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FILTROS O MODELOS MENTALES

Recientemente, los psicólogos cognoscitivistas y constructivistas han hecho un


aporte que ha venido teniendo bastante incidencia en el mundo del trabajo. Se trata
de la noción de mapas o modelos mentales, dentro de la cual cabe muy bien el
conocido concepto de paradigmas.

Para Senge y otros (1995), los mapas o modelos mentales son las imágenes,
supuestos e historias que tenemos en la mente acerca del mundo, de nosotros
mismos, de los demás y de las instituciones, y sin ellos no podríamos enfrentarnos
al entorno. Según aquellos psicólogos, los seres humanos vivimos en un mundo
“real”, pero no operamos directa e inmediatamente sobre ese mundo, sino que
actuamos dentro de él usando “mapas”, “representaciones”, “modelos” o
interpretaciones codificadas de esa realidad, las cuales creamos o inventamos
permanentemente mediante nuestros sistemas de procesamiento sensorial,
nuestros órganos de los sentidos y nuestro cerebro.

El conocimiento de la realidad, por tanto, no es algo que recibimos pasivamente,


sino algo que construimos y organizamos en forma activa. Esto encierra la paradoja
de que todo lo que percibimos y concebimos es necesariamente la consecuencia de
nuestros propios modos y medios de percepción y concepción. O sea, que vemos el
mundo conforme somos nosotros y no como el mundo es.

El filósofo estoico Epíteto lo expresó brevemente: “No son las cosas las que
preocupan a los seres humanos, sino sus ideas acerca de las cosas”. Entonces, esos
mapas o modelos nos sirven de guía para orientarnos en la realidad, pero no
constituyen la “realidad real”. En otras palabras, “el mapa no es el territorio”:
difiere de él, es apenas una representación del mismo y, como tal, puede presentar
y presenta distorsiones, limitaciones y empobrecimientos, derivados de las
características peculiares de la experiencia de cada individuo. Asimismo, podemos
mantener o descartar ese mapa, según la utilidad que nos preste.
Cada individuo tiene, pues, la capacidad de construir su propio mapa del mundo,
su propio modelo o representación interna del mundo, a partir de la interpretación
que da a la información y la experiencia que recibe de la realidad externa, del
medio ambiente.

Ese mapa o modelo está constituido por el conjunto de creencias de ese individuo,
por sus opiniones, actitudes, teorías personales, aprendizajes, valores, estrategias,
normas, reglas, visión de las cosas, maneras de pensar, etc. De allí que para darle
sentido, comprender, codificar, interpretar y actuar sobre el mundo y el entorno,
las personas confían en esas construcciones mentales que elaboran, en sus
particulares representaciones simplificadas de la realidad. Esas construcciones
constituyen precisamente sus mapas o modelos mentales, los cuales están
conformados por los agregados o sistemas de información interrelacionada que dan
origen a tales conceptos, reglas, patrones, esquemas y maneras de concebir el
mundo.

Desde la infancia, los individuos actúan según sus modelos mentales y así
estructuran sus sistemas de valores y creencias, sus normas y principios. De modo
que esos mapas o modelos mentales, que, por lo demás, como ya se dijo, no son el
territorio real, determinan o afectan grandemente nuestro comportamiento y
sirven muy bien como guías para la acción. En suma, actuamos como actuamos
porque tenemos los modelos mentales que hemos construido. Por eso puede
decirse que, en esencia, somos los mapas que tenemos (Barroso, 1987).

Acceso a los Modelos Mentales

Partiendo de que todos actuamos conforme a nuestros mapas o modelos mentales,


un interés especial de cualquier miembro de una organización, sea líder, gerente,
profesional de recursos humanos, etc., es poder “tener acceso” a esos modelos
mentales y paradigmas de sus interlocutores, sean éstos clientes, aspirantes a
cargos, negociadores, supervisados, supervisores, compañeros de equipo, etc., con
el fin de obtener un mejor conocimiento de los mismos y propiciar un mayor
acercamiento a ellos sobre la base de una comunicación efectiva.

1) El conocimiento de los llamados “sistemas de representación” o


modalidades de pensamiento del interlocutor, es decir, sus maneras
características de procesar información y representarse mentalmente las
cosas, o sea, sus formas de pensamiento, su manera especial y peculiar para
relacionarse con el mundo. Esas modalidades, identificables mediante
ciertas señales verbales y no verbales, son de tres tipos: visual, auditiva y
kinestésica, y están estrechamente vinculadas a la manera como el cerebro
procesa, organiza y codifica sensorialmente la información que recibe.

2) La identificación de los “patrones de lenguaje verbal” del interlocutor.


Todos hablamos como sentimos y como pensamos, y muchas veces, a la
inversa, pensamos y sentimos como hablamos. En todo caso, el lenguaje
verbal refleja nuestra identidad como personas. De allí que podría afirmarse
entonces con bastante certeza: “Dime como hablas y te diré como eres, o
como piensas, o como sientes, o como te representas el mundo…” Mediante
su lenguaje verbal, el interlocutor, por ejemplo, un cliente o un supervisado,
presenta a los demás algunos indicios de la forma como él percibe y
construye la realidad, su realidad. De modo que su lenguaje dice bastante
acerca de él como individuo, y nos permite también aproximarnos y conocer
algunos aspectos de sus modelos mentales y tener cierto acceso a ellos. Si se
le presta atención a la forma como una persona habla -a lo que se ha
llamado la “estructura superficial” de su lenguaje- se descubre que es posible
llegar más profundamente a una formación lingüisticamente más completa y
más cercana a la experiencia de esa persona -lo que se llama la “estructura
profunda” del lenguaje-, y acceder así a su mapa o modelo mental. La
atención y el manejo del lenguaje verbal del hablante permite identificar a
través del mismo cuestiones tales como las omisiones de información, las
generalizaciones y distorsiones en sus formas de pensamiento, sus creencias,
los criterios que utiliza para valorar las cosas, sus “metáforas” personales
como reflejo de ciertas maneras de pensar y actuar, sus estilos de interacción
social o estilos de liderazgo, los denominados “meta-programas” u
orientaciones vitales, las estrategias de acción que utiliza para lograr ciertos
resultados, y unas cuantas cosas más. Eso requiere, por parte del
comunicador, gran flexibilidad de conducta, una fina destreza de
observación y una actitud de escucha activa.

2) La observación del “lenguaje corporal”. La fisiología humana es responsable


en muchos sentidos de nuestra experiencia interna y es, a la vez, un reflejo
de tal experiencia. Por supuesto, esto supone también recursividad e
interacción, en el sentido de que la propia experiencia interna influye y
afecta la corporalidad. Por ello, la observación atenta del cuerpo de una
persona ofrece múltiples señales indicadoras de procesos subjetivos que
constituyen elementos esenciales de sus modelos mentales. Por otra parte, el
“acompasamiento” del lenguaje corporal del interlocutor, como técnica de
trabajo, es decir, el uso del propio cuerpo del profesional comunicador para
hacer “espejo” de la conducta corporal del otro, representa una sutil y eficaz
herramienta de acercamiento a sus mapas y de conocimiento y comprensión
de su experiencia interna.

Fuente: http://www.pnlnet.com/sobre-
mapas-modelos-mentales-y-paradigmas/

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