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Inteligencia artificial, la
sobrerregulación europea y la difícil transición hacia una economía
irreconocible.
Resumen.
La actual crisis del coronavirus pilló por sorpresa a China y a los países de su entorno.
Europa y Estados Unidos miraron expectantes, con tiempo para pensar sus políticas de
reacción, para medir sus recursos, para advertir a sus ciudadanos. Algunos meses después, y
con medio Occidente confinado cuando se escribe este artículo, Asia ha resultado ser la gran
vencedora de esta situación tan excepcional, con menos muertes y una recuperación
económica que se averigua acelerada en comparación con Europa y Estados Unidos.
Abstract.
The current coronavirus crisis took China and surrounding countries by surprise.
Europe and the United States looked on expectantly, with time to think about their reaction
policies, to measure their resources and to warn their citizens. A few months later, and with
half the West confined at the time of writing, Asia has proved to be the champion in this
exceptional situation, with fewer deaths and an economic recovery that is proving to be
accelerated compared to Europe and the United States.
Dozens of reasons could explain this Asian diligence that makes a difference. But
among all of them we want to emphasize the technological component. Their governments
have known how to understand and apply the potential of artificial intelligence and
digitalisation, leaving a fearful Europe and the Donald Trump Administration in evidence.
Puede que aún sea pronto para reflexionar con la frialdad y objetividad que la crisis
provocada por el coronavirus requiere. Todavía contabilizando centenares de muertes en
nuestro país, España, y decenas de miles en todo el mundo, se hace difícil no sentir más
recogimiento que ganas de reflexionar. Más manifestar el pesar por todas las personas
fallecidas y sus familiares, que por detenernos a analizar cifras confusas y sensaciones
cubiertas de frustración.
Pero es nuestra labor como economistas trabajar por recobrar el bienestar que
supondrá esta terrible tragedia social y laboral para gran parte de la ciudadanía. Y para ello se
requiere de una reflexión urgente y profunda.
Esto supone una adecuada política educativa orientada a los sectores de futuro, la
inversión de miles de millones de dólares en empresas de alta innovación, y la creación de
parques tecnológicos donde la extraordinaria colaboración universidad-empresa se refleja en
el volumen de patentes y la profesionalización de investigadores, científicos y doctores en el
sector privado (Figura 1). Todo lo contrario que en el caso europeo.
Solo las apuestas a largo plazo acercan a una región a la competitividad tecnológica.
Como lo fue el programa de las autopistas de información de la Administración
Clinton-Gore. Como lo han sido los planes de desarrollo de inteligencia artificial de Obama
Europa carece de estos planes, y por tanto de soluciones. A día de hoy (Figura 2) la
media de inversión en I+D en la UE es de un 2%. La mitad que Corea del Sur. La mitad que
Israel. Inferior a un país en pleno proceso de industrialización como China. Casi un punto
inferior al conjunto de Estados Unidos. Solo California invierte en la creación de nuevas
empresas (venture capital) más que la suma de todos los países europeos juntos (Figura 2).
El viejo continente sigue mirando a su pasado industrial glorioso, embelesado por sus
automóviles, su turismo, su construcción, sus empresas textiles. Y como resultado, su
inversión en I+D, además de ser insuficiente, no se enfoca a las nuevas tecnologías, como
demuestran por ejemplo la evolución de sus patentes de productos digitales en las últimas
décadas (Figura 3).
Figura 3: Registro de patentes relacionadas con las tecnologías 2.0 en diferentes oficinas
Seguramente la gran mayoría de las personas dirían “Sí, acepto” casi sin dudarlo.
Todos hemos demostrado nuestro compromiso y empatía por nuestros seres queridos, por
nuestros vecinos y hasta por desconocidos. Aguantamos el confinamiento porque sabemos
que es necesario e importante para prevenir muertes. Pero los autores de este artículo no
damos crédito a los despropósitos normativos que impiden un control mediante la inteligencia
artificial de la salud de los ciudadanos. Algo que en China, Corea del Sur, Japón, Taiwan y
Singapur ha supuesto salvar miles de vidas.
Reflexionemos por un momento. Europa, que hace unas décadas vivió aterrada el
ascenso de los totalitarismos, del fascismo, del nazismo y hasta el yugo soviético, podría
tener ciertas reticencias de sus gobernantes. Aunque siendo sinceros, las actuales democracias
y los sistemas parlamentarios poco futuro auguran a nuevos alzamientos militares. De hecho,
estas situaciones de indefensión ciudadana están dando alas a grupos extremistas y radicales,
a ambos lados de la balanza política, para criticar nuestros sistemas democráticos y
económicos, y reclamar ciertas actuaciones que solo conducen a odio y enfrentamiento.
Pero sigamos con la reflexión. Aceptemos que nuestros presidentes y ministros, ante
el riesgo de convertirse en seres maquiavélicos en caso de contar con nuestra información, no
deben tener acceso a ciertos datos… ¿pero qué ocurre con las empresas que sí cuentan con
toda esa información? ¿no existe el riesgo de que tales empresas actúen de forma oculta con
nuestros datos para obtener mayores ingresos? ¿Por qué confiamos entonces en ellas?
Google registra algo tan sensible como lo que nos interesa según las búsquedas que
hacemos en su web. Las empresas telefónicas saben cuándo salimos y con quién estamos en
base a nuestra conexión móvil. La compañía eléctrica sabe las horas que estamos en casa.
Estas preguntas no son solo fruto de las reflexiones de dos economistas opinando
sobre los costes de oportunidad del COVID-19. Cada vez hay más expertos que, como consta
en el artículo de Cabrol, Baeza-Yates, González-Alarcón y Pombo (2020) se preguntan: ¿Es
la privacidad de los datos el precio que debemos pagar para sobrevivir a una pandemia?
Por último, en relación a este tema, es necesario advertir que sin estas aplicaciones,
hacer tests o no hacerlos en determinadas situaciones contarán con más relevancia estadística
que práctica: una persona que sea informada de tener el coronavirus puede seguir haciendo su
vida completamente normal, sin que nada ni nadie le impida relacionarse con gente, ir a
comprar o acceder a su puesto de trabajo. Aunque el aislamiento sea obligatorio, no está
controlado por ninguna aplicación de geoposicionamiento, ni las personas cercanas podrían
ser avisadas, ni estaría obligado a mostrar su estado de contagio para acceder a un
establecimiento. Y eso supone un verdadero riesgo para la salud de todos.
Esta situación fue descrita magistralmente por las “tres Ds” del artículo de Xavier
Ferrás (4 de abril de 2020): Disciplina asiática. Descoordinación europea. Darwinismo
americano.
Asia, la gran vencedora, la que supo atajar con recursos tecnológicos y esfuerzo el
COVID-19 de forma más eficiente, impulsará el crecimiento global durante las próximas
décadas. Europa, en pleno debate sobre si abrir de nuevo el flujo de los eurobonos como ya
hiciera Draghi en julio de 2012, puede salir severamente debilitada no sólo económicamente,
sino también políticamente. En una década, el proyecto de Unión va a recibir su tercera gran
estocada: la Gran Recesión, el Brexit y el coronavirus. Y por último queda la incógnita del
sálvese quién pueda e stadounidense, que justificará con el crecimiento económico las
decenas de miles de muertes que se irán acumulando trágicamente. Con Trump al mando, no
cabía esperar otro tipo de medida.
Cabrían aquí varias interpelaciones. Es cierto que China funciona como una autarquía,
con prácticas muy condenables que coartan las libertades de sus ciudadanos y que desde
Europa son incomprensibles. Podríamos pensar que ha “obligado” a sus habitantes a seguir
una política despiadada que les roba su privacidad. Pero Corea del Sur o Japón quedan muy
lejos de ser sospechosos de este tipo de prácticas. Sus consolidadas democracias y su estilo de
vida occidental son bien conocidos por todos. Pero ninguno de sus Gobiernos ha tenido
reparos en monitorizar la ubicación de la población para indicarles si pueden salir a la calle o
guardar confinamiento. Y recordemos que el país nipón adoptó hace años una LOPD similar
a la europea, aunque en su caso no ha sido impedimento para salvar vidas.
Por si hubiera alguna otra duda. Mientras en España siguen cruzándose acusaciones
sobre si los eventos ocurridos en marzo debían o no haberse celebrado (manifestaciones,
partidos de liga, eventos políticos,...), el confinamiento dirigido por IA permitió a Japón
celebrar sus fiestas de primavera con total tranquilidad. Solo los que debían permanecer
aislados por indicación de una aplicación se perdieron los tradicionales cerezos en flor (Paul,
25 de marzo de 2020). El resto de ciudadanos pudo disfrutar de ellos.
Ahora imaginen las soluciones que podía haber aportado tanto talento europeo de no
contar con una sobredimensión de la privacidad tan evidente.
Europa presenta graves déficits estructurales históricos, fruto de una falta de apuesta
común entre todos los Estados miembro. Los programas eEurope son una buena muestra de
ello. Y de nuevo nos enfrentamos a esta crisis desde una perspectiva principalmente nacional,
cuando el ex Secretario de Estado de los Estados Unidos Henry Kissinger (6 de abril de 2020)
ya ha manifestado que los efectos corrosivos que el virus tiene en las sociedades no conocen
fronteras.
Pero toda esta situación es extraordinariamente grave cuando hacemos una distinción
entre norte y sur de Europa.
Mientras países como Reino Unido, Irlanda, Holanda o Suecia sí han mostrado una
cierta actitud crítica y muy positiva respecto a la necesidad de una transformación digital de
sus sectores productivos, España o Italia han mantenido sus sistemas educativos y su
especialización económica anclada a sectores tradicionales del siglo XX.
Los diferentes cambios de Gobierno en el sur en las últimas dos décadas no han
servido para digitalizar sus administraciones como bien ha hecho Estonia, ni para atraer a
empresas tecnológicas como ha hecho Irlanda, ni para innovar en sus sistemas educativos
como ha hecho Suecia. Para que nos hagamos una idea, en el caso concreto de España,
ninguno de los cinco candidatos a la presidencia del gobierno en las últimas elecciones se
refirió a la economía digital en más de una hora de debate televisado.
Aprendan de aquellas economías que miran al futuro como único lugar en el que se
encuentra el bienestar de sus ciudadanos.
Aprendan de Asia.
6. Bibliografía.
Holmes, A. (20 de abril de 2020): This COVID-19 app would listen to your cough and
use AI to predict whether you have coronavirus. Business Insider. Recuperado de:
https://www.businessinsider.com/.
Taleb, N.N. (2007): The black swan: The impact of the highly improbable. Random
house, 2007.