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Literatura y política en las

décadas de los 50, 60 y 70.


PUBLICADO EL MAYO 11, 2013  POR CORAL.

La literatura latinoamericana ha sido desde su nacimiento un fenómeno social


que ha ido variando en el tiempo acorde con los sucesos de las épocas que traspasaba. Las
décadas de los 50 y de los 60 se caracterizaron por las constantes dictaduras y la violencia que
azotaba el continente. Ante este panorama nos encontramos con autores que querían que su arte
influyese en la sociedad, que no fuera un simple ocio. Los escritores pretendían buscar
soluciones a los problemas y dar cuenta de la realidad que sufrían los países que habitaban.
Aquí surgió el gran debate de si la literatura debía de politizarse o no. Los autores del momento
se situaron en una de las dos posturas; sin embargo, tanto los que querían como los que no,
acabaron reflejando sus opiniones e ideologías.

La literatura y la política estaban sufriendo transformaciones radicales. Los escritores dejaban


huella en sus escritos del ambiente de revolución que se vivía y algunos de los textos quedaban
impregnados de la experimentación con nuevas formas literarias que surgían para expresar la
compleja realidad.  Estas nuevas formas brotaron como originales líneas narrativas en las que
se reivindicaba la riqueza de lo propio y se rechazaba lo exterior. Se cuestionaban las versiones
aceptadas de la sociedad y se obligaba al lector a tomar partida en los hechos que leía. Ante esta
voluntad por parte de los escritores de influir en la sociedad y de transmitir sus ideales y
denuncias del panorama del momento, surgieron dos modos de hacer novela. En primer lugar,
una clave comunicante que apoyaba la fácil lectura y el impacto emocional directo con
transmisión de ideología; en segundo lugar, la clave vanguardista, que se presentaba como un
nuevo modo de hacer novela en el que se defendía la literatura experimental y novedosa y se
pretendía transformar al lector y el concepto de realidad.

Julio Cortázar expuso en su obra Literatura en la revolución y revolución en la


literatura que la novela revolucionaria no es solamente la que tiene un “contenido”
revolucionario, sino la que procura revolucionar la novela misma, la forma novela, y por ello
utiliza todas las armas de la hipótesis de trabajo, la conjetura, la trama pluridimensional, la
fractura del lenguaje; desde luego. Vemos, pues, como el escritor se sitúa en la segunda línea,
la experimental, y esta forma de revolucionar la novela se refleja de forma directa en sus textos,
en los cuales su objetivo es comunicar verdades y agitar al lector. Para ello el lector debía de
ser activo y pensar acerca de lo que leía.

En cuanto a las armas de estos escritores que pretenden revolucionar a través de su oficio,
vemos el trasfondo del ataque al concepto de la realidad. En La noche boca arriba de Cortázar
vemos la contraposición de planos entre el accidente que sufre el protagonista y las pesadillas
que tiene en el hospital:

El olor a guerra era insoportable, y cuando el primer enemigo le saltó al cuello casi sintió
placer en hundirle la hoja de piedra en pleno pecho. Ya lo rodeaban las luces, los gritos
alegres. Alcanzó cortar el aire una o dos veces, y entonces una soga lo atrapó desde detrás.
-Es la fiebre –dijo el de la cama de al lado-. A mí me pasaba igual cuando me operé del
duodeno.

Del mismo modo, en la obra de Onetti El infierno tan temido vemos como las imágenes del
pasado se entrelazan con las del presente, creando dos mundos paralelos que conforman una
compleja estructura narrativa que explora la difícil estructura social del momento.

El hecho de crear personajes con facultades peculiares también es un modo de cuestionar la


realidad. Borges, en su cuento Funes el memorioso, nos presenta a un protagonista que vive del
pasado y que se dedica a recordar los momentos que ya ha vivido, sus recuerdos. Es un hecho
fantástico tratado como algo que puede suceder en la vida cotidiana:

Esos recuerdos no eran simples; cada imagen visual estaba ligada a sensaciones musculares,
térmicas, etc. Podía construir todos los sueños, todos los entresueños. Dos o tres veces había
reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido
un día entero.

Otra forma de revolucionar la narrativa era poner en duda el concepto de realidad y de autor.
En su cuento Pierre Menard, autor del Quijote, Borges hace una parodia de un ensayo
académico y obliga al lector a reflexionar sobre su técnica de lectura, cuestionando la literatura
precedente:

El texto de Cervantes y el de Menard son verbalmente idénticos, pero el segundo es casi


infinitamente más rico. (Más ambiguo, dirán sus detractores; pero la ambigüedad es una
riqueza).

Por otra parte, autores como Cortázar critican la cotidianidad de la sociedad y el hecho de que
no se ponga remedio a ella. En el breve cueto Casa tomada se presenta la conflictividad como
algo conflictivo, y algo tan fantástico como la toma de posesión de la casa por parte de un
monstruo es narrado como algo natural y la actitud de los personajes ante esta situación es de
pasividad, hecho que indigna a la persona que lo lee:

Hacíamos la limpieza por la mañana, levantándonos a las siete, y a eso de las once yo le
dejaba a Irene las últimas habitaciones por repasar y me iba a la cocina. Almorzábamos al
mediodía, siempre puntuales […]
Fui a la cocina, calenté la pavita, y cuando estuve de vuelta con la bandeja del mate le dije a
Irene:
-Tuve que cerrar la puerta del pasillo. Han tomado parte del fondo.
Dejó caer el tejido y me miró con sus graves ojos cansados.
-¿Estás seguro?
Asentí.
-Entonces –dijo recogiendo las agujas- tendremos que vivir a este lado.
La dislocación del narrador también es un elemento importante en la línea experimental.
Cortázar utiliza este recurso en Axolotl, en donde la voz bascula entre un bicho y el personaje.
Esta ausencia de coherencia el da un toque mágico a la narración:

A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos posándose con suavidad en el
musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos
un poco nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas,
fatiga. El tiempo se siente menos si nos estamos quietos.

Otro método de agitación del lector consiste en utilizar otras formas de arte para comunicar. Es
el caso de El perseguidor, donde Cortázar utiliza la música violenta de Johnny para expresar la
revolución agitada que se está viviendo en el exterior.

García Márquez presenta el realismo mágico como respuesta al dilema de cómo escribir de
manera revolucionaria e impregna sus escritos del fenómeno de la transculturación. Por
ejemplo, en su cuento El ahogado más hermoso del mundo asocia la aparición de un agente
exterior como algo positivo para los indígenas del Caribe.

Caso aparte es la novela de Vargas Llosa Los cachorros, en la que sí se presenta una


perspectiva marxista y socialista desde una historia banal a través de la cual se analizan los
valores morales. Se trata de una crítica social a través de un ejemplo individual que pretende
crear la confusión en el lector. El autor también utiliza recursos novedosos y poco utilizados,
como la aparición de diferentes personas en una misma frase mezclado con el estilo indirecto:

Cuenta Cuéllar, hermanito, qué pasó, ¿le había dolido mucho?, muchísimo, ¿dónde lo había
mordido?, ahí pues, y se muñequeó, ¿en la pichulita?, sí, coloradito, y se rió y nos reímos y las
señoras desde la ventana adiós, adiós corazón, y a nosotros solo un momentito más porque
Cuéllar todavía no estaba curado y él chist, era un secreto, su viejo no quería, tampoco su
vieja, que nadie supiera, mi cholo, mejor no digas nada, para qué, había sido en la pierna
nomás, corazón ¿ya?

En todas las obras citadas vemos la convergencia de las problemáticas políticas y literarias, ya
sea a través de la revolución de formas o a través de ejemplos concretos, como en el caso de
Los cachorros. Hay una politización de cultura y una intención de promover las conciencias.

Los primeros relatos mencionados datan de la década de los 50, pero los dos últimos pertenecen
a la de los 60, en donde las esperanzas de cambio por el triunfo de la Revolución cubana han
perecido por el resultado que tuvo este proceso. A este hecho hay que añadirle la ruptura de la
democracia, la revolución capitalista y el desvanecimiento de la ilusión de independencia de
los EE.UU. Vemos, pues, que la crítica se hace más directa y la negatividad aumenta. En este
contexto de pesimismo algunos autores se preguntan qué deben hacer ante la situación y cómo
deben escribir sus obras. Es el caso del cantautor cubano Silvio Rodríguez y su canción  Playa
Girón, en la que llega a la conclusión de que la mejor manera de saber es dejar que aquellos
que viven las historias las narren:
¿Hasta dónde debemos practicar las verdades?
¿Hasta dónde sabemos?
Que escriban, pues, la historia, su historia, los hombres del <<Playa Girón>>

La poesía que surge en este contexto también se presenta desencantada por la Revolución
cubana y es de tipo comunicante, de fácil lectura y que conciencia al lector acerca de lo que lee.
Un claro ejemplo es el poema de Fernández Retamar El otro, en el que deja claro su postura
acerca de la violencia llevada a cabo en la Revolución y se lamenta de las muertes que se
llevaron a cabo:

Nosotros, los sobrevivientes,


¿a quién debemos la sobrevida?
¿quién se murió por mí en la ergástula,
quién recibió la bala mía?

A través de estos ejemplos, podemos comprobar que toda literatura posee alguna marca
ideológica, y que existen diferentes tipos de métodos que se pueden emplear para transmitir
verdades y para hacer recapacitar al lector acerca de la realidad que vive. También se refleja en
ellos el ambiente y el contexto de cada momento y los autores trasladan al papel los
sentimientos que tienen con respecto a ello.

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