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Monitor: Bienvenidos hermanos y amigos.

 Nos hemos reunido cuando el día termina, porque


queremos adorar en esta Hora Santa a Jesús Sacramentado. Él quiere estar a nuestro lado y
por eso nos ha invitado a orar esta tarde como sus discípulos-misioneros. Nuestro alimento
en este espacio de tiempo será estar con Él en el Sacramento Eucarístico y escuchándole en
su Palabra, para ir, después, al encuentro de los hermanos más alejados.

Canto de Entrada:
(Mientras se expone a Jesús Sacramentado en la Custodia, en el expositor o se abre el
Sagrario)

JUNTO A TI AL CAER DE AL TARDE

Junto a ti, al caer de la tarde,


y cansados de nuestra labor,
te ofrecemos con todos los hombres
el trabajo, el descanso, el amor.

Con la noche las sombras nos cercan


y regresa la alondra a su hogar;
nuestro hogar son tus manos, Oh Padre
y tu amor nuestro nido será.

Cuando al fin nos recoja tu mano


para hacernos gozar de tu paz,
reunidos en torno a tu mesa
nos darás la perfecta hermandad.

Te pedimos señor que nos nutras


con el pan que del cielo bajó,
y renazca en nosotros la vida
con la fe, la esperanza, el amor.

Ministro: Bendito Adorado y alabado


Padre Nuestro …
Ave María …
Gloria …

Ministro:

Oh Dulcísimo Jesús,
que escondido bajo los velos eucarísticos,
escuchas piadoso esta tarde nuestras súplicas humildes,
para presentarlas al trono del Altísimo,
acoge ahora los anhelos ardientes de nuestros corazones.
Ilumina nuestras inteligencias,
reafirma nuestras voluntades,
revitaliza nuestra constancia
y enciende en nuestros corazones la llama de un santo entusiasmo,
para que, al llegar al final de este día te alabemos y
sepamos ofrecerte un homenaje de gratitud
especialmente por el día que hemos vivido. Amen.

Momentos de silencio para meditar.

Canto de meditación.

Momentos de silencio para meditar.

Monitor: Demos gracias a Jesús Eucaristía por los beneficios que cada día nos concede. La
tarde, es un momento especial para reconocer su amor misericordioso. Oremos con el
salmo 91

Salmista: Al atardecer, te damos gracias Señor.


Todos: Al atardecer, te damos gracias Señor.

Es bueno dar gracias al Señor


y tocar para tu nombre, oh Altísimo,
proclamar por la mañana tu misericordia
y de noche tu fidelidad,
con arpas de diez cuerdas y laúdes,
sobre arpegios de cítaras.

Todos: Al atardecer, te damos gracias Señor.

Tus acciones, Señor, son mi alegría,


y mi júbilo, las obras de tus manos.
¡Qué magníficas son tus obras, Señor,
qué profundos tus designios!
El ignorante no los entiende
ni el necio se da cuenta.

Todos: Al atardecer, te damos gracias Señor.

Aunque germinen como hierba los malvados


y florezcan los malhechores,
serán destruidos para siempre.
Tú, en cambio, Señor,
eres excelso por los siglos.

Todos: Al atardecer, te damos gracias Señor.

Porque tus enemigos, Señor, perecerán,


los malhechores serán dispersados;
pero a mí me das la fuerza de un búfalo
y me unges con aceite nuevo.
Mis ojos despreciarán a mis enemigos,
mis oídos escucharán su derrota.

Todos: Al atardecer, te damos gracias Señor.

El justo crecerá como una palmera,


se alzará como un cedro del Líbano:
plantado en la casa del Señor,
crecerá en los atrios de nuestro Dios;
en la vejez seguirá dando fruto
y estará lozano y frondoso,
para proclamar que el Señor es justo,
que en mi Roca no existe la maldad.

Monitor: Pongámonos ahora en pie y entonemos el canto del aleluya que prepare nuestros
corazones y nuestros oídos al gozo de la escucha del Evangelio:

Aleluya, aleluya, aleluya,


Aleluya, aleluya, aleluya.

Suba Señor nuestra oración, como incienso en tu presencia,


el alzar de nuestras manos, como ofrenda de la tarde.

Aleluya, aleluya, aleluya,


Aleluya, aleluya, aleluya.

Ministro: Del Evangelio según san Lucas (Lc 24,27-32).

En aquellos días, (habiéndose aparecido Jesús a dos de sus discípulos que iban a Emaús),
empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre
él en todas las Escrituras. Al acercarse al pueblo a donde iban, él hizo ademán de seguir
adelante. Pero ellos le forzaron diciéndole: «Quédate con nosotros, porque atardece y el
día ya ha declinado.» Y entró a quedarse con ellos. Y sucedió que, cuando se puso a la mesa
con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les
abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado. Se dijeron uno a otro:
«¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino
y nos explicaba las Escrituras?». Palabra del Señor.

Momentos de silencio y reflexión


Canto de meditación.

Hoy quisiera detenerme en la experiencia de los dos discípulos de Emaús, del cual habla el
Evangelio de Lucas (Cfr. 24,13-35). Imaginemos la escena: dos hombres caminaban
decepcionados, tristes, convencidos de dejar atrás la amargura de un acontecimiento
terminado mal. Antes de esa Pascua estaban llenos de entusiasmo: convencidos de que
esos días habrían sido decisivos para sus expectativas y para la esperanza de todo el
pueblo. Jesús, a quien habían confiado sus vidas, parecía finalmente haber llegado a la
batalla decisiva: ahora habría manifestado su poder, después de un largo periodo de
preparación y de ocultamiento. Esto era aquello que ellos esperaban, y no fue así.

Los dos peregrinos cultivaban sólo una esperanza humana, que ahora se hacía pedazos.
Esa cruz izada en el Calvario era el signo más elocuente de una derrota que no habían
pronosticado. Si de verdad ese Jesús era según el corazón de Dios, deberían concluir que
Dios era inerme, indefenso en las manos de los violentos, incapaz de oponer resistencia al
mal.

Así, esa mañana de ese domingo, estos dos huyen de Jerusalén. En sus ojos todavía están
los sucesos de la pasión, la muerte de Jesús; y en el ánimo el penoso desvelarse de esos
acontecimientos, durante el obligado descanso del sábado. Esa fiesta de la Pascua, que
debía entonar el canto de la liberación, en cambio se había convertido en el día más doloroso
de sus vidas. Dejan Jerusalén para ir a otra parte, a un poblado tranquilo. Tienen todo el
aspecto de personas intencionadas a quitar un recuerdo que duele. Entonces están por la
calle y caminan. Tristes. Este escenario – la calle – había sido importante en las narraciones
de los evangelios; ahora se convertirá aún más, desde el momento en el cual se comienza a
narrar la historia de la Iglesia.

El encuentro de Jesús con esos dos discípulos parece ser del todo casual: se parece a uno
de los tantos cruces que suceden en la vida. Los dos discípulos caminan pensativos y un
desconocido se les une. Es Jesús; pero sus ojos no están en grado de reconocerlo. Y
entonces Jesús comienza su “terapia de la esperanza”. Y esto que sucede en este camino es
una terapia de la esperanza. ¿Quién lo hace? Jesús.

Sobre todo pregunta y escucha: nuestro Dios no es un Dios entrometido. Aunque si conoce
ya el motivo de la desilusión de estos dos, les deja a ellos el tiempo para poder examinar en
profundidad la amargura que los ha envuelto. El resultado es una confesión que es un
estribillo de la existencia humana: «Nosotros esperábamos, pero Nosotros esperábamos,
pero …» (v. 21). ¡Cuántas tristezas, cuántas derrotas, cuántos fracasos existen en la vida de
cada persona! En el fondo somos todos un poco como estos dos discípulos. Cuántas veces
en la vida hemos esperado, cuántas veces nos hemos sentido a un paso de la felicidad, y
luego nos hemos encontrado por los suelos decepcionados. Pero Jesús camina: Jesús
camina con todas las personas desconsoladas que proceden con la cabeza agachada. Y
caminando con ellos, de manera discreta, logra dar esperanza.

Jesús les habla sobre todo a través de las Escrituras. Quien toma en la mano el libro de Dios
no encontrará historias de heroísmo fácil, tempestivas campañas de conquista. La verdadera
esperanza no es jamás a poco precio: pasa siempre a través de la derrota. La esperanza de
quien no sufre, tal vez no es ni siquiera eso. A Dios no le gusta ser amado como se amaría a
un líder que conduce a la victoria a su pueblo aplastando en la sangre a sus adversarios.
Nuestro Dios es una farol suave que arde en un día frío y con viento, y por cuanto parezca
frágil su presencia en este mundo, Él ha escogido el lugar que todos despreciamos.

Luego Jesús repite para los dos discípulos el gesto-cardinal de toda Eucaristía: toma el pan,
lo bendice, lo parte y lo da. ¿En esta serie de gestos, no está quizás toda la historia de
Jesús? ¿Y no está, en cada Eucaristía, también el signo de qué cosa debe ser la Iglesia?
Jesús nos toma, nos bendice, “parte” nuestra vida – porque no hay amor sin sacrificio – y la
ofrece a los demás, la ofrece a todos.
Es un encuentro rápido, el de Jesús con los discípulos de Emaús. Pero en ello está todo el
destino de la Iglesia. Nos narra que la comunidad cristiana no está encerrada en una ciudad
fortificada, sino camina en su ambiente más vital, es decir la calle. Y ahí encuentra a las
personas, con sus esperanzas y sus desilusiones, a veces enormes. La Iglesia escucha las
historias de todos, como emergen del cofre de la conciencia personal; para luego ofrecer la
Palabra de vida, el testimonio del amor, amor fiel hasta el final. Y entonces el corazón de las
personas vuelve a arder de esperanza. Todos nosotros, en nuestra vida, hemos tenido
momentos difíciles, oscuros; momentos en los cuales caminábamos tristes, pensativos, sin
horizonte, sólo con un muro delante. Y Jesús siempre está junto a nosotros para darnos
esperanza, para encender nuestro corazón y decir: “Ve adelante, yo estoy contigo. Ve
adelante”

El secreto del camino que conduce a Emaús es todo esto: también a través de las
apariencias contrarias, nosotros continuamos a ser amados, y Dios no dejará jamás de
querernos mucho. Dios caminará con nosotros siempre, siempre, incluso en los momentos
más dolorosos, también en los momentos más feos, también en los momentos de la derrota:
ahí está el Señor. Y esta es nuestra esperanza: vayamos adelante con esta esperanza,
porque Él está junto a nosotros caminando con nosotros. Siempre. 

A MISIÓN CONTINENTAL
Quédate con nosotros, Señor, acompáñanos, aunque no siempre hayamos
sabido reconocerte.
Tú eres la Luz en nuestros corazones,
y nos das tu ardor con la certeza de la Pascua. Tú nos confortas en la fracción
del pan, para anunciar a nuestros hermanos
que en verdad Tú has resucitado
y nos has dado la misión de ser testigos
de tu victoria.
Quédate con nosotros, Señor,
Tú eres la Verdad misma,
eres el revelador del Padre,
ilumina Tú nuestras mentes con tu Palabra; ayúdanos a sentir la belleza
de creer en ti.
Tú que eres la Vida,
quédate en nuestros hogares
para que caminen unidos,
y en ellos nazca la vida humana generosamente; quédate, Jesús, con nuestro
niños
y convoca a nuestros jóvenes
para construir contigo el mundo nuevo. Quédate, Señor, con aquellos
a quienes en nuestras sociedades
se les niega justicia y libertad;
quédate con los pobres y humildes,
con los ancianos y enfermos.
Fortalece nuestra fe de discípulos siempre atentos a tu voz de Buen Pastor.
Envíanos como tus alegres misioneros, para que nuestros pueblos,
en ti adoren al Padre, por el Espíritu Santo.
A María, tu Madre y nuestra Madre, Señora de Guadalupe, Mujer vestida del
Sol, confiamos el Pueblo de Dios peregrino
en este inicio del tercer milenio cristiano. Amén

ORACIÓN DE FIELES

Monitor: Al caer la tarde, nos ofreciste Señor Jesús tu cuerpo como alimento de vida
eterna, acepta ahora nuestra oración vespertina y haz que no falte en nuestras vidas el
deseo de ser agradecidos por todo lo que sabemos nos viene de tu mano amorosa.

Todos: Gracias Señor por tu bondad.

Lector: Hijo amado del Padre, que te entregaste en la Cruz por nuestra salvación y quisiste
quedarte en la Eucaristía para ser el centro y el sostén de nuestras vidas, ayúdanos a
terminar cada día con un deseo renovado de seguir viviendo nuestra fe, dispuestos a dar
nuestra vida por ti en servicio a nuestros hermanos como tú nos enseñaste.

Todos: Gracias Señor por tu bondad.

Lector: Señor Jesús, que al igual que nosotros viviste en esta tierra en una familia, te
damos gracias por las familias cristianas,  porque en cada una de ellas, cada día, nos
regalas una "iglesia doméstica" donde pueden nacer futuras vocaciones para la Iglesia
universal.

Todos: Gracias Señor por tu bondad.

Lector:  Jesús Eucaristía, no pudiéramos adorarte en este magnífico sacramento sin los


sacerdotes que consagran el pan y el vino para convertirlo en tu presencia sacramental que
nos acompaña en el diario caminar. Te pedimos por todos ellos, para que todos los
sacerdotes y los jóvenes que se preparan para esta hermosa vocación, vivan con gozo y
generosidad su formación muy unidos a Ti en la Eucaristía cada día.

Todos: Gracias Señor por tu bondad.

Lector:  Cristo de la Eucaristía, alimento de nuestras vidas, al llegar a su término esta


jornada, haz que no decline en la Iglesia la esperanza de tu Reino,  enriquécela, con un
aumento de fe en todos sus miembros, especialmente en aquellos que más lo necesitan en
esta tarde.

Todos: Gracias Señor por tu bondad.

Ministro:  Oh Cristo, que con tu sacrificio redentor purificas y elevas el amor humano, haz
que cada día que termina, encontremos un espacio para estar contigo, tú que vives y
reinas, por los siglos de los siglos. Amén.

Canto para la Bendición con el Santísimo:

Cantemos al amor de los amores.

Cantemos al Amor de los Amores, cantemos al Señor.


Dios está aquí, venid, adoradores, adoremos a Cristo Redentor.

Gloria a Cristo Jesús, Cielos y Tierra bendecid al Señor,


honor y gloria a Ti, Rey de la Gloria,
Amor por siempre a Ti, Dios del amor. (bis)

Ministro: Oh Dios, que bajo este admirable sacramento nos has dejado el memorial de tu
pasión, concédenos, venerar de tal modo los sagrados misterios de tu Cuerpo y de tu
Sangre, que experimentemos constantemente en nosotros los frutos de tu redención. Te lo
pedimos a Ti que vives y reinas. Por los siglos de los siglos. Amén.

Bendición con el Santísimo

Ultimas oraciones: (Letanías).

Bendito sea Dios, bendito sea su santo nombre, bendito sea Jesucristo verdadero Dios y
verdadero hombre, bendito sea el santo nombre de Jesús, bendito sea su sacratísimo
corazón, bendita sea su preciosísima sangre, bendito sea Jesucristo en el santísimo
sacramento del altar, bendito sea el Espíritu Santo consolador, bendita sea la gran madre
de Dios María Santísima, bendita sea su santa e inmaculada concepción, bendita sea su
gloriosa asunción, bendito sea el nombre de María Virgen y Madre, bendito sea san José su
castísimo esposo, bendito sea Dios en sus ángeles y en sus santos.

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