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Ofrece interés para nuestro estudio precisar dichas relaciones con algunas áreas
jurídicas: a) constitucional; b) administrativa; c) procesal; d) privada; y e) internacional.
sí lo podemos tener por incorporado al estar recogido por los arts. 14 número 2 del
Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, y 7° de la Convención Americana de
Derechos Humanos. Asimismo, el art. 4° CPP recoge expresamente este criterio al
señalar que “ninguna persona será señalada culpable y tratada como tal en tanto no
fuere condenada por una sentencia firme”.
Nuevamente, vemos reflejado en estos principios el aseguramiento de la
dignidad de la persona y de sus derechos como conceptos rectores, respondiendo ello
al ya mencionado principio de vinculación directa de la Constitución, consagrado en los
incisos 1° y 2° del art. 6°, y el reconocimiento de la aplicabilidad directa de tratados
internacionales de derechos humanos, que resulta de su art. 5° inc. 2°.
En otras épocas, sobre todo en regímenes monárquicos, no existía una clara división
de los poderes del Estado, de manera que la justicia penal en buena parte tenía como
objetivo mantener el sistema político y su estructura, estado de cosas que se explica por
la identificación que se hacía de la persona del monarca con el Estado. La justicia era del
rey, quien encarnaba todos los poderes. En un sistema concebido con tales
características es difícil separar la sanción de orden administrativo de la de orden penal.
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Ambas potestades ofrecen diferencias con el DP, porque respecto de ellas no rige
el principio de legalidad, con todas sus directrices y consecuencias. Así, las conductas
que pueden motivar las sanciones no se encuentran descritas habitualmente en forma
específica, sino de modo muy general. Además, porque la aplicación de la sanción no
requiere de un juicio previo, como se exige en materia penal, y porque también en
ocasiones será difícil dar cuenta de un non bis idem y solicitar, por tanto, que no sea
aplicada la sanción administrativa junto con la impuesta en sede penal. Sobre este
principio del non bis in idem en materia penal y administrativa, procede distinguir entre
las relaciones de sujeción especial y las relaciones de sujeción ordinaria.
Respecto de las ordinarias, esto es, cuando no existe un vínculo específico entre
una persona y una institución, será más fácil plantear la regla del non bis in idem cuando
logremos identificar unidad de personas, hechos y fundamentos en el ámbito penal y en
el ámbito administrativo. Es decir, en estos casos ocurrirá que al sancionarse
PENALMENTE a un individuo, no se le podrá aplicar castigo en el ámbito administrativo
(como por ejemplo, si me sancionan por un cuasidelito de lesiones en sede penal, puedo
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Respecto de las especiales: aquí es más arduo plantear el non bis in idem por
cuanto al fundamento de uno y otro castigo cambian. Pensemos, por ejemplo, en un
funcionario público investigado por cohecho. Se origina una causa penal, pero además,
se iniciará un sumario administrativo interno en el que pueden establecerse
responsabilidades dado ese vínculo especial con la institución o repartición pública. De
acuerdo con el art. 20 CP, no se reputan penas, entre otras sanciones, “las correcciones
que los superiores impongan a sus subordinados y administrados en uso de su
jurisdicción disciplinal o atribuciones gubernativas”, que viene a reforzar lo dicho acerca
de las relaciones de sujeción especial. Si no es una pena lo que me imponen en el
sumario, entonces puede ello coexistir con la pena que sí se le va imponer a ese
funcionario en el juicio penal.
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El postulado nullum crimen, nulla poena sine lege sería inútil sin el principio nulla
poena sine iudicio, porque la pena debe de ser dictada por una autoridad imparcial
dentro de un procedimiento racional y justo. Este último tiene rango constitucional (19
N°3 incisos 4°, 5°, 6° CPR) y poseen un triple alcance:
i) Nadie puede ser juzgado por una comisión especial, sino un tribunal establecido
por la ley con anterioridad (inc. 5°)
ii) Toda sanción debe ser impuesta en una sentencia dictada por un órgano
jurisdiccional, un tribunal, y en un proceso previo legalmente tramitado (inc. 6°)
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Cabe hacer presente que se discute por la doctrina si el in dubio pro imputado
constituye o no una regla de interpretación de la ley penal, esto es, si cada vez que
existan dudas sobre el sentido de un precepto habría que atribuirle al imputado el que
resulta más favorable, restringiendo así su eficacia o bien extendiéndola según sea el
caso, dejando al margen cualquier otra consideración hermenéutica (de interpretación
de las normas). Para aquellos contrarios a esta idea, ello no sería el espíritu de la ley,
toda vez que una regla de esa clase no podría deducirse de su contexto, debiendo aquí
también imperar el artículo 23 CC, con arreglo al cual “lo favorable u odioso de una
disposición no se tomará en cuenta para ampliar o restringir su interpretación”, de
manera que la extensión de toda ley se determinaría por su “genuino sentido” y según
las reglas generales sobre la materia. Mientras, para la otra postura (“garantista”) debe
primar la idea de que ciertos mandatos ordenan favorecer siempre al imputado, pues
son emanaciones, precisamente, del primitivo in dubio pro reo. Así, por ejemplo, el
principio de retroactividad de la ley penal más benigna art. 19 N°3 inc. 8° CPR y art. 18
CP.
d) Relaciones con el Derecho privado: sobre las relaciones del DP con el Derecho
privado, en general, y el Derecho civil en particular, existe abundante bibliografía. Sin
embargo, la mayor parte de los problemas que allí se abordan carecen de actualidad, al
ser ya absolutamente dominante la idea de que ambas ramas del Derecho pueden y
deben construir sus propios conceptos allí donde las exigencias interpretativas lo exijan
-como en el caso de concepto de parto y nacimiento para determinar el principio de la
vida de una persona, relevante para el tratamiento del infanticidio y del aborto- y,
naturalmente, compartir aquellos conceptos que dichas exigencias así lo impongan,
como las referencias a grados de parentesco que el legislador penal hace a propósito del
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parricidio (390 CP). Por lo tanto, se opina en doctrina que la existencia de “dos
soberanías” frente a un mismo concepto jurídico no debe inquietar demasiado si se
tienen presentes los diversos fines de ambas disciplinas.
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El 29 junio del 2009, esto es, casi once años después de que Chile suscribiera el
Estatuto de Roma que creó el TPI, nuestro país depositó en la sede de la ONU, en Nueva
York, el instrumento ratificatorio por el cual Chile adhiere al Estatuto de Roma. El
respaldo a esta reforma constitucional fue definida como la “normalización de nuestra
inserción internacional” por parte del Ejecutivo, valorando la amplia convergencia de
voluntades manifestadas en el Parlamento para tipificar los delitos de genocidio, de lesa
humanidad y de guerra, para ser juzgados por el TPI. Lo anterior, gracias a la aprobación
de la ley N° 20.357, que permite adecuar y perfeccionar la legislación chilena a las
conductas sancionadas por la Corte. Se estima que esta última está llamada a resolver
problemas que afectan a Estados con una realidad muy distinta a la de Chile. Los
denominados “Estados fallidos”, que se repiten en regiones africanas y en naciones que
no presenten una institucionalidad judicial adecuada, o que no posean la voluntad para
juzgar los crímenes de competencia de la Corte.
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Si ocurre dentro de las fronteras de nuestro país, son las leyes chilenas las que
se van a aplicar; aunque también es posible que más allá de nuestras fronteras sea
aplicada la ley chilena. También es factible que existan dudas desde el punto de vista del
momento en que, cometido un delito, existiere una ley distinta a aquella vigente al
momento de dictarse sentencia, por lo que habrá que aplicar ciertas reglas para precisar
si lo que corresponde es resolver el caso conforme a la ley que vio nacer el delito o según
aquella vigente a la fecha de dictación de la sentencia definitiva. Por último, y no
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La ley penal tiene, como toda obra humana, unos límites temporales y espaciales
de vigencia. No pretende, por ello, ser Derecho natural ni disposición perdurable de
manera perpetua: no tiene vocación de perpetuidad, aunque sí de relativa permanencia
en el tiempo. En todo caso, la ley penal no rige ilimitadamente, sino dentro de unas
coordenadas cronológico-locales (de tiempo y de espacio): rige, por ejemplo, en el
territorio chileno y entre los años 2011 (fecha de promulgación) y 2012 (fecha en que se
aprueba una ley nueva).
Los límites temporales de la ley penal -su vida- se determinan con un momento
inicial (en que comienza su validez) y un instante final (en que se extingue su vigencia).
La vida jurídica de la ley penal transcurre, entonces, entre dos momentos cronológicos:
el de su entrada en vigor y el de su cese de vigencia. Este cese puede ocurrir por una
derogación legal: llevada a cabo por la entrada en vigor de una ley posterior
(promulgación) que determina la derogación total o parcial de la ley penal precedente.
Esta categoría es la que ofrece mayores garantías de seguridad jurídica, pues de la sola
lectura de la ley constatamos que de modo expreso se está poniendo fin, esto es, se está
derogando una ley anterior (por ejemplo, en materia de delitos de hurto y robo se dicta
una nueva normativa legal que modifica o deroga a la anterior). Más problemática es la
derogación tácita: exige suma cautela interpretativa para saber si la ley posterior es o
no incompatible con la anterior, la que nada dice de modo expreso sobre el cese de
vigencia de la ley preexistente.
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Una de las situaciones que se plantean con la ley penal es determinar cuál será la
aplicable al hecho delictivo cuando esas leyes han variado en su vigencia entre el
momento en que el hecho se perpetró y aquel en que se dictó sentencia definitiva. Las
expresiones “ley vigente” y “ley aplicable” no son sinónimas; puede suceder que la
primera no sea la aplicable al caso, pero sí la segunda, que no está vigente por haber
sido derogada o modificada. Lo normal es que la ley rija desde su promulgación hasta su
derogación, y deberá aplicarse a todos los casos que ocurran durante su vigencia.
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La premisa que dispone que todo delito debe ser juzgado por la ley vigente al
tiempo de su ejecución rige únicamente para las normas sustantivas (las normas
sustantivas son las del CP), no así respecto de las leyes adjetivas, formales o procesales.
Las normas procesales penales se rigen por los principios propios de toda norma
procesal, esto es, se aplican in actum (en el acto, o sea, tan pronto como se dictan). El
artículo 11 CPP se refiere a la aplicación temporal de la ley procesal penal, en el que se
dispone que “las leyes procesales penales serán aplicables a los procedimientos ya
iniciados, salvo cuando a juicio del tribunal, la ley anterior contuviere disposiciones más
favorables al imputado”. Por tanto, nos encontramos frente a dos reglas: a) una
ultraactividad de la ley procesal más favorable; y b) la irretroactividad de la ley procesal
penal más desfavorable.
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Política criminal. Tanto es así que el principio de retroactividad de la ley penal favorable
es consagrado, expresamente, en nuestra legislación (CPR y CP).
Es útil hacer un examen más detenido de las condiciones que requiere la nueva
ley para su aplicación retroactiva. En primer término, hay que determinar qué es lo que
se entiende por ley “más favorable” para el afectado; en seguida, qué significa “otra ley”
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La ley más favorable: la Carta magna en el art 19 Nº3 nada dijo sobre lo de debía
entenderse “por ley que favorece al inculpado”, pero el artículo 18 CP inciso 2° explicita
la idea señalando que es aquella que exime al hecho de toda pena o le aplica una menos
rigurosa. La primera hipótesis no ofrece dificultades: si la ley posterior exime de toda
sanción al hecho, éste deja de ser delictivo. Es la segunda de las alternativas la que
requiere de explicaciones. La noción de pena “menos rigurosa” no genera dudas si la
sanción que establece la nueva ley es de igual naturaleza que la que imponía la ley
anterior, pero menor en su monto o duración (por ejemplo, una pena de 3 años
contemplada por la ley anterior baja a 1 año por la nueva ley).
Pero ello puede no ser así o, de serlo, puede la nueva pena ir acompañada de
circunstancias que lleven a vacilar calificarla como más favorable. A saber, la ley
posterior puede imponer una pena de naturaleza distinta a la que prescribía la anterior;
así, la de presidio puede ser reemplazada por una de confinamiento (irse a vivir a una
determinada zona), la nueva ley no habla en el mismo lenguaje. Puede ocurrir también
que la nueva ley contemple nuevas atenuantes de responsabilidad que la primitiva no
consideraba, o bien, que agregue agravantes que en la anterior no existían.
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todo caso para el proceso en análisis, es decir, para el caso concreto. Por ley más
favorable ha de entenderse aquella que, en la situación fáctica de que se trate, al ser
aplicada, deje al autor desde un punto de vista jurídico-material en mejor situación.
Dentro de esos parámetros de acepta, aunque no constituye un criterio absoluto, que
las penas privativas de libertad son más graves que las de otra naturaleza.
Como tercera premisa, la ley más favorable (es decir, la otra ley), solamente puede
darse cuando hay leyes sucesivas sobre la misma materia dictada en tiempos distintos.
En nuestro país esto sucede con la ley penal que estaba vigente cuando se cometió el
hecho, si con posterioridad se promulga otra sobre la misma materia que modifica a la
anterior o la reemplaza. Puede suceder que esta otra ley (la nueva) presente algunas
modalidades especiales: se promulgó con posterioridad a la ejecución del delito y fue
derogada antes de que se dictara sentencia de término (denominada ley intermedia), o
solamente tuvo vigencia durante un tiempo predeterminado en su propio texto
(denominada ley temporal), que venció antes de dictarse la sentencia. Ambas
situaciones merecen comentarios (ley intermedia y temporal).
a) Ley intermedia
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Todas ellas han de tomarse en cuenta por el juez para seleccionar la más favorable y
aplicarla en la especie.
b) Ley temporal
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sino que su vigencia se ha reactivado, lo que es distinto (no hay promulgación, sino que
se restablece la vigencia de la misma ley).
a) En los delitos formales, es decir, aquellos respecto de los cuales la ley se satisface
con la indicación de una acción o de una omisión, sin que se requiera la producción de
un determinado resultado – ejemplo, falso testimonio (206), calumnia (412) o injuria
(416)- el momento de su comisión será aquel en que se ejecuta la acción prohibida.
b) En delitos materiales, esto es, aquellos cuya descripción legal comprende la
causación de un resultado –ejemplo, homicidio (391), infanticidio (394) o lesiones
corporales (395 y ss.)- la opinión dominante en la doctrina considera que debe atenderse
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al momento de la acción o de la omisión, aun cuando sea otro el tiempo del resultado.
Sin embargo, puesto que esta discusión afecta otras instituciones como la de la
prescripción, para algunos autores resulta del todo conveniente no adoptar una sola
teoría a este respecto, y dejar al juez valorar cada caso diferenciadamente, con arreglo
a la lógica, esto es, para evitar el absurdo de que el derecho del Estado a perseguir un
delito se extinga antes de que pueda ejercerse, lo que puede requerir varios años.
Piénsese, por ejemplo, en los cuasidelitos (situaciones de negligencia): un contratista
construyó un edificio de departamentos que, por defectos de construcción, se desploma
5 años después, causando la muerte de alguno de sus habitantes. Cabe preguntarnos,
¿ha prescrito el delito antes de la muerte de esas personas? Algo parecido podría
plantearse respecto de delitos de mera apropiación: un funcionario distrae caudales
públicos al asumir su cargo, y la rendición de cuentas se le exige 5 años después (que es
el plazo de prescripción en Chile para los simples delitos), ¿está también prescrito este
ilícito? En suma, la pregunta acerca del tiempo del delito está determinada, en parte,
por la clase de materia o bienes jurídicos en que juega un papel el tiempo.
c) En los delitos permanentes, es decir, aquellos en que el delito crea un estado
antijurídico que se hace subsistir por el agente sin interrupción en el tiempo –ejemplo,
secuestro de personas (141)- el delito se comete desde que el autor crea el estado
antijurídico hasta su terminación (hasta que libera a la persona).
d) En los delitos continuados, donde se trata de la reunión de una pluralidad de actos
individuales cometidos por un mismo sujeto activo en contra de una misma víctima y
con circunstancias de comisión también similares (cada uno de los cuales con carácter
delictivo, si se consideran por separado). Estas maniobras componen una sola acción
por la homogeneidad de las formas de comisión, por la existencia de un propósito único
y por tratarse de un mismo bien jurídico afectado -ejemplo, el funcionario público
que malversa de esta manera fondos públicos (233), o el empleado bancario encargado
de llevar el dinero recaudado de las cajas a la bóveda principal sustrayendo en cada uno
de esos viajes realizados durante años pequeñas cantidades de dinero- y en donde no
hay precisión respecto de las fechas en que se realizaron estas conductas. Aquí el delito
se comete desde el primer acto parcial y hasta el término de la serie. En este caso, la ley
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aplicable es la más favorable de entre las que han estado vigentes durante la realización
de la serie.
e) En los delitos habituales, es decir, aquellos en que la conducta antijurídica se vuelve
delictiva por la repetición de la misma por el sujeto activo, de manera que la acción
aislada no es típica -ejemplo, la Ley N° 11.564, sobre mataderos clandestinos, castiga
en el artículo 1° a quien mantenga un matadero clandestino, esto es, “todo local o
establecimiento en que se realice el beneficio habitual de animales vacunos” y demás
que indica la ley, y cuya instalación se hubiere efectuado sin las autorizaciones legales
correspondientes- rige aquí la misma regla que en el caso anterior.
Ley posterior, por tanto, es aquella que se promulga una vez que se dio comienzo
a la ejecución del hecho delictual. De manera que no ofrece mayor relevancia la
modalidad de que el resultado en algunos delitos se produzca tardíamente (un sujeto es
herido mortalmente por un tercero, pero su fallecimiento a consecuencia de la herida
se produce varias semanas después), o cuando la consumación requiere de una serie de
actos sucesivamente realizados en un tiempo más o menos prolongado; tal es el caso
del delito continuado o del delito habitual, porque la ley vigente al tiempo de su
perpetración es aquella que regía cuando se dio inicio a la ejecución.
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Establece la norma del artículo 5° CP (primera parte) que “la ley penal chilena es
obligatoria para todos los habitantes de la República, inclusos los extranjeros”. Este
principio significa que la ley penal chilena se aplica a cualquiera que cometa un delito en
nuestro territorio, sin que sea obstáculo para ello la nacionalidad del hechor, de la
víctima o de los bienes o derechos afectados por el delito. Se trata de una manifestación
del principio de soberanía.
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En cuanto al espacio aéreo, dispone el artículo 1° del Código Aeronáutico que “el
Estado de Chile tiene la soberanía exclusiva del espacio aéreo sobre su territorio”.
Respecto del territorio ficto, señalemos que será también considerado territorio
nacional para los efectos de la ley penal chilena ciertas instalaciones, artefactos o
lugares que, en virtud de una ficción o creación jurídica, son asimilados al territorio
nacional. Así, debemos mencionar: i) buques y aeronaves sujetos a la jurisdicción
nacional (el principio de la bandera). Bajo el principio de la bandera, los tribunales
chilenos tienen jurisdicción respecto de los delitos cometidos por pasajeros, miembros
de la tripulación, visitantes ocasionales, entre otros, cualquiera que sea su nacionalidad
(chilenos o extranjeros) a bordo de un buque chileno en altamar (artículo 6° N°4 COT) o
en aguas de otra jurisdicción cuando: a) se infringiere la legislación nacional y esas
infracciones “pudieren quedar sin sanción” (artículo 3° D.L. 2222, denominado Ley de
Navegación), pues si así no fuere, nuestros buques, como una especie de “islas
flotantes” quedarían excluidos de la autoridad de todo derecho y a su bordo (o desde
ellos) se podría cometer impunemente toda clase de delitos; b) cuando los delitos se
cometieren a bordo de un buque de guerra chileno en altamar o surto en aguas de otra
potencia (articulo 6° N°4 COT). Buque de guerra o nave pública es aquel al mando de un
oficial de la Armada chilena, aunque no pertenezca a ella.
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El mismo principio rige a las aeronaves militares chilenas en cualquier lugar que
se encuentren (artículo 2° inciso 2° Código Aeronáutico) y al resto de las aeronaves
chilenas mientras se desplacen en el espacio aéreo no sujeto a soberanía de ningún
Estado o si el delito se cometiere mientras se encontraba en el espacio aéreo de otra
jurisdicción y no hubiere sido juzgado por los tribunales correspondientes (artículo 5°
inciso 2° Código Aeronáutico). Tratándose de aeronaves extranjeras, las leyes penales
chilenas son aplicables a los delitos cometidos a bordo de las mismas mientras
sobrevuelen espacio aéreo no sometido a la jurisdicción chilena siempre que la aeronave
aterrice en territorio chileno y que tales delitos afecten el interés nacional (5° inciso 3°
CA).
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No se trata, por tanto, de que tribunales extranjeros apliquen las normas chilenas,
sino solamente de normas que son de competencia de nuestros propios tribunales de
justicia. Ello significa que los hechores podrán ser perseguidos en Chile; no que nuestro
país disponga de facultades procesales que puedan ejercerse dentro de las fronteras del
país extranjero donde se hubieren cometido los hechos que se quieren sancionar. Luego,
la colaboración de dicho país es relevante para poder hacer efectiva la responsabilidad
de los hechores, en el supuesto de que no hayan regresado a Chile. Cabe hacer presente
que esta extensión de los efectos territoriales de la ley penal chilena, en virtud de
algunos de los principios antes señalados, solamente tendrá lugar en casos de especial
gravedad.
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los afectados la que determina la ley aplicable, sin que tenga mayor significación el
Estado en que se haya cometido el hecho.
En Chile se discute si este principio tiene aplicación, aunque el N°6 del artículo 6°
COT somete a la jurisdicción chilena los crímenes y simples delitos “cometidos por
chilenos contra chilenos si el culpable regresa a Chile sin haber sido juzgado por la
autoridad del país en que delinquió”. Esta disposición establece la aplicación subsidiaria
del Derecho nacional a aquel chileno que regresa al país sin haber sido juzgado
previamente por su acción delictiva; no da importancia a la naturaleza del bien jurídico
lesionado, lo que requiere es que su titular sea chileno. Será entonces manifestación
activa y pasiva de de este principio.
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Artículo 106 CP. Todo el que dentro del territorio de la República conspirare contra su
seguridad exterior para inducir a una potencia extranjera a hacer la guerra a Chile, será
castigado con presidio mayor en su grado máximo a presidio perpetuo. Si se han seguido
hostilidades bélicas la pena podrá elevarse hasta el presidio perpetuo calificado.
Las prescripciones de este artículo se aplican a los chilenos, aun cuando la conspiración
haya tenido lugar fuera del territorio de la República.
3/ Principio universal: este postulado sostiene que cada Estado puede aplicar su
propia ley y juzgar al responsable de un hecho delictivo cometido en cualquier otro
Estado, siempre que ese sujeto se encuentre en su territorio. Este principio cuenta con
la adhesión de la doctrina y de los acuerdos internacionales alcanzados en el último
tiempo dadas las particularidades de la nueva delincuencia en el mundo (terrorismo,
narcotráfico, fraudes financieros, etc.). El COT lo aplica en el artículo 6° N°7, en cuanto
dispone que los delitos de “piratería” quedan sometidos a la jurisdicción de los
tribunales chilenos y a sus leyes, sin que tenga importancia para tal efecto el lugar donde
se cometieron.
El N°8 del artículo 6°COT dispone que quedan sujetos a la jurisdicción nacional los
delitos cometidos fuera del país que determinen los tratados internacionales (con
frecuencia alcanzados para castigar delitos específicos), lo que constituye aplicación de
este principio. Al obligarse nuestro país por tratados internacionales a aprehender y
juzgar a los que fuera del territorio cometan un delito contra bienes jurídicos
internacionalmente protegidos -ejemplo, la Convención sobre prevención y sanción del
delito de genocidio, de 3 de junio de 1953- tiene como consecuencia que si, por
cualquier razón, los que aparezcan responsables de alguno de tales delitos se hallaren
en nuestro territorio, los tribunales chilenos tendrían jurisdicción para perseguirlos y
castigarlos conforme a las leyes nacionales. Hay algunos tratados -como la Convención
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La ley penal chilena es obligatoria para todos los habitantes de la República porque
en Chile “no hay persona ni grupo privilegiados” que puedan ser regidos por leyes
especiales, como lo exige su gobierno “unitario, democrático y republicano”,
consagrado en los artículos 3°, 4° y 19 N°2 CPR. No obstante, existen determinados
privilegios en razón de la función, que sustraen a ciertas personas de la persecución
penal (parlamentarios y miembros de la Corte Suprema), ya sea enteramente o con
respecto a algún hecho. Cabe hacer presente que no constituyen excepciones a este
principio de igualdad la existencia de determinados procedimientos especiales para el
juzgamiento de algunos funcionarios o dignatarios que derivan de la naturaleza de sus
cargos. A esta categoría pertenecen las reglas sobre desafuero de diputados y
senadores, las querellas de capítulos, o el juicio político.
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a.1) Inviolabilidad de los parlamentarios: con arreglo al artículo 61 CPR “los diputados
y senadores solamente son inviolables por las opiniones que manifiesten y los votos que
emitan en el desempeño de sus cargos, en sesiones de sala o de comisión”. Esta
inviolabilidad tiene por objeto la protección de la libertad parlamentaria de expresión y
de voto. Esta inmunidad garantiza a los parlamentarios la libertad de expresarse
libremente en el desempeño de su actividad legislativa, evitando que se puedan ver
afectados por querellas criminales en que se les impute la comisión de delitos de
expresión (por ejemplo calumnias o injurias) en que fácilmente podrían incurrir en tales
escenarios. Cabe hacer presente que esta inmunidad está circunscrita únicamente a las
expresiones que manifiestan en sesiones de sala o de comisión en el ejercicio de sus
funciones.
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posible infracción de ley por parte de sus miembros, hay que reconocer una “necesaria
infalibilidad convencional”, reputándose de Derecho que las resoluciones de la Corte
Suprema son conformes a la ley. Tal como señala parte de la doctrina, esto equivale a
“establecer para dichos magistrados una auténtica inmunidad en relación con los delitos
aludidos, que son prácticamente todos los mencionados por la disposición
constitucional (79), con excepción del cohecho”.
b.1) Los Jefes de Estado: ha sido una costumbre histórica el excluir al Jefe de Estado,
pues inviste la soberanía de ese Estado, de la ley penal extranjera. En consecuencia, no
podría aplicársele el Derecho penal del país que visita, por cuanto atentaría en contra
de esa soberanía. El Código de Bustamante -que es el código que rige en el ámbito de
Derecho internacional público- en su artículo 297 consagra en favor de los Jefes de
Estado inmunidad de jurisdicción sin distinguir si se trata de una visita oficial o no.
b.2) Respecto de los representantes diplomáticos: por razones semejantes a las de los
Jefes de Estado extranjeros, los agentes diplomáticos (embajadores, ministros
plenipotenciarios, encargados de negocios y demás representantes) gozan de
inmunidad jurisdiccional en materia penal. Es un principio de cortesía internacional,
aunque los tratados internacionales, como el Código de Bustamante (artículo 298) y la
Convención de Viena sobre relaciones diplomáticas, aprobada por Chile en 1968 (D.S.
N° 666), consagran esa inmunidad y la extienden a los familiares que viven con esos
representantes, como también a sus empleados extranjeros.
b.3) Los agentes consulares extranjeros: la Convención de Viena sobre relaciones
consulares (aprobada por D.S. N° 709, del año 1968) otorgó inmunidad jurisdiccional a
los cónsules extranjeros por los actos que realicen en el ejercicio de sus cargos, como
también inmunidad personal respecto de las infracciones comunes. En el caso de los
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La ley penal puede ser interpretada por el propio legislador, por el juez o por el
jurista. Según ello, la interpretación se llama auténtica, judicial y doctrinal.
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2) Interpretación judicial: es la que hacen los tribunales al fallar los casos concretos
de que conocen. Aquí el intérprete está limitado por el texto mismo de la ley que se
interpreta y está obligado por las reglas legales en materia de interpretación. De
acuerdo con el principio contenido por el artículo 3° CC, esta clase de interpretación
únicamente tiene efecto obligatorio respecto de los casos en que actualmente se
pronunciaren las sentencias. Debemos hacer presente que este principio tiene rango
legal y no constitucional, de modo que una ley podría atribuir una eficacia obligatoria
más amplia a la interpretación judicial, sin que por ello se violara la Constitución.
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ii) Las palabras técnicas de toda ciencia o arte se tomarán en el sentido que les den
los que profesan la misma ciencia o arte; a menos que aparezca claramente que se han
tomado en un sentido diverso. Esto significa que en caso de duda debe prevalecer el
sentido técnico sobre el vulgar. Habitualmente, para determinar este sentido técnico se
acudirá a un informe de peritos.
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iii) En todos los demás casos, donde no hay definición expresa ni concepto técnico,
deberemos dar a las expresiones legales “su sentido natural y obvio, según el uso
general de las mismas”. Por cierto, se tratará del uso general actual de las palabras; no
el uso general de ellas a la época de la dictación de la ley. A este respecto, debe
rechazarse una tendencia que ha encontrado incluso cierto favor doctrinal y
jurisprudencial, a saber, que el sentido natural y obvio de las palabras es el que se
encuentra en el Diccionario de la Lengua Española, obra de la Real Academia Española
(RAE). Esto, podemos sostener es un error. En primer término, porque contradice al
texto mismo del artículo 20 CC, que se remite, mucho más lógicamente, al uso general
y no a los diccionarios. En seguida, por cuanto es cosa sabida que el Diccionario de la
Lengua Española, en su afán de proteger el “esplendor lingüístico”, es muy conservador
en cuanto a la admisión de nuevos vocablos, y camina con muchos años de retraso con
relación al uso general de los mismos. Además, el Diccionario es hecho en España y
fundamentalmente para los españoles; pese a que en los últimos tiempos se ha dado
más cabida a las voces americanas. Las palabras españolas tienen a veces en Chile un
sentido o un matiz diferente del que tienen en España.
a) Ella misma, es decir, la propia ley que se trata de interpretar. Esto pone de manifiesto
que el elemento gramatical no ha sido eliminado, y que continua siendo la base de la
búsqueda del “espíritu”. Interviene aquí la consideración de la llamada ratio legis, es
decir, “la razón de ser de la ley”, o sea, el fin al que apunta. La búsqueda del espíritu de
la ley no es una operación puramente lógica, sino también valorativa. En materia penal,
el fin de la ley es siempre protección de intereses considerados socialmente valiosos por
la ley (bienes jurídicos penales), aunque no podemos olvidar que la tendencia más actual
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La enunciación explícita del bien jurídico que se desea proteger resulta (desde
una visión tradicional) el mejor auxiliar del intérprete en su tarea de determinar cuál es
el fin de la ley, su “intención” o “espíritu”.
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D La analogía
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absolutoria. Y lo mismo sucederá cuando exista ley, pero no sea aplicable al caso de que
se trata. La analogía, en materia penal, es la creación por el juez de una figura delictiva
nueva, sin ley preexistente a la infracción, con lo cual la decisión judicial pasaría a ser
fuente de Derecho penal, en una clara y abierta contravención al principio de la reserva.
El autor de esta expresión es el jurista alemán Karl Binding, con la cual se designa
a aquellas leyes incompletas, que se limitan a fijar una determinada sanción, dejando a
otra norma jurídica la misión o tarea de completarla con la determinación del precepto,
o sea, la descripción especifica de la conducta punible.
Ocasionalmente, sin embargo, sucede que las leyes penales no asumen esta
forma, sino que únicamente señalan la sanción y dejan entregada a otra ley o a las
autoridades administrativas la determinación precisa de la conducta punible.
Disposición característica de este grupo de normas es el artículo 318 CP: “el que pusiere
en peligro la salud pública por infracción de las reglas higiénicas o de salubridad
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Puede observarse que este artículo solamente señala con precisión la pena, pero
la conducta misma punible será determinada en cada caso por otras disposiciones, no
legales, sino establecidas por la autoridad administrativa. Hay también otros artículos
del CP que siguen una línea semejante, pero por lo general en ellos se señala al menos
el núcleo de la conducta, esto es, la esencia de la misma (el verbo rector), y las
disposiciones reglamentarias solo vendrán a dar una mayor precisión a la conducta
sancionada. Así, por ejemplo, los artículos 314, 320, 322 CP.
El art. 314 dispone: “el que, a cualquier título, expendiere otras sustancias
peligrosas para la salud, distintas a las señaladas en el artículo anterior, contraviniendo
las disposiciones legales o reglamentarias establecidas en consideración a la
peligrosidad de dichas sustancias, será penado con presidio menor en sus grados
mínimos a medio y multa de seis a veinte UTM”. En estos casos, la naturaleza de la
conducta misma aparece fijada: se trata de expender ciertas sustancias, ellas deben ser
peligrosas para la salud y distintas de las que se han señalado en el artículo anterior. Las
leyes o los reglamentos solamente se encargarán de precisar cuáles son las exigencias
de dicho expendio. No cualquier infracción a tales disposiciones será delictiva, sino
solamente la que consista en el expendio de dichas substancias con infracción de las
exigencias legales o reglamentarias que se han establecido “en consideración a la
peligrosidad de dichas sustancias” (no las que se han establecido por otras razones, tales
como horario determinado o pago de patente municipal respectiva). No queda al
capricho de la autoridad administrativa erigir en delito cualquiera conducta: únicamente
lo será aquella que consista en las actividades indicadas por la norma del artículo 314
CP.
En cambio, en el caso del artículo 318 CP -donde no hay verbo rector- la conducta
figura de un modo puramente formalista y sin contenido específico alguno. Queda por
entero en manos de la autoridad sanitaria la determinación de las conductas que
constituirán delito.
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El art. 19 N°3 in fine dispone que “ninguna ley podrá establecer penas sin que la
conducta que se sanciona este expresamente descrita en ella”. Las palabras clave son
las 2 últimas, ya que aparentemente se establece una prohibición absoluta de disociar
la “descripción de la conducta” (tipificación) por un lado, y la “imposición de pena” por
otro: ambas deberían brotar directamente de la ley penal. El tratamiento tradicional de
este tema ha tendido a seguir la distinción entre leyes penales en blanco propias e
impropias. En estas últimas no se presentaría problema de constitucionalidad, puesto
que la ley que establece la pena se remite para determinar la conducta sancionada a
otras disposiciones de la misma ley, o de otra ley del mismo rango constitucional, con lo
que en definitiva siempre es la ley la que resulta ser fuente, tanto de la descripción de
la conducta como de la pena correspondiente.
En cuanto a las leyes penales en blanco propias, serían aquellas en que la ley que
establece la pena se remite, para la descripción de la conducta punible, a un
ordenamiento jurídico de inferior jerarquía que la ley, por lo general a disposiciones de
carácter administrativo dictadas por el Ejecutivo o sus organismos dependientes (como
lo sería el 318 CP). Esta situación se presenta con mucha frecuencia en el terreno de los
delitos económicos en sentido amplio (incluyend1o los aduaneros, tributarios,
cambiarios, entre otros) y también en los relativos a la salud pública. Respecto de estas
leyes, la doctrina ha tendido a aceptarlas con cautela dentro de ciertos límites, y así se
distinguió entre las leyes parcialmente en blanco y las totalmente en blanco. En las
primeras, existiría una descripción -aunque incompleta- de la conducta, que
comprendería por lo menos la esencia de la acción (verbo rector), y se dejaría a la
autoridad administrativa únicamente la determinación más precisa y circunstancial del
hecho; en las segundas, la descripción legal carecería de toda determinación, y se
remitiría íntegramente a la reglamentación administrativa. Estas últimas no podrían ser
consideradas conformes con la Constitución, pero sí las primeras.
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No obstante lo dicho, el 19 N°3 inciso final CPR excluye aquellos casos de leyes
propias en que la remisión a la disposición extrapenal es total y no se ofrece
determinación alguna respecto de la conducta incriminada (caso del 318 CP). En otros
términos, podría aceptarse la validez de leyes penales en blanco propias siempre que
fuera parcialmente en blanco y no totalmente (por tanto, los artículos 314, 320 y 322 CP
serían leyes penales parcialmente en blanco, pues ellas indican el núcleo de la conducta
punible).
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