Avecinándose la realización de una Asamblea Constituyente encargada de
formular una nueva carta política para el Estado Ecuatoriano que reforme el marco jurídico e institucional de nuestro país, se hace necesario reflexionar sobre conceptos tan importantes como Estado, Sociedad, y Lucha Anticorrupción, sus interrelaciones, su naturaleza y funcionamiento.
El esfuerzo que hace el pensamiento liberal en separar la sociedad civil del
Estado no tiene otra explicación que tratar de negar que el Estado es conceptualmente una función de lo social, que cualquier Estado es un producto derivado de la sociedad que lo genera, así al Estado Antiguo lo generó la sociedad esclavista, al Estado Medieval, la sociedad feudal y al Estado Burgués, la sociedad capitalista, esta separación o más propiamente dicho: encubrimiento, tiene a su vez la finalidad ulterior de generar la ilusión de un supuesto “carácter neutral” del Estado como instancia de mediación o arbitral de las contradicciones que en una sociedad se generan y no como lo que realmente es: un instrumento de dominación y sometimiento de la clase hegemónica sobre el resto de la sociedad.
La nocividad y pérdida de legitimación del Estado Burgués no es únicamente
la falta de democracia real y de que éste haya producido la falsación del sentido original de la democracia como “gobierno del pueblo”, habiéndola transformado en tan solo un “sistema electoral” que permite elegir algunos “representantes” que “deciden” algunas cuestiones menores. El capitalismo salvaje es una forma de organización social injusta que causa enormes sufrimientos a la gran mayoría de personas, produce pobreza y explotación, somete a los seres humanos a la pasividad y conformismo, limitando sus potencialidades, fomenta muchas formas de discriminación: étnica, de género, etaria, etc., alimenta la violencia y el temor, atenta contra los derechos fundamentales, destruye la naturaleza, poniendo en riesgo al planeta entero.
El mayor poder de engaño de la burguesía, está en que se esfuerza y termina
consiguiéndolo parcialmente, en transformar su propia ideología en la cultura y el “sentido común” que pretende entronizarse en nuestra cotidianidad, ya lo dijo Antonio Gramsci, al señalar que: “la clase dominante logra su hegemonía cuando consigue ganarse las mentes y los corazones de los oprimidos, cuando hablamos su lenguaje y vemos a través de sus ojos, allí hay hegemonía”. De igual manera, Michel Foucault sostiene que el poder de la clase dominante, incluso ha penetrado en nuestros hábitos más inconscientes y en nuestros cuerpos y que el poder dominante ya no es solamente algo que nos invade “desde afuera”, sino que lo hemos internalizado e incorporado, el poder controla la vida social y a las personas “desde adentro”, sería mejor llamarlo biopoder, porque absorbe la vida social e incluso la vida individual, dándole así una nueva forma; no sólo controla la vida, sino que intenta re-crearla a su imagen y semejanza.
Estando de acuerdo con estas posturas, sin embargo no debemos exagerar,
caso contrario estas conclusiones nos llevarían a un determinismo fatal y en consecuencia al inmovilismo, siempre queda espacio para la resistencia activa y la oposición al poder dominante, es decir para la construcción de una contra hegemonía o contrapoder.
Si bien es cierto que el Estado no es neutral, es capitalista en la medida en que
la sociedad a la que pertenece lo es, no es cierto que sea tan solo un instrumento que los capitalistas usen a su antojo. La lucha de los pueblos puede cambiar aspectos importantes de la forma del Estado y sus funciones, en la misma medida en que puede hacerlo con otros aspectos de la sociedad, el Estado adquiere las formas que las va moldeando la lucha de los pueblos. Los cambios en la Sociedad se traducen, a la vez, en cambios en el Estado, y los cambios en éste habitualmente suponen, cambios en aquella. Por ejemplo, cuando el Estado promulgó la jornada laboral de ocho horas diarias, ello no fue meramente un cambio desde el Estado, sino fundamentalmente un cambio desde la Sociedad.
De igual manera, la Comisión de Control Cívico de la Corrupción surgió como
una imperativa demanda ciudadana que tuvo su punto culminante en las jornadas de lucha del pueblo ecuatoriano de Febrero de 1997, protagonizadas casi de manera unánime por amplios y diversos sectores sociales, políticos, económicos, culturales, urbanos y rurales del país, exigiendo un alto al abuso del poder conferido, transparencia en el manejo de los asuntos del Estado, y sobre todo una auténtica y mayor participación en la toma de decisiones que afecten al bienestar general de los ecuatorianos.
En el año de 1998 algunas de las nuevas exigencias planteadas,
fundamentalmente por los sectores sociales y poblacionales históricamente más preteridos, fueron recogidas como principios, preceptos y garantías constitucionales por la Asamblea Nacional Constituyente. Entre éstos, la nueva Constitución crea la Comisión de Control Cívico de la Corrupción con el claro mandato establecido en los Artículos 220 y 221 de: En representación de la ciudadanía promover la eliminación de la corrupción; receptar denuncias sobre hechos presuntamente ilícitos cometidos en las instituciones del Estado, para investigarlos y solicitar su juzgamiento y sanción.
Los subsecuentes gobiernos que fueron elegidos a partir de entonces no
interpretaron correctamente los nuevos conceptos y demandas sociales y basaron nuevamente su accionar en un simple diseño tecnocrático de gobernabilidad pero vacío de sustento axiológico, ligado una vez más al particular interés de sus financistas, lejano de la auténtica participación social con pleno derecho, como consecuencia de lo cual, tuvieron que sufrir en carne
2 propia la tacha, el repudio y la censura ciudadana en las jornadas de lucha popular de Enero del año 2000 y Abril del 2005.
Estas y otras experiencias, producto de prácticas reiterativamente
inadecuadas, son evidencias de que los principios jurídicos escritos en la Constitución y las leyes no tienen en sí mismo efectos taumatúrgicos que preserven el interés público de manera casi automática, por lo que se impone un rol permanente, ágil y dinámico por parte de un órgano de control como es la CCCC, que por el origen de su designación – la sociedad civil organizada-, actúe oportuna, imparcial e independientemente. Preservar éstas características fundamentales, constituye el núcleo principal del compromiso de la CCCC con la sociedad ecuatoriana. La evaluación de su accionar, hasta el momento es positiva, así lo confirman la mayoritaria opinión que se vierte por los diferentes medios y fundamentalmente las expresiones de nuestros mandantes, las excepciones provienen, como es de esperarse de parte de aquellos individuos que son señalados en sus incorrecciones.
Pero nuestro rol, no se extingue solamente con las investigaciones sobre
hechos presuntamente atentatorios contra el bien público, nuestra Ley Orgánica nos atribuye la promoción de una auténtica participación ciudadana en la prevención de la corrupción, así como la promoción de los valores y principios en el ejercicio de una ciudadanía responsable.
Esta doble función: prevención e investigación de la corrupción, así como el
origen social y jurídico de nuestra designación hace de nuestra institución un espacio sui géneris que lo diferencia de los demás organismos de control y juzgamiento del delito público que posee el Estado Ecuatoriano. La incomprensión de estas peculiaridades, comúnmente son las causas que motivan injustas críticas a nuestro desempeño. Nuestros métodos, tiempos, procedimientos y delimitaciones jurídicas no pueden ni deben necesariamente coincidir con los usuales a los demás órganos de control o con los procedimientos judiciales. A este modelo conductual obedece la creciente credibilidad que este espacio ciudadano tiene, el mismo que ha servido de orientación movilizadora para el resto de la institucionalidad del Estado.
La búsqueda y el establecimiento de la verdad, la defensa del bien común, la
difusión de la práctica de los valores ciudadanos constituyen el núcleo esencial de nuestro compromiso que se deriva de la alta misión generada por un claro mandato social, permanentemente vigente, que aspira a construir y desarrollar un régimen auténticamente democrático, pletórico de libertades ciudadanas responsablemente ejercidas. El nuevo proceso constituyente del Estado Ecuatoriano deberá reforzar este espacio de activa participación ciudadana dotándolo de las atribuciones y medios suficientes que coadyuven a una más eficaz lucha anticorrupción.