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Desnuda
Desnuda
Irene A.
Desnuda
Antología de relatos eróticos
Irene A.
Índice
Prólogo 6
El primer desconocido 7
Un aperitivo 21
El segundo desconocido 27
Para ti 37
Irene A.
Prólogo
Desde que tengo memoria, el sexo fue un tema tabú en mi familia. En casa no se hablaba
del tema.
Sin embargo, por las noches escuchaba los gemidos de mis padres desde mi habitación.
A los 13 años me masturbé por primera vez. Me sentía sucia por hacerlo, pero al mismo
tiempo el placer que me producía me resultaba algo nuevo e irresistible.
Con el paso de los años, la vergüenza fue remitiendo. La adolescencia, el porno, el sexo,
las conversaciones con los amigos… Descubrí que no había nada más natural que el
placer de acariciar tu propia piel.
Ahora sigo siendo esa chica tímida e introvertida que era en mi adolescencia; pero sin
esa inseguridad y esa vergüenza hacia el sexo.
Tardé años en descubrir que no tenía por qué avergonzarme de mis deseos.
Ahora no estoy dispuesta a perder el tiempo.
Quiero descubrir todo aquello con lo que solo me atrevía a fantasear.
Desnuda
El primer desconocido
Sexo con desconocidos. Demasiadas noches, tumbada en la cama, he pensado en ello
con los ojos cerrados y los dedos acariciando mi cuerpo. Me imaginaba que un hombre
del que no sabía nada entraba en mi cuarto y me hacía suya.
Unas llaves tintinean al otro lado de la puerta. Me asomo al pasillo como una niña a la
habitación de sus padres cuando debería estar dormida.
El pomo gira, los segundos se me hacen eternos, y los nervios se ciñen con más fuerza
en la boca de mi estómago. Me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración.
—¿Hola? —digo, con un hilillo de voz.
Irene A.
Creo que se ha dado cuenta de que estaba nerviosa, y eso me pone más nerviosa
todavía.
Trago saliva intentado tragarme los nervios también.
—Sí —respondo, girándome. Mi mente y mi cuerpo se debaten entre las ganas que
tengo de echar un polvo con él y mi propia timidez.
Con calma, él se quita la chaqueta y la deja en el respaldo la silla. Se sienta en ella y
comienza a quitarse los zapatos.
Me echa un vistazo de reojo y luego vuelve a concentrarse en los cordones.
Me siento ridícula parada ahí, en la entrada del dormitorio. Sin darme tiempo a que me
torture a mí misma con esa idea, se levanta y comienza a desabrocharse la camisa
mientras me mira como esperando que yo haga algo. O diga algo. Pero el silencio me
incómoda y no sé cómo romper el hielo. Estoy paralizada, bloqueada por la inseguridad
y la timidez.
Los ojos se me van a su pecho donde sus dedos, habilidosos, ya han desabrochado un
par de botones. Un poco de vello negro y canoso asoma por la abertura de la camisa.
—¿Quieres quitármela tú? —pregunta astutamente para que me acerque. ¿Otro rasgo
gatuno como su mirada felina?
Le miro a los ojos, mordiéndome el labio inferior. Me muero por tocarle y él lo sabe. Es
más, me invita a hacerlo. Está intentando romper el hielo. No es la primera vez que hace
esto. Tiene la situación bajo control.
Me doy cuenta de todo esto de golpe y, sintiéndome un poco más segura, me acerco a
él.
Mis pies descalzos no hacen ruido sobre la moqueta. Cuando llego hasta él, me doy
cuenta de que casi me saca una cabeza. Tengo ganas de pasar la mano por su áspera
barba, pero me contengo. De momento, me conformaré con quitarle la camisa. Ese
pensamiento me da el empujón que necesitaba. Agarro su camisa.
Tengo las manos sudadas y concentrada en que los pequeños botones no se me resbalen
de los dedos, ni siquiera le miro a los ojos. Aspiro el olor de su colonia, consciente de la
cercanía de su piel.
Este momento se me hace eterno, aunque apenas son cinco botones. Suelto el último y
la camisa se abre del todo. Me pongo de puntillas para empujar la camisa por sus
hombros. Él se la quita y, antes de que yo vuelva a retroceder, me agarra de la cintura y
me acerca más todavía a su cuerpo.
Mis tetas se aplastan contra su pecho cuando me rodea con sus brazos. Su mano me
sujeta por la espalda, sin dejar que me resista. Alzo mi cara hacia la suya y me besa.
Irene A.
Siempre me sucede lo mismo cuando beso a alguien por primera vez. Al principio me
sorprende, pero luego me acostumbro a su forma de besar. Y tenía tantas ganas de que
él me besara… Nunca me habría imaginado que estar medio desnuda frente a un
completo desconocido me pondría tan cachonda.
Nuestros labios tardan unos segundos en conocerse y hacerse el uno al otro, pero hay
tanto deseo que no dejamos de besarnos. Su barba me pincha un poco, me excita
porque me hace ser consciente de toda la situación. Una veinteañera en los brazos de
un hombre que podría tener la edad de su padre.
Él me coge del pelo e inclina un poco más mi cabeza. Mi boca se entreabre en un gemido
y nuestras lenguas se tocan. La mete en mi boca y yo la muerdo. Me tira un poco del
pelo, sorprendido, sin hacerme daño. Nuestros labios se separan un instante, pero con
mi mano en su nuca, vuelvo a atraerle hacia mí y esta vez soy yo la que meto mi lengua
en su boca. Un poco nada más, solo la punta, pero su mano se cierra con más fuerza
alrededor de mis cabellos obligándome a no detener el beso. De vez en cuando él
muerde mis labios o yo su lengua, pero nuestros labios no se separan. Sus besos me
encantan y me doy cuenta de que me gusta que me agarre del pelo.
Pierdo la noción del tiempo.
De repente, él suelta mi pelo y me agarra de la cintura. Le abrazo, casi poniéndome de
puntillas, con mis brazos sobre sus hombros. Paso mis manos por su espalda. Su piel es
suave y cálida. Me excita sentirle tan cerca de mí. Me apoyo más en él, casi
restregándome contra su cuerpo. Siento su calor a través de la tela de sujetador.
Una de mis manos trepa de nuevo hasta su nuca. Lleva el pelo corto, demasiado como
para que pueda tirarle de él, pero sí puedo obligarle a inclinar un poco la cabeza cuando
deseo que nuestras lenguas se encuentren.
No sé cuánto tiempo pasamos besándonos, pero de repente soy consciente de su
erección.
Me aparto con la respiración acelerada por los besos, obligándole a que me suelte, y le
miro.
Observo los desconocidos rasgos de su cara, mientras intento recuperar el aliento. Me
recuerdo que no conozco de nada a este hombre, que ni siquiera sé cómo se llama. Y
me doy cuenta de que ahora mismo no me importa. Solo quiero follármelo. Y por el
brillo de sus ojos, sé que él siente lo mismo.
Desnuda
Me rodea con un brazo, sujetándome por la espalda, y me muerde un pezón. Siento sus
dientes atrapándolo, ondas de placer se extienden por mi cuerpo. Tengo la piel de gallina
cuando me muerde el cuello, subiendo hacia mis labios. Me besa con pasión. Sus labios
están ardiendo. Su pene está ardiendo. Tiro de él, atrayéndolo más hacia mí. Mi cuerpo
está ardiendo también.
Sus dedos se mueven sobre mi clítoris. Se me escapa un gemido. Lo hace realmente bien.
Poco a poco aumenta el ritmo de las caricias y mis muslos tiemblan. Apoyo una rodilla
en la cama, dejando mi vagina más abierta, más expuesta. Sus dedos se desplazan hacia
abajo, abandonando mi clítoris, abriendo los labios de mi vagina hasta deslizarse en mi
interior. Me penetra con un dedo y gimo, pero no es suficiente. Quiero más.
Él mueve un poco el dedo dentro de mí y luego lo saca. Acaricia mi clítoris trazando
círculos rápidos, lubricándolo con los fluidos que ha sacado de mi interior. Aunque sus
caricias me hacen temblar, yo todavía anhelo algo más… Eso que presiona provocador
mis nalgas.
Trato de decírselo, pero no me salen las palabras. Sus dedos en mi clítoris no me dejan
pensar y los leves gemidos que escapan de mis labios no me permiten hablar.
Entonces para. Noto sus dedos húmedos rozar mi vientre mientras salen de debajo de
mí, dejando un reguero de mis fluidos sobre mi piel. Se separa de mí y le escucho
caminar a mis espaldas. Me siento de rodillas en la cama mientras él rebusca en los
bolsillos de su chaqueta.
Impulsada por el deseo, gateo por la cama para acercarme más al él. Me siento a la orilla,
esperando que se gire. Vuelve la cabeza y me contempla un instante sin ocultar su
mirada lasciva, luego sigue rebuscando.
Ahora que me doy cuenta, apenas me he fijado en su cuerpo. Aprovecho este instante
de descanso, este momento en el que está desnudo y distraído, para observarle. Se nota
que está fuerte, pero no lo suficiente para hacer frente a las consecuencias de la edad.
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Dejo el condón a mi lado sobre la cama. De momento no quiero látex de por medio.
Agarro su pene y lo lamo entero, sosteniéndolo hacia arriba, paso mi lengua de la base
hasta la punta.
Me entretengo comiéndole la polla un rato. Quizás como pago por lo que me ha hecho
antes, quizás simplemente porque me apetece.
Trazo círculos sobre su glande con mi lengua, lo lamo y después lamo todo su pene como
si fuera un helado. Introduzco la punta en mi boca mientras sacudo su polla despacio.
La agarro más firmemente y voy aumentando el ritmo de la paja mientras no paro de
juguetear con mi lengua por su glande. Con mi otra mano, que hasta entonces no estaba
haciendo nada, comienzo a acariciar sus huevos, grandes, pesados, y suaves. Me
pregunto si se los habrá depilado para mí. Pensar que quizás sí me pone más.
Sostengo su polla mirando al techo y me inclino para lamerme los huevos. Me meto uno
en la boca sin parar de acariciarlos con la mano y lo sorbo. Él gime, un gemido grave,
contenido. Sonrío, abro los ojos y nuestras miradas se encuentran. Yo, con la boca a la
altura de sus huevos, con mis labios todavía rozándolos, preparándome para sorber el
otro. Lo hago sin dejar de mirarle y él parpadea y desvía un segundo la mirada. Vuelvo a
subir hasta su polla, me la llevo a la boca y cierro los ojos de nuevo.
Comienzo a sacudir su polla más rápido, agarrándola fuerte, sin sacar la punta de mi
boca. Al mover pajearle, a veces me doy con la mano en los labios, pero no me importa.
Aprieto su glande con mis labios mientras dentro de mi boca muevo mi lengua a su
alrededor.
Escucho su respiración cada vez más acelerada y sigo chupándole la polla. El coño me
duele de la excitación, de verle tan cachondo, de escuchar sus gemidos, pero no detengo
la mamada. Suelto su polla y me la meto todo lo que puedo en la boca. En ese momento
él me coge de las muñecas.
Irene A.
***
Entro y cierro la puerta a mis espaldas. Apoyo las manos en el lavabo y me miro en el
espejo.
Mi pelo castaño, demasiado largo ya para mi gusto, cae a ambos lados de mi cara,
desparramándose sobre mis hombros. Mis ojos marrones, mis labios carnosos. Me
observo atentamente durante unos segundos. No tengo cara de haber hecho una
mamada hace escasos minutos. Solo mis mejillas me delatan. Están un poco sonrojadas.
Me inclino y me enjuago la boca un par de veces. Mientras me estoy secando los labios,
él llama a la puerta.
—¿Puedo pasar? —su voz me llega amortiguada desde el otro lado. Qué cordial es para
haberse corrido en mi boca.
—Sí, claro —respondo. Soy consciente de que estoy hablando muy poco, de que le debo
estar pareciendo la chica más sosa del mundo.
Él abre la puerta. No se ha vestido y eso me sorprende. Yo ya había asumido que nuestro
polvo se acababa aquí. Incluso en esos instantes frente al espejo, había dado por
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sentado que, cuando saliera del baño, él ya no estaría ahí, que se habría ido antes para
que no nos vieran marcharnos juntos del hotel. Todo muy peliculero.
Pasa a mi lado hacia la bañera sin añadir nada más. Me doy cuenta de que su pene
todavía está algo duro, se mueve cuando camina. Esa tontería siempre me ha hecho
gracia. Se me escapa una risilla y él se gira para mirarme.
—¿Qué te parece tan divertido? —la cara le cambia cuando sonríe. Ya no parece el típico
oficinista aburrido que queda con jovencitas para divertirse a través de un chat de
Internet. Parece que hay algo más dentro de él, además del aburrimiento y la lujuria que
he podido entrever.
—Nada —respondo y él se ríe.
¿Alguien más le hará reír así?, me pregunto. ¿Tendrá mujer, hijos, a los que dedicarles
sus sonrisas?
Aparto esas preguntas de mi mente. Ya tendré tiempo de pensar en ellas más adelante.
Me doy cuenta de que su pene ha comenzado a ponerse duro de nuevo mientras me
mira y mi excitación, que se había quedado dormida mientras me contemplaba en el
espejo, vuelve a despertar.
Él se da la vuelta sin decir nada. Se mete en la bañera y corre la cortina. Me hace gracia
ese gesto, como si buscara intimidad cuando ya le he comido la polla. Oigo como abre
el grifo de la ducha.
Camino hacia la bañera, siguiéndole. Me siento como un conejo acercándose demasiado
a la madriguera del lobo.
—¿Puedo? —aparto la cortina y entro sin esperar su respuesta.
***
Mis pechos están empapados cuando él los saca del sostén. Levanta la prenda y mis
tetas escapan por debajo, botando un poco al ser liberadas, pero él las vuelve a apresar.
Agarra cada uno de mis pechos con una mano y los aprieta.
Irene A.
El agua, un poco fría comparada con el agua hirviendo con la que me gusta ducharme a
mí, junto con sus caricias, hacen que mis pezones se pongan más duros y enrojezcan.
Paso mi mano por su pelo mientras le miro inclinarse y lamer mis pezones. Lame uno y
luego lo sorbe apretando mi otra teta con la mano. Le agarro más fuerte del pelo. Por
un segundo, me hace pensar en un niño pequeño mamando de los pechos de su madre,
pero cuando abre los ojos y me mira, dirigiéndose hacia mi otra teta, la imagen se borra
de mi mente.
Es un hombre hambriento. De mí.
Me observa mientras me muerde y le tiro levemente del pelo. Sus dientes estrujan un
poco más mi pezón, sin hacerme daño, y después lo rodea con sus labios y lo lame dentro
de su boca. Ondas de placer recorren mi cuerpo desde el pezón y descienden hacia mi
vagina.
Se me escapa un gemido y cierro los ojos.
El agua cae sobre mi cara cuando levanto la cabeza hacia el techo. La siento más fría
contra la piel ardiente de mis mejillas y mi cuello. Él continúa ocupándose de mis pechos.
Los aprieta, los masajea con los dedos y cuando no los tiene en la boca, besa y muerde
mi cuello. Le rodeo con mis brazos. Quiero sentir su piel contra la mía.
Entonces, su pene erecto roza mi vientre. Dudo que esté tan cachondo como yo. Él ya
se ha corrido, pero yo todavía me muero de ganas porque me la meta.
Y, sin embargo, su polla está muy, muy dura.
Él sube más mi sostén. Levanto las manos abriendo los ojos mientras lo pasa por mis
brazos, desnudándome a medias. Le veo lanzar el sostén por encima de la cortina. Cae
al otro lado con un sonoro chof. Tardará siglos en secarse, pienso absurdamente.
Él rodea mi cara con sus manos y me besa, un beso ansioso, insaciable, que me hace
cerrar los ojos de nuevo. Gimo mientras devora mis labios y los muerde. Sus manos se
deslizan por mi cuerpo, recorren mi cuello, se detienen en mis tetas. Aprieta mis pezones
duros, sensibles, y sigue descendiendo hasta agarrarme de la cintura.
Entonces para de besarme y me obliga a girarme. Me coloca contra la pared. Apoyo mis
manos en los azulejos. Están resbaladizos y helados en comparación con el calor que
desprende mi cuerpo.
Él se apoya contra mí. Mis pechos se aplastan contra la pared, su polla presiona contra
mi culo. Me siento atrapada y eso me excita.
Restriega su polla contra mis nalgas, provocándome más, pero yo apenas puedo hacer
nada.
Siento como aparta a un lado la tira de mi tanga y como mueve su polla, metiéndola
entre mis nalgas, hurgando entre mis piernas, buscando mi vagina. Alzo un poco el culo
y su pene se desliza dentro de mí. Ambos empujamos a la vez, yo hacía él, él contra mí,
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Chillo, sintiendo su pene en lo más profundo de mí, pero él sigue haciendo fuerza,
intentando introducirlo más y más hondo. Me duele. Siento que ha llegado al fondo de
mi vagina, que mi coño no da más de sí, pero él sigue empujando durante unos segundos
más. Después la saca completamente. Siento mi vagina vacía, dilatada. Me sorprende
que, a pesar del dolor, estoy deseando más. Le quiero dentro otra vez.
Me rodea con un brazo por la cintura y me separa de la pared. Damos un paso atrás,
coloca una mano en mi espalda y me obliga a que me incline. Apoyo mis manos más
abajo en la pared. Esta nueva zona está helada. El agua de la ducha cae sobre mi espalda,
refrescante.
Su mano desciende por mi cuerpo hasta mi entrepierna, como antes en la cama.
Comienza a jugar con mi clítoris. Lo presiona con los dedos, lo acaricia con rapidez. Las
piernas empiezan a temblarme, pero él me sostiene con su brazo cruzando mi estómago
y agarrando una de mis tetas firmemente.
Vuelve a penetrarme despacio, pero metiéndola toda de golpe, y empieza a moverse
con brío sin parar de acariciar mi clítoris. Pronto, sus jadeos hacen compañía a mis
gemidos. Gruñe de vez en cuando, follándome con fuerza, apretando mi teta.
Entre sus caricias y sus embestidas, un orgasmo se aproxima de manera imparable. Mis
gemidos se convierten en súplicas. Quiero más, más duro, más profundo. Se lo digo. Le
grito que no pare.
Estruja una de mis tetas mientras con la otra mano sigue frotando mi clítoris con
intensidad. Le gusta que grite, lo sé, lo noto, y grito más. Ni siquiera sé lo que digo.
Irene A.
Al final, sus caricias me llevan a un orgasmo. Chillo cuando me corro. Los músculos de
mis piernas tiemblan sin que yo lo pueda evitar. Él sigue follándome, mi vagina se
estremece alrededor de su polla. Apoya sus manos encima de las mías sobre la pared,
nuestros dedos se entrelazan, y me embiste hasta el fondo un par de veces antes de
correrse dentro de mí.
Apoyo la frente en los fríos azulejos, todavía estremeciéndome. Siento el calor de su piel
en mi espalda, su polla salir de mí goteando entre mis piernas.
El orgasmo ha sido increíble. Me vuelvo a erguir mientras él me abraza por la espalda,
sujetándome.
Nos quedamos así un instante.
—¿Qué tal? —me susurra al oído. Su voz suena casi serena. Casi. Aún noto su respiración
un poco acelerada. Y no es para menos. Se ha corrido dos veces en unos minutos. No
está nada mal.
—Genial —me giro para mirarle. El pelo le cae apelmazado sobre la frente.
Las piernas todavía me tiemblan un poco. Él me sostiene cuando paso a su lado.
Salgo de la bañera y me quito el tanga. Lo dejo en el lavabo y vuelvo a meterme en la
ducha. Él ya tiene una de esas esponjas del hotel en la mano. Le paso el pequeño bote
de gel con el logo del hotel.
—Entonces, ¿es la primera vez que quedas con alguien por internet para esto? —me
pregunta mientras me acerco a él para meterme bajo el agua. Estoy empapada y me
estaba quedando helada.
—Sí, ¿tanto se nota? —sonrío, sintiéndome más cómoda con él. Ya no me intimida como
cuando le vi por primera vez. Ha saciado su hambre de momento. Y yo también.
Él se encoje de hombros con una sonrisa y hace un gesto para que me gire. Pasa la
esponja por mi espalda, por entre mis nalgas y de vuelta a la espalda. Los músculos de
mi cuerpo se van relajando.
—¿Y qué tal como primera experiencia? —pregunta un momento más tarde.
—Intensa —me río y me doy la vuelta. —La verdad es que siempre había fantaseado con
hacer algo así…— le confieso.
Le miro mientras desliza la esponja por mi cuerpo.
—Es un poco peligrosos quedar con gente que no conoces —respuesta de padre.
Lava mis hombros, donde tengo varias marcas rojas de sus mordiscos. Imagino que mi
cuello debe estar igual.
—Lo sé, pero quería probarlo al menos una vez. Además, no me he equivocado. No eres
un secuestrador.
Desnuda
Mientras conversamos, recuerdo lo nerviosa que estaba cuando le conocí, hace menos
de una hora.
Él me cuenta que esta es la octava vez que queda con alguien por Internet. Me aconseja
que tenga más cuidado.
Yo no hablo mucho. Disfruto del momento, de escucharle hablar, de conocer más a esa
persona a la que acabo de follarme, de esta intimidad distinta al sexo que hay ahora
entre nosotros.
En ningún momento se mencionan nombres. Él es Gato y yo soy Irene; pero sí hablamos
de nuestra vida fuera de esta habitación de hotel donde parece haberse detenido el
tiempo. Solo él y yo.
Él ya me está esperando en la puerta, al final del pasillo, donde le vi por primera vez.
Ahora sé más sobre él que cuando le conocí. Sé por qué le gusta quedar con jovencitas.
Sé que hace en su tiempo libre y a quién le dedica sus sonrisas.
—¿Vamos?
Echo un último vistazo a mi espalda para cerciorarme de que no se me olvida nada.
Entonces, me doy cuenta del condón abandonado sobre la cama. Ninguno de los dos
nos hemos acordado de él y no voy a ser yo la que vuelva a buscarlo.
—Sí —le sonrió y él me devuelve la sonrisa. Hace menos de una hora ha estado
follándome. Ahora, caminando a mi lado hacia el ascensor, parece un padre con su hija.
Él, vestido de traje y yo tan informal con mi camiseta de Batman y sin maquillaje.
Nos despedimos ya en la calle, frente al hotel. Respiro la colonia que se ha echado antes
de salir cuando se inclina para darme dos besos en las mejillas. Apenas hablamos.
El recuerdo de la fragancia con la que pretendía ocultar mi olor me acompaña todo el
camino de vuelta a casa.
Desnuda
Un aperitivo
Después de mi primera vez con Gato, pensaba que repetir la experiencia sería más
sencillo.
Me equivocaba.
No fue sencillo encontrar a otro hombre y cuando lo encontré, había un pequeño
problemilla.
Pasaron semanas desde el polvo con Gato, casi un mes, hasta que descubrí a
Hombredelsur.
En cuanto comenzamos a hablar, supe que era lo que buscaba. Me dio la sensación de
que podía ser de la edad de Gato, pero, como supondrás, eso no me importó lo más
mínimo.
Sin embargo, como dije antes, había un problema: yo no soy del sur.
Se lo dije.
Ya había asumido que tendría que buscar a otro. Sin embargo, y para mi sorpresa, me
dijo que él podría viajar a mi ciudad, pero tendría que esperar una semana.
Acepté.
Así que lo que te voy a contar hoy es solo un preámbulo, un aperitivo, un entrante para
ir abriendo el apetito… sexual.
La semana de espera se me estaba haciendo eterna y, dos días después de que
HombredelSur me dijera que tendría que esperarle, la impaciencia me pudo y caí en la
tentación de llamar a Víctor, un “amigo” de mi ciudad. Sí, lo pongo entre comillas porque
no somos amigos, ni siquiera follamigos, aunque a él le gusta considerarnos así.
Nos conocimos hace cinco años y, muy de vez en cuando, hablamos por Whatsapp.
Quedar ya no quedamos apenas, aunque vivimos a menos de 20 minutos andando.
Imagínate lo aburrida que debía de estar para que decidiera volver a ponerme en
contacto con él. Pero bueno, como vive solo no nos costó concertar un día para nuestra
“cita”.
Hoy.
Decido ir caminando tranquilamente hacia su casa. Paseo por mi ciudad con los
auriculares puestos. Escuchando música, ajena al tráfico que hay a mí alrededor y a la
gente que pasa a mi lado, pienso en Hombredelsur. ¿Cómo será? ¿Cuántos años tendrá?
Me recreo en el polvo con Gato para imaginar cómo será hacerlo con Hombredelsur. Sus
besos, el tacto de su pelo, sus dedos haciendo magia en mi entrepierna… Cuando llego
Irene A.
—Puedes coger lo que quieras de la cocina. ¡Pero tráeme algo a mí también! —me dice,
sin apartar los ojos de la pantalla del televisor. Sus palabras parecen más una orden que
un ofrecimiento. Menudo gilipollas, pienso. Pasaría de él, pero tengo la lengua como el
desierto del Sahara, el paseo me ha dejado sedienta, y mi cuerpo está deseando fiesta.
Opto por portarme bien.
Voy a la cocina, cojo dos cervezas con limón y agito la suya mientras regreso al salón.
Me tiro en el sofá a su lado y se la ofrezco. Ha debido suponer de alguna manera lo que
he hecho con la lata, porque la deja sobre la mesa y vuelve a centrarse en la televisión.
Está jugando al Fortnite, el nuevo shooter de moda.
—Esta es la última partida, tíos, que tengo visita —dice, hablando con sus amigos por
llamada.
Abro mi lata y le doy un trago a mi cerveza, arrepintiéndome de haber quedado con
semejante tipo, pero entonces se me ocurre una idea divertida.
Le quito un casco de la oreja y le susurro al oído:
—Podemos hacer algunas cositas mientras juegas, pero no les cuelgues.
Él sonríe y asiente.
—Tíos, cambio de planes. Me quedo por aquí.
No escucho la respuesta de sus amigos, pero Víctor se ríe como el idiota que es.
Desnuda
Le doy otro trago a mi cerveza mientras le miro jugar y hablar con sus amigos. Él está
demasiado concentrado para darse cuenta de que le observo.
No es malo jugando, creo. No estoy segura. A mi ese tipo de juegos me aburren. Recorro
su cuerpo con la mirada mientras le doy otro trago a mi cerveza. ¿Quizás ha engordado
desde la última vez que quedamos, hace casi un año?
Víctor no es lo que se suele decir un tipo muy atractivo, pero por suerte su físico no es
tan repulsivo como su personalidad. Tiene 25 años y el pelo rubio y rizado como el de
un niño pequeño. Ahora le ha dado por dejárselo largo y llevarlo atado en una coleta y
la verdad es que no le queda nada mal. Es de mi estatura, bajito para mi gusto, y algo
rechoncho. Tiene una barriga perenne, aunque va al gimnasio. Sin embargo, los rasgos
de su cara son atractivos. Esos ojos claros, esa naricilla bien proporcionada, esos labios
que dan los mejores besos que he saboreado en mi vida…
Le doy otro par de tragos a la cerveza mientras con la otra mano comienzo a acariciar su
entrepierna por encima de los pantalones cortos que lleva. Son muy finos y noto como
su polla se va poniendo dura contra mi mano. Incluso siento, a través de la tela, el calor
que emana de ella. Su polla es enorme, de las más grandes que he visto y eso, quieras
que no, me da mucho morbo. Aunque luego comértela sea una tortura y follártela, en
ocasiones, todavía más. Bueno, matizo: que te folle esa polla es una tortura
dolorosamente deliciosa.
—Oye, me abres la cerveza —dice. Al muy creído ni siquiera se le nota en la voz que esté
cachondo.
Abro su cerveza a regañadientes. Estaba a punto de sacarle la polla de los pantalones y
hacerle una paja mientras jugaba con sus amigos, maldita sea.
Un chorro de espumosa cerveza sale de la lata y moja un poco mi camiseta antes de que
consiga apartarme.
— ¡Eh, cuidado con el sofá! —se queja, sin hacer nada. Y tengo ganas de darle un
puñetazo. Estaba tan concentrada en su polla que olvidé lo que había agitado la lata en
la cocina.
—Joder —gruño, levantándome del sofá y dejando la lata goteante sobre la mesa.
—El karma —me responde él, burlón.
Me giro y le doy un puñetazo rápido, pero flojillo, en la entrepierna. Tampoco quiero
destrozarle los huevos, solo darle un susto.
—¡Eh! —grita, mirándome enfadado, el mando de la Play a punto de caerse le de las
manos. Le he hecho el daño justo para molestarle.
—El karma —le digo, quitándome la camiseta mojada. Luego olerá a cerveza, ¡puaj!
Por fin logro que Víctor me preste atención.
Irene A.
Comienzo a masajearlo despacio pensando que por suerte no crecerá mucho más. Paso
la punta de mi lengua por la punta de su polla, rodeándola una y otra vez. Luego la lamo.
Me encanta chupar el glande. Lo hago durante un rato, trazando círculos, pasado toda
mi lengua por él, mientras con una mano pajeo su polla.
Él sigue jugando sin inmutarse apenas.
Me lo tomo como un reto. Obligarle a parar y que me preste atención solo a mí.
Me meto la punta de su polla en la boca y la aprieto un poco con mis labios durante un
instante. La saco y me la vuelvo a meter, esta vez un poco más adentro. Repito la
operación metiéndola más y más en mi boca. No tardan en darme arcadas cuando la
meto demasiado. No alcanzo ni la mitad de su polla sin ahogarme.
Luego, sin que yo lo espere, me da un azote que resuena por todo el salón. Pica, duele,
seguro que me deja una marca roja por un tiempo.
—Eso por lo de antes.
Manosea mi otra nalga y está a punto de darme otro fuerte azote cuando me aparto a
un lado. Su mano pasa a milímetros de mi muslo.
—Estate quietecito —le ordeno y me siento de espaldas sobre sus piernas.
Paso una mano entre mis muslos para agarrar su polla. La dirijo hacia mi coño mientras
me acomodo sobre él. Paso su glande por entre los labios de mi vagina y me penetro
lentamente, apoyando mis manos en sus piernas para sujetarme. Desciendo sobre su
polla lentamente, me levanto y vuelvo a bajar. Mi coño va humedeciendo su pene, pero
aun así me duele. Siento como me dilata, como me abre. Me la meto demasiado y me
duele el vientre, pero sigo follándome. Me muevo más rápido, empalándome con su
polla, demasiado grande para poder sentarme del todo sobre ella. Se me escapan varios
gemidos.
Él agarra una de mis tetas y me aprieta un pezón hasta hacerme daño, advirtiéndome.
No quiere que nos oigan sus amigos y a mí me da igual lo que él quiera. Sigo gimiendo
cada vez que me ensarto su polla y él me da un bofetón en la teta. ¡Como si estuviera
gimiendo tan alto como para que nos oyeran por el micrófono de sus auriculares!
Molesta, agarro sus huevos. Muevo los dedos, masajeándolos y luego los aprieto fuerte
mientras me follo.
Me termino la cerveza y me visto. Ya nos volveremos a ver algún día, si eso, le digo a
modo de despedida. Él solo gruñe en respuesta.
Camino de vuelta a casa más ligera, como en una nube, después de los dos orgasmos. O
quizá es que se me han quedado las piernas débiles después del esfuerzo de correrme
dos veces seguidas. Me da igual. Falta poco para que vea a Hombredelsur. ¿Qué tendrá
para mí?
Desnuda
El segundo desconocido
Odio esperar.
Cuando quedé con Gato le esperé en el hotel dejándome llevar por un romanticismo
peliculero. Llegué media hora antes de lo que acordamos para prepararme. Me metí
muy bien en el papel de la joven amante que esperaba a su hombre en el hotel. Aunque
fue muy morboso llegar pronto y tratar de imaginar lo que haríamos, también me puso
demasiado nerviosa.
Cinco de la tarde y a su autobús todavía le quedan 5 minutos. ¿Es que no puede darse
prisita?
Me siento en una de las muchas sillas que hay frente a la pantalla, donde no dejan de
pasar ciudades y números hasta que reaparece la suya.
Dos minutos.
Venga, coño. He estado esperando una semana, eso no es nada para mí.
Pero se me hacen eternos…
Cuanto menos queda, más lento me parece que pasa el tiempo.
Los nervios de antes no son nada comparados con los que provoca ese mensaje. Creo
que mi corazón para de latir un instante.
Irene A.
Soy una chica tímida y conocer a alguien nuevo siempre me genera un poco de ansiedad
(y excitación, si me lo voy a follar).
Esto de quedar con desconocidos va totalmente en contra de mi naturaleza, pero es mi
cuerpo el que lo pide.
Tratar de imaginar cómo será esa persona mientras chateamos, como será su voz, su
cuerpo, como follará, solo es el calentamiento. La espera, con los nervios y la tensión,
hace que se me dispare la imaginación y la excitación. Y luego, finalmente, conocerle.
Esa es la mejor parte. Liberar por fin todo ese deseo acumulado en la representación
real, y muchas veces sorprendente, de la que he estado fantaseando.
Pienso en ello, en cómo follaremos, deleitándome con lo que está por venir mientras
camino hacia la puerta por la que se supone que saldrá Hombredelsur.
No sé cómo le voy a reconocer. Solo yo le he dicho como voy vestida, él solo me dijo que
me buscaría.
Me tiembla una rodilla y me cruzo de piernas. Cruzó también los brazos bajo mis pechos.
¿Qué pensará cuando me vea?
No voy muy arreglada, simplemente llevo ropa cómoda: una camiseta blanca, ancha,
remetida en unos pantalones cortos para que remarque mi cintura. ¿Zapatillas? Mis
Converse de siempre. Outfit perfecto para dar una vuelta por ahí en verano con los
amigos, no con un hombre que te saca más de 20 años y que piensas follarte tarde o
temprano.
De repente, siento que alguien me observa. Alzo la mirada de mis delgadas piernas y mis
ojos se encuentran con los de un hombre de unos 25 años que arrastra una maleta en
mi dirección. Lleva unos pantalones piratas marrones y una camisa hawaiana de manga
corta. Su pelo negro, más largo que el mío y rizado, está atado en una coleta, que se
balancea de forma graciosa cada vez que da un paso.
¿Es él mi Hombredelsur? ¿Tan joven? ¿Me habré equivocado en todas mis suposiciones?
—Disculpa, ¿sabes cómo puedo llegar aquí? —Se saca un mapa arrugado del bolsillo y
me lo muestra.
Mierda, no puede ser. No es él.
Sonrío mecánicamente y le doy las indicaciones señalando en el mapa los trasbordos de
Metro que tiene que hacer. Me da las gracias y se marcha. Le miro distraída y pienso
que tiene un culo muy sexy.
Suspiro, ya más relajada y voy a sacar el móvil del bolsillo trasero de mi pantalón para
comprobar el Whatsapp cuando una voz a mis espaldas me hace dar un respingo.
—¿Eres Irene?
Desnuda
Me giro rápidamente para verme reflejada en unas gafas negras de sol. La verdad es que
estoy muy mona con el pelo suelto, la camiseta ancha que apenas deja entrever los dos
montículos de mis pechos, y los pantalones cortos.
—Sí —respondo.
Él se quita las gafas y puedo ver unos ojos tan oscuros como las gafas que los cubrían.
Sus labios se curvan en una sonrisa entre su espesa barba negra y se inclina para darme
un beso en cada mejilla. Le rodeo levemente con mis brazos mientras lo hace, aspirando
el fuerte olor de su colonia. Huele muy bien, una fragancia fresca y excitante.
Nos separamos y yo hago un gesto hacia la salida de la estación.
—Por allí. Vamos primero al hotel, ¿no?
Él asiente y se vuelve a colocar las gafas de sol.
—¿Qué tal el viaje en bus? —le pregunto, antes de que él pueda decir nada.
Conversación de besugos hasta el hotel que aprovechamos para observarnos de reojo
el uno al otro. Lleva una fina chaqueta sobre un polo y unos vaqueros. Su cuerpo es
delgado y alto. Me saca más de una cabeza, lo que ya le hace sumar puntos en mi ranking
mental de tíos follables.
Mientras hablamos me doy cuenta de que solo lleva una mochila al hombro. Supongo
que se quedará solo un día. Lástima, me está cayendo bien y aun no me lo he follado.
Llegamos al hotel y nos dirigimos hacia el ascensor. La recepcionista apenas nos presta
atención. Los nervios se han disipado un poco durante el paseo y, cuando subimos al
ascensor y las puertas se cierran, me acerco un poco más cerca de él. Vuelvo a aspirar
su colonia, fresca, excitante.
Él se cuelga las gafas del cuello del polo y me mira. Los ojos se me escapan hacia sus
labios, enmarcados por esa barba negra, abundante y bien cuidada. Se inclina para
besarme despacio, como calibrado si yo estoy dispuesta a ello. Y claro que lo estoy, lo
estaba esperando con ganas. Sus labios se posan sobre los míos, que los reciben
entreabiertos, con ansia.
He estado deseando que llegue este momento desde que salimos de la estación. Estaba
deseando probar los labios de mi nuevo desconocido.
Me dejo llevar antes de que el ascensor llegue a nuestro piso. Me pongo de puntillas,
apoyo mi mano en su nuca y le beso intensamente un instante, lo suficiente para
dejarnos sin aliento a los dos y a mí con las mejillas arreboladas.
Nos separamos.
Me apoyo en la pared del ascensor. Miro los botones encenderse.
Irene A.
No sé porque ahora me parece más alto que cuando le conocí en la estación. O quizá no
es eso. No es que haya pegado un estirón desde que entró la habitación, sino que ahora,
caliente por mi beso, impone. La barba ocultando la mitad de su cara, sus ojos negros
clavados en mí esperando una respuesta… Exigiendo una respuesta.
Su mirada me intimida.
Y me quedo en blanco.
Me giro para volver a llenar el vaso, dándole la espalda, mientras intento volver a ser la
chica que le comió la boca en el ascensor.
—Lo soy, pero es que ha sido una semana muy larga —digo, girándome para volver a
mirarle.
Coloca su chaqueta sobre el respaldo del sofá y se sienta.
—Ah, ¿sí?
Sus palabras dejan un silencio incómodo que me toca a mí romper.
—Sí, ¿por qué no? —responde, rascándose la barba. Sus ojos me escrutan, calculadores,
y eso no ayuda a que me calme. ¿Cómo no me he dado cuenta en la calle de lo mucho
que intimida su mirada?
Llevo los dos vasos llenos hasta el sofá rezando porque no note el temblor de mis manos
y me siento a su lado. Los vasos tintinean sobre la mesa de metal.
Se inclina hacia adelante un poco. Pienso que va a poner su mano sobre mi muslo, pero
simplemente iba a coger el vaso de la mesa. Llevándoselo a los labios me hace la gran
pregunta:
—¿Es tu primera vez?
¿Cuándo dejará de notárseme tanto que estoy nerviosa?
—No, solo la segunda.
Lentamente, sin dejar de mirarme, coloca el brazo alrededor de mí sobre el respaldo del
sofá, como haría un adolescente con su novia en el cine. Se gira hacia mí, doblando una
pierna sobre el sofá con el tobillo bajo la otra. La pose sería más juvenil si el vaso, en vez
de agua, estuviera lleno de ron con Coca Cola. Y qué bien me vendría ahora un traguito.
Su chaqueta resbala del respaldo y cae al suelo, rompiendo el silencio entre nosotros.
—¿Y cómo fue esa primera experiencia? Si estás aquí, imagino que te gustó.
Observo su cara. ¿No será uno de esos tíos a los que les mola que les cuentes los polvos
que echas?
Sus ojos negros me dicen que no, que es su táctica para que me relaje.
—Fue una fantasía cumplida, la verdad —aparto un segundo la mirada, pero mis ojos se
vuelven a sentir atraídos por los suyos.
Inclina la cabeza a un lado.
—¿Alguna otra fantasía por cumplir?
Me acaricia el cuello suavemente, deslizando la yema de los dedos por mi piel. Unos
escalofríos recorren mi espalda. Me inclino buscando su boca. Como en el ascensor, me
dejo de llevar por mis instintos y las ganas.
Irene A.
Es ahora él el que me agarra de la nuca mientras nos besamos. Me tiene bien sujeta y
sé no me dejará escapar. Y ahora no pretendo huir.
Coloco mis brazos sobre sus hombros y me subo a ahorcajadas sobre él. Meto la punta
de mi lengua entre sus labios, juguetonamente. Él aprieta un poco mi cuello en
respuesta. Y me doy cuenta de que eso me gusta.
Me olvido de todo excepto de como devora mis labios y de la erección que le crece entre
mis piernas. Comienzo a restregarme contra ella, moviendo las caderas hacia adelante
y hacia atrás.
Él muerde mi labio inferior, suelta mi nuca y me agarra de la cintura. Levanta un poco
las caderas como si pretendiera penetrarme a través de la ropa y me sujeta contra su
erección. La presión de los vaqueros me molesta. Me obliga a moverme, a restregarme
contra el bulto de sus pantalones. Sus besos ahogan un gemido. Solo frotarme hace que
ya este empapada.
Siento su aliento contra mis labios cuando deja de besarme. Me inclino hacia él
buscando su boca de nuevo, pero algo me detiene. Él levanta mi camiseta y me tapa la
cara con ella.
Mis tetas parecen solo un pequeño aperitivo, insuficientes. Sus labios rodean mi pezón.
Lo lame, lo sorbe, lo muerde y tira de él antes de ir a por el otro.
La entrepierna me palpita de excitación. Le miro lamer mis pezones, duros y rojos
después de sus mordiscos. Aprieta uno entre sus dedos y luego tira de él. Gimo, con la
cabeza hacia atrás. Siento sus labios sobre mi piel cuando besa mi cuello. Sube para
encontrarse con mi boca. Solo besa mi labio inferior. Un beso breve, insuficiente.
Abro los ojos y me encuentro con su mirada, con esos ojos negros que me intimidan.
Soy consciente por primera vez de la fiereza con la que me observa. Me asusta. Me doy
cuenta de que estoy a su merced, de que puede hacerme lo que quiera. Me da miedo
no saber qué puede hacer conmigo, el dolor…
Tumbada a su lado, me llevo de manera instintiva los brazos al pecho, las manos bajo la
barbilla. Me encojo, pero él se pone de rodillas en el sofá, me agarra de los tobillos y me
obliga a estirar las piernas.
Se coloca sobre mí y me agarra de las muñecas, su cara frente a la mía. No tengo ningún
otro lado al que mirar más que a su rostro, al brillo salvaje de sus ojos.
El gesto con el que me mira enciende algo en lo más profundo de mí ser. Sigue siendo
intimidante, sigue pareciendo feroz, pero ya no parece que quiera hacerme daño. O al
menos no sin mi consentimiento. Aunque sus manos sujetan mis muñecas, no lo hacen
con fuerza. Podría soltarme yo misma si quisiera.
Cierro los ojos un instante y al volver a abrirlos y encontrarme con sus ojos negros,
entiendo que podría marcharme ahora mismo si quisiera.
—¿Tienes miedo?
—No.
Sus manos se cierran con más fuerza alrededor de mis muñecas. Coloca mis brazos sobre
el sofá a ambos lados de mi cara y, sin soltarme, me besa.
Sentir de nuevo sus labios contra los míos, su barba cosquilleando mi piel, me hace
estremecer. El escalofrío recorre mi espalda. Se me pone la piel y los pezones duros.
Mientras, su lengua busca la mía, sus manos aprietan mis muñecas.
La tela de su polo roza mi vientre cuando se inclina para besar mi cuello. Me gusta que
no me aplaste, que esté solo sobre mí, sujetándome, inmovilizándome.
Sus dientes se clavan en mi cuello. Me muerde con fuerza, arrancándome un gemido
mezcla de placer y dolor. Luego besa mi piel sensible. Pasa la lengua por mi piel dolorida.
No necesito un espejo para saber que tengo el cuello rojo… Y que después me dolerá,
recordándome lo que hemos hecho hoy.
Suelta mis manos y acaricia con ternura mi cuello. Baja hasta mis pechos, los masajes
con ambas manos. Juega con mis pezones un ratito demasiado breve y comienza a
desabrochar mis pantalones.
Vuelvo a doblar los brazos sobre mis pechos. Él pasa un dedo juguetón entre mis tetas.
Recorre mi canalillo hacia mi cuello, remonta mi barbilla. Lamo su dedo cuando acaricia
mis labios, lo chupo cuando lo mete en mi boca.
Luego me desnuda, quitándome las bragas y los pantalones al mismo tiempo,
deslizándolos por mis piernas sin quitarme las zapatillas.
Bajo su mirada, mis tetas se mueven arriba y abajo con mi acelerada respiración. Sus
ojos recorren mi cuerpo desnudo. Le miro inmóvil. Él, de rodillas entre mis piernas,
comienza a desabrocharse el pantalón. Mi mano derecha, traviesa, baja hacia mi
entrepierna.
Irene A.
Escucho bajar la cremallera de sus pantalones, pero no puedo apartar la vista de sus ojos
y empiezo a masturbarme. Se baja los pantalones lo justo para sacarse la polla. La miro
un instante. Está dura y es tremendamente apetecible. Me lamo el labio inferior,
regresando a sus ojos. Él confunde mi gesto, interpreta que quiero besarle, y se coloca
encima de mí.
Me da un beso breve y se separa un poco para mirarme. Tengo que refrenar el impulso
de rodearle con mis piernas.
Estoy empapada. Antes de empezar a tocarme ya estaba mojada, pero ahora estoy
chorreando.
Tiemblo al acariciar mi clítoris. Le miro a los ojos cachondísima. Me muerdo el labio de
nuevo, reprimiendo un gemido. Siempre cierro los ojos cuando me masturbo y esta vez
no puedo evitarlo. Los cierro, perdiéndome en una placentera oscuridad… De la que su
voz me saca.
Veo como mira mi coño, mientras me folla. Miro también ahí, a mis dedos trazando
círculos veloces sobre mi clítoris, los labios de mi vagina abiertos por su polla. Dura,
gorda, venosa, sale y entra en mí y noto como me dilata, como me abre, y agradezco
que me folle lento.
Cierro los ojos. Comienzo a perderme en mis caricias y en el placer que me produce
como me folla. Los muslos ya me tiemblan. Siento mis fluidos deslizarse entre mis
nalgas. Y sus manos masajeándolas solo aumentan mi placer.
—Me voy a correr —gimo. Coloco mi mano libre sobre la suya y luego le agarro de la
muñeca aferrándome a él para que no se aleje— Más, más… —aunque sé que no
necesita que se lo pida, no me puedo controlar. Un placer delirante recorre mi cuerpo.
Me folla más fuerte. Clavo mis uñas en su muñeca. Espasmos recorren mis muslos, mis
nalgas. Siento como sus dedos se clavan en ellas, atrayéndome hacia él. Me penetra
hasta el fondo. Un torrente de gemidos escapa de mis labios. Siento palpitar mi clítoris
bajo mis dedos. Me corro, temblando, poseída por un placer incontrolable. Parece que
el corazón se me va a salir del pecho. ¿Son estos los segundos más intensos de mi vida?
Paro de masturbarme. Aflojo mi mano alrededor de su muñeca, con la respiración
acelerada. Dejo caer las dos sobre el sofá, laxas, y abro los ojos… Para darme cuenta de
que él no ha terminado.
Deposita mi culo en el sofá y apoya sus manos a cada lado de mi cara. Me molesta un
poco que su polla aún esté dentro de mí. Siento la vagina muy sensible después del
orgasmo. Me muevo para intentar que salga, pero él presiona con su cintura lo suficiente
para que no la pueda sacar y apenas me pueda mover.
Besa mis labios y comienza a follarme otra vez, pero fuerte. Le rodeo con mis piernas,
su cintura golpeado contra mi cuerpo, haciendo un ruido obsceno al penetrarme. Quiero
que termine y al mismo tiempo que no pare. Yo ya me he corrido, pero mi vagina parece
que quiere más. No tardo en empezar a gemir. Él agarra una de mis piernas y la apoya
contra su hombro y me folla más fuerte. Su polla me penetra profundamente. Grito y
me tapa la boca con una mano. Le miro a los ojos, gimiendo bajo sus dedos, suplicándole
más.
Me folla con el ceño fruncido y ese gesto fiero que tanto me intimida. Le devuelvo la
mirada sonrojada por el orgasmo y a punto de alcanzar otro.
Dejo caer mi pierna a un lado, hasta el suelo. La uso como punto de apoyo para alzarme.
Su polla, todavía un poco dura, sale de interior cuando me recuesto.
Si esto no fuera un hotel, ahora me quedaría tumbada con él en el sofá. Como con Gato.
Un ratito de descanso.
Pero este no es mi sofá y, aunque lo fuera, no me gustaría mancharlo con su corrida.
—Voy al baño un momento —aunque me cuesta un poco andar, las rodillas todavía me
tiemblan de los orgasmos, consigo escabullirme hasta el baño.
Salgo unos minutos después, ya aseada y criticándome a mí misma ser tan despistada.
Me muestra su muñeca. Las huellas de mis uñas, medias lunas grabadas en su piel.
—Lo siento… —un calorcillo inunda mis orejas. Me sonrojo.
Hombredelsur no me deja añadir nada más. Me besa como al principio, acariciando mi
nuca con los dedos. No hablamos mucho más. Él pone la tele, y yo me quedo dormida
sobre su hombro.
Cuando me despierta ya ha atardeciendo. Nos marchamos de vuelta a la estación, su
tren a punto de partir.
Desnuda
Para ti
Irene A. es solo el pseudónimo que uso para escribir.
Como mi alter ego, tengo 22 años, me considero bastante tímida y, si me lo permites, también
un poco pervertida.
Me gusta escribir desde que aprendí a empuñar un lápiz. Los relatos eróticos son para mí una
terapia, una forma de plasmar en palabras mis deseos; pero también me sirven para no olvidar
algunas experiencias, para recordar de dónde vengo y lo que estoy aprendiendo.
Por último, estos relatos, y los que están por venir, son un regalo. De mí, para ti.