Vous êtes sur la page 1sur 12

Respuestas digitales a la crisis del Coronavirus.

Inteligencia artificial, la
sobrerregulación europea y la difícil transición hacia una economía
irreconocible.

Moreno-Izquierdo, L.*, Pedreño-Muñoz, A.**

* Departamento de Análisis Económico Aplicado. Universidad de Alicante.


** Catedrático en Economía Aplicada.

Resumen.

La actual crisis del coronavirus pilló por sorpresa a China y a los países de su entorno.
Europa y Estados Unidos miraron expectantes, con tiempo para pensar sus políticas de
reacción, para medir sus recursos, para advertir a sus ciudadanos. Algunos meses después, y
con medio Occidente confinado cuando se escribe este artículo, Asia ha resultado ser la gran
vencedora de esta situación tan excepcional, con menos muertes y una recuperación
económica que se averigua acelerada en comparación con Europa y Estados Unidos.

Decenas de motivos podrían explicarnos esta diligencia asiática que marca


diferencias. Pero entre todos ellos queremos destacar el componente tecnológico. Sus
Gobiernos han sabido entender y aplicar el potencial de la inteligencia artificial y la
digitalización, dejando en evidencia a una temerosa Europa y a la Administración de Donald
Trump.

Palabras clave: coronavirus, Covid-19, inteligencia artificial, Europa, Asia.

Abstract.

The current coronavirus crisis took China and surrounding countries by surprise.
Europe and the United States looked on expectantly, with time to think about their reaction
policies, to measure their resources and to warn their citizens. A few months later, and with
half the West confined at the time of writing, Asia has proved to be the champion in this
exceptional situation, with fewer deaths and an economic recovery that is proving to be
accelerated compared to Europe and the United States.

Dozens of reasons could explain this Asian diligence that makes a difference. But
among all of them we want to emphasize the technological component. Their governments
have known how to understand and apply the potential of artificial intelligence and
digitalisation, leaving a fearful Europe and the Donald Trump Administration in evidence.

Keywords: coronavirus, Covid-19, artificial intelligence, Europe, Asia.

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


Respuestas digitales a la crisis del Coronavirus. Inteligencia artificial, la
sobrerregulación europea y la difícil transición hacia una economía reconocible.

1. Introducción. Recogimiento y reflexión.

Puede que aún sea pronto para reflexionar con la frialdad y objetividad que la crisis
provocada por el coronavirus requiere. Todavía contabilizando centenares de muertes en
nuestro país, España, y decenas de miles en todo el mundo, se hace difícil no sentir más
recogimiento que ganas de reflexionar. Más manifestar el pesar por todas las personas
fallecidas y sus familiares, que por detenernos a analizar cifras confusas y sensaciones
cubiertas de frustración.

Pero es nuestra labor como economistas trabajar por recobrar el bienestar que
supondrá esta terrible tragedia social y laboral para gran parte de la ciudadanía. Y para ello se
requiere de una reflexión urgente y profunda.

En este trabajo trataremos de responder algunas de las cuestiones que nosotros


mismos hemos planteado en la obra Pedreño-Muñoz y Moreno-Izquierdo (2020), y que
pueden explicar por qué el COVID-19 ha tenido mayor efecto en Europa y en economías
como la italiana y la española que en Asia. También se han recogido en este artículo
cuantiosas valoraciones y preocupaciones que nuestros colegas académicos y amigos
empresarios nos han hecho llegar en los últimos días.

2. El retraso digital de Europa y el efecto del COVID-19.

Europa se ha enfrentado a la pandemia más importante de la historia de la era de la


globalización sin apenas defensas tecnológicas de vanguardia. Los débiles ecosistemas
tecnológicos europeos contrastan con el potencial de las economías asiáticas de referencia
(incluída Israel), que durante las últimas décadas han impulsado sus industrias con un claro
objetivo: ser competitivos en la IV Revolución Industrial.

Esto supone una adecuada política educativa orientada a los sectores de futuro, la
inversión de miles de millones de dólares en empresas de alta innovación, y la creación de
parques tecnológicos donde la extraordinaria colaboración ​universidad-empresa se refleja en
el volumen de patentes y la profesionalización de investigadores, científicos y doctores en el
sector privado (Figura 1). Todo lo contrario que en el caso europeo.

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


Figura 1. Porcentaje de investigadores desempeñando su actividad profesional en empresas.

Fuente: Pedreño-Muñoz y Moreno-Izquierdo, 2020.

La crisis del COVID-19 nos ha demostrado que la tecnología y la investigación


aplicada es la gran aliada para combatir los efectos de una pandemia. Pero la capacidad de
producir ​tests,​ para rastrear a la población, para advertir de los efectos de la pandemia, para
teletrabajar, o para impartir docencia ​online no solo requiere de ordenadores y personas
predispuestas. Sobre todo necesita una educación previa de la ciudadanía, una orientación de
nuestras inversiones a la I+D más productiva, unas empresas y administraciones
digitalizadas… y esto implica décadas de esfuerzo, acuerdos políticos y sobre todo mucha
determinación.

En Europa nos hemos beneficiado de la disrupción digital generada primero en


Estados Unidos por las Google, Apple, Facebook, Airbnb, y otras cientos de tecnológicas de
primer nivel. Y ahora lo hacemos de las asiáticas Xiaomi, Huawei, Tencent o Alibaba Group.
Pero nuestra dependencia tecnológica y sobre todo la falta de inversión en ciencia y los
recortes durante largos años, dificultan que nuestros gobiernos y empresas respondan a ​cisnes
negros (​ ver Taleb, 2007), como lo ha sido la pandemia que padecemos, con la eficiencia,
flexibilidad y solvencia con la que lo hacen las líderes en innovación.

Solo las apuestas a largo plazo acercan a una región a la competitividad tecnológica.
Como lo fue el programa de las ​autopistas de información de la Administración
Clinton-Gore. Como lo han sido los planes de desarrollo de inteligencia artificial de Obama

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


en EE.UU. o de alta capacitación en Canadá todavía vigentes. O como lo es el Plan “Made in
China 2025”, el programa de innovación más ambicioso de la historia de la humanidad
creado para proclamar al gigante asiático líder global en el próximo lustro, con más de 70.000
millones de dólares destinados únicamente en 2020.

Europa carece de estos planes, y por tanto de soluciones. A día de hoy (Figura 2) la
media de inversión en I+D en la UE es de un 2%. La mitad que Corea del Sur. La mitad que
Israel. Inferior a un país en pleno proceso de industrialización como China. Casi un punto
inferior al conjunto de Estados Unidos. Solo California invierte en la creación de nuevas
empresas (​venture capital​) más que la suma de todos los países europeos juntos (Figura 2).

El viejo continente sigue mirando a su pasado industrial glorioso, embelesado por sus
automóviles, su turismo, su construcción, sus empresas textiles. Y como resultado, su
inversión en I+D, además de ser insuficiente, no se enfoca a las nuevas tecnologías, como
demuestran por ejemplo la evolución de sus patentes de productos digitales en las últimas
décadas (Figura 3).

Es lo que en economía de la innovación se conoce como ​Ley de Cardwell (Cardwell,


1972; Mokyr, 1994): el retraso provocado por no aceptar que los tiempos cambian, que la
destrucción creativa ​de Schumpeter es una ola que nadie puede detener. Tampoco Europa.

Figura 2. Inversión en I+D respecto al PIB.

Fuente: Pedreño-Muñoz y Moreno-Izquierdo (2020).

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


Figura 3. Volumen de inversión en capital riesgo (millones de dólares) (año 2017)

Fuente: Pedreño-Muñoz y Moreno-Izquierdo (2020).

Figura 3: Registro de patentes relacionadas con las tecnologías 2.0 en diferentes oficinas

Fuente: Pedreño-Muñoz y Moreno-Izquierdo (2020).

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


3. La sobredimensión de la protección de datos y el confinamiento.

Salgamos a la calle y preguntemos al primer ciudadano que encontremos con una


mascarilla y guantes, que pasea con miedo de poder contagiar el virus a cualquier persona
mayor: ¿estaría usted dispuesto a ceder a su Gobierno la información sobre si está contagiado
con coronavirus, o para conocer si alguien cerca de usted lo está? ¿Permitiría que su
Gobierno le advirtiera de que es importante que se quede en casa para no poner en riesgo la
vida de otras personas ya que usted está contagiado? ¿Aceptaría que en los supermercados,
restaurantes y bares conocieran si usted está contagiado para permitirle el acceso al mismo, y
prevenir así que la enfermedad se propague y la economía entre en un colapso absoluto?

Seguramente la gran mayoría de las personas dirían “Sí, acepto” casi sin dudarlo.
Todos hemos demostrado nuestro compromiso y empatía por nuestros seres queridos, por
nuestros vecinos y hasta por desconocidos. Aguantamos el confinamiento porque sabemos
que es necesario e importante para prevenir muertes. Pero los autores de este artículo no
damos crédito a los despropósitos normativos que impiden un control mediante la inteligencia
artificial de la salud de los ciudadanos. Algo que en China, Corea del Sur, Japón, Taiwan y
Singapur ha supuesto salvar miles de vidas.

En la Unión Europea, a diferencia de otras regiones del mundo, la privacidad está


recogida como un derecho fundamental (Artículo 8 de la Carta de los Derechos
Fundamentales de la Unión Europea del año 2000). Y es algo que puede ser considerado
positivo. Pero no lo es tanto entender este derecho por encima incluso del de la salud o la
propia vida de las personas.

Reflexionemos por un momento. Europa, que hace unas décadas vivió aterrada el
ascenso de los totalitarismos, del fascismo, del nazismo y hasta el yugo soviético, podría
tener ciertas reticencias de sus gobernantes. Aunque siendo sinceros, las actuales democracias
y los sistemas parlamentarios poco futuro auguran a nuevos alzamientos militares. De hecho,
estas situaciones de indefensión ciudadana están dando alas a grupos extremistas y radicales,
a ambos lados de la balanza política, para criticar nuestros sistemas democráticos y
económicos, y reclamar ciertas actuaciones que solo conducen a odio y enfrentamiento.

Pero sigamos con la reflexión. Aceptemos que nuestros presidentes y ministros, ante
el riesgo de convertirse en seres maquiavélicos en caso de contar con nuestra información, no
deben tener acceso a ciertos datos… ¿pero qué ocurre con las empresas que sí cuentan con
toda esa información? ¿no existe el riesgo de que tales empresas actúen de forma oculta con
nuestros datos para obtener mayores ingresos? ¿Por qué confiamos entonces en ellas?

Google registra algo tan sensible como lo que nos interesa según las búsquedas que
hacemos en su web. Las empresas telefónicas saben cuándo salimos y con quién estamos en
base a nuestra conexión móvil. La compañía eléctrica sabe las horas que estamos en casa.

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


Todas hacen negocio con nuestros datos. Incluso los venden de forma paquetizada a otras
empresas o ayuntamientos. Y todos lo permitimos, porque confiamos en ellas. Aceptamos la
cesión de datos con un fin, y solo con un fin. ¿Por qué no puede hacerlo un Gobierno? ¿Es
más fiable Amazon o Apple que todo el Poder Judicial y la Fiscalía de un país, que deben
velar por sus ciudadanos de manera independiente?

Si a los ciudadanos nos preocupara tanto preservar al 100% nuestra privacidad,


muchos vivirían en refugios en montañas de cualquier Parque Nacional. Y aún así, muy
previsiblemente, sería imposible escapar de las cámaras de los científicos ocupados en el
estudio del apareamiento del oso pardo en primavera. En la era digital, la sobredimensión de
la privacidad es un absurdo disparate.

Pero de forma justificada y extraordinaria, toda esta información tan privada y


sensible almacenada por Google o Telefónica puede ser requerida por las investigaciones
judiciales para detener a asesinos, ladrones o violadores. Todos estaremos de acuerdo en que
no hay ningún problema: las personas inocentes querríamos que gracias a la trazabilidad de
nuestros móviles quedáramos descartados como sospechosos. Y entonces, cabe preguntarse,
¿acaso el COVID-19 no es una situación de tanta excepcionalidad y gravedad que sería
necesario plantearse el uso de nuestros datos para salvar vidas? ¿Acaso no hay garantías
judiciales suficientes en Europa para que, una vez pasada la pandemia, toda la información de
las aplicaciones que pueden salvarnos la vida sea destruida?

Estas preguntas no son solo fruto de las reflexiones de dos economistas opinando
sobre los costes de oportunidad del COVID-19. Cada vez hay más expertos que, como consta
en el artículo de Cabrol, Baeza-Yates, González-Alarcón y Pombo (2020) se preguntan: ¿Es
la privacidad de los datos el precio que debemos pagar para sobrevivir a una pandemia?

Por último, en relación a este tema, es necesario advertir que sin estas aplicaciones,
hacer ​tests o no hacerlos en determinadas situaciones contarán con más relevancia estadística
que práctica: una persona que sea informada de tener el coronavirus puede seguir haciendo su
vida completamente normal, sin que nada ni nadie le impida relacionarse con gente, ir a
comprar o acceder a su puesto de trabajo. Aunque el aislamiento sea obligatorio, no está
controlado por ninguna aplicación de geoposicionamiento, ni las personas cercanas podrían
ser avisadas, ni estaría obligado a mostrar su estado de contagio para acceder a un
establecimiento. Y eso supone un verdadero riesgo para la salud de todos.

4. Europa, ¡es la tecnología digital! Lecciones desde la lejana Asia.

A mediados de febrero los europeos y americanos teníamos la certeza de que China y


Asia eran el eslabón más débil y vulnerable la cadena global. China es una potencia que
todavía cuenta con una base enorme de su población ruralizada, y otros países como Vietnam

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


o Taiwán, aunque muchos informes ya las consideran como las economías emergentes más
prometedoras, siguen anclados en el imaginario colectivo occidental como poco menos que
extensos arrozales.

Nada más lejos de la realidad. La diligencia y efectividad de Asia en la lucha contra el


COVID-19 debería ser ejemplo para Europa y Estados Unidos. El coronavirus nos ha
desbordado. UCIs saturadas. Miles de vidas humanas perdidas. Familiares que no han podido
despedirse de sus seres queridos. Y todavía nos queda por sufrir los efectos de los millones de
puestos de trabajo que se perderán, el sobreendeudamiento público y privado, la reducción
del consumo y su derivada más terrible, la pobreza infantil.

Esta situación fue descrita magistralmente por las “tres Ds” del artículo de Xavier
Ferrás (4 de abril de 2020): Disciplina asiática. Descoordinación europea. Darwinismo
americano.

Asia, la gran vencedora, la que supo atajar con recursos tecnológicos y esfuerzo el
COVID-19 de forma más eficiente, impulsará el crecimiento global durante las próximas
décadas. Europa, en pleno debate sobre si abrir de nuevo el flujo de los eurobonos como ya
hiciera Draghi en julio de 2012, puede salir severamente debilitada no sólo económicamente,
sino también políticamente. En una década, el proyecto de Unión va a recibir su tercera gran
estocada: la Gran Recesión, el Brexit y el coronavirus. Y por último queda la incógnita del
sálvese quién pueda e​ stadounidense, que justificará con el crecimiento económico las
decenas de miles de muertes que se irán acumulando trágicamente. Con Trump al mando, no
cabía esperar otro tipo de medida.

Cabrían aquí varias interpelaciones. Es cierto que China funciona como una autarquía,
con prácticas muy condenables que coartan las libertades de sus ciudadanos y que desde
Europa son incomprensibles. Podríamos pensar que ha “obligado” a sus habitantes a seguir
una política despiadada que les roba su privacidad. Pero Corea del Sur o Japón quedan muy
lejos de ser sospechosos de este tipo de prácticas. Sus consolidadas democracias y su estilo de
vida occidental son bien conocidos por todos. Pero ninguno de sus Gobiernos ha tenido
reparos en monitorizar la ubicación de la población para indicarles si pueden salir a la calle o
guardar confinamiento. Y recordemos que el país nipón adoptó hace años una LOPD similar
a la europea, aunque en su caso no ha sido impedimento para salvar vidas.

Por si hubiera alguna otra duda. Mientras en España siguen cruzándose acusaciones
sobre si los eventos ocurridos en marzo debían o no haberse celebrado (manifestaciones,
partidos de liga, eventos políticos,...), el confinamiento dirigido por IA permitió a Japón
celebrar sus fiestas de primavera con total tranquilidad. Solo los que debían permanecer
aislados por indicación de una aplicación se perdieron los tradicionales cerezos en flor (Paul,
25 de marzo de 2020). El resto de ciudadanos pudo disfrutar de ellos.

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


Tecnología digital y ​tests.​ ​Tests y tecnología digital. Las medidas parciales se están
demostrando soluciones intermedias, o de muy lento recorrido. Y la crispación va en
aumento.

5. Conclusiones: el largo camino hacia la normalidad.

De todo lo aprendido hasta la fecha, es importante destacar algunas conclusiones. En


primer lugar, Europa está desgastándose en un debate estéril acerca de la privacidad, que no
solo impide una lucha eficiente contra el coronavirus, sino que también acentúa la brecha
digital respecto a Asia y Estados Unidos.

De forma resumida, diremos que la lucha que desde el seno de la UE se mantiene


contra los gigantes digitales (sobre todo contra Google y Facebook) está debilitando la
posibilidad de desarrollar ecosistemas tecnológicos. Esta situación puede parecer que no tiene
relevancia, pero sí la tiene. Y mucha. Piense el lector que mientras que las referentes
tecnológicas de Estados Unidos y China (Google, Amazon, Tencent, o Didi) tienen apenas
veinte años de vida, las gigantes europeas (Telefónica, Orange, o Deutsche Telekom) son
antiguas y centenarias empresas telefónicas nacionales, reorientadas a otros menesteres en los
últimos tiempos, pero que no cuentan con la capacidad de disrupción que sí tienen las citadas.
La IA y la computación cuántica, las dos grandes revoluciones que marcarán el camino de la
IV Revolución Industrial se están desarrollando muy lejos de nuestras fronteras
(Pedreño-Muñoz y Moreno Izquierdo, 2019). Y con ello Europa tendrá menor capacidad de
respuesta ante nuevas pandemias o crisis globales, como se ha demostrado en la actual.

En segundo lugar, la ciudadanía europea ha demostrado su capacidad de adaptación


tecnológica incluso en las situaciones más duras. Adecuándose a la restrictiva LOPD, en la
Escuela Politécnica Federal de Lausana (Suiza) han diseñado una herramienta llamada
coughvid que ayuda a auto-identificar personas que pudieran estar afectados por el
coronavirus por el sonido de su tos (Holmes, 20 de abril de 2020). En Alemania también han
creado la aplicación ​Corona-Datenspende que reúne signos vitales de voluntarios que usan
relojes inteligentes o rastreadores de actividad física, incluidos el pulso, la temperatura y el
sueño, para analizar si son síntomas de una enfermedad similar a la gripe (Busvine, 7 de abril
de 2020). En Finlandia se aplica la iniciativa de los médicos de dos hospitales de San
Francisco, y usan anillos inteligentes para poder detectar síntomas del coronavirus y reducir
los contagios entre sanitarios. Incluso en España Andrés Torrubia, Aurelia Bustos, Antonio
Parraga y Elad Rodríguez desarrollaron con una diligencia brutal «Open Coronavirus», una
solución digital de monitorización, diagnóstico y contención de los contagios de Covid-19.

Ahora imaginen las soluciones que podía haber aportado tanto talento europeo de no
contar con una sobredimensión de la privacidad tan evidente.

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


En tercer lugar es importante destacar que perderíamos el tiempo si tratamos de
explicar esta nueva crisis desde una perspectiva coyuntural. Es un error que ocurrió con la
recesión de 2008, y seguimos padeciendo una década después: cambiaron los gobiernos, pero
no la idiosincrasia de nuestras economías. No repitamos errores.

Europa presenta graves déficits estructurales históricos, fruto de una falta de apuesta
común entre todos los Estados miembro. Los programas ​eEurope son una buena muestra de
ello. Y de nuevo nos enfrentamos a esta crisis desde una perspectiva principalmente nacional,
cuando el ex Secretario de Estado de los Estados Unidos Henry Kissinger (6 de abril de 2020)
ya ha manifestado que los efectos corrosivos que el virus tiene en las sociedades no conocen
fronteras.

Pero toda esta situación es extraordinariamente grave cuando hacemos una distinción
entre norte y sur de Europa.

Mientras países como Reino Unido, Irlanda, Holanda o Suecia sí han mostrado una
cierta actitud crítica y muy positiva respecto a la necesidad de una transformación digital de
sus sectores productivos, España o Italia han mantenido sus sistemas educativos y su
especialización económica anclada a sectores tradicionales del siglo XX.

Los diferentes cambios de Gobierno en el sur en las últimas dos décadas no han
servido para digitalizar sus administraciones como bien ha hecho Estonia, ni para atraer a
empresas tecnológicas como ha hecho Irlanda, ni para innovar en sus sistemas educativos
como ha hecho Suecia. Para que nos hagamos una idea, en el caso concreto de España,
ninguno de los cinco candidatos a la presidencia del gobierno en las últimas elecciones se
refirió a la ​economía digital​ en más de una hora de debate televisado.

Tras el actual coronavirus, el orden económico mundial sufrirá transformaciones muy


complejas, de especial calado en una Europa todavía no plenamente recuperada de la Gran
Recesión. La economía tras la crisis del coronavirus es incompatible con los Gobiernos
analógicos. Sólo en un mes se ha avanzado más en la digitalización de la economía y la
sociedad europeas que en el último quinquenio. Y con ello, todo nuestro contexto habrá
cambiado cuando esto pase. En esta nueva era digital, la IA marca la diferencia entre ir en un
bólido de carreras o en carreta tirada por bueyes.

Europa, y en especial los países mediterráneos, necesitan revulsivos, y estos no


vendrán de una clase política más preocupada de desgastar a su rival que por iniciar pactos a
gran escala por el futuro de sus regiones. Hagan autocrítica. Abandonen los frenos
normativos a la innovación. Impulsen pactos por la educación computacional. Piensen en sus
jóvenes talentos y en las habilidades STEM. Corten las vendas ideológicas de sus ojos y
atiendan a los indicadores del informe PISA, a las tasas de paro, a la edad de las tecnológicas,

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


a la falta de inversión, a los problemas de supervivencia de las empresas, y al cierre de
comercios locales.

Aprendan de aquellas economías que miran al futuro como único lugar en el que se
encuentra el bienestar de sus ciudadanos.

Aprendan de Asia.

6. Bibliografía.

Busvine, D. (7 de abril de 2020): Germany launches smartwatch app to monitor


coronavirus spread. ​Reuters.​ Recuperado de ​https://reuters.com/​.

Cabrol, M. Baeza-Yates, R., González Alarcón, N. y Pombo, C. (2020): ¿Es la


privacidad de los datos el precio que debemos pagar para sobrevivir a una pandemia? ​Banco
Interamericano de Desarrollo.​ DOI: ​http://dx.doi.org/10.18235/0002292​.

Cardwell, D.S.L. (1972).​ Turning Points in Western Technology​. Neale Watson.

Ferrás, X. (4 de abril de 2020): Las tres D. ​La Vanguardia​. Recuperado de


https://lavanguardia.com/​.

Holmes, A. (20 de abril de 2020): This COVID-19 app would listen to your cough and
use AI to predict whether you have coronavirus. ​Business Insider. Recuperado de:
https://www.businessinsider.com/​.

Mokyr, J. (1994). Cardwell's Law and the political economy of technological


progress. ​Research Policy,​ 23(5), 561-574.

Kissinger, H.A. (6 de abril de 2020): La pandemia del coronavirus transformará para


siempre el orden mundial. ​El Confidencial.​ Recuperado de ​http://elconfidencial.com/​.

Pedreño Muñoz, A. y Moreno Izquierdo, L. (2019): El impacto económico de la


inteligencia artificial. ​Big Data e Inteligencia Artificial. Una visión económica y legal de
estas tecnologías disruptivas​, pp, 6-27. Fundació Parc Científic Universitat de València.

Pedreño Muñoz, A. y Moreno Izquierdo, L. (2020): ​Europa contra Estados Unidos y


China: prevenir el declive en la era de la inteligencia artificial​. En imprenta.

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694


Paúl, F. (25 de marzo de 2020): Coronavirus: cómo Japón ha logrado controlar el
covid-19 sin recurrir al aislamiento general obligatorio. ​BBC​. Recuperado de
https://www.bbc.com/

Taleb, N.N. (2007): ​The black swan: The impact of the highly improbable.​ Random
house, 2007.

Electronic copy available at: https://ssrn.com/abstract=3590694

Vous aimerez peut-être aussi