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«Que (la filosofía) no se trata de una ciencia productiva, es evidente ya por los
primeros que filosofaron. Pues los hombres comienzan y comenzaron siempre a filoso-
far movidos por la admiración; al principio admirados ante los fenómenos sorprendentes
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más comunes; luego avanzando poco a poco y planteándose problemas mayores, como
los cambios de la luna y los relativos a Sol y a las estrellas, y la generación del universo.
Pero el que se plantea un problema o se admira, reconoce su ignorancia. (Por eso tam-
bién el que ama los mitos es en cierto modo filósofo; pues el mito se compone de ele-
mentos maravillosos). De suerte que, si filosofaron para huir de la ignorancia, es claro
que buscaban el saber en vista del conocimiento, y no por alguna utilidad. Y así lo ates-
tigua lo ocurrido. Pues esta disciplina comenzó a buscarse cuando ya existían casi todas
las cosas necesarias y las relativas al descanso y al ornato de la vida. Es, pues, evidente
que no la buscamos por ninguna otra utilidad, sino que, así como llamamos hombre li-
bre al que es para sí mismo y no para otro, así consideramos a ésta como la única cien-
cia libre, puesto que ésta sola es para sí misma». (Aristóteles: Metafísica, I, 982b-
983a.).
«Parece, pues, que la filosofía no puede ser identificada con las ciencias especia-
les ni limitada a un solo terreno. Es en cierto sentido una ciencia universal. Su dominio
no se limita, como el de las otras ciencias, a un terreno estrictamente acotado. Mas, si
ello es así, puede suceder, y de hecho sucede, que la filosofía trate los mismos objetos
en que se ocupan las otras ciencias. ¿En qué se distingue entonces la filosofía respecto
de estas otras ciencias? Se distingue -respondemos- tanto por su método como por su
punto de vista. Por su método, porque al filósofo no se le veda ninguno de los métodos
de conocer. Así, no está obligado, como el físico, a reducirlo todo a fenómenos observa-
dos sensiblemente. Es decir, el filósofo no tiene por qué limitarse al método empírico,
reductivo. Puede valerse también de la intuición del dato y de otros medios.
La filosofía se distingue además de las otras ciencias por su punto de vista.
Cuando considera un objeto, lo mira siempre y exclusivamente desde el punto de vista
del límite, de los aspectos fundamentales. En este sentido la filosofía es la ciencia de los
fundamentos. Donde otras ciencias se paran, donde ellas no preguntan y dan mil cosas
por supuestas, allí empieza a preguntar el filósofo. Las ciencias conocen, él pregunta
qué es conocer. Los otros sientan leyes, él se pregunta qué es la ley. El hombre ordinario
habla de sentido y de finalidad, el filósofo estudia qué hay que entender propiamente
por sentido y finalidad. Así, la filosofía es también una ciencia radical, pues va a la raíz
de manera más profunda que ninguna otra ciencia. Donde las otras se dan por satisfe-
chas, la filosofía sigue preguntando e investigando». (Bochenski. J. M., Introducción
al pensamiento filosófico. Herder. Págs. 29-30)
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3. La filosofía y su historia
«La filosofía debe ser estudiada, no por las respuestas concretas a los problemas
que plantea, puesto que, por lo general, ninguna respuesta precisa puede ser conocida
como verdadera, sino más bien por el valor de los problemas mismos; porque estos pro-
blemas amplían nuestra imaginación intelectual y disminuyen la seguridad dogmática
que cierra el espíritu a la investigación (...)
El hombre que no tiene ningún barniz de filosofía va por la vida prisionero de
los prejuicios que se derivan del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo
y en su país, y de las que se han desarrollado en su espíritu sin la cooperación y el con-
sentimiento deliberado de su razón.(...)
La filosofía, aunque incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera res-
puesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas posibilidades que amplían
nuestros pensamientos y nos liberan de la tiranía de la costumbre.» (Bertrand Russell)
«Hacen bien, ¡qué diablos! La física sirve para muchas cosas, mientras que la fi-
losofía no sirve para nada. Ya lo dijo, conste, un filósofo, el patrón de los filósofos,
Aristóteles. Precisamente por eso soy yo filósofo: porque no sirve para nada serlo. La
notoria ‘inutilidad’ de la filosofía es acaso el síntoma más favorable para que veamos en
ella el verdadero conocimiento. Una cosa que sirve es una cosa que sirve para otra, y en
esa medida es servil. La filosofía, que es la vida auténtica, la vida poseyéndose a sí mis-
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ma, no es útil para nada ajeno a ella misma. En ella, el hombre es solo siervo de sí mis-
mo, lo cual quiere decir que solo en ella el hombre es señor de sí mismo. Mas, por su-
puesto, la cosa no tiene importancia. Queda usted en entera libertad de elegir entre estas
dos cosas: o ser filósofo o ser sonámbulo. Los físicos, en general, van sonámbulos den-
tro de su física, que es el sueño egregio, la modorra genial de Occidente». (Ortega y
Gasset, J: Bronca en la física. En Obras completas, vol. V. Alianza. Madrid)