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ARTISTAS DE AYER Y DE HOY

Doctor, no estoy loco, se lo juro. Y de veras que me alegro de que finalmente las conclusiones
del juicio incluyeran en acta “absuelto por enajenación mental transitoria”, pero le aseguro que
soy de entre los hombres el más cuerdo en la tierra. Me he reconciliado con la vida, con el
mundo y si me apuran hasta comprendo a esos benditos del gremio musical de la SGAE.
Recuerde mi primer relato de aquellos años, cuando sucedieron los hechos:

Me siento como el Cid, como un Quijote, como el loco visionario que encierran por que
nadie comprende su denuncia, su denuncia de locura, precisamente. Que alguien me expliqué a
mí la degeneración a la que hemos llegado, que alguien con un mínimo de decencia, que quiera
implicarse, en vez de escurrir el bulto me justifique lo que esta pasando en el terreno especifico
que nos concierne. Bueno, los habrá, cientos de miles de obtusos personajes de esos que hablan
de pluralidad, diversidad de gustos y tendencias, etc, que justifiquen la existencia de elementos
como al que yo dí por fin su viático. Pero no me quiero referir ahora a estos personajillos. Soy
un romántico y aún albergo la esperanza de que queden humanos con un mínimo sentido del
gusto. Lo soy y me reivindico como pedante. Y en servicio a mi pedantería lo degollé con el
gancho que robé de la carnicería del Matías. Y tengo que confesar que no huí del lugar de autos.
No. Allí me quede. Extasiado. Contemplando aquel magma que se desplazaba ya por la acera
cuesta abajo, sobre el asfalto.

Era Otoño. Me llevo dar con el meses. Fue al segundo año. En la salida de un hotelucho
de mala muerte, en Andalucia. Baje hasta el sur para poder terminar con el. Lo soporte durante
todo un primer verano. Y es que la maldita canción me persiguió por cada lugar que
frecuentaba. Cada vez que cambiábamos de local, sonaba, se le oía berrear la misma estrofilla,
como una pesadilla de la que uno no puede escapar, como un castigo eterno. Una especie de
conjuro parecía condenarme a volver a soportar el mismo ritual cada vez que cambiábamos de
local. La canción del verano. ¿Canción? ¿ Qué canción? ¿ Lo qué? .

Se me hace la boca agua. No puedo evitarlo cada vez que rememoró los ansiados
momentos que por fin pude vivir. Lo primero que le atravesé fue el garganchón. El muy cerdo
sacaba la lengua, y … que quiere que le diga, me lo puso en bandeja. Saque la navaja y se la
corte. La lengua, quiero decir. Fue un verdadero placer. En honor de Mozart, de hasta grupos
locales como Itoiz, de Kravitz, ese muchacho que compone toda la música de todos los
instrumentos de sus canciones. Se la corte alzándola como hacen con la oreja los toreros en
medio de la plaza. En homenaje a Vivaldi, a Pilt, al mismísimo Richard Bona, delicioso bajista
camerunés. La abría brindado como hacen los toreros a una diva portuguesa, a ese ángel
llamado María Joao. Me hubiera ido agusto a celebrarlo con los Nuyorican Soul. Y se que
genios como Picasso, mi paisano Oteiza, el bueno de Albert Camus y Kusturica, el cineasta y
músico Kusturica, habrían aplaudido extasiados por la genial faena. Es más, hasta la fundación
Autor me hubiera dado si fueran mínimamente respetuosos con la música, un premio por mi
proeza. Pero no, la industria manda. Yo, sin embargo, me sentía como un libertador, un héroe,
un justiciero de las corcheas y los pentagramas.

Le puedo asegurar que yo sufría lo indecible. Tiraba de las mangas de las camisas de
mis amigos. “ Vámonos, vámonos por favor, no aguanto esto, soy capaz de tragarme hasta la del
toro enamorao, pero esta no”. No había forma posible de escapar. Al principio me revelaba. “No
hay cultura musical, no hay cultura musical”. La frasecilla de marras se convirtió en un lema, en
un conjuro contra los malos espíritus. Yo la coreaba cabreado en los locales atestados de
cuerpos danone, cuerpos txistorra1, cuerpos tonel de cerveza. Las gentes no se unían a mí en mis
protestas, en mi manifestación del agravio, en la ofensa que suponía soportar aquel insulto,
aquel atentado contra la humanidad. ¡Que va, nadie se inmutaba, todo lo contrario! ¡ Bailaban,
el populacho, la chusma del local, sonreía bailando a golpe de cadera, alguno aprovechaba para
meter mano, otros para imitar al sujeto infausto!. Yo por el contrario empapaba mi camisa de
pura vergüenza antropológica, sí, como lo oyes, me daba vergüenza de especie. El torrentismo,
el torrentismo más casposo triunfaba sin lugar a dudas. Yo llegué a rayar los vasos con mis
uñas, me bebía los cubatas de un trago para ayudarme a pasar tan mal trago, me retorcía
indignado saliendo fuera de mi, y hasta fuera del local a tomar aire en más de una ocasión, era
absolutamente preciso para poder soportarlo. Aquello era infernal. Un atentado, terrorismo
nacional de alta intensidad, una poderosa arma de la inteligencia estatal para degradar al ser
humano al más bajo sustrato musical. La autoinmolación del gusto.

Ah, ¿ Le conté ya que de un pisotón machaqué sus gafas negras?. Sí, esas horrorosas
gafas enormes que llevaba puestas de pura vergüenza que le daba que le reconocieran en la
calle. A lo mejor era consciente que lo suyo traería alguna clase de consecuencia seria, alguna
vendetta por el martirio vivido durante largos y calurosos días de verano en su horrorosa
compañía auditiva, sí, auditiva, por que musical no puede ser, música, lo que se dice música es
otra cosa. Lo hice relamiéndome, de un pisotón machaqué su chaqueta de bufón, y cuando
ya sus lorzas asomaban, decidí cortar por lo sano. Le saqué el gancho de su papada, su inmensa
y grasienta papada, y de un rápido tirón, a la altura de su ombligo logré atravesarle nuevamente.

1
( de defender algún esterotipo, me quedo con lo casero, oyes)
Todo tiene un límite. Pensé que pasaría el verano, y que lo insoportable no tornaría. Lo
más dantesco, lo más canalla es que la industria, sabedora de la abundancia del porcentaje de
encefalogramas planos, dispuestos a pagar dinero por semejante producto infecto, tuvo la
ocurrente idea de volver a relanzar al sujeto. Y esta vez, el elefante,2 imagino que absolutamente
borracho, entro como en una cacharrería, a destrozar la hermosa tradición musical indígena de
Latinoamérica, abortando el más horroroso remix que se pueda vomitar al mundo. Y la
volvieron a colocar como canción del verano, aquel aborto musical. Volvió como un ente que
vaga eternamente, para horror de mis oídos. Probé con Prozac, nada, no funcionó. Lo hice con
Platón, y tampoco, fue peor. No hacía efecto. Ni la farmacopea ni la filosofía. Tuve que tomar
medidas.

La primera medida drástica, la tomé unos San Fermines. Fue demasiado. En el local no
me dejan entrar. Se lo tomaron a mal. La factura del dentista que les pasó el DJ traído desde
Madrid, les sentó fatal. Me limite, como los que hacen campañas para salvar las ballenas, a
hacer una acción, esta vez violenta y muy directa, bajo el lema “ salvad nuestros tímpanos”.
Salte muy decidido al otro lado de la barra, le agarre al pinchadiscos del cuello de la camisa “
super-in”3 que llevaba y lo empotré contra la caña del bar. Le di al grifo, al que lo había
enchufado con la boca, hasta que vi que se le tornaban los ojos de puro ahogo. Cuando lo solté,
el DJ POWER, que así se hacía llamar el muy subnormal, sangraba por la boca y recogía
algunos trozos de sus dientes del escurridor de la caña. Con una botella, arremetí con el equipo
de música que seguía sonando con la execrable canción del verano, y tras ver como ardía,
ayudado por un cuchillo de cortar “ cinco bellotas”, pude escapar evitando represalias,
marchando muy satisfecho por el gran operativo que yo solico había sido capaz de desarrollar.
Lastima, no haber encontrado gasolinera alguna. Habría rellenado una garrafa, para terminar
decentemente con mi obra, mi obra maestra titulada “ Homenaje al megáfono incorrupto”. Le
habría pegado fuego a todo el local con todos los zoombies que bailaban dentro.

Lo cierto es que disfrute haciéndolo. El magnicidio, dijeron en algunas cadenas de


radio- fórmulas. Me enorgullece ser para la industria musical su Osama Bin Laden. ¡Qué
ocurrencia, hablar de magnicidio!. Fue un acto de eliminación parasitaria. Hasta Paracelso me
invitaría a cenar a su mesa, por haber librado a la humanidad de un fenómeno muy parejo al
vivido durante los años oscuros de Europa, la edad media. Mi gesta es equivalente a haber
librado de la peste a toda la humanidad. Y es que el personaje en cuestión era una pandemia. Lo
afirmo rotundamente, una pandemia.

2
Noble animal que no merece comparación con el sujeto.
3
Fue un rasguño de nada, y el muy canalla le pasó a gerencia del local una factura de treinta mil
puas.
Soy consciente de que en esa ficha caracterológica y definitoria de mi cuadro psicótico
va a anotar usted, tendencia al sadismo. Fue un placer, fue orgiástico, ponerle la bomba en el
lugar que se la puse, encenderla y pedirle entusiasmado: “ canta, cántala ahora, esa de LA
BOMBA, cántala de nuevo, Sam”. El culo lo tenía prieto, no le entraba el cilindro de dinamita,
pero uno es precavido y la vaselina fue de gran ayuda en esta labor humanitaria. Sí, no me mire
así, no se escandalice, es una labor humanitaria deshacerse de semejante aberración para
siempre. No emitió una sola estrofa. Le dije que si me la cantaba para mí mientras se quemaba
la mecha de la bomba adosada a su tremendo culo, yo podía pensármelo y apagarla. No emitió
una sola estrofa. Quizás ya estaba muerto para ese momento. Pero yo le prometí que si la
cantaba le evitaba un desagradable trabajo a los de la policía científica. Creo que es esa división
la que se encarga de hacer la recogida selectiva de los trozos de carnecilla churruscada. Suelen
llevar guantes creo. En este caso, yo en su lugar me pongo un traje de astronauta. No quisiera
correr el más mínimo riesgo. Dicen que las ratas son un foco de infección importante. Y este era
una rata, una rata tremenda que vivía de pervertir el sentido musical de miles de sujetos. Otros
pervierten niñas, y ahora trato de buscar a los padres de ese angelillo de criatura que han
traumatizado ya para siempre. En su canción, Melody, vaya nombrecito, pide que todos
levantemos las manos y hagamos como los gorilas: uh, uh, uh. En la adolescencia se sentira
traumatizada, responsable del asesinato de Dyan Fossey.
Doctor, de verdad, enciérreme, enciérreme aquí y recéteme, recéteme una buena terapía
de choque, buena música, por lo que más quiera, evite a toda costa que mis oídos sean
nuevamente violados. Canciones del verano, no…no…más canciones del verano no…. Temo
convertirme en un asesino en serie, la lista de mis próximas víctimas es tremenda!. ¿Dinio?
¿Dinio? Ven pedazo de artista, ven, que te tengo unas ganas…hijo… ¡ Tengo que probar una
sierra mecánica que he comprao !.”. Esa fueron más o menos,

Pues mire que ya me siento mejor, figurese que el otro día después de todos estos años
en su institución, en mi salida de fin de semana, disfrute en la cena con los amigos, de esa nueva
gran estrella, sí, hombre sí, nuestro héroe nacional, ese otro argentino que vino hacer fortuna en
esta tierra y ha actuado en eurovisión…¿Cómo? ¿Un actor? No, no, se equivoca…es un artista,
txikilikuatre es un pedazo de artista, lo que viene a ser un hombre hecho a sí mismo, un
exponente dignísimo de la cultura popular que para si la hubieran querido en los tiempos del
Generalisimo el promotor de espectáculos de turno. Un magnanime representante del acervo
popular. ¿ Qué le pasa Doctor? Tiene usted muy mal color..oiga, me esta asustando ¿ A que
viene esa espuma amarilla en su boca? Enfermera, enfermera…rápido, venga..venga.

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