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Método
La elección metodológica para los dos primeros apartados consistió en hacer un
recorte parcial, a través de revisión bibliográfica, del posicionamiento positivista sobre la
criminalidad en la criminología argentina.
El análisis de cómo este posicionamiento fue reeditándose a lo largo de los años de
manera que se expresa, bajo formas más o menos larvadas o explícitas, en las legislaciones
modernas y los instructivos que se construyen a partir de ellas, se hizo por medio del estudio
comparativo entre concepciones de la criminalidad que decantan de aquella revisión, y la que
se desprende del análisis de documentos contemporáneos.
Se leyeron al azar 200 informes psicológicos escritos entre los años 2007 y 2009 en
distintas unidades penales de la provincia. Se comparó el análisis formal de dichos informes
con los contenidos expresados en los planes de estudio y programa analítico de materias
afines de las Facultades de Psicología de la UNLP y la UBA.
a. El condicionante histórico
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Agregado en edición de 1983.
trasplantadores del positivismo criminológico, los de muchas de las familias más
encumbradas en la sociedad de Buenos Aires. Basta repasar la lista de los fundadores de la
Sociedad de Antropología Jurídica (...) que se constituyó el 18 de Febrero de 1888”.
Esto queda claro también revisando “Criminología Argentina” de Rosa Del Olmo
(1992). En este escueto texto de Del Olmo queda en evidencia la trabazón entre los grupos de
intelectuales burgueses de la segunda mitad del siglo XIX (como puede serlo por ejemplo la
Sociedad de Antropología Jurídica), la fluidísima comunicación con los máximos
representantes del positivismo italiano (Lombroso, Ferri, Garófalo), y cómo estas ideas
intentan sostener la inclusión de la Argentina en el concierto mundial del toma y daca
capitalista que le reservaba a esta última el papel de proveedora.
Ahora bien, esta autora describe una transformación importante que sufre el
positivismo criminológico en Argentina sobre fines de siglo XIX. Éste consiste en el fracaso
del positivismo criminológico del campo legal y el comienzo de la criminología clínica de la
mano de las ciencias naturales, sobre todo la medicina y la psiquiatría. De esta manera se
delega en la psiquiatría el deber de responder sobre aquellas conductas consideradas extrañas.
Así como los médicos habían forjado su ciencia a partir del estudio de los enfermos,
los criminólogos (continuando el procedimiento clínico del maestro italiano Lombroso,
aunque no con la misma perspectiva teórica) comenzaron a construir su saber a partir de los
presos. En efecto, la concepción patológica de la criminalidad sería entonces una de las
grandes vertientes teóricas que, de la mano de José Ingenieros, venían a dar respuesta al
fenómeno de la criminalidad en estas latitudes.
Rosa del Olmo (1992) muestra cómo Francisco P. Laplaza pasa en limpio las
principales disidencias de Ingenieros respecto de Lombroso en el V Congreso Internacional
de Psicología celebrado en Roma en 1905. Una de las principales consistía en la preeminencia
de la psicología criminal por sobre la morfología criminal. El mismo Ingenieros hacía esta
diferencia llamando a la primera psicología científica y a la segunda morfología empírica.
Bergalli asegura que la participación de las concepciones de la peligrosidad y el papel
que jugó la criminología como herramienta justificadora de las distintas formas de
persecución y encierro durante las cíclicas interrupciones de períodos democráticos en
argentina, hizo que progresivamente la criminología fuera quedando relegada a un empleo
clínico. Esto es, relegada a un uso “...de simple técnica clasificatoria de individuos en el
campo de la administración de establecimientos penitenciarios, construyendo tipologías de
sujetos más o menos peligrosos en el análisis de la población de cárceles y manicomios y sin
tener ninguna trascendencia en los ámbitos académicos en torno a la búsqueda de un
conocimiento auténtico de la realidad social donde se genera la verdadera criminalidad”
(Bergalli, 2002). Nótese al respecto la actualidad del planteo de Bergalli, quien hacía esta
aserción en 1983, en función del problema que nos encontramos en vía de análisis.
Al respecto también Lila Caimari (2004) refiere que “en la Argentina, la confluencia
entre criminología y prisión tuvo consecuencias importantes (...) Es que esta relación no se
redujo a la recolección de datos empíricos, sino que fue integrada al diseño institucional de la
administración del castigo: además de ser exhibidos en revistas científicas y congresos
internacionales los diagnósticos que producía el instituto de criminología estaban destinados a
cimentar decisiones institucionales concretas con respecto a la terapia de un penado, o su
libertad condicional”.
Con posterioridad a Ingenieros, y a diferencia de éste, Osvaldo Loudet (el tercer
director del Instituto de Criminología a nivel nacional) quería abarcar todos los factores
intervinientes en una real orquestación multicausal. Estas historias criminológicas eran el
sinónimo de auténticas biografías científicas totales. Sin embargo esta exploración meticulosa
traía problemas de legibilidad estatal, de “traducción de jeroglíficos sociales a formatos
simplificados, administrativamente útiles” (Caimari, 2004). Vemos entonces cómo la función
del criminólogo dentro del ámbito penal evoluciona hacia un sistema de evaluación
pretendidamente exhaustivo pero cosificante, que colisionaba con la posibilidad de traducir
esa evaluación a elementos legibles para los destinatarios.
En el ámbito de la provincia de Buenos Aires será Italo Luder quien sistematizará los
principales fines asignados al Instituto de Investigaciones y Docencia Criminológicas, creado
en a mediados de s.XX. Se estatuye por medio de anteproyectos y luego en el texto de la ley
de ejecución penal que a éste le corresponde: “Estudiar la personalidad del delincuente en los
hechos que la fundamentan y desenvuelven (disposición y mundo circundante) y el hecho
delictuoso considerado como expresión de aquella” (Luder, 1950).
Veremos a continuación sintéticamente cómo la concepción del delito generado por la
personalidad como nexo causal inmediato, continuará presente hasta la actualidad.
b. El condicionante normativo
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Hasta el momento de la publicación del presente trabajo sólo se han reglamentado los artículos 27, 28 y 29 de
esta normativa.
¿Cuál es la finalidad última del dictamen sobre la personalidad de un sujeto en
contexto de encierro si esa información (suponiendo que sea posible relevarla) va a
ponderarse en función del acto delictivo que motiva esa detención, y por lo tanto esa
evaluación? Esa finalidad no puede ser muy distinta a la de erigir un saber omnipotente sobre
la persona del otro. Si de la personalidad encontrada se deduce lógicamente el acto pasado
(criminal, tabulado por el código penal), y se agrega la hipótesis suplementaria de que esa
personalidad es inmutable en el tiempo, hace falta un mínimo esfuerzo lógico para deducir
que esa conducta volverá a repetirse a futuro. De esta manera la práctica profesional termina
por convertirse en el mero ejercicio de un poder punitivo que no solo aplasta a los sujetos
sobre los que recae la evaluación, sino que apunta a mantenerlos excluidos, a reafirmar su
lugar de “residuo humano”, en términos de Zygmunt Bauman (2008).
Como se dijo, la ley de ejecución penal antes mencionada y su reglamentación es el
marco legal que estatuye a grandes rasgos la tarea del psicólogo en este ámbito. Las
resoluciones internas emanadas por la Jefatura del Servicio Penitenciario son aquellas que
buscan dar especificidad y ajustar los parámetros dentro de los cuales esa práctica debe
transcurrir. En ese sentido, lejos de relativizar las interpretaciones deterministas acerca de la
personalidad del delincuente y el uso liviano de categorías psicodiagnósticas, estas
resoluciones reiteran en eco aquella relación causal directa entre la personalidad del
delincuente y el acto delictivo. Así es como las resoluciones 1810/06, 4343/07, por dar sólo
dos ejemplos, requieren de la evaluación psicológica un diagnóstico de personalidad en vías a
establecer un vínculo determinista, aunque tácito, entre ésta y el delito.
La pregunta que surge llegado este punto es central para repensar la formación del
psicólogo en el ámbito penal, y poder discriminar si estamos frente a un problema de falta de
formación únicamente en criminología o ante un problema en que esta falta sería un factor
más que influye en la reproducción de las prácticas descriptas en un concierto más amplio de
condicionamientos.
De la revisión de las currículas de las dos Facultades de Psicología más grandes de la
región (UNLP y UBA) surge una clara tendencia al desarrollo de programas exhaustivos y
metódicos en el ámbito de la evaluación psicológica. En ambas currículas se trabaja por
separado y en profundidad las características de la evaluación psicométrica tanto así como
proyectiva, poniendo énfasis en sus rasgos principales y cuidado metodológico para lograr
evaluaciones consistentes a través de convergencias y recurrencias halladas inter-test, intra-
test y respecto de la o las entrevistas clínicas. Asimismo se puntualizan los límites de una
evaluación psicológica, las características de los informes en función de los destinatarios y la
especificidad del ámbito de aplicación de dichas evaluaciones.
Atendiendo a que el grueso de la población de psicólogos del SPB proviene de estos
centros académicos nos encontramos en condiciones de afirmar que, mayoritariamente, la
formación de grado se contradice con el tipo de producción predominante, que asume
características como las relevadas por Areta y que violan principios extremadamente básicos
de la evaluación psicológica.
En esta línea de análisis es que se tornan escalofriantemente reales los riesgos que
conllevan las actividades reservadas al título en materia de elaboración, certificación de
informes, dictámenes y peritajes psicológicos descriptos por AUAPSI (2007). Es decir, lo que
allí se expresa como riesgo pasa a ser una descripción punto por punto de lo que acontece en
este ámbito con altísima frecuencia, a saber:
“Elaborar informes, dictámenes y peritajes donde no se establezcan claramente los
alcances, las limitaciones y el grado de certidumbre de lo afirmado, exponiendo a las
personas al arbitrio de quien lo interpreta, a los fines de la toma de decisiones.”
“Realizar informes, dictámenes y peritajes donde no resulten claros los fundamentos
de lo afirmado, exponiendo a las personas al arbitrio de quien lo interpreta, a los fines de la
toma de decisiones.”
“Elaborar informes que provoquen daños por la adjudicación de etiquetamientos que
las personas pueden asumir debido al carácter oficial de esos escritos.”
“Elaborar informes, dictámenes y peritajes erróneos, con información insuficiente o
ambigua, que ocasionen perjuicios cuando son utilizados para la toma de decisiones.”
Vemos de esta forma que no es necesario apelar a la falta específica de formación en
criminología cuando lo que se violan son principios básicos de la evaluación psicológica y su
expresión a través de informes y dictámenes. Sin embargo cabe preguntarse entonces cómo es
que la formación de grado, teniendo las características relevadas líneas arriba en materia de
evaluación, se eclipsa en la práctica concreta en el ámbito penal.
Consideremos lo siguiente: si la evaluación psicológica de las personas privadas de la
libertad no debe realizarse únicamente bajo los cánones de la administración de pruebas
psicológicas, y aún siendo pertinente su implementación el uso que se hace de ellas es
deficiente, entonces ya no resulta superfluo preguntarse por la falta de formación específica
en criminología. Por otra parte lo que los informes existentes actualmente ponen de
manifiesto no es sólo un uso erróneo definido dentro del específico campo de la evaluación
psicológica, sino una concepción de la delictividad similar a la erigida en el campo médico-
psiquiátrico de mediados de siglo XX como la mencionada más arriba (Foucault, 2007), o
como la que se desprende del comienzo de la criminología argentina.
En este sentido no resulta menor el hecho de que los actuales planes de estudio de las
carreras de psicología de la UNLP y la UBA datan del año 1985, sin haber sufrido
modificaciones mas allá de las que cada titular de cátedra propusiera para el programa de su
asignatura. Esto ha dejado por fuera el hecho de que desde entonces y al presente ciertos
campos profesionales, entre los que se encuentra la psicología forense, han proliferado
notablemente.
El crecimiento del campo de la criminología y la psicología jurídica junto con la
complejización cualitativa y multiplicación cuantitativa de los ámbitos de intervención, hacen
de la formación en criminología un aspecto de la formación del psicólogo que se encuentra en
déficit respecto del vasto campo de aplicación al que los psicólogos acceden en lo concreto.
Esto resulta más preocupante si tenemos en cuenta el enorme peso que este tipo de informes
tiene en las decisiones de los jueces y por ende las consecuencias que conllevan en la vida de
las personas sometidas a estas “evaluaciones”.
Los atravesamientos discursivos de las instituciones penales y afines son tan vastos y
complejos que, como en toda intervención psicológica responsable, se torna necesaria una
descentración crítica respecto del entorno en que dicha práctica acontece. El acceder a
espacios de formación críticos en criminología otorgaría herramientas para que el psicólogo
pueda tomar esa distancia instrumental que le permita ser un agente de salud y no uno de
control, reproduciendo prácticas provenientes de pugnas de poder que lo sobredeterminan. En
síntesis: si el psicólogo en este ámbito de intervención pone en práctica ideologías que, en
forma de apreciaciones morales y patologización de la delincuencia, reproducen discursos de
corte positivista supuestamente superados por la historia científica y social, es necesario erigir
espacios de formación en que esa historia pueda revisarse a la luz de la práctica actual.
Conclusiones