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Elogio del renegado.

Sobre el
libro de Antonio Sitges-Serra
“Si puede, no vaya al
médico”. Por Abel Novoa
Un renegado es aquel que modifica su forma de pensar y se
aparta de una doctrina o de una filosofía. Siempre he
simpatizado con los renegados, normalmente, figuras
trágicas, perdedores que se revolvían contra el poder del
grupo, uniforme y homogéneo, articulado alrededor de algún
proyecto poderoso, normalmente, una creencia aglutinadora
que al renegado ya no le llega porque ha desvelado su
endeblez o ha adivinado la utilización manipuladora que se
hace de ella: el vaquero que se pone de parte de los indios
porque ya no cree que la lucha sea por la libertad; el
misionero que se pone de parte de los impíos porque ya no
cree que imponer una religión sea designio de Dios. El
renegado se da cuenta de que la gran utopía por la que
luchaba se ha convertido en otra cosa y cambia de bando.
John Serpico es uno de los renegados más famosos. Fue el
primer policía en declarar contra la policía por sus
prácticas corruptas, ampliamente normalizadas y aceptadas en
Nueva York en ese momento. La corrupción era estructural,
cultural, fruto, en parte, del desánimo, de la indefensión,
de la sensación de impotencia de los agentes. Pero algo
había que hacer. Serpico no acabó bien aunque la policía de
Nueva York comenzó su gran renovación gracias a este caso.
Sitges-Serra no se parece a Al Pacino. En la foto, y
hablando con él por teléfono (en el momento de escribir este
texto no lo conozco personalmente), parece de lo más amable
y “convencional”; nada atormentado. Seguramente, Antonio
Sitges-Serra no puede considerarse un renegado (aunque
muchos puedan pensarlo) porque no parece tener el lado
trágico del renegado, que acaba solo y muriendo tras un
sacrificio tan heroico como inútil. Sitges-Serra parece un
renegado… adaptado.

Quizás el renegado adaptado es el más peligroso para el


sistema. Es alguien que desde dentro -y con todas las
acreditaciones profesionales, académicas y científicas- no
para de señalar, con amabilidad y educación, que la utopía
se ha convertido en pesadilla. Nadie puede acusar a Sitges-
Serra de afán de protagonismo (es un invitado habitual en
los foros científicos profesionales más prestigiosos que no
necesita más publicidad), ignorante o de estar fuera del
mainstream socio-médico.

Por eso el renegado adaptado es más peligroso que el


renegado amargado. No te das ni cuenta, estás con las
defensas intelectuales bajas porque “de la boca de ese señor
tan educado, listo y prestigioso no puede salir nada que no
espere oír” y.. zas.. ya te ha colado una idea
revolucionaria y radical que te llevas en el mesencéfalo a
tu hospital donde empieza a hacer su trabajo de desmontaje
de convicciones y a cambiarte, sin que te des ni cuenta.

https://www.elsevier.es/es-revista-cirugia-espanola-36-articul
o-tecnologia-o-tecnolatria-a-donde-S0009739X12000310

Desde hace mucho tiempo Sitges-Serra es un crítico contumaz


de las nuevas tecnologías inútiles, especialmente en
cirugía. En un artículo en la revista de cirugía más
importante de España, escribía:

“La presión innovadora forma parte de la utopía técnico-


científica vigente y compromete por igual a cirujanos,
pacientes, medios de comunicación e industria sanitaria.
Ha hecho aflorar un nuevo tipo de aventurismo técnico con
su yatrogenia acompañante que comporta riesgos
innecesarios. Los personalismos, la persuasión industrial
y la potenciación de las marcas hospitalarias, tanto
públicas como privadas, han debilitado los valores y la
ética profesional en un entorno en el que la tecnología
está perdiendo coste/beneficio y los conflictos de interés
han encendido muchas sospechas.“

https://jech.bmj.com/content/68/10/906

También ha criticado el “postureo académico”, los conflictos


de interés intelectuales y la insoportable levedad de las
Guías de Práctica Clínica, sometidas a determinantes
sociales (envidias, carreras profesionales, protagonismos
académicos, interés económico..) ; y lo ha hecho en el
Journal of Epidemiology and Community Health, poca broma
(publicamos una traducción del propio autor en esta entrada
de NoGracias)
A la ministra de sanidad Dolors Montserrat le escribió una
carta tras su nombramiento donde le pedía que priorizara los
niveles de atención (y, por tanto) de gasto:

“1º) promover estilos de vida saludables y luchar contra


los determinantes sociales de enfermedad, 2º) mejorar la
educación sanitaria para promocionar la autocuración de
procesos simples y empoderar al ciudadano de manera que
gane autonomía respecto al sistema sanitario; 3º) poner en
valor la atención primaria como pivote central de la
medicina asistencial; 4º) reservar la onerosa asistencia
especializada para aquellos procesos que así lo requieran;
5º) regionalizar la medicina de alta complejidad
reduciendo su peso en el gasto sanitario y dotándola de
mayor eficiencia: menos hospitales, tratando mayor volumen
de pacientes con más opciones de curarse.”

Hasta 2017, articulista de El Periódico, donde no desdeña


ningún tema polémico, médico o político. También es autor de
varias entradas de NoGracias. Sin duda, Sitges-Serra ejerce
su rol de renegado adaptado desde hace años. Es un renegado
de casi todo lo que él representa: del hospitalocentrismo,
de la tecnofilia quirúrgica, del enfoque de la salud
puramente sanitarista y de la atención medicalizadora o
expropiadora de la salud, que diría su admirado Ivan Illich.

Pues bien, Sitges-Serra condensa toda su obra crítica,


científica y divulgativa, años de pensamiento y reflexión
renegados, en este valiente libro: “Si puede, no vaya al
médico”. Un libro “escrito sin contemplaciones, pero con
ánimo constructivo”.

El prólogo de Manuel Cruz establece la perspectiva del


autor, muy alejada de la superficialidad de los libros de
autoayuda o la de críticos holísticos de la medicina
contemporánea:

“Sitges toma como punto de partida la afirmación


heideggeriana según la cual la ciencia no se piensa, esto
es, no dispone de las herramientas conceptuales para
ponerse en cuestión y reflexionar sobre sus
fundamentos”

Sitges-Serra en la introducción de su libro señala la


ambición de su proyecto. Su objetivo es la denuncia social a
través de una de las expresiones culturales más
preponderantes y que más capacidad de determinar los
comportamientos de la ciudadanía tiene, la medicina
tecnocientífica:

“Este libro pretende interpretar la medicina de hoy desde


la perspectiva cultural…. Defiende, por tanto, que la
medicina no debe considerarse una ciencia aislada sino un
ingrediente cultural esencial que se inscribe dentro de
unas coordenadas sociológicas concretas: consumismo
hedonista, desinterés por el sentido de la vida (y del
mundo en general), comercialización del miedo a enfermar,
exclusión de la muerte de la ecuación de la existencia y
culto a la tecnociencia globalizada como instrumento
salvífico”

Para Sitges-Serra, la medicina no es ya, fundamentalmente,


una práctica de ayuda sino un enorme negocio:

“La medicina es hoy un gran negocio para unos pocos y un


lastre económico cada vez mayor para muchos,
independientemente de si la pagamos entre todos o bien
cada uno por separado. Los protagonistas corporativos no
planifican ya la medicina a partir de un encuentro
personal entre médico y paciente, que es lo que le da
pleno sentido, sino que la han organizado dentro de un
sistema político, económico y científico complejo e
inestable en el que se ha ido perdiendo el fin asistencial
y paliativo del hecho de curar y cuidar. La medicina es en
la actualidad un negocio depredador perfectamente
asimilado al entorno neoliberal desregulado propio de
nuestra sociedad tecnológica.”

https://player.fm/series/julia-en-la-onda-73401/el-doctor-anto
nio-sitges-serra-presenta-si-puede-no-vaya-al-medico-hay-que-
perderle-el-miedo-a-la-muerte-natural

Ups. Que este señor salga en el programa de Julia Otero (una


entrevista magnífica, por cierto, de la periodista) y su
libro haya sido publicado por Penguin Random House me parece
que habla de la habilidad de nuestro autor para parecer
inofensivo pero lanzar cargas de profundidad en prime time.

Pero que no cunda el pánico, Sitges-Serra no es un peligroso


anticapitalista sino alguien que cree que el mercado tiene
posibilidades de control ético y regulatorio:
“la colaboración entre médicos, investigadores y empresas
del mundo sanitario está aquí para quedarse. Lo importante
es que esa colaboración sea honesta por ambas partes y
ponga en valor la relación entre el coste y el beneficio
clínico esperable, evitando el mercantilismo, el
sobretratamiento y los beneficios exagerados debidos a
productos o indicaciones terapéuticas de dudosa utilidad”

Este gigantesco negocio en que se ha convertido la atención


sanitaria está sustentado por falsos y grandilocuentes
dioses -como el fin de la muerte, la reducción total del
riesgo, la desaparición del dolor, la belleza y juventud
eternas o la innovación tecnológica salvífica- y, sobre
todo, por sus verdaderos y humildes logros:

“La medicina, en su lucha presuntamente prometeica contra


el destino finito del hombre, ha perdido mucho de la
nobleza que le concede su historia porque, con la excusa
de servir a un buen propósito, se ha aliado con quienes la
han convertido en una industria deshumanizada”

Porque lo grandilocuente-hueco se lleva siempre los focos


mediáticos y, por supuesto, el gasto y el prestigio
profesional. Lo humilde-efectivo es lo que le da sentido al
gran proyecto que es la medicina, lo que presenta un coste-
beneficio más obvio para la sociedad, aunque lo menos
glamuroso. En el capítulo 2, “La esperanza de vida” podemos
leer:

“Con el cambio de siglo, comenzó a prodigarse la idea de


que la tecnificación representaba el horizonte inevitable
del progreso médico, cuando en realidad habíamos alcanzado
una esperanza de vida envidiable e inédita antes de que se
generalizaran los trasplantes, el soporte vital avanzado o
el manejo agresivo del cáncer incurable, que hoy tantos
recursos exigen (tiempo, personal, tecnología y fármacos),
sin que ello repercuta sobre la esperanza de vida y, más
importante aún, sobre la calidad de vida en términos de
salud pública.”

En este capítulo elogia la cirugía eficaz (que enumera en la


tabla de arriba) frente a la cirugía espectacular (cuyo
valor neto para los enfermos y la sociedad es más que
dudoso):

“Son los cirujanos que han desarrollado estos


procedimientos quirúrgicos relativamente simples los que
han contribuido a prolongar la vida y hacerla más
confortable, mientras que la cirugía heroica que encandila
a los cirujanos técnicos y que ocupa de vez en cuando el
prime time televisivo representa menos del 1 por ciento de
las intervenciones.”

Antonio Sitges-Serra reivindica recuperar la medicina como


práctica empírica:

“La medicina como cuerpo de conocimientos ha avanzado


sobre dos carriles: el de la observación y la práctica
empírica, y el de la ciencia. Debemos ser respetuosos, no
acríticos, con la tradición empírica, porque en muchos
ámbitos ha funcionado y funciona como base del ejercicio
cotidiano. Además, el empirismo pone en valor la
observación clínica, que aún es una fuente de inspiración
para nuevas propuestas científicas e innovaciones
terapéuticas.

La medicina es sintética no analítica:

“Cuando decimos que la medicina no es (solo) una ciencia


queremos decir que: Se aleja de la ciencia pura para ser
lo que es, un ejercicio práctico iluminado por la
racionalidad científica y modulado y condicionado por los
innumerables actores que intervienen en el rompecabezas
sanitario: profesionales, gestores, políticos, industrias
y los propios pacientes, reales o potenciales. La medicina
es una disciplina sintética, mientras que la ciencia es
una actividad analítica. La ciencia divide, disecciona,
separa, reduce, y los datos que genera adolecen de
aislamiento, de desconexión. Por el contrario, la medicina
agrupa, relaciona, combina.”
Con todo lo que más me gusta del libro es su perspectiva de
crítica tecnológica que desarrolla sobre todo en el capítulo
3: “Tecnología, tecnolatría y tecnociencia”. Siempre me ha
parecido increíble que en una disciplina que utiliza de
manera tan intensiva la tecnología como la medicina exista
tan poco conocimiento sobre la filosofía de la tecnología.

Sitges-Serra, desde luego, ha digerido bien sus lecturas


sobre la filosofía de la tecnología y cita autores
fundamentales como Ivan Illich, Ellul o Postman. La
reflexión sobre la tecnología es clave para lanzar, lo que
llama, “una mirada de gran angular” sobre la medicina
contemporánea, intoxicada de solucionismo tecnológico y
vacío conceptual:

“El vacío que han dejado las utopías sociales se ha ido


colmando con la utopía tecnocientífica, que defiende que
los problemas que afrontan nuestras sociedades
desarrollistas pueden solucionarse gracias al progreso
tecnológico y que la investigación científica y técnica
resolverá los problemas que ella misma ha creado. Como
todas las utopías, la tecnociencia se blinda ante la
crítica cerrándose sobre la solución definitiva en que
funda su razón y excluyendo cualquier otra alternativa”

Como parte integral de nuestra cultura, la medicina también


se encuentra inmersa en el culto al progreso tecnológico, un
progreso que no es accidental o dependiente del ingenio
humano sino que está sometido a determinantes económicos,
culturales y políticos. Cita a Postman cuando nos advierte
de los peligros ocultos bajo el brillo tecnológico:

“El primero, siempre vamos a pagar un precio por la


tecnología incorporada, cuanto mayor es la tecnología,
mayor el precio. Segundo, siempre habrá ganadores y
perdedores, y que los ganadores siempre intentarán
persuadir a los perdedores de que también ellos son
ganadores. Tercero, que incrustado en toda tecnología está
un prejuicio epistemológico, político o social. Algunas
veces este prejuicio nos puede favorecer, otras no.
Cuarto, el cambio tecnológico no es aditivo, es ecológico,
que significa que lo cambia todo a su paso, por lo que es
demasiado importante como para dejarlo en las solas manos
de Bill Gates. Y quinto, la tecnología tiende a hacerse
mítica, esto es, se percibe como parte del orden natural
de las cosas, por lo que tiende a controlar más nuestras
vidas de lo que sería deseable”

Utiliza un concepto interesante, el “desarraigo de la


tecnociencia” cuando expresa la desconexión de la tecnología
de las necesidades reales de los ciudadanos y clama, sin
ambages, por la necesidad de un cambio, muy semejante al que
exige la emergencia climática. Es una cuestión de límites:

“El paradigma tecnocientífico debe repensarse de nuevo hoy


a la luz de los límites tecnológicos, económicos y
biológicos con los que se topa la medicina del siglo XXI.
El tecnólatra no es un discurso científico, sino una
ideología autorreferencial. Es un discurso mercantilista
que atenta contra los valores de la profesión y que
interfiere de manera negativa en la relación entre
pacientes y personal sanitario.”

Cuando se pretende hacer una crítica cultural tan ambiciosa


no siempre se acierta. Inevitablemente, como entenderá
Sitges-Serra, estamos presos de nuestros propios prejuicios.
El capítulo 3 lo titula “Hipocondria social” y es un más que
correcto recorrido por todos los aspectos medicalizadores
vendidos por la medicina comercial y los medios de
comunicación como sanas acciones preventivas, desde los
chequeos, la (falsa) medicina laboral basada en analíticas
o, por supuesto, los cribados poblacionales.

Habla bien el autor del sobrediagnóstico y el


sobretratamiento -que tan eficazmente alimenta la
hipocondría social- facilitados por la industria sanitaria y
su captura del cocimiento médico y científico. También
señala correctamente la medicalización que sufren,
especialmente, las mujeres en procesos fisiológicos como la
menopausia, la reproducción o en envejecimiento (a través de
los imperativos de la medicina estética que, muchas veces,
son una respuesta a las expectativas de belleza que exige
una sociedad patriarcal).

Pero se equivoca, en mi opinión, en dos cosas: (1) señalar


que el feminismo es una ideología que está alimentando este
proceso medicalizador de las mujeres y (2) confundir la
necesidad de la perspectiva de género en el análisis de la
atención sanitaria y la investigación con lo que denomina
subespecialidad de nuevo cuño, la “salud de la mujer”.
Veamos.

Lo primero que hay que decir es que el feminismo no es una


ideología como no lo son la ecología, el animalismo o el
respeto a los derechos humanos, presentes o futuros, por más
que los detractores de estas visiones emancipadoras se
empeñen en afirmar lo contrario, con el objetivo claro de
desactivarlas. El análisis de la realidad desde la
perspectiva de género debe ser parte de cualquier mirada que
pretenda ser intelectualmente íntegra hoy. Feminismo,
ecologismo, animalismo o derechos humanos no son
políticamente neutros como no lo es lo que Sitges-Serra
considera progreso científico tecnológico. La visión
profundamente política que Sitges-Serra tiene de la
innovación tecnológica será acusada por sus detractores como
ideológica del mismo modo que el autor acusa al feminismo de
serlo. Pero político e ideológico no son sinónimos. Por eso
el libro de Sitges-Serra no es ideológico, pero sí político.

Lo ideológico tiende a ser un pensamiento cerrado y acabado


al contrario que lo político, una manera de reflexionar
sobre la sociedad que es necesariamente abierta, fluida y
cambiante -como lo es la propia ciencia- y que parte del
reconocimiento de la participación democrática como
instrumento para progresar. Hay una concepción de ideología
como aparato intelectual que limita y que encierra que es
peyorativa y así me parece que lo utiliza Sitges-Serra en
esta parte de su texto al catalogar al feminismo de
ideológico.

En su último libro, Innerarity lo dice mejor. El feminismo,


el ecologismo, el animalismo, los derechos de las
generaciones futuras o de otros pueblos que comparten el
mundo, son una cuestión de democracia que debe superar la
representación de los que votan para intentar abarcar los
nuevos electorados que muchas veces no votan pero están:

“Pues bien, desde esta perspectiva propongo que nos


tomemos en serio a los «nuevos electorados» que han
irrumpido con la realidad de la interdependencia, el
feminismo y la cuestión ecológica: los habitantes de otros
países, las generaciones futuras, las mujeres y las
especies no humanas. Autodeterminación transnacional,
derechos de las generaciones futuras, democracia paritaria
y política de la naturaleza son los cuatro principales
asuntos que nuestras democracias deben abordar si queremos
incluir a todos los que tienen que estar insertos en
nuestros procesos de representación y decisión. Las
democracias se deben abrir a los otros contemporáneos, a
las generaciones futuras, a la igualdad de género y a los
entornos ecológicos. La democracia transnacional, la
democracia intergeneracional, la democracia paritaria y la
democracia ecológica deberían completar lo que ahora es
una reducida democracia electoral.”

También confunde el autor, en mi opinión, la necesaria


introducción de la perspectiva de género en el análisis de
las evidencias, de las metodologías y prioridades de
investigación o de la jerarquización, implícita o explícita,
de las intervenciones (curar/cuidar) que se llevan a cabo en
el sistema de salud, con la burda manipulación que de la
bandera feminista realizan los defensores de la viagra
femenina o del adelanto de las mamografías de cribado a los
30 años.

El feminismo no es una ideología, como tampoco lo es el


análisis filosófico-práctico que el Profesor Sitges-Serra
hace de la tecnología: son miradas necesarias,
transversales, emancipadoras, abiertas y críticas. Los que
no somos “feministas nativos”, como yo o, supongo, Sitges-
Serra, necesitamos sacudirnos muchos prejuicios. A mí, al
menos, me queda mucho trabajo así que suelo ser muy
comprensivo con las personas que, percibo, pueden estar,
muchas veces sin ser conscientes de ello, también en ese
proceso.

La mirada feminista nos obliga a todos a cambiar los roles


tradicionales que han estado basados en la patriarcal
soberanía por la igualitaria interdependencia. Por acabar
con Innerarity (que se note que me está encantando su
libro):

“La democracia paritaria completa la democracia mutilada


de los varones en la medida en que introduce las
cuestiones relativas a la interdependencia humana en el
núcleo de la agenda política; una subjetividad política
que incluya a las mujeres promueve el estilo de las
relaciones de mutua dependencia allá donde ha regido hasta
ahora la lógica de la soberanía.”

Ya acabando. Por supuesto, hay capítulos dedicados a la


industria farmacéutica tecnológica y nutricional; a la
academia y la ciencia producida hoy en una universidad
vendida al mercado; al negocio de las publicaciones
científicas y la farsa del factor impacto o el open acces; a
lo que ganan todos (menos los pacientes y los presupuestos
públicos) con la manida etiqueta “innovación”, etc.

El libro está trufado tanto de interesantes anécdotas


ilustrativas como de reflexiones más sesudas, pero
accesibles, alrededor de estudios científicos o análisis de
expertos. Merece mucho la pena su lectura tanto a
profesionales como a ciudadanos legos. No pierde la cara, en
ningún momento, Antonio Sitges-Serra, a la crítica afilada y
siempre matizada; tampoco a la autocrítica:

“(mi generación) ha mostrado durante la última década


innegables signos de desidia intelectual y la que ha
finalizado su camino en el entorno turbio de las
ambiciones personales, la debilidad ante la presión de la
industria y las corruptelas en los concursos de acceso a
plazas universitarias y jefaturas de servicio
hospitalarias. Catedráticos y jefes de servicio que
deberían seguir liderando la primera oleada de la medicina
académica han dimitido de sus funciones, de su liderazgo,
para convertirse en figuras administrativas. La
universidad y la medicina académica se encuentran hoy en
un brete.”

¿Qué solución propone nuestro autor? Como buen crítico


cultural no cree en soluciones sencillas y va desgranando
distintas maneras de abordar los problemas que identifica a
lo largo cada capítulo.

Desde los valores profesionales -con referentes de altura


como Alasdair MacIntyre o Adela Cortina-, la necesidad de
vincular -algo muy de mi agrado- la crisis biomédica con la
ecológica (me gusta conocer su implicación en una práctica
quirúrgica sostenible y su artículo Ecosurgery ¡de 2002!), y
el imperativo de los límites explícitos o racionamiento,
citando ampliamente en el capítulo de sostenibilidad a mi
admirado Daniel Callahan:

“[…] no creo que podamos hacer frente a cuestiones de


índole organizativa o de gestión sin cambiar muchas
premisas culturales, éticas y sociales. Nuestra cultura es
adicta a la idea del progreso ilimitado y de la innovación
tecnológica, que es su hija natural. En su forma actual,
esta creencia es insostenible. Hemos de poner límites.”

En fin. Si no es sanitario, compre el libro. Su lectura


puede ser altamente beneficiosa para su salud.
Si es sanitario, compre también el libro. Es excepcional
encontrar un renegado adaptado hablando “sin
contemplaciones” de lo que conoce tan bien. Porque si hay un
renegado que puede cambiar las cosas no es el trágico o
amargado (el que cambia de bando) sino el adaptado (el que
sabe que no hay otro bando), que llega al máximo escalafón
académico, profesional y científico y, desde ahí, comienza
“desmontar el chiringuito” (que es como siempre se ha dicho,
para que se entienda, “deconstruir)”

No sé donde escuché el otro día que los grandes reformadores


de la historia han sido siempre considerados unos traidores
ya que llegan al poder aupados por los suyos pero, si tienen
la valentía de intentar cambiar las cosas, deberán
decepcionarlos, traicionarlos. Seguro que una parte de los
sanitarios valientes que se atrevan a desafiar sus
convicciones asomándose a esta obra, se sienten traicionados
por el libro de Sitges-Serra. Pero, espero, ningún
profesional de buena voluntad podrá dejar de reconocer la
valentía del autor, su coraje para no sortear ningún charco
y su enorme compromiso ético e intelectual con la medicina,
los pacientes, la sociedad y, desde luego, la democracia.

Abel Novoa es presidente de NoGracias.

PD: mil gracias, claro, profesor Sitges-Serra, por citarme y


citar NoGracias. Un honor inmerecido cuando, además, me pone
al lado del maestro Juan Gérvas.

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