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La lengua, al igual que todas las creaciones de los humanos, se encuentra inmersa en una
cultura y en un momento particular, por tanto, retrata el pensamiento de una sociedad que
interactúa con ella. Pero, al mismo tiempo, como lo afirma García Meseguer (1994), sus
fenómenos son de carácter automático y sus hablantes estamos determinados por ellos. El
autor parafrasea a Heidegger para expresar que no somos nosotros quienes hablamos a través
del lenguaje, sino que es el lenguaje el que habla a través de nosotros. En concordancia con
todo lo anterior, García Meseguer (1994) se atreve a afirmar que como la lengua refleja la
sociedad en ella se puede evidenciar la desigualdad con que esta viene tratando a las unas y a
los otros.
Como hecho social que es la lengua, a ella se adscriben diferentes grupos sociales e
instituciones con el objetivo de estudiarla y divulgar el conocimiento al que llegan. Para el
caso de nuestra lengua, una de las instituciones es la Real Academia Española quien funciona
como autoridad para casi la mayoría de personas que la hablan, pero no son expertos en ella.
En sus producciones sobre la lengua contiene imprecisiones y contradicciones que reproduce
y termina fijando en la sociedad, lo que, en el caso del género, por citar un ejemplo, se puede
ver cuando contribuye a invisibilizar las desigualdades existentes entre esas unas y esos otros
y a ignorar la evidencia lingüística que lo prueba.
Para García Meseguer (1994) el sexismo lingüístico suele pasar inadvertido, pero este se
presenta cuando se emplean vocablos (sexismo léxico) o se construyen oraciones (sexismo
sintáctico) que, debido a la forma escogida por el hablante y no a otra razón, resultan
discriminatorias por razón de sexo. Identificarlo o no, para el autor, dependerá de la actitud
del hablante frente a la discriminación de sexo y de su agudeza para detectar fenómenos de
lengua no superficiales, reveladores de la mentalidad de este. La forma del mensaje verbal es
el receptáculo en el que se vierte el sexismo superficial o consciente del hablante: el sexismo
lingüístico está en la forma del mensaje y no en su fondo. Uno de los ejemplos brindados por
García Meseguer (1994) es la inversión de los elementos de la siguiente frase:
había gran cantidad de aficionados y también muchas mujeres respecto a había gran cantidad
de aficionados y también muchos varones.
El autor afirma que produce sorpresa debido a nuestra mentalidad rutinariamente sexista
como consecuencia de la rutina sexista de la sociedad en que vivimos. Otras evidencias
lingüísticas son los tratamientos de cortesía en los que se da sexismo social y lingüístico:
señora/señorita soltera/casada vs. señor. En el último caso se otorga la personalidad al varón
por sí mismo, en tanto que a la mujer se le otorga en función de cuál sea su relación con el
varón. También se puede develar la conexión de la lingüística con la comprensión del mundo
en el hecho de que el que habla utilice el mismo par de adjetivos (masculino/femenino) para
calificar a los géneros gramaticales y para calificar a los sexos, lo que prueba la confusión
género-sexo (es decir, la confusión lengua-realidad) en la que vivimos inmersos.
Otro suceso lingüístico que García Meseguer (1994) denomina duales aparentes son las
expresiones femeninas cuyos homónimos en masculino significan algo distinto, estos
implican un fuerte sexismo heredado: fulana, manceba, mujer pública, prójima, golfa,
verdulera, zorra y lagarta. Lo mismo sucede con la falta de vocablos con los que se cuenta
para referirnos a ciertas cualidades o actividades humanas sin especificar sexo, esto plantea
problemas siempre que el referente es mujer: hombría, caballerosidad, hombre de bien,
hombre de Estado, hidalguía, viril, potente, frígida. Lo que existe tiene nombre y lo que no
tiene no existe: silencio y encubrimiento para las cualidades de las mujeres.
Florence Thomas en su libro Conversaciones con Violeta (2006) también nos brinda ejemplos
que revelan el sexismo lingüístico de nuestra lengua. Para ello cita un estudio que acude al
Diccionario de la Lengua Española para revisar las entradas de mujer y hombre en el que se
presentan los siguientes resultados: “para hombre, encontró 67 expresiones de las cuales 37
son laudatorias, 23 neutras y 7 denigrantes. Para mujer: se encuentran 12 expresiones de las
cuales 2 son laudatorias, 1 neutra y 9 denigrantes. Y las 9 denigrantes significan todas lo
mismo: prostituta (Thomas, 2006, p. 193).
Los anteriores son solo algunos de los muchos ejemplos que sustentan la afirmación del
sexismo en la lengua española. Por esto, como afirmaba al principio, no es solo la falta de
nombrarnos en determinadas situaciones, y aunque la más recurrente de las soluciones sea el
desdoblamiento léxico no es la única que logra incidir en todos los niveles. Se trata, por tanto,
de un sexismo perceptible en la forma y en el contenido de las palabras con las que nos
expresamos. El cual se agrava aún más porque al hablar lo hacemos de un modo
automatizado y, si no tenemos la consciencia de este sexismo, seguiremos reproduciendo
dicha desigualdad sin darnos siquiera por enterados.
Es por esto que estudiar el sexismo desde lo lingüístico ya es un aporte para hacerlo visible,
pese a esto, como lo propone Thomas (2006), uno de los hechos más imprescindibles es
trabajar también sobre la cultura, las representaciones de lo femenino y lo masculino en los
medios, las costumbres, las leyendas, los hábitos, pero asimismo sobre discursos normativos
como el médico, el jurídico, el científico y muchos otros que están fijados y nunca son
interrogados. No obstante, es una tarea que demanda una vigilancia permanente, así como
una sospecha de todo lo que nos cuentan, vemos y escuchamos, porque es un modo de
modificar poco a poco las prácticas de la cultura que serán posteriormente nombradas en la
lengua. Es de esperar que aún no suceda, porque si no somos capaces, como sugiere Thomas
(2006), de atribuir la misma valoración al cuidado de un recién nacido que a realizar una
exposición de motivos en el Senado, es porque aún no hemos derrumbado esas viejas
dinámicas de poder que nos impiden gozar de nuestras diferencias desde marcos de igualdad
política y, mucho menos, lingüística.
Referencias
García Meseguer, Á. (1994). ¿Es sexista la lengua española? una investigación sobre el
género gramatical. Barcelona: Paidós.
Instituto de Investigación Rafael Lapesa de la Real Academia Española (2013): mapa de
diccionarios [en línea]. < http://web.frl.es/ntllet> [consulta: 24/04/2020]
Thomas, F. (2006). Conversaciones con Violeta. Historia de una revolución inacabada.
Bogotá: Aguilar.