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MÓDULO I

Conceptos fundamentales de clínica psicoanalítica


Docente: Luciano Lutereau
Clase 2
Interpretación

¿Cuál es el lugar de la interpretación? Comencemos con esta pregunta que titula un


célebre capítulo del escrito de Lacan “La dirección de la cura y los principios de su poder”
(1958). ¿Qué sentido darle? En una primera instancia, la inercia del espíritu crítico de la obra
en cuestión nos lleva a la suposición de que se trata de un planteamiento acerca del “lugar”
que la interpretación tenía en la comunidad analítica en la época de su publicación. No es
una lectura imposible. No obstante, cabría insistir en la pregunta y explorar otra pendiente
posible de la misma, que nos lleva a interrogar acerca del lugar –dónde actúa– la interpre-
tación en su vertiente clínica: ¿sobre qué superficie realiza el analista su acto interpretati-
vo?
Entonces, para responder a esta pregunta específica, cabe afirmar que la interpreta-
ción tiene un lugar cuyo soporte es lo que Lacan llama “nuestra doctrina significante”,1 que
subordina al sujeto a la función significante –como sujeto del significante– y, por lo tanto,
sobornado por él; es decir, que es en el territorio fundado por el discurso pronunciado por el
analizante –en sus puntos de fractura, tal como Freud nos enseñó a reconocer el punto de
emergencia de las formaciones del inconsciente–, sometido a la regla fundamental, que el
analista encuentra la superficie donde se asienta el acto interpretativo. Sólo a partir del des-
pliegue de dicha superficie puede ubicarse el soborno del sujeto por el significante.
Este “soborno” fue esclarecido por Lacan en “Posición del inconsciente” (1964), al
afirmar lo siguiente:

“Toda vez que el deseo hace su lecho del corte significante en el que se efectúa la
metonimia, la diacronía… retorna a la especie de fijeza que Freud discierne en el an-
helo inconsciente. Este soborno […] proyecta la topología del sujeto en el instante del
fantasma […] lo que es por no ser otra cosa que el deseo del Otro.”2

La interpretación, entonces, ubica el punto fantasmático en que el sujeto se encuen-


tra detenido.
Asimismo, de acuerdo con Lacan, en “La dirección de la cura…”, podría decirse que la
interpretación es un decir esclarecedor, que su producción es de algo nuevo, y que a esta
novedad se la efectúa como una transmutación en el sujeto.3
Con estos elementos, podemos explicitar una definición “estricta” de la noción de
interpretación:

1 Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2002, p. 574.
2 Lacan, J. (1964) “Posición del inconsciente” en Escritos 2, op. cit., p. 823.
3 Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p. 574.
“La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes, debe
introducir en la sincronía de los significantes que allí se componen algo que brusca-
mente haga posible su traducción –precisamente lo que permite la función del Otro
en la ocultación del código, ya que es a propósito de él como aparece su elemento
faltante.”4

De este modo, traducción por introducción brusca de un elemento faltante, la inter-


pretación opera en la sincronía significante para transmutar la repetición diacrónica en la
topología fantasmática del sujeto. La interpretación debe producir algo nuevo a partir de
alcanzar el goce fantasmático que captura al sujeto. Dicho de otro modo, la interpretación
debe operar en la efectuación metonímica del deseo (como insatisfecho o imposible) en el
fantasma. Ahora bien, esta afirmación nos conduce al cuestionamiento acerca del modo en
que este decir del dispositivo analítico puede lograr efecto semejante.
Con el propósito de dar cuenta de este aspecto específico de la interpretación, co-
mentaremos un breve recorte de un momento de un tratamiento, para ubicar la alteración
del goce fantasmático que produce la interpretación. En este caso en particular, dicho mo-
vimiento se realiza a través de la apertura hacia el equívoco – desde la determinación que
proponía una interpretación edípica, saldo de un tratamiento previo– de la cadena signifi-
cante. Retomaremos esta consideración en un apartado posterior, de acuerdo con la con-
cepción del sujeto propuesta por Lacan en el seminario 11. No obstante, antes de dar cuenta
de esta efectuación de la interpretación en un caso clínico, realizaremos un breve rodeo so-
bre una conocida sentencia lacaniana, referida al seminario 17, donde se sostiene que la
interpretación se encuentra entre la cita y el enigma. Esclarecer el sentido de esta afirma-
ción es de máxima importancia, no sólo porque permite salvar ciertos extravíos habituales
en el modo de entenderla, sino porque permite situar lo que llamaremos “dos condiciones”
de la interpretación analítica y aproximarnos, entonces, al modo en que la interpretación
posibilita la introducción de la novedad.
Asimismo, antes de las conclusiones, plantearemos un apartado dedicado a la cues-
tión de las relaciones entre interpretación y acting out, dada su importancia para la práctica
clínica en función de una coordenada singular: el tiempo de la interpretación.

Dos condiciones de la interpretación

En el tramo final de la clase del 17 de diciembre de 1969, en el seminario 17, Lacan


desarrolla una concepción singular de la interpretación, al ubicarla entre cita y enigma. Si
destacamos este carácter de “entre”, es porque consideramos que no se trata de ver en la
cita y el enigma dos modos de la interpretación, sino dos condiciones de la misma. De este

4 Ibid., p. 573.
modo, para dar cuenta de la estructura de la interpretación es preciso poder definir, en pri-
mer lugar, qué son la cita y el enigma, para que la definición inicial –de la interpretación– no
redunde en una mera duplicación del problema.
De acuerdo con Colette Soler (1984), la cita podría definirse como un saber patente,
que pone en suspenso la relación entre el decir y lo dicho a través de la enunciación:

“La cita […] es más bien un enunciado de saber afirmado, salvo que se refiere el
enunciado a un nombre de autor. La cita, al ser referida a un nombre de autor, intro-
duce la dimensión de la enunciación, una enunciación latente que hay que hacer sur-
gir.”5

En sentido estricto, la cita sanciona que algo fue dicho, indicando la posición y la su-
jeción de aquél que profirió el enunciado; por lo tanto, la cita devela un más allá de lo dicho,
a través del recurso a la enunciación, y esto es independiente de la materialidad del signifi-
cante. La cita, desde este punto de vista, es una función –que, a su vez, tiene una estructu-
ra– que puede prescindir de las aproximaciones descriptivas que la definan como un “recor-
te de los dichos”, “tomar las mismas palabras”, etc. Por ejemplo, podría considerarse como
un caso de cita, en el historial del Hombre de las ratas, aquel momento en que éste –luego
de comunicar que a los doce años había pensado en la muerte del padre como un modo de
granjearse el cariño de un niña–, revolviéndose contra la posibilidad de expresar un “deseo”
con dicha idea, Freud le objeta: “Si no era un deseo, ¿por qué la revuelta?”.6 La intervención
de Freud se dirige directamente a la enunciación y confronta al Hombre de las ratas con su
propio decir. De este modo, en la cita se trata de develar la verdad latente del enunciado
proferido. Asimismo, como una consideración lateral, puede advertirse cómo la interpreta-
ción es un soporte fundamental del cumplimiento de la regla fundamental. Dicho de
otro modo, la interpretación es un modo capital para que el analista sostenga el discurso
analizante.
Lo mismo podría decirse del enigma, aunque en otra dirección. Un enigma no es me-
ramente un acertijo, sino una verdad cuyo saber se encuentra elidido. Es el caso, por ejem-
plo, del enigma de la esfinge a Edipo. Pero también de los refranes (tan útiles, al igual que las
canciones, a la hora de intervenir como analistas). ¿Quién sabe lo que realmente quiere de-
cir que “a caballo regalado no se le miran los dientes”? Y, sin embargo, la frase no deja de
ser efectiva, sumamente verdadera. No por la indicación de la enunciación, dado que, a dife-
rencia de la cita, el enigma no tiene una estructura deíctica, sino porque indetermina el refe-
rente para que sea el hablante quien defina el sentido de ese decir –nuevamente, puede
verse cómo aquí también la interpretación es un sostén capital de la asociación libre–:

5 Soler, C. (1984) “Sobre la interpretación” en Acto e interpretación, Buenos Aires, Manantial, 1984, p.
18.
6 Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en Obras

completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu, 1988, p. 142.


“El enigma consiste en formular una enunciación, que no es de nadie, y que no co-
rresponde a ningún enunciado de saber. En otras palabras, el enigma es verdad sin
saber. O, sí así lo prefieren, es la verdad cuyo saber es latente o supuesto. Producir el
enunciado queda a cargo del oyente.”7

Un ejemplo de intervención enigmática, por parte de Freud, en el mismo historial del


Hombre de las ratas, puede entreverse a continuación de la secuencia anteriormente co-
mentada, cuando aquél, defendiéndose de la intervención freudiana, al decir que la revuelta
se debería a “sólo el contenido de la representación: que mi padre pueda morir”;8 en este
punto, la respuesta de Freud no se hace esperar: “Trata a ese texto como a uno de lesa ma-
jestad”.9 Con esta especie de refrán, Freud da a entender que se castiga lo mismo a aquel
que insulte al Emperador que a aquel que diga que castigará a quien insulte al Emperador.
Tanto en un caso como en el otro, importa el estatuto de acto del decir en análisis, más allá
de quien lo diga. En este caso, el efecto es de indeterminación de la consistencia de la posi-
ción discursiva del Hombre de las ratas, que no podía reconocerse como deseante en su de-
cir.
De este modo, en sentido estricto, cabría afirmar que ni la cita ni el enigma son mo-
dos de la interpretación (y mucho menos son lo que habitualmente creemos que son –la
cita, una mera repetición de las palabras del paciente; el enigma, una frase capciosa–), sino
que son condiciones del decir interpretativo. Condiciones necesarias, pero no suficientes.
Tenemos la idea de que las interpretaciones más interesantes son aquellas que producen
este doble efecto: indican la enunciación, e indeterminan el sentido. En ambos casos el decir
de la interpretación es un acto que sostiene el cumplimiento de la regla fundamental. En
relación con el primer aspecto, la interpretación confronta al paciente con su decir; en el
segundo aspecto, la interpretación concierne al ser hablante con su acto. Como un ejemplo
de una interpretación que cumple con las dos condiciones no hay más que pensar en aquel
momento, una vez más, del tratamiento del hombre de las ratas –en que a éste le gustaría
preguntar cómo es que la idea de la muerte del padre pudo acudirle intermitentemente a
lo largo de su vida– cuando Freud le responde: “Si alguien plantea una pregunta así, ya
tiene aprontada la respuesta. No hay más que dejarlo seguir hablando”.10

El caso Juana

Juana expresa entre sollozos que ha hecho muchos cambios en su vida. Tenía un em-

7 Soler, C. (1984) “Sobre la interpretación” en Acto e interpretación, op. cit., p. 18.


8 Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en Obras
completas, Vol. X, op. cit., p. 142.
9 Ibíd.
10 Ibíd, p. 144.
pleo y lo ha dejado para dedicarse a su vocación artística, pero se encuentra detenida. Su
“inseguridad” la lleva a no tomar decisiones y actuar en función de lo que quiere.
Juana comenta que realizó un tratamiento de una duración de cuatro años. En él ha
concluido que su madre la protegió demasiado y que nunca la estimuló para que emprendie-
ra nada. Ella siempre le presentó el mundo como algo peligroso. Según lo que ha trabajado
en su tratamiento eso se debe a la historia familiar que la precedió.
Antes de que naciera Juana, en esa familia un hermano nació con una enfermedad
hereditaria muy limitante y de mal pronóstico. Dicha enfermedad implicó que los padres de
Juana estuvieran constantemente al cuidado del niño. El niño no podía estar en contacto con
el mundo, sin que se pusiera en serio riesgo su vida. Este hermanito fallece tempranamente
y Juana viene al mundo después. Alentada por su terapeuta ha averiguado todo lo posible en
relación a este hermano: características de la enfermedad, tratamiento que recibió, la activi-
dad de sus padres en relación a los cuidados del niño. Ha llegado inclusive a solicitar la histo-
ria clínica de su hermano, la cual guarda en un cajón de su habitación.
Se concluye en ese tratamiento, entonces, que la protección excesiva de la madre
tiene como base la experiencia anterior con su hermano. Ella ha nacido después que él y, por
lo tanto, ha recibido una serie de cuidados extremos para que no corriera igual suerte. Expli-
ca eso también, según Juana, que se sienta por momentos culpable bajo la sentencia: “En
lugar de él viví yo”. “Estoy muy triste y ya no se qué hacer con eso. Me pongo a llorar todo el
tiempo”. En ese instante se rasca la cara y dice: “Ves, me rasco tanto que me lastimo, la en-
fermedad de mi hermano tenía que ver con la piel. Se le hacían lastimaduras al mínimo con-
tacto”.
Juana sostiene que ha finalizado ese tratamiento, entre otras razones, porque estaba
cansada, triste y que nada cambiaba. En este punto, el analista le dice que lo que ha conclui-
do es evidentemente fruto de un trabajo muy intenso con respecto a reconstruir las circuns-
tancias que la precedieron, pero que eso ha quedado de tal manera que pareciera explicar
todo lo que le sucede. Como si su historia estuviera escrita en aquella historia clínica que ha
guardado. “Me pregunto –dice el analista– si el detenimiento se justifica enteramente por
la historia que me ha relatado”. Unido a esta cuestión pregunta cuánto tiempo después del
fallecimiento del hermano nace ella. “Dos años”, dice Juana. Sorprendido, el analista excla-
ma, para referir su dicho a la enunciación: “¡¿Dos años?!”.
En la siguiente entrevista se presenta con otro semblante y manifiesta que se siente
más aliviada. Pensó que su detenimiento tiene otras aristas a pensar más allá de su her-
mano.
En cuanto a la prosecución de sus proyectos piensa que ella da muchas vueltas para
actuar y que se le va el tiempo. Le da algo de rebeldía hacer las cosas al tiempo que le exigen
los demás, “me da como pereza”.
El analista interviene con una afirmación que busca un efecto enigmático: “Si me
permitís, el rascarte se podría pensar bajo una nueva perspectiva a la luz de lo que dijiste
hoy”. Juana se ríe.
A partir esta entrevista se comienzan a trazar las coordenadas del detenimiento. Es
decir, se hace un recorrido por las circunstancias en las que “da vueltas”, “se rasca” antes de
salir de su casa.
Juana comienza a pensar que lo que le sucede se presenta más fuertemente cuando
sabe que en el lugar en el que va a participar “hay mucha gente”. Aparecen, entonces, en
ese público figuras críticas, otros que silenciosamente dicen, en el terreno de la suposición,
cosas que la degradan. “Las miradas me dan ganas de escaparme. Demasiado control por lo
que los demás piensen de mí. Como si me retaran”. Las suposiciones comienzan a ponerse
en causa la detención.
Recuerda el modo en que se desenvolvía en su grupo de amigas durante la adoles-
cencia. En él, expresa, se sentía disminuida y “poco lanzada”. Sobre todo cuando salían y
alternaban con muchachos.
“Cuando me gustaba un chico me costaba hacérselo notar, daba vueltas, me quedaba
en silencio”. En general se lo hacía notar a sus amigas, cuestión que repetidamente devenía
en que una de ellas se quedaba con el chico.
La detención en general se vincula con alguna dolencia física; de preferencia gástrica,
que la aíslan de sus actividades. A partir de algunas situaciones vivenciadas durante el tra-
tamiento, se construye un patrón para las dolencias.
Juana explica que, como compensación por permanecer en los espacios en donde “le
agarra cosa”, come “a los atracones”, por lo que tiene que retirarse unos días hasta que se
siente mejor.
En una ocasión, tras recibir elogios por su producción artística, le pasa “esa cosa” que
la incómoda, pero no entiende bien qué es. Al salir de la situación, se indigesta por comer de
más, cuestión que atribuye a esa circunstancia elogiosa, pero vinculada a distintas “causas”
que en rigor son rótulos sobre su ser. “Tengo dificultades para aceptar que me vaya bien.
Soy obsesiva. Soy culpógena. Soy histérica…”.
El analista sugiere que le faltan pocos diagnósticos para completar las opciones psi-
copatológicas conocidas. Juana se ríe y dice que no sabe cómo llamar a lo que le pasa, pero
que se lo quiere quitar de encima. El analista le dice que llamar lo que le agarra “la cosa” es
bastante más preciso que nombrarlo con una categoría diagnóstica.
Además, cabría pensar que, por las circunstancias en las que le agarra, “la cosa” pa-
reciera relacionarse con un momento en donde ella se muestra seductora.

El sujeto de la interpretación

A medida que Juana despliega su discurso llama la atención la consistencia de la serie


causal que explicaría su padecimiento de acuerdo con lo decantado en el tratamiento ante-
rior. El rol que se le da al lugar determinado para la paciente por la historia de esa familia.
¿Es este el objetivo de un análisis? ¿Buscamos en la historia a un sujeto plenamente deter-
minado por el lugar en que “éste ha sido esperado por el Otro”?
¿Nuestra acción es la de establecer esa constelación y confirmar su rol patógeno?
Nos preguntamos, ¿qué posibilidad existe de que se produzcan diferencias si el análisis se
dirige al reconocimiento de un saber sobre lo que ha determinado al sujeto? Porque a esto
se reduciría la interpretación si se sostiene la dirección de la cura en ese sentido.
Se trata de una posible concepción de la interpretación, atada a una concepción de la
Otra escena. Otra escena histórica presente en el discurso familiar que determinaría plena-
mente los destinos del sujeto. Pero, de acuerdo con lo dicho en el primer apartado del esta
clase, no sería este papel confirmador el que le toca a la interpretación. Ésta apunta a la al-
teración de las relaciones del sujeto con cierta posición fantasmática. La interpretación –al
menos en el comienzo de un tratamiento– apunta menos a ratificar un saber precedente,
que a producir la apertura del inconsciente que transmute el circuito de satisfacción ego-
sintónico. En el caso de Juana, en los párrafos posteriores a las intervenciones que inauguran
el dispositivo y ponen en marcha la asociación libre, puede notarse cómo va decantando una
posición histérica frente al deseo, consolidada entre la sustracción y seducción.
En el seminario 11 Lacan nos permite encontrar una llave que permitiría abrir un ca-
mino para la interpretación de acuerdo con este modo de conceptualizar el inconsciente
como apertura. Se trata de un modo ético de concebir al inconsciente, que se expresa en
forma pulsátil, asociado a un estatuto del sujeto desde la indeterminación:
“Si tienen en mientes esta estructura inicial, ello les impedirá entregarse a tal o cual
aspecto parcial en lo tocante al inconsciente –por ejemplo, que el inconsciente es el sujeto,
en tanto alienado en su historia, donde la sincopa del discurso se une con su deseo. Verán
que, con mas radicalidad, hay que situar el inconsciente en la dimensión de una sincronía –
en el plano de un ser en el plano del sujeto de la enunciación, en la medida en que según sus
frases, según los modos, este se pierde tanto como se vuelve a encontrar y que, en una in-
terjección, en un imperativo, en una evocación y aun en un desfallecimiento, siempre es él
quien le afirma a uno su enigma, y quien habla- en suma, en el plano donde todo lo que se
explaya en el inconsciente se difunde, tal el micelio, como dice Freud a propósito del sueño,
en torno a un punto central. Se trata siempre del sujeto en tanto que indeterminado.”11
Retomando los términos utilizados por Lacan en “La dirección de la cura….” pensa-
mos que si bien el analista advierte los significantes que regresan en la demanda (y en la
enunciación) –aquellos en los cuales está “sobornado”, dado que los ha tomado del
campo del Otro– va en dirección opuesta a avalar el soborno y constituir un saber que coa-
gule la posición subjetiva. La política del análisis, consideramos, justamente empuja al analis-
ta a conducir la interpretación en otro sentido. ¿En cuál? No se trata de la promoción de un
sujeto alienado a su historia, determinado plenamente, sino la de un sujeto indeterminado
y, por ende, capaz de opción. Lacan lo dice en estos términos en el seminario 11:

11 Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Buenos
Aires, Paidós, 1989, 34.
“El análisis no consiste en encontrar, en un caso, el rasgo diferencial de la teoría, y en
creer que se puede explicar con ello ‘por que su hija era muda’, pues de lo que se
trata es de hacerla hablar, y este efecto procede de un tipo de intervención que nada
tiene que ver con la referencia al rasgo diferencial.”12

Por su parte, Colette Soler sostiene que “la interpretación, en tanto apunta a soste-
ner el proceso del decir, no se satisface con ninguna elaboración de saber. Al contrario, in-
terviene por el equívoco cada vez que se presenta una estasis sobre una significación de sa-
ber”.13 Se trata justamente de un momento en el que, en el encuentro con el analista, el ana-
lizante trae una significación que se opone a la aparición de la novedad. En el caso de Juana
puede apreciarse cómo una “convicción de saber” tiene la particularidad de eternizar el su-
frimiento y no permitir opción en tanto genera un falso destino. El equívoco implica una res-
puesta que suspende la convicción y hace surgir el enigma. En su puesta en acto el analista
no lleva al sujeto a alcanzar el saber, sino que permite que se pueda establecer su falla y la
dimensión de separación que hay entre este y el sujeto.

Interpretación y acting out

En el marco de “La dirección de la cura…”, luego de la definición de la interpretación,


Lacan ubica un tipo privilegiado de la misma sobre el modelo de la rectificación subjetiva.
Dicha rectificación consistiría en “introducir al paciente a una primera ubicación de su posi-
ción en lo real”. En este punto, el caso freudiano retomado en la lectura del escrito es, nue-
vamente, el del Hombre de las ratas. He aquí la introducción del entendimiento en la cura: el
momento en que Freud le sugiere al joven delirante su participación en su delirio a partir de
introducirlo en la precipitada sospecha de su saber anticipado sobre la persona que hubiese
motivado la deuda, es decir, la empleada de la estafeta postal.
El Hombre de las ratas es un deudor, y su deuda resuena como una deuda de juego
(Spielratten), abriendo el retorno de su destino en la vía del padre y en la diplopía del obsesi-
vo en la vida amorosa (el conflicto alrededor de la elección de la amada y el matrimonio –
Heirratten–). Dicho de otro modo, esa primera posición en lo real del paciente consiste en la
extracción de un significante de la cadena (S1) para comandar el decurso de las asociaciones
fundando el campo de la transferencia. El despeje de ese significante privilegiado, significan-
te de la transferencia, es la representación del sujeto (valga la declinación: introducir al pa-
ciente para que advenga sujeto) en un significante que capitanea el retorno de los otros sig-
nificantes (S2) sobre los que luego, sistemáticamente, operará la interpretación. Al cuestio-
nar ese retorno, en las llamadas formaciones del inconsciente, se iría despejando correlati-

12Ibíd., p. 19.
13Soler, C. (1989) “Transferencia e interpretación en la neurosis” en Finales de análisis, Buenos Ai-
res, Manantial, 2004, pp. 70-71.
vamente el peso en lo real de ese significante primero, para promover su derrocamiento.
Curioso proceder el del psicoanálisis: no habría promoción de despeje sin una operación de
despeje inicial, siendo que el cierre del procedimiento coincide con su fórmula primera.
Hecha esta recensión inicial, acerca de la puesta en forma de la transferencia en el
comienzo de un tratamiento, nos interesa plantear una particular coyuntura que vincula
interpretación y acting out. Para ello, nos detendremos en un caso consideramos por Lacan
en diversas ocasiones: el Hombre de los sesos frescos. En “La dirección de la cura…” Lacan
resume el drama subjetivo en los siguientes términos:

“Se trata de un sujeto inhibido en su vida intelectual y especialmente inepto para lle-
gar a alguna publicación de sus investigaciones, esto en razón de un impulso de pla-
giar del cual parece no poder se dueño.”14

Entonces, se trata de un universitario, especialmente afecto a los libros, que comien-


za con Ernst Kris un segundo análisis, retomando el saldo que el primer intento de Melitta
Schmideberg había conseguido: vincular la inhibición con el robo de libros y golosinas en la
pubertad.
El procedimiento de Kris no apuntaría, esta vez, a un acceso directo o rápido al Ello
por medio de la interpretación –tal su modificación técnica–; en todo caso, se trataría, luego
de una descripción exploratoria de la superficie psíquica, de clarificar el mecanismo de de-
fensa implicado en la inhibición de la actividad.
“Estoy en peligro de plagiar” es la expresión que comanda la presentación sintomáti-
ca del paciente. Poco importa al analista que éste formule su peligro con un “tono paradóji-
co de satisfacción y excitación”, ya que para Kris se trata de demostrarle que “quiere serlo
para impedirse a sí mismo serlo de veras”, es decir, el paciente se escatimaría al im-
pulso por medio de un inhibición defensiva. El modelo de la superficie (peligro) y la profun-
didad (impulso del Ello) se articula en un gráfico concéntrico de fuerzas contrarias.
Y, sin embargo, Kris no desestima del todo ese tono paradójico: “al relatármelo me
llevó a indagar con todo detalle sobre el texto que temía plagiar”.15 Pero, ¿qué sentido pue-
de tener aquí esta indagación? No se trata de dilucidar cuál fue esa acción que Kris llamó su
“amplio escrutinio”,16 sino de atisbar el estatuto en que Kris formalizó el decir del paciente
sobre su plagio. Podría decirse que Kris dispone la oración a partir de su semántica proposi-
cional. Para Kris se trata de determinar si la proposición “Existe x, tal que x es P(lagiario)”
tiene valor de verdad V o F, tal su determinación semántica y significación:

“Una vez asegurada esta pista todo el problema del plagio se presentó bajo una nue-

14 Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p. 579.
15 Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica” en Revista de la
Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, No. 17, Buenos Aires, 1991, p. 141.
16 Ibíd., p. 148.
va luz. Sucedió que el eminente colega había tomado, en repetidas ocasiones, las
ideas del paciente…”17

Por eso, en función de esta consideración de la “realidad” en juego en el decir del


paciente, Lacan concluye que “Kris muy loablemente no se contenta con los decires del pa-
ciente”18, ya que parte del decir para dirigirse a la realidad, es decir, a la significación. Otra
cosa hubiese sido retornar desde el decir hacia el decir mismo. En este último caso la inter-
vención hubiese apuntado a producir un efecto de sentido (distinto del valor veritativo de la
significación en la realidad) que valiese como ubicación del sujeto en lo real, es decir, como
rectificación subjetiva.
A partir de los elementos anteriores puede ahora intentarse una lectura del acting
out de los sesos frescos. ¿Cuál es el acting out? ¿Ir a comer sesos frescos después de sesión?
¿Decir que se va comerlos? Si el acting out es una escena mostrativa dirigida al analista, con
valor correctivo, en la que el deseo que sostiene al sujeto se muestra como otra cosa, la res-
puesta es inequívoca: el acting out está en la “intuición repentina” por la que el paciente
informa de su conducta:

“En este punto de la interpretación estaba esperando la reacción del paciente […] es-
taba en silencio […]. Luego, como si informara de una intuición repentina, dijo: ‘Todos
los días al mediodía, cuando salgo de aquí, […] me paseo por la calle X […] y miro los
menús detrás de las vidrieras. Es en uno de esos restaurantes donde encuentro de
costumbre mi plato favorito: sesos frescos’.”19

Por un lado, podría pensarse que su motivación no puede ser sino una respuesta a la
intervención del analista extraviado de su posición por “borrar el deseo del mapa”. Y sería
algo cierto, dado que Kris interpreta edípicamente la inhibición del paciente ubicando, como
factor determinante, la identificación con su padre. Este último, a diferencia de su abuelo,
no había dejado huella en su campo profesional. Pero no es la interpretación edípica la que
tiene como respuesta el acting out. Luego de esta confrontación, surge nuevamente el pro-
blema del plagio; esta vez en relación a su colega. En este punto, cabe recordar que alguna
vez Lacan dijera que la interpretación de Kris no puede ser calificada como menos que “jus-
ta”.20 Decirle al paciente que “sólo eran interesantes las ideas de los demás, sólo las ideas
que uno pudiera tomar de los otros”, interpretar su atracción por esas ideas, alcanzar al su-
jeto en su relación al Otro, al saber supuesto al Otro sobre esas atractivas ideas (S 2) no es
menos que concernirlo en su enunciación. Una interpretación justa. Sin embargo, el acierto
de esta interpretación se recorta sobre el malogro del paso precedente que la hubiese habi-

17 Ibíd., p. 147.
18 Lacan, J. (1958) “La dirección de la cura y los principios de su poder” en Escritos 2, op. cit., p. 579.
19 Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica”, op. cit., p. 148.
20 Lacan, J. (1953-54) El seminario 1: Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 2005, p.

100.
litado para producir una transmutación del sujeto: previamente Kris había desalojado la
condición de plagiario como representación del sujeto (S1). Por lo que la operación sobre el
S2, sin el aislamiento lógicamente anterior del significante fundante de la transferencia no
hace más que reponerlo mostrándose como otra cosa: ir a ver un plato favorito antes de
almorzar. La mostración no es de sesos frescos, sino del hambre, de unas ganas anoréxi-
cas de comer. El extravío de Kris no está en la interpretación sino en la apertura del campo
transferencial.
De este modo, el caso de Kris es paradigmático para esclarecer que si el conjunto de
interpretaciones que el analista produce en la cura no está orientado en la referencia de una
rectificación subjetiva que las incardine, la justeza de esas interpretaciones puede ser motivo
de acting out. Kris lo demuestra: allí donde alcanza al sujeto… no es sino para desalojarlo, en
vez de lograr su transmutación. El resultado de este apartado, entonces, puede resumirse
del siguiente modo: no son las malas interpretaciones las que producen un acting out, sino
aquellas fuera de tiempo, es decir, las que no consideran el manejo de la transferencia. A
este concepto, entonces, dedicaremos la próxima clase.
Bibliografía de referencia

Freud, S. (1909) A propósito de un caso de neurosis obsesiva (El hombre de las ratas) en
Obras completas, Vol. X, Buenos Aires, Amorrortu, 1988.
Kris, E. (1951) “La psicología del yo y la interpretación en la terapia psicoanalítica” en Revista
de la Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, No. 17, Buenos Aires, 1991.
Lacan, J. (1953-54) El seminario 1: Los escritos técnicos de Freud, Buenos Aires, Paidós, 2005.
Lacan, J. (1964) El seminario 11: Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Bue-
nos Aires, Paidós, 1989.
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1984.
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