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»Al Dios del Corán se le dan unos nombres que están entre los más bellos que conoce
el lenguaje humano, pero en definitiva es un Dios que está fuera del mundo, un Dios
que es sólo Majestad, nunca el Emmanuel, Dios-con-nosotros. El islamismo no es una
religión de redención. No hay sitio en él para la Cruz y la Resurrección. Jesús es
mencionado, pero sólo como profeta preparador del último profeta, Mahoma. También
María es recordada, Su Madre virginal; pero está completamente ausente el drama de
la Redención. Por eso, no solamente la teología, sino también la antropología del
Islam, están muy lejos de la cristiana.
»El Concilio ha llamado a la Iglesia al diálogo también con los seguidores del
«Profeta», y la Iglesia procede a lo largo de este camino. Leemos en la «Nostra
aetate»: “Si en el transcurso de los siglos no pocas desavenencias y enemistades
surgieron entre cristianos y musulmanes, el Sacrosanto Concilio exhorta a todos a
olvidar el pasado y a ejercitar sinceramente la mutua comprensión, además de a
defender y promover juntos, para todos los hombres, la justicia social, los valores
morales, la paz y la libertad” (n. 3)»
Judaísmo
«Las palabras de la “Nostra aetate” suponen un verdadero cambio. El Concilio dice:
“La Iglesia de Cristo reconoce que, efectivamente, los comienzos de su fe y de su
elección se encuentran ya, según el misterio divino de salvación, en los Patriarcas,
Moisés y los Profetas. […] Por eso, la Iglesia no puede olvidar que ha recibido la
revelación del Antiguo Testamento por medio de aquel pueblo con el que Dios, en su
inefable misericordia, se dignó sellar la Alianza Antigua, y que se nutre de la raíz del
buen olivo en el que han sido injertados los ramos del olivo silvestre que son los
gentiles. […] Por consiguiente, siendo tan grande el patrimonio espiritual común a los
cristianos y a los hebreos, este Sacro Concilio quiere promover y recomendar entre
ellos el mutuo conocimiento y estima, que se consigue sobre todo por medio de los
estudios bíblicos y de un fraterno diálogo”
Budismo
«La soteriología [doctrina de la salvación] del budismo constituye el punto central, más
aún, el único de este sistema. Sin embargo, tanto la tradición budista como los
métodos que se derivan de ella conocen casi exclusivamente una soteriología
negativa. »La “iluminación” experimentada por Buda se reduce a la convicción de que
el mundo es malo, de que es fuente de mal y de sufrimiento para el hombre. Para
liberarse do’ este mal hay que liberarse del mundo; hay que romper los lazos que nos
unen con la realidad externa, por lo tanto, los lazos existentes en nuestra misma
constitución humana, en nuestra psique y en nuestro cuerpo. Cuanto más nos
liberamos de tales ligámenes, más indiferentes nos hacemos a cuanto es el mundo, y
más nos liberamos del sufrimiento, es decir, del mal que proviene del mundo.
Hinduismo
«En el hinduismo los hombres investigan el misterio divino y lo expresan mediante la
inagotable fecundidad de los mitos y con los penetrantes esfuerzos de la filosofía;
buscan la liberación las angustias de nuestra condición, sea mediante formas de vida
ascética, sea a través de la profunda meditación, sea en el refugio en Dios con amor y
confianza. En el hinduismo, según sus varias escuelas, se reconoce la radical
insuficiencia de este mundo mudable y se enseña un camino por el que los hombres,
con corazón devoto y confiado, se hagan capaces de adquirir el estado de liberación
perfecta o de llegar al estado de suprema iluminación por medio de su propio esfuerzo,
o con la ayuda venida de lo alto» («Nostra aetate», 2)
«El Concilio recuerda que “la Iglesia católica no rechaza nada de cuanto hay de
verdadero y santo en estas religiones. Considera con sincero respeto esos modos de
obrar y de vivir, esos preceptos y esas doctrinas que si bien en muchos puntos difieren
de lo que ella cree y propone, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad
que ilumina a todos los hombres. Pero Ella anuncia y tiene la obligación de anunciar a
Cristo, que es “camino, verdad y vida” (Juan 14,6), en quien los hombres deben
encontrar la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios ha reconciliado Con sigo
mismo todas las cosas» («Nostra aetate», 2)
Religiones animistas
«Ponen en primer plano el culto a los antepasados. Parece que quienes las practican
se encuentren especialmente cerca del cristianismo. Con ellos, también la actividad
misionera de la Iglesia halla más fácilmente un lenguaje común. ¿Hay, quizá, en esta
veneración a los antepasados una cierta preparación para la fe cristiana en la
comunión de los santos, por la que todos los creyentes vivos o muertos forman una
única comunidad, un único cuerpo? La fe en la comunión de los santos es, en
definitiva, fe en Cristo, que es la única fuente de vida y de santidad para todos. No hay
nada de extraño, pues, en que los animistas africanos y asiáticos se conviertan con
relativa facilidad en confesores de Cristo, oponiendo menos resistencia que los
representantes de las grandes religiones del Extremo Oriente»
Más adelante el Concilio recuerda que «la Iglesia católica no rechaza nada de
cuánto hay de verdadero y santo en estas religiones. Considera con sincero
respeto esos modos de obrar y de vivir, esos preceptos y esas doctrinas que si
bien en muchos puntos difieren de lo que ella cree y propone, no pocas veces
reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Pero
Ella anuncia y tiene la obligación de anunciar a Cristo, que es camino, verdad y
vida» (Juan 14,6), en quien los hombres deben encontrar la plenitud de la vida
religiosa y en quien Dios ha reconciliado Consigo mismo todas las cosas»
Las palabras del Concilio nos llevan a la convicción, desde hace tanto tiempo
enraizada en la tradición, de la existencia de los llamados semina Verbi
(«semillas del Verbo»), presentes en todas las religiones. Consciente de eso, la
Iglesia procura reconocerlos en estas grandes tradiciones del Extremo Oriente,
para trazar, sobre el fondo de las necesidades del mundo contemporáneo, una
especie de camino común. Podemos afirmar que, aquí, la posición del Concilio
está inspirada por una solicitud verdaderamente universal. La Iglesia se deja
guiar por la fe de que Dios Creador quiere salvar a todos en Jesucristo, único
mediador entre Dios y los hombres, porque los ha redimido a todos. El Misterio
pascual está igualmente abierto a todos los hombres y, en él, para todos está
abierto también el camino hacia la salvación eterna.
Llegados a este punto sería oportuno recordar todas las religiones primitivas,
las religiones de tipo animista, que ponen en primer plano el culto a los
antepasados. Parece que quienes las practican se encuentren especialmente
cerca del cristianismo. Con ellos, también la actividad misionera de la Iglesia
halla más fácilmente un lenguaje común. ¿Hay, quizá, en esta veneración a los
antepasados una cierta preparación para la fe cristiana en la comunión de los
santos, por la que todos los creyentes -vivos o muertos- forman una única
comunidad, un único cuerpo? La fe en la comunión de los santos es, en
definitiva, fe en Cristo, que es la única fuente de vida y de santidad para
todos. No hay nada de extraño, pues, en que los animistas africanos y
asiáticos se conviertan con relativa facilidad en confesores de Cristo,
oponiendo menos resistencia que los representantes de las grandes religiones
del Extremo Oriente.
Cristo vino al mundo para todos estos pueblos, los ha redimido a todos y
tiene ciertamente Sus caminos para llegar a cada uno de ellos, en la
actual etapa escatológica de la historia de la salvación. De hecho, en
aquellas regiones muchos Lo aceptan y muchos más tienen en Él una fe
implícita