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Movimiento Feminista durante la dictadura (1973-1989)

Durante la dictadura, las feministas de izquierda se vuelven a unir para hacer


frente a la violación de derechos humanos y a las políticas neoliberales. Desde
este nuevo centro, comienzan a producir conocimiento y a sentar las bases del
nuevo movimiento feminista que perdura hasta el hoy.

Durante la década de los ochenta, en Chile se desarrolló la llamada segunda ola


del movimiento feminista. La primera aconteció en los años cuarenta,
cuando diversas organizaciones de mujeres se unieron para obtener el sufragio
femenino. Una vez alcanzado el objetivo en 1949 y puesto en práctica por primera
vez en la elección presidencial de 1952, el movimiento se desintegró. Por una
parte, dejó de existir el factor que aglutinaba a instituciones femeninas disímiles.
Por otra, aquellas organizaciones que convocaban a mujeres de izquierda, se
malograron con la persecución al Partido Comunista por el gobierno de Gabriel
González Videla. Así fue como el MEMCH, una de las organizaciones más
potentes, se disolvió tras la pérdida de un alto componente de sus socias, que
debieron pasar a la clandestinidad.

Luego de tres décadas en retirada, el movimiento feminista retornó a fines de los


años setenta, gatillado por el contexto político dictatorial que imperaba
desde 1973. La recuperación de la democracia fue el propósito de la acción
mancomunada de organizaciones femeninas. Nuevamente, el fenómeno
respondía a una demanda política y a la iniciativa de mujeres de izquierda.
Los inicios del movimiento datan del comienzo del régimen militar, con la
formación de grupos dedicados a defender los derechos humanos o a palear la
crisis de subsistencia que aguzaban las reformas neoliberales del gobierno. Hacia
1980 las colectividades se multiplicaron y diversificaron. A través de
coordinadoras, como el MEMCH 83, se organizaron para articular la movilización
femenina que se desplegaba en jornadas, actos masivos, elaboración de
manifiestos y petitorios al gobierno y a la alianza opositora, así como en protestas,
en las que se integraron como una fuerza autónoma dentro de la movilización
social contra la dictadura.
El feminismo permeó las organizaciones, aunque muchas de ellas no
contemplaran esta posición en su origen. El carácter feminista fue asentándose al
incorporar en las discusiones la reflexión sobre la identidad femenina, el
cuestionamiento a los roles de género tradicionales y la crítica a la condición
desigual de las mujeres en la sociedad chilena. El proceso, que es reconocido
como una toma de conciencia, fue estimulado por la influencia del movimiento
internacional de mujeres y por organizaciones que analizaban la subordinación
femenina desde las ciencias sociales y la perspectiva de género. La virtud de
estas instituciones, entre las cuales destacó el Círculo de Estudios de la Mujer, fue
reforzar la legitimidad del movimiento mediante la de conocimiento. Por ejemplo,
hasta entonces no existían investigaciones que construyeran la historia de las
mujeres en el país, que rescataran su contribución a la economía o las luchas
emprendidas para alcanzar el derecho a votar. El trabajo intelectual y el activismo
generaron que el Movimiento Feminista, como se denominó la movilización,
asumiera una postura propia en la lucha por el regreso a la democracia. Ésta
abordaba demandas específicas de las mujeres, dirigidas a acabar con las
discriminaciones de género. Asimismo, denunciaba el autoritarismo en el mundo
privado, realidad que se tradujo en la consigna "Democracia en el país y en la
casa", un ícono del movimiento.
La segunda ola feminista mantuvo su unidad durante la dictadura a pesar de los
conflictos internos, usualmente referidos a las estrategias a seguir. Las
discrepancias entre "feministas" y "políticas" fue el más controversial y se
acrecentó en la última etapa del régimen militar. Esta división acentuaría el declive
que sufrió el movimiento al restaurarse la democracia. Sin embargo, de este
movimiento surgieron diversas instituciones cuyo enfoque fue la lucha por la
igualdad de género y el trabajo con las mujeres, siendo uno de los más relevantes
el Instituto de la Mujer.
La historia del movimiento feminista comienza, según consigna Graciela Sapriza,
en 1881 cuando el Comité de Mujeres Socialistas convoca a afiliarse a la Primera
Internacional (AIT), y está relacionada al mundo del trabajo y a las corrientes
sindicalistas. En 1911 se crea la sección uruguaya de la Federación Femenina
Panamericana, donde se destaca María Abella. Pero es con la maestra Paulina
Luisi cuando el movimiento feminista toma conciencia como tal en la lucha por sus
derechos de género, desde el Consejo Nacional de Mujeres (1916) y la Alianza
para el Sufragio Femenino (1918). Desde ya hay dos visiones de ese movimiento:
las que veían al voto como la piedra angular de todos los derechos, y quienes
querían un salario igual para igual trabajo. A través de la Revista Acción Femenina
(1915-1924) se insta a la lucha por el sufragio femenino y éste se otorga recién en
1932 aunque por el golpe de Estado de Terra se deberá esperar hasta 1938 a que
éste se haga efectivo. Sin embargo, pronto queda claro que sólo con el voto no
alcanza para que la igualdad entre el hombre y la mujer sea efectiva. En 1942
ingresan cuatro diputadas al Parlamento y gracias al trabajo de estas se aprueba
la Ley de Derechos Civiles de la Mujer (1946), bajo la presidencia de Juan José de
Amézaga. Con esta ley se podría cerrar la primera etapa del movimiento feminista.
El conjunto de estas medidas a favor de las mujeres (el voto y la Ley de Derechos
Civiles de la Mujer, que consagraba la igualdad de derechos civiles. Por ejemplo,
esta ley le permite a la mujer administrar sus bienes, comprar y vender por sí,
compartir la administración y división de la sociedad conyugal y el ejercicio de la
patria potestad de sus hijos menores de edad, aunque se divorcie y se case con
otro hombre), crea el mito igualitario de Uruguay en los años cincuenta, aunque
esta igualdad no era, por supuesto, total. La inclusión de las mujeres en el Poder
Legislativo no sobrepasó el 3% hasta 1973. Es de destacar que Alba Roballo es la
primera ministra (Educación) del Estado uruguayo, aunque fuera sólo por un mes,
en 1968.

En los años sesenta, en medio de un mundo convulsionado donde había


movimientos de mucha actividad y conflictividad social (jóvenes y estudiantes,
minorías étnicas y raciales, pacifistas y ecologistas, entre otros), se da lo que se
ha dado en llamar la Segunda Oleada feminista, principalmente en Europa y
Estados Unidos, bajo la consigna “Cambiar la vida”, es decir las condiciones
materiales y la calidad de vida, en la esfera personal (familia, matrimonio y
divorcio, crianza de los hijos, sexualidad y afectos) y pública (el trabajo
extradoméstico). En la política se buscaba una relación horizontal de igualdad. En
estos años podemos ver que hay tres ramas de acción: liberal, radical y socialista.

No fue sino hasta el ocaso de la última dictadura que el movimiento feminista


empieza a cobrar fuerza en Uruguay. La militancia feminista provenía,
principalmente, desde la izquierda, que aspiraba a un cambio radical de la
sociedad, y luchó por hacer visible lo invisible: la violencia doméstica, el acoso
callejero, el abuso y la violación en el matrimonio, pero también buscaba que
hubiera igual salario por igual tarea, así como la accesibilidad a puestos más altos,
en igualdad de condiciones. Se da, entonces, una reelaboración simbólica y
subjetiva de la experiencia social de las mujeres.
Durante la dictadura, las mujeres estaban integradas en la militancia sindical y
política, y fueron víctimas directas e indirectas del Terrorismo de Estado, por lo
tanto su militancia fue mediante la lucha por la resistencia contra la dictadura,
expresada también dentro del hogar en la lucha por la subsistencia familiar, y
todas las instancias, sindicales, políticas, sociales, en la recuperación
democrática. Las organizaciones de mujeres se expresaban en torno a los
derechos humanos: Madres, Abuelas, Familiares, Hijos de presos políticos. Con la
instalación de la Conapro (Concertación Nacional Programática), surge la Mesa
Mujer con la aprobación de cinco documentos: Educación, cultura y medios de
comunicación, Mujer y trabajo, Salud, Status legal y participación política de la
mujer (esos documentos “en vez de servir como base para una política de Estado
—porque el nuevo gobierno de Julio María Sanguinetti, colorado, los dejó de lado
—, se usaron en la interna del movimiento como herramienta de concientización).
Se crea el Plenario de Mujeres del Uruguay, que se integra a la Intersectorial
(enero 1984), y el Grupo de Estudios sobre la Condición de la Mujer en Uruguay.
Es en ese momento, de una gran euforia militante, con discusiones y reuniones
permanentes, donde se expresa la consigna que sintetiza la lucha de las mujeres
durante todo este período (y que aún no se ha agotado del todo): “lo privado es
político”. Así como se buscaba democratizar la sociedad a la salida de la
dictadura, también se buscó democratizar el hogar, repartir las tareas domésticas
y laborales para que la mujer, que era el eslabón débil, pudiera ejercer en la
práctica sus derechos. A pesar de todo ello, no se obtiene ninguna parlamentaria,
quizá como resultado de la actuación de la imagen masculina del poder. Existía
una “hipocresía sexual” en la izquierda uruguaya, que se manifestaba por 1) los
que tienen un pensamiento político global progresista pero una práctica
reaccionaria en la sexualidad y con respecto a las formas de las relaciones
personales, y 2) práctica liberal y discurso conservador (por ejemplo con el tema
del aborto). En el Frente Amplio se había creado la Comisión de Mujeres en 1983,
que fue un espacio muy avanzado en ese momento político, y en 1987 se da el
Primer Encuentro de Mujeres del FA, que busca la defensa de los derechos y la
igualdad de la mujer.

Fue la instancia del Voto Verde (2) lo que generó un quiebre del movimiento
feminista. Por un lado, que fueran tres mujeres quienes encabezaran la
coordinación pro referéndum contra la llamada Ley de Caducidad (Ley de la
Pretensión Punitiva del Estado), que instrumentó la impunidad para los delitos y
violaciones a los derechos humanos por parte de militares y policías durante la
dictadura (Elisa Dellepiane de Michelini, Matilde Rodríguez de Gutiérrez Ruiz y
María Esther Gatti de Islas), generó una expectativa popular y se expresó en la
Concertación de Mujeres, que era “bastante homogénea en términos de perfil
social” (según Niki Johnson). También hubo un grupo de mujeres del Partido
Colorado que impulsaron el Voto Amarillo, para que no se investigaran ni
castigaran los delitos de lesa humanidad cometidos por la dictadura. Por otro lado,
la Coordinación de Mujeres propugnaba la lucha por leyes sobre género, contra el
aborto clandestino, la violencia doméstica y la reglamentación de la Ley 16.045 de
Igualdad de trato y Oportunidades en la actividad laboral, y veía esa instancia de
referéndum como una opción personal. La derrota del Voto Verde no logró
recomponer el movimiento, pero sí tuvo instancias de coordinación en otros temas.
Había, por cierto, un método de acción apoyándose desde lo institucional donde
impulsar acciones y demandas feministas para arrancar algunas conquistas, pero
también una crítica radical antisistema, que buscaba actuar “desde fuera del
sistema” para no ser cómplices del mismo y que no les robara el discurso. En sí
esa discusión aún hoy no está saldada, aunque ambas visiones tienen muchos
puntos de contacto. Es decir: 1) participar desde la institucionalidad pública para
incidir en políticas específicas, integrando gobiernos, y 2) de acción autónoma, por
sospecha de cooptación que redunde en una rearticulación del patriarcado. De
hecho en la actualidad se utilizan ambos métodos de lucha, por separado, pero
que confluyen puntualmente, como quedó demostrado en las multitudinarias
marchas del 8 de marzo de 2017 y 2018, fundamentalmente por los asesinatos de
mujeres a manos de sus parejas o ex parejas y la aprobación de una Ley al
respecto (3) .
Después de eso el tema del aborto fue primordial. Lo que predominaba era la voz
de los hombres y justo eso es lo que se cuestiona: “el eje era incorporar la
experiencia social de las mujeres al debate”, para que se escuchara su voz (a ese
respecto la revista que publicaba Cotidiano Mujer fue la que inició la campaña a
favor de una ley que despenalizara el aborto, desde el relato histórico del
feminismo apoyado en documentos). Esa campaña, para legalizar el aborto,
comienza en 1989, pero no todos los grupos de mujeres acompañan ese debate,
pero en el fondo de la discusión se intentaba hacer ver a la maternidad como una
opción y no como una especie de destino divino e inexorable. Fue así que se
instaló una dinámica de “lobby” transpartidaria, ya que el tema del aborte recorría
transversalmente a los partidos políticos. La oposición a esa ley fue encabezada
por la jerarquía de la Iglesia Católica e iglesias pentescotales.

La ley de cuotas significó un aumento de diputadas y senadoras, aunque en otros


ámbitos no se realizó (en el Poder Judicial, por ejemplo, las mujeres son mayoría
en los juzgados departamentales y locales, pero en los tribunales alcanzan casi la
paridad con los hombres mientras que en la Suprema Corte de Justicia no hay
ninguna mujer).
La creación del Instituto Nacional de las Mujeres (2005), que viene del Instituto
Nacional de la Mujer (1987-1992) y del Instituto Nacional de la Familia y la Mujer
(1992-2005), ha dado otro impulso al movimiento feminista que ahora está
abocado a lo diversidad (cien mil personas marcharon el último 28 de septiembre
bajo la consigna: “Nuestro derecho a ser es urgente”, y, en ese marco, a la
aprobación de la Ley Trans)(4).

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