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LA MIRADA
Mi reflexión tiene como punto de partida el celebrar qué distinta es América Latina
hoy a la de hace 10 o 15 años: luchas populares intensas y extendidas, y notable crecimiento
electoral de la izquierda y del centro-izquierda involucrando a más de 250 millones de
latinoamericanos. Un escenario inimaginable pocos años atrás, que se expresa claramente
en una menor sumisión gubernamental de la región a Estados Unidos, lo que puede
justipreciarse precisamente en las relaciones con Cuba: estrella solitaria contra el imperialismo
por varias décadas y todavía criminalmente bloqueada por Estados Unidos durante casi
medio siglo, solidaria inquebrantable con la lucha de los pueblos de América Latina, que
hoy estrecha esos lazos recíprocos también a través de varios gobiernos latinoamericanos.
Justamente por estos importantes cambios es que los desafíos de la izquierda son
mayores, porque ni el imperialismo ni la derecha de nuestros países están en retirada. La
defensa de sus privilegios adquiere hoy un significado distinto al de cualquier otra época
anterior del capitalismo, pues hemos ingresado en la prolongada e incierta fase histórica de su
crisis como sistema histórico. A pesar de la desintegración del socialismo llamado "real", o
quizás precisamente a partir de ella, la vertiginosa aceleración de la concentración y
centralización del capital, y su transmutación especulativa y rentista y por lo tanto
violentamente depredadora, agudiza las contradicciones de su propia reproducción. Cada
éxito capitalista intensifica las contradicciones, que ya no puede absorber económicamente y
le resulta cada vez más difícil políticamente. El gran capital, que comanda al sistema, persigue
actualmente su reproducción a costa de la humanidad y del planeta mismo, lo que exhibe su
inviabilidad histórica. El derrotero de esa crisis y sus resultados es incierto y dependerá de la
fuerza relativa entre los que defienden su condición de privilegiados y los que luchan por
salvar a la humanidad y necesariamente su hogar vital, así como de las nuevas formas de
organización social que se lleguen a imponer con tales propósitos, sea de uno u otro lado.
Hoy se está pensando en el socialismo del o en el siglo XXI como camino emancipatorio,
pero también hay ideólogos capitalistas preocupados por encontrar formas económicas y
sociales más estables para garantizar los privilegios. Si bien la disputa histórica sobre la crisis
del capitalismo no es de corto plazo, los fenómenos que originan la crisis están acelerando los
tiempos sobre todo en América Latina.
Los debates fundacionales de la izquierda –del pensamiento socialista– advertían
desde su vertiente marxista sobre las tendencias depredatorias y caóticas del capitalismo en
la larga duración. Pero esos debates se dieron en un momento histórico distinto, cuando el
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capitalismo estaba en fase expansiva y tenía gran capacidad para crear mecanismos de absorción
de las contradicciones económicas y políticas, y además en el centro del sistema capitalista.
Lo que también explica en su momento los caminos divergentes adoptados en el seno de
aquella izquierda.
Los desafíos actuales de la izquierda latinoamericana son muy distintos: por tratarse
de la periferia dependiente desangrada por la expropiación capitalista externa e interna;
porque es una región estratégica para la reproducción actual y de mediano plazo para el
gran capital como proveedora de recursos naturales (agua y biodiversidad), energéticos y
materias primas, además de un gigantesco flujo de valor1 al centro del sistema; y porque,
por todo esto, la desigualdad y también la pobreza no sólo son mayores sino una condición
sine qua non para esa reproducción capitalista. Los tiempos capitalistas se aceleran en
América Latina porque es además una región en la que las mayorías populares están en el
límite de la sobrevivencia y están recuperando también rápidamente su capacidad de
resistencia y lucha.
Esta recomposición social y política de numerosos sectores populares es un logro
de la izquierda latinoamericana en sus más diversas expresiones. Nunca debe olvidarse que
se viene de una sangrienta contrarrevolución con la que se impuso la reestructuración
neoliberal del capitalismo hace tres décadas, que buscó liquidar orgánica y físicamente
toda resistencia social y política a la misma. Pero al mismo tiempo este nuevo escenario le
impone a la izquierda mayores exigencias: por las responsabilidades y tareas actuales sin
duda más complejas, y porque en este nuevo escenario tiene por antagonista a una derecha
que intensifica la defensa de sus privilegios no sólo en términos de los intereses inmediatos
de los propietarios capitalistas sino también con urgencias sistémicas.
Esto nos exige una forma distinta de pensar los problemas de la izquierda. Los
análisis autorreferidos no permiten claridad estratégica. Comparar la situación actual con la
anterior o reivindicar el esfuerzo y sacrificio de tantos para llegar a la situación actual son
un punto de partida fundamental de reafirmación moral y de reafirmación de la propia
voluntad y capacidad para producir cambios. Pero no son suficientes para honrar el
compromiso que de ello se deriva, y en muchos casos es todo lo contrario. Conduce a una
complacencia que obnubila el reconocimiento de los errores cometidos o los problemas a
enfrentar, y obnubila la asunción de las responsabilidades actuales para avanzar en los
objetivos emancipatorios de la izquierda, responsabilidades que no son a modo de sus
preferencias sino que están condicionadas por una realidad definida decisivamente por
una clase dominante que no ha perdido capacidad de iniciativa política e ideológica y que
está en plena ofensiva conservadora.
El rigor crítico es fundamental para dilucidar la compleja y contradictoria relación
entre lo existente, lo posible y lo necesario, aportando los elementos racionales y el sustento
de la audacia para construir lo posible, sin lo cual no hay cambio social. Construir lo
posible exige realismo pero excluye el posibilismo que se agota en lo existente –que es
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El concepto de excedente, tal como se le definía como lo restante una vez descontado el consumo individual
(de propietarios y trabajadores) y productivo (capital), no se ajusta a la realidad actual en la que la expropiación
de valor y de ingresos a los trabajadores y consumidores pobres (por parte del capital directamente y con una
central función expropiatoria del Estado que se lo transfiere al capital) no permite cubrir las necesidades básicas
de subsistencia; y porque los flujos de riqueza de la periferia al centro se dan por saqueo de riqueza social
(privatizaciones) y de los territorios mismos. Por eso es apropiado hablar de neocolonialismo, de permanente
acumulación originaria.
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menester cambiar– y excluye también al pragmatismo que supone que cualquier medio
conduce a los fines sin advertir que algunos medios conducen a otros fines. Pero, sobre
todo, construir lo posible exige generar la fuerza social y política del sujeto del cambio.
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Evo Morales exhibe con orgullo su pertenencia al movimiento cocalero, del que sigue siendo su líder orgánico
tras asumir la presidencia de Bolivia. En su primer año de gobierno ha dado pasos audaces para llevar a cabo
desde un comienzo compromisos programáticos fundamentales con los que triunfó: la nacionalización (parcial)
de hidrocarburos, la Constituyente y el inicio de la reforma agraria. Culmina su primer año con un fuerte apoyo
popular boliviano y admiración popular latinoamericana. Pero hay que decir que esas acciones se inscriben en
concepciones del desarrollo que podrían dificultar la consecución de los objetivos programáticos y los intereses
sociales que éstos representan. Por otra parte, como nos explica el investigador boliviano Luis Tapia (conferencia
en la UAM Xochimilco del 14 de noviembre de 2006), el programa de cambio promovido desde el gobierno se
enfrenta a la contradicción entre la mayoritaria cultura y práctica social comunitaria y un Estado regido por los
principios liberales que excluyen la configuración de lo público desde la comunidad. Es decir, plantea problemas
de fondo a la relación entre Estado y movimientos sociales comunitarios, que son el soporte del triunfo del
MAS. Esta contradicción esencial y singular a Bolivia se expresa ya en la relación gobierno-movimientos en
varias áreas de acción, así como en la integración de la Constituyente.
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El término contestatario, que gusta tanto, indica que se trata de una acción de contestación, lo que confirma
que la iniciativa está siempre del otro lado.
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En México, por ejemplo, no es fácil entender el proceso social y político de los últimos años en el que se
observan avances notables de la lucha popular a pesar del rechazo que producen las direcciones y las prácticas
de los partidos de izquierda (Partido de la Revolución Democrática, Partido del Trabajo) y de sindicatos y
otras organizaciones sociales, que conducen a estancamientos y retrocesos. Algo similar puede observarse en
Argentina o Ecuador, en Chile o Nicaragua, por mencionar tan sólo unos ejemplos.
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RUTAS Y RITMOS
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Economía y política nunca son autónomas. La condición para que la democracia representativa fuera
compatible con el más antidemocrático modelo económico fue y es que lo económico no es tema de
discusión democrática o de decisión de mayorías sino sólo del mercado, es decir, del capital. Para justificar
la aberración antidemocrática de que la gente no pueda decidir sobre sus condiciones de existencia, se
atribuye a la "globalización", como fuerza metafísica ajena a las relaciones de poder, todas las acciones
económicas. La idea de la autonomía de la política sigue presente en algunas izquierdas que gobiernan,
aunque en la práctica esto no opera desde luego. Por tomar un ejemplo: si en el plano económico se
persigue la equidistancia entre el interés capitalista y los intereses populares, el gobierno no puede
promover la activa participación popular para conquistarlos, por cuanto eso implica afectar privilegios
capitalistas; tiene que apelar a la negociación cupular para manejar el conflicto. Pero esto significa,
también, que tiene que encontrar la forma de atenuar o controlar la participación independiente de las
organizaciones sociales y condicionarla o hacerla acompasar al accionar del gobierno, lo cual entra en
contradicción con el programa de esas mismas izquierdas. La relación indisoluble entre economía y
política también puede demostrarse de manera inversa, cuando para enfrentar privilegios capitalistas,
oligárquicos, los gobiernos apelan a la participación popular.
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Discuto esto con más detalle en "El desprestigio de la política: lo que no se discute". Puede consultarse
en: http://america_latina.xoc.uam.mx/articulos
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Gobernabilidad (governability) es la estabilidad que se obtiene con la obediencia de los gobernados, que no
necesariamente es resultado de la legitimidad del gobierno, sino que también puede obtenerse por represión,
o mediante la neutralización del conflicto, dispersando la capacidad de expresión de demandas de los
gobernados. En sociedades con tantas necesidades insatisfechas como las latinoamericanas, impedir que
éstas sean demandadas es reforzar la dominación conservadora, nunca reforzar la democracia. Analizo
con más detalle este tema, entre otros trabajos en: "Gobernabilidad como dominación conservadora"
(1997), que puede consultarse en: http://america_latina.xoc.uam.mx/articulos
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El Consenso Posliberal promovido por los ideólogos más lúcidos de la derecha latinoamericana,
norteamericana y europea, con activa participación del Banco Mundial cuando Joseph Stiglitz era su
Economista Jefe y Vicepresidente, es una supuesta "superación" del neoliberalismo con una mayor intervención
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del Estado sobre el mercado. El objetivo principal de esa "nueva" intervención estatal (que el Banco Mundial
caracteriza como neoinstitucionalismo para reformas de segunda generación) tiene por objetivo dar
mayor seguridad jurídica y política al capital. Bajo el argumento posliberal de que el mercado no resuelve
adecuadamente la pobreza, las "antineoliberales" políticas sociales posliberales, igualmente focalizadas,
destinan recursos públicos para que esos servicios sean provistos privadamente. Bajo la apariencia de un
mayor gasto social, en realidad el Estado le transfiere al capital (normalmente al gran capital que es el que
monopoliza los servicios) una masa mayor de los impuestos que, como sabemos, sólo pagan los asalariados
y los consumidores pobres; porque el capital no paga impuestos. Es la misma lógica subsidiaria al capital. El
posliberalismo es, en realidad, una estrategia de control político e ideológico que, sin cambiar el modelo
económico, pretende hacer creer que se va "más allá del neoliberalismo" aunque se refuerza la centralidad del
capital. Analizo estos temas en "América Latina: estrategias dominantes ante la crisis" (2003), y "El
posliberalismo y la izquierda latinoamericana" (2004) que pueden consultarse en: http://america_
latina.xoc.uam.mx/articulos. Así como "La tercera vía en América Latina: de la crisis intelectual al fracaso
político" (2005), que puede consultarse en: http://www.espaciocritico.com/articulos/eLibros/elites.htm
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En su clásico libro La gran transformación (1944), Karl Polanyi ofrece una contundente crítica moral
al liberalismo económico. Hace una profética advertencia sobre el riesgo de destrucción de la naturaleza
por someter a la tierra a las reglas del mercado y también sobre los efectos destructivos sobre el "trabajo"
de dichas reglas. Pero Polanyi no cuestiona la propiedad privada capitalista sobre los mismos, ni el origen
de dicha propiedad en la expropiación de los productores directos. Tan sólo recomienda regulaciones
estatales que humanicen su uso. En oposición al liberalismo económico defiende el proteccionismo
alemán de fines del siglo XIX pero desligándolo de sus objetivos de expansión imperialista. Junto a la
enjundia discursiva que tiene indudable actualidad, Polanyi es un defensor del gran capital en un capitalismo
regulado. Se le ha promovido para incidir sobre los movimientos altermundistas (la edición de 2003 –
México, Fondo de Cultura Económica– tiene un prólogo de Stiglitz que así lo manifiesta) porque es
funcional a la idea de humanizar la globalización con algunas regulaciones pero sin tocar al gran capital.
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pensar en el candidato posible siguiente y en las alianzas para hacerlo triunfar, y la gestión
de gobierno condicionada prudentemente en proyección electoral. Esos eran los ritmos y el
escenario pensados por varias fuerzas de izquierda.
Pero la verdadera fundamentación del péndulo es otra. Es la forma en que la burguesía
explica la historia del capitalismo: como sucesivos movimientos de corrección de anomalías
o excesos, que lo devuelven a sus equilibrios y a su normalidad como "progreso". En esta
lógica, las oscilaciones pendulares siempre son cambio para regresar, es decir, siempre se
está dentro del capitalismo. Así, los excesos del neoliberalismo deberían ser corregidos,
pero nada puede hacerse fuera o contra el capitalismo. La izquierda sólo podría ser posliberal.
Lo que la teoría del péndulo no dice, por supuesto, es que en la historia del capitalismo cada
movimiento de ajuste y corrección generado por el propio sistema (siempre presionado por
las contradicciones sociales) se hizo para lograr mayores ganancias –ése es el progreso– y
que con cada cambio de mecanismos de reproducción hubo un cambio cualitativo en una
mayor concentración y centralización del capital, no un punto de retorno. El neoliberalismo
fue exitoso en aumentar ganancias, pero los grados de concentración y centralización a que
condujo hacen que las contradicciones sean de tal magnitud que el capitalismo no puede
absorberlas. Ya no puede ofrecer nuevos equilibrios.
Empero la explicación pendular tuvo la eficacia de hacer creer que las correcciones
graduales al neoliberalismo llevadas a cabo por una izquierda "moderna", "responsable",
"prudente", "realista", conversa a la "globalización", transitarían pacíficamente entre tiempos
electorales.
Y de pronto nos encontramos con que la derecha altera el escenario, que nuevamente
está cambiando las rutas que construyó para que transitara la izquierda, y que una buena
parte de ésta no lo percibe.
Por un lado, la derecha está cambiando la estrategia política dirigida a neutralizar a
la izquierda en el terreno de la política sistémica. Las reglas del juego de la democracia
gobernable que impuso durante 15 años son desechadas por la propia derecha con guerras
sucias electorales, fraudes, campañas electorales con persecución de luchadores sociales
y políticos. En todos los países los grandes medios de comunicación y las corporaciones
empresariales actúan como fuerzas de choque antidemocráticas desplazando el papel de
los partidos de la burguesía. En las elecciones intervienen Estados Unidos y los operadores
políticos de las transnacionales europeas, sobre todo las españolas (como Aznar y Felipe
González), para asegurar la imposición de los candidatos de la derecha. Este cambio de ruta,
desechando la institucionalidad de la democracia gobernable lo hemos visto en los procesos
electorales recientes en El Salvador, Costa Rica, Perú, México, Ecuador, y también en el
referéndum en Panamá del 22 de octubre de 2006.
Por otro lado, después de inducir la moderación posliberal de los gobiernos de
izquierda para que no tocaran los cimientos de la acumulación de capital y tan sólo
administraran la crisis con reducción de la pobreza extrema, la derecha tampoco acepta que
se "administre" la crisis. Lula era el ejemplo elogiado a seguir y lo golpearon sin miramientos
para impedir su reelección en octubre de 200610. También Tabaré fue elogiado por su
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Lula no pudo reelegirse en el primer turno. Esta primera fase fue una campaña electoral sin entusiasmo
ni participación, con la militancia del Partido dos Trabalhadores desmovilizada. Pero ante el riesgo de un
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triunfo del candidato de la derecha (Geraldo Alckmin) en la segunda vuelta, que además de los privilegios
al gran capital prometió la adhesión total de Brasil a los intereses de Estados Unidos y privatizar lo que
todavía se mantiene público, el temor a esas graves regresiones reactivó la acción militante y el uso de un
discurso mucho más claramente de izquierda, lo que permitió el triunfo de Lula el 29 de octubre de 2006
con un 62 por ciento de los votos.
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El chantaje empresarial de octubre de 2006 fue en respuesta a un ínfimo aumento del combustible para
destinarlo al subsidio del boleto de transporte público de uso popular. El presidente Tabaré Vázquez, con
el apoyo de la central de trabajadores PIT-CNT (paro general, concentración callejera) y del Frente
Amplio, respondió con firmeza desbaratando el intento desestabilizador de los empresarios. Fue de las
pocas coyunturas en que la movilización de abajo se articuló con la acción del liderazgo de izquierda tras
un año de desencuentros. Lo que confirma también las hipótesis que propongo en este trabajo.
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En Argentina, en septiembre de 2006 es desaparecido Jorge Julio López, víctima de la dictadura, por
declarar como testigo en el juicio contra el ex represor Etchecolatz y además la derecha organiza
manifestaciones en apoyo a los represores de la dictadura. En Paraguay, en octubre de 2006, el luchador
por derechos humanos y víctima de la dictadura Martín Almada es demandado judicialmente por sus
propios represores. En Uruguay, también la derecha militar cierra filas contra los juicios a represores de
la dictadura.
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Manuel Espino es miembro de la organización fascista secreta El Yunque, que copó numerosos altos
puestos de gobierno desde la presidencia de Vicente Fox. Espino dirigirá la Organización Demócrata
Cristiana de América en el período 2006-2009, cuyo vicepresidente es Marcelino Miyares del Partido
Demócrata Cristiano de Cuba con sede en Miami.
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La distinción entre izquierda "social" e izquierda "política" oculta que la primera es un actor político, a
veces con mayor incidencia política que algunos partidos, aunque no participe en la política institucional.
En esta clasificación puede observarse la influencia que aún tiene el liberalismo en el análisis de la política
y lo político en el llamado pensamiento crítico.
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Estos son desafíos para la izquierda latinoamericana. Analizando cada uno de ellos
daría la impresión de que condujera a conclusiones pesimistas, y no lo creo así. Las mayores
contradicciones sociales y políticas que la nueva ofensiva capitalista anuncia intensificarán
las resistencias y luchas a pesar de los problemas actuales de la izquierda, de muchos de sus
partidos y varios gobiernos. En ese sentido es mi afirmación anterior de que en América
Latina la izquierda avanza a pesar de la izquierda: porque es un asunto de sobrevivencia. Es
posible que el avance imprescindible de las luchas empuje a las organizaciones de izquierda
a asumir los retos.
Pero ocurre que los márgenes para las deficiencias, para los análisis autorreferidos
o testimoniales, se están achicando. La crisis del capitalismo no garantiza de antemano un
resultado favorable a los pueblos ni al planeta mismo, el devenir de la crisis está en disputa
y será dramático. Y en este horizonte de posibilidades y peligros, los intelectuales tenemos
una gran responsabilidad, también tenemos que repensar nuestro trabajo.
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