelo. Desde entonces, ha estado decayendo poco a poco.
Adrik apretó la barandilla con sus dedos, bajó su voz aún más y le dijo:
—El año pasado, cuando estaba tratando de calcular qué estaba pasando con los
Varinski y los Wilders, me fui a Ucrania y a la casa Varinski
La hacienda Varinski era famosa en la familia Wilder. Habían encontrado fotografías
en Internet; era incoherente, destartalada y sucia, una especie de club estudiantil
masculino puesto en medio de las estepas, lleno con depredadores borrachos sin
moralidad o hábitos higiénicos discernibles.
—¿Cómo entraste a hurtadillas? —preguntó.
—Créase o no, entré.
En su incredulidad, se encogió de hombros.
—Soy como ellos y ellos se ven igual…
—Y tú te ves como ellos.
Más importante aún, eres competente, listo, y espantoso a su propia manera.
A veces olvidaba que su padre y hermanos eran Varinski—Varinski con un cambio de
nombre, no obstante Varinski.
Adrik continuó:
—Estaba ese tipo viejo, Tío Ivan, y lo más siniestro que haya visto nunca. Bebe de la
misma manera que un pez, es débil, y es ciego, con una película blanca sobre sus ojos. Por
lo que los chicos Varinski estaban diciendo, Tío Ivan tiene sus propios trances
ocasionalmente. O algo así. Uno de los niños dijo, "Habla con la lengua del diablo."
—¿Qué significa eso?
—No podía preguntar. Estaba tratando de ser modesto. Pero sé que dijo a los Varinski
que tenían que poner sus manos sobre las mujeres que los hombres Wilder aman, porque
las mujeres eran la llave para mantener el pacto.
—Oh, no.
Firebird estaba fría, y se enfrió aún más. Esta conversación hizo que su miedo se
elevara por su espina dorsal.
—Estaban al tanto de la visión de mama también. Fue allí dónde me enteré de ella por
primera vez.
Adrik exploró el bosque otra vez.
—Sabes, tenemos algo en común con la mayor parte de esos Varinski.
—Sí, ¿qué?

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—Tampoco están contentos con las visiones de Tío Ivan. Han decidido no cometer
ningún error—piensan limpiarnos de la faz de la tierra antes que dejarnos destruir el
pacto.
El halcón voló hacia ellos, descendió cerca del porche para luego volar sobre el techo.
—Ese es Rurik —dijo Adrik—. Jasha no puede estar lejos.
Firebird lo miró envidiosamente.
—Es una buena cosa que estemos llegando casi al final de esto —dijo Adrik en un tono
bajo.
—¡Si sobrevivimos la lucha!
Adrik sonrió.
—El doctor podrá haber probado que no estás relacionada con nosotros por sangre,
pero suenas exactamente como mama.
—¿Sensata? —preguntó Firebird ásperamente.
—Supongo. ¿Pero no es mejor luchar para poder ser normales como el resto de los
hombres?
Firebird se río, realmente divertida para ser la peor tarde—o ¿era la segunda peor?—
de su vida.
—Tú, mi hermano querido, nunca serás un hombre normal. Ni lo será papá. Ni Jasha. Ni
Rurik. Eres y siempre serás una criatura que debe ser tratada con respeto.
El lobo que era Jasha cruzó corriendo el césped, les dio una inclinación de cabeza de
pasada, y continuó a la parte posterior de la casa.
—¿Entraremos y veremos lo que tienen que decir?
Adrik le brindó su brazo.
—¿Por qué apuestas?
—Había algo ahí afuera, pero siguió su camino antes de que lo encontraran—porque si
lo hubieran encontrado, lo habrían llevado al establo en su lomo e interrogado hasta que
chillara.
—Eres muy lista para una hermana menor.
—La capacidad mental corre en la familia.
La ironía de su situación no se le pasó por alto a Firebird, porque estaba a punto de
hacer una de las dos cosas más tontas que alguna vez hubiera hecho en su vida—y esta
vez, sería afortunada de salir intacta.

El sol se escondía en el cielo oriental cuando Firebird se dobló sobre la cuna donde su
hijo dormía, y apartó el pelo de su frente.
Era apuesto y listo, una miniatura de su padre en cara y forma—excepto que el pelo de
Aleksandr era oscuro y lacio.
Una lágrima cayó de su mejilla a la de Aleksandr, y Firebird la limpió para luego limpiar
con su mano su cara húmeda.

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Durante más de dos años y medio, ella misma no se había permitido pensar en Douglas y
su relación. Ahora no podía pensar en nada más.
Aleksandr abrió los ojos, tan despierto como solamente un bebé podía estar—
totalmente consciente y sin una pizca de somnolencia.
—¡Mami!
Extendió sus brazos.
Lo recogió y lo abrazó fuertemente.
—Aleksandr, mami tiene que irse.
Sus labios hicieron una mueca.
—¡No!
—Sí. Pero escucha.
Puso su mano sobre su pequeña boca.
—¡Escucha! Mami se va para traerte algo.
—¿Qué?
La rebelión todavía destellaba en sus ojos marrones.
—Algo que te gustará mucho.
Aleksandr la consideró con desconfianza.
—¿Qué?
—Algo muy especial.
—¿Qué?
Sus brazos giraron en el aire en un exceso de exasperación de talla bebé.
Lo acostó, ajustó su manta a su alrededor y le dio a Bernie.
—Si quieres esta muy especial y muy maravillosa cosa, tienes que ser bueno con abuelo
y abuela. Cepilla tus dientes. Toma tus siestas. Cuida a Bernie.
Su mano permaneció sobre la pelusa gastada de su fiel compañero de sueños.
—¿Puedes hacer todo eso?
—¡Sí!
—Entonces me iré y atraparé a tu papá y te lo traeré.
Porque Douglas Black era el verdadero vástago de los Wilder, su cuarto hijo, su única
esperanza... Y solamente Firebird, su amante fugitiva, podía convencerlo de ayudar.

Capítulo 7
—¿Abuela?
Zorana medio despertó con el sonido de una vocecita al lado de la cama. —¿Hm?
—Aleksandr y Bernie viene contigo y con abuelo.
Zorana usó su trasero para mover a Konstantine. Con una profunda queja, él se movió.
Levantando las sábanas le hizo un gesto a Aleksandr y Bernie. Abrazó a Aleksandr
contra ella, este nieto suyo, y sintió como se quebraba otro pedazo de su corazón.

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Condenado fuera ese doctor. Maldita señorita Joyce. Pero en definitiva por sobre todo
—porque Zorana supo a quién culpar– maldito fuera el diablo y sus maquinaciones.
—Abuela, ¡adivina!
Aleksandr se zangoloteó como un pez.
No importaba que apenas hubiera amanecido. Estaba despierto, y él nunca volvía a
dormirse hasta que tomaba su siesta después del almuerzo. —¿Qué?
—Mami se va para traerle un regalo a Aleksandr.
—¿Lo hace?— Zorana sonrío. —¿Qué te va a traerte?
—¡Mi papi!
Zorana se incorporó, sacando a Konstantine de un lado y Aleksandr del otro. —¿Qué?
—Mi papi. ¡Mi papi! ¡Mami trae mi papi a Aleksandr! —Su voz se elevó con cada
repetición.
Zorana se sentó muy confundida, su mente zumbaba mientras trataba de poner las
piezas de este rompecabezas. —¿Dónde va a encontrar a tu papá?
—Costco,– dijo Aleksandr con una lógica infantil impecable.
Konstantine no parecía en absoluto somnoliento cuando peleó: —¿Se compran papás en
Costco?
—Sí. Y un nuevo rompecabezas para Bernie.— Aleksandr se río entre dientes mientras
imaginaba las delicias por venir.
—Aleksandr, quédate aquí. Abuela va a ir a hablar con tu mami.— Zorana empezó a
trepar sobre el pequeño niño.
Konstantine la detuvo con una mano sobre su brazo. —Firebird partió hace media hora.
Zorana se volvió contra él. —¿La escuchaste salir? ¿Y no hiciste nada?
En el amanecer, él era una ancha protuberancia bajo las sábanas. La luz destelló en el
cromo de su tanque de oxígeno y su percha de IV, y se podían ver débilmente los tubos
de plástico sobre su nariz y su brazo. Aún con todos esos signos de la enfermedad
comiendo su cuerpo, sus ojos todavía estaban afilados y brillantes.
—Zorana. Liubovmaya. Todos hemos sufrido una terrible conmoción. Pero ninguno de
nosotros ha sufrido de la forma en que Firebird se está viendo afectada. Si sintió que
tenía que partir sin decir nada a nadie.
—¡Aleksandr! –dijo Aleksandr servicialmente.
—Sin decir nada a nadie excepto a Aleksandr –aceptó Konstantine– y yo sé que es
mejor no ponerse en su camino.
—¿Pero adónde va? –exigió Zorana.
—Costco –dijo Aleksandr—. A por el papi de Aleksandr.
—Eso me parece razonable.— Konstantine tiró de Zorana de vuelta abajo sobre el
lecho y puso sus brazos alrededor de ella y Aleksandr.
Zorana nunca se había sentido menos somnolienta.
—En todo este tiempo, nunca nos dijo quién es el padre de Aleksandr. ¿Por qué se fue a
encontrarse con él ahora?

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—Anoche, para Firebird, todo cambió.
Konstantine le dio un golpecito en su frente.
Sí, y ahora el corazón de Zorana estaba roto. Amaba a la niña que había querido como
una hija, y extrañaba al bebé que había perdido.
Las lágrimas saltaron a sus ojos. Se precipitaron por ella, se precipitaron por Firebird,
y se precipitaron sobre todo por su hijo.
¿Dónde estaba su bebé? ¿Felizmente adoptado por otra familia? ¿Abusado y golpeado?
O muerto, ¿un bebé que no había tenido una oportunidad en la vida?
Luchó por incorporarse.
—Voy a llamar a Firebird. Saber si está a salvo.
—No. Tú no lo harás.
Konstantine la mantuvo en su lugar.
—Si quisiera decirte dónde iba y cuánto tiempo estaría fuera, te habría despertado
antes de partir. En cuanto a estar a salvo... La hemos criado para ser lista, y estar segura.
Pero también la hemos criado para hacer lo correcto, lo responsable, y tenemos que
confiar que ella sabrá qué es eso. Es una mujer adulta. Deja que ella simplemente haga lo
que debe hacerse.
Zorana se relajó e inclinó su cabeza en el hombro de Konstantine.
—Si hubiera sabido entonces lo qué sé ahora, nunca habría tenido niños.
Su risa retumbó a través de él.
—Sí, los hubieras tenido.
—No, no lo habría hecho.
—Sí, tú los habrías tenido. No tenías elección. En aquellos días, pasábamos todo el
tiempo follando como conejos.
—¡Konstantine!
Zorana cubrió las orejas de Aleksandr.
—Follando como conejos –repitió Aleksandr en un tono claro y atento.
—¡Aleksandr!
Zorana miró furiosa a su marido.
Konstantine se estiró y le sonrió con gusto, viéndose joven y despreocupado por
primera vez en meses.
—Esos eran buenos viejos días.
Encantado, Aleksandr repitió:
—Buenos viejos días. Follando como conejos.
—Zorana, hemos vivido aquí durante casi cuarenta años. Tu tribu prometió recuperarte
de mí. Los Varinski juraron que estaba loco por amarte, y que me recuperarían. Ninguno
de ellos nos encontró nunca – y debieron hacerlo.
Konstantine parecía menos el amable marido de Zorana y más como un general que se
preparaba para la lucha.
—Nunca te pregunté por qué.

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Sus pensamientos se calmaron.
—Pero anoche, un desconocido entró en nuestro valle. Nuestros muy talentosos hijos lo
buscaron, pero a pesar de sus mejores esfuerzos, no pudieron encontrarlo, y cuando
estuvimos, me dijeron que tenía el olor de un gran gato.
—Un gran gato –repitió Aleksandr pensativamente.
—Sí, mi niño.— Konstantine acarició el pelo de Aleksandr.
—Una pantera, como Dyadya Adrik, o un tigre, un león, un puma. Tal vez el extraño era
un Varinski, un enemigo. Pienso que quizás durante casi cuarenta años tú nos has estado
protegiendo de ojos se entrometidos, y pienso que quizás algo ha cambiado. ¿Heh?
¿Cómo pudo Zorana imaginar que podía engañar a Konstantine? Konstantine, que estaba
tan familiarizado con lo sobrenatural... y con ella.
—No hablo de ello. No comprendo cómo trabaja. Pero soy vidente. Predigo el futuro...
Pero no tengo control sobre cuándo y dónde. Desearía que sí. Hace dos años y medio,
eructé una profecía y nuestro mundo se fue al infierno. Si sólo pudiera manejar ese
poder otra vez...
Konstantine volvió a abrazarla, silenciando sus auto—recriminaciones.
—Estamos agradecidos por cualquier conocimiento enviado a nosotros por el buen Dios.
—Sí. Por supuesto que lo estamos.
No había querido quejarse sobre lo que sabía, simplemente no pudo evitarlo.
Incorporándose, envolvió sus brazos alrededor de sus rodillas.
—Tengo otro talento. Es poca cosa. Con mi mente, puedo hacer una burbuja, de la
misma manera que el Teflon, sobre el lugar en dónde estoy. Mantengo fuera las cosas
malas. Las tormentas que podrían arruinar las uvas o separar las cerezas. Las personas
que nos desean el mal.
—Sí.
Konstantine comprendía. Por supuesto que lo hacía.
—Así que, ¿cómo se acercó anoche uno de ellos?
—Tal vez siguió a Firebird. Pienso que ese podría ser eso. O tal vez yo... últimamente
me he preguntado…
—¿Te preguntaste? –la animó.
—Cuando nos casamos, la línea entre el bien y el mal se puso borrosa. Existen hombres,
mujeres y bestias que se han entregado al diablo totalmente. Y hay hombres, mujeres, y
bestias que son totalmente criaturas de Dios. Pero la mayoría de las personas están
luchando por hacer lo correcto, y pueden tener éxito o fallar. Tú y yo y nuestros niños…
Cabemos en ese grupo. Y tal vez el de anoche, tal vez cabe en ese grupo también. Quiere
hacer el mal, pero no le es fácil llevar a cabo su decisión, o es malvado y lucha por
cambiar.
Zorana giró su cabeza hacia Konstantine.
—Era uno de nosotros.

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—Sí. Tienes razón. Las viejas reglas ya no cuentan. El mundo está cambiando. Se
acerca el tiempo de luchar contra el propio diablo. Y tenemos que planear nuestro ataque.
—No sabemos cuándo o dónde tendrá lugar la lucha.
—No esperaremos a que ellos tomen esa decisión.
Konstantine parecía más fuerte que lo que había estado en meses.
—Determinar dónde
—¿Aquí?
—Definitivamente aquí. Y cuándo. Debemos planear nuestra estrategia, y la primera
cosa que tenemos que hacer... Es charlar con nuestros enemigos conocidos.
—Enemigos –dijo Aleksandr alegremente.
—Sí, mi niño.
Konstantine acarició nuevamente la cabeza de Aleksandr.
—Tenemos enemigos.
Zorana no siquiera que pensarlo.
—Sé exactamente por quién empezar.

Capítulo 8
Zorana miró a sus hijos, los demonios Wilder, caminando hacia la furgoneta, sus brazos
balanceándose confiados, sus abiertas sonrisas destellando. Al último segundo, hicieron
una corta carrera hacia el asiento del conductor. Adrik ganó con la simple estrategia de
cerrar la puerta trasera y saltar sobre los asientos.
Niños estúpidos. No habían cambiado nada.
Mientras Jasha y Rurik permanecían de pie fuera y lo miraban con disgusto, Adrik dijo:
—Justo como en los viejos tiempos.
—Sí, eres el mismo dolor en el culo que siempre fuiste –dijo Jasha.
—Shotgun3 –llamó Rurik.
Zorana caminó detrás de ellos.
—Iré en shotgun.
Aprovechando su horror, saltó al asiento delantero junto a Adrik.
—Los niños se sientan atrás.
Cuándo ninguno de ellos se movió se burló:
—No creían que los iba a dejar ir solos, ¿o sí?
Jasha, siempre su hijo responsable, dijo:
—Mamá, no sé si ésta es una buena idea. Esto probablemente no será bonito.
—No me importa si no es bonito. Quiero saber.
Por el rabillo del ojo ella vio a Rurik asentir con la cabeza.
—Es tu derecho, mami.
Adrik giró la llave.

3
Un tipo de formación ofensiva en el juego de Fútbol Americano.

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—Gente que están esperando, o ¿vas a seguirnos todo el camino hasta la casa de la
señorita Joyce?
Mientras los dos entraban trepando, Adrik preguntó:
—¿Alguien había dudado alguna vez de la señorita Joyce antes?
—En lo más mínimo –respondió Jasha.
—Pero deberíamos haberlo hecho. Ha estado por aquí, mirándonos, siempre metiendo
su nariz en nuestras cosas.
—Con toda imparcialidad, mete su nariz en los asuntos de todos.
Rurik dio un golpecito en el hombro de su madre.
—Mejor abróchate el cinturón, mamá. Adrik conduce como un maníaco.
Zorana abrochó su cinturón de seguridad.
—¿Qué hay de nuevo en eso? Todos ustedes hicieron eso siempre.
—Adrik ha practicado –dijo Rurik.
La señorita Joyce vivía en una casa pequeña construida en los años veinte, apropiada
para un maestro sin familia: un dormitorio, un baño, una sala, una cocina diminuta, y un
trozo de césped minúsculo rodeado por una cerca de blancas estacas puntiagudas. El
lugar no estaba lejos del límite del pueblo, pero estaba aislado por un espacio de pradera,
y las gentes del pueblo respetaban la privacidad de la señorita Joyce.
Zorana abrió la puerta mosquitero y golpeó. Privacidad. Sí. La señorita Joyce querría
esa privacidad para esconder la verdad sobre sí a sus estudiantes, a sus vecinos... al
resto de la humanidad. Porque era un monstruo. Un monstruo.
El silencio era profundo. El sol de invierno brillaba en el cielo azul brillante,
produciendo sombras afiladas pero sin derramar ninguna tibieza.
Zorana esperó un tiempo incómodamente largo, luego echó un vistazo a sus hijos,
alineados contra la furgoneta aparcada al costado del camino.
Jasha parecía sólido y serio, y nada en su apariencia insinuaba el alma apasionada que
Ann había luchado por capturar.
Rurik conservaba el brío de un piloto de la Fuerza Aérea y el pragmatismo de uno de
los principales arqueólogos del mundo.
Adrik. . . Adrik todavía protegía un hueso hecho añicos en la pelea que casi había
tomado la vida de su Karen. Se había lanzado de cabeza en las profundidades del mal y
apenas había escapado. Era más duro que los otros dos, roto y reconstruido en un hombre
diferente, y Zorana no había estado ahí para ninguna de sus pruebas.
—La haré arrepentirse por todo lo que ha hecho –juró Zorana silenciosamente.
Levantó su mano para golpear otra vez. Entonces la escuchó: el arrastre de unos pies
sobre el piso de madera. Moviendo la cortina del frente lo suficiente para que un ojo
pudiera observar curiosamente por el vidrio empolvado.
Despacio, las cerraduras se abrieron, la puerta chirrió abriéndose algunas pulgadas, y
la señorita Joyce la examinó.
La señorita Joyce parecía asombrosamente baja. Casi... encogida.

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—Zorana, que gusto de verte. Desearía que hubieras llamado… estoy en medio de algo
ahora mismo...
Hizo un vago movimiento con la mano hacia la casa.
—Tengo una sorpresa para ti.
Zorana puso la parte plana de su mano sobre la puerta para mantenerla abierta.
—Noticias sobre uno de tus estudiantes. Tú siempre adoras escuchar noticias sobre
tus estudiantes.
—Así que, dime –dijo la señorita Joyce quejumbrosamente.
—Déjame mostrarte.
—Eso es bonito, querida.
Su voz temblaba como la de una anciana. Lo cuál era, pero antes siempre había
mostrado pocas señales de su edad.
—Pero no me encuentro muy bien...
—No aceptaré un no por una respuesta.
Zorana sonrío, pero fue implacable.
La señorita Joyce miró de un lado al otro, como pidiendo un escape.
¿Se habría dado cuenta de que la época del ajuste de cuentas había llegado?
—Déjame coger mi abrigo y sombrero.
—Esperaré dentro.
Zorana empujó la puerta para abrirla.
El hedor la impresionó como un golpe físico.
La señorita Joyce, quien siempre había mantenido su casa impecable, ahora estaba
repleta de mugre, con periódicos apilados en el piso, polvo en las superficies, y… en algún
lugar, algo se estaba pudriendo allí.
—Perdona el desorden. No he tenido oportunidad de ordenar.
La señorita Joyce luchó en su abrigo, tomó sus guantes, y agarró su gran sombrero de
paja del estante junto a la puerta. Empujando a Zorana fuera, la siguió. Cuidadosamente
cerró con llave la puerta –nadie cerraba sus puertas en Blythe – se giró y le dedicó una
sonrisa falsamente luminosa.
Zorana estaba escandalizada. La luz del sol indicaba los cambios que el invierno había
forjado sobre la maestra.
Antes siempre había estado orgullosa de la forma en que se había librado del paso de
los años. Había sido alta, erguida, con una cabeza llena de pelo gris ondulado y rasgos
fuertes. Ahora estaba mustia: su nariz prominente era una gota, su barbilla terca se
había retraído, sus huesos se habían doblado y curvado – no tenía ahora nada más que la
altura de Zorana. Y olía. Olía de la misma manera que su casa.
Lo que se estaba pudriendo ahí era ella.
—Tú no estás bien –murmuró Zorana.
La señorita Joyce dejó de sonreír, levantó sus labios marchitos sobre sus dientes
retorcidos, y farfulló:

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—Ha sido un invierno largo.
Se puso su sombrero y miró a su alrededor.
—Ahora ¿y el estudiante?
Zorana hizo un gesto hacia el jardín.
La señorita Joyce se agarró al pasamano y tomó cada paso con piernas temblorosas.
Zorana no la tocó. No la ayudó. Una profunda repugnancia la mantuvo alejada. Cuando la
señorita Joyce hubo llegado al camino y Zorana sabía que no podía volver fácilmente a la
casa, llamó:
—¡Niños!
Jasha, Rurik, y Adrik se enderezaron de la furgoneta y caminaron a zancadas hacia
ellas.
La señorita Joyce se ajustó los anteojos sobre la nariz y los miró fijamente.
—Sí, sí, son tus tres chicos. Puedo ver eso. El parecido familiar –se detuvo con un
gemido—. Los demonios Wilder. Los tres.
Adrik se detuvo ante ella.
—Sí. Es verdad, señorita Joyce. Estoy vivo.
—Eso es bueno.
La señorita Joyce dio un paso hacia atrás.
—Bueno..
—¿Bueno?
Con la velocidad de un halcón, Rurik se movió detrás de ella y aisló cualquier escape.
—¿Eso es todo lo que puedes decir sobre el regreso de Adrik de los muertos?
Jasha se trasladó a su otro lado.
—Tú fuiste quien nos trajo las noticias de que lo habían matado. ¿Recuerdas? Viniste a
nuestra puerta con un sobre y nos dijiste que el correo te lo había entregado por error.
—¡Qué conveniente que te fuera entregado a ti, de toda la gente! –dijo Zorana.
—Nos conocías.— Rurik se movió en silencio entre la señorita Joyce y su casa.
—A ti que sabías justamente dónde entregar las noticias.
—Suerte –gruñó señorita Joyce.
—Y el sobre estaba abierto.
Jasha se unió a Rurik, yendo de un lado para otro con la cautela de un lobo.
—¿Te reíste cuando leíste las noticias? –preguntó Zorana.
—No. ¡No! ¡Qué horrible! No, por supuesto que no. No me reiría sobre la muerte de uno
de mis favoritos... Um, uno de mis estudiantes.
La señorita Joyce miró al círculo de ojos hostiles.
—Necesito sentarme.
—Por supuesto. ¡Qué descortés por nuestra parte no considerar tu enfermedad!
Jasha se acercó a su porche, agarró la silla de madera, y la acercó, poniéndola tras ella.
—Siéntate.
—Sería mejor que me sentara dentro. O sobre el porche.

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La señorita Joyce echó un vistazo al cielo azul brillante con inquietud.
—Tengo un problema en la piel.
Zorana no creyó en eso ni por un minuto.
—¿Es por eso que nunca te hemos visto exponerte al sol?
Adrik se inclinó y arrebató su sombrero de ala ancha.
La señorita Joyce se cubrió los ojos, se tambaleó, y, cuando la silla golpeó el dorso de
sus piernas, se desplomó en ella. Gradualmente, ella retiró sus manos.
La luz del sol reveló qué habían ocultado las sombras del sombrero. Su piel estaba
cubierta de un patrón de pálidas cicatrices que enrojecieron en un instante a la luz del
sol.
—Así que los rumores son ciertos –dijo Zorana—. Fuiste atacada por tus estudiantes.
—Los pequeños bastardos me cortaron con sus cuchillos. Rompieron mis huesos con una
barra de hierro. Se rieron...
La señorita Joyce miró furiosa a los hijos de Zorana.
—Se libraron de eso, también. Fueron juzgados como menores, les dieron la sentencia
mínima por su falta de antecedentes. Los odio... Los odio...
—No fueron mis chicos los que te lastimaron –apuntó Zorana.
—Todos son iguales. Hombres... plaga...
La señorita Joyce se contrajo. Se enroscó sobre sí misma y gimoteó:
—Quiero decir, lo sé, pero la luz del sol lastima mi piel y no puedo ver muy bien.
Un mechón de su pelo se cayó, mostrando un cuero cabelludo rosa brillante.
—¿Es por eso que hiciste un trato con él? –preguntó Adrik.
—No sé de quién hablas, querido.
La voz de la señorita Joyce se puso un poco más aguda, un poco más débil.
—Con el diablo. ¿Es por eso que hiciste un trato con él?
Los ojos verde—dorados de Adrik se posaban sobre la señorita Joyce sin compasión.
—¿Por venganza?
—¡No!
La señorita Joyce se sacudió sorprendida por su propia admisión.
—Entonces ¿por qué? –preguntó Rurik.
Miró alrededor de la trampa que habían le habían hecho. Miró y vio su implacabilidad, y
gimió igual que un niño.
—Debido al dolor. No sabes lo qué es tener todas sus articulaciones fracturadas, ser
quemada y cortada. Tenía una buena apariencia, fuerte y dedicada. Los denuncié porque
su pandilla era el mal, el mal puro, robaba, violaba, mataba, y ¿qué conseguí como
recompensa? Casi me mataron. Mutilaron. Los doctores me dijeron que nunca caminaría
otra vez. Me dijeron que estaría en tratamiento el resto de mis días. Y cuando quise
morir, me dijeron no, que tendría una vida larga. ¿Tú querrías eso? ¿Tú lo harías?
—Así que cuándo el diablo vino a ti, estuviste de acuerdo con su trato. Tomaría el dolor,
y vendrías aquí y harías su trabajo.

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Adrik parecía comprender muy bien como trabajaba el diablo.
—Sí –siseó la señorita Joyce. Se estaba secando visiblemente.
—¿Por qué el diablo no nos destruyó él mismo? –preguntó Jasha.
La señorita Joyce se retorció las manos una y otra vez, y cada vez que lo hacía, los
huesos dentro de los guantes parecían combarse un poco más.
—No trabaja así. No puede inmiscuirse directamente. Solamente puede dar un pequeño
empujón y aguijonear y contratar las personas para que trabajen para él. No está a cargo
de eso, tú lo sabes. Por favor. Rurik. Tú no has dicho nada. Obviamente no ves con buenos
ojos acosar a tu vieja maestra favorita. Dame mi sombrero.
—Me malinterpretas, señorita Joyce –dijo Rurik suavemente.
—No te estamos acosando. Estamos preguntando por la verdad. ¿Es eso esperar
demasiado?
Los tres chicos la rodearon mientras que Zorana permanecía quieta frente a ella con
los brazos cruzados.
—Zorana... –se tambaleó la señorita Joyce—. He sido siempre tu amiga...
—Tú asististe en el parto de mi bebé.
—Sí. Cuando ese médico estúpido se desmayó y no pudo hacerlo.
Pero la señorita Joyce no pudo sostener la mirada de Zorana.
—Hago memoria y recuerdo –estaba borracho cuando llegó allí. Me dio drogas que no
quería. Y después de que cayó, escuché un ruido sordo. ¿Tú lo golpeaste?
—¿Por qué haría eso?
—Así tú podrías cambiar a mi hijo por una niña.
El amplio y hundido pecho de la señorita Joyce subió y bajó, subió y bajó.
—¿Por qué pensarías tal cosa?
—No pensamos. Lo sabemos.
Zorana se acercó, a través del círculo sus hijos se habían formado, y se arrodilló ante
la señorita Joyce. Mirándola fijamente a los ojos.
—¿Puedes imaginar lo qué sentí cuando me di cuenta de que mi hijo me había sido
robado? No, por supuesto que no puedes. Nunca piensas en otra persona. Tú piensas
solamente en ti misma.
La señorita Joyce se río con una risa larga y chillona, y ante sus ojos, descartó fingida
pretensión de caridad y generosidad.
—¡Pobre Zorana! Pobre pequeña inmigrante con su apuesto esposo y sus fuertes hijos y
sus dones especiales, siempre rodeada por amor y apoyo. ¿Crees que debo sentirme
arrepentida por llevarme a uno de tus hijos? Así que ¿qué? Te dejé otro en su lugar. Y tú
estabas tan orgullosa de ella. Parecía que fuera el segundo advenimiento, cuando no era
más que uno de los abandonados. La encontró y me la trajo y me dijo qué hacer. Tal vez
no estaba feliz por hacerlo, pero me recordó qué le debía. Tú no perdiste nada por lo que
hice. —Sonrío afectadamente, paralizada por su propia confesión—. Excepto que nunca
podrás romper el pacto, porque no tienes cuatro hijos.

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—¿Conoces el pacto? ¿Él está al tanto de la profecía?
—Sabe todo. Mira todo.
Adrik resopló burlonamente.
—¿Eso es lo que te dijo?
—Es el diablo. No me mentí…
—¿Mentiría? –terminó Zorana en un murmullo.
La señorita Joyce se dio cuenta de lo estúpida que parecía. ¡Qué estúpida había sido!
Inmediatamente sus hombros se desplomaron con un audible crack. Se estremeció, inhaló
fuertemente, y luchó por hablar.
—Tienes razón. Me mintió. Me dijo que tomaría mi dolor y me dejaría vivir mientras
hiciese su trabajo. Pero cuando tus niños crecieron y tú soltaste tu maldita profecía, no
me necesitaba más.
Dio un gemido repentino.
—Me duele. Vivo en un dolor constante, no importa lo que haga, Constantemente en el
dolor, y no regresará a mí. Renuncié a todo, pero mi cuerpo se pudre. Se pudre mientras
vivo.
—Se ve que el sol está acelerando el proceso.
Rurik miró mientras la cicatriz sobre su mejilla se extendía hasta el hueso.
La señorita Joyce le lanzó una mirada de tal veneno, que él retrocedió.
—¿Qué hiciste con mi bebé?
Zorana se puso de pie frente a ella.
—¿Qué hiciste con mi hijo?
La señorita Joyce se volvió tímidamente.
—¿Qué harás por mí si te lo digo?
—¿Qué tan desesperada estás por alivio? –preguntó Zorana suavemente.
La señorita Joyce levantó su mano deforme para dar sombra a sus ojos, y miró
fijamente a Zorana.
—¿Harías que tus hijos me mataran?
—Te mataría yo misma.
La señorita Joyce miró a Zorana a los ojos y vio la verdad. Zorana no sólo podía
matarla –lo haría.
—Lo puse en el automóvil y lo llevé a Nevada. Gritó durante las últimas ocho horas.
En un tono del orgullo, dijo:
—Lo puse a la intemperie en la noche, en el desierto, y escapé. Pero no lo asesiné. Eso
me habría hecho igual a los chicos que me atacaron.
La baba escurría por las esquinas de su boca. La anciana había sucumbido a la demencia.
Zorana dio un paso hacia atrás despacio.
—Mi bebé no era un él. Era un niño.
—Mayor razón aún para matarlo antes de que pudiera crecer de la misma manera que
ellos.

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La señorita Joyce agitó su mano deforme hacia los hijos de Zorana.
Zorana apretó sus puños y dio un paso adelante.
La señorita Joyce se encogió, sus brazos encima de su cabeza.
Rurik agarró el brazo de Zorana.
—No, mami –susurró.
—Soy una anciana patética que ha sido abandonada por su amo y dejada para morir en
la angustia –susurró roncamente la señorita Joyce—. Seguramente eso es castigo
suficiente.
Los chicos le echaron un vistazo, con la repugnancia claramente escrita en sus caras.
Rurik pasó su sombrero a la señorita Joyce.
Cuando lo puso sobre su cabeza, Zorana captó el destello del triunfo animando sus ojos.
Arrebatando el sombrero, Zorana miró furiosa a sus hijos.
—No. No, no, ¡no!
—Mamá, ¿estás segura?
Adrik puso su brazo alrededor de ella.
—No hagas algo de lo que puedas arrepentirte después.
—Tomó el trabajo de una maestra, una protectora y profesora de niños pequeños, y
nos enseñó a confiar en ella mientras hacía todo lo que estaba en su poder para
destruirnos. Adrik, nos dijo que estabas muerto. Firebird se escapó debido a la traición
de esta mujer.
Ahogando un sollozo, Zorana musitó:
—Sobre todo, apartó a mi hijo de mis brazos. Te privó de tu hermano. Debido a ella,
nunca podremos romper el pacto, y tu padre arderá en el infierno por toda eternidad.
Dejó que mi bebé muriera de hambre y deshidratación, o congelación en una muerte bajo
las estrellas indiferentes, o comido vivo por los animales.
Aplastó el ala de paja entre sus puños.
—No puede soportar el sol porque hizo un trato con el diablo. Si puede regresar a la
casa, vivirá.
—¡Eso no es justo! –dijo la señorita Joyce.
Zorana echó un vistazo a la cara malvada y leprosa que era la señorita Joyce una última
vez.
—Será la voluntad de Dios. Es una oportunidad mejor que la que le diste a mi bebé.
—Tienes razón, mamá.
Tomando el sombrero, Adrik lo tiró a las ramas más altas de un gigantesco pino.
Zorana caminó hacia la furgoneta.
—Vamos, hijos. Vayámonos a casa.

Capítulo 9

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Doug Black fue el primero en responder la escena, y todo lo que sabía era que una
madre y sus dos niños se habían caído por el barranco pasando la curva de Shoalwater
State Park y hecho rodar su SUV.
Mientras conducía tuvo un vistazo del último modelo GMC Denali medio escondido a
unos buenos doscientos pies entre una pendiente y los árboles. Ramas y musgo estaban
tirados por todos lados, los rododendros habían sido rasgados a pedazos, y el suelo del
bosque estaba lleno de surcos más allá de la suciedad.
Sí, lo habían hecho rodar, era correcto.
El testigo en la escena, una mujer blanca de mediana edad, se acercó a su automóvil
tan pronto como aparcó en el lugar. Abrió la puerta y captó el olor de sangre sobre el aire
frío.
Alguien estaba gravemente lastimado.
La testigo empezó a hablar, y hablar rápido.
—Compré una rosquilla y café en Rocky Cliffs y paré en la playa de estacionamiento
para desayunar. Está vacío en esta época del año. Calmado. Me gusta eso. La observé
subir por el camino. Exceso de velocidad. Estaba yendo con exceso de velocidad. Conducía
demasiado rápido.
Cuando Doug sacó su equipo de emergencia de su maletero, valoró a su testigo. Vio que
ella misma estaba en shock, pálida y sudorosa, manteniéndose derecha solo por la
necesidad de informar sobre lo que había visto.
—La conozco. Ashley Applebaum. Pobre cosa. La vi mirar atrás. Se salió en la curva,
rodó tres veces. Mi dios, era horrible. Nunca he visto algo así. No en la vida real, quiero
decir.
La testigo estaba de pie tiritando de frío y miedo.
—¿Eres la Sra. Shaw? ¿Fuiste quien llamó?
Salió a zancadas fuera del estacionamiento y entre los árboles, hacia la nube de vapor
y humo que aumentaba a través de los árboles como una fogata.
La Sra. Shaw lo siguió, todavía hablando rápido.
—Sí, sí, llamé inmediatamente, entonces me acerqué para ayudar. Ashley estaba
herida... realmente grave.
Repentinamente la Sra. Shaw ya no estaba detrás de él.
Echó un vistazo hacia atrás.
Ella se inclinó con una mano contra un árbol y vomitó.
Saltó por encima de algunas rocas y tuvo su primera vista clara del vehículo
destrozado, y lo valoró con una mirada práctica. Corteza y hojas del árbol encrespado
todavía flotaban en el aire, tratando de cubrir el accidente. Todas las ventanas estaban
rotas. El metal se había arrugado como si fuera papel de aluminio.
Sí. Tendrían suerte si nadie muriera.
Entonces la Sra. Shaw estuvo detrás de él otra vez.

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—Ashley me dijo que sacara a los niños. Traté de hacerlo, pero no puedo encontrar
como abrir las restricciones para niños. Lo siento. ¡Lo siento!
Dio un sollozo que lo habría hecho sentirse apenado por ella si no hubiera estado
enfocado en su trabajo.
—Esté bien, Sra. Shaw. Yo lo haré.
Gracias a dios que los niños eran pequeños, o nunca hubieran sobrevivido en ese montón
arrugado que fuera un vehículo.
—¿Explotará? ¿Piensas que explotará?
—Podría.
Con seguridad, se encaminaban a un automóvil en llamas.
—No podría soportarlo si…
Él interrumpió su auto—recriminación.
—¿Los niños están bien?
—En muy buenas condiciones.
—¿Qué edad tienen?
—El niño tiene siete, creo. El bebé tres meses. No deja de llorar, pero fuera de
algunos cortes de vidrio, se ve bien. El niño pequeño está en peores condiciones. Creo que
tal vez su mano está rota, pero…
La Sra. Shaw dejó de hablar y empezó con su historia otra vez.
—Estaba conduciendo demasiado rápido. La vi mirar atrás. Se salió en la curva. Miró
atrás. ¿Por qué miró atrás?
—Debe haber estado hablando a los niños.
La Sra. Shaw se detuvo en un sitio protegido entre los árboles.
—Quédate aquí. Te los traeré.
La Sra. Shaw volvió a hablar mientras él se alejaba.
—No creo que estuviera hablándoles a los niños. Eso no es lo que parecía. Parecía
atemorizada, como estuviera mirando el camino detrás de ella.
Abrió la puerta trasera. El olor a sangre se hizo más fuerte. Se inclinó hacia el interior.
—Ni siquiera sabía que pudiera conducir –dijo la Sra. Shaw.
El bebé estaba atado en su asiento para bebé y lloraba, un gemido bajo, desesperado y
cansado.
El niño de cabello negro estaba silencioso, acunando su brazo y mirando todo con
amplios ojos oscuros.
La Sra. Shaw tenía razón. No estaban gravemente lastimados.
En el asiento delantero, la madre miraba fijamente al frente, su cabeza inclinada en un
ángulo raro, sus hombros macilentos por el dolor.
—Está bien, cariño. Está bien, bebé. No llores. No llores.— Ella hablaba en murmullos,
diciendo la misma cosa una y otra vez.
Ella era el origen de la sangre. La sangre que salpicaba el tablero de mandos, el techo,
y su pelo oscuro.

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—Sra. Applebaum, soy el oficial de Doug Black –dijo.
Dejó de hablar.
—Voy a sacara a sus niños ahora.
—De prisa –dijo.
—Lo haré.
Mientras liberaba al bebé de su asiento, inclinó la cabeza hacia el niño.
—Hola ahí atrás
Se giró para poner el asiento en el suelo, y la Sra. Shaw estaba ahí, tomando al bebé
de él y dirigiéndose colina arriba.
Asustada de muerte y todavía pensando en hacer lo correcto. Gracias a dios por gente
como ella.
Se reclinó en el automóvil y al otro lado del asiento, y sonrío al niño.
—Soy el oficial Doug. Estoy aquí para ayudarte.
Frunció el ceño ante el cinturón de seguridad. El impacto había hecho añicos la puerta
contra el amortiguador del niño, y el amortiguador cubría la conexión ahora. No le
asombraba que la Sra. Shaw no hubiera podido abrirlo.
—¿Cuál es tu nombre? –preguntó Doug.
—Andrew.
—Andrew, voy a tener que cortar para liberarte.
Doug abrió su equipo de emergencia y sacó su cuchillo.
Andrew se estremeció hacia atrás, poniéndose tan pálido que sus ojos oscuros parecían
dos agujeros negros en la nieve blanca, mirando la hoja brillante.
—No lloré. No lloré en absoluto. Siento lo de mi muñeca. No lo hagas por favor.
—¡No lo lastimes!— La voz de Ashley Applebaum aumentó, y parecía como si estuviera
tratando de arrancarse a sí misma.
—Bastardo, ¡No lo lastimes!
Doug deslizó el cuchillo bajo el cinturón y lo cortó para liberar a Andrew.
—No lo lastimé, Sra. Applebaum.
Dejó caer la hoja en el suelo, y tendió su mano.
—Sal, Andrew. Necesito que ayudes a la Sra. Shaw con el bebé.
Andrew miró la palma ancha y los dedos largos de Doug, se acurrucó en el asiento y se
movió lentamente a través de la puerta abierta.
Doug caminó hacia atrás y lo dejó salir. Mejor eso que tratar de luchar con un niño
asustado.
Cuando Andrew estuvo de pie al lado del automóvil, Doug señaló a la Sra. Shaw, arriba
de la colina y arrodillada al lado del asiento del bebé.
—Esa es la Sra. Shaw. ¿Puedes ayudarla a cuidar a tu hermana?
El niño lo miró. Sólo lo miraba a él.
—Voy a entrar para sacar a tu madre –le dijo Doug.
—¿Va a vivir?

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Andrew era demasiado solemne, demasiado entendido.
—Te dejaré saberlo tan pronto como la haya examinado. Ve, rápido. Pregunta a la Sra.
Shaw si puede hacerte una tablilla para tu muñeca.
Andrew se fue inmediatamente, como si una sola pregunta fuera todo lo que se
animaba a realizar.
Doug probó primero la puerta del pasajero, pero no se abriría así que gateó de regreso,
arrastrando su equipo de emergencia detrás de él, lo puso sobre el asiento, y gateó sobre
el asiento delantero ensangrentado hacia Ashley Applebaum.
El olor de la muerte le llegó en oleadas.
La columna de dirección la había perforado debajo de las costillas y atravesado su
hígado e intestinos. El vidrio había rasgado una cara ya demacrada y preocupada. Estaba
moribunda. Inexorablemente, estaba moribunda.
—Saqué a los niños. Van a estar bien.
Tomó su pañuelo de su bolsillo.
—Sólo voy a atar esto sobre tu frente para detener la sangre de tus ojos.
Lo hizo, y preguntó:
—¿Así está mejor?
—No duele tanto.
Tomó respiraciones largas, hondas impedidas por la hemorragia interna.
—Escucha. No importa lo que ocurra, no dejes que su padre tenga a mis bebés.
Supo por qué mendigaba tan lastimeramente. Había escuchado a la Sra. Shaw llamarla –
pobre Ashley –había visto a Andrew encogerse al ver su cuchillo, escuchado al niño
mendigar como si temiera por su vida.
Su padre abusó de ellos. Los lastimaba.
—¿Dónde está su padre? —preguntó.
—En la casa. Lo golpeé. Con el atizador de la chimenea. Está inconsciente...
Ashley Applebaum gimió como un animal moribundo. Luego agarró la muñeca de Doug.
—No vayas tras él. Vende bombas.
—Mierda.
Doug sacó su teléfono de su bolsillo y llamó a su jefe, Yamashita, y le dio la
información.
Ashley continuó:
—Bill vende las bombas a los hombres blancos, a los que odian a los Judíos y los negros
y los mejicanos. Y yo... lo arreglé con el propósito de que cuando se levantara del piso,
todas las bombas estallan.
—¿Dónde vives?
Esperó con su teléfono en su mano, listo para pasar la información a Yamashita.
—En Highway seis.
Se cayó cuando perdió el conocimiento.

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Dio su informe a Yamashita, y cuando terminó, Ashley estaba nuevamente despierta,
pero apenas.
—La marcó. Cómo me marcó a mí.
—¿Con qué te marcó?
—Con su anillo. Lo calienta y... duele tanto.
Se sacudió y se estremeció ante los angustiantes recuerdos.
Doug sintió el familiar e indefenso horror tensar de sus músculos, pero sacó una
toallita mojada y limpió su cara suavemente.
—Está bien –dijo en el mismo tono tranquilizador que había usado para sus niños.
—Podía hacerme eso. Era inútil... Pero no a ella. Es sólo un bebé...
La respiración de Ashley Applebaum se tornó irregular.
—No dejes que la atrape. Es tan dulce... Y Andrew... no sabe lo que es la verdadera
vida...
Como si pudiera verlo, giró su cara hacia Doug.
—No dejes que los tenga.
Quería prometerle que accedería a su último deseo.
Pero a los tribunales no les importaba. Mantendrían el núcleo familiar intacto. Darían
los niños a su padre.
Supo cual era la realidad. Dolorosamente, giró su cabeza hacia él, sus ojos casi ciegos
con la muerte venidera.
—Si Dios es justo, Bill volará al otro reino antes de que alguien tenga la oportunidad de
rescatarlo.
Todavía Doug sabía que la justicia no era tan justa.
—Si no atrapa los niños, irán a un orfanato, a una familia de acogida.
—Cualquier cosa será mejor que quedarse con él.
Las lágrimas se resbalaron de abajo del pañuelo por sus ojos.
—Tú no sabes de qué estás hablando.
Nunca había querido tanto algo en su vida.
—Tú no sabes de qué estás hablando.
Cada respiración era irregular, un dolor en su pecho.
—Ruega por que lo haya matado. Reza...
Una explosión amortiguada golpeó duramente el aire. El suelo tembló, sacudiendo el
SUV.
Sonrío, una mueca desnuda y horrible de placer justificado.
—Allí está. Allí está. Solo he hecho una cosa bien en mi vida, y es esta. Se ha ido.
Ashley Applebaum murió frente a los ojos de Doug.
El Denali estaba echando humo y tenía que salir de allí. Entonces cubrió sus ojos con la
palma de su mano y se los cerró, abrigando su perdida vida por última vez.

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Entonces se inclinó sobre el asiento, retrocedió, agarró su equipo, y salió por la puerta.
Corrió colina arriba, fuera del fuego inminente y hacia el pequeño grupo formado por el
bebé, el niño y la Sra. Shaw sobre la colina.
Escuchó las sirenas a la distancia. El sheriff, la policía estatal, los paramédicos –
estaban todos en camino. Se arrodilló al lado de Andrew, Doug abrazó sus hombros.
—¿Mi madre...?
Andrew vio la respuesta en la cara de Doug. Lanzó un sollozo convulsivo.
—Mi madre...
Doug abrazó al niño mientras lloraba.
La Sra. Shaw miró hacia arriba con gravedad.
—Mira lo que Andrew me mostró.
Retiró la batita del bebé y exhibió el hombro de la niña. Una atroz quemadura roja
había dejado una marca como la cara de un león en la pálida piel suave y limpia.
—Ese bastardo de Applebaum marcó al bebé, igual que hizo con Ashley en su noche de
bodas.
—¿Esa explosión?
Doug miró intencionadamente a la Sra. Shaw.
—Ella lo terminó.
—No podía haberle pasado a un tipo mejor –dijo la Sra. Shaw sarcásticamente.
La ambulancia y el sheriff del condado entraron en la playa de estacionamiento, las
sirenas resonando.
Andrew agarró el brazo de Doug y clavó sus dedos en la carne.
—La nena no importa, ¿no? Las niñas son pertenencias. Sólo pertenencias. Tenemos que
mostrarles quien las posee.
El niño repitió el credo de su padre como si fuera el evangelio, pero todavía lloraba
lágrimas grandes e infantiles en desacuerdo con sus crueles opiniones.
Doug investigó sus ojos.
—Las niñas son personas. Deben ser apreciadas. Jamás deben ser lastimadas. Eso no
está bien. Eso nunca está bien.
—¿De verdad?
Andrew investigó los ojos de Doug y se hundió con alivio.
—¿Tú lo crees?
—Ningún hombre tiene derecho de lastimar a una mujer. Nunca. Nunca.
Doug nunca había creído en algo tanto en su vida.
Mirando las ramas ondeando en la débil luz matutina, recordó su primera vislumbre de
Firebird después de más de dos años y medio. Había usado los registros de impuestos
para descubrir el Estudio Artístico Szarvas, donde ella trabajaba. Sentado fuera del
gran complejo habitacional, había esperado y se había dicho a sí mismo que no importaría,
que no sería tan bonita como recordaba.
Y no era.

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Era hermosa, y se había llevado su aliento.
La madurez le había dado una profundidad y un brillo que ningún cosmético podía
causar. Entonces había tratado de seguirla a su casa y no pudo, pasó por la caprichosa
montaña una niebla que la cerró como una prisión.
Así que volvió al día siguiente, pensando enfrentarla, pero uno de sus voluminosos
hermanos mayores se la llevó, girándola hacia la puerta y siguiéndola como si no pudiera
dejarla irse sola. Después de eso, Doug había mirado, y reconocido las señales– los
hombres dominantes, la madre a quien nunca vio, la hermana que no iba a ningún lugar
excepto al trabajo y de regreso, y la mitad del tiempo su hermano la llevaba...
La niña brillante y extrovertida a quien recordaba estaba retenida por la familia de la
que había sido tan cuidadosa de no hablar.
Eso explicaba mucho – por qué no había confiado en él, por qué lo había abandonado y
lastimado.
Los paramédicos y el sheriff lo rodearon, queriendo un informe, necesitando que él
ayudara a Andrew a calmarse para poder llevar al bebé para ser examinado. Hizo su
trabajo mientras se armaba de valor para llevar adelante su resolución.
No importaba lo que hubiera sufrido por el rechazo de Firebird, por su falta de
confianza en él, tenía que salvar a Firebird de la familia que abusaba de ella.
Algún día se lo agradecería.
Algún día.

Capítulo 10
A las nueve de la mañana, Firebird conducía a lo largo de Pacific Coast Highway,
serpenteando por huertas densas de piceas de Sitka, pasando el Shoalwater State Park,
donde vislumbró policías y luces de ambulancia en el estacionamiento de la playa, y por fin
llegó al mirador encima del pueblo.
Despeñaderos enmarcaban la bahía en forma de media luna. El viejo pueblo se
acomodaba sobre la orilla, mientras que, dentro del paisaje, nuevas y viejas residencias
se extendían sobre las colinas circundantes. La Internet decía que los despeñaderos
rocosos tenían a mil residentes permanentes, y que el pueblo aumentaba a cinco veces eso
durante la temporada turística de verano.
Condujo despacio a la pintoresca terminal de Main Street, con una tienda de ropa que
tenía como protagonista trajes de baño y pareos, una cafetería que tenía como
protagonista café caliente y un milhojas famoso en el mundo, y un remodelado hotel de
principios del siglo veinte. Bajando hacia el muelle, las ventanas de una tienda de
recuerdos mostraban orgullosamente del mar, cofres hechos de conchas marinas y
admiradores japoneses. Un cartel mostraba que el restaurante en la cumbre del
despeñadero tenía cangrejo de Dungeness fresco y salmón ahumando.

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Rocky Cliffs no parecían en absoluto de la clase en que Douglas buscaría obtener un
puesto.
Su automóvil la sorprendió cuando dobló en el When You Are Wicked Diner. Incluso
cuando entró y se sentó en una de las mesas, se regañó. Sabía que hacía aquí Douglas, y
dónde vivía. Había decidido la forma en que quería manejar la confrontación. ¿Así que por
qué estaba demorándose ahora?
Porque iba a estar enfadado, y por cierto con todo el derecho. Si se daba cuenta que
ella... bien, era por lejos demasiado tarde para recriminaciones.
—¿En qué puedo ayudarla?
La camarera de mediana edad estaba a su lado, la placa sobre la inclinación
descendente de su pecho derecho decía que su nombre era Gloria.
—Tocino, crocante, una tortilla de huevo Denver, tostadas de trigo, un jugo de naranja
grande, un café grande, negro, y una porción de su famoso milhojas.
La camarera sonrió mientras garabateaba la orden.
—Te ves como una de esas mujeres que no comen nada más que yogur y té de hierbas.
Eso me enseñará a no hacer suposiciones.
—Me gusta comer —aseguró Firebird—. Y he estado sobre el camino durante cuatro
horas.
Gloria desapareció para pedir la orden, y regresó con la cafetera.
—¿Desde dónde vienes?
—Norte de Seattle.
Antes de que Gloria pudiera insistir en más información, Firebird sacó la dirección de
su bolso.
—Estoy buscando tres veintitrés de Seaview Road.
Los ojos de Gloria se agudizaron mientras servía.
—Ése es el viejo lugar Quackenbush.
—¿Quackenbush? ¿De verdad? —expresó Firebird con una sonrisa—. No estoy al tanto
de eso. Estoy buscando a Douglas Black. Él y yo somos amigos.
Ése era un eufemismo.
—¿Doug Black? Ha estado aquí solamente un par de meses.
Gloria miró a Firebird mordazmente.
—Estábamos empezando a preguntarnos si tenía amigos de alguna clase.
—Le lleva un tiempo entrar en calor, pero en cuanto lo hace, es muy, muy divertido.
Un arrebato inesperado calentó las mejillas de Firebird.
—La primera vez que lo vi, pensé exactamente lo mismo —dijo Gloria con un obsceno
sentido de humor.
—No me refería a eso.
—De la constitución de un excusado exterior de ladrillo, ese niño lo es. Ni una sola vez
lo he visto con un solo botón desabrochado. Es joven, pero es todo lo que esperas de un
policía estatal. Con seguridad no es lo que se dice un fiestero.

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Gloria se retiró para volver al poco tiempo con la orden de Firebird.
—¿Está esperándote?
Firebird inspeccionó su plato, en él se apilaba un alto banquete grasoso de colesterol.
—¡Se ve grandioso! No, no creo que Douglas sepa que vivo cerca.
Aunque quizás lo hacía. Descubrir que vivía tan cerca había causado una punzada de
alarma a Firebird. Era, después de todo, un cazador, y uno que jamás olvidaría a la presa
que se le había escapado.
Gloria asintió con la cabeza. En el oeste, con sus espacios vastos y montañas altísimas,
su océano brutal y caminos tortuosos—el concepto—de vecindario abarcaba a cualquier
lugar dentro de un día de viaje conduciendo.
—El Quackenbush parecía una elección rara para él. Tiene necesidad de un poco de
reparación.
—Douglas es bueno con sus manos.
Firebird se ruborizó otra vez, más duro esta vez. ¿Había estado escondiéndose en
casa tanto tiempo que ni siquiera podía tener una conversación normal?
—También sospechaba eso sobre él —estuvo de acuerdo Gloria, y sus ojos brillaron.
—Eso es lo que he oído siempre sobre los hombres callados.
—No habla mucho.
Porque era muy bueno para esconder sus secretos.
—Ha hecho muchos de los trabajos grandes ya, teniendo todo el cableado,
reemplazado la instalación de las cañerías, y el lugar está quedando bien. Ha empezado
con el interior—yesería y pintura, pisos y armarios. Es un esfuerzo gigantesco, no lo vale
—en mi opinión—pero no está interesado en mi opinión.
—Nunca supe que escuchara a nadie.
—Por no mencionar el hecho de que tiene que ser rico para permitirse comprar el lugar
—la ubicación es un lugar de primera categoría—y renovarlo.
La cara de Gloria hervía de curiosidad, y se inclinó hacia adelante, lista para escuchar
cualquier confidencia que Firebird pudiera compartir.
—No estoy al tanto de sus finanzas. No somos esa clase de amigos.
Gloria puso cara larga. La campana tintineó en la puerta, y se desvió para atender una
fiesta de cuatro viajeros, por la forma en que se veían —luego a dos tipos vestidos como
trabajadores de la construcción que se sentaban en la barra.
Gloria volvió cuando Firebird había demolido la mayor parte de la comida sobre el plato,
y entibiado su taza de café.
—Se ve que estás aflojando el paso.
—Voy a tener que admitir la derrota, pero la gente no bromea. Éste es el mejor
milhojas del mundo.
Firebird suspiró con placer.
—Estoy viviendo el testimonio.
Gloria apoyó las manos en su cintura.

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—Escucha, no pienso que esté en casa.
—¿Douglas?
—Temprano esta mañana, lo vi salir hacia las afueras. Probablemente para atrapar a
conductores que van a exceso de velocidad. Me cogió una vez. Me dio una conferencia
sobre qué importante era para la comunidad, y cómo conseguiría matarme por ir a exceso
de velocidad, y todo el rato me miró con esos ojos marrón oscuro, como si estuviera
leyendo mi futuro —Gloria tembló—. Me asustó a morir, te diré.
—¿Ya no vas a exceso de velocidad?
—Lo hago, pero miro mis espejos mucho más atentamente.
Gloria le entregó la cuenta.
Firebird se río y sacó su billetera. Gloria miró con ojos de miope su carnet de conducir,
pero Firebird mantuvo el nombre oculto. Obviamente no necesitaba que Gloria, que sabía
sobre la vida y obra de todos en Rocky Cliffs, hablara de la mujer joven con el nombre
raro que venía buscando a su poli estatal local. No es que Firebird esperara caer a
hurtadillas sobre Douglas; eso no era posible. Pero no todo el mundo en el pueblo tenía
por qué conocer su empresa.
—¿Necesitas las instrucciones para ir al viejo Quackenbush? —preguntó Gloria.
—Lo marqué en el mapa.
Firebird agarró la muñeca de Gloria.
—Estoy esperando sorprenderlo.
Gloria miró la mano de Firebird, luego registró su cara.
—Tú no pareces una ex esposa rencorosa o un terrorista internacional. Es cosa de él.
Así que supongo que puedo mantener mi boca cerrada hasta que lo encuentres.
—Gracias.
Firebird dejó una propina generosa. Puso un chicle en su boca y se dirigió de regreso a
su automóvil.
Los dos tipos en la barra minuciosamente, obviamente la chequearon.
Estúpidos.
No se veía bien. Se había vestido cuidadosamente formal para este encuentro,
queriendo parecer informal y despreocupada, profesional y responsable, joven pero
madura. Finalmente se había decidido por un par de vaqueros oscuros cómodos y tibios,
un yérsey de cachemira verde de cuello de tortuga, y botas negras de tacón bajo hasta el
tobillo. Su abrigo era un grueso y largo impermeable con capucha, pero Firebird
recordaba exactamente cuánto frío podía hacer cerca del Pacifico en esa época del año—
o cualquier época del año.
Pasó por la entrada y se puso el abrigo.
Los tipos en el mostrador silbaron.
Douglas podía enseñarles una cosa o dos sobre dejar ver sutil aprecio por la buena
apariencia de una mujer. Tenía una manera de ser que le había hecho abandonar la rígida

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moralidad que sus padres le habían enseñado y la había hecho caer en su cama sin un
pensamiento sobre el futuro.
Se dirigió fuera.
Mientras seguía las instrucciones hacia la vieja casa de Quackenbush, sabía que ése
era el problema. La había seducido tan fácilmente. La había hecho quererlo. Y después de
que lo dejó, sin importar qué enfadada y traicionada se había sentido, todavía lo quería.
Lo amaba.
Ahora, quizás... Quizás todo el dolor y la preocupación habían sido en vano.
Ahora tenía algo completamente diferente por lo que preocuparse.
Dobló en Main Street y en Sutterman Drive, un camino angosto y tortuoso que trepaba
hasta el final del despeñadero más lejano del pueblo. Justo antes de que llegara a la cima,
supo que lo había encontrado; dobló a la derecha en Seaview Road, hacia el Océano
Pacífico, y unos treinta segundos después se topó con la casa solitaria, se posaba en la
cima del despeñadero. La casa de Douglas. Lo absorbió con un solo vistazo.
—¿Éste es el Quackenbush? —farfulló—. Parecía como si la familia Addams viviera allí.
La casa era victoriana, alta y angosta, con muchas galerías, balcones, y bric — a —
brac , y una veleta que se asentaba sobre la última cúpula y que giraba con la brisa del
océano. Decir que necesitaba pintura era una forma cortés de decirlo. En algunos lugares
el agua había podrido las tablas, dejando ningún lugar que pintar. La tablas del porche
envolvente habían sido reemplazadas, y un cable estaba tendido entre ahí y la puerta
principal, creando un camino.
Douglas nunca había sido del tipo hogareño. ¿Así que en qué estaba pensando
comprando a esta bestia colosal?
Bordeó la entrada hacia un lado de la casa. Había un garaje en ruinas con un X5 de
BMW aparcado dentro. Un X5 de BMW había sido el automóvil soñado de Douglas. Ésa no
podía ser una coincidencia.
Aparcó sobre la zona de estacionamiento de grava y salió. Mientras corría hacia las
escaleras, el viento y la sal golpearon la frágil piel de de sus mejillas, y lejos abajo, al
final del despeñadero, podía escuchar las olas golpear en las rocas. Caminó
cuidadosamente por las tablas temblorosas sobre el porche y hasta la puerta. Tocó la
campana y golpeó al mismo tiempo, pero nadie respondió.
¿Gloria no la había advertido sobre que se había ido en su patrulla?
Firebird no quería irse y tampoco esperar. Estaba perdida si lo hacía, perdería el valor.
Probó el pomo. La puerta estaba con llave, pero el mecanismo de la cerradura sonaba
como si estuviera bien encajada en el marco.
No podía irse de aquí sin molestarse en tratar —y tratar era mejor que escapar.
Deslizó eficientemente su tarjeta de crédito, y estaba dentro. Cerró la puerta detrás
de ella y se relajó, gozando de la tibieza.
A la izquierda estaban los retazos tristes y desteñidos de un gran estudio. A la
derecha los tristes vestigios de una gran sala. Derecho por delante el triste vestigio de

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una escalera magnífica. Cuando Firebird se movió a través de la casa, no vio nada más que
retazos tristes y desteñidos —hasta que llegó a la cocina.
La cocina había sido totalmente remodelada, con un piso de pizarra negro, armarios
pintados de un rojo puro y glorioso, una encimera de basalto negra, y paredes de oro
toscano. La mesa larga en el centro parecía antigua, una tabla maciza de roble apoyada
sobre robustas patas con una sola silla señorial al final.
Los colores deberían haber sido escandalosos. En su lugar le daban calidez al lugar. Lo
convertían en algo acogedor.
Distraídamente, colgó su abrigo sobre la silla, recorrió el lugar, y miró por las amplias
ventanas... Y por fin comprendió por qué había comprado Douglas esta casa.
Detrás de la casa, crecía un profuso jardín de plantas oceánicas. El borde del
despeñadero se encontraba a cincuenta pies al fondo de la casa y la bordeaba, como si
fueran irregulares, una hilera de rocas protegía a cualquier idiota que pudiera tratar de
conducir hasta el océano.
Más allá de eso, el mar verde oscuro se rizaba y respiraba. Manchas de algas marinas
se mecían de un lado a otro con la marea. Leones de mar descansaban sobre un
promontorio tibio, plano y pétreo, y gaviotas volaban alto por las nubes grises y el cielo
azul brillante. Lejos en el mar las blancas olas echaban espuma y rompían contra las pilas
de roca gigantes y altísimas. Y más allá de todo eso... la vista se extendía al lejano
horizonte y desde allí a la eternidad.
Aparentemente, este lugar parecía el arquetipo de la civilización, pero en el fondo
debía su existencia al salvajismo y al orgullo de la naturaleza.
La casa era exactamente como Douglas.
Tenía que recordar eso.
Abandonó su chicle en un bote de basura de acero inoxidable, hurgó la planta baja un
poco más, para luego dirigirse a las escaleras del segundo piso. Los acabados estaban
gastados, el detalle destruido, pero las tallas de madera y el pasamano quedaban
robustos. Sobre el descanso se giró y miró atrás. Sí, la casa estaba empolvada. Sí, estaba
descolorida. Pero mientras el exterior había sido destruido por los elementos, los huesos
del interior habían quedado intactos, y durante un breve segundo, vio el ex orgullo de la
casa, y lo que podía ser otra vez.
Aún... Gloria tenía un punto. ¿Cómo podía Douglas pagar la remodelación con el sueldo
de un oficial del estado?
La planta de arriba era una réplica de la planta baja, descolorada y gastada, llena de
dormitorio tras dormitorio en caos, y un baño lleno de blancos azulejos despostillados y
muebles antiguos empotrados. Dos puertas estaban cerradas: uno al final del salón, y la
amplia puerta doble al final a la izquierda.
Las alcanzó, y, sintiéndose como una de las esposas de Barba azul, abrió la puerta a la
izquierda.

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La habitación era pequeña, reformada parcialmente, y tenía capacidad para un
escritorio, una silla de oficina, un archivo, y una computadora portátil se conectaba a un
teclado e impresora.
Su oficina.
Moviéndose rápidamente, entró y tocó el teclado. El monitor saltó a la vida.
Sintió que estaba invadiendo la privacidad de Douglas, pero eso tenía que hacerse.
Subió en el navegador, fue a su proveedor de correo, y escribió un mensaje rápido para
su madre.
Llegó bien. Había encontrado al padre de Aleksandr. Se comunicaría en cuanto le fuera
posible. Los amaba a todos. Besos a Aleksandr.
Entonces rápidamente, sin mirar nada, puso la computadora a dormir y dio marcha
atrás.
Yendo a las puertas dobles al final del corredor, las abrió y encontró el dormitorio
principal, renovado y puesto al día, un oasis de calma y bienvenida, con una tibia alfombra
gris que combinaba totalmente con las paredes. Sobre una pared, la chimenea de pizarra
gris rosada y un blanco techo alto levantado aún más con moldura decorativa, y dos sillas
azul marino demasiado rellenas esperaban con una pequeña mesa redonda para que alguien
—Douglas y un amigo—se sentaran con copas de vino. Sobre el costado de la cama baja,
amplias ventanas que miran hacia el océano, y encima de la cama... Firebird se quedó sin
aliento. Encima de la cama una pintura al óleo original, un salpicón glorioso de naranja y
rojo, una simple y exótica flor abierta al mundo.
Caminó hacia la pintura, puso su rodilla sobre el colchón, se apoyó hacia adelante, y leyó
el garabato de una firma: F. Wilder.
En la universidad, había deseado abofetear pintura sobre un lienzo con euforia salvaje,
mostrar al mundo de la manera más vívida posible que estaba enamorada. No simplemente
enamorada —estúpidamente enamorada. Estúpida, porque mira cuáles habían sido los
resultados.
Levantó sus dedos y acarició las crestas levantadas del estambre amarillo suavemente
—y detrás de ella, él preguntó:
—¿Qué estás haciendo en mi casa? ¿Qué estás haciendo en mi dormitorio?

Capítulo 11
Ella no saltó; él le consideraría eso. Pero Firebird Wilder siempre había tenido pelotas
de acero, y ahora cuando se giró serenamente para afrontarlo, demostró que aquellas
pelotas eran inoxidables.
—¡Hola!, Douglas. ¿Cómo estás?
Douglas. Él había tratado de olvidarla, se decía que ella nunca había valido la pena, que
había cambiado su espíritu de la muchacha alegre quien él capturó y a quien a su vez le
había capturado, que él no se preocuparía mas por ella. Entonces lo llamó Douglas—no

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Doug, como cualquier otra persona—y las viejas memorias se apresurando por regresar.
Las viejas vulnerabilidades.
—¿Qué haces aquí? —repitió—. ¿Por qué irrumpiste dentro de mi casa?
—Estaba frío en el pórtico.
—Entonces deberías haberte marchado.
—Conduje un largo camino para verte —ella miró hacia atrás a la pintura que olvidó
cuando se escapó de la Brown University—. Todavía la tienes.
—¿Por qué no debería? —lo había intentado, pero no podía deshacerse de ella.
—Pensé que la habrías lanzado fuera cuando me marché sin decirte a donde —ella se
sentó sobre la cama, alisando la extensión con la palma de su mano.
Lo miró igual, y aunque... ella solía tener su pelo rubio largo, o recogido detrás de su
cabeza con un broche. Ahora estaba cortado en un estilo de los años veinte retro a
través de su frente, liso a la altura de su barbilla.
No le gustó.
Todavía parecía más alta de lo que era, pero ya no era más una gimnasta flaca. Se había
rellenado: su cintura era diminuta, curveando de manera seductora hacia fuera de sus
caderas y pechos.
Antes, había sido una muchacha.
Ahora era una mujer.
Pero entonces, él sabía eso. Había estado observándola.
Él anduvo hacia ella, sin sonreír.
—El irrumpir y entrar son un crimen.
Cuando surgió sobre ella, ella dejó de sonreír, dejó de pretender que todo esto era
normal.
—Te encontré en Internet.
—No soy difícil de encontrar.
—No —sus agudos ojos azules como una navaja de afeitar chasquearon sobre él—.
Estuve sorprendida de lo fácil que fue.
—Tú, por otra parte, eres sumamente difícil de encontrar. Después de que te fueras...
—él hizo una pausa, esperando ver si podría negarlo.
No hizo.
—Después de que te fueras, hice todo lo que estuvo en mi poder para encontrarte. No
pude. Y soy bueno investigando.
—Porque eres un policía.
—Un policía que usa todos los recursos disponibles —él había aprendido por una muy
buena razón—. Pero tú desapareciste sobre el aire.
—Te dije que vivía en Washington.
Tenía razón. Ella había sido prudente con la información sobre si misma, pero una vez
que decidió confiar en él, le dio la información. Como eso resultó, no le había dado la

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suficiente información, porque había buscado, y las montañas se la habían tragado sin un
rastro.
—Mi hermano mayor tiene esa cosa sobre la intimidad —logró ella parecer totalmente
abierta y franca, cuando él sabía que era lo opuesto a la verdad—. ¿Él se asegura de que
mi familia no sea molestada por…
—¿Personas no deseadas como yo? —su carácter crujió.
Hubiera sido mejor para Firebird que no hubiera regresado ahora, cuando él aún
estaba afectado por la muerte de Ashley Applebaum. Ahora estaba enfadado por la
pérdida de una vida, sobre la crueldad en la cual se encantó Applebaum, y en Ashley por
sucumbir al terror en el que vivió. Él sabía, entendía, como los hombres como Applebaum
usaban su fuerza y astucia para victimizar a sus mujeres y familias.
Pero aquel bebé siempre llevaría aquella marca quemada en su piel. Él reconoció los
signos de abuso en ambos niños. Y quiso saber por qué, por qué Ashley no se había
marchado antes.
Y odió que Firebird hubiera huido de él, quien siempre la defendió y se preocupó por
ella, y regresó a los brazos de su controladora familia.
—Yo quería decir que Jasha se asegura que mi familia no sea molestada por una
tonelada de catálogos en el correo y dependientes que llaman durante la cena —otra vez,
Firebird le demostró que era una buena clienta—. Pero finalmente me encontraste.
Él podía serenarse como ella lo estaba.
—¿Tú qué piensas?
—Estuviste en mi casa anoche.
Él la miró directamente en el ojo.
—Si es por eso que estas aquí, te has equivocado.
Lo miró fija y exactamente como antes, buscando en su rostro la verdad.
—¿Dices que no estabas en mi casa anoche? ¿No en la propiedad Wilder del todo?
—No era yo.
Ella puso su boca con repugnancia.
—¿Tienes un cazador? —preguntó él—. ¿Es eso por lo que viniste aquí? ¿Cómo soy un
agente de policía estatal y puedo examinar el asunto?
—No. Mi padre y mis hermanos pueden manejar esto.
—Tu padre y tus hermanos podrían meterse en problemas si desafían a un intruso.
Ellos podrían ser lastimados —él la escudriñó, queriendo ver como se sentía. ¿Sus
sospechas eran correctas? ¿Ella estaba teniendo miedo por su padre y hermanos? ¿Esto
era el por qué de que por fin lo había buscado?
Ella lo miró un poco divertida y ligeramente excéntrica.
—Eso es improbable. Ellos son unos hombres muy capaces. El intruso probablemente
lamentaría su decisión por, um, entrar.
—Esto podría acabar en un pleito. Ellos podrían terminar en la prisión.
—Los hombres en mi familia tienen cuidado de ellos.

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Sí, ¿pero quién cuida de ti?
—No te preocupes, Douglas. Esto no es tu problema. No aún —alcanzándolo, tomó su
mano.
Su apretón no había cambiado. Sostuvo a un hombre fuerte, como si nunca le fuera a
dejar ir.
—Siéntate. Tengo algo que decirte. Algo importante.
—Entonces quizás debería estar de pie.
—Siéntate —ella tiró con fuerza.
Él se sentó. Y esperó, su fría mirada fija y a nivel.
Estaba nerviosa. Si él no fuera un oficial de la ley, nunca podría haberlo sabido, pero
había sido entrenado para descubrir signos reveladores: la cuidadosamente controlada
respiración, los dedos fríos, el rubor sobre su cuello y pecho.
Por primera vez el sentido de alarma la había alertado de un intruso en su casa, él se
preguntó si ella había venido aquí no porque supiera de él, sino debido a otra razón, una
que él no había previsto.
—¿Si no viniste por mi ayuda...? —él levantó sus cejas, una vez más queriendo
asegurarse.
Ella sacudió su cabeza.
—¿Entonces qué monumental evento había traído a Firebird Wilder, mi antigua amante,
a mi casa?
—No seas un idiota. No eres uno de mis hermanos —ella tomó un corto, difícil aliento—.
Pero eres el padre de mi hijo.
Él la miró bien. Más viejo, más maduro que la última vez que lo había visto, pero fuerte,
musculoso, llevando el uniforme de oficial del Washington State Patrol—camisa azul con
solapas de bolsillo y pantalones rayados franceses azul rey.
Aún justo ante sus ojos, ella lo miró ponerse remoto, frío.
—¿Tu hijo...? —las dos palabras dejadas caer de sus labios como cubitos gemelos de
hielo.
—Tu hijo. Douglas, yo... —todo el camino hacia allí, había estado practicando que decir,
y ahora, ante esa calma implacable, las palabras escaparon y ella estaba esperando,
sabiendo que pronto su rabia se elevaría como lava fundida alrededor de ella y la
quemaría hasta cenizas—. No te pido algo. No tienes que hacer nada. Simplemente pensé
que deberías saberlo.
—¿Cuántos años tiene...?
—Aleksandr.
—¿Cuántos años tiene Aleksandr?
—Él cumplió dos años el primero de noviembre.
Él frunció el ceño cuando calculó los meses.
—Entonces sabías que estabas embarazada cuando me abandonaste.

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Recordando el palito de plástico con la línea azul en la ventana del resultado, y la
tarjeta del Día del Padre desechada, ella sólo pudo asentir.
—¿Él es la razón por la me abandonaste, sin una palabra, sin alguna explicación?
Ella jugó con la mentira. Podría ser fácil reclamarle al pánico por el descubrimiento de
estar embarazada, más fácil que decirle la verdad.
Pero él ganó popularidad demasiado rápidamente.
—No puede ser por ello. Si tu bebé hubiera nacido en noviembre, sabías que estabas
embarazada durante meses antes de que te marcharas.
—No meses. Nosotros éramos cuidadosos. No pensé que fuera posible. Yo no buscaba
los síntomas —ella se detuvo balbuceando—. De hecho, yo no tenía síntomas.
—¿Qué significa, no tenías síntomas? —sonó desdeñoso, como sólo un hombre
ignorante podría sonar.
Ella se inclinó hacia él y, en un tono de nivel que no ocultó su irritación, explicó
detalladamente los hechos, y no espero ser fina.
—Significa, que tuve mi período el primer mes, nunca tuve náuseas matutinas, y me
sentí grande. ¿Por qué debería pensar que estaba embarazada? Siempre usamos condón.
Él se inclinó atrás en su cara.
—¿Entonces por qué debería creerte?
—¿Que nosotros tenemos un hijo?
—Que yo sea el padre de tu hijo. Como justo tú recuerdas nosotros siempre usamos
condón.
Douglas le hacía daño. Con frialdad. Deliberadamente. Él sabía que Aleksandr era suyo;
la primera vez que habían hecho el amor, ella había sido virgen, y tan enamorada que ella
gritó por la alegría.
—Los condones no son el cien por ciento efectivos —especialmente si el tipo se
asemeja a un Superhombre. Ella empujó su mano en su bolsillo, y en una voz estable,
dijo—, se me ocurrió que podrías tener… sospechas.
Esto nunca le había ocurrido a ella.
Él cogió su mano, lo sostuvo todavía.
—¿Qué estás haciendo? —sus ojos eran marrón oscuros y duros como la piedra.
—Tengo una prueba de ADN —la cual había traído para obtener el material necesario
para demostrarle que él era el hijo de Konstantine y Zorana. Pero si él pensó que debía
probarle que él era el padre de su niño, entonces más fácil—. Si tú me dejaras tomar una
muestra de algunas células de tu mejilla...
Suavemente él retiro su mano de su bolsillo y lo giró hacia arriba.
Abriendo sus dedos, ella le mostró el paquete de plástico.
—Esta sellado. Es estéril. Dentro hay un tubo con un hisopo de algodón. Todo lo que
tenemos que hacer es pasarlo a través de tu mejilla, sellarlo en el tubo, y se envía a
Seattle. El laboratorio controlará el ADN y te avisará si esto es compatible con
Aleksandr.

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Doug dejo caer su mano.
—Si tú no confías en mí, si prefirieres ir a un laboratorio con Aleksandr…
—Siguen adelante —abrió su boca.
Él era tan desconfiado. No debería sentarse en su asiento, flotando en un océano de
incertidumbre, no tan seguro de donde ella había venido, y en duda de su destino.
Él cerró su boca. Tomando su barbilla en su mano, él giró su cara hacia la luz.
—¿Por qué te ves como…?
—¿Como qué? —ella oyó la agresividad de su propia voz.
—Como alguien a quien le han hecho daño.
—¿Esto es la vida, no es así? Incluso cuando estés en el lugar más seguro que puedes
pensar, pueden hacerte daño —eso era lo irónico. Después de haber descubierto la
verdad sobre Douglas, después de que ella lo había visto cambiar de puma a hombre, ella
se había quedado cerca de la casa, abandonándolo solo por cuanto ella tenía. Ella había
vivido con el miedo de que la encontrara y tomara a su hijo para ser levantado como un
Varinski. Había creído que en casa, el problema nunca la encontraría.
Esto tenía. El problema no sería negado.
—Soy un policía. Puedo ayudarte —Douglas todavía sostenía su barbilla, todavía
examinaba su cara, y por primera vez, él sonó casi agradable.
De hecho, sonó como si se compadeciera de ella.
Ella se liberó.
—No hay nada que puedas hacer para ayudarme con este problema —en el camino, tú
eras el problema. Pero ella no podía decir eso. No estaba lista para decirle que él había
usurpado su lugar en su familia. No antes de que ella tuviera los resultados de esta
prueba de ADN.
No antes del último maldito minuto.

Capítulo 12
Firebird abrió el paquete y tomó la toallita.
—Abre.
Doug capturó su muñeca y la sostuvo.
—¿Estos resultados probarán que soy el padre de Aleksandr, no es así?
—¿Que otra razón podría yo tener para llevar conmigo una prueba de ADN? —sus ojos
estaban ardientes y furiosos.
Él tenía un hijo. Un niño que nunca conoció, vio, abrazó, sostuvo.
Y ahora, esta mujer estaba aquí, enojada porque había tenido que venir a él para
decirle que tenía un hijo.
Ella tenía agallas.
—No me has dicho aún por qué —su voz rechinó en su garganta.
—¿Por qué qué? —ella intentó liberar su muñeca.

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Él apretó más muñeca—por ella, y su temperamento.
—¿Por qué no me dijiste hace tres años? ¿Por qué decirme ahora?
Dejó caer su mirada.
—Es una larga historia. Es complicada. Solo consigue esta prueba y entonces…
—¿Comprendes lo que estas haciendo? ¿Qué me has negado? —ella comprendió lo que
él pensaba. ¿Qué había venido porque necesitaba de él? Qué risa. Él la soltó antes de
lastimarla—. Tengo un hijo. Un hijo, y no sabía nada de él. No vi su nacimiento. No vi su
primera sonrisa. No escuche su primer balbuceo, o su primer paso. Nunca lo he mecido o
llevado a jugar en un cumpleaños o tomado su mano mientras intentaba caminar o
aplaudirle mientras apagaba la vela de su primer cumpleaños—o del segundo cumpleaños,
cualquiera. Yo extrañe esas cosas, y no puedes retroceder.
Ella hizo un movimiento hacia su cartera.
—Tengo fotos…
—Fotos. ¿Que soy, un pequeño niño como Aleksandr, distrayéndome con un pequeño
juguete? Las fotos son llanas. No se llora. No se abraza. Ellas no hacen… —él caminó hacia
la puerta, al punto de marcharse.
Pero no podía irse ahora y darle a Firebird otra oportunidad para huir. Retrocedió.
—Toda mi vida, jure que cuando tuviera un hijo, estaría allí para él. Tú hiciste que
rompiera esa promesa. Lo hiciste.
—Lo siento.
—Me negaste tiempo con mi bebe, pero peor aún que eso, le negaste a Aleksandr un
padre —esta era su pesadilla. Él estaba viviendo su pesadilla—. Nunca te perdonaré esto.
—Nunca me perdonare por eso.
Su tono bajo hizo que la mirara, con una dura mirada.
Ella sonó como si significara algo. Miraba como si significará algo.
—¿Cómo puedes actuar así? Como si me hubieras extrañado… Oh, espera —su buena
percepción lo detuvo frío—. ¿Esto no es sobre esto, es así?
—No —ella admitió la verdad desvergonzadamente—. Es sobre Aleksandr. Lo dijiste, y
tienes razón. Yo le negué su padre, y él nunca será el mismo después de esto.
Bien. Doug podría manejar esto. Firebird anteponía a su hijo, y así debía ser. Ella creía
que el niño extrañaría algo no teniendo a Doug en su vida.
Pero aún no entendía el por qué.
—¿Porque me abandonaste? ¿Pensaste que podría hacerte daño?
Ella no respondió rápido. Ella no respondió rápido.
Realmente pensó que le haría daño.
—Mi Dios, ¿Qué hice yo para que pensaras eso? ¿Qué me molestaría porque fueras a
tener mi bebe?
—No es lo que tú piensas.
—¿Que pienso?

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—Solo dejarme hacerlo a mi manera. ¿Dejarías? ¿Me dejarías… —su voz se alzó, y
mordió su labio tratando de darle rienda a su frustración—. Sé que estas enfadado. No
te culpo. Yo lo estaría, también. Lívida. Pero hay más que esto que comprender. No es
fácil, Douglas. No soy una perra que se llevo lejos a tu hijo por rencor. Habían razones, y
francamente bastantes, pude haber cometido un error sobre ti, pero tenía una buena
razón.
—¿Qué razón podría ser suficiente buena?
—Siéntate.
Él se quedó de pie y la miró amenazadoramente.
—Contesta la maldita pregunta.
—Te explicare cuando este segura sobre ti. Ahora —ella se puso de pie, le hizo abrir
su boca, y pasó la toallita por dentro de su mejilla. Selló el pequeño tubo, lo insertó en el
sobre para llevarlo al laboratorio, y se lo ofreció a él—. ¿Quieres mandarlo por correo
para asegurarte que el paquete llegue a ellos sin manosear?
Estaba desafiándolo, reprochándole por su escepticismo, y cuando lo hizo, el aire entre
ellos creció seco y caliente, hiriendo sus pulmones.
—¿Cómo si me desconectara?
—No quiero entonces que hagas cualquier cosa por Aleksandr de todos modos —lo miró
directo en sus ojos, sin sonreír y feroz cuando hablaba de Aleksandr.
Y él comprendió como de alegre estaba de qué ella fuera la madre de su hijo. Era
fuerte. Inteligente. Ella hacia…lo que pensaba era lo correcto. Simplemente él no
entendía por qué pensó que alejar a Aleksandr de su vida era lo correcto.
Pero prometió explicarle.
Sin mirar el sobre, lo tomó, apoyándose hacia adelante…y lo deslizó en su bolsillo.
Sus rostros casi se tocaban.
Sus ojos se dilataron cuando ella lo miró.
Cuando él la beso… ella no retrocedió. Ella no estaba participando, como quiera—sus
labios estaban fríos e inmóviles, pero cerró sus ojos y le permitió probarla.
Ella sabía igual que a la Firebird de sus recuerdos, a goma de mascar de menta y
azúcar, mujer cálida y curiosa.
Y él hizo eco de esa curiosidad.
¿Porque había venido…ahora? Ella tenía un hijo. Su hijo. Pero ella sabia del niño cada
minuto desde que lo había abandonado. Entonces… ¿Por qué hoy?
Entonces ella deslizó la lengua en su boca, y todas sus preguntas se alejaron por una
ráfaga de pura, y caliente lujuria.
Él deslizó una mano por detrás de su cabeza, en su pelo—suave pelo—y un brazo bajo
su suéter—suave suéter—y alrededor de su cintura—suave piel. Él tiró de ella hacia él,
pecho por vientre, y se perdió en la fuerte esencia a lavanda de ella. Él quiso lamerla,
chuparla, tomarla de cada manera posible, hasta que se rindiera, hasta que lo reconociera

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por su voz, por su sabor, por su olor, hasta saturarla a través de sus poros y nervios,
hasta que lo extrañara cuando no estuviera dentro de ella.
Esto era lo que él siempre quiso. Era lo que había pensado que había hecho en todas
aquellas seducciones en el campus Brown.
Con gran instinto refinado por muchas seducciones, él resbaló su mano por su espina
dorsal alcanzó su sostén, y abrió fácilmente el broche. Presionándola contra las
almohadas, deslizó su otra mano bajo su suéter y hacia sus pechos, empujando las copas
hacia al lados para alcanzar su tesoro. Tomando un pellizco del suave pezón, frotó el
material sobre el pezón, alrededor, y miró sus ojos agrandarse.
Vio el momento en el que ella comprendió cuán lejos y cuan hábil la había empujado—y
como fácilmente podría empujarla más lejos. Sus manos volaron a sus hombros,
empujándolo.
Él no se tambaleo.
Ella no tenía oportunidad contra él. No ahora. Él había estado esperando tres años por
este momento. Imaginándolo, planificando, rió de cómo la podría hacer corrérse una y
otra vez…y en las profundas, secretas horas de la noche, él había deseado hacerla
correrse una y otra vez.
Su deseo era su debilidad.
Pero ella no tenía que saberlo.
Cogiendo otro pellizco de su rico, caliente y suave pezón, se movió hacia el otro pezón y
froto otra vez.
Con cada círculo, él sentía que se rendía.
—Douglas. No. Tenemos que hablar. Necesitamos discutir…discutir…
La levantó más lejos sobre la cama. Las piernas de él colgaban, pero ella estaba tendida
en el colchón, estirada como una ofrenda pagana. Él la montó, empujó su suéter hacia
arriba por su costilla, y desabrocho su jeans.
Siempre había tenido el mejor vientre, llano y fuerte, con un lunar al lado de su
ombligo que lo volvía loco. Su vientre aún era llano, todavía fuerte, pero ahora trazó la
pila de líneas blancas que evidenciaba que llevo a su niño…y una involuntaria sonrisa torció
su boca. Él podría imaginársela embarazada, hinchándose por el crecimiento de su hijo…
Miró hacia arriba.
Ella lo miró, las líneas de su ancha, suave boca estrellada por ansiedad.
—Hermosa —susurró él.
Cerró ella sus ojos con alivio.
¿Había estado preocupada de que él fuera poco considerado al condenarla por como su
cuerpo había cambiado por el parto? Tonta mujer. No lo conocía.
Él se había asegurado de eso.
Cuando la había encontrado en el campus, él ya sabía quién era ella. Ese era el por qué
él había tomado el trabajo. Esto era el por qué la había buscado.
Había intentado usarla para sus propios propósitos.

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Al instante, había hecho un tonto de él.
Que error había cometido ella al regresar ahora a él.
Cuando él deslizó sus pantalones de sus caderas, sus ojos se abrieron de nuevo.
—Por favor, Douglas. Hay tanto por decir, y no podemos regresar donde lo dejamos—
en la cama.
—No lo tomaremos donde lo dejamos. Esta vez, iremos por más. Mucho más.
Ella llevaba un par de sencillas bragas blancas.
¿Pensó que podría someterlo? Ella podría llevar bragas de abuelita, y su gallo aun
cantaría en la imitación de una chimenea de rocas.
Usando la banda alrededor de su suéter, él froto a través de su abdomen, haciendo que
se estirara y suspirara. Entonces, como si negara su debilidad, se sentó sobre sus codos y
dijo con severidad,
—Esto es suficiente, Douglas.
—¿Aprendiste a usar ese tono hablándole a tu hijo?
Su rostro se ablando ante la mención de Aleksandr.
—Efectivamente.
—No. No conmigo —él se movió para tomar ventaja de su ternura. Tomando sus
hombros, la bajo a la cama y la besó. La besó con toda la pasión reprimida que rugía
dentro de él.
Cuando sus manos se arrastraron alrededor de su cuello y su respiración se emparejo
con la suya, él paso sus largos dedos por su vientre.
Su piel se sentía como terciopelo, y cuando la acarició, sus piernas se movieron con
inquietud.
Ella siempre había estado así, esperándolo con una desesperación que la conducía más
allá de la suya negra—y—blanca esfera de sabiduría y prudencia y en un mundo salpicado
con colores vivos. Y toda la pasión de ella había sido para él. Nunca había dudado de eso.
Ahora una vez más entraría en su cuerpo, escucharía sus lamentos, sabía que en este
único momento y con esta única mujer, él pertenecía…
Una vibración en su cinturón lo congeló en el lugar.
Su buscapersonas. Su buscapersonas se había ido.
Como una salpicadura de agua helada, la llamada del deber lo sacó del coma inducido
por su pasión y lo regresó al mundo real, donde cada cosa era negra y blanca, y él estaba
justo donde pertenecía.

Capítulo 13
Douglas se puso de pie. Miró el buscapersonas en su cinturón y dijo:
—Tengo que irme.
Enderezó su corbata y salió por la puerta.
Tan sólo eso.

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Firebird estaba tendida allí, repantigada sobre su cama, sus vaqueros alrededor de sus
tobillos, su sostén alrededor de su cuello, su suéter encima de su estómago –¿y él
enderezaba su corbata?
Se puso de pie tan rápido que tropezó con sus vaqueros.
Enderezó su corbata. Eso fue todo lo que necesitó ver, exactamente lo que había
mirado antes de que la hubiera besado, deslizado sus dedos sobre ella, quitado su sostén
y usado su suéter para hacerle... Tembló cuando recordó la sensación de la cachemira
contra sus pezones.
Entonces su buscapersonas emitió una señal sonora, se puso de pie, con una mirada de
granito, enderezó su corbata, y la dejó allí como si fuera una ramera.
Se subió los pantalones. Abrochó su sostén. Bajó su suéter.
Ese bastardo.
Tenía que salir de ahí. Tenía que salir de allí ahora.
Bajó y arrancó su abrigo de la silla de cocina.
Iría en coche directamente a Blythe, con su familia, con su hijo. Estarían
desilusionados cuando volviera sin las soluciones. Aleksandr estaría disgustado cuando no
trajera a su papá. Pero todavía estarían felices de verla. Podría no pertenecerles, no
realmente, pero la amaban. Lo hacían.
Salió por la puerta. El viento la golpeó como una bofetada en pleno rostro. Se dirigió a
su automóvil, subió en él, y cerró de golpe la puerta tan fuerte como pudo y deseaba
poder hacerlo otra vez. Giró fuera de la entrada de Douglas; sus neumáticos chillaron.
Mientras conducía por Rocky Cliffs frente a la oficina postal, sonó su teléfono celular.
No respondió. Porque estaba conduciendo, se dijo, pero la verdad era que no quería
hablar con su madre o sus hermanos o sus hermanas políticas. No quería explicar qué
estaba haciendo y por qué, o asegurarles que estaba bien y no tenían que preocuparse.
Quería hacer lo que tenía que hacer e ilustrarlos después.
Y era insignificante, pero quería que ellos se preocuparan un poco.
El tono que la alertaba sobre un mensaje sonó, y con un suspiro entró a la playa de
estacionamiento de la oficina postal y llamó al correo de voz.
—Hola, Firebird, soy Ann. Jasha quería hablar, pero sabía que te presionaría para
volver a casa así que no lo dejé. Pero pensábamos que deberías saber que los chicos y tu
madre fueron a visitar a Joyce esta mañana. Confesó el cambio de bebés. Ella, um,
exactamente no dijo de dónde te sacó. Solamente dijo que tú eras uno de "Los
abandonados." Siento no poder decirte nada más.
Ann aclaró su garganta incómodamente.
Uno de los abandonados. . . ¿Qué significaba exactamente ese término?
Pero Ann continuó:
—Pero también dijo que llevó al niño recién nacido en coche a Nevada y lo dejó en el
desierto. Muy bíblico.

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Había más. Algunos comentarios cariñosos, un informe sobre lo que Aleksandr comió
para el desayuno, algunas preguntas discretas sobre el papá de Aleksandr, y Ann cerró la
transmisión.
Mierda.
Firebird golpeó sobre su volante.
No quería esto. No necesitaba esto. Era una mujer independiente. Si había una ventaja
de descubrir que no era una Wilder, era que no estaba atada al pacto.
Aún allí lo estaba, era su segunda — o ¿era la tercera? –pensó.
¿Porque en realidad tenía oportunidades? Douglas había estado furioso con ella. Ella
había estado a la defensiva. El orgullo de él había sido golpeado. Su fe en su propio poder
de voluntad había sido debilitada justificablemente.
Todavía era el padre de su hijo.
Sacó la prueba de ADN de su bolsillo y miró el sobre pagado por anticipado. Los
técnicos del laboratorio en del Seattle Swedish Hospital conocían a la familia Wilder, y
habían prometido acelerar los procesos.
Lo depositó en el buzón de envíos y se dirigió de regreso a la calle.
Sus sentimientos personales no contaban. No ahora. Ella misma no podía permitirse ser
conducida por algunas palabras severas, por las dudas de Douglas en ella, por el berrinche
que quería lanzar porque el destino había sido injusto. El destino de su familia, la única
familia que alguna vez había conocido, concluyó en las manos de Douglas.
Más importante, Ann había recordado a Firebird un hecho muy importante — la casa
era pequeña, la tensión sexual en la familia, y una persona que vivía con ellos no tenía
privacidad. Firebird extrañaba a su bebé, pero no quería irse a casa aún.
Giró su automóvil hacia la casa de Douglas. Tomó una respiración honda y tranquilizante.
No había dormido durante más de treinta y seis horas, y en treinta y seis horas, había
enfrentado más traumas de los que una persona debe tener que enfrentar. Estaba
agotada. Tal vez había estado reaccionando exageradamente. Indudablemente, cuando su
cólera se diluyó, supo que estaba yendo de regreso a la madriguera del león. Pero
regresaría al viejo Quackenbush. Iba a trepar a la cama de Douglas y tomar una siesta,
porque podría ser un bastardo frío y sin corazón que le haría el amor a una mujer, luego
se pondría de pie, enderezaría su corbata, y se marcharía, pero por lo menos nunca
preguntó sobre sus sentimientos. Hasta donde podía saber, no se preocupaba por sus
sentimientos, y ahora mismo, eso estaba bien para ella.
Ingresó por la entrada, rodeó la casa, aparcó, y salió.
Douglas Black se preocupaba por una cosa –sí.
Cuando Doug llegó frente a su casa y aparcó su patrullero –el lugar que el pueblo
todavía llamaba lo del viejo Quackenbush, pero era suyo –se dijo que sería mucho más
fácil si Firebird se hubiera ido. Y lo había hecho. Suponía que no deseaba un padre para
su hijo tanto como había dicho.
Cerró de golpe la puerta del automóvil y se dirigió hacia la casa a grandes zancadas.

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Una lástima. No podía llamarlo ahora. Estaba al tanto del niño, y maldita sea si iba a
dejar que su hijo creciera como él lo hizo, preguntándose siempre quiénes eran sus
padres, qué había hecho para que lo odiaran tanto.
Echó un vistazo alrededor de la cocina. Estaba vacía.
Y maldita fuera si iba a dejar que esos hermanos que adoraba tanto fueran a ser
sustitutos para él. Tendría que empezar a acostumbrarse a la idea de que Doug Black
estaba en su vida para siempre.
Trepó a las escaleras, sus botas chocando con un ruido sordo duro sobre cada escalón.
Ella no se había dado cuenta todavía, pero iba a necesitarlo cuando—
Al llegar al hall, captó su olor, se había quedando persistentemente.
Iba a necesitarlo cuando sus planes llegaran a la consecución. No pasaría demasiado
tiempo antes. . .
Estaba en la entrada del dormitorio y miró fijamente.
Había una mujer formando un bulto bajo su edredón.
Caminó con precaución tardía al lado de la cama y esperó.
Su pelo rubio estaba despeinado sobre las sábanas azules. Un lado de su cara estaba
rosado y marcado con las arrugas de la almohada. Sus ojos estaban abiertos, y le miraba
a disgusto.
—¿No podías hacer un poco más de ruido?
—Pensaba que escaparías.
—¿Escapar?
Se incorporó y estiró.
—¿De qué?
Está bien. Hizo un buen trabajo al ponerlo en su lugar.
Cualquiera que fuera ese lugar. ¿Amante ocasional? ¿El padre de Aleksandr?
¿Qué pensaría cuando se convirtiera en su salvador?
—¿Qué vamos a buscar para comer?
Balanceó sus piernas afuera de la cama.
Estaba totalmente vestida.
Maldición.
—Podríamos comer aquí.
—Tu refrigerador está vacío.
Sonaba de la misma manera que la niña que había conocido, la que adoraba cocinar y
comer, aquella para quien había construido su cocina. . . .
Si hubiera estado pensando, habría comprado comestibles. Pero no lo había hecho.
Había esperado que ella partiera. En su lugar, aquí estaba, actuando aireada y baja—a—
tierra—en—el—acto, actuando como si no hubieran peleado, como si nada hubiera
ocurrido.
—¿Así que qué vamos a buscar para comer? –repitió.
—Hay un lugar extravagante en el despeñadero, sirven mariscos. Es bueno.

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Impacientemente, preguntó:
—¿Cuál es el mejor?
—Mario’s Pizza el italiano, en una casa vieja aproximadamente a tres bloques de aquí.
Se inclinó hacia ella. No se apoyó. Inclinarse no era nada demasiado revelador. Pero se
inclinaba.
No se dio por enterada. En su lugar se mantuvo derecha.
—Entonces allí es dónde iremos. Podemos ir en tu patrullero. Nunca he estado en un
patrullero.
Sonrío como si la idea resultara atractiva para ella.
Ya sea que le gustara o no –y a él no le gustaba –su anticipación estimuló su corazón.
Pero no le devolvió la sonrisa.
A veces, pensaba que había olvidado cómo.
—Es solamente para asuntos oficiales.
Ella puso cara larga.
—Llevaremos el Beamer –dijo—. Es más bonito.
—Tú quieres presumir de tu Beamer –se volvió. Yendo al espejo, pasó sus dedos por su
pelo, pellizcó sus mejillas, y agitó su cabeza—. Tengo que arreglarme.
Se dirigió al interior de su baño como si fuera la dueña del lugar.
Miró fijamente la puerta cerrada, se sentía contento y descontento al mismo tiempo, y
era vagamente interesante que sintiera algo en absoluto. La última vez que se había
permitido tener esperanza, había terminado solo, enfadado, y hecho pedazos, y había
jurado que nadie nunca se abriría paso a través de sus barreras otra vez.
Ahora, ella estaba tocando cada acorde de su alma como un maestro pianista en un
instrumento inferior.
No. No iban a romperlo otra vez. Esta vez, iba a cooperar. No tenía elección. Sabía
dónde vivía. Estaba al tanto de su hijo –y ya fuera que le gustara o no, compartiría la
custodia del niño –la custodia de Aleksandr. . . Hasta que los otros arreglos pudieran ser
hechos.
Su mirada fija se desplazó hacia su bolso, estaba apoyado sobre la mesita de luz.
Sin el remordimiento, lo abrió y hurgó en su contenido. Encontró su billetera con
aproximadamente uno cien dólares en billetes, lentes de sol baratos, una pequeña agenda
entrecruzada con notas, un sobre lleno de fotos, lápiz labial, polvo, y su teléfono celular.
Abriendo este último, notó que la última llamada había venido de un número de
Washington esta tarde. Revisó la lista de sus números almacenados y descubrió que era
de su casa. Encontró los otros números también, números de la familia, J Wilder, R
Wilder, A Wilder, y K Wilder, el número del Seattle Sweedish Hospital, y números de
negocios listados bajo Szarvas Art Studi.
Copió el número de su casa, el número de Szarvas, y los números de sus hermanos en su
libreta.
No se alejaría de él otra vez.

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Cuando regresaba todo al bolso, ella dijo desde la puerta:
—¿Qué estás haciendo?
Con toda tranquilidad, echó un vistazo.
Ella se veía igual –un poco húmeda alrededor del nacimiento del pelo, pero todavía
hermosa. Aunque ahora sus ojos azules estaban helados, sus labios generosos
comprimidos, y golpeaba su pie.
Devolvió su cartera a su lugar.
—Se cayó.
—Pensaba que podrías estar verificando si llevaba algún arma oculta.
—No.
Él regresó al centro de la habitación.
Ella entró, revisándolo desde cada ángulo.
¿Firebird sabía de algún modo en qué estaba involucrado?
Y si lo sabía, ¿por qué no había escondido esos números confidenciales?

Capítulo 14
—Bonito automóvil.
Firebird presionó los botones. Calentó su asiento, por lo cual bajó la temperatura de su
lado del automóvil. Cambió de la música grabada a una emisora de radio para luego abrir el
techo corredizo, sin embargo, al sentir escalofrío, lo cerró.
—¿Cómo puede permitirse alguien con un sueldo de poli un X5? Este SUV 4 debe valer
unos sesenta mil dólares.
El tono era casual. La pregunta no lo era.
Ella accedió el historial del GPS5.
Extendiendo una mano, él cogió la suya y la retiró de los controles.
—Ahorré.
—Compraste una casa también. Esos son muchos ahorros.
—Apuesto.
—¿De verdad?
Se acomodó su asiento y lo observó a través del brillo del tablero de instrumentos.
—¿Tú jugaste alguna vez en tu vida?
Entró a la playa de estacionamiento de Mario’s, apagó el motor, y se volteó hacia ella
con su brazo extendido sobre el respaldo de ambos asientos.
—¿Lo dudas?
Ella lo examinó, considerando lo que sabía de él, estudiando lo que podía ver ahora.

4 SUV— Sport—utility vehicle. Vehículo de cuatro ruedas con un amplio espacio interior diseñado
especialmente para circular por vías rápidas y carreteras.
5 Sistema de Posicionamiento Global

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—No. Pienso que has conseguido un grandioso rostro inexpresivo, y cuando apuestas, tú
ganas.
—Exactamente.
Salió, dio la vuelta y la ayudó a salir del vehículo.
—Toda la vida es un riesgo, así que juego para ganar.
Cuando se acercaron a la puerta, Mario fue el que la abrió.
—¡Bien—veni—dos! ¡Bien—veni—dos! Está enfriando esta noche, ¿no? ¡Una gran
tormenta está por llegar! ¡Entren antes de que se congelen!
Su acento italiano era tan falso como su mostacho y su delantal a cuadros rojos, pero
su pizzería estaba tibia, con un fuego en la chimenea y el aroma de la pizza asada a la
piedra. Aunque llegaban tarde, después de las nueve, y casi ningún turista se encontraba
en pueblo, el restaurante estaba medio lleno.
—Mario realmente hacía la mejor comida en pueblo.
Cuando Mario los acompañó a una mesa, Doug inclinó la cabeza hacia las personas que
conocía. Sólo era una inclinación de cabeza, un simple agradecimiento, pero no una
invitación al afecto.
Era más fácil para él permanecer distante que hacer amigos. Los amigos esperaban que
él hablara, que fuera cordial, que recordara sus nombres, los nombres de sus hijos, los
nombres de sus perros. Querrían que compartiera sus experiencias, que hablara sobre de
dónde venía y quién era. Para un hombre como él, los amigos eran un verdadero problema.
—Aquí tiene. ¡La mesa de la esquina! ¡Mi mejor mesa!
Mario sujetó la silla de Firebird.
—Tú, mi estimado policía, puedes mantener tu espalda contra la pared. Conozco a los
polis, les gusta mantener la espalda contra la pared. Y así tu bonita dama puede sentarse
al lado de la ventana y mirar el valle y el océano. Perfecto, ¿sí?
—Realmente lo es.
Firebird apretó la mano de Mario.
—Gracias. Eres el anfitrión perfecto.
Doug observó a Firebird relajarse visiblemente mientras observaba el violento océano,
las nubes oscuras despejadas por los rayos del sol poniente, y las luces que se encendían
abajo, una por una, cómo luciérnagas constantes.
Y sonrío. Brevemente, dolorosamente, pero sonrío.
—¡Qué dama más bonita!
Mario usó sus manos para enmarcar su cara para Doug.
—Pero ya sabes eso, ¿huh? Para ti, esta noche, te asigno a mi mejor camarero, Quentin.
Y ¡prepárate para chuparte los dedos con la mejor comida de tu vida!
Los dejó en la mesa y se dirigió alegremente a la cocina.
Firebird lo miró con una sonrisa incrédula.
—¡Qué hombre tan bonito!
—Ese acento. . . No es más italiano que el tuyo.

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Se estremeció como si Doug le hubiera clavado un cuchillo.
—No lo sabes. Podría serlo.
Antes de que él pudiera parpadear, ella fue al ataque.
—Y tú eres la última persona que puede hacer objeciones acerca de si una persona es
quién dice que es.
—¿Qué quieres decir?
—Hay mucho sobre ti mismo que no me has contado.
Sí. Y mucho más que no pensaba contarle.
—No estamos aquí para hablar de mí. Estamos aquí hablar de nuestro hijo, determinar
cómo vamos a arreglarnos para presentarme a él.
—No te preocupes por eso. Te está esperando. Le dije que iba a atrapar a su papá.
Doug se endureció. Había estado tan enfadado por haberse perdido los primeros años
de Aleksandr que no había considerado conocer al niño en realidad. ¿Qué esperaba
Aleksandr? ¿Estaría desilusionado? Doug sabía cómo desenvolverse alrededor de los
niños; mientras estaba creciendo, había tenido que cuidar de los otros, y como un oficial
de paz, había tenido que arreglárselas con niños asustados o lastimados.
Pero esto. . . Esto era diferente. Éste era su hijo.
—¿Qué dijo?
—Que quiere a un papá. Siempre ha querido uno.
Sonrío cuando lo observó luchar contra el pánico escénico.
—Tú eres su fantasía más apreciada.
—Nunca he sido antes la fantasía más apreciada de nadie.
—Yo no diría eso —murmuró ella.
Sus blancas mejillas curvadas como un melocotón, su tierna sonrisa… todo eso le
recordaba a esos primeros días de su noviazgo, cuando ella aún lo miraba como si fuera su
príncipe azul.
Y allí estaban, casi tres años después, con una gran amargura entre ellos que no
desvanecería fácilmente.
—Te escapaste.
Cuando lo miró fijamente, la calidez desapareció, dejando a una mujer que sabía
reconocer un problema cuando lo veía.
—A veces la fantasía es sólo otra palabra para nombrar una pesadilla.
—¿Qué fue lo que hice que te obligó a decidir que era una pesadilla?
—Cambiaste.
Retrocedió. ¿Qué quería decir?
Ella dejó caer sus párpados, escondiendo sus pensamientos. Extrajo un sobre fuera de
la cartera, sacó la primer foto, y la puso sobre la mesa.
—Ése es Aleksandr leyendo un libro.

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Con eso estaba cambiando el tema deliberadamente. Parecía que decía la verdad, pero
ella había dicho que él era el que había cambiado. Por primera vez, dejó su cólera y su
rencor de lado, ¿era posible que esta separación fuera de algún modo culpa suya?
Entonces vio un bebé robusto sentado en un inmenso sillón reclinable, frunciendo el
ceño, miraba atentamente una edición en rústica de un romance solo para mujeres. El niño
sujetaba el libro al revés, e, incapaz de resistirse, Doug se estiró hacia la foto, la recogió,
y dejó que la emoción lo abrumara. Aclaró su garganta y estudió la fotografía, limpió su
garganta otra vez, y preguntó:
—¿No es un poco joven para leer esa clase de material?
—Nunca se es demasiado joven para una novela romántica.
Puso otra fotografía sobre la mesa.
—Ése es Aleksandr jugando en la nieve. La semana pasada conseguimos ocho pulgadas
en una noche.
Se dio cuenta de lo que había dicho y parpadeó, luego sacó rápidamente una fotografía
como si esperara que no hubiera comprendido.
—Aquí Aleksandr está resolviendo un enigma.
El niño tenía los ojos marrones que Doug veía todas las mañanas en el espejo.
—Y aquí Aleksandr con sus tíos —dijo ella.
Los dos hombres altos y fuertes que tenían un obvio parecido familiar estaban en una
cocina llena de gente. Sujeto entre sus manos con las palmas hacia arriba, Aleksandr
estaba sobre ellas equilibrado con un pie en cada mano. Tres abiertas sonrisas traviesas
idénticas encendían la foto.
—No estaba ahí cuando tomaron eso, o no la habrían tomado.
Firebird agitó su cabeza.
—Mis hermanos piensan que Aleksandr es su propio juguete personal, y si fuera por
ellos, gastarían todo su tiempo en correr, trepar a los árboles, y aprender a disparar.
—¿Disparar? —Doug levantó sus cejas—. ¿A los dos años y medio?
—Canastas. Mis hermanos están locos por el básquetbol.
—Uh— uh.
Doug no creyó que eso fuera en absoluto lo que había querido decir.
—He aquí mi mami que lleva a Aleksandr mientras está dormido.
La cara de Firebird se suavizó mientras sonreía a la fotografía.
—Es casi tan grande como ella, pero no dejará de cargarlo. Dice que duerme mejor
cuando lo lleva.
La mujer era pequeña. El niño era robusto. El cariño con el que lo abrazaba era obvio.
—Es terca —dijo Doug.
—Es Rom. Gitana. La mujer más cariñosa en todo el mundo, pero no despiertes su lado
maldito. Cortará tu corazón con una cuchara afilada.
Firebird sacó la última foto del sobre y la puso ante él.
—He aquí Aleksandr con su abuelo.

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Doug inspeccionó la foto del niño sentado orgullosamente en el regazo del anciano.
—Tu padre está enfermo.
—Sí.
—¿Qué le pasa?
Ella trató de sonreír.
—Está sufriendo de una afección causada por una combinación de viejos pecados, un
buen matrimonio, y un pacto con…
El camarero apareció y presentó su vino con un ademán.
—¿Señor?
El peor maldito cronometraje del mundo entero. Doug podía haberle dado una patada
que lo lanzara al otro lado del restaurante.
Quentin también lo sabía.
—Puedo volver más tarde —Dijo apresuradamente.
Doug le echó un vistazo a Firebird. Mantenía su cabeza inclinada mientras acomodaba
las fotografías en una pila.
—No.
El momento había pasado.
Echó un vistazo a la etiqueta sobre la botella.
—Deja que la dama lo pruebe.
Su familia estaba metida en el negocio del vino — su papá cultivaba uvas, y su hermano
poseía un viñedo, y Doug siempre había estado asombrado ante sus conocimientos.
Mientras Quentin vertía una cantidad pequeña en el fondo de la amplia copa de cristal,
Firebird puso las fotos en el sobre y las empujó hacia Doug.
—Las traje para ti. Pensé que querrías tenerlas para mirarlas... después.
Probó el vino y asintió con la cabeza.
—Muy bueno. Douglas, ¿tú pedirás por nosotros?
No había sido tan confiada antes. O tal vez no había estado dispuesta a tomar el
precio.
—Tomaremos las ensaladas de la casa y una pizza de pollo al ajo su punto.
Despidió al camarero.
—Aunque comamos ajo, todavía podremos besarnos después.
Ella hizo caso omiso de eso.
—¿Ajo y pollo? La pizza parece saludable.
—No. Demasiado queso.
Él colocó el sobre en el bolsillo de su camisa.
La puerta se abrió, y observó entrar a dos tipos de aspecto gigantesco y rudo. No los
había visto alrededor del pueblo antes, y con un solo vistazo, catalogó todo sobre ellos.
Pelo marrón, pelo rubio. Barbillas cuadradas. Ojos inclinados y casi asiáticos. Hombros y
pechos voluminosos. Probablemente hermanos. Definitivamente eran un problema.
—¿Qué?

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Ella retorció en su asiento e inmediatamente regresó a su posición.
—¡Oh!
—¿Qué significa eso? –preguntó Doug.
Mario los sentó junto a los baños.
—Son los dos obreros de la construcción que estaban en el merendero esta mañana.
Doug se concentró en Firebird, en el gesto de desagrado en su boca.
—¿Qué hicieron?
—Silbaron y me miraron.
—No puedo criticar su gusto.
Sorbió el vino y experimentó las notas de pimienta y cereza negra, de especia y dulzor,
y pensó que el vino era como Firebird, complicado y rico... Y adictivo.
—Gracias, pero hay maneras y maneras de mirar, si sabes a lo que me refiero. Éstos
tipos podían aprender algunas cosas sobre ser zalamero de…, ¡oh!, King Kong.
Doug asintió con la cabeza.
—Preguntaré por ahí sobre ellos. El pueblo no es grande. Seguro que alguien debe
saber algo, especialmente si son un problema.
—No estoy tratando de armar un lío para ellos —La voz de Firebird era baja y firme—.
No dije que hubiera algo malo con ellos. Sólo dije que eran odiosos.
—Confío en tus instintos.
—¿Lo haces? ¿Por qué?
Porque tú sabías que había algo mal sobre mí y escapaste . Pero ese no era el momento
de admitir eso. No cuando estaba allí, compartiendo su comida y su vino, mostrándole sus
fotografías. . . Dándole a su hijo.
Su hijo. De todas las cosas había imaginado cuando partió, nunca se imaginó que se
había ido porque habían creado un bebé. La idea de ser padre. . . Lo colmaba de orgullo y
de miedo. ¿Qué sabía sobre la responsabilidad, sobre criar a un niño un hombre como él?
Yendo derecho al corazón de sus dudas, preguntó:
—¿Por qué escapaste de mí? ¿Pensaste que sería un mal padre?
—No pensé eso en absoluto. No lo sabía. ¿Cómo podría?
—¿Qué quieres decir?
—No sabía nada sobre ti. Te conté sobre mi padre, mi madre y mis hermanos. Te conté
sobre mi mejor amigo. Te conté sobre mi accidente de gimnasia y sobre todas las
operaciones que llevó para que mi pierna mala fuera viable otra vez —Se reclinó,
manteniendo la copa de vino equilibrada en sus dedos, sus ojos tan severos como los de
una monja—. Y tú me dijiste precisamente… Nada.
—No hay nada para contar.
—Eso es provechoso —Se burló—. Debes tener algunas experiencias que puedes
compartir. Después de todo, no naciste el día que te conocí.
Se sentó en la silla rígido y derecho y la miró fijamente.

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¿Quería verdaderamente saberlo todo sobre él? ¿Todo sobre él? Dudaba eso. Lo
dudaba mucho.
Pero por Dios, había preguntado. Así que tendría que dejarla saber a quién había
confiado su vida.
—No. Nací hace veintitrés años. Alrededor del Cuatro de Julio. No estoy seguro
exactamente de cuál fue el día en que nací, porque mis padres se deshicieron de mí,
desnudo, en medio del desierto de Nevada y escaparon en su automóvil sin siquiera mirar
atrás.

Capítulo 15
Firebird miró extrañada. Frunciendo sus labios, como si hubiera mordido un limón. Y en
realidad puso su mano sobre su corazón, como si le doliera. —Nací también el cuatro de
julio. ¿Cómo sobreviviste?— Sus ojos grandes y azules dolorosos le miraron.
—Algún ranchero estaba teniendo problemas con coyotes que atacaban a sus ovejas, y
él descubrió una manada y comenzó a disparar. Todos ellos escaparon excepto uno.—
—Una hembra.— Cuidadosamente, Firebird levantó su vino y tomó un sorbo.
—Sí. ¿Cómo lo supiste?
—Entiendo la dinámica de la manada mejor que la mayoría de las personas.
—Apuesto a que lo haces.— Él encontró su mirada, y por un largo momento, cayeron en
un silencio como queriendo que ella confiara en él, para que le contara
—¿Qué hizo la hembra?— preguntó Firebird.
Doug necesitó recordar—Firebird no confiaba en él. Era todo demasiado obvio. —Ella
estaba mintiendo sobre algo. Ella no cedería. El ranchero estaba listo para disparar—el
noticiero dijo que calculó que ella tenía que estar rabiosa para enfrentarse a él. Entonces
él oyó algo llorar, pensó que sonaba como un bebé, y se acercó para comprobar. Dios
bendiga a la bestia.— La mayor parte del tiempo Doug pensaba eso, pero a veces... a veces
pensaba que habría sido mejor que hubiera muerto.
—Allí estabas tú. La hembra coyote te mantuvo caliente.— Firebird se rió con una risa
balbuceante. Entonces, como si ella se contestara a sí misma dijo, —Bien, desde luego que
ella estaba. ¿No me figuraba esto?
—Esto es también lo que dijo el ganadero. Él me envolvió en su chaqueta y me llevó a su
camioneta, sacó un pezón de oveja, y me alimento con su leche.— Doug la miró, pensando
que él habría esperado conmoción por haber sido abandonado, tal vez simpatía, tal vez
una preocupación mal ocultada, porque el padre de su hijo no venía de una buena familia.
No había esperado que ella actuara como si él confirmara sus peores sospechas. —Llamó
al Child Protective Services (Nombre de una Agencia: Servicio de Protección de Infancia).
Me recogieron y pusieron un anuncio para mis padres.
—¿Fue un gran anuncio en las noticias?— Ella lo miró como si estuviera memorizando
cada palabra.

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—No. Unos pocos avisos en el diario local, eso es todo. ¿Por qué?—
—Parece la clase de historia conmovedora que las agencias de noticias podrían amar.
—Podría haber sido conmovedor si mis padres hubieran venido. Como sea, no lo hicieron,
y yo estaba con quemaduras de segundo grado por el sol, desnutrido, y bastante cabreado
con el mundo. Al parecer grité mucho durante mi primer año.—
—No fuiste probablemente un buen candidato para la adopción.
—No. Mi profesor del primer grado me dijo que había nacido resentido, y que si no me
enderezaba, y rápido, iría directamente al infierno. Qué gracioso. No lo había recordado
hasta ahora.
La boca de Firebird se estrechó. —Esto no es algo que se le dice a un alumno de primer
grado.—
—Mi primer recuerdo fue ajustar cuentas con un abusón. — Él fijó sus dientes en lo
que llamó una sonrisa agradable. —Pero no te preocupes. La pateé el culo.
Eso cogió a Firebird por sorpresa, y se río.
—¿Golpeaste a una niña?—
—Tenía cuatro años. Y ella dieciséis, era uno de los ayudantes que se ofrecían como
voluntarios para cuidar de los pobres huérfanos así recibía puntos de servicio con su
iglesia por ayudar a la comunidad. Ella quería cuidar de bebés, y no un montón de
pequeños de cuatro años de edad, así que escogió a esta niña que usaba gafas cenicientas
y tartamudeaba.
Firebird se dejó de sonreír.
Podía ver a la autosuficiente de dieciséis años, con rostro satisfecho incluso ahora, y
oírla gritar cuando el golpeó con su cabeza directamente contra su suave, flácido vientre.
—Dios, odio a los matones.
—¿Fue por esos que quisiste ser policía?— Como siempre, Firebird veía más que la
mayoría de las personas.
—No, lo hice porque pensé que era el modo más fácil de rastrear a mi familia sin
incurrir en gastos.— La dejó sacar sus propias conclusiones.
—Y porque no te gustan bravucones— Ella le sonrió.
Él empezó a corregirla otra vez, pero resolvió que si ella quería pensar lo mejor de él,
¿quién era él para detenerla?— Seguro. De todas formas, nadie me adoptó, y viví en un
orfanato y en casas de acogida hasta... que me escapé.—
Firebird tomó la mano que él apretaba en un puño sobre la mesa. —¿Fue todo
horrible?— ella preguntó.
—No del todo.
—Pienso que no.— Ella se sentó hacia atrás y dejo al camarero colocar su ensalada
ante ella.
—¿Qué quieres decir?—
Ella recogió su tenedor.
— Alguien te enseñó ser un buen hombre.—

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Sí, cariño, sigue adelante y piensa eso.
Pero ese era siempre el problema con Firebird. Le gustaba la gente. Ella no era
estúpida sobre ello; tenía cuidado con los extraños y sabía protegerse. Pero en sus
primeras impresiones, siempre pensaba lo mejor de todo el mundo, y cuando Doug se
acercó a ella en la biblioteca del campus, inmediatamente lo puso en su lista de chicos
buenos.
La cosa era, que mientras estuvo con ella, trató de cumplir con su imagen de él. En qué
demonios había estado pensando, él nunca podría haber sabido... Bien, sí, lo hizo. Él había
estado pensando que él actuaría de cualquier forma, haría cualquier cosa, para meterse
entre sus piernas.
Simple. Directo.
El problema era que él estaba ahora aquí sentando pensando lo mismo.
—¡Buena ensalada!— dijo ella. —Estaba hambrienta.
—Tú siempre estás hambrienta.— Aunque parezcas una modelo.
—Sí—, ella estuvo alegremente de acuerdo. —No puedo esperar por la pizza.
Cuando pensaba cómo de cerca había estado de hacerlo con ella, quiso gritarle aquel
conductor que los hizo salirse en aquella curva en la salida King y lo devolvió para trabajar
en la policía estatal de Washington. Pero ver a la mujer herida cambió su mente. Por
instinto ayudó a los paramédicos a montarla en la ambulancia, dirigió la limpieza, y
precipitadamente regresó a su casa como un cachorro sujeto a una correa —y Firebird
sostenía el final de ésta.
Peor, lo había hecho mientras pensaba que ella se había ido.
Se comió su ensalada rápidamente—un policía comía cuando podía, porque nunca sabía
cuando podría conseguir la siguiente comida—y la apartó. —Cuando tenía ocho años, me
metí en problemas en Carson City. Algo sobre organizar el robo de un anillo.—
Firebird se congeló, su tenedor a mitad de camino a su boca.
—En la sabiduría infinita del estado, decidieron enviarme a Las Vegas.—
—¿Las Vegas? Eso es brillante,— ella refunfuñó, y dejó su cubierto.
—Para ser justo con el diablo
Ella se estremeció.
—la idea era brillante. Porque allí estaba esa señora. La Sra. Fuller. Ella tomó los casos
difíciles como yo y nos reformó.—
Los ojos de Firebird destellaron. —¿Cómo?—
—Ella no hizo nada. Ella solo vivía una buena vida y dejaba a los niños vivirla con ella.—
Él no había hablado de la Sra. Fuller desde el día en que se escapó, pero la recordaba
cálida, redonda, cara arrugada con la claridad de una esperanza mucho tiempo querida y
nunca olvidada. —Ella era cristiana. Una verdadera cristiana, no uno de estos que son
religiosos el domingo y el resto de la semana no puedes encontrar una chispa de bondad o
caridad en sus almas o sus acciones.—
—De acuerdo.— Firebird se relajó. —¿Cuántos niños tenía ella?

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—Ella siempre mantenía tres, y para casos de urgencia como yo, había puesto una cuna.
El camarero trajo la pizza y, con efecto, la colocó sobre la mesa. El olor a ajo se elevó
en ondas desde la perfectamente dorada y crujiente corteza El pollo anidado en el blanco,
suave queso.
Cuando Doug la miró, Firebird tomó un largo suspiro y cerró sus ojos en apreciación.
Más tarde, él iba a poner la misma mirada de éxtasis sobre su cara...
Mirando por encima, vio a Quentin mirarla con la misma fascinación y añoranza que él
sentía.
El bastardo.
Doug puso su mano sobre la de Quentin y apretó. Con fuerza.
Quentin saltó. Su mirada culpable se dirigió a Doug.
Doug resplandeció.
Quentin palideció, vertió más vino, preguntó si él podía conseguirles algo más, y corrió
fuera de allí.
Firebird miró, perpleja. —¿Qué le entró?—
—Probablemente tenía otra orden.— Doug recogió el servidor y deslizó una rebanada
de pizza en su plato. —Que te aproveche.—
Ella tomó un mordisco. Sus dientes fuertes, blancos se hundieron en el queso, por la
corteza, y ella suspiró mientras masticó. —Esta fabulosa. En Blythe, tenemos un café que
sirve de desayuno y almuerzo, y eso es todo.
—¿Vives en Blythe?— pregunto él suavemente. —¿No es una pequeña ciudad en las
Cascadas?—
Ella lo miró, fijamente, después relajada, como si hubiera tomado una decisión sobre él.
—Blythe es tan pequeño, los ratones están cargados de espaldas.
Su boca se torció en una esquina.
—Mi familia vive fuera de la ciudad en seiscientos cuarenta acres.—
—Eso es... grande. — Comió algo de pizza, se aseguró de que ella tuviera otro pedazo
antes de que terminara el primero, y mantuvo su copa de vino hasta el tope.
—Tenemos un valle plantado principalmente de uvas, y muchos bosques alrededor. Mi
papá y mamá consiguieron las tierras baratas porque nadie más lo quiso. Ahora esto es la
propiedad principal.— Ella sonrió con orgullo. —Ellos han tenido éxito siendo inmigrantes
que vinieron a este país con nada.
—Cuando les conozca, sé que me gustaran.
—Sí. A ellos también les gustarás.— Firebird tenía los ojos casi llorosos.
Él no podía imaginarse por qué, pero la idea de Firebird llorando le aterrorizaba. ¿Qué
podría hacer él? ¿Sentarse allí como un tronco? ¿Acariciarle la espalda? ¿Besarla y...?
—Esta Sra. Fuller ¿Cuánto tiempo trabajo en ti antes de reformarte?—
Hombre. Firebird se recuperó rápido, y cuando quiso información, pareció como un
misil termo dirigido.
Afortunadamente para él, él era el calor.

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—El primer año fue de incertidumbre.
—¿Qué hizo que las cosas cambiaran?
—En el tiempo que estuve con la Sra. Fuller, yo no estaba por ser domesticado. Estaba
allí fuera en las calles, robando bolsillos y haciendo encargos para los tipos dueños de los
casinos. Ella siguió diciéndome que podía ver el potencial en mí. Me contaba sobre grandes
hombres que pasaron por difíciles comienzos. Ella me dijo usara mi cabeza, que pensara
las cosas detenidamente, que fuera a la universidad hiciera algo por mi. Ser el jefe jefe,
no el chico de los recados. Dijo que si seguía siendo como era, iba a conseguir que me
mataran ante de tener veinte años.— Se terminó la última rebanada de pizza y se recostó
en su silla. —Más importante, ella me dijo que yo podría hablar con ella sobre cualquier
cosa y que ella entendería.
—Ella parece estupenda.—
—Lo era, pero yo no escuchaba. Podría haber jurado que yo no escuchaba. Yo era un
pequeño sabelotodo de mierda. Pensé que sabía más que una señora vieja en una casa
atestada por aquellos pequeños estúpidos Hummels (figuras de porcelana). Dios, odié
aquellas satisfechas, caras redondas suizas, tan dulces e inocentes. Yo no tenía una
maldita cosa en común con ellos. Entonces... Aterricé en el lugar incorrecto, haciendo un
encargo para el tipo incorrecto, y más o menos conseguí ser violado.
—Oh, Douglas.— Firebird lo alcanzó a través de la mesa y tomó su mano.
No era que el necesitara este consuelo. Había sido hace años, y con el tiempo, el
horror y la impotencia se habían desvanecido. Pero él le dejó sostenerlo de todos modos,
girando su mano para sostener la suya. —Afortunadamente para mí yo era un niño grande,
y yo era malhumorado y un luchador. Me escapé, nadie era más listo, y no estaba
dispuesto a contárselo a nadie.
—Especialmente no la señora Fuller.—
Firebird era una mujer inteligente. —Especialmente no a ella, porque sabía lo que ella
diría, —Te lo dije.
¿Quentin apareció, con cuidado no miró Firebird, y preguntó, —¿Postre? Nuestro
tiramisú es mundialmente famoso.
—Hay mucho comida mundialmente famosa aquí en Rocky Cliffs. Pero no podía comer
más,— dijo Firebird pesadamente.
—¿Café, entonces?— preguntó el camarero.
—Descafeinado, por favor,— dijo Firebird.
—Lleno de octanaje.— Doug había tomado una copa de vino, aunque la botella estaba
vacía. Se preguntó si Firebird se daba cuenta de que estaba bebida, si sabía que sus
gestos eran más libres, sus ojos más calientes, que hablaba arrastrando las palabras. Se
preguntó si se sentiría culpable por aprovecharse de una mujer bajo la influencia del
alcohol. Sospechó que no. No le importaba cómo o por qué mientras ella cayera en sus
brazos.

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Quentin colocó los cafés, un con cafeína, uno descafeinado, sobre la mesa, con la
crema y el edulcorante, y se desvaneció otra vez.
Doug miró a Firebird verter la mitad la crema en su taza, añadir tres paquetes
amarillos, y moverlo vigorosamente. Ella le ofreció la jarra de crema, pero él sacudió su
cabeza. —Lo tomo solo.—
—Desde luego que lo haces,— dijo ella. —¿Entonces cómo te encontró la señora Fuller?
—Reduje mis actividades en la calle—hombre, me asusté de que el hostigador pudiera
encontrarme de forma horrible Hinqué los codos. Me comporté como un ciudadano
ejemplar. —El café estaba caliente y sabroso, exactamente como el que necesitaba
después de un día como hoy. —Pienso que fui discreto sobre el incidente entero.—
—Apostaría.
Él levantó sus cejas en su tono escéptico.
—Sé exactamente cómo de discreto puede ser un chico tonto,— explicó ella. —
Recuerda, tengo tres hermanos. Probablemente también podrías haber lanzado fuegos
artificiales.
—Sí. Bien. La señora Fuller me sentó, me dio una taza del té, algunas galletas, me
suavizó....— Nunca había pensado sobre eso antes, pero la señora Fuller podría haber sido
un buen policía de interrogatorios. —Entonces, ¡bam! Ella me preguntó que había pasado, y
me rompí. Hizo de mi un idiota total. Sollozando sobre su regazo. Le conté todo, justo
como ella dijo que podría. Fue tan embarazoso.—
—¿Ella te enderezó?
—Ella no tenía porque. Después de esto, Me enderecé bastante a mi mismo.
—¿Fuiste a la escuela, te hiciste listo, y dejaste una vida de pequeño delincuente?
—Básicamente.
—¿Qué fue del tipo que trató de violarle? ¿Todavía tuviste que evitarlo?—
—Eso fue algo interesante.— Los ojos de Doug se estrecharon al recordar. —La señora
Fuller fue a los casinos, y al día siguiente... desapareció de Las Vegas, nunca se le volvió a
ver otra vez.
—¡Vaya! La señora Fuller tenía conexiones.— Firebird reflexionó sobre esto. —
Apostaría que había ayudado a unos cuantos niños que controlaban los casinos.
—Buena posibilidad.— Él incubó su café. —Viví con ella durante cuatro años.
—¿Cuatro años? ¿Por qué sólo cuatro años?— Firebird lo miró por encima de su taza.
—Tuve que marcharme.— El recuerdo todavía duele.
—¿Irte? ¿Pero debías tener... qué? ¿Doce? ¿Por qué te marchaste?
¿Debería contarle? Ella entendería mejor que ninguna otra mujer. Pero Firebird era
inteligente, maldición demasiado inteligente. Cuando le contara, ella comprendería que su
primera reunión no había sido ninguna coincidencia. Sabría que él la había acechado, y
entendería por qué.
Estaba muy seguro de que no quería tener aquella conversación en público, porque
estaba muy seguro de que ella se iba a enfurecer. Mientras señalaba hacia el camarero, le

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dijo, —resultó que no podia contárselo todo. La señora Fuller no estaba lista para
escuchar algunas cosas.
—¿Como qué?
—Este no es un tema para un lugar público,— dijo Doug. —Te lo contaré... más tarde.

Capítulo 16
Luego.
Firebird consideró a Douglas, empezando por arriba de su rubia cabeza, moviéndose a
través de sus anchos hombros y deteniéndose sobre su inexpresivo rostro.
Inexpresivo. ¿Cuando adquirió el hombre el arte de no traicionar sus emociones? Antes
no había sido así. El solía sonreir más de una vez cada luna azul, y se movía más como
hombre y menos como una figura de cartón.
También daba la impresión de completa y total seguridad. Como ahora mismo, actuaba
como si supiera, sin lugar a dudas, que ella regresaría a su casa con él.
Si lo hacía, ¿Qué podía pasar? Necesitaba pensar cuidadosamente bien antes de estar
de acuerdo, porque él tenía una cama, y ella creía que tuviera la intención de dormir en
una silla. De hecho, no creía que tuviera la intención de dormir en absoluto.
Entonces lo dijo. La única cosa garantizada que desviaba su preocupación sobre su
virtud. —Ahora es mi turno de hacer preguntas.
—Bien.— Ella bajo su taza, y su mano tembló. —Adelante.
—Nunca te has preguntado por mí antes. Nunca tuviste curiosidad sobre mis
antecedentes. ¿Por qué te preocupa ahora?
—Por Aleksandr.
—Quieres saber qué tipo de persona es realmente su padre.
—Correcto.
—¿Porqué, después de tanto, tú decides hablarme sobre él ahora?
Douglas tenía la confianza de ver directamente el corazón del asunto. —¿Tú quieres la
verdad?
—Eso podría ser un cambio en la novela.
—Bien, te lo diré.— Ella sonrió, pero con un borde estrecho. —Pero te lo diré…luego.
Casi sin el parpadeo de sus ojos, él se las arregló para mirarla divertido.
—Luego va a ser una larga y sorprendente experiencia.
Ella replicó. —Luego consistirá en mucho hablar y no en un montón de…
Mario apareció al lado de la mesa.
—¿Disfruto su cena?
—Sí fue maravillosa. ¡Todo fue maravilloso, pero su corteza!— Firebird besó sus dedos,
los tocó en un gesto extravagante, y comprendió, en lo más sensible de su mente, que
había tomado un poco de vino. —Tan suave de sabor. La perfecta fermentación. Mi madre
podría matar por tu receta.

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Mario opinó y movió sus manos.
—No, no. Eso es un secreto de familia de mi querida abuela en Sicilia. Pero puede
traer a su madre, y hablaremos.
—Me gustaría. Tenemos unas pocas cosas que terminar antes, pero después ella podría
tomarse unas vacaciones.— Firebird sonrió, pero con un rastro de ironía.
En esa voz inexpresiva que hacía que tuviera la necesidad de pegarle, Douglas dijo, —
Necesito la cuenta.
—Esta noche, va por mí cuenta.— Cuando Douglas comenzó a protestar, Mario sacudió
su cabeza firmemente. —Viene cada semana con su tropa de amigos o solo, y le dejó
pagar. Pero esta noche, usted tiene una señorita her—mo—sa, y yo podría ser negligente
si no pagara su cena.
—Antes de que Douglas pudiera rechazarle de manera cortante, Firebird le agradeció.
—Mario. ¡Usted es un amor!
—Lo sé. Y si este torpe no llevara un arma, yo podría llevarte lejos de él. Pero ay.— —
Mario puso ambas manos sobre su corazón. — Debo sufrir, o morir.—
—Sí, porque su esposa te mataría,— dijo Douglas.
—Ella es una mujer celosa. ¿Pero quién puede culparla? Ahora.— Mario señaló a
Quentin, quien llegó cargando una caja y una larga bolsa de papel. —Les doy dos tiramisú
y una botella de vino.— Douglas se inclinó, le hablo al oído, toda pretensión en su acento, y
lo bastante fuerte para que Firebird lo escuchara. —Para disfrutar después.— El palmeó
su hombro, entonces ayudo a Firebird a ponerse su abrigo.
Mientras ellos caminaban a través del restaurante, Firebird era muy consciente de
Mario gesticulando elogios románticos en aquel falso acento de manera extravagante; de
los dos trabajadores de la construcción que le echan un vistazo y hablando uno con el
otro, y sobre todo, de Douglas acechando detrás de ella… no, dirigiéndola hacia la puerta.
Cuando Douglas abrió la puerta el viento se agitó dentro.
Mario se echó atrás rápidamente. –Está llegando la tormenta.
Firebird tiró de sus guantes y enrolló su bufanda apretada alrededor de su cabeza. Y
cogió la caja.
—Hay un advertencia sobre el viento en la bahía. Con el viento frío, la temperatura es
como de 25 grados.— Doug no quería que ella se enfriara antes de llegar a la cama.
Ella cabeceó, y el recordó—él insistió que ella estuviera arriba.
Ella intentó hablar. Mierda. ¿Cuando había comenzado a ser tan quisquilloso por la
verdad?
—Nos apresuraremos,— le dijo a Mario, y tomó la botella de vino y la guardó en el
bolsillo oculto de su chaqueta.
Ellos caminaron hacia fuera.
Escuchó el jadeo de Firebird cuando el viento le robó el aliento. Automáticamente él la
alcanzó y la puso bajo sus brazos. Ella lo siguió automáticamente, su cabeza contra su
hombro.

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La acomodó en el coche y anduvo alrededor hacia al otro lado.
La puerta del restaurante se abrió y se cerró.
El miró por encima, pero estaba oscuro. Quienquiera que fuera había desaparecido en
la noche, probablemente dirigiéndose hacia unas de las casas de la colina, o hacia la
ciudad a uno de los hoteles.
Necesitaba llevar a Firebird a su casa. Ellos estarían seguros, conectado, protegidos
de intrusiones. Una vez que llegaran allí, nadie podría tocarlos.
Y ellos podrían hablar.
Gimió. Sí, ella había prometido decirle la verdad. Pero él había prometido decir la
verdad, también, y eso no lo esperaba con impaciencia.
Condujeron hacia su casa, la casa que él había comprado... para ella. Aparcó en su
maltratado garaje—que era lo próximo en su lista por reparar—y dio la vuelta para
abrirle la puerta. La giró hacia la puerta de enfrente.
Ella se resistió, lo arrastró frente al mar, tambaleándose cuando el viento los azotó.
Ella quiso detenerse y encaró la furiosa tormenta, y él supo porque. Ella amaba las
tormentas furiosas, las furiosas olas, las salvajes ráfagas de belleza del mar. Eso
alimentaba su alma, como si le alimentara.
Tenían eso en común. Ellos siempre tuvieron sus salvajes naturalezas en común.
Alcanzaron el borde de la roca y de pie miraron hacia el horizonte, negro con la noche,
todavía infinito...esperando.
El viento despedazaba las nubes, abriendo parches a las estrellas, permitiendo a la luz
de la luna ondularse a través de la tierra, a través del mar, desapareciendo luego una vez
más.
El maldito viento soplaba. Las olas rugieron. Luego la oyó claramente cuando se giró
hacia él. –Lo que te cambió, lo que hizo que abandonaras a la Sra. Fuller. Lo entiendo. Lo
sé. Y tengo que contarte…
Ella se detuvo. Rígida.
Otro sonido, uno infinitamente más siniestro, llegó a sus oídos.
Bajo, sonrisitas alegres, el sonido de los hombres que lo habían acechado y atraparon
su presa.
Doug giró.
Su vista, siempre buena por la noche, los vio fuera. Tomando la delanter, las bestias
del restaurante, los dos que había insultado a Firebird esta mañana. Detrás de ellos,
cuatro más, reuniéndose como buitres para la fiesta.
Varinski.
Varinski.
—¿Que hermosa muchacha?— dijo uno de ellos. Habló con un pesado acento ruso, y
siseó. No, no siseó. Silbó. —Estúpida, como toda mujer, pero qué dulce de tu parte que lo
trajiste aquí donde es más fácil disponer de los cuerpos.

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Doug debería haber comprendido que ellos habían sido seguidos. Si él no se hubiera
distraído con el olor de Firebird, con la posibilidad de su amor, se habría dado cuenta..
No había excusa. Él no tenía ninguna excusa.
Pero tenía su pistola de servicio.
Tirando de su nueve milímetros, deslizó el seguro.
Detrás de él, oyó a Firebird levantar la caja.
Él tuvo sólo un instante para fruncir el ceño, preguntarse qué infiernos hacia ella,
cuando la caja voló por delante de sus oído y explotó sobre el Varinski del frente.
Esta suave, hermosa joven mujer había sido enseñada a usar cada recurso, no
importaba cuan débil fuera, como una defensa.
La luna escogió ese momento para esconderse detrás de una nube, iluminando la pálida
crema y el queso mascarpone que manchaba la cara del tipo mezquino. Él rugió con la furia
y apartó las galletas fuera de sus ojos.
El otro Varinski se rió.
Doug se rió. Él no pudo resistirse. Esto era una lucha a lo Charlie Chaplin luchando
acabando en verdadera muerte, en sangre y desesperación.
Él había traído esto sobre él. Era culpa suya que Firebird estuviera en peligro.
Entonces sin reparos, le pegó un tiro al hijo de perra directamente al corazón.
El Varinski cayó como una roca. Esto podría haber igualado las posibilidades, si los
Varinski restantes fueran de talla normal, en vez de monstruos grandes y pesados,
manchas oscuras a la luz de la luna, y si Firebird fuera un hombre en vez de una suave,
hermosa joven mujer… una joven mujer que sacó una navaja de dos pulgadas del bolsillo
de su abrigo y la abrió. La sostuvo, preparada, y reforzó sus pies como un luchador de la
calle.
¿Suave? ¿Hermosa? Era cierto. Firebird era ambas cosas. Pero podía luchar, y lucharía
bien, hasta el final.
Y el final estaba cerca. Ellos haciendo frente a la muerte.
El Varinski que llevaba el tiramisú cogió su pistola y apuntó a Doug.
Firebird lanzó su cuchillo, perforando su garganta.
El Varinski tiró de la navaja y trató de hablar, pero no podía hacer más que quejarse.
Había perforado su laringe. Mientras su sangre borboteó bajando por su frente, una
mancha oscura en la peligrosa noche, él levantó su pistola otra vez.
Torciéndose rápidamente, Doug levantó a Firebird por encima y detrás de una de las
rocas que había en el borde del precipicio. Se agacharon sobre la tierra, apenas protegida
por una roca de dos pies de diámetro.
El tiro silbó sobre sus cabezas.
Manos sobre la roca, él saltó hacia arriba golpeando el vientre del Varinski. Lo levantó
sobre su cabeza— y sobre el precipicio.
El Varinski gritó con gratificante terror hasta que golpeó las rocas... con un audible
crujido por encima de los sonidos del viento y las olas.

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Los Varinski restantes los rodearon, y mientras lo hacían, se cambiaron... en bestias
depredadoras. Eran una manada de lobos, asesinos mortales, atentos a su presa. Un
gruñido profundo rompió en las grandes gargantas del lobo.
Así no era como Doug había previsto finalizar la noche.
El del siseo en la voz estaba apartado, todavía humano, observando, advirtiendo…—No
queremos herir demasiado a la hermosa chica. Eeella pppodria aaaruinarse, y todos
nosotros queremos un turno, ¿no?
Él era el que estaba a cargo. Era el único que había que matar.
Doug buscó a tientas su arma.
Se había ido. Durante el ataque, lo había perdido.
—Tenemos solo una oportunidad,— dijo Firebird. Ella se elevó sobre la tierra al lado de
él. —Tenemos que saltar.
—No podemos. Esa agua está a siete grados.— Lo sabía. En su trabajo, había visto a
más de una persona ir a beber y terminar muerta. —Tenemos tal vez treinta minutos
antes de entrar en hipotermia. Después nos ahogaremos.—
—Sobreviviremos.— Tomando la botella de vino del bolsillo de Doug, ella la rompió en el
hocico del lobo en cabeza, conduciéndolo hacia abajo y hacia atrás.
Vino salpicado. Sangre chorreando. Olores mezclados.
Desesperación y terror se mezclaron en la mente de Doug.
El lobo se recuperó demasiado rápido, y con un quejido seguido de un gruñido, saltó
hacia su garganta.
Con la fuerza de un levantador de pesos ruso, Doug levantó uno de sus hombros del
suelo y golpeó el lateral del lobo.
La bestia se giro hacia él, y cuando lo hizo, otro salto sobre ella.
Moviéndose con la ligereza y habilidad de un torero, ella se apartó y arrastró los
restos afilados de la botella de cristal a través de la cara del lobo, rasgando su ojo.
Qué mujer.
Los lobos se movieron sigilosamente, gruñendo, reagrupándose, preparándose para el
asalto final.
Ella se acercó de Doug. —Preferiría arriesgarme en el océano que con ellos.
—¿Sabes nadar?— preguntó él.
Ella le echó un vistazo con incredulidad. —¿Qué cambiaría? Tendremos suerte de
sobrevivir al salto.
—Sí.— Ellos tendrían suerte de golpear el agua en vez de las rocas, y si golpeaban el
agua, tendrían suerte de sobrevivir al impacto.
Pero los lobos avanzaban otra vez, gruñendo, y el que ella había acuchillado tenía su
único ojo fijo en ella. Éste brilló rojo, la espuma manchaba sus labios y goteaba fuera de
sus dientes.
Detrás de ellos, el siseante repetía una y otra vez, — Sed cccariñosos con la bonita
muchacha. Eeella es nuestro postre.—

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Doug y Firebird no tenían opción.
Agarrando su mano, él dijo, —Corre y salta con todas tus fuerzas.—
—Bien.— Ella lo besó directamente sobre los labios.
Juntos, se dieron vuelta.
Juntos, respiraron.
Juntos, corrieron hacia el borde del acantilado—y saltaron en la oscuridad.

Capítulo 17
El viento silbaba en las orejas de Doug. El océano se sacudía debajo de ellos, las olas se
ondulaban a la luz de la luna. Doug y Firebird se lanzaron por el aire, hacia el mar, hacia
las rocas que sobresalían del agua, como dientes negros fuertes y gigantes.
Quería golpear de lleno, no caer fuera y vivir durante otros diez agonizantes minutos.
Pero...
Por favor, dios, déjala vivir.
Justo antes de que golpearan, Firebird apretó su mano. El agua salada se abrió paso a
través de sus ventanas nasales. El frío raspó su piel como papel de lija. La presión arrancó
su mano de la suya.
Por favor, dios, déjala vivir.
Y estaba abajo, la caída lo había desorientado y no sabía en qué dirección estaba la
superficie. Desesperadamente extendió la mano, quería, necesitaba ayudar a Firebird a
subir a la superficie.
Se había ido. Desaparecida en el negro mar.
Por favor, dios, déjala vivir.
Buscó a tientas, se agitó, tratando de coger una mano, un pie, un mechón de pelo... ¡Y la
tenía! Pataleó enérgicamente hacia la superficie, arrastrándola tras él. Salió de golpe al
aire que se sentía tibio después del mar gélido y gimió dando una inmensa bocanada de
oxígeno. Giró para encontrarse cara a cara con ella.
Sujetaba un alga marina.
Las olas lo levantaron sobre sus crestas. La luna brillaba sobre el agua negra.
Firebird no estaba en ningún lugar a la vista.
Tomando una respiración inmensa, se zambulló y nadó en círculos expandiendo la
búsqueda, desesperado, buscando... Había tenido su mano hasta que el agua los separó. No
podía estar demasiado lejos.
Se quedó sin aliento. La necesidad lo envió a la superficie. Otra vez, salió del agua,
boqueó, buscando una cabeza rubia, una sonrisa brillante.
Nada. No estaba allí.
Algo hirió su hombro encima de la clavícula.
Una marejada lo levantó, y echó un vistazo abajo. De algún modo se había herido,
rasgado la piel.

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Algo punteaba el agua a su lado, levantando un pequeño géiser, y vagamente se dio
cuenta... No, esos bastardos Varinski de arriba le estaban disparando.
Se zambulló otra vez, nadó en círculos otra vez –y esta vez, vio un brillo. Algo blanco y
brillante en el agua, de la misma manera que una luz que brilla en la distancia. Nadó hacia
eso, extendió su mano, y algo lo rozó.
Un bosque de algas, enredadas, vivas. En el medio, la cosa resplandeciente, un faro
aproximadamente de tres pulgadas cuadradas.
¿Qué era? ¿Desde dónde había venido? ¿Era alguna extraña criatura de mar?
Desatascó su mano a través de los tallos gelatinosos y las hojas arenosas y buscó la luz.
El azulejo iridiscente plano y firme cabía en su mano —y quemó su piel.
Pero sus dedos tocaron carne debajo de la luz así que continuó, tanteó, encontró el
cuerpo de Firebird flotando solamente algunos pie bajo la superficie. La agarró de su
cintura y trató de arrastrarla hacia arriba.
Apenas temblaba; la chispa de la vida estaba casi extinta, vencida por el frío que
calaba los huesos y la falta de aire.
Trabajando ciego, movió sus manos sobre ella hasta que alcanzó su cabeza. Alga marina.
Un alga gigante se envolvía alrededor de ella, la aprisionaba robándole la vida. Una hoja
pegajosa se había insinuado en su pelo. Una hebra gomosa se aferraba alrededor de su
cuello. Ahí junto a su garganta, el brillo extraño latió, luego se difuminó, de la misma
manera que algún indicador de su fuerza vital.
No. No permitiría que ella se fuera.
Desesperadamente, rasgó el alga marina, luchando contra la corriente, la abrazadora
frialdad.
Una marejada inmensa lo levantó fuera del agua.
El alga la sujetaba sin piedad, indiferente.
Sujetó el alga marina, tomó aliento, y se zambulló otra vez, titubeando con el cuchillo
que llevaba en su cinturón. Sus dedos eran torpes, su piel quemándose, sus nervios
congelados.
No subiría otra vez sin ella. Si no podía liberarla, morirían juntos.
Desesperadamente, cortó su pelo, sobre el alga marina que enredaba descuidadamente
la luz aguantada por el mar y la garganta de Firebird en un cruel e inhumano apretón.
Otra ola lo sacudió. Perseveró ante ella fuertemente –y ayudado con la fuerza de esa
corriente la liberó.
Colgándola sobre su hombro, salió hacia la superficie.
Boqueó, la sujetó contra su cuerpo y presionó su pecho.
Nada.
Lo hizo otra vez. Vamos, princesa. ¡Vamos!
Tuvo un espasmo. Tosió. Arrojó medio océano.
Una bala punteó en el agua cerca de ellos.

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Durante un breve segundo, una oleada de la cólera lo calentó. Luego echó un vistazo
arriba. Los Varinski todavía estaban disparando, pero las balas quedaban cortas porque
una fuerte corriente los estaba arrastrando mar adentro.
Estaban condenados.

Capítulo 18

Casa Varinski
Ucrania

—Salgan de esta casa. Váyanse ahora.


Vadim Varinski habló bajo, sin hacer ruido, pero con una intensidad que alcanzó a cada
uno de sus primos y hermanos. —Es la hora.
Por supuesto, algunos de ellos no prestaron atención, no escuchaban, no comprendían.
No les importaba. Los que estaban demasiado borrachos o eran demasiado estúpidos no
servían de todos modos. —Váyanse –repitió, pero su voz se hizo más suave.
—Déjame ayudarte.
Georgly estaba de pie a su lado, más alto que Vadim, más ancho que Vadim, inteligente,
ingenioso, y, más importante, total y ciegamente leal a Vadim.
—Puedes reducir el tiempo a la mitad si ayudo.
Vadim lo pensó solamente un momento y luego asintió con la cabeza.
—Ve a la parte posterior. Asegúrate de cubrir las salidas, y salir en... — Vadim
consultó su reloj— —Tres minutos.
—Bien. — Georgly empujó a Mikhail. –Entra en el autobús.
Mikhail era un ruso grande y patoso con cuerpo de oso, no era brillante, no era apuesto,
ni siquiera totalmente humano –con una mata de pelo creciendo por su cuello, hombros,
brazos y dorso de las manos. Se encogió de hombros ante el maltrato de Georgly, una
abierta sonrisa de borracho sobre su cara de luna.
—Nunca antes he viajado en un avión. No puedo esperar.
—Ninguno puede esperar –dijo Vadim. Cuanto más rápido estuviera hecho el trabajo,
mejor.
Durante las últimas semanas, había estado cambiando de lugar a sus hombres
sacándolos lentamente de la casa, fuera del país, y ubicándolos en posición para la lucha
contra los Wilder. Hoy, el último avión que había fletado esperaba en la pista de
aterrizaje. Ninguno de esos Varinski se daba cuenta de eso, pero cuando estuvieran a
bordo y comenzaran a volar, nunca regresarían a la madre patria. Vadim había decidido
que era tiempo de ir hacia adelante. Había eliminado a los viejos tíos –solamente un
Varinski de más de cuarenta permanecía con vida. Había transferido sus posesiones a un
banco suizo, teniendo el cuidado de que él y solo él supiera el número de la cuenta. Y se

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había preparado para comprar una vieja casa inmensa en Wyoming que los Varinski ahora
llamarían hogar.
Él mismo tenía un apartamento propio en la ciudad de Nueva York.
Solamente existía un detalle que era necesario mejorar.
Recogiendo las latas de gasolina, entró en la casa.
La hacienda Varinski estaba completamente hecha de madera. Era vieja. Estaba
cayéndose. Se estaba pudriendo.
Emanaciones de gasolina llegaron a su nariz cuando empapó generosamente las tablas.
Iba a elevarse como una antorcha.
Se apuró; este trabajo tenía que ser hecho rápidamente, y tenía que ser hecho bien.
Porque ahora mismo, tío Iván estaba tirado de cara en el piso de la madriguera, roncando
fuerte, y solamente una cosa podía despertarlo — si alguien trataba de retirar la botella
de vodka de su puño.
Vadim no tenía ninguna intención de hacer eso.
Solamente para sí mismo admitía Vadim cuánto, con sus articulaciones nudosas y ojos
blancos que miraban fijamente, hacía erizar su piel tío Iván. Por supuesto, tío Iván no era
realmente lo que lo perturbaba. Era la cosa que vivía dentro de tío Iván, observando las
operaciones de Varinski a través de esos ojos ciegos. Solamente una vez desde que Vadim
había tomado el mando como jefe la bestia había tomado la posesión del cuerpo de tío
Iván. Solamente una vez Vadim había visto los ojos blancos de Tío Iván volverse azules, y
escuchado los tonos graves y amenazadores de un demonio disgustado.
Porque fue el diablo. El diablo que sentía que, porque había concedido el pacto al
primer Konstantine, tenía derecho de desaprobar los planes de Vadim.
Vadim daba una mierda por ese viejo y débil pacto. El pacto se estaba desintegrando
justo ante sus ojos. Los chicos Varinski podía ser depredadores, todo bien: comadrejas,
serpientes, ratas... ¿Quién iba a contratar a un temible tejón como asesino?
Nadie.
Peor, la mitad de los chicos eran idiotas babeantes, incapaces de rascar sus propios
culos.
Ésos eran los que dejaba en la casa para quemarse y que nunca volvieran a molestarlo
otra vez.
Si el Maligno imaginaba que por haber concedido el pacto al viejo Konstantine, Vadim le
debía un grandioso don y un gran lealtad, él tenía otro pensamiento al respecto. Vadim
había investigado la sociedad estadounidense, investigado al crimen organizado que
prosperaba allí, y estaba arrastrando a la familia a la legítima corrupción.
No necesitaba más a Lucifer.
Cuando regresó hacia la puerta principal, echó un vistazo en la madriguera.
Un cuadrado de la luz del sol de la ventana este iluminó a tío Iván, todavía inconsciente,
inconsciente del destino que le aguardaba. Vadim supuso que era una lástima, realmente el
viejo iba a sufrir, mientras que el diablo estaría en su elemento.

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Vadim dio un salpicón extra—grande de gasolina al umbral.
Tío Iván respiró ruidosamente. Levantó su cabeza.
—¿Quién está ahí? –reclamó.
Vadim se quedó paralizado.
El viejo miraba la habitación como si pudiera ver, y por un momento, Vadim pensó que
su mirada se detenía en él, y sobre la lata de gasolina. Pero cuando nadie respondió, tío
Iván tomó un largo trago de vodka, la nuez de su garganta vieja y flaca que se movió.
Eructó, dejó caer su cabeza nuevamente al suelo, y permaneció quieto.
Despacio, cuidadosamente, Vadim dio un paso hacia afuera de la madriguera. Cuando
llegó al porche, se deshizo de las últimas gotas de gasolina por los alrededores del
exterior de la madriguera, debajo de las ventanas, y sobre los peldaños destartalados.
Tío Iván no se libraría de esta conflagración.
Acercándose, Vadim lanzó un fósforo encendido sobre la madera húmeda.
La casa se encendió con un rugido. Codiciosamente, las llamas se comieron las tablas. El
fuego bailó bajo las ventanas, en la abierta puerta principal, dentro del corredor.
Vadim escuchó el primer grito, y Georgly corrió alrededor de la esquina, su cara
ennegrecida con hollín, sus cejas consumidas. —Dijiste tres minutos.— Agitó su reloj en
la cara de Vadim. —No dos minutos y cuarenta segundos. ¿Qué diablos pasa contigo? ¡Casi
me matas!
—¡Ay! –se encogió de hombros Vadim con inocencia evidentemente falsa—. Me
equivoqué.
Georgly gruñó, con el barboteo gutural de un tigre enfadado.
Vadim giró su cabeza y miró a Georgly. Sólo lo miró.
Pero Georgly se escabulló hacia atrás.
Vadim nunca se había convertido en el depredador en que el pacto le permitía que se
convirtiera. No permitiría que el diablo lo controlara, sin embargo tenía un don. Asustaba
a la gente. Siempre lo había hecho. Y ése era el poder.
—Si vas conmigo, súbete al autobús –dijo Vadim.
—Por supuesto que voy contigo. Soy tu brazo derecho. ¡Como si me fuera a quedar sin
ti! –protestó Georgly.
—Pensé que te sentirías así. Vadim agitó una mano hacia la hacienda Varinski envuelta
en llamas. —¿Por qué sería de otro modo?
Gritos y chillidos llegaron flotando desde el interior de la casa. Los idiotas Varinski
estaban ardiendo.
Las ventanas del autobús estaban todas abiertas. Sus hombres miraban, e incluso
desde allí, Vadim podía escucharlos hablar entre dientes, podía intuir su confusión. Ahora
mismo, el miedo hacia él no se había adaptado, y algunos de ellos se preguntaban si debían
amotinarse en contra del hombre que estaba quemando su casa y a sus hermanos.
—Sube al autobús –dijo Vadim a Georgly—. Mantén a los hombres bajo control.
Georgly se apuró a hacer lo que Vadim le había ordenado, pero entonces se detuvo.

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—¿Cuándo vienes tú?
—Iré cuando esté seguro que todo está terminado. Vadim sonrío ante el olor de lana
quemándose y cables eléctricos, estaba riendo cuando las llamas alcanzaron una de las
latas de gasolina que había escondido y la explosión estremeció el suelo. Cuando el calor
se hizo más intenso, dio un paso hacia atrás.
Por fin vio lo que había estado buscando. En la ventana de la madriguera, una forma
masculina cabriolaba y giraba, chillando, tratando de librarse de las llamas.
Tío Iván.
Tío Iván trató de abrir la ventana. El vidrio estalló, y gritó otra vez.
El conductor del autobús, un sirviente a quien Vadim había contratado para conducirlos
a la pista de aterrizaje, se lanzó a vomitar sobre sus pies.
El incendio trepó a nuevas alturas, tirando abajo el techo de porche, atravesando
violentamente las tablillas de madera, encendiendo el inmenso árbol muerto junto al
jardín. Los automóviles que estaban estacionados alrededor de la casa desarrollaron
ampollas en su pintura, y el Volvo empezó a humear fatalmente.
Desde detrás de la casa, sonó un chillido desesperado, y una llama humana escapó hacia
el arroyo, encendiendo el césped mientras huía.
Todavía en la madriguera, tío Iván se precipitó contra otra de las ventanas, gritando
sin palabras. Ya no era un hombre, solo combustible para el fuego.
Satisfecho de la forma en que había manejado el tema, Vadim se volteó y caminó hacia
el autobús. Mientras subía, miró a las caras, algunas afiladas con inteligencia, algunas
estúpidamente aburridas, algunos apenas humanos, algunos al mando de sus dones... Todos
lo miraban con terror y temor.
Bien. Había logrado dos cosas –se había librado de Tío Iván y su diablo, y apretado su
agarre sobre el poder de Varinski.
Hizo un gesto a Georgly para que saliera del asiento delantero.
Georgly se fue gustosamente.
Al conductor de autobús, Vadim le dijo:
—Deja de vomitar y conduce, o te echaré encima de la pira.
El hombre con la cara cenicienta hizo lo que le ordenaba, y mientras escapaban, Vadim
echó un vistazo a la vieja hacienda una última vez.
La figura encendida de tío Iván había logrado salir de la casa de algún modo. Ahora
estaba de pie tambaleándose sobre el porche cuando el techo se derrumbó alrededor de
él. Nada en él era identificable. Nada excepto que, incluso a esta distancia, Vadim podía
ver el extraño brillo azul profundo en sus ojos.
—Toma eso –masculló entre dientes, y saludó irónicamente. Entonces sacó su maletín
de debajo de su asiento, se puso sus auriculares, sacó su iPod, cerró sus ojos, y escuchó
al Reverendo Dean Dowling leer su audiobook, Éxito para un mejor Tú.
Vadim dejó de notar el extraño brillo azul que destelló en dos ojos marrones, lejos en
la parte trasera del autobús.

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Capítulo 19
Iban a morirse. Firebird lo sabía. Los acantilados estaban disminuyendo en la distancia.
La corriente se movía más y más rápidamente. El viento se precipitaba contra ellos, y las
olas de la superficie los sacudían como madera a la deriva.
Pero se rió de todos modos.
Estaba sufriendo hipotermia. Sabía eso, también. Porque por lo demás no se estaría
riendo tontamente de la misma forma que el suplente de una estrella de Broadway que
había caído enferma.
Envolvió sus brazos alrededor del cuello de Douglas y pataleó para ayudarlos a
mantenerse a flote.
—¿Sabías que las personas que sufren de hipotermia son frecuentemente... Son
frecuentemente...
Se estremeció con el frío y trató de recordar qué estaba diciendo.
—¿Sabías que las personas que sufren de hipotermia son frecuentemente irracionales
y faltas de coordinación?
Las olas subieron y bajaron como inmensos promontorios que los levantaron en el aire y
luego los hundían debajo del agua.
Douglas trató de mantener su cabeza en el aire, pero ella petardeó y se río cuando el
agua helada la golpeó en la cara. —Lo sé.
—¿Sabes qué?
—Que las personas que sufren de hipotermia son irracionales.
No se estaba riendo. A la blanca luz de la luna, su cara parecía tan sombría y
pedregosa como los mismos acantilados.
—Alégrate, querido. Estaremos en China pronto.
Se estremeció otra vez, sus dientes castañeteando tan duro que hacían un ruido
metálico en su boca. Cuando el espasmo se alivió, lo besó y cantó:
— "Voy a poseerte en un bote lento a China...."
Otra ola se ondeó debajo de ellos, levantándolos para luego volver a hundirlos en las
profundidades.
Ella limpió su cara, sonó agua salada afuera de su nariz, y cantó más alto:
— "...recibirte, um, en mis brazos para siempre. El permiso, um, los otros esperan..."—
su voz se quebró —. No puedo recordar la letra. ¿Sabes la letra?
—No.
Inclinó su frente sobre la suya.
—Firebird, lo siento.
—¿Por qué? —Le sonrió con gusto.
—Por mi culpa vas a morir.
—No. Créeme, sé dónde hacer recaer la culpa. Es culpa de los Varinski.

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Flotó en la naciente marejada, y, en la misma cresta, levantó su puño y gritó: —Ustedes,
despiadados gilipollas, ¡espero que todos coman mierda!
El mar la chupó hacia las profundidades. Sus músculos se estaban acalambrando, sus
huesos chasqueaban bajo los efectos del constante y terrible frío. Estaba anclada a
Douglas, aferrada a él con todas sus fuerzas.
Esta vez les llevó mucho tiempo subir a la superficie, y cuando lo hizo, tenía solamente
una idea en su mente.
—¿Piensas que mandarlos a comer mierda es demasiado crudo?
—No. Que coman mierda es lo correcto.
Se sentía borracha. Se sentía absurda. Pero no se sentía fría ahora. A decir verdad, se
sentía más tibia.
Era estúpido sentirse más tibia, pero no se preocupaba.
—Tienes que dejarme ir, pero antes de que lo hagas, tengo algo muy serio que decirte.
Envolvió sus brazos alrededor de su cuello y le frunció el ceño.
—Es sobre quién eres tú. Porque si no te lo digo, y me muero, nunca lo sabrás.
—Nunca te dejaré ir. Vamos a morir juntos.
—No.
Tenía que concentrarse, porque estaba perdiendo la pelea con la inconsciencia.
—Escucha. Sobre tu familia. Escucha...
Una luz se resbaló al otro lado del agua.
—¡Hey!
Él saltó con los brazos en alto y gritó otra vez:
—¡Hey!
Ella observó la luz pasar rozando hacia ellos en una suerte de indiferente asombro.
—Supongo que ésa es. La luz del cielo. Aunque... puede que no. ¿Reúno las condiciones
necesarias para el cielo?
Él no estaba prestando ninguna atención. Sólo se preocupaba en gritar:
—¡Hey! –Y agitar un brazo.
—No soy realmente una Wilder, no lo soy. Excepto que no he llevado una vida ejemplar,
probablemente no demasiado. Depende de qué severo sea el ángel Gabriel sobre las
reglas...
Otra luz se unió a la primera. Las dos luces se tornaron más brillantes.
Ángeles empezaron a gritar.
Ella miró hacia arriba mientras la agarraban bajo los brazos y la arrastraban en el bote,
y cantó:
—"Soñé la última noche que estaba en el bote al cielo, y una fenomenal ola grande vino
y me lavó por la borda..."
La luz brilló justo en su cara.

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Douglas estaba hablando, envolviéndola en una manta. No podía sentirlo — estaba
demasiado fría — y cuando él trató de hablarle, cantó más alto, dejó de cantar entonces
para decir:
—Apuesto que no sabías que representé Guys and Dolls6 en la escuela secundaria.
—No lo sabía –admitió.
—No sé cantar.
Su cabeza cayó a un lado.
—Lo sé.
Sintió una indignación vaga, pero entonces comenzó a temblar, atormentando sus
huesos.
Se merecía el dolor. —Debí haberte dicho... Escúchame, Douglas. Debí haberte dicho.
Casi no tuve oportunidad. Casi morimos y tú nunca lo habrías sabido...
No le estaba prestando atención. Estaba escuchando a los ángeles, escuchando con una
actitud de concentración primero y luego de cólera.
Los ángeles estaban hablando entre sí en voz baja y ella les gritó:
—Un poco más alto, chicos, no puedo comprenderlos.
Douglas permanecía de pie con sus manos sobre las caderas. Todavía llevaba su
uniforme, estaba goteando y temblando
—Apuesto como el pecado –le dijo—y le contesta con imprudencia a los ángeles.
Estaban hablando lo suficientemente fuerte, pero todavía le sonaba a galimatías.
O –inclinó su cabeza – ¿era ruso? Sus padres hablaban ruso y ella también hablaba un
poco.
—Zdravstvuite –dijo ella.
Los ángeles se callaron. Los ángeles la miraron. La miraban con sus ojos ocultos fuera
de sus cabezas.
El bote se meció.
El viento silbó.
Un ángel extendió la mano hacia su garganta.
Douglas agarró su mano y habló bruscamente.
Repentinamente, los ángeles se apresuraron a cuidar sus velas. El capitán alzó la voz.
Gritó las órdenes.
Entonces el bote asumió vida propia, captando el viento, las olas, las mareas, y se
dirigió hacia un destino que no podía imaginar.
Por un momento, su criterio regresó. Estaba viva. No en un bote al cielo. Supo cuan
cerca venía la muerte, cómo de cerca estaba – y ella se dio cuenta de que Douglas debía
estar en la misma situación y, sin embargo, permanecía de pie sobre ella, protegiéndola.
—Douglas, por favor.
Levantó el borde de la manta.

6
Musical con letra y música de Frank Loesser y libro de Jo Swerling y Abe Burrows, basado en "The Idyll of Miss Sarah
Brown" y "Blood Pressure" de Damon Runyon

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—Ven a la cama conmigo. Sabes que tú quieres hacerlo.
Nerviosas risas masculinas se extendieron por el bote.
Había sido demasiado fuerte. No tenía control.
Las lágrimas llenaron sus ojos.
Douglas se arrodilló a su lado.
—No te preocupes. Mi cuerpo es mucho más grande, tomé más vino, y el frío me afectó
menos. Presionó su mano sobre su frente.
—Vete a dormir. Te cuidaré.
—¿Pero quién te cuidará?
Ella levantó violentamente su mano temblorosa y tocó su cara.
—Prometo... Promete vivir para que yo pueda llevarte... a tu madre.

Capítulo 20
Firebird despertó.
Era de mañana.
O algo por el estilo.
Podía ver la luz detrás de sus párpados cerrados. Pero sus globos oculares dolían así
que no los abrió.
Su tobillo izquierdo también le dolía. Todo le dolía, solo que su tobillo lo hacia
especialmente fuerte. Estaba inclinado hacia un lado. Y no podía cambiarlo de lugar.
Porque cuando trataba de hacerlo, eso realmente dolía. Finalmente, presa de profunda
irritación, extendió la mano para recoger su pierna y encontró algo en el medio. Mantas.
La irritación se tornó en rabia. Violentamente arrojó las mantas a un lado. Ansiosa por
enderezar su tobillo torcido. Eso le causó tanto dolor que gritó:
—Maldito hijo de puta.
Y por fin, abrió sus ojos.
Estaba en el dormitorio de Douglas. Él estaba de pie sobre ella. Por un momento, los
recuerdos confluyeron; la cena en Mario’s nunca había ocurrido, y se estaba encontrando
cara a cara con Douglas otra vez por primera vez desde la pausa apasionada sobre esa
misma cama.
Entonces vio el aspecto que tenía, como un hombre que había estado en infierno y
regresado, y la noche en Mario’s y en el océano, con todas sus confesiones y sus horrores,
cayó sobre ella.
—Estás mejor.— Él empujó las mantas hasta los pies de la cama.
Llevaba un camisón de franela pasado de moda, largo y abotonado hasta la garganta.
¿De dónde había venido eso?
—¿De dónde crees?— Su voz tenía un chirrido raro, como si hubiera sido frotada con
papel de lija.
—Estás maldiciendo.— Su pelo rubio colgaba en rizos insolentes sobre su frente.

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—Es bueno escuchar eso.
—Eres raro.
Se inclinó, la recogió en sus brazos, y gentilmente la apoyó sobre una pila de almohadas.
Gimió. Su rodilla mala. Su tobillo malo. Cada articulación en su cuerpo dolía. Su piel se
sentía en carne viva. Su cabeza latía.
Le ofreció una botella abierta de agua con una pajilla dentro, y dos pastillas blancas
descansando en su palma.
—Analgésico –dijo—. Ibuprofeno. Para ese dolor de cabeza.
¿Cómo lo sabía?
La respuesta era obvia – debía verse como el infierno. Tomó las pastillas y las bajó con
un trago que no paró hasta que la botella estuvo media vacía. Relajándose nuevamente en
el lecho, extendió la mano y pasó sus dedos por su pelo – y lo sintió extraño.
—¿Qué le pasó a mi pelo?
—Tuve que cortarlo con mi cuchillo.
Se preparó como si esperara un ataque.
Era un hombre listo.
—Dame un espejo.
—No tengo uno.
Quería llamarlo un mentiroso. Pero estaba descalzo. Estaba de pie ahí en vaqueros
colgando de sus caderas y una camiseta vieja y fina que se estiraba fuertemente en sus
hombros y moldeaba amorosamente las ondas de su estómago tenso. Tenía un largo
rasguño sobre una mejilla, y una venda envolvía un hombro encima de su clavícula. Tenía
gasa envolviendo su mano derecha, y nuevas arrugas tensaban su boca.
Su mirada se paseó alrededor de su dormitorio. Había arrastrado uno de sus cómodos
sillones junto a la cama y se había sentado el él para poder mirarla. Una bandeja con una
comida a medio comer estaba cerca del sillón frente al televisor que estaba en mudo. Allí
el canal del clima indicaba otra tormenta de invierno lista para azotar la costa de
Washington.
En la mesita de luz, un solitario capullo de rosa amarillo flotó en un tazón de cereal
limpio.
Todo el lugar tenía la apariencia de una vigilia.
Todo le traía a la memoria las cosas que había estado evitando: sus recuerdos
fragmentados.
—La última cosa que recuerdo fue saltar. Golpear el frío océano y estar feliz porque
era el agua y no una roca. Luego haberme enganchado en algo.
Comenzó a sudar.
—Y luchar hasta que me desmayé.
Cogió una toallita de la esquina de la mesa y limpió su frente y las palmas de sus manos.
La toallita estaba fresca y húmeda. Su voz era calmada y relajante.

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—Quedaste atrapada entre las algas. Casi no te encontré a tiempo. Afortunadamente
el agua fría baja el metabolismo, permitiendo que el cerebro soporte un período mucho
más largo de privación de oxígeno. Principalmente ocurre con niños, solamente... bien,
estabas cantando.
—¿Cantando? Eso es estúpido. Por qué lo haría...— El recuerdo se extendió por ella.
—La corriente de resaca nos estaba llevando mar adentro.
Tiró la toallita a un lado y se inclinó hacia adelante con las palmas aplanadas sobre el
colchón.
—Dime qué recuerdas.
—Tuve un destello de olas empujándonos hacia abajo, tan turbulentas, y de ti tratando
de mantener mi cabeza sobre el agua.
—Ya te habías tragado medio océano.
—Estábamos camino a China.
—Te encargaste de ordenarme que no me preocupara, estábamos bien.
—Pensé que moriríamos de la hipotermia antes de que llegáramos allí –dijo. Hm.
Todavía estaba un poco irritable—. ¿Cómo regresamos aquí?
—Había un bote que venía de la frontera canadiense, lleno de inmigrantes rusos.
Voy a conseguirte en un bote lento a China... Oh, no. Había estado cantando.
—Nos subieron a abordo, y no estaban tan felices cuando vieron el uniforme de policía
del Estado, estoy seguro que el clima ahí afuera era un infierno y probablemente no
tenían licencias de pesca.
Las líneas alrededor de su boca empeoraron.
—Estúpidas mierdas.
—Me sorprende que no nos volvieran a arrojar sobre la borda.
—Pensaron en ello.
—¿Hablaron de ello justo frente a ti?
—En ruso. Creyeron que no podía comprender su lengua.
—¿Hablas ruso? ¿De verdad? ¿Por qué?
—Hablo español, también, y un poco de japonés. Recuerda, viví en Las Vegas, y soy
oficial de policía, y no viene mal conocer algunas lenguas diferentes.
No estaba satisfecha. Ni con mucho.
Continuó: —Entonces les hablaste ruso, y vieron...
—¿Vieron qué?
—¡Lo linda que eres!— Echó un vistazo a la izquierda, incómodo y avergonzado; se
parecía a Aleksandr cuando estaba mintiendo.
—En cuanto vieron lo linda que eras decidieron que nos salvarían.
—¿Era linda? Sufría de hipotermia y estaba cubierta de algas, y ¿estaba linda?
Tenía que trabajar un poco más en sus mentiras.
—Supongo que habían estado allí afuera durante un tiempo.

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Él se dio cuenta de qué falta de tacto había tenido eso, especialmente cuando la mitad
de su pelo había desaparecido, y añadió apresuradamente: —Siempre eres linda.
—Supongo que era un casi cadáver muy bonito.— Algo la molestaba sobre esa historia.
Algo importante. Si permanecía en silencio por un momento, podría concentrarse....
Pero parecía inconsciente, hablaba rápidamente, llenándola de detalles.
—Les dije que nos llevaran a la ensenada donde vive la Sra. Burchett.
—¿La Sra. Burchett?— Si estaba tratando de distraerla, había hecho un buen trabajo.
Firebird imaginó una viuda de dulce rostro que daba la bienvenida al nuevo policía estatal
con una taza de café tibio para calentarse en un día frío.
—¿La Sra. Burchett? –preguntó con frialdad.
—Tenemos algo –dijo, con su eterna cara de piedra.
—Apostaré.— Firebird cruzó sus brazos sobre el pecho.
Douglas miró hacia afuera, y algo en su aire se aclaró.
—La Sra. Burchett tiene noventa y cuatro años. Vive en la siguiente ensenada, en la
misma casa donde ha vivido desde que se casó hace setenta y cinco años, sola.
Ocasionalmente se cae. Me llama y voy ahí y la pongo de nuevo sobre sus pies.
—¡Oh!
Firebird se sentía tonta, suspicaz... Y sorprendida. De algún modo, nunca habría
descrito a Douglas como el oficial amable que ayudaba a las ancianas a levantarse del piso.
—¿Cómo llegamos allí?
—Los pescadores nos acercaron a la ensenada, nos pusieron en un bote, y las olas nos
acercaron a la playa.
Douglas se deslizó en la silla como si estar de pie fuera demasiado esfuerzo.
—Tú estabas inconsciente. Lo sentía... mi energía se desvaneció. Nos llevé a la playa en
la base del acantilado, donde me desplomé.
—¿Cómo de lejos está la casa de la Sra. Burchett?
—Solo a aproximadamente treinta pasos – pero arriba del acantilado.
No importa cómo Firebird registrara su mente, no podía encontrar un retazo de
memoria que la relacionara con ese momento.
—¿Cómo llegamos allí?
—Principalmente me mandoneaste hasta que me levanté y te llevé arriba de la
pendiente.
—¿Todavía estaba consciente?
—Dentro y fuera. Te quejabas cuando estabas dentro. Temblabas en posición fetal
cuando estabas fuera. Pero valiente. Siempre valiente, siempre una luchadora.
Su elogio la calentó.
—Una vez trataste de arrastrarme.
Sus ojos se angostaron cuando, en su mente, vio su cuerpo tendido y se dio cuenta de
que si no hacia nada se moriría. Recordó agarrar sus brazos para cambiarlo de lugar, pero

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era treinta centímetros más alto que ella y unos cuarenta y cinco kilos más pesado, y la
hipotermia había agotado su fuerza. Estaba mojada, estaba débil, y no podía moverlo.
Así que lo regañó.
Aparentemente, había respondido.
—Solamente recuerdo... retazos y cosas sueltas, como un DVD rayado.
Odiaba eso. Quería saber qué había ocurrido, saber desde su punto de vista, no a
través de algún filtro diáfano que quisiera confortarla y entretenerla.
—Lo hicimos, pero la escalada fue un infierno.
Su cara de piedra se veía sombría.
—La Sra. Burchett estaba en cama. La asusté de muerte golpeando su puerta, pero en
cuanto nos dejó entrar fue magnífica. Salvó nuestras vidas.
—¡Dios mío! Bendice a la Sra. Burchett.
Firebird miró la habitación, al rayo de luz que atravesaba las ventanas que daban al
oeste.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Llegamos a lo de la Sra. Burchett antes de medianoche. Volvimos a casa después de
que se puso oscuro anoche, alrededor de las ocho. Son aproximadamente las cinco de la
mañana ahora.
Así que aproximadamente treinta horas. Treinta horas desde que había dejado el
restaurante y caído al agua. Treinta horas que no recordaba. Treinta horas sin
comunicarse con su familia... Nunca quiso hacer caso omiso de ellos durante tanto tiempo.
No ahora. No en estas épocas peligrosas.
—¿Quién sabe que estamos vivos?
—La Sra. Burchett sabe que estás viva. Mi jefe sabe que estoy vivo. La mayor parte
del pueblo probablemente piensa que nos hemos marchado para tener una aventura
amorosa. Las únicas personas que saben que estamos perdidos son los Varinski, y hasta
donde puedo saber, han salido de la ciudad.
—¿Cómo sabes eso?
—Salí y miré.
—Está bien. Eso es bueno. Así que esencialmente, estamos vivos porque los Varinski
creen que estamos muertos.
—Es correcto. –se movió con dificultad como si estuviera determinando cuánto decir—.
De acuerdo con mi sistema de alarma los Varinski visitaron la casa mientras estábamos
fuera.
Ansiosa por él, por esa parte de la casa que había reformado con tanto amor, se
levantó sobre un codo.
—¿Qué hicieron esos cerdos?
—Nada.
—¿Nada? ¿No hicieron nada? ¿Los Varinski?
Su incredulidad trepó con cada pregunta.

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—Las cosas estaban removidas, especialmente en mi oficina.
—¿Qué estaban buscando?
La pregunta tenía que ser hecha, aunque tenía miedo a la respuesta. Si habían venido
aquí por el icono, entonces habían ampliado su búsqueda para incluir dondequiera que un
Wilder hubiera estado o estaría.
Recogió el control remoto y cambió la televisión. —No sé.
No, por supuesto. Todavía sabía mucho más que lo que revelaba. Era el momento para
una charla, porque en este caso, lo que no supiera podía lastimarlo.
Retiró el control de su puño fuertemente apretado, luego tiró de él. —Ven y siéntate
conmigo.
Lo hizo, bajando con cuidado hacia el colchón, como si estuviera temeroso de romperla.
—Tenemos que hablar de los Varinski –dijo.
El hombre había afinado el arte de esconder sus emociones, pero ahora vio el brillo de
humedad sobre su frente.
—Estoy bastante al tanto sobre los Varinski.
—Me doy cuenta de eso, y sé por qué.
—Lo sabes.— No era una pregunta. Más bien una declaración de incredulidad.
—Tú lo sabes, porque eres un Varinski también.

Capítulo 21
El corazón de Doug chocó con un ruido sordo duro, una vez, y luego se adaptó a un
ritmo regular y rápido.
—¿Por qué dices que soy un Varinski?
—Porque te vi. Cuando me seguiste. En la universidad.
Todo lo que sabía, todo lo que pensó sobre lo que había pasado dos y medio años atrás,
cambiaron en ese instante.
—Tú me viste.
—Sabía que me seguían. Sabía que era un Varinski. Vi al puma. Al puma dorado.
Las palabras de Firebird eran espasmódicas, movidas por su absoluta fuerza de
voluntad.
—Sólo que no me había dado cuenta de que eras tú. Pensé que los Varinski iban tras de
mí, que venían a secuestrarme, así que hice lo que mi padre me enseñó a hacer.
—¿Y eso sería...?
—Llegué a un lugar seguro y observé. Te vi cambiar de regreso a...
Agitó su mano de arriba abajo señalando su cuerpo.
—Me di cuenta de que eras uno de ellos. Me di cuenta de que no era una coincidencia
que te hubiera conocido. Me di cuenta de que no habías tenido relaciones conmigo porque
te hubieras enamorado de mí a primera vista, sino porque querías algo de mí.
Supo quién era. Lo que era. Y que le había mentido desde el primer momento.

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No podía asombrarlo que hubiera huido.
—¿Qué pensabas que quería? –preguntó cuidadosamente.
—La ubicación de mis padres. Los Varinski tienen una cosa sobre matarlos, y a toda mi
familia. Pensé que eras un Varinski que había estado al día con nosotros –o, para ser más
precisos, sobre mí finalmente. Pensé que me habías seducido, hecho que me enamorara de
ti, como una especie de broma.
Entonces su voz se tambaleó.
—Pensé que te estabas riendo de mí.
—Así que te fuiste.
Y había aplastado su última esperanza.
—Pero ahora me doy cuenta de que no eras un Varinski, y que ni siquiera estabas
trabajando para los Varinski. Estabas buscando a tu familia.
Él sentía como si estuviera haciendo equilibrio sobre el borde afilado de una hoja de
afeitar, y la palabra equivocada lo cortaría por la mitad.
—¿Qué te trajo a esa comprensión?
—Supe del cambio que sufriste. Lo hice realmente. Simplemente eso. Soy una de las
únicas mujeres que podían comprenderte, lo sabes, en realidad.
Le sonrío, pero sus dedos agarraron una porción del camisón de franela de la Sra.
Burchett convirtiéndola en una pelota arrugada.
—No has preguntado por qué tengo conocimiento sobre los Varinski, o por qué están
detrás de mi familia.
—Dime.
—Porque mi padre es – o mejor dicho, fue – un Varinski. Cambió su nombre.
Eso Doug se lo había imaginado por sí mismo.
—Era el jefe Varinski hasta que conoció a mi madre, se enamoró, y se casó. Para eso,
papá tuvo que exilarse. Tuvieron tres hijos uno tras otro.
Sonrío cáusticamente, como si hubiera mordido un grano de pimienta.
—Entonces, diez años después, tuvieron una hija.
—Tú.
Se detuvo como si estuviera reuniendo fuerzas.
—Toda mi vida, eso es lo que he pensado. Pero estaba equivocada. A decir verdad, los
Varinski solo engendran hijos, y el bebé a quien mi madre parió no fui yo. Era un niño.
Los oídos de Doug murmuraron. Manchas rojas nadaron ante sus ojos. Se dio cuenta
que le faltaba oxígeno. Estaba conteniendo la respiración.
—La mujer que ayudó con el parto me cambió por ese bebé. Entonces la señorita Joyce
– esa Judas, esa bruja – lo llevó al desierto de Nevada y abandonó al bebé para morir.
Por fin Doug pudo respirar. Pudo respirar porque... Todos sus deseos de infancia
acababan de ser cumplidos.

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Tenía una madre. Tenía un padre. Tenía hermanos. Tuvo un hijo, y la madre de su hijo
estaba ahí, sus grandes ojos azules fijados en él, esperando que él dijera algo, que
expresara sus sentimientos.
Y su sentimiento predominante fue de... horror.
Había sido estúpido más allá de la creencia y, para un hombre que se preciaba de su
racionalidad y sus decisiones claras, lastimosamente inmaduro.
Había sido una comadreja, una serpiente, el Judas que había acusado la señorita Joyce
de ser.
Se puso de pie. Se alejó.
Pero no tenía que confesar nada. Si fuera astuto, y si se moviera para borrar su error
rápidamente, su nueva familia nunca lo sabría.
Firebird nunca lo sabría.
Podía reparar lo que había hecho. Tenía que hacerlo.
Volvió y se sentó.
—¿Comprendes lo que estoy diciendo?
Tomó su mano y apretó sus dedos demasiado fuertemente.
—Tú eres el bebé.
—Comprendo.
Una pregunta tenía que ser respondida antes de que supiera qué hacer.
—¿Son buenos contigo?
—¿Quién?
—Tú... La familia. Los Wilder. ¿Son buenos contigo?
—Quieres decir, ¿estaban enfadados conmigo porque no era realmente su hija?
Se estaba poniendo arrogante.
—Porque no lo estaban. Sé que tú no lo sabes, pero ésa no es la clase de personas que
son.
Enojado o no, necesitaba saber.
—Toda tu vida. ¿Han sido buenos padres y cuidaron de ti?
—¿En qué estás pensando? Son realmente buenas personas. Son una familia integra. Lo
juro. Los quiero muchísimo, y me quieren, y sólo desearía –se detuvo
—¿Qué desearías?
—Desearía que todavía fuera su hija. Tú no sabes –se calló otra vez.
—¿Qué no sé?
—Mira. Si tú no los quieres, yo si lo hago.
Rebotó en sus rodillas.
—Sé que has tenido una vida turbulenta. No puedo imaginar qué difícil ha sido para ti,
sufriendo tu primera transformación y no sabiendo qué estaba ocurriendo, teniendo que
crecer en un orfanato y en la calle, y entrando a trabajar en la fuerza policial cuando
eras tan joven para tratar de encontrar a tus padres. Debe haber sido horrible. No estoy
rebajando eso.

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—Estaba bien.
No supo qué más decir, cómo facilitar su agitación creciente. No comprendía siquiera
qué era lo que la inquietaba.
—Pero aquí estás por fin. Tu sueño se está haciendo realidad. Has encontrado a tu
familia. Papá y mamá, Jasha, Rurik, y Adrik.
—Y Aleksandr –le recordó.
—Y Aleksandr. ¿Cómo podía olvidar a Aleksandr?
Sus manos se sacudían. Su voz se elevaba.
—Estás caminando en este espacio preparado para ti, y ¿sabes qué? Para que lo hagas
tengo que apartarme. Toda mi vida he sido la niña milagrosa. He sido el bebé. He sido
mimada. Ahora eres tú. Y como dije, sé que lo has tenido más duro que yo, sé que estoy
siendo egoísta, pero este es lo que siento, y tengo derecho a mis sentimientos.
—¡Vaya! No es extraño que estuvieras tan enojada conmigo por estar loco por
Aleksandr.
—Tienes derecho a tus sentimientos también.
Pero habló rápidamente y sin una pizca de sinceridad.
—Sólo no actúes como si fuera una oferta de empleo y no estuvieras seguro si quieres
el puesto. Tú lo soportas y eres agradecido, y me pararé fuera y trataré de ser gentil.
Pensó duro, tratando de decir lo correcto. Entonces dijo:
—Así que la prueba de ADN era realmente por esto.
—Sí, pero la prueba no es necesaria ahora. En cuanto me dijiste sobre ser encontrado
en Nevada, supe que tú eras ese bebé.
Una lágrima se resbaló por su mejilla, y airadamente la azotó de su cara.
—En cuanto descubrí que mis padres no eran mis padres biológicos fue fácil hacer la
conexión entre el puma dorado que me acechaba y el niño a quien mis padres habían
perdido. Tú eres el hijo de mis padres.
Tenía que conseguir aferrarse a algo antes de que confesara lo que había hecho.
Recogiendo su comida a medio comer, dijo:
—Estás hambrienta. Prepararé sopa.
Firebird lo observó salir a zancadas fuera de la habitación, y su estómago se hundió.
Habría sido más feliz si le hubiera gritado. En vez de verse exactamente como quince
minutos antes – impasible y quieto, como una laguna esperando que una piedra fuera
dejada caer en sus profundidades.
Cuando lo había conocido en Brown no había sido como eso en absoluto. Había sido
intenso, lleno de emociones que borboteaban justamente al borde de la superficie,
escondidas tras fuertes ataques verbales que la desafiaban a tocar el corazón de la llama.
En aquellos días, la idea de jugar esos fuertes ataques verbales despertó su propia
atracción, y había aceptado el desafío.
¡Qué niña había sido!

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Con un suspiro, se salió de la cama y caminó trabajosamente hacia el baño. Había sido
reformado frescos tonos de azul y oro, y contenía una ducha de vidrio grande, dos
lavabos de cobre, y un servicio escondido en su propio compartimiento. Cuando usó el
servicio, sonrió con gusto al estante de revistas que había ahí. Típico de ese tipo el haber
pensado en eso.
Mientras se lavaba las manos prestó atención al grifo, que parecía un zapato clásico
pasado de moda. Muy cool, no era la clase de cosas que hubiera sospechado que Douglas
escogería – y mientras miraba fijamente el grifo, no tenía que mirarse en el espejo
enmarcado en bronce sobre el lavabo.
No tenía fuerza para ver su reflejo y su pobre cabeza a medio esquilar aún.
Lo escuchó en el dormitorio, y lo esperó en la puerta de baño.
—¿Estás bien?
Su mirada se extendió por ella de pies a cabeza, y mientras su escrutinio la calentó, no
había restos de pasión en sus ojos.
¿No podía ver más allá del camisón de franela?
Aparentemente no.
—Estoy bien.
Se fue al lecho. Se estaba moviendo más fácilmente. Su tobillo ya no se sentía como si
fuera a romperse. El dolor en sus articulaciones estaba disminuyendo.
—¿Ninguna hemorragia? Ningunas lesiones que yo…
—Estoy bien.
Se echó, jaló las mantas, y le lanzó una mirada furiosa.
Al terminar le ofreció una taza de plástico.
—Albahaca y tomate. Espero que te guste.
—Me gusta mucho.
Sopló la superficie y tomó un sorbo. El calor, la textura, y los sabores formaban un
acorde perfecto y la hicieron suspirar con deleite.
—Estupenda.
—Bien.
Se sentó en su silla, apoyó sus codos en sus muslos, ahuecó sus manos y la miró
fijamente.
—¿Tú estás bien?
Bebió un poco ruidosamente. Vergonzoso, pero él tenía razón: realmente estaba
hambrienta.
—Sí.
—¿Estás enfadado conmigo por no decirte sobre mis padres... tus padres antes?
—No.
Tomó un largo trago de la espesa sopa, mascado, y comiendo para luego preguntar
tentativamente:
—Entonces ¿en qué estás pensando?

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—Que casi conseguí que te mataran.
—Creo que ya dijiste eso antes.
Trató de recordar el momento, y consiguió la impresión vaga del salpicar de olas.
—En el océano.
—Es más cierto que nunca.
—No. Los Varinski estaban tras de mí. No están al tanto de ti. No hay forma de que lo
sepan.
Se movió. Se puso de pie. Caminó hacia la ventana y apuntaló sus brazos contra el
marco. La luz matutina lo bañó, se enredó en su pelo rubio, grabando su piel curtida con su
claridad dorada. Su mandíbula cincelada fue empujada hacia adelante, sus cejas
dibujaban....
—Estás enfadado.
—No contigo.
Giró para encontrarse cara a cara con ella.
—Lo estuve – porque me habias dejado sin una palabra. Durante casi tres años he
estado furioso porque me habias abandonado como mis padres habían hecho. Nunca
sospeché que me hubieras visto como puma. Cuando viniste aquí y me dijiste sobre
Aleksandr, estaba lívido porque habías tenido a mi hijo y no me lo habías dicho. Pero
ahora comprendo. Lo comprendo todo, y nunca debes sentirte culpable por no haberme
dicho nunca nada sobre... sobre Konstantine y Zorana.
Se acercó a la cama, se sentó, y se inclinó sobre ella.
—Hace tres años, te lastimé por no confiar en ti y pedirte ayuda, pero no creas ni por
un segundo que te dije que te amaba y mentía. Sentía cada palabra.
—¿Tú me amabas?
¿Estaba contando la verdad, o diciéndole lo que quería escuchar?
—Antes de conocerte, registré tu expediente y encontré la información embrollada.
Podía haber sido un problema técnico de computadora, o error del operador, pero no
creía que fuera así.
Un lado su boca se inclinaba con la satisfacción.
—La esposa de mi hermano, Ann... Es buena con las computadoras, y se pone mejor
constantemente. Es quien embrolló la información. Es difícil encontrar cualquier detalle
sobre los Wilder.
—Pasé por la escuela secundaria que quería convertirme en un oficial de policía. Porque
un hombre que puede convertirse en puma, que puede rastrear a cualquier criminal, puede
conseguir un trabajo en cualquier lugar en los EE.UU., y los polis tienen una gran base de
datos en la que podía escavar para obtener información.
Continuó mirándola, escudriñándola.
—Y porque, como dijiste, quería encontrar mis raíces.
—Si buscaste en todos lados, encontraste a los Varinski.
Apoyó la taza vacía.

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—Están en Internet, tanto como una leyenda como una entidad corporativa.
—Los encontré. Los encontré antes de cumplir los trece. Les envié un correo
electrónico. Les dije que era como ellos.
Douglas recordó su ser adolescente con una sonrisa burlona.
—Nunca respondieron. Mirando atrás, me di cuenta de que deben recibir cientos de
correos electrónicos al día de niños que piensan que sería bueno convertirse en animales.
—De niños que leyeron demasiado Harry Potter.
Cuando pensó en los Varinski recibiendo correo electrónico de niños inocentes, cuando
pensó en ellos teniendo noticias de Douglas, quiso estremecerse del miedo. Cuando se dio
cuenta de que Aleksandr haría también ese tipo de cosas estúpidas, igual de peligrosas,
quería envolverse alrededor de él y protegerlo de los demonios que veían a los seres
humanos como presa – y de los seres humanos que veían a los niños como blancos.
—Incluso antes de que me graduara de la escuela secundaria, entré en la ejecución de
la ley. Y comencé a forjar mi reputación.
No cambió su expresión, pero algo en la forma en que hacía esa afirmación sobre sí
mismo la hizo pensar que estaba orgulloso de la forma en que hacía su trabajo.
—Usé esa reputación para buscar las pistas sobre mi origen. Mi mejor teoría era que
mi padre era un Varinski, que tal vez hubiera estado de viaje, que había encontrado a una
mujer y la había violado – pensé que ésa era la explicación más probable, considerando
que había sido abandonado por mi madre.
Firebird asintió con la cabeza. Eso era lógico; los Varinski nunca se apareaban, nunca se
casaban. Sus hijos nacían de asaltos rápidos y brutales. A decir verdad, la indignación
inicial de los Varinski contra su padre provenía de la aparente locura de su amor y
matrimonio. Después tuvieron otra razón para jurar venganza: cuando persiguieron a los
recién casados, para proteger a su esposa, Konstantine había matado a su hermano.
Douglas continuó:
—Entonces encontré un blog escrito por uno de los jóvenes Varinski. Afirmaba que
debido a que su viejo jefe, Konstantine, los había abandonado para vivir en América con
su esposa, el clan había perdido fuerza y necesitado un cambio de liderazgo.
Firebird se río burlonamente.
—No puedo creer que fuera lo suficientemente tonto para poner eso en Internet.
—¿Tú has visto las cosas que las personas ponen ahí? La primera cosa que hace un
oficial ante un crimen es ir a Facebook y ver si alguien se ha jactado o confesado. Ahorra
mucho del problema.
Agitaron sus cabezas al unísono, dos personas unidas por su dedicación a mantener su
privacidad.
—Pensaba que la historia de Konstantine era digna de profundizar –dijo Douglas —,
pero en los Estados Unidos, no había ningún Varinski que pudiera encontrar. Así que
busqué a inmigrantes rusos, específicamente inmigrantes rusos en Nevada y el occidente
de los Estados Unidos.

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—Hay un montón en la parte norte de Washington.
—Les hablé. Conocían historias sobre Varinski, historias que contaban a sus hijos para
evitar que actuaran como ellos. Habían escuchado sobre el Konstantine que dejó la familia
para casarse con una gitana, y cómo el clan había jurado venganza. Pero no supieron dónde
estaba, o incluso si era verdadera.
—Porque Konstantine y Zorana habían sido muy cuidadosos para esconderse.
Se incorporó y envolvió sus brazos alrededor de sus rodillas.
—Demasiados rusos reconocerían a un Varinski cuando vieran uno.
—Sí. Estás llenando las brechas.
La satisfacción suavizó la tensión de su cara.
—Teniendo el relato de Konstantine en mente, analicé la inmigración registrada y
encontré a un inmigrante ruso que el parecer había llegado en el tiempo correcto y que
tenía un apellido muy inusual — Wilder.
—Ese no es un apellido inusual –dijo ásperamente.
—Si lo es para un inmigrante ruso. Así que busqué la ubicación actual de los Wilder, y
no pude encontrarla. Pero encontré la Vitivinícola Wilder en Napa Valley, y a Jasha
Wilder, nacido en los EE.UU. con un nombre muy ruso, quien se había jactado frente a sus
empleados sobre su hermana, que consiguió una beca completa en la Brown University en
Providence, Rhode Island.
Douglas la hizo sentir incómoda; era demasiado inteligente.
—Así fue como te encontré, y tú pensabas que eras tan sabia, tan astuta por no dar
información sobre tu familia.
—¡Lo fui!
—Tú eras un bebé.
La diversión centelló sobre su rostro.
—Podía haber conseguido la información de ti, pero seducirte fue mi error. Usé tanto
tiempo en hablarte, descubriendo que hablabas algo de ruso, que conocías el arte del
vidrio porque tu mejor amigo era artista, que pintabas por gusto pero tomaste
programación de software y japonés para poder trabajar en la bodega, que te gustaban
las rosas amarillas y los claveles rojos....
Su mirada se posó otra vez en la rosa amarilla vez flotando en el tazón de cereal al
lado de la cama.
—Encontré mil detalles sobre ti, y no me importó que te hubiera buscado para
descubrir quien era tu padre y dónde vivía tu familia – todo porque fui fascinado por tu
encantadora cara.
Las puntas de sus dedos se sostuvieron en el aire justo encima de su mejilla.
—Cuando me sonreíste, toda tu cara se iluminó, y caí... así de duro.
Tal vez creyó que la había querido. ¿Después de todo, por qué mentiría?
—Cuando partí, ¿lo pasaste realmente mal?
—Sí.

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—Bien.
Sintió como si una pesa hubiera sido levantada de su pecho, y tomó su primera
respiración libre desde que lo había visto cambiar de un puma a un hombre.
—Porque estaba devastado.
—Sí, pero tú no...
—¿No… qué?
Las puntas de sus dedos tocaron su cara finalmente, y con ese simple contacto la
sujetó en el lugar para darle un beso. Abrió sus labios con los suyos, deslizó su lengua en
su boca, giró, y fintó.
Sus ojos se cerraron. Ella se dejó llevar por la sensación, feliz ahora que le había
contado sobre su familia recién descubierta. Alegrándose de que le hubiera explicado, y
tan elocuentemente, por qué la había buscado en Brown, y por qué la había seducido.
La había amado. ¿La quería ahora?
No, no había dicho eso, pero quizás podía aprender a hacerlo otra vez.
Y si no... Bien. Había estado sola por mucho tiempo. Por ahora, disfrutaría esto.

Capítulo 22
Levantando sus brazos, Firebird los envolvió alrededor de los hombros de Doug y lo
acercó a ella, y cuando su pecho descansó contra sus senos y su corazón latió con el
mismo ritmo, se relajó por primera vez en su vida.
—¿Estás hambrienta? —se esforzó por parecer despreocupado.
Agitó su cabeza.
—¿Sedienta? ¿Cansada? ¿Necesitas usar las instalaciones?
Continuó agitando su cabeza.
—Entonces me gustaría mucho hacerte el amor.
Contuvo la respiración, esperando la confirmación más importante de su vida.
Ella sonrió con esa imponente y gloriosa sonrisa, esa que se extendía desde sus ojos a
las profundidades de su alma... la primera cosa que lo había seducido.
—Y a mí me gustaría muchísimo.
La sangre dejó su cerebro y se dirigió derecho hacia su miembro, y él sospechaba–más
bien temía–que solo tenía la suficiente para circular por un lugar a la vez.
Extendió la mano y tocó los interruptores sobre la cabecera de la cama.
La chimenea saltó a la vida. Música suave y sexy con ritmo de jazz empezó a sonar.
—¿Se supone que eso debe impresionarme? —preguntó ella.
—¿Lo hizo?
Tomando su mano extendida, la llevó a sus labios y besó los dedos mientras decía:
—Planificación ingeniosa. Mano firme como una roca. Movimiento suave. Zalamero.
Considerándolo todo, un buen trabajo.
¿Sabía que con cada beso se hacía menos zalamero y más despiadado?

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Acarició su cara, desparramó su pelo por la almohada, tocó el lado cortado y murmuró:
—Lo siento.
Le sonrío.
—Lo arreglaremos.
Todas las noches desde el día en que había huido había soñado con sujetarla debajo de
él, y todas las noches la seducía desenfrenadamente de una forma que nunca hubiera
intentado con la dulcemente virginal Firebird del pasado. Cada vez que había imaginado
encontrarla, estaba sola y sólo vestida con un canesú de encaje y/o un corpiño de cuero, o
lo mejor de todo, un delantal sin nada debajo. Pero no importaba lo que le hiciera–y en sus
sueños había sido con violencia, gloriosamente sexual–ella siempre gritaba en el momento
culminante y luego se abrazaba a él y lloraba, y pedía su perdón y bajaba sobre él...
—Mierda.
El deseo lo golpeó como un millón voltios de electricidad.
Levantó su cabeza de la almohada.
—¿Qué pasa?
—Nada —gruñó.
No podía hacer ninguna de las cosas que había soñado e imaginado, porque era su culpa
que ella hubiera escapado. Pero aún así todas esas perspectivas atestaban su mente,
requiriendo su control, haciéndolo querer hacérselo rápidamente, hacérselo otra vez,
saborearla entre las piernas, y experimentarla otra vez. No importaba que fuera inocente
de las malas acciones; el demonio deseaba secretamente mantenerla prisionera y
hartarse de ella.
Ni siquiera con el camisón de franela de la Sra. Burchett dejaba ella de poner a prueba
su control.
—¿Eres tímido?
Lo empujó sobre su espalda y se extendió sobre su pecho, una caliente y retorcida
manifestación de sus fantasías.
—¿Ha pasado tanto tiempo que olvidaste como hacerlo? Aquí, déjame empezar las
cosas.
Liberó los primeros cuatro botones de su camisón.
Él no se movió, paralizado por el hueco de su garganta, por la piel suave de su pecho.
Se río de él y lo acusó:
—¡Así que quieres que sea yo la que haga todo el trabajo!
—No. No es eso.
Estaba asustado porque si llegaba a tener la más leve visión de su pecho, se
descomprimiría y… Mierda. Ni siquiera debió haber pensado en su pecho. Ahora su polla
trataba de escaparse de sus vaqueros.
—Aquí. Déjame mostrarte los fundamentos. Primer tú te quitas la camisa.
Lo instó a incorporarse y lo despojó de ella.

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Su tatuaje brillaba como una película en technicolor de los cincuenta. Los rojos eran
verdaderos, los azules eran fríos y el amarillo caliente y se desplegaban desde su hombro
a su cintura como las marcas de garras de un puma.
No se preocupaba por eso.
Lo que la hizo encogerse fue la pequeña quemadura negra pequeña en la base de su
garganta. Una cicatriz con la forma de una cruz.
Ella lo había visto todo. No debía preocuparse, o darse cuenta particularmente ni
siquiera.
—Entonces me quito mi camisón.
Se irguió sobre sus rodillas y se desnudó.
Llevaba calzón. ¡Gracias a Dios!.
Pero esos mismos pechos a los que había temido estaban ahí, pequeños y perfectos, con
pezones que hacían señas a su boca y pedían ser chupados. Cerró sus ojos y extendió la
mano hacia ella, tirándola ciegamente hacia adelante y, sin mirar ni una sola vez, envolvió
su boca alrededor de su pecho.
Sabía a crema batida, canela y sexo, y se estaba muriendo de hambre por ella. Ese
pezón atizó su lengua, y cuando lo chupó se puso más rígido. Inspirado, ahuecó su otro
pecho con una mano, cogió ese pezón entre su pulgar e índice y tiró de él suavemente.
Ella se estremeció. Envolvió sus dedos en su pelo y lo mantuvo en su lugar, y se
estremeció otra vez.
Él levantó su rodilla entre sus piernas y frotó, una vez, dos veces, y cuando ella trató
de presionarse contra él, dejó su pecho y la volteó de espaldas. Se arrodilló sobre ella y
otra vez deslizó su rodilla entre sus piernas. Pero esta vez aplicó una presión firme y
besó su boca. Su boca, sus mejillas, sus ojos, sus orejas... Ella trataba de alcanzar sus
besos, llevando su cabeza a seguirlo, pero él no la dejaba alcanzarlo.
Porque ahora mismo estaba tratando de resistir.
Porque si la besaba como deseaba hacerlo, si empujaba su lengua en su boca,
recordaría su sueño de besarla y joderla al mismo tiempo, la fantasía de sus duros
movimientos que la emparejarían con él…
Tenía que pensar en otra cosa.
Acarició su cuello, pasó rozando la suave piel de su garganta, luego se movió por su
clavícula, primer un lado, luego el otro.
Y constantemente, la bestia en él insistía; Tómala. Tómala ahora. Tómala duro. Hazla
tuya.
—Estás temblando.
Acarició su frente.
—Me olvidé —ella acarició su frente— también estuviste en el agua. Tenías hipotermia.
Eres capaz de hacerlo
Levantó su cabeza tan rápido que su cuello crujió.
—No puedo parar.

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No podía preguntarle eso.
—Pero saldrás lastimado si tu...
Bajando su cabeza a su esternón justo sobre su corazón, respiró sobre ella como un
hombre limpiando una ventana congelada. Puso todo el calor de su alma en ese aliento,
empujando oxígeno, lujuria, y desesperación a través de su piel, sus tejidos, y en su
corazón acelerado.
Ella se calmó. Sus ojos se entreabrieron. Lo escuchaba, absorbiendo su esencia y sus
deseos.
Entonces, sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, cumplió uno de sus sueños más
perversos.
Estirando sus brazos por sobre su cabeza se aferró a los bordes de su almohada.
—Si me quedo muy quieta y te dejo hacer lo que quieras, ¿prometes cuidar de ti mismo?
Escuchó las palabras, pero no pudo comprenderlas a través del rugir en sus oídos. Su
mirada se extendió por su cuerpo, colocado de la misma manera que un banquete bacanal.
Olió la esencia de su excitación que se elevaba como un afrodisíaco de su piel. Escuchó la
precipitación de aire por sus pulmones, el sonido apresurado que lo hizo darse cuenta de
que ella se estaba anticipando al placer.
Su lengua se movió rápidamente hacia afuera y probó el sabor único de Firebird, y
luego también saboreó el filo del miedo.
Su relación previa había sido breve e intensa. Nunca habían compartido la naturalidad
de los viejos amantes.
Y ahora... ella no lo sabía bien, pero sabía que había estado enfadado con ella. Se
preocupaba de que todavía pudiera estar enfadado con ella.
Eso lo separó del borde, calmó la desesperación.
—¿Douglas?
Encontró su mirada preocupada.
—No prometo nada, excepto que cuando termine contigo, tú vas a ser muy —besó su
estómago—, muy —separó sus piernas y la besó allí— feliz.

Capítulo 23
Firebird terminó con un último orgasmo despiadado y fabuloso, y se relajó nuevamente
contra la cama.
Apenas podía moverse. Cada hueso y músculo habían sido ejercitados, besados,
masajeados, y satisfechos. Douglas había alimentado su satisfacción—satisfacción
adaptada especialmente para ella y sus fantasías. Ahora, exhausta, hizo rodar su cabeza
sobre la almohada y miró a Douglas.
Él la miraba. . . complacido.
Ella se sentía. . . increíble.
Y él la miraba. . . complacido.

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Cuando habían hecho el amor antes había sido una lucha de dos seres feroces que
sentían, miraban, olían y tocaban con todas las gloriosas emociones de sus almas. Ella
había ardido por él y él había ardido por ella.
Ahora, el sexo con ella lo complacía.
Lo miró a través de sus párpados entrecerrados, tratando de sacar una radiografía de
él, ver bajo su piel, en sus pensamientos.
No. Controlar el sexo con ella lo complacía.
Su voz la sobresaltó haciendo surgir su furia. En esa manera en calma y
excepcionalmente refinada suya, dijo:
—Tengo que decirte por qué no me quedé con la Sra. Fuller.
—Sí.
Ésas eran las palabras que cada mujer quería escuchar de su amante después de una
grandiosa relación sexual.
—La mayoría de los chicos llegan a la pubertad a los doce, tienen sus primeras
erecciones y están asombrados, horrorizados y orgullosos.
Aún parecía en calma y civilizado, pero frotaba su frente como si el simple acto de
conversar lo lastimara.
—Y también yo, exceptuando. . . que usualmente no acostumbran a convertirse en
pumas. Incluso a los doce tenía un poquito de lógica.
Firebird empezó a dejar de pensar en ella. Empezó a ver por qué Douglas estaba
hablando de su pubertad cuando todavía estaba disfrutando la sensación de bienestar.
—¿Cómo te enteraste?
—Sin contar con todo lo demás —la erección, el pelo púbico, la cosa de gato montés—
desarrollé este tatuaje sobre mi pecho.
—Es una de esas cosas que te identifican como un Varinski.
Era algo que Firebird sabía con seguridad.
—Así que me recobré. Pero al mismo tiempo, todo que sabía era que mi cuerpo me
estaba traicionando en todos los sentidos posibles. Mi polla se elevaba como aguja sobre
una brújula. Cuando hacía una visita corta el espejo, a veces yo me veía...
Agitó su cabeza.
—Cómo un puma. Uno puma dorado. Y de la noche a la mañana, tenía este tatuaje
marcado en mi pecho. Era grande, era audaz, y estaba lleno de color. Lo mantuve
escondido, pero la Sra. Fuller tenía solamente dos baños, y nosotros usábamos uno, no era
exactamente el lugar más privado. La cerradura estaba rota; siempre estábamos
jugándonos bromas y arrojándonos agua fría.... La pequeña mierda que dormía en la litera
encima de mí vio el tatuaje y se lo contó a la Sra. Fuller.
—No creyó lo del tatuaje.
—Me llamó a su salón y me lanzó el infierno.
Miraba en su pasado, y todo sobre él mostraba que estaba preso de dolorosos
recuerdos.

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—No sabía dónde había conseguido el dinero para un tatuaje así, pero temía que
estuviera robando otra vez. No aprobaba que me reuniera con una pandilla, que esa fuera
la razón para el tatuaje. Y… quería recalcarme que pasase lo que pasase, todavía me
amaba y podía contarle cualquier cosa.
—¿Así que le contaste?
—Lo hice. Pero no me creyó.
—¿Así que le mostraste?
—Lo hice.
Cayó en un silencio que rompió su corazón.
—Me vio cambiar. Vio al puma.
—Oh, dios.
Los Wilder operaban bajo la tapa de la reserva, porque Konstantine les había enseñado
—les había enseñado a cada uno —que nadie comprendería. Nadie creería.
—Como te dije, la Sra. Fuller era una cristiana con un buen corazón. Y me amaba. Por
mucho tiempo dudé de eso, pero ahora sé que sí, porque tomó su propia cruz de alrededor
de su cuello, la que siempre llevaba, y la puso alrededor de mi cuello.
—Es por eso que tienes esa quemadura en forma de cruz grabada en la base de tu
garganta.
Firebird la había visto. Se había preguntado. Ahora sabía.
—Ése es el por qué.
Su pecho se elevó y cayó con un profundo gemido entrecortado.
—El dolor era horrible, pero no tan horrible como ver la expresión sobre la cara de la
Sra. Fuller cuando se dio cuenta de que el cielo me rechazaba tan completamente.
—¿Qué hizo?
Con la punta del dedo, Firebird siguió la cicatriz una y otra vez.
—Lloró. Lloró.
En ese momento, Firebird odiaba a la amable y cristiana Sra. Fuller.
—¿Qué hiciste?
—Me escapé. Por última vez, me escapé.
Frotó en su corazón con la parte plana de su mano.
—Pero la Sra. Fuller me había convencido de que era demasiado listo para dejar que
alguien más controlara mi destino. Así que fui a Colorado y terminé la escuela secundaria
ahí. Termine pronto.
—Y entraste en la ejecución de la ley.
—Sí.
—Y usaste tus poderes siempre que tuviste que protegerte a ti mismo y mantenerte en
el juego.
—Sí.
Está bien. Ahora comprendía—muchas cosas. Su padre... Konstantine... dijo a sus hijos
que siempre tuvieran cuidado, que no cambiaran a menos que fuera necesario. Les dijo que

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cada vez que se deleitaban en volar y correr, se deslizaban más cerca del mal. Más cerca
del creador del pacto. Más cerca del infierno, del diablo.
Douglas había usado su don caído del cielo en la persecución del poder y la verdad.
Estaba sumamente cerca de perder su alma. Y profundamente en su interior, lo sabía.
Firebird comprendía ahora. Habían hecho el amor, y estaba contento. Por supuesto que
estaba contento.
Se las había arreglado para darle placer sin liberar a la parte salvaje de sí mismo. En
toda su vida, la pasión había probado ser un error. Siempre un error. Aunque la había
complacido no se había arriesgado a permitirse la pasión para sí mismo, porque no quería
que la pasión lo barriera.
No quería lastimarla.
Muy bien. Eso era bueno. Era bueno que hubiera aprendido tal dominio. Los hombres en
su familia eran todos impresionantes en su dominio. Nunca en su vida se había preocupado
de que se volvieran contra ella con cólera y la aplastan.
Más importante, les confió la vida de su hijo.
Pero eran impresionantes en su pasión también. Cada hombre amaba a su mujer con su
corazón, su alma, cada parte de su ser – y toda la pasión de su cuerpo. Ésa era esa clase
de amor que quería. Ésa era esa clase de amor que tendría.
Se salió de la cama, fuera del alcance de Douglas.
E inmediatamente, su cabeza la siguió.
Se estiró, un movimiento lento y felino, un lado a la vez, con sus manos sobre la cabeza.
Luego, despacio, pasó rozando sus palmas por los costados de sus pechos, por sus
costillas, y sobre sus caderas.
—Mmmm —suspiró—. Voy a darme una ducha.
Dio un paseo hacia el baño. Se detuvo en la entrada y le miró desde sus entrecerradas
pestañas.
—¿Tú vas a venir?

Capítulo 24
Los pies de Douglas golpearon duramente el suelo.
En silencio Firebird se río. Estaba volviéndose vanidosa.
Dejó de reírse cuando vio su reflejo. Tenía moretones alrededor de su cuello; se veía
como si hubiera sido estrangulada.
El alga, supuso. Más moretones sobre sus brazos, la clase hecha por la mano de un
hombre.
Más suposiciones – Douglas los había causado a su lucha desesperada por liberarla.
Y su pelo... habiendo crecido en una familia de personas morenas con cabello negro
azabache, siempre había sido vanidosa sobre sus reflejos rubios, y adoraba ese corte. Lo

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adoraba. Pensaba que la hacía parecer sofisticada, descarada, y audaz, no simplemente la
madre de Aleksandr, sino la mujer joven sexual y deseable que era.
Era una fantasía inofensiva, una que no había cambiado los hechos. . . Y ahora un lado
de su peinado había sido cortado casi hasta el cuero cabelludo.
Algo tenía que hacerse. Abrió cajones hasta que encontró unas tijeras de
aproximadamente siete centímetros de largo, del tipo que se utiliza para recortar el
bigote.
Él permanecía de pie mirándola desde la entrada, los brazos cruzados sobre su pecho,
su cuerpo largo, flaco, y musculoso. Su cara todavía era severa, impasible, pero
sospechaba que ésa era una fachada.
No. Sabía que era una fachada. Porque no importaba cuánto pudiera desear tener
control completo, una parte de su cuerpo le decía la verdad, y la verdad era que—estaba
caliente.
Tenía el instrumento para demostrarlo.
Con una sonrisa leve, se inclinó sobre el lavabo, hacia el espejo. Tomando un del lado
más largo de su pelo en su puño, lo cortó.
—No lo hagas.
Todavía apoyaba el cuerpo contra el marco de la puerta, los brazos cruzados sobre el
pecho, pero ahora sus puños estaban apretados.
—Espera hasta mañana. Iremos a un salón.
—O un barbero.
Cortó otra hebra. No quería igualarlo. Eso la dejaría casi calva. Solamente lo cortaría
por todas partes dejándolo deliberadamente irregular y asimétrico... Eso trabajaría, y
serviría hasta que pudiera llegar a un esteticista.
—Puedo arreglarlo, y ya estaba deseando un nuevo peinado.
Estaba mintiendo.
Pero él se veía tan culpable. Se estremecía con cada snick de las tijeras, y más que
nada, tenía toda su atención puesta en su peinado, no podía apartar la mirada de su
cabeza. Se contenía de moverla rápidamente hacia abajo... al sitio que podía ver cuándo
ella se inclinaba hacia adelante.
Pobre tipo. Debía ser difícil estar tan distraído.
—Douglas, ¿puede ser que tú me lo hagas por detrás? —giró y le ofreció las tijeras—.
¿De mi pelo? No puedo ver para hacerlo yo misma.
—Realmente deberíamos esperar.
Miró sus pechos, su estómago, la tira de pelo rubio entre sus piernas, y mojó sus labios.

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—No sé nada sobre cortes de pelo.
—Tampoco yo, pero sé que no quiero seguir viéndome como esto —holgazaneó contra el
mostrador, sus ojos deliberadamente invitadores—. ¡Vamos, querido! tú tienes que
hacérmelo o me lo haré yo misma.
—¿Qué?
Sus mejillas se tiñeron de rojo oscuro.
—Házmelo —repitió—. Córtame el pelo.
—¡Oh! Muy bien.
Se acercó a zancadas como un hombre que mantiene un control total de sí mismo.
Que mal para él que tuviera ese barómetro que demostraba la tormenta que se
avecinaba.
Le pasó las tijeras, se puso de espaldas y se inclinó, con las piernas afirmadas y
ligeramente separadas. Lo miró en el espejo.
Estaba mirando fijamente, no la parte posterior de su cabeza, sino la raja de su culo.
Cuando finalmente separó su mirada y encontró sus ojos en el espejo, ella dijo:
—Sólo deja caer el pelo en el lavabo.
Miró las tijeras en su mano como si no pudiera recordar qué es lo que tenía que hacer
con ellas. Ella pensó por un momento que ya había quebrado su control—buen trabajo,
Firebird—entonces él se impuso visible disciplina sobre sí y se puso a trabajar.
Demostró cuán atentamente había estado prestando atención. Primero cortó puñados;
luego tomó el resto entre sus dedos y cortó otra vez. Cada vez que pasaba sus dedos por
su cuero cabelludo ella ronroneaba y cambiaba de lugar—por casualidad—rozándole con su
cadera, cambiando de lugar su trasero en la cuna de sus muslos.
—Adoro que me corten el pelo. Adoro la sensación del recorte de las tijeras, y cuando
alguien acaricia mi cabeza, simplemente me conmuevo. ¿Tú no lo haces?
—No.
Mantuvo su mirada estrictamente en su trabajo.
—Hombres. Eres tan fuerte y severo; no te tomas el tiempo para disfrutar los
pequeños placer de la vida. Cuando nos duchemos, te lavaré, y veremos cómo te gusta.
—No voy a ducharme contigo.
Había terminado de cortar.
El pelo corto la hacía verse más delgada, más joven—más dura y con necesidad de un
piercing en la ceja—pero no se veía mal.
Cuidadosamente empujó sus manos fuera de su cabeza. Giró y miró hacia él. Poniendo
sus dedos sobre su pecho lo miró a la cara.

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—¿Por qué otra cosa entraste aquí?
—Para mear.
Deliberadamente crudo. Estaba tratando de avasallarla.
Lástima, ella tenía hermanos.
Dirigió su mirada por todo su cuerpo hasta su dura erección.
—Muy bien. Pero vas a hacer pis sobre el techo.
Se deslizó del lavatorio y pasó junto a él hacia el cercado de la ducha, que era cálido,
con piedra natural dorada y un anillo decorativo de audaces azulejos de cristales azules.
Balanceó la puerta de vidrio, abrió el grifo, y mientras esperaba que el agua se calentara,
le echó un vistazo por sobre el hombro.
Todavía le daba la espalda, pero la miraba a través del espejo, las tijeras agarradas en
su mano, su mirada explosiva y hambrienta.
—¡Vamos, cariño! —lo coaccionó—. Tú puedes sentarte sobre el asiento y te lavaré. . .
todo. . . desde arriba.
Vio el destello del rojo sobrenatural en sus ojos.
Giró sobre sus talones y saltó hacia ella, entonces se detuvo y miró fijamente las
tijeras, olvidadas en su mano.
Se río tontamente y entró al cercado.
Definitivamente había sido construido para dos personas, con una multitud de
reactores de agua, un imponente duchador—masajeador de mano, un estante lleno de
jabones, champúes y espuma de baño y un escaño de piedra suave al fondo.
Una mirada hacia Douglas probó que todavía estaba de pie inmóvil en medio del cuarto,
fiel a la simple fuerza de su voluntad y con un par de tijeras fuertemente aferradas.
Rebuscó entre las botellas.
—Tú has conseguido mis olores favoritos.
Como si no pudiera detenerse, la miró de arriba abajo por el cercado de vidrio.
Ella llenó su palma con el champú, levantó sus brazos, y fregó su pobre cabeza
trasquilada. Se quedó sin pelo demasiado pronto. Así que frotó las pálidas burbujas por su
cuerpo, incitándolo, recordándole sus pechos, su estómago, sus muslos, y cuánto
disfrutaba su propia sensualidad.
—Adoro el olor de caramelo de menta. ¿Cómo lo supiste?
—Huele —farfulló—de la misma manera que el sol. De la misma manera que tú.
—¿Qué dijiste?
Giró la cabeza para esconder su sonrisa y por lo tanto pudo ver sus manos jabonosas
resbalar por sobre su espalda.

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—Dije que supongo que me ducharé contigo. Hay mucho lugar en la ducha.
Dejó atrás el lavabo, totalmente al mando de sí y entonces se metió dentro de la ducha.
Apresuradamente se enjuagó, agarró el champú, y retrocedió para dejarlo entrar.
Era una ducha grande.
Era un hombre grande.
Pero lo arrinconó en la esquina, y cuando las defensas de sus rodillas golpearon el
asiento, lo sentó.
Llenó su palma con el champú, y luego empujó la botella en su mano.
—Sujeta esto.
—Puedo lavar mi propio pelo.
—Consiénteme.
Frotó sus dedos sobre su cabeza, hizo surgir espuma mientras masajeaba su cuero
cabelludo. Se movió despacio, con pequeños círculos que se extendían hasta la piel justo
encima de su frente, retrocediendo luego hacia la corona de su cabeza.
Pero no se estaba relajando. Estaba mirando fijamente, hipnotizado... sus pechos.
Se movieron en su cara cuando se tambaleó con el ritmo de su masaje.
¿Quién habría supuesto que sería tan atraído por los pechos que había tan
recientemente había besado y acariciado?
Bien... lo estaba.
Parecía que había predicho correctamente.
—¿Esto no se siente bueno?
Lo frotó detrás de las orejas, y luego rozó con sus uñas la parte posterior de su cuello.
Se estiró como si ella hubiera tirado de un hilo a través de su cabeza.
—Es bueno —se detuvo, luchando por encontrar las palabras—. Me gusta.
Bien. Nunca iba a ser un amante elocuente—a decir verdad, ahora mismo, sonaba más
bien a Tarzán—pero supuso qué si lo que quería era elocuencia, siempre podía mirar los
estúpidos comerciales de mantequilla.
Moviéndose rápidamente para no darle tiempo de recuperarse, agarró una esponja
vegetal y el gel de ducha de romero, y se puso a trabajar sobre sus hombros y pecho. La
esponja era nueva, sin uso, con la suficiente textura para raspar sus terminales nerviosas
cuando la deslizó alrededor de sus pezones.
Cuando lo hizo sus manos se dispararon hacia ella para luego dejarlas caer hasta
aferrarse al borde del asiento.
—Tienes en verdad un cuerpo grandioso. Adoro tus abdominales.
Acarició su paquete de seis primero con la esponja y luego con la mano desnuda.

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—Adoro este collarín de pelos en medio de tu pecho, y cómo se extiende hacía abajo…
Siguió su dedo con la mirada mientras se paseaba hacia su ingle y su dura erección. En
lugar de agarrarlo, retiró la mano.
No tenía ninguna intención de tocarlo allí. Hasta que no lo hubiera conducido bien al
borde de la cordura.
Pero su cuerpo tenía otras ideas.
—Ponte de pie —dijo, jalándolo. Mientras lo hacía, lo empujó para mirar hacia la
pared—. Apoya los brazos e inclínate hacia adelante. Y separa las piernas.
—¿Vas a registrarme? —preguntó, y su voz sonaba una octava más profunda que lo
normal.
—Cada pulgada de ti.
Su espalda, su culo bonito y estrecho, entre sus nalgas, las espaldas de sus muslos
esculpidos y sus pantorrillas... ella sintió que los dedos de sus pies se curvaban y fregó las
plantas.
Él no se zangoloteó. Permaneció de pie tan firmemente como una de pila de roca
soportando la agresión de los océanos bravíos.
Pero el océano siempre ganaba al final.
Con sus manos sobre sus caderas lo hizo volverse otra vez y lavó sus brazos, prestando
especial atención especial a sus palmas, luego a su pecho y estómago, los delanteros de
sus muslos y pantorrillas... Y ahora estaba sobre sus rodillas ante él, con solamente una
cosa que faltaba ser lavada.
Enjabonó la esponja; luego, cuidadosamente, ¡Oh!, tan cuidadosamente, deslizó la
esponja entre sus piernas, luego todo a lo largo de su pene hasta la sedosa cabeza.
—¿Cómo se siente?
—Es... duro.
Él no pudo más que lanzar un gruñido.
—No quiero ser dura.
Dejando caer la esponja, usó sus manos, las deslizó alrededor de sus testículos,
explorando, recordando, saboreando la sensación de dos pelotas ajustadas, desesperadas
y listas dentro de su saco.
Durante todo ese tiempo él permaneció expectante, esperando, previendo el
deslizamiento de su mano todo a lo largo de su pene. Y cuando lo tocó, ella supo que su
toque era mágico.

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Rozó cada vena azul que se traslucía debajo de la pálida piel, y en contraste con sus
pelotas, la textura era suave, seda debajo de sus dedos. La cabeza era rosada, y cuando
la frotó ligeramente, el órgano se hizo más grande, más rígido.
Sí. Mágico.
Lo enjabonó para enjuagarlo luego e inclinar su cabeza para llevarlo a su boca.
Finalmente, gimió. Un quejido largo, bajo y suave.
Giró su lengua, chupó suavemente, luego cada vez más fuerte, entonces suave otra vez.
Y con cada movimiento, era más consciente de sus pezones apretándose de expectación,
de la forma en que el agua golpeaba su espalda y se deslizaba entre las mejillas de su culo,
del dolor constante entre sus piernas. Estaba necesitada, y si él no cedía, iba a atacar.
Él mantenía las piernas rectas y las manos contra la pared y parecía como si fuera a
arremeter en cualquier momento.
Una tardía preocupación la hizo contener el aliento. Aunque toda esta demencia era lo
que ella había deseado, ahora mismo, se preguntaba si sobreviviría intacta.
Después de todo, era un Varinski.
Se puso de pie y lo miró. Sus ojos brillaban rojos, un brillo constante, furioso y
amenazador.
Su temible control se había roto por fin.
Era, se dio cuenta, una mujer atrapada por sus propias estrategias.
Sin darse cuenta se arrojó sobre él, decidida a noquearlo, dominarlo, mostrarle de una
vez por todas que no se sentía intimidada.

Capítulo 25
Douglas cogió a Firebird de la cintura, presionándola contra el suelo frío y le dijo al
oído:
—No vuelvas a intentar eso otra vez. ¿Me oyes?
—Ella miró fijamente el azulejo dorado bajo su mejilla, observo el agua que corría
hacia el desagüe, sintió la amenaza de su erección contra su trasero.
—¿Me oyes? —repitió.
—Nunca me detendré.
Un desafío inútil, pero cierto de todos modos.
—Entonces tendré que usarte.
Él corrió su mano a lo largo de su espina dorsal, entre sus piernas. Él la abrió a su
exploración, y lo que encontró allí le hizo sonreír.
—Casi lista. Casi.

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¿Casi? Sus dedos apenas la habían tocado. Sus dedos solo habían entrado vagamente.
Aún así ella se cernía ignominiosamente casi al borde del orgasmo.
Él extendió la mano hacia arriba y luego hacia abajo.
Ella se alzó para ver que estaba haciendo, pero él le puso una mano en su espalda.
—No te muevas. Ya te has movido mucho.
Ella estaba atrapada por el calor de la pasión de su compañero, y había sido ella quien
lo había liberado. Ahora ella pagaría el precio.
Sus dedos la encontraron de nuevo, y esta vez la frotó con determinación. La abrió,
acariciándola, entró en ella. . . y cuando lo hizo, el calor floreció.
Él estaba usando un poco de aceite, algo que la hizo corcovear bajo sus manos y
aferrarse al suelo.
—¿Qué pasa? —Su voz era ronca en su oreja.
—Es demasiado.
Levantó sus caderas con su brazo.
—Apenas hemos comenzado.
Su pene entró en ella, en toda su longitud, sin detenerse.
Demasiado lleno. Demasiado grande. Demasiado caliente.
Él se presionó a sí mismo a su interior, permaneciendo allí, esperando por…algo.
Demasiado... ¿Dios, por qué no se movía?
Involuntariamente sus músculos internos ondearon a lo largo de la dura longitud en su
interior.
Y como si ella le hubiera dado una señal, él liberó sus pasiones sobre ella.
Empujó con fuerza, con salvajismo. Allí no había resistencia para él, ninguna posibilidad
de hacerse cargo. Ella tuvo que moverse bajo su dirección, aceptando su dominación…con
cada empuje, ella corría, una explosión de excitada y consumada necesidad.
El agua caía sobre ellos. Goteando sobre sus brazos y mentón, cantando con su dulce y
rítmico calor.
Ella gimió, en tensión, apretando todos sus músculos mientras él la conducía con el
ritmo del mar, el viento y la tierra. Ella se elevó en sus manos y arqueó su espalda,
tratando de escapar, tratando de obtener más. El placer era insoportable, y cuando él
deslizó su mano a su alrededor, entre sus piernas, y presionó su clítoris—ella gritó.
Luces explotaron bajo sus cerrados párpados.
Ferozmente, el se sumergió dentro de ella, llenándola con su esperma y ninguno se
preocupo por las consecuencias.
Ayer, ellos afrontaron la muerte.
Hoy, ellos se encontraban cara a cara.
Ella permaneció sobre sus manos y rodillas, jadeando, exhausta, el placer satisfecho
mas allá de su fuerza.
Y sonrió.

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Gradualmente él se retiro, cada cresta y cada vena se arrastraban a través de sus
tejidos internos.
Ella gimió.
Él la levantó, girándola, para luego colocarla sobre el asiento. Él parecía un tiburón listo
para tomar un mordisco de su víctima.
—Ahora es mi turno para lavarte.
Y ella comprendió que aunque él acababa de venirse dos veces, todavía estaba duro.
Para cuando él había terminado de bañarla, no era más que un trapo blando en sus
brazos.
Y estaba justo y como él la quería.
Maldita fuera ella por descontrolarlo. Se merecía el demonio que había liberado.
Había estado todo ese tiempo planeando cómo encontrarla y arrástrala a la guarida que
había construido para ella, pero nunca se imaginó que tendría esta desesperada necesidad
por reclamarla una y otra vez, de todas las maneras posibles.
Ahora, mientras la secaba, teniendo cuidado con cada parte, estremeciéndose ante sus
moretones, suspirando sobre su pelo, él lamentaba que ellos no tuvieran más tiempo. Ya
que si lo tuvieran, él la tomaría en la cama otra vez y le mostraría cuantas veces un puma
hambriento podría satisfacerse... y a ella.
Levantándola, la llevó al dormitorio.
Pero no podía tomarse el tiempo para hacerle el amor otra vez. Tenía otra tarea, el
deber de arreglar lo que había hecho mal.
La metió en la cama, arropándola, besó su frente. Sus solemnes ojos la miraron.
—¿Estás bien?
Ella lo conocía demasiado bien, reconoció la inquietud que trataba de ocultar tan
cuidadosamente.
—Esa pregunta la debería hacer yo —dijo él—. ¿Estás bien?
Una risa soñolienta y sexy rizó sus labios.
—De maravilla.
—Sí, lo estás.
Afuera, la lluvia lamia las ventanas, y el viento gemía alrededor del alero.
Ya estaba llegando la siguiente tormenta. La noche se deslizaba a través de la tierra.
El agotamiento tomo el control de su mente y su corazón.
Él puso su mano sobre sus ojos para cerrárselos.
—Duerme. Tengo un trabajo de cuidado por hacer.
—Sus ojos se abrieron de golpe. Ella empujó su mano.
—¿Cosas de policía?
—Cosas de policía, —acordó.
El no le mentía, exactamente. Necesitaba pasarle factura a su sargento. Había
arruinado su busca personas en el océano. Perdido su celular, también, y su pistola de
servicio. Yamashita no había estado feliz por eso, pero Doug había le había contado su

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versión de la verdad—que él se había sumergido en el océano detrás de un perro
rabioso—y Yamashita había quedado satisfecho. Le había dado tiempo libre a Doug, pero
no más del necesario, la policía estatal estaba casi siempre de turno. Si ocurría un
accidente y todos los demás estaban ocupados, ellos le llamarían y él iría.
—No te vayas por mucho tiempo. —Firebird lo miró con prematura angustia, se veía tan
joven con aquel corte de cabello punk y esa temblorosa sonrisa—. Quiero llevarte a tu
casa. Quiero llevarte con mi madre. Ella estará tan contenta.
Si Firebird solo supiera…
—Bien iré, pero primero, tengo que hacer algo en el trabajo.
Ya fuera que ella lo deseara o no, sus ojos se cerraron.
—Ten cuidado.
Mientras la observaba dormir, murmuró:
—Es un poco tarde para eso.
La arropó y se dirigió a su oficina en la siguiente puerta.
Allí estaba el monitoreo de su sistema de seguridad. Allí mantenía su computadora y
todos sus registros. Su silla era de cuero y se ajustaba en seis posiciones diferentes. Su
escritorio era de madera oscura cubierto de mármol negro.
Él amaba su oficina. Amaba su casa. Y temía no poder tenerla para ellos por mucho más
tiempo.
Ah, bien.
Si él tenia que pagar por todo lo que había hecho, no era más de lo se merecía.
Esto aumentaba su necesidad de asegurase que su familia no pagara, que ni Firebird ni
Aleksandr pagaran.
El buscó a través del desorden de su Rolodex, encontró la tarjeta que quería, recogió
el teléfono, y marcó el número. Este sonó y sonó, y nadie contesto el maldito teléfono por
un largo tiempo.
¿Dónde estaba él? ¿Dónde estaba el bastardo de Vadim?
Doug estaba listo para colgar cuando por fin alguien contestó.
Había un fuerte sonido de música al fondo. Parloteo de voces. Mujeres riendo. Y un
tipo con un pronunciado acento ruso gritó:
—¿Qué?
Una fiesta. El pequeño bastardo estaba dando una fiesta.
—Vadim, —dijo Doug secamente—. Ahora.
—¿Quien lo busca? —gritó el tipo.
—El tipo al que trató de matar.
El teléfono cayó al suelo.
Doug esperó, inseguro de si el chico que había contestado el teléfono en realidad
pasaría el mensaje.
Pero Vadim contestó casi inmediatamente, y parecía brusco y tenso.
—¿Cómo que el tipo que traté de matar?

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—Doug Black.
El Doug Black que enderezaría las cosas, o moriría intentando.
—Ah. —Vadim se relajó, riendo—. Tú.
Doug había hablado con este tipo, le había contado su historia, lo había convencido de
que él era un granuja Varinski. Él se había vendido a Vadim, y nunca había despreciado
más a Vadim. Despreciado a Vadim—y a sí mismo.
—Hice el trabajo por ti. Te di las coordenadas de la casa de los Wilder.
—Y yo te pagué diez millones por esto –le recordó Vadim en tono agradable.
—Y para mostrar tu aprecio, enviaste a tus imbéciles detrás de mí.
Doug permitió a cada porción de su rabia y frustración se mostraran en su voz. Rabia
contra Vadim. Frustración contra sí mismo por ser tan estúpido por dejarse comprar por
la soledad y la amargura.
Vadim no se impresionó. Él rió.
—No los envié detrás de ti.
—Mentiroso.
—Les envié detrás de la muchacha Wilder. La que pusiste en el camino.
Incluso peor.
—Estuve a punto de hacerme afortunado.
—Sí, que pena. Mis hombres estaban bajo las ordenes de hacer el trabajo y rápido. —
La voz de Vadim era suave y pensativa—. Y ellos me dijeron que lo habían hecho. Dijeron
que ambos entraron en el océano y no salieron.
Doug necesitaba ser cuidadoso, muy cuidadoso, con lo siguiente que le dijera a Vadim.
—Ambos saltamos hacia el océano para alejarnos de tus asesinos. La muchacha Wilder
aterrizó en un lecho de algas marinas. Uno de los tallos se abrigó alrededor de su cuello
como una soga. Sola, ella no tenía ninguna posibilidad para regresar a la superficie.
—¿Viste el cuerpo?
—La encontré.
Deliberadamente, Doug relajó la mano que sostenía el teléfono. La aguja sobre su
barómetro esta cayendo, las ráfagas de viendo estaban creciendo, y él tendría suerte si
la tormenta no tumbara las líneas antes de finalizar sus negocios con Vadim. Por seguro él
no debería permitir a Vadim orinarse sobre él por ser estúpido de romper el teléfono con
su apretón.
—Buen hombre. —Vadim se las arregló para parecer tanto condescendiente como
alegre—. ¿Arrastraste a la chica Wilder a tierra para asegurarte?
—¿Estas loco? Tuve suerte de salir yo mismo. En ese océano hacia un frío de mierda. –
dijo Doug con los dientes apretados—. Tenía hipotermia.
—¡Qué pena!
—Estoy seguro que todavía esta gritando el tipo de la serpiente.
—Foka. –dijo suavemente Vadim—. Un tipo de miedo, ¿verdad?

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—¿Él es que se va a encargar del problema de los Wilder? –preguntó Doug con una
elaborada carencia de interés.
—En realidad voy a encargarme del problema Wilder yo mismo. La situación es
demasiado delicada para dejársela a subordinados.
—¿Qué es lo que me dijiste que ibas a hacer? ¿Algo sobre dejar saber a US
Immigration sobre quien realmente es Konstantine y todos los crímenes cometidos por él,
y como él se fue de su país con su amada esposa?
—Ese era mi plan original. —Doug podía oír la risa en la voz de Vadim—. Pero ha habido
unos pocos cambios.
—¿Cuál es su plan ahora? —Doug se sentía enfermo—. ¿Vas a limpiarlos de su dinero,
también?
—Tal vez algo un poco más que eso. Justamente me estoy figurando como borrarlos.
—Doug quiso golpear el escritorio. ¿Cómo pudo haber sido tan estúpido para creerle a
Vadim sobre los Wilder? ¿Para creerle sobre cualquier cosa? ¿Cómo pudo venderse él y
sus talentos a Vadim?
Vadim bajó su voz.
—¿Qué hay del icono? ¿Lo encontraste?
—¿Icono? ¿Qué icono?
—Recuerda. Hablamos de ello.
Lo había hecho. Vadim había insistido bastante sobre desearlos.
—Yo no podría saber de un icono aunque me mordiera el culo.
El chillido ruidoso de una mujer puntuó el ruido de la fiesta, y el jaleo estalló.
—Cuelguen, —refunfuñó Vadim.
Los sonidos de la fiesta se escucharon más débiles. Doug oyó una puerta cerrarse, y
todo se tranquilizó.
Vadim hablaba todavía suavemente, como si temiera ser oído por casualidad.
—Tú reconocerías este. Es un pequeño azulejo blanco, tal vez de tres por tres, una
antigüedad, con una pintura de la Virgen María sobre él.
Doug se rió.
—¿El gran líder Varinski colecciona ahora arte religioso?
—Encuéntrelo, y le pagaré veinte millones.
Doug se había quedado mudo. Él había estudiado al Varinski, su organización, su
historia, su leyenda. Él sabía cual icono buscaba Vadim. Este tenía que ser uno de los
cuatro iconos que el Konstantine original había entregado al diablo para sellar el trato.
Pero aquellos iconos habían desaparecido en las nieblas de tiempo. ¿Por qué buscaba
Vadim éste ahora? ¿Por qué en particular este icono era tan importante que él estaba
dispuesto a pagar una suma tan desorbitada por él? ¿Cómo podría Doug usar esto en su
ventaja?
—Tiene que haber más que un icono ruso por ahí. ¿Cómo puedo saber que encontré el
correcto?

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—Al tomarlo. Este te quemará directamente hasta el hueso.
Doug flexionó su mano.
—¿Qué tiene este icono contra mí?
—No solo contra ti. Este quemará a cualquier Varinski.
El acento de Vadim era casi imperceptible. Sonaba como un joven americano, y no como
un asesino despiadado, pero Doug sabía la verdad. El tipo era implacable en su búsqueda
de poder, y esto hacía que la búsqueda del icono fuera aún más interesante.
—¿Entonces tienes a todos en tu organización en la búsqueda de un estúpido icono?
Significa… que no todos están en esa fiesta contigo?
Él casi podía escuchar a Vadim decidir cuanto decir.
—Mis fuentes me informan que Firebird Wilder muy bien podría tenerlo.
—Mierda si entro en el agua otra vez para buscar su cuerpo —dijo Doug arrastrando
las palabras—. Ya he buscado entre las cosas que dejó aquí. No había nada como lo que
describes.
—Envíame todo.
—¿Estás loco? Lo arrojé al océano. Cuando se sepa que ella ha desaparecido y que yo
fui el último que se vio con ella, la mierda va a golpear como un abanico. Necesito una
coartada, y si digo que ella estaba destrozada porque no quería regresar con ella, y que
suicidó. —Con disgusto en su voz, Doug continuó, —Realmente me jodiste, estúpido.
—Veinte millones por el icono deberían calmar tus heridos sentimientos.
—Bien. Miraré. Pero sabes, he estado pensando. La pasada vez que te vendí
información, me pagaste y luego trataste de matarme.
—Ya te dije: que no eras el objetivo. Además, estás vivo ahora, así que deja de
lloriquear. Veinte millones por el icono.
Doug no prestó atención.
—Conozco cada lugar a donde Firebird ha ido. Sé donde ocultó su coche. Si ella tenía el
icono, lo encontraré, y cuando lo haga, es mejor que cobre mucho por él, para que cuando
tus imbéciles vengan por mí, haya conseguido protección. Entonces lo venderé —hizo una
pausa para llamar su atención—por unos cien millones.
—Cien...Tú... estúpido... ¡Americano! —La juventud de Vadim se que mostró en su
tartamudeo de asombro—. ¡No pagaré eso!
—Entonces lo presentaré en una subasta. Alguien lo pagará.
—Tu...tu... ¡Ya sea que encuentres el ícono o no, yo voy a matarte!
Ahora Doug podía oír su acento, fuerte y claro.
—Ooh. Estoy temblando, —se burló Doug.
—¡Te atreves!
—Me atrevo un infierno de mucho.
Con mucha satisfacción, Doug colgó.
Ya estaba. Había conseguido la información, distraído y enfureció a Vadim, y lo había
conve-ncido que Firebird estaba muerta.

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Ahora todo que lo tenía que hacer era esperar la llamada telefónica que sabía que
vendría.
Abriendo al cajón de su escritorio, miró al rollo de algas dentro de él—el rollo que
había atrapado Firebird bajo el océano, el rollo que ella había llevado como un collar
alrededor de su cuello.
Agarró el tallo principal. Con mucho cuidado, levantó el alga marina. Miró el azulejo
pequeño, cuadrado, blanco enredado en las frondas—y la Virgen María con sus ojos
negros le devolvió la mirada con reproche.
Vadim aún no lo había comprendido, pero Doug tenía todos los ases.

Capítulo 26
Adrik pasó por la puerta de la cocina cuando Zorana sacó dos barras de pan agrio del
horno.
Sus hijos siempre tenían una manera de llegar del trabajo y comenzar a comer.
Quitándose su chaqueta, él se sacudió para quitarse las gotas de lluvia, la colgó en el
gancho y entonces la besó en la mejilla.
—Mama, ese pan huele bien —él se acercó para besar a su esposa, un largo beso puso
en la boca de Karen, seguido por un zumbido de deleite.
—Estas mojado —ella sacó su pelo oscuro fuera de su cara.
—Esta es una tormenta real —sentándose así mismo a la mesa de madera larga con los
otros hombres, miró seriamente a Konstantine, al padre de Karen, a Jasha y Rurik.
Cuando habló, no se molestó en incluir a las mujeres—. Pero nada se dañó. Todavía todo es
su lugar, listos para limpiar los culos de los Varinski.
—Necesitamos más —dijo Konstantine.
—Haremos tanto cuanto podamos, Papa. Solo no sabemos cuánto tiempo tenemos —
Jasha tenía una lista delante de él y una pluma en su mano—. Como ahora mismo, vamos a
ser más que unos pocos, tristes de ellos que alguna vez trataron de matar a Wilder.
—Son muchos los extraños en el bosque estos días —dijo Adrik.
Zorana agitó las barras fuera de sus cacerolas y los puso en los parillas para que se
enfriaran.
Jasha brincó, agarró uno, y se sentó de nuevo.
—Ellos no son campistas, ninguno.
—Sí está demasiado frío para eso —Jackson Sonnet era un pequeño y fanfarrón
deportista, un hombre de al aire libre, y un hotelero con un marcado sentido de qué
personas habría o no para divertirse.
Según él, acampar en el invierno no era una actividad popular.
Rurik se levantó y sacó la mantequilla del refrigerador.
—Pásame un pedazo de pan.
—¡Hey, Mamá lo hace para mí! —dijo Adrik.

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—Ella lo había hecho para darte la bienvenida a casa, eres un gran tonto —Jasha rasgó
la barra, soltando un estallido de vapor y revelando la pálido, textura interior—. Ella esta
tan enferma de ti como el resto de nosotros.
Adrik lo dio un golpe en la parte de trasera de la cabeza.
Jasha dio un golpe atrás, y perdió la barra por el chivato veloz de Rurik atacando.
—¡Hey!
Rurik gimió cuando la corteza castaña quemó su mano. Él sacudió el pan de lado a lado
mientras lo rasgaba en pedazos más pequeños. Poniéndolo en un plato, le dio el resto a su
padre.
—Entonces, Papa, los Varinski han empezado a reunirse para la batalla. Pero hay otros,
también, hombres que nos miran—y ellos.
—Tal vez los Varinski tienen sirvientes —Konstantine sentado en su silla de ruedas, su
tanque de oxígeno enganchado en la parte trasera. Ocasionalmente ponía la máscara
sobre su rostro y tomaba un largo respiro. Él podría ser débil, pero estaba en su
elemento.
—O imaginan que este tan desvalido que ellos podrían contratar a alguien para limpiarlo
—dijo Jackson.
Los hombres Wilder intercambiaron miradas incrédulas, y unánimemente declararon,
—Naw.
—Si ustedes lo dicen entonces —Jackson tomó un poco de pan, untándole mantequilla,
mordió, y, con su boca abierta, dijo—. Bueno, Zorana. Realmente bueno.
Las mujeres—Zorana, Ann, Tasya, y Karen—se apoyaron contra la pared de la cocina,
observando a los hombres y como la barra desaparecía en un tiempo record.
—Es como alimentar a animales salvajes —murmuró Ann a las otras mujeres—.
Lanzamos la comida. Ellos gruñen los unos a los otros, lo destrozan, engullen rápidamente,
y vuelven a sus planes.
—No es que Rurik realmente este domesticado, pero nunca lo había visto comportarse
tanto como un cavernícola —expresó Tasya en voz profunda y amenazadora—. Prepara
algo de comer. Dame algo de sexo. Y por Dios, mujer, cualquier cosa que hagas, no hables.
Zorana consideró a su querido nieto, sentado en su alta silla al lado de Konstantine,
royendo su pan y charlando con sus tíos y abuelo.
—Aleksandr era justo como ellos.
—Firebird salió exactamente en momento correcto —Tasya asió el brazo de Zorana—.
No quería preocuparte.
—Volverá bien. Ella es una chica inteligente. Sé que está segura —Zorana tenía que
creer que era cierto—. Pero tienes razón. Ella sentía algo extraño en esto. Te digo, es
genético. Ellos están teniendo el momento de sus vidas. Escúchenlos.
—Allí están siempre los motoristas y excursionistas en los bosques —dijo Rurik—,
entonces las minas en la tierra están afuera.
—No buenas explosiones —Adrik agitó su cabeza con el dolor.

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—Las viejas trampas funcionaran. Trampas. Sorpresas. Ya versa. Ellos no sabrán qué
les pegó —Konstantine sonrío como un muchacho al que le había dado un regalo.
—Tus tipos vienen con buenas ideas. No estoy diciendo que no las tienen, y sé que los
Varinski no puede ser muerto excepto por otro demonio, pero lo que necesitas es más
armamento —Jackson se inclinó, sus ojos brillaron con excitación y placer. El padre de
Karen no era como los hijos de Konstantine, Jackson no parecía estimar a las mujeres, a
él no le gustaban los niños como Aleksandr, se alejó de las atenciones de afecto de
Zorana, y sus más grandes amores eran cazar pescar y acampar. Aunque había
demostrado un verdadero temperamento cuando había luchado en equipo por la vida de su
hija contra el Varinski, como él era inútil en las situaciones de familia, pero bueno para
mantener la retaguardia, y Zorana agradecía tenerlo cerca—. Suficientes tiros de un
rifle M16 quitarían una pierna, y un Varinski con una pierna le podría ser difícil incluso
llegar a usted, Konstantine. Yo tengo el dinero y los contactos para obtener armas rápido.
—Está bien. Alguna potencia de fuego podría ayudar. Pero no esperare por su regreso
para comenzar la batalla —dijo Konstantine.
—Confíe en mí, Konstantine —Jackson descansó su mano sobre el hombro de
Konstantine. Saldré en la tarde, y regresare antes de que haya terminado. ¡No me
perderé esta batalla por nada en el mundo!
—¿Cómo puede usted hablar sobre guerra con tal deleite? —Ann era la más atractiva
nuera de los Wilder, una de las personas más amables que alguna vez se hubiera
encontrado Zorana, y estaba francamente consternada sobre este despliegue de
masculina ferocidad.
Los hombres intercambiaron miradas desconcertadas.
—Nosotros no buscamos pelea, pero si es inevitable, podríamos disfrutarlo —dijo
Jackson.
Tasya agarró el brazo de Zorana y lo sacudió.
—Él no es de la familia, y piensa como ellos.
Ann todavía se esforzaba porque los hombres entraran en razón.
—¿Qué pasara después? Hay una verdadera posibilidad que alguno de nosotros—tal vez
usted—podría morir, dejando a los demás afligidos.
—Esto es lo que pasa en la Guerra —dijo simplemente Konstantine.
—Cuando esto acabe, todos nosotros recogeremos nuestros pedazos de nuestras vidas
—la mera idea de violencia traía lágrimas a los ojos azules de Ann.
—Nosotros no entendemos que, cariño —dijo pacientemente Jasha—. No buscamos
pelea, pero como es inevitable, podríamos disfrutarlo.
—Eso es exactamente lo que el Sr. Sonnet dijo —dijo Zorana.
—Bueno…si. Cuando tienes razón, tienes razón —Jasha chocó los cinco con Jackson.
Los hombres rieron.
Con rapidez, los ojos de Ann se secaron, y sus ojos se encendieron con temperamento.
—Jasha Wilder, cuando esto acabe, si no estas muerto, voy hacerte desear estarlo.

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Jasha se quedó mudo, como si él no pudiera asimilar tal despliegue de temperamento
de su esposa.
—Ahora, cariño…
—Vengan, chicas —Tasya tocó el hombre de Zorana—. Vayamos a dar un paseo. Nos
volveremos locas con la preocupación.
Jasha agitó su cabeza.
—Ustedes no pueden dar un paseo.
Ann se encendió.
—¿Porque no?
Con paciencia exagerada, dijo Jasha,
—Porque hay extraños en los bosques.
Zorana encontró la mano abierta levantada hacia su hijo.
Ann la cogió antes de que ella pudiera hacer el contacto.
Karen que hasta el momento se había mantenido callada, ahora hablo con claridad,
lento y fuerte.
—Escuchen, hombres. Nosotras las mujeres necesitamos salir de la casa. Nosotras
necesitamos salir ahora.
Todos los hombres, al igual Aleksandr, miraron con sorpresa.
Adrik brincó sobre sus pies.
—Por supuesto. Yo te llevare.
—Gatito azotado —Rurik susurró en etapas.
Adrik ignoró a su hermano.
—¿A dónde quieren ir las mujeres? ¿A las tiendas?
Las mujeres lo miraron con el ceño fruncido, y los hombres allí sentados asintiendo con
sentido.
—¿Qué demonios vamos hacer nosotras en las tiendas? ¿Comprarnos un suéter? —
Tasya pasó su mano por su cabello—. Los tipos como tú son tan…
Karen puso su mano en el hombro de Tasya.
Tasya se giro alejándose.
—Cerdos —murmuro ella.
Rurik empujo su asiento.
—¿Tal vez quieran ir a ver una película? Escuche que A Hero´s Guide to Enchantments
la están pasándola en el viejo cine.
—Dando un golpecito —Jackson dijo por la esquina de su boca.
—Que idea es esa —Konstantine replicó por la esquina de su boca.
—Ellas regresaran todas suaves y llorosas, y nos harán la cena, luego miraran una de
aquellas cosas de decoración. Después…
—¿Comprenden que nosotras podemos oír, correcto? —preguntó Tasya.
Los tipos gesticularon como diciendo ¿Y?

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—Queremos hablar. Solo nosotras las mujeres —la voz de Ann subió con cada palabra—.
¿Hay algún lugar donde podamos ir que podamos tener algo de privacidad?
—Probablemente estés cansada de cocinar para nosotros —dijo Jasha—. ¿Tal vez
nosotros podamos llevarlas a comer fuera?
—¿Podemos ir a Taco Time? —preguntó Adrik con avidez—. No he ido a Taco Time
desde que me fui.
—Bien. Cuatro crecidos hombres, un pequeño niño, y una pequeña casa, y una cantidad
ilimitada de frijoles refritos —la voz de Tasya goteaba sarcasmo—. Pienso que no.
Zorana pensó que no entonces, cualquiera.
—Nosotras lo haremos fácil para ustedes. No dejaremos ni siquiera el valle. En cambio,
iremos al granero. Tomares una botella de vino, un poco de pan y queso. Aleksandr puede
jugar en la paja. Podremos hablar nosotras las mujeres inteligentes sin la interrupción de
hombres que por lo general se convierten en bestias. Profundamente, ella comprendió que
su voz subía de tono, también.
Los tipos miraron fijamente con las frentes surcadas.
Karen habló de nuevo, despacio y claramente.
—Nosotras queremos ir al granero. Sin ustedes. ¿Sí es seguro?
—Por supuesto que lo es. Es donde hemos estado guardando todas nuestras municiones
—Rurik palmeo su pantalón—. Antes de que vayan, nosotros iremos y exploraremos el área.
—Después que… donde… iremos nosotras —Karen se volvió a las otras mujeres—.
Cuándo hablen con ellos, si quieren que comprendan, usen pequeñas palabras y hablen
muy… despacio.
En el silencio que siguió, Aleksandr anuncio claramente,
—Follar como conejitos.
Konstantine sonrío.
Aleksandr sonrío, también, como un pequeño cuervo, y repitió,
—Follar como conejitos.
—¿Dónde aprendió a decir eso? —preguntó Ann.
Cuando Zorana miró sobre Konstantine, él cambió su sonrisa por una tos.
Tasya y Ann llenaron la canasta con otra barra de pan, queso y uno de los finos vinos
Wilder. Karen sacó un abrigo de la cama y algunos cojines de la sala.
Rurik y Jasha salieron fuera para inspeccionar el establo y el perímetro.
Cuando Zorana saco a su nieto de la alta silla y lo envolvió en una manta, Konstantine
objetó.
—No consientas al muchacho.
—No te preocupes ellas no van a convertirlo en una nena, Papa —Adrik tomó su capa—.
Aleksandr es todo un guerrero. Ninguna de esas mujeres puede cambiar eso.
Karen perdió su temperamento.
—Adrik, solo tengo un nervio izquierdo, y tú estas parado ahí.
—Grumpy es su enano favorito —Adrik explicó a su padre.

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Adrik trajo una chaqueta y la ayudó con ella, entonces tomó su brazo.
—Te amo, amor. Ahora. . .estas mucho mejor, pero todavía cojeas, y yo sé que esas
costillas aun te duelen. Permítame llevarte al granero.
Ella se resistió por un momento, entonces se apoyado contra él.
—Todas tienen su celular —Adrik llamó—, entonces pueden llamar si hay problemas.
—Soy tan feliz como me dijiste, lo sabía. Contigo alrededor, nunca tengo que
preocuparme por mi pequeña cabeza —Karen tomo su celular del bolsillo y lo mostró.
—Tienen la bolsa de pañales
—Tasya la alzó de la mesa y verificó su contenido.
—¿Estamos listas?
—Abuela —Aleksandr tomó el rostro de Zorana y lo giró hacia él. Con esa mueca de
sonrisa que siempre ponía que agitaba su corazón, preguntó—, Aleksandr quiere jugar con
sus tesoros.
—¿Qué dices? —preguntó Zorana.
—Por favor —él sacó cada palabra, haciendo más ruido y ruido, hasta que ella estuviera
de acuerdo.
Ann fue hacia el gabinete y trajo una caja de madera pintada y la agitó, lo
suficientemente grande para recoger los recuerdos más importantes de la vida de Zorana,
también lo suficientemente pequeña como para ella llevarla.
—Casi muero robando esa caja de tu tribu en Rumania, Zorana —Konstantine alzó la
máscara de oxigeno sobre su rostro y tomo una respiración—. Pero lo hice por ti, porque
tú la querías, y porque te amo.
—No me estás engañando con ese acto de hombre sacrificado y enfermo —dijo ella.
—No sé lo que quieres decir.
—Y el acto de hacerte inocente tampoco funciona, nada.
Él estaba en su elemento cuando trazó su defensa. Aquí en los Estados Unidos, él
podría hacerse pasar por un pacífico cultivador de uvas, pero en Ucrania, había sido
Konstantine, el líder de los Varinski. Sus estrategias los había hecho los más adinerados y
la mayoría lo temían por los crímenes de familia y sus crueles actos que lo habían
condenado al infierno.
Zorana sabía que, batalla o no batalla, el tiempo de su muerte estaba a una mano—a
menos que de algún modo se unieran los cuatro iconos Varinski y el pacto con el diablo se
rompiera. Dirigiéndose a su esposo, ella besó su mejilla, y susurró,
—Acarreando como conejitos, de hecho.
—¿Como supones que Aleksandr aprendió a decir tal frase? —preguntó inocentemente
Konstantine.
Cuando Zorana se alejó, se volvió a sonreírle a su esposo.
Él le guiñó a ella.

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El alto granero había sido construido por Konstantine bajo las nostálgicas demandas de
Firebird por un caballo. El caballo se había ido, pero el granero aun estaba.
Los vientos que los abofetearon camino al granero, y la fría lluvia que caía, pero cuando
llegaron dentro del granero, un sentido de paz y calor las envolvió. Olía a heno y cuero y
al caballo ido, y Zorana imagino oír los susurros de amor y recordó las veces cuando ella y
Konstantine venían aquí alejándose de los exuberantes muchachos y su pequeña hermana.
Por las calurosas miradas de sus nueras que lanzaron hacia la escalera, Zorana
sospechó que ellas tenían recuerdos similares.
—Es seguro —Rurik les aseguró a ellas.
—Ya revisamos —dijo Jasha.
La planta baja fue tomada levantando puestos, con leños para el cuatro de julio de los
Wilder, con cubos para empapar las hogueras de ese día, y con grandes montones de
cosas cubiertas por mantas.
—Se preguntan lo que está debajo de las mantas —meditó Tasya.
—No saben ¿Puede ser cualquier cosa? —Ann caminó y comenzó a dar puntapiés.
Jasha se movió a velocidad luz, bloqueando su pie.
—No lo hagas…no patees…los detonadores.
—Nunca tuve intención —dijo suavemente Ann—. Solo quería un poco de pago por toda
la testosterona apestosa que has estado extendiendo últimamente alrededor.
El limpió su pálido rostro.
—Muy graciosa. ¿Quieres que lleve la canasta hasta el henil?
—Nosotras podemos hacerlo. Solo… —Ann lo empujó— vete.
—Adrik estará afuera y patrullara el área —dijo Rurik—. Mientras los hombres planean
la batalla.
—Solo el guerrero más fino sale para asegurar los grandes tesoros de los Wilders —
Adrik le sonrió limpiamente a Jasha.
Zorana le dio palmaditas en la mejilla a su segundo hijo.
—Un hombre sabio reconoce su derrota cuando la experimenta —ella cerró las puertas
en su cara.
Tasya y Ann estaban alrededor ayudando a Karen subir la escalera hacia el henil.
Cuando llegaron arriba, Zorana extendió sus brazos a Aleksandr y subió la escalera con él.
Las mujeres se quitaron sus abrigos y desarroparon a Aleksandr.
—Los hombres no pueden oírnos desde aquí —Ann extendió el mantel sobre el suelo y
acomodo el heno como sillas—. Y tengo algo que decirles que a ellos no les va gustar.
—En ese caso —Tasya desempacó el resto de la cesta— por favor dinos. Ahora mismo
lo que quiero es hacerlos miserables.
—Cuando Jasha y yo nos unimos… —Ann se ruborizó y envolvió la manta alrededor de
ella y cruzó las piernas—. Quiero decir, cuando comprendí por primera vez que él era
parte del pacto, a él le dispararon con una fecha y yo tenía que sacársela.
—Euw —Karen arrugó su nariz.

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—Lo sé —Ann presionó la mano sobre su estomago—. Peor, mientras tenía mi mano
dentro de su hombro, deslice mi palma abierta y su sangre se mezcló con la mía. Eso me
cambio. Desde entonces, me siento fuerte, resistente —ella se apoyo y agitó su dedo
para hacer su apunte—. Pero más importante—cuando me enfrente con un Varinski,
desarrolle garras. ¡Solo por un segundo! Pero eso salvo mi vida.
—¡Sí! —Karen aliviada en su asiento y se puso a trabajar cortando pequeños pedazos de
Brie.
—Cuando probé la sangre de Adrik, fui más feroz, y sé que parezco débil, pero hace
menos de un mes, sufrí de una docena de huesos rotos, y mis lesiones internas eran
suficientes como para estar muerta. Los doctores dijeron que he sanado de una manera
asombrosa. Desde el principio pensé que la sangre de Adrik me devolvía mi salud.
Tasya miró a Zorana.
—No he compartido sangre con Rurik, pero si puedo ser una buena guerrera por él, y
ayudar con la batalla… Yo podría.
—Yo no he compartido sangre con Konstantine, tampoco —la tensión de Zorana la había
llevado a sufrir esa horrible visión relajada, y ella tomó su primer suspiro en dos años.
—Pero ahora que lo pienso. Por supuesto, para mí, los beneficios pesan más que los
inconvenientes.
—¿Que inconvenientes podrían haber allí, Mama? —Tasya abrió la botella de vino y
lleno los vasos.
Ann era la de más claro pensamiento de las muchachas, y ella contestó rápidamente.
—Si nosotras compartimos sangre con nuestros esposos, podemos compartir el mismo
destino—si el pacto no se rompe y nosotras estamos muertas, los condenamos al infierno
como demonios.
—¡Puff! —Tasya ondeo aquel argumento lejos como minoría—. Escojo el infierno a pasar
una eternidad sola.
—Si —Zorana se sentó en el suelo con Aleksandr en su regazo, y permitió a su nuera
prepararle un plato— . Me gustaría más bien disfrutar todas las maravillas del cielo con
Konstantine.
—A mí, también —dijo Karen.
—Y yo —añadió Ann.
Zorana ofreció su mano, palma abajo, encima del mantel. La mano de Ann cubrió la suya.
Tasya era la siguiente, y Karen terminó. Las miradas de las mujeres se encontraron y
asintieron a la vez.
—Nuestro propio pacto —dijo Zorana—. Un buen pacto, lucharemos el mal que cada
noche se acerca más.
—Abuela —Aleksandr jaló su manga—. ¡Tesoros!
Las mujeres soltaron sus manos, alzaron sus copas de vino, chocaron entre sí, y
bebieron.

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Entonces Ann le dio a Zorana la caja de madera, y las chicas se acercaron cuando ella
la abrió.
—¿Qué son sus tesoros? —Karen no había estado en la familia lo suficiente para saber.
—Momentos de mi vida anterior en mi tribu Gitana, y las únicas posesiones que traje
cuando emigre de Ucrania —primero Zorana tomó una bola de estambre—. Aquí está lo
que hile cuando era una muchacha —ella se la dio a Aleksandr, quien primero la froto en
su cara, y entonces, como un jugador de baloncesto, la tiró en el cesto.
Tasya aplaudió.
—¡Dos puntos!
—¡Yay! —Aleksandr alzó sus pequeños puños.
—Esta es la aguja que use para hilar el estambre —Zorana sonrió cuando un recuerdo
salto a la vida—. Es también la aguja que use para apuñalar a Konstantine cuando me raptó.
Karen rió.
—¿De verdad? ¿Lo apuñalaste?
—Se lo merecía —Zorana se la dio a Karen.
—No tengo ninguna duda sobre eso —dijo Karen fervientemente, y tocó la punta con su
dedo.
—Aquí mi sombrero, parte de mi vestimenta Gitana —Zorana puso una gorra bordada
coloridamente sobre la cabeza de Aleksandr. Mi abuela la hizo para mí. Ella era muy sabia.
Ellos me dijeron que la primera vez que me sostuvo, un enclenque recién nacido, declaro
que tenía el don de la Vista.
Aleksandr se quitó la gorra y se paró, entonces caminó por el mantel y se la puso en la
cabeza a Ann.
—¡Hermosa! —dijo él.
—Gracias, Aleksandr —Ann posó para él.
—Pero estos son simples fichas de mi vida —reverentemente, Zorana se preparó para
mostrar su única verdadera herencia—. Ahora les mostrare mi tesoro.
—¡Tesoros! —Aleksandr se dio prisa por regresar al lado de Zorana y se apoyó contra
su hombro. Tomando un modesto saco de cuero de la caja sin pretensiones, Zorana soltó
los amares y reverentemente permitió que cuatro piedras cayesen en el mantel ante ella.
Una era un pedazo de turquesa, se veía suave y manejable. Una era brillante, afilada, un
pedazo negro de obsidiana. Otra era grande, un cristal rojo sin cortar. El último era una
malformada piedra blanca, llana y áspera en un cuadro pequeño—. Por mil años, esta
colección de piedras se le ha dado a la vidente que nace en cada generación.
—Si fuera todavía reportera —Tasya le dijo a Karen—, haría una historia sobre esto.
Zorana froto con su pulgar la turquesa.
—Este es un pedazo del cielo —el siguiente que tocó fue la obsidiana—. Esta es la
ventana en la noche.
Karen deslizo su dedo por el borde de la piedad.
—¡Ouch! —tiró de él y examino su piel—. Eso me corto.

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—La obsidiana es de cristal volcánico, y el borde puede ser tan afilado como el
escarpelo de un cirujano —Ann le dijo.
—Esta es una flama helada —Zorana le dio a Karen la piedra carmesí.
Karen la sostuvo ante la luz, y profundo en su corazón, la piedra brilló en sangre con
rastros de azul. Ella abrió la boca con temor.
—¿Esto es un rubí?
—El más grande que alguna vez haya visto —dijo Tasya.
Zorana acunó la blanca, malformada roca en la palma de su mano.
—Esta es la más grande de todas. Esta es pureza.
—¿Qué se hizo de? —pregunto Karen.
—De pureza —Aleksandr contestó con la impaciencia de un niño pequeño. Él recogió las
cuatro piedras—azul cielo, negra noche, roja llama, y blanco pureza—y las colocó ante él.
Entonces, una por una, él las nombro, y las puso en las palmas de Zorana. Cuando la cuarta
piedra, la piedra blanca, toco su piel, la tierra se inclinó en su eje, y en su cerebro, ella
escucho los ecos de su propia profecía…
Un niño realizará lo imposible. Y el querido de la familia se romperá por la traición…y
saltara en el fuego.
Ella se estremeció.
Cuando había dado testimonio de la visión, nadie entendió que significaba, aun uno por
uno, las piezas había caído en su lugar. De nuevo oyó la voz en su mente…
Un niño realizará lo imposible. Y el querido de la familia se romperá por la traición…y
saltara en el fuego.
Ella no sabía que significaba—¿era Aleksandr el niño? ¿Y quién sería el querido? Pero
pronto, demasiado pronto, ella sabría. Solo podía orar por que nadie muriera antes de que
el pacto se rompiera, y si debía ser alguien, mejor que fuera Konstantine. Mejor que
cualquiera de ellos. Ella podría sacrificarse por sus niños, por sus compañeras, por
Aleksandr, y por Konstantine.
—Abuela —Aleksandr la agitó—. Aleksandr quiere los tesoros.
Sin comprender ella lo que hacía, había asido las piedras fuertemente en sus puños.
Miró alrededor.
Sus nueras estaban riéndose, compartiendo la comida, y no habían notado nada. Eso
estaba bien. Ellas no deberían tener una hora en las sombras por el pacto, por la guerra,
por el cuidado.
Zorana mordisqueó su comida y bebió sorbos de su vino, y observó a Aleksandr
explicarle a Karen, por tercera vez, lo que las piedras eran y lo que significaban.
—Él me recuerda a Adrik a su edad, bien enfocado e intenso.
Sus nueras intercambiaron miradas.
Suavemente, dijo Tasya,
—Aleksandr es hijo de Firebird, y todas la amamos mucho. Pero ella no está
relacionada con Adrik, o Jasha, o Rurik.

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Zorana miro a Tasya. A Aleksandr. A las piedras. Escuchó su voz, como sus propios
hijos, como él estaba en una historia que envolvía las piedras.
Y busco entre sus pies.
—Eso no es verdad. Aleksandr es mi nieto.
—Mama —Ann se quito su abrigo y se paro—. ¿Que quieres decir…?
—El padre de Aleksandr es mi hijo —la comprensión de ambos destrozó el corazón de
Zorana y le dio esperanza—. Y Firebird fue a buscarlo.

Capítulo 27
Aproximadamente tres horas después de que Doug hubiera hablado con Vadim, entró
una llamada a su celular.
—¿Doug? Es Gloria estoy abajo cenando. Escucha, odio molestarte a esta hora, pero
hay algunos tipos extraños vagando en los alrededores esta noche. Se apagó la alarma del
restaurante, y el jefe llamó y me preguntó si podía verificar por él. Él está ocupado en
uno—oh—otro—accidente de tres carros. No me sorprende que no estés trabajando —no
era como siempre, está era Gloria.
Pero ahora mismo está agradecido.
—¿Qué con la alarma?
—El viento voló una tabla a través de la venta, y demonios, como quiera yo no podía
dormir, entonces vine abajo ayudar. Estos dos tipos vagando, directos en medio de la
tormenta y uno de ellos, cuando le hable, siseo.
—¿Como una serpiente?
—¡Sí! ¿Qué sabes de él?
—Pensé que había dejado la ciudad —hasta que Vadim volviera a llamar.
—Como dije, raro. Pienso que están endrogados —Gloria no era una simple mujer que se
agitaba, pero ahora sonaba profundamente inquieta.
—¿Dices que vistes hacia donde fueron?
—Ellos entraron en un carro y se dirigieron hacia el guardia. Pensé que podrían
ocasionar problemas allí.
—Gracias, Gloria. Iré afuera a revisar.
—¿Hey, Doug? Podrías necesitar ayuda. Realmente son unos tipos peligrosos.
—No te preocupes. Me cuidaré de ellos.
Él sonrió con satisfacción. Vadim había actuado exactamente como Doug esperó que
hiciera: él había preparado una emboscada.
Ahora todo lo que Doug tenía que hacer era buscar la forma de averiguar los detalles
del ataque a los Wilders, y esperanzadamente mantener a los asesinos de Vadim lo
suficientemente lejos de Firebird para regresarla a su familia sin que ellos lo advirtieran.
Para ellos eran su familia. Ellos no eran suyos, nunca nadie lo había querido, y ahora
nunca podrían.

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¿Quien quería a un tipo que había vendido a su familia en un lío de viciosos asesinos?
La luz del baño despertó a Firebird. Apoyándose en un codo escudo sus ojos.
Douglas era una silueta en la puerta.
—Estoy apenado por despertarte.
Afuera estaba oscuro. El reloj indicaba las cuatro de mañana, pero él vestía su
uniforme de policía estatal.
—¿Qué está mal?
—Mi jefe me llamo —caminó hacia ella—. Alguien llamó que hubo un accidente en la
carretera. Puede tomarme un rato, entonces necesito tenerlo al día.
Ella había aprendido a despertarse cuando era necesario; el tener un bebe le había
enseñado eso. Ahora despertó completamente, colocó una almohada en su espalda, y
enfocó.
—La tormenta nos dejó sin electricidad —dijo él.
Ella escucho el viento golpear a través de los árboles.
Él continuó.
—Tengo un generador. Los teléfonos no funcionan. No puedo hacer nada sobre eso.
Pero la tormenta está pasando, y porque soy un policía estatal, la compañía de teléfono
siempre repara primero mi línea, entonces debería regresar pronto.
—Si no tienes teléfono, ¿cómo averiguaste sobre el accidente?
—Tengo un teléfono celular. En mi línea de trabajo, no puedo conseguir uno —él tomó el
celular del bolsillo de su camisa y miró indecisamente—. Debería dejarlo contigo.
—No. Tú lo necesitas más que yo. Pero te diré que —ella lo tomó y programó el número
de los Wilder—. Si tienes algún tipo de problema, puedes llamar a casa y alguien vendrá a
rescatarte. Lo programé como el auto discado cuatro, por los cuatro hermanos—. Ella se
lo devolvió con una sonrisa.
Él no le devolvió la sonrisa.
—Gracias. Buena idea. Espero nunca este en ese tipo de problemas.
—Y a mí, también, pero para eso es que están las familias —él no sabía eso todavía.
Probablemente le tomaría años antes de comprender como depender completamente de
sus hermanos, su padre y madre…y ella. Pero podría aprender. Ella podía verlo.
—Salí y exploré los alrededores —dijo él—. No olfateé Varinskis, pero en el modo
normal, el sistema de seguridad de la casa me alertara de cualquier invasor, y está en alta
alarma, este cuarto actúa como un cuarto de seguridad, y el sistema rechazara a los
invasores. Lo pondré para eso. Estarás segura mientras duermes, pero si no regreso
antes de que despiertes y quieres comer, tienes que restablecer el código —colocó un
pedazo de papel con los números en la mesa de noche—. No lo olvides.
—No quiero.
Él puso una Glock al lado del papel.
—Sabes cómo usar esto.

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Ella la tomó, verificó el seguro, la levantó y bajo para acostumbrarse a la sensación de
la pieza.
—Puedo dispararle a mis hermanos.
—No lo dudo —sonrió Douglas.
Bien, no sonrío. Pero él parecía contento. Bien, no satisfecho…pero ella había
comenzado a leerlo mejor, y eso la agradó.
—La pistola esta cargada —dijo él—. Si por alguna razón sales…
—La llevaré.
—No saldría si pensara que hay peligro.
—Lo sé.
Él se extendió, y sus dedos rozaron su mejilla.
—Ten cuidado. Quédate aquí. Regresaré en cuanto pueda y podremos, y ellos
nosotros…entonces podrás llevarme ante tu madre.
—Tu madre.
Su mano se alejó.
—Mi madre.
Cuando él se giro alejándose, ella tomó su puño. No te dije exactamente todo. No
porque lo omitiera deliberadamente, pero porque nosotros teníamos entonces muchas
cosas para, um, sabanas…
Él estaba de pie todavía como un puma anticipándose a un ataque.
—¿Qué fue lo que no dijiste?
No había ningún camino de poner esto discretamente.
—Creemos que más pronto o más tarde probablemente más pronto—los Varinski
planificaran atacar a mi familia y eliminarlos.
—Entonces supongo que mejor termino mi trabajo esta noche para que pueda ayudar
con la lucha —sonó tan prosaico, como si la batalla de su familia fuera suya, ninguna
pregunta. Entonces la beso.
Él la probó, respiro con ella, y entonces al terminar, se mantuvo cerca e inhaló el olor
de su cabello. Era como si él estuviera diciéndole adiós…para siempre.
Él le puso las almohadas y caminó hacia la puerta; entonces, como si hubiera cambiado
de idea, retrocedió.
—Dime ¿Porque los Varinski quieren el icono?
La sangre se drenó del rostro de ella.
—¿Qué…icono?
—Ellos están ofreciendo un premio por un icono Ruso. Por la expresión de tu rostro
sabes sobre ello.
Los Wilders no habían anticipado esto—que los Varinski podría buscar abiertamente el
icono. ¿Ellos no comprendían que una vez que mostrarán su interés, tendría a cada
sinvergüenza en el mundo comprando iconos por docenas, y las oportunidades que
tendrían para encontrar el icono correcto disminuirían?

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Por supuesto, quizás ellos piensan que las oportunidades de que los Wilders
encontraran el icono disminuirían, también.
Pero hasta ahora, el descubrimiento de cada icono había sido un milagro en el camino.
Ella tenía que tener fe que el milagro no les faltaría a ellos ahora.
¿Aún como podría explicar efectivamente la situación a Douglas?
—Deben ser cuatro iconos. Tenemos en nuestro poder tres. Cuando se encuentre el
cuarto, cuando los reunamos, nosotros romperemos el pacto con el Diablo.
—Entonces el icono es muy valioso.
—Si esto está más allá del valor. Los Varinski no permitirán que lo encontremos.
Escucha, Douglas —ella tomó su mano—. Mi madre tuvo una visión, y en su visión, cada uno
de sus hijos Wilder encontrara un icono. Los Varinski no comprenden que tú eres su
cuarto hijo, pero…ten cuidado allí afuera.
—Siempre —en ese momento, cuando ella busco su rostro, pensó que él parecía en
problemas. Pero él se apoyo, la besó con labios calientes y fría intención, y ella respondió.
Entonces se fue.
Ella lo había juzgado mal. Era un buen tipo. Tan buen tipo. Ella había hecho lo correcto
al venir a buscarlo.
Retrocedió a las sabanas e intentó regresar a dormir, pero estaba despabilada y
angustiada.
Los Varinski estaban buscando el cuarto icono. Ofreciendo un premio. ¿La familia
Wilder lo sabía?
Firebird había escuchado el mensaje de Ann en su celular, pero no había hablado con su
madre desde que se había ido hacia tres días. Ella no sabia si había tratado de llamarla—
su teléfono estaba arruinado en el fondo del océano.
Pero seguramente ellos no habían contestado su correo electrónico.
Ella se levanto, colocó una manta alrededor de sus hombros, y usó el código para
restablecer el sistema de seguridad.
Entonces se dirigió al corredor hacia la oficina de Douglas.
La puerta estaba cerrada con llave.
Miró con incredibilidad la perrilla, entonces trató nuevamente.
Definitivamente estaba cerrada.
Su rostro se vació con la ardiente turbación.
Él sabía que ella iría a su oficina y usaría su computadora, por supuesto. Con un sistema
de seguridad como el suyo. Él sabría cuando visitaría ella la habitación, a cada grifo que
ella hubiera dado vuelta.
Golpeó la puerta con la palma de su mano.
¿No confiaba en ella?
No. Aparentemente no lo hacía.
Ella tenía un sentimiento de ahogamiento en la parte de atrás de su garganta, un
sentimiento de mortificación y traición.

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Pero él no la había traicionado, no realmente. Él solo…no tenía en ella la misma
confianza que ella en él.
Como un pájaro, un poco de dudas furtivamente en su oído—¿Qué tenía él que ocultar?
Pero ignoro ese presentimiento.
Ella todavía necesitaba comunicarse con su familia.
Bien. No había email. La casa no tenia teléfonos. Pero Douglas tenía su nuevo BMW en
el garaje. Él guardaba un teléfono celular extra. ¿Habría otro allí afuera?
Agarrando su bolsa, se dirigió hacia el baño. Cuando salió, llevaba unos jeans azul y
marrón terroso y una camiseta ajustada. Tenía un cuchillo atado a su muñeca y una
linterna de aluminio Luxeon LED de cinco pulgadas defensiva en su bolsillo. Se sentó en
una silla y ató sus botas. Envolvió la pistola en su cinturón y buscó una chaqueta para uso
diario—la suya había desaparecido en alguna parte del océano.
Encontró una chaqueta de cuero marrón en el armario, una que le debía quedar a
Douglas como un guante. El cuero era suave, aunque fuerte, la cremallera resbaló como si
esta fuera una bola rodando. Verificó la marca de fábrica; está debió costar una fortuna.
Y una vez más la duda miró furtivamente en su oído.
¿De dónde Douglas había conseguido el dinero para esta chaqueta? ¿Para remodelar la
casa? ¿Para un BMW?
Él le había dicho jugando, pero si eso era cierto, ¿Por qué había cerrado con llave su
oficina?
Encontró las llaves del BMW enseguida; estaban enganchadas fuera de la despensa en
un gancho donde Douglas podría agarrarlas al salir.
Restableció la alarma, apagó las luces, tomó la pistola y salió por la puerta de atrás.
Y escuchó.
Las nubes escondían la luz de la luna. La noche era oscura, sin señal del amanecer. El
viento sopló, sacudiendo las tablas sueltas del porche, vibrando los canales del metal. Las
olas rodaron en la orilla.
Pero ella no escuchaba movimientos furtivos, no sentía a predadores esperando.
Ella se movió cautelosamente hacia el porche y alrededor de la casa, pausando y
escuchando, pero se sentía segura con cada paso.
Si su padre estaba en lo correcto—y él siempre lo estaba—los Varinski creerían que
había entrado en el océano, que ellos habían completado con éxito su misión. Si no creían
eso, podrían haber atacado a la Sra. Burchetts, o aquí en la casa. Estaba convencida de
que estaba sola y segura.
Pero no soltó la pistola.
Douglas estacionó su BWM X5 en la grava.
Su carro estaba. ¿Douglas lo había puesto en el garaje? Ella no tenía tiempo para
averiguarlo. Su mortificación por la desconfianza de Douglas había cambiado a inquietud.
Algo no estaba bien.

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Ella abrió el carro y subió al asiento del chofer, cerró con llave la puerta detrás de ella,
y puso la pistola en el asiento de al lado. Puso las llaves en la ignición, en caso de tuviera
que manejar; entonces, con la linterna, podría colocarla en la consola de los asientos y el
compartimiento de la guantera. Busco en los dos bolsillos, al frente y atrás. Entre los
asientos y sobre el parabrisas.
Ningún teléfono celular.
Pero este carro tenía bolsillos por todas partes. Había en el techo, controles para la
ventanilla de arriba, y en la consola de los asientos. Había bolsillos en la columna de
dirección, en el salpicadero. El BMW de Douglas era lo contrario a su Mercury Milán; si
había cualquier cosa—Visión Nocturna, veinte maneras de ajustar el asiento, una vereda
de salida que advertía peligro. En alguna parte tenía que haber un sistema de navegación,
o por lo menos la ayuda del personal de asistencia.
Ella empujó y empujó, buscando por los sensores de estacionarse a distancia, la
pantalla del cabezal… De algún modo, tropezó con la función de historia del sistema de
navegación. Intentó moverse a la próxima utilidad, e instantáneamente apareció la lista
de los lugares a las que él había manejado su costoso carro.
Ella no quería acechar.
Pero dos palabras captaron sus ojos.
Blythe, Washington.
La última vez que había conducido este coche, él había conducido a su propia pequeña
ciudad en las Montañas Cascadas.
Su boca estaba seca, los ojos tensos cuando examinó su ruta…. Había iniciado en
Seattle, en el Hospital de Suecia, habían conducido casi hasta su puerta, y lo había hecho
en la misma noche que regresó de Seattle con la prueba de que ella no era hija de los
Wilders.
La había seguido.
Fue a él a quien vio esa noche. Había explorado el lugar de la casa de los Wilders.
Cuando le preguntó si había estado allí, él le había mentido.
¿Por qué? ¿Por qué mentir?
La respuesta era demasiado evidente.
Con la nueva comprensión, ella miró a su alrededor en el cromado brillante, los asientos
de cuero, la modernísima tecnología.
Y cuando él tuvo las coordenadas, le había vendido la información a los Varinski. Él
había asegurado que podría ofrecer la localización de los Wilders, y ellos le habían
pagado un adelanto. Así fue como con veintitrés años un huérfano tenía un BMW, una
finca y una chaqueta de cuero.
Él había traicionado a su familia, su hijo. . . y a su puta.
Porque ella no era nada más que eso para él.

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Tomando las llaves, la linterna y la pistola, se bajó del carro. Caminó hacia la casa,
escondiéndose a través de la oscuridad, escuchando problemas. La rabia no podía hacer
que perdiera su cautela.
Le entró a puñetazos el código de seguridad y caminó subiendo las escaleras hacia su
oficina.
Ella le había dado a Douglas la información sobre la familia y sus vulnerabilidades.
Tenía que saber lo que él les había dado a ellos para ganar la batalla con los Varinski.
Ella había confiado en él cuando no debió, traicionando la familia que la había criado a
ella y le dio todo, condenando a su propio hijo a la muerte. Lo que era más importante, sin
el cuarto icono, el pacto con el diablo no podría romperse.
Konstantine y a los hombres que consideraba sus hermanos, e incluso su querido
Alexandr, serían condenados a una eternidad en el infierno.
Pero la puerta de su oficina estaba cerrada con llave y allí se ocultaba algo. Sin
pensarlo dos veces, levantó la pistola y le disparó a la cerradura de la puerta.
Dejó que el sistema de seguridad lo registrará.
Caminó hacia el escritorio y estaba decepcionada por descubrir que estaba abierta.
Ella estaba preparada para disparar si estaba asegurado.
Buscó a través de los cajones, y abajo al lado derecho en el tercer cajón, allí estaba.
El cuarto icono, enredado en las algas que habían tratado de asfixiarla, ahogándola.
Cada uno de mis cuatro hijos debe encontrar uno de los iconos Varinski. Solo su amada
traerá las piezas santas a casa.
Eso había dicho la visión de Zorana.
Pero eso era una mierda. Firebird no era el amor de Douglas Black. Porque la había
tomado como una tonta. Le había dicho que la amaba. Había desnudo su corazón y su alma
ante ella.
Y eso habían sido mentiras.

Capítulo 28
Doug condujo despacio por el empinado, oscuro y tortuoso camino hacia el puesto de
vigilancia, poderosos sentidos estaban enfocados en la posibilidad de una trapa colocada
para él.
Pero en una partición separada de su mente, estaba preocupado. Preocupado por dejar
a Firebird sola en su casa. Preocupado por lo que hubiera planeado Vadim Varinski.
Preocupado por su hijo, Aleksandr. Nunca antes había tenido alguien por quien
preocuparse; ahora descubría que tener una familia venía con un precio.
Recordando el teléfono celular en su bolsillo, y el número que Firebird había
programado, cambió sus ideas. Tener una familia venía con un precio —y un refugio. En
toda su vida, no había tenido a nadie que cuidara su espalda. Ahora, ¡qué bueno sería

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pensar que si se encontrara en un aprieto alguien llegaría en su ayuda! O, por lo menos,
Firebird pensaba que alguien llegaría en su ayuda.
Su atención se enfocó en un campo de escombros y clavó los frenos.
Una falsificación.
Apuntó su foco hacia el borde del camino. Y allí estaba, un automóvil colgando del
borde del terraplén con sus neumáticos delanteros sobre el pavimento.
Puede que no fuera una falsificación, después de todo. Tal vez el Varinski había estado
teniendo un poco de diversión. Si ese fuera el caso, Foka estaría teniendo un berrinche.
O en el caso Foka, eso sería un berrinchesssssssss.
Doug se río de su propia broma, ajustó su atención, y revisó el automóvil en busca del
conductor o los pasajeros. No podía ver a nadie.
¿Dónde estaban?
Sacó su pistola de servicio y escondió en la palma su cuchillo, entonces salió del coche
patrulla. El hedor de Varinski le llegó de lleno como un golpe.
Allí tenía que haber al menos cinco o seis de ellos.
Foka realmente sobreestimaba las habilidades de Doug. O tal vez éste era un tema de
orgullo. Puede que esta vez Foka quisiera asegurarse de que lo mataba.
Cuando Doug comenzó a acercarse al automóvil, un lobo grande saltó fuera de la
oscuridad. Él se giró y lo acuchillo cuando la bestia lo arrojó sobre el pavimento.
El aullido de dolor del Varinski vibró a través de él. Agarró el hocico que intentaba
arrancar su garganta, retorció el cuello debajo de su brazo, y, tan duro como pudo, le
mordió una oreja. Para su inmensa satisfacción, la sangre llenó su boca. Retorció más duro,
sentía las piernas pateándolo, las garras rasguñándolo. . . el sonido de su cuello al
quebrarse.
Uno menos.
Por el rabillo del ojo vio que los otros se acercaban. Otros tres lobos y dos hombres,
uno menudo y flaco, el otro grande, al estilo malhechor de una película de James Bond.
Usó el cuerpo muerto para que obstruyera su movimiento, subió su pistola, y disparó. El
tipo grande cayó duro, gorgoteó, y murió.
Entonces, desde atrás, alguien le dio una patada a Doug en las costillas.
Su siguiente disparo salió descentrado. Su aliento escapó apresuradamente de sus
pulmones. Tosió. Disparó otra vez, vaciando su cargador, enviando a uno de los lobos
aullando al bosque como un cachorro.
El tipo detrás de él aporreó a Doug, y cuando su cabeza se tambaleó sobre su cuello,
dio una patada a la pistola afuera de su mano. Poniendo su gigantesco pie sobre el cuello
de Doug, lo apretó boca abajo sobre el pavimento y lo mantuvo allí.
Seis de ellos. Siete contando al lobo muerto. Ese Vadim de mierda creía que Doug tenía
el icono, y había enviado a siete de sus matones para recuperarlo.
Doug inclinó sus ojos hacia arriba y vio al gemelo del tipo a quien había tirado.

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Grandioso. Magnífica forma de ganar amigos e influir en las personas. Mata a su
gemelo.
El Varinski delgado habló serenamente a sus hombres.
—Los lobos no son de utilidad aquí. Necesito hombres.
Los dos lobos restantes se miraron dubitativos.
—Cambien ahora —dijo el delgado. No alzó su voz, pero Doug vio a los lobos dar un paso
hacia atrás y comenzar la transformación—. Así está mejor.
Se acercó y entró en el rango de visión de Doug.
Feo. Mierda, este tipo era feo. Frente angosta, hocico en punta, dientes afilados,
amplio cuello—parecía una lagartija inmensa y mutada con aspecto de malo de Ciencia
Ficción. Y Doug reconoció la voz. Este tipo había estado a cargo del ataque sobre los
acantilados.
—Foka —dijo.
—¡Qué halagador! Tú sabessssssss mi nombre —la lengua de Foka se movió
rápidamente hacia fuera para tocar sus labios—. Tú lo gritarássssssss pronto.
—¿Qué quieres? —preguntó Doug.
—Goga, explícale lo que queremos a nuestro primo estadounidense —dijo Foka.
Goga enterró una mano en el pelo de Doug, envolvió la otra alrededor de su garganta, y
lo levantó para mirarlo a la cara. Le gritó lanzándole conjuntamente una ráfaga de aliento
a ajo:
—¿Dónde está el cuarto icono?
—¿Dónde están mis cien millones de dólares? —preguntó Doug.
—No estásssss en posición de negociar —dijo Foka—. El cuarto icono. Dinossssssss
ahora, y te masacraremos ahora mismo. Aguanta, y sufrirás.
Doug consiguió afirmar sus pies. Cogió la mano que sujetaba su garganta. Usó su otra
mano para pinchar la tráquea de Goga. Cuando Goga lo soltó y cayó tambaleándose estaba
a punto de vomitar, Douglas se levantó y pateó.
Su pie rebotó en el hombro de Goga.
Goga envolvió su codo alrededor de la rodilla de Doug y la retorció.
Doug sintió como se quebraba su rodilla.
Dolor. Dolor como nada que alguna vez hubiera sentido.
Los otros dos Varinski gruñeron y avanzaron.
Doug no les prestó atención. En su lugar realizó un rápido giro y golpeó el número
cuatro del autodial.
Detrás de él, Goga lanzó una carcajada.
Incluso Foka se río entre dientes cuando preguntó:
—¿Qué vas a hacer? ¿Pedir la copia de seguridad?
No, estúpido, estoy pasando la información a mi familia sobre ti y lo que tú quieres. Los
estoy enviando a rescatar a Firebird, y tal vez. . . para rescatarme. Y matarte.

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Uno de los hombres—lobo dio una patada al teléfono fuera de su mano, y, mientras sus
dedos se rompían, escuchó la respuesta de una mujer:
—¿Hola?

Capítulo 29
—¿Hola? ¿Hola?
Zorana se incorporó en la cama.
—¿Número equivocado?
Pero Konstantine no creyó eso ni por un segundo. No ahora. Ahora con el hedor del
Varinski creciendo poderoso en sus fosas nasales.
—No lo creo. Tú tienes que escuchar esto.
Encendió la luz y puso el teléfono en "manos libres".
—Claro.
Con los planes para la lucha no había estado durmiendo bien de todos modos. Podía
también tener una conversación con…
—¿Dónde está el cuarto icono? —bramó una voz profunda pero que sonaba a cierta
distancia—. ¡Danos el icono!
—Lo vendí a los Wilder.
La voz que gritó la respuesta parecía extraña y sin embargo, familiar.
Se sintió el ruido de huesos quebrarse.
—Es mejor que estés mintiendo.
La voz era suave, pero la amenaza se oyó claramente en el dormitorio.
—¿Y qué te preocupa? —gritó la voz—casi familiar—. Vadim dice que vas a atacarlos
antes de que el mes haya terminado. Cuando lo hagas, consíguelo.
—Tonto ssstupido. Atacamos hoy, una vez llegue Vadim. Eso essssssss tiempo
suficiente para que ellos unan los iconos y…
Esa voz suave, horrible y sibilante se detuvo repentinamente.
—Debo llamar a Vadim. Goga, Dimitri, Grigori, Lyov —asegúrense de que nuestro
pequeño primo no me esté mintiendo.
Zorana silenció el teléfono.
—¿Qué es? ¿Quién es?
—Alguien que está consiguiendo que le saquen la mierda a golpes una manada de
Varinski, y adivinaría —Konstantine miró a su esposa, tan pálida, tan valiente—supondría
que es nuestro hijo.
Zorana presionó la alarma de advertencia al lado de la cama.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó Konstantine. Como si no lo supiera.
—Voy a enviar a alguien para salvarlo.
Adrik llegó primero, totalmente despierto y completamente vestido. Avanzó despacio
en la habitación, escuchando las repetidas demandas por el cuarto icono.

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—Alguien está consiguiendo que le batan el relleno fuera de él.
—Tú hermano.
Ante esta primera señal de su hijo perdido, Zorana presionó una mano sobre su
corazón, pero su voz era regular.
—Me lo figuraba.
Adrik frotó su hombro.
—Me pregunto si puedo conseguir una cuenta GPS en ese teléfono.
—Puedo.
Ann estaba en la entrada. Llevaba pijama y una bata, pero sus ojos estaban tan alertas
como los de Adrik.
—Pónganlo en espera. Lo recogeré con la computadora de la sala.
—¡Grandioso! —Adrik salió.
Jasha estaba detrás de ella.
—¿Qué puedo hacer para ayudar, kasatka?
Ella se volvió hacia su computadora instalada en la sala.
—Prepara el café.
Jasha la siguió, quejándose:
—"Has mi café. Tipea mis cartas. Persígueme alrededor de mi escritorio". Me tratas
como si fuera tu secretario.
Pero antes de salir, miró nuevamente a su padre con gravedad, y su mensaje estaba
claro.
Tenía información relacionada con los Varinski para pasar sobre la labor que había
hecho en su incursión al bosque esa noche.
Konstantine asintió con la cabeza. Hablarían después.
—Empezaré a preparar el desayuno —dijo Tasya.
—Ayudaré.
Karen siguió a Tasya hacia la cocina.
Konstantine había estado bendito con sus niños y sus esposas.
Rurik llegó, bostezando.
—¿Qué pasa?
—Tú, hijo flojo, puedes ser el que me ayude.
Konstantine maldijo la enfermedad que lo ataba a una silla de ruedas y se resbalaba de
la misma manera que el mal a través de su flujo sanguíneo.
Pero toda la noche, había estado tramando otra táctica. . . . Esperó hasta que Zorana
había entrado en el baño antes de preguntar en voz baja:
—¿Cuántos detonadores tenemos disponibles?
—Algunos.
Rurik lo ayudó caminar de la cama a la silla de ruedas.
—¿Por qué?

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—¿El Varinski ha estado reuniéndose ahí por cuanto? ¿Un día? Todavía no han hecho
ningún movimiento sobre la casa. ¿Por qué no? Parecemos prácticamente indefensos.
Cuatro mujeres, tres hombres Varinski en la flor de la vida, pero solamente tres, y yo, un
inválido en una silla de ruedas.
—Y Aleksandr —dijo Rurik.
—Y Aleksandr —estuvo de acuerdo Konstantine.
—Papá, ¿no deberíamos sacar de aquí al pequeño?
Rurik verificó el calibrador en el tanque de oxígeno que colgaba de la parte posterior
de la silla.
Konstantine moldeó la cara preocupada de Rurik.
—Hijo mío, no hay ningún lugar seguro. Ni siquiera aquí, pero es mejor que se quede con
nosotros, con las personas a quienes ama, a qué vaya con desconocidos para morir allí.
Porque lo cazarán. Lo matarán. Los Varinski son muy concienzudos.
—Lo sé, papá.
—Tu hermano —Konstantine gesticuló hacia el teléfono— tú hermano largamente
perdido simplemente nos pasó la información que debíamos utilizar. Los Varinski nos
atacará hoy.
Puso la máscara de oxígeno sobre su boca y nariz y tomó una larga bocanada. Se estaba
reservando su fuerza, porque cuando llegaran, daría una paliza al Varinski.
No tenía elección.
—Solamente están esperando la llegada de su jefe, y quizás refuerzos.
—No piensas que debamos esperar —conjeturó Rurik.
—La sorpresa es siempre un buen elemento en una lucha.
Konstantine se inclinó hacia su hijo y le susurró:
—Si puedes conseguirme un detonador te prometo que puedo sorprenderlos.
Le contó su plan a Rurik, y mientras su hijo se reía entre dientes, Konstantine se
acicaló. Obviamente, no había perdido el viejo don de la estrategia.
Su segunda línea sonó.
Rurik y Konstantine intercambiaron miradas. ¿Más malas noticias?
Zorana salió del baño, una toalla sobre su cabeza, su cara brillante y húmeda.
—¿Quién es ése?
Rurik miró el identificador de llamada.
—¿El When You Are Wicked Diner?
Presionó el botón para abrir la línea sobre el teléfono "manos libres".
La mujer en el teléfono dijo:
—Soy Firebird.
Konstantine se estremeció. No había escuchado esa angustia en la voz de su hija desde
que le había preguntado sobre el padre de Aleksandr la última vez.
Zorana se apuró hacia el teléfono, lista para tomar el mando de la conversación.
Konstantine la llamó al silencio.

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—¿Qué es lo que está mal, pequeña?
—Papá.
Firebird tomó una respiración larga y más tambaleante.
—Papá. No hay nada malo. Nada que no haya estado mal durante mucho, mucho tiempo.
¿Aleksandr está bien?
—Muy bien —dijo Konstantine.
—Mi bebé. . . —Firebird tomó otra bocanada de aire—. Supongo que ya habías calculado
algo al respecto probablemente, pero partí para encontrar al padre de Aleksandr. Lo hice.
Su nombre es Douglas Black, y es también su hijo perdido. No me di cuenta de eso antes
porque, por supuesto, pensaba que era un Varinski que había estado al día conmigo y me
había seducido para obtener información sobre mi familia. Sobre los Wilder.
Konstantine golpeó sus nudillos y consideró la primera lección que enseñaría a su hijo
recién descubierto —si sobrevivía a la paliza que el Varinski le estaba infligiendo ahora.
Firebird continuó:
—El caso es que me di cuenta luego que esa parte era cierta. Douglas. . . Douglas Black
nos vendió al Varinski.
—¡No! —Zorana dio un paso hacia el teléfono.
—Antes de saber eso, le di la información. Sobre nosotros. Lo siento, papá.
La voz de Firebird se entrecortó.
—Lo siento tanto.
Konstantine lo sentía también. Sentía que uno de los suyos hubiera traicionado a su
familia. Sentía que ella hubiera sufrido por ello.
—Puede tener excusas para lo que hizo —murmuró Rurik.
—No hay ninguna excusa para la inmoralidad —dijo fríamente Konstantine.
Y antes de que pudiera decir la verdad a Firebird—ese Douglas estaba consiguiendo
que sus antiguos aliados le patearan la altanería—ella añadió:
—Pero escuchen. Ésta es la parte importante. Vuelvo a casa.
—No —dijo Konstantine alarmado—. Quédate dónde estás. Esta mañana comienza la
lucha.
—Tengo que volver a casa, papá. He conseguido el cuarto icono.
Konstantine quería gritar de júbilo. Quería llorar de horror.
Su hija, el bebé a quien había mecido sobre su rodilla, tenía el cuarto icono en su poder.
¡El cuarto icono! La última imagen que uniría los otros y violaría el pacto con el diablo.
—Sé que se suponía que volvería con su amado hijo, pero Douglas no quiere a nadie así
que supongo que tendré que hacerlo con su falso hijo.
Firebird escupió la palabra.
—Así que la profecía era correcta.
No tenían tiempo para la amargura. Konstantine dijo:
—Firebird, tienes razón. No hay elección. Tienes que volver a casa.
Porque estaba más en peligro que ningunos de ellos ahora.

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Rurik se acercó al teléfono.
—¿Dónde estás?
—En Rocky Cliffs, en el When You Are Wicked Diner.
Ahora que había entregado su mensaje, estaba resollando.
Cuando Rurik habló, usó su voz de mando de capitán de la Fuerza Aérea.
—Firebird, ¿hay allí algún lugar dónde podamos encontrarnos? Algún lugar ¿plano?
—Um. Sí. ¡Sí! —sonaba sobresaltada—. Puedo conducir hacia el norte hasta el parque
estatal Shoal Water. Hay un estacionamiento de playa ahí.
—Perfecto. Estaré allí en no más de una hora.
—¿En no más de una hora? —sonaba dolorosamente desconcertada y angustiada—.
Pero…
—Sal de ahí ahora, antes de que te encuentren —añadió Konstantine.
Escucharon el clic cuando colgó el teléfono.
Zorana se agarró del brazo de Rurik.
—Tráela a casa. De algún modo, tráela a casa.
—Lo haré, mamá.
Rurik apretó su mano, y luego se volvió hacia la puerta.
Adrik corrió hacia dentro, sonriendo salvajemente.
—Ann lo consiguió. Sé dónde está nuestro hermano largamente perdido y voy tras él.
—Lo más seguro es que algunos Varinski los seguirán —dijo Konstantine—. Y ¡asegúrese
de que no vuelvan!
—Sí, papá —corearon los chicos.
Rurik enganchó su codo alrededor del cuello de Adrik.
—Ven conmigo.
—¿Ir contigo? —resopló Adrik—. Conduciré. Soy más rápido.
—Sí, puedes conducirnos al campo de aviación —respondió Rurik.
Adrik se detuvo, entrecerrando los ojos con una mirada precavida.
—¿Qué vamos a hacer en el campo de aviación?
Rurik pronunció las palabras que garantizaban henchir de orgullo el corazón de un
padre.
—Vamos a robar un helicóptero.

Capítulo 30
Doug no sabía cuánto tiempo lo había estado cortando el Varinski. Parecían días. Pero
probablemente no hubiera pasado nada más que una hora, porque el sol todavía no se
había alzado sobre el horizonte. Pero si tuviera que decir una cosa de lo que ellos hacían
bien, eso era la tortura. Lo habían tirado sobre el capote de su coche patrulla, conseguido
unas navajas y puesto a trabajar. Cortaron su camisa y uno de sus pezones. Exploraron
entre sus costillas. Y ni siquiera quería pensar qué habían hecho a sus manos.

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Sangre, cuando empezó a secarse, se puso muy pegajosa. Y Doug se preguntaba qué iba
a decir Yamashita de la gran mancha roja en el automóvil. ¿Las enzimas en la sangre
arruinaban la pintura?
Foka clavó su cara cerca de la de Doug y con su voz en exceso acentuada dijo:
—Estoy aburridosssssss de ti. Estoy aburridosssssss de tu resistencia.
—No me estoy resistiendo. Te lo dije. Vendí el icono a los Wilder.
Despreocupadamente, Doug se preguntaba cuántos huesos le habían roto. Aparte de su
rodilla, sus costillas, y su mano, se sentía muy bien. Por supuesto, eso podría ser porque la
pérdida de sangre estaba cerrando su cerebro. . . .
—Vadim no te cree. Dijo que tú eresssss avaro. Él decía ser otros postores ahí donde
habrían pagado más. Dijo que tú no has tenido tiempo de conseguir ofertas.
Foka se inclinó para acercar su horrible cara.
—Hay otros partes de tu cuerpo que Goga puede cortar.
Goga sonrió y asintió con la cabeza.
—Unas que duelen mucho más que un meñique. ¿Tú sabes cuáles son? —preguntó Foka.
Doug supo exactamente cuáles eran. Levantó su cabeza del parabrisas. Sonrío al trío
de feos, y especialmente a Foka con insolencia.
—¿Tú eres uno de esos tipos? ¿Uno que adora jugar con las joyas de la familia de otro
tipo?
—Koshka —siseó Foka, y cuando lo hizo las pupilas de sus ojos dejaron de ser redondas
para convertirse en rendijas.
—¿Acaso soy una pieza de mierda? ¿A este tipo no sólo le gusta jugar con las joyas de
otro tipo sino que realmente le gusta cuando son sus joyas de la familia?
Foka hizo un gesto a Goga.
Goga arrojó su puño en el vientre de Doug.
Grandioso. Un poco de daño al tejido blando, también.
Pensó que cuando se le pasaran las náuseas el rugido en sus orejas se calmaría. Pero no.
Se hacía más y más fuerte. Entonces un remolino lo golpeó, llenando el aire con tierra y
hojas de cedro, y una luz tan brillante como el sol lo cegó.
Fuera su imaginación, cualquiera, o el inicio de la muerte. Los Varinski estaban
protegiendo sus ojos y gritando consternados.
Dios había llegado para exigir su venganza sobre todos ellos.
Entonces una voz en el borde de la luz habló y Doug supo que no era Dios.
Él dijo:
—Pedazos de mierda se van a arrepentir de haberse metido con mi hermano.
Doug no podía creerlo. Su familia había llegado, y en un helicóptero, nada menos.
Una pantera, negra como la noche, saltó entre los dos hombres—lobo, hiriendo
gravemente a uno en la cara y rompiendo el cuello del otro con un solo mordisco.
Doug rodó del capote llevándose a Foka con él, y mientras caían, Doug jaló la pistola del
cinturón de Foka y le voló sus frías entrañas de lagartija.

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Pensó que todavía le quedaban cinco balas, y mientras salía rodando tras el automóvil
vació cada una de ellas en sus atormentadores.
—¡Venga ya! ¡Vámonos!

Firebird iba de un lado para otro junto al automóvil, mordiendo sus uñas casi hasta la
carne. Con cada paso, era consciente del icono que sostenía debajo de su sostén contra su
corazón.
En cuanto lo había encontrado, había salido fuera de esa casa a toda velocidad.
Tampoco había sido reacia a tomar la Glock y el automóvil de Douglas. Necesitaba el
poder si iba a sacar el icono de la casa sin interferencia de Douglas y sus Varinski. La
parada en Rocky Cliffs había sido breve, la llamada a casa lo suficientemente larga, y el
viaje en coche hasta el Parque Estatal Shoalwater un verdadero tormento para sus
nervios.
Echó un vistazo otra vez por todas partes.
—Vamos, Rurik.
No había querido pasar por la playa del estacionamiento vacía llena de montones de
hojas empapadas y desteñidas líneas blancas pintadas sobre asfalto negro. Había querido
seguir conduciendo, alejarse tanto de Douglas como pudiera. No quería mirarlo a la cara,
y no solo porque la asesinaría, aunque ésa era una muy buena razón. No, no podría
soportar observarlo sonreír afectadamente por haberla embaucado para traicionar a su
familia—y darle la satisfacción de atormentarla mientras lo hacía.
¿Dónde estaba Rurik? ¿Qué pensaba que estaba haciendo? Podría haber conducido el
Beemer de Doug hasta casa en cuatro horas, o cinco si el tráfico fuera malo, y mientras
no debiera detenerse demasiadas veces por la patrulla estatal, y mientras Doug no
hubiera informado del robo de su automóvil.
El piojoso hijo de puta.
Probablemente lo había hecho. Probablemente había exigido que la arrestaran por
volar su cerradura. Si se diera cuenta con cuanto regocijo dispararía a su…
El chop—chop—chop de las aspas de un helicóptero interrumpió su agradable
meditación. Se acercaba rápidamente, haciéndose más fuerte a cada momento. Miró el
norte a lo largo de la orilla, y allí estaba, negro y blanco, plata y rojo, viniendo rápido,
limpiando las copas de los árboles, causando un remolino de escombros. La aeronave se
cernió sobre la playa de estacionamiento, y luego se apoyó suavemente sobre el asfalto.
La puerta del pasajero se abrió, y miró al otro lado del asiento a Rurik haciéndole un
gesto con sus pulgares. Ella corrió con la cabeza baja mientras las aspas picaban el aire,
golpeándola duramente hasta que logró instalarse en su asiento. Antes siquiera que se
hubiera abrochado el cinturón despegó, elevándose en el aire, y en cuanto estuvo segura,
puso rumbo al norte rápidamente.
Ella se puso los auriculares.
El habló en el micrófono, su voz se sentía como si saliera de dentro de sus orejas.

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—¿Qué diablos le pasó a tú pelo? Te ves como si te hubieran pasado una cortadora de
césped.
—No, simplemente lo recorté con un cuchillo.
Casi podía escucharlo dudar sobre la veracidad de su respuesta. Después de una pausa
de treinta segundos, dijo:
—¿Gran helicóptero, ¿no?
—Suave —farfulló. Pero era un gran helicóptero, brillante y limpio, con calibradores
complicados y ricos asientos de cuero.
—Es un Bell 206B3 Jet Ranger III, tiene capacidad para cinco, y va a doscientos
veinte kilómetros por hora. . . .
Ella le lanzó una mirada mordaz.
—O, para ti marinera de agua dulce, ciento treinta y seis millas por hora. Iremos
directo a casa y estaremos ahí en cincuenta minutos, minuto más, minuto menos.
Su mirada se movió rápidamente hacia ella.
—¿Lo tienes?
—¿El icono?
Presionó su mano contra el cuadrado pequeño y duro escondido contra su cuerpo.
—Está en un lugar seguro.
—Se bien que el cielo no me favorece, pero he estado rogando que encontráramos el
cuarto icono.
Con la típica franqueza fraternal, dijo:
—¿Tú lo encontraste? ¿Estás segura que no eres el verdadero amor de nuestro
hermano?
—¿Dónde conseguiste el helicóptero? —preguntó.
—¡Oh! ¡venga ya! Firebird. Dime cómo es.
—Es una comadreja rastrera, mentirosa y solapada.
—¿De verdad? —el tono de Rurik era claramente horrorizado—. ¿Una comadreja?
En esta familia una ni siquiera podía usar una metáfora.
—No. Es un puma. Pero eso no cambia los hechos. Debería ser una comadreja.
Rurik debió haber escuchado la oscilación en su voz y tenido miedo de que estallara en
una tanda de lágrimas, porque dijo:
—Me lo prestó un amigo.
—¿Qué?
—El helicóptero.
Una corazonada se hizo voz:
—¿Sabe que te lo prestó?
—No le molestará. Es un ex piloto de la Fuerza Aérea, un tipo con un don para hacer
dinero. Siempre consigue nuevos juguetes con los que jugar.
Rurik se concentró completamente en los calibradores y el horizonte.

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Ella arrancó la tablilla con sujetapapeles del tablero de mandos y echó un vistazo a
través de los registros de vuelo.
—Solo ha salido dos veces.
—Sí, lo estoy ablandando.
—No sabía que podías pilotar un helicóptero.
—Sí. Recuerda que, cuando cambio, soy un halcón. Soy capaz de volar.
—Realmente —giró hacia él—. Dime, ¿cuántos helicópteros has pilotado?
—He hecho mucho trabajo en un simulador de vuelo de helicópteros.
Había crecido en esta familia de temerarios. Se necesitaba mucho para hacerle perder
la calma. Pero esta vez, la había perdido.
—¡¡¡¿Esta es tu primera vez al mando?!!!
—¡No chilles de ese modo!
Él arrancó el casco de su oreja.
—Simplemente está es mi primera vez en el aire. Y me gustaría señalar que tú te
estabas llevando a un bonito Beemer.
—Lo tomé prestado de un amigo —Firebird enseñó sus dientes en una sonrisa feroz—.
No le molestará.
La radio cobró vida de repente.
—Rurik, bastardo, ¿qué estás haciendo con mi Jet Ranger?
—Sólo sacándolo a dar una vuelta, Ethan. Sólo sacándolo a dar una vuelta.
—Recién adquirí esta belleza, y si le llegas a hacer un solo rasguño en su pintura
inmaculada…
—¡¡Ay!! ¿Ése fue un ganso golpeando a doscientos veinte kilómetros por hora? —gritó
Rurik.
—¡Un solo rasguño —volvió a decir Ethan—, y yo haré que te encierren en una celda tan
profundo que la única manera en que te enterarás que es Navidad será si tienes una
erección con la que jugar!
Por primera vez desde que había encontrado el icono, la tensión se deslizó fuera de los
hombros de Firebird, y sonrío.
Rurik tocó su mejilla con un dedo. Todavía con esa inocencia escandalosa en su voz, dijo:
—¡Caramba! Ethan, estás siendo muy severo sobre esto. No es como si ni siquiera
supiera cómo pilotar un helicóptero.
Firebird se adaptó a su asiento y permitió que las disputas de los hombres la
distrajeran de sus preocupaciones, de su pena, de la verdad horrible que había dejado, y
la responsabilidad temible que enfrentaba en casa.
Sujetó el cuarto icono. Ahora era elección de ella, y solo de ella, unirlo con los otros
tres y terminar el pacto con el diablo.

Capítulo 31

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Doug despertó en el asiento del pasajero de su carro de patrulla cuando este rodaba
calle abajo, la sirena sonando. Miró hacia el cuentakilómetros que indicaba una velocidad
aterrante, y con una voz que no era más que croar, preguntó, —¿Qué demonios estás
haciendo?
—Llevándonos a casa rápido.— Una mano apareció el rostro de Doug. —Soy tu hermano
Adrik.
—Por el amor de Dios, pon las manos en el volante,— dijo Doug.
La mano desapareció. —Te preocupas demasiado.
—Soy un policía. Es mi trabajo preocuparme.— Doug giró su cabeza hacia el conductor.
Excepto por el cabello negro y los ojos verdes, este tipo parecía como el tipo que Doug
veía en el espejo cada mañana—alto, hombros anchos, exótico, y un come mierda.
Estupendo. Él realmente tenía un hermano.
Un hermano quien podría salvar a Firebird. —Alguien debería…
—¿ir detrás de Firebird?— Terminó Adrik. —Alguien lo hace.
—¿De verdad?
—No miento
—Gracias a Dios,— Doug murmuro, y suavemente se movió en el asiento.
Hasta donde él podía decir, cada parte de su cuerpo había sido mascada, rasgada, rota
y cortada. Mientras ellos lo torturaban, él había gritado como una pequeña niña, pero él
tenía su revancha—había matado al hombre que parecía un lagarto, dejando afuera uno
más, y observó con satisfacción como Adrik, su hermano pantera, había limpiado la ruta
con él último de ellos.
Ahora Doug debería ser un manojo de nervios, físicos y emocionalmente, sin embargo,
cuando comprendió que su familia había enviado a alguien para salvar su culo, se sintió
bien. —Soy tu hermano Douglas,— dijo él.
—Quiero felicitarte.
—¿Por haber sobrevivido esa tortura?
—No. Por tener un nombre normal.— Adrik dio una estridente risa. —Nosotros los
Wilder vivimos para ser torturados.
—Contento de continuar la tradición familiar.
—Toma. Esto es para ti.— Adrik le entregó una botella de agua. —Bébela toda. Tu eres
un Wilder; nosotros sanamos rápido, pero tu pareces una mierda, y te necesitaremos para
continuar hasta el final de la batalla. Hay un bocadillo para ti en el suelo, también.— El
agua apagó la horrible sed, y la mera mención del bocadillo hizo que las glándulas salivares
de Doug trabajaran tiempo extra. —Buscó en la bolsa marrón y sacó un bocadillo de pan
de trigo y ensalada de atún de más de 30 centímetros y una bolsa de patatas fritas
grande.
Una gran bolsa de patatas fritas.
—La abrió y la puso en el medio de ellos.— Los neumáticos chillaron cuando Adrik tomó
la salida I—5.

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—En un minuto.—Doug mordió hasta la mitad del bocadillo antes de que pudieran sus
dedos desenvolverlo. —Gracias, hombre, necesitaba esto.
—Vas a hacer a nuestra madre muy feliz,— Adrik dijo oscuramente.
Doug abrió las patatas y se preguntó por qué la simple mención de su madre le hacía
sudar sus manos. Cuando él pensaba sobre lo que tenía que confesar…
—A propósito, lo siento por tu dedo. Después de que matamos a los Varinski, miré
alrededor por sí lo veía, pero no tuve suerte.
Doug alzó su mano derecha y la sostuvo ante sus ojos. Solo un borde sangriento
permanecía donde su dedo pequeño había estado. —Tú no pudiste encontrarlo. Ellos lo
cortaron hacia poco tiempo.
—Ellos le hicieron algo a tu otra mano, también.
Doug alzó su mano izquierda y miró la profunda cuchillada en su palma. —Oh, sí. Lo
recuerdo. Ellos querían coger mi dedo pulgar, pero usaron una navaja y el hueso era
demasiado fuerte. Entonces se rindieron y fueron por el dedo pequeño.
—Apesta.— Adrik sonó como si supiera exactamente lo mucho que apestó, y también
que Doug sobrevivió para luchar otra vez. Pronto.
Si no eran asesinados por su conducción. Adrik excavó entre las patatas con una mano,
y usó la otra para empujar su oscuro cabello fuera de sus ojos.
—¿Qué estas conduciendo, con tu polla? En serio, hombre,— dijo Doug. —Reduce la
velocidad.
—Yo era un delincuente juvenil, sabes. Manejar un carro de policía fue un sueño de
toda mi vida. Adrik sonó alegre. —Además. Tenemos una guerra en la que luchar.
—Luego.— Doug mordió otro pedazo del bocadillo y tomó mas patatas.
—Papa está empujando el itinerario. Así Rurik y yo condujimos a cuatro Varinski sobre
una búsqueda inútil en el camino al campo de aviación, y cuando los atrapamos, los
eliminamos. Esto ayudará, pero no lo suficiente, porque la batalla está comenzando—
Adrik miró su muñeca, no llevaba reloj— ahora.
Doug apreció el sentido de humor de su hermano. No estaba feliz cuando Adrik
presionaba el acelerador. —El velocímetro solo marcaba ciento veinte.
—Queremos golpear la casa de Rurik.— Adrik se carcajeó. —No tendremos
oportunidad—el interruptor tomaría cincuenta minutos. Pero adoro la velocidad.
—¿Porque queremos golpear su casa?
—Porque es él quien tiene a Firebird.
—¿Él la tiene segura?— Doug quiso derrumbarse del alivio. —¿Lo sabes con seguridad?
—Lo sé con seguridad.— El tono amisto de Adrik desapareció. —También sé que ella
dijo que nos traicionaste con los Varinski.
La tortura que había sufrido Doug no era nada comparado con la angustia de Firebird
haber averiguado lo que él había hecho. —¿Lo sabe?
La expresión de Adrik era tan amigable como el lagarto cuando le había cortado el
dedo a Doug. –Todos en la familia lo saben.

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—Que se jodan todos los de la familia. No me preocupa la familia. No conozco a la
familia.— Vagamente Doug sabía que había ganado la antipatía del hombre que lo había
rescatado de una muerte segura. —Pero amo a Firebird, y lo fastidié… La amo, y ella tiene
que odiar hasta mis intestinos.
—Eso es mucho más bonito que lo dijo ella.
Si Doug hubiera estado pensando, habría notado que el tono de Adrik sonaba amigable
otra vez, como si aprobará al tipo que amaba a su hermana sobre todo.
—No sé que voy a hacer para compensárselo.
—Solo una sugerencia—si fuera tú, salvaría su vida.
—¿Que estás hablando?
—Firebird consiguió el cuarto icono.
—Al infierno qué dices.— ¿Cómo encontró el icono? Cuando Doug había salido, había
cerrado con llave su oficina. ¿Qué había hecho ella para entrar? ¿Y porqué?
Adrik continuo, —Los Varinski ya han rodeado el valle, vienen más todo el tiempo, y
harían cualquier cosa por matar al portador del icono.
De repente, todos los ataques y dolores, todas las preguntas y culpas que plagaban a
Doug se fueron lejos. —Conduce rápido,— dijo él.

Capítulo 32
—Como saben, el cuarto icono viene en camino. Los otros tres están seguros en el
cuarto de arriba esperando la oportunidad para ser unidos con ese.— Konstantine estaba
sentado en la mesa de la cocina, dirigiendo las operaciones en calma, confiando en la
manera que él siempre había dirigido sus tropas. —Aunque Ann descubrió en su
computadora que el líder de los Varinski, Vadim, aterrizará en Everett en una hora en un
avión privado. Ha contratado una limusina para traerlo aquí, y otra para su guardia
privada. Trae con él una docena de hombres. Estos serán los mejores luchadores y
estrategas que los Varinski tengan. Las tropas que nos rodean…no lo son.— Él gesticulo un
círculo en la parte de atrás de la casa. —Necesitamos distraerlos para que entonces
Rurik y Firebird puedan traer el icono. Necesitamos tiempo para que Zorana ponga los
iconos juntos y romper el pacto. Y, por supuesto, queremos proporcionar al joven Vadim
con tal escena de caos que cuando llegue, llore como un niño. Por todas estas razones, he
decidido tomar la iniciativa y comenzar la batalla. Ahora, sé que somos pocos.
Él entendió el significado de eufemismo, especialmente ahora, cuando seis personas
están sentadas frente a él—cuatro mujeres, un hombre, y un niño.
Sí, las probabilidades estaban contra de ellos.
Zorana, Ann, Tasya, y Karen estaban feroces en su determinación en defender a sus
únicos amores. Se les había enseñado auto defensa. Pero ellas eran suaves, como los son
las mujeres. Ellas odiaban incluso lastimar un sentimiento.

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Sus nueras vestían como soldados, en camuflaje, y cargaban armas cortas, pero ellas
no podían engañar a un guerrero profesional. Tenían senos y caderas. Olían a flores y
especias. Ellas eran mujeres.
Jasha también vestía de camuflaje y llevaba más armas.
Konstantine había adiestrado a Jasha en el campo de la batalla desde que nació, y
probablemente había sido más difícil para él que para sus otros hijos, porque Jasha era el
mayor. Pero, aunque Jasha fuera un gran guerrero, él era uno contra muchos.
Y Aleksandr era el diamante de la familia, puro, fuerte, y con la necesidad de
protección. Parado en el banco al lado de Karen, poniendo su rompecabezas y mirando de
vez en cuando para agregar una palabra o dos, usualmente, —¡No!— o —¡Acarreando como
conejitos!— y una vez, —¡Varinski malos!—.
Konstantine continuó hablando. —Pero tenemos muchas ventajas sobre los Varinski. He
visto como sus hombres rodean el valle.—
Mucho mejor, anoche, había enviado a sus hijos como espías entre ellos. ¿Por qué no?
Las bestias afuera no reconocían a los primos o hermanastros, y en la oscuridad, sus hijos
se parecían, movían, y sonaban como Varinski.
—Desde mis días cuando estaba al mando de los Varinski, la organización ha crecido
perezosamente. Muchos son jovencitos inexpertos. Vinieron sin provisiones o suministros.
Ellos tienen hambre y frío. No pueden moverse hasta que llegue su líder. Lo mejor de
todo—el sonrió—ellos creen que somos débiles.
¿Cuáles son nuestras desventajas, Papa?— Karen sentada a través de la mesa, con sus
manos ante ella.
Una desventaja, pensó, ser muy inteligente y entender cuan peligrosa se había
convertido su misión.
Contestó honestamente ¿Qué elección tenía? y respondió completamente.
—Los Varinski son tropas del diablo, y hay por lo menos cien hombres allí afuera.
Hombres con el mal fluyendo en sus venas. Hombres a quienes les gusta matar, quienes
disfrutan torturar. Ellos destrozaran miembro por miembro.
Tasya levantó el mentón. —Tengo la misma misericordia con los Varinski que ellos
tienen conmigo y con los míos.
—Eso es sabio,— dijo Konstantine. —La desventaja más grande que nosotros tenemos
es que ellos luchan por ser especiales, se convierten en aves de rapiña y se elevan en los
vientos de tormenta, o se convierte en lobos y corren a través del bosque, o en gatos y
saltan de árbol a árbol. Yo he experimentado la alegría de esa libertad, ellos están
intoxicados, adictos, y cada momento se permiten ese placer, yo crecí mas vicioso y
menos humano.
El miró hacia sus manos, y los grandes huesos y músculos desnutridos, y deseo
ferozmente tener la oportunidad de disfrutar de esa libertad una vez más. Entonces, con
un aliento, se resignó a ser humano, solo humano, para siempre, por el tiempo que Dios
haya planeado para él.

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Levantando la vista, observó una similar melancolía en el rostro de Jasha.
Si, Jasha sabía. Él y su hijo eran lobos, y el desenfreno en sus almas no deseaba ser
enjaulado.
Konstantine confesó, —Además, estoy desventaja. Para vosotros. Para todos vosotros.
Tomo mi medicina; respiro a través de mi tanque de oxígeno. Me temo que en el momento
crucial, fallaré.
Jasha río mucho y alto. —Papa, no estás en desventaja, Sin ti, no tendríamos un plan de
batalla. Más que todo, ¡Nosotros vamos a derrotarlos y romper el pacto entonces podrás
tener una larga vida! Y cuando pases al siguiente mundo, queremos saber que cuándo nos
toque a nosotros, te encontraremos en las puertas del cielo.
Su hijo era un buen hombre. Un buen hombre. Tocado, dijo Konstantine,
—Eso también me gustaría a mi. Lucharé. Eso, al menos, lo puedo prometer.
Ann ofreció sus manos a Jasha y Karen, y uno a uno cada uno de la mesa se dieron las
manos. —Ellos son Varinski,— dijo ella. —Ellos son la Oscuridad. Nosotros lucharemos con
ellos, eso hace de nosotros la Luz. Recordemos eso, y vivamos hasta el nombre.
Aleksandr sonrió alrededor de la mesa y puso sus manos para ayudar.
Konstantine con su pecho lleno de orgullo. —Por una mujer, Ann, has dado un buen
discurso. Podrías haber sido un buen general.
Para su sorpresa, Ann suspiró.
—Puedes sacar a un hombre de la vieja patria, pero no puedes sacar la vieja patria de
un hombre,— le avisó Jasha a ella.
Konstantine no entendió qué dijo mal, pero a veces, solo era una cosa de mujer, así que
ni se molestó en preocuparse. Poniéndose sus gafas, tomó el papel frente a él. —Jasha
toma a Ann y su computadora. Haz evidente que estás marchándote. Algunos te seguirán,
como siguieron a Rurik y Adrik. Cuando te hayas alejado mucho, piérdelos, toma a Ann y
su conexión de internet, y permítele hacer su trabajo. Ann, sabes qué hacer.
—Mueve el dinero de todas las cuentas del Varinski, todas las que encuentres de ellos,
en cuentas para organizaciones benéficas.— Ann de tez pálida brillando con anticipación.
—Déme dos horas, y los borraré.
—Sabes que estaré aquí, y que daré una buena pelea,— dijo Tasya. —Pero estoy
orgullosa de ti, Ann. No sé si seremos capaces de destruir el pacto—
Jasha la interrumpió, —El cuarto icono viene en camino. Rurik y Firebird no nos
abandonaran.
Tasya asintió. —Sí, pero no importa lo que pase, ser pobre realmente lastimará a
aquellos Varinski.
Ann sonrió.
—No puedo esperar.
—Jasha, regresa los más rápido que puedas.— Konstantine miro a Ann por encima de
las gafas. —No me gusta dejarlos solos, pero—

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—Papa.— Ann colocó su mano sobre la suya. —Ya he vencido antes al Varinski. Puedo
hacerlo de nuevo.— Ella miró significativamente a Jasha. —Ya he vencido a Varinski, y he
capturado y domesticado a un Wilder.
—Como yo.— Tasya sonrió malvadamente.
—Y yo,— dijo Karen. —¿Cómo lo hiciste?
—¿Extraer sangre de él? Lo mordí,— Confesó Tasya. —A él le gustó.
—Así lo hice. Así lo hizo él.— Ann le sonrió a Jasha. —Somos uno.—
Jasha frunció el ceño vigorosamente. —No quiero que compartas mi destino si debo
morir.
—Esa es mi decisión, mi amor,— contestó Ann.
Konstantine disparó una mirada asustada a Zorana.
Ella sonrío serenamente.
Él, también, había sido mordido en la noche. A él, también, le había gustado, o al menos
le gustaron las actividades que lo acompañaron. —¿Cuál es el punto?
—Tú sangre me da fuerza,— dijo Zorana.
—Y quizás ellas se quemen en el infierno con nosotros por el intercambio de sangre,—
le dijo Jasha a su padre.
Konstantine miró a su esposa: pequeña, protectora, amorosa, intensa. —Solo estoy
seguro del sufrimiento en el infierno si yo muero antes de romper el pacto. Pero pensar
que voluntariamente compartiste ese destino…
Zorana se levantó y llegó a su lado, tomó su mano, y se arrodilló. —Nunca hubo dudas,
amor. Ni el tiempo ni la distancia pueden separarnos. Tú eres la mejor parte de mí.
Lágrimas llegaron a sus ojos. Él deslizó sus manos alrededor del cuello y cabello de ella.
Acercándola, presionó sus labios en su frente y murmuró, —Muchos años atrás, Zorana,
me salvaste de mí mismo. No me importa donde me lleva mi destino, te amaré en la
eternidad, en este mundo o el siguiente.
Cuando por fin levantó la cabeza, Ann enterró su cara en el pecho de Jasha, y Tasya y
Karen limpiaron la humedad de sus ojos con pañuelos de papel.
Konstantine gesticuló por un pañuelo y sonó su nariz como una poderosa trompeta. —
Ahora, tenemos que apurarnos. Este Vadim, ese líder, estará aquí en dos horas. Entonces,
Ann y Jasha, os vais ahora. —Cuando Ann, dudó, él dijo, —Tú ya te despediste. ¡Ahora!
Jasha se envolvió en su abrigo y él la guío hacia fuera de la puerta.
Konstantine escuchó su carro encenderse, y cuando lo hizo, él saludó a Tasya a través
de la ventana. Ella había sido reportera; él confiaba en su historia.
—Ann conducía. Ella subía. Se adelantaba. Retrocedía, adelantaba. Esta no era una
vuelta de tres puntos; esto eran treinta puntos. Ahora ellos giraron alrededor y se
fueron. Y había uno de los vehículos del Varinski detrás de ellos.— Tasya retrocedió en la
habitación y casi sonrío, pero no bastante. —Ellos se llevaron por lo menos cinco Varinski
detrás de ellos. Solo esperaba que Ann pudiera manejar los suficientemente bien para
deshacerse de ellos cuando fuera el momento.

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—Ann es bien tenaz. Si decide aprender algo, es como una bibliotecaria. Hace un
investigación, y toma clases.— Konstantine recogió su papel de nuevo. —Desde el
momento que vi por primera vez la mujer de Jasha, ella ha tomado clases de conducir. No.
Ella aprende cómo frustrar a un secuestrador, cómo conducir demasiado rápido, como
patinar y dar vuelta. Mi hija Ann—no es tan dulce ni tan impotente como se ve.
—Ella realmente oculta su luz bajo una medida,— dijo Tasya maravillada.
—¿Cuál es esa medida?— preguntó Konstantine.
Karen se encogió de hombros. –De cualquier manera, no sé lo qué significa.
Konstantine sacudió el papel. —Entonces cuando termine. Tasya, tú tomarás el lugar de
Rurik. Karen, tomarás el lugar de Adrik. ¿Saben todo lo que tienen que hacer?
Cada uno asintió.
—Entonces nosotros comenzaremos en diecinueve minutos, precisamente a las 10 am.—
Sonrío ampliamente. Él había esperado este momento por mucho tiempo. —¿Zorana? ¿Me
ayudarás en mi preparación?

Capítulo 33
Zorana empujó a Konstantine hacia el porche delantero. —No me gusta esto,—
murmuró ella. —Tiene que haber otra manera.
—Hay cien maneras, pero esta es la mejor manera de empezar.— Mantuvo su atención
en la multitud de Varinski que estaban parados afuera en la valla alrededor de sus tierras.
Ellos lo observaron, dos docenas fuertes y creciendo más y más desobedeciendo la orden
de Vadim de permanecer ocultos y vagando por el bosque para ver el espectáculo.
Vistiendo sus pijamas y bata de baño, se desplomó en su silla de ruedas, con tubos en su
brazo y nariz, el siempre presente tanque de oxígeno conectado a él.
—Ve a jugar tu parte,— le dijo a Zorana. —Y trata de parecer débil.
Ella se encaminó hacia la barandilla y saludo a los Varinski.
No le devolvieron el saludo.
—Mi esposo, el gran Konstantine, sabe quién es usted y que nos ha estado
observando,— gritó ella.
Konstantine la llamó otra vez. –Más alto.
—Dijiste que pareciera débil, así que no quería gritar. No es que no sepa.— Ella se
quebró con nerviosismo. —Después de todo, he estado casada contigo durante treinta y
siete años.
—Eres una gran actriz.— Pero no lo dijo en voz alta, ella estaba bajo estrés, y no le
haría ningún bien a él si ella intenta estrangularlo delante del contingente de Varinski.
—Mi esposo, el gran Konstantine, sabe quién eres y que nos ha estado vigilando.—
Zorana por supuesto sabía cómo berrear. Lo demostró ahora. –Debido a tus grandes

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dotes de observación, sabes que nuestros hijos se han ido. Así que mi esposo desea
ofrecerle un trato.
Ninguno se movió hacia el porche. Ninguno cogió su pistola y apuntó.
La teoría de Konstantine era correcta—ellos esperaban por las instrucciones de su
líder.
—Mi esposo, el gran Konstantine, desea ofrecerse así mismo como sacrificio por su
familia.— Zorana estaba representando su papel, mayormente gesticulando, usaba su voz
por etapas. —Tómelo y haga con él lo que desee, y a cambio, ¡usted nos dejará irnos en
paz!
La diversión onduló a través de la multitud.
Alguien los silenció, y una voz surgió del fondo. —Estamos de acuerdo con el trato.
—¿Lo tomará en nuestro lugar, y nos dejara ir?— La voz de Zorana surgió sobre las
peleas que explotaron en el altavoz.
La misma voz dijo, —¿Qué daño puede haber?— Entonces, mas alto, —¿Estamos de
acuerdo?
Zorana retrocedió hacia Konstantine. Mientras ella lo cubría con su manta y la ponía
alrededor de él debajo del cojín, toda su desesperación, dolor, y amor brillaron en sus
ojos.
—No te preocupes, liubov maya,— dijo él. —Ten fe. En esto, yo soy el experto.
Ella lo besó ligeramente. —Sería más feliz si tú no disfrutarás tanto.—
—No estoy disfrutando,— él protestó.
—Mentiroso.
Escondió su sonrisa con la máscara de oxígeno. Desplomándose en su silla, moviéndose
hacia el tope de la rampa de discapacitados que su hijo le había construido, y, con cuidado
control, rodó hacia abajo y hacia la parte del frente. Cuando llegó a la puerta, él levantó
su máscara de oxígeno y gesticuló al joven hombre con plumas en su cabeza. —Ábrelo,
hijo. Muestra un poco de respeto por el gran Konstantine.
El chico caminó adelante, y abrió la puerta, y la sostuvo a lo ancho, mientras con manos
temblorosas, Konstantine colocó su máscara, puso sus manos venosas en las ruedas, y
pasó a través. Konstantine lo escuchó murmurar, —¿Este es el gran Konstantine?
Konstantine se movió avanzando entre la multitud, dejando que ellos lo rodearan, y los
incrédulos murmullos de burlas.
—¿Tú eres el Konstantine que llevó a nuestra familia a su edad de oro?
—¿Tú nos hiciste grandes, gloriosos y temidos?
—Estas Viejo.
—Estas enfermó.
—No eres nada. ¡Nada!
Eran una manada de perros salivando sin pensar más allá de lo obvio.
Ellos eran tontos.
Miró hacia el porche.

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Zorana no se había ido adentro, como le dijo. Estaba de pie en el porche y observando,
y cuando ella lo vio fulminarla con la mirada, levantó su mentón.
Había treinta pies de distancia a la puerta. La multitud de Varinski había aumentado a
treinta, después a cuarenta mientras se filtraban a través de los cerros y venían a ver el
espectáculo. Lo rodearon, caminaron a tientas hacia él, rasgaron sus ropas. Uno rasgó su
cara con una garra.
En un instante, Konstantine le devolvió el arañazo. No podía permitir que lo despojaran
de su máscara.
El joven apartó su mano sangrando.
La multitud retrocedió, sorprendida por su despliegue de furia.
Cuando se desplomó una vez más, ellos presionando adelante, enojados con ellos mismos
por su breve miedo.
La voz de la parte de atrás se adelantó, diciendo, —Déjenlo. Hice un trato; déjenme
tener un pedazo de él.
Una voz más silenciosa dijo, —Si, dejad pasar a Afonos. Dejad que vea qué ha hecho
para que Vadim quiera matarlo.
—Cállate, Kolya. Vadim no va a matarme. No cuando ya ha matados a tantos otros. Él no
puede permitirse la perdida de otro hombre.
Interesante. Pensó Konstantine. ¿Este Vadim estaba matándose a sí mismo?
Por otra parte—Konstantine miró pensativamente a los Varinski—algunas de estas
cosas no eran hombres y ni eran bestias. Ellos eran extraños y una horrible combinación
de ambos, como el tipo con las plumas saliendo de su cabeza, como aquel con escamas de
serpiente en la piel y las pupilas que contraen en estrechas rendijas. El pacto con el
diablo se estaba rompiendo, y las cosas que creó el fallo hicieron estremecer el cuerpo
de Konstantine.
Un musculoso de treinta años se detuvo frente a la silla de ruedas, Colocó sus manos
en sus caderas, Afonos miró despectivamente abajo su nariz a la arrugada bata de baño,
las andrajosas zapatillas, la máscara de oxígeno, y a Konstantine, quien temblaba y
utilizaba una sábana de lana en su cuello. —El gran Konstantine, en efecto. ¿No recuerdas
quiénes somos? Somos Varinski. Somos la Oscuridad. No tenemos honor a los tratos
hechos con un hombre viejo que se ofrece así mismo como un sacrificio.—
—¿Usted no?— Buscó a tientas debajo de la sábana, buscando sus armas, y se armó.
Afonos continúo, —Vamos a coger a tu familia. Vamos a violar a tu esposa y tu hija.
Vamos a—
—Cállate.— Konstantine se empujó fuera de la silla de ruedas. Puso la manta sobre una
mano, y con la otra arrancó su máscara. Agarrándolo fuerte en su puño, sacudió el tubo
fuera de su tanque de oxígeno, disparando el temporizador del detonador. Uno. Se puso
de pie frente Afonos. —Poshyol ty.
Mientras Afonos estaba boquiabierto por el insulto, Konstantine sacó la pistola del
bolsillo de su túnica y le pegó un tiro en el corazón a Afonos. Entonces le disparó al

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hombre detrás de Afonos, y al que estaba detrás de él. Dos. Tres. Dejando caer su
sábana, sacó el machete de su funda en su pierna y acuchilló hacia la izquierda y derecha.
Corrió a través del claro, pateando sus zapatillas, revelando sus zapatos para correr, y
todo lo hacía mientras contaba en su cabeza. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho.
Se tiró al suelo.
La bomba atada en la silla de ruedas detonó. Su tanque de oxígeno explotó. La granada
explotó en todas las direcciones.
Varinski gritaban, algunos con dolor, otros con furia. Algunos nunca hicieron ruido.
Konstantine miró alrededor, calculando el daño sobre los veinte hombres muertos y
heridos. Pero otros tantos o más habían escapado del daño. Estaban de pies aturdidos,
incrédulos, entonces montaron en cólera. Y mientras, más Varinski llegaban desde los
árboles.
Temblando por el ejercicio, Konstantine consiguió se puso en pie. Envainó su machete y
puso su pistola en la pistolera de su cintura.
El gruñido que ondeó a través de los Varinski era un sonido único, una bestia unificada.
Cuando Konstantine planificó esto, había temido derrumbarse en el peor momento.
Viendo esos rostros cambiar de humanos a animal, de la salvaje furia a rabiosa locura,
le dieron la fuerza que necesitó para quedarse en pie. Dejando el machete, corrió hacia el
empinado barranco, hacia el embalse que construyó para irrigar las uvas. Necesitaba el
momento correcto—era más complicado que la bomba en la silla de ruedas—pero si Tasya
respondía, podría vivir lo suficiente para ver el atardecer.
Tasya era una joven brillante mujer, pero la tierra retumbaba bajo sus pies.
En la colina sobre él, pedazos de hormigón volaron por el aire.
Tasya había volado el embalse.
Mirando desde arriba la profunda V del barranco, vio una pared verde que se lanzaba
abajo, destruyendo los árboles, rocas rodando cuando el agua tronó hacia él—y hacia los
Varinski que lo seguían cerca de su rabo.
Justo a tiempo, se desvió directo hacia un lado de la garganta, brincó y agarró una raíz
del árbol. Dio de puntapiés al Varinski que lo siguió, mientras golpeándolo hacia atrás y
sobre los otros. Cayeron como dominós en el torrente. Entonces trepó al claro cuando el
agua helada tronó bajo sus pies, barriendo hacia atrás del valle a sus perseguidores,
ahogándolos, aplastándolos con escombros y enterrándolos en el barro.
Pero al fin su cuerpo enfermo se rebeló a la tensión a la que lo había expuesto. Gritó.
Buscando a tientas su medicina.
Otro espasmo lo atormentó. Sostuvo su pecho en agonía.
La medicina. Estaba cerca. Tan cerca. En su bolsillo…
Con los dedos temblorosos, sacó la botella, intentando abrirla…la dejó caer.
La oscuridad rodeó, robando la conciencia. Luchó; había demasiado que perder para
fallar ahora.
Aún luchando no había logrado nada.

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Lo que los Varinski no habían podido hacer, lo hizo esa maldita enfermedad.
Él estaba acabado
Moriría aquí en la suciedad.

Capítulo 34
Su nuera tenía otras ideas.
Una voz de mujer: determinada, enérgica. —Papa, levántate ahora. Te llevaré de vuelta
a casa. Papa ¡Ahora!
Konstantine abrió sus ojos.
Tasya miró hacia él, su oscuro, rizado pelo enmarcado por los árboles verdes y el cielo
azul, sus ojos azules destellando con resolución.
—Corre,— dijo él débilmente. —Déjame.
Ella se arrodilló ante él. —Recogió el envase y frunció el ceño, puso una píldora en su
boca y dijo, —Traga. ¡Ahora! ¡Ahora!
Él tragó. —No te arriesgues por mí,— él susurró. —Sálvate.
—¿Qué me salve?— Ella envolvió sus brazos alrededor de él y trató de levantarlo. —
¿Entonces mamá me matara cuando regrese sin ti? ¿Piensas que estoy loca?
Estúpida mujer. Era demasiado pesado para ella. Se haría daño en la espalda.
Así que él consiguió ponerse de rodillas.
El dolor subió por su cuello y bajó por sus brazos.
Apretó sus dientes, esperando que la agonía disminuyera.
Se puso de pie.
—Mejor morir de pie y luchando, ¿no Papa?— Tasya deslizó su brazo bajo sus hombros
y lo ayudó, un paso a la vez, bajando la cuesta.
Se detuvo y luchó por respirar. Cojeando, preguntó, —¿A dónde te crees que me llevas?
¿Piensas que los Varinski dejarán que regresemos a la casa como un par de novias que
salieron a dar un paseo?
—No.— Tasya observó su reloj. —Pero si llegamos abajo a tiempo, apostaría que Karen
podría proporcionarnos algo de cobertura.
—Ahhh.— Konstantine recordó, y tal vez era por la medicación, pero probablemente el
placer de imaginarse qué podría ser lo siguiente que tronaría encima de las cabezas de los
Varinski.
Alcanzaron un lugar con una vista sin obstáculos de su valle.
La pared de agua había destruido el barranco, arrastrando a muchos Varinski hacia la
cañería de las cloacas. Se extendió hacia afuera por el extremo más bajo del valle,
terminando en la plantación de vinos. Arrancando sus uvas y extendiendo el barro,
troncos de árboles, y pedazos de hormigón a través de sus buenos acres. El agua alcanzó
su límite a poca distancia de la casa, y valla de estacas parecía un embalse contra la
inundación. Por todas partes que miraba había Varinski muertos boca abajo o boca arriba.

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Los únicos que todavía vivían se esforzaban por estar de pie en el frío y resbaladizo
barro. Examinaron sus arruinadas armas, maldiciendo hasta el tope de sus pulmones.
Los Wilders no habían eliminado a todos los Varinski— había más llegando por el valle—
pero habían rebajado su número y los habían enfurecido.
Una docena todavía secándose, todavía ilesos, todavía humanos, se preparaban para
destruir la casa con un lanza cohetes.
Zorana y Aleksandr estaban dentro.
Los Varinski que quedaban rondaban a través del valle en su forma animal, rugiendo y
gruñendo, buscando su presa. Buscando a los Wilders.
Sus nueras eran la presa.
—No.— Konstantine dio un paso imprudente. —¡No!
Tasya lo cogió y lo sostuvo en el sitio. —Espera, Papa. ¡Espera! ¡Escucha!
Desde lo alto del otro lado del valle, escucharon una detonación. Entonces un gruñido.
Entonces el rápido subir de un creciente trueno.
Los Varinski guerreros se detuvieron. Miraron arriba y alrededor.
Leños, toneladas de pesados leños, rodaron abajo por la montaña, rodando y rebotando,
ganando velocidad cuando iban bajando, dirigiéndose al área frente a la casa, hacia los
hombres que podrían destruir la casa de Konstantine, su esposa, y su nieto.
Se exaltó con el poder de los leños y su estampida. Observó de cerca, temiendo un mal
cálculo, uno que podría terminar tirando y arrastrando las paredes de la casa.
Pero no. El lanza cohetes voló. El hombre que podría haberlo disparado desapareció en
el barro o fueron lanzados como marionetas. Los leños se extendieron en una franja de
muerte y destrucción a través del campo de batalla, matando y mutilando a docenas de
Varinski, dejando unos pocos, solo unos pocos, sin tocar.
La satisfacción se estableció en los huesos de Konstantine y bombeó a través de su
herido corazón. Yo vi el canal de Disney con Aleksandr, vi a la dulce Familia Robinson, y
aprendí como luchar. ¿Ves? Allí no había bombas modernas que podrían cubrir tanta
tierra y provocar tanta destrucción, y después dejar mi tierra prístina. En primavera
renacerá otra vez.
Tasya observó con temor. Esta trampa de troncos es tan del estado de Washington.
Un arma amistosa con medio ambiente.—
Konstantine sostuvo su mano.
Ella le miró desde su altura. —Victoria. Ahora podemos eliminarlos. ¡Hemos ganado!
—No realmente.— los afilados ojos de Konstantine miraban hacia la forma de una
limosina cruzando el camino serpenteante, escuchando el crujir de su motor.
No, no sólo una limosina. Dos. Cuando el coche de delante pasó por la última esquina, el
conductor frenó de golpe. La chirrió para detenerse detrás de él.
—¿Qué demonios?— Vadim se sentó derecho y miró la destrucción ante él—la
destrucción llevada sobre sus tropas por una familia de granjeros de uvas. Miró a sus
hombres de cara en el barro, a los leños todavía temblando, a los cuerpos de los Varinski

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amontonados entre ellos como cuerdas entre la madera… la anticuada, casa estilo
americano, todavía prístina en medio de la destrucción, un símbolo de los Wilders y su
éxito.
Sus hombres, sus guardaespaldas, sentados con temor.
Konstantine había hecho esto. Con inferiores armas manejadas por sus hijos y sus
mujeres, el gran Konstantine había reforzado su leyenda—y hacía un tonto de Vadim.
—¡Vaya!— El débil e ignorante chofer americano estiró su cuello para ver, entonces
tomó su teléfono. —Tengo que contar esto. Alguien realmente pateó un culo aquí.
Una furia fría se enroscó en el vientre de Vadim. Cogiendo su pistola, le disparó al
chofer.
Su cabeza explotó. El parabrisas se agrietó. La sangre roció el cristal, la rueda, el
techo.
Vadim se volvió a sus hombres.
Ahora tenía su atención.
En el tono suave que empleó como un aterciopelado látigo, dijo, —Mátenlos a todos.
Arrasen con el valle. Quemen la casa. Quemen el bosque. Que no quede una sola criatura
viva.
Cuatro hombres, altos, bien construidos, vistiendo trajes oscuros, saltaron sobre la
sangre salpicada en el frente. Otros seis se bajaron de la segunda limusina.
Un hombre, más joven que los otros, caminó hacia adelante. Su rabia era palpable—y
aún a través del valle, era intimidante.
Este joven tenía poder. Konstantine podría sentirlo.
—¡Vadim!— La llamada para todos los Varinski humanos que todavía estaban en pie. Se
apresuraron hacia él, brincando leños y resbalando en el barro. Lobos gruñendo, y las
grandes aves de rapiña volando en picado y gritando.
Vadim subió su mano.
Se detuvieron.
Habló, una sola palabra, inaudible a tal distancia.
Los Varinski retrocedieron escogiéndose.
Habló nuevamente, y ellos vitorearon.
Konstantine sabía lo que iba a venir.
Los guardaespaldas de Vadim brillaron en la luz del sol; entonces, uno a uno, cambiaron.
Seis cambiaron a tigres, grandes, morenos, conducido por el cruel instinto y el amor del
gato a la caza.
Merodearon hacia delante, las cabezas bajas, dirigiéndose a través del campo de
batalla hacia la casa de los Wilder.
Allí su esposa y su nieto esperaban con los tres iconos.
Vadim, los Varinski, y el mismo Diablo intentaban acabar con ellos.

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Dos de los hombres de Vadim tomaron el aire en forma de águilas, negras y blancas,
con alas que median siete pies. Volaban alto, sus ojos negros buscando su presa—a él, a
Tasya, a Karen, sola al otro lado del valle.
—Ven.— Konstantine arrastró a Tasya. –Pongámonos en posición.
No importaba cuan fuerte fuera su voluntad, no tenía prisa en él. Cuando tropezó a lo
largo de la línea de árboles, tuvo que mantener la vista en sus pies, cada paso era un
desafío, más que las espinas de pinos que atravesaban sus pies, el roce, las piedras, los
pedazos viejos, sucios de nieve.
Tasya lo ayudó, lo animó, pero su progreso era dolorosamente lento.
—Debes seguir sin mí. Debes continuar luchando.— Quitó sus brazos de ella.
—Prométeme que seguirás caminando.— Su tenacidad le recordó a él a un perro buldog
inglés, todavía aquí en el bosque, con los altos árboles rodeándolos y todo el peligro
alrededor, ella parecía frágil, tan joven.
—Lo prometo.— Él la empujo lejos de él.
Arriba, escuchó el grito contundente de un águila.
Observó a los hombres en la limusina.
Uno alcanzó salir dentro por la puerta y sacó un rifle, entonces otro.
Vadim alzó el rifle y apuntó hacia Konstantine.
—¡Abajo!— Él se arrojó sobre Tasya.
Escucho el disparo.
Tasya gritó, se retorció, y cayó en la tierra. Ella agarraba su muslo y rodaba en agonía.
La sangre bombeaba entre sus dedos, volviéndolos rojos.
—¡No!— Se suponía que ellos lo matarán a él. Se arrastró sobre ella. —No, hija. ¡No!—
Rasgó el lazo de su bata de baño y se lo ató sobre la herida, intentó recogerla y dirigirla
hacia la casa.
No. ¡No! No podía terminar así, con su fracaso por salvar la vida de Tasya.
Como si fuera esta la señal que ellos esperaban, siete hombres se movieron fuera del
bosque, pintura de camuflajes en sus caras, y rodearon a Tasya y Konstantine. Ellos
sostenían sus rifles con facilidad, y contemplando a Konstantine y Tasya con ojos fríos y
oscuros.
Varinski. Más Varinski. Malditos.
Terminarían con Tasya. Luego con él. Cerró sus ojos, preparado para la bala que podría
acabar con su vida. Tomó su última respiración… e identificó la sutil esencia de sus
cuerpos.
Sus ojos se abrieron de golpe.
—Sois Rom. ¡Gitanos!
El líder era joven, fuerte, de cabello oscuro, una versión masculina de Zorana en su
juventud, con ojos negros como el acero.
—Muy bien, Konstantine.— Tomando la mano de Konstantine, lo ayudó a ponerse de pie,
con notable indiferencia, dijo, —Soy Prokhor.

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—¿Que estáis haciendo aquí?— preguntó Konstantine.
Girándose hacia uno de sus soldados, Prokhor dijo.
—Detén el sangrado de Tasya; entonces llévalos a la casa.
—¿Como sabes su nombre?— preguntó Konstantine.
—Llevamos tiempo observándoos. Conocemos a cada uno de su familia,— dijo Prokhor.
El paramédico se arrodillo al lado de Tasya. Él le dio morfina, y limpió su herida,
Konstantine le preguntó a Prokhor, —¿Por qué nos conoce?
—Hasta que los iconos estén unidos, lo protegeremos.
—¿Porque?— Cuando Konstantine había raptado a Zorana, su tribu había jurado
vengarse. ¿Qué había cambiado?
Prokhor desnudó sus fuertes, blancos dientes.
—Nosotros no tendremos suerte, no disfrutaremos de prosperidad, hasta que no
cumplamos nuestro destino. ¡Y el destino es protegerlo a usted y a los suyos hasta que
puedan unir los iconos!
—¿Cómo conociste tu destino?
—Tuvimos una asamblea de los Rom y preguntamos por el conocimiento. Nos fue
dado.— Prokhor se estremeció.
Konstantine se estremeció, también. Él había visto el trabajo de diablo en el mundo.
Había visto a su querida esposa agarrada por su visión. Había aprendido a temer las
pruebas del otro mundo. Supuso que esto era una señal de la edad, pero… quería paz.
Quería cuidar sus cosechas, amar a su esposa, rebotar a sus nietos sobre sus rodillas,
aconsejar a sus hijos, incomodar a sus hijas.
Acarició la sudada frente de Tasya. Estaba callada ahora; la morfina había hecho su
trabajo, y el paramédico casi había completado el vendaje de campo.
Prokhor puso su rifle en su hombro, apuntó a través del valle, y disparó.
Era una distancia de más de una milla, aunque Vadim giró y cayó. Como una cucaracha,
se arrastró hacia la protección de la limusina, su guardaespaldas en sus talones.
—Fallado,— dijo el líder lacónicamente.
Pero Konstantine reconoció a un buen francotirador en su trabajo, —lo heriste.
Otro disparo cayó sobre el guardaespaldas de Vadim a través del carro—el disparo no
había venido de este lado del valle.
—Tenemos tres hombres al otro lado.— Prokhor alzó su radio escucha y escuchó el
reporte. —Ellos tienen segura a Karen.
Konstantine suspiró en el alivio.
—Apúrate,— uno de los otros hombres le dijo al paramédico. —Los guardias de Vadim
están en camino.
Los tigres brincaron en la carrera, cortando a través del valle. Sobre ellos, las águilas
circulando y gritando animadamente. Otros Varinski se unieron a la caza, cambiando a
lobos, a halcones, las bestias más horribles que cualquier pesadilla en la tierra.

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Un Rom alzó a Tasya en sus brazos. Otro joven de anchos hombres levantó a
Konstantine sobre sus hombros. El grupo entero corrió a toda velocidad hacia adelante.
Las ramas los golpeaban. Ellos las evadían y esquivaban, saltando sobre estrechos
arroyos, resbalando en un pedazo de hielo en la sombra.
Cuando Konstantine rebotó contra el hombro duro, se esforzó por tomar su respiración,
para ver la acción abajo.
Los tigres corrían en ángulos, intentando cortarles el paso antes de llegar a la casa.
—Ve hacia abajo en el valle. Es nuestra única oportunidad. Nosotros los esperaremos,—
gritó Prokhor, y él y dos de sus hombres se arrodillaron con sus rifles en sus hombros.
Los otros corrieron, cortando un paso a través del valle y un rumbo más fácil.
Detrás de ellos, Prokhor apretó el gatillo, y un tigre rugió con dolor.
Los disparos devueltos retumbaban a través de los árboles.
Konstantine escucho el gruñido de un hombre fatalmente herido. Alzando su cabeza,
miró atrás y captando una visión del rumano cruzando a través de los caídos.
Los corredores aparecieron a través de los árboles.
Los tigres estaban lo suficientemente cerca de Konstantine como para verles los pelos
de sus bigotes y su sonrisa, los dientes afilados. Un águila se zambulló en el aire, talones
afuera, pico abierto. —Bájame,— dijo Konstantine. —¡Tenemos que luchar!
El rumano patinó y le permitió a Konstantine resbalarse de su hombro.
—Ve,— Konstantine le grito al hombre que sostenía a Tasya. –Llévala dentro.
El que la sostenía corrió hacia la casa, con dos rumanos en sus talones.
Dos de los tigres se separaron tras ellos.
Dos más furiosos, embarrados, todavía Varinski humanos se unieron a la persecución.
Uno alzó un arma y disparó.
Un tigre giró hacia él y gruñó.
—¿Qué pasó?— uno de los Rumanos preguntó cuando estableció su rifle sobre su
hombro.
—Los Varinski disfrutan cerca de la muerte.— Konstantine tomó su pistola y apuntó a
los tigres que corrían hacia ellos. —Especialmente, ahora, cuando enfrentan la derrota.
Quieren desmembrarla miembro por miembro, comérsela mientras aún vive, usan el
horror para inmovilizarnos.
Los tres rumanos bordearon lejos de Konstantine. Recordaron quién—y qué—era él.
Un rumano disparó, volando un agujero entre las orejas del tigre.
El tigre se detuvo, agitó su cabeza, entonces fijó sus ojos amarillos en ellos y gruñó.
—Sigue disparando,— ordenó Konstantine. —No te detengas.
Estos rumanos podrían morir. Él podría morir. Pero quizás Tasya podría vivir. Quizás.
Entonces, a través del valle, una explosión meció la tierra.
La batalla se detuvo.
Konstantine miró a tiempo para ver volar los restos de la primera limusina, entonces
vio la segunda subir como si tuviera vida y estallar en un millón de pedazos.

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Detrás, en el camino, Jackson Sonnet sentado en una motocicleta, ondeando su puño en
victoria.
Tres lobos que corrían para unirse al asalto de Tasya se giraron y emprendieron
carrera hacia él.
Él disparó con su 30—06 rifle de caza. El lobo se esforzó por seguir, pero su pata
estaba destrozada. Jackson sostuvo el rifle, revolucionó su motocicleta, y corrió camino
abajo.
Los tigres retornaron su ataque a Konstantine y los rumanos, y sus ojos brillaron rojos
con furia.
Entonces, como un vuelo milagroso, un helicóptero negro y blanco, plata y rojo se
abatió sobre la montaña, bajó en la cuesta, hacia el valle.
La caballería había llegado.

Capítulo 35
—Mira eso.— Rurik giró el helicóptero de lado y rasgó a través del valle, moviéndose
como una guadaña gigante rozando bajo, enviando a los tigres y Varinski patinando sobre
sus rostros.
—Oh, ¿Si?— Firebird descubrió las águilas flotando y arremolinándose en el cielo. –
Acércanos a una de esas aves.— Ellos llegaron al otro extremo del valle, y Rurik subió
repentinamente, reduciendo su velocidad hasta llevarla a cero. Dejó caer la nariz y
ejecutó una vuelta inmediata del timón para alejar las águilas fuera de la cabina. Firebird
había cogido el portapapeles de la papelera, abrió la puerta y lo deslizó como un platillo
volador.
Este azotó a través el aire, girando con un zumbido. El clip metálico cortó el ala del
águila, el impacto de la tabla que golpea al pájaro de lado, luego en una zambullida
descontrolada.
Rurik le palmeó en el hombro. –Siempre fuiste la mejor con objetivos móviles.
Un disparo que vino de abajo silbó en su oído y se enterró en el techo.
—Tu hijo de puta, te enseñare a dispararle a mi hermana.— Rurik giró tan rápidamente
que su puerta se cerró de golpe. Descargó la nariz hacia el tirador. La sensación era como
bajar la primera colina de una montaña rusa. Ella no respiraba, su corazón iba a carreras.
El rostro cruel del Varinski creció cerca y cerca, sus ojos se estrecharon cuando le
apuntó a Rurik. Justo a tiempo, Rurik giró el nivel del helicóptero y el timón giro tan
rápidamente, que el tren de aterrizaje golpeó al Varinski en el pecho, golpeándolo en su
rostro y enviándole el rifle al barro.
Rurik movió el helicóptero en espiral mientras inspeccionaba la escena de la batalla. —
Allí esta Papa. Los Varinski lo tienen inmovilizado.
—Consiguió gente con él. Protegiéndolo.— Ella observó el camuflaje de los guerreros,
vio como luchaban sin miedo. —¿Quiénes son ellos?

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—No lo sé, pero mira eso.— Rurik barrió abajo en los atacantes y los envió a
dispersarse.
—Los soldados recogieron a Papa. Corren hacia la casa.— El corazón de Firebird
bombeaba. Ella nunca había visto a Rurik en su verdadero elemento—volando duro,
arriesgándose, demostrando de una vez por todas que él era el gran piloto que clamó ser.
Cerca de la casa, ella vio otro grupo luchando una batalla desesperada, mientras un
hombre se mantenía aparte, esperando…Oh, Dios, estaba sosteniendo una mujer, y la
mujer estaba herida. Firebird tocó el brazo de Rurik. —¿Esa es Tasya?
Él ya la había visto. —Si.
Tasya luchaba en los brazos del tipo, tratando de ponerse de pie.
—Está viva,— dijo Firebird.
—Ella va a permanecer así.— Rurik realizó un remolinar, zambulléndose tan
rápidamente y tan fuerte que, por primera vez, Firebird cerró sus ojos.
Pero ellos no chocaron, y ella abrió sus ojos cuando Rurik dijo, —Esto mantendrá a los
bastardos apartados hasta que te llevemos dentro.— Bajó del helicóptero y rodeó la casa,
volando lo suficientemente rápido para volar las tejas fuera del tejado. —Ellos están
esparcidos. Iremos alrededor de nuevo, y conseguiré detenerme en el porche trasero y
te inclinarás hacia el lado bajo. Salta. Se movió rápidamente. Quédate abajo. Firebird—
mantente viva.
—Tú, también.— Ella desechó su casco, desabrochó su cinturón del asiento, y se
aseguró, una mano en la arremetida, una mano en la puerta. —Preparada.
Se dirigió alrededor de la última esquina y se detuvo tan repentinamente que sus ojos
casi pegan contra su visor. Mientras inclinaba el helicóptero, ella se dejó caer hacia la
puerta. Abriéndola, resbaló como una tortilla fuera de la sartén.
Golpeó el suelo con fuerza.
Sobre ella, el helicóptero retumbó como un trueno y azotó alrededor, arrastró el lugar,
poniéndola en el tornado de la corriente de aire del rotor, entonces se dirigió arriba y
sobre la casa.
Ella se quedó abajo y corrió a través del porche, subió las escaleras, hacia la negra
puerta. Estaba cerrada con llave.
Por supuesto. Sería estúpido dejar la puerta abierta, como una invitación a los Varinski
a merodear. Buscó la llave en su bolsillo.
Una bala golpeó en el adorno al lado de la puerta.
Saltó hacia atrás.
Otra rasgo a través de la madera de al lado cerca de su cabeza.
Retrocedió otra vez y miró por un refugio.
Nada. Los Wilders habían quitado el mobiliario del porche.
Otra bala golpeó cerca de sus pies, y ella brincó.
Desde afuera del granero, escuchó las burlas masculinas, y un pesado acento gritó,—
¿Ven, muchachos? Les dije que ella podría bailar.

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Otro disparo sonó—pero esta vez no apuntó a ella.
Un Varinski bajó del henil, destrozado en la tierra, y no se movía.
Jasha salió del bosque. Iba provisto con un rifle semiautomático y una expresión
mortal. —Ve, Firebird; Te cubriré. — Disparó a la cerradura de la puerta del granero.
Saltó hacia atrás, hacia la puerta de la cocina. La llave resbaló en la cerradura. Ella
abrió, entró a la cocina, miró atrás para saludar a Jasha—y vio un halcón que volaba el
claro cielo, las garras apuntaban por su cabeza.
—Jasha,— ella chilló. Tomando la Glock de su cinturón, disparó hacia el aire.
Con el extremo de su rifle, Jasha lo destrozó en el suelo.
De dentro del granero, sonó una descarga de tiros. Retrocedió tambaleándose, con
sangre manando por su cara. —Ve,— gritó él. —¡Apúrate!—
Ella cerró de golpe la puerta, cerró con llave detrás de ella, y golpeó el suelo.
Las balas rasgaron a través de la puerta.
Bajó arrastrándose a través de la cocina, a través de la sala, mientras fotos aparecían
a través de su mente.
Jasha. Arrogante, sabelotodo hermano mayor Jasha, luchando contra los imposibles…
¿y muriendo?
Rurik, consiguiendo a Tasya. Firebird sabía que podría morir feliz por su esposa.
Adrik… ¿dónde estaba Adrik? ¿Qué podría hacer él para mantener a Karen y a su
familia segura?
Y Papa….
¿Podrían todos ellos morir?
No lo permitiré.
Subió las escaleras corriendo, entró de sopetón en su cuarto. —¡Mama!— gritó ella. —
¡Mama, soy yo!— Agarrando uno de los juguetes de Aleksandr, apuntó hacia la trampa en
el techo. —¡Mama!
Abriéndola de golpe. Zorana miró abajo, su rostro blanco y lloroso. Ella bajó una
escalera hacia las manos de Firebird.
La sombra de la ventana estaba baja, pero Firebird subió rápidamente. Unas balas
penetraron el revestimiento fácilmente, el Varinski mantuvo un cortante bombardeo, y
cualquier tiro al azar pudo alcanzarla. Y ella quería vivir.
Ella pudo ser cambiada, traída a esta familia por las maquinaciones del diablo. Ella pudo
haber dormido con Douglas Black, un traidor despreciable, y haberlo ayudado brindándole
información para llevar el ataque.
Pero tenía en su poder el cuarto icono.
Acabaría con el pacto. Acabaría ahora con él. Se lo debía a su familia por su amor y
bondad.
Ella se lo debía al diablo, también. Le debía su perdición, por haberle arruinado su vida.
Se tumbó en el suelo del ático.
Zorana cerró la trampa con llave.

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El ático estaba congestionado, techo bajo, las ventanas abuhardilladas profundas.
Konstantine había hecho las paredes reforzadas, así las balas no penetrarían. Él había
escondido comida y agua, la suficiente para una corta estancia. Allí había una cama y una
cuna, una silla y una mesa pintada de blanco. La caja de los tesoros de Zorana estaba en
el suelo abierta, y Aleksandr estaba uniendo las piedras, puso una en cada esquina del
compás—al sur estaba la azul cielo, al norte estaba la negra noche, al oeste estaba la roja
flama y al este estaba la blanca pureza.
Quizás Zorana había puesto las piedras a su alrededor para protegerlo. Pero quizás… él
las había colocado así por instinto.
Él era, después de todo, el nieto de Zorana de su hijo más joven, Douglas.
El rostro regordete de Aleksandr se iluminó cuando vio a Firebird, y brincó sobre sus
pies. —¡Mama! ¡Mama, Aleksandr te extrañó!
—Yo te extrañé también, cariño.— Firebird se sentó y lo cogió cuando el corrió a sus
brazos. —Mi bebé.
—Mi bebe.— Zorana se sentó y envolvió a Firebird y Aleksandr en su abrazo.
Nunca importaría que Firebird no fuera hija de nacimiento de Zorana, aquí con Zorana
ella estaba segura, era amada… y Aleksandr se encontraba en un círculo mágico.
Zorana sabía…de algún modo supo qué estaba pensando Firebird, o tal vez estaba en su
mente, también, pero ella dijo, —No es la sangre la que construyen el amor. Son las horas
en medio de la noche con mi bebe enferma, el tiempo conduciéndola al gimnasta, el orgullo
cuando ella consiguió su beca, la alegría de observar mi primer nieto venir al mundo, las
lágrimas vertidas cuando vemos Una Vida Maravillosa.
Firebird lloraba ahora, —No olvides Ghost.
—Y Titanic.— Zorana lloró, también.
—Mientras que los chicos se burlan.
—Tú me has dado tanto, y yo deseo—Zorana se detuvo y pestañeó. —Dorogoi, ¿qué le
pasó a tu pelo?
Las lágrimas de Firebird se convirtieron en risas. —Es una larga historia.
Aleksandr arrastró el cuello de Firebird y apuntó a la ventana. —Mama, Abuela miren.
Teniendo su atención, las dos mujeres escucharon. El helicóptero rugió sobre la casa,
balas volando, y peor aún, bajo los sonidos de batalla moderna, ellas escucharon el gruñido
de las bestias y los gritos victoriosos de las aves cazando.
Zorana tomó a Firebird por los hombros y la agitó. —El icono.
—Si.— Firebird lo tomó de entre sus pechos.
—Esa es mi niña. El lugar perfecto.— Zorana gesticuló hacia la mesa del medio del
cuarto. Ella había puesto una rica tela roja sobre el tope, rojo por el color santo de los
rusos. En la tela había colocado los tres iconos.
Ann había encontrado el primero. En este, la Virgen María ayudaba al infante Jesús,
mientras José estaba de pie a su mano derecha.

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En el icono que Tasya había encontrado, el rostro de la Madona era pálido y tranquilo,
su gran mirada oscura y entristecida, y una lágrima caía por su mejilla. Pero en su regazo,
esta Madona sostenía a Jesús crucificado.
En el icono de Karen, el pintor había proyectado a María como una joven muchacha, una
joven muchacha que previó su destino y el de su hijo. Sus tristes, oscuros y sabedores
ojos mirándolos, recordándoles que había dado a su hijo para salvar el mundo.
Firebird puso el cuarto icono en el lugar designado para él, Aleksandr entonces se asió
a su cadera.
Los tres miraban con temor en los oscuros ojos de la Madonna. Los iconos eran viejos,
la pintura estilizada, aunque la pigmentación había avivado el azulejo, y los colores
brillaban como si fueran nuevos. Todo el tiempo, el artista los había pintado ascendiendo
al cielo.
Por supuesto. El cuarto icono sería el más santo de todos.
Allí estaban, cuatro visiones de la Virgen María. Una vez, hace mil años, cada uno de
ellos había sido parte de un icono, el icono de la familia Varinski. El primer Konstantine
había asesinado a su madre por él. El diablo lo había acuchillado con su espada encendida
y había lanzado a las Señoras a las cuatro esquinas de la tierra.
Ahora los iconos esperaban para ser unidos.
—Hazlo, Mama,— Firebird susurró. —Apresúrate.
Zorana puso los iconos juntos—y ellas esperaron a que el milagro pasara.

Capítulo 36
Vadim se escondió detrás de una pila de leños en el borde del campo de batalla,
sufriendo un infierno de dolor de cabeza.
El disparo que lo había golpeado le había cortado a través de su cuero cabelludo. Si él
fuera todo menos un Varinski, estaría muerto. Como él lo era, la herida se curaría
rápidamente, porque la sangre del Varinski era fuerte y llena de mala magia.
Él podría sentir que la sangre burbujeaba con la rabia que lo calentó.
Sus hombres lo habían desobedecido, tragándose el cebo que Konstantine había hecho
balancear en el aire ante ellos, y entrando temprano en la batalla. Muchos estaban ahora
muertos, muertos por armas primitivas, y Vadim, que había dejado Ucrania con un
sobrante de Varinski, ahora estaba con unos pocos.
Peor, cuando las noticias de este fiasco llegaran, él sería el hazmerreír entre los
asesinos. Había enviado a ciento catorce hombres contra una familia de tres hermanos,
un padre viejo e inválido, cinco mujeres tontas, y un niño de dos años, y hasta ahora,
había perdido por lo menos setenta hombres. Hasta ahora. Nada mantendría esta
tranquilidad… a menos que logrará matar a cada uno de los Wilder. Y él podría. Antes de
que este día acabara, limpiaría esos bichos de la faz de la tierra.

Anoiss Traducciones
No es que tuviera opción. Esas explosiones habían estropeado su hermosa limosina—y
le dejó aquí cuando debería estar en camino a un nuevo nombre y una nueva vida allanada
con el oro de mil Varinski ejecutados.
Al menos, ese había sido su plan si algo salía mal hoy.
Simplemente no había previsto que estaría sin transporte.
Un gemido débil captó su atención cerca.
Georgly. Era el mejor lugarteniente de Vadim, su hermano y su mejor amigo, le había
disparado un francotirador, tenía su rostro medio arrancado por las explosiones que
destruyeron sus limusinas. Se esforzó por subir, y cuando lo hizo, la ennegrecida piel
creció y selló el espacio donde había estado su ojo. Se tambaleó sobre sus pies,
lloriqueando y cojeando.
Inútil. Georgly era inútil.
Y todo el lloriqueo consiguió puso de los nervios a Vadim.
Tomando la Glock de la pistolera alrededor de su pecho, amartilló la pistola.
La cabeza de Georgly giró ante el sonido. Su único ojo se agrandó. Sus manos se
pusieron delante como si eso pudiera desviar la bala. —¡No, Por favor, Vadim, No!
Vadim le disparó en el corazón.
Una voz le habló tan cerca de él, que brincó y balanceó su pistola alrededor.
—¿Porque hiciste eso?— dijo Mikhail. No era el más inteligente de los hombres de
Vadim, pero estaba vivo y era capaz de luchar—y se acercó a Vadim a hurtadillas, aunque
Vadim no entendió cómo.
—Odio a los llorones.— Vadim se mantuvo de pie y mantuvo su pistola apuntando a
Mikhail.
Mikhail parecía diferente, un poco más agudo de lo normal, y su voz sonaba… alegre.
Tal vez los otros le habían enviado para asesinar a Vadim. No podía dudarlo ni por un
minuto.
Eso era lo mismo que él hubiera hecho.
—Necesitas hombres vivos. Has perdido a la mayoría de mi ejército.
—¿Tu ejercito?— Sonrió Vadim. ¿Quién eres? Nadie, eso eres.
—Usted es bueno creando fuegos.— ¿El tono de voz de Mikhail era crítico? ¿Este
tonto realmente se atrevía a desafiar a Vadim? —Sí. Claro que lo eres. Le dio el
suficiente vodka al Tío Iván como para que nadara en él, volviendo su sangre en una
bomba incendiaria, entonces dispersó gasolina a través de la casa y encendió una cerilla.
¡Qué espectáculo fue!— La voz de Mikhail realmente sonaba alegre, disminuyendo,
ganando más y más bajos, como si él pudiera cantar una ópera de barítono. –Escúchame
detenidamente. Deja de enfurruñarte por la batalla. Consigue gas. Enciende una mecha.
Quema la casa. Ahora. Es vieja y seca. Arderá con rapidez y matarás a las mujeres que
están dentro.
—Buena idea. Le pediré a los hombres bordeen el lugar.— Vadim quería alejarse de
este tipo. Algo en él no estaba bien.

Anoiss Traducciones
Pero cuando intentó apartarse, Mikhail lo agarró y lo sostuvo con un agarre de frío
acero. —No. No una bomba. Quiero fuego. Soy un aficionado al fuego. Es doloroso, es
largo, y te da una prueba de los tormentos que están por llegar. Pero mientras habló, las
mujeres imaginan que pueden unir los iconos y destruir el pacto. No pueden—nada pueden
unir los iconos—pero merecen sufrir la agonía del infierno por intentarlo, y sus hombres
merecen sufrir la agonía del amor antes de morir, también.
—No me puedes decir lo que debo hacer— Esa voz. Esa voz. ¿Dónde había escuchado
Vadim esa voz?
—¿No puedo?
—¿Quien te crees que eres?
—Yo sé quién soy. ¿Lo sabes tú?— Mikhail lo escrudiñó, con una ligera sonrisa en su
ancho labio—y profundamente en sus ojos, una llama azul brilló.
Vadim se tambaleo retrocediendo.
Lo supo. Reconoció esa voz. El timbre era un poco diferente, el tono un poco joven,
pero…
—Veo que lo comprendiste. Chico inteligente, Vadim; siempre lo dije.
—Pero incendié… quemé la casa. Quemé al Tío Iván,— Vadim estaba gritando. Se
escuchó a sí mismo, pero no podía detenerse. —Lo vi quemarse con mis propios ojos.
Destruiste una de mis mejores herramientas. Por eso, y por pensar que podrías
eliminarme, pagarás.——El diablo sonrió, y el cruel sonido reverberó a través de alma
negra y podrida de Vadim. —¿Realmente pensaste que podrías librarte de mí?

Capítulo 37
Firebird observó los iconos contra la tela roja, los observó tan fijamente que sus ojos
dolieron.
Nada pasó.
Zorana observó a la ventana y miro hacia fuera.
—¿Qué hizo? —Firebird preguntó—. De algún modo, yo esperé. . .
Zorana se volteó, sus ojos oscuros y atormentados como los de la Virgen.
—Los Varinski todavía están allí afuera. Todavía animales. Todavía atacando.
—Eso no puede ser —Firebird reordenó los iconos—. Esto tiene que funcionar.
—Mamá, Aleksandr hace el rompecabezas.
Ella puso a Aleksandr en el suelo.
—No, dulzura, Mamá hace el rompecabezas —ella los reordenó otra vez, más
frenéticamente. Pero no importaba lo que ella hacía, nada pasó. Porque. . . ella señaló con
horror—. Mira esto. Aquí no está todo.
Zorana volvió de prisa para pararse detrás Firebird .
—¿De que estás hablando?

Anoiss Traducciones
—Hay una pieza que falta —los bordes de cada icono estaban enroscados, desiguales,
quemados en partes, como si el diablo los hubiera cortado con una espada de fuego. Pero
ellos encajaban juntos en todas partes—excepto en el medio.
Allí un pedazo de cada icono faltaba. No un gran pedazo, uno aproximadamente del
tamaño de la punta del dedo meñique de Firebird. No era obvio cuando los iconos estaban
separados. Pero el pedazo perdido hacia imposible reunirlos.
Firebird tragó.
—No puedo creerlo. La profecía decía, “Cuatro hijos, cuatro amores, cuatro iconos”. No
decía nada sobre un pedazo extra.
—Yo no ví esto. En mi visión, yo no ví esto en absoluto —Zorana se apoyó en la mesa e
intentó apretarlos juntos, como si de algún modo ella pudiera moldear la antigüedad, el
material de piedra en una nueva forma.
Fuera, Firebird oyó el lamento penetrante de una sirena policíaca. Levantó la cabeza
rápidamente.
Douglas. En el fondo de su mente, ella había estado esperando por él.
Douglas había llegado para ayudar a sus parientes.
La pregunta era ¿Qué parientes?
Ella corrió a la ventana.
Una patrulla del Estado Washington desvió todas las limusinas destrozadas y rasgó la
entrada de autos con el rugido gutural del interceptor policíaco a pleno rendimiento. Un
Varinski en traje corría hacia la parte trasera de la casa; casi lo derrotaron.
La patrulla cortó a través de una manada de lobos gruñendo que corrían para atacar al
grupo protector de Tasya.
Los lobos volaron en el aire, entonces cayeron a la tierra en forma humana.
Douglas estaba de su lado. Él había tomado su posición con los Wilders.
El automóvil se dirigió hacia la multitud de atacantes de Konstantine. Los Varinski
alzaron sus armas automáticas y dispararon dos ráfagas al automóvil.
—¡No! —Firebird se estiró hacia delante—. ¡Douglas!
El parabrisas estalló. Los neumáticos se resbalaron en el barro. El automóvil hizo un
giro veloz, derrapó y se volteó.
Los dos grupos protectores de Tasya y Konstantine se habían combinado, estaban
rodeados. Cuando las mujeres miraron, uno de los tigres brincó y derrumbó a un luchador,
rompió su cuello, rasgó su abdomen — y comenzó el banquete.
Firebird y Zorana se apartaron, llorando por el horror, y cuando ellas regresaron, todo
había terminado.
Pero Zorana jadeó, sus ojos muy abiertos por el terror. Entrecortadamente ella dijo,
—Oh, no, mi amor. No, yo te lo pido. No lo hagas.
Por primera vez en su vida, Firebird vio a su padre cambiar—cambiar de un hombre
viejo debilitado en un lobo gris, grande, feroz, con un generoso hocico puntiagudo, con
dientes fuertes, y resplandecientes ojos rojos. La transformación deshizo la maldición de

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su enfermedad, y él atacó a los tigres con inteligencia y ferocidad, demostrando por qué
era el legendario líder de los Varinski.
—Él cambia porque sabe que no tiene alternativa —dijo Zorana suavemente—. Él ve que
no tienen ninguna oportunidad, entonces irá al infierno luchando. . . por nosotros.
Sacrifica su alma. . . por nosotros —ella miraba los iconos en la mesa, su malograda
esperanza de liberar a Konstantine de la condena que ella le vaticinó. Determinadamente
caminó hacia la trampilla.
Firebird brincó y agarró su brazo.
—No...
—Si los iconos no pueden romper el pacto, entonces yo moriré al lado de tu padre —
Zorana se liberó de un tirón. Fue hacia Aleksandr y lo abrazó furiosamente, la
determinación y angustia brillaron en sus ojos—. Sálvalo. Si puedes, sálvalo.
Abriendo la trampilla, ella dejó caer la escalera de soga y desapareció a través del
agujero.
De manera que dependía de Firebird. Ella tenía que salvar a su padre, su familia, su
hijo. . . su amante. No podía rendirse.
En la mesa, apiló los iconos y los situó una vez más.
Aleksandr arrastró una silla, se subió y movió desaprobadoramente su cabeza.
—No, mamá. Los tesoros. Los tesoros de la abuela.
Afuera, un estruendo sacudió las ventanas y agitó la casa.
Tan rápidamente como ella pudo, Firebird volvió a la ventana.
En lo que quedaba de la viña, un helicóptero estaba en ruinas, disparado desde el cielo.
La puerta del pasajero se abrió, y un castaño halcón—Rurik—voló y planeó hacia la
creciente pelea alrededor de Tasya y Konstantine.
Las llamas comenzaron bajo el capó de la patrulla. Pronto, el tanque de gas explotaría,
y dentro, nada se movía.
—Douglas. . .
Zorana corrió a toda velocidad por el patio y saltó el cerco.
Cuatro Varinski corrieron para interceptarla.
Los cuchillos destellando, miradas mortales, ella los enfrentó, una mujer Gitana
diminuta que preferiría morir antes que vivir sin su marido.
Desde detrás de la casa, un lobo grande corrió para ayudarla. Jasha. Jasha lucharía al
lado de su madre.
—Mamá, los tesoros —insistió Aleksandr.
—Sigue y juega con ellos, pequeño —dijo. Asiendo el alféizar tan fuertemente que sus
dedos se pusieron blancos, Firebird miró la destrucción de todo lo que ella amó. Cinco
minutos atrás, había estado segura que el cuarto icono podría cambiar las cosas. Ahora. . .
los Wilders estaban perdiendo la batalla.
Entonces. . . Douglas se arrastró, medio—vestido, cubierto de sangre y moretones,
pero vivo.

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—Sal fuera del automóvil —susurró ella—. Sal antes de que explote.
Él se volvió y se arrastró dentro.
Él estaba loco. Loco.
Firebird limpió las lágrimas fuera de sus ojos tan rápidamente como ellas se formaron,
desesperada por ver cada movimiento, para comprender que infiernos estaba haciendo él.
Él retrocedió, arrastrando a un Adrik inconsciente después de él.
Ella aferró su pecho con desahogo. Douglas había salvado a Adrik. Él había salvado a su
hermano.
Entonces los lobos llegaron gruñendo y brutales.
Douglas disparó al primero de los tres. Ellos se voltearon, cayeron, convulsionaron, y
quedaron inmóviles.
Los otros continuaron llegando, agrupándose alrededor de los dos hombres como las
hormigas rojas consumen un bocado tierno.
Firebird no soportaba mirar.
Ella se volvió y enfrentó el cuarto.
Aleksandr estaba de pie de nuevo en la silla, mientras reestructuraba los iconos.
Ella no soportaba no mirar, y retrocedió a la ventana.
En la cara de Douglas, vio una sombría de furia. Él podría ser derrotado, pero pensaría
como un hombre—y lucharía como un puma. Se arrancó sus pantalones y botas. Sus huesos
se fundieron y re—unieron en los huesos de un gran gato. El pelo dorado cubrió su piel.
Sus dientes brillaron y sus garras acuchillaron.
Detrás de él, Adrik se tambaleó en sus pies, agitó su cabeza para aclararse, y en un
destello, su ropa salió, y se transformó en una gran pantera negra. Los dos hombres, su
hermano y su amante, pelearon en la ofensiva Varinski, con sus armas primitivas,
bestiales: las garras, colmillos, puro músculo bruto, y una resolución furiosa.
Bajo los pies de Firebird, el suelo se sacudió duramente, una, dos veces.
Ella se abrazó a sí misma
—¿Qué fue eso?
Los Varinski deben haber lanzado una granada a través de una ventana.
Pero no. El temblor aumentó, sacudiendo los marcos de las ventanas, las vigas, el
mobiliario.
Afuera, cada lucha se detuvo abruptamente. La intensidad del temblor aumentó. Los
árboles oscilaron violentamente, como si fueran soplados por un gran viento. Las tejas se
cayeron del tejado, y el vaso en la ventana en el otro lado del cuarto se estrelló. Las
fumarolas abiertas en el valle, arrojaron agua caliente y vapor.
—Terremoto —Firebird se aferró a la pared—. ¡Terremoto!
Pájaros cayeron de los cielos. Pájaros. . . que, cuando cayeron, se convirtieron en
hombres, hombres que gritaron de miedo y que golpearon con fuerza la tierra, con un
crujir de huesos.
Ella giró hacia Aleksandr, para tomarlo en sus brazos y protegerlo.

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Él estaba de pie en la silla, al lado de la mesa vestida de rojo, sus amplios ojos castaños
oscuros.
—Mama, Aleksandr hizo el rompecabezas.
—¿Qué….? Tú. . . Eso es. . . —imposible. Ella anduvo torpemente por el tembloroso piso
hacia la mesa, y cuanto más cerca llegaba a los iconos, menos temblores había. Era como
si el terremoto se originara con los iconos, y los iconos protegían a Aleksandr.
Él estaba de pie, con su amplia y radiante sonrisa de niño.
—Mira. Aleksandr hizo el rompecabezas.
Era verdad. Aleksandr había unido los iconos. Las cuatro visiones de la Virgen María
parecían tan gloriosas y nuevas como el día en que ellas fueron creadas.

Capítulo 38
Firebird se arrodilló al lado de la mesa y descansó su frente en el mantel rojo.
Lágrimas de agradecimiento en sus ojos, y susurró:
—Gracias. Gracias.
—¿Mamá?— Aleksandr la golpeó en su cabeza y la hizo girar —. ¿Viste el
rompecabezas?
Ella tomó una larga respiración y levantó su cabeza. Sonrió a su maravilloso, brillante,
amoroso niño.
—Está tan bien. ¡Mama está orgullosa!— Recogiéndolo en sus brazos, ella lo abrazó con
todo el amor y alegría en su corazón.
Él le devolvió el abrazo y puso un gran pegajoso beso en su mejilla.
Estando de pie, ella lo regresó a la silla.
—Dile a mamá lo que hiciste.
—Aleksandr usó los tesoros de Abuela—tosió y frotó sus ojos.
Firebird observó los pedazos del tesoro de su madre que estaban cuidadosamente
colocados en cada punto de compás. Tres piedras, roja, azul, y negra, sacudidas con el
temblor de la tierra. La piedra blanca, que era pureza…se había ido.
Por fin entendió.
Para el día en que el pacto había sido sellado, el Diablo había temido que alguien,
cualquiera, pudiera unirlos y robarle a él sus más viles sirvientes, las bestias Varinski. Así
que dividió los iconos en cuatro, él cortó una pieza del centro y se la dio a una tribu de
vagabundos—la tribu de Zorana en Rumania.
Esto era el por qué la vidente de la tribu tenía una piedra llamada pureza.
Esto era el por qué la tribu tenía una vidente en todo. Para que el pedazo más diminuto
de los cuatro iconos trajera el regalo más grande—la habilidad de ver el futuro. Un
futuro sin el pacto de un diablo.
Firebird envolvió a su hijo en su abrazo y lo sostuvo. Sólo lo sostuvo. Y recordó la
predicción de su madre.
Un niño realizaría lo imposible.

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Aleksandr los había salvado a todos.
El temblor retardó y se detuvo. Aleksandr se mantuvo en sus brazos, ella se dirigió a la
ventana.
Los tigres, los lobos, los perros salvajes, las aves de rapiña se habían ido. Hombres,
hombres desnudos, de pie en sus lugares. Humanos con nada especial sobre ellos.
Douglas era un hombre otra vez. Adrik, Rurik, Jasha eran hombres de nuevo.
Konstantine era de nuevo un hombre.
Y ellos estaban sonriendo.
Los Varinski habían prosperado sólo porque tenían el poder de Satanás. Ahora ellos no
eran nada, porque ellos no sabían ser meramente mortales.
Ahora ellos eran presa de los Wilder.
—Ven, pequeño muchacho. Es tiempo de irnos—caminó hacia la puerta del ático, su hijo
en sus brazos, libre del horror que los había sostenidos a ellos en esclavitud por toda su
vida.
El humo salió por la apertura como si fuera una chimenea.
Aleksandr tosió de nuevo.
—Mamá, no puedo respirar.
Ella miró hacia abajo a su cuarto. Fuego arrastrándose a lo largo del suelo y
extendiéndose por las paredes.
Su corazón bombeó, comenzando a correr.
Ella cerró de golpe la puerta y corrió hacia la ventana del frente. Flamas saltaban más
allá del cristal y el calor la hizo retroceder.
—¿Mamá?— lágrimas llenaron los ojos de Aleksandr. Él tosió y ocultó su cabeza en su
suéter.
Corrió hacia la ventana de atrás. El granero quemado con todo el vigor de la seca
madera y el heno. El gigante árbol que crecía afuera de su cuarto ardía febrilmente.
Este no era un fuego normal. El infierno consumía la casa tan rápidamente, y por todos
lados. Alguien, algún Varinski, había comenzado la llama.
Su familia podría vivir y prosperar.
—¿Mamá?— su niño era pesado en sus brazos.
Ella y Aleksandr iban a morir.
—Está bien—fue a la cuna y tomó la manta y Barnie, el suave pato amarillo con la línea
anaranjada. Ella abrió una botella de agua, mojó completamente la manta, y la puso sobre
la cabeza de Aleksandr.
Inflamado por el calor, la roja tela bajo los iconos unidos tomó fuego, y la pintura en la
mesa crujió y burbujeó. El fuego comió los bordes de la puerta, y las bisagras brillaron en
rojo. El suelo se calentaba bajo sus pies. Las tablas se ahumaron y se torcieron. La llama
se encendió a lo largo de una grieta, entonces otra, persiguiéndola de un lugar a otro.
Está todo bien. Todavía puedo respirar. Aleksandr todavía está vivo. Tenemos una
oportunidad.

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Ellos tenían una oportunidad. Ella lo sabía.
Pero abrió otra botella de agua y la salpicó en el suelo. Se coció al vapor, entonces
hirvió.
La puerta cayó en las llamas de abajo. Con un rugido, en la pared detrás de ella subió
otra llama. Los bordes del suelo crujieron y se inclinaron hacia la apertura. El ángulo
aumentó más y más, hasta que ella no podía mantenerse en pie, y con un grito, resbaló
directa al corazón del infierno.
Aterrizó en el suelo de su alcoba. Alrededor de ella, las llamas rasgaron a través de la
casa, pero de algún modo, ella había aterrizado en una mancha dónde el fuego no había
llegado.
Afortunados, pensó. Y todavía puedo respirar.
—¡Mamá! — Aleksandr atisbó fuera de la manta—.Vámonos.
—Sí— no iba sentarse allí y esperar que la casa se derrumbara a su alrededor. Ella no
sabía cómo rendirse. Ella tenía que intentar escapar. Ella tenía que intentarlo—.Vamos a
salir de aquí.

Capítulo 39
Douglas permanecía espalda con espalda con su hermano Adrik y se reía en voz alta.
Estaba maltratado, lleno de moretones, fracturado, dolorido. Pero aún así reía porque
tenía una familia, un hermano que luchaba por él, y estaba libre del control del diablo.
Y porque de algún modo, haría que Firebird fuera suya.
No sería fácil. Sabía eso. Sabía que no lo perdonaría fácilmente. No podría merecer
ser perdonado. Pero si se las habían arreglado para llegar tan lejos, sobrevivir la
zambullida en el océano, unir los iconos y violar el pacto, luchar contra las probabilidades
insuperables y ganar – podía encontrar alguna manera de hacer que lo amara otra vez.
Adrik se río también. Tenía un inmenso chichón sobre su cabeza, sangraba por una
miríada de diminutos cortes causados por el parabrisas hecho añicos, y todavía se reía.
Aquí y allá, al otro lado del campo de batalla, Doug escuchó otra risa.
Su familia, su familia, se estaba riendo. Se reía con júbilo, con orgullo, con alivio. Se
paraban en su propia tierra en su propio valle, entre la destrucción y la muerte, y sabían
que habían ganado la lucha más grande de todas.
Los Varinski no se estaban riendo.
Estaban de pie pasmados, laxos, liberados del pacto del diablo... Humanos.
Simplemente humanos. Todos se habían convertido en bestias. Habían abandonado sus
ropas, sus rifles, sus cuchillos, sus pistolas y provocado la transformación. Ahora cada
Varinski y Wilder sobre el campo estaban desnudos, sus únicas armas eran sus puños y
sus destrezas en combate.
—Esto va a ser una buena reyerta –dijo Adrik.
—Tienes razón.

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Doug se lanzó a la refriega, haciendo añicos cráneos, rompiendo brazos, piernas y
costillas.
Los Varinski se defendieron con reacciones lentas al principio, luego con creciente
desesperación. Uno gimió. Otro lloró.
¿Nunca pensaron que este momento podría venir? ¿No imaginaron que algún día
tendrían que pelear honradamente?
Bien, aún así estaban peleando con las probabilidades abrumadoras todavía en tu favor.
Treinta Varinski – o ¿eran cuarenta?—luchando sobre el campo de batalla contra un
contingente de Wilder y sus aliados.
Doug atacó, fintó, desbloqueó. Los Varinski lo rodearon a él y a Adrik, se unieron
contra ellos, pero los dos hermanos estaban protegiendo su casa y su familia, y ellos
atacaron con una pasión que los Varinski luchaban por conocer. Doug le dio un puñetazo a
un Varinski del tamaño de una bestia colosal, golpeándolo una y otra vez en la cabeza más
dura que Doug alguna vez hubiera tenido el privilegio de conocer, cuando el tipo paró.
Sólo paró. Y miró sobre el hombro de Doug, sus ojos que se abrieron más y más.
Doug le rompió la cara.
Se tambaleó, y todavía miraba fijamente.
En su espalda, Doug sintió a Adrik dar tumbos como si le hubieran asestado una herida
fatal.
—¡Fuego! –su voz sonaba arrebatada—. ¡¡Fuego!!
—¡Pojzar! –dijo el Varinski.
¿¡Fuego!? Doug escuchó el crujido de madera seca. Se giró violentamente.
La casa Wilder estaba en las llamas.
Al otro lado del campo de batalla, Zorana gritó:
—¡Mis bebés!
¿Sus bebés? ¿Quién estaba ahí?
Había estado usando sus cuchillos, cortando su camino a través de una multitud de
Varinski que rodeaban a Konstantine y a Tasya.
Ahora, Doug no pudo ver lo que estaba haciendo, pero los Varinski a su espalda estaban
muertos o moribundos, y se precipitó hacia la casa.
—Mamá, ¡no!
Adrik arrojó a sus atacantes a un lado para interceptar a su madre – su madre – antes
de que tropezara con el infierno.
En el momento en que Adrik se distrajo, uno de los Varinski se arrojó sobre su espalda.
Doug encontró entre los despojos del suelo un cuchillo y lo lanzó directamente entre
los omóplatos del tipo, dejándolo caer en el lugar en que estaba.
Entonces Doug corrió también, el temor se enrolló como una serpiente en sus entrañas.
Adrik la atrapó antes de que Zorana llegara a la cerca.
—¡No puedes entrar! —gritó.
Luchó, peleando de la misma manera que un gato montés.

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—¡Firebird! ¡Aleksandr!
No.
Doug no podía respirar.
No, no es posible.
No podía ver por el rojo que se colaba frente a sus ojos.
Firebird y Aleksandr. . . ¿Estaban ahí? ¿En el fuego?
Sintió una punzada en su hombro, lo miró, y vio un cuchillo sobresaliendo de sus bíceps.
Miró hacia arriba. Un Varinski había recogido el cuchillo y se lo había lanzado. Ahora él y
otro Varinski atacaron.
Después, Doug no supo cómo lo había hecho, pero un Varinski estaba en el suelo con su
garganta cortada; el otro estaba huyendo hacia el bosque. Entonces Doug corrió a toda
velocidad más allá de Adrik y Zorana hacia la casa.
El calor era tan intenso, la cerca de estacas puntiagudas alrededor del jardín estaba
echando humo. La saltó sin pausa. El aire estaba tan caliente no podía respirar. Las llamas
lo lamían, secando su piel. Sintió sus cejas derritiéndose, su pelo frisándose y ardiendo.
Pero no podía dejar a su amor morir ahí. No podía dejar que su hijo muriera antes de
haber vivido.
Un inmenso peso lo golpeó en un costado, sacudiéndolo, apartándolo rodando. Alguien,
algún hombre, golpeando sobre su cabeza, gritando:
—Estás ardiendo.
Doug trató de captar su respiración. Pero en vez de eso tosió. Se movió con dificultad,
pero otra persona lo agarró bajo las axilas y lo arrastró. Había hombres hablando,
gritándole, mientras luchaba. Por fin escuchó la voz de Adrik, reconoció la voz de Adrik.
—Douglas, escúchame. No puedes entrar ahí. Escúchame. Hace demasiado calor. La
casa va a caer. Douglas, ya están muertos—la voz de Adrik se rompió—. Firebird y
Aleksandr ya están muertos.
Débilmente, Doug escuchaba a las mujeres gritar. Pero puede que no. Tal vez ése era el
fuego que bramaba en sus orejas.
Miró hacia arriba, a las caras sucias, raspadas, fuertes y llenas de moretones.
Jasha. Rurik. Adrik. Zorana. Konstantine. Las dos hijas políticas... No podía recordar
sus nombres ahora.
Todos habían peleado valientemente.
Todos estaban llorando ahora.
Los empujó.
Uno por uno, retrocedieron.
Se puso de pie. Miró hacia la casa, hacia las llamas extendiendo las manos hacia el cielo.
Trató de comprender, sentir la pena. Sabía que la agonía estaba ahí, esperando saltar,
pero ahora mismo, no sintió nada.
Entonces, en su demencia, escuchó la risa.

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Miró y vio que un grupo de seis Varinski se reunían alrededor de un hombre. Lo
palmeaban en la espalda fraternalmente.
—Vadin –dijeron—. Vadim hizo esto. ¡Es nuestro héroe!
Doug dio un paso hacia el grupo. Luego otro. Entonces otro. Y finalmente se arrojó
hacia ellos. Se estrelló contra ellos, tirándolos a un lado como mondadientes, para llegar
al hombre en el medio.
Vadim. Pulcro en un traje de diseño exclusivo. Le sonreía afectadamente. Se burlaba
de él.
—¿Qué pasa, Douglas? –dijo Vadim en su inglés perfecto—. ¿Eres desdichado porque tu
mujer está finalmente, realmente muerta?
Doug lo abofeteó, una bofetada generosa y ofensiva que arrojó rápidamente la cabeza
de Vadim de lado.
Asombrado, Vadim giró su cabeza y miró a Doug.
—Te desafío.
Doug lo abofeteó en la otra mejilla. El sonido resonó como un tiro al otro lado del
campo de batalla.
Vadim agarró la muñeca de Doug y la giró.
El dolor fue inmediato e irresistible. Doug giró y se arrodilló.
—Soy yo quien va a matarte –dijo Vadim—. Voy a matar a toda tu familia. Tu puta es
sólo el principio.
Sobre el valle cayó un silencio absoluto.
La ira de Doug empezó despacio, aumentando desde las puntas de los dedos y los dedos
del pie, trepando a sus brazos y piernas, llenando su abdomen, su pecho, su cerebro. Una
locura asesina se desarrolló, encendiéndose dentro de su cráneo. Rojo y amarillo, morado
y escarlata. Apretó sus puños con fuerza hasta que sus uñas se cavaron en sus palmas.
Por todas partes Doug escuchó el gruñido de hombres furiosos, el gruñido de mujeres
vengativas.
La lucha fue unida otra vez.
Los Wilder estaban matando Varinski. El furor del berserker7 había caído sobre todos
ellos.
Doug golpeó con su el dorso de la rodilla de Vadim.
Vadim chilló y cayó hacia adelante.
Doug era libre.
Loco de rabia, arrancó el cuchillo del cinturón de Vadim y golpeó, abriendo una línea
fina al costado de la garganta de Vadim.
Vadim sacó una pistola y apuntó.

7
eran guerreros vikingos que combatían semidesnudos, cubiertos de pieles. Entraban en combate en trance, poseídos por
el odio, insensibles al dolor, y llegaban a morder sus escudos y a echar espuma por la boca (se ha dicho que padecían de
epilepsia).

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Pero no. Los cuchillos y pistolas eran demasiado impersonales. Doug quería sentir la
cara de Vadim romperse bajo sus puños, sentir la sangre de Vadim tibia contra su piel.
Quería venganza.
Quería justicia.
Vadim disparó cuando Doug pateaba el arma fuera de sus manos.
La bala se enterró en la cadera de Doug.
No le importó.
Vadim cortó su garganta, y débilmente, Doug se dio cuenta de cuánto daño le había
hecho el truco de Vadim. Pero la rabia subyugaba al dolor, y moviéndose para acercarse
más, sus nudillos rompieron la nariz y mandíbula de Vadim, sus puños rompieron sus
costillas.
Vadim consiguió introducir sus brazos debajo de los muslos de Doug y voltearlo.
Doug se acercó y empujó su cabeza contra el esternón de Vadim.
Vadim voló por el aire, sus brazos desplomándose como una muñeca de trapo. Con un
ruido, atracó sobre un viejo bidón metálico de cinco galones de gasolina, y Doug se dio
cuenta. . . así era cómo lo había hecho.
Vadim usó gasolina robada de los Wilder para provocar el fuego que quemó su casa, que
mató a su hija y nieto.
Firebird y Aleksandr nunca tuvieron una oportunidad.
—Vas a morir–dijo Doug mientras se acercaba al acecho.
Vadim echó un vistazo a Doug, a la locura que prometía venganza. Se puso
desesperadamente de pie y trató de correr.
Tropezó con la lata de gas. La gasolina lo salpicó.
Doug lo tomó del cuello de su camisa y su cinturón, lo levantó encima de su cabeza, y lo
llevó hacia la casa en llamas.
—Trae esa lata –dijo a nadie en particular.
Vadim gritó y gritó, luchando contra el asimiento de Doug, pero sus brazos y piernas se
agitaron en el aire, y todo lo que Doug tuvo que hacer fue retorcer su cuello hacia un lado
y la mano que se ajustaba al cinturón hacia el otro, y Vadim chilló de dolor.
—Las costillas fracturadas son una molestia, ¿no? –dijo Doug. Lo sabía. Al final, iba a
sentir sus propias costillas fracturadas, la bala en su cadera, el lugar dónde su dedo
debería haber estado.
Pero ahora, todo lo que podía sentir era una tremenda necesidad de venganza.
El incendio estaba en su punto álgido.
La pared sur se desplomó con un rugido. El lomo del techo estaba cayendo. Pronto, el
combustible que alimentaba las llamas desaparecería, y todo lo que quedaría serían
cenizas.
Pero Doug tenía otra cosa más con la que alimentar el fuego.

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Con un poderoso grito, echó a Vadim a las llamas como si se tratara de un tronco a
través de la pared faltante y en una habitación fulgurante de trozos de mobiliario, con
equipo electrónico que estallaba y el cableado que chisporroteaba.
Vadim saltó, gritando, y trató de correr.
Doug tomó la lata de gasolina que Adrik le pasó, y la lanzó con exactitud mortal. El
deteriorado metal rojo golpeó los pies de Vadim y estalló en una bola de fuego que hizo
Doug y el hombre a su lado se agacharan.
Vadim todavía gritaba, pero a Doug ya no le interesaba.
Girando su espalda, se alejó. Mirando a su alrededor, vio a las personas mirarlo.
Su familia y, mezclados entre ellos, tipos en ropa militar.
Y Varinski. Todavía más Varinski para matar.
Un hombre que parecía un inmenso oso que caminaba arrastrando los pies con calientes
ojos azules y una honda, profunda voz, dijo:
—Estoy muy encariñado con el fuego realmente. Es doloroso, es largo, y da una
muestra de las torturas por venir.
Doug se dirigió hacia él.
El gigante vio la expresión de Doug. El brillo azul perdió intensidad. Retrocedió – y
corrió. Los otros lo siguieron, dispersándose al otro lado del campo, escurriéndose entre
los árboles, echando un vistazo hacia atrás, cayendo, levantándose, y corriendo otra vez.
El jefe de la unidad militar puso su mano sobre el hombro de Doug.
—No te preocupes por ellos.
Habló a los otros Wilder.
—Limpiaremos a los rezagados. Te enviaremos una ambulancia y transporte. No te
preocupes. Manejaremos todo esto.
Doug avanzó algunos pasos más y se detuvo.
Detrás de él, escuchó otro estrépito.
La pared principal de la casa había caído en declive, y dentro, las llamas rugieron y
bailaron.
Bailaron con el fantasma de Firebird.
Doug se marchitó y murió por dentro. Al otro lado del valle una mujer cojeó hacia ellos,
acompañada por dos de los militares.
Adrik lanzó un grito de júbilo.
—¡Karen!
Corrió hacia ella, aferrándola, besándola como si fuera su vida misma...
Cada puñetazo, cada cuchillada, cada hueso fracturado que Doug había sufrido se
dilataron en agonía.
¿O es que simplemente lo único que podía sentir ahora era su corazón roto?
Sus piernas le fallaron. Se hundió en el suelo. Quería llorar, maldecir al cielo, rogar por
ser él el sacrificado. No Firebird. No Aleksandr. No los inocentes. Era él quien había
traicionado a la familia. Era él quien merecía morir.

Anoiss Traducciones
Por todas partes los Wilder se desplomaron con él. Lloraron. Lloraron como una familia.
Adrik ayudó a Karen a caminar, y cuando se acercaron, Doug podía escuchar sus
sollozos.
—Desde la colina, vi el principio del fuego. Pero estaba lastimada por uno de los
troncos, y mis guardianes no me dejaron bajar. Trataron de avisar, pero tú estabas
luchando a favor de tu vida y... ¡¡Oh!, Adrik!
Por primera vez desde que era un niño en la casa de la Sra. Fuller las lágrimas llenaron
los ojos de Doug. Estalló en un duro sollozo que se precipitó en su garganta seca y lo hizo
sangrar por dentro. Lo siguió otro y otro.
Zorana puso su brazo alrededor de él.
—Douglas. Douglas, no lo hagas. No es tu culpa.
Investigó la cara de su madre, y miró hacia atrás.
—Es mi culpa. Esto es mi culpa. Todo esto. Debes escupir sobre mí.
Miró a Adrik, a sus otros hermanos, a Tasya, pálidos de dolor... A su padre, ahora alto
y fuerte, pero con el pesar grabado sobre sus facciones.
—Traje esta lucha hasta ti. Te vendí al Varinski. Debes escupir sobre mí. Debes
echarme en el fuego para morir de la misma manera que Vadim.
Konstantine todavía estaba de pie, pero ahora se arrodilló al lado de su esposa y frotó
su espalda.
—Todos teníamos una participación en el cumplimiento de la profecía—suspiró en
exceso —. Tu parte era la más dura de soportar.
—Fue mi culpa por no insistir, en ese día hace veintitrés años, que había parido a un
hijo.
Las lágrimas nadaron en los ojos de Zorana y se derramaron por sus mejillas.
—Si no te hubiéramos perdido, tú nunca te habrías... perdido.
—Hay parte de culpa alrededor de todos nosotros – dijeron sus hermanos –. ¿Pero qué
bien nos hace? Por ahora, tenemos que limpiar a fondo.
—Por el amor de Dios, ¡Jasha! –dijo Adrik.
—Ya tendremos tiempo de llorar–la voz de Jasha sonaba entrecortada, pero fuerte—.
Pero es invierno. Hace frío. Estamos lastimados.
Hizo un gesto hacia los hombres.
—Estamos desnudos. Tasya necesita atención médica. Todos la necesitamos. Tenemos
que dejar este lugar ahora, encontrar algún sitio para dormir esta noche.
—Jasha tiene razón–dijo Rurik entonces —. Congelarse hasta la muerte no traerá a
Firebird de regreso. Nuestro sufrimiento no dará vida a Aleksandr otra vez. Tenemos
que irnos.
—No.
Zorana cavó sus dedos en el brazo de Doug.
—No.
Konstantine la abrazó, la ayudó a ponerse de pie.

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—Sí, ruyshka. Nuestros hijos tienen razón. Primero debemos vivir. Luego lloraremos.
—La casa va a desplomarse, y cuando lo haga... no será seguro permanecer aquí.
Tasya se balanceó.
Rurik la sostuvo y se alejó.
Uno por uno, la familia se puso de pie.
Doug no se movió. Miró la casa en llamas con sus ojos secos. Tardaría más de un minuto
en arreglárselas con su pesar. Le tomaría toda una vida.
Su pena era demasiado profunda para las lágrimas.
Y a veces, un hombre quería algo tan gravemente que aunque lo viera sabía que no podía
ser verdad.
Con una voz áspera, Doug dijo:
—Alguien está saliendo de la casa.

Capítulo 40
Todas las cabezas se giraron ante la urgencia en la voz de Doug.
Una mujer. Una mujer que llevaba un bulto pequeño sobre uno de sus hombros y
caminaba a través del fuego.
No, no caminaba a través de él – el fuego la aceptaba.
Las llamas se separaban a su paso, la rodeaban y volvían a unirse detrás de ella. Las
paredes se derrumbaban a su paso, y sin embargo se movía con zancadas regulares hacia
el lugar en dónde había estado la puerta principal, desapareciendo cuando las infernales
llamas se alzaban y reapareciendo otra vez cuando volvían a morir.
—¿Es Firebird? –preguntó Zorana con voz temblorosa.
—Es imposible –dijo Rurik.
—No es imposible. Todos la vemos.
Doug se dirigió hacia la casa, hacia ella.
Adrik lo detuvo.
—Es un truco del diablo.
Doug giró su cabeza y encontró los ojos de Adrik.
—Si fuera tu amada, ¿no irías hacia ella?
El agarre de Adrik se aflojó.
Doug caminó hacia adelante, acercándose a la ilusión – si era una ilusión – mientras ella
caminaba por la tormenta de fuego en que se habían convertido la casa y el porche.
Zorana trató de seguirlo, pero Konstantine la sujetó.
—Déjalo. Es correcto que él tenga la oportunidad, y si es... si es nuestra Firebird, lo
correcto es que él esté ahí primero.
Zorana se apretó contra la solapa de la bata de Konstantine.
—Sí. Tienes razón.

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Pero temblaba por la necesidad de ir hacia su hija, hacia su nieto, y en silencio, recitó
el final de la visión. "El amado de la familia será roto por la traición... Y lanzado al fuego."
Miró a Konstantine.
—Es la traición de Douglas aquella de la cuál habla la profecía.
—Entonces es elección de él hacer lo correcto –dijo Konstantine.
El calor del fuego había ennegrecido el césped helado por el invierno. Doug sintió el
momento decisivo cuando las hojas se quebraron debajo de sus pies. Escuchó el fuego
mientras lamía la estructura de madera codiciosamente. Avanzó hacia la figura en las
llamas, moviéndose hacia el fuego como si no fuera caliente, cruel, mortal.
La figura alzó su mano para interrumpirlo.
Se detuvo, permaneciendo en su sitio por sus deseos.
Y Firebird caminó fuera del porche y dentro del mundo.
Las llamas todavía la envolvían.
Se apuró hacia ella, listo para apagarlas.
Otra vez ella hizo un gesto, y fue como si hubiera chocado contra una pared.
Moviéndose con calma extrema, sacudió las llamas de una mano. Luego de la otra.
Cayeron en el césped, chisporrotearon, y desaparecieron.
Retiró las llamas de un hombro; luego, con gran cuidado, levantó la manta y sacudió el
fuego de ella. Sacudió su cara, su pelo... Gradualmente, Firebird salió de las llamas,
completa y limpia, gloriosa y hermosa. Caminó hacia él.
El bulto sobre su hombro se movió, retiró a un lado la manta, y levantó su cabeza...
Doug ya no podía permanecer quieto. Corrió hacia adelante, los envolvió en sus brazos,
y los sujetó tan fuerte como pudo. No se esfumaron, y tembló mientras los abrazaba.
—¿Eres real? Porque si no lo eres, no te molestes en decírmelo. Pensaba que tú estabas
muerta, y no puedo soportar vivir en un mundo sin ti.
Ella lo empujó y le frunció el ceño.
—Por supuesto soy real.
Ella se veía real.
—Tú si que pareces más bien peor que mal. ¿Qué te hicieron?
Hizo caso omiso de su preocupación.
—¿Tú eres verdaderamente real?
—¿Acaso tengo que darte un golpe en la cabeza? Porque te estás comportándo de
forma muy rara.
Está bien. Parecía real. Parecía exasperada.
Aspiró una honda y aliviada bocanada de oxígeno y sintió que la pesada y horrible carga
del miedo y la angustia se levantaban de su alma.
Firebird estaba viva. Había caminado a través de un fuego tan intenso y hambriento
que ningún simple ser humano hubiera podido sobrevivir. Sí, era imposible, pero incluso
ahora, podía sentir la energía fluyendo a través de Firebird, ejerciendo un campo de
fuerza que los mantenía seguros.

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El pequeño niño se había hartado de que lo ignoraran.
—¿Tú eres mi papá? –exigió.
—Sí. Soy tu papá.
Doug lo recogió y lo sujetó en sus brazos.
—Y te estoy llevando.
—Papá.
Aleksandr señaló con el dedo los Wilder quienes todavía permanecían de pie formando
un grupo.
—¡Aleksandr va para allá!
—Claro.
Doug caminó hacia ellos. Hacia las mujeres, que limpiaban las lágrimas de sus mejillas,
hacia los hombres, que hacían un gran esfuerzo como si no pudieran soportar permanecer
de pie esperando.
Llegó a la cerca, cruzó la puerta – y fue como si la esencia que había estado sujetando
la casa unida se disolviera. La estructura se desintegró con un rugido, una conflagración
realizando su último reporte.
A Doug no le importó, no corrió.
Pero la caída de la casa rompió la voluntad de la familia. Se precipitaron a rodear a
Douglas, Firebird, y Aleksandr.
—¡Apúrense!
Jasha los arreó fuera del peligro.
—Estás bien.
Zorana tomó la mano de Firebird, acarició la cabeza de Aleksandr y gritó de felicidad:
—Están bien.
—¿C—Cómo? –dijo Adrik tartamudeando—. Hermanita, ¿cómo hiciste eso?
Adrik no era de la clase de tipo que tartamudeaba.
—No sé cómo lo hice.
Firebird besó la cabeza de su hijo.
Konstantine sujetó la otra mano de Zorana y la llevó, los llevó a todos, de regreso al
camino.
—Tienes que contarnos más que eso—la voz de Zorana era disonante por la emoción y
áspero por el humo.
—Estaba aterrorizada.
Firebird se encogió de hombros.
—Por supuesto. Estaba segura que Aleksandr y yo íbamos a morir. Pensé en saltar por
la ventana – pensaba que podríamos sobrevivir, y si no, sería una mejor manera de irse.
Doug ajustó sus brazos a su alrededor, su pecho apretado por la angustia y el miedo
atrasado.
Por un momento, solamente un momento, Firebird inclinó su cabeza contra su pecho.
Luego se enderezó.

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—Estaba sujetando a Aleksandr cuando caí a través del suelo. En realidad, fue como si
las tablas se inclinaran y me depositaran haciéndome posarme sin problemas justo en el
centro del fuego. Las llamas estaban quemando todo excepto lo que se encontraba en el
espacio a mí alrededor. Así que dije a Aleksandr que íbamos a salir de allí. Pensaba que
estábamos muertos, que no teníamos una oportunidad, pero cuando nos movimos, un
capullo de fuego se movió con nosotros. Hacía calor, pero no nos quemaba. Aleksandr me
habló desde debajo la manta así que sabía que estaba bien. Y me puse a caminar.
Se calló como si, incluso ahora, no estuviera totalmente en este mundo.
Doug no podía ayudarle. La sacudió un poco, como si le recordara que estaba ahí.
Ella miró hacia arriba, se concentró en su cara, y sonrío como si la solo visión de él la
hiciera regresar a la tierra.
—Se pusieron en camino–la animó Konstantine.
—Sí, papá. No querría dejar a mis hermanos frustrados por no conocer el resto de la
historia.
Miró graciosamente de hermano a hermano.
—Entonces apúrate –dijo Jasha.
Tomó algunas respiraciones rápidas, como si todavía estuviera sorprendida de poder
hacerlo.
—Las fuertes llamas estaban haciendo lo que deseaba, manteniendo la casa unida hasta
que pudiera salir. Seguí caminando. Afuera de mi dormitorio, en el pasillo, bajando las
escaleras... No tenía miedo. Las llamas me acariciaban. El fuego parecía... ser... mi amigo.
Nunca me lastimaría.
—El fuego te protegió de algo peor–dijo repentinamente Doug.
—Tienes razón –dijo con sorpresa—. ¿Cómo lo supiste?
—Te mantuvo viva y fuera de las manos del diablo.
Doug miró fijamente con inquietud hacia los árboles. Recordó a ese hombre con los
ardientes ojos azules, y esperó que el tipo escapara lejos, porque... Porque Doug no quería
verlo nunca otra vez. Ni siquiera quería saber con seguridad quién era.
Cuando doblaron la curva que escondería el valle de sus ojos, ella trató de girarse y
mirar.
—No, ruyshka. No miremos el final. Fijemos la mirada en el futuro.
Puso su cabeza contra su pecho y lo dejó llevarla.
El viejo era sabio. Nadie miró atrás. Nadie quería quedarse y observar la casa
convertirse en cenizas, mirar las vides en ruinas, ver los cadáveres de Varinski y los
restos de soldados que mataron en la lucha.
Cuando terminaron de girar la curva y el valle quedó fuera de la vista se detuvieron.
Rurik puso Tasya sobre un tronco y se sentó a su lado, sujetándola cuando se inclinó
sobre él.
—El Rom está enviando una ambulancia –le dijo.
Asintió con la cabeza, su boca tensa por el dolor.

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—¿Ann está bien? –preguntó Karen.
Jasha jaló el teléfono de su oreja, y el sombrío rostro del guerrero se convirtió en el
de un marido cariñoso.
—Está bien. Ningún problema, ni Varinski, ¡y lo hizo! Transfirió las reservas afuera de
sus cuentas a una cuenta de caridad para ser administrada por... ella.
Firebird le dijo a Douglas:
—Cuando la conozcas, nunca creerás que Ann es nuestro pirata informático residente.
Doug no quería dejar ir a Firebird, pero el dolor de sus costillas estaba aumentando, su
cadera estaba latiendo y sangrando, y aunque no fuera por todo eso y solo hubiera
perdido el meñique, el dolor era grande. Así que la dejó deslizase sobre sus pies, y la
abrazó hasta que estuvo seguro que estaba estable.
—¿Estás cansado? ¿Quieres que yo sujete a Aleksandr? —preguntó.
Ella lo miró, deteniendo su mirada no sobre su desnudez, aunque lo habría deseado,
sino sobre la herida de bala de su cadera.
—Pienso que es mejor que lo sostengas.
Konstantine dijo:
—He escondido ropa para todos nosotros en el bosque. ¡Jasha! ¡Adrik! Antes de que
llegue la ayuda y nos hagan preguntas que no podamos responder.
Sobresaltado, Doug miró a Firebird.
—Es cierto –dijo—. Papá siempre ha predicado que debemos estar preparados para
cualquier eventualidad. Hay más que ropa escondida en el bosque.
Habían pasado menos de cinco minutos cuando Konstantine y los dos hermanos
regresaron, vestidos y llevando ropas para Rurik y Doug – ropa que Doug descubrió—le
quedaba muy bien.
—Tienes la constitución de un Wilder –dijo Konstantine con satisfacción.
Karen revisó las heridas sobre la cara de Adrik, y luego lo hizo se sentase a sus pies
mientras retiraba fragmentos de cristal. Él se quejó con todas sus fuerzas.
Doug miró Konstantine intencionadamente. Dame un momento a mí con Firebird, quiso
decir. Déjame proponerle matrimonio.
—Ven aquí, muchacho.
Konstantine recogió a Aleksandr fuera de los brazos de Firebird.
Aleksandr sonrío radiantemente.
—Abuelo es fuerte.
Konstantine le regresó al niño abrazado contra su pecho la radiante sonrisa.
—Sí, mi niño, finalmente puedo sujetarte como Dios manda.
Firebird miró a su padre, su cara, sus hombros anchos, y su pecho de barril.
—¡Oh! papá. —Agarró sus manos—. Estás curado.
Era verdad. El hombre enfermo a quien Douglas había espiado a través de la ventana
había desaparecido, y en su lugar se erguía un poderoso guerrero.

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—El pacto está roto. Viviré hasta la plenitud de mis años, veré a este pequeño crecer y
prosperar y disfrutaré de más nietos – Konstantine miró a sus niños con un destello en los
ojos – y cuándo me muera, ruego haber complacido lo suficiente al cielo como para ir allí
para esperar a su madre.
Firebird, Tasya, y Karen estallaron en lágrimas.
Zorana cubrió su boca para contener sus sollozos.
Jasha masculló entre dientes:
—Mujeres absurdas.
—Son tan sensibleras –dijo Rurik.
Adrik tosió.
—Sí, es vergonzoso.
Los hermanos se voltearon y frotaron en sus ojos.
Para esta familia, era como si este milagro entre todos los otros fuera el más grande.
Doug les envidiaba eso, esta cercanía para su padre, este cariño entre sí. No tenía eso
aún. Pero con el tiempo, lo haría.
Pero ahora seguía frustrado, necesitando arreglar las cosas con Firebird.
Una sirena sonó a la distancia. ¿La ambulancia? ¿La policía? ¿Quién lo sabía?
Sin una duda, alguien había escuchado los disparos.
Doug miró de regreso a Firebird y vio Zorana abrazarla. No tenía mucho tiempo antes
de que las autoridades llegaran, pero no sabía cómo separar a una madre y su hija.
Konstantine miró a Doug intencionadamente y movió sus dedos hacia las dos mujeres.
¡Sigue!
Doug se encogió de hombros impotente. Con todas estas cosas de familia sensiblera, no
sabía qué decir o cómo actuar.
—Zorana, –dijo Konstantine con una voz de mando— ven aquí.
—Por supuesto, marido.
Zorana envolvió su brazo alrededor de la cintura de Firebird y la llevó con ella hacia
Konstantine. Sujetando el brazo a Doug, lo invitó a unirse en su abrazo.
—Soy tan feliz. ¡Tan feliz! Todos mis niños han conocido a sus compañeras perfectas.
Todos estamos vivos, aunque soportamos nuestras heridas.
Tocó el tocón ensangrentado del dedo de Doug, y lanzó una mirada preocupada a Tasya.
—Hemos roto el pacto con el diablo, cumplido las profecías, y mis parientes ya no se
oponen a nuestro casamiento.
—Ésa era efectivamente una preocupación para mí. —Konstantine giró sus ojos.
Zorana le sonrió con una encantadora, divertida sonrisa.
—Cuando estoy contenta, tú estás contento. ¿Sí?
Su rostro estricto y marcado se ablandó.
—Indudablemente, sí.
Miró a su esposa, trémulamente feliz, a Doug, inseguro de cómo seguir, a Firebird,
viva...

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Las sirenas acercaron más y más.
Doug podía ver Konstantine tomar una ejecutivo decisión casi.
Konstantine levantó su pecho, alineó sus hombros, y usó la voz que un locutor de radio
solía utilizar para anunciar un nuevo desodorante mejorado.
—Somos una familia unida por el dolor y la pena, la victoria y el placer.
—Papá realmente está mejor—Jasha se deslizó desde un tronco de árbol hasta el
suelo—. Está realizando un discurso.
Rurik y Adrik sonrieron abiertamente y gimieron.
Konstantine continuó sin prestar atención a los niños irrespetuosos.
—Hemos soportado el dolor, la separación, y la desesperación. Pero ahora... ¡Ahora
celebramos! ¡Todos nuestros hijos han regresado, y nuestras hijas son fértiles!
Reconstruiremos nuestra casa en estos Estados Unidos de América, y viviremos en la
prosperidad
—¿Fértil? —Karen parpadeó asombrada—. ¿Fértil?
Tasya empezó a reírse tontamente y no paró.
Doug sospechaba que la morfina todavía podría estar surtiendo efecto sobre ella.
—Ahora Zorana y yo nos complacemos en anunciar que nuestra hija, Firebird, se casará
con nuestro hijo Douglas.
Tasya se río tontamente más alto.
—Dejó dos palabras — o más.
—Y vivirán con felicidad por siempre jamás.
Miró a Doug, horrorizado e inmóvil, a Firebird, silenciosa y enigmática.
—Digo la verdad, ¿no?
Firebird consideró a Doug por largo un momento. Entonces asintió con la cabeza.
—Por supuesto, papá. Será cuando tú desees. Douglas y yo nos casaremos y daremos a
Aleksandr la madre y el padre que se merecen.

Capítulo 41
—¿Vistes que el único periódico que acertó con la historia fue el National Enquirer?
Adrik buscaba entre la pila de periódicos de la mesa de la cocina en la casa que
Konstantine había alquilado.
—Pensé que ellos dijeron que fuimos atacados por extraños —Karen alzó la vista del
Seattle Examiner.
—No, ese fue el Star —corrigió Rurik—. El National Enquirer dijo que fuimos atacados
por Varinski, una secta de conocidos antiguos asesinos que querían matarnos por tratar
de destruir el hacinamiento del diablo sobre su líder.
Adrik sonrió.
—También dijeron que la cosa que nos hizo regresar fue cuando el Varinski le pago a
aliens por inseminar a Jasha.

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Despacio, Jasha se giro a lo lejos en el mostrador donde estaba haciendo un
emparedado de pastrami.
—Como si nosotros nos preocuparíamos si los aliens embarazaran a Jasha —terminó
Adrik.
La risa en la cocina comenzó despacio y creció.
Jasha dobló sus manos y saltó sobre Adrik.
Los dos golpearon el piso, luchando como dos idiotas.
Aleksandr sentado en una silla alta y golpeando la bandeja con placer.
—Había pasado mucho tiempo desde que Adrik desapareció, cuando volvió, todo se
torno rápidamente hermoso —hoy era el primer día de Douglas fuera del hospital, y
Firebird trataba de incorporarlo con su nueva familia brindándole breves informes
detallados sobre sus caracteres, le decía un poco sobre como ellos habían sido jóvenes, le
indicaba sus debilidades y sus fuerzas—. Ellos luchan pero no en serio. Simplemente
quitan el vapor.
Douglas asintió.
Konstantine salió de su silla alejándose de sus hijos luchando, ignorándolos como si
estos fueran exuberantes cachorros.
—La estación de noticias dijo que fuimos atacados por un grupo de aficionados porque
somos ciertamente emigrantes rusos.
Jackson Sonnet resopló.
—Les di a ellos ese ángulo.
—Una Buena, Papa —Karen subió sus pulgares—. Cuando la desinformación se vaya, eso
será lo más creíble.
—¿Oh, sí? Espera hasta que Jasha tenga el bebe —Rurik le dio a Jasha cuando tiró un
cuchillo de mantequilla y le dio a su taza de café.
—¡Ya esta bien! —Zorana le lanzó una toalla de cocina a Rurik—. ¡Limpia eso! ¡Jasha,
Adrik, eso es suficiente!
Rurik limpió. Jasha y Adrik se sentaron.
—Nuestros vecinos donaron o nos prestaron todo en esta casa, y no quiero que estos
chicos rompan algo —ella apuntó—. Adrik y Jasha, siéntense y dejen de comportarse
como matones. Douglas —ella fue y lo besó sobre la frente— tú siéntate aquí y sé un buen
ejemplo para tus hermanos —regresó con los ingredientes del shchi.
—Suckup —dijo Jasha entre dientes.
—Screwup —contestó Douglas.
Esta casa era dos veces más grande que la casa familiar en el valle, pero la cocina tenía
la misma atestada, atmósfera cordial.
Entonces no era la casa la que creaba el ambiente. Eran las personas, y Firebird quería
que Douglas los amara como ella lo hacía.
Pero desde que llegaron a la casa del hospital, Douglas había estado callado. Había
estado callado en el hospital, también, pero ella supuso era por el dolor, la curación, y por

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tratar con su realmente cabreado supervisor sobre el carro patrulla destrozado. Ahora
comprendía que Douglas había estado poco comunicativo desde que su padre anuncio su
matrimonio.
Quizás el matrimonio no era la intención de Douglas.
Adrik suspiró fuertemente.
—Confieso, soy un vagabundo. Aun sí juré no convertirme en pantera, era refrescante
saber que podía.
—Estas casado —Karen dijo atrevidamente—. No necesitas salir a los alrededores
gatito, de todos modos.
Los chicos gimieron.
—Y Rurik no debería estar volando en una jaula —Tasya le sonrió a su esposo, el
antiguo halcón.
—Jasha no habría sido mejor de haber corrido con los lobos —Ann comenzó a reírse y
no podía parar.
Cada uno se giró a mirar a Firebird. Ella suspiró pesadamente.
—Está bien. Lo diré. Ahora que él me tiene, Douglas no tiene negocios que conseguir
afuera y cazar al gato —ella le echó un vistazo a Douglas para ver si lo había hecho reír.
No lo había hecho.
Si él tenía sentido de humos, lo escondía bien.
—¿Qué? ¿Todos piensan que soy viejo y poco atractivo que soy incapaz de convertirme
en lobo y perseguir mujeres? —Konstantine miró con reproche hacia Zorana.
—No, Konstantine —ella le dio palmaditas tiernamente—, pero todos sabemos que yo
mantengo agarrada la correa.
—Ven aquí, mujer —la tomó por la cintura y la rodeó—. Por esas palabras, tú pagarás —
la puso sobre sus rodillas y la besó, ella luchó…pero no lo suficiente.
—¿Te detendrías con dos besos? ¿Al menos delante de nosotros? —Rurik cubrió sus
ojos.
—¿No habías visto a tú papa besar a tu madre antes? —Konstantine sentó a Zorana
sobre él.
—Sí, pero no todo el tiempo —dijo Jasha—. ¡Nos estás marcando de por vida!
—Corriendo como conejitos —dijo Aleksandr amablemente.
La familia se disolvió en la risa.
—¿Dónde aprendió a decir eso? —preguntó Firebird.
—No sé —dijo Konstantine encogiéndose de hombres—. Niños. Ellos aprenden las
frases antiguas.
—Eres malo, Konstantine —Zorana regresó a la estufa.
—Eso no fue lo que dijiste anoche —él contestó.
—¡No, Papa, no! —Adrik se cubrió los ojos—. ¡Te lo pido, detente!

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—Incluso después de que Papá se enfermara, él podía perseguir a Mamá alrededor de
la cocina, arrastrando su tanque de oxígeno y tubos —Firebird le dijo suavemente a
Douglas—. Él la adora.
Douglas asintió.
—Lo que quiero saber es como el Star sabía que Firebird estaba en la casa cuando
estaba incendiada —Tasya estaba sentada con su vendaje y estirada hacia fuera en el
banco—. ¿Quién vio eso?... ¿Quién les vendió la historia?
—Uno de los Varinski no estaba muerto como nosotros queríamos creer. O alguien de la
ciudad escucho ruidos y fue a mirar —Ann miró de uno al otro—. Nosotros vencimos a un
batallón del ejército del diablo. Déjelos creer que no vencimos al diablo mismo.
La alegría en la cocina creció con silencio y tristeza.
Entonces Jasha dijo,
—Cuando ella tiene razón, tiene razón. Y ella me dice que tiene razón todo el tiempo —
él se agachó cuando ella lo pinchó en su hombro, entonces le robó un beso.
—Lo que me gustó fue la barra del lado sobre la señorita Joyce —Rurik rompió uno de
los periódicos y lo puso sobre la tierra—. De acuerdo con el National Enquirer, ella es el
primer caso de un humano espontáneamente quemándose.
—Dijeron que regresó a la casa, así que técnicamente no la mate por dejarte en el sol.
Demasiado mal —Zorana cerró de golpe los cajones de la cocina—. Sé que Sharon me
había traído un cucharon ranurado. ¿Dónde se supone que lo puse?
Karen consiguió ayudarla con su mirada.
—Aparentemente no fue el sol lo que estaba friendo a la señorita Joyce. Fue la propia
sartén del diablo.
—Le sirvió directo —dijo Ann.
Cada uno miró a Ann con aturdimiento.
—Ella usualmente es agradable —le explicó Firebird a Douglas—. Pero tiene esta cosa
sobre la justicia.
—Cuando pienso que robó un infante y lo abandonó a morir… —Ann apretó sus puños.
—Ann fue huérfana, también, abandonada al nacer —Firebird le dijo a Douglas—.
Pienso que ustedes dos tienen mucho en común.
—Tu, también —dijo él.
—Si. Tienes razón —Firebird no quería pensar en ello, pero en alguna parte ahí afuera,
ella tenía parientes. Ahora tendría que decidir—buscar a su familia biológica, o dejarlos
ir. Miró alrededor de la cocina a la familia que estaba allí, y recordó que sus parientes la
habían abandonado. Sospechó que no se molestaría en buscar.
—La señorita Joyce podría haber usado el camino de nuestra Firebird con las llamas —
Zorana olvido el cucharon y enfrentó a Firebird—. Aún no entiendo como lo hiciste, pero
estoy tan agradecida de que lo hicieras.

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En los cinco días desde la batalla, la familia había afrontado muchos desafíos:
reporteros, detectives, doctores, hospitales, puntadas, y extracción de balas…e incluso
ahora, Firebird se sentía insegura sobre su milagroso escape del fuego.
Toda su vida, había sido sorprendentemente normal en una familia de extraordinarias
personas. Ahora ella caminó a través del fuego, y todos ellos comenzaron a mirarla como
si fuera un milagro.
—La señorita Joyce te llamó una de los abandonados —la sartén del pan se inclinó en la
mano de Zorana—. Pienso que quería decir un infante abandonado. ¿Me preguntó si hay
algo más que eso?
—Allí esta con Ann —dijo Jasha—. Nadie sabe cómo, pero ella tiene una marca en su
espalda, y en las circunstancias correctas, tiene poderes.
—No es algo que puedo controlar —Ann sacudió la cabeza hacia Jasha.
Firebird se frotó el punto sobre su espalda que se había quemado, todavía quemaba,
cuando ella tomó la vista de Douglas. La miró con una intensidad y emoción que todavía no
podía leer. Apresuradamente ella alejó su mano y lo miró, queriendo saber que pensaba,
que pretendía.
—Tengo que acostarme —Douglas se puso de pie y caminó fuera de la cocina.
Firebird se excusó y lo siguió.
Jackson suspiró fuertemente.
—Odió decirlo. He tenido más diversión en las últimas dos semanas con ustedes que en
toda mi vida. Pero tengo negocios que correr. Después del desayuno, me iré.
—Odiamos perderte —Konstantine alcanzó la mano de Jackson y la sacudió—. Pero te
entendemos.
—Puedes venir de visita —dijo Zorana—. Cada año celebramos el cuatro de Julio, y
Firebird cumple años, y ahora Douglas, con un picnic y muchos amigos. Siempre serás
invitado.
—No me lo perdería por nada en el mundo —Jackson sonrió gentilmente.
El suspiro de Jasha emparejó el de Jackson.
—Ann y yo somos como Jackson. Ahora que la crisis acabó, Ann y yo necesitamos
regresar a la bodega.
—Tasya y yo tenemos que ir a un lugar arqueológico del que nos hicieron una oferta —
Rurik frotó sus manos con deleite—. Ellos nos quieren para que hagamos uno de aquellos
docudramas sobre cavar, y ahora…bien, lo tomaremos.
—Será bueno regresar a excavar —dijo Tasya.
—Cuando estés mejor —dijo Zorana peligrosamente.
—Estoy mejor —Tasya sonrió inclinándose un poco fuera del centro—. Pienso que nos
dieron un regalo por ganar la batalla. La sangre de los Wilder todavía es curativa.
—Lo pensé, también ¡he estado hacienda reventar puntadas todo el día! —Adrik se
volteo hacia sus parientes—. Tengo un video juego en el mercado, y pienso que Karen esta
picada por regresar al balneario y ver cuánto daño hicieron los Varinski. Entonces…

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Konstantine se giró hacia Zorana.
—¿Qué piensas tu, mi amor? ¿Seremos capaces de vivir solos?
—Déjame pensar —ella puso un dedo en su pecho y sonrió—. ¡Sí!
Jasha miró a través de la habitación.
—¿Qué suponen este pasando con Doug y Firebird?
—Ella lo siguió para que entonces pudieran comunicarse —contestó Ann.
—Aquel pobre hijo de perra —Aleksandr sacudió con tristeza su cabeza.
Cada uno observó al niño en su silla alta.
—Eso es todo —Zorana frunció el ceño a sus hijos en la cocina, todos ocultaron sus
rostros y amortiguaron sus resoplidos—. No habrá más palabrotas en esta casa. ¡Y tú! —
ella golpeó su mano sobre el hombro Konstantine—. Tú… ¡no hablarás en absoluto!

Capítulo 42
Firebird siguió a Douglas a su dormitorio.
Él estaba ordenando, haciendo la cama. . . preparándose.
Ella se apoyó contra el marco de la puerta, esperando lucir casual en lugar de perdida.
—Douglas, ¿que está mal?
—Yo necesito volver a mi puesto. A mi jefe no le gustan las personas que fingen
enfermedades para largarse —él entró en el baño y agarró su cepillo de dientes.
—Saliste del hospital hoy. Ni siquiera tú jefe diría que estás fingiendo.
Él abrió los cajones y tomó la ropa que ella le había comprado y las lanzó en la mochila
de lona que ella también había comprado en el hipermercado en Burlington.
—Estás empacando —ella inspiró y dijo lo que había que decir—. Así, que supongo que
esto significa que no quieres casarte conmigo.
—Yo no dije eso.
—No, no lo hiciste. De hecho, nunca dijiste que querías casarte conmigo. Mi padre lo
dijo. Tú simplemente estabas de pie allí, y yo asumí que papá estaba hablando por ti, y yo
estaba de acuerdo —ella estaba tan herida, su labio estaba temblando, tan avergonzada
que quería correr lejos. Pero esto tenía que terminar ahora—. Por la manera que estás
comportándote, supongo que estaba equivocada.
—Yo quiero casarme contigo —Douglas estaba de pie, mirando su mochila como si ésta
contuviera el mapa del tesoro de un pirata—. Pero no por. . . no porque quieras hacer feliz
a tu padre.
—¿Hacer feliz a mi padre? —la confusión se volvió indignación, y se enderezó en el
marco de la puerta—. ¿Qué infierno quieres decir, con hacer a mi padre feliz? ¿Piensas
que yo me casaría porque él lo quiere?

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—Y a causa de Aleksandr.
—¿Porque soy débil? ¿Es lo que piensas? —las llamas estaban ardiendo de nuevo dentro
de ella, y esta vez, alguien iba a quemarse.
—No pienso que seas débil, pero no sé por qué de otra manera te casarías conmigo —él
la miraba, con su mirada firme y decidida—. Soy el tipo que vendió a tu familia a los
Varinski.
—Tu familia. Ellos son tu familia… —ella inspiró e intentó no gritarle. O más bien, no
gritarle más a él— . Yo juro, que si me dices que piensas que esa es una de las razones por
la que yo estaba de acuerdo en casarme—así podría quedarme en la familia—te haré
desear que los Varinski te hubieran liquidado.
Él no dijo nada. Pero no tenía que decir. Tenía esa expresión, la mirada que decía que él
lo creía, o por lo menos que tenía que pensarlo.
—¿Realmente crees que yo te necesito para ser parte de esta familia? Ellos me aman.
Me aman no importa que. ¿Y sabes qué? —ella pasó adelante y estudió su cara—. Ellos
aman a Aleksandr. ¡Ellos amarían a Aleksandr aún si su padre escribiera libros de dieta y
condujera un talk—show de radio! Así que no pienses que estás haciéndome algún favor
casándote conmigo, porque yo no necesito tu ayuda. Yo quiero decir, mi familia me crió
desde el día que nací. ¿Qué clase de personas piensas que ellos son?
—En realidad, parecías un poco angustiada de que ellos no te amaran.
Ella tomó una respiración para replicar, y recordó.
—Había estado angustiada. Estaba equivocada —frotó su cabeza—. Mamá tiene razón.
Cada uno de ustedes los hombres Wilder son definitivamente estúpidos. No sé cómo has
funcionado en la vida sin mí.
—No lo he hecho. He sido miserable —él se sentó en el borde de la cama— ¿Cuándo
desapareciste de Brown y no pude encontrarte, sabes lo que imaginé? Pensé que estabas
prisionera en alguna parte.
—¿Qué idiotez es esa?
—¿Tú viste a cualquiera de esos Varinski en el campo de batalla? Ellos son mis
parientes.
—Oh —ella se calmó—. Ellos.
—Una vez que yo deduje que tú estabas en alguna parte en Blythe, esperé por ti —
Doug estaba lúcido, intenso—. Nunca olvidaré la primera vez que te vi, después de tan
largo tiempo. Tú estabas trabajando en el estudio de Arte de Szarvas. Todavía eras
rubia, todavía sonriendo, tan alegre como alguna vez lo habías sido, pero parecías menos
como una muchacha y más como una mujer. Yo vi que habías sufrido tristeza y dolor, y

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supe que habías estado sola, sin mí para cuidarte. Eso me molestó mucho tiempo. Yo había
estado tan enfadado contigo por abandonarme, pero cuando te vi, me preocupó que te
hayan llevado contra tu voluntad.
—¿Pero quién…? espera. ¿Tú pensaste que mi familia me había secuestrado?
—Hasta donde yo podía ver, estabas saludable, pero no tenías vida. Tú sólo ibas a
trabajar y entonces a casa, y cuando intenté seguirte, no pude. Cada vez, te perdía en el
camino.
—¿Me perdías?
—Una niebla se cerraba y no podía seguir tus luces traseras.
—Realmente —ella pensó seriamente sobre eso—, yo siempre pensé que Mamá tenía
una manera con el tiempo, repeliendo las tormentas. . . apostaría que ella lo arregló, para
que ningún enemigo pudiera encontrarnos sin una invitación.
—Realmente tienes una familia espectral.
—No. Tú realmente tienes una familia espectral. Y sé que cuando estaba en la
universidad, te dije que yo amaba a mi familia.
—Sí. Lo hiciste. Pero enfrentémoslo, las esposas inteligentes aman a sus maridos. En la
universidad, yo me enamoré de ti porque eras la más luminosa, ingeniosa, amistosa, la más
sociable muchacha.
—Yo pensé que te enamoraste de mí porque estabas caliente —ella se sentó al lado de
él en la cama.
—Habría sido fácil de encontrar a otras muchachas para que se encargaran de eso —él
tenía una mueca en su mejilla—. Tú no eras fácil, y complicaste mis planes.
Recordando cuan intensamente él la había cortejado, y qué fuertemente ella se había
resistido, ella dijo,
—Recuerda eso cuando quieras tomarme por hecho.
—Yo nunca podría hacer eso.
Sentados en silencio, dos personas incómodamente sentadas en el borde del colchón y
al borde de dolorosas revelaciones.
Aún cuando ella le lanzó una mirada de reojo, él lucia igual que siempre: impasible,
firme, duro, imperturbable... y solo. Él era el más solitario hombre que hubiera visto
alguna vez.
Él miraba sus manos como si mirara fijamente en su memoria.
—Bien antes que... irrumpieras en mi casa, yo fui llamado a la escena de un vuelco de
automóvil que involucró a una madre y sus dos niños. Ella había estado escapando de su

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marido abusivo. Resultó que ella no tenía licencia para manejar. Él no le permitiría tener
una. Ella falló en la curva por el Shoalwater Estate Park y murió en la caída.
Firebird lo sintió por la familia, pero más que eso, lo sintió por Douglas.
—¿Los niños? ¿Están bien?
—Estaban bien. Unos cortes y cardenales. La parte mala eran las cicatrices que su
padre ya les había puesto. La tía de su madre está alojándolos, y me dicen que ella y su
marido son buenas personas —él examinó sus ojos—. Yo veo mierda como esa todo el
tiempo. Sé de lo que los hombres crueles son capaces, por lo que pensé que tú. . . No
pensé que me habías visto cambiar, y no podía entender por qué más me dejarías así.
Suavemente, ella dijo,
—Yo no salí al mundo porque tenía miedo que si lo hacía, tú descubrirías la verdad
sobre Aleksandr y te lo llevarías.
—Sé eso ahora, pero en ese momento, creí que tu familia quién era, después de todos,
originalmente Varinski te tenían prácticamente prisionera, probablemente aterrorizada
para salir. No supe qué hacer para librarte. Yo de hecho estaba planeando un secuestro
por mi mismo.
—¡Wow! —demasiado revelador— . Quiero decir... ¿así es cómo te comunicaste con los
Varinski?
—Hace ocho meses, los Varinski me localizaron. Estaban merodeando, buscando a los
Wilders. Yo estaba merodeando buscándote a ti. Descubrieron que yo era como ellos.
—¿Un depredador?
—Exacto. Vadim hizo un poco de investigación y descubrió la carta que les había
escrito hace tanto tiempo diciendo que yo era un Varinski. Me contactó con una oferta de
un buen cheque—mitad en adelanto, si yo descubría exactamente donde vivían los Wilders.
Esto me tomó muchos intentos antes de que los siguiera, y tus hermanos…
—Tus hermanos —le recordó.
—Y Jasha y Rurik casi me atrapan —Douglas miraba hacia abajo a sus manos—. Era un
estúpido. Vadim dijo que él quería venganza; él quería herir a tu padre... mi padre dónde
le doliera. Él iba exponerlo como un delincuente y conseguir enviarlo a Ucrania, y arruinar
la fortuna que tu familia había adquirido. Pensé que yo podría atacar, te rescataría de la
prisión en que ellos te mantenían y te llevaría a mi casa, la casa que yo compré con el
dinero que los Varinski me pagaron, y tú estarías agradecida y me amarías para siempre
—cuando le dijo sus sueños, él estaba retorciéndose por las incomodidad—. ¿Estúpido,
huh?
Ella puso sus manos encima de las suyas.

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—Esto es dulce, de una manera apocalíptica, como una clase de fin del mundo.
—Créame, yo nunca soñé que ellos intentarían desatar una guerra extrema. ¡Yo quiero
decir, vamos! Esto no es alguna dictadura, o un país del tercer mundo. Hay leyes!
—Como Vadim descubrió, para su desgracia.
—He cometido tantos errores. Debía de haber confiado en ti la primera vez que te
conocí, y decirte quién y lo que era. Debía de haber confiado cuando viniste de nuevo a mí,
y debí haberte dicho lo que había hecho. Sobre todo, nunca debí de haber cedido ante el
mal de mi alma y haberme unido con los Varinski —más, él agregó—. Tú nunca podrás
perdonarme.
Pero ella dijo,
—No, te lo pido, no me digas lo que puedo y no puedo hacer. Es un mal comienzo para
nuestra vida de casados.
—En serio. Yo no quiero que te cases conmigo por la paz mental de tu padre o por
nuestro hijo. Yo quiero que te cases conmigo por la misma razón que yo quiero.
Con la manera en que él habló, la manera en que le miró. . . ella estaba empezando a
esperanzarse.
—¿Y cual es la razón por la que quieres casarte conmigo?
—Yo te amo con todo lo que yo soy.
Ella resbaló sus brazos alrededor de su cuello y lo besó. Besó sus mejillas, besó sus
ojos, besó su barbilla y besó sus labios.
—Ésa es exactamente la razón por la que yo quiero casarme contigo.
Él la miraba, buscando su cara como si tuviera que ver la prueba. Entonces se puso de
pie y buscó intensamente en su mochila.
Ella miró, sintiéndose un poco tonta, un poco usada, una mujer que recién había dado su
alma entera al cuidado de este hombre qué al parecer recordó que necesitaba embalar su
ropa interior limpia.
Pero él sacó una pequeña caja de terciopelo negro –una caja de anillo—y se puso de
rodillas al lado de la cama.
—Firebird Wilder, eres mi única oportunidad para ser feliz. ¿Te casarías conmigo? —él
abrió la tapa.
El anillo era de platino, la piedra un diamante. O, por lo menos, ella pensó que era un
diamante. Era un poco difícil de ver.
—Compré esto cuando yo te conocí la primera vez. Iba a dártelo la noche que
terminaras tus exámenes finales, y decirte quién era yo, el puma era mi pequeña sutil
indirecta, y pedirte que te casaras conmigo —su rostro se sonrojó cuando habló—.

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Compré el anillo con el sueldo de un policía, por lo que es más pequeño de lo que me
gustaría, pero lo he llevado desde entonces conmigo, y pensé que nosotros podríamos
conseguir uno más grande después, pero…
—¡Nunca!
Él pestañeó por la sorpresa.
—Nosotros nunca vamos a conseguir uno más grande —Firebird estaba riéndose y
llorando. Le permitió resbalarlo en su dedo. Ella lo miraba por todos los lados—. Éste es
exactamente el anillo que yo quiero. Es perfecto —cubrió su cara y lo besó, y lo besó de
nuevo—. Este es absolutamente perfecto.
Konstantine y Zorana despidieron a Douglas y Firebird que iban para Las Vegas para su
primera boda. Antes de permitirles ir, Zorana les hizo prometer celebrar una segunda
boda con la familia, y a pesar de las quejas de Konstantine, se alegraba de eso.
Después encontrándose en el porche de su casa alquilada.
—Escucha al silencio —Konstantine dijo—. ¿Alguna ves hemos no tenido un niño viviendo
en casa?
—Brevemente —Zorana asintió—. Creo recordarlo. ¿Piensas que Jasha y Ann sabrán
qué hacer con Aleksandr?
—Si no es así, es mejor que aprendan —tomando la mano de Zorana, él dijo—. Demos un
paseo.
—¿Ahora? Yo quería ordenar algunas cacerolas por Internet. Esas cacerolas que estoy
usando son inútiles —pero ella asió sus dedos y siguió sus pasos.
La calle en Blythe era estrecha y revestida con árboles, pero era una calle, con vecinos
y ruidos de automóviles y una fuerte radio en la puerta de al lado. Konstantine extrañaba
su casa. Él extrañaba el silencio, los pinos, las uvas, su sillón, su retrete, y su propia cama.
—¿Dónde vamos? —preguntó ella.
Pero él sabía; ella sabía.
Les tomó una hora para caminar a su valle.
Cuando dieron vuelta en la esquina, se detuvieron y observaron, y Zorana lloró al ver la
ruina de los últimos treinta y cinco años, y Konstantine suspiró de nuevo.
Entonces ambos enderezaron sus hombros.
—Esto no está tan mal —dijo Konstantine—. Las viñas y huertos están inundados y
quemados, pero los Rom han hecho lo que prometieron—los cuerpos han sido
transportados y los leños apilados. Tus parientes… cuando reconstruyamos, deben venir y
visitarnos.
—Les diré.

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Lo sorprendió.
—¿Sabes localizarlos?
La pequeña bruja lo miraba de reojo.
—Tengo mis maneras.
Caminaron hacia la casa. Incluso en el fondo, el cerco había cogido fuego y se había
quemado.
—Destruido —dijo él—. Una pérdida total.
—¡Sí, pero mira! —ella se dio prisa a través del césped chamuscado, en el cuadrado
teñido de negro dónde su casa había resistido. Ligeramente, caminó encima de las vigas
carbonizadas.
—Ten cuidado —él la miró ansiosamente cuando ella dobló y la perdió de vista—. ¿Qué
es tan importante que debes entrar allí ahora? —rugió en voz baja.
Ella lo oyó, claro. Su cabeza apareció.
—No gran cosa —retrocedió hacia él—. Sólo tu herencia —llegó a su lado. Sostuvo un
azulejo cuadrado cubierto con ceniza. Lo sopló para limpiarlo, por lo que el blanco, el oro y
el rojo cereza brillaron como nuevos, y se lo ofreció con sus manos teñidas de negro.
El venerado icono de su familia.
Él se preparó para el dolor y despacio extendió la mano para tomarlo. Envolvió sus
dedos alrededor de los bordes. . . No lo quemó. Rozó su palma por la superficie, encima de
las cuatro Vírgenes. Cada rostro le mostró a la Virgen María en un aspecto diferente:
alegría, tristeza, dolor y gloria.
Su antepasado Konstantine, había matado por estos iconos.
La madre de Konstantine había muerto por estos iconos.
El diablo había sido derrotado por estos iconos. No para siempre. No en todos los
frentes. Pero cuando los iconos fueron reunidos, él había perdido a sus más apreciados
sirvientes y por eso, Konstantine dio gracias.
Él miró alrededor a su tierra, todavía aquí, todavía rica, todavía fecunda. Miraba el
bosque que lo rodeaba, dónde las criaturas salvajes se apareaban, volaban, corrían, vivían.
Miraba el cielo, azul y caluroso con la primavera, respiró el aire de libertad, y supo la
dicha del renacer de la vida.
—Tenemos que cosechar de nuevo.
—Y reconstruir la casa, más grande esta vez.
Él la emprendió contra Zorana.
—Mujer, la siembra costará una fortuna. Nosotros no tenemos el dinero para una casa
más grande.

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—Nosotros tenemos seguro, y pediremos prestado a nuestros hijos.
—Nosotros no pediremos prestado a nuestros hijos.
—Muy bien, yo pediré prestado a sus esposas.
—Tú. . . ¡Tú inténtalo mujer! —él se elevó sobre ella.
Ella lo enfrentó. Como siempre, lo enfrentó.
—Konstantine, los problemas han terminado. Para esta época el próximo año, nosotros
tendremos cuatro nuevos nietos. ¿Cuándo nos visiten, dónde vas a ponerlos? ¡Necesitamos
una casa más grande!
Él casi sonrió al oírle hacer sus planes. Casi, pero mantuvo su duro gesto.
—¿Tú anticipas nietos? No uno, no dos, no tres ¿pero cuatro? —él le mostró cuatro
dedos y alzó sus cejas—. ¿Estas teniendo una visión?
—Una gran visión, Konstantine —puso su mano en el icono—. Tuya y mía en una casa con
las Vírgenes brillando en la esquina, colocadas en un mantel rojo. Aquí en nuestra tierra,
nosotros viviremos para ser muy viejos, rodeados por las uvas y bebés y felicidad.
—Humph —él bajó sus dedos—. Entonces debo ser vidente, también, porque yo tengo la
misma visión.
Y ambos estaban en lo correcto.

FIN

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