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Con el Nuevo Testamento ante la vista. Aquí tenemos veintisiete escritos incluidos
bajo ese único título. ¿Por qué precisamente esos veintisiete? No constituyen,
desde luego, la totalidad de la primitiva literatura Cristiana. Son una selección de
un conjunto más amplio de escritos, algunos de los cuales no han llegado hasta
nosotros, se han perdido; si bien, varios de éstos han sido recuperados por los
arqueólogos modernos. Es probable que el impulso que llevó a la selección y
definición de este bloque de literatura formara parte del impulso general de
consolidación que podemos advertir en la historia de la Iglesia durante el período
subsiguiente a la edad apostólica. En aquel tiempo, la continuidad de la Iglesia se
vio amenazada por extravagancias y excentricidades de fe y práctica que se
agitaban en su interior, así como por la persecución promovida desde fuera. En
respuesta a estos peligros, la Iglesia emprendió la tarea de consolidar su vida y su
fe. Sus órganos de consolidación fueron la regla de fe (que subyace a los credos
históricos), el misterio y el canon de la Escritura. El término “CANON” significa
“NORMA” o “PATRÓN”. Los veintisiete escritos con la norma o patrón de la fe y la
vida Cristianas, norma establecida en respuesta a la necesidad de una clara
definición.
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No es fácil determinar los pasos que siguieron hasta formar un bloque; lo único
que podemos decir con seguridad es que la Iglesia reconoció intuitivamente la
autoridad de estas obras particulares. Lo hizo con tanta naturalidad porque el
impulso que la llevó a efectuar la selección no era distinto del que condujo
originalmente, de varias maneras, a la composición de las obras. Según el
lenguaje del mismo Nuevo Testamento, los escritos Neotestamentarios fueron
compuestos, y luego compilados en un canon bíblico, para “dar testimonio” de
ciertas realidades centrales.
Aquí convendrá aclarar la cuestión del lugar que ocupan los escritos llamados
apócrifos o deuterocanónicos, esos catorce libros que están, por así decirlo, mitad
dentro y mitad fuera del Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento en sentido
más estricto es la colección de libros, escritos y trasmitidos en hebreo (o en
arameo, lengua afín el hebreo), que fueron recibidos como Escritura en el siglo
primero de nuestra Era por los judíos de lengua hebrea y que representan la
tradición central de la religión hebrea y Judía. Los escritos “apócrifos” fueron
transmitidos en griego (aunque algunos de ellos fueran escritos originariamente en
hebreo) y fueron aceptados por los judíos de lengua griega como parte de su
“Canon” autoritativo, junto con los escritos hebreos traducidos al griego.
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Lo que da profundidad a la presentación neotestamentaria de la religión es
precisamente su relación con ese amplio y fecundo trasfondo. Para entender la
Biblia, es esencial que tomemos conjuntamente sus dos partes; dado que,
depende la una de la otra.
Es el libro que la Iglesia, nos recomienda leer para que conozcamos a Dios en su
relación con el hombre y el mundo, para que le demos culto de manera inteligente
y para que comprendamos el objetivo y las obligaciones de la vida humana bajo su
gobierno. En otras palabras; la Iglesias nos ofrece este libro como una “revelación”
de Dios. Y con ese fin nos remite a una larga serie de variadísimos documentos
que contienen múltiples contradicciones e incongruencias, sujetos al paso del
tiempo y al cambio a través de muchos siglos de existencia humana.