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Problema
El
Problema
del Misterio
La palabra «misterio» suscita a menudo en nosotros, los
hombres, incluso en nuestros días, en primer lugar
recelo y desconfianza. Misterio es lo que no -o todavía
no- se conoce. Hay que escudriñarlo, hay tal vez incluso
que desenmascararlo, hay que destaparlo. En sentido
estricto, la Ilustración no tolera ningún misterio.
De ahí que la palabra «misterio», se haya hecho cada
vez más negativa, precisamente en nuestro lenguaje
más moderno, el contemporáneo. Tiene cierta afinidad
La palabra con el enigma, algo que nos está oculto o que es
difícilmente accesible. A veces parece ser
suprarracional, porque no se descubre su secreto, otras
«misterio» irracional, porque se sospecha que puede tratarse de un
simple sinsentido o porque se piensa que alguien quiere
esconderse, quiere ocultarse, tiene sus misterios.
Si se consultan los grandes léxicos de filosofía, la
palabra «misterio», simplemente no aparece. Tal vez
figure el concepto «misterio/misterios», pero no
necesariamente en el sentido de misterio que aplicamos
a Dios. Así, el pensamiento moderno es, hasta entrado
nuestro siglo, escéptico y crítico frente a la idea de
misterio.
El misterio no puede ser, o no en primer lugar
una Falta de conocimiento, una limitación de
nuestra visión que es preciso eliminar. Tampoco
podemos contentarnos con hablar, en un nivel
puramente intelectual, del misterio como si
fuera tan solo lo todavía no conocido y nada
tuvieran que hacer en este campo todos los
La palabra
impulsos y comportamientos del hombre.
Hay cosas que nos afectan de otra manera, no
Rudolf Otto decía que Dios se nos presenta siempre como mysterium
fascinosum, como el desconocido que fascina; que, una vez
vislumbrado, reclama cada vez más nuestro interés y nos atrae
irresistiblemente. Esto no tendía que extrañarnos mucho, si
consideramos que incluso la persona humana ---que por esto se dice
imagen de Dios es siempre un « desconocido que fascina», alguien a
quien nunca acabamos de conocer, pero que, si lo reconocemos y
tratamos verdaderamente como persona, nos atrae y nos interesa
cada vez más.
Por eso el creyente intenta ir purificando sus representaciones de
Dios. Sabe que no puede estar sin las que tiene, pero sabe y siente
dolorosamente que ninguna de las que tiene es adecuada. Se
entrega, a la vez insatisfecho y confiado, a aquella «noche de
sentido» y «noche de la inteligencia», encontrando que en esa noche
hay una luz, que es una «tiniebla luminosa».
«Que bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche».
(San Juan de la Cruz).
«La tiniebla divina es aquella luz
inaccesible en la que se dice que
Dios habita.
Es invisible precisamente porque
es sobreeminentemente clara:
Es incomprensible, a causa del
exceso de resplandor de su luz,
que lo sobrepasa todo.
En esa tiniebla ha de adentrarse
quien quiera conocer o ver a Dios.
Los que lo hagan, precisamente
porque no ven ni conocen, llegan
verdaderamente a entender al que
está sobre toda visión y sobre todo
conocimiento».
Dionisio Aeropagita
«El creyente no encuentra a Dios como
objeto en la mente, sino que se
encuentra como objeto en la mente de
Dios.
Pensar sobre El es abrir la propia
mente a la presencia que lo ocupa
todo, que lo penetra todo.
Pensar sobre cosas es tener un
concepto en la mente, mientras que
pensar sobre Él es como estar rodeado
de Su pensamiento. Por tanto,
conocerlo es ser conocido por Él...
Vivimos en el universo de Su
conocimiento, en la gloria de estar
vinculados a Él. "Antes de que te
formara en el vientre ya te conocía"
(Jer 1,5).
Esta es la tarea: percibir o descubrir
que somos conocidos. Nos acercamos a
Él, no haciéndolo objeto de nuestro
pensamiento, sino descubriéndonos
como los objetos de su pensamiento»".
A. J. Heschel
Lehmann, Dios, el misterio permanente.
Kasper, el Dios de Jesucristo.
Ortega, Teología: Misterio y humanidad.
Rahner, Escritos de teología.
Rodríguez Panizo, Dios misterio.
Schillebeeckx, Los hombres relato de Dios.
Vives, Si oyerais hoy su voz…
Bibliografía