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| Secretaría de Comunicación |
La escuela del dolor humano de Sechuán son piezas teatrales que dan la
apariencia de ser independientes. Al terminar la obra es que cabe la sospechosa
idea de totalidad. Previamente a que esto ocurra los personajes con sus
respectivas historias toman sus propios caminos. Con pocos recursos en escena,
y en medio de todo una pantalla plana como un dios, se tiene la sensación de que
uno asiste a distintos performances que no conectan en apariencia. Fragmentos
que se insertan al conjunto para dejar entrever una fuerte crítica al régimen chino,
ya que uno de los relatos centrales es acerca del asesinato de niños en un lugar
en el que no puede haber más hijos que el primogénito.
Las múltiples lecturas de estas escenas, que podrían no ser reales y que en
apariencia guardan una supuesta autonomía, muestran cuerpos expuestos a la
violencia a causa de un poder soberano o autoritario. Padres o madres que
disciplinan a sus hijos por medio del dolor, obligándolos a utilizar arneses o brazos
ortopédicos a partir de la falta de un miembro; un Estado totalitario que cercena
dedos a aquellos que deciden ejercer su voto; la peor discípula de la escuela del
dolor que ahoga niños en la plaza pública. Todos ellos rastros de poder distribuido
asimétricamente en y a través de cuerpos. Aquí no hay lugar para la compasión.