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Retomando la etimología de la
palabra gasolina, debemos señalar que el diccionario de lengua inglesa
publicado por Oxford cita la versión norteamericana desde el año 1863. Se
cree que su origen se encuentra en alguna marca registrada de lámparas
de aceite, como ser «Gazeline» y «Cazeline», dado que su pronunciación se
aproxima bastante a la de gasoline«.
En el año 1859 la producción de petróleo ya estaba alcanzando niveles muy
altos en Pensilvania. En aquel entonces, el escritor británico John
Cassell habló de un producto «maravilloso» que en poco tiempo llegaría a
Londres a través de la importación, y que debería llevar un nombre también
«maravilloso», como ser «Cazeline» (el cual ideó basado en su propio
apellido). Tres años más tarde publicó la patente de las lámparas de aceite
con dicha marca, y en poco tiempo se convirtió en el distribuidor principal
en Inglaterra e Irlanda.
Si bien su negocio había comenzado con fuerza, la presencia de un vendedor
en Dublín que falsificaba las lámparas lo afectó negativamente. Ante la
acusación de Cassell, el otro cambió la inicial de la marca falsa y así nació
«Gazeline». Esto condujo a una disputa legal que Cassell ganó en 1865, lo
cual le permitió seguir usando su nombre hasta 1924. Curiosamente, en el
año 1863, un periódico de Gran Bretaña habló de «gasolene», y un tiempo
más tarde los norteamericanos acuñaron «gasoline», aunque no se sabe en
qué país surgió por primera vez el concepto y en qué sentido viajó.
Independientemente de la palabra que usemos para referirnos a la gasolina,
lo importante es que los motores de combustión existen desde finales del
siglo XIX en Alemania, donde se fabricaba un combustible a partir del gas
coque (un antecesor del gas natural, que se consigue mezclando gases
combustibles). Fueron necesarios diversos avances a nivel tecnológico, tanto
en el diseño de los carburadores como en las mezclas de productos químicos
para dar con coches más seguros y una gasolina menos volátil, sin dejar de
lado su impacto en el medio ambiente.