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2º
BOLIVAR
Suponemos que nuestros lectores no llevarán a mal el que, dando de mano a las
cuestiones políticas en las cuales no hay hoy palpitante sino la menguada farsa del día 20,
destinemos nuestras columnas principales al festejo ofrecido á la memoria del hombre que
fue bastante grande para personificar la causa republicana en la época de lucha y de prueba,
suficientemente esforzado para pasear por el continente sur- americano la bandera que alzó
el entusiasmo por una causa, que santificó la sangre de mil próceres y héroes, y que realzo
en la historia el triunfo que alcanzaron las armas como sostenedoras de la idea.
¿Y acaso podría llevarse á mal?; No es preferible celebrar el triunfo de la República á la
triste tarea de lamentar su desaparición en el Estado?; No valdrá mas recordar las glorias de
aquellos que la fundaron, que hacernos eco de la indignación y reveladores, ya que en
ningún caso seriamos denunciantes, de los escándalos con que la mala hora se hace
infructuosa la obra de nuestros padres, y se mancilla la herencia de gloria que nos llegaron?
Lavemos, pues, como decía Napoleón en 1814, lavemos la ropa sucia en familia, y
prefiriendo adelantar mas bien que retardar nuestro saludo al aniversario celebrado y
festejado en Colombia la grande, que éste ocupe hoy todo el lugar que solo podría servir
para revelar las miserias locales de una de las entidades soberanas de la nueva Colombia.
En el transcurso de largos años á que Dios quiso someter á prueba á las colonias que
luchaban por conquistar vida propia, el nombre de Bolívar resume los esfuerzos hechos
para alcanzarla, las glorias conseguidas en la lucha, y hasta los desastres en que el temple
de su alma fue lo único suficiente para paliarlos, y su fé en la causa que defendía la única
fuerza para hacerlos frustráneos para los veneradores y acaso titiles para la causa
republicana.
Bolívar supo hacer la victoria alcanzada por las armas doblemente fecunda para el
triunfo de la idea; supo convertir la derrota en enseñanza; y con los ojos fijos en el lienzo
tricolor en cuyo derredor se agrupaban sus parciales, pagó culto á la idea republicana
consiguiendo que hasta 1826 su nombre más que el de un caudillo fuera el símbolo de una
causa.
No somos de aquellos que quieren ver en Bolívar un semi- dios exento de las
debilidades inherentes á la condición humana. No; los triunfos del caudillo que deslumbra,
valen poco á nuestros ojos ante la fé ciega del apóstol. Quitar a la historia de Bolívar las
manchas, que no fueron sino el tributo pagado a la miseria del corazón humano, es en
nuestra humilde opinión falsear la historia y rebajar al hombre en vez de enaltecerlo;
porque, á pesar de esas manchas, él reclama y tiene derecho para reclamar el primer puesto
en su calidad de patriota y de hombre, pero seria difícil disculparle por ellas si quisiéramos
ver en él á uno de aquellos escogidos destinados á cumplir una misión providencial.
Querer suprimir a todo trance en aquella prodigiosa existencia de apóstol y de héroe las
faltas en que incurrió, equivale á quitar las sombras en el cuadro de un gran pintor. Quitad
la parte oscura á la Transfiguración de Rafael, y en vez del Salvador que remonta al cielo,
rota ya la loza del sepulcro, solo tendréis una figura extravagante que se espera y se teme
ver desplomarse de un momento a otro.
Del mismo modo, Bolívar con sus pasiones del hombre, con su entusiasmo de caudillo,
con su valor de héroe, con su abnegación de mártir, con la fé del apóstol de una causa,
venciendo dificultades, sufriendo decepciones, cometiendo hoy una falta en el entusiasmo
del triunfo que alcanzó como caudillo, y luego otra en la rabia de la derrota, y más tarde
plegándose al entusiasmo de sus parciales más que obedeciendo á la ambición del hombre;
pero sin desconfiar nunca del triunfo de la idea, aun en medio de la derrota sufrida por sus
armas, y tendréis al hombre, mas grande que los otros porque resumió las aspiraciones de
un mundo y supo realizarlas; pero no pretendamos hacer de él un dios sin faltas y sin
manchas, porque entonces se disminuye el mérito de lo que hizo y sus faltas no tendrán
disculpa.
Bolívar sin algunas de las debilidades inherentes á la condición humana, seria en la
historia una figura demasiado abrumadora é incomprensible. Sus propias glorias bastarían
para hacerle caer del pedestal que para el elevaron los pueblos, o no alcanzó las suficientes
para que hasta él no llegara ni la sombra de las pasiones humanas.
Esas mismas faltas que las circunstancias explican, que el tiempo va desvaneciendo y
para las cuales la historia será benigna, forman las sombras que realzan la figura, son en el
cuadro el complemento sin el cual la parte principal no podría destacarse.
Pero no; Bolívar que bien puede llamarse en la lucha el semi- dios de la dura prueba que
sufría la Colonia en la sangrienta incubación de la República, brilla más en la historia.
Hasta 1825 como el apóstol de una idea que como el caudillo de una causa. Y sin embargo,
aun como caudillo no hubo ninguno que le fuera superior.
Para trazar, siquiera fuese á grandes rasgos el cuadro de su vida portentosa, las columnas
de nuestro papel son escasas y nuestra pluma es débil; pero como el carácter del individuo
se revela en aquellos episodios narrados sencillamente, que no tienen otro carácter que el de
una confidencia hasta tanto que la importancia del autor le da resonancia histórica, hoy que
queremos pagar anticipadamente un tributo á la memoria del grande hombre, no vacilamos
en reproducir algunos documentos poco o nada conocidos, referentes a su vida.
Los biógrafos de Bolívar, movidos unos por el entusiasmo le han ensalzado hasta la
exageración, influenciados los otros por la pasión del momento le han deprimido hasta la
ingratitud. Sin pretender adelantar apreciaciones sobre estos distintos trabajos, muy
importantes para la historia por más de un título, solo hacemos notar que se ocupan de
Bolívar desde el momento en que el ruido de sus hazañas lo hace inseparable de los grandes
acontecimientos históricos, pero que no dan casi pormenores respecto de los primeros años
de su vida.
Siendo poco conocida entre nosotros, reproducimos en nuestras columnas la carta
dirigida a una amiga suya, en que Bolívar, casi niño aun, revela en forma de confidencia lo
que habrá de ser su carácter templado en esa doble fragua de la orfandad y la tristeza.
La carta dice así:
Si queréis imponeros de mi suerte, lo que me parece justo, es preciso escribirme; de este modo
me veré forzado a responderos, cuyo trabajo me será agradable. Digo trabajo, porque todo lo que
me obliga á pensar en mi, aunque sea diez minutos, una fatiga la cabeza obligándome a dejar la
pluma ó la conversación para tomar el aire en la ventana. ¿Me obligareis á deciros lo suficiente,
para satisfaceros respecto al pobre chico Bolívar, de Bilbao, tan modesto, tan estudiosos, tan
económico, manifestandoros la diferencia que existe con el Bolívar de la calle del Vivienne,
murmurador, perezoso y prolijo? Ah Teresa! Mujer imprudente, a la que no obstante no puedo
negar nada, porque ella ha llorado conmigo en los días de duelo. ¿por qué queréis imponeros de este
secreto?... Cuando os impongáis del enigma, ya no creeréis en la virtud.
Oh! y cuán espantoso es no creer en la virtud… ¿quién me ha metamorfoseado?... Ay! Una sola
palabra, palabra mágica que el sabio Rodríguez no debía haber pronunciado jamás.
Escuchad, pues pretendéis saberlo;
Recordareis lo triste que me hallaba cuando os abandoné para reunirme con el señor Rodriguez
en Viena. Yo esperaba mucho de la sociedad de mi amigo, del compañero de mi infancia, del
confidente de todos mis goces y penas, del Mentor cuyos consejos y consuelos han tenido siempre
para mi tanto imperio. Ay! En esta circunstancia fue estéril su amistad. El señor Rodríguez solo
amaba las ciencias. Mis lagrimas lo afectaron, porque él me quiere sinceramente; pero él no las
comprende. Lo hallé ocupado en un gabinete de física y química, que tenia un señor alemán, y en el
cual debían demostrarse públicamente estas ciencias por el señor Rodríguez. Apenas le veo yo una
hora al día. Cuando me reúno á él me dice de prisa: MI amigo, diviértete, reúnete con los jóvenes de
tu edad, vete al espectáculo, en fin, es preciso distraerte, y este es el solo medio que hay para que te
cures. Comprendo entonces que le falta alguna cosa á este hombre, el más sabio, el más virtuoso, y
sin que haya duda el más extraordinario que se puede encontrar. Caigo muy pronto en un estado de
consunción; y los médicos declaran que iba á morir: era lo que yo deseaba. Una noche que estaba
muy malo, me despierta Rodríguez con un médico: los dos hablaban en almena. Yo no comprendía
una palabra de lo que ellos decían; pero en su acento y en su fisonomía, conocía que su
conversación era muy animada. El médico, después de haberme examinado bien, se marchó. Tenia
todo mi conocimiento, y aunque muy débil, podía sostener todavía una conversación. Rodríguez
vino á sentarse cerca de mi: me hablo con esa bondad afectuosa que me ha manifestado siempre en
las circunstancias más graves de mi vida. Me reconviene con dulzura y me hace conocer que es una
locura el abandonarme y quererme morir en la mitad del camino. Me hizo comprender que existían
en la vida de un hombre otra cosa que el amor, y que podía ser muy feliz dedicándome a las
ciencias o entregándome a la ambición. Sabéis con qué encanto persuasivo habla este hombre;
aunque diga los sofismas mas absurdos, cree uno que tiene razón. Me persuade, como lo hace
siempre que quiere. Viéndome entonces un poco mejor, me deja, pero al dia siguiente me repite
iguales exhortaciones. La noche siguiente, exhortándose mi imaginación con todo lo que yo podría
hacer, sea por las ciencias, sea por la libertad de los pueblos, le dije: Si, sin duda, yo siento que
podría lanzarme en las brillantes carreras que me presentáis, pero seria preciso que fuese rico.. sin
medios de ejecución no se alcanza nada; y lejos de ser rico soy pobre y estoy enfermo y abatido.
Ah! Rodriguez, prefiero morir!... Le di la mano para suplicarle que me dejara morir tranquilo. Se
vio en la fisonomía de Rodríguez una revolución súbita: queda un instante incierto, como un
hombre que vacila acerca del partido que debe tomar. En este instante levanta los ojos y las manos
hacia el cielo, exclamando con voz inspirada se ha salvado! Se acerca á mi, toma mis manos las
aprieta en las suyas, que tiemblan y están bañadas en sudor; y en seguida me dice con un acento
sumamente afectuoso ¿Mi amigo, si tu fueras rico, consentirías en vivir? Di!...Respóndeme! Quedé
irresoluto: no sabia lo que esto significaba; respondo: Si Ah! Exclamo él, entonces estamos
salvos…¿el oro sirve, pues, para alguna cosa? Pues bien, Simón Bolívar, sois rico! Tenéis
actualmente cuatro millones!... No os pintaré, querida Teresa, la impresión que me hicieron estas
palabras tenéis actualmente cuatro millones! Tan extensa y difusa como en nuestra lengua española,
es, como todas las otras, impotente para explicar semejantes emociones, los hombres las prueban
pocas veces: sus palabras correspondían a las sensaciones ordinarias de este mundo; las que yo
sentía eran sobre humanas; estoy adorado de que mi organización las haya podido resistir.
Me detengo, la memoria que acabo de evocar me abruma, ¡oh, cuan lejos están las riquezas de
dar los goces que ellas hacen esperar!
Estoy bañado en sudor y mas fatigado que nunca, después de mis largas marchas con Rodríguez,
voy a bañarme. Os veré después de comer para ir al teatro francés: os pongo esta condición: no me
preguntéis nada relativo a esta carta, comprometiéndome a continuar después del espectáculo.
Rodríguez no me había engañado: yo tenia realmente cuatro millones. Este hombre caprichoso,
sin ordene en sus propios negocios, que se enredaba con todo el mundo, sin pagar a nadie,
hallándose muchas veces reducido a carecer de las cosas mas necesarias, este hombre ha cuidado la
fortuna que mi padre me ha dejado con tan buen resultado como integridad, pues la ha aumentado
en un tercio solo ha gastado en mi persona echo mil francos durante los ocho años que he estado
bajo su tutela. Ciertamente él ha debido cuidarla mucho. A decir verdad, la manera como me hacia
viajar era muy económica; el no ha pagado mas deudas que las que contengo con mis sastres, pues
la que es relativa a un instrucción era muy pequeña, porque él era mi maestro universal.
Rodríguez pensaba hacer nacer en mí la pasión á las conquistas intelectuales, á fin de hacerme su
esclavo. Espantado del imperio que tomó sobre mi primer amor, y de los dolorosos sentimientos
que me condujeron á la puerta de la tumba, se lisonjeaba de que se desarrollaría mi antigua afición á
las ciencias, pues tenia medios para hacer descubrimientos, siendo la celebridad la sola idea de mis
pensamientos. Ay! El sabio Rodríguez se engaña: me juzga por él mismo. Llego a los veintiún años,
y no podrá ocultarme por mas tiempo mi fortuna; pero me la habría hecho conocer gradualmente, y
de eso estoy seguro, si las circunstancias no le hubieses obligado á hacérmela conocer de una vez.
No había deseado las riquezas: ellas se me presentaban sin buscarlas, no estando preparados para
resistir a su seducción. Me abandono enteramente a ellas. Nosotros somos los juguetes de la
fortuna; á esta grande divinidad del universo, la sola que reconozco, es a quien es preciso atribuir
nuestros vicios y nuestras virtudes. Si ella no hubiese puesto un inmenso caudal en mi camino,
servidor celoso de las ciencias, entusiasta de la libertad, la gloria hubiese sido mi solo culto, el
único objeto de mi vida. Los placeres me han cautivado, pero no largo tiempo, la embriaguez ha
sido corta, pues se ha hallado muy cerca del fastidio. Pretendéis que yo me inclino menos a los
placeres que al fausto, convengo en ello; porque, me parece, que el fausto tiene un falso ante la
gloria.
Rodríguez no aprobaba el uso que yo hacía de mi fortuna, le parecía que era mejor gastarla en
instrumentos de física y en experimentos químicos; así es que no reza de imperar los gastos que él
llama necesidades frívolas. Desde entonces me atreveré a confesarlo… desde entonces, sus
reconvenciones me molestaban, y me obligaron a abandonar a Viena para libertarme de ellas. Me
dirigí a Londres, donde gasté ciento cincuenta mil francos en tres meses. Me fui después a Madrid,
donde sostuve un tren de príncipe. Hico lo mismo en Lisboa; en fin, por todas partes ostento el
mayo lujo y prodigo el oro a la simple apariencia de los placeres.
Fastidiado de las grandes ciudades que he visitado, vuelvo a Paris con la esperanza de hallar lo
que no he encontrado en ninguna parte, un género de vida que me convenga; pero , Teresa, yo no
soy un hombre como todos los demás, y Paris no es el lugar que puede poner término a la vaga
incertidumbre de que estoy atormentado. Solo hace tres semanas que he llegado aquí, y ya estoy
aburrido.
Ved aquí, mi amiga, todo lo que tenia que deciros del tiempo pasado; el presente, no existe para
mi, es un vacío completo donde no puede nacer un solo deseo que deje alguna huella grabado en mi
memoria. Será el desierto de mi vida… Apenas tengo un ligero capricho lo satisfago al instante, y lo
que yo creo un deseo, cuando lo poseo solo es un objeto de disgusto. ¿Los continuos cambios que
son el fruto de la casualidad, reanimaran acaso mi vida? Lo ignoro; pero si no sucede esto, volveré a
caer en el estado de consunción de que me había sacado Rodríguez al anunciarme mis cuatro
millones. Sin embargo, no creas que me rompa la cabeza en malas conjeturas sobre el porvenir.
Únicamente los locos se ocupan de estas quimeras combinaciones. Solo se pueden someter al
cálculo las cosas cuyos datos son conocidos; entonces el juicio, como en las matemáticas, puede
formarse de una manera exacta.
Qué pensareis de mi? Responded con franqueza. Yo pienso que hay pocos hombres que sean
incorregibles, y como es siempre útil el conocerse, y saber lo que se puede esperar de si mismo, yo
me creeré feliz cuando la casualidad me presente un amigo que me sirva de espejo.
Adiós, iré a comer mañana con voz
Simón Bolívar
Bolívar, casi niño, había aspirado á la fortuna, creyendo hallar en ella la felicidad, y sólo
halló el hastió. Aspiro entonces á la gloria. ¿la carta de O´Conell, el inmortal irlandés que le
enviaba a su hijo para que en él buscara ejemplo, no debió dejar satisfechas todas sus
aspiraciones?
Si; evidentemente, menos la de libertar no ya solamente la Patria sino el mundo revelado
por el genio de Colon:
Impotentes para seguirle en la compaña del Perú, veamos la manera lacónica y
terminante con que acostumbraba comunicar sus órdenes.
Señor General Antonio José de Sucre.
Huariaca, 7 de julio de 1824
Mi querido General: Héres hablará á usted de todo: yo me limitó a decir a usted tres como
capitales.
Primera: de Huaillanca a Lauricocha no hay mas que diez leguas pasando por Querepalca; en
tanto que por Balto y Huanuco viejo hay diez y seis, por consiguiente haga ver usted este camino
para disponer una pascana, aunque sea para la caballería del General La Mar, y si fuere también
conveniente y cómodo, que pase por la misma ruta la división del General Lara. Tengo entendido
que este camino no es muy bueno; aunque no se si es muy malo.
Segunda: que ordene usted inmediatamente a la división de infantería del Perú, que PARTE
INDESCIFRABLE á Ab por batallones, siguiendo la ruta mejor y mas corta, que luego que este en
Ab yo le daré dirección.
Tercera: que tome usted sus medidas y las PARTE INDESCIFRABLE convenientes para
PARTE INDESCIFRABLE el ejercito en PARTE INDESCIFRABLE siempre que el enemigo no
nos busque antes, pero si el enemigo nos buscaré antes del quince, nuestra PARTE
INDESCIFRABLE general debe ser en la quebrada. PARTE INDESCIFRABLE que sean mas
inmediatos y mas propias para una concentración general.
Creo que esto está claro, si no me engaño.
Soy de usted de corazón.
BOLIVAR
Lejos de nosotros la idea de inculpar á los Ministros por otra cosa que por aquello que
hoy podemos llamar un error, pero que tal vez en 1829 se presentaba como única tabla de
salvación en el naufragio de la República. No; ellos creyeron hacer el bien de la Patria; y el
plan que concibieron pudo ser aceptado en aquella época por muchos eminentes patriotas,
ya que hoy debería ser refutado como un crimen.
Dios sin duda veló por Colombia en la noche del 25 de Septiembre, porque hasta los
mismos conspiradores se habrían espantado ante el cadáver del Libertador; pero si él
hubiera cambiado su título por el de rey, no debería haber hallado al subir al trono sino lo
que halló César en pleno Capitolio. Para todo Iturbide el patíbulo de San Antonio de
Padilla; para todo Maximiliano el de Querétaro; para los traidores y para los usurpadores no
debe haber en la patria sino el lugar que ocupo su banquillo.
Bolívar, pues, no es responsable del proyecto de monarquía. Bolívar no ambicionó una
corona; y si en esto desaliñado, ya que bien intencionado escrito, hemos conseguido con la
presentación de documentos no conocidos, poner algo de nuestra parte para la vindicación
de su memoria, baya como una humilde flor á aumentar la corona de siemprevivas que los
pueblos de América depositan sobre su tumba en el día festejado como el de su natalicio.
Pero Colombia agonizaba á la par de su Libertador.
Resuelta la separación de Venezuela, el Congreso granadino quiso entrar en relaciones
con nuestros antiguos compañeros y hermanos, y he aquí la contestación que recibió:
Señor Presidente del Congreso.
Excelentísimo señor. Cumplo con gusto el deber que me ha impuesto el soberano Congreso de
anunciar su instalación, por el órgano de V.E, al angosto Cuerpo que preside. Venezuela, al
separarse del resto de la República de Colombia, desconociendo la autoridad del General Simón
Bolívar, pensó solo en mejorar su administración, en asegurar sus libertades, y en que no se
malograse la obra de tantos años y de tan costosos sacrificios. Por eso fue que ante todas cosas se
ocupó de reunir su representación nacional; y ésta, instalada el 6 de los corrientes, juzgó oportuno
participar a todos, y muy particularmente á los granadinos, que los pueblos de la antigua Venezuela
se hallan congregados en la ciudad de Valencia, por medio de sus legítimos Representantes, para
ocuparse de su bienestar. Era imposible que pueblos que como hermanos han forjado una sola
Nación, una familia, que juntos pelearon por la Independencia, y que después han sufrido unas
mismas calamidades, dejasen de guardar esta justa consideración.
No obsta que Venezuela se haya pronunciado por la separación, al que el soberano Congreso
haya ratificado este voto solemne, escrito en el corazón de cada uno de sus hijos, para que conozca
que es necesario que uno y otro cuerpo se entiendan, porque hay diferencias que transigir ó
intereses que arreglar. El temor de perder la paz, que sobre todo desean los venezolanos, les hace
temblar al concebir la idea de que pudiese ser preciso librar á las armas el arreglo de sus negocios,
arreglo que no seria ni exacto, ni útil, si no lo forman en calma la justicia y la prudencia. Tales
fueron las consideraciones que guiaron el ánimo del soberano Congreso, al acordar en la sesión del
día 22, que estaba pronto á entrar en relaciones y transacciones con Cundinamarca y Quito, y que
así lo ofrecían á nombre de los pueblos sus comitentes.
Benéficas serán, sin duda, para uno y otro Estado semejantes relaciones. No es fácil prever hasta
adónde se extenderían sus útiles resultados; pero Venezuela, á quien una serie de males de todo
género ha enseñado á ser prudente, que ve en el General Simón Bolívar el origen de ellos, y que
tiembla todavía al considerar el riesgo que ha corrido de ser para siempre su patrimonio, protesta
que no tendrán aquellos lugar mientras éste permanezca en el territorio de Colombia, declarándolo
asi el soberano Congreso en sesión del día veintiocho.
Estos son los sentimientos del pueblo venezolano, y de orden de sus representantes los
manifiesto á V.E para que se sirva ponerlo en conocimiento de la respetable Asamblea, á cuya
cabeza se encuentra.
Dignaos, señor, honrarme, aceptando el respeto y estimación con que me suscribo a V.E atento
obediente servidor. FRANCISCO JAVIER YANES