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PRESENTADO A:
OBED GÓNGORA
Santidad
¿Qué papel ha jugado la oración durante los tiempos bíblicos y desde ese
entonces?
Samuel. Para animar a su pueblo, Samuel, que era sacerdote y profeta, utilizó1a
lealtad de Dios a la meta de Su pacto para el bien de Israel (1 S. 12.22). Es
evidente el vínculo entre predicarles la Palabra de Dios a ellos y orar por ellos. La
oración armoniza con la voluntad de Dios.
Para los predicadores que son sensibles a los latidos de Su corazón, las rodillas
dobladas son tan cruciales para el reino como los léxicos abiertos. Jesús dependía
de Dios, ¡aunque Él mismo era Dios encarnado! El Jesús que predicó fue el Jesús
que oró. Jesús exhortó a sus discípulos para que oraran a medida que los
moldeaba en predicadores.
Los libros de Bounds han hecho que muchos logren mayor fervor en la oración. Él
escribió:
Al joven predicador se le ha enseñado que invierta toda su fuerza en la forma, sabor y belleza
de su sermón como producto mecánico e intelectual. Por lo tanto hemos cultivado un vicioso
gusto entre el pueblo y reclamado talento en lugar de gracia, elocuencia en lugar de piedad,
retórica en lugar de revelación, reputación y brillantez en lugar de santidad.
Bounds también escribió: «La oración ligera aligerará la predicación. La oración
fortalece la predicación [el Dios que responde a la oración realiza esto…] y hace
que funciones.
Una «vigilia matutina» era casi tan común como el amanecer para H. A. Ironside
(1876–1951). Este expositor meditaba en su Biblia y oraba por una hora, y luego
se dedicaba al estudio intensivo y a más oración. Ríos de agua viva fluían de sus
momentos con Dios hacia las multitudes que le escuchaban. Insistía en que «si
hemos de prevalecer sobre los hombres en público, debemos prevalecer con Dios
en secreto».
Juan Stott dice que un predicador, como un padre (1 Tes. 2.11), debe orar por su
familia eclesiástica. Los predicadores sólo dedicarán tiempo para esta ardua y
secreta labor si aman a su pueblo lo suficiente. Andrew Blackwood, quien por
mucho tiempo fue profesor de homilética en el Seminario Teológico Princeton,
aconseja al predicador que establezca una regla y jamás haga excepción alguna:
comience, continúe, y termine con oración.
Torrey dijo: «Ore por grandes cosas, espere grandes cosas, obre por grandes
cosas, pero sobre todo ore». Le dijo a los miembros de la iglesia, « ¿Desean un
nuevo ministro? Puedo decirles cómo obtenerlo. Oren por el que tienen hasta que
Dios lo rehaga». Creía que «la oración es la llave que abre todos los almacenes
de la gracia y el poder infinito de Dios».
La oración reina suprema, junto con la Palabra de Dios, en los ministerios del
Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento, y desde entonces. El hombre que
representa a Dios en el púlpito debe cultivar una creciente pasión en cuanto a ser
el canal de más oración y diligencia que pueda para anunciar el mayor mensaje de
todos los tiempos.