Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
San Francisco de Asís, con el nimbo, aureola que caracteriza a los santos en la iconografía cristiana.
Detalle de pintura realizada por Cimabue.
Índice
Catolicismo[editar]
Para los católicos, los santos forman la llamada Iglesia triunfante e interceden ante Jesucristo
por la humanidad, por los vivos en la Tierra y por los difuntos en el Purgatorio: es la
llamada comunión de los santos. Todos ellos, incluso los que no han sido oficialmente
reconocidos como tales, tiene su festividad conjunta en el Día de Todos los Santos, que se
celebra el 1 de noviembre y que para los católicos representa que, más allá del número de
personas canonizadas (es decir, de las cuales la santidad se afirma sin ambigüedad y se les
puede venerar), hay abundantes cristianos (e incluso no cristianos en sentido estricto,
como Abraham, Moisés, David, Job), que han alcanzado el ideal de comunión con Dios.
Los santos inscritos en el martirologio romano son los declarados por la Iglesia católica como
indudablemente presentes en el Cielo y, por tanto, pueden ser objeto del culto público, el
llamado culto de dulía, a diferencia del culto de latría, que no debe dirigirse más que a Dios.
Una excepción en estas categorías del culto representa la Virgen María, receptora de
la hiperdulía que se celebra en los lugares de apariciones marianas.
Aunque los antiguos santos eran declarados como tales por los obispos, el procedimiento, a lo
largo de los siglos, se ha ido centrando en Roma y, desde hace un milenio, solo el papa puede
celebrar canonizaciones. La Iglesia católica establece la santidad de ciertas personas
mediante los procesos abiertos por la llamada congregación para las causas de los santos. El
proceso de santificación tiene que pasar por las etapas de venerabilidad, beatificación y
canonización. El proceso de canonización adopta las formas de un proceso judicial en el que
una persona (el «promotor de justicia», tradicionalmente llamada promotor de la fe) examina y
cuestiona la supuesta santidad del candidato propuesto por el postulador de la causa.5 En este
sentido, el postulador asume el papel de «fiscal», pues debe «demostrar» la santidad del
candidato, y el promotor actúa como la «defensa», pues le basta mostrar dudas razonables
contra la causa. Aunque el derecho canónico establece un tiempo mínimo entre el
fallecimiento de una persona y el inicio de su causa de canonización en Roma, los plazos son
muy variables.
El papel de los santos en la Iglesia y entre los creyentes ha evolucionado mucho durante la
segunda mitad del siglo XX. El culto que se les solía rendir se ha ido matizando y sus
imágenes son más utilizadas como ejemplos que como agentes de intercesión, papel que
desempeñaron con fuerza durante siglos. El Papa Benedicto XVI afirma:
«El santo es aquel que está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo
irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a renunciar a todo,
también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que experimenta y transmite en el servicio
humilde y desinteresado al prójimo.»6
Desde el Concilio Vaticano II, los procedimientos han cambiado, los plazos se han hecho más
cortos y el número de milagros post-mortem necesario, que antes podía alcanzar varias
centenas (en función de la credulidad de las épocas), se ha reducido a dos.
Existen más de 10 000 beatos y santos.7 El reverendo Alban Butler publicó Lives of the
Saints (La Vida de los Santos) en 1756, conteniendo 1,486 santos. La última edición de esta
obra, editada por el padre Herbert Thurston, S.J. y el autor británico Donald Attwater, contiene
las vidas de 2,565 santos.8
Bajo el pontificado de Juan Pablo II, en un período de 25 años, se proclamaron más de 1.300
beatificaciones y canonizaciones, mientras que sus predecesores necesitaron varios siglos
para unas centenas de declaraciones.
Es indispensable entender que los títulos postmortem de siervo de
Dios, venerable, beato, santo y patrono son títulos honoríficos o simbólicos, que la Iglesia
católica cede a personajes importantes de su seno, y no representan nada sobrenatural; son
títulos humanos, a modo de distinción hacia los católicos que se dedicaron al progreso de
la humanidad, en general bajo la inspiración divina.