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en América Latina

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116 ]
[ Revista de Extensión Cultural | Número 60 |

David J. Robinson

(Inglaterra, 1939 - v.)


Geógrafo y Doctor en Geografía de la Universidad de Londres.
Especialista en Geografía Latinoamericana, Geografía Histórica
y Colonialismo Español. Miembro de varias asociaciones inter-
nacionales de historia y geografía. Profesor de la Universidad de
Siracusa, Nueva York. Profesor invitado en varias universidades
inglesas y latinoamericanas. Asesor de los gobiernos de Méxi-
co, Argentina y Perú. Acreedor de varios premios, distinciones
y reconocimientos. Autor de varios libros y trabajos publicados.
Resumen

DUWLHQGRGHXQDUHÀH[LyQVREUHODSDODEUD³OXJDU´\HOFRQVHQVRGH

P que los lugares son construcciones sociales, el autor presenta un


recorrido por tres momentos del desarrollo en América Latina: el
FRORQLDOLVPRHOUHSXEOLFDQLVPR\HOPRGHUQLVPRSDUD¿QDOPHQWH
mostrar que es evidente una persistente transformación que puede

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FRUURERUDUVHHQODFRQVWDQWHUHVLJQL¿FDFLyQGHORTXHVHGH¿QH
como “lugar”.

[ Universidad Nacional de Colombia | Sede Medellín |


Palabras clave
Paisaje, geografía, comportamiento social, identidad cultural, asentamiento.

Introducción

Para los latinoamericanos, quienes participan de la cultura de la región y


que conocen por lo menos las particularidades de algunos de sus lugares, mi
intento de generalizar el concepto de “lugar” en el vasto continente podría
SDUHFHU DUURJDQWH \ VXSHU¿FLDO (Q PL GHIHQVD VRODPHQWH SXHGR GHFLU TXH ODV
observaciones, interpretaciones y opiniones que presentaré provienen de más de
dos décadas de análisis de una multitud de “paisajes” de América Latina, de la
discusión con una amplia variedad de gente, de la vivencia en una diversidad de
lugares por varios periodos y de la lectura, relativamente amplia, de lugares y
eventos del pasado.
/RTXHHVSHURSRGHUKDFHUHQHVWHHQVD\RHVHMHPSOL¿- Lo que argüiré es que en cada periodo histórico ha ha-
car una variedad de procesos concernientes a lo que los bido ventajas y desventajas de variada escala de com-
geógrafos han convenido en llamar “lugar” en Amé- SRUWDPLHQWRVLWHQHPRVHQWHQGLGRTXHVRQVLJQL¿FDWL-
rica Latina. Intentaré demostrar el poder del concepto vos como entidades sociales, como pienso que siempre
“lugar” basándome no en el recurso de los argumentos son, entonces veremos que como identidades tienen
teóricos, sino más bien apoyándome en la persuasiva TXHVHUIRUPDGDVRPRGL¿FDGDVSRUHOORPXFKRVOX-
evidencia del comportamiento social culturalmente gares tienen que cambiar de lo privado a lo público, de
PHGLDGRHQFRQWH[WRVJHRJUi¿FRVHVSHFt¿FRV :KLWH estrechos valles a vastas regiones, de lo informal a lo
1981). Los patrones de comportamiento, como también formal, de la comunidad a las sociedades más amplias
los asentamientos físicos en los que se desenvuelven, y todo esto normalmente bajo el control de una élite
serán enfatizados como factores vitales de escala y pe- minoritaria que establece los parámetros del cambio
riodicidad temporal. Argüiré que “lugar” es sinergísti- VRFLRHFRQyPLFRSROtWLFR\SRUWDQWRJHRJUi¿FR
co: es decir, que crea y es creado, que “lugar” es cons-
truido, destruido y transformado por individuos, o por Mi evidencia será tomada de varios siglos que han sido
grupos corporativos de más alto nivel socioeconómico WHVWLJRVGHVLJQL¿FDWLYRVFDPELRVHQHO³OXJDU´ODWLQR-
GHQWUR GH FRQWH[WRV FXOWXUDOHV HVSHFt¿FRV 5RELQVRQ americano. Pasaré por alto con impunidad del Caribe a
1979a). Se notará, espero, que a través del tiempo, la la Araucania, en la búsqueda de datos. También trataré
importancia de “lugar” no solamente ha variado, sino de invocar e interpretar “lugar” a partir de las muchas
que como la cultura misma se ha transformado y, por perspectivas y con tantos sentidos como sea posible en
tanto, ha disminuido la utilidad de este término genéri- el tiempo asignado (Robinson, 1969).
co. La reducción de las relaciones interpersonales ínti-
mas es uno de los costos de la formación de sociedades El lenguaje de lugar
PiV FRPSOHMDV SRU WDQWR ORV UHVWULQJLGRV FRQ¿QHV GH
lugares pequeños han tenido usualmente que abrir ca- La palabra y concepto de “lugar”, utilizado en este en-
PLQRV D HQWLGDGHV JHRJUi¿FDV PiV JUDQGHV FRPR OD VD\RSUHVHQWDVLJQL¿FDWLYRVSUREOHPDV(QHOFDVRGHO
región, la nación-estado y el imperio. Es demasiado español (en el portugués es similar) es evidente que
fácil romantizar lo pequeño (y simple) como lo bello y una variedad de términos alternativos están disponibles
caracterizar lo grande (y complejo) como inhumano y (tabla 6.1), cada uno con acepciones diferentes en su
VLJQL¿FDGR
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feo, y todavía olvidar que el mundo moderno en el cual


vivimos y el cual podemos criticar es, por sí mismo,
XQDYLFWRULDVREUHORVFRQ¿QHVGHFLHUWRWLSRGHOXJDU
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(Sack, 1980; 1986 y Tuan, 1984; 1975).

Tabla 6.1 Algunos términos para “lugar” en español. Fuente: elaborada por el autor

Lugar Lugar poblado


Lugar, sitio, situación, localidad, parte, terreno, tierra, Pueblo, pago, poblado, población, comarca, nación, país, te-
paraje, término, andurrial, ámbito, ambiente, región, rritorio, patria, ciudad, barrio, distrito
terruño
Por cierto, vale la pena hacer notar, como Mead (1954) comunidades que están en proceso de formación, las
ORKDKHFKRHQUHODFLyQFRQHO¿QODQGpVTXHVRORFXDQ- unidades políticas de pequeña escala (distritos, canto-
do tenemos que hacer uso del lenguaje que no es el QHV VLUYHQFRPRXQWHPSRUDOOXJDUGHLGHQWL¿FDFLyQ
QXHVWURORVVLJQL¿FDGRVFXOWXUDO\WHPSRUDOPHQWHDGV- Desafortunadamente, hasta el momento pocos estudios
critos a términos se vuelven aparentes. Aunque la ma- KDQVLGRHPSUHQGLGRVSDUDLGHQWL¿FDUORVSDVRVFODYH
yoría de los términos, en la tabla 6.1, derivan de raíces en el proceso temporal por el cual los residentes urba-
ODWLQDVODHYROXFLyQGHVXVVLJQL¿FDGRVSULPHURGHQ- nos crean lugares o devienen apegados a ellos, articu-
tro de España y después en el Nuevo Mundo, les ha lando luego ese apego al reconocimiento de este lugar
GDGR XQ VLJQL¿FDGR QXHYR \ GLVWLQWR$XQTXH KR\ HQ como propio. A pesar de las docenas de análisis de los
día en muchas partes de América Latina sitio ha venido pueblos jóvenes, y otros lugares urbanos, este proceso
DVLJQL¿FDUQRPiVTXHXQOXJDUFRP~QHQORVVLJORV GHDGDSWDFLyQQRKDVLGRORVX¿FLHQWHPHQWHHVWXGLDGR
posteriores al XVI en Cuba fue un término usado para (Uzzell, 1974). Lo que es claro, sin embargo, es que
describir lugares rurales que estaban siendo cultivados OD YDULDGD GHQVLGDG GH OD WH[WXUD VRFLRHFRQyPLFD OD
(Friederici, 1960). El término lugar ha sido también uti- complejidad de las relaciones sociales, sean de mutua
OL]DGRSRUVLJORVQRVRODPHQWHHQXQVHQWLGRJHRJUi¿FR FRQ¿DQ]DGHSDUHQWHVFRRFRPSDGUD]JRRGHODVPX-
RHVSDFLDOVLQRWDPELpQFRQHOVLJQL¿FDGRDOWHUQDWLYR chas otras formas por las cuales los individuos están in-
de lugar como rango y orden; estar “fuera de lugar” tegrados dentro de la sociedad, todas hablan de modos
es estar ubicado en un estamento que no corresponde. de comportamiento producidos cuando la ocasión o la
Describir a alguien como un lugareño connota inme- utilidad lo demanda (Oliver-Smith, 1986; Altamirano,
diatamente rusticidad. Podríamos también mencionar \.HPSHU 3RUHVWDUD]yQQXHVWUDGH¿QL-
el caso de los términos “país” y “patria”, los cuales FLyQGH³OXJDU´GHEHVHUÀH[LEOHSRUORPHQRVHQ$Pp-
YLHQHQDVHULPSRUWDQWHVLQJUHGLHQWHVHQODLGHQWL¿FD- rica Latina, por las contingencias que la acción social
ción del estatus nacional después del siglo XVIII. “País” podría requerir y a lo cual Leeds (1973) ha llamado las
es la raíz de la palabra que América española usó para respuestas locales o supra-locales.
denotar “paisaje”. En español, “paisaje” tiene una rela-
ción mucho más fuerte con el campo (podrían ser sus Un hecho está bien claro: un término genérico para

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sinónimos vista o panorama), que en la forma en que el “lugar”, como ha sido usado en nuestras investigaciones
término ha evolucionado y es usado en inglés. en inglés, parece estar singularmente ausente del

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vocabulario español y portugués de los siglos XVI al XX.
Si hablamos de “lugar” como un área socialmente de-
¿QLGDKDFLDODFXDOODVSHUVRQDVWLHQHQXQVHQWLPLHQWR $~QPiVGHVD¿DQWHHVFXDOTXLHULQWHQWRSDUDHQWHQGHU
GHDSHJRHOFRQWH[WRGHOXJDUDVHUGH¿QLGRHVGHVX- el lenguaje amerindio y los términos usados para deno-
prema importancia; residentes de una metrópoli mayor tar “lugar”. En quechua, desde los límites norteños de
hablarían probablemente de su barrio o vecindad, pero VXXVRHQHO(FXDGRUGHKR\DVXVH[WHQVLRQHVVXUHxDV
si fuesen ellos recién llegados a la ciudad todavía re- HQ6DQWLDJRGHO(VWHUR²$UJHQWLQD²H[LVWHHOWpUPL-
cordarían su tierra, patria chica o pueblo. Las clases no llacta, o llacctay en su forma posesiva, que signi-
sociales también parecen tener distintas percepciones ¿FD³PLWLHUUD´³PLVLWLR´R³PLVXHOR´ /LUD\
de lugar. Reina (1973) ha demostrado que en la ciudad Ebbing, 1965). Esto es probablemente lo más cerca-
GH 3DUDQi OD VLJQL¿FDQFLD GH OD SOD]D FRPR HO OXJDU namente sinónimo a lo que estamos llamando lugar.
central más importante en las ciudades de la América En muchos lenguajes aborígenes, como son náhuatl,
española, varía por la intensidad de su uso por la “gente TXLFKpD\PDUDHL[LOVRQXVDGRVVX¿MRVSDUDGDUVLJ-
decente”, y por la gente de las clases sociales más ba- QL¿FDGRV HVSHFLDOHV D OXJDUHV JHRJUi¿FRV HVSHFt¿FRV
jas. Hay también la evidencia para mostrar que en las /RFNKDUW   3RU HMHPSOR HQ QiKXDWO ORV VX¿MRV
³FR´\³WODQ´VLJQL¿FDQ³SRURFHUFDDOOXJDUGH´8Q WH GH QRPEUHV GH OXJDUHV WOD[FDOWHFRV HQ HO QRUWH GH
término genérico para lugar es notablemente ausen- 0p[LFR VLQ HQWHQGHU ODV SROtWLFDV FRORQLDOHV D]WHFDV
te. Esto podría ser una indicación de que el localismo del siglo XV? ¿O los nombres alemanes de lugares del
fue muy difundido dentro de la cultura y que hablar sur de Chile, Brasil y Paraguay sin conocimiento de
de lugar genérico fue tan innecesario como impensado las tendencias inmigratorias del siglo XIX? A donde han
(Karttunen, 1983). Debemos recordar que nuestro “lu- ido colonizadores y conquistadores, normalmente han
gar” es un concepto cultural cuyos orígenes, evolución llevado sus nombres distintivos con ellos; esto nos per-
y uso, aun dentro de los parámetros de las disciplinas mite reconstruir la cronología y la geografía del cambio
DFDGpPLFDVKDQFRPHQ]DGRDVHUH[DPLQDGRVHQDOJ~Q cultural (Holmer, 1960 y Weibel, 1948). Deberíamos
detalle muy recientemente (Buttimer y Seamoon, 1980; poner atención a la advertencia de Todorov (1982)
Tuan, 1974; 1984 y Relph, 1976). quien dice que la nomenclatura es frecuentemente el
primer paso de la toma de posesión.
([LVWHQ WDPELpQ RWURV VLJQL¿FDGRV SRU PHGLR GH ORV
cuales se podría evaluar el poder de “lugar” a través Los nombres, como por supuesto los lugares, tienen
del lenguaje en América Latina; esto es, por medio contenido tanto simbólico como puramente descripti-
del palimpsesto de los nombres de lugares. Análisis vo. Cuando caen los regímenes, colapsan los imperios
toponímicos, todavía en relativa infancia en América o una élite local reemplaza a otra, muy frecuentemente
Latina comparados con Europa, han proveído hasta el proceso de cambio de nombre es iniciado en lugares
el momento una de las mejores evidencias de lugares particulares. En América Latina una verdadera geogra-
diferenciados en el nuevo mundo (Raymond, 1952 y fía histórica nacional podría ser leída de los nombres de
'\NHUKRII (Q0p[LFR0RUHQR7RVFDQR   las calles de las ciudades (Reina, 1973).
ha mostrado los cambiantes patrones de las estancias
de los siglos XVI al XIX. En el momento de la conquis- Deberíamos recordar que Colón fue cuidadoso en nom-
ta de la Nueva España central es ahora claro que lo brar a cada una de las cinco islas a las que llegara en
que fueron los pagos para los españoles habían sido el Caribe, en un orden jerarquizado, que nos dice mu-
los itocayocanes de los aztecas, y que las jurisdiccio- FKRGHOFRQWH[WRGHVXHPSUHVDKLVWyULFD6DQ6DOYDGRU
nes civiles menores españolas fueron formadas con Santa María de la Concepción, Fernandina (por el rey),
base en el altepetl nahua (Lockhart, 1976; 1985). Lo ,VDEHOD SRUODUHLQD \¿QDOPHQWH-XDQD HOSUtQFLSH
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que nos permite el análisis toponímico es entender la real). Los muchos nombres de las jurisdicciones civiles
HGDGRWHPSRUDOLGDGGHOXJDUHVVRFLDOPHQWHGH¿QLGRV —Nueva Granada, Nueva Galicia, El Río de la Plata,
y la penetración de nuevos elementos en los nombres. Venezuela— todas hablan de la transferencia simbólica
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Los españoles adoptaron y rápidamente difundieron el GHOVHQWLPLHQWR\ODLOXVWUDFLyQ¿JXUDWLYDGHODVHVSH-


término “sabana” de la isla caribeña La Española, una ranzas coloniales.
descripción de origen arawac. El término quechua para
un pastizal plano, pampa o bamba, fue igualmente in- El lenguaje del “lugar” en América Latina nos permite,
FOXLGRHQHOOp[LFRGHOFRORQLDOLVPRHOFXDOYLQRDGH- por tanto, interpretar no solo las imágenes mentales
signar más tarde a una región en Argentina, lejos de la y el comportamiento de los varios grupos culturales,
LQÀXHQFLDTXHFKXD )ULHGHULFL  sino también nos provee de un instrumento valioso
para entender mejor muchos de los artefactos físicos
/RV WRSyQLPRV JHQWLOLFLRV LJXDOPHQWH H[SUHVDQ XQD que están profusamente sembrados en el paisaje. Otra
FRPSOHMDKLVWRULDGHOFRQÀLFWRFXOWXUDO\GLIXVLyQGHV- vez, lamentablemente, nuestros estudios toponímicos
de los niveles locales, regionales y, en algunos casos, en América Latina son pocos, nuestros diccionarios
LPSHULDOHV ¢&yPR SXHGH XQR H[SOLFDU HO V~ELWR EUR- etimológicos, especialmente en idiomas nativos, son
todavía modestos en comparación con otras áreas todavía inadecuadamente analizada) que el periodo
culturales, y parece haber poco interés o pericia en el prehispánico de América Latina. Por doquiera que se
análisis de nombres. Yo sugeriría que alguien se interese observe a las familias aborígenes, comunidades y aun
en investigar este tema que podría ser uno de los más proto-estados e imperios, todos parecieran no solo
LPSRUWDQWHVWySLFRVGHLQYHVWLJDFLyQDVHUH[SORUDGRV haber visto el lugar como un constituyente integral de
VXFXOWXUDVLQRWDPELpQKDEHUH[SHULPHQWDGRJUDQGL¿-
Lugares mutantes en América Latina cultad para distinguir entre gente y lugar, y actividades
sociales y espacio. Si tomamos como ejemplo las dos
1XHVWUDSUy[LPDWDUHDHVH[DPLQDUXQDSHTXHxD\VH- más grandes culturas del Nuevo Mundo, a la llegada
lecta porción de la evidencia que demuestra la cam- de los europeos, los aztecas y los incas, aparte de los
ELDQWH VLJQL¿FDQFLD GH OXJDU HQ OD HYROXFLyQ FXOWXUDO literalmente cientos de otros grupos culturales, ver-
de América Latina durante sus cuatro fases principales: emos que las unidades básicas de su sociedad fueron
prehispánica, colonial, republicana y moderna. Cada llamadas calpulli y ayllu, respectivamente (Carrasco,
una nos proveerá de ilustraciones del grado en el que 1961; 1972; Gibson, 1964; León-Portilla, 1984 y Mur-
las relaciones sociales y culturales crearon, usaron y ra, 1984). Ambos términos bien podrían ser traducidos
valorizaron el lugar, y de la complejidad cultural con FRPR ³WHUULWRULRV GH SDUHQWHVFR´ 6LJQL¿FDEDQ XQD
TXHSXHGHVHUH[DPLQDGDDWUDYpVGHOFRQWUDVWDQWHXVR combinación de relaciones sociales (con particular én-
del concepto “lugar”. IDVLVHQOLQDMH\DQFHVWUR GHQWURGHXQHVSDFLRGH¿QLGR
Estos fueron, en efecto, “lugares de gente” o inversa-
mente “gente de lugares”. Las reglas de la membresía
ARRIBA
HANAY en estos conjuntos socio-espaciales, particularmente
(HANAN)
Salvaje
desordenado
articulados a través del parentesco y matrimonio, pa-
UHFHQ KDEHU VLGR PX\ VLJQL¿FDWLYDV SDUD HO OtPLWH GH
VXWDPDxRJHRJUi¿FR2WURGHVXVUDVJRVIXHHOpQIDVLV
de las relaciones armónicas de bilateralidad y comple-
Pueblo

Sallqa

Civilizado mentariedad sobre las cuales descansaba su estructura.


Qichwa

ordenado

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En Mesoamérica, los calpullis adoraban a dos dioses,
IUHFXHQWHPHQWH OD GXDOLGDG GH ORV VH[RV R HQ RWUDV

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partes las fuerzas contrapuestas. En sociedades andinas
las mitades o porciones del “hatún” y el “urín” (las
ABAJO
URAY secciones de arriba y de abajo del espacio social)
(URIN)
Cementerio
Iglesia Capillas Plaza
igualmente simbolizaban el poder compartido y las
católica
actividades complementarias.

Figura 6.1 Esquema de los patrones de un tipo ideal de pueblo 6L H[DPLQDPRV XQD UHSUHVHQWDFLyQ FDUWRJUi¿FD FUXGD
andino.
de un tipo ideal de un pueblo andino podemos interpre-
Fuente: Isabell (1978).
WDUHVWRVSDWURQHVFRQPiVFODULGDG ¿JXUD (OD\O-
lu en sí mismo estaba dividido en dos partes y el pueblo
Ñawapaq pachakunapi: lugares prehispánicos bipartito estaba ubicado a horcajadas en sus límites. El
pueblo media entre el alto territorio de la puna (sallqa)
Es difícil encontrar una relación más cercana entre na- y el paso del valle (mayopatán). Irradiadas del centro
turaleza y cultura, y comportamiento y lugar (aunque de la mitad, se alinean las capillas, cada una con su
ídolo primitivo (ahora una cruz), y la ubicación de las pluma de un presunto descendiente de uno de los
PiVVLJQL¿FDQWHVHVWiQ¿MDGDVHQORVOtPLWHVGHODV]R- últimos incas en el siglo XVII, Huamán Poma de Ayala
nas culturales-ecológicas. Estas capillas-altares se con- (Adorno, 1986 y Pease, 1985). Él nos provee de una
virtieron en lugares en los que se realizaban rituales de las más detalladas imágenes del poder del lugar de
de fertilidad y cosecha en los ciclos estacionales de la la cultura del siglo XVII 8Q H[DPHQ PLQXFLRVR GH VX
comunidad. PDSDPXQGL ¿JXUD UHYHODTXHDSHVDUGHTXHVX
forma fue imitada a los europeos, su contenido es rico
Ecológicamente, el ayllu combinaba pastos de altura en el simbolismo de lugar. Su población central (donde
\WLHUUDDJUtFRODXQDH¿FLHQWH\FRQVHUYDFLRQLVWDLQWH- por supuesto uno esperaría encontrar Jerusalén o Roma
gración vertical que Murra (1975) ha fechado del siglo después de un siglo de gobierno español), es Cusco, el
XV y la cual demarca, socialmente, el lugar del hombre pivote andino de los cuatro cuartos del mundo andino.
salvaje o sallqaruna de la puna alta de su contraparte, 3RU FLHUWR FODUL¿FDQGR GHWDOOHV GH OtQHDV QR PX\
el hombre civilizado del bajo valle. La base del poder distintivas, en su mapa podemos distinguir esos cuatro
del ayllu normalmente residía en el pueblo, donde el cuartos por nombre: los cuatro suyos incaicos. En
varayoq mantenía control y mediaba las disputas sobre general, es no menos que una simbólica representación
una base rotatoria que no debía ni a los individuos ni del Tawantinsuyo, una imagen cuatripartita del universo
a los grupos el derecho de ejercer permanentemente el andino.
poder. Servir como líder indígena era (y todavía es),
SRU OR WDQWR KDFHU XQ VDFUL¿FLR HFRQyPLFR GH FRUWR Detalles tanto o más interesantes pueden ser identi-
SOD]RSRUHOEHQH¿FLRGHOSUHVWLJLR\ODSRVLFLyQSHU- ¿FDGRV 6H YH TXH ORV PLVPRV FXDWUR FXDUWRV HVWiQ
PDQHQWHHQHOFRQWH[WRVRFLDOGHODFRPXQLGDG(QORV divididos en dos pares, dos formando el sector de
más altos niveles de la puna moraban las deidades, los arriba y dos el sector de abajo: el modelo de imperio y
ZDPDQLV, custodiando los lagos y los picos y a quienes universo puede ser percibido representando el mismo
los pagos rituales debían ser hechos cuando la tierra banán/urín que mencionáramos antes en el espacio
estaba “abierta” a tales ofrecimientos. microcósmico del ayllu. Este es un ordenamiento de
lugares y espacios que Zuidema (1964) y otros han
1XHVWUR OXJDU PLFURFyVPLFR DQGLQR SRU WDQWR UHÀH LGHQWL¿FDGR FRPR OD HVWUXFWXUD EiVLFD HQ OD FXOWXUD
jaba una sincronización del uso de recursos, una andina, tan antigua como nuestra evidencia nos permite
PHGLDFLyQ GHO FRQÀLFWR VRFLDO HQ OD IRUPD GH ODV
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observar (Zuidema, 1964; Harrison, 1982 y López-


jerarquías del prestigio dual, y presentaba una cantidad Baralt, 1979).
de nombres casi imposible de enlistar (ni pensar en
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un mapeo) (Platt, 1978). Sagrado y profano tiene aquí Otros etnohistoriadores arguyen que la mitad o porción
XQVLJQL¿FDGRHFROyJLFR\FXOWXUDOTXHODPD\RUtDGH arriba/derecha podría ser igualada con masculinidad, la
europeos encuentra difícil de describir; sin embargo, cual contrapuntea la complementaria femineidad de la
es reconocido que dichos elementos eran componentes porción abajo/izquierda. Con temor a que sea pensado
integrales del ayllu y el calpulli. que la representación de Poma de Ayala no es más que
una construcción teoría, debe ser mencionado que los
Algunos se estarán preguntando cómo estos microcos- arqueólogos están encontrando, en creciente cantidad,
mos se relacionan unos con otros y cómo sería la rela- la información que demuestra que los límites de los
ción potencial en niveles más grandes de desarrollo. cuatro suyos (las líneas ceques) no solamente fueron
Para contestar parcialmente esta pregunta podríamos demarcadas sobre el suelo, sino que las estructuras in-
volver la mirada a la evidencia de las estructuras del ternas de las comunidades también fueron afectadas
imperio Inca, visto con los ojos perceptivos y la hábil por su presencia.
Gracias a un reciente análisis etnohistórico sabemos siones y tiranteces cuando el poder local se sintió desa-
DKRUD PXFKR PiV GHO VLJQL¿FDGR GH ORV FXDWUR suyos ¿DGRSRUVXSURSLDVHJPHQWDGD\MHUiUTXLFDVRFLHGDG\
en la relación de poder entre los grupos competitivos. SRUORVGHVDItRVH[WHUQRVGHORVJUXSRVQR6HGHQWDULRV
Lograr acceso al lugar central (Cusco) era la mira de (Stern, 1982 y Spalding, 1984).
todos los competidores a la autoridad inca. De los tem-
plos en el costado abierto de la gran plaza del Cusco, Localizando el colonialismo
debajo de la barriga del puma simbólico cuya silueta
forma la ciudad, de entre las metafóricas piernas de Nuestra segunda etapa, el colonialismo hispánico, nos
los dioses aquel vasto imperio podía ser controlado provee de una rica diversidad de comportamientos,
(Chávez, 1970). ahora de poderes imperiales dirigidos para establecer
su propia identidad cultural. En muchas instancias esto
Cualquier intento para recopilar los elementos de pudo ser mejor logrado por medio de políticas diseña-
“lugar” del mundo prehispánico necesariamente de- das para socavar y capturar la base de poder de las cul-
bía remarcar no solo la interdependencia de la forma turas aborígenes, aunado a un persistente proceso de
cultural, comportamiento social y lugar, sino también reestructuración cultural (Wachtel, 1971). Esto último
la manera en la cual los lugares pequeños o grandes descansó sobre un nuevo conjunto de normas y regula-
fueron estructurados jerárquicamente y, quizás más im- ciones de lugar mediante las cuales España y Portugal
portante para nuestra preocupación inmediata, paralela (en un menor grado) reprimieron a la población indí-
a la posición de poder dominado por la élite inca. Ser gena. Los aborígenes (por lo menos aquellos quienes
nombrado en un cargo en Quito o Chile central fue la no murieron por el ataque violento de enfermedades
SHRUVXHUWHTXHSRGtDHVSHUDUXQR¿FLDOGHOLPSHULR HSLGpPLFDV  WXYLHURQ TXH VHU ¿UPHPHQWH ORFDOL]DGRV
en su nuevo lugar, que se encontraba bajo el control
Igualmente importante fue la manera por la cual, en el político de los blancos, en las profundas sombras de la
periodo inmediatamente anterior al contacto con Es- segregación racial y físicamente separados de los re-
paña, estas macroestructuras fueron pasando por ten- cién llegados (Lockhart & Schwartz, 1983).

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Figura 6.2 Mapamundi de Tawantinsuyo. Dibujo de Huamán Poma de Ayala. Recuperada del artículo original. Fuente: sin datos.
Los españoles trajeron con ellos, al Nuevo Mundo, un Estas urbes no fueron legalmente para uso residencial
conjunto de instituciones, un complejo de artefactos de los indios, quienes para ser protegidos de la posible
culturales y patrones de comportamiento que los dis- contaminación cultural de los vicios de los hispanos
tinguieron inmediatamente de sus antecesores. La fe fueron proveídos de especiales asentamientos a dis-
FDWyOLFDODIDPLOLDH[WHQVDHOVLVWHPDXUEDQRHOGHVHR creta distancia de los pueblos hispánicos. Los pueblos
por y el conspicuo goce de la riqueza material —todo de indios reproducían la forma de las villas hispánicas
esto y mucho más—, tuvo serias consecuencias para y a los indios de mayor jerarquía les fueron asignadas
hacer y cambiar el lugar en América Latina. similares funciones, aunque de un tipo más restringido
que a las de la “gente decente” de origen español (Gib-
Quizá lo más simbólico de los nuevos lugares creados son, 1964).
en la América española fue las docenas de centros ur-
banos establecidos a lo largo del Nuevo Mundo. Las Esta “civilización por asentamiento” promovió cam-
calles dibujadas como un tablero de ajedrez, el lugar pañas mayores para reubicar a la dispersa población
central (la plaza), la diferenciación formal y funcional indígena. El principal objetivo de su reubicación, en
entre lo central y lo periférico, todo estableció un nue- pueblos nucleados (las famosas congregaciones o re-
vo orden cultural (Nutall, 1921-1922 y Borah, 1972). ducciones), fue permitir mejor control político y ad-
El más humilde de los asentamientos, alguno de los ministrativo, y facilitar la requerida conversión de los
cuales difícilmente podríamos designar urbano hoy en paganos a la nueva fe católica (Fals Borda, 1956; Cline,
día, incluyó estos elementos vitales. En su corazón des- 1949; Lovell, 1985 y Málaga, 1975). Es importante
cansaba la plaza, ese espacio abierto en el cual habían hacer notar que el movimiento descendente de las al-
sido asentados los símbolos gemelos del poder imperial turas a los valles de la población aborigen, además de
español, la espada y la cruz, que funcionó por siglos representar una fase nueva en la agricultura de las tie-
como el lugar en el cual se socializaba a través de re- UUDVEDMDVWDPELpQVLJQL¿FyHOGLVWDQFLDPLHQWRFRQVXV
uniones públicas, o de la ceremonia del paseo; el lugar dioses de los cerros y montañas. Es evidente también
en el cual se realizaban negocios, ya en los puestos del que en los nuevos pueblos las estructuras de mitades
mercado o en las cubiertas arquerías del rededor; el fueron recreadas y fatalmente penetradas por los intru-
lugar cerca del cual era mejor ubicar una vivienda, el sivos lugares centrales, los cuales desbalancearon la
lugar donde el vecino, o el residente orgulloso y regis- dualidad del lugar aborigen.
trado del pueblo debía portarse de una manera apro-
124 ]

piada (Robertson, 1978; Gade, 1978 y Takagi, 1970).


Donde las condiciones hicieron el control civil difícil,
un conjunto de nuevos lugares fueron establecidos:
[ Revista de Extensión Cultural | Número 60 |

Sobre las márgenes de la plaza fueron situadas repre-


las misiones de las órdenes regulares (Ricard, 1933;
sentaciones del poder imperial: la iglesia, el cabildo, la
Specker, 1953; Morner, 1953 y Robinson, 1975). Cien-
R¿FLQD YLUUHLQDO HWF 8VXDOPHQWH HVWRV HGL¿FLRV SUH-
tos de iglesias abandonadas en ruinas, algunas última-
VHQWDEDQVXVLJQL¿FDFLyQDODVRFLHGDGHQVXFRQMXQWR
mente restauradas como monumentos nacionales, están
no solo por su localización, sino también por sus dos
desperdigadas por doquier en el paisaje cultural de la
pisos elaboradamente adornados; frecuentemente eran
América Latina de hoy.
no más que fachadas que escondían la más mundana
realidad de los aspectos de la ciudad. El tañido de la
campana y el estruendo del cañón nos recuerdan no de Dentro de los centros urbanos coloniales (el principal
los antecedentes del campanillismo del Mediterráneo, foco del poder imperial), se podría reconocer otra es-
donde para pertenecer a un asentamiento uno debía lite- cala del lugar: aquella de la casa y del hogar. La micro-
ralmente poder oír el tañir de la campana (Pitt-Rivers, HFRORJtDGHODFLXGDGFRORQLDOUHÀHMyODVQRUPDVFXO-
1954). turales de los intrusos españoles. La altiblanca pared
del contorno de la casa colonial demarcó un lugar y les hablan claramente de una sociedad que se apegaba
mundo privado más allá de los sonidos y (usualmente a importantes valores de lugar (Archivo Nacional de
malos) olores de la calle. En el mejor de los casos, el Colombia, 1976). La muerte proveyó otra oportunidad
acceso a estos lugares privados se daba a través de un para los descendientes del occiso de conmemorar su
majestuoso portal, que denotaba el estatus y prestigio lugar o posición en la sociedad gracias a una bien situa-
de su propietario. Los pocos afortunados podían jac- da e impresionante tumba. Los mausoleos y nichos de
tarse de un escudo familiar para hacer juego con su títu- las “ciudades-cementerios”, en la mayoría de los países
lo de “don”. Pasando a través del zaguán, aparecían los latinoamericanos, hablan elocuentemente de los privi-
patios, cada uno de los cuales, en orden jerarquizado, legios póstumos (Reina, 1973).
proveyó un enfoque de actividades racial y funcional-
mente diferenciadas. Mientras más lejos se retiraba uno Debemos recordar también que los tipos ideales de la
de la puerta principal más se acercaba a los cuartos de ciudad hispánica y el pueblo indígena difícilmente so-
los sirvientes y esclavos (Robinson, 1979a; 1988; Gas- brevivieron intactos en el siglo XVII. Mezclas raciales,
parini, 1962 y Torre, 1945). desarrollo económico y migración parecen haber bo-
rrado las divisiones teóricas de lugares diferenciados.
Quisiera sugerir un paralelo simbólico y funcional en-
tre la escuela urbana de lugares (arco ceremonial, ru- Alrededor, y frecuentemente dentro de las ciudades,
tas procesionales, plazas) y aquellas de las unidades crecieron los barrios de indios, a los que se les proveyó
residenciales (portales, pasadizos, patios, etc.). En la de sus propias facilidades parroquiales. Algunos miem-
vida pública y privada se percibía la relativa ubicación bros de la élite se dieron cuenta de que podían obtener
de alguien por su comportamiento, vestido y lenguaje ganancias al arrendar parte de sus casas a artesanos y
(Hoberman, 1986). comerciantes (Góngora, 1975; Ramos, 1979 y Moreno,
1978).
En ocasiones especiales los códigos sociales y las
relaciones de poder en las colonias fueron temporal- Los residentes de la ciudad fueron también elemen-
mente suspendidos gracias a imitaciones rituales que tos de una más grande trama espacial de intereses

125 ]
permitían al humilde parodiar al poderoso, al pobre económicos, de obligaciones sociales y del uso del
ridiculizar al rico, los negros e indios se ponían más- SRGHUSROtWLFRDIXHU]DGHFRQH[LRQHVIDPLOLDUHV6LVHU

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cara de tez blanca y todos gozaban la fugaz libertad de una persona “propia” era ser alguien de un lugar cono-
igualdad desvergonzadamente asistida por el consumo cido y de un distinguido ancestro, entonces mucho más
GHJUDQGHVFDQWLGDGHVGHOLFRU3RUPHGLRGHODV¿HVWDV importantes eran aquellas personas que tenían acceso
públicas y carnavales la gente pudo, por unos momen- DUHFXUVRVGHXQDDPSOLDHQYHUJDGXUDJHRJUi¿FD3RU
WRVFDPELDUVXOXJDUVRFLDO(OORSURYH\yXQPHGLRH[- el siglo XVIII las familias notables de América Latina
celente de reducir tensiones sociales. SRGtDQMDFWDUVHGHUHGHVRQH[RVTXHFRQHFWDEDQPLQDV
FRQ KDFLHQGDV ¿QFDV GH HVFODYRV FRQ UHVLGHQFLDV XU-
/RVGHV¿OHVS~EOLFRVODVSURFHVLRQHV\HORUGHQDPLHQ- banas y monasterios con la corte imperial. Toda la
to de asientos en la iglesia y en las tribunas erigidas VLJQL¿FDFLyQGHUHJLRQHVFRPRFRPSOHMRVGHIDPLOLDV
en la plaza proveían también oportunidades para, no H[WHQVDVLQWHUUHODFLRQDGDVVRQHYLGHQWHV .LF]D
solo una demostración de posición social, el poder de y Kuznesof & Oppenheimer, 1985).
DOJXLHQGHPRVWUDGRSRUVXSUR[LPLGDGDODOWDURHVWDQ-
dartes portátiles, sino que también provocaba peleas y ¿Qué conocemos de la identidad de lugares dentro y
pleitos. Los términos “preeminencia de asiento” y “or- fuera de estas ciudades en evolución? La respuesta,
GHQGHGHV¿OH´XWLOL]DGRVHQORVPXFKRVMXLFLRVOHJD- lamentablemente, es relativamente poco. Es claro que
las vecindades urbanas adquieren nombres con el cor- como un resultado de los largos siglos de desarrollo
rer del tiempo, pero es difícil averiguar el rol de los colonial. Al hacer sus propios lugares, al crear su
residentes en este proceso (Borah, 1984). Es evidente SURSLDLGHQWLGDGORVHVSDxROHVWXYLHURQ¿QDOPHQWHTXH
que en dos generaciones de residencia los españoles rechazar sus orígenes del Viejo Mundo.
HPSH]DURQDKDEODUFRQH[DJHUDGRRUJXOORGHVXUHFLpQ
creada patria chica de bases eminentemente urbanas. /RVMHVXLWDVFULROORVH[LOLDGRVYLQLHURQDVHUORVOLWHUD-
La rivalidad interurbana regional, quizás un indicador tos precursores del nacionalismo americano; y no en
útil de identidad, había alcanzado por el siglo XVIII pro- pequeña medida produjeron una literatura nostálgica.
porciones que comenzaron a alarmar a las cortes impe- Manuel Lacunza “se imaginó a sí mismo comiendo sus
riales. Hay otra medida por la que podríamos estimar la platos chilenos favoritos”, mientras Juan Ignacio Mo-
VLJQL¿FDFLyQGHOXJDUSDUDORVFRORQLDOLVWDV3RGHPRV lina “ansiaba el agua de la cordillera (de los Andes)”.
ver cómo los términos usados para describir migrantes (OPH[LFDQR-XDQ/XLV0DQHLURLPSORUDEDDOUH\HVSD-
temporales y permanentes, quienes a los ojos hispáni- ñol le permitiera morir en su “suelo patrio” (González,
FRVSHUWHQHFtDQDXQOXJDUQR¿MR ORVYDJRVIRUDVWHURV 1948, p. 158).
vagabundos, huidos, etc.) denotaban una amenaza para
la estabilidad del orden social (Robinson, 1989). Si uno En vista de que una precondición para el afecto al lugar
no era conocido en una localidad, o no era de un lugar, (patriotismo) es el conocimiento y la información que
¿cómo se podría juzgar su etnicidad, su moralidad y su VREUHpOVHWHQJDORVSDQÀHWRV\SHULyGLFRVGH¿QDOHV
mérito en la comunidad? Transeúntes, fueran artesanos del siglo XVIII se vieron repletos de detalles sobre la
buscando una forma de supervivencia, indios escapan- geografía, los recursos y el potencial de esta nueva
do de la rigurosa imposición de impuestos, o mestizos tierra prometida. Un americanismo desenfrenado fue
siempre de dudosa condición y en continuo aumento, alardeado: “nuestra patria”, “nuestra nación”, “nuestra
todos abrían sospechas. Por cierto, que la legislación América”, “nosotros los americanos” (Vial, 1966 y
fue frecuentemente promulgada para ponerlos a todos Burrus, 1954). Es posible entender la preocupación
HOORVHQVXSURSLROXJDUSHURVLHPSUHVLQp[LWR )DUULV de las autoridades imperiales: el afecto a los lugares
1978). de América parecía haber erosionado peligrosamente
la lealtad política. Pronto muchos americanos fueron
Quizá la mejor medida de apego al lugar en América requeridos para pagar el último precio de su patriotismo.
126 ]

Latina colonial es proporcionada por aquellos


que perdieron el privilegio de vivir allí. Es en los Revolución y republicanismo: lugares viejos y
DQJXVWLDGRV ODPHQWRV GH ORV MHVXLWDV H[SXOVDGRV nuevos
[ Revista de Extensión Cultural | Número 60 |

del siglo XVIII donde podemos establecer la primera


identidad a nivel continental de América Latina como Si la lucha por terminar el colonialismo resultó difícil
lugar. Quizás esta americanización o criollización fue para los latinoamericanos, no menos ardua fue la
una consecuencia de lo que Lynch (1973) ha descrito búsqueda de un conjunto de nuevas identidades (La-
como una segunda conquista de América. Solo cuando faye, 1976). Resultó más fácil ser libres de España y
los criollos hubieron aprendido a odiar a los recién Portugal que venir a ser brasileños, argentinos, colom-
llegados peninsulares (los gachupines, chapetones) bianos o guatemaltecos (Hawkins, 1984; Gossen, 1974
que habían aparecido con las reformas borbónicas, un y Stabb, 1967). El desafío ahora era forjar nuevas alian-
nuevo aprecio por su lugar —América— comienza zas sociopolíticas, infundir en la población liberada
a emerger. La convicción de que los americanos no cuidado por, y orgullo en, su nuevamente ganado lugar
eran españoles sino más bien colombianos, chilenos, en el mundo. Como en casi todas estas circunstancias
PH[LFDQRV\SHUXDQRVSXGRTXL]iVKDEHUVXUJLGRVROR sucede, el asunto más difícil fue decidir cuánto recha-
zar lo pasado y cuánto aceptar de lo nuevo. La tarea de para asegurar su propia estabilidad, sus estados fueron
H[DPLQDUHOOXJDUHQ$PpULFD/DWLQDYLQRDVHUPXFKR SRFR PiV TXH LPiJHQHV YLVWDV GH OR DOWR R GHO H[WH-
más difícil desde que todas y cada una de las nuevas rior. Es hasta el advenimiento de regímenes autoritar-
naciones republicanas respondieron a esta cuestión ios, en los últimos años del siglo XIX y los tempranos
central de una manera distinta. En este sentido, solo se del siglo XX, cuando los débiles aparatos del estado se
pueden ilustrar tendencias de los procesos difundidos fortalecieron y a la población, una vez más, se le dijo
a lo largo del continente. Para ello se hace necesario a dónde pertenecía y cómo debía comportarse (Brad-
recalcar que la velocidad y dirección del cambio casi LQJ   (Q 0p[LFR HO GLFWDGRU 3RU¿ULR 'tD] VH
nunca fue sincronizada. refería a sus legisladores como “mi rebaño de man-
sos caballos” (Simpson, 1952, p. 263). La educación
La creación del estado primero demandó la represión para las masas vino a ser no meramente un medio de
de las rivalidades regionales (Seckinger, 1984). Los modernización sino un instrumento necesario para el
autores de esta nueva estructura macro-regional, y adoctrinamiento nacional (Pike, 1973; Campos, 1960;
DUWt¿FHV GHO FRQWURO SROtWLFR \ DGPLQLVWUDWLYR EDVDGR Woll, 1982 y Spalding, 1972). Del mismo modo en que
en modelos de Europa occidental, rápidamente HO HVWDGR QHFHVLWDED IURQWHUDV ELHQ GH¿QLGDV HO FRQ-
comenzaron a manipular y mediatizar el poder regional cepto de uti possidetis no había sido entendido clara-
HQ DOHJDGRV LQWHUHVHV GH ORV LQH[SHUWRV FLXGDGDQRV mente), los ciudadanos también necesitaban un himno
de las nuevas repúblicas. En Argentina, la policía y una bandera (Robinson, 1989). El reconocimiento de
estatal de Rosas pronto usó mazorcas (vigilantes) un estado fuerte requería de un común enemigo, y los
para “limpiar” la nueva república, y los enemas de ají vecinos sirvieron muy bien a ese propósito (Clissold &
colorado tuvieron el mismo propósito torturador que el Hennessy, 1968 y Escudé, 1988). El continentalismo
aceite de castor que los fascistas italianos usaron años cultural (panamericanismo) estalló en las rivalidades
después (Arciniegas, 1966 y Lynch, 1981). y competencias de los lugares prominentes del nuevo
orden político y económico (Hilton, 1969).
Ubicua y simultáneamente, un solo lugar capitalino co-
menzó a establecerse aparte del resto; un sitio costero En las áreas urbanas el ambiente construido fue modi-

127 ]
normalmente fue un sine qua non por el comercio y sus ¿FDGR SDUD FHOHEUDU HO WULXQIR GH OD LQGHSHQGHQFLD
FRQH[LRQHVFRQHOH[WUDQMHURODVFXDOHVIXHURQLQFUH- política: bulevares y rutas procesionales abrieron
SHUVSHFWLYDV D ORV DUWHIDFWRV \X[WDSXHVWRV GHO HVWDGR

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mentando su importancia para orientar la nueva vida
nacional. Los litorales se enfrentaron al interior del nación. El congreso fue puesto al frente del palacio
país, y muchas periferias coloniales lograron posicio- presidencial, este último situado simbólicamente en o
nes centrales (Scobie, 1964; 1974; Humphreys, 1957; sobre el viejo complejo administrativo virreinal (Sco-
1969 y Eidt, 1971). En estado-naciones unitarios y bie, 1974). Nunca muy lejos se situaba el cuartel de los
federales el centro dominante comenzó despacio, pero militares, quienes desafortunadamente utilizaron con
¿UPHPHQWHDH[LJLUVXFXRWDDVXVGHSHQGHQFLDVUHJLR- prontitud las oportunidades que les fueron proporcio-
nales internas. Para los residentes de los recientemente nadas como garantes de la constitución. La nueva es-
aventajados lugares centrales, la ilusión nacional fue tatuaria de las plazas públicas mostró los nuevos héroes
fomentada y reforzada por símbolos de centralidad y nacionales: San Martín, Bolívar, Almirante Brown,
cohesión: el palacio nacional, leyes nacionales y mapas O’Higgins, y Santander.
nacionales. Es claro que en muchos aspectos tal “nacio-
nalismo” fue poco más que un nuevo mito —un mito Más allá de lo simbólico también comenzaron a apa-
nacional—. Del mismo modo en que la nueva élite recer las nuevas funciones de las metrópolis nacionales
adoptó nuevas poses, actitudes, ideologías y políticas \UHJLRQDOHVXQGLVWULWRGHODV¿QDQ]DV\QHJRFLRVFRQ
bancos y sucursales de las principales casas comercia- La vieja ciudad colonial fue sobrellevando cambios
les de Europa; las nuevas zonas residenciales para la dramáticos. El lugar de trabajo fue no más cotérmino con
élite rica, que emulaba los más modernos estilos ar- el hogar; las nuevas casas fueron modeladas siguiendo
quitectónicos que habían visto en sus frecuentes vaca- el estilo europeo con el patio interno reubicado en
ciones por Europa, y los nuevos y tumultuosos barrios HO HQWRUQR GHO HGL¿FLR \ VLPXODQGR XQD IDMD YHUGH
pobres y casas de vecindad (tugurios) (McGee, 1978). normalmente protegida del uso público impropio por
una imponente e importada reja de hierro forjado. Estos
Con los británicos, siempre listos a prestar capital a la nuevos palacios hablaban de riqueza y poder (Molina
nueva élite nacional, despacio pero seguro, nuevas tec- y Castaño, 1987). A partir de esta época, fue posible
nologías fueron importadas. Servicios públicos fueron LGHQWL¿FDUDODJHQWHQRVRORSRUODXELFDFLyQ\HVWLOR
proveídos para pocos afortunados, vías para tranvías de sus residencias, sino también por el lenguaje que
\IHUURFDUULOHVDPSOLDURQHODOFDQFHGHODVH[SDQVLYDV usaban (o su acento afectado), sus vestidos, su comida
ciudades, fortaleciendo la especulación de la tierra y la y tragos preferidos, y aún en algunos casos por la forma
presencia de un nuevo patrón urbano (Sargent, 1974; en que ellos caminaban y gesticulaban; y siempre, por
Scobie; 1972 y Goodwin, 1977). La élite de las áreas VXSXHVWRSRUVXVFRQH[LRQHVVRFLDOHV &DOGHLUD
urbanas residenciales alejadas construyó, gracias a y Needell, 1983). Los lugares proliferaron rápidamente
las ganancias producidas por la venta o renta de sus en la Latinoamérica urbana de la república.
propiedades localizadas en el centro, las primeras ur-
banizaciones severamente contrastantes con las pobres En las áreas rurales nuevos paisajes fueron también
áreas centrales (Benítez, 1965). creados: las innovaciones tecnológicas de Europa y
los Estados Unidos hicieron posible que millones de
(QYDULRVSDtVHVODWH[WXUDItVLFDFDPELDQWHGHODFLXGDG hectáreas fueran cercadas y que la tierra fuera arada
IXHSDUDOHODDXQDQXHYDPH]FODpWQLFD8QYLUWXDOÀXMR por primera vez. Nuevos cultivos, nuevos trabajadores
de inmigrantes los hizo constituirse en enclaves étni- agrícolas y nuevos mercados estimularon el crecimien-
cos. Judíos, alemanes, británicos e italianos constitu- to económico y la identidad regional. En otros lugares
yeron identidades culturales para las nuevas secciones SULPHURODPLQHUtDGHQLWUDWRV\GHORURODH[SORWDFLyQ
del pueblo (Newton, 1977; Solberg, 1970; Szuchman, del guano, y después la minería del cobre, del estaño,
1977; Baily, 1980; 1983; Whiteford, 1981; Bourde, del hierro y el petróleo dio lugar a nueva riqueza que
128 ]

1974 y Sopher, 1980). fue ocasionalmente invertida en los centros urbanos; la


YDVWDPD\RUtDGHORVQXHYRVULFRVSUH¿ULyQRVRORLPL-
Cada comunidad étnica abasteció las necesidades para tar a los europeos, sino también unirse a ellos e invertir
[ Revista de Extensión Cultural | Número 60 |

sus demandas recreacionales y ocupacionales. Los bri- en Europa. No se debe olvidar que para conocer a los
tánicos con sus clubes de críquet y polo, los italianos latinoamericanos verdaderamente ricos de 1900 uno
construyendo sus canchas de boche y los criollos cre- habría tenido que visitar los hoteles de Londres o París,
ando lo que imaginaron era el pasatiempo propio de y especialmente la Riviera Francesa.
los hombres y mujeres decentes —botear en el club
regata sobre el lago Xochimilco, cazar con la jauría de En Chile, al colonial Norte Chico se adicionó el Norte
sabuesos en Santiago de Chile (mayo, 1987) un día en Grande minero y la selva sur colonizada por los ale-
las carreras de caballos en el Jockey Club de Buenos manes (Butland, 1957; O’Brian, 1982; Pederson, 1966;
Aires— y donde fuera, la cafetería, la sala de estar y fu- Berninger, 1929; Vayssiere, 1980 y Blancpain, 1974).
mar, el salón de té y el discreto salón de juego (Bossio, Argentina atestiguó la creación de una región en sus
1968 y Scobie, 1974). nuevas pampas, y en el sur profundo, un grupo de gale-
ses luchó para establecer su Cwn Hafryd (Valle Her-
moso) en Chubut (Slatta, 1983 y Bowen, 1966). En bienvenido. Muchos en Argentina, Chile y Venezuela
Venezuela central, los alemanes construyeron su pro- vieron a los forasteros como sospechosos ciudadanos.
pia versión tropical de la Selva Negra, y en la Guayana El antisemitismo también se incrementó. Claramente la
YHQH]RODQDEULWiQLFRV\WULQLWDULRVH[SORWDURQWDQH[L- política de puertas abiertas para la inmigración, básica-
tosamente los campos de oro de Caratal que las autori- mente para cubrir las demandas de mano de obra bara-
dades venezolanas temieron por su soberanía (Robin- ta, tuvo serias consecuencias. “Gobernar es poblar” fue
son, 1973). el dictamen del día, pero algunos preguntaban, ¿quién
JREHUQDUtD D TXLpQ" (Q ORV ¿QDOHV GHO VLJOR XIX los
En Brasil, Costa Rica, Colombia y Venezuela las tie- periódicos chilenos hablaban de los inmigrantes como
rras de café prosperaron y la colonización alemana “más sucios que los perros de Constantinopla”, y “olas
procedió rápidamente (Bergquist, 1978; Franca, 1956 de espuma humana tiradas a nuestras playas por otros
y Holloway, 1980). Aún la remota Amazonía sintió la países” (Solberg, 1970, p. 71). Ramos (1899) describió
mano del desarrollo (Weinstein, 1983); las estepas de a un recién llegado inmigrante argentino como:
la Patagonia atrajeron la atención de colonialistas es-
coceses y galeses (Rey, 1961 y Williams, 1964; 1976), una persona grosera, uno de aquellos seres bajos que
y las pampas a sus contrapartes irlandeses (Korol y Sá- ORVFLHQWt¿FRVIXWXURVHVWXGLDUiQFRQFXULRVLGDGSDUD
bato, 1979; 1981). A todos estos nuevos centros, donde establecer el eslabón de tipos sucesivos de nuestra
H[LVWtDODSRVLELOLGDGGHFRPHUFLROOHJDURQORVR¿FLD- evolución. Con sus gustos baratos, sensuales y su
les consulares británicos, siempre listos para facilitar la amor a los colores brillantes, música ronca y ropa
LPSRUWDFLyQRH[SRUWDFLyQGHSURGXFWRV chillona y cursi, ellos son simplemente inferiores (p.
255).
Todos estos nuevos lugares, y aquellos viejos lugares
ya transformados, simbolizaron sus identidades con el Como los indios de los Andes, los nuevos inmigrantes
nombre. El Dorado, ese lugar del hombre dorado tan fueron usados con propósitos nacionalistas, solamente
diligentemente buscado por los españoles, vino a ser en el interés de aquellos en el poder.
una etiqueta para las docenas de minas en bonanza y
Haciendo lugar para el modernismo

129 ]
probablemente para miles de granjas agrícolas. Los
llaneros de Colombia y Venezuela y sus contrapartes,
los gauchos en las pampas del sur (Rausch, 1984 y En su precipitado deseo por crear y modernizar los nue-

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Nichols, 1968); los mistis y cholos peruanos que ahora vos estados, hubo, por necesidad, algunas regiones y
vinieron a llamarse ayacuchanos, ancashinos y cuzque- localidades que no gozaron o que sufrieron un míni-
ños; los duros trabajadores paulistas o antioqueños, PRSURJUHVR1XQFDKXERGHVSXpVGHWRGRVX¿FLHQ-
que se comparaban favorablemente a sí mismos con WHGLQHURSDUDWRGRV6HSRGtDLGHQWL¿FDUUiSLGDPHQWH
los yanquis del norte, y empequeñeciendo los estilos de la iniciación de un nuevo patrón de lugar: lugares de
vida y pretensiones de los cariocas y bogotanos (Par- abundancia y lugares de negligencia y provincialismo,
sons, 1986; McGee, 1958 y Dean, 1969); los “ Nuevos ahora percibido como un enfermizo apego a las tradi-
&KLFDJRV´³1XHYDV)LODGHO¿DV´³1XHYDV&DOLIRUQLDV´ FLRQHV TXH VH SRQtDQ HQ FRQÀLFWR FRQ ODV QXHYDV GH-
y “Nuevas Providencias”; todos los nuevos lugares y mandas del estado (Wirth, 1977; Levine, 1978; Love,
los nuevos nombres comenzaron a confundir y desor- 1980; Wenstein, 1982; Mallon, 1983; Montoya, 1981;
GHQDU ORV UpFRUGV FDUWRJUi¿FRV FXLGDGRVDPHQWH SUH- González, 1985 y Demelas, 1980).
parados.
Los que no participaron en el proceso político, porque
7HQHPRV TXH UHFRUGDU TXH HO ÀXMR GH LQPLJUDQWHV fueron desautorizados por la ley o fueron simplemente
(como en muchos países) no siempre fue calurosamente ignorantes de la materia, encontraron que la respuesta
de los poderosos fue, en el mejor de los casos, una be- de lazos sociales y el fortalecimiento de las raíces
nigna negligencia (Schmitt, 1969). Cuando en ocasio- culturales (Collier, 1976; Doughty, 1978; Hirobayashi,
nes los inconvenientes de la democracia demandaban 1986 y Roberts, 1974). Los clubes regionales (Lima
votos, los jefes regionales (caudillos) siempre podían en 1985 tenía alrededor de 1.850) ofrecen un nuevo
sobornar o amenazar a un número necesario de cam- PHFDQLVPRLQVWLWXFLRQDOTXHUHHPSOD]DODSUR[LPLGDG
pesinos (Brading, 1980). La independencia política, en residencial como el sine qua non de la identidad
los inicios del siglo XIX, después de todo, había hecho FRPXQLWDULD /D LQWHQVLGDG GH ODV UHXQLRQHV GH ¿Q GH
muy poco para cambiar la situación de empleo en las semana parece más que compensar la falta de contacto
haciendas: los gamonales todavía tenían el poder y diario (Altamirano, 1984). Su lugar en la ciudad es
mantenían a los demás en su lugar. pues no una zona residencial segregada de la ciudad,
sino más bien un punto de reunión.
Por 1880 era claro que para progresar había que apro-
[LPDUVHDODFLXGDG(QHOVLJORVLJXLHQWHXQDLQXQGD- Cuando el estado no pudo proveer a estos inmigrantes el
ción de migrantes dejó lo inadecuado de sus pequeños refugio y servicios necesarios, ellos lograron lo que por
pueblos rurales por la promisoria ciudad (Graham & muchos años habían hecho en sus comunidades rurales:
Buarque, 1971; Hagerman, 1978; Castellanos, 1975 y ayudarse mutuamente. Los millones de casas en las
Laite, 1981). Los latinoamericanos del siglo XX han te- barriadas, ranchos, tugurios, callampas y favelas han
nido que andar hacia la modernidad. sido hechas sin la participación de ingenieros civiles
\DUTXLWHFWRVDGPLUDGRUHVGHOFRQFUHWR\HOVR¿VWLFDGR
Ocasionalmente, un brote de protestas rurales podía estilo; esas casas hablan elocuentemente de soluciones
estallar, pero las posibilidades del contagio fueron locales a los problemas locales. Las faenas y turnos han
IiFLOPHQWH OLPLWDGDV SRU OD UHODWLYDPHQWH H¿FLHQWH logrado lo que ningún ministro de vivienda con apoyo
combinación de brutalidad policial y mínimas ofertas internacional ha podido o ha estado dispuesto a hacer
de reforma (Benjamín y McNellie, 1984). Aún en el (Lobo, 1982; Portes, 1979 y Conway & Brown, 1980).
GHVSHUWDU GHO FDPELR UHYROXFLRQDULR GH 0p[LFR TXH 3RU VXSXHVWR D ORV RMRV GH DTXHOORV TXH SUH¿HUHQ OD
reconstruyó el paisaje agrícola de vastas áreas, no es elegancia comprada con una hipoteca, las viviendas y
difícil encontrar a aquellos que estaban dispuestos a características de estas comunidades periféricas fueron
VDFUL¿FDU HO SRWHQFLDO FDPELR UDGLFDO SRU XQ PHQRV criticadas, reformadas, erradicadas y reubicadas mucho
ULHVJRVR ²\ FLHUWDPHQWH PiV FyPRGR² EHQH¿FLR
130 ]

más allá de la vista de las áreas bellas y elegantes


del conformismo. Solo bajo las más provocadoras y (Epstein, 1973 y Holsten, 1986).
represivas circunstancias los latinoamericanos han
[ Revista de Extensión Cultural | Número 60 |

optado por luchas armadas y rebeliones abiertas, en Ocasionalmente, las autoridades municipales requerían
algunos casos en alianza con fuerzas ideológicas no HO DVHVRUDPLHQWR GH VXSXHVWRV H[SHUWRV SDUD PDQHMDU
locales (Womack, 1969; Ruiz, 1976; Wasserman, 1984; ORVVLHPSUHLQFUHPHQWDGRVSUREOHPDVGHODH[WHQVLyQ
Crockroft, 1983 y Katz, 1976). metropolitana. Río de Janeiro es un caso ilustrativo. Le
Corbusier, quien fue invitado a visitar a Río en 1929,
Una cosa es cierta: en los últimos veinte años América admitió haber sido inspirado por la transparente belleza
Latina ha presenciado una reemergencia de identidades de la localización de la ciudad; tanto que admitió “un
y acciones locales y regionales en las áreas urbana y fuerte deseo, un poco loco quizás, de intentar un aven-
rural. En su movimiento a las ciudades los migrantes tura humana: el deseo de establecer una dualidad, crear
no han roto vínculos con sus lugares de origen, ni se ODD¿UPDFLyQGHOKRPEUHFRQWUDRFRQODSUHVHQFLDGH
han asimilado a la blanda y homogénea cultura urbana. ODQDWXUDOH]D´ (YHQVRQS (VWDD¿UPDFLyQ
Al contrario, la evidencia muestra el mantenimiento sin embargo, hubiera tomado la forma de una inmensa
autopista de cien metros de alto con bloques de aparta- Sin embargo, más allá de las escalas locales y naciona-
mentos debajo, la cual para Le Corbusier hubiera sido les el lugar relativo de América Latina, en la estructura
“una poesía de geometría”. Afortunadamente para Río GHSRGHUGHOFRQWLQHQWH\HQODH[SDQVLRQLVWDSROtWLFD
este poema quedó sobre el papel y todavía se puede económica mundial, comenzó lamentablemente a ser
gozar la caótica belleza de Copacabana e Ipanema. establecido. El voraz y codicioso saqueo de recursos de
John Bull en el siglo XIX fue reemplazado por la pater-
/RV SROtWLFRV UiSLGDPHQWH DSUHFLDURQ ORV EHQH¿FLRV nalista atención del Tío Sam en nuestro siglo. Los “hi-
potenciales del sentimentalismo arraigado en los nive- jos latinos” pudieron quedarse tranquilos y felices bajo
les locales y regionales (Oszlak, 1981). Muchos de los la protectora custodia de Mr. Monroe, las “hijas erran-
principales asuntos políticos del siglo XX, en América tes” pudieron ser gentilmente persuadidas de portarse
/DWLQDSXHGHQKDEHUVHRULJLQDGRHQHOFRQWH[WRGHXQ con propiedad; los enfadados vecinos latinos debían
FRQMXQWRGHFLUFXQVWDQFLDVHVSHFt¿FDV :RUWPDQ ser aguantados, aunque no muy placenteramente, por
y Flores, 1977). Los conservadores serranos de Quito, el gran país del norte y un reformista dolor de garganta
por ejemplo, de pronto chocaron con los arrogantes li- o una úlcera revolucionaria pudieron ser curados con
EHUDOHVGH*XD\DTXLOTXLHQHVYLHURQEHQH¿FLRVHQHO dólares o cuando fue necesario, por la fuerza (Johnson,
nuevo orden social basado en el comercio (Deler, 1981 1980). Los latinoamericanos comenzaron a ser cons-
y Alaya, 1978). cientes del lugar en que habían sido ubicados por sus
más poderosos vecinos del norte. Se dieron cuenta de
En cada país las raíces de la ideología del partido pue- que los “americanos” eran ahora anglos y no latinos, y
den ser buscadas en pequeñas localidades, en indivi- resintieron profundamente el hecho de ser vistos como
GXRVHQFRQWH[WRVTXHGHPDQGDURQXQDUHDSUHFLDFLyQ una virtual vergüenza al progreso del hemisferio. Una
de la justicia social y de las políticas estatales (Maga- vez formados los estereotipos sobre gente y lugar, cam-
llanes, 1973; Schwartzman, 1973; Hardoy y Langdon, biarlos ha resultado difícil.
1982; Murilo, 1980; Park, 1985 y Anderle, 1985).
Todavía al interior de América Latina misma los pro-
3DUD OD LGHRORJtD GH L]TXLHUGD OD FLXGDG FRQ VX ÀD- blemas de lugar continúan. Los intentos de regionaliza-

131 ]
grante ostentación de riqueza y capitalismo yanqui ha ción del desarrollo económico se han estrellado en las
sido puesta en la mira de la crítica y ha fomentado el rocas del regionalismo y en los deseos de los pueblos

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reclutamiento de partidarios. Los guerrilleros y subver- que no quieren seguir las prescripciones de los cien-
VLYRV DVtGH¿QLGRVSRUHOHVWDGR HQUD]yQGHTXHORV Wt¿FRV GHO HVSDFLR JHRJUi¿FR \ ORV DJHQWHV GHO SRGHU
campesinos rechazaron o no les fue permitido aceptar (Harris, 1983; Delgado, 1984 y Whitehead, 1973). El
la oferta de la revolución armada, se trasladaron a las sentimiento por el lugar ha sorprendido a más de un
FLXGDGHV VDQGLQLVWDV ¿GHOLVWDV WXSDPDURV PRQWRQH- político o consultor internacional de desarrollo. Des-
ros, senderistas; la lista es larga (Kohl & Litt, 1974; afortunadamente, nos faltan los medios técnicos para
Gott, 1970 y Gillespie, 1983). LQFOXLUWDOHVVHQWLPLHQWRV\GHVHRVHQODSODQL¿FDFLyQ
y en la política de toma de decisiones; por tanto, los
Para muchos que deseaban un cambio social más rá- FRQÀLFWRV\ODVWHQVLRQHVFRQWLQ~DQ
pido en las recientes décadas, sus lugares y sus comu-
nidades se convirtieron en sus tumbas; en las tierras Sin embargo, hay por lo menos una tendencia en la cual
frías y altas de Ayacucho (Perú), en Uchuraccay y en HOOXJDU\HODIHFWRDOOXJDUHVWiQORJUDQGRVLJQL¿FDWL-
GRFHQDVGHWRGDYtDQRLGHQWL¿FDGRVOXJDUHVORVGHVDSD- vos y positivos avances; esto es el rápido desarrollo de
UHFLGRVKDQKHFKRHO~OWLPRVDFUL¿FLRSRUVXVYLHMDV\ la industria turística, la cual ha hecho quizá más por la
nuevas tradiciones (Thorndike, 1983). preservación del lugar que cualquier otro esfuerzo du-
rante los últimos veinte años. Pocos son los países que diferentes periodos. Se podrían comparar las historias
no tienen ahora un Ministerio o Secretaría de Turismo de vida (o geobiografías) de distintos grupos dentro de
que intenta dirigir a los turistas visitantes a una varie- la sociedad para ver que el lugar potencial de alguien se
dad de lugares notables. Lugares pintorescos, tradicio- incrementa enormemente en cuanto la cultura se hace
QDOHVUHPRWRV\H[yWLFRVKDQYXHOWRDFUHFHU5HVXOWD más compleja (Hernando, 1973).
aún mejor si esos lugares tienen un fotogénico folclor
de colorido, música y canciones (mientras más inteligi- Segunda, la evidencia del desarrollo de América Latina
EOHVPHMRU GDQ]DVDUWHVDQtDV\H[WUDxDVFRVWXPEUHV muestra que cada cultura tiene su manera propia y par-
Súbitamente, el mundo moderno tiene ansias por cono- ticular de usar y asignar un valor al lugar. Sin embargo,
cer y visitar nuevos lugares, y Latinoamérica tiene la aún el concepto de cultura podía ser demasiado burdo
fórmula de tener preeminencia en la lista de preferen- SDUDHVWLPDURHYDOXDUODVLJQL¿FDFLyQGHOOXJDU7HQ-
cias (Bryden, 1973). Aun el turismo interno es ahora GUtDPRVVRORTXHH[DPLQDUORVUHVXOWDGRVGLIHUHQFLDOHV
una industria en auge en muchos países. La población de la creación de lugar por las clases ricas y pobres de
urbana está siendo persuadida a “descubrir” su propio la misma cultura, para ver que las gradaciones sociales
país, y el transporte moderno ha hecho de cualquier lu- PiV ¿QDV GH DQiOLVLV VRQ QHFHVDULDV ,JXDOPHQWH LP-
gar un sitio de posible itinerario. portante es el factor tiempo: dentro de la misma clase
VRFLDOSRGUtDWHQHUOXJDUXQVLJQL¿FDGREDVWDQWHGLVWLQ-
Conclusiones to de un periodo a otro.

$XQTXH HVWH HQVD\R VREUH OD LPSRUWDQFLD \ VLJQL¿FD- 7HUFHUDOXJDUH[SHULHQFLDO²DTXHOORVOXJDUHVTXHXQR


do de “lugar” en América Latina solo nos ha permitido conoce personalmente a través de las suelas de sus pro-
observar un panorama fugaz de un tema que demanda pios zapatos, o las plantas de sus propios pies, a través
una más detallada atención, algunas conclusiones pue- de sufrir su clima, a través del amor o el odio hacia
GHQVHUIRUPXODGDV3ULPHUDH[LVWHVLHPSUHXQDVXQWR la gente que allí vive—. Estos lugares, desearía distin-
de escala. Si los lugares son construcciones sociales, guirlos de los lugares conceptuales, lugares que uno
entonces ¿cómo podríamos comparar, por decir mejor, visita rara vez, lugares en los que alguna vez se vive y
la casa o el hogar con el estado-nación? ¿Quizá debía- por los cuales uno estaría preparado para pelear o mo-
mos preocuparnos por los mecanismos operacionales rir (Tuan, 1975). El lugar conceptual descansa sobre
construcciones mentales en el sentido de que la infor-
132 ]

que permiten a la personas apegarse a los lugares de


mación sobre la cual basamos nuestros sentimientos es
tantas diferentes formas? Al nivel de la unidad domés-
VLJQL¿FDWLYDPHQWHLQGLUHFWD(VHOFDVRGHORVFRPHQWD-
WLFDRYLOODSHTXHxDHOSDUHQWHVFRHVGHPXFKDVLJQL¿-
[ Revista de Extensión Cultural | Número 60 |

rios de un fraile franciscano, quien en el siglo XVI habló


cación en la intensidad y frecuencia de la interacción.
de “Las Indias”, cuando es improbable que él hubiese
Sin embargo, teniendo en cuenta que en los niveles de
estado más lejos de la isla caribeña de La Española. O
sistemas de ciudades solo, quizá solo, algunas familias
los puntos de vista de los literatos argentinos respecto
pueden mantener lazos, es un hecho que la población
al salvajismo y primitivismo del campo del siglo XIX,
remanente recurrirá al uso de las variadas institucio-
FXDQGRHOORVKDEtDQGHMDGRFRQPXFKDGL¿FXOWDGODFR-
QHV H[LVWHQWHV TXH SUROLIHUDQ FRPR FOXEHV HVFXHODV
modidad de Buenos Aires (Franco, 1969). O la disposi-
vecindades, tiendas, etc., para mantener su vinculación
ción de muchos argentinos de enviar a sus hijos a morir
cultural anterior. Por tanto, el apego al lugar no se de- por un pequeño grupo de islas en las congeladas aguas
bilita con la modernización, sino que se transforma en del Atlántico sur (Gamba, 1986 y Coll & Arend, 1985).
nuevas y sutiles semejanzas. Uno puede ser una per- Esta es la conciencia del sentimiento de lugar que es
sona de muchos lugares en vez de ser de uno solo; y bastante diferente de aquel de la gente cuyos lugares
uno podría ser de cualquiera de aquellos lugares por son de su propia creación.
&XDUWD HO VLJQL¿FDGR GXDO GH OXJDU HQ LQJOpV TXLHUR Referencias
decir lugar como localización y como rango y orden)
encaja muy bien en los patrones de la percepción del Adorno, R. (1986). *XDPDQ3RPD:ULWLQJDQGUHVLVWHQFH
lugar en América Latina. La coincidencia de la cen- LQ&RORQLDO3HUX$XVWLQ8QLYHUVLGDGGH7H[DV
tralidad espacial y la importancia social en el periodo
colonial es por sí misma evidente. Aún más interesante Alaya, E. (1978). Lucha política y origen de los
es el hecho de que la élite pudo cambiar sus lugares partidos en Ecuador. Quito: Centro de Publicaciones,
JHRJUi¿FRVRUHVLGHQFLDV\DOPLVPRWLHPSRPDQWHQHU 3RQWL¿FLD8QLYHUVLGDG&DWyOLFDGHO(FXDGRU
su rango social. Debíamos quizás adicionar, a sus mu-
chos otros atributos, la habilidad de mantener prestigio Altamirano, T. (1984). 3UHVHQFLD DQGLQD HQ /LPD
metropolitana: estudio sobre migrantes y clubes de
al mismo tiempo que cambiar de identidad.
provincianos/LPD3RQWL¿FLD8QLYHUVLGDG&DWyOLFD
4XLQWDH[LVWHXQDSHUVLVWHQFLDGHOXJDU¢&XiQGLItFLO Anderle, A. (1985). Los movimientos políticos en el
ha sido en América Latina erradicar completamente los 3HU~. La Habana: Casa de las Américas.
OXJDUHV XQD YH] FRQVWUXLGRV H LGHQWL¿FDGRV" 4XL]i OD
memoria social es también abastecida por los artefactos Archivo Nacional de Colombia (1976). José Peinado
GHOSDLVDMHFRPRORHVSRUFXDOTXLHUWH[WRHVFULWR y José Antonio Piedrahita, Alférez Real y Teniente
2¿FLDO GH 0HGHOOtQ HQ SOHLWR SRU SUHHPLQHQFLD GH
Finalmente, el tamaño también crea una diferencia. asiento en las ceremonias públicas. Sección Policía,
'HVSXpVGHWRGRORJUDQGHFUHDFRQ¿DQ]D¢$TXLpQ vol. X, fols. 537-703.
en el poderoso Brasil, le importa realmente lo que
está pasando en las remotas y silvestres sierras de Arciniegas, G. (1966). Civilization an Barbarism.
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sus capitales nacionales? Debemos recordar que lo que
para uno es sagrado para otro es profano —profanación Baily, S. L. (1980). Marriage Paterns and Inmigrant
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133 ]
y utilización de recursos son los dos lados de la misma
moneda en el desarrollo—. Hay siempre un confort $PHULFDQ+LVWRULFDO5HYLHZ, 60(1), 32-48.
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nos provee de algo con abundancia es en la persistente
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ella (o colectivamente a su gente) le corresponde en
el hemisferio o en el mundo. Con Washington en el Benítez, L. (1965). 3DUD OD DQWRORJtD GH ORV EDUULRV
centro del mapamundi contemporáneo, parece una SRUWHxRV ³/RV 2OLYRV´ %DUUDFDV DO 1RUWH .
débil esperanza. Sin embargo, los latinoamericanos han Buenos Aires: s. e.
DSUHQGLGRDWUDYpVGHVXH[SHULHQFLDGHVLJORVTXHOD
esperanza en el futuro del lugar es el sello característico Benjamin, T. & McNellie, W. (Eds.) (1984). Other
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realmente es que el ser se vuelve consciente de sí mismo

Habitualmente, el futuro es una réplica del pasado […] El pasado


se perpetúa a sí mismo por medio de la falta de presencia

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