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Cuando hablas con gente que vivió en la RDA, una tiene la sensación que las imágenes
de júbilo y alegría que vio en televisión aquella noche del 9 de noviembre de 1989 en
las que varios miles de personas del Este saltaban por encima del muro de Berlín y
brindaban con espumoso Rottkäppchen con sus compatriotas del Oeste, no fueron más
que fruto de nuestras ganas de ponerle final feliz a esa historia incomprensible. En aquel
momento pensamos muchos desde aquí que eso era un sueño hecho realidad y nos
cayeron lágrimas por las mejillas porque entendíamos que familias y amistades que
habían estado tantos años separadas, se reencontraban al fin. En la práctica, en cambio,
oyes a menudo frases como In der DDR war alles besser! (¡En la RDA todo era mejor!)
y te preguntas qué es lo que sería ese todo. La gente que vivió en la RDA cuenta que
entonces todo el mundo tenía trabajo, que los niños podían jugar en la calle
tranquilamente porque había seguridad, que la sanidad era gratuita, que la comida (la
que había) era barata, que los precios de los productos en general eran estables, etc. Es
la llamada Ostalgie, acrónimo de Ost y Nostalgie, reflejada hoy en día sobre todo en la
recuperación de productos de la antigua RDA. Sin embargo, también hay miles de
historias de gente que no estaba de acuerdo con las ideas de aquel régimen comunista y
que luchaba por tener las libertades de cualquier democracia. De esto va la película que
aquí recomendamos.
La vida de los otros, ópera prima de Florian Henckel von Donnersmarck, ganó en el
2007, además de otros tantos premios, el Oscar a la película de habla no inglesa. No fue
esto una casualidad, puesto que sin duda se trata de una obra exquisita que nos permite
descubrir mediante una historia ficticia —aunque reflejo de varios casos reales—, una
parte de la Historia de Alemania bastante menos conocida que la del Tercer Reich.
Y es en este contexto, más exactamente a mediados de los años 80, en el que al capitán
Gerd Wiesler (Ulrich Mühe), un oficial extremadamente eficiente de la Stasi, se le
encomienda que espíe a la pareja formada por el prestigioso escritor Georg Dreymann
(Sebastian Koch) y la popular actriz Christa-Maria Sieland (Martina Gedek). Su tarea
consiste en escuchar todo lo que sucede en la casa de los artistas y hacer los informes
pertinentes. Para ello pasa largas jornadas en un piso justo encima del de la pareja, en el
que tiene instalado todo tipo de aparatos para realizar las escuchas. Al principio
Dreymann no está interesado en política, pero tras el suicidio de otro escritor amigo,
decide involucrarse y actuar contra el sistema. Escribe un artículo anónimo que será
publicado en el Oeste por la conocida revista Spiegel sobre la ocultación de la cifra de
suicidios a partir de mediados de los 70 en la RDA, algo paradójico si se tiene en cuenta
que era un país que gustaba de hacer estadísticas. No se sabe quién es el autor del
polémico artículo, que pretende mostrar la verdadera cara de la RDA, pero se sospecha
de Dreymann. Wiesler, aunque sigue cumpliendo con su cometido, oculta este detalle
tan importante que inculparía al libre pensador de Dreymannn, puesto que conforme va
pasando el tiempo se da cuenta de que vive en un Estado sin libertades y pierde la fe en
su propio gobierno. Al mismo tiempo, el espía siente fascinación por Christa-Maria
Sieland, a la que incluso se dirige sin identificarse en una ocasión para animarla en
nombre del gran público que va a verla actuar en los teatros. Durante esta misión, la
vida de Wiesler dará un giro y por traicionar al sistema acabará relegado a un lúgubre
departamento para abrir la correspondencia de la gente en busca de pruebas de traición o
intento de huida hacia el Oeste (una muestra más del régimen comunista y su despótica
forma de vigilancia).
No será hasta después de la caída del muro, en el Berlín post-Guerra Fría, cuando
Dreymann descubra que él, como tantos otros, también había sido espiado en la época
de la RDA. Estupefacto, se apresura a indagar en los archivos de la Stasi acerca de su
persona. Es así como se da cuenta de que el vigilante de la Stasi HGW XX/7 lo
protegió. Gracias a estos sorprendentes descubrimientos, Dreymann decide volver a
escribir y le dedica en agradecimiento a HGW XX/7 su nueva novela. En la Alemania
reunificada, Wiesler no es más que un mero repartidor de publicidad que al pasar por
casualidad por delante de la emblemática librería de la Karl-Marx-Allee ve la nueva
publicación de Dreymann y decide adquirirla. Cuando el vendedor le pregunta si quiere
que se la envuelva para regalo, él contesta ambiguamente “Nein. Es ist für mich” (No, es
para mí).