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CAPÍTULO I

PATERNIDAD DE DIOS

Dios es mi Padre ¿Qué clase de padre es?, ¿Quién es ese


Ser que es mi Padre?, Es Dios. Dios infinitamente perfecto;
Dios Eterno, Dios Poderoso, riquísimo… Dios incomprensible
por su inmensidad y sus atributos, en todo perfecto... Dios es
amor..., por consiguiente, infinitamente bueno.

Es un ser que no muere, que no se acaba, que no cambia.


El Profeta decía: "¡Tú Señor, eres siempre el mismo, Tú no
cambias!"... Es un Padre que no se turba, no se cansa, no
cambia como los de aquí abajo, porque es perfecto.
Reflexionemos en lo que es nuestro Padre Dios. Tenemos un
Padre rico, dueño de todo lo que existe, inmutable y lleno de
ternura para cada uno de nosotros1.

¿Qué más podremos decir de nuestro Padre Dios? La


eternidad no será suficiente para conocerlo tal como es, pero
es necesario que lo conozcamos aunque sea imperfectamente,
debemos intentar descubrir mejor a ese Ser Divino que es
Dios, nuestro amado Padre; procuremos descubrirlo hasta

1
Emilia de Jesús Massimí W., Hago siempre el agrado de mi Padre,
Tomo I, México, 1979, págs. 336-337. En adelante se citará como
HASAP, seguido del número de volumen y página correspondientes.
donde podamos, entenderlo y verlo, saborearlo tanto cuanto
podamos y hasta donde podamos, con amor, con fe, con
humildad.
Dios, nuestro amadísimo Padre, es el infinito amor. Es "el
que Es". Amémoslo, creamos en su amor, es la infinita bondad
que nos llena de bondades y de ternura de Padre, aún en los
acontecimientos desconcertantes. Nuestro Padre Dios es el
infinitamente hermoso que nos debe atraer y fascinar, es la
Sabiduría infinita que conoce todo y nos conoce a nosotros
como nadie, a todos y a cada uno. Y nos ama a cada uno con
ternura de Padre.

Dios nuestro Padre, es el infinitamente poderoso y puede


hacer todo lo que queramos, en una palabra, ¡es nuestro todo!
¡Oh qué hermoso es recordar, bajo la luz de la fe, estas
verdades! ¡Qué consuelo para nuestro corazón decir que
tenemos un Padre que no quiere nuestro mal, sino nuestro bien,
pues nos ama con un amor eterno! Creamos en Él, esperemos
en Él, y amémosle porque es nuestro Padre2.

Podríamos detenernos en saborear esta idea de que Dios


es mi Padre. Repitamos en nuestro pensamiento, en nuestra
inteligencia, en nuestro corazón esta idea: Dios es mi Padre.

Qué sabroso tener un Padre tan bueno, un Padre que me


ama... un Padre que me cuida... que piensa en mí... que me
sigue con su mirada... Tengo un Padre, como nos lo dice Jesús
en el Evangelio, un Padre que cuida de mí hasta en lo más
mínimo y que ni un cabello caerá de mi cabeza sin permiso de
Dios.

Ese Padre bueno, es clemente y compasivo, pronto para

2
Ibíd., pág. 259.
2
perdonar, sólo espera de nosotros que hagamos un acto de
arrepentimiento y Él, lleno de misericordia nos perdona
siempre3.

Dios habla a su pueblo con la dulzura de un Padre. "No


temas, que contigo estoy Yo; no desmayes, que soy tu Dios.
Yo te fortaleceré y vendré en tu ayuda. No temas, gusanito de
Jacob, oruguita de Israel; con mi mano victoriosa te
sostendré"4. También a nosotros sus hijos nos trata con esa
ternura paternal.

3
Ibíd., pág. 335.
4
Is. 41, 10-14.
3
FILIACION DIVINA

¿Quién es Dios? ¡Dios es mi Padre!. Esta idea, debe ser


inseparable de nosotros los bautizados. Nos debe ser familiar
y debemos vivir para nuestro Dios como hijos. ¡Qué sabroso!
Sentirnos hijos de un Padre, que es Dios, y pensar: "mi Padre
Dios no me faltará jamás". Y debemos ser para con Dios como
un hijo. Así debemos tratarlo.

Cuando busquemos a Dios, busquémoslo como a nuestro


Padre; cuando lo invoquemos, llamémoslo como a nuestro
Padre, siempre y en todas partes, tratémoslo como nuestro
Padre que es. No temamos, Jesús nos lo enseñó teórica y
prácticamente. Él nos enseñó a tratarlo así: "Padre Nuestro"5.

Cuando los Apóstoles le dijeron a Jesús: "Señor,


enséñanos a orar", fijémonos lo que contestó Nuestro Señor:
"Cuando oréis, decidle a Dios: "Padre Nuestro"6. Con estas
palabras nos da una lección, que es el dogma hermosísimo en
el que hemos de estar perfectamente fundamentados y hemos de
vivir. Este dogma es el de nuestra filiación divina. Meditemos
constantemente este dogma de la adopción divina, compenetré-
monos de él, penetrémonos de esta verdad.

¿Cuál es ese dogma? Ese dogma es éste: "Dios es mi Padre,


y yo soy su hijo, Dios es nuestro Padre y nosotros somos
sus hijos". Podríamos, por ejemplo, detenernos en saborear esta
verdad de que "Dios es mi Padre". Decir y repetir: "Dios es
mi Padre". Meditarlo en nuestro pensamiento... en nuestra
inteligencia, en nuestro corazón... "Dios es mi Padre".
5
HASAP I, págs. 259, 335.
6
Mt. 6, 9-10.
4
Yo soy hijo de ese Padre buenísimo. ¡Qué sabroso
sentirse hijo de un Padre como Dios...! y pensar mi Padre Dios
no me faltará jamás. Todo me puede faltar: mis padres, mis
compañeros, mis amigos, mi director... pero mi Padre Dios no
me faltará jamás.

Esta verdad es capaz de llenarnos de un grande amor para


con Dios. Hay que saborear esta idea: "Padre Nuestro"...
como lo dice Jesús: "Mi Padre y vuestro Padre... mi Dios y
vuestro Dios..."

Si nos penetramos bien de esta Verdad, nada podremos


negarle a Nuestro Señor... a nuestro Padre Celestial...
estaremos siempre plenamente contentos, en lo adverso y en
lo bueno.

¿Cómo debo tratar a Dios mi Padre?

Si Dios es mi Padre, y yo soy su hijo... luego, ¿cómo


debo tratar a Dios, mi Padre? Ante todo con mucho amor y
confianza.

Somos hijos, por lo mismo debemos tratar a Dios, nuestro


amadísimo Padre, con todo el amor de nuestro corazón. Las
relaciones entre padres e hijos están fundadas en la confianza
y en el amor. Los padres aman a sus hijos y los hijos aman a
sus padres. Por lo mismo, tratemos a Dios primero con amor,
y segundo con confianza, es decir, con intimidad, participándo-
le todo lo que nos pasa, todo decírselo, lo bueno y lo malo;
nuestros gustos, alegrías y penas.

5
Si somos hijos, debemos tratar a Dios con esa intimidad
de hijos. Que Dios sea para nosotros ese Dios-Padre lleno de
amor, de ternura y que nosotros seamos para Dios unos hijos
confiados, familiares, íntimos, con respeto porque es nuestro
Dios Omnipotente, pero con la confianza y la intimidad de
hijos7.

Intensificando nuestra vida interior, procuremos vivir esta


hermosa verdad tan poco meditada y menos vivida: "nuestra
filiación divina", somos hijos de Dios. Este debe ser uno de los
tintes principales del espíritu de Infancia Espiritual, que nos
sintamos y seamos "hijos de Dios". Quien vive esta realidad,
necesariamente es una alma "pequeñita" que, viendo constante-
mente su nada, su impotencia, nunca se aparta de Dios, su
Padre, como un niñito que no sabe andar, no deja los brazos de
su madre8, no se suelta de la mano de su mamá.

Verdad tan hermosa y que tanto se había olvidado hasta


que Dios, en su infinita misericordia, se ha dignado recordár-
nosla enviándonos a Sta. Teresita del Niño Jesús. Oh amable
bondad de Dios Nuestro Padre, como si nos dijera: "Hijo mío,
acuérdate que soy tu Padre. ¿Por qué te has olvidado de mí?
Parece increíble de veras que olvidemos nuestra realidad,
nuestra adopción divina.

¿Qué nos dice Jesús en el Evangelio? Constantemente


encontramos estas sus divinas palabras "Vuestro Padre"9. Para
vivir esta filiación divina, necesitamos verlo como nuestro
Padre y nosotros, ser para Él sus hijos pequeñitos, confiados
y abandonados a Él y como el niño vive con su padre, así
nosotros. Debemos vivir con Él, en nuestras alegrías, en
nuestras penas, en nuestras caídas, ir a Él siempre, siempre.
7
HASAP I, págs. 337-338.
8
Ibíd., pág. 216-217.
9
Mt. 6,14 –15; 23,9.
6
Cada alma debe ser verdadera hija de Dios, debe vivir
plenamente su filiación divina, ¡Dios es mi Padre, yo soy su
hija! ¡Hija de Dios! Verdad que Jesús nos enseñó tantas veces:
"Padre Nuestro". Padre mío, mi Padre10.

Esta intimidad supone y exige oración mental y bien


hecha, supone también la continua atención amorosa a Dios,
supone más conocimiento de Él. Procuremos, pues, poner estos
medios para llegar a esa intimidad; en una palabra, esa
intimidad supone la unión. Procuremos vivir unidos a ese
Padre bueno11.

El alma hija de Dios

El alma "hija de Dios", es caritativa porque sabe cuánto


gusta a Dios la caridad y por amor a Él, la ejerce. Sabe que
con tal o cual cosa ofende a su Padre Celestial, y por no
disgustarlo no lo hace12.

El alma hija de Dios es confiada naturalmente. ¿Cómo no


confiar en todo un Dios Omnipotente que la ama tanto y cuida
de ella más que una madre? ¿Qué puede temer? Ciegamente
confía en Él y vive tranquila porque está en brazos de su
Padre. El alma, hija de Dios, por lo mismo que confía en Él,
se abandona totalmente a su Voluntad Divina. Él la lleva, Él la
cuida, Él la sostiene, toda ella está en Él, ¿Qué mejor que en
ese Padre todo amor, que todo lo puede y la ama tanto?

El alma, hija de Dios, es naturalmente humilde, porque


viendo a Dios como a su Padre, continuamente ve ella su
10
Mt. 6,9; 23,9. HASAP I, págs. 229-230.
11
Ibíd., pág. 283.
12
Ibíd., pág. 231.
7
propia miseria y no confía en sí misma porque la palpa a cada
instante y ve que si no está con su Padre, caerá sin duda y, por
eso, viendo su nada, se humilla constantemente.

Un hijo de Dios, no se desalienta por sus miserias,


porque, conociendo su impotencia, su pequeñez, sabe que es la
nada y por lo mismo sabe que caerá a cada instante; pero,
cuando cae no se desalienta, sino que corre a los brazos de su
Padre a pedirle perdón, a humillarse y así se purifica y queda
tranquilo.

Un alma hija de Dios, es un alma siempre alegre, llena


de paz aún en medio de las cruces y sufrimientos, porque está
abandonada en su buen Padre Dios, confía en Él, en Él
descansa, sencillamente es su Padre y de Él lo espera todo 13.
¡Dios es mi Padre! ¡Yo su hijo!.

Como hijos muy amados de Dios, recojámonos en nuestro


interior para encontrarlo. Seamos amantes de la oración.
Busquemos a Dios en todas partes y momentos para acompa-
ñarlo, porque así encontramos al Amado y teniendo estas
actividades en nuestro interior, cumplimos estos propósitos.
Llevemos este tinte esencial de "hijos pequeños" con Él, no
grandes. No olvidemos que este espíritu es de Filiación Divina
y por lo mismo tengamos presente y creamos firmemente que
Dios nos ama.

Seamos para Dios como hijos suyos muy amados. Lo que


hagamos, hacerlo por Dios. En todas las relaciones con Dios,
seamos hijos.

Veamos en todo lo que nos rodea, en todas las circunstan-


cias y acontecimientos de nuestra vida, la mano paternal de
Dios Nuestro Padre que cuida de nosotros sus hijos pequeñitos.
13
Ibíd., pág. 232.
8
¡Qué realidad más hermosa! y ¡Qué indiferencia la nuestra! al
no vivirla, cuando que al realizarla, aparte de santificarnos, nos
haría los seres más felices y alegres.

Intimidad con Dios Nuestro Padre

Así como alguna vez tenemos intimidad con alguien, pero,


en un grado superior y más perfecto, es la intimidad con Dios.

La intimidad la tenemos con un amigo, con una madre,


con un hermano... y todo eso es nuestro Padre Dios y es
más... por eso con Él caben y deben caber todas las intimida-
des y las intimidades más íntimas, más hondas, más profun-
das... las únicas.

La intimidad que resume todo para nosotros y la que


debemos tener para con Dios Nuestro Padre, es la intimidad
que pudiera o debiera tener un hijo pequeño, bueno, amoroso,
confiado para con su padre bueno, amante, cariñoso...

Nosotros somos hijos de Dios, Dios es nuestro Padre que


nos ama a todos y nosotros somos sus hijos muy pequeños,
pero amantes, así que debemos trabajar para que Dios, nuestro
amado Padre esté siempre con nosotros y nosotros con Él en
todo, sus íntimos hijos.

Que Él nos penetre y hagamos por penetrar los amorosos


deseos de Dios, nuestro amadísimo Padre14.

INFANCIA ESPIRITUAL
14
Ibíd., pág. 283.
9
El espíritu de Infancia Espiritual es el de una verdadera
"pequeñez", o sea, el auténtico espíritu de hijos de Dios, tal
como nos lo enseña Jesucristo Nuestro Señor en su Evangelio:
"Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los
cielos", como nos lo recomienda la Santa Iglesia y como lo han
practicado y enseñado los santos, como Santa Teresita del Niño
Jesús15.

No es un espíritu moderno, es desde que la Iglesia existe,


es el mismo de Jesús. La Iglesia lo enseña en su liturgia como
por ejemplo, en el Domingo in Albis (Octava de Pascua de
Resurrección), "Sed como niños recién nacidos". Si realmente
lo vivimos y lo "practicamos" en nuestra conducta, habrá una
apacible alegría, y, siempre estaremos contentos, tranquilos,
aunque tengamos problemas16.

Viviendo este espíritu de pequeñez, necesariamente


seremos alegres, confiados, audaces y muy amorosos con
nuestro buen Padre, de quien esperamos todo. Con Él seamos
sencillos, sin cumplimientos. Cuánto gusto le dan a Nuestro
Señor esas almas "pequeñitas", es decir humildes, que se le
abandonan tan confiadamente, convencidas de que su amante
Padre lo puede todo y, ellas, nada sin Él. ¿Qué podemos en
efecto sin Él? Ni siquiera producir un buen pensamiento,
ejecutar alguna buena acción; en este espíritu de pequeñez, el
alma se repliega en Dios con profunda humildad y confianza.
El alma que vive este espíritu deja su santificación al cuidado
de su buen Padre Dios, haciendo naturalmente lo que está de
su parte, haciendo la lucha, pero sin inquietarse por sus caídas,
ya que sabe que es la nada, luego, ¿qué ha de producir?

15
Mt. 18,3. HASAP I, pág. 410.
16
HASAP IV, México, 1982, pág. 300.
10
Hemos recibido un espíritu, no de esclavitud con relación
a Dios, sino de adopción de "hijos de Dios" en virtud del cual
le llamamos "Padre" a Dios. Meditemos esta verdad muy a
fondo ¡Dios, mi Padre!. En esto está el fundamento y principio
de nuestra pequeñez.

No hay cosa que agrade más a Dios que un alma pequeña.


El alma pequeña es poderosa porque con Dios, alcanza lo que
quiere. Sabemos que el éxito corresponde a Dios. A nosotros
nos toca ser dóciles con nuestro buen Padre y hacer la lucha,
dejándole a Él que haga y deshaga como le plazca.

¿Qué temer si estamos en sus manos? Si Él es nuestro


Padre y se preocupa más de nosotros que nosotros mismos, si
nos ama más que una madre.

Meditemos hondamente esta hermosa realidad. Y vivámos-


la: ¡Dios, mi Padre! Y yo su hijo, ¡hijo de Dios!. Trabajemos
por comprenderlo más, estudiarlo y saborearlo y así arrojarnos
en sus amorosos brazos, sin dejarlo jamás17.

¿En qué consiste el Espíritu de Pequeñez?

El espíritu de pequeñez es la humildad y para vivir


nuestra filiación divina, para realizar el ser hijos de Dios, nada
más directo que el espíritu de pequeñez que ve a Dios tan
grande, tan poderoso, tan misericordioso, tan bueno, y el alma
se ve tan impotente, tan débil18, cargando con todas sus miserias,
sin poder hacer nada de bueno por sí misma.

17
HASAP I, pág. 217.
18
II Cor. 12,10.
11
¿Qué hace entonces el alma en su impotencia? Arrojarse
en los brazos de su Padre que todo lo puede, que perdona, que
la ama a pesar de todo, que nunca aparta su mirada de ella, la
cuida más que todas las madres a sus hijos y tiene contados
hasta los cabellos de su cabeza. ¿Por qué temer?, si Dios es su
Padre19.

Abandono en Dios Nuestro Padre

Como el niño pequeñito vive con su padre, en él confía


completamente abandonado, sin temor, sin pensar en nada, tan
sólo en agradarlo, así debemos vivir nosotros muy confiados,
muy amantes de nuestro Padre Celestial, muy pequeñitos con
esa audacia que da la confianza y la intimidad; y no podría ser
de otro modo. ¿Cómo ver a Dios como a nuestro Padre y no
vivir en trato íntimo con Él? Un niño pequeñito vive con su
padre en todos los instantes de su vida: en los juegos, en sus
caídas, ¿con quién ha de ir a ocultar su cabecita cuando ha
cometido una fechoría, sino con su padre? Sabe que lo ama
más que nadie y que lo perdonará ¡porque es su padre! Cuando
ríe, cuando tiene dulces, cuando está enfermo, cuando recibe
premios o castigos, etc. ¿con quién va en todas las circunstan-
cias de su vida, sino con su padre o con su madre?

Así debemos ser nosotros, imitar a los niños en su


confianza, sencillez, abandono en manos de su padre, y ¿qué
hace el niño para agradar a su padre, para tenerlo contento?
Cortar florecitas, no sabe hacer otra cosa, no puede hacer cosas
grandes, es tan pequeñito... tan impotente... pues así
cabalmente, también nosotros en el silencio, en lo oculto,
debemos cortar esas florecitas de los pequeños sacrificios que

19
HASAP I, págs. 230-231.
12
Santa Teresita nos enseña a cortar, y con ellos, agradaremos a
nuestro Padre Celestial.

Sencillez con Nuestro Padre Celestial

Con el espíritu de pequeñez necesariamente vienen otras


virtudes. Como hijos de Dios seremos sencillos con nuestro
Padre, con Él no podemos tener cumplimientos y etiquetas, al
contrario, hay esa santa audacia que nos permite hablarle de
corazón a corazón, sencillamente como un hijo pequeño a su
Padre20.

Las almas pequeñas son sencillas, sin dobleces, siempre


rectas con Dios, con los demás y consigo mismas.

El alma pequeña es pura como son las almas de los niños,


transparentes, inocentes, blancas como ángeles; ama a Dios y
por lo mismo es delicada y no lo ofende en lo más mínimo; es
confiada con esa confianza ciega del niño en su padre sin
sufrir por el día de mañana, sin preocuparse, sin afligirse por
nada, dándole o poniendo todo en manos de su padre. Por eso,
el alma pequeña, aunque esté llena de cruces no sufre sola,
sufre en Jesús y Jesús en ella, todo lo abandona a su Padre y
así le toca de la Cruz de Cristo una astillita y está siempre en
paz y con alegría, sin turbarse nunca. La santa alegría es fruto
de la virtud. Así nos quiere Dios, ese es el ideal del espíritu de
Infancia Espiritual.

A las almas pequeñas, Nuestro Señor les regala su Cruz,


porque se le han entregado con sencillez y generosidad y Jesús
les tiene confianza, las mira sin cumplimientos como se trata a
un niño. El alma pequeña, apoyada en Él, todo lo recibe y
sufre con generosidad.
20
Ibíd., pág. 231.
13
No debemos apartarnos ni un momento del pensamiento
de que en todas partes somos de Dios. Él es nuestro Dueño,
somos de Él, ¡Qué felicidad pensar: Soy de Dios!

El alma pequeña trata a Dios con tanta familiaridad, como


la de un hijo con su padre. ¡Qué hermosa es la pequeñez!21.

Para ser buenos, para ser santos no hay que quebrarse la


cabeza ni hacer grandes prácticas, no; no hay que hacer más
que "ser como niños" delante de Dios. Espiritualmente niños,
hijos de Dios, pequeños hijos de Dios, o sea, saber que somos
débiles, inútiles y por eso nos abandonamos a Él.

Un alma pequeña es la que sabe conocer su nada, no


teóricamente sino de corazón, no racionalmente sino desde el
fondo de su corazón y de su ser, la que sabe conocer su nada
con esa luz divina, con esa unción divina, con ese algo especial
que sólo Dios puede dar.

El alma pequeña, es la que ha recibido esa luz para


conocerse, para palpar su miseria, su nada. No basta decir:
Nada puedo, nada tengo, no basta, es preciso ese
conocimiento, esa luz íntima, clarísima, que sólo Dios puede
dar.

Ser pequeños es recibir ese don de Dios que nos hace


amar nuestra miseria, no solamente conocerla sino amarla y
gozarnos en ella. Esa es el alma pequeña.

Gozo divino

21
Ibíd., págs. 295-296.
14
Gozo divino es amar, gozarnos en nuestra miseria, con un
gozo sabroso en lo íntimo de nuestra alma. Gozarnos en
nuestra nada, en nuestra impotencia, en nuestro montón de
miserias, en el abismo sin fondo de nulidades que llevamos.

¡Oh sí! Que sabroso es pensar delante de Jesús que para


nada servimos, que nada tenemos por nosotros mismos, que
todo lo esperamos de Él, que todo se lo debemos a Él y que
sólo en Él nos apoyamos. ¡Cuánta alegría! Todo es de Él y nada
más de Él.

De este conocimiento de nuestra miseria y de ese gozo en


nuestra nada, se desprende una práctica que es propia de los
niños: un niño no se aparta de su mamá, aunque quiera, no
puede... un alma que se conoce a sí misma y que acepta su
miseria, no se aparta de Dios, sabe que es sumamente débil y
que no sirve para nada; no confía en sí misma, ni en las
creaturas, está convencida de que por sí misma nada vale en
ciertas circunstancias de la vida, por eso no se aparta de
Dios... en todo ve a Dios, en todo lo busca, en todo se apoya
en Él, en todo vive siempre sostenida por Él y siempre corre
a Él, en una palabra, vive en Él. En las penas, en las injusticias,
en las alegrías, en lo desconcertante de la vida, el alma
pequeña siempre está con Él, porque ella nada puede por sí
misma, ni sufrir, ni ver las cosas en su verdadero punto de
vista.

Dice de sí mismo el P. Moisés: "Este es el espíritu de


Infancia Espiritual que Dios me ha dado, es un Espíritu
fundamentalmente teológico. No lo busqué con mucho trabajo,
se basa en uno de los fundamentos de nuestra religión: Hijos
de Dios, pero, pequeños, no grandes, como niños recién
nacidos".

15
En el sentido espiritual, somos como un niño. El niño
pequeño de por sí es débil, incapaz, impotente para todo, pero
inconscientemente. Nosotros debemos conocer que somos
incapaces, impotentes, pero con un convencimiento profundo.
Este es uno de los puntos fundamentales de este espíritu de
Infancia Espiritual.

El Espíritu de Pequeñez empieza por una convicción


profunda de nuestra nada. Convencidos de nuestra impotencia,
en esa impotencia ponemos nuestra confianza en Dios porque,
como el niño lo espera todo de su padre y de su madre, así
también nosotros tenemos un Padre en el cielo y a la Sma.
Virgen que es nuestra Madre, ellos nos cuidan y nos aman.

Objeto de la Misericordia de Dios

¿Cuál es el alma que se presta a ser objeto de la miseri-


cordia de Dios? El alma pequeña, débil, que no se busca a sí
misma, que está convencida de su propia nada, que de veras es
humilde, que saborea su nada y ha penetrado bien las palabras
de Jesús: "Si no cambiáis y os hacéis como los niños, no
entraréis en el Reino de los cielos"22, y, "El que quiera seguir-
me, niéguese a sí mismo, tome su cruz y que me siga"23; ésta es
el alma que se hace digna de ser objeto de las misericordias de
Dios.

Si agradamos a Dios ¿Qué importa lo demás? Pero,


¿cuándo no nos importarán los demás y las cosas? Cuando
seamos objeto de la misericordia de Dios. Por lo mismo, la
petición que debemos hacer con frecuencia es ésta: "Señor,
que me conozca yo a mí mismo, que te conozca a ti; hazme

22
Mt. 18,3.
23
Mt. 16,24.
16
humilde de verdad; dame tu luz para que te conozca y me
conozca, me niegue y te siga".

Un alma así es objeto de las misericordias de Dios. ¡Qué


hermoso es para las almas pequeñas no tener nada! Y en
realidad nada tenemos, todo es de Dios: genio, virtudes,
familia, todo es de Él, nada tenemos por nosotros mismos, sólo
tenemos la infinita misericordia de Dios, y ésta nos basta, no
queremos más.

Que traspasen estas verdades hasta lo íntimo de nuestra


alma, si no, no podremos amar a Jesús. ¿Cuál es el alma que
consigue amar a Jesús? La que es objeto de la Misericordia
de Dios24.

Si seguimos este camino de Infancia Espiritual, ¡cuánta


gloria le daremos a Dios! En efecto, dice el salmista: "De las
almas pequeñas ha sacado Dios la mejor alabanza"25.

Si el alma pequeña está amasada en la humildad, es objeto


del amor de Dios, y de ella son los tesoros de su Misericordia,
porque el alma humilde roba el Corazón de Dios.

"Los tesoros infinitos de la misericordia y bondad de


Dios, son especialmente propiedad de esas almas 'pequeñas',
por tanto, esos tesoros infinitos de su bondad son para noso-
tros, si vivimos este Espíritu de Infancia Espiritual, de una
verdadera pequeñez... ¡Vale la pena ser 'pequeño'! Si Dios
ama a las almas pequeñas, les prueba su amor y una prueba de
ese amor son sus tesoros infinitos"26.

24
HASAP I, págs. 444 - 445.
25
Sal. 8,3.
26
HASAP IV, págs. 311-312.
17

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