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María zambrano: una visión del estoicismo

Author(s): Susana Agustín


Source: Renacimiento, No. 45/46 (2004), pp. 74-82
Published by: Libreria y Editorial Renacimiento S. A.
Stable URL: https://www.jstor.org/stable/40515961
Accessed: 04-07-2019 17:49 UTC

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SUSANA AGUSTÍN
MARIA ZAM BRAN O: una visión del estoicismo

Orígenes del estoicismo

de estoicismo hablamos, nos referimos a una doctrina filosófica cuyas raíces se


remontan a la antigüedad clásica, al siglo IV a.C. A pesar de ello, ha logrado una gran
difusión e incluso pervive en la actualidad. Sus orígenes se remontan a las enseñanzas
de Zenón de Citio (aprox. 341 - aprox. 261 a.C) y a la Stóa poikité (es decir «pórtico pintado
por él fundada en el año 306 a.C. En aquellos momentos en algunos círculos atenienses se pro
duce un desplazamiento de la filosofía hacia cuestiones morales. Este hecho tiene lugar en un
determinadas circunstancias históricas y sociales: el helenismo. La caída del imperio de Alejandro
Magno y su posterior desmembración marcan un periodo de desequilibrio y transformación
la Grecia antigua. Para Zambrano el estoicismo se manifiesta y surge de manera más evidente en
los momentos de crisis. El siglo III a.C. marca una nueva era: la filosofía griega ha sustituido
mito y la religión y está sentando las bases para la nueva vida del ser humano. En periodos con-
flictivos el hombre se refugia en su soledad, la filosofía le proporciona una nueva visión, por lo
que se resguarda en su propio enriquecimiento cultural: busca una base sólida, un punto d
apoyo, su lugar, su microcosmos. El hombre ha sido despojado de sus dioses y de la antigu
moral. Es el tiempo en que aparece el estoicismo. En esta etapa el ser humano «se volvió hacia la
filosofía para pedirle un modelo de vida, una certidumbre»1. Esta doctrina proporciona unid
a los actos del hombre y posibilita el que se valga por sí mismo, pues le deja libertad plena y de
este modo se fija la continuidad de la historia. Entronca con todos los sistemas filosóficos clási-
cos griegos, desde los primeros padres de la Iglesia hasta Descartes y Kant: sus conceptos e ideas
son comunes a todos ellos. Pero a diferencia de éstos, el estoicismo va más allá de la filosofía.
Sin embargo, ¿cuál es la causa de su actual vigencia? ¿Por qué una existencia tan prolongad
María Zambrano prefiere hablar de sucesivos renacimientos, aunque no los relaciona directa
mente con la filosofía: «Los renacimientos estoicos no ocurren, al parecer, porque dentro del áre
de la filosofía más o menos académica surja un problema que haga acudir a las doctrinas esto
cas, ni porque ningún concepto reclame ser esclarecido por conceptos usados en el estoicism
anterior. Nada de eso; surgen fuera del área de la estricta filosofía, en el medio que pudiéramos

1. 1996. Pensamiento y Poesía en la vida española. Madrid: Endymion.

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llamar de hombres cultos, no especialmente filósofos» (1996). De modo que el estoicismo está
en estrecha relación con la naturaleza humana, con las necesidades intrínsecas del hombre y de
manera muy especial, con sus necesidades intelectuales. Y dado que la virtud se identifica con la
sabiduría, el estoicismo es la doctrina filosófica común entre los hombres cultos con indepen-
dencia de lugares o épocas. No necesariamente filósofos, los estrictamente dedicados a la especu-
lación filosófica, pero sí cultos. María Zambrano afirma que el estoicismo es «el alimento filosó-
fico de mayor consumo entre los no filósofos de oficio». El hombre que está intelectualmente
vivo, el hombre culturalmente inquieto recurre al estoicismo porque es la doctrina de los sabios
y de los hombres dignos, porque es un canon de moral y de vida. Se convierte en el principio
que rige las ideas del hombre.

Razón poética y estoicismo

Aambrano encontró su propia senda en la razón poética que revela sin esfuerzo la verdad
inagotable. La razón poética es un modo peculiar de defensa ante la confusión de la que se sen-
tía presa por las circunstancias personales e históricas que le tocó vivir. La verdad revelada pro-
porciona equilibrio personal, serenidad y entereza por lo que el individuo «participa de todo,
es miembro del universo, de la naturaleza, del hombre y aún más allá de él» (1996). Por su
parte, el estoicismo es la doctrina que explora en el conocimiento de la naturaleza humana y
universal. La naturaleza humana es la razón para el estoico. La razón poética aleja al hombre de
toda vanidad y soberbia y al igual que el estoicismo, encuentra la felicidad en la virtud, en el
autodominio y en la fortaleza de ánimo. De manera que, si bien las creencias de Zambrano la
alejan del estoicismo por cuanto de laicismo implícito hay en dicha doctrina, su pensamiento,
su actitud y su compromiso muestran una persona próxima a los planteamientos de la filoso-
fía estoica. En el mismo sentido, podemos afirmar que la razón poética se aproxima a la poesía
que revela el misterio y también hasta el misterio conduce la razón en el estoicismo. En esta
ocasión se trata de una razón que «desempeña el papel de mediadora entre el hombre y lo que
está más allá de él» (1996). Frente a la razón poética, hija de la aurora, el estoicismo se corres-
ponde en opinión de María Zambrano con el ocaso, pero no concebido como un declive. El
ocaso no significa decadencia alguna, aunque se opone a la aurora, hija primera del logos sper-
matikos, misteriosa conjunción de los cuatro elementos. El estoicimo es entendido como la cul-
minación de un sendero, coronación de un ascenso, acumulación de saberes que impiden al
hombre derrumbarse, determinación máxima a la que el estoico llega.
El estoicismo nace producto del laicismo y de la popularización. El estoico es el hombre des-
amparado de ideas religiosas, el que desnudo y confuso indaga en el conocimiento del saber
filosófico para averiguar qué significa ser hombre. Necesita adquirir conciencia de sí mismo y
comprender cuanto le rodea. En este sentido, se asemeja al platonismo. Mas en tanto que éste
enlaza con la religión, el estoicismo es considerado pensamiento laico. El hombre religioso se

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define por la esperanza y por la misericordia; el estoico por la voluntad y el equilibrio.
Definiciones ambas prescindibles en el ámbito religioso. La voluntad estoica queda fuertemen-
te enraizada a la vida, la unidad del ser. Para María Zambrano se trata de «la moral que va a
tranformar las dispersas horas de cada vida humana en una eternidad, unidad más allá del tiem-
po sensible» (1996). Así pues, el estoicismo es una doctrina filosófica que populariza la noción
del ser humano y sobre ella sienta las bases de una doctrina asequible a los hombres. Y por ello
se asemeja a la religión. Precisamente el nexo y única posibilidad de unión entre la pensamiento
clásico griego y la religión cristiana será el estoicismo en opinión de Zambrano, quien precisa:
«Si el monoteísmo judío-cristiano pudo tan íntimamente entroncarse con la filosofía griega tan
íntimamente, es porque por lados diferentes portaban algo esencial y común, lo que podríamos
llamar ascetismo. Ascetismo en la idea, ascetismo en la vida.» (1996).

Significado

JN O obstante, el estoicismo ofrece por primera vez una definición del hombre desde una pers-
pectiva completamente humana. Este hecho se corresponde con un intento real de vivir según
la filosofía: se regulan las costumbres y se educa para la vida. Las ideas filosóficas se trasladan a
la realidad cotidiana de la existencia humana. Vivir de acuerdo con la naturaleza es vivir de
acuerdo con los dictados de la razón. El estoico descubre con resignación que lo individual ha
desaparecido: el hombre es análogo a sus semejantes. Con el estoicismo el hombre se sabe pró-
ximo a todo ser humano. Lo privado ha desaparecido. El estoico subyuga su razón al quietis-
mo, pierde la objetividad en silencio y con serenidad, se rinde a la angustia que le produce su
propio vivir en soledad. Éstas son precisamente las tres características propias del estoico: quie-
tismo, serenidad y soledad.
Porque al estoicismo llega el hombre en soledad, dado que el hombre es solo. Como nace,
muere en completa soledad y tal es su existencia. La vida humana es un ejercicio de soledad ele-
gido libremente. De esta soledad nace la necesidad de la cultura, la obligación por aprender, el
afán de saber al que opta el hombre como ejercicio de libertad interior. El estoicismo es el traje
con que se cubre el hombre culto, dice María Zambrano «el alimento sobrio»2. La doctrina
estoica nace como consecuencia de la urgencia por conocer. El ideal del estoico es el ideal del
sabio: un hombre cuyas prendas personales sean el autodominio, la constancia y la sencillez. El
conocimiento no es un mero ejercicio de la mente, una ocupación más, sino que es la razón
primera y última de vivir. Porque transforma al individuo, afecta por completo a su vida ente-
ra. El estoico que participa en política se caracteriza por su austeridad y los funcionarios por su
rigidez. Es una forma de vida serena en comunión con el universo.

2. 1984. Andalucía, sueño y realidad. Granada: Editoriales Andaluzas Unidad, SA.

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La serenidad es para el estoico la virtud esencial del ser humano, dado que es la virtud
mediante la cual el hombre encuentra su lugar en el cosmos. Se produce una revisión del pen-
samiento de Heráclito: el universo es un continuo devenir y está regido por la ley de la lucha
de contrarios que conlleva una unidad profunda. La serenidad conduce al hombre estoico hasta
la armonía del mundo: la armonía universal es el equilibrio tras las tensiones de los contrarios.
Es condición del hombre sabio, del que se sabe en comunión con el universo, del que se sien-
te parte integrante de la naturaleza. El hombre estoico interpreta con serenidad su existencia de
criatura singular: comprende su propia identidad y aprende a dominar sus pasiones. Se aseme-
ja a la «apatía» del sabio lo que para María Zambrano significa «la unidad del hombre, unidad
análoga a la de la naturaleza, pero que, a diferencia de ella, hay que conquistar» (1984). La sere-
nidad hace al individuo estoico invulnerable. Pero para conseguir esa invulnerabilidad en ver-
dad, el hombre ha de controlar sus emociones.
Y el quietismo ayuda al hombre estoico a vencer sus pasiones, aquellos elementos que lo
diferencian de la naturaleza. Los componentes de su cuerpo que lo encaminan hacia un vaivén
doloroso, alejándolo de la naturaleza. Mediante el silencio y la quietud el estoico funda de
nuevo su ser, rehace la unidad consigo mismo. Es el intelectualismo moral que rige pensa-
mientos y actos del individuo estoico. Porque «la gloria más consecuente para el estoico es el
silencio» (1984). Con resignación se enfrenta a su realidad: la noción de hombre como un ele-
mento más de la naturaleza cuya heterogeneidad es sólo aparente. Naturaleza entendida como
la totalidad del universo en constante cambio. En este devenir incesante reside dicha heteroge-
neidad. De la tensión entre contrarios surge una armonía tensa. El quietismo estoico devuelve
al hombre hasta la armonía primera.
El estoicismo es una manera de amar el mundo en que vivimos. El amor da origen a la vida,
producto armónico de la tensión de contrarios. El afán de conocimiento propio del estoicismo
es también una declaración de amor. Si bien, María Zambrano prefiere referirlo como idea de
unidad y de analogía con el cosmos, pues a su modo de ver, «el estoico es el hombre desena-
morado» (1984). La expresión del amor del estoico no se manifiesta separadamente, sino que
viene determinada por su voluntad. El sentimiento amoroso no es persuasivo ni absoluto, ani-
quilador. Antes al contrario, es un sentimiento consolador porque no se expresa de una mane-
ra directa, sino a través del conocimiento y de la voluntad. La voluntad del estoico es de equi-
librio y de renuncia, persuasiva, pero nunca violenta, ya que tiende a proporcionar armonía al
individuo.

Estoicismo y muerte

Al igual que de la fusión amorosa de contrarios surge la vida, así también la tensión esencial
del hombre la protagonizan vida y muerte. El estoicismo es por lo tanto, una forma de vida y
en consecuencia una manera distinta de afrontar la muerte. A lo largo de su vida el estoico se

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forma y se prepara para su propia muerte. El hombre en tanto que ser mortal, se ejercita en su
final. María Zambrano encuentra aquí otra similitud más entre estoicismo y filosofía. El filó-
sofo es el hombre que se encamina hacia la muerte buscando la razón de su existencia, del
mismo modo el estoico madura hacia su muerte. Dicho proceso de maduración interna y por
lo tanto individual, se corresponde con el rincón más íntimo del ser humano: constituye su
intimidad más secreta. Como la vida, la muerte es aceptada con absoluta serenidad, no produ-
ce en el estoico sentimiento alguno de angustia ni humillación. Esta aceptación serena de la
muerte es la consecuencia de que el hombre se sabe limitado. No hay renuncia ni angustia ante
la muerte, sólo serenidad. Porque la angustia produce desesperación y la renuncia vacío en la
conciencia. Sin embargo, el estoico no se resigna a vivir prisionero, prefiere antes entregarse a
la muerte. Indudablemente el suicidio será objeto de discordancia entre estoicismo y religión y,
por lo tanto, de discrepancia entre la moral estoica y el pensamiento de Zambrano. Observa
nuestra autora que el suicidio es una forma «que en España se repite con frecuencia en los mejo-
res de sus hijos» (1984). En nuestro país el estoicismo se relaciona con una manera de vivir,
pero también en numerosas ocasiones con una forma de morir: la muerte voluntaria, el suici-
dio. Ve María Zambrano el suicidio español como una conducta ante la muerte. El estoico opta
por darse muerte antes que vivir privado de su libertad. Señala asimismo que el suicidio no es
tanto elección como renuncia y resignación.

El estoicismo en la literatura española

A. continuación se ofrece un breve repaso de la literatura española. Nos proponemos constatar


la íntima relación que el estoicismo guarda con nuestros escritores. Para ello nos centramos
exclusivamente en aquéllos que han despertado el interés de María Zambrano. La pensadora
acerca las obras de creación literaria al pensamiento filosófico eminentemente español y, en este
sentido, afirma: «Al no tener pensamiento filosófico sistemático, el pensameinto español se ha
vertido dispersamente, ametódicamente en la novela, en la literatura, en la poesía. Y los suce-
sos de nuestra historia, lo que real y verdaderamente ha pasado entre nosotros, lo que a todos
los hombres nos ha pasado en comunidad de destino, aparece como en ninguna parte en la voz
de la poesía»3.
El ejemplo de muerte aceptada con serenidad y resignación lo constituye el suicidio del cor-
dobés Séneca, cuya doctrina filosófica se adentra en cuestiones de tipo práctico y tiende hacia
un moralismo puro plasmado en sus Cartas y en sus Ensayos. Sin duda, hemos de encontrar las
razones de esta renuncia a la vida en la elección que toda renuncia conlleva intrínseca: en la
airosa soledad, en el consciente intimismo, en el silencio. Es la soledad y el respeto ante la

3. 1959. La España de Galdós. Madrid: Taurus.

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muerte lo que se lee en la Epístola moral a Fabio. Andrés Fernández de Andrada retoma en su
epístola la tradición horaciana. En sus versos expone el ideal estoico del hombre sabio, su pru-
dencia, moderación y equilibrio. Todo ello se fusiona con el componente biográfico que reve-
lan una poesía más realista y humana. Debido sin duda a que el estoico no declina su trabajo
en sociedad porque se sabe inmerso en el mundo, lo que tantas dificultades le ha acarreado.
Para María Zambrano el nuestro es un país de estoicos: «Hay varios indicios de que el pue-
blo español tiende hacia el estoicismo» (1984). A su modo de ver, en España se diferencian dos
tipos de estoicismo: uno consciente, de raíz sabia y bien definido; y otro de carácter popular y
que se corresponde con una tradición profunda aunque inculta. El primero a su parecer, enla-
za con «el lado laico de nuestra cultura» de manera que concluye afirmando: «Cuando el espa-
ñol no ha vivido dentro de una religión, ha venido a ser fatalmente estoico». El estoicismo sabio
y consciente se materializa en nuestra literatura y podemos encontrar no pocas huellas ya desde
la Edad Media y aún antes según hemos comprobado con los ejemplos anteriores.
El hombre que busca en el mundo del conocimiento, encuentra respuesta a sus necesidades
tras sus ambiciones culturales. Así lo constata Jorge Manrique, cuyas Coplas son la síntesis per-
fecta de la melancolía del estoico. El estoicismo popular según Zambrano se corresponde con
lo que el español iletrado entiende por «filosofía». Ambos tipos comparten un mismo estilo de
vida sobria. Ambos tipos de estoicismo los protagoniza el hombre silencioso, pensativo que
soporta en plena soledad su pensamiento y vive a solas con su doctrina sin adentrase en la espe-
culación filosófica.
María Zambrano ha relacionado habitualmente el estoicismo español con una corriente del
catolicismo condenado por la Inquisición: la mística. En el último tercio del siglo XVII la
Iglesia decreta la experiencia mística impracticable dado que, en la medida en que ésta es una
interiorización del dogma y prescinde de la autoridad eclesial para manifestar los vínculos que
se establecen entre lo divino, lo oculto y el hombre, resulta una experiencia interior inacepta-
ble para la ortodoxia inquisitorial. A pesar de todo ello, la literatura mística española ofrece
numerosos y célebres ejemplos en los que Zambrano ha reparado. Los poemas de Fray Luis de
Granada, San Juan de la Cruz o Santa Teresa de la Cruz, Fray Juan de los Ángeles, Fray Luis
de León, Malón de Chaide o el padre Orozco son sólo algunos nombres cuyas obras confirman
la grandeza e importancia de esta tradición que ha tenido tanto consecuencias históricas como
literarias. La cima más alta de la mística universal la representan los carmelitas Santa Teresa y
San Juan. Las obras de la primera demuestran la aproximación del cielo a la tierra, pues con-
juga la tensión intelectual con lo cotidiano. El Libro de su Vida sea quizá la más clara muestra.
Se aprecia la influencia de las Confesiones de San Agustín, aunque el resultado se torna más
humano.

Por su lado, San Juan ahonda en la experiencia mística y su obra desvela los momentos del
éxtasis. El simbolismo religioso, la intensidad y delicadeza amorosas, la pasión encendida que
emanan sus Poemas Mayores magnifican al hombre que los compuso. Estas poesías muestran
la grandeza del poeta que por medio de la palabra comunica experiencias surgidas del silencio.

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Por la tensión a la que somete sus escritos, descubre esas vivencias en el límite que en definiti-
va, constituyen la mística. La razón de que los versos de San Juan sean tan profundamente
humanos, radica en la «divinización» de las obras literarias profanas. El hecho de que los ele-
mentos de la poesía amatoria sean divinizados responde a la necesidad de la mística por elabo-
rar un lenguaje que exprese un pensamiento. La mística es la lengua de la Filosofía, pues su afán
es ahondar en la plenitud y el misterio y expresarlo mediante el ritmo y la armonía.
La poesía de fray Luis de León ofrece un modo de entender lo divino desde la perspectiva
que la razón humana puede ofrecer. Es una conjunción de teología y mística. El pensamiento
del autor queda plasmado como música, con armonía; como verdad órfico-pitagórica, como
ritmo. Sus poemas constatan la influencia estoica que se evidencia en el tratamiento que con-
cede a la naturaleza: en su belleza, serenidad y elegancia ve el poeta su ideal de armonía. El asce-
tismo, ligado al platonismo, indaga asimismo en la naturaleza del hombre rescatando el con-
cepto de alma, pues hasta este momento, se había empleado el de espíritu. Nuestro idioma
alcanza su plenitud, pues permite la disquisición teológica. Ejemplos de esto son las diferentes
traducciones y versiones llevadas a cabo por fray Luis. En cuanto a su obra propia, hay que
advertir de su misticismo más contemplativo, ya que el numen se presenta buscando anhelante
la unión con Dios. El sentido orfico y pitagórico, la tradición platónica, la influencia de Virgilio,
Horacio o Ausonio y la presencia de la noche, descubren un misticismo de raíz universal.
Asimismo la mística heterodoxa de Miguel de Molinos queda expresada en su Guía Espiritual
Esta obra representa el encuentro de la tradición mística de Oriente y Occidente. Que la unión
se produzca en cualquier momento de la vida cotidiana es característico de la mística oriental.
El estoicismo en este caso se torna quietismo absoluto, nada fértil, plena. La obra se ciñe a las
experiencias del alma que en estado contemplativo, alcanza la divinidad. En la historia de la lite-
ratura española y hasta el siglo XIX, María Zambrano relaciona el estoicismo con el espíritu cris-
tiano. El estoico español buscaba su propia individualidad, su libertad fuera del dominio de la
Iglesia Católica. El hombre quería recuperar las riendas de su vida, «recobrar su soberanía sobre
sí» porque se encuentra en completa disconformidad. Pero ese camino ha de recorrerlo en la más
estricta soledad. Sus necesidades tan sólo pueden ser atendidas en silencio y soledad.
A partir del siglo XIX considera María Zambrano que la línea estoica española entronca con
el desengaño religioso. El estoico ni busca ni pretende la salvación de su alma. El hombre vuel-
ve sobre las preguntas eternas, se centra en la sustancia humana, su pensamiento torna hacia la
conducta y la actitud del hombre, lo que se ha vertido en diferentes ejemplos de nuestra lite-
ratura. Así por tanto los novelistas del Realismo español manifiestan con una honda tristeza los
lazos que unen y limitan al ser humano con su mundo, con su tiempo. Galdós fue un estoico
ligado a su época. Y dado que sus ojos no se posan sobre la cruz de madera, tiende sus manos
para crear personajes que traspasan la realidad. Tanto en sus novelas como en los Episodios,
Galdós no pinta caracteres ni retrata héroes. Pueblan su obra personas, tan humanas que encua-
dran la historia y la transcienden. A través de los hechos narrados en sus novelas, podemos afir-
mar con precisión los acontecimientos decisivos en el devenir histórico de nuestro país, pues

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han sido trazados con sabia pluma por Galdós. Zambrano considera que Misericordia es una
«solución transhistórica» y ve a Nina «como una revelación de humana criatura que ha salido
del laberinto, sin ahorrarse ninguno de los recovecos que le estaban destinados, atravesando
todos los muros que la fatalidad oponía a su paso» (1959).
Benina simboliza el amor sin límites, la bondad a raudales, el perdón y la misericordia sin
cortapisas. Aquí se comprueba cómo el estoicismo español ha ido evolucionando. La doctrina
clásica se mantenía intransigente ante la clemencia y no perdonaba. La novela realista ofrece no
pocos ejemplos de piedad: desde el perdón que solicita Amparo Sánchez en Tormento a la mise-
ricordia de Fortunata; la tolerancia mueve a Gabrielillo de la misma manera que la compasión
a Jacinta. En estas narraciones ha quedado «la huella, la acción de lo histórico sobre la vida
humana» (1959). Una concepción de lo histórico muy semejante encontramos en Unamuno,
quien la denominó intrahistoria. En sus obras prefiere centrarse en personajes y acciones
intranscendentes, aparentemente. La verdadera importancia está en la atemporalidad: persona-
jes y obras que escapan de la coordenada espacio-temporal. Los sentimientos, las sensaciones,
los pensamientos de los protagonistas logran independencia y se erigen en ejes centrales de estas
novelas, ¿o mejor nivolas?
Para Zambrano el ejemplo más característico lo constituye San Manuel: «Y es inquietante
que cuando don Miguel, tan antiestoico, quiere mostrar una figura hispánica, un español ape-
gado a su pueblo, imagina a San Manuel Bueno» (1959). El protagonista es un cura que sin fe,
no ha perdido la esperanza. El cura que sintetiza lo masculino y lo femenino. San Manuel se
asemeja a Séneca, al parecer de María Zambrano: su religión es caridad, conocimiento y con-
solación. La desolación es, por lo demás, el sentimiento común compartido por Séneca,
Unamuno y Antonio Machado.
Y es que es la poesía de este último una «meditación de la muerte, pensamiento fijo en el
morir» (1959). Su vida y su obra, toda su obra, aunque principalmente la poética es un ejem-
plo de estoicismo encaminado hacia la propia muerte. La poesía machadiana se yergue como
verdad revelada, hechos traspasados, principios descubiertos y asimilados. Los acontecimientos
que han sucedido al ser humano son cantados con pulcritud en estos versos. Machado ha fun-
dido como nadie la doble vertiente del estoicismo a la que Zambrano se refería. Ha aunado lo
culto y lo popular. Su poesía ha quedado transcendida con el tiempo. Es un ejemplo más del
sabio estoico, del poeta pensador, del filósofo poeta y en estos dos sentidos leemos su poesía.
Ha sido éste un breve paseo por los autores y obras estoicos de la literatura española más des-
tacados por María Zambrano, cuyo interés y aproximación constatan la proximidad de su pen-
samiento. Su obra, actos y forma de vida así lo verifican. Si el estoicismo tiene por ideal al hom-
bre sabio, Zambrano simboliza dichos ideales. Supo vivir libre de pasiones conforme a la razón
poética; fue solidaria y ciudadana del mundo; sabia y humilde; ajena a los bienes materiales o
a la fortuna externa se mantuvo fiel a la rectitud, su virtud. En sus obras descubrimos a la mujer
que contempla y admira el mundo y hacia sus semejantes tiende sus manos y describe la otra
realidad, la que ve desde la razón poética. Consciente de que su tiempo corría hacia la aniqui-

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lación, pues las cosas se deshacían ante sus ojos y el hombre se encaminaba a las puertas de la
muerte, María Zambrano recorrió su senda sin intención de detener el tiempo. Otra luz más
alta la encumbraba para discernir las relaciones entre lo humano y lo divino, mas nunca quedó
cegada. El suave transcurso de los días la condujo hasta los claros del bosque.

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