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de Mariano Moro.
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PERSONAJES:
JUAN MANUEL: Profesor, ronda los 30 años.
ANDRÉS: Alumno, bordea los 16.
Texto versionado a modismos neutros, sin cambiar en absoluto la integridad del original .
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ESCENA I
En el aula.
JUAN MANUEL: (Entre burlón y seductor, sabiendo que domina la escena, que cautiva la
atención, a la vez que incomoda y provoca cierta hilaridad nerviosa en los espectadores /
alumnos-público, ubicado dentro del cual está Andrés-, busca demostrar que no será
vulnerable por quedar expuesto, puesto que se expone a voluntad y consciencia: su
defensa es un buen ataque.) Buenos días. Bonitas caras. Las he visto peores. Supongo que
habrán oído hablar de mí, así que no me voy a presentar. Al menos, no de una manera
convencional. Al menos, no todavía. En todo caso, si no me atemorizaran la burla nacida
de la indolencia y de la incomprensión, y en lo profundo, de la poca confianza en la propia
valía, para que engañarnos, abismos estos a los que los jóvenes son y siempre fueron tan
propensos (cuando la rienda se sostuvo floja); si esto no me atemorizara, les decía, me
presentaría con unos versos. Por ejemplo, aquellos de Walt Whitman, que rezan:
“Yo me celebro y yo me canto
Y todo cuanto es mío también es tuyo
Porque no hay un átomo de mi cuerpo
que no te pertenezca”.1
¿Saben quién fue Walt Whitman? Usted, (por Andrés) tiene cara de que sí. Muy bien. ¿Y
los demás? ¡Qué van a saber! No se preocupen. Están a tiempo de aprender. Se supone
que para eso vienen a la escuela. Como la poesía se invita a si misma, y esto lo tengo más
comprobado que esa fábula de la plata llama a la plata (los metales no hablan), me
permitiría también estos versos de nuestra Silvina Ocampo:
“Todo lo que me enseñe, lo agradezco
Y toda mi atención, yo se la ofrezco
Lo que más me entretiene es aprender
Y lo que necesito más, saber.”2
1
Walt Whitman. “Canto a mí mismo”.
2
Silvina Ocampo. “Canto escolar”.
2
posteriores fatídicas dificultades para aprobar esta importante asignatura. Eso porque
estamos en clase: Si esto fuera un teatro y un teléfono celular sonara, les garantizo que
podrá inducirme al asesinato. Todo depende de la sonoridad del ringotne.
Me han dicho de este curso que tiene graves problemas de conducta. Pero yo no soy de
los que se dejan influir por los comentarios. Si me dejara llevar por estos, ¿Qué tendría
que haber esperado encontrar? Grafitis obscenos, alboroto, proyectiles y demás gracias
tradicionales… No encontré nada de eso. Hasta creo que han tolerado unos versos sin
declararme la guerra. Se diría que tengo en frente a un rebaño de cabritas algo
adormiladas… pero no son cabras. Son adolescentes. ¿Por qué son adolescentes? Son
adolescentes porque adolescen, carecen. Les falta. ¿Cuál es el problema entonces con
ustedes? ¿Lo que les falta? ¿O algo que les sobra? ¿Qué les sobra? Hormonas, eso seguro.
Acá las hormonas se huelen en el aire. Si interpretan esto como una invitación a prestar
más atención a su higiene personal, están en lo cierto.
Inquietud o mano alzada de Andrés.
¿Perdón? Usted, el que conoce a Walt Whitman, ¿me quiere decir algo?
ANDRÉS: Tres cosas. Una: Mi higiene personal es impecable. Dos: A mí no me sobran las
hormonas, tengo las necesarias de acuerdo con mi proceso biológico de desarrollo, y la
tercera: Yo no.
JUAN MANUEL: ¿Usted no, qué?
ANDRÉS: Yo no conozco a Walt Whitman, y me parece que tampoco había oído hablar de
usted, como usted presupone.
JUAN MANUEL: ¿Cuál es su nombre?
ANDRÉS: Andrés.
JUAN MANUEL: Nombre de santo.
ANDRÉS: ¿Y el suyo?
JUAN MANUEL: Juan Manuel.
ANDRÉS: Nombre de dictador.
JUAN MANUEL: Si usted lo dice en referencia a Juan Manuel de Rosas, debo decirle que su
calidad de dictador es, cuanto menos, discutible. No hay que dejarse llevar por “Camila”,
ni por las exageraciones de José Mármol en su Amalia, espléndida joya del romanticismo
argentino, por otra parte. ¿La leyó? ¿No? En todo caso, celebro que usted se anoticie de
tan grande personaje histórico, ya que da en ignorar a los novelistas y a los poetas.
ANDRÉS: ¿Usted va a enseñarnos Historia o Literatura?
3
JUAN MANUEL: Yo voy a enseñarles muchas cosas, y también algo de esas dos, ¿por qué
no?, en la medida en que ustedes me lo permitan, mas allá del rótulo que la institución
me asigne, y de los programas prefijados, que, ¿para qué negarlo? Me importan muy
poco. Ojalá mantengan sus cerebritos en estado poroso. Lamentablemente, siempre
puede ocurrir que los estudiantes tengan menos disposición para aprender que la que
tienen para contestar, y para la insolencia. Y esto no lo digo por usted, Andrés. Yo sé que
usted es un santo. San Andrés: el primer discípulo que tuvo Jesús. Eso sí que fue un gran
honor.
ANDRÉS: Yo sé de un San Andrés polaco al que le hincaron astillas bajo las uñas y que le
abrieron el cuello para sacarle la lengua por ahí. Después lo remataron atravesándole el
corazón con una lanza.
JUAN MANUEL: ¡Bonita historia! Habrá resistido estoicamente, por cristiano y por llamarse
Andrés.
ANDRÉS: ¿Qué tiene que ver el nombre?
JUAN MANUEL: Mucho. Todo es como es según como se le nombre. Y Andrés significa
varonil. Es de varones sufrir sin quejarse. Por eso debería haber más maestros que
maestras, y más profesores que profesoras, claro está. No todas están como aquella
profesora de Literatura Española que se volvió completamente loca mientras daba su
primera clase (estarán enterados, sucedió aquí mismo), pero un poco locas están todas,
para qué vamos a mentir. ¿Acaso ustedes tienen a la nueva profesora de Geografía, esa
que viene con una minifalda hasta acá? Sí, ya me parecía. Bueno, conmigo podrán
aprender, en vez de distraerse mirándome las piernas. ¡No, no insistan! No se las voy a
mostrar. Porque no corresponde, no porque me avergüencen. Tengo muy lindas piernas.
Como sea, dejemos por ahora mis piernas, y vayamos a un tema acaso menos atractivo,
pero más específico… A ver, qué saben usted de esto… (Va hacia el pizarrón. La luz se
extingue lentamente.)
ESCENA II
En otro espacio de la escuela, patio interior, biblioteca u oficina.
JUAN MANUEL: ¿Qué pasa? ¿Por qué se me queda mirando? ¿Hay algo que me quiera
decir?
ANDRÉS: Me preguntaba por qué.
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JUAN MANUEL: ¿Por qué, qué?
ANDRÉS: Por qué mi mejor amigo dice que, si yo fuera profesor, sería igual a usted.
JUAN MANUEL: ¿Quién es su mejor amigo?
ANDRÉS: Saussure.
JUAN MANUEL: No parece mala persona, pero Saussure no está a la altura ni de su
sensibilidad ni de su inteligencia. Tampoco de su apellido, por cierto. Sí, no se consterne:
lo estoy alabando. Ya ve que percibo más de lo que parece ¿Y por qué le dijo eso? ¿Usted
quiere ser profesor?
ANDRÉS: No estoy seguro.
JUAN MANUEL: ¿Profesor de qué?
ANDRÉS: De Lengua y Literatura.
JUAN MANUEL: ¡Oh, qué sorpresa! Razón de más para que me empiece a leer a Walt
Whitman.
ANDRÉS:
“¿Quién anda por ahí ansioso, tosco, místico, desnudo?
¿Cómo saco fuerzas de la carne que como?
¿Qué es, a fin de cuentas, un hombre? ¿Qué soy yo?
¿Tú qué eres?
Todo lo que señalo como mío tú lo igualarás con lo tuyo,
Si no escucharme sería perder tu tiempo.
Los goces del cielo están conmigo y los tormentos del infierno están conmigo,
Los primeros los injerto y los multiplico en mí ser, los últimos los reduzco en un
nuevo idioma”.
“Brotan de mí voces prohibidas, voces de…” 3
(“Voces de sexo” es lo que sigue, pero no se atreve a decirlo.)
JUAN MANUEL: ¿Qué pasa? ¿Por qué se interrumpe?
ANDRÉS: Olvidé cómo sigue.
JUAN MANUEL: No intente engañarme. Usted eligió y entre sacó cuidadosamente esas
palabras. ¿Vergüenza? No lo censuro. Bastante atrevido ha sido. Hace nada desconocía a
Walt Whitman, y ahora lo recita con mucha soltura. Confieso que me ha sorprendido.
ANDRÉS: Le mentí en aquella clase. Conozco a Walt Whitman hace muchos años.
3
Walt Whitman. “Canto a mí mismo”.
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JUAN MANUEL: ¿Muchos años? Bueno, bueno, ¡qué viejos somos! ¿Y por qué lo negaba?
Recuerde que ese fue San Pedro, no San Andrés.
ANDRÉS: Lo negaba porque es de maricones conocer a los poetas.
JUAN MANUEL: No me haga reír. ¿De dónde sacó esa idea tan tonta?
ANDRÉS: De la notable sabiduría de mis compañeros de clase.
JUAN MANUEL: ¿A usted le preocupa esa sabiduría?
ANDRÉS: Me preocupa ser respetado, como a cualquiera. Y a los maricones, digan lo que
digan, no se les respeta.
JUAN MANUEL:
“Por eso no levanto mi voz, viejo Walt Whitman, contra el niño que escribe
nombre de niña en su almohada,
Ni contra el muchacho que se viste de novia en la oscuridad del ropero…
Ni contra los hombres de mirada verde que aman a los hombres y queman sus
labios en silencio.
Pero sí contra vosotros, maricas de las ciudades, de carne tumefacta y
pensamiento inmundo.”4
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ANDRÉS: Voy a leer a Lorca. Porque usted me lo recomienda.
JUAN MANUEL: Yo le recomendé la palabra y el camino de Cristo, a la hora de leer, lea lo
que le apetezca. Aunque si es poesía, mejor. Y aprenda los versos y recítelos, ya que lo
hace tan bien.
ESCENA III
En el aula.
JUAN MANUEL: (Continúa una clase ya empezada.) Todavía en España se debate acerca de
la educación religiosa en las escuelas. Si debe haberla, si debe ser obligatoria, si debe
evaluarse… aquí ese debate vaya uno a saber cuándo se sepultó, si es que alguna vez lo
hubo. No hay religión en la escuela, ni en los medios, ni en la vida. Ni siquiera en las
iglesias, que por lo general están vacías, salgo en los bautismos y en los casamientos, y
esto, me temo, no porque se le de importancia a esas ceremonias, sino porque son
buenas oportunidades para mostrar vestidos y zapatos nuevos, o al menos recién
lustrados. Invitaciones, souvenirs, fiestas, tortas… toda la frivolidad. Todo el adorno… Pero
lo esencial: gone with the wind, como la infancia de la pobre Scarlett. ¿Saben de qué
hablo? ¡Qué van a saber, mis cabritas del monte urbano! Ni en las escuelas de pago se
imparte ya casi religión… el viento también se la llevó.
ANDRÉS: Si usted quiere pagar para ver a Dios, hay unos cuantos antiguos cines que se
han transformado en templos muy bonitos. Y están siempre muy concurridos.
JUAN MANUEL: ¿Han concurrido usted a alguno?
ANDRÉS: No puedo. Los buenos pastores reclaman dividendos. En mi casa me dan lo justo
para el transporte.
JUAN MANUEL: ¡Qué pena! De haber asistido, usted que es tan agudo, seguro podría
darnos una visión interesante de lo que sucede en esos templos.
ANDRÉS: Sucede lo mismo que en otras iglesias: se juega con la buena fe de la gente y se
les quita el dinero, solo que, en estas nuevas, un poco mas alevosamente que en las
tradicionales.
JUAN MANJUEL: La clase puede darse por satisfecha. Estamos completos, ¡cierren las
puertas! ¡Tenemos aquí a un ateo!
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ANDRÉS: Agnóstico.
JUAN MANUEL: ¡Como Borges! En todo caso, decididamente anticlerical.
ANDRÉS: Todo lo contrario. Pensaba sugerirle a usted, ya que nos quiere predicar El
Evangelio, que abandone la educación Laica y se retire a un monasterio.
JUAN MANUEL: ¿Tanto lo perturbo que se quiere librar de mí?
ANDRÉS: Solo pensaba en usted y en su propio bien. Yo soy imperturbable.
JUAN MANUEL: ¿Tanto como eso? Ojalá no sea cierto. Sería muy triste ser imperturbable
a su edad. La vida plantea graves interrogantes. No sé si imposibles de resolver, pero muy
difíciles. Deje que esas interrogantes lo perturben, y no se avergüence por ello. Usted
quiere atacarme ahora desde su pupitre como desde una barricada. Se lo ve muy seguro
ahí. Está más protegido que yo, que estoy expuesto a la mirada de todos. Pero yo soy
adulto y tengo buenas defensas. En cambio, usted, cuando toca del timbre de recreo y le
da por deambular por los pasillos o el patio, dado a la soedad como es, no parece tan
seguro ni tan completo. ¿Cómo podría estarlo? ¡Adolescente! ¿Ya les dije lo que eso
significa, no? Créame: Hay cosas que a usted le faltan por estar en esa edad, que pronto
dejarán de faltarle. Pero hay otras cosas que a los hombres nos faltan siempre. Por eso los
humanos siempre andamos buscando. Y sospecho, junto con muchos grandes filósofos,
que Dios es la meta inconsciente de todas nuestras búsquedas. Me atrevo a sostener esa
idea, y no por eso voy a retirarme a un monasterio, por más que San Andrés en persona
venga a sugerírmelo.
ANDRÉS: Si Dios existe, ya es tiempo de que venga y pida perdón por esta mierda de
mundo que fabricó.
JUAN MANUEL: Usted, que ha leído a Walt Whitman, ¿de verdad cree que el mundo es
una mierda?
ANDRÉS: No todo, pero sí muchas cosas.
JUAN MANUEL: ¿Qué cosas?
ANDRÉS: El odio, la discriminación, el hambre, la guerra…
JUAN MANUEL: Usted se rebela ante el odio, el hambre, y la guerra. Esa es la esencia de
un alma cristiana. ¿Y si yo le dijera que el odio, el hambre, y la guerra son fruto de la
misma rebelión del hombre contra Dios?
ANDRÉS: Eso es absurdo.
JUAN MANUEL: ¿Por qué?
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ANDRÉS: Porque hasta usted, que es un pobre tipo, puede con nosotros cuando nosotros
nos rebelamos, ¿Cómo Dios, que es el Ser Superior, no va a poder con los hombres, que
somos un montón de pendejos?
JUAN MANUEL: Bien, bien. Usted, en su razonamiento, admite que Dios es el Ser Superior.
Vamos progresando. En cuanto a mí, le admito que me califique de pobre tipo, pero que
me incluya dentro de un montón de pendejos, confieso que me resulta un poco fuerte.
Voy a tener que amonestarlo, señor Andrés. Sólo de palabra, no me interesa el trámite
administrativo. ¿Acaso iba a tener un trámite más valor que mi palabra? Usted, dese por
amonestado. Y sepa que también la palabra es una prueba de la existencia de Dios.
¡Pendejo!
ANDRÉS: ¿Pendejo? Sí, muy bien. Eso dije yo de mí mismo, que iba incluido también en el
montón. Veo que solapadamente empieza usted a sumarse a mis conceptos.
JUAN MANUEL: ¿Usted cree que maneja conceptos? Yo no daría tanto, mi queridísimo
Andrés. Usted se deja llevar por la reacción emocional ante el dramatismo del mundo, y
no lo acepta. ¿Por qué? Porque no tolera la Injusticia. Eso habla bien de usted. Y no crea
que me enoja con sus arrebatos, aunque cuando rocen la insolencia. Son señal de que
pone su mente en movimiento. Necesito suponer que no es el único en la clase, aunque
sea el único que lo manifiesta. Y yo se lo agradezco. Es probable que estimule a sus
compañeros, y es seguro que me estimula a mí. Pero volviendo a lo que le decía, usted no
tolera la Injusticia, ¿me equivoco?
ANDRÉS: No.
JUAN MANUEL: De modo que hay algo que para usted es Lo Injusto, de donde inferimos
que tiene su buena idea de lo que es o sería justo. ¿Me equivoco ahora?
ANDRÉS: Supongo que no.
JUAN MANUEL: No voy a incomodarlo preguntándole qué es La Justicia para usted, no
porque no me interese su idea, sino porque es un tema delicado, y no quiero que se
enrede, faltando tan poco para el final de la clase. Sólo le pido que, por ahora, crea lo que
le digo sólo porque yo se lo digo: No hay ninguna posibilidad de concebir La Justicia sin
fundamentarla en una idea de Dios. Y esto no lo digo yo. Si no pensamos un Dios, al
menos como fundamento, al menos como causa última, todo es relativo. Usted me dirá
“¿qué problema hay con que todo sea relativo?”. Por algo está de moda el relativismo
cultural y blablablá… Y fíjese que sí, que hay un problema grave, y me atrevo a aseverarlo
por más que el mentado relativismo, hoy por hoy, goce de tan buena prensa, todavía.
Fíjese usted en que, si las verdades son relativas, las verdades de los poderosos van a valer
siempre mucho más que las nuestras, pobres ciudadanos de a pie, en el caso de que
podamos ser ciudadanos y de que podamos caminar. Y antes de aceptar verdades
relativas que los grandes poderes e impondrán absolutamente, prefiero quedarme con mi
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humilde idea de Dios. Un Dios que nos soñó a su imagen y semejanza, que nos hizo a
todos iguales y que murió de amor por nosotros.
ANDRÉS: ¿Cree usted que todos somos iguales?
JUAN MANUEL: Sí, lo somos. Ante los ojos de Dios, y en este mercado, donde da lo mismo
un burro… que yo.
ANDRÉS: ¿Le imponen muchas verdades los poderosos a usted?
JUAN MANUEL: Lo intentan. Lo intentan. No lo consiguen. Intentan persuadirme, por
ejemplo, o más bien imponerme, que la intimidad de las personas no vale un céntimo, y
que por eso debe ser atacada, expuesta y bastardeada, a fin de cautivar la atención de las
otras personas, que deben renunciar a todo intento de tener una vida espiritual; que
deben comprar, consumir, tirar y volver a comprar, en una carrera que concluirá en la
muerte cerebral de todos, si no en el agotamiento y destrucción del planeta. A Dios no lo
entierran para liberar al hombre, lo entierran para que nos les estorbe esta grosera
prostitución del mundo.
ANDRÉS: Prostitutas hubo siempre, aún con Dios bien instalado en el cielo.
JUAN MANUEL: Hablaba en sentido figurado, niño de mi alma. Metafóricamente. ¡Cómo le
gusta llevarme la contraria! Usted, en uno de estos hermosos programas de chismes que
tanto hacen por el aumento de la estatura moral e intelectual de la audiencia, sería el
panelista que refuta todas las informaciones. ¿Quiere usted hablar de putas? ¡A ver,
levanten la mano los que han debutado ya con una puta! ¿Nadie? Bueno. ¡Levanten la
mano los que planean debutar pronto con una puta! ¿Nadie tampoco? ¡Debo haber oído
mal! Se ve que no escucho bien en los recreos. Para que me vengan después con que la
religión fomenta la hipocresía. Acá el temor a Dios no lo conoce nadie, pero la mentira la
cultivan con fe. Mentira por omisión: esa es la más cobarde de todas.
ANDRÉS: ¿Por qué habla sin saber y trata de mentirosos a los demás? Tal vez mis
compañeros son más decentes que los muchachos de otras épocas, y no van con putas
sino que se inician por amor y con sus novias, y tal vez algunos todavía somos vírgenes
porque… (Se interrumpe).
JUAN MANUEL: ¿Somos vírgenes? ¿Qué Virgen es usted? ¿La Virgen de la Soledad, la de
los Dolores, la de las Angustias…? ¿O alguna con nombre propio? ¿Virgen de Luján,
Macarena, Guadalupe? (Nota que Andrés ha sentido mucha vergüenza) Discúlpeme, no
quise mortificarlo. Soy un estúpido. Cuando quiero parecer gracioso, hago chistes malos y
fuera de lugar. A los que todavía sean vírgenes, los aliento. Preserven su intimidad y no se
apuren a nada. Y a usted, Andrés, lo felicito. Usted es valiente, inteligente y sensible. No
crea que no lo admiro cuando lo peleo. ¡Cámbieme esa cara y dedíqueme una sonrisa! Su
sonrisa vale más que la última Play Station, que un televisor de quinientas pulgadas y que
un celular de última generación, todo eso junto. No le digo que un Mercedes, porque un
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auto me vendría muy bien. ¿Podrán creer que todo un caballero como yo, educado,
elegante y, aún así, trabajador, tiene que venir a esta escuela en un transporte atiborrado
y mugriento, que pasa cada vez con menos frecuencia? El que sienta vocación docente,
piénselo dos veces. ¡Dios mío, que tarde es! ¿Por qué me dejan hablar tanto? Doy por
terminada la clase. (Irónicamente) El Señor sea con vosotros.
ESCENA IV
Juan Manuel y Andrés, sin la clase.
Juan Manuel se sienta es su escritorio. Toma unas hojas. Lee. Andrés se acerca
tímidamente, tomando en llegar el tiempo que se supone emplean los otros
estudiantes en abandonar la clase camino al recreo.
JUAN MANUEL: ¿Qué pasa? ¿Viene a reprocharme la ineptitud de mis gracias? Ya le pedí
disculpas, pero puedo pedírselas otra vez.
ANDRÉS: No es eso.
JUAN MANUEL: El pez por la boca muere, ¿no es así? Siempre se arrepiente quien revela
sus secretos. Lo cierto es que no hice tiempo a corregir los trabajos de ustedes.
ANDRÉS: ¿Por qué se arrepiente quien revela sus secretos? ¿Acaso no vale más la
sinceridad que el misterio?
JUAN MANUEL: Para teoría de los valores, le recomiendo la lectura de Scheler. Creo que
los divide en siete niveles. Y supongo que hay que saber subir y bajar por ellos, para no
aburrir ni aburrirse.
JUAN MANUEL: ¡Dios mío! No hay piropo más halagüeño que ese para un profesor.
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JUAN MANUEL: Ah, ¿no? ¿Desde dónde me lo dice? ¡Y mire cómo me hace hablar como
una psicóloga, con lo poco que me gustan!
JUAN MANUEL: Para aprender a pararse ante el mundo y saber atemperar las cosas que
siente.
ANDRÉS: ¿Y si no quiero?
JUAN MANUEL: Digamos que es un buen estímulo para el desarrollo dinámico de la clase.
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ANDRÉS: Me gustan sus ojos.
ANDRÉS: Yo no dije que sean lindos. Dije que me gustan. Aunque sí, son lindos.
JUAN MANUEL: ¿Qué pasa, Andrés? ¿Intenta seducirme? Le advierto que llega tarde. Ya
corregí su trabajo.
JUAN MANUEL: Digamos que lo contemple. Que lo valoré. No había nada para corregir allí.
Tanto así, que, le confieso, perdí horas de mi noche buscando en internet, intentando
descubrir a quién había copiado.
JUAN MANUEL: Hay una gran distancia entre ser un tonto, y ser ya un escritor consumado,
a su edad.
JUAN MANUEL: Tendremos que correr ese riesgo. Quiero proponerle algo.
ANDRÉS: ¿Qué?
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ANDRÉS: ¿Qué tengo que hacer?
JUAN MANUEL: Usted, por una vez, tiene que hacerme caso a mí. ¡Y sin llevarme la
contraria!
Se va la luz.
ESCENA V
En clase.
Juan Manuel entra, viene de la dirección.
JUAN MANUEL: Buenos días, señores y señoritas. Muy buenos, por cierto. Estoy contento.
Alguna vez, conversando con ustedes acerca de La Justicia, les he dicho que todos somos
iguales antes Dios. Sí, todos somos iguales para la infinita bondad divina, y lo seremos a la
hora de ser juzgados. Pero coma toda verdad tiene un reverso, y hay que armarse de
paciencia para leer la letra pequeña de los contratos, no está de más aclarar que en este
mundo… no somos todos iguales, claro que no. Se dice, en Teoría Política, que la Izquierda
privilegia la igualdad, en tanto la Derecha privilegia el mérito. Hoy, a riesgo de que me
tilden de gorila derechista, además de chupacirios, como ya sé que me dicen (y no me
quejo, podría ser peor), quiero hacerles un elogio del mérito. Si bien aspiro,
cristianamente, a que cada quien tenga casa, techo, comida, trabajo y alegría, mucha
tristeza me daría que todo valiese lo mismo. Prefiero que mame el que menos llore, y creo
fervientemente que no es lo mismo un burro que un gran profesor. En fin. Antes de
dejarme lleva, prefiero ir al grano. Acabo de recibir en la dirección de esta respetable
institución educativa una espléndida noticia. Antes, déjenme preguntarles algo: Si alguna
de ustedes fichara para jugar en el Juventus o en el Barça (no lo veo probable), el resto,
¿qué sentiría? ¿Admiración? ¿Envidia? ¿Fascinación? ¡Amor, por qué no! Muy bien. Si
alguna de las bellezas aquí apoltronadas despuntara como modelo y empezáramos a
redescubrirlas en revistas, pasarelas y pantallas, ¿qué sentirían? ¿Lo mismo? Supongo que
todo eso está muy bien, y perdonen si no se me ocurren más ejemplos, la emoción
limitando mi creatividad. Voy al grano, como prometí. Mejor será que les lea esto (saca un
papel): “Bogotá, fecha tatatatá, a las autoridades de la escuela tatatá, tatatá, tatatatá, por
la presente tenemos el agrado de comunicarles, según lo establecido tatatataá… que en el
concurso nacional interescuelas tatatataá… Cuyo jurado tatatatá, y en cuyo reglamento se
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establecen cinco premios y veinte distinciones tatatataá… el primer premio (¿escucharon
bien? No el segundo ni una de las veinte distinciones, ¡el primero!) Ha recaído sobre quien
cursa estudios en vuestra institución tatatá, el señor Andrés Aguilera… Por cierto, ¿sabe
usted que así se llamaba, en la ficción, el galán de un viejo teleteatro? ¡Qué va a saber, tan
joven! Otro día se lo cuento. ¿Y qué me cuentan los demás? Su compañero le ha pasado el
trapo al resto del país, y no pegándole a una pelota ni exhibiendo los cachetes de su
trasero, sino ejercitándose en el refinado arte de la literatura poético-filosófica. ¡Andrés!
¡El niño rebelde! ¿Quién lo hubiera dicho? Yo, yo lo hubiera dicho, y sin embargo…
¡Todavía no lo puedo creer! Y usted, Señor Aguilera, ¿Qué siente?
ANDRÉS: Vergüenza.
JUAN MANUEL: No será vergüenza, será pudor. ¿Nada más? ¿No nos va a decir nada?
JUAN MANUEL: A mí sí. Venga para acá. Vamos. No sea cansón y no se me haga el
modesto. Reviente de orgullo, si quiere. Se lo merece. Nos va a leer su trabajo.
ANDRÉS: No lo tengo.
JUAN MANUEL: Pero yo sí. ¡Jajajajaja! Espere un segundo… (Lo busca en el maletín).
JUAN MANUEL: Quiera o no quiera, con vergüenza o sin vergüenza, nos lo va a leer igual.
Si se anima a pasar a dar clase, y más de una vez, sin haber estudiado ni jota, no veo por
qué…
JUAN MANUEL: ¡Tanto mejor! ¡Tanto mejor! Soy todo oídos. Y la clase también.
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ANDRÉS:
Ahora, ¿quién me dará una mano?
¿Cómo seguir adelante?
¿Y qué quiere decir eso? ¡Adelante!
¿Adelante de quién? ¿Adelante hacia dónde?
¿Adelante cuándo? ¿Adelante para qué?
JUAN MANUEL: Antes de que siga adelante, justamente, y discúlpeme una vez más, ese no
parece ser el trabajo del concurso.
ANDRÉS: Al concurso no presenté eso que usted “corrigió”. Presenté otra cosa.
JUAN MANUEL: ¡Ah, claro! El señor presentó otra cosa, cómo no. No se me había ocurrido
siquiera la posibilidad. Qué tonto soy. Vuelva a empezar, por favor. O siga adelante.
ANDRÉS:
Ahora, ¿quién me dará una mano?
¿Cómo seguir adelante?
¿Y qué quiere decir eso? ¡Adelante!
¿Adelante de quién? ¿Adelante hacia dónde?
¿Adelante cuándo? ¿Adelante para qué?
¿Y qué sentido tiene las preguntas cuando me clavo al punto donde todo duele?
¿Es propia voluntad? ¿Es destino? ¿Es capricho? ¿Enfrento así, desnudo, la
angustia primordial de la existencia, o es simplemente exceso de hormonas, como
diría mi profesor?
¿Qué profesor?
El único que tuve.
Los demás, apenas figurantes; mientras él, protagonista.
Él temblaba su voz como un tenor de ensueño.
Para el silencio ausente de cien esclavos etíopes.
O para Dios, acaso.
Era eso.
Él hablaba de Dios y para Dios.
No para los demonios que mastican mis orejas.
¿Y si hablara para mí?
Sería lo mismo.
Dios ha perdido el hábito de la escucha
Y mis oídos los comen los diablos
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Tras imprimir en mi carne sus palabras obscenas.
Ahora, ¿quién me dará una mano?
¿Quién tomará las mías?
Me lo enseñaban todo y sigo tan ignorante.
Y hambriento. Y perdido.
Clavado en el punto donde todo duele.
A punto de gritar mis oscuras verdades
Hasta que sean añicos los ídolos intrusos
Y vos aceptes de mí ese puro amor que buscas
Sin ganas de decir una palabra más.
Voy a cerrarte la boca con un beso perfecto
Y el resto de lo que dije, son todas tonterías.
¿Le gustó?
ANDRÉS: Ya terminé.
JUAN MANUEL: ¡Ah! Muy interesante. Tendría que leerlo más tranquilo en mi casa… Si
quiere darme una copia…
JUAN MANUEL: Bien. Parece que ha nacido un poeta. Lo felicito una vez más. Ahora,
discúlpeme que salga un momento. En seguida vuelvo. No hagan lío. (Sale.)
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ESCENA VI
ANDRÉS: Bueno. Parece que el profesor nos ha dejado solos. Estaba impresionado. Estos
conservadores no toleran la poesía moderna. ¿Qué les parece si sigo yo con la clase? Me
quiero aprovechar de lo increíblemente bien que se portan. Evidentemente la revolución
no va a empezar en este curso. ¿Les gustó mi poema? Si no les gustó es porque no lo
entendieron. ¿Cuál era el tema, a ver quién me lo dice? ¿Nadie se dio cuenta? Hablaba de
sexo, exclusivamente. Todo lo demás era relleno. ¿De qué podemos hablar a esta edad,
cuando la tenemos siempre parada? Los varones, las mujeres no tienen y es hora de que
se resignen y lo acepten. Y esto sin adherir a las teorías de Freud, que inventó la envidia
del pene y para quien todo lo que se mueve es, fue y será sexo. ¡No digamos lo que no se
mueve porque está parado! ¿Sexo con amor o sin amor? ¿Sexo con la almohada? ¿Sexo en
Internet o con la Playboy en la mano? Y, sin embargo, no es el sexo lo único que nos
preocupa. De ninguna manera. No, no y no. Si ustedes me permiten, voy a trazarles el
mapa de nuestra zozobra interior. (Va hacia el pizarrón.) ¡Linda palabra, zozobra! Es la
primera vez que puedo decirla. Empecemos por acá (escribe la palabra sexo o la
simboliza.) dado que esto ya lo mencionamos. Pero más allá del sexo, ¿qué es lo que
tenemos? El Amor, muy bien. Nadie lo dijo, pero alguien lo pensó. (Sigue escribiendo y/o
dibujando.) Y el amor es una inclinación del sujeto, que soy yo o eres tú o es él, por uno o
varios objetos, que son, ocasionalmente, una mujer, o tal vez un hombre y, más
frecuentemente, el celular, la computadora, juegos en red incluidos si no, no sirve, y n
digamos la moto, el auto y la casa propia cuando seamos mayores. También el perro,
cómo no. Nunca falta algún sentimental. Pero sin ir más lejos, circunscriptos al celular y a
la compu, para ser minimalistas, el amor no tolera con estos objetos el autoengaño; no
podemos ser avestruces, y estamos condenados a saber que pueden romperse y con eso
romper nuestro corazón; y esto no es lo peor, puede suceder algo mucho peor aún y dado
que puede (Ley de Murphy), sucederá: nuestro modelo de teléfono o PC quedará viejo,
obsoleto y nos veremos en la situación de tener que descartarlo, o de comenzar a odiar el
que tenemos, porque no tenemos el dinero para comprarnos el nuevo. Vericuetos estos
de la sensibilidad que nos conducen entonces a pensar en esa máxima preocupación que
se subsume bajo la palabra “Futuro”. Futuro es ese tiempo en que seguiremos el camino
de nuestra falta de vocación hacia el trabajo no deseado y la desesperación económica, la
mala crianza de algunos hijos, el divorcio, el rejunte y vuelta a empezar, peleas con la
familia de origen, perplejidad ante el progresivo deterioro del medio ambiente, del país y
del mundo, esto en consonancia con la propia enfermedad, la vejez y la muerte. Todo lo
cual puede ser prevenido con un oportuno suicidio, conducta a la que, según señalan
todas las estadísticas, nos inclinamos más que nadie los adolescentes, ¡porque
adolecemos! (Imita al profesor.) De modo que todavía estamos a tiempo. Claro que
también la adolescencia es el período madurativo que exacerba nuestros ideales, y puede
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ocurrir que, sustrayéndonos al suicidio que no es otra cosa más que una reacción
desesperada a la mala onda que nos tira el mundo circundante, queramos disponernos a
vivir la vida de acuerdo con ellos. Con nuestros ideales, no con los que nos tiran mala
onda. A propósito, ¿saben diferenciar un ideal de una virtud? Bueno, no importa.
Hagamos una lista de ideales y de virtudes. Justicia, ya la vimos en clase, Bondad,
Honestidad, Sinceridad que no es lo mismo, Sensibilidad, Inteligencia, Valentía, Amistad…
La amistad es importante, por eso
Oscuridad.
ESCENA VII
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JUAN MANUEL: ¿Qué más, si puede saberse?
ANDRÉS: Investigue.
ANDRÉS: Ah, ¿no? ¿Y qué es la vida entonces? Por favor, no me diga que es un frenesí,
una ilusión, una sombra, una ficción, y que el mayor bien es pequeño…
JUAN MANUEL: Nadie dijo que esta conversación fuera de igual a igual.
JUAN MANUEL: Cállese. Déjeme terminar. Lo que más me indigna es que haya jurados tan
incompetentes como para conceder un premio estudiantil a un poemita que tiene como
patas la sexualidad no tamizada, la burla y el absurdo barato…
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ANDRÉS: ¡Y yo que pensé que había nacido un poeta!
JUAN MANUEL: No sea susceptible, pero esa presentación no merecía ser distinguida de
esa manera. Más allá de eso, el poema no está mal. Para nada. Supongo que le habrá
tomado su buen trabajo componerlo…
ANDRÉS: Premiaron el trabajo acerca de las angustias filosóficas adolescentes que a usted
tanto le gustó y que a mí ya había comenzado a fastidiarme.
JUAN MANUEL: ¿Y por qué mierda no leyó eso cuando yo se lo pedí? ¿Qué carajo le cuesta
hacerme caso?
ANDRÉS: ¡Qué boquita! Lo habré hecho para disfrutar un poco la noticia de mi premio.
Estaba inspirado, tenía público… ¡Tenemos que reconocer que el mamotreto aquel era un
bloque!
JUAN MANUEL: Pero ¡son cosas importantes de decir a viva voz, cosas edificantes para sus
compañeros!
ANDRÉS: Muchísima.
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ANDRÉS: Porque usted siempre confunde y malinterpreta. Esa también es una forma de la
ignorancia.
JUAN MANUEL: ¿Qué pasa? ¿Está intentando intimidarme? Mire que yo soy menos pacato
de lo que usted supone.
ANDRÉS: Si quiere, puedo probar otro modo, uno que le resulte más creíble, pero antes de
eso, pongámonos de acuerdo en que usted empezó.
ANDRÉS: Usted no hace otra cosa más que seducirnos a sus alumnos, y a mí en especial.
ANDRÉS: De muchas… Con su mirada, con sus desafíos, con sus tonos, con sus chistes…
¡En su primera clase nos habló de lo bonitas que eran sus piernas! Por no hablar de la
manera en que nos recitó a Walt Whitman: “… no hay un átomo de mi cuerpo que no te
pertenezca”, poniendo esa voz de galán latino…
ANDRÉS: Digo la verdad. Haga memoria. Por cierto, todavía estoy esperando.
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ANDRÉS: Esperando ver sus piernas.
ANDRÉS: Júreme que nunca ha tenido fantasías sexuales conmigo y abandono el tema
para siempre.
ANDRÉS: ¿Cómo? ¿Cómo dijo? ¡Ahora soy yo el que no lo puede creer! Le comunico que
acaba de perder su única oportunidad de evitar lo inevitable.
ANDRÉS: Sea sincero con lo que siente. Es lo único que le pido yo.
JUAN MANUEL: Sí. Es ese cantante cubano que hace propaganda comunista.
JUAN MANUEL: Andrés, por favor… Hay fronteras que nunca deberían ser traspasadas.
5
Silvio Rodríguez, “Por quien merece amor.
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La luz se extingue gradualmente mientras Andrés se acerca a Juan Manuel. Una
música separa las escenas y el paso del tiempo.
ESCENA VIII
Espacio agreste.
Andrés y Juan Manuel aparecen en un bosque, cerca de la playa y de su carpa
(están de campamento), sentados, muy poco iluminados.
ANDRÉS: Andrés Aguilera dice que tiene un poco de frío y que necesita que lo abracen y
que lo mimen.
JUAN MANUEL: ¿Andrés Aguilera el del teleteatro, o Andrés Aguilera l’enfant terrible de la
clase?
JUAN MANUEL: ¡No soy fanático de los culebrones! Pero sí era casi fanático de Migré. Me
encantaba.
JUAN MANUEL: ¡No! Alberto Migré, el autor. ¡No puedo creer que no lo conozcas!
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JUAN MANUEL: Yo era muy chiquito cuando daban las novelas de Migré, tampoco vayas a
creer. Sin embargo, algunas me quedaron grabadas a fuego.
ANDRÉS: ¿Cuáles?
JUAN MANUEL: La de Pablo Puán, por ejemplo; un profesor de Literatura que se enamora
de una de sus alumnas…
JUAN MANUEL: … Pero no se enamoraba de ella, sino de una hermana que ella se
fabricaba maquillándose y produciéndose hasta parecer mucho más grande. ¡Lo tuvo
engañado al tipo no sé cuántos meses! ¡Él se deshacía por la grande, y se peleaba con la
chica, sin saber que eran la misma!
JUAN MANUEL: O la de Rolando Rivas, un taxista que un día conquistaba a una muchacha
que intentaba suicidarse arrojándose del auto de él, y el tenía que llevarla al hospital y a
partir de allí… Los taxistas se reunían siempre en un bar que quedaba entre la 69 y Flores.
Creo que la primera vez que salí solo de mi barrio fue para ir a buscar ese bar. Encontré la
esquina, ¡pero el bar no estaba!
JUAN MANUEL: Mentía sí, pero con estilo. No usaba ese pretendido naturalismo donde
todo de lo mismo y se empobrece tanto todo. Hoy da lo mismo un “te amo”, que un
“echemos un polvo”, que un “ve a lavar los platos”…
JUAN MANUEL: Migré hacia que los actores dijeran largos parlamentos, muy
concentrados, hasta que ellos mismos vibraran y te hacían vibrar a vos, y hasta a veces
leían poemas…
JUAN MANUEL: No es que fuera poesía muy elevada, pero comparado con lo de hoy…
ANDRÉS: Dos razones buenas y suficientes. Y con Andrés Aguilera, ¿Qué pasaba?
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JUAN MANUEL: Andrés Aguilera era un señor rebelde y caprichoso, en cierto modo
sensible e inteligente pero muy maleducado, que molestaba mucho a su mejor profesor
hasta que un día este, desbordado, decidió llevárselo de campamento a un lugar desierto,
entre el bosque y la playa, para intentar regenerarlo.
ANDRÉS: ¡Lo que ese señor rebelde y caprichoso necesitaba era educación sexual!
JUAN MANUEL: Por ahí vamos mal. El profesor no sabe nada de esas cosas.
ANDRÉS: ¿No?
ANDRÉS: ¿Seguro?
ANDRÉS: Entonces, una vez más, ¿va a tener que ser el alumno el que eduque al profesor?
JUAN MANUEL: Puede ser, si el caso fuera que el alumno viniera con experiencia…
ANDRÉS: ¿Experiencia? Para nada. ¡No sabes con cuántas vírgenes lo han homologado en
su clase! Pero el alumno es avispado. Es intuitivo y de todo se da cuenta. Y además, tiene
muy buena voluntad…
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ESCENA IX
En el aula.
JUAN MANUEL: ¿Cómo están? ¿Bien? ¡Qué lindo día está haciendo! ¿No? Bueno, vamos a
lo nuestro… Hoy les quería hablar… ¿De qué les quería hablar? ¡Ah, ya sé! No. Eso ya lo
hablamos. ¿Había quedado algo pendiente de la última clase, no es así? ¿No? ¿Nadie tiene
ninguna pregunta? Bien, ya pasó la oportunidad. Mal por ustedes: no hay que dejar pasar
las pocas oportunidades que da la vida. Perdón, voy a consultar mi agenda… ¿Dónde está
mi agenda? ¡Es la primera vez en la vida que olvido mi agenda! No importa. Al menos traje
este libro del que les quería leer un pá… ¡No! No es este el libro. ¿Qué pasa? ¿Qué me
miran con esas caras? Cualquiera tiene un mal día, ¿no?
ANDRÉS: Cara de buenas noticias. No sé… Cara de enamorado o algo así. ¿Será que el
profesor tiene novia?
JUAN MANUEL: El profesor estudia mucho y tiene poco tiempo para divertirse.
ANDRÉS: Hace mal. Tiene que tomarse tiempo para usted, para relajarse. Tendría que irse
de campamento, no sé, a un lugar solitario cerca del mar, por ejemplo, antes de que, por
tanto concentrarse en el estudio y en el trabajo, comience a olvidarse de las cosas…
JUAN MANUEL: ¿Sabe que tiene razón? Cualquier día de estos le hago caso. ¿Y qué hago?
¿Me voy solo o voy acompañado?
ANDRÉS: Haga como prefiera. A mí me parece que cuando uno está solo, todo es muy
triste. Además, por ahí usted es un poco torpe y, si no lo ayudan, no logra armar la carpa.
JUAN MANUEL: Sí. La del bosque. ¿Le gustan los cuentos de hadas?
JUAN MANUEL: ¿Para hacerse cargo de la clase, por ejemplo? ¿Aprovechando mi día en
blanco?
JUAN MANUEL: La otra vez yo no estaba. Ahora puede lucirse frente a mí.
ANDRÉS: Yo siempre me luzco frente a usted. ¿O no soy el único que habla en esta clase?
JUAN MANUEL: Y hoy, ¿de qué le apetece hablar al único que habla?
ANDRÉS: No sé… Sí sé. La otra tarde estaba yo en la biblioteca del colegio, lugar tranquilo
y solitario si los hay, o si los había, porque esta vez me abordó la bibliotecaria. Es una
mujer gorda, no muy grande, con una mata de rulos… Lo cuento para que se ambienten
los que nunca en su vida han pisado la biblioteca.
ANDRÉS: Por eso digo. Yo estaba muy, muy abstraído, fascinado por un librito muy, muy
viejo que había encontrado, hurgando por estantes por donde ni las ratas pasan.
JUAN MANUEL: ¡Bastante poco van los demás a la Biblioteca como para que además usted
los desayune de que hay ratas!
ANDRÉS: No sabía. Salvo por mí. No falta quien me diga ratón de biblioteca. ¡Me está
distrayendo! ¿Quiere que le cuente o no?
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JUAN MANUEL: ¿Perdón?
ANDRÉS: “… y lo primero que nos pide es que escribamos una carta. Yo no sabía a quién,
nunca escribo cartas. Él me dijo que así era mejor aún, que la carta era para alguien a
quien nunca hubiésemos manifestado nuestros sentimientos profundos, que debía ser
una suerte de confesión sentimental. Y entonces yo supe inmediatamente a quién tenía
que escribirle la carta. ¡A Sandro! Porque yo estuve toda mi vida profundamente
enamorada de Sandro”. ¡Me lo dijo con tanta ternura! Se deshacía en azúcar. ¡Y cuándo
me leyó la carta! Jamás leí ni escuché algo tan cargado de amor, de sexo, de devoción, de
todo… Entonces entendí que esa mujer era como ese librito que yo tenía en las manos,
que podría estar en la biblioteca años y años sin que nadie la tocara nunca.
JUAN MANUEL: ¿Cuál es la moraleja? ¿Sugiere que sus compañeros corran a la Biblioteca
para toquetear a la bibliotecaria?
ANDRÉS: No lo conozco.
JUAN MANUEL: Era, o es, algo así como nuestro Elvis Presley.
ANDRÉS: No crea. Si algo comprendí con esa carta den amor, con que la mujer se animara
a leérmela, es que la falta de comunicación es un derivado de la cobardía. Y yo estoy
seguro de que usted no es un cobarde.
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ANDRÉS: ¡Ah, mi librito! De Sócrates. Del Alcibíades y Sócrates.
ESCENA X
ANDRÉS: … en tu casa…
ANDRÉS: ¡Tienes que irte a vivir solo de una vez! Bueno, solo ya no. Conmigo.
ANDRÉS: ¡Ahora!
ANDRÉS: Yo no puedo vivir con mis papás un segundo más. Los odio. Tienes que llevarme
contigo. ¿No es una idea buenísima?
JUAN MANUEL: ¿Buenísima? Puede que haya una idea peor que esa, pero yo no sabría por
dónde empezar a buscarla.
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ANDRÉS: ¿No quieres vivir conmigo? ¿Por qué? ¿Qué tengo de malo? ¿No dices que soy tu
gran amor? ¿Adónde conduce todo tu gran amor, entonces?
ANDRÉS: ¿A nada?
ANDRÉS: ¡Pero para mí no! Yo no quiero un amor a medias, un amor cobarde, un amor
que no es amor…
ANDRÉS: ¡No me hagas chistes, estúpido! ¡Qué estúpido eres! A ti no te importa un carajo
nada de lo que a mí me pasa, ¿no es cierto? ¿Tú sabías que mi papá me maltrata porque
sospecha que soy gay? ¿Y sabías que mi mamá no me habla, a propósito, para hacerme
sentir más culpable? ¿Sabías que entre ellos se odian y se descargan conmigo? ¿Sabías
que hasta que te conocí sólo pensaba en suicidarme?
JUAN MANUEL: Perfecto. Y la solución a todo eso es que te vengas a vivir conmigo.
JUAN MANUEL: Por infinidad de cosas. Porque tu eres menor y yo soy tu profesor. ¿Qué
quieres? ¿Qué me echen del trabajo? ¿Qué me metan preso? Además, yo no creo en la
pareja entre dos hombres, y menos con nuestra diferencia de edad.
JUAN MANUEL: No digo que no nos hayamos pasado de la raya. ¿Quién no comete
errores? Lo importante es saber reconocerlo y saber elegir.
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ANDRÉS: ¿Elegir entre qué y qué?
JUAN MANUEL: Entre insistir en el Pecado o reflexionar y arrepentirse. ¡No me mires así!
¿Qué pasa? ¿Por qué te quedas mudo? ¿Qué piensas?
ESCENA XI
En el aula.
JUAN MANUEL: ¿Cómo están? Tengo algo que anunciarles. Falta poco para que terminen
las clases (eso ya lo saben). Hubiera querido ser un poco más sistemático, haber ahondado
en algunos temas, haber llegado a abordar algunos otros… El caso es que nada de eso
podrá ser ya. He pedido una licencia. Voy a hacer un viaje de estudios. Esta es la última
clase que tienen conmigo. No lloren. No es la muerte de nadie. No les digo adiós, sino
hasta luego.
ANDRÉS: ¿Seguro?
JUAN MANUEL: Andrés, ¡hacía mucho tiempo que no hablaba! ¿Dos meses? Parece que
ese tiempo de silencio nos lo ha puesto un poco trágico.
ANDRÉS: Puede ser. Y es que uno mira a su alrededor y sólo ve cosas terribles. (Silencio.)
¿No me va a preguntar cuáles?
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ANDRÉS: ¡Tantas! No sabría por cuál empezar… Algo que me impresiona muchísimo: los
casos de las maestras de jardín de niños que abusan de ellos, por ejemplo. ¿Usted por qué
piensa que lo hacen? ¿Porque les gusta o porque forman parte de una red de pornografía
infantil? Mi papá dice que en las escuelas hay una red de pornografía infantil, mi mamá
dice que es una maniobra de Estados Unidos para desprestigiar a la Iglesia Católica, y yo
pienso que ellas lo hacen porque están insatisfechas y buscan mimos en lo primero que
encuentran a mano; en este caso, las criaturas. Lo que yo no entiendo bien es cuándo es
abuso, cuándo es violación y cuándo es estupro. Busqué las definiciones en los
diccionarios y en Internet, pero sólo sirvió para confundirme más, porque son
contradictorias. Para Wikipedia, por ejemplo, en el estupro lo importante es que sea
valiéndose de engaños, y no da edad específica; dice que uno es mayor y el otro, un
“menor para otorgar su consentimiento en materia sexual” y, según eso, nos excluiría a
nosotros, por ejemplo, a mis compañeros y a mí, porque ya parecemos lo bastante
grandes como para “consentir”. En cambio, para la Real Academia Española, se trata de
“coito entre persona entre los 12 y los 18 años, prevaleciéndose de superioridad,
originada por cualquier relación o situación”, como por ejemplo, la de profesor-alumno. O
sea, según yo entiendo, si un profesor, como usted, tuviera relación con una de mis
compañeras, o de los varones, ¿por qué no? También podría ser. Eso sería estupro. Y sería
muy grave. Si se descubriera, tendría que dejar la escuela. Bueno, no sería tan grave,
porque la escuela ya la deja, de todas maneras. Eso sí: no lo dejarían volver. ¿Usted piensa
volver?
JUAN MANUEL: No lo sé, Andrés. Créame que todavía no lo sé. En cuanto a esas
maestras… Me faltan elementos como para emitir una opinión. ¿Hay alguna inquietud que
quieran plantear en esta última clase?
ANDRÉS: Yo tengo otra inquietud. ¿Se acuerda de aquel librito sobre Alcibíades y Sócrates
que a mí tanto me gustaba? Hay un diálogo de Platón en el que se habla del amor (de ahí
viene lo del amor platónico, me parece) en donde irrumpe Alcibíades quejándose de que
Sócrates nunca lo tocaba, siendo que decía amarlo. (A sus compañeros.) Es así, chicos: los
griegos no eran tan machos como nosotros. (Al profesor.) Después Sócrates fue obligado a
suicidarse, pero no por toquetear a los adolescentes, sino por causas políticas, creo. Mi
inquietud es la siguiente: ¿piensa usted que Alcibíades habrá llegado a cambiar de
opinión, y a darse cuenta de que la abstinencia de Sócrates era la conducta adecuada, la
conducta que cada maestro está obligado a mantener con sus alumnos?
JUAN MANUEL: No lo sé, Andrés. Créame que no lo sé. Hay quien dice que eso de la
prescindencia de Sócrates fue un invento de Platón, y que Sócrates arrasaba con todos los
adolescentes. Como era costumbre entre los griegos y bien observaba usted hace un
momento, por otra parte. Yo prefiero pensar que no es así, que Sócrates sabía
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comportarse como corresponde. Por algo pasan los siglos y él sigue siendo más famoso y
respetable que todos los que vinimos después.
ANDRÉS: Pienso que yo, Alcibíades, a mi gran maestro, que me enseñó tantas cosas, y que
me amó, a su manera, le perdonaría lo que fuese; si se propasó, si se abstuvo… ¡o las dos
cosas! Pero hay algo que es seguro: Sócrates nunca se perdonó a sí mismo. ¡Por algo se
tomó la cicuta sin protestar! A usted, ¿qué le parece?
FIN.
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