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Autor: Carlos Tapia (MIR).

Diario Marka (1982)

En 1965, nuestro partido, el MIR histórico, consideró conveniente, en base al análisis


político de la época, iniciar un proceso de lucha armada. Tuvo tres guerrillas: la Túpac
Amaru en Junín, la Manco Cápac en el Norte y la Pachacútec en Mesa Pelada bajo la
dirección del comandante Luis de la Puente. El enemigo las enfrentó con una estrategia
militar global: la guerrilla del Norte fue copada con 5 mil soldados de la Iª región y contó
con el apoyo de fuerzas del ejército ecuatoriano. El cerno y aniquilamiento posterior de la
guerrilla Túpac Amaru – que combatió durante 6 meses, obteniendo triunfos como en
Yahuarina y Púcuta – fue hecha con fuerzas combinadas, con empleo de napalm y
efectivos contrainsurgentes, especialmente formados en el Canal de Panamá y la
intervención directa de asesores militares norteamericanos.

Después de la derrota, el partido analizó la experiencia. Es conocido que sufrimos una


crisis interna, de lucha de posiciones diferenciadas que llevan a la ruptura de la dirección
central. Su reconstrucción ha demandado un proceso de lucha contra el sectarismo, el
dogmatismo y el hegemonismo.
Pero la mejor forma que hemos tenido para desarrollar esta lucha fue el de
reencontrarnos con el trabajo de masas, porque allí es donde los esquemas se estrellan; y
donde nos podemos nutrir y encontrar el camino para poder desarrollar el proceso de
legitimación en las masas de la violencia revolucionaria, que es un problema central para
la revolución peruana y que no es igual a la lucha armada.

Porque se puede realizar lucha armada y no legitimar la violencia. Si no, veamos la


experiencia de los países del Cono Sur. Por ejemplo, en Argentina, los compañeros
Montoneros se dieron el lujo de copar cuarteles de la envergadura, lo que acá sería la
división blindada, pero esto no hizo avanzar la revolución allá, como lo reconocemos
ahora.

El camino de legitimación de la violencia está íntimamente ligado a la capacidad de la


vanguardia de entroncarse con el movimiento de masas. Esta es la piedra angular para
saber si la lucha armada, en este terreno, permite o no acumular fuerzas revolucionarias.
En el Perú actual, a 18 años de finalizar el siglo, la concepción estratégica de la toma del
poder, la conquista de una nueva hegemonía de la clase obrera sobre el conjunto de la
sociedad es mucho más complejo que el solo hecho de la lucha armada, aunque esta sea
un aspecto esencial. Por lo que nos parece sumamente unilateral en la actual sociedad
peruana querer absolutizar un solo método de lucha revolucionaria y enfrentarlos a otros.

Para hacer la revolución en el Perú y en los países de América del Sur, sustantivamente
diferentes a los de Centroamérica, existen cuatro ejes de acumulación de
fuerzas. Primero, la revolución se realizará cuando la mayoría, o en todo caso amplios
sectores del pueblo, estén ganados a las ideas revolucionarias. Las acciones
revolucionarias tienen que estar absolutamente claras para las masas. Solo así sirven
para cohesionar al movimiento popular.

Un segundo, es la generación del poder popular. Que significa la articulación de las


organizaciones naturales de las masas (frentes, gremios, etc.) a un proceso histórico de
encuentro con la violencia revolucionaria, como respuesta a la violencia del Estado, que
trata así de restringir sus legítimos derechos.
Y esto es base fundamental para que la revolución no se reduzca simplemente al asalto
del poder, sino que tenga bases revolucionarias constituidas antes de ellos, con las que
podamos garantizar la democracia revolucionaria. Y que no ocurra después que a nombre
de la clase obrera se instaure un gobierno burocrático, que sin representar realmente sus
intereses impida el ejercicio de la real democracia.

Pero, por otra parte, sin dirección revolucionaria no es posible que ocurra este encuentro
histórico. Y esa dirección se forja al calor de la lucha, no en el de la simple polémica.

El tercero, es el de la generación de un proyecto nacional alternativo. Tenemos que crear


una nueva concepción de la construcción del socialismo en el país, que no sea calco ni
copia. Y no vamos a poder hacerlo si nuestro programa y doctrina la extraemos
dogmáticamente de los clásicos del marxismo. Lo tenemos que hacer a partir de las
constataciones prácticas de sus principios generales en nuestra lucha revolucionaria. Sin
un proyecto nacional es imposible lograr la hegemonía, pero para construirlo se necesita
tener una supremacía intelectual, cultural. Esta una experiencia puesta en el tapete de la
historia por la revolución nicaragüense. Hay que conseguir derrotar, también,
ideológicamente a la burguesía.

Un último factor de acumulación tiene que ver con la interdependencia continental de


nuestra lucha. No puede haber revolución triunfante en el Perú si la situación de los
países limítrofes sigue como está. Ahí tenemos la experiencia de los revolucionarios del
FMLN, que no pueden desarrollar su ofensiva final porque si lo hacen interviene el
imperialismo yanqui.

La articulación de estos cuatro niveles de acumulación de fuerzas permite el desarrollo del


proceso revolucionario, dentro del cual la lucha armada es un factor. Si no tomamos en
cuenta estos cuatro niveles de acumulación de fuerzas, la lucha armada, por si sola
puede o no tener contenido revolucionario, puede o no servir para acumular fuerzas.

De otro lado, si criticamos a Sendero Luminoso por su aislamiento de las masas,


Izquierda Unida tiene que demostrar que con las masas podemos derrotar la política
reaccionaria de Belaunde. Si no ¿con que autoridad moral podemos decir que camino,
que alternativa está sobre el tapete?

Y así como consecuencia de la lucha perdemos ciertos espacios democráticos


conquistados, después los recuperaremos. No queda otra alternativa en la actual
coyuntura, que organizar un vasto movimiento de masas con una plataforma concreta que
permita derrotar el programa económico del gobierno. Por primera vez el Sr. Belaunde,
desde que subió a la presidencia, está en el ojo del combate popular, al ser el principal
defensor del actual premier y ministro de Economía. Solo así es posible generar la
confianza en el movimiento popular de que es posible, uniéndose, hacer retroceder al
enemigo de clase y lograr acumular fuerzas para la izquierda y el movimiento popular.

Cuatro ejes se encuentran articulados en la acumulación de fuerzas de un


proceso revolucionario.
 Propuesta de un proyecto nacional revolucionario, haciendo un
análisis de nuestra propia realidad. Si bien el análisis se enmarca en
un contexto general, y se recogen criterios de otras experiencias, es
principal la particularidad del proceso, nuestro contexto específico,
dejando de lado asimilaciones dogmáticas. Para ello es necesario
construir una nueva visión del socialismo en el país, como diría
Mariátegui: sin calco ni copia.

 La asimilación, respaldo y simpatía de amplios sectores sociales por


las ideas de transformación basadas en una verdadera democracia,
una democracia revolucionaria, ya que ven representada su
problemática cotidiana y encuentran alternativas a esta realidad en la
propuesta de cambio social, que aborda los conflictos económicos,
políticos, culturales y sociales.

 La construcción del poder popular que se concretiza mediante el


fortalecimiento y articulación de organizaciones amplias de base,
como el movimiento estudiantil y de trabajadores, así como
colectivos en barrios, centros comunitarios, círculos académicos e
intelectuales que apoyen el proceso de transformación.

 Partiendo de la realidad en América Latina y los siglos de


subyugación impuestos por potencias e imperios coloniales, el
proyecto revolucionario considera necesaria la articulación con
demás naciones, respetando la auto-determinación de los pueblos, a
fin de construir la unidad latinoamericana por el socialismo, la justicia
y la libertad.

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