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El hilo rojo

Palabras y prácticas de la utopía en América


Latina

Marisa González de Oleaga y Ernesto Bohoslavsky


(editores)
2

Ernesto BOHOSLAVSKY y Marisa GONZÁLEZ DE OLEAGA (editores), El hilo rojo. Pala-


bras y prácticas de la utopía en América Latina, Paidós, Buenos Aires, 2009 (ISBN 978-
950-12-8910-7).
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To the Old Mole...Castaway, as myself, of too


many shipwrecks.
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Índice

“De ciudades diferentes”, por Marisa González de Oleaga y Ernesto Bohoslavsky


El hilo rojo
Claroscuros
Una historia secreta
De dones y responsabilidades

Sección “Palabras e imágenes de la utopía”

“Buenos Aires de la utopía”, por Laura Fernández Cordero

“Estridentópolis: ¿utopía o distopía poética? Xalapa en la década de 1920” por Efrén


Ortiz Domínguez

“¿Sueñan los anarquistas con mansiones eléctricas? Ciencia y utopía en las ciudades
ideales de Pierre Quiroule”, por Adriana Petra
La ciudad degenerada
La vida simple
La ciudad anarquista
La ciudad eléctrica
Una utopía para la Argentina

“La Agitación de Bahía Blanca en la primavera de 1901”, por Federico Randazzo


La huelga como chispa
Liderados por viajeros libertarios
La voz agitadora del periodismo
Voces del mundo se escuchan en Bahía
Del periódico como herramienta al servicio de las luchas
Apunte final

Sección “Política, religión y utopía”

“Prácticas religiosas transformadoras en la Iglesia rosarina en las décadas de 1960 y


1970: su vinculación con el presente”, por Verónica López Tessore
Introducción
La “otra” Iglesia…
… en los barrios rosarinos
Memorias de la utopia en las luchas sociales del presente
Reflexiones finales
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“Una inmigración peculiar: la Sociedad de Hermanos en Paraguay”, por Yaacov Oved


Llegada a Paraguay
El hospital de Loma Jhoby
El vuelco hacia Estados Unidos y el fin de las colonias en Sudamérica
Las crisis de 1960-1962

“El lugar del lugar. La tierra en la experiencia de los galeses en la Patagonia a finales
del siglo XIX”, por Ernesto Bohoslavsky
Galeses far away from home
Esa incómoda y necesaria relación: la colonia y el Estado (1874-1900)
Propiedad, tierra e identidad. A modo de conclusiones

“La utopía de los textiles judíos de Villa Lynch: el club I. L. Peretz”, por Nerina Visa-
covsky
Introducción a la identidad peretziana
Los “rusos” de Villa Lynch y la “filiación étnica”
La trama nacional neutraliza las tensiones de clase
Una institución de “puertas abiertas”
Una síntesis del I.L.P. de Villa Lynch

“Una isla rodeada de tierra. Ese “otro lugar” de los mennonitas en Paraguay”, por Ma-
risa González de Oleaga
La isla
Postales móviles
“Ese otro lugar”: la cooperativa vecinal de San Pedro
Postales fijas

Sección “Construcción de mundos y prácticas alternativas”


“La Reunión y La Logia. Dos utopías sociales en América del Norte”, por Carlos Illa-
des
La Reunión
La Logia

“Recuperación de empresas y autogestión: acerca de la reconstrucción de relaciones de


trabajo en la Argentina reciente”, por Gabriela Wyczykier
El universo de las Empresas Recuperadas por sus Trabajadores
El retorno a la producción
La reconstrucción de vínculos laborales en el espacio de la autogestión
Conclusiones

“El paraíso desubicado”: Nueva Australia y Colonia Cosme, por Anne Whitehead
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“Utopía tribal: una experiencia de comunicación alternativa en el aire de Buenos Ai-


res”, por Ernesto Lamas y Ximena Tordini
¿A mí?
La Tribu
Una radio para elegir
La normalidad

“La apuesta autonomista en el movimiento piquetero argentino: la creación del Frente


Popular Darío Santillán”, por Bruno Fornillo
La elección del nombre
Frente Popular Darío Santillán: "Avanzar en la unidad"
El poder popular como bisagra ideológico-política
¿Hacia una herramienta política?

Sección “Relatar, estudiar y recrear las utopías”

“Utopías científicas. Moisés Bertoni y el Paraguay guaraní”, por María Silvia Di Liscia
Un ordenamiento más natural
Hacia una ética universal. Desplazamiento de paradigmas
Higiene moral: la pedagogía guaraní
Breves reflexiones finales

“Puerto Bertoni: realidad y ‘utopización’ de una colonia paraguaya “, por Danilo Ba-
ratti y Patrizia Candolfi
Una colonia de familia…
… dedicada a la investigación científica
¿Al margen del estado? Sí, pero…
¿Al margen del mercado? Sí, pero…
El espejo guaranítico
Una mirada algo “deutopizante”

“Trabajador naval honorario. Viejos fotogramas de una próxima película”, por Federi-
co Lorenz
Primeras imágenes
Castigos y cortes
Los zapatos de Carlito
Redes
Guiones
Voces
La casa a medio construir
Correo
La película por hacer

Coda
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(D)efecto de forma. Fascinación y mito en los relatos sobre utopías, por Marisa González De
Oleaga
Tres puntos de fuga
Foto fija: las colonias y los relatos
Macrofotografía: fascinación y estructura narrativa
Ojo de pez: la fascinación de los paratextos
Escuchando otras historias, ensayando otras miradas
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Los autores

Danilo Baratti y Patrizia Candolfi estudiaron en Boloña y Milán y dan clases de historia en Lu-
gano, en la Suiza italiana. Han dedicado varios años de investigación al naturalista suizo Moi-
sés Bertoni, emigrado al Paraguay: publicaron dos biografías (L'arca di Mosè. Biografia episto-
lare di Mosè Bertoni, 1994; Vida y obra del Sabio Bertoni, 1999), catalogaron el archivo de Puer-
to Bertoni en el Archivo Nacional de Asunción y presentaron varias ponencias sobre el tema.
Danilo Baratti reorganizó los documentos de Bertoni conservados en Suiza (Archivio di Stato
del Cantone Ticino, 1999) y publicó un estudio sobre la tipografía de Puerto Bertoni (Fare libri
nella selva, 1999). Es miembro del Partido Ecologista y del Grupo por una Suiza Sin Ejército.
Correo electrónico: baratti@liceolugano.ch

Ernesto Bohoslavsky es investigador-docente en la Universidad Nacional de General Sarmiento


e investigador adjunto del Conicet. Ha dado clases en universidades de Argentina, Brasil y Chi-
le. Es miembro del proyecto “Liberalismo y utopía en América Latina, 1840-1960”
(www.memoriadelautopia.org). Es autor de La Patagonia, de la guerra de Malvinas al final de la
familia ypefiana (Buenos Aires, 2008). Se dedica a historia de Argentina y de Chile, revisando
especialmente temas ligados a control social y pensamiento de las derechas. Quizás por ello se
interesó por la historia de quienes intentaron huir del control social y las derechas.
Correo electrónico: ebohosla@ungs.edu.ar

María Silvia Di Liscia es doctora en historia por el Instituto Universitario Ortega y Gasset y
Profesora de Historia de América en la Universidad Nacional de La Pampa. Es autora de Sabe-
res, terapias y prácticas indígenas, populares y científicas en Argentina, 1750-1910 (2003), co-
editora de Higienismo, educación y discurso en la Argentina, 1870-1940 (2004), Instituciones y
formas de control social en América Latina, 1840-1940 (2005) y Al oeste del paraíso. La transfor-
mación del espacio natural, económico y social en la Pampa Central (2007). Ha publicado nume-
rosos artículos sobre historia de la salud y de la ciencia, en Argentina y el extranjero. Su interés
por la utopía se relaciona con las posibilidades ofrecidas por formas de pensamiento y lógicas
no científicas.
Correo electrónico: silviadi@fchst.unlpam.edu.ar

Laura Fernández Cordero es licenciada en Sociología, docente e investigadora de la Universidad


de Buenos Aires. Actualmente trabaja en su tesis sobre emancipación y sexualidad en el anar-
quismo. Forma parte del Consejo Asesor del Centro de Documentación e Investigación de la
Cultura de Izquierdas en la Argentina y del Grupo de Estudios Feministas. Su interés por las
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utopías es académico y es político, es estético y caprichoso. Por eso ha publicado sobre relatos
utópicos en revistas especializadas y libros colectivos.
Correo electrónico: lfernandezcordero@yahoo.com.ar

Bruno Fornillo es historiador y magister en Sociología de la cultura y análisis cultural. Su tesis


de maestría buscó escudriñar la dinámica del movimiento piquetero durante el gobierno kirch-
nerista. Es integrante del Grupo de Estudio Sobre Protesta Social y Acción Colectiva y de la
cátedra Historia de América Latina Contemporánea B (UBA). Becario del Conicet para reali-
zar el Doctorado en Ciencias Sociales (UBA) y en Geopolítica (París VIII), investigando sobre
la movilización sindical y el poder político en la Bolivia actual.
Correo electrónico: bfornillo@gmail.com

Marisa González de Oleaga es profesora titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología


de la UNED y docente en el Instituto Universitario Ortega y Gasset. Ha sido profesora invita-
da en Argentina, Paraguay y México. Defendió la tesis doctoral Identidad, ideología y crisis en
las relaciones hispano-argentinas, 1939-1946 en la Universidad Complutense de Madrid, que dio
lugar al libro El doble juego de la Hispanidad. España y la Argentina durante la Segunda Guerra
Mundial. Dirigió el proyecto de I+D Liberalismo y utopía en América Latina
(www.memoriadelautopia.org) y es investigadora principal del proyecto Políticas y poéticas del
museo, financiado por la Fundación Carolina. Vive en Madrid aunque pasa temporadas en su
casa del arroyo Caracoles, en la segunda sección de islas del delta del río Paraná. En ese lugar
donde la luz cambia con cada estación, casi todo es posible.
Correo electrónico: mgonzalez@poli.uned.es

Carlos Illades es doctor en Historia y profesor-investigador de tiempo completo en la Universi-


dad Autónoma Metropolitana de México. Se ha ocupado del estudio del movimiento obrero del
siglo XIX y del pensamiento socialista. Ha sido investigador visitante en las universidades de
Harvard, Jaume I, Potsdam y Leiden. Entre sus libros más recientes se cuentan Estudios sobre
el artesanado urbano del siglo XIX (2001), Rhodakanaty y la formación del pensamiento socialista
en México (2002), Nación, sociedad y utopía en el romanticismo mexicano (2005), Las otras ideas.
Estudio sobre el primer socialismo en México, 1850-1935 (2008) y Breve introducción al pensa-
miento de E. P. Thompson (2008). Editó las obras de Plotino C. Rhodakanaty (1998 y 2001) y
de Nicolás Pizarro (2005), así como de las cartas de Victor Considerant (2008). Es miembro del
consejo asesor de la International Encyclopedia of Protest and Revolution in World History (Ox-
ford University Press) y dirige la Colección Ensayo de CONACULTA.
Correo electrónico: carlosillades@yahoo.com.mx
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Ernesto Lamas estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y traba-


jó en distintos medios de comunicación, sobre todo en radios comerciales, públicas y comunita-
rias. Fundador de la radio comunitaria FM La Tribu (1989) y su director hasta 1997. Fundó y
co-editó la revista-libro Causas y Azares. Trabajó como guionista e investigador en el grupo de
cine documental Cine Ojo. Es autor de dos libros y coautor de otros cinco. Desde 1992 es profe-
sor en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Entre 1997
y 2000 fue Presidente de la región América Latina y Caribe de la Asociación Mundial de Radios
Comunitarias y desde 2003 es su Coordinador Regional. Y respecto de las utopías, siempre le
gustó una señal de La Tribu que decía "si usted cree que las utopías no existen, esta radio no
existe".
Correo electrónico: ernestolamas@gmail.com

Verónica López Tessore es licenciada en Antropología y doctoranda en Humanidades y Artes en


la Universidad Nacional de Rosario. Docente en la Escuela de Antropología de esa universidad.
Becaria doctoral del Conicet. Miembro del Centro de Estudios sobre Diversidad Cultural y del
Consejo de Redacción de la Revista Claroscuro. Actualmente su interés gira en torno a los sec-
tores eclesiales que creyeron realizables las utopías del Reino de Dios en la tierra y del hombre
nuevo en las décadas de 1960-1970.
Correo electrónico: veritolo@hotmail.com

Federico Lorenz es licenciado en Historia y cursa el Doctorado en Ciencias Sociales (UNGS-


IDES). Se especializa en temas de historia reciente argentina, y su campo de trabajo son las re-
laciones entre historia, memoria y educación. Coordina el programa “Entre el pasado y el futu-
ro. Los jóvenes y la transmisión de la experiencia argentina reciente”. Coordinó la escuela de
Capacitación Docente de la ciudad de Buenos Aires y el Área de Estudios y Publicaciones del
Centro Cultural de la Memoria “Haroldo Conti”, que funciona en el ex centro clandestino de
detención y exterminio ESMA. Es autor de Las guerras por Malvinas (2006), Los zapatos de Car-
lito. Una historia de los trabajadores navales de Tigre en la década del 70 (2007), Combates por la
memoria. Huellas de la dictadura en la Historia (2007) y Fantasmas de Malvinas. Un libro de via-
jes (2008).
Correo electrónico: flialorenz@ciudad.com.ar

Efrén Ortiz Domínguez es investigador de tiempo completo en el Instituto de Investigaciones


Lingüístico-Literarias de la Universidad Veracruzana (Mèxico), al cual actualmente dirige. Li-
cenciado en Letras Españolas, Maestro en Literatura Mexicana y Doctor en Humanidades por
la Universidad Autónoma Metropolitana. Es autor de Periodismo, escritura y realidad (1986),
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Lecturas y texturas. Ensayos (1992), La rosa en fuga (2000) y Las paradojas del Romanticismo
(2008), de una veintena de artículos de crítica literaria en revistas especializadas de México y
Estados Unidos y compilador de la antología Liberalismo y utopía (2006). De su proyecto ac-
tual, "El sentido de lo urbano en la poesía vanguardista mexicana", procede el artículo incluido
en este libro.
Correo electrónico: ortizefren@hotmail.com

Yaacov Oved es profesor emérito en la Universidad de Tel Aviv. Enseñó historia moderna, eu-
ropea, de América latina y de los movimientos comunitarios y las utopías. Su tesis de doctora-
do El anarquismo en el movimiento obrero argentino fue publicada en 1978. Ha escrito numerosos
libros y artículos sobre las comunas en Estados Unidos. Es investigador del Instituto Yad Ta-
benkin, de Investigación y Documentación sobre el Movimiento Kibbutzin y Director del De-
partamento de Historia Comunitaria. Fue co-fundador y director ejecutivo (1985-2004) de la
Asociación Internacional de Estudios Comunitarios. Desde 1949 es miembro del Kibbutz Pal-
machim en Israel.
Correo electrónico: ovedy@palmachim.org.il

Adriana Petra es licenciada en Comunicación Social. Cursó la maestría en Historia de la Uni-


versidad Torcuato di Tella y actualmente realiza su doctorado en la Universidad Nacional de
La Plata. Es becaria doctoral de Conicet, investigadora del Instituto de Desarrollo Económico
y Social y miembro del comité ejecutivo del Centro de Documentación e Investigación de la
Cultura de Izquierdas en la Argentina, donde coordina el área de archivos particulares. Ha pu-
blicado sobre pensamiento utópico, anarquismo e historia de los intelectuales. Actualmente
trabaja sobre formaciones intelectuales del comunismo y la nueva izquierda en Argentina du-
rante las décadas de 1950 y 1960. Es autora de Los socialistas argentinos a través de su corres-
pondencia (2004). Su interés por el pensamiento utópico nació de la feliz coincidencia entre su
trabajo con la historia de las ideas latinoamericanas y el descubrimiento de la obra de Pierre
Quiroule en el pequeño libro de Félix Weinberg Dos utopías argentinas de principios de siglo.
Correo electrónico: apetra@cedinci.org

Federico Randazzo participó durante diez años de la radio comunitaria FM de la Calle, de


Bahía Blanca. Desde 2005 trabaja en Buenos como periodista, produciendo documentales his-
tóricos y políticos para señales de televisión argentinas y extranjeras. Como becario del Centro
Cultural de la Cooperación, publicó en 2007 Las grietas del relato histórico. Apuntes sobre los orí-
genes del anarquismo en Bahía Blanca y la matanza de obreros en Ingeniero White en 1907, cuya
primera edición fue agotada. También trabaja como investigador, guionista y editor de pro-
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ducciones relacionadas con la memoria militante. Integra la productora independiente Avan-


tiTV, autores del documental Brazo y Cerebro. Colabora con revistas de interés cultural y social
con investigaciones periodísticas que reconstruyen itinerarios de militantes políticos de izquier-
da a inicios del siglo XX.
Correo electrónico: federicorandazzo@gmail.com
Blog: www.lasgrietasdelrelatohistorico.blogspot.com

Ximena Tordini estudió Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires y aun


no se recibió porque estuvo entretenida con otros asuntos. Integra desde 1997 el Colectivo La
Tribu y trabaja con radios comunitarias y medios alternativos desde entonces. Realiza investi-
gaciones, tareas de edición, producción de materiales, capacitación y proyectos de comunica-
ción tratando de estirar los límites de la autonomía y la autogestión. Actualmente coordina el
sitio www.vivalaradio.org y otros proyectos de La Tribu y colabora en Cara y señal, la revista
de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias. Le había dejado de gustar la palabra utopía
por lo que los aforismos hicieron con ella. Recientemente ha descubierto que visitar el pensa-
miento utópico puede ampliar las posibilidades de la comunicación alternativa.
Correo electrónico: ximenatordini@gmail.com

Nerina Visacovsky es egresada de de Ciencias de la Educación de la Universidad de Buenos Ai-


res, en la cual también cursa su doctorado. Se desempeña como docente, becaria e investigado-
ra de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín, en donde di-
rige la colección “Cuadernos de Cátedra”. Se ha especializado en historia de la educación y de la
colectividad judía en Argentina. Otros temas de interés son el uso político de la historia, la polí-
tica educativa, la educación soviética y los problemas étnicos. Obtuvo el “Premio Octubre
2006” por su trabajo Argentina y su patrimonio cultural inmigrante. Colectividades en Villa
Lynch. Entre sus publicaciones se destacan “La educación judía en Argentina, una multiplici-
dad de significados en movimiento” (Anuario de la SAHE, 2005, Buenos Aires) y La fábrica del
conocimiento (2004, en co-autoría).
Correo electrónico: nerivisa@hotmail.com

Anne Whitehead es una historiadora australiana que tiene una particular pasión por América
latina. Su tesis doctoral en la Universidad de Sidney (2001) se concentró en las colonias de aus-
tralianos asentadas en Paraguay. Su libro Paradise Mislaid: in Search of the Australian Tribe of
Paraguay (1997) obtuvo el Premio NSW Premier de Historia australiana. Entre los comuneros
australianos estaba Mary Gilmore, que posteriormente fue una famosa poeta y militante: Whi-
tehead retrató su vida en Bluestocking in Patagonia: Mary Gilmore’s quest for love and utopia at
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the World’s End (2003). Recientemente contribuyó con un estudio sobre el experimento para-
guayo en International Encyclopedia of Revolution and Protest (8 volúmenes, 2009).
Correo electrónico: annewhitehead5@gmail.com

Gabriela Wyczykier es socióloga por la Universidad de Buenos Aires. Actualmente se desempe-


ña como investigadora-docente de la Universidad Nacional de General Sarmiento e investiga-
dora asistente del Conicet. Preocupada por las problemáticas sociolaborales, obtuvo su título
de Magister en Políticas Sociales (FLACSO Argentina), con una tesis sobre el sector informal
urbano. Su tesis de doctorado en Ciencias Sociales en la misma institución se concentró en las
experiencias de cooperativización del trabajo y de recuperación de empresas por sus trabajado-
res en un contexto de desintegración del mundo laboral en Argentina entre 1990 y 2006.
Correo electrónico: gwyczykier@yahoo.com
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A veces ciudades diferentes se suceden sobre el


mismo suelo y bajo el mismo nombre, nacen y mue-
ren sin haberse conocido, incomunicables entre sí.
En ocasiones hasta los nombres de los habitantes
parecen iguales, y el acento de las voces, e incluso
de las facciones.
Ítalo CALVINO, Las ciudades invisibles.
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De ciudades diferentes

Marisa González de Oleaga y Ernesto Bohoslavsky

Nacen y mueren sin haberse conocido, incomunicables entre sí…

La primera imagen retrata a una mujer, a comienzos del siglo XXI, miembro del
movimiento de trabajadores desocupados del conurbano bonaerense, los llamados pi-
queteros, preparando comida para la olla popular.1 Detrás se alcanza a ver retazos de
una pancarta que dice “seamos libres, lo demás no importa”. La segunda es una foto-
grafía de grupo, hombres y mujeres, de muy distintas edades, ante una casa de adobe y
paja en algún lugar aparentemente lejano en el tiempo y en el espacio, que nos llegó por
gentileza de Nelia Bursuk. Se trata de las personas que fundaron, a comienzos del siglo
XX, una comunidad anarquista en el territorio del Chaco. Originarias del Este de Eu-
ropa, estas familias campesinas judías decidieron fundar una colonia agrícola de acuer-
do con sus ideales. Diferencias notables separan a estas dos imágenes. Además del color
y la composición, los contextos de referencia son muy distintos: un entorno urbano y
otro rural, el presente y el pasado, trabajadores desempleados y campesinos; distincio-
nes, todas ellas, que desnudan una grieta, una fisura, una discontinuidad entre estas
dos fotografías. Pero como suele suceder con todo aquello que separa, las diferencias
pueden ser a un tiempo un límite y una posibilidad.
Porque una historia secreta, aún no contada, como si de un hilo rojo se tratara, las
recorre y las une. Es la historia de aquellos que fueron capaces de imaginar un mundo

1 Véase www.prensadefrente.org
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diferente y que pudieron pensarse a sí mismos como protagonistas del nuevo paisaje.
En casi todos los casos, el de las fotografías y también los que se desarrollan en este li-
bro colectivo, se trata de sujetos, hombres y mujeres, atravesados por “una herida his-
tórica” (Chakrabarty 2007), por acontecimientos –persecución, represión y exilio- que
los condenaba, cuando menos, a la exclusión y la invisibilidad, o peor aún, a la muerte.
Siendo su margen de maniobra muy exiguo, atormentados por el hambre, la alienación
y la enfermedad, fueron capaces de sobreponerse y, a pesar de todas las limitaciones,
arriesgar y arriesgarse en lugar de apostar por conservar lo poco que tenían. Cuando se
tiene apenas nada, cualquier movimiento pone en juego todo lo que se posee.
No es casual que haya sido en los últimos años cuando se multiplicaron este tipo
de experiencias comunitarias en América Latina y emergieron nuevos actores sociales
que reaccionaron de forma creativa ante la imposición de un orden nuevo que implicó
el fin de la centralidad productiva, política e identitaria ligada al Estado. Fábricas re-
cuperadas, ocupación de tierras y viviendas, comunidades autogestionadas, comedores
y radios populares y ferias de trueque son sólo algunos ejemplos de esta efervescencia
civil y plebeya, que ha sorprendido no solo por su aparición sino también por su capa-
cidad para sobrevivir y resistir. La aplicación de las políticas neoliberales ha reducido
de manera drástica el papel de las agencias públicas en la provisión de certidumbres la-
borales, económicas y simbólicas y ha apuntado a cercenar la acción colectiva, redu-
ciéndola a rational choices del consumidor individual en un marco de fragmentación so-
cial y des-colectivización
Sin embargo, una mirada cronológicamente más profunda de la historia del con-
tinente muestra que hay abundantes ejemplos de este tipo de prácticas autogestiona-
rias, que hacen visible una suerte de continuidad de emprendimientos y esfuerzos al
margen del Estado y/o del mercado. Falansterios y colonias anarquistas, cooperativas
de base étnica o religiosa, comunidades milenaristas y socialistas: la lista es larga y nu-
trida. Sin embargo, las experiencias y discursos sobre la utopía han recibido muy poca
atención política y académica. Han quedado obliterados por una historiografía “ofi-
cial” más preocupada por justificar la construcción del orden liberal y por una de iz-
quierdas que reclamaba su inmediato reemplazo. Se recuerda con cierta benevolencia
su candidez y su incapacidad para convertirse en un proyecto que involucrara a millo-
nes de personas y se sostuviera en el tiempo. La etiqueta de “fracaso” se le adhiere con
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una sistemática soltura que mal esconde el intento de naturalizar el cierre de las expe-
riencias utópicas debido a su carencia de perspectiva estratégica, “visión histórica” o
basamento científico.

Son voces que todavía se oyen en ciudades diferentes pero que se suceden sobre el mismo sue-
lo, bajo el mismo nombre…

El hilo rojo

Una leyenda china sostiene que existe un hilo, simultáneamente rojo e invisible,
que une a las personas que estaban destinadas a encontrarse: aunque se retuerza y
adelgace, ese hilo nunca se rompe y sigue comunicando experiencias distintas y distan-
tes. Ese hilo también ha guiado la creación de este libro, que pretende anudar esos dos
tiempos escenificados en las fotografías que abren esta presentación. El propósito cen-
tral fue construir un libro que permitiera conocer más sobre los discursos utópicos, las
prácticas de autogestión socio-económica y la vida en comunidades intencionales en
América Latina desde mediados del siglo XIX a la fecha. La intención es mostrar la
enorme riqueza imaginaria, social, política y económica que existe y existió en términos
de experiencias sociales autogestionarias en el continente, reflotando, creando y re-
creando una tradición. Los artículos aquí incluidos manifiestan la diversidad de acer-
camientos al fenómeno utópico (literario, político, desde las ciencias sociales, etc.), así
como la multiplicidad de prácticas sociales, textuales, arquitectónicas y asociativas a él
vinculadas. En este sentido, se considera que la pluralidad de enfoques no redunda en
una dispersión de la exposición temática sino en una muestra de la potencialidad y pro-
fundidad de las cuestiones tratadas. Y aunque es un libro que, en algunos casos, retoma
discusiones de tono académico, en otros da la bienvenida a preocupaciones explícita-
mente políticas sobre las posibilidades y dificultades de creación y de recreación de este
tipo de proyectos en la actualidad. Porque lo histórico, lo que de verdad merece llevar
ese nombre y trascender a estas fotografías y a sus muchos relatos, es lo que estas imá-
genes sugieren hoy, lo que podamos leer a través de ellas, como si fueran fotos imanta-
das (Samperio 2005) que convocan y atraen significaciones que no están ahí, en el papel
ni en el relato, pero que surgen al rozar su superficie. Tal vez así también nosotros, y
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mañana otros, podamos seguir inventando y recreando otros mundos posibles... De allí
que pensemos a este libro como un objeto semántico, un espacio en el que converjan re-
latos e imágenes que apelan a la participación activa del lector.
En los orígenes de este proyecto editorial y de investigación nos acompañó la
metáfora del mapa. Queríamos hacer un mapa de la utopía, “mapear” los contornos de
esos experimentos comunitarios en América Latina. Nos parecía que esa metáfora era
la apropiada y que, gracias a ella, podíamos pensar en las características de las formas
cartográficas de representar la realidad (Lakoff y Johnson 1988). Pero, ¿qué mapa que-
ríamos construir?, o dicho de otra manera, ¿con qué propósito necesitábamos esas re-
presentaciones? Los mapas, como todos sabemos, representan aspectos del espacio de-
pendiendo de las necesidades del usuario. Así, hay mapas físicos, políticos, climáticos,
geológicos, económicos… Según esto, nuestros mapas de la utopía debían mostrar y
ofrecer ese enorme capital simbólico de experimentos que habían acompañado la histo-
ria de América Latina desde el siglo XIX hasta nuestros días. Y debían hacerlo para
alentarnos a imaginar otros mundos posibles. Por ello nos pareció que la variedad –de
géneros, problemas, temas- era uno de nuestros aliados, como en un cajón de sastre,
aún a riesgo de parecer dispersos y diletantes. Este trabajo no es sino un mapa, una
forma intencionada de interpretación, de ese fenómeno inagotable, difuso y escurridizo
que son las utopías. Ninguna pretensión de totalidad nos mueve. No sea cosa de que
nos ocurra como al periodista aquel con el indígena mosetén, quien, ante una foto (la
primera que veía en su vida) que retrataba a alguien con el pelo alborotado y con un
prominente tupé, preguntó intrigado: –“¿Quién es ese con esa cara e’ cóndor?”-. A lo
que el periodista respondió: “-Es usted, don Ignacio”-. El mosetén, entre incrédulo y
divertido dijo: -“¿Cómo se puede ser tan tonto como para creer que yo entero puedo en-
trar en ese pedazo de papel?”.
Es el nuestro un mapa que marca itinerarios posibles, caminos abiertos, ensaya-
dos, algunos sólo insinuados. Por ello este libro se puede leer de muchas maneras, no
tiene un único recorrido y no tiene porqué ser leído de principio a fin. Tal vez si el lector
está interesado en problematizar la relación entre la afiliación religiosa y la práctica
utópica puede encontrar utilidad en los artículos de Verónica López Tessore, Yaacov
Oved, o el de Marisa González de Oleaga sobre los mennonitas; los interesados en saber
algo más sobre el solapamiento entre prácticas políticas e ideología emancipatoria y au-
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togestionaria encontrarán interesante cruzar los aportes de Bruno Fornillo y Federico


Randazzo (que hablan de sucesos distanciados por un siglo); los preocupados por las
palabras y las imágenes utópicas pueden centrarse en los textos de Efrén Ortiz, Adria-
na Petra o Laura Fernández Cordero, donde aparecen una Xalapa y una Buenos Aires
pesimistamente futuristas y distópicas; las historias de los experimentos de coloniza-
ción y de sus límites (y las de sus protagonistas y descendientes) son ofrecidos por Silvia
Di Liscia, Ernesto Bohoslavsky, Anne Whitehead, Danilo Baratti y Patrizia Candolfi.
La creación y sostenimiento de organizaciones comunitarias e intencionales aparece
como un problema en los artículos de Ernesto Lamas y Ximena Tordini, así como en el
de Nerina Visacovsky y el de Gabriela Wyczykier. Si lo que se busca es desnudar algo
del vínculo entre la palabra, el testimonio y la utopía, quizás el lector podrá encontrar
algún fruto interesante entrecruzando las reflexiones de Marisa González en la coda del
libro y la de Federico Lorenz sobre el papel y los límites del investigador. Estas suge-
rencias de lectura no pretenden guiarla, sólo recordar que se pueden hacer distintos re-
corridos, dependiendo de las necesidades y preferencias de los lectores.

Claroscuros

La creencia en la perfectibilidad humana y en la necesidad de recurrir a la inge-


niería social para lograrla ha acompañado al hombre desde la modernidad. Ese ardor en
la conciencia, ese ansia de mejora colectiva se plasmó muchas veces en la idea de que
era posible construir la ciudad ideal. Millones de personas se han lanzado tras esa vo-
luntad, dejando rastros de su afiebrada búsqueda en novelas futuristas, en la arquitec-
tura, en conspiraciones y acuerdos, desplazamientos por tierra y por mar, trabajo duro
en colonias rurales, falansterios, cooperativas y en la elaboración de detalladas consti-
tuciones. Todos estos esfuerzos testimonian una sensacional paradoja: la existencia de
múltiples proyectos de regreso a lo natural y lo primigenio a través de medios artificia-
les –incluso la tecnología de avanzada-. De allí que la utopía tiene algo que es simultá-
neamente hiper-moderno y arcaico. Por un lado, las experiencias y sueños utópicos po-
nen en juego los recursos que provienen de una planificación y ejecución “racional” de
los proyectos, a partir de un uso extendido –potencialmente universalizable y libre de
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control moral- de la lógica de los medios sirviendo a los fines. El exilio del mundo real-
mente existente, largo tiempo condenado como gesto fútil, pusilánime y reaccionario,
aparece retratado en este libro, por el contrario, como una de las formas más refinadas
de puesta en práctica de la modernidad, esto es, aquella que confía en la organización
racional de los medios como la mejor manera de servir a un fin ubicado en el futuro,
aun cuando tenga mucho de restauración de un pasado idealizado.
Pero, por el otro lado, podemos encontrar ese gesto tan característicamente mo-
derno de miedo a la diferencia y de exaltación de la serie: aquello que parece desafiar la
continuidad de lo propio genera miedo y, como ha mostrado Zygmunt Bauman (1997),
deseo de reducir y eliminar la diversidad para confirmar la identidad del grupo. Las ex-
periencias de los galeses y de los mennonitas en América están mostrando la intensidad
del deseo de auto-conservación y de rechazo a la “promiscuidad” étnica o religiosa. La
presencia de la alteridad no hace sino recordar el carácter contingente, construido y
modificable de la propia construcción identitaria, desafiando cualquier pretensión esen-
cialista.
Las experiencias y discursos de la utopía viven una recurrente duplicidad. En
un gesto simultáneo rechazan el tiempo y lugar actuales (a los que se considera reales,
pero alienados y alienantes) y expresan su indeclinable preferencia por un tiempo y un
lugar distintos (deseados e irreales, pero alcanzables). Por ello las utopías parecen ser
encrucijadas e intersecciones no siempre cordiales entre hombres, temporalidades, es-
pacios y aspiraciones. Las creaciones utópicas y las experiencias comunitarias están a
mitad de camino entre el anhelo y el recuerdo: ningún futuro se imagina desde el desier-
to simbólico, nada se puede proyectar si no hay palabras, frases, pulsiones anteriores,
que organizan, constriñen y a la vez hacen posible, como lo advirtió hace tiempo
Gramsci al hablar de la hegemonía. Las experiencias utópicas se estrían ante la tensión
a la que están sometidas entre el deseo de arraigarse en el territorio y la historia y la
conciencia de provenir de algún lado y circunstancias. Son una acumulación de memo-
rias, selectivamente agrupadas para que apunten a un norte.
Pero así como en las experiencias utópicas existe el espíritu homogeneizador y
aniquilador de la modernidad, también es factible hallar en ellas algo que parece perte-
necer a un mundo anterior, refractario a los cambios y favorable al aislamiento. Hay
una dimensión regresiva y restauradora que ayuda a diferenciarlas de otras que hacen
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hincapié en la transformación de la sociedad a futuro. Unidad, aislamiento e inaltera-


ción parecen ser rasgos que caracterizan a la auto-narración de las experiencias colecti-
vas. La unidad es la meta declarada, pero no hace falta declararse marxista para darse
cuenta de que la experiencia histórica demuestra que el conflicto es característico de
cualquier grupo humano (Andelson 2002). Los involucrados en experiencias comunita-
rias y de autogestión tienden a negar o a minimizar sus disensos internos. Como un ges-
to de auto-defensa frente a un entorno pocas veces amigable, esas disputas no suelen
llegar hasta los ojos y los oídos externos al grupo. Esto es posible de detectar al leer las
memorias de quienes han participado de estos procesos, de quienes elaboran una apolo-
gía retrospectiva de esa historia y entre los entrevistados. Una suerte de aversión a la
polémica fraternal parece campear la política de la memoria de estos experimentos so-
ciales.
Cada sociedad genera sus propias alegorías y reivindicaciones de origen y las ex-
periencias autogestionarias no son la excepción. Pero más allá de lo que sostengan en su
narración “oficial”, estas prácticas tienen problemas que no son reductibles a las dispu-
tas con el exterior, sino que tienen que ver con tensiones de ideas e intereses entre sus
miembros. Esta situación no guarda relación sólo con la diversidad –acotada, pero di-
versidad al fin- que hay dentro de cada una de estas experiencias, sino con el propio
devenir de las comunidades a lo largo del tiempo, que complejiza las posiciones, crea in-
tereses a favor y en contra del statu quo. Las comunidades están en un permanente pro-
ceso de reacomodamiento frente al mercado, los diversos niveles del Estado, pero tam-
bién frente a sus miembros, más allá de lo que digan sus apologistas y el discurso fun-
dacional idealizado y heroizante. Leyendo y escuchando a contrapelo es posible encon-
trar huellas de esas tensiones, expresadas sobre todo en silencios, pero a veces en más
altisonantes denuncias de “traición”, procesos de expulsión, secesión o redefinición de
la membresía, alteración de las reglas de convivencia y de los propósitos de la comuni-
dad intencional.
Reconocer estas tensiones y ambigüedades entre la unidad y la diversidad, entre
lo natural y lo artificial, entre el pasado y el futuro, entre el conflicto y el orden, entre
la modernidad y la tradición no es menospreciar el esfuerzo y el ardor de aquellos que se
empeñaron y se empeñan en construir (pequeños) mundos ideales. De lo que se trata es
de volver a ellos, releerlos y hacer un balance de esas experiencias para volver a coser
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con ese hilo del que hablábamos, pero dejando de lado el bronce, la construcción de hé-
roes y de ideales.

Una historia secreta

Hace unos meses visitamos por cuarta vez el Museo Científico Moisés Bertoni,
situado en la orilla izquierda del río Paraná, muy cerca de las tres fronteras (Paraguay,
Brasil y Argentina). En estas 199 hectáreas se conservan varios edificios construidos
por el científico suizo a fines del siglo XIX. Dentro del perímetro de esta zona protegi-
da vive una comunidad de mbyá-guaraní, descendientes seguramente de los en su día
trabajaron como peones para el propio Bertoni. El enclave figura en los recorridos tu-
rísticos de la zona de Iguazú y es visitado a diario por turistas y escolares deseosos de
conocer la espesura umbría del bosque creado por este sabio y hoy acorralado por los
campos de soja. Esta colonia familiar fundada por un suizo en medio de un entorno
aparentemente tan salvaje parece una excentricidad digna de ser conocida, o al menos,
visitada y una excusa muy propicia para la voracidad de los turistas.
La comunidad mbyá ha sido incorporada al proyecto turístico y las mujeres y los
niños ofrecen sus artesanías y escenifican danzas tribales para los visitantes. Viven
dentro de la reserva pero a cierta distancia de la casa, en un poblado contiguo al edifi-
cio de la escuela y cercano a su propio y colorido cementerio. El camino desde la casa de
Bertoni hasta el poblado mbyá es un camino de tierra tapizado de algunas piedras para
evitar los barrizales que se forman en la época de lluvias y en los árboles que coronan
este sendero no es infrecuente ver monos aulladores saltando de una rama a otra.
Cuando el visitante llega a Puerto Bertoni, después de sortear los inmensos cráteres que
salpican esa ruta de tierra, que más se parece a una enorme cicatriz roja flanqueada por
el verde de los campos, los mybá aparecen con sus collares y abalorios. Mujeres y niños
se instalan en los alrededores de la casa del suizo esperando vender alguna cosa. Mien-
tras el visitante mira y negocia con la artesana, los niños observan de reojo con sus
grandes y redondos ojos negros a los recién llegados. Se mantienen a una distancia pru-
dencial del edificio principal, como si estuvieran advertidos de que lo que allí se guarda
y custodia tiene un valor que a ellos se les escapa. O, simplemente, corretean por los al-
rededores del edificio porque lo poco que allí queda les resulta totalmente ajeno.
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La casa de madera, el edificio principal, vacío en la planta baja y con algunas


colecciones de flora y fauna en el primer piso, resiste el paso del tiempo bajo un autén-
tica bóveda verde que sólo deja pasar algunos rayos de sol a mediodía, a las seis de la
tarde la penumbra es casi total. Pintada hace poco, la cabaña es prácticamente un cas-
carón vacío con unos pocos paneles explicativos que intentan infundir cierta vida a lo
que fue la residencia permanente del científico y su familia. Pero hay algo que no puede
escapar al ojo del visitante y que no resultaba evidente en las anteriores visitas. Las co-
lumnas de madera, las paredes de la casa, el suelo, las piedras de superficie lisa que em-
baldosan el mirador o el muro encalado que separa el patio de la barranca que da al río,
todas estas superficies están garabateadas con palotes y nombres dibujados con trazos
que delatan la inseguridad de la grafía infantil. Toda la casa de Bertoni se ha converti-
do en un gran cuaderno lleno de marcas y costuras torpes y atropelladas que engalanan
las viejas paredes.
Intrigados por esta novedad, le preguntamos a uno de los guardas forestales, de
camino a ciudad de Este, por este arrebato gráfico. Nos contó lo difícil que era mante-
ner el lugar en condiciones, teniendo en cuenta el escasísimo presupuesto estatal y la
acción destructora de los pequeños mbyá. Y añadió, como quien sabe que sus comenta-
rios tienen doble filo: -“yo, personalmente, creo que es un error enseñarles a escribir
porque después escriben en todo lado, y eso no se puede controlar”. Y continuó descri-
biendo cómo él y sus compañeros habían intentado convencer a esos niños, y a sus ma-
yores, de la importancia de mantener en condiciones el museo Moisés Bertoni para
atraer a turistas y visitantes que, así, les comprarían artesanía y asistirían a sus espec-
táculos folklóricos. Pero parece que las explicaciones de los guardas no eran lo suficien-
temente convincentes como para que los pequeños mbyá dejaran de pintar paredes y
muros o, tal vez, la escritura se había convertido en una fuerza tan poderosa que nin-
guna recriminación podía desalentarla.
Los comentarios del guarda forestal nos produjeron sentimientos encontrados,
como si dos mundos entrasen en conflicto. Por un lado, entendimos su preocupación y
nos pareció loable su celo protector, teniendo en cuenta la tradicional desidia de los go-
biernos paraguayos ante el patrimonio nacional. Por otro, nos invadió una sensación de
ruidosa y colorida alegría, como de patio de colegio durante el recreo y recordamos va-
gamente o pudimos recomponer una emoción común: la de nuestras primeras letras, la
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sensación de huella en el mundo –como el contorno de los pies en la arena de la playa-


que proporciona la capacidad para escribir el nombre propio o los primeros garabatos.
Los niños mbyá escribiendo se habían inscrito en ese cascarón de madera en el que se ha
convertido la casa de Bertoni, tan ajeno a su vida cotidiana. Habían sido capaces de
apropiarse de ese legado material, haciéndolo suyo, dejando su huella, marcándolo con
sus nombres y sus torpes trazos. La casa de Bertoni ya no era ese lugar alejado y admi-
rado por otros y escurridizo para ellos, sino un espacio en el que encontrarse, inscribirse
y relatarse. Este también es el destino pensado para este libro…
Por ello, nos gustaría dedicar los méritos que este libro pueda contener en pri-
mer lugar a los niños mbyá de Puerto Bertoni, tal vez con la secreta esperanza de que
algún día lo lean y descubran en sus páginas algo de su propia historia, esa que ellos
fueron tejiendo junto con los garabatos de tiza. Y en segundo lugar, a todos aquellos
que tuvieron igual o mayor valor y creatividad para intuir que había otros mundos po-
sibles entre las letras, entre las personas y sobre la tierra, cuando la razón y la precau-
ción advertían sobre lo inútil, pernicioso e innecesario de todo ello.

De dones y responsabilidades

Quisiéramos agradecer a todas las personas e instituciones que hicieron posible


este libro. En primer lugar al Ministerio español de Educación que financió el proyecto
de I+D Hum-2005/03777 y permitió el desarrollo de los viajes, reuniones y los trabajos
de pesquisa. A la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED) que gestio-
nó los fondos de la subvención con papelitos escritos a mano a modo de facturas y espe-
cialmente a las funcionarias del Vicerrectorado de Investigación que escucharon pa-
cientemente las explicaciones sobre las peculiaridades de ese “remoto” país llamado Pa-
raguay. A los miembros del Departamento de Historia Social y del Pensamiento Políti-
co de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología por su generosidad, en especial a los
profesores Ana Martínez Arancón, Pedro Carlos González Cuevas y Santos Juliá, así
como a su directora, Isabel Pérez- Villanueva Tovar. Lo propio para el Instituto del
Desarrollo Humano de la Universidad Nacional de General Sarmiento, que nos alojó
25

para la realización de las jornadas sobre utopía a finales del 2007. Ana Longoni se entu-
siasmó por el proyecto y nos acercó materiales relevantes para ampliar nuestras ideas.
María Obligado es una muy notable lectora y nos hemos beneficiado de ese ojo
crítico. Wilfredo y Osvaldo Godoy nos alojaron en Puerto Bertoni sin preguntarnos de
dónde veníamos y sin importarles nuestro destino. En nuestro viaje a Filadelfia, centro
de la colonia mennonita de Fernheim, Gundolf Niebuhr nos recibió en su casa y nos
sentó a su mesa, donde probamos el mejor borsch del mundo. Theo Regier cruzó medio
país para charlar sobre una posible –y esperanzada- colaboración en el futuro mientras
dábamos cuenta de unas ricas empanadas en El Bolsi. Por último, Mabel Dorín estuvo
ahí, pendiente de las dudas y las inseguridades que acompañan toda empresa literaria y
… vital.
Este libro contó desde su inicio con el apoyo constante y entusiasta de Christian
Kupchik, quien tomó la iniciativa como cosa suya y personal. Mil gracias por eso. Lo
mismo hay que decir de los autores involucrados en esta compilación, que fueron reite-
radamente víctimas de las obsesiones teóricas y políticas -pero también estéticas- de los
compiladores, y de buen humor volvieron una y otra vez sobre sus textos.

Bibliografía
ANDELSON, Jonathan G. (2002) “Coming Together and Breaking Apart” en BROWN,
Susan L. (ed.) Intentional Communities. An Anthropological Perspective, New York:
State University of New York Press.
BAUMAN, Zygmunt (1997) Modernidad y Holocausto, Madrid: Sequitur.
CHAKRABARTY, Dipesh (2007) “History and the politics of recognition” en JENKINS,
Keith et al. (eds.) Manifestos for history, London: Routledge.
LAKOFF, George y JOHNSON, Mark (1988) Metáforas de la vida cotidiana, Madrid: Cáte-
dra.
SAMPERIO, Guillermo (2005) “Introducción. Walsh: el peligroso oficio de la escritura”
en WALSH, Rodolfo, Fotos, México: UNAM.
VILLELLA, Sonia (2007), De la olla al piquete. Mujeres organizadas del Movimiento de
Trabajadores Desocupados MTD, Buenos Aires: Editorial Manuel Suárez.
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Sección “Palabras e imágenes de la utopía”


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Buenos Aires de la utopía

Laura Fernández Cordero

“No podéis comprar la Revolución.


No podéis hacer la Revolución.
Sólo podéis ser la Revolución”
Ursula LE GUIN, Los desposeídos. Una utopía ambi-
gua

Escribir utopías es un incansable ejercicio del pensamiento político. Tomás Mo-


ro le inventó el nombre y desde entonces parece un juego de palabras, aunque un juego
muy serio: inventar la ciudad que no está en ningún lugar y, sin embargo, es espejo fa-
tal de la que habita el utopista. Esas invenciones componen una inmensa biblioteca a la
que se suman las reseñas de los críticos: entusiastas que celebran la sola idea de rein-
ventar un orden; superadores al modo del marxismo científico; decepcionados que en-
cuentran ahogo más que libertad en las ciudadelas de la perfección, y hasta estudiosos
del género que distinguen las narraciones utópicas de otros cuentos sobre tierras felices.
Al modo de la teoría social clásica, el pensamiento utópico reflexiona sobre la
socialidad, pero lo hace desde una voluntad muy singular, la de concebir el lazo social
como algo maleable, controlable, pacífico y experimentar con él. Esa obstinación guar-
da un candor humanista que impregna los textos de una tensa rigidez, por eso algunos
pasajes de la vasta colección utopista siguen despertando un dejo de pavor y cierta ter-
nura. Aquel que habla del tiempo, por ejemplo, del tiempo suspendido, el instante
desmedido de una revolución:
Maravilloso en verdad fue el cambio operado por la Comuna en París. [...]
Ya no había cadáveres en el depósito, ni asaltos nocturnos ni apenas hurtos;
por primera vez desde los días de febrero de 1848, se podía transitar seguro
por las calles de París, y eso que no había policía de ninguna clase. [...] vol-
vían a salir a la superficie las auténticas mujeres de París, heroicas, nobles y
abnegadas como las mujeres de la Antigüedad. París trabajaba y pensaba,
luchaba y daba su sangre; radiante en el entusiasmo de su iniciativa históri-
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ca, dedicado a forjar una ciudad nueva, casi se olvidaba de los caníbales que
tenía a las puertas.
Marx dice: la Comuna no tuvo tiempo, la Comuna fue traicionada por el resto de
Francia, la Comuna se extinguió en su propio fuego. Y sin embargo, ese París utópico
que no tendría ningún lugar, se hace un tiempo y un espacio en el mismísimo texto, in-
cluso en el texto de una derrota. No puedo evitar inscribir este pasaje inesperadamente
festivo en el linaje de las utopías textuales, aquellas narraciones sin visos de aplicación
directa ni colonias experimentales, pero con el poder fabuloso de reinventar la ciudad
que toman.
Otro fragmento que recuerdo con especial apego es el cronograma de Charles
Fourier:
A las 3,30 hs. despertar y preparativos. A las 4 hs. asamblea matutina, cró-
nica de la noche [...] A las 5,30 hs. turno en el grupo de la caza. [...] A las 8
hs. desayuno, lectura de periódicos. A las 10,30 hs. turno en el grupo de la
faisanería. A las 11,30 hs. turno en la biblioteca. [...] A las 4 hs. turno en el
grupo de las plantas exóticas. A las 6 hs. merienda en el campo. A las 6,30
hs. turno en el grupo de las ovejas merinas. [...] A las 9,30 hs. turno en el
patio de las artes, concierto, baile, espectáculos y recepciones. A las 10,30
hs. hora de acostarse.
Es probable que hasta ese momento el lector se hubiera dejado seducir por la vi-
da del falansterio. Quizás hasta se imaginara caminando por las galerías calefacciona-
das y participando en tertulias grecorromanas del brazo de una vestal, o de dos. Sin
embargo, si bien se promete el despliegue de todos los placeres -sea berrear como un be-
bé o desear al mismo sexo- y el cumplimiento gozoso de breves y atrayentes trabajos,
vivida en comunidad esa dicha parece exigir una reglamentación implacable.
Tercer y último pasaje persistente, el matrimonio en La Nueva Atlántida de
Francis Bacon:
Pero a causa de los muchos defectos ocultos en el cuerpo de hombres y mu-
jeres, proceden de una manera más cortés, pues tienen en la cercanía de ca-
da pueblo un par de estanques —a los cuales llaman los estanques de Adán
y de Eva— en donde es permitido que uno de los amigos del hombre y otro
de la mujer los vayan a ver bañarse desnudos, por separado.
30

En la Utopía de Moro los novios evitaban disgustos posteriores viéndose desnu-


dos antes del matrimonio. Despreciarse luego de semejante intimidad le parecía a Ba-
con de muy poca cortesía por lo cual propone esa variación, indudablemente más ro-
mántica que la de Campanella en cuya Ciudad del Sol las parejas serían organizadas
por “matronas” y “señores del engendramiento”. Lo cierto es que no hay relato utópico
desinteresado de las cuestiones del amor; de cómo se organizan las relaciones amorosas
suelen provenir sus ocurrencias más hilarantes.
Estas tres citas extraídas por capricho de la tradición utópica nos delimitan un
modesto subgénero: relatos sobre la propia ciudad y, en ella, la reglamentación de la
vida cotidiana y del amor. Detenerse en esos aspectos durante la lectura podría ayu-
darnos a sortear los trucos del personaje solícito que el narrador ha dispuesto para lle-
var nuestros ojos. Tiene la orden de pasearnos por un mapa ya previsto con el cual el
utopista meticuloso nos invitará a conocer la maqueta completa: la de los grandes sis-
temas productivos, escolares, arquitectónicos. Un trayecto para confirmar que la ciu-
dad visitada coincide punto por punto con la naturaleza humana y de allí, su irrebati-
ble eficacia. “No tengáis miedo a ser extenso!” anima Moro a Rafael, su informante.
Entonces nos abruman los datos -esta calle se llama así, esto comemos, de tal manera
trabajamos los metales, etc.- y el experto se afana en el detallismo. Como consecuencia,
la glosa puede resultarnos incómoda ya que es fácil tentarse con la cita interminable, y
aun así se torna imposible transmitir toda la comicidad de la narración (y el dejo de
pavor). Por tanto, comenzaremos el recorrido a pie juntillas e intentaremos escapar al
primer descuido.
Buenos Aires fue una ciudad tomada por las utopías textuales en varias oportu-
nidades. Incluso cuando a principios del siglo XX el género ya comenzaba a engendrar
pesadillas futuristas, sobre ella se escribieron tres utopías todavía esperanzadas: en
1904 el español Enrique Vera y González imaginó La Estrella del Sur de 2010; cuatro
años después, Julio Dittrich vislumbraba Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialis-
ta; mientras que hacia 1914 Pierre Quiroule delineaba La ciudad anarquista americana.
Detrás de ese seudónimo el libertario Joaquín Alejo Falconnet proyectaba, en realidad,
el abandono radical de la metafórica urbe Las Delicias, a fin de crear La Ciudad de los
Hijos del Sol un poco más al norte.
31

Para llegar a la Buenos Aires futura, el viaje en el tiempo es la maniobra prefe-


rida de los narradores. Luis Miralta, agobiado por el tedio moderno¸ se somete a los pa-
ses mágicos de un fakir y desembarca en los festejos del bicentenario. El obrero socialis-
ta permanece internado con la conciencia perdida a causa de un sablazo policial recibi-
do durante una manifestación; cuarenta años después, el descubrimiento de una nueva
técnica médica lo devuelve a su familia y a los tiempos de la posrevolución. Hay en
ambos autores algo del sueño cataléptico de Looking Backward, novela utópica del nor-
teamericano Edward Bellamy, que fue muy leída aquí desde su temprana primera edi-
ción. Quiroule, en cambio, simplemente da un salto imaginativo en el tiempo y sueña
que la revolución local y el abandono de la ciudad contaminada llevarían apenas dos
décadas. Su relato comienza con la prueba del “Vibraliber”, un rayo mortífero que dará
la libertad al resto del mundo todavía capitalista.
La Buenos Aires del progreso científico, la del socialismo triunfante y el anar-
quismo organizado presentan previsibles diferencias en sus regímenes políticos. Basta
con ver sus respectivos héroes: Bartolomé Mitre, Alfredo Palacios y Super, un científi-
co-revolucionario-nietzscheano. En el capitalismo tecnocrático se celebran elecciones
entre los ciudadanos de mayor coeficiente intelectual; el socialismo de estado cubre con
su gran administración todas las necesidades de sus miembros iguales y los libertarios
se dan sus propias reglas cada noche en asambleas abiertas. Armonía, racionalidad y
concordia, resumen los observadores fascinados. El alter ego mágico de Vera y Gonzá-
lez va por las calles de la megalópolis haciendo comparaciones con su presente que, co-
mo otra jugarreta propia del género, es nuestro viejo pasado. Es decir, el punto de vista
que se nos ofrece es el de quien todavía no ha festejado el primer centenario de la patria
y ya imagina el segundo como la culminación de todas las promesas: protagonismo
mundial, brazos disciplinados, mentes obsecuentes y progreso tecnológico indefinido.
También el socialista ve confirmado su programa partidario: propiedad socializada,
trabajo por el bien común e igualdad de derechos y obligaciones. En sus paseos vemos
aterrizar naves en la estación del Once y una bandera blanca (no ya la roja, sangrienta)
ondea en la plaza pacificada. La narración de Quiroule impone una estrategia diferente.
Un relator muy descriptivo se detiene a explicarnos las flamantes instituciones mien-
tras que sus habitantes viven la aldea y en sus aventuras diarias muestran las maravi-
llas de la anarquía; lo que cuentan, lo hacen con alegría y orgullo. El nativo alegre y
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orgulloso suele ser otra constante en las utopías: el observador será iniciado por un ha-
bitante feliz.
Sin embargo, más allá de los sistemas económicos novedosos y los órdenes polí-
ticos a gran escala, ¿cómo se vive la Buenos Aires de la utopía?, ¿a qué cronogramas
somete a sus vecinos?, ¿cómo preparan sus almuerzos?, ¿bajo qué arquitecturas se
aman? Veamos. Un habitante de la Estrella del Sur, por ejemplo, despertará en una
urbe hipermoderna. Según las medidas que de su coeficiente hayan tomado las ciencias
psicológicas, se encaminará a uno u otro trabajo cuya cercanía evita embotellamientos
y muchedumbres ruidosas. Una “dosis de socialismo” garantiza la satisfacción de las
necesidades básicas a cambio de una cooperación de cuatro horas en alguna rama de la
producción; el Estado colosal, sabio y omnipresente administra los tiempos y las fae-
nas. Luego, el trabajador volverá a su casa de papel y celulosa donde podrá leer una
cartilla de “concisión ultraespartana”. Si pertenece a los grupos “más distinguidos”
comerá alguna jalea artificial sana y nutritiva para quizás beber después una copa de
“licor argentino”, un preparado con las virtudes del opio aunque sin sus peligros.
La Buenos Aires de Dittrich supone también un Estado enorme. Argentina co-
rresponde al número trece de una Gran Sociedad Universal que gestiona la paz de un
mundo en el que solo Inglaterra se empecina en el capitalismo. Aquí, el socialismo
triunfante exige al obrero cuatro horas de trabajo, ofrece variadas diversiones cívicas
para el tiempo libre y garantiza la vida familiar en una casa confortable donde se man-
tendrán las costumbres de la siesta, el puchero y el vino de mesa. Como es de esperar, el
anarquismo asume la versión más radical. En su utopía, Quiroule propone el abandono
gradual de la ciudad para refundar pequeñas aldeas simplificadas de diez mil habitan-
tes. Sociedades interrelacionadas aunque autónomas donde el Estado es reemplazado
por la buena voluntad y la espontaneidad. Así, sus habitantes velan por las necesidades
de la comunidad ofreciendo su trabajo y participando de las asambleas nocturnas tras
las cuales un simple pizarrón reemplaza la burocracia: “Depósito nro. 4 Este: Faltan
sandalias. Siega: hacen falta 15 compañeros.” Pero la radicalidad del anarquismo no se
contiene; parte de su aporte original es refundar aquellos espacios que los otros dos re-
latos tienden a preservar: el matrimonio, la vida familiar, la crianza de los hijos. Allí
donde Vera y González prevee una continuidad casi perfecta y Dittrich varía muy po-
co, Quiroule propone una verdadera revolución. La regla no es el matrimonio, sino el
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amor libre y, aunque haya casas disponibles para quienes desean vivir en familia, la
mayoría vive en soledad o establece convivencias por afinidad. Los niños se educan
desde su nacimiento en una eficiente pouponnière o casa-cuna donde pueden ser visita-
dos por sus padres.
No es pereza en la inventiva lo que aqueja a los otros autores sino la convicción
de que el orden familiar, con su monogamia y su paternidad asegurada, debería ser la
base de toda sociedad. Como afirma Dittrich, aquellas “ideas poco meditadas de algu-
nos exaltados” tienen un solo argumento a favor: “que no es justo que uno tenga mujer
bonita y otro fea.” Para Vera el problema de su época no era el amor libérrimo del
anarquismo, sino el aumento de las separaciones injustificadas, por lo tanto revela que
en el futuro se habría dispuesto “el matrimonio á plazo fijo, siendo al más breve de un
año” tras el cual debía consignarse en el registro civil el propósito de continuar. Pese a
las innovaciones, el romance que termina en boda en su Estrella del Porvenir exigió la
explícita aprobación del padre de la novia.
Cuando los tres utopistas diseñaban sus sociedades, la emancipación de la mujer
era una cuestión vibrante. Las feministas reclamaban derechos civiles y políticos -
muchas de ellas pertenecían al Partido Socialista o se sentían cercanas- mientras que,
renegando de la marca de clase del feminismo y distanciándose del sufragismo, las
anarquistas proclamaban el amor libre, aun cuando advirtieran que las consignas no
siempre aseguraban cambios concretos. ¿Encontrarían todas ellas una vida cercana a
sus reivindicaciones en la Buenos Aires de la utopía? Vera y González afirma que su
protagonista, Elisa, “había tenido el buen gusto de no adquirir títulos universitarios”
aunque conocía varios idiomas, “amaba la pintura y la música y además escribía com-
posiciones sentimentales, en las que se notaba la afectación propia de su sexo.” Las
universitarias se habrían decepcionado, así como el relato del enamoramiento románti-
co de Elisa y sus autocríticas, seguramente desesperaran a las anarquistas: “las mujeres
tenemos menos aptitud para renunciar bruscamente a las tradiciones y los recuerdos.
Mi padre y mi hermano piensan de un modo muy distinto.”
Más resuelto, Dittrich proyecta que tendremos los mismos derechos, pero no los
mismos deberes. Así, “por un acuerdo tácito” las porteñas no salen a la calle por la ma-
ñana ya que están abocadas al trabajo doméstico y a la maternidad. Sin embargo, co-
mo buen socialista respetuoso del libre albedrío, dirá que aquellas que deseen estudios
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superiores y profesiones, sencillamente deberán renunciar a la maternidad o esperar a


los cincuenta años cuando adquieren la categoría de matronas. En cambio, en la utopía
anarquista no habría espera, la educación es mixta e igualitaria desde el comienzo. La
destitución de la familia aliviana el trabajo en el hogar al mismo tiempo que lo reducen
los almuerzos comunitarios. En varios pasajes, Dittrich resalta que el socialismo ha
erradicado las servidumbres y las falsas jerarquías; su protagonista se muestra sorpren-
dido al ver que un médico y un enfermero se pasean “del bracete”. A diferencia de Ve-
ra, no se permite la idea de contar con “empleados domésticos”, por tanto, lo resuelve
procurando que desde los quince años las mujeres aprendan a “cocinar, remendar, cui-
dar niños, tener en orden la casa”. La tecnología y los nuevos materiales han simplifi-
cado el trabajo doméstico, pero sigue en manos femeninas al igual que la crianza de los
hijos. En este aspecto es destacable el esfuerzo de Quiroule al imaginar que entre las
cuidadoras semi-profesionales de las casas-cuna, a veces se presenta algún hombre que
también ama a los niños.
El modo en que se concibe la vida familiar afecta la organización del espacio
tanto como la densidad de población. La megalópolis de ochenta millones de habitantes
se extiende por los cuatro puntos cardinales sumando las localidades aledañas. Su
enorme extensión ofrece gran variedad de construcciones realizadas con novedosos ma-
teriales desarrollados por los científicos. La cruzan singulares medios de transporte en-
tre los que no faltan los voladores. Edificios administrativos colosales y torres kilomé-
tricas compiten con el paisaje de Nueva York. Las calles principales conservan sus vie-
jos nombres y se les agregan las descomunales avenidas Argentina y América. El socia-
lismo, más modesto, sueña con sanear los barrios obreros. Barracas y la Boca destacan
por sus “lindas casitas de material” rodeadas del Riachuelo limpio y sano. La revolu-
ción de lo doméstico en el imaginario libertario exige mayor cantidad de casas indivi-
duales, especialmente para las mujeres quienes tienen su “home propio”. ¿Habría leído
Quiroule el Episodio de amor en la Colonia Cecilia, el folleto de propaganda anarquista
editado unas décadas antes? En aquella frustrada colonia de fines del siglo XIX, la
práctica experimental del amor libre parece haber demostrado que se generaban ciertas
fricciones, ya que la protagonista del trío amoroso debía visitar las barracas de sendos
compañeros en lugar de esperarlos en su propia casa. ¿O será que los autores escribían
contra el telón de fondo de los conventillos, espacios que en coincidencia con los higie-
35

nistas veían como focos de miseria y enfermedad? Al deplorar el hacinamiento y sus


consecuencias -fueran la tuberculosis o el contagio de una idea política- los tres coinci-
dieron en imaginar casitas de vidrios coloreados y jardín. Renato de Villena, intendente
de la ciudad bicentenaria, describe la prolija distribución de estilos por zonas: “distrito
chino, indio, egipcio, persa, caldeo, griego, romano, bizantino, gótico, árabe, plateresco,
del renacimiento en sus diversos períodos, de Luis XV, barroco, churrigueresco, jesuíti-
co”. En la aldea de Quiroule predomina, con curiosa especificidad, el estilo combinado
“etrusco y japonés”. Incluso para dejar claro que el anarquismo sí tiene un plan en la
“obra de construcción revolucionaria” -tal es el subtítulo de su libro- dibuja un plano
de calles simétricas bautizadas con esmerada pertinencia: calle de la Actividad, avenida
de la Humanidad, vía de la Abundancia. Con esa distribución cuadriculada, una cruz
de avenidas y una plaza central, Quiroule aseguraba que “más poética y racional era la
distribución de las moradas anarquistas”.
La racionalidad de los nuevos órdenes soñados por esta tradición se expresa en
las nomenclaturas y las nominaciones. Es parte del sueño de la razón utópica lograr
una coincidencia precisa entre las voces y las cosas; que el lenguaje, al fin, se atenga a
decir el mundo y en tanto instrumento sea provechoso y eficiente. Una lengua de dife-
rencias allanadas y polifonías restringidas será, sobre todo, útil como herramienta co-
municativa. Con ese anhelo, en el socialismo globalizado de Dittrich se dirimen los
asuntos públicos en esperanto, esa otra utopía. El paroxismo de la reglamentación des-
punta también en otros sistemas de signos como, por ejemplo, el vestido. En la Icaria
de Étienne Cabet -autor que con toda seguridad integraba las lecturas de nuestros au-
tores- las categorías sociales se podían leer con claridad en el tipo de traje. Un comité
sanciona una ley que organiza el guardarropas por sexo, edad, profesión, estado civil,
funciones y otras condiciones sociales. Apenas un poco menos puntilloso, Dittrich per-
geña que los porteños adultos pueden elegir entre tres tipos de género estacionales y di-
versos colores, de modo que “cada cual se viste aparentemente como se le da la gana;
pero siempre de acuerdo con nuestros principios”. Esos principios rectores serían la ca-
tegorización por edad y la igualdad de acceso a los trajes. Vestido liso para las niñas en-
tre seis y quince años; pantalones cortos para los niños hasta dejar la escuela. Ambos
sexos siempre de blanco para fomentar el aseo. Luego pueden elegir color pero no el
largo de la chaqueta que llegará a la cintura hasta los dieciocho años, mudará en un sa-
36

co común hasta los cincuenta cuando recién tendrán autorización para llevar levita. A
esa edad las mujeres podrán dejar el taillieur para mantener la pollera y adoptar un le-
vitón suelto. Se utilizan sombreros de todo tipo, pero no se admiten los adornos con
plumas “como antes hacían los indios”. Los sombreros también son importantes en el
vestuario del bicentenario aunque más funcionales ya que son “ligerísimos y elegantes,
protegen contra el sol, y dejan circular, entibiándolo, el aire, á la vez que por su prepa-
ración especial, matan el microbio de la calvicie.”. Vera describe el “arte de la sastre-
ría” como un ámbito revolucionado por razones de higiene y salud. La confección es
automática y se abandonaron las prendas ajustadas, en favor de las “vestiduras flotan-
tes del neo-renacimiento greco-romano” que despiden “efluvios insensibles” neutraliza-
dores de la transpiración. A Quiroule también le preocupa la salud, pero se permite una
disquisición más estética. Los super hombres de su aldea pueden vestir como gauchos y
las mujeres como damas antiguas, aunque la mayoría adopta, por simple comodidad,
un ropaje ecléctico que suma un poncho vernáculo a las túnicas fenicias. Los jóvenes
reniegan del sombrero y lucen sus “cabelleras flotantes.” Por las noches las compañeras
se quitan “la vestidura semimasculina poniéndose otra más en armonía con la estética
natural de la mujer” y más apropiada para participar de agradables causeries al aire li-
bre donde se da rienda suelta al “torneo del amor”. El clima templado favorece el uso
de vestidos sueltos y los encuentros nocturnos, advierte Quiroule. Las referencias a los
aspectos meteorológicos son recurrentes en la tradición utópica. En varios casos los au-
tores sostienen que la institución de la ciudad ha modificado el clima de la región, por
supuesto mejorándolo. Como en muchos otros asuntos, el más arriesgado de los utopis-
tas fue Fourier con sus vaticinios de metamorfosis cósmicas que provocarían modera-
ciones de las temperaturas extremas, cambios en el sabor del mar y la extensión espec-
tacular de las tierras de cultivo.
De todos modos, la hostilidad del clima tendría poca incidencia en la salud de los
nuevos hombres y mujeres rozagantes. Menor cantidad de trabajo, más horas de ocio
recreativo, nuevas medicinas y, sobre todo, una mejor calidad de los alimentos provo-
can milagros sobre los habitantes. En la utopía de Vera, por ejemplo, se logra que en-
tren “en juego centenares de millones de células, hoy dormidas, de la sustancia gris del
cerebro” gracias a lo cual “los niños aprendían sin fatiga y hasta con avidez en un año
lo que en épocas anteriores hubiese agotado las energías de toda su juventud.” Por lo
37

tanto la vida profesional comienza ya a los dieciocho años o incluso antes, y no se dice
mucho más al respecto. En el caso de Dittrich y de Quiroule la descripción del sistema
educativo se lleva varias páginas. En el socialismo “hasta los quince años, el niño per-
tenece enteramente a su familia” aunque su educación institucional comienza a los seis.
En el otro extremo, el “tutelaje paternal de la comuna” anarquista se extiende desde el
nacimiento hasta los diecisiete años cuando los individuos ya son considerados miem-
bros activos. Mientras tanto se entrelazan la enseñanza teórica y la práctica, se incluye
la educación sexual y rudimentos de los más diversos artes y oficios.
Si bien la educación formal finaliza en un momento determinado, la ciudad en-
tera es educativa o moralizante para el habitante de cualquier edad. Dittrich describe
conferencias para niños, cuentos con moralejas leídos en grupo, esculturas históricas,
un cartel proyectado en las nubes y hasta juegos olímpicos que refuerzan la pertenen-
cia. Las competencias a la manera antigua también son importantes en las aldeas de los
Hijos del Sol, así como los cuadros y las esculturas de tamaño natural que ilustran los
viejos males de la civilización. Los aldeanos participan de actividades culturales en el
Coliseo y se dedican con entusiasmo al teatro ya sea como autores, actores o directores.
En cambio, Vera augura su reemplazo por el cine, mucho más acorde al vertiginoso
“espectáculo de la vida”. El progreso veloz e implacable del nuevo milenio exige flexi-
bilidad, abreviaturas, efectividad. Los más adaptados y exitosos moderan su fortuna
espontáneamente y afirman ceder “con placer á la comunidad nuestros sobrantes en
cuanto empezamos á sentirnos demasiado ricos.”
La inventiva del utopista descansa sobre la confianza inconmovible en la bon-
dad humana. Puestos bajo leyes sencillas, buenas y racionales casi todos los individuos
hacen el bien o se convencen de hacerlo muy pronto. Si el trabajo no supone explota-
ción sino beneficio común, el obrero cumplirá sus pocas horas y dedicará el resto del día
al ocio edificante o a la labor comunitaria. Si las causas sociales del delito han sido su-
primidas, el crimen casi desaparece y con él policías y juzgados. Si el placer es encauza-
do, los vicios pierden el gusto (de todas esas opciones habría que salvar a Fourier pero
sería otro ensayo que, además, ya escribió imbatiblemente Roland Barthes)
Ahora, el despliegue de tantas reglamentaciones y normatividades convoca una
pregunta inquietante: ¿para qué tanto esfuerzo si los hombres son naturalmente bue-
nos? Que las mujeres también lo sean parece no dudarse, pero somos tan volubles. En-
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tonces, ya vimos, habrá cuidados especiales para las porteñas. En ambos casos, la pa-
radoja es evidente: ¿por qué si el utopista confía tanto en la naturaleza humana rodea a
los habitantes de instituciones, ritos, imágenes y recitados diarios? Incluso parecen con-
fiados cuando piensan la posibilidad de la disidencia ya que si, pese a la bondad del ré-
gimen y a la naturaleza humana redimida, existieran detractores, delincuentes o indi-
vidualistas, al menos nuestros utopistas han previsto su destino. Quienes no pueden se-
guir el ritmo furioso del progreso científico son diagnosticados y tratados especialmente
por la “corporación de psicólogos experimentales” de la Estrella del Sur, de modo que
logren encontrar su lugar en el organismo social. Si no es así, los esperan las “cárceles-
casas de corrección y trabajos forzados para delincuentes susceptibles de mejoramien-
to”. Por su parte y, a pesar de “que ahora todos gozan en cumplir los reglamentos por-
que ley pareja no duele”, el socialismo confinará en Malvinas a quienes no lo compren-
dan. Previo paso por la marca (literal) de la ley; el reo llevará tatuada en esperanto con
“rayos ultrablancos” la inicial de su crimen: robo, mentira, asesinato y una V de mala
vida para las mujeres que la merezcan. La reincidencia se pena con la deportación a In-
glaterra, ya que la Gran Sociedad no castiga sino que separa a los que no saben aprove-
char sus beneficios. Aun más optimista, Quiroule prefiere pensar en quienes decidan no
participar de su propuesta y se pregunta: “¿Acaso sería justo que después de haber las
minorías oprimido a las mayorías, las mayorías a su vez, oprimiesen a las minorías?”
Su respuesta intenta respetar algo del individualismo anarquista e idea la posibilidad
de que algunos libertarios elijan la vida nómade y se acerquen a las aldeas sólo cuando
lo necesiten.
Según parece, para construir una sociedad nueva y feliz bastaría con poner de
acuerdo a la naturaleza humana y a la racionalidad de la cultura. Pero ¿en qué consiste
tal naturaleza?, ¿qué hay de natural en lo humano?, ¿cuánto de humanidad natural
puede domeñar un orden social? Las dudas no surgen porque en casi todas las utopías
hay quienes resisten su influjo -descarriados, delincuentes, locos, perversos- sino por la
propia tenacidad de cada orden político puesto a fundar esa naturaleza una y otra vez.
Con bastante frecuencia los utopistas parecen acordar en que el orden perfecto conlleva
mucha repetición y, por tanto, una especie de pascalianos felices puebla las ciudades
ideales, hechas y vueltas a hacer cada día.
39

Entonces las utopías textuales son, también, cuentos sobre cómo producir habi-
tantes. En su humanismo fanático el utopista no sólo confía en pergeñar el mejor or-
den, sino el ciudadano mejor. Las ciudades parecen máquinas en cuya ingeniería (so-
cial) se producen series armónicas de sujetos ideales. Y en donde con más claridad se
observan sus mecanismos no es en los grandes tratados ni en los legalismos abstractos,
sino en la reglamentación cotidiana del sueño, las comidas, los vestidos y las sexualida-
des. Tal como hemos entrevisto en la voluntad programática de los utopistas locales,
quienes con énfasis diversos demarcaron esas coordenadas para los modos de vivir por-
teños. Científicamente determinados en el capitalismo suave de Vera, administrativa-
mente sancionados en el gran Estado de partido único en Dittrich y erigidos en forma
espontánea y mancomunada por los saludables Hijos del Sol. Jamás resultantes del
conflicto político, ni de la disputa colectiva.
Solo una mirada ingenua sobre la razón emancipatoria podría sorprenderse al
encontrar algo del paisaje fascista en los sueños más libertarios. Es en la Ciudad Anar-
quista Americana donde, por ejemplo, a los niños “se les enseñaba cómo se debe cami-
nar, tieso el cuerpo, la cabeza erguida sin exageración; cuál debe ser, corriendo, la pos-
tura del cuerpo y la posición de los brazos; en el sueño, cuál la posición de los miembros
[...].” En este sentido, que las utopías se malogren o vivan agudos cataclismos en su
aplicación no hace más que salvarlas. Es el fracaso de la voluntad ingenieril, del empe-
ño en pacificar la lengua y de la intención de domesticar el lazo social lo que mantiene
activa a la utopía. Esa insistente costumbre de imaginar otras tantas ciudades imposi-
bles.

BARTHES, Roland (1997), Sade, Fourier, Loyola; Madrid: Cátedra.


CABET, Étienne (1985) [c. 1840], Viaje por Icaria, Barcelona: Hyspamérica.
DITTRICH, Julio, (1908) Buenos Aires en 1950 bajo el régimen socialista, Buenos Aires,
edición de autor.
FERNÁNDEZ CORDERO, Laura (2004), “Una utopía amorosa en Colonia Cecilia”, Políti-
cas de la Memoria. Anuario del CeDInCI, 5, Buenos Aires.
FOURIER, Charles (1972) [c. 1820], El Nuevo Mundo Amoroso, Buenos Aires: Siglo XXI
Editores.
40

GOMEZ TOVAR, Luis et al. (1991), Utopías libertarias americanas. La Ciudad Anarquista
Americana de Pierre Quiroule; Madrid: Tuero.
MARX, Karl (1973) [1871] La guerra civil en Francia, Buenos Aires: Anteo.
MORO, Tomás et al. (1991), Utopías del Renacimiento, México: F.C.E.
PETRA, Adriana (2004), “Buenos Aires, revolución y utopía: La ciudad anarquista
americana de Pierre Quiroule”, en DÁVILO, Beatriz (comp.), Territorio, Memoria y Re-
lato, tomo II, Rosario: UNR Editora.
TROUSSON, Raymond (1995), Historia de la literatura utópica; Barcelona: Península.
VERA Y GONZÁLEZ, Enrique (2000) [1904], La Estrella del Sur. A través del porvenir;
Buenos Aires: Instituto Histórico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
WEINBERG, Félix (1976), Dos utopías argentinas de principios de siglo; Buenos Aires: So-
lar/ Hachette.
41

Estridentópolis: ¿utopía o distopía poética? Xalapa en la década de 1920

Efrén Ortiz Domínguez

En el concierto de las diversas experiencias vividas o documentadas sobre el fe-


nómeno utópico en América Latina, quisiera reseñar una que hasta el momento había
estado confinada a los textos pero que, si le concedemos el beneficio de una segunda mi-
rada, posee facetas aún inexploradas por situarse más allá de la escritura, en especial
aquella de la crítica literaria. Se trata de la imagen de la urbe tal y como es configurada
por los poetas estridentistas grupo poético que, en los bullentes años de auge de las
vanguardias, imaginó una ciudad del futuro donde la tecnología habría de estar puesta
al servicio de la felicidad del proletariado; tal urbe recibió el nombre de Estridentópolis.
Mucho se ha bordado alrededor de la misma: ¿estuvo situada en la Xalapa de los años
veintes, o como quería Germán Cueto, grabador y escultor integrante de dicho grupo de
artistas, habría que esperar hasta 1975 para atestiguar su emergencia? ¿Era, en reali-
dad, un nuevo disfraz de la cosmopolita Nueva York? ¿O se trataba simplemente de un
ensueño poético febril? ¿Existió acaso alguna vez Estridentópolis?
Para la crítica literaria, en especial la mexicana, Xalapa es, desde hace años, se-
de para dicho ensueño. Sólo de manera tangencial me preocupa ahora esta dimensión,
que describí en otra ocasión. Quisiera ahora atisbar en otra dirección: rebasar los lími-
tes de dicha imagen poética en tanto texto, y reflexionar hacia dos dimensiones que
apuntan a prácticas de carácter social y político, como otras tantas expuestas en este
volumen. Desearía sondear la posibilidad de que esa imagen, tradicionalmente mirada
como una utopía, sea en realidad su versión inversa, una distopía, una visión en nega-
tivo, perspectiva hasta ahora no considerada. Además, incursionar en los efectos que
esta imagen urbana produce en sus habitantes, es decir, sondear el imaginario que ella
provoca, así como los movimientos sociales a que ha convocado en los últimos veinte
años. En otras palabras, además de la experiencia utópica de Estridentópolis como re-
lato fundacional, quisiera ver qué efectos produjo y produce en los habitantes de ésta,
mi ciudad. Por ello, este artículo está dividido en tres secciones: primero, atender a la
naturaleza discursiva de la imagen urbana; segundo, invitar al lector a considerarla
como una distopía; en tercer lugar, atender a los efectos que dicho imaginario produce
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en sectores de la población que reaccionan vivamente ante las políticas de planificación


del desarrollo urbano de Xalapa, motivadas en última instancia, por ese imaginario.
Partamos, en primer término, de una firme aseveración: “La ciudad -dice Gus-
tavo Remedi- existe en muchas formas. En parte es una realidad material, socialmente
construida, que habitamos y con la que establecemos una relación sensual y simbólica.
Por otra parte, ‘la ciudad’ también es una representación imaginaria, una construcción
simbólico discursiva, producto de nuestra imaginación, y sobre todo, del lenguaje”. En
efecto, inmersa en esa dualidad ampliamente descrita por antropólogos y sociólogos, la
ciudad real o imaginaria, vivida o deseada, constituye una experiencia mediatizada por
los relatos que en torno a ella construyen sus habitantes, relatos que, al propio tiempo,
definen a sus productores en tanto personajes inmersos en un ambiente específico. La
ciudad es, entonces, esa construcción que, a la vez, construye y define a sus propios
creadores, según Remedi:
Habitamos la ciudad en la intersección de nuestra experiencia sensual de la
ciudad y nuestra ubicación en un mar de ‘representaciones’ de la ciudad que
circulan -y que en cierto sentido, nos preceden-, las cuales conforman un
‘anillo’ que media nuestra vivencia de la ciudad. De este modo, la experien-
cia cotidiana está mediada por tales narraciones -las cuales se refuerzan o al-
teran como resultado de la vida cotidiana.
La nuestra es una de esas ciudades que, pese a distar 70 km. de la costa, se hun-
de en un mar de representaciones y narraciones producto de la historia y de la cultura;
una de ellas quiere identificarla con Estridentópolis, ciudad del futuro concebida por
los poetas vanguardistas de la segunda década del siglo XX y descrita en Vrbe, super-
poema bolchevique en cinco cantos de Manuel Maples Arce, publicado el año de 1924, y
que conoció el mérito de la traducción inmediata al inglés, nada menos que de John
Dos Passos, bajo el título de Metrópolis.2 Éste, su tercer libro, acompañado por cinco
grabados de Jean Charlot, yuxtapone la exaltación del movimiento revolucionario con
una estética de la ciudad del futuro.
El estridentismo nace, como la mayoría de las vanguardias, de un manifiesto re-
dactado por Maples Arce y colocado por él mismo en las paredes de la ciudad de México
los últimos días de diciembre de 1921. Se trata de un pliego que consta de un prólogo,

2Hay quien ha querido ver detrás de la Metrópolis de Fritz Lang, resonancias del poema de Maples Arce.
El dato no ha sido investigado con suficiencia.
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catorce puntos programáticos y un “Directorio de vanguardia” en el que figuran, entre


otros, Guillermo de Torre, Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro, Juan Larrea, Juan
Ramón Jiménez, José Ortega y Gasset, Guillaume Apollinaire, Triztán Tzara y Max
Ernest, entre otros. Sus imágenes poéticas tienen que ver con la geometría, de allí su
proximidad con el cubismo:
El estridentismo está inscrito dentro de un auténtico sistema lingüístico de
vanguardia. No sólo observa una dirección de lenguaje puramente emotivo
desdeñando cualquier interferencia descriptiva, sino que utiliza pirotecnias
verbales, íntimamente fusionadas con elementos que constituyen el ritmo
de la historia cultural de ese momento. Fija el poema por escalones de imá-
genes y metáforas, por lo general de raíz cubista, yuxtapuestas, pero moti-
vadas todas por una sola idea. Por medio de un acendrado subjetivismo que
muchas veces conduce a un desarraigo, al derrotismo o a un estado de sole-
dad, crea atmósferas que están más sugeridas que declaradas. Nuevas for-
mas sintéticas, búsqueda incesante de una musicalidad, y un vértigo espiri-
tual que se produce por el cultivo excesivo de lo sentidos completan el pro-
ceso técnico de la imagen estridentista (Schneider 1985:35).
La imagen citadina en Vrbe rehuye, por ende, todo elemento descriptivo y se
distribuye a lo largo del poema, a manera de escalones, a través de resonancias y deste-
llos que aluden a la modernidad:
He aquí mi poema
Brutal
Y multánime
A la nueva ciudad.
Oh ciudad toda tensa
De cables y de esfuerzos
Sonora toda
De motores y de alas.

Explosión simultánea
De las nuevas teorías,
Un poco más allá
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En el plano espacial
De Witman y de Turner
Y un poco más acá
De Maples Arce.
[…]
Oh ciudad fuerte
Y múltiple
Hecha toda de hierro y de acero.
Los muelles. Las dársenas
Las grúas.
Y la fiebre sexual
De las fábricas
Vrbe:
Escoltas de tranvías
Que recorren las calles subversistas
Los escaparates asaltan las aceras,
Y el sol, saquea las avenidas.
Al margen de los días
Tarifados de postes telefónicos
Desfilan paisajes momentáneos
Por sistemas de tubos ascensores (Schneider 1985:191-192)

El texto hace desfilar por sus líneas versales un conjunto de motivos que aluden
a la vida urbana contemporánea en el seno de una cosmópolis portuaria, donde los
mástiles de los trasatlánticos y las torres sobre las cuales se subtienden los cables tele-
fónicos y telegráficos cobijan a la multitud que deambula por las calles y las plazas, de
camino hacia las fábricas. Una lectura muy rápida ubica con certidumbre su ubica-
ción: se trata de una bahía en la costa atlántica; la estampa, por ende, remite de mane-
ra inequívoca a la “Babilonia de hierro”, Nueva York.
List Arzubide se ocupa también del tema. En Esquina, el primer poemario sus-
crito ya oficialmente como “Ediciones del movimiento estridentista” aparece con ma-
yor desarrollo el tema urbano. Schneider (1985:19) acota al respecto:
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En Esquina, al igual que en la mayoría de los libros estridentistas, la ciudad


tiene una gran importancia. Pero no la ciudad que se describe, sino la otra,
la sensorial, no la urbe que es gnoseológica, sino la ontológica. En síntesis,
el ritmo de la ciudad es la ciudad. Así, los anuncios, los trenes, la música de
jazz, el cinematógrafo, configuran en la ciudad la vida del hombre contem-
poráneo.
También la recopilación de prosas titulado El Movimiento Estridentista (1928)
contiene una estampa de esa urbe. Su descripción mucho más exhaustiva, detalla los
pormenores de la imagen simplemente acotada, a la manera de un boceto, por los poe-
mas:
Estridentópolis realizó la verdad estridentista: ciudad absurda, desconecta-
da de la realidad cotidiana, corrigió las líneas rectas de la monotonía desen-
rollando el panorama. Borroneada por la niebla, está más lejos en cada no-
che y regresa en las auroras rutinarias; luida por el teclado de la lluvia, los
soles la afirman en el calendario de los nuevos días; sus ventanas giran ha-
cia los paisajes que decoraron de amplitud Ramón Alva de la Canal y Leo-
poldo Méndez; las calles se trizan contorsionadas de afanes inaugurales; por
las aceras van los viajeros apresados de tiempo; sus arquitecturas se han
erigido de líneas audaces avizoras de la existencia; el alba la levanta cada
vez más alta y más rígida, flota sobre el momento desenfrenado del medio-
día, entre el clamor anónimo del tráfico que desparraman las avenidas; en
las tardes es fastuosa, maquillada de cielos solemnes. Anclada en el aban-
dono de sus edificios que despiertan de luces eléctricas las avanzadas de la
noche, se escurre en el silencio; amplía sus avenidas y las liquida de pasean-
tes para que en la soledad formal de las horas abandonadas a los temas as-
censionales, los fundadores siembren sus palabras aviónicas (List Arzuide
1987:93-95)
El libro-manifiesto es bastante explícito al incluir maquetas, proyectos y dise-
ños de la imaginaria ciudad, donde los rascacielos son bloques geométricos coronados
por agudas cúpulas góticas de donde emanan las ondas electromagnéticas de las radio-
emisoras. Quizás la estampa más elocuente sea el proyecto de Estridentópolis realizado
por Germán Cueto donde, al fin, podemos precisar la fecha en que, presumiblemente,
46

hallaría concreción: el año 1975. Los poetas y artistas de la vanguardia esperaban que,
transcurrido medio siglo, la utopía urbanística alcanzaría su concreción.
Forma parte de nuestro imaginario local, pero también de la crítica literaria
mexicana, identificar Estridentópolis con Xalapa. La permanencia del poeta Maples
Arce en la Secretaría de Gobierno durante el mandato del Coronel Heriberto Jara como
gobernador del Estado, entre 1924 y 1927, caracterizado por la alta efervescencia del
movimiento obrero de clara inspiración bolchevique (surgimiento de sindicatos agra-
rios y de inquilinos, movimiento de obreros textiles y panaderos, entre otros) estuvo
acompañada por una campaña cultural de vastas proporciones de la que los poetas es-
tridentistas fueron impulsores. Publican las revistas Horizonte y Biblioteca Popular (ba-
jo la dirección de Germán Lizt Arzubide). Esta posición de poder, aunque temporal, ha
dado pie para suponer que el grupo erige a esa ciudad como sede no sólo para su traba-
jo, sino como el locus apropiado para colocar los cimientos de su ciudad ideal:
El estridentismo también tuvo una propuesta arquitectónica con su singu-
lar Estridentópolis, la ciudad de la modernidad, ubicada en Xalapa, Vera-
cruz, donde el general Heriberto Jara otorgó a los artistas la libertad y di-
namismo que tanto solicitaban.
Había que renovarlo todo, remodelar la metrópoli, iniciar todo desde los
cimientos, construir edificaciones acordes con el pensamiento de vanguar-
dia. Los cuadros Estación de radio y Edificio Estridentista de Ramón Alva
de la Canal, con sus líneas ascendentes, sus perfiles marcados, sus triángulos
y diagonales, así como su cosmopolitismo implícito, fungen como paradig-
mas de esta utópica urbe que se eleva a las alturas (González Matute 2003)
Otros, menos arriesgados, quieren suponer que Xalapa fue, sólo provisionalmen-
te, asiento de una ciudad que exigía un tren de vida diferente de la cotidianeidad pro-
vinciana habitual en la villa. Como expuso Luis Ramón Bustos,
Los siguientes meses fueron de intensa labor creativa y de difusión de sus
ideas: la ciudad, la estridencia, el avión, ‘los espejos de los días subversivos’,
el ‘palpitar con la hélice del tiempo’, los andamios y el irradiador, sugieren
otra realidad, otro futuro para el país y la esperanza de verlo realizado en
Estridentópolis (proyecto de ciudad futurista que, de momento, se identifi-
caba con Jalapa). Los diez números de Horizonte pueden dar constancia de
47

esta proletarización de sus posturas estéticas y sociales. […] En la trayecto-


ria de estos diez números resulta palpable hasta dónde los estridentistas
mudaron bajo el influjo del ‘socialismo a la jarocha’
De hecho, el proyecto de construcción de una ciudad que yuxtapusiera bloques
modernos de edificios con espacios ajardinados se inició con el trazado del actual Esta-
dio Xalapeño, que nace con la intención vanguardista de traducir a líneas geométricas
la topología del sur de la ciudad. No obstante, para hacerles justicia, habría que indicar
que sin mediar futuro alguno, Xalapa fue Estridentópolis, como lo hace suponer todo
acto vanguardista, al menos por unos cuantos instantes. Si, a final de cuentas, la reifi-
cación de lo fugaz y efímero constituye uno de los postulados centrales de las escuelas
de vanguardia, he aquí el momento en que ambos imaginarios pueden verse satisfechos
ampliamente. La consagración de este instante de estridencias, esa irrupción de valores,
esa trasgresión de la norma, ha sido consagrada precisamente por la fotografía, epítome
del arte moderno: se trata del momento en que Othón [M.] Vélez asciende y desciende
por las escalinatas de la Catedral Metropolitana de Xalapa a bordo de su Ford 1920, e
irrumpe la tranquila cotidianeidad de nuestros ancestros. Ha quedado plasmado para
satisfacer el deseo de aquellos despeinados vates de los dorados veintes, pero también
para hacer cumplir el nuestro: hacer de nuestra ciudad, momentáneamente, una urbe
futurista, espacio para hacer resonar las estridencias de la modernidad. La concreción
del proyecto de modernización de la ciudad debió aguardar a los años cincuentas,
cuando la apacible traza urbana de corte provinciano sucumbió finalmente a la necesi-
dad de imprimir en la capital del estado de Veracruz ese aire de modernidad alentado
por los proyectos estridentistas. Las fotografías incluidas en este artículo no hacen sino
atestiguar uno de los primeros movimientos de transformación urbana fincado en tales
ideales.3

3Agradecemos aquí la benevolencia del Dr. Vidal Elías, investigador dedicado a estudiar la identidad
urbana de Xalapa, de cuyo trabajo proceden estas imágenes.
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Si las expectativas de Maples Arce y de Arqueles Vela se vieron o no satisfechas,


o lo fueron a medias, Xalapa, iniciado ya el siglo XXI, con sus cotidianos embotella-
mientos de tránsito, con su patente polución, con la tala inmoderada para abrir nuevas
zonas inmobiliarias y con la paulatina destrucción del casco histórico de la ciudad, es
uno de tantos casos donde utopía y distopía aparecen enfrentados o, en caso extremo,
se traslapan. De principio, porque la imagen urbana llena de estridencias, cables de luz
y embotellamientos parece ofrecer el negativo de la fotografía. No he visto hasta ahora
consignado como tal este dato. Si los estridentistas proponen una ciudad tal como esce-
nario para el triunfo del proletariado sobre el capital, donde los productos de la ciencia
y la tecnología estarían a su servicio, otorgan privilegio a un proyecto fincado en la vi-
da urbana, en detrimento del mundo rural y sus consecuentes reivindicaciones: la redis-
tribución de la propiedad de la tierra y su explotación comunitaria a través del ejido.
Detrás de ello hay resonancias históricas esenciales, que tienen que ver con el derrotero
esencialmente clasemediero que fue adquiriendo la revolución mexicana.
Sin embargo, para volver a un punto nodal, la vanguardia se caracteriza por su
carácter trasgresor, revulsivo. Si para la vanguardia, la función del arte radica en la
irrupción de las normas tradicionales y la ruptura de todo tipo de canon, habría que
suponer que ese matiz negativo de las ciudades no es sino una forma de atentar contra
los sentidos del orden, la paz y el progreso consagrados por el positivismo porfiriano. Y
49

ello tendría consecuencias hasta ahora no previstas: la ciudad del caos, el ruido y la es-
tridencia es una forma de “epater les bourgoises”. Como hemos visto en la foto del au-
tomovilista audaz, que irrumpe la tranquilidad de aquellas intrincadas callejuelas, el
hecho sorprende porque arremete contra las buenas conciencias, contra el sentido de la
racionalidad y las normas morales del tranquilo villorrio. Conducir un auto sobre las
escalinatas de la Catedral metropolitana no sólo constituye un ataque contra los valo-
res religiosos, ya que viola el espacio sacro, sino que supone también un arrogante ata-
que de la tecnología sobre el orden del mundo. Que un auto sea capaz de descender so-
bre una escalinata nos habla de la capacidad que tiene la técnica de traspasar las limi-
taciones impuestas por una topografía incomprensible en algunos puntos de nuestra
ciudad. Por ello, las ensoñaciones de los estridentistas podrían contener, al propio
tiempo, manifestaciones de una evidente distopía. En la práctica, esta actitud ambigua
ha regido en uno u otro sentido, la configuración del paisaje urbano y la planificación
del desarrollo urbano de Xalapa, origen de conflictos sociales que expresan de manera
clara dos imaginarios, dos maneras contrapuestas de entender el camino que habrá de
tomar histórica, arquitectónica, urbanísticamente, la ciudad.

Quienes saludaron con beneplácito el advenimiento de la modernidad, traducida


en la destrucción de las antiguas construcciones macizas del casco histórico para su-
50

plantarlas con altas edificaciones de estructuras de hierro y cristalería, al estilo del ac-
tual Edificio de Pensiones (en la esquina de Leandro Valle y Zaragoza) o el Hotel María
Victoria, en la década de los sesenta, o que festejan la actual apertura de pasos a desni-
vel y vías rápidas a costa de las jardineras pobladas de araucarias, estaban y están si-
guiendo a pie juntillas las pautas de paisaje urbano propuestas por Maples Arce, Vela y
Cueto. Quienes enfrentaron con energía el proyecto de demolición del Panteón antiguo
de Xalapa por parte del Ayuntamiento en la década de los ochentas, o que han salido a
protestar por la tala del paraje de “La Joyita”, en el sur de la ciudad, miran las deriva-
ciones de la urbanización bajo una perspectiva diferente La ciudad, entonces, es esce-
nario donde subsisten, cohabitan, se enfrentan las dos caras de una misma imagen: Es-
tridentópolis: ¿utopía o distopía?

BUSTOS, Luis Ramón “Maples, el jefe de la tribu estridentista. Estridentópolis 1925-


1927” en: http://www.etcetera.com.mx/1998/275/blr0275.htm
GONZÁLEZ MATUTE, Laura, “Kurt Schwitters: su impacto en el movimiento estriden-
tista / Exposición y catálogo” en:
http://discursovisual.cenart.gob.mx/anteriores/dvweb10/art01/art01.html
LIST ARZUBIDE, Germán (1987) El movimiento estridentista; México: SEP (Lecturas
mexicanas, segunda serie, 76).
REMEDI, Gustavo, “Representaciones de la ciudad: apuntes para una crítica cultural”
en: http://www.henciclopedia.org.uy/autores/Remedi/Ciudad1.htm
SCHNEIDER, Luis Mario (1985) El Estridentismo. México 1921-1927; México: UNAM.
51

¿Sueñan los anarquistas con mansiones eléctricas? Ciencia y utopía en las


ciudades ideales de Pierre Quiroule

Adriana Petra

Soñador de sueños, nacido de mi época,


¿por qué debo esforzarme en enderezar lo torcido?
Me basta con que mi susurrante rima
golpee con un ala ligera el portal de marfil,
contando un cuento que no importune
a los que residen en la región de los sueños,
arrullados por el canto de un día vacío.
Williams MORRIS, The Earthly Paradise

En junio de 1925 Pierre Quiroule, anarquista y utopista, le escribe una extensa


carta al historiador Max Nettlau, con quien mantuvo un intercambio epistolar de va-
rios años. En un medio de polémicas doctrinarias inflamadas –como fue el anarquismo
argentino en los años 20–, Quiroule le explicaba al autor del Esbozo de historia de las
utopías (1925) que su decisión de mantenerse alejado de “todo aquello que no fuera con-
tribuir a la propaganda del credo libertario” lo había condenado al anatema de aquellos
que preferían “las polémicas estúpidas y las pasiones malsanas”. Por eso, seguía, se sen-
tía “feliz más allá de toda expresión” por haber encontrado en él un interlocutor capaz
de compartir su más grande obsesión: imaginar la sociedad del mañana.
Pierre Quiroule, seudónimo de Joaquín Alejo Falconnet, nació en Lyon, Francia,
en 1867 y emigró con su familia a la Argentina luego de la derrota de 1871. Escribió va-
rias decenas de libros y folletos en los que cultivó distintos géneros, entre ellos la uto-
pía. Editó periódicos, colaboró en La Protesta y La Revista Blanca, dictó conferencias y
organizó grupos libertarios. Este hombre delgado y elegante, curioso y ecléctico como
todo autodidacta, a menudo no encontró eco entre sus camaradas libertarios, poco
afectos a sus inclinaciones vanguardistas y nada interesados en trazar programas futu-
ros. Con la excepción de Bautista Fueyo, célebre librero y editor español que le publica
la mayoría de sus libros, Quiroule es abandonado a su suerte de utopista hasta que fi-
52

nalmente deja la militancia y se crea su arcadia propia y personal en un rancho de jun-


cos sobre el río Paraná.
Mi gran y única preocupación –escribe en aquella carta a Nettlau–, y usted lo
comprendió bien, es encontrar la estructura social en la cual el hombre no sea
esclavo de los otros hombres ni de su propia industria. Es por eso que imagino
la pequeña ciudad industrial y agrícola (1925: 2).
Y es por eso que escribe utopías, ejercicios inútiles y dogmáticos para muchos de
sus camaradas, fuente inagotable de exploración de las posibilidades futuras para Qui-
roule, convencido de que el modo de escritura utópica era excepcional para “golpear la
imaginación” de los trabajadores, mucho más que una árida exposición doctrinaria.
Como William Morris, uno de sus grandes inspiradores, Quiroule creía que la utopía te-
nía la cualidad de “hacer ver” y con ello persuadir, promover el deseo de un futuro que
podía desplegarse ante los ojos. La descripción utópica, pensaba, es a la teoría “su coro-
lario o complemento cinematográfico” (Ibíd.: 3)
A través de las lentes de la utopía, la sociedad del porvenir se volvía más viva y
atractiva, también más verosímil el día después de la revolución. “¿Cuántos son –se
pregunta en su primer ejercicio utópico Sobre la ruta de la anarquía– los que hoy en día
tienen idea clara de lo que será preciso hacer tan pronto como estalle el movimiento re-
volucionario a base de transformación social?. Ellos son la excepción, cuando debería
ser todo lo contrario” (1912: 9). A caballo entre sus adhesiones positivistas y sus simpa-
tías nietzscheanas, Quiroule pensaba que la obra de construcción de la sociedad nueva
no debía ser dejada a los instintos ni a la espontaneidad sino a la oportuna previsión de
los “hombres de carácter”, capaces de sobreimprimir la imagen de la sociedad nueva en
el temperamento impresionable de las masas. Sobre esta idea la utopía juega un rol
fundamental como “imagen” eficazen un sentido similar al que Gustav Le Bon le
otorgó en su Psicología de las Masas para demostrar las infinitas potencialidades del
hombre liberado de toda autoridad y coerción. El pueblo, pensaba el utopista, necesi-
taba un cerebro, el de los revolucionarios concientes, quienes debían agregar a sus teo-
rías una “arquitectónica sociológica del mañana” que asegurara el éxito de la sociedad
anarco-comunista una vez hecha la obra de destrucción.
Dígase todo lo que se quiera en contra de la conveniencia del estudio preliminar
del régimen que seguirá al que actualmente impera, en la peligrosa creencia de
53

que las circunstancias serán las que determinarán la orientación venidera, de-
jándolo todo librado a la improvisación del primer momento, que será el más
crítico, no me cansaré de repetir que es necesario que la masa proletaria conozca
la teoría de la libertad, si se quiere que sepa en qué consiste esa libertad y qué
debe hacerse para que, una vez la tenga conquistada, no se le escape, y vuelva
el hombre a su anterior vergonzosa condición de esclavitud, y no cesaré de ma-
nifestar, con un convencimiento que nada podrá disminuir porque es fruto de
hondas meditaciones y deducciones lógicas, que si la Revolución del Pueblo no
trae un sistema de organización del trabajo que rechace, en bloque, al que im-
plantara la irracional civilización del dinero, y se adopte el criterio absurdo de
proseguir en la vía de las complicaciones industriales que matan en el huevo el
germen de la libertad en vez de esforzarse en simplificar el curso de la vida, no
se habrá hecho un paso hacia la posesión del ideal que se tenía a la vista y resul-
tarán estériles todos los esfuerzos de los productores, locamente empeñados en
hacer funcionar un mecanismo creado por el genio de la opresión y cuya buena
marcha exige férrea disciplina y obediencia pasiva a una dirección todopodero-
sa, tal la burguesa, cuyas órdenes llegan al obrero por el conducto de numerosos
pequeños autócratas que al infeliz dirigido quitan hasta la misma conciencia de
su propia individualidad (c. 1922: 5).
Apasionado por las ciencias y los avances técnicos, Quiroule se mantenía al día de
las últimas publicaciones y descubrimientos, posiblemente por su trabajo como tipó-
grafo en la Biblioteca Nacional. Sus conocimientos, sin embargo, poco difieren de los
discursos sobre los prodigios de la técnica que circulaban en las revistas populares desde
las últimas décadas del siglo XIX y que él mismo desplegó en sus relatos utópicos, par-
ticularmente en La ciudad anarquista americana de 1914, y en varios escritos que dedicó
a las especulaciones filosóficas, geológicas y astronómicas. En la ciudad futura, pensa-
ba, las mayores hazañas serían posibles y el conocimiento científico, ya no presa de la
codicia burguesa, sería el instrumento para aliviar las mil cadenas que atan a los indi-
viduos a los trabajos más sórdidos e inhumanos. Esta confianza lo animó a poblar sus
ciudades, tan parecidas a las arcadias medievales imaginadas por Morris, de aeropla-
nos, lavavajillas y armas mortales capaces de secar el cerebro de los burgueses con solo
apretar un botón.
54

Tanto en sus escritos más directamente ligados al género utópico como en aque-
llos que dedicó a la divulgación de las tesis anarco-comunistas, Pierre Quiroule mantu-
vo con enérgica convicción la idea de que las ciudades modernas, las ciudades burgue-
sas, debían ser arrasadas si es que se deseaba que la revolución social sirviera para algo.
Más que un paisaje útil para situar la sociedad futura, en sus escritos la ciudad ocupa
un lugar central: su existencia permite la revolución, su destrucción permite el comu-
nismo. Ni totalmente arcaico ni completamente futurista, el utopista ofrece las ciuda-
des al holocausto o al abandono, parece querer volver a un mundo arcádico pero hace
depender la existencia de su ciudad nueva de la electricidad, ciencia redentora y mara-
villosa. El mundo futuro sería, no le cabe duda, tan igualitario como eléctrico. El anar-
quismo, podría haber dicho, es la comuna más la electricidad: “¡La electricidad: he aquí
la ciencia del porvenir, así como el acumulador eléctrico es el instrumento que al indi-
viduo de mañana liberará!” (1920: 20).
En las páginas que siguen repasaré la obra de Quiroule, particularmente su pro-
ducción utópica. En primer lugar trataré de aproximarme a la idea de ciudad que ani-
mó el diseño de sus propuestas anticipatorias, idea que si por un lado se alimenta de la
preferencia utópica y libertaria por las pequeñas ciudades y la vida rural, por otro se
estructura como reacción frente al crecimiento acelerado y casi espectacular que la ciu-
dad de Buenos Aires experimentó desde fines del siglo XIX. En segundo lugar, intenta-
ré analizar la relación entre sus escritos utópicos y el imaginario científico y técnico que
los habita, poniendo particular atención al modo en que Quiroule participó de la exten-
dida creencia que, como han explicado Liernur y Silvestri (1993: 24), asociaba la in-
mensa liberación de energías que permitía la electricidad en el contexto de una ciu-
dad que giraba en el “torbellino de la electrificación” con los procesos de liberación y
transformación social que soñaban anarquistas y socialistas.

La ciudad degenerada

En la tradición del pensamiento utópico, y más aún, en la literatura que conforma


el género, el proyecto de una sociedad ideal imaginada supone una ciudad nueva que
contenga el orden proyectado por el utopista. Esto fue así desde Moro, e incluso podría
decirse desde Platón, cuya influencia en las utopías del Renacimiento fue profunda y
55

decisiva. Los urbanistas del Renacimiento tomaron del proyecto platónico la idea de un
orden social –vertical y jerárquico– que tendiera hacia la armonía de las clases median-
te la eliminación de los motivos de contraste, lo pusieron al servicio de los príncipes y
maduraron los tiempos para la utopía moderna (Infranca, 2004: 86). El desarrollo de la
técnica de las longitudes y las latitudes permitió, por su parte, desarrollar los procedi-
mientos de cuadriculación del espacio (Glusberg, 2004: 291). Así, el Renacimiento res-
cató el tema urbano y lo urbano se convirtió en el espacio de la utopía.
Las ciudades medievales –afirma Trousson– habían crecido un poco al azar,
con el anárquico empuje de las iniciativas individuales. Pero resulta que a
las estructuras comunales centrífugas sucedieron príncipes interesados en al
centralización y el orden [...] Pero no se puede tocar las murallas sin afectar
a los hombres; la ciudad es el espejo y la medida del hombre. Los urbanistas
se interesaron por la organización social, situaron al ser humano en el centro
de sus construcciones y soñaron con adaptarlo a ellas: ¡a una ciudad racional
y sana debía corresponderle un hombre nuevo! (1995: 75).
Durante el siglo XVIII la utopía se puso de moda. A las obras del género se suma-
ron innumerables tratados y proyectos de buen gobierno, además de especulaciones
fantásticas y sátiras costumbristas que en conjunto conformaron una exitosa “literatu-
ra de imaginación”. Aunque en la mayoría de las obras de este periodo se mantuvo el
esquema clásico del viaje, el naufragio y el descubrimiento de una sociedad lejana per-
fecta, el Siglo de las Luces supondrá para la utopía tanto una apoteosis de la razón y la
fe en el progreso, como una innovación fundamental: el tiempo. En efecto, a partir de
la obra del polígrafo francés Luis-Sebastian Mercier, la utopía se transforma en ucro-
nía, y la exploración de la felicidad posible ya no se ubica en una isla imaginada sino en
el espacio futuro. La ciudad ideal es ahora fruto de un ejercicio sobre las probabilidades
futuras de las ciudades reales.
Como ha explicado Carl Schorske, para la gran burguesía decimonónica, heredera
de la Ilustración, la ciudad representaba el centro de las actividades humanas más va-
loradas: la industria y la cultura (2006: 24-37). Sin embargo, la idea de la ciudad como
virtud no tardó en desarrollar su opuesto: la ciudad como vicio, escenario del temor oc-
cidental por la decadencia y la degeneración. Aun antes de que los efectos de la indus-
trialización se hicieran evidentes en el espacio urbano, hubo quienes alertaron sobre los
56

efectos perniciosos de las transformaciones de la sociedad agraria y del racionalismo


mecanicista. Durante las primeras décadas del siglo XIX, precipitada por la imagen
nauseabunda que ofrecía la ciudad industrial, creciendo tan vertiginosamente como
perceptibles se hacían sus problemas sociales, las grandes urbes capitalistas se convir-
tieron en la negación de la buena vida y de la felicidad, ley de la utopía. Desde entonces
y hasta ya entrado el siglo XX las respuestas críticas a la escena industrial urbana en-
contraron eco entre pensadores, artistas y escritores. Es el momento del utopismo so-
cialista (Robert Owen, Henri Saint-Simon, Charles Fourier), de las primeras utopías
comunistas y socialistas (Etienne Cabet, Williams Morris, Edward Bellamy), de los re-
formadores urbanos (James Silk Buckingham y Ebenezer Howard) y de las utopías
prácticas. En el ensayo ya citado, Schorske afirma que en este periodo el pensamiento
europeo sobre la ciudad puede diferenciarse entre las respuestas arcaizantes y las futu-
ristas. Las primeras, donde ubica a Coleridge, Ruskin, los prerrafaelistas, Dostoievsky,
Tolstoi, los socialistas utópicos franceses y los sindicalistas, se caracterizaron por una
posición antiurbana que postulaba un regreso al comunitarismo de las ciudades peque-
ñas. Las segundas, progresistas y fieles a la Ilustración, continuaron defendiendo a la
ciudad como un agente civilizatorio que, aun cruzado por la miseria y la injusticia, al-
bergaba la redención futura en “la luz roja de las fábricas”.
Hacia fines del siglo XIX, el optimismo utopista comienza a desvanecerse y sur-
gen los primeros ensayos de las antiutopías contemporáneas. Extremando la ligazón
con el imaginario técnico y científico y ya tambaleante la fe en las promesas del socia-
lismo, la literatura utópica vuelve lo urbano el escenario de una sociedad entregada al
maquinismo más feroz. La utopía se vuelve escatología y la ciudad el resultado aterra-
dor de un humanismo derrotado. La antiutopía del siglo XX, al mismo tiempo que
consagra lo urbano y abandona cualquier esperanza arcádica, explora los resultados úl-
timos de la planificación y el institucionalismo utópico.
Pierre Quiroule escribe su obra en las primeras dos décadas del siglo XX, pero po-
co tiene que ver con el fatalismo de, por ejemplo, H. P. Wells, cuyas anticipaciones
transformaron el género utópico y abrieron el camino de lo que en adelante será su te-
ma recurrente: ya no la exploración de nuevas formas políticas y sociales sino la muta-
ción de la naturaleza humana por efecto de la ciencia y la tecnología. Nuestro autor es,
en este sentido, anacrónico, aunque no es el único, como lo demuestra la proliferación
57

de relatos utópicos en la España anterior a la guerra civil. En su obra conviene distin-


guir dos modos de concebir la ciudad que se corresponden con dos órdenes del relato
utópico: el crítico y el proyectivo. Por un lado, una idea de ciudad heredera de la crítica
decimonónica a las grandes urbes industriales, con no pocas influencias de las temáticas
fin-de-siecle sobre la degeneración, que la presenta como un fabuloso mecanismo de re-
gimentación social puesto al servicio del funcionamiento de las perversiones del orden
capitalista. Por otro lado, una imagen de la ciudad futura como creación ex novo, don-
de la transformación en los modos de producción, la vida cotidiana y la traza y escala
urbana es producto de una reconciliación entre una visión panteísta de la naturaleza y
la fe progresista en las posibilidades liberadoras de la técnica.

La vida simple

Quiroule definía a la libertad como “una situación individual en que no se está


sometido a la voluntad de nadie”. Desde esta sencilla pero radical premisa deducía que
la libertad solo podía realizarse por fuera de todo sistema social, es decir, en un orden
primitivo, natural. Esa libertad plena de los tiempos primeros se había perdido para
siempre, dado que el destino humano era la agrupación y la vida en sociedad, no que-
dándole al individuo otra opción que aspirar a la suma de libertad permitida por una
convivencia social lo más simplificada posible. La vida simple no era, por supuesto, una
vida urbana, en todo incompatible con la verdadera fuente de felicidad y libertad: la
vuelta a la tierra y la vida en contacto con la naturaleza (c.1922: 11-12; cfr. Petra
2004).
Para Quiroule, y así lo enfatizó siempre en sus libros y folletos, las grandes me-
trópolis eran funcionales, por una parte, a la organización jerárquica de la sociedad,
puesto que su funcionamiento era un mecanismo colosal que solo podía ser organizado
por un poder director; por otra, a la explotación de los trabajadores en aras de la ambi-
ción burguesa, cuyo parasitismo se sostenía merced a la transformación de las mil
anormalidades que convierten el exceso de población en fuente inagotable de dinero.
De este modo, el “progreso moderno”, entendido como la extensión del modo capitalis-
ta de vida, supone una ciudad organizada como máquina burocrática puesta a extraer,
mediante todo tipo de impuestos y contribuciones, el dinero necesario para mantener
58

su opulencia y despropósito. En la ciudad el individuo, el pobre, está atrapado en una


pesadilla de opresión que lo esclaviza a la fábrica y a la administración pública, que
grava hasta sus placeres más obscenos. Todo lo que ve, todo lo que toca, todo lo que
usa está destinado a alimentar la monstruosidad que él mismo construye, obligado a un
trabajo penoso y continuo. Sin los placeres burgueses, el hombre de la ciudad es un ser
subterráneo y enfermo, de una grosería animal.
Y así todo…; convirtiéndose fatalmente las grandes ciudades en receptáculos de
todas las inmundicias arrojadas por la población, animal y humana, que enve-
nenan la atmósfera: ellas no son sino un conjunto de fealdades de la peor espe-
cie, una reunión diabólica de todo lo que puede dañar y perjudicar al hombre:
suciedad, enfermedad, corrupción, degeneración, delincuencia, opresión, escla-
vitud, hambre, miseria, aflicción, etc. (1991:147).
Las críticas de Quiroule a los horrores metropolitanos parecen un poco excesivas
si se piensa que Buenos Aires no padecía todos los males que aquejaban a las ciudades
industriales europeas. Sin embargo, las detracciones a la deshumanización capitalista y
a las monstruosidades modernas poblaron los discursos de la época, prefigurando para
la Argentina un destino similar al de las grandes metrópolis, con la diferencia de que -
ventajas del nuevo mundo- ese designio aparente podía ser corregido cuando no direc-
tamente subvertido. La verdadera “revolución urbana” que experimentó el país entre
1880 y la segunda década del siglo XX nutrió las más diversas reacciones y respuestas,
que se manifestaron desde la literatura hasta los discursos jurídicos, sanitarios y políti-
cos. Para ilustrar esta transformación, en particular el proceso de metropolización de
Buenos Aires, conviene apelar a algunas cifras: en 1869 Buenos Aires tenía 187.100
habitantes, en 1914 1.575.800; en 1880 el tendido de la red ferroviaria era de 2.400 ki-
lómetros, en 1915 de 33.700; en el mismo periodo los tranvías eléctricos pasaron de rea-
lizar 50 viajes intraurbanos per cápita a casi 300 y la inversión del Estado en obras pú-
blicas y edificios fiscales se elevó de $ 3.400.375 en el periodo 1862-1875 a $ 60.265.06
entre 1876 y 1889. Esta desmesurada expansión urbana provocó también importantes
modificaciones en los modos de habitar y la vida privada, y mientras las elites destina-
ban ingentes recursos a la construcción de villas y petit hôtels, los sectores populares
habitaron las edificaciones de renta llamadas “conventillos”, construcciones precarias
de diminutas piezas alineadas sobre un patio con baños y servicios comunes. En 1917,
59

88,4% de las familias obreras continuaba viviendo en una única pieza. Es sobre este
contexto de acelerada trasformación y pronunciados contrastes que Quiroule desarro-
lla su crítica antiurbana, la que presenta al modo de un espejo de lo que puede suceder
si no se detiene a tiempo la promesa del progreso capitalista: que Buenos Aires se con-
vierta en Londres o París.
Este temido escenario es el que había descrito en su primera utopía, inspirada en
los sucesos de la Comuna de París, donde presenta a las masas urbanas “en trágico y
alucinante desfile” cuando la revolución sucede y les da la oportunidad de una vengan-
za siniestra.
Visión espantosamente dantesca, ellos eran el fantasma-hambre surgiendo im-
placablemente acusador frente al feroz egoísmo capitalista (…) Un solo deseo,
un solo propósito podía guiar sus actos: destruir con fervor; no dejar nada tras
de sí… y lo rompían e inutilizaban todo. ¡Y qué! ¿Acaso la Revolución no signi-
fica Destrucción?... Sombríos Atilas ejerciendo su inexorable misión de aniqui-
lamiento social, ellos destruían ampliamente, bestialmente todas aquellas ri-
quezas, todos esos tesoros productos de la actividad e inteligencia colectiva,
porque aunque ellos contribuyeron tanto o más que nadie a crearlos, siempre se
vieron brutal e injustamente despojados del derecho de disfrutar la parte que
les correspondía en toda legitimidad (1912: 68-69).
Quiroule no era un primitivista ni sus escritos postulan el regreso a una Edad de
Oro. Sabía que al hombre moderno “no le sería posible privarse de los productos de la
industria” y, por lo tanto, creía que la ciudad futura debía ser “industrial y agrícola al
mismo tiempo”. Una vez destruida y abandonada la ciudad maldita, no dejando en ella
piedra sobre piedra, sería posible la ciudad anarco-comunista, a la que imaginaba orga-
nizada en clave estrictamente kropotkiana: una comuna autosuficiente cuyas relaciones
sociales se basan en la cooperación, la rotación de tareas y el apoyo mutuo, eliminando
por ello todo centralismo y autoridad. En estas “pequeñas agrupaciones de seres racio-
nales” la mortífera división entre el campo y ciudad ha sido superada, la agricultura,
actividad principal, puede convivir con una industria a pequeña escala, aunque capaz
de realizar los mayores prodigios de la imaginación del utopista.

La ciudad anarquista
60

En La ciudad anarquista americana, su segunda utopía, Quiroule extrema su afán


de hacer visible la arquitectura del futuro e incluye un mapa de la ciudad imaginada,
uniendo sus meditaciones planificadoras al diseño concreto de un espacio donde vivir y
trabajar según la nueva organización social. Pero como Quiroule no es un urbanista y
sus conocimientos sobre la materia no parecen demasiado profundos, su propuesta debe
entenderse en el marco de su convicción acerca de la fuerza persuasiva de la imagen
utópica.
La comuna anarquista es, como la Amarouta de Moro, un cuadrado dividido en
cuatro partes, aunque su trazado y concepción guardan mayores similitudes con los
proyectos de los pensadores sociales y urbanos ingleses de fin de siglo, como James Silk
Buckingham y Ebenezer Howard, sobre todo en cuanto a la distribución de las casas,
los edificios públicos, los lugares de trabajo y recreo, el orden y el nombre de las calles y
avenidas, la cantidad de habitantes y el planeamiento urbano, en general concebido
como unidad cerrada autosuficiente pero sin margen de crecimiento. (Quiroule, 1991:
134-146).4
Al modo clásico, Quiroule muestra la nueva ciudad anarquista después de trans-
curridos 20 años de que un grupo de “voluntarios de la anarquía” dieran el golpe a la
monarquía de “El Dorado”, aprovechando el delirio general de los festejos de su décimo
aniversario en el trono, una inequívoca alusión a la fastos del centenario de la Revolu-
ción de Mayo. Luego del exitoso putsch quedó instaurada la organización anarco-
comunista en las regiones americanas, verdadera tierra de redención para los humanos,
cuyo territorio ahora recibía el nombre de “Ciudad de los Hijos del Sol”. 5 Félix Wein-

4 En su último relato utópico, En la soñada tierra del ideal (1924), Quiroule modifica el trazado de la ciu-
dad por una forma circular, aunque no abunda en los razones. Esta utopía, menos rica en descripciones
urbanas y ficciones tecnológicas, aunque más lograda en materia narrativa, está dedicada a discutir las
tesis sindicalistas y combatir el creciente interés del movimiento obrero por la experiencia soviética.
5 Entroncándose con la tradición utópica clásica iniciada por Moro, Quiroule cifra sus esperanzas de un

mundo nuevo y mejor en los territorios americanos. La explicación es contundente: en América las rela-
ciones de producción capitalista no estaban totalmente desarrolladas como sucedía en Europa, donde la
burguesía había logrado “hacerse invulnerable”; además en estas latitudes la revolución no podía ser tan
fuertemente combatida debido a la escasa población en relación con su inmenso territorio y porque el
sentido de propiedad privada y posesión de la tierra no estaba tan arraigado entre sus pobladores debido
a la condición “ilegítima” de sus dueños, quienes no podían invocar derecho alguno sobre las tierras que
habían “robado” a sus verdaderos poseedores: los indios americanos eliminados por “la traición y la fuer-
za brutal”. Por lo tanto, su expropiación en manos de los trabajadores era un verdadero acto de justicia
realizado conforme al “más elemental derecho natural humano pisoteado por un puñado de conquistado-
res y de aventureros”.
61

berg (1976: 69) ha señalado que por las referencias espaciales y las descripciones paisa-
jísticas que brinda Quiroule, El Dorado sería la Argentina, Las Delicias la provincia de
Buenos Aires y sus adyacencias litoraleñas y Santa Felicidad la provincia de Santa Fe.
Aunque Quiroule describe la ciudad anarquista como obra consumada, ya fuera
de cualquier contingencia como es propio de las utopías, se preocupa por señalar que la
construcción de la nueva organización social demandó varios años, una vez comproba-
da la aberración que suponía pretender que la sociedad nueva fuera volcada en el molde
de la antigua metrópoli porteña. Durante ese periodo de transición las nuevas pobla-
ciones fueron organizadas siguiendo un plan de evacuación hacia los pueblos vecinos y
sólo unos pocos quedaron en Las Delicias, antigua capital del reino, para aprovechar su
infraestructura industrial y proveer de herramientas y maquinarias a los pueblos anar-
quistas. Una vez abandonada por completo la ciudad y organizado el modelo de las
comunas se estuvo recién en la aurora de una “sociedad verdaderamente libre y feliz”.
La joven ciudad comunista, tan diferente de la antigua ciudad burguesa “por su
estructura y particular disposición”, sigue un modelo original de distribución concén-
trica que se repite toda vez que un agrupamiento sobrepasa los 12.000 habitantes, pre-
tendiendo así evitar la desmesura de la traza urbana, asegurar la armonía de sus partes
y, sobre todo, por considerar un mayor número “pernicioso para la salud pública, la li-
bertad individual y el bienestar general”. El punto central exacto de la ciudad es la
Plaza de la Anarquía, en cuyos laterales se ubican la Sala del Consejo, el teatro y el
gimnasio y desde donde parten cuatro anchas avenidas diagonales. Desde ese centro se
organiza una doble cuadratura: la primera la constituye el barrio industrial, con sus ta-
lleres y fábricas; la segunda, el barrio de los almacenes y depósitos. Fuera del períme-
tro, más allá de la Vía de la Abundancia que lo contiene en un área no mayor a 10 hec-
táreas, nace la ciudad habitada, organizada sobre serpenteantes caminos peatonales y
jardines, desparramadas las casas hasta chocar con la campaña que es su límite exte-
rior.
Los edificios anarquistas son, a cambio de la precisión (anhelada aunque no siem-
pre conseguida) de número y medida de la traza urbana, una mezcla poco resuelta entre
la funcionalidad adecuada a la sencillez de las nuevas costumbres y la imaginación
ecléctica del utopista. Los anarquistas habitan en viviendas individuales de dos piezas
en dos plantas, aunque las había de tres para aquellos que gustaban de furtivas com-
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pañías y de cuatro para los raros casos en que se decidía conservar las viejas costum-
bres matrimoniales y familiares. Como en la novela del revolucionario ruso Nicolai
Chernichevsky (Qué hacer, 1863) que Fedor Dostoievski criticó en Memorias del subsuelo
(1864) –“¿qué sería de un palacio de cristal del que se pudiera dudar?” –, las casas co-
munistas que imagina Quiroule son de vidrio, material que expresa casi con literalidad
el rechazo del discurso visual moderno a los lenguajes tradicionales, la oposición entre
la levedad y la movilidad de la modernidad y la solidez y permanencia de la arquitectu-
ra clásica, dominante en la cultura arquitectónica argentina, principalmente en los edi-
ficios públicos y las casas de la elite (Liernur, 2000: 457-458).
Hemos dicho que las moradas de la ciudad anarquista era elegantes chalets
de vidrio, de una sola pieza, fundidos en moldes gigantescos por medio de la
electricidad. Los había de varias formas; de diferentes dimensiones y colo-
res, predominando el naranja, el azul oscuro, el granate y el verde.
Estos chalets tenían pared doble, rellenado el espacio vacío de separación
con sustancias refractarias al sol (1991: 48).
Estos “palacetes” se disponían en grupos separados por una distancia imprecisa,
rodeados de palmeras gigantes y unidos por puentes aéreos de balaustradas adornadas
por malvones, jazmines y rosas. Una vez más, resulta curioso que, siendo su propuesta
urbana más cercana al medievalismo y a las críticas decimonónicas a la ciudad indus-
trial, Quiroule describa la glashaus comunista como lo podría haber hecho un arquitec-
to vanguardista de la “cadena de vidrio”:6 practicidad, higiene y sobriedad son sus
atributos, casi como un prospecto de la felicidad doméstica asegurada.
Elegancia, solidez, impermeabilidad, higiene, tales eran las principales ventajas
del empleo del vidrio, con preferencia a la madera, antes empleada para la fa-
bricación de mueblaje recargado de molduras y de adornos imposibles de lim-
piar. Con el nuevo sistema, no se necesitaba sino un breve momento para el la-
vado de los pisos, paredes y muebles, lo que se hacía con suma facilidad me-
diante una sencilla esponja, quedando todo después tan reluciente y nuevo co-
mo el primer día (Ibíd.: 49).

6Nombre de un grupo de arquitectos vanguardistas alemanes convocados en torno a las propuestas de


Bruno Taut, quien en 1914 presentó el proyecto de la “casa de vidrio” en la exposición de la Deutscher
Werkbund. Sobre la “arquitectura transparente” ver Krieger (2006: 144-177).
63

No le parecía a Quiroule que su arquitectura transparente fuera, como lo fue ape-


nas unos años después para el ruso Eugène Zamiatin (Nosotros, 1920), una metáfora del
control absoluto, ni parecía sospechar el carácter ideológico de la transparencia como
técnica de poder. Tampoco le adjudicaba los efectos moralmente disruptivos del exhi-
bicionismo, posiblemente porque, aunque los Hijos del Sol practicaban el amor libre, a
diferencia de sus amigos españoles no incluyó en sus relatos utópicos descripciones ex-
haustivas sobre las prácticas sexuales y no parecía muy atraído por el nudismo,
En cuanto a los talleres y fábricas, Quiroule los imagina “desprovistos de cualquier de-
talle arquitectónico”, a diferencia del Coliseo, cuya forma similar a las antiguas arenas
romanas estaba coronada en sus cuatro puntos cardinales por “grupos escultóricos co-
losales” que representaban la poesía, la música, la comedia y el canto. Este “soberbio
recinto”, en el que cabían 20.000 personas (lo que indica el éxito del arte libertario), es-
taba además adornado por alegorías que evocaban “antiguas costumbres”, como la
“jota aragonesa” y el “gaucho legendario”, presentado éste en un conjunto donde no
faltaba el rancho, el mate, la guitarra y el “pingo”.
La Sala de Consejo, “alma y cerebro de la comuna”, carecía de cualquier suntuo-
sidad o minucioso detalle arquitectónico, a tono con sus funciones totalmente alejadas
del burocratismo de la administración pública burguesa. Solo sabemos que era un gran
local de 50 metros de ancho por 30 de largo, provisto de biblioteca, tribuna y un gran
tabique donde se anotaban escrupulosamente la marcha de las actividades necesarias
para el abastecimiento y la producción. Las instituciones “más importantes” de la co-
muna anarquista, la Cuna o Pouponnière y las Casas de la Educación, estaban situadas
fuera del perímetro central de la ciudad y existía una por cada sección habitada. Cada
“pajarera infantil”, a donde iban a parar desde su nacimiento los frutos del “invernade-
ro” comunista, estaba formada por varios palacetes separados de la Casa de la Educa-
ción por una piscina. Cada sección tenía también un hospital, lógicamente pequeño te-
niendo en cuenta que los comunistas no se enfermaban y que cada uno era médico de sí
mismo, y un establecimiento de baños y natación de las mismas dimensiones que la Sa-
la de Consejo. Fuera de la ciudad se ubicaban los hornos crematorios y el observatorio
astronómico, construido en forma de torre sobre el cerro que dominaba el paisaje ur-
bano. Desperdigados por la campaña había depósitos de herramientas y comedores,
comunicados por teléfonos sin hilo.
64

La ciudad eléctrica

Quiroule detestaba los servicios públicos y de sus ciudades futuras no queda de


ellos sino el recuerdo de sus complicaciones y desdichas. Al acortar las distancias y re-
ducir la escala demográfica, eliminado el comercio y el dinero; el tren, el correo y otros
muchos engranajes de la maquinaria social burguesa se hicieron innecesarios y los co-
munistas, no sin “honda emoción y gran sentimiento”, resolvieron su supresión. Una
sola innovación rescataron: los cables y alambres de cobre, las lámparas eléctricas, los
acumuladores y pilas, los aparatos telefónicos con sus correspondientes hilos. Esta pre-
visión, pueril según Quiroule para los espíritus carentes de cultura sociológica e impen-
sable para las masas productoras obsesionadas por la venganza, resultaría fundamental
para el éxito de la sociedad libertaria, pues le daría la electricidad, punto de partida pa-
ra el cambio de las formas de producción.
La electricidad, esa ciencia maravillosa que Quiroule recomendaba estudiar a los
jóvenes anarquistas porque, a no dudar, “ella será la que en el campo del trabajo crea-
dor, mayor ayuda traerá a la obra emancipadora de la Revolución” (1920: 13), fue ex-
plorada en todas sus potencialidades por los Hijos del Sol, que en ella encontraron el
elemento productor de fuerza mecánica necesario para conseguir la suma máxima de li-
bertad soñada. Dado que los anarquistas al principio ignoraban los medios para gene-
rar aquel elemento liberador sin necesidad de recurrir a la extracción de la hulla, traba-
jo indigno de un hombre libre, o a la fatal dependencia de otras comarcas, pues en los
dominios de la comuna no había minerales, todas sus facultades inventivas se abocaron
a una única misión: “domar a las fuerzas de la naturaleza para hacerlas servir a la obra
de civilización libertaria” (1991: 155).
La solución llegó cuando los anarquistas advirtieron que la fuerza que buscaban
estaba, cómo no, en la naturaleza y su incesante movimiento: vientos, ríos, cascadas,
calor solar. Precursor de las energías renovables, probablemente el primer ecologista
argentino, Quiroule hace funcionar la ciudad anarquista con energía eólica e hidráulica,
además de anunciar un descubrimiento que permitía “descomponer rayos solares en
fuerza eléctrica”. Toda la ingeniería libertaria fue puesta al servicio de la construcción
de ingeniosas máquinas y aparatos y se hicieron cientos de acumuladores para almace-
65

nar electricidad. Almacenar porque, todavía en 1914, Quiroule imaginaba la electrici-


dad como un fluido, la más popular y extendida representación acerca de la naturaleza
de los hechos eléctricos, cuya explicación era fuente de todo tipo de dudas y especula-
ciones, cuando no de asociaciones míticas y paracientíficas como el espiritismo.7 Elec-
tricidad, entonces, concebida como un prodigio con el que se iluminaban y calentaban
las casas, se extraía el agua cuando los molinos fallaban, funcionaban los talleres, los
aeroplanos, las electrocicletas y las máquinas agrícolas.
Por dicha causa, los libertarios dieron atención preferente a la construcción de
estos aparatos, a la de motores y dínamos; siendo así que en vista del papel im-
portante desempeñado por la electricidad, en las funciones del nuevo organismo
social, ningún comunista pudo sustraerse a la imperiosa necesidad de conocer a
fondo esta utilísima rama del saber, llegando a ser todos ellos, en poco tiempo,
gracias a la práctica seguida de esta ciencia, habilísimos electricistas” (Ibíd.:
156).
Como en la comuna no había baches ni ladrones, el alumbrado público (despojado
de su función de control social) era “facultativo”, e igual uso mesurado se le daba en los
almacenes y talleres. Toda vez que se habían hecho innecesarias las mil luces del capri-
cho capitalista de la ciudad burguesa, el consumo era racional y solidario. La fascina-
ción eléctrica de Quiroule lo lleva a incluir en su pequeña ciudad barredoras mecánicas,
lavaplatos y vagonetas eléctricas que sirven la comida, además de los monoplanos, bi-
planos y triplanos cuyos detalles de ingeniería y construcción describe con inspiración
maravillada. Pero la pasión inventiva de los anarquistas podía llegar a extremos mayo-
res, como las exploraciones al centro de la tierra, donde los geólogos pretendían com-
probar la validez de la teoría del fuego central y obtener nuevas fuentes de energía, tan
obsesionados como el profesor Lidenbrock de Julio Verne.
Una mención especial requiere el invento del personaje central de La ciudad anar-
quista americana, Super, también llamado el Antiguo y el Físico. Este individualista
adaptado a la vida comunista, era un cerebro privilegiado y un gran planificador, a la
vez que memoria de los tiempos revolucionarios, época de la que conservaba su prefe-

7 La fuerza de la teoría fluídica, que se mantenía vigente aun cuando la teoría atómica de la electricidad
había sido formulada ya en 1874, se debe a que “unos de los problemas que planteaba el carácter ‘invisi-
ble’ e insólito de la nueva energía consistía en cómo pensarla en un mundo que seguía concibiendo la ma-
teria con categorías aristotélicas. Imaginarla como fluido la asimilaba a alguna materialidad, la cosifica-
ba” (Liernur y Silvestri, 1993: 20).
66

rencia por vestirse como gaucho. Super, estudioso de los descubrimientos de Curie y su
escuela sobre las propiedades del radio y el polonio, había dedicado varios años a la in-
vestigación de los fenómenos del electromagnetismo, logrando producir un “fluido des-
conocido” que, usado como arma a través de un aparato por él también construido, el
“vibraliber”, atravesaba el cerebro de la ocasional víctima produciéndole una quema-
dura en la masa encefálica y la muerte inmediata. Este colosal descubrimiento signifi-
caba que, por fin, las comunas anarquizadas de América podrían extender su obra re-
generadora hacia la vieja Europa, aún subyugada por el capital. Unos pocos cientos de
vibralibers serían suficientes para equipar la legión libertadora, que esta vez emprende-
ría su viaje en la dirección opuesta, ganando rápidamente la batalla por años negada a
los proletarios europeos y liberando al mundo de una vez y para siempre.

Una utopía para la Argentina

Pierre Quiroule murió a los 71 años en su casa del barrio porteño de Flores, el úl-
timo día de noviembre de 1938. Poco se sabe de sus últimos años, además de que traba-
jó como corrector en La Nación, tradicional diario argentino. Es inexacto, como se ha
afirmado, que haya sido el autor de los folletines policiales de la popular saga británica
Sexton Blake, traducidos y publicados por la editorial Tor.8 No sabemos entonces si
modificó sus ideas o se olvidó de sus fervores ácratas, pero hasta su último libro publi-
cado, Un filósofo en Posadas (1931), se empeñó en sus obsesiones de naturalista y cientí-
fico.
Exponente de una nunca consumada tradición utópica argentina, Pierre Quiroule
sigue despertando curiosidad, aunque su utopismo no fuera siempre original, ni en rela-
ción a las reglas del género ni a las propuestas urbanísticas, sociales y científicas de su
tiempo, de las que se nutrió por igual. Utopista tardío, Quiroule confiaba en el poder li-
berador de la técnica cuando los mundos de pesadilla tecnocrática ya habían privado a
la utopía de la confianza en un porvenir glorioso. Utopista periférico, alojaba las espe-
ranzas perdidas de Europa en las tierras de un mundo nuevo que debía ser diferente a
todo lo conocido. Utopista libertario, no logró ser fiel a la regimentación propia de los
mundos utópicos, sin por eso liberar su mundo futuro de un tedio edulcorado. Anar-
quista utopista, nunca encontró un lugar para sus ensoñaciones y proyectos entre los

8El error radica en que algunos de estos folletines estaban firmados por Pierre Quiroule, seudónimo tras
del cual se ocultaba el guionista y escritor inglés W. W. Sayer.
67

propios anarquistas, refractarios de sus “libritos futuristas” y sus mundos del mañana.
Tal vez, la gran hazaña de Quiroule fue intentar darle a sus utopías la verosimilitud del
espacio propio y el tiempo próximo, como si verdaderamente se tratara del estudio pre-
liminar del gran libro de la revolución americana por venir. Algo de esto intuyó Max
Nettlau cuando escribió que Quiroule había logrado crear “hipótesis utópicas” diferen-
tes al localizar sus ciudades imaginadas en la Argentina (1991: 96). “Nada es más útil
en las utopías –afirmaba entonces– que su localización, su adaptación a cada país, por-
que aunque seamos internacionalistas en ideas y sentimiento, igualmente seremos
siempre hijos del medio ambiente para las formas y matices de las aplicaciones prácti-
cas. La utopía que combina el ideal y la práctica, será verdaderamente utópica –sin lu-
gar–, si quiere agradar e inspirar; será adaptada al medio si aspira el éxito supremo que
toda utopía puede esperar, a la realización”.

GLUSBERG, Jorge (1994), “Arquitectura y utopía: Sant’ Elia y Chernikov”, en FORTU-


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69

La Agitación de Bahía Blanca en la primavera de 1901

Federico Randazzo

El 1 de octubre de 1901 comenzó a editarse el primer periódico revolucionario del


que se tenga cuenta en la ciudad de Bahía Blanca.9 Se llamó La Agitación, periódico li-
bertario y venía a inquietar la incipiente ciudadanía local. Su lanzamiento está relacio-
nado con un importante triunfo obrero y la participación de dos figuras relevantes del
movimiento ácrata, Pietro Gori y Arturo Montesano. En sus páginas florecieron los
boicots y las veladas libertarias que comenzaron a difundirse entre los habitantes
bahienses. En los primeros años del siglo XX, la utopía bahiense fue anarquista y le-
vantó una redacción para dejar su aporte a la prensa política, a la reflexión ideológica y
a la búsqueda constante de un horizonte libre. La historiografía y el periodismo de
Bahía Blanca han ubicado, no ingenuamente, a las experiencias revolucionarias en un
costado marginal de su relato. Por eso resulta atrapante el repaso por las crónicas, los
relatos y los manifiestos políticos que se repartían en la ciudad en aquellos días. A par-
tir de La Agitación podemos conocer quiénes fueron aquellos hombres que instalaron el
mundo simbólico del anarquismo en la inhóspita Bahía Blanca, para emprender el
desafío de construir una sociedad igualitaria.
La Agitación nació en el fragor de un festejo obrero. El proceso que derivó en su
fundación comenzó con una victoria proletaria capitalizada por el núcleo rebelde que
crecía en los talleres de la ciudad y en las grandes estructuras industriales que modifi-
caban el aspecto y el paisaje del puerto de Ingeniero White. Por aquellos días Bahía
Blanca sellaba su ingreso a la modernidad con la consolidación de una sociedad cruel,
progresivamente emparentada con los rasgos impuestos por la clase dominante. Diana
Ribas afirma que por entonces “todo aquel que no adhería a la idea de progreso era
descalificado o considerado pesimista en términos peyorativos”. Durante las últimas
dos décadas del siglo XIX la elite local aplicó un proyecto sutil de contaminación dis-

9Mi agradecimiento a Emiliano Randazzo y Lucas Petersen por su colaboración. Los rollos de microfilm
que preservan los ejemplares de La Agitación se conservan en la Biblioteca Popular Bernardino Rivada-
via de Bahía Blanca y en el Instituto de Historia Social de Amsterdam, repatriados a la Argentina por el
Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (Cedinci) en el año
2006.
70

cursiva que le permitió llegar al nuevo siglo en condiciones de confirmar su predominio


cultural sobre la población bahiense. Según Ribas, “el modo neutro del discurso aplica-
do en forma violenta por el sector dominante, negaba todas las otras posibilidades dis-
cursivas, ya sean de los indígenas, de viejos pobladores del fuerte o lógicamente de los
inmigrantes”.10 Pero el esfuerzo del aparato oficial por silenciar las voces subterráneas
resultaba inútil, el mensaje anarquista ya estaba circulando por la ciudad para involu-
crase en la “cuestión social”. Juan Suriano (2001:300) ha señalado la significación que
adquieren esos mensajes de los grupos libertarios de la época. “A través de la difusión
de un particular entramado simbólico, buscaron cohesionar la representación del colec-
tivo trabajadores, de otorgarle una identidad y de contribuir a la constitución del ima-
ginario social obrero”.

La huelga como chispa

El inicio del siglo XX en Bahía Blanca estuvo marcado por las transformaciones
sociales que acompañaban la llegada constante de nuevos contingentes de inmigrantes.
Para 1895 el 45% de la población total del partido eran extranjeros, cifra que en 1906
llegó a más de 50%, según el censo municipal. Mientras en el centro y en el casco histó-
rico florecían los edificios públicos y comercios, en la periferia y en el puerto de Ingenie-
ro White se extendían las barriadas populares. Era ahí donde se asentaban los primeros
cronistas libertarios que empuñaron la imprenta para registrar su paso por la historia
local.
Para mediados de 1901, la obra más importante que se estaba ejecutando en la
ciudad era la ampliación del ferrocarril que comunicaba a Bahía Blanca con Buenos Ai-
res. Entre los trabajadores que labraban la tierra virgen en el campo abierto, artífices
de un adelanto que no disfrutarán, se desató una huelga que fue el germen del grupo
que pocos días después editaría La Agitación. La huelga general, práctica esencial de la
cultura proletaria, se declaró en un paraje del ramal Bahía Blanca-Pringles donde un
grupo de trabajadores alzó un campamento de protesta por mejores condiciones de em-
pleo. La chispa se encendió ahí donde ampliaban las posibilidades de desarrollo de la
empresa inglesa más importante e influyente de la zona: el Ferrocarril del Sur. El 1 de

10Entrevista a Diana Ribas realizada por Astor Vitali y Emiliano Randazzo en FM de la Calle de Bahía
Blanca en Julio de 2007.
71

junio La Protesta Humana (emblemático periódico del anarquismo) publicó una prime-
ra información sobre el inicio de la huelga. Meses después, Caras y Caretas (1901) afir-
maba que por el número de obreros involucrados, era el conflicto más importante y ex-
tenso de la ciudad. El 23 de agosto la protesta ya era tema de la prensa nacional. El día
24 el diario local La Nueva Provincia describía el escenario:
Hasta hoy la huelga no es más que la protesta templada pero pacífica de
cerca de 2000 hombres que han hecho denuncias graves, que no han sido
atendidos, que no encuentran amparo, que viven sin pan y sin hogar, como
parias –verdaderos desheredados a quienes se pretende expulsar de en medio
de los campos donde han levantado sus tiendas- como verdaderos deshere-
dados que solo tienen por delante las perspectivas de la miseria
Luego de un siglo de trayectoria, podemos afirmar que si La Nueva Provincia
publicaba estas expresiones es porque la situación indudablemente era muy grave.11
Las demandas de los huelguistas se plasmaron en un pliego que contenía reclamos refe-
ridos a las condiciones de trabajo, las herramientas y las contrataciones de la compa-
ñía. A pesar de que los empleados del Ferrocarril del Sur pretendían una regulación de
la actividad hostil que padecían a diario, el diálogo se cerró con el correr de los días. La
presencia de un batallón del ejército para custodiar el campamento huelguista no pre-
sumía un final feliz. La cobertura periodística del conflicto puso en alerta a los dirigen-
tes de las federaciones obreras de Buenos Aires, que también recibían los telegramas de
los suscriptores bahienses de La Protesta Humana. Cuando caía la tarde del día 24, en la
capital asumieron la gravedad del caso y los responsables de la Federación Obrera Ar-
gentina enviaron una comisión para que represente a los obreros en la negociación. Fue

11 Sorprendentemente en este conflicto de 1901, el cronista de LNP se muestra con inédita simpatía por
los reclamos obreros. El diario fue fundado el 1 de agosto de 1898 por Enrique Julio. Desde sus orígenes y
hasta la fecha se mostró como vocero de los sectores más radicalizados de la derecha, causando un daño
social aún incalculable en la población de Bahía Blanca. Su director, Vicente Massot, debió abandonar el
cargo de viceministro de Defensa durante el primer gobierno de Carlos Menem en 1993 por revindicar el
uso de la tortura. Cuando el diario cumplió cien años, un grupo de militantes realizó un “escrache”, me-
táfora del boycottage de principio de siglo: frente a las autoridades políticas, religiosas y lógicamente mili-
tares que participaban del festejo, recordaron a Enrique Henrich y Miguel Angel Loyola, trabajadores
gráficos del diario asesinados en 1976 con complicidad de las autoridades del matutino. En la actualidad
el diario continúa reivindicando el terrorismo de estado con editoriales como la del 1 de diciembre de
2007: “El Plan Cóndor... fue exitoso en todo el sentido de la palabra y logró, a escala continental lo que
persigue cualquier estrategia de guerra: ganar. En la Argentina, los restos del comando unificado marxis-
ta que fue militarmente aniquilado en la guerra antisubversiva quiere sentar en el banquillo de los acu-
sados a aquellos a quienes no pudo vencer y seguramente -justicia mediante- lo logrará. Lo que no podrá
lograr nunca es modificar el resultado del Plan Cóndor, y eso es lo importante”.
72

Pietro Gori quien, a pesar de estar enfermo, se postuló para viajar por las pampas bo-
naerenses.

Liderados por viajeros libertarios

Nacido en Messina, Italia, en 1865, Pietro Gori fue uno de los dirigentes más des-
tacados de la historia del anarquismo internacional. Llegó a la Argentina en 1898, lue-
go de dos años de gira por Estados Unidos y un itinerario que acusaba una condena
pendiente de 21 años de prisión, exilios, cárceles y persecuciones varias. Dedicado ple-
namente a construir el ideal libertario, incursionó en disímiles campos que le permitie-
ron dejar un legado literario, teatral, judicial e ideológico de extraordinaria vigencia.
En Buenos Aires se convirtió en el más afamado embajador del pensamiento libertario,
logrando introducir su programa en sectores hasta ese momento negados a la doctrina
ácrata. Sus disertaciones se acompañaban con un programa filodramático que enmude-
cía a los auditorios de obreros semianalfabetos. Su obra Primero de Mayo, que incluye
el “Himno del Primero de Mayo” sobre una melodía de Guiseppe Verdi incluida en la
opera Nabucco, se convirtió en una de las canciones más populares entre los proletarios
del mundo. En Bahía Blanca se escuchó por varias temporadas en la Casa del Pueblo,
luego de la visita de Gori a la ciudad.
La decisión de Pietro Gori de viajar a Bahía Blanca se tomó minutos antes de la
salida del tren. La noticia se confirmó en Bahía a la medianoche y de inmediato partió
un chasqui con el anuncio rumbo al campamento. En la madrugada, los 2000 huelguis-
tas se despertaron a los gritos en el campo ante la llegada del líder que prometía modi-
ficar el desarrollo de la protesta. Desde el arribo de Gori, la ciudad concentró su aten-
ción en seguir los pasos de aquel personaje ilustre. La prensa local reflejaba:
La venida de Pietro Gori, el amigo de la clase proletaria, el propagandista
entusiasta de los derechos inalienables e imprescriptibles, del hombre sobe-
rano, era la única esperanza, la única tabla de salvación que les restaba a los
huelguistas. Cuando el tren de las 3.40 anunció su arribo a Bahía Blanca,
mas de 500 personas, obreros en su casi totalidad se hallaban congregados
en la estación... El tren paró y del último coche descendió el Dr. Gori,
acompañado del joven Montesano, y de una comisión obrera que había ido
73

a la estación Vitícola a recibirlos. Gori, visiblemente afectado y patentizan-


do en su rostro su mal estado de salud, se abrió paso por entre la multitud
que vivaba con delirio... Era sumamente grato el espíritu y el aspecto que
ofrecía la columna compuesta de hombres entusiastas, de hombres de ma-
nos encallecidas en la noble labor, que seguían con la fé del convencido, qui-
zá del idealista, a un hombre–compañero, que llegaba a ofrecerles no solo
una palabra de aliento, sino toda su acción, toda su voluntad en pro de la
causa de los obreros expoliados. En la columna, engrosada con carruajes,
break, jardineras, etc... en todo el trayecto el nombre de Dr. Gori fue entu-
siastamente pronunciado (LNP, 26 de agosto de 1901)
Pietro Gori agradeció el apoyo pero se alojó de inmediato en el Hotel Londres pa-
ra reponer su salud y comenzar la labor. En la puerta quedó Arturo Montesano impro-
visando un discurso que agradecía la simpatía de la multitud que los acompañaba. Mi-
nutos después Pietro Gori envió una primera comunicación al gerente del Ferrocarril
del Sur, señor Henderson, para abrir una mesa de diálogo. La negociación se extendió
por una semana y finalizó con un aplastante triunfo obrero materializado en la aproba-
ción de la amplia mayoría de los contenidos del pliego.
Durante esos días la actividad del círculo libertario se encontró sobrepasada por la
efervescencia creada a partir de la visita de Gori. El ejemplo de este abogado y artista,
es uno de esos casos en que la crítica siempre vigente y necesaria a la figura del líder por
sobre sus compañeros, encuentra una grata excepción. La negociación inteligente y
efectiva para encauzar la victoria. La oratoria sencilla y profunda para comunicar las
ideas. La simpatía y el carisma para enaltecer los ánimos. Todos estos condimentos de
Gori se impregnaron en la periferia de la comuna bahiense y se reflejaron en acciones
como los boicots y las veladas culturales que se concretaron días después. El fin de su
estadía estaba previsto con tres conferencias sobre sociología económica en el escenario
del teatro Politeama Argentino local, pero su crítico estado de salud lo obligó a regresar
a Buenos Aires antes de lo planeado. La apresurada despedida también fue masiva y
concluyó con un emotivo agradecimiento de los protagonistas de la huelga. Así Pietro
Gori se alejó de la ciudad a la que nunca regresó, dejando una enseñanza y un legado en
manos de Arturo Montesano, el joven secretario que lo había acompañado y que se
quedó para liderar la actividad libertaria de la ciudad.
74

Montesano, abogado español llegado a Argentina en 1899, adhirió inicialmente al


radicalismo y luego se comprometió con el movimiento anarquista, donde se destacó
por su oratoria y capacidad como organizador y propagandista en el interior del país.
Compartió tribuna con Alfredo Palacios, el “primer diputado socialista de América”
(Tarcus 2007). Permaneció relacionado a la actividad anarquista en Bahía Blanca has-
ta mediados del 1902. En los primeros meses de ese año fundó en la Casa del Pueblo de
Ingeniero White la escuela libertaria “Luz de Porvenir” donde desplegó su oficio de
maestro al servicio de los hijos de los obreros. Semanas después lo encontramos lanzan-
do una revista naturalista libertaria llamada La Renovación, participando como acti-
vista y orador de la huelga de cocheros en Buenos Aires y en actos de repudio a la per-
secución obrera que se libraba desde el Estado. Aquella temporada sería la última del
joven Montesano en nuestro país.
El 22 de noviembre de 1902 el parlamento sancionó la ley 4144 promovida por el
diputado Miguel Cané, llamada Ley de Residencia. Fue la herramienta legal que dotó
al Estado de la facultad de deportar sin juicio previó a cualquier extranjero. Fue un
elemento al servicio de la persecución de disidentes políticos que desató una cacería fe-
roz contra los activistas socialistas y anarquistas, incluyendo violentas detenciones,
allanamientos de locales y clausura e incendio de imprentas. Para fines de 1902 el diario
La Prensa de Buenos Aires publicaba una extensa lista con los nombres de los extranje-
ros deportados por la aplicación de la Ley de Residencia. Arturo Montesano integraba
esa nómina.

La voz agitadora del periodismo

Durante todo el mes de septiembre el ánimo triunfante se convirtió en una ola de


reclamos dispersos por establecimientos industriales. En cada encuentro donde se jun-
taban trabajadores interesados en crear nuevas asociaciones, Montesano se presentaba
para asesorarlos y aportar su experiencia. Su primera conferencia en Bahía Blanca fue
en la Sociedad XX de Septiembre y adquirió realce por la presencia de obreros empo-
brecidos y de familias notables. Allí “abordó con bríos el tema Evolución social a través
de los tiempos, desarrollándolo con erudición y elocuencia”, según recuerda la crónica
(LNP, 30 de agosto de 1901). “Tuvo pasajes hermosos que arrancaron estrepitosos
75

aplausos de la apiñada concurrencia que llenaba por completo la sala”, reconoció uno
de los testigos.
La dinámica del colectivo de ácratas bahienses comenzó a acelerarse con el impul-
so que otorgaba la presencia de Montesano en la ciudad. El espacio de encuentro pasó a
ser el local del grupo y las reuniones se multiplicaron ante las iniciativas que surgían de
las necesidades. Entre las prioridades estaba crear un periódico al servicio de los prole-
tarios; y a menos de un mes del conflicto del ferrocarril ya era un hecho. El 1 de octubre
de 1901 los miembros de este grupo libertario se juntaron en el local de Donado 274, a
dos cuadras de la plaza central, para comenzar a distribuir los 200 ejemplares de la ti-
rada inicial de La Agitación. Al preció de 10 centavos ofrecían las cuatro páginas reple-
tas de textos de diversos orígenes, crónicas y columnas locales que se materializaban en
la primera experiencia de prensa obrera bahiense. Se sumaban reflexiones llegadas des-
de Buenos Aires y otras capitales del interior, fragmentos de libros y noticias del mun-
do. Desde la portada prometían no desplegar la bandera de guerra violenta contra los
burgueses, pero si invitarlos a un examen desapasionado de las instituciones. Definían
a la ignorancia como el enemigo central y aseguraban poseer los remedios para comba-
tirla y hasta probablemente anularla. Para ello estos hombres levantaban en el puerto
de Bahía Blanca una escuela racionalista dispuesta a construir nuevas rebeldías, en-
marcada en el proyecto pedagógico que difundieron los libertarios en el país.
En el texto de apertura los miembros el Grupo Libertario La Agitación también
presentaban a la redacción dirigida por Arturo Montesano, “aquel mismo que vosotros
conocéis por varias ocasiones”. En la primera columna de la tapa del ejemplar de lan-
zamiento, aparece un comunicado de presentación, planteado como contrato de lectura
y acción:
AL PUEBLO: Después de los últimos acontecimientos habidos entre la cla-
se trabajadora de Bahía Blanca y sus alrededores, acontecimientos que tu-
vieron honda repercusión en la prensa de Buenos Aires, hemos conocido la
necesidad exclusiva de implantar aquí un periódico que se ocupe especial-
mente de los intereses de la clase trabajadora en general
En las márgenes del poblado crecía un nuevo sujeto que emparentaba prácticas y
discursos con una potencia temerosa: la clase trabajadora. A ellos iba dirigido este pe-
riódico que no aceptaba avisos comerciales y destilaba dos sentimientos muy claros:
76

odio ante los patrones, la oligarquía y el estado, y amor incondicional por la clase pro-
letaria, la libertad y la justicia. El horizonte anarquista no se limitaba al mundo del
trabajo. Si bien su foco estaba puesto en las conciencias proletarias, su ambición se
ampliaba para presentarse como alternativa integral para el conjunto de la sociedad.
En este sentido Juan Suriano (2001) afirma que el mensaje libertario producido por la
prensa anarquista de la época, no era clasista sino universalista.
“Nuestros principios, nuestros medios, nuestros fines” era el título de una primera
reflexión sobre la ideología que motorizaba a los redactores de La Agitación: la anar-
quía. Luego le seguían “L´Associazione” y “Societá moderna e anarchia”, dos notas es-
critas en italiano donde detallaban los objetivos y los argumentos con que cuestiona-
ban el régimen social. Allí critican la organización del estado, la actividad económica de
los empresarios y el sistema fraudulento de elección de autoridades. En su afán polémi-
co y punzante, también cuestionaban conductas y hábitos de ciertos proletarios. Bajo el
título “Drama social” encontramos un texto crítico que condena la actitud de los per-
sonajes que pululan por el burdel, la taberna o el garito por ser los crueles protagonistas
del brutal drama de la lujuria, el vicio y el crimen. “Para vosotros no puede haber re-
dención” auguraba el redactor enfurecido con “los parásitos de la sociedad que todo lo
consiguen sin esfuerzo ni dignidad.”
Estas páginas también presentan un acercamiento a las voces de la literatura
obrera de la época. Fue un momento donde surgió una corriente de autores librepensa-
dores nucleados en una bohemia politizada, tipificada por David Viñas (1995:217):
“Extremismo es la palabra que, en su reiteración, va definiendo esta bohemia anarquis-
ta llevada al máximo que permanentemente necesita corregir su sitio cuando presiente
que los del centro se han desplazado a los márgenes, y que los bordes pierden su filo”. En
todos los ejemplares que se conservan de La Agitación encontramos textos de autores
como Alberto Ghiraldo, poeta, narrador y periodista señalado por Viñas como figura
central de esta corriente de producción literaria que, a través de La Agitación, llegaba a
los lectores de Bahía Blanca. En el primer ejemplar del nuevo periódico bahiense apa-
recía un texto titulado “Trabajo” que decía:
“Muchas veces he tenido ocasión de hablar del trabajo a los mismos traba-
jadores sin que estos pudieran comprender lo que significa esa palabra...
Generalmente por trabajo entienden, sea por ignorancia o sea por incons-
77

ciencia, una pena a la que el hombre, especialmente si es pobre, tiene que


sujetarse por su natural destino y creen que todos los ricos inclusive, traba-
jan desde la mañana hasta la tarde por decreto de dios. Alguno tuvo que de-
cirme también que él era tan libre que ninguno mandábale, y el trabajo era
absolutamente por su propia gana. Pero en la hora misma y el mismo mo-
mento en que hacía yo al trabajador esta pregunta, tocó el pito de la hidro-
eléctrica del puerto de la ciudad, y él tuvo que abandonarme deprisa, si en
aquel día quería ganar tanto para vivir él y su familia...”.
Diversas columnas con similares estructuras periodísticas, literarias e ideológicas
aparecen a lo largo de los siguientes ejemplares bajo títulos como “Resurrección” o
“Paciencia”.

Voces del mundo se escuchan en Bahía

La mayoría de los miembros de este grupo eran inmigrantes, factor que otorgaba
una sonoridad cosmopolita a sus textos. De los 52 suscriptores que se detallan en la
contratapa del primer número, 47 tienen apellidos de origen italiano (Buffa 1994). La
crónica libertaria de aquellos días nos permite conocer el proceso en el cual los extranje-
ros se fueron insertando en el entramado social de la ciudad. Comenzar a organizarse y
comprometerse en una institución, eran una forma de empezar a quedarse en esas tie-
rras para librar ahí la lucha en contra de la explotación y el pos de la utopía. Desde la
redacción intentaban aportar cada semana alguna información que diera cuenta de la
situación en los países de origen de los extranjeros. En el ejemplar inicial las noticias
llegan desde Sevilla para anunciar que cerraron fábricas de cerillas y sombreros, au-
mentando en forma preocupante el índice de desocupación. Otro cable de Barcelona de-
cía que los obreros no perdían oportunidad de exigir mejoras, y que eran 3000 los alba-
ñiles que se declararon en huelga.
La marca identitaria de la extranjería es sin duda una de las características prin-
cipales de esta experiencia colectiva. Eran hombres que habían abandonado sus tierras
detrás de una promesa de futuro ofrecida por el Estado argentino en sus campañas de
difusión por el viejo continente. Quienes habían atravesado el Atlántico detrás de la
ilusión del progreso argentino, reflexionaban luego en La Agitación sobre el patriotismo
78

en una columna punzante, que concluye llamando a destruir todas las patrias para em-
prender el desafío de la utopía anarquista, donde el amor de los hombres sea correspon-
dido.
Según nosotros la palabra patriotismo no dice nada más y nada menos que
amor hacia la patria... y supongamos que el amor a la patria sea un deber
natural e incontrastable, sabemos también que a cada deber corresponde un
derecho, así es que el ciudadano que cumple el deber de amar la patria sir-
viendo... tiene el derecho de ser amado por la patria misma. Decid entonces
vosotros trabajadores italianos, españoles, franceses, portugueses, ingleses,
argentinos, etc, etc, vosotros que tanto amas vuestra patria decid si ella os
ama tanto como vosotros amáis!. Díganlo los europeos especialmente que
para ganar una pedazo de pan han tenido que salir deprisa de sus hogares y
pasar por más y más peligro y miserias, venir aquí donde han encontrado
otra patria que únicamente los explota y que los dejará morir de hambre
cuando los dueños de ésta otra patria todo de esa perciban... Dígalo también
el mísero hijo del país condenado a vivir en ranchos mezquinos abandona-
dos en la soledad del campo, lejos de toda civilización y bajo de una miseria
espantosa... Nunca los trabajadores han sido amados de la patria
Una vez más la referencia al trabajo de Juan Suriano (2001:196) sirve para seña-
lar la dimensión de este repertorio editorial bahiense, clonado en otras experiencias de
prensa anarquista contemporáneas: “Totalmente convencidos de la capacidad trans-
formadora y educadora de las palabras, los publicistas ácratas pensaban que a través
de estos artículos mostraban un mundo (y un futuro) diferentes, alternativo que con-
tribuiría a despertar las conciencias dormidas de los lectores- trabajadores”. Otro de los
temas que se reitera en los ejemplares de La Agitación es la prédica a favor del amor li-
bre, una práctica relacionada con el universo anarquista de la época que cuestionaba el
matrimonio y la propiedad de las parejas, proponiendo uniones espontáneas sin com-
promiso. Entre sus reivindicaciones aparece el derecho de los trabajadores a contar con
tiempo para la actividad amorosa, señalada como la más delicada y preciosa. En la re-
dacción dedicaron una sección llamada “folletín de La Agitación” a la difusión por ca-
pítulos de los trabajos de Charles Albert sobre el amor libre.
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Del periódico como herramienta al servicio de las luchas

La contratapa del periódico estaba destinada a brindar información relacionada


con las novedades del movimiento gremial, la correspondencia con otras ciudades y la
actividad local. Los detalles volcados en esta sección permiten reconstruir la evolución
de los grupos bahienses. En el primer ejemplar encontramos un saludo afectuoso a la
recientemente conformada Sociedad de Resistencia Trabajadores Unidos del Ferroca-
rril el Sud, gestora de la huelga. Los miembros del grupo La Agitación buscaban influir
sobre la reglamentación de la nueva entidad, y para eso publicaban en forma completa
un estatuto modelo adaptable a cualquier oficio. En ese reglamento proponen algunas
definiciones de clase como por ejemplo: “la indicada Sociedad de Obreros Unidos de la
cual son rigurosamente excluidos los contratistas, procurará el mejoramiento y la unión
para la resistencia contra el monopolio capitalista fomentando la solidaridad entre los
trabajadores”. También sugieren que las nuevas asociaciones conformen una dirección
colectiva coordinada con asambleas regulares. Entre los compromisos de los miembros
señalan la responsabilidad, la asistencia, la puntualidad, el trato cortés y la cotización
mensual. Proponen funcionar con un libro de actas en el que plasmar los detalles que
otorgan transparencia a los movimientos políticos y económicos, e implementar un sis-
tema médico con asistencia a los asociados y cobertura fúnebre en caso de alguna des-
gracia. En la propuesta de artículo 6 señalan: “Esta Sociedad no podrá inmiscuirse en
ningún asunto político ni religioso: pero tendrá facultad absoluta de propagar y protes-
tar de todos los males de la política y la religión, cuando se note sea en perjuicio de la
libertad y progreso.”
Para el segundo ejemplar de La Agitación del 13 de octubre de 1901, las noticias
afirmaban que en la última semana habían iniciado sus actividades tres nuevas agre-
miaciones. Luego de celebrar y relatar cada una de las iniciativas, los editores redobla-
ban la apuesta y reflexionaban sobre la necesidad de una articulación local, nacional e
internacional que permita coordinar las acciones de los trabajadores. La convicción de
estos hombres se centraba en que la gran lucha llegaría recién cuando todas las entida-
des obreras conjuguen sus fuerzas. Las reflexiones insistían en ese sentido:
Constituida la base de la sociedad obrera, la sociedad de oficios, debemos le-
vantar la gran obra sobre ella... La sociedad de privilegio cuenta con pode-
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rosos medios para defenderse, y así como el patrón se ríe de las reclamacio-
nes individuales del mismo modo la fuerza patronal no teme la acción de
una corporación obrera aislada... Esperamos pues que los trabajadores de
Bahía Blanca en general demostrarán, como lo han hecho ya varios gre-
mios, que no desconocen los principios fundamentales que imperan su
emancipación política, económica, y que muy en breve quedará constituida
sobre la base de un crecido número de sociedades gremiales la pregonada
Federación Obrera
El siguiente ejemplar de La Agitación apareció el 9 de diciembre de 1901, es el no-
veno y muy probablemente el último. Allí también hay anuncios de nuevas asociacio-
nes de resistencia como el caso de los carpinteros. En la misma semana los albañiles
imitaron el ejemplo y presentaron un nuevo pliego de horarios. La Agitación afirmaba
que al igual que “los patrones de los carpinteros, los de los albañiles fueron obligados a
firmar el pedido si no querían verse perjudicados en sus intereses”. Luego de la negocia-
ción los albañiles y los peones de barracas y corralones también fundaron dos nuevas
Asociaciones de Resistencia, confirmando el desarrollo del movimiento obrero de la
ciudad. “En todos estos casos, el local de La Agitación servirá como lugar de reunión y
asesoramiento para quienes se integran al creciente movimiento”, prometían desde la
conducción de este grupo ácrata.
Otra de las acciones que se motorizaron a través de La Agitación consistía en la
aplicación de boicots. Un método nacido en 1880 en Irlanda como acción de repudio y
aislamiento que rápidamente recorrió el mundo en el imaginario de lucha de los pue-
blos. En nuestro país se habló de boicot por primera vez en términos oficiales el 25 de
mayo de 1901, en el Congreso de la Federación Obrera Argentina constituida ese año en
Buenos Aires. Desde su primer ejemplar, aparecido 5 meses después del Congreso, La
Agitación apoyó el boicot a los cigarrillos Popular con una proclama que explicaba los
motivos del sabotaje y la campaña nacional de repudio (“NON FUMATE SIGARET-
TE MARCA POPULAR!”).
Semanas después encontramos el primer boicot local. Fue promovido desde La
Agitación contra el diario La Nueva Provincia y personalmente contra Enrique Julio,
quien había fundado el periódico en 1898 y dirigía la redacción. La Agitación aclaraba
que el boicot no se limitaba al sabotaje, sino que los voceros libertarios, ya cansados de
81

tolerar los agravios que se publicaban en el pasquín, desafiaban al señor Julio a con-
frontar las ideas en un debate público.
Al desafiar a La Nueva Provincia en el campo de la discusión leal y serena,
creemos que los redactores de ese diario serían capaces de defender cuanto
insidiosamente expusieron. Considerando empero que la ignorancia no es
un delito sino una consecuencia directa de causas residentes en el organismo
o en la sociedad, La Agitación declara: que proseguirá su campaña de Boy-
cottage [Sic] contra La Nueva Provincia usando de todos los medios a su
alcance, como ser manifiestos, conferencias públicas, propaganda asidua,
hasta que el señor Enrique Julio, o quien por él, nos den públicamente una
satisfacción. Hemos iniciado el boicot contra La Nueva Provincia, por el
hecho de que hacía bajas insinuaciones respecto a las ideas que hoy animan
a la clase trabajadora. Así como los trabajadores se han mostrado solidarios
con el boicot a la fábrica de cigarrillos La Popular, de Buenos Aires, que
produjo espléndidos resultados, demuestran su solidaridad contra La Nue-
va Provincia. Ninguno debe pues frecuentar locales públicos, es decir, cafés,
fondas, peluquerías, etc, que al primero de diciembre siga recibiendo La
Nueva Provincia.
Recordando que La Nueva Provincia es desde hace décadas el único medio gráfico
diario de la ciudad, reeditar la medida impulsada por La Agitación a principio del siglo
pasado se puede presentar como un ejercicio de salud pública que la población de la
ciudad debería animarse a considerar.
El último apunte de La Agitación que vamos a señalar tiene que ver con otra de
las prácticas habituales de las comunidades libertarias de la época, las veladas artísticas.
Reuniones con un fin cultural, recreativo y financiero, realizadas los domingos en la
Casa del Pueblo de Ingeniero White donde se retroalimentaba el imaginario de aquellos
utopistas que se presentaban como una alternativa integral. En el noveno ejemplar del
periódico encontramos el detalle del programa presentado el 2 de diciembre de 1901. La
reunión estaba convocada como una acción a beneficio del periódico que, por falta de
recursos, veía amenazada su regular circulación. Contaba con la visita de un dirigente
de renombre nacional, Rómulo Ovidi, un histórico libertario, miembro del Comité In-
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ternacional de Buenos Aires que en 1890 realizó el primer acto coordinado de los prole-
tarios del mundo: el primero de mayo. El detalle de la reunión decía:
El domingo pasado tuvo lugar en el local de la Casa del Pueblo del Puerto
Bahía la anunciada representación a beneficio de nuestro periódico. Se puso
en escena:
1 El boceto dramático de un acto original del compañero Ovidi, titulado
‘Famme’, el cual fue muy aplaudido.
2 El compañero Ovidi dio una conferencia sobre el tema: Nuestro ideal, el
cual fue desarrollado con facilidad, tacto y buena forma, revelando al buen
orador, ya batallador incansable y enérgico de acuerdo a la fama que le
precedía.
3 Dúo cantado por el señor Monteverde y señora.
4 ‘Cena improvisada’. Juguete cómico en un acto que gustó mucho.
En fin, si los resultados pecuniarios han sido negativos, siendo la primera
de la serie de presentaciones que se darán, en cambio ha sido una buena no-
che de propaganda. Hoy domingo nueva Velada, de acuerdo a los progra-
mas ya distribuidos.
La publicación minuciosa de los ingresos con nombre y cifra del aportante con-
firmaban que, a pesar del entusiasmo, los números del periódico estaban en rojo: “del
resultado de la fiesta no ha quedado ni un solo centavo a beneficio de nuestro periódico,
que con el déficit está en peligro su regular publicación”, resaltaban desde la redacción
que presumía el naufragio. El número de adherentes crecía en forma constante, pero no
alcanzaba para recaudar el dinero necesario para afrontar los gastos de imprenta. Un
último llamado insistía sobre la necesidad de sostener el medio:
TRABAJADORES: LA AGITACIÓN es uno de los periódicos que genui-
namente defiende los intereses vuestros y propaga la organización de los
explotados como medio eficaz para contrarrestar la explotación capitalista.
Es deber de todos difundir entre sus compañeros de trabajo, en las fábricas
y talleres... Recordamos a todos los que crean conveniente la publicación de
este periódico se fijen en nuestro déficit y vean de hacer un pequeño sacrifi-
cio en bien de la causa que defendemos.
83

El pedido era claro y justo, pero no alcanzó. Aquel noveno fue el último ejemplar
de La Agitación que se conserva, y presumimos que el último que se imprimió. Las
plumas de estos hombres siguieron plasmando en diversos textos y testimonios su expe-
riencia en la ciudad, aunque ya no con su periódico propio. En septiembre de aquel
1902 encontramos suscripciones bahienses en La Protesta Humana a cargo del Centro
Libertario de Bahía, el Centro Libertario del Sud del puerto de White y la librería so-
ciológica, entre otros. El 28 de ese mes se publicó el anuncio de que los obreros del ra-
mal Pringles-Bahía habían realizado una colecta popular en solidaridad con los obreros
perseguidos en España, fruto de la cual enviaron $ 192,73 a La Protesta Humana que
era la coordinadora nacional de la campaña.

Apunte final

Los tres ejemplares de La Agitación poseen valiosa información para diferentes


ámbitos de análisis. Sus páginas reúnen un caudal de percepciones fundamentales para
reinterpretar la idiosincrasia bahiense, las primeras percepciones de la construcción de
una trayectoria de izquierda local y el gen preciso que reproduce una ciudad acorralada
en la barbarie. Estas voces de los inmigrantes italianos interpelan a la memoria local
desde una visión casi inexplorada. Se convierten en fuentes marginadas que ofrecen in-
formación precisa que la cronología pública no puede desconocer. Allí podemos recons-
truir uno de los eslabones de un sujeto histórico definido por la utopía que persigue, y
que aún hoy continúa buscando su horizonte en la ciudad de Bahía Blanca.
Más de un siglo después de esa experiencia libertaria, el puerto de Ingeniero Whi-
te sobrevive frente a un desbordado polo industrial que constituye una amenaza cons-
tante para la población de toda Bahía Blanca. Recuperar la memoria periodística de los
anarquistas de principio de siglo significa un aporte a la inspiración de las nuevas voces
que tanto se auguran entre la gente del lugar. Incorporar el accionar del grupo agitador
como antecedente histórico ayuda a reflexionar el presente desde una perspectiva y una
tradición de lucha, con una potencialidad que renueva aquel imaginario simbólico de la
utopía.

BUFFA, Norma (1994) “Inmigración y movimiento obrero en Bahía Blanca durante la


84

primera década del siglo XX. Sus ideologías”, en WEINBERG, Felix (dir.) Estudios sobre
inmigración II, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca.
Caras y Caretas (1901), número 153, 7 de septiembre.
SURIANO, Juan (2001) Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-
1910. Manantial, Buenos Aires.
TARCUS, Horacio (2007), Diccionario biográfico de la izquierda argentina, Emecé Edito-
ra, Buenos Aires.
VIÑAS, David (1995) Literatura argentina y política. Sudamericana, Buenos Aires.
85
86

Sección “Política, religión y utopía”


87

Prácticas religiosas transformadoras en la Iglesia rosarina en las décadas de


1960 y 1970: su vinculación con el presente

Verónica López Tessore

Tesis VI. “Articular históricamente el pasado no


significa conocerlo “tal como fue en concreto”, sino
más bien adueñarse de un recuerdo semejante al que
brilla en un instante de peligro. Corresponde al ma-
terialismo histórico retener con firmeza una imagen
del pasado tal como ésta se impone, de improviso, al
sujeto histórico en el momento del peligro. El peli-
gro amenaza tanto la existencia de la tradición co-
mo a quienes la reciben. Para una y para otros con-
siste en entregarlos como instrumentos a la clase
dominante. (…) El don de atizar para el pasado la
chispa de la esperanza solo toca en suerte al histo-
riógrafo perfectamente convencido de que, si el
enemigo triunfa, ni siquiera los muertos estarán se-
guros. Y ese enemigo no ha cesado de triunfar.”
Walter BENJAMIN, “Tesis de Filosofía de la Histo-
ria”, en Discursos interrumpidos I

Introducción

El Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1959 como un aggiorna-
miento de la Iglesia, propició en América Latina una apertura de sectores católicos. És-
tos confluyeron con discursos y prácticas utópicas, incentivados por la mística de la re-
volución cubana y las contradicciones sociales producto del incremento de desarrollo
industrial y del acelerado proceso de urbanización (Löwy 1991: 96). 12 En este trabajo

12Este artículo es parte de una investigación en proceso para la realización de la tesis doctoral “Los pro-
cesos de construcción identitaria y política: Un abordaje desde la memoria de los conflictos al interior de
la Iglesia Católica y sus relaciones con el Estado y la Sociedad en Rosario en el periodo 1966-1976”, diri-
gida por Ludmila Da Silva Catela y Ana Esther Koldorf. También es continuidad de la tesina de licen-
ciatura “Una historia de vida en el contexto de los procesos histórico/políticos en Argentina entre los ´60
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describiremos algunas experiencias comunitarias y pastorales llevadas adelante por sa-


cerdotes, religiosas y grupos de laicos en la ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe,
Argentina, durante las décadas de 1960 y 1970. Nos resulta interesante relacionar estas
experiencias sociales, políticas y religiosas con el concepto de “utopía”, entendido como
conjunto de ideas sobre una sociedad diferente vinculadas a acciones de sujetos en pos
de su realización material (Manheim 1958). En el caso de lo eclesial, nos referimos a no-
ciones acerca de un “Reino de Dios en la tierra” y/o el “Hombre Nuevo”, enunciados
que motorizan proyectos comunitarios y sociales. Asimismo, coincidimos con Manheim
(1958) en cuanto a la necesidad de definir “lo utópico” en referencia con su contexto
histórico y social, dado que el concepto no se apoya en una “realidad en si” inmutable y
transhistórica como punto de partida sino en un constante proceso de transformación.
Es en esta relación dialéctica entre utopia y orden existente que se produce un constan-
te proceso de resignificación del concepto y sus contenidos. Lo que hoy es utópico pue-
de no serlo mañana, lo que no es utópico en un lugar del planeta puede serlo en otro y a
la inversa, por lo cual creemos enriquecedor analizar experiencias de diversos países de
América Latina en distintos contextos históricos.
La vinculación entre las ideas y prácticas utópicas de estos sectores de la Iglesia
Católica en Argentina con prácticas actuales nos muestra una institución polisémica o
multifacética y, por lo tanto distinta a la instalada en la memoria colectiva como cóm-
plice de las dictaduras militares (Mignone 1987; Pérez Esquivel 1992). Inicialmente ca-
racterizamos a esta “otra Iglesia”: para la situación rosarina recurrimos a la trayectoria
de vida de un sacerdote que durante esos años renunció a su cargo por considerar que la
institución no respondía a los principios del evangelio. Luego nos aproximamos a las
experiencias de distintos religiosos y laicos en los barrios, centrándonos en el caso de
Barrio Godoy. Esas experiencias construyeron un espacio de participación colectiva y
comunitaria de los vecinos de los barrios más desprotegidos: sus memorias continúan
filtrándose en las vidas de los habitantes de nuestra ciudad y en los imaginarios colecti-
vos y sociales, emergiendo con mayor claridad en situaciones de lucha o conflicto.
Abordamos tres casos emblemáticos de los últimos años, como la protesta de un grupo

y la actualidad”, dirigida por Edgardo Garbulsky. Agradezco los comentarios de Marisa González De
Oleaga, Ernesto Bohoslavsky, Rosa de Castro, Ana Esther Koldorf, Yanina Mennelli y Verónica Vogel-
mann.
89

de sacerdotes en marzo de 2002, el Grupo Obispo Angelelli y el homicidio de Pocho Le-


pratti.
Consideramos que, ahondando en el rescate de esas vivencias de una “iglesia
desde abajo”, se recupera un capital histórico que puede ayudar a “hacer brillar en el
pasado la chispa de la esperanza” que, según entiende Löwy (2002), puede hacer saltar
el polvorín de hoy. Los procesos que abordamos nos permiten observar cómo se vincu-
lan utopía y cambio social, entretejiéndose en la memoria y construyendo un hilo de
continuidad hacia la actualidad. Al indagar ese “pasado” podemos ver como estas prác-
ticas se cuelan en el presente, no de una forma lineal ni directa sino construyendo nue-
vos sentidos a través de un encadenamiento, ya sea retomando estrategias de lucha, or-
ganizativas y/o de autoadscripciones identitarias.
Abordamos esta problemática a partir de entrevistas en profundidad realizadas a
sus protagonistas, en triangulación con otros documentos y fuentes, lo que nos permitió
dar cuenta de la diversidad y complejidad de estas experiencias. El relato de vida se
proyecta como un espacio en el cual se presenta la relación entre memoria e identidad,
mostrando claramente su intersección. Entendemos las memorias de los sujetos como
construcciones históricas, enmarcadas socialmente, en las cuales se entretejen tradicio-
nes y diálogos con otros y con una organización y estructuración social, dada por códi-
gos culturales comunes. Estas narrativas nos permiten reconstruir nuestras identidades
individuales y colectivas, en un proceso en el cual deben ser interpretadas como com-
partidas, superpuestas, producto de interacciones múltiples, encuadradas en marcos so-
ciales y relaciones de poder. Esta relación entre memoria e identidad es de mutua cons-
titución en la subjetividad, ya que ni una ni la otra son “cosas” u objetos materiales
que se encuentran o pierden (Candau 2001; Jelin 2002; Catela y Jelin 2002).

La “otra” Iglesia…

Durante las décadas de 1960 y 1970 en Argentina se exacerbó el conflicto entre sec-
tores del clero que se nuclearon en torno del documento de los 18 Obispos para el Tercer
Mundo y la jerarquía eclesial, debido a su apoyo mayoritario a las dictaduras de Onga-
nía (1966-1970) y de Lanusse (1971-1973), dividiendo a la Iglesia en dos campos enfren-
tados política y socialmente. Las bases eclesiales exigían un compromiso urgente con
90

un proyecto de liberación, apoyándose en las conclusiones de la Conferencia de Medellín


y recurriendo al Evangelio. Para el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo
(MSTM) no considerar las palabras de Mateo cuando expresa “bienaventurados los po-
bres en espíritu, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordio-
sos, los que padecen persecución” implicaba falsear el mensaje evangélico, despojando
al pueblo de la fuerza revolucionaria de la fe y sometiéndolo al sistema de dominación
vigente (Brieger 1991: 22).
Estos religiosos y laicos católicos resignifican experiencias pretéritas13 en un nuevo
contexto, lo que les permite dotar de sentido a la acción que llevan adelante y entender
la realidad de una forma diferente a la jerarquía eclesial, adecuándola a exigencias del
presente. En este proceso entraron en juego valores ético-políticos sedimentados que se
reelaboraron en un nuevo contexto político. Nociones como revolución, liberación,
cambio, violencia, paz, pobreza y bien común aparecen en las encíclicas y documentos
emitidos por una Iglesia que quería formar parte del mundo y fueron apropiadas y re-
semantizadas según quien las enunciaba. También se produjeron análisis bíblicos a la
luz del presente. Por ejemplo, Severino Croatto quien luego de realizar una reflexión
sobre los conceptos de “hombre nuevo” y “liberación” en la Carta a los romanos y de su
relación con el misterio pascual, concluye:
El estudio de la carta de Pablo a los Romanos no tiene valor si su mensaje
no nos interpela. Sólo desde una fe praxis, comprometida con el hombre
oprimido de este momento histórico podremos ‘releer’ la teología paulina
del Misterio Pascual como ‘liberación’ (Croatto 1974)
En Rosario se comienza a pensar “otra América Latina” desde la práctica pasto-
ral, a partir de reuniones de clérigos para el análisis de los documentos del Concilio Va-
ticano II y su adaptación a la diócesis. Todo este proceso culminó con el conflicto entre
el Arzobispo Monseñor Bolatti y este grupo de religiosos, participantes del MSTM y de
fuerte compromiso con los pobres. Este abierto enfrentamiento se da como consecuen-
cia de la entrega de un documento al obispo donde exponían su punto de vista y solici-
taban tener en cuenta las nuevas líneas pastorales expresadas en el Concilio. A causa de
ello el Obispo decide no renovar los contratos a los párrocos españoles, lo cual generó

13Entendemos en este caso como luchas pretéritas la reapropiación de la lucha del pueblo judío y de las
actividades y el sufrimiento de Cristo transmitidos a través de la Biblia como fundamento de la necesi-
dad e imperativo de actuar en la historia, desde las exegesis ligadas a la Teología de la liberación.
91

protestas y tomas de Iglesias, junto a sanciones disciplinares por parte del Obispo. Es
por esto que cuarenta clérigos presentaron sus renuncias. (Folquer 1996; Viano 2000 y
López Tessore 2005). Esto los obliga a tener una dinámica más intensa y se ven lleva-
dos a reafirmar su postura, según la cual la función sacerdotal se sustentaba en el com-
promiso con los pobres, la entrega, y sobre todo, expresa Oscar14 “en el amor que te
permitía entregarte y comprometerte en la lucha, ese amor que te llevaba a descubrir el
valor del otro y sobre todo el otro que era el pobre, el obrero, el puesto en segundo tér-
mino, el no tenido en cuenta”. Oscar considera que el diálogo con el marxismo era nece-
sario dentro de la Iglesia, como ya en otro momento se había dialogado con Aristóteles.
Él observa cómo el mensaje que hacía suyo estaba también apuntalado por la teoría de
la dependencia y liberación, a lo que se sumaría la reflexión de Paulo Freire.
Un grupo de eclesiásticos emitió un documento en apoyo del Obispo, en el que los
acusaba de ser “sacerdotes peligrosos doctrinariamente”. En otros espacios los impu-
taban de ser “filo marxistas, filo comunistas”, llegando la denuncia al Vaticano. Este
proceso finaliza cuando, ante el fracaso de las mediaciones de religiosos y del Papa, el
obispo los exhorta a acogerse a su autoridad o a buscar un “obispo benefactor” que los
reciba en otra diócesis. Es así que en julio del 1969 envía los reemplazos a las parro-
quias y deben irse de la ciudad o a sus casas. A partir de entonces, el grupo se dispersa y
cada uno toma distintas opciones de vida y político-partidarias. Muchos miembros del
MSTM simpatizaban con el peronismo y acordaban con la idea de que “el socialismo
para los argentinos pasa por el peronismo”. Otros se vincularon al marxismo, lo que va
haciendo que se dividan en pequeños grupos y que ya no tengan grandes reuniones. No
preguntamos aquí por los mecanismos mediante los cuales una Iglesia que se muestra
como universal y pluricultural, en este caso particular restringe su heterogeneidad.
¿Cuál es el motivo por el cual estos sacerdotes ya no se sienten representados por la
Iglesia que los formó en sus valores?15

14 Uno de los sacerdotes que formó parte del grupo de “renunciantes” y a quien hemos entrevistado en
reiteradas ocasiones entre los años 2000 y 2005.
15 Según Hervieu-Léger (1996), “en relación constante con este pasado (considerado como un todo inmu-

table, fuera del tiempo y de la historia), el grupo religioso se define objetiva y subjetivamente, como una
‘línea creyente’ Esto significa que se constituye y reproduce enteramente a partir del trabajo de la me-
moria que alienta esta autodefinición” Existiría una movilización controlada de la memoria por un cuer-
po de sacerdotes, que en representación del poder religioso, tiene la capacidad de decir la “memoria ver-
dadera” del grupo. ¿Pero qué pasa, como en el caso que nosotros trabajamos, cuando son estos sectores
justamente los que ponen en cuestión esta “memoria verdadera”?
92

… en los barrios rosarinos

Si bien el conflicto emerge en 1969, los sacerdotes a los que hemos entrevistado
reconocen experiencias anteriores, en las que habían iniciado vínculos con el mundo
obrero y los barrios más humildes de Rosario. Villa Manuelita, Saladillo, Villa Banana,
Tablada, Godoy y San Francisquito son algunos de estos núcleos poblacionales rosari-
nos, a los que debemos sumar el caso de Cañada de Gómez 16, quizás uno de los casos
más paradigmáticos. Esta vinculación con el mundo y problemas obreros los van orien-
tando hacia un mayor compromiso con estos sectores, que culmina en una agrupación
colectiva que disputa abiertamente con el Obispo. Estas experiencias anclan sus raíces
en el trabajo realizado en Rosario desde la Juventud Obrera Católica (JOC) por sacer-
dotes como Juan, quien desde fines de los años cincuenta comenzó a vincularse a los
sectores obreros con un fuerte compromiso por la transformación y un profundo cono-
cimiento de las problemáticas que los afectaban:
Por que nosotros, la JOC, no nosotros, perdón, es que planteamos la necesi-
dad de la revisión de vida, el ver, y después del ver, el juzgar y el obrar, no
es cierto, esa era la temática con la cual se movía la JOC [...] la JOC partía
de lo que me sacude en este momento, de lo que vivimos en este momento,
por eso el ver la realidad era muy fundamental (entrevista realizada junto
con Andrés Presello, 2005)
A esta experiencia se suma la de Santiago, que entre 1961 y 1968 llevó adelante
una pastoral en un barrio muy humilde de la zona sur de Rosario, hasta que se casó y
fue expulsado por el Obispo. Como hemos podido relevar a partir de los testimonios,
desde mediados de los años sesenta se multiplican las actividades de grupos religiosos y
laicos en los barrios más desfavorecidos de la ciudad tanto como en ámbitos estudianti-
les y obreros:
En Villa Manuelita, bien metido en la villa, este…, en unos tranvías hacía-
mos, teníamos una escuelita, de tarde, era escuela más que apoyo escolar,
porque había chicos que no iban a la escuela y ahí, por ejemplo, nos ayuda-

16Ciudad cercana a Rosario que pertenece a la diócesis y en donde el padre Armando Amiratti llevó ade-
lante una tarea pastoral muy reconocida por su comunidad: durante su pastoral se crearon el Hogar del
Niño Santa Teresa de Jesús, el barrio “Juan XXIII” y la guardería infantil “Cañada de Gómez”. Aquí se
produjeron importantes manifestaciones de resistencia por parte de los laicos ante el envío de su reem-
plazo.
93

ban los chicos de La Salle, de Maristas (entrevista a María del Rosario, ex


religiosa paulina, 2005)
Yo estaba muy englobado con los estudiantes universitarios, era asesor de
los estudiantes universitarios, así que, estábamos en contacto con ellos, pero
no tenía ese contacto con el pueblo, con la gente como, por ejemplo, A., L.,
etc., etc., [...] Pero después tuve la suerte de que ellos mismos (los estudian-
tes) se metieran en estos líos, y yo también me metí detrás de ellos. Imagí-
nate vos que hacían manifestaciones políticas y un día manifesté frente a la
policía federal (entrevista a Ángel, ex sacerdote encargado del Colegio Ma-
yor, pensionado de estudiantes varones, realizada junto a Andrés Presello,
2005)
Nos detendremos en la pastoral llevada adelante por el padre Néstor en el Barrio
Godoy de Rosario a la cual nos aproximamos en 1997 cuando realizamos trabajo de
campo en la zona oeste de Rosario. El barrio atravesaba un proceso de protesta debido
a su próximo desalojo para la construcción de la autopista Rosario-Córdoba. Nuestro
objetivo era analizar este proceso de movilización y fue en este contexto que identifi-
camos que los testimonios de los habitantes más antiguos se referían a la escuela, ligán-
dose con nuestro objeto actual de investigación. La escuela Santa Lucía es caracteriza-
da por los vecinos como “privada ‘pobre’, de acá, de la gente del barrio, no más” (Tere-
sa, vecina del barrio y cocinera de la escuela, junto a Mariela Robledo y Sonia Dal Tio,
1997). Actualmente es subvencionada totalmente por el Estado provincial. Su origen,
en 1973, se vincula con Néstor y un grupo de colaboradores de Barrio Franzetti:
Sí, pero es un cura del tercer mundo, no es un... sacerdote como en la Iglesia
Católica, y ese fue el que ayudó mucho...venían a ayudarlos a los papás a
levantar la escuela, era un grupo de padres que venían a colaborar (Teresa,
1997)
A este testimonio se le suma el de otra vecina, Kela y el de quien era en 1997 la
vice-directora de la escuela y docente más antigua, Inés. En su relato refería a una es-
cuela muy humilde, constituida por un salón separado en dos aulas por un tabique de
madera, donde dictaban clases tres docentes. Los papás fundadores de la escuela ha-
bían conformado la Comisión Pro Escuela Santa Lucia, para lo cual habían gestionado
la personería jurídica. Desde la escuela se organizaban los festejos del barrio y el techa-
94

do de las casas de los vecinos con la colaboración de todos. Inés recuerda especialmente
un casamiento celebrado por un cura “tercermundista”, quien fue uno de los fundado-
res de la escuela.
Entonces vos, terminaba el casamiento con todos cantando la canción del
hombre nuevo para desearle lo mejor a la pareja que se casaba [...] Ese gru-
po de vecinos que se núclea alrededor del cura y de la que fue la directora
fundadora que es María Teresa… [...] Las techadas de las casas las hacían
entre todos, se juntaban todos los hombres del barrio, ese día era fiesta y
podían techar…” (Inés, entrevista junto a Mariela Robledo y Sonia Dal
Tio, 1997)
A estos relatos de quienes vivieron vinculados a esta escuela por esos años y que
continúan trabajando o en relación con ella, se anexan testimonios de vecinos de Barrio
Franzetti, quienes en un taller municipal sobre memoria de los barrios con adultos ma-
yores, recuerdan estas experiencias en el Centro de Jubilados del barrio como una prác-
tica de militancia social:
El centro cultural Santa María surge como una necesidad para el barrio
donde la gente se pueda reunir. La inquietud fue del padre Néstor [...] Se
construyó con el esfuerzo de la gente. La gente que coincidía con su idea,
médicos, abogados, psicólogos colaboraron con él gratuitamente. Primero se
construyó un salón donde se hacían varias actividades con fines sociales, po-
líticos, culturales y religiosos. Todas eran necesidades del barrio. En el 67’
más o menos se empiezan las obras (testimonio de Ana, en Nemcovsky
2004)
La primer casilla de Villa Banana la van a hacer los chicos del centro cultu-
ral [...] Después pasa en el año 75’ que se crea el jardín Arco Iris [...] Luego
en el 77’ lo exilian al padre Néstor; entre las personas que trabajaban con el
padre hay un muerto y dos desaparecidos, ahí se perdió todo, la gente dejó
todo por miedo (testimonio de Angélica en Nemcovsky, 2004)
Como observamos en los testimonios, la experiencia culmina abruptamente con el
exilio obligado de Néstor, el padre español que llegó a Rosario en 1964 y fue enviado a
una vicaría del barrio donde formó parte de la experiencia narrada por los vecinos. El
clérigo daba misas y cumplía su función sacerdotal a la vez que trabajaba como obrero
95

en una fábrica de la zona. Tal como adelantamos, el último gesto con el que el poder es-
tatal intentó erradicar las memorias de las luchas del pueblo fue la demolición y re-
localización de Santa Lucía, escuela y barrio, para la construcción de una autopista na-
cional.
En la trayectoria de vida de Oscar, quien fuera un sacerdote del grupo de “re-
nunciantes” podemos observar una continuidad respecto a sus ideas acerca de la Iglesia
y de su compromiso con los pobres, plasmada en una importante militancia social, in-
tensificada desde la recuperación democrática. Oscar se quedó en Rosario y siguió tra-
bajando en el barrio junto a Néstor y en la universidad con la asunción de la presiden-
cia de Héctor Cámpora en 1973. Tenía una presencia en lo “social político”, pero nunca
llegó a comprometerse con un partido. Si bien Oscar identifica una importante ruptura
el 20 de junio de 1973, donde percibe que “no se iba a provocar una transformación so-
cial sino que iba a seguir más de lo mismo”, la llegada de la dictadura aparece como
una fecha frontera entre un proyecto colectivo y la necesidad de proyectarse en forma
individual. El primer año de la dictadura encontró a Oscar en Buenos Aires, donde tu-
vo que quedarse unos meses por protección debido a las persecuciones y detenciones de
sus compañeros y dejar de realizar los trabajos sociales que estaba llevando adelante
junto con la que pronto sería su esposa, una ex religiosa. Durante 1977 hubo intentos,
junto con personas de otras religiones y un grupo de ex militantes, de armar el Centro
de Estudios Rosario, pero tuvo que retirarse, debido al conflicto que ocho años atrás
había tenido con el Obispo. Luego de que se alejó de la Iglesia y hasta 1987, Oscar vivió
de su trabajo como albañil, cuando comenzó a trabajar en el Movimiento Ecuménico de
Derechos Humanos (MEDH)17. Oscar asume la lucha por los derechos humanos como
un tema central en su vida, según entiende esta lucha continúa cada vez más vigente a
partir del acrecentamiento de las políticas “neoliberales” y sus secuelas en Argentina.

17Más allá de que en Argentina la Iglesia fue conservadora y dejó a los sacerdotes “tercermundistas” por
su cuenta y riesgo, llegando a adoptar una actitud entreguista, algunos sacerdotes dentro de la estructu-
ra clerical adhirieron al MEDH o participaron de otros organismos defensores de los derechos humanos.
El MEDH empezó a funcionar en febrero de 1976 y optó por la Teología de la Liberación. Formaron par-
te del mismo la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, la diócesis católica de Quilmes, la Iglesia Re-
formada Argentina, la Evangélica del Río de la Plata, la Evangélica Valdense (Presbiterio Norte Argen-
tino), la Iglesia Evangélica Discípulos de Cristo, la Iglesia de Dios y la Luterana Unida. Desde su crea-
ción el MEDH estuvo ligado al Consejo Mundial de Iglesias, organismo multinacional fundado en 1948 y
compuesto por 301 iglesias ortodoxas, anglicanas y protestantes y en el cual la Católica Romana tiene
sólo un “observador” desde 1961. Originalmente la organización se trazó como objetivos orar por la uni-
dad y pacificación nacional y actuar con los que sufren la negación de los derechos fundamentales, edu-
cando en la defensa de los derechos humanos y denunciar sus violaciones (Veiga 1985).
96

Durante el período de recuperación de la democracia, las organizaciones sociales,


especialmente las de derechos humanos fueron protagonistas de la reapropiación de lo
“político” por parte de los sectores populares, este proceso se fue ampliando y adqui-
riendo diferentes matices. En principio la lucha es por la justicia y el reconocimiento de
las violaciones a los derechos humanos ocurridos durante la dictadura. Luego, durante
la hegemonía de las políticas neoliberales de la década de 1990, se busca la ampliación
de los beneficios sociales para los sectores más vulnerables con la intención de cubrir
sus necesidades mínimas, situación que llega a su punto de máxima tensión con la crisis
de finales del 2001.
En Rosario el MEDH está organizado en áreas de trabajo: político, jurídico, de-
rechos humanos y biblioteca. Aquí nos interesa retomar especialmente el trabajo ba-
rrial que lleva adelante, organizado y encabezado por María, la esposa de Oscar, quien
cuenta con la colaboración de veinte graduados recientes y estudiantes de Trabajo So-
cial. Esta experiencia se desarrolla en dos barrios de la ciudad, específicamente con ni-
ños, niñas y adolescentes. Uno de los barrios, “Fisherton pobre”, es donde vive Oscar y
en el que más tiempo hace que están trabajando. Hay alrededor de 80 adolescentes y
100 niños menores de trece años en talleres de plástica, bijouterie, murga, radio y se
practican actividades recreativas y deportivas. También, a partir de este grupo, se for-
mó una “precooperativa” de peluquería, una de carpintería y una fábrica de pelotas de
fútbol, que recibe un subsidio de la Municipalidad de Rosario. Los otros emprendimien-
tos se financian con actividades del grupo o donaciones. En el otro barrio, San José
Obrero, el trabajo es más reciente, allí hay un proyecto para construir una “bloquera”,
que fabrique ladrillos ahuecados para utilizar en la construcción de viviendas.

Memorias de la utopia en las luchas sociales del presente

En Rosario encontramos manifestaciones públicas ligadas a grupos, prácticas e


imaginarios sociales relacionados con las experiencias descriptas con anterioridad. Las
mismas constituyen un mapa en el cual se inscriben las huellas de esta persistencia utó-
pica y se extienden a barrios como Ludueña, San Francisquito, Villa Banana, “Fisher-
ton pobre” y Nuevo Alberdi, según lo relevado hasta el momento. A modo de ejemplo,
en marzo de 2002 un grupo de trece sacerdotes de los barrios más humildes de la ciudad
97

instalaron una “carpa de la resistencia” en la Plaza San Martín, frente a la actual sede
de gobierno provincial y al edificio donde funcionó durante la dictadura (1976-1983) el
centro de clandestino de detención El Pozo. Este grupo se propuso realizar un ayuno
para llamar la atención sobre la situación posterior a la crisis de diciembre del 2001.
Por eso dicen: "Estamos acompañando con un ayuno voluntario, el ayuno forzoso al
que son sometidos millones de argentinos excluidos por un sistema perverso". Incluso,
instalaron un cementerio con cruces que representaban a los muertos del sistema; jubi-
lados, maestros y desocupados. El ayuno se extendió hasta el 24 de marzo cuando se
cumplía un nuevo aniversario del golpe de estado y se realizó una misa colectiva” (La
Capital, 3, 25 y 31 Marzo de 2002).
Este acontecimiento no puede dejar de remitirnos a la navidad de 1968 cuando un
grupo de sacerdotes llevaron adelante en Buenos Aires un "ayuno de protesta" de 50
horas, que se extendió a otros lugares del país, en preparación de la celebración de la
navidad. El gesto, al que calificaron como humilde, quería ser un llamado a los obispos
y religiosos, así como a los cristianos en general, dado que consideraban que la "hora de
la acción" suponía "la hora de las definiciones". Exhortaban a reflexionar con sinceri-
dad la palabra de Dios y los documentos de Medellín para así escuchar "el clamor de los
pobres" que exigían justicia. Asimismo, denunciaban junto con Medellín el imperialis-
mo del dinero, el armamentismo, al analfabetismo, el problema de la habitación, la de-
socupación, la injusta distribución de tierras y el hambre (Cristianismo y Revolución;
marzo de 1969). Si bien estas protestas se ven relacionadas a partir de su metodología,
sus contextos socio-político y económico difieren sustantivamente. En un caso, el
ayuno es un grito desesperado tras la crisis del 2001, ocurrido como consecuencia de
una política económica que devastó a los sectores más humildes de la población. En el
otro caso, la protesta se produce como un llamado de atención y denuncia, en el marco
de un gobierno dictatorial y de proyectos de una sociedad diferente que se venían ges-
tando desde diversos espacios sociales. Esto facilitó que se produjera una confluencia de
luchas entre sectores que hasta ese entonces habían permanecido dispersos: actores
progresistas de la Iglesia, estudiantes, obreros, etc.
Una imagen que no podemos dejar de notar al recorrer las calles de Rosario es la
bicicleta vacía de Pocho Lepratti, “El ángel de la bicicleta”, y las hormigas que reco-
rren las paredes de la ciudad. Pocho era un militante social, ex-seminarista que se defi-
98

nía como “cristiano revolucionario”. Fue muerto por la policía con 35 años, en su lugar
de trabajo durante el conflicto social de diciembre de 2001. Sobre las tareas que reali-
zaba tomamos el testimonio del padre Montaldo:
La figura de Pocho es la de aquel que se entregó a la causa de los demás, se
entregó a los adolescentes de Ludueña y les dictó catequesis, los convocó a
campamentos, les enseñó a tocar la guitarra, los instó a estudiar, a ser soli-
darios, a vivir con dignidad a pesar de la pobreza, a no bajar nunca los bra-
zos [...] a Pocho lo mató un cana en su lugar de trabajo y sus compañeros de
la comisaría le podrán contar, en relación con la historia del barrio, la can-
tidad de adolescentes y jóvenes que no conocieron la seccional gracias a su
prédica (Meyer 2002)
Otro caso, el Grupo Obispo Angelelli (GOA) que se forma en la década de 1980 y
continúa sus actividades, aunque se referencia en la línea pastoral llevada adelante por
Angelelli en los años setenta (Macaroff 2005). Una de sus integrantes, Ana, liga esta
experiencia con la militancia social y eclesial de esos años, dado que llega al barrio San
Francisquito en 1973, junto a su marido y otra pareja de compañeros, desaparecidos
desde diciembre de 1977. Según relata, se hicieron cargo de la alfabetización a pedido
de unas monjas que trabajaban en el barrio e impulsaron una cooperativa de viviendas.
Los integrantes del GOA ubican su surgimiento en el marco de la iniciación de la Iglesia
tercermundista y la Teología de la Liberación. En el balance que el grupo realiza en
1987, a tan sólo un año de su creación, expresan su relación o identificación con la si-
tuación conflictiva de 1969, que toman como “punto de inflexión en cuanto al quiebre
del proceso local del crecimiento de una corriente progresista encabezada por algunos
sacerdotes jóvenes y la dirigencia de los sectores más dinámicos de la Acción Católica”
(Macaroff, 2005)
Todas las experiencias y vivencias descriptas se entrelazan en un mundo de signi-
ficantes, de símbolos y signos comunes, colectivos, donde las identidades se construyen
sobre la vivencia conjunta de los mismos, en espacios compartidos. Durante una obser-
vación realizada en una actividad con motivo de un aniversario de la muerte del obispo
Angelelli, pude ver la modalidad de trabajo comunitario, el modo en que se reflexiona-
ba y compartía sobre las tareas colectivas llevadas adelante. Se finalizó con una cele-
bración religiosa entonando canciones como la “Polka del Hombre Nuevo”, lo cual nos
99

remite a la experiencia de aquella maestra que en 1975 pudo presenciar una boda en
una escuela, donde se coreaba la misma estrofa.
Por eso estoy aquí cantando, por eso estoy aquí soñando, por el hombre fe-
liz, el hombre nuevo, el hombre que te debo mi país [...] Que lindo que es
tender siempre la mano y saber que es posible la amistad [...] Que lindo que
es morirse con los otros, detrás de lo inhumano de un jornal, que lindo es
perderse en el nosotros, del Pueblo que es la única verdad

Reflexiones finales

En primer término hemos realizado una breve contextualización del momento


en que se desarrollan algunas experiencias vinculadas al catolicismo rosarino y que en-
tran en un serio conflicto con las jerarquías eclesiásticas. También abordamos el con-
cepto de “utopía”, el cual vinculamos a las ideas de cambio y a consecuentes acciones
en pos del mismo, para vincularlo a las prácticas transformadoras que se ensayaron en
el período. Consideramos que en las décadas de 1960 y 1970 sectores de la Iglesia se
acercaron a un conjunto de ideas que podemos caracterizar como utópicas, en tanto re-
flejan una búsqueda de transformaciones concretas en la realidad social, en el sentido
expuesto por Mannheim (1958) y retomado por Ricoeur (2006) en cuanto a que las uto-
pías se dirigen al futuro y a la posibilidad de transformación, a la construcción de “co-
munidades ideales”.
Creemos importante recobrar estas experiencias y relatos acerca de lo vivido y lo
proyectado, de las ilusiones sobre las posibilidades existentes en la propia práctica, lo
cual nos permite recuperarnos como sujetos políticos concientes de nuestras potenciali-
dades. A lo largo de este trabajo hemos podido mostrar un mapa introductorio de la
multiplicidad de acciones transformadoras dentro de la Iglesia que se dieron en el pasa-
do y cómo se pueden establecer lazos de continuidad con luchas del presente. Nos resul-
ta enriquecedor pensar este mapa como un lugar en el cual se entrecruzan factores de
tiempo y espacio, constituyendo sujetos sociales complejos que se nutren de múltiples
interacciones entre subjetividades individuales, experiencias colectivas y memorias so-
ciales.
100

Al abordar estos ideales utópicos y estas prácticas transformadoras, observamos


que las mismas o sus memorias emergen en instantes de peligro y que tal vez no son
traspasadas de generación en generación, en una continuidad lineal; no están presentes
en todos los momentos de la historia de un pueblo, sino que están inscriptas en las vi-
das, en las vivencias de los sujetos, en sus construcciones imaginarias sobre una socie-
dad diferente. Pero sólo en algunos momentos o en algunas personas emergen en la to-
talidad de su expresión, constituyéndose en un encadenamiento subyacente. Es por es-
to que consideramos fundamental la tarea de recuperar estas “narraciones” acerca del
pasado para rescatar las voces silenciadas de nuestra historia.

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102

Una inmigración peculiar: la Sociedad de Hermanos en Paraguay

Yaacov Oved

En diciembre de 1940 desembarcaron en el puerto de Buenos Aires cien inmi-


grantes procedentes de Inglaterra.18 Eran oriundos de distintos países: Alemania, Ho-
landa, Suiza, Inglaterra, Francia y Suecia, y llamaban la atención por su indumentaria:
las mujeres se cubrían la cabeza con pañuelos oscuros de lunares blancos y llevaban
vestidos largos al estilo de las aldeanas alemanas, mientras que los varones usaban ropa
negra raída, sombrero negro y tirantes y lucían barba. Por su extraña apariencia y por
el hecho de haber llegado en grupo, esos pasajeros despertaron curiosidad en el puerto.
Pronto se aclaró que los miembros del grupo pertenecían a una secta anabaptis-
ta pacifista que se designaba a sí misma como "Sociedad de Hermanos". Establecidos
en Inglaterra en los últimos años, habían tenido que abandonarla debido a la guerra.
En Buenos Aires se detuvieron por corto tiempo, porque su punto de destino era Para-
guay. Habían llegado al puerto como pasajeros de primera clase en un lujoso trans-
atlántico de la línea "Blue Star" y siguieron viaje en una serie de medios de transporte
cuyo nivel fue bajando a medida que subían hacia el norte, en dirección al Paraguay.
Primero viajaron en un vapor fluvial, luego en un transbordador, y a continuación en
una almadía desvencijada que los dejó en el puerto de Rosario en Paraguay; de allí si-
guieron en carretas de bueyes hasta la colonia menonita que los acogió en los primeros
tiempos.
Un mes más tarde, el grupo adquirió una hacienda de 8000 hectáreas en el este
del país, al noreste de Asunción. En enero de 1941 se instaló allí un grupo de vanguar-
dia y poco después empezaron a llegar grupos de la misma secta, que seguían viniendo
de Inglaterra en plena guerra, cruzando en barco un Océano Atlántico infestado de
submarinos alemanes. En total hicieron la travesía 350 hombres y mujeres (195 adultos
y 155 niños). Tuvieron la suerte de que ninguno de los barcos en que viajaron fuera

18 El presente artículo fue inicialmente publicado en Estudios Interdisciplinarios de América Latina y el


Caribe (Universidad de Tel Aviv), vol. 3, n° 1, primer semestre de 1992. Fue traducido del hebreo al es-
pañol por Shlomo Gitai. La presente versión fue modificada por los compiladores de este libro, con auto-
rización del autor.
103

atacado. "Estábamos bajo protección divina", afirmaron más tarde (entrevista a Ar-
nold Mason, Woodcrest, noviembre 1991).

Llegada a Paraguay

La secta de los Bruderhof fue fundada en Alemania en 1920, durante un período


de inquietud intelectual que atravesaron entonces los movimientos juveniles alemanes.
Su fundador e ideólogo, Eberhard Arnold, era un joven teólogo alemán, secretario de la
Asociación cristiana de estudiantes. En el curso de la Primera Guerra Mundial se había
convertido en pacifista y, terminada la contienda, encabezó un grupo de jóvenes a los
que orientó hacia una vida de realización de los ideales cristianos que él predicaba. En
sus escritos teológicos, publicados a principios de los años 20, Arnold condenó los valo-
res de la sociedad capitalista porque, al ensalzar el individualismo y la codicia, destruía
la capacidad del ser humano para establecer relaciones exentas de egoísmo y llevaba al
distanciamiento entre los hombres y también entre éstos y Dios.
Su concepción era maniquea: veía al mundo a su alrededor dominado por las
fuerzas del mal y por "Mammón", el dios dinero. Arnold afirmaba que sólo mediante la
fe en el poder de Jesucristo para desarraigar el imperio del mal se lograría alejar a
"Mammón" y se alcanzaría la fraternidad universal. Sus creencias estaban libres de to-
do rastro de ritualismo o de antropomorfismo. Instaba a sus seguidores a vivir de
acuerdo a los dictados de la fe. Según él, el mal se debía extirpar "desde adentro", prac-
ticando cierto régimen de vida. Arnold se veía a sí mismo como una herramienta en
manos de Dios, investida de la misión de realizar Su voluntad en la tierra. Como tal, se
creía el continuador de los reformadores, de quienes habían luchado contra la autoridad
de las iglesias constituidas y habían aceptado la misión del Espíritu Santo. Entre todos,
sentía especial veneración por los Apóstoles, cuyas cualidades características estimaba
que eran la cooperación, pureza, pacifismo y unidad. Vivir según la "regla de vida apos-
tólica" significaba llevar una existencia de trabajo, diligencia, caridad y cooperación.
Tal existencia debía reflejarse también en la vestimenta del individuo, en su compor-
tamiento y en los enseres que utilizaba.
Arnold profesaba que el pacifismo y la no violencia eran obligación de todo buen
cristiano, así como no participar en los asuntos del Estado, votar ni ejercer cargos polí-
104

ticos. Con todo, reconocía la importancia del Estado como institución temporal, encar-
gada de funciones vitales en el período previo a la instauración del Reino de los Cielos
en la Tierra. El papel de la comunidad que había fundado consistía, según él, en ofrecer
un ejemplo real del futuro Reino de Dios, lo cual sólo era posible a condición de "nacer
de nuevo" en el seno de la comunidad. Esto se lograba mediante el bautismo, que sólo
podía administrarse a quien, habiendo hallado la fe y renunciado a toda codicia y am-
bición personal, se mostraba así dispuesto a convertir su vida en piedra para la edifica-
ción del Reino de los Cielos en la Tierra. Arnold exigió a su grey no sólo que dieran vivo
testimonio de la posibilidad de una vida de fraternidad cristiana y vivieran en paz y
armonía, sino también que se dedicaran a la actividad evangelizadora; no sólo ser la
"cabeza de puente" del Reino de los Cielos en la Tierra, sino también combatir contra
Mammón, ser una iglesia combatiente, que participara en la lucha contra las fuerzas
del mal (Whitworth y Mckelvie 1975:171-177).
Una descripción concisa de los primeros tiempos y de los pasos iniciales puede
encontrarse en la entrevista que otorgó en 1945 uno de los miembros del grupo, Alan
Stevenson, a un periódico uruguayo:
En 1920, después de la última guerra, comenzamos a vivir juntos y teniendo
todas las cosas en común, tomando como modelo la Iglesia Primitiva en Je-
rusalén. Al iniciar nuestra obra fuimos unos pocos, pero pronto alcanzamos
el número de quinientos. Primero formamos la comunidad en Alemania.
Cuando subió Hitler al poder empezaron las dificultades, sobre todo en
cuanto a la enseñanza y después por motivo del servicio militar obligatorio,
porque de acuerdo a los principios de nuestra organización no podemos lle-
var armas. En 1937 la Gestapo vino a la comunidad y la clausuró dándonos
24 horas para salir del país, no permitiéndosenos llevar más que lo puesto y
el dinero necesario para trasladarnos a Holanda. Finalmente llegamos a In-
glaterra, donde pudimos formar la comunidad, uniéndose muchos ingleses al
movimiento. Todo marchó bien hasta la guerra mundial. El gobierno britá-
nico se mostró amistoso hacia nosotros a pesar de tratarse de una entidad
internacional. Pero por esta misma causa la gente que nos rodeaba inició sus
hostilidades, negándose a adquirir nuestros productos de granja y pidiendo
más tarde al gobierno que interviniera nuestra organización. Como conse-
105

cuencia de esta presión, las autoridades nos dieron a elegir entre la interna-
ción o salir del país, prometiéndonos todas las facilidades posibles en tiem-
pos de guerra si optábamos por esta última alternativa. Esta es la razón por
la cual nos encontramos ahora en el Paraguay, cuyo gobierno y pueblo nos
han recibido bien 19
A Paraguay habían llegado por recomendación de la Iglesia menonita, que les
ayudó en esa hora difícil (sobre los menonitas, cfr. el artículo de González de Oleaga en
este libro y Roett y Scott Sacks, 1991:46 y 100). Los menonitas, establecidos en Para-
guay unos años antes, brindó asistencia y hospitalidad a los primeros colonos del Bru-
derhof y les ayudó a adquirir la "estancia", que recibió el nombre de "Primavera". Esta
estancia estaba situada en una zona apartada, de clima subtropical, en la región este
del país, al noreste de Asunción, la capital. Los "hermanos" se concentraron en ella rá-
pidamente. Faltaban casas y las condiciones habitacionales eran difíciles, por lo que su
primera tarea fue la de edificar construcciones provisionales que permitieran alojar me-
jor a la población de la estancia. Con este fin, los "hermanos" en el Paraguay constru-
yeron un aserradero en la etapa inicial y utilizaron la madera producida para levantar
los edificios de la primera colonia: "Isla Margarita". Los edificios eran apenas grandes
cobertizos sin paredes ni tabiques internos. Por suerte para ellos, lograron traer de su
antigua propiedad en los Cotswolds un buen número de máquinas y aperos agrícolas,
con los que empezaron de inmediato a trabajar la tierra. Armaron un huerto y sembra-
ron otros cultivos.
El primer año se caracterizó por la incorporación de muchos adeptos. Fueron
llegando los demás grupos, con numerosos miembros nuevos que se habían adherido en
Inglaterra. El último grupo cruzó el océano y llegó a la estancia "Primavera" en el ve-
rano de 1941. Pronto quedó claro que no había allí sitio para 195 adultos y 155 niños,
de modo que emprendieron inmediatamente la construcción de un segundo poblado en
Loma Jhoby, a tres kilómetros del primero. Más tarde se estableció un aserradero para
la producción y venta de tablas, así como una carpintería que producía distintos artícu-
los de madera. Con el tiempo esa actividad se convirtió en una importante fuente de in-
gresos y su reputación se extendió hasta Asunción. Otra actividad importante que se
desarrolló desde el comienzo fue la cría de ganado. Llegaron a poseer un hato de 2500

19 La Idea (Montevideo), nº 342, septiembre 1945.


106

reses para la producción de carne (The Plough, 1952:34). En 1946 se fundó una nueva
población, llamada Ibate. Los "hermanos" se declararon dispuestos a acoger y atender
a 60 huérfanos europeos y planearon convertir a Ibate en sociedad de niños. Para ello
era necesaria ayuda financiera, que los hermanos esperaban obtener de sus simpatizan-
tes. Con tal fin dieron publicidad a su proyecto en los periódicos. La Idea de Montevi-
deo escribía:
La Sociedad Fraternal Hutteriana busca acoger 60 niños huérfanos de la
Europa devastada y ya hace los trámites necesarios para traerlos de allí.
Todos los que no han tenido que soportar los horrores de la guerra, tienen
responsabilidad de ayudar, especialmente a los niños inocentes. Si no les
ayudamos ahora ya participamos en la culpa de la próxima guerra con los
horrores y la miseria. Para nosotros esta ayuda significa la inversión de 500
pesos uruguayos para cada niño para la construcción de las casas respecti-
vas y sus instalaciones, aparte de la manutención. Pero como nosotros so-
mos pobres, rogamos a los amigos que nos ayuden 20
Mostraron dificultades los gobiernos interesados. El proyecto no llegó a realizar-
se e Ibate se convirtió en un poblado ordinario, en el cual se instalaron la panadería, la
zapatería y el taller de costura. También se trasladó al nuevo poblado la biblioteca cen-
tral de los hermanos, que en 1950 contaba con 15.000 volúmenes y era por aquel enton-
ces la mayor del interior paraguayo. Las tres colonias estaban próximas una a otra:
apenas unos kilómetros mediaban entre ellas. La actividad agropecuaria constituía su
principal fuente de ingresos. En un principio aplicaron técnicas traídas de Europa, pero
pronto empezaron a adoptar los métodos del país. No era posible hacer funcionar debi-
damente las máquinas debido a la gran distancia desde Asunción, y también a causa
del poco desarrollo tecnológico del Paraguay. Los mecánicos se veían obligados a im-
provisar reparaciones que en Europa habrían hecho talleres o estaciones de servicio es-
pecializadas. Las colonias tuvieron que organizarse para auto-satisfacer sus necesida-
des. En este sentido, el número y variedad de su población eran una ventaja. Se impor-
taron máquinas agrícolas de Estados Unidos (inclusive dos tractores) y dos camiones de
Gran Bretaña. Sin embargo, pese a la diversidad de su producción, les era difícil vivir
de la agricultura y tuvieron que buscar nuevas fuentes de ingreso. Algunos miembros

20 La Idea (Montevideo) nº 343, noviembre 1945.


107

salieron a trabajar en el exterior, en instituciones del Estado, en empresas agrícolas o


de ingeniería, y también en una estación experimental norteamericana que funcionaba
en la zona (The Plough 1952:37). En 1950 lograron suministrar a todas las colonias
energía eléctrica para uso doméstico, para los sectores industrial y agrícola y también
para los comedores y lavanderías comunales.
En 1942 alquilaron en Asunción una casa que les sirvió de oficina y de centro de
exposición de sus productos. La función de la oficina era servir de representación de los
hermanos en sus relaciones con las autoridades y también en sus contactos con comer-
ciantes para la compra de suministros y la venta de su producción. La mayoría de los
ocupantes de la casa de Asunción eran jóvenes, enviados a la capital a estudiar en la
Universidad, así como muchachas que cursaban estudios de enfermería y muchachos
que aprendían profesiones técnicas (The Plough, 1952:36). Las difíciles condiciones de
transporte en el interior del país hicieron que con el tiempo se empezara a utilizar el
transporte aéreo entre las colonias y Asunción. Junto a "Primavera" se construyó una
pista de aterrizaje para avionetas. El transporte aéreo se utilizó sobre todo con fines
médicos, para trasladar un paciente a la capital con urgencia. El desarrollo de las rela-
ciones con la capital obligó también a establecer una red de comunicación interna por
radio entre las colonias y la casa de Asunción.21
En 1950 la Sociedad de Hermanos había logrado crear una base estable para la
vida de su comunidad, en todos los aspectos menos el económico. Los años de perma-
nencia en Paraguay fueron de pobreza. Aunque la comunidad se autoabastecía en pro-
ductos del campo, y en particular en alimentos, no había comida suficiente para todos.
Pese a que poseían un gran hato de ganado, la leche no bastaba para toda la población
y se reservaba para los niños y las mujeres embarazadas. No había tampoco un merca-
do amplio en el Paraguay para los productos industriales de madera de la comunidad,
así que con el tiempo empezaron a venderlos a turistas. En el plano financiero, las colo-
nias de la estancia "Primavera" dependían del apoyo brindado por amigos de iglesias
allegadas a la suya y por los cuáqueros de Estados Unidos. Sus solicitudes de ayuda las
basaban en las funciones sociales y misioneras que cumplían en el Paraguay.
Desde los primeros tiempos en el Paraguay, se desarrolló una actividad educati-
va en las colonias. En 1950 cada colonia poseía una escuela primaria, en la que las cla-

21 The Plough, vol. 1 (1953) nº 1; vol. I n º 3; vol. III (1955) nº 4; vol. IV (1956) nº 4.
108

ses se daban en alemán e inglés (sólo en una etapa más avanzada empezaron a estudiar
español en las clases superiores). Cada colonia tenía una escuela con nueve grados, en la
que los niños estudiaban por la mañana y trabajaban o jugaban bajo vigilancia por la
tarde. Los niños pequeños eran atendidos por niñeras en casas cunas y guarderías. Una
escuela secundaria, establecida en un lugar céntrico, servía a todas las colonias.
En el ámbito cultural se hizo mucho en relación a lo que las condiciones del Pa-
raguay permitían: se realizaban conferencias y proyecciones de diapositivas y películas;
los hermanos montaron espectáculos que presentaban en poblaciones vecinas, y a veces
organizaban giras artísticas por zonas lejanas del país. Se creó también una pequeña
orquesta de instrumentos de cuerda y en las colonias se estimuló la música coral. Libros
y periódicos les permitían mantenerse al tanto de lo que sucedía en Europa y en el
mundo.
Pese a su actividad fuera de las colonias, un foso profundo separaba a los her-
manos de la población autóctona paraguaya con la que tenían contactos. A fin de me-
jorar la comunicación, muchos aprendieron español, pero el idioma hablado por la po-
blación rural es el guaraní, que no lograron aprender. A fin de cuentas, la población lo-
cal se mostró recelosa para con los "gringos". Eric Philips, maestro de "Primavera", en
una conferencia que pronunció ante miembros de la comunidad en Inglaterra sobre la
vida en el Paraguay, reconoció que el recelo era mutuo:
Las barreras no estaban todas del lado paraguayo. Por nuestra parte te-
míamos contraer enfermedades contagiosas, en especial en los primeros
años, cuando las condiciones eran aún muy primitivas. Eso nos mantuvo
un tanto aislados, pero no era un temor infundado, pues la lepra -a menu-
do oculta- y otras enfermedades tropicales existían y siguen existiendo en
las cercanías (Philips 1957)
Otro aspecto en el que los hermanos se diferenciaban de los paraguayos nativos
era el del nivel de vida. Si bien en los primeros tiempos los hermanos se alojaron en
simples cobertizos y vivieron en condiciones muy rústicas, pronto lograron mejorarlas
y pasaron a vivir en construcciones de ladrillo o de madera. Todas las habitaciones dis-
ponían de electricidad y estaban provistas de mobiliario y enseres domésticos que la
población local consideraba como un lujo. Esta rápida elevación del nivel de vida fue
causa de que sus vecinos vieran en ellos un grupo de población acomodada, para incor-
109

porarse al cual había que ser rico. De nada sirvió a los hermanos aclarar que estaban
dispuestos a hacer participar de sus bienes a cualquiera que fuese aceptado en la comu-
nidad. Sus vecinos simplemente no les creyeron. Es más, entre la población local se di-
fundió la creencia de que, en caso de ser admitidos, les harían efectuar todas las "labo-
res serviles", pese a los grandes esfuerzos que desplegaron los hermanos por trabajar
junto a los paraguayos en condiciones de igualdad. Las relaciones con la población local
se complicaron también a causa de la inestabilidad social y política de la región. Graves
peligros los amenazaron durante la guerra civil del año 1947, cuando familias paragua-
yas de los alrededores quisieron refugiarse entre ellos, a sabiendas de que los hermanos
se oponían al uso de la fuerza y no estaban implicados en la guerra.
Pese a los obstáculos y limitaciones, los miembros de la "Sociedad de Hermanos"
intentaron establecer vínculos con sus vecinos, aprovechando cualquier oportunidad
para visitar sus casas, conocer sus costumbres y su cultura y aprender sus canciones. Al
mismo tiempo, invitaron a menudo a sus vecinos a las fiestas de la comunidad y cuando
tuvieron necesidad de mano de obra, como por ejemplo para techar sus casas con paja
trenzada, recurrieron a la población de los alrededores, que era experta en la materia.
Esta clase de encuentros promovió cierto acercamiento, pero sólo superficial. La brecha
cultural subsistió. Muy pocos aceptaron irse a vivir con los hermanos, y fueron poquí-
simos los que se quedaron a largo plazo. De hecho, el único vínculo estable con los veci-
nos se estableció a través de los jornaleros. Cada semana llegaban unos 30 o 40 jornale-
ros paraguayos a trabajar en diversas labores agrícolas y de construcción.22

El hospital de Loma Jhoby

El principal vínculo significativo de los colonos de "Primavera" con la población


circundante se estableció gracias al hospital que fundaron. A poco de establecerse en la
zona, crearon en Loma Jhoby un pequeño hospital, que inicialmente se destinó a aten-
der a los miembros de la comunidad y con el tiempo pasó a tener un papel importante
para la región. Entre los colonos había tres médicos (dos varones y una mujer) que se
unieron al grupo poco antes de abandonar Inglaterra. Para la comunidad, disponer de
servicio médico era esencial. Las condiciones de higiene eran precarias y los hermanos

22 The Plough, vol. II (1954) nº 3; vol. III (1955) nº 4; vol. IV (1956) nº 4.


110

no estaban acostumbrados a un clima tropical. Brotaron epidemias y en el primer año


murieron ocho niños de corta edad. En un principio el hospital funcionó en condiciones
rústicas, en dos habitaciones que le asignaron dentro del cobertizo de vivienda general.
Pronto empezó a atender también a la población local, que nunca había gozado de
atención médica regular.
La reputación del hospital se difundió por toda la región, a tal punto que llega-
ban pacientes recorriendo grandes distancias. La contribución de los colonos en el as-
pecto médico gozó de reconocimiento por parte de las autoridades locales y del gobierno
paraguayo. Hubo quien comparó su contribución a la de Albert Schweitzer en África
(The Plough 1952:34). Prueba de la fama que valió a los colonos su labor de asistencia
médica está en el hecho de que en 1945 el presidente del Paraguay, General Moriñigo,
consideró oportuno visitar sus colonias en el curso de una gira.23 La atención médica
que el hospital otorgó a la población de la región se desarrolló rápidamente. En poco
tiempo cundió por toda la región la noticia de la llegada de un grupo de gringos con tres
médicos que brindaban atención médica a cualquiera. Los pobladores de la región em-
pezaron a acudir por docenas, a pie o en toda clase de medios de transporte. Se instala-
ban en las cercanías del hospital hasta ser atendidos. Con el tiempo el servicio médico
se fue ampliando y perfeccionando. En 1949 el hospital disponía de dos casas de made-
ra, que servían de pabellones para doce camas. Había, además, salas en las que funcio-
naban el dispensario, la farmacia y el quirófano. En 1948 se incorporaron al personal
médico un cirujano, un farmacéutico, un laboratorista y tres enfermeras. Los fondos
necesarios para ampliar el hospital los donaron iglesias hermanas, como los menonitas
y los cuáqueros. Pudieron recibir también una modesta ayuda del gobierno paraguayo,
que en 1945 promulgó una ley de seguro social (el alcance de esa ley era reducido, por-
que proporcionaba asistencia sólo a los trabajadores, sin contribuir para nada a la
atención médica de la población sin empleo, las mujeres y los niños). En último tér-
mino, la mayor parte de la carga recayó sobre los hombros de la comunidad y esa carga
fue haciéndose más y más pesada con el tiempo.
En 1949, el hospital tenía expedientes médicos de 3600 pacientes, en tanto que
en 1954 había llegado a 10.000. En esa fecha la actividad del hospital se incrementó no-
tablemente. Construyeron nuevos pabellones y el número de las camas aumentó a 24.

23 El Paraguayo (Asunción) nº 956, 23 de octubre de 1945.


111

Entre tanto se amplió la zona que se beneficiaba de atención médica a cerca de 2000 ki-
lómetros cuadrados, con una población de unas 30.000 almas. La atención médica ya
no se limitaba a los pacientes que llegaban al hospital. Los médicos de "Primavera" vi-
sitaban a los pacientes en sus propias casas, para lo cual era necesario efectuar a veces
un recorrido de varias horas a caballo. La población local, que estaba agradecida por la
atención recibida, sólo podía pagar los gastos de hospitalización con productos agríco-
las o con las cuotas del seguro de enfermedad, que cubrían una ínfima proporción de los
gastos. Por ello, no es de sorprender que el presupuesto operativo del hospital arrojara
en 1954 un déficit de 30.000 dólares, que esperaban cubrir con donaciones y con una
campaña de recaudación de fondos en Europa y América.24
La Sociedad de Hermanos anhelaba acoger nuevos adeptos, pero ésos no llega-
ron de la población local. Durante toda su permanencia en América sólo se les unieron
dos familias paraguayas y una de Buenos Aires. Sin embargo, el período que pasaron
como secta aislada en el Paraguay fortaleció a la comunidad de otras formas.Fue noto-
rio el crecimiento y la mayoría de los hijos se quedaron en la comunidad. La Sociedad
de Hermanos tenía como norma no instar a los hijos a integrarse en la comunidad,
aceptándolos sólo si ellos se sentían deseosos de hacerlo. Las condiciones del medio en el
Paraguay fueron causa de que muy pocos jóvenes se alejaran de la comunidad y un
grupo importante se quedara en ella.
En estas circunstancias, apareció un librito publicado en 1952 en Wheathill, el
poblado del Bruderhof en Inglaterra, que resume diez años de colonización en el Para-
guay. Su autor, que expresa firme confianza en el porvenir de las colonias del Para-
guay, escribe así:
Primavera es particularmente apropiada para la vida comunal en gran esca-
la, porque el gobierno paraguayo tiene gran simpatía por esas colonias y les
otorga amplias libertades. Estamos también menos limitados en la cons-
trucción de nuestra vida comunitaria, porque no existen muchas de las res-
tricciones que hay en países más desarrollados... Hasta ahora `Primavera',
en la que casi 700 se encuentran reunidos hoy, ha tropezado con graves obs-
táculos sólo una vez, durante la guerra civil de 1947 (The Plough 1952:39)

24 The Plough, vol. I (1953) nº l, n° 4; The Primavera Medical Service (1949).


112

Sin embargo, esa evaluación optimista no puede ocultar que, de hecho, se sen-
tían aislados en la zona donde se habían asentado en el Paraguay y que durante toda su
permanencia habían buscado un contacto con los centros de población y cultura del
país. Las grandes ciudades: Asunción, Montevideo y Buenos Aires, quedaban lejos. Por
esto, cuando terminó la guerra mundial se restablecieron las comunicaciones con Euro-
pa, se suscitó una avidez de contactos con el exterior y empezó una corriente incesante
de visitantes de Europa. Nuevos miembros de allende el mar se les unieron cada año y,
con el tiempo, se hicieron también amigos en Buenos Aires y Montevideo.25

El vuelco hacia Estados Unidos y el fin de las colonias en Sudamérica

En 1953 se reunió en "Primavera" un congreso mundial de la Sociedad de Her-


manos, con la participación de delegados de Europa y simpatizantes de Norteamérica.
Fue un acontecimiento de especial trascendencia, que dio expresión a la nueva etapa de
salida del aislamiento en el Paraguay. En su boletín en inglés, The Plough (El Arado),
escribían así:
Hace unos años percibimos hasta qué punto `Primavera' estaba aislada del
mundo. A través de la actividad de nuestros miembros nos hemos ramifica-
do en varios países y gracias a la llegada de nuevos amigos, nuestro aisla-
miento selvático es ahora cosa del pasado. Para nosotros en la Sociedad de
Hermanos la llegada de nuevos amigos es siempre motivo de aliento... Su
presencia amplia nuestros horizontes y brinda a nuestros niños y jóvenes
una vívida prueba de que en todas partes del mundo hay personas que se es-
fuerzan seriamente por dar una nueva significación a sus vidas 26
El objetivo del congreso consistía en definir las tendencias y los programas de
apostolado en el mundo de la posguerra. En la Sociedad de Hermanos prevalecía desde
hacía ya mucho tiempo la opinión de que se debía comenzar a actuar en Estados Uni-
dos. Después de largas deliberaciones, se decidió enviar a ese país una delegación de sie-
te miembros, a los que se encargó preparar el terreno con miras a la fundación de una

25 The Plough, vol. I (1953) nº 1; nº 2; vol. IV (1956) nº 1.


26 The Plough, vol. I (1953) nº 3
113

nueva colonia allí.27 Se les encargó también tomar contacto con grupos interesados y
averiguar la posibilidad de adquirir tierras para la fundación de más colonias. Los re-
sultados que obtuvieron superaron todas las expectativas. Conviene aclarar aquí que
en los Estados Unidos se manifestó en los años 50 el inicio de una ola de renacimiento
comunal. Los enviados del Bruderhof eran conferenciantes muy solicitados en las uni-
versidades, porque la información sobre ellos había precedido su llegada. Ya en 1947
algunos norteamericanos se habían incorporado a las colonias de la Sociedad de Her-
manos en el Paraguay. En 1948, tres estudiantes de Harvard, que habían abandonado
sus estudios, llegaron en el curso de sus peregrinaciones a "Primavera". Los tres se que-
daron allí y acabaron por ser admitidos como miembros. En 1953, el interés suscitado y
las posibilidades de obtención de ayuda financiera de los Estados Unidos parecieron
propicios para la fundación de una comunidad en aquel país28.
En 1956 continuaron la expansión y el desarrollo económico. En ese período la
población de las colonias del Paraguay alcanzó las 1100 almas, y entre ellas 450 miem-
bros plenos. La idea de un movimiento social evangélico, como en la visión original de
Eberhard Arnold, volvió a consolidarse, con el agregado de elementos de internaciona-
lismo. Su sentimiento de cumplimiento de una misión los llevó a considerarse portado-
res de un mensaje para la humanidad. Sus publicaciones destacaron con orgullo su
composición multinacional, que incluía ingleses, alemanes, suizos, norteamericanos, ho-
landeses, suecos, austriacos, checos, franceses, italianos, lituanos, indios, españoles, ar-
gentinos y paraguayos. Se enorgullecían también de la variedad de antecedentes cultu-
rales e ideológicos de sus miembros: pacifistas, anarquistas, comunistas, agnósticos, an-
ticlericales, miembros de distintas iglesias e incluso dos familias indígenas del Para-
guay, en las que las madres sólo hablaban el guaraní.
En 1956 se celebró un segundo congreso mundial del Bruderhof. "Primavera"
aún se consideraba como el centro del movimiento mundial del Bruderhof, pero en ese
congreso se manifestó claramente la tendencia a reducir la importancia de las colonias
paraguayas y a transferir a miembros destacados de las mismas a colonias de Europa y
Estados Unidos a fin de reforzarlas. La dirección del Bruderhof estimó que el foco de la

27The Plough, vol. 1(1953) nº 3; vol. II (1954) nº 1.


28Para lla descripción de contactos con jóvenes norteamericanos, Wagoner y Shirley (1991); The Plough,
vol. I (1953) nº 1 y 3; vol. II (1954), nº 2 y 3; vol. IV (1956), nº 2.
114

actividad debía estar en esas zonas y no en el remoto Paraguay.29 Hardy Arnold, que
visitó Sudamérica durante el congreso, también se percató de la pesada carga impuesta
a "Primavera" y recomendó aliviarla, reduciéndola a dos comunidades. Al mismo tiem-
po, veía con buenos ojos los esfuerzos de los círculos de jóvenes por ampliar la misión en
Sudamérica, y expresó su beneplácito por la iniciativa de organizar un campamento de
trabajo internacional en “Primavera” en julio de 195830. Ese campamento de trabajo
fue un acontecimiento excepcional en los anales de la Sociedad de Hermanos del Para-
guay. Por primera vez llegó hasta ellos un grupo de 30 jóvenes de cinco países distintos
de Sudamérica. El campamento tenía que haber construido un edificio para un nuevo
hospital en la colonia Isla Margarita, realizando al mismo tiempo un seminario sobre
temas de actualidad y literatura teológica moderna. En el campamento participaron
también los jóvenes de la Sociedad de Hermanos, para los cuales era éste un encuentro
sin trabas con jóvenes del mundo exterior. Al seminario se le consagraron tres semanas,
con debates animados en los que se tocaron también los temas que preocupaban en
aquel momento a la generación joven en Sudamérica.31 Al acabarse el campamento, los
asistentes expresaron su satisfacción, así como el deseo de continuar con esa actividad
en los años siguientes.32
A fines de los años 50, todas las colonias del Paraguay parecían estar en pleno
auge. La producción aumentaba y se habían puesto en marcha nuevos proyectos, como
el cultivo de arroz en un terreno nuevo, acondicionado al efecto. El número de miem-
bros crecía, y se multiplicaban las iniciativas de actuación en la sociedad exterior, en el
Paraguay y en países vecinos. Súbitamente, en 1959, la directiva del Bruderhof empezó
a considerar el cierre de las colonias de Sudamérica y el traslado de sus miembros a Eu-
ropa o Estados Unidos. ¿Qué ocurría? Las causas de este brusco cambio deben buscarse
en procesos internos, que afectaron a la Sociedad de Hermanos como movimiento
mundial, y en las repercusiones de los mismos sobre las colonias en Sudamérica.
Al contemplar en retrospectiva los antecedentes del período 1960-1962, al que
califica de "período de la gran crisis", Merril Mow (1989), autor de memorias que resu-
men la historia del Bruderhof, señala como origen de la crisis la incorporación, después

29 The Plough, vol IV (1956) nº 2; vol. V (1957) nº l.


30 The Plough (1958) nº l..
31 The Plough (1958) nº 2.
32 The Plough (1960) nº 1.
115

de la guerra, de muchos miembros nuevos de fe poco profunda. Éstos provenían en su


mayoría de grupos pacifistas o de movimientos con tendencia social y anticlerical, que
se identificaban con el régimen de vida de las colonias, pero no con la fe religiosa del
Bruderhof. Estas adhesiones modificaron la composición de la población y también al-
teraron la base conceptual. Nociones sacrosantas, tales como Espíritu y Voluntad de
Dios, o amor cristiano y lealtad a Jesús, perdieron su significación. En su opinión, al
perderse la brújula de la fe, se abrió el período de las pugnas internas.
El período de crisis se inició, de hecho, en octubre de 1959, cuando quedó claro
que no había acuerdo entre los dirigentes. Comenzó entonces una época de luchas in-
ternas y de búsqueda de un patrón acertado de vida en comunidad. Las asambleas en
cada colonia eran tormentosas y concluían sin haber llegado a un acuerdo. Ello refleja-
ba una crisis profunda en la Sociedad de Hermanos, uno de cuyos principios rectores
era la adopción de decisiones por consenso. Asomaron escisiones a lo largo de líneas di-
visorias étnicas. Los veteranos de Alemania se entendían bien con los nuevos miembros
de Estados Unidos y se oponían a las ideas de los ingleses. Se suscitó también un pro-
blema de lealtad hacia los hijos de Arnold, que habían sido apartados de las posiciones
de liderazgo en el Paraguay y en aquellos años estaban empezando a volver a ellas.
Mow (1989:130-150) describe el conflicto ideológico como lucha contra el “moralismo
humano". Esa crisis develó la debilidad del movimiento, que no logró darse un lideraz-
go influyente en todas las colonias, y entonces surgió la idea de cerrarlas en Sudamérica
y trasladar a sus miembros a Europa para fortalecer a las de allí. En la conferencia se
decidió fletar un avión para trasladar hasta las colonias del Bruderhof en Europa a los
miembros de las colonias disueltas de Sudamérica. En el vuelo, que se realizó el 24 de
agosto de 1960, se transfirieron 176 miembros de América a Europa (Mow 1989:151-
152). Anteriormente habían cerrado el hospital de Loma Jhoby.

Las crisis de 1960-1962

Las conmociones que afectaron a la Sociedad de Hermanos en 1960 no termina-


ron con la decisión de liquidar las colonias de Sudamérica. En el otoño de aquel mismo
año se cerró temporalmente la nueva colonia en el estado de Connecticut, dejando en
ella sólo una presencia simbólica, hasta que fuera posible poblarla de nuevo. Sin em-
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bargo, la conmoción más grave se produjo cuando se descubrió que seguía vigente la
crisis de confianza entre los círculos dirigentes de las colonias de Inglaterra y Paraguay
por una parte, y los de Estados Unidos por la otra. El reconocimiento de que el lideraz-
go ya no estaba unido llevó a los miembros principales de la colonia Woodcrest, en el
estado de Nueva York, que por entonces desempeñaba en la práctica el papel de comu-
nidad central y más estable, a la decisión de despachar una delegación de cuatro miem-
bros, junto con Heini Arnold, hijo de Eberhard Arnold y el líder espiritual de
Woodcrest, a reforzar la directiva del Bruderhof en el Paraguay. La delegación llegó a
Asunción el 30 de enero de 1961. Por aquellas mismas fechas, es decir el 27 de enero de
1961, sin tener conocimiento previo de la inminente llegada de la delegación, las colo-
nias del Paraguay, que estaban atravesando una grave crisis de confianza, habían deci-
dido llamar a los compañeros de Woodcrest a que vinieran a arbitrar sus disensiones.
Andreas Meier, uno de los jóvenes activistas que quedaban en "Primavera", refiriéndo-
se a los primeros días de 1961, en los que se produjo "la gran crisis", explica:
Nos dijimos a nosotros mismos: Reconozcamos que ya no existe el Bruder-
hof y que hay que empezar de nuevo con quienes estén dispuestos a ello,
aún si son pocos. No sabíamos cómo constituir el primer núcleo. Todos es-
tábamos en el mismo caso y participábamos en discusiones internas. Propu-
simos que vinieran compañeros de Woodcrest, donde soplaban nuevos aires
y los miembros no estaban involucrados en nuestras disensiones, y ellos ha-
blaran con cada uno de nosotros y vieran quiénes deseaban renovar nuestra
vida y de este modo nos ayudaran a formar el núcleo de la renovación. Esta
fue una propuesta que nació entre los miembros jóvenes de `Primavera' y yo
mismo fui uno de sus autores. No sabíamos que en aquel preciso momento,
y sin relación con nuestra propuesta, cuatro compañeros de Estados Unidos
ya estaban en camino a `Primavera' con el mismo propósito. Más tarde, al-
gunos compañeros que abandonaron el Bruderhof en el período de crisis di-
fundieron la acusación de que apenas llegados, los americanos se habían im-
puesto a la comunidad. Yo rechazo esta acusación categóricamente. La ac-
tuación de los compañeros de Estados Unidos se realizó por iniciativa nues-
tra y con nuestro asentimiento" (entrevista de noviembre de 1991)
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En las asambleas de las comunidades que subsistían en el Paraguay participa-


ban muchos miembros y las discusiones eran acaloradas. Las divergencias eran profun-
das, no existía disposición a escucharse unos a otros y era evidente que las comunidades
habían perdido la unidad interna que las había caracterizado en el pasado. Sobre este
telón de fondo surgió la exigencia de realizar conversaciones de "purificación" que pro-
movieran una reunificación. A fines de febrero se volvieron a reunir los miembros y en-
tonces surgió de ellos la solicitud de que Heini Arnold y otros cuatro compañeros de Es-
tados Unidos prepararan una lista de los miembros fieles a la ideología del Bruderhof,
que constituirían el núcleo para la renovación de la comunidad en el Paraguay. Heini
no accedió a ello, sino que exigió que el núcleo fuera formado por los miembros mismos,
sin intervención del exterior. Finalmente se convino que los compañeros llegados de
Estados Unidos, junto con algunos miembros principales, formaran el núcleo y que se
les unieran todos aquellos que estuvieran dispuestos a ir con ellos. El núcleo inicial es-
taba formado por 3 hermanos de "Primavera", luego se amplió a 21 miembros, y des-
pués de algunas semanas llegó a contar con 67 miembros (de un total de 150).
El grupo de los "fieles" se componía de veteranos, deseosos de volver al ambien-
te que reinaba en los días de Sannerz, el, primer grupo en Alemania, y de un grupo
grande de jóvenes de la segunda generación, que buscaban la forma de mantener una
comunidad unida, con una misión y un contenido espiritual. En el "otro grupo" milita-
ban muchos de los que habían ingresado en la comunidad en años recientes. Más tarde
se hizo usual considerar que la escisión se había producido entre alemanes y americanos
por una parte, e ingleses por la otra.
Poco después de las tormentosas asambleas de "purificación", el 8 de marzo los
miembros de la delegación de Estados Unidos se reunieron con "unos ocho o diez her-
manos responsables de Primavera" en la vecina población portuaria de Rosario, y en
esa entrevista, que con el tiempo pasó a llamarse "la reunión de Rosario", se formuló la
propuesta de liquidar las colonias de "Primavera" y transferir a todos sus miembros al
hemisferio norte. En aquellos días ésta era una propuesta osada, en vista de las grandes
dificultades que implicaba el traslado de una población numerosa, y sobre todo a causa
de los enormes obstáculos que levantaban en aquel tiempo las autoridades de inmigra-
ción de los Estados Unidos. De este modo, las dos tendencias: la de "purificación" y la
de "acortamiento del frente", convergieron en la creación de una situación de crisis. Es-
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te proceso ocupó un lugar central en la vida de las colonias del Paraguay y de Europa.
Al término del proceso, 600 personas fueron instadas a abandonar las comunidades o se
fueron por su propia voluntad.
Una actitud más crítica con respecto a los últimos años en "Primavera" puede
encontrarse en las evaluaciones de algunos dirigentes del Bruderhof que la abandona-
ron durante la gran crisis. Escribe Roger Allain:
Hablando de `Primavera', donde obtuve la mayor parte de mi experiencia
comunitaria, creo que su colapso se debió a varias razones. Empezamos a
temer la voz de nuestra propia conciencia y con frecuencia asentimos a deci-
siones de la Sociedad de Hermanos sin convicción alguna a favor o en con-
tra; nos hicimos indiferentes el uno para el otro.... Nos volvimos fríos y pu-
ritanos para con nuestros niños despreciando la ‘labor social’, cerramos el
hospital en `Primavera’... Nos habíamos vuelto taimados y oportunistas
frente al mundo exterior, en nuestros tratos con jornaleros, hombres de ne-
gocios y funcionarios del Estado; nos llenamos de orgullo y del convenci-
miento de nuestra superioridad respecto a otros movimientos (en tanto que
profesábamos nuestra insignificancia)... Pero por encima de todo nos ha-
bíamos ido hundiendo cada vez más en un cenagal de liquidaciones frenéti-
cas e introspección colectiva. Esas no son acusaciones personales contra
otros, me incluyo a mí mismo plenamente en la responsabilidad por todo
ello 33
Balz Trumpi, veterano del Bruderhof y uno de los dirigentes que la abandona-
ron, confiesa que estaban cansados de la vida en "Primavera" y ávidos de pasar a otro
lugar:
Nosotros en `Primavera' teníamos grandes deseos de participar en un nuevo
comienzo, ya fuera en Europa o Norteamérica, porque habíamos estado en
el desierto durante quince largos años. La vida en el Paraguay era muy difi-
cil. No había gran respuesta a la vida comunitaria en Sudamérica, al menos
era muy poca cosa en comparación con la respuesta que habíamos experi-
mentado en los Estados Unidos 34

33 Keep in Touch, vol. II, nº 1, pág. 4 enero de 1990.


34 Keep in Touch, vol. III, nº 10, Octubre de 1991
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¿Cómo veían la crisis y el abandono de las colonias del Paraguay los miembros
del Bruderhof que se habían criado en "Primavera" y que eran aún jóvenes al estallar la
crisis? Hablé con algunos en mi visita a Woodcrest en noviembre de 1991. Christoph
Boller, recalcando que expresaba su opinión personal, dijo que estaba satisfecho de ha-
ber abandonado Paraguay; más aún -dijo- él había anhelado que así sucediera. "En el
Paraguay éramos refugiados, náufragos. No logramos relacionamos con la población
local. Eramos parte de otra cultura. Los jóvenes entre nosotros se sentían aislados, no
podían relacionarse con jóvenes de la sociedad exterior". Acerca de la crisis, dijo así:
"Nos convertimos en buenos miembros de una comunidad, pero la fe en Dios disminu-
yó". En su opinión, la pérdida de la fe fue un proceso que se prolongó años en el Para-
guay y llegó a su culminación en la crisis de 1961. Una opinión similar tenía Andreas
Meier, que estimaba que la crisis era inevitable. El también afirmó que el origen de la
crisis debía buscarse en la pérdida de la fe. "Hicimos de la comunidad un ídolo", afirmó.
“Precisamente nosotros, los jóvenes, sentimos que algo no andaba bien en nuestra vida.
Las palabras habían perdido su significado. Utilizábamos una terminología religiosa,
sin que ello involucrara un contenido de fe verdadera. Sentimos que ése ya no era el
mismo Bruderhof al que nos habíamos incorporado". Peter Mathis se explica por medio
de una metáfora: "Éramos como `una linterna sin luz'. Preservábamos una cáscara va-
cía (la comunidad) sin contenido", agrega. Él también opina que fue un proceso que se
desarrolló a lo largo de todo el período en el Paraguay.
Las cosas se fueron deteriorando durante veinte años. Todo estaba al borde
de la ruptura y la disgregación. Familias veteranas se fueron porque perdie-
ron la esperanza de un cambio favorable. Todos estaban de acuerdo en que
era necesario descubrir de nuevo el centro de gravedad de nuestras vidas.
Por eso, para nosotros era cosa aceptada a principios de 1961 que se debía
deshacer lo existente y empezar de nuevo
Adoptada la decisión de disolver las colonias, era necesario ocuparse de todos los
aspectos materiales de traslado de los miembros y la venta de la estancia "Primavera".
La propiedad se vendió a la vecina colonia menonita Friesland. Las sumas así obteni-
das cubrieron los gastos de traslado de los miembros a las colonias del Bruderhof y la
compra de pasajes para quienes abandonaron, que en su mayoría se fueron a Europa.
La mayor dificultad radicó en la obtención de permisos de entrada a los Estados Uni-
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dos. En este aspecto les ayudó la decisión, tomada el año anterior, de desocupar la co-
lonia en Connecticut conservándola como propiedad. Esta colonia, despoblada y capaz
de acoger la población procedente del Paraguay, sirvió de argumento convincente ante
las autoridades migratorias norteamericanas para que accedieran a permitir el ingreso
de los hermanos paraguayos. La colonia tenía sitio para ellos. El primer grupo llegó el
22 de octubre de 1961 y el último el 29 de enero de 1962. En el Paraguay permanecie-
ron sólo unos pocos miembros para ocuparse del traspaso de la estancia a sus nuevos
propietarios, los menonitas (Mow 1989:143-186).
De este modo llegó a su término un capítulo peculiar de la inmigración a Para-
guay. Los inmigrantes intentaron asimilarse, pero su régimen de vida, su cultura, sus
creencias y sobre todo la disparidad entre sus aspiraciones y lo que Paraguay podía
ofrecer, fueron la causa de tensiones internas, que determinaron finalmente el destino
de su integración en el país que los acogió y los indujeron a buscar un nuevo refugio y
un nuevo comienzo en los Estados Unidos. Sus esfuerzos se han visto coronados por el
éxito en el nuevo país. A día de hoy son diez las comunidades que existen y funcionan
en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Australia y el número de miembros ha al-
canzado a los 3000. Sin embargo, el capítulo paraguayo no está olvidado, sobre todo
entre los que eran jóvenes en aquellos días. De vez en cuando llegan allá, en visitas nos-
tálgicas, sólo para descubrir que todo lo que se construyó en los días de su adolescencia
y los bosques frondosos que les parecían ser "un rincón del paraíso" han dejado de exis-
tir.

MOW, Merril (1989) Torches Rekindled, USA: Plough Publishing House.


PHILIPS, Eric (1957) "Barriers Can Fall", The Plough, vol. V, nº 4.
ROETT, Riordan y SCOTT SACKS, Richard (1991), Paraguay: the personalist legacy,
Boulder/ San Francisco: Westview.
The Plough Publishing House (1952), Ten Years of Community Living. The Wheathill
Bruderhof 1942-1952, England: Bromdon.
WAGONER, Bob y Shirley (1991), Community in Paraguay, Farmington: Plough Pub-
lishers.
WHITWORTH, J. Mckelvie (1975), God's Blueprints, London: Routledge & Kegan Paul.
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El lugar del lugar. La tierra en la experiencia de los galeses en la Patagonia


a finales del siglo XIX

Ernesto Bohoslavsky

Pensar la relación entre los proyectos utópicos y el suelo sobre el que se realizan
es, por menos, complicado.35 La etimología de utopía remite, como se sabe, al término
griego ουτοπία, es decir, ningún-lugar, aquello que ocurre en un lugar que no existe (to-
davía), pero que es un sitio ideal. De allí que la relación entre la naturaleza de esa expe-
riencia y el territorio en el que se desarrolla tiene una impronta conflictiva. Sin embar-
go, las actividades comunitarias y autogestionarias que se han llevado adelante tienen
alguna forma de relación con el espacio físico, diga lo que diga la etimología al respecto.
Estas líneas intentarán ofrecer alguna pista para problematizar la vinculación que se
dio –o que se creyó que se daba- entre los participantes de estos experimentos sociales y
el suelo sobre el que éstos se desarrollaron. Para esta incursión en el campo de la geo-
grafía imaginaria, tomaré como excusa la instalación de las colonias galesas en la costa
patagónica en las décadas finales del siglo XIX.
Al hablar de “territorio” no nos estaremos refiriendo lisa y llanamente a un es-
pacio geográfico existente independientemente de quien lo observa, denomina y domi-
na. Determinado territorio puede absorber múltiples significados e identificaciones en
la medida en que está en disputa la definición de la pertenencia de/a ese territorio: la
clave está en tener la capacidad para “establecer un afuera y un adentro” (Cairo Carou
2000:109). El territorio no es un elemento inerte, con límites obvios, sino que éstos son
definidos por agentes que están en competencia (larvada o desembozada) con otros cri-
terios y otras potenciales formas de agrupación y división. Es por eso que el “territorio”
está lejos de ser sinónimo de “espacio”: el territorio es, más bien, “la representación ex-
terna de las relaciones sociales de dominación y subordinación” que los actores viven,
desafían y reproducen (Delrío 2005:19). Es la geografía sobre -y por- la que se desarro-
llan luchas sociales: es a la vez el escenario y el motivo.

35 Este trabajo es parte del proyecto de I+D “Liberalismo y utopía en América Latina. Colonias experi-
mentales en Paraguay, Argentina y México, 1840-1960” HUM-2005/03777, financiado por el Ministerio
español de Educación. Agradezco muchísimo los comentarios de Fernando Coronato a una versión ante-
rior de este artículo, así como a Nelcis Jones por su generosa introducción a la colectividad argentino-
galesa.
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Parto de la idea de que los proyectos de inspiración utópica guardan diferencias


irreductibles con respecto a las empresas capitalistas en lo que se refiere a la forma de
ocupar y de territorializar al espacio, que son tributarias de dos filosofías antagónicas.
Mientras que, por un lado la organización capitalista de la producción apunta esen-
cialmente a la búsqueda de ganancias individuales para los detentadores de los factores
(recursos naturales, capital, tecnología), las experiencias colectivas y autogestionarias
guardan un propósito bien distinto, como es la reproducción material y simbólica de
sus participantes, evitando o retrasando los procesos de diferenciación social. Así,
mientras que en las primeras es posible encontrar un proceso -a la fecha en curso- de
valorización, comercialización y explotación de los recursos naturales siguiendo la lógi-
ca de la maximización del lucro particular sin mayores prevenciones ecológicas, en las
segundas podemos encontrar que una percepción más animista de la naturaleza, que
lleva a adoptar en muchos casos una postura organicista que ve en el suelo una clave
para afirmar la identidad grupal.
Si las experiencias organizadas bajo la égida capitalista insisten en la tesitura de
que la dominación de la naturaleza por parte de los hombres es la consumación del pro-
yecto civilizatorio-iluminista-material iniciado en el siglo XVIII, entre algunas expe-
riencias utópicas es más factible encontrar un llamamiento a la reducción de la brecha
entre cultura y naturaleza, una convocatoria a retornar a un estado primigenio de equi-
librio eco-identitario entre los hombres y su suelo. En este sentido, quizás podría ha-
llarse una particular forma de definir a los emprendimientos utópicos como aquellos
con los que, a través de un ejercicio colectivo auto-consciente y explícito, los hombres
intentan lograr un equilibrio más permanente y sustentable con sus pares y con la na-
turaleza. Pensada de esta manera, la utopía sería el camino “artificial” que ciertas per-
sonas diseñan y ejecutan para “volver” a lo natural. Hay en el imaginario utópico un
deseo de re-encuentro con un tiempo primigenio en que hombre y naturaleza eran in-
distinguibles, en que la división del trabajo era todavía rudimentaria y los lazos socia-
les se basaban en lo que Émile Durkheim llamaba “solidaridad mecánica”. En ese sen-
tido, nada más alejado de la utopía, por más que comparta su espíritu anti-capitalista,
que las experiencias de socialismo real en Europa del Este, enamoradas de la superiori-
dad no sólo moral sino siderúrgica del stalinismo por sobre sus competidores.
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Creo que es necesario dar cuenta de una variable que resulta clave para entender
la manera en la que los inmigrantes galeses percibieron, ocuparon y territorializaron la
costa chubutense. Me refiero a la cuestión de las múltiples imágenes de la Patagonia
antes y durante su ocupación física. Es decir, paralelamente al proceso de puesta en
producción y de asentamiento de las familias galesas desde la década de 1860, hubo
otro igualmente intenso, pero menos visible, de ocupación simbólica y de reflexión so-
bre el territorio. Esa actividad fue inicialmente guiada a partir de los a priori que circu-
laban en Europa y en (lo que daría en llamarse) Argentina, hacia el segundo tercio del
siglo XIX. Esas impresiones sobre la Patagonia condicionaron muy fuertemente no só-
lo el deseo de ocupar ese espacio por parte de los galeses sino que ayudaron a contor-
near las formas particulares de esa ocupación. Entre las ideas que rondaban las imagi-
naciones occidentales sobre la Patagonia por entonces se destacaba, en primer lugar, la
noción de que se trataba de una frontera abierta, libre de autoridades y dueños legíti-
mos. La tierra estaba disponible para quien que se animara a visitarla, ponerla en pro-
ducción contra el viento, clavarle el arado y defenderla contra otros a punta de pistola.
Esa noción de que se trataba de una no man’s land, favorecía la auto-percepción y au-
to-legitimación del rol de pioneros que asumieron los galeses en la tarea de ocupar y ci-
vilizar, postura respaldada por el naciente Estado argentino. La percepción de un espa-
cio “vacío” –vacío que se produce por el desconocimiento abierto y brutal de la existen-
cia de grupos indígenas- facilitaba la tarea de poblar la Patagonia: como se verá, mu-
chos galeses terminaron ofreciendo versiones alternativas a esta imagen, procurando
construir lazos de cooperación y de tolerancia intercultural que resultaron enormemen-
te novedosos, mas no replicados, para la época.
Pero simultáneamente, los galeses tenían otra forma de representar a la Pata-
gonia, como un espacio que da nuevas oportunidades y donde siempre es posible un
fresh start, un borrón y cuenta nueva a partir del cual el pasado queda definitivamente
sepultado por un aluvión de futuro abierto y a construir. Es eso lo que busca el prota-
gonista de Los náufragos del Jonathan (1909) de Jules Verne, que había huido hacia lo
que consideraba el último confín de libertad en el mundo. Sensación cercana es la que
transmite William Hudson en Idle Days in Patagonia (1893): todo aquél hombre que
llegaba hasta los paisajes patagónicos lograba (re)encontrarse con su yo animal, con su
esencia, y deshacerse de una cultura libresca, metropolitana y superflua. No es sino una
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nueva oportunidad, desahogada del peso agobiante del pasado, lo que van a buscar al-
gunos personajes de El juguete rabioso (1926) o Los siete locos (1929) de Roberto Arlt.
Los que se atreven a la Patagonia, los que están dispuestos a pagar su altísimo precio
climático, reciben a cambio la bendición de un segundo nacimiento, libre de las culpas
que arrastradas hasta entonces, sin el lastre de los linajes y las deudas de sociedades
tradicionales.

Galeses far away from home

La historia de buena parte de las regiones periféricas del Reino Unido a lo largo
del siglo XIX no corresponde a la visión evolutiva victoriana difundida en aquella épo-
ca. El panorama social en Irlanda o Gales distaba mucho de ser el ideal, y la inmigra-
ción en masa se convirtió en una salida para aquellos que deseaban evitar o minimizar
los efectos de la industrialización. El desarrollo manufacturero, la proletarización, la
mercantilización de la producción agrícola, así como la expansión de las ciudades y de
las vías férreas amenazaban con disolver los estilos de vida más tradicionales y locales.
En Gales, el incremento de las demandas de carbón y de hierro de sus minas se vio
acompañado por un la expansión de las comunicaciones ferroviarias, que facilitaron la
entrada en el territorio de bienes manufacturados del norte de la isla. A esta tensión
económica se le sumaban las disputas provenientes del control político de Londres, así
como el ejercido por una gentry de propietarios mineros y latifundistas ingleses o galeses
anglicanizados y votantes tories. La monarquía se negaba a brindarle a los galeses espa-
cios de participación en la administración local, de manera tal que en la práctica convi-
vían dos sistemas de organización socio-política: en la superficie, el administrativo ofi-
cial y centralizado, y por debajo, el comunal-clánico. El uso del idioma galés, de origen
céltico, estaba restringido a los ámbitos domésticos, mientras que el sistema educativo
estaba dominado por la lengua inglesa y la transmisión de tradiciones difundidas por la
Corona. A las disputas económicas, culturales y políticas se le superponían las religio-
sas, puesto que la generalidad de los galeses eran practicantes evangélicos (congrega-
cionistas, metodistas y bautistas), contrarios a la iglesia anglicana, a la que llamaban
“conformista” y a cuyo mantenimiento debían aportar compulsivamente. De esta ma-
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nera, las capillas de las religiones “no conformistas” se constituyeron en ámbitos de


oposición política al dominio inglés.
En las primeras décadas del siglo XIX, los líderes nacionalistas galeses, así como
sus pastores, entendían que la llegada a Gales de ingleses e irlandeses iba a implicar
más temprano que tarde la pérdida de su lengua y de su religión. En un giro que no de-
ja de ser irónico, los pastores y los nacionalistas galeses fueron fuertes promotor de la
emigración como estrategia para crear nuevos Gales en puntos del planeta en los cuales
la lógica impersonalizadora, disolvente y mercantilizadora del capitalismo no los tuvie-
se a tiro. De Gales (pero también de Irlanda) salieron corrientes emigratorias a países
anglo-parlantes como Estados Unidos, Australia o Nueva Zelanda, pero también hacia
distintos puntos del cono sur de América. Esta primera experiencia migratoria les mos-
tró a los dirigentes y pastores galeses que en pocos años los desplazados tendían a de-
sintegrarse de su sociedad de origen y a diluir su identidad en aquella del país receptor.
En todo caso, les quedaba claro que la única manera de preservar la unidad cultural ga-
lesa era reproduciendo comunidades endogámicas y homogéneas fuera de Gales y no
promoviendo la formación de minorías galesas dentro de otras sociedades. Esa emigra-
ción no podía ya ser resultado de decisiones individuales espontáneas ni se dirigiría ha-
cia cualquier lugar del planeta. Sería una emigración colectiva, planificada y destinada
a reproducir la lengua y las creencias religiosas galesas fuera de Gales. Lo que se necesi-
taba, entonces, era un lugar donde no hubiese nadie y al cual pudieran llegar los galeses
para llevar adelante su particular proyecto de poblamiento.
Ya en la década de 1850 surgen algunas voces entre los emigrados residentes en
Estados Unidos, en el sentido de crear colonias galesas en uno de los pocos sitios “va-
cíos” que quedaban en el mundo: la Patagonia (Gavirati et al., 2005:293). Los propa-
gandistas de la instalación en el sur les ofrecían a los potenciales colonos una imagen
distorsionadamente positiva de lo que se iban a encontrar: “de esa manera”, explica
Bandieri (2005:191), “el mito de la tierra prometida transformaba a la Patagonia en un
verdadero paraíso terrenal”. De todos los informes y datos disponibles sobre aquel es-
pacio, se hacía una selección intencionada y se daban a conocer sólo los que ofrecían
una perspectiva favorable a la ocupación: la prensa periódica galesa, así como los in-
formes realizados por los agentes colonizadores, ofrecían una caracterización de las ári-
das tierras chubutenses que lindaban con la estafa (López 2003:61). Los exploradores
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que recorrieron la desembocadura del río Chubut, como Lewis Jones expresaron todo
tipo de beneplácitos:
El pasto llega al hombro y hay tal profusión de manzanas, cerezas y cirue-
las, que el río las arrastra en grandes cantidades. Hay miles de vacas con sus
crías al pie y grandes rebaños de ovejas rojas. También hay un mercado cer-
cano donde las mujeres podrán vender la mantequilla (en Álvarez 1997:118)
Uno de los protagonistas de la migración galesa a la Patagonia, Thomas Jones,
contó cómo se difundía la información acerca de la empresa colonizadora en reuniones
en Cardiff:
En esas reuniones públicas describían lo adecuado, espaciosa, excelente y
fértil que era la región. Tanto es así que hasta algunos muy bien estableci-
dos y prósperos en Gales tuvieron ganas de emigrar. ¡Ni qué hablar de la
clase de trabajadores comunes, que no tenía ni una casa ni una pocilga! (en
López 2003:62)
De allí que la decepción y la queja hayan sido muchas de las actitudes que guia-
ron a los colonos una vez desembarcados en el sur. Sin embargo, la fuerza de la atrac-
ción ejercida por las posibilidades (imaginadas) en la Patagonia parece haber sido muy
intensa. Pero muy intensa no significa unánime. La representación más común en Eu-
ropa sobre la Patagonia a mediados del siglo XIX era la que provenía de tradiciones
coloniales que insistían, como hizo Charles Darwin en su Voyage, en el carácter inhabi-
table de la Patagonia y la naturaleza hostil de sus habitantes. Uno de los primeros ga-
leses en llegar al Chubut recibió una carta de despedida de un familiar que decía:
Ya que no he podido disuadirlos de expatriarse a ese desierto salvaje y exó-
tico, les deseo un viaje feliz y sin contratiempos, y mucho éxito en vuestro
nuevo país. Si los indios llegaran a comerlos, todo lo que puedo desearles es
una mala digestión (en Rhys 2000:29)
Habiendo otros espacios “vacíos” en el mundo como Australia o Nueva Zelanda,
¿por qué eligieron marchar a la Patagonia, una tierra tradicionalmente asociada con lo
extraordinario y lo salvaje? Esa elección descansaba en que esa región parecía estar de-
finitivamente más aislada del resto del mundo, en que estaba a salvo del rule directo
inglés y, sobre todo, a que el gobierno argentino ofreció tierras sobre la ribera del río
Chubut, para ser destinadas a la colonización galesa. Frente a esa oferta, se incrementó
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el entusiasmo por el sur entre los aspirantes a colonos por sobre otras consideraciones
políticas o económicas. La tierra ofrecida por el ministro del Interior, Guillermo Raw-
son, tenía la particularidad de que, formalmente era parte del territorio argentino, pero
de facto, no había sobre ella ningún ejercicio de soberanía. El único asentamiento
“blanco” de la región patagónica era Carmen de Patagones, en la desembocadura del
río Negro, quinientos kilómetros al norte. Pero ocupar la ribera del Chubut formaba
parte de un proceso de creciente interés estatal por el sur, que se expresó, en primer lu-
gar por la ley 28 de 1862, según la cual todos los territorios que no estaban bajo pose-
sión de las provincias firmantes de la Constitución, pasaban a quedar bajo la exclusiva
jurisdicción nacional. Poco después se dispuso el traslado de la frontera con los indíge-
nas hasta la ribera del río Negro. A mediados de 1874 se empezó a construir una zanja
para evitar los “malones” y en 1879 se efectuó la campaña militar de ocupación de las
áreas pampeano-patagónicas-
La ley 28 le permitió al gobierno negociar con los representantes galeses las con-
diciones de llegada de la colonización. Según el acuerdo al que se llegó, elevado al Par-
lamento para su discusión, se crearía una compañía de familias migrantes galesas a las
que el gobierno le asignaría 100 hectáreas para su explotación directa. Y si bien el Es-
tado argentino sólo se comprometía con la entrega de tierra virgen, a lo largo de los
primeros diez años de la colonia hizo llegar diversas formas de ayuda y de subsidio, co-
mo ganado en pie, alimentos y semillas. ¿Cuál era el interés del Estado argentino en to-
do ello? En primer lugar, la posibilidad de contar con un asentamiento permanente más
al sur de Carmen de Patagones, como una estrategia de ocupación del territorio. Como
expuso Pérez Galimberti (2001), de alguna manera el proyecto de una colonia galesa en
una tierra tradicionalmente representada como inhabitable “realizaba los ideales de
Alberdi; inmigrantes que llegaban al Nuevo Mundo en busca de libertad y felicidad,
amantes de la música coral, de la lectura y de la poesía”. Pero además, el horizonte del
año 1868, cuando caducaría el tratado firmado con Chile en 1856, que congelaba la
cuestión de la disputa de la soberanía sobre la Patagonia oriental.
Sin embargo, el convenio firmado por el presidente Bartolomé Mitre fue rechaza-
do por el Senado argentino, exponiendo razones de naturaleza geo-estratégica (asentar
a súbditos británicos en un espacio en disputa y “vacío” no parecía muy inteligente
como un medio para consolidar la soberanía nacional) y religiosa (los galeses no eran
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católicos y se temía que difundieran sus creencias entre los grupos indígenas allí asen-
tados). A pesar de esa impugnación parlamentaria, sir Love Jones Parry y el tipógrafo
Lewis Jones visitaron la región ofrecida a finales de 1862, para conocer sus potenciali-
dades económicas. Ante sus informes positivos, se apuraron los pasos para la llegada de
los primeros inmigrantes. Liderados por el reverendo Matthews y el emprendedor Lewis
Jones, en el invierno de 1865 llegaron a bordo del “Mimosa” unos 160 inmigrantes gale-
ses al río Chubut. Tras una estadía de algunas jornadas en las cuevas junto al mar, se
reinstalaron sobre la margen norte del valle inferior del río Chubut: sobre ella fundaron
un pueblo al que llamaron Rawson, en honor al ministro que se había mostrado intere-
sado en su llegada al sur.
Los ojos de los colonos encontraban en la Patagonia una tierra de promisión utó-
pica y cristiana. En ese sentido, resulta sencillo descubrir un proceso de auto-
identificación de los colonos galeses (divididos según sus creencias en congregacionistas,
metodistas calvinistas, bautistas y fieles de la Iglesia episcopal anglicana) con los escri-
tos bíblicos. Se sentían los hijos de Israel peregrinando en el desierto al llegar a la re-
gión de Chubut, deambulando antes de arribar a tierra prometida (López 2003: 61 ss).
No llama la atención que el tema central durante el primer servicio religioso realizado
en Chubut fuera “La experiencia de los hijos de Israel en el desierto” (Rhys 2000:61).
En esa ocasión se entonó un antiguo himno galés: “Desde las alturas de Salem divisa-
remos las marchas del desierto en todo el camino y observaremos los recodos del ca-
mino, que llevaron a gozar de un día perfecto” (Rhys 2000:110). Por otro lado, la ima-
gen que los galeses tenían de lo que era el Paraíso se aproximaba al paisaje montañoso
que fueron encontrando en su marcha al oeste cordillerano.
Los galeses veían al Sur como vacío, libre de hombres y de historia, representa-
ción que les resultaba funcional a su deseo de fundar una colonia autónoma con respec-
to a Buenos Aires. El medio seguía siendo considerado eminentemente hostil por parte
de los colonos, y el paisaje cercano a la costa fue descrito y maldecido como “desierto”
(López 2003:67ss). Pero se trataba de un desierto redimible por medio del esfuerzo: co-
mo expresó uno de los pastores que participó del poblamiento:
El colono galés en la Patagonia fue lastimado a menudo por alusiones tales
como ‘arrojados en el desierto’, ‘al fin de la creación’ y ha retrocedido ante
muchas burlas de este tipo [...] encontró la llave para la colonización exitosa
129

de vastas pampas y valles fértiles, revelando tesoros de riqueza desconocida


para la civilización (Rhys 2000:110)
La vida económica de la colonia sufrió numerosos contratiempos en los primeros
años, que obligaron a la sistemática remisión de alimentos, ayuda económica, herra-
mientas, semillas y animales financiados por el Estado nacional. De hecho, sólo la ayu-
da del Estado consiguió que la colonia no se auto-disolviera en 1867. Entre las dificul-
tades que tuvieron que enfrentar se encontraba en primer lugar el desconocimiento de
la potencialidad económica del suelo, del régimen pluvial y de la regularidad del río
Chubut. A ello se le sumó el naufragio del Electric Spark que traía colonos, instrumen-
tos de trabajo, maderas, ganado y semillas, lo cual retrasaba fuertemente la evolución
económica y el crecimiento demográfico. El ganado, más arisco que el que manejaban
en Gales, no era raro que se escapara en búsqueda de las llanuras patagónicas. Buena
parte de la primera dotación de 800 ovinos comprados en el norte de la Patagonia fue
consumida en los primeros dos años de estadía en Chubut. Las numerosas dificultades
materiales y sociales y la decepción de los galeses con la tierra recibida condujeron a
fuertes disensos internos. A finales del mismo año de llegada, 1865, Lewis Jones se fue
de la colonia acusado de traición y de desmanejo financiero. Muchos de los colonos de-
cidieron a lo largo de los siguientes años re-trasladarse: algunos se fueron a provincias
argentinas como Santa Fe o Río Negro y otros pensaron en volver a la colonia de Her-
val, en el sur brasileño, de donde habían llegado algunos colonos. El punto más bajo
fue 1869: ese año, a causa de las migraciones, la población galesa residente en la Pata-
gonia no pasaba de 90 personas.
La presidencia de Sarmiento (1868-74) evidenció un interés mucho menor que la
de Mitre (1862-68) por la vida de la colonia que Mitre y su ministro del Interior, lo cual,
de facto, significaba promover su abandono. La despreocupación por la colonia de
Rawson fue parte de una de mayor envergadura por la situación de la Patagonia en ge-
neral, evidenciada en la finalización del proyecto de campamento tehuelche de San
Gregorio y el incumplimiento de la ley que promovía el corrimiento de la línea de forti-
nes hasta el río Negro. De hecho, entre 1869 y 1871 no llegó un solo barco a la colonia
galesa. La guerra del Paraguay (1865-70) concitaba mayores intereses y presupuestos
que el asentamiento en el sur. Algunos autores han dado cuenta de la multiplicidad de
caras que les ofreció el Estado argentino a los colonos. Por un lado, estaba el entusias-
130

mo y el compromiso del ministro Rawson para que los colonos se asentaran en Chubut,
lo cual contrastó con la parquedad de la presidencia de Sarmiento frente a ellos. Por
otro lado, el primer funcionario nacional enviado a la colonia, el comisario Julián Mur-
ga, proveniente desde Patagones, intentó trasladar el asentamiento al valle de Río Ne-
gro, donde tenía intereses inmobiliarios. Asimismo, el agrimensor enviado desde Bue-
nos Aires procuró actuar como gestor de los colonos en la capital para re-localizarlos en
otro punto del país (Gavirati et al. 2005:282).
Pero a fines de 1867, uno de los colonos galeses descubrió que era posible desviar
la corriente del río Chubut para regar tierras destinadas al cultivo de cereales. Sólo
cuando realizaron las tareas de canalización se obtuvo el volumen y frecuencia de riego
para que las cosechas de trigo y forrajes fueran suficientemente abundantes para ali-
mentar a la población local e incluso para exportar por primera vez en 1872. Esas pri-
meras colonias establecidas gozaron de autonomía administrativa durante el período
hasta 1876, y hacia 1881 ya sumaban cerca de mil colonos. En los años subsiguientes
llegaron más colonos galeses al Chubut, los que fueron adentrándose en el territorio, río
arriba y hacia la Cordillera de los Andes: de allí la seguidilla de fundaciones realizadas
en las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX como Trevelin y Esquel, co-
nocidas con el nombre galés de Cwm Hyfryd.
Pese a lo que sostenían la propaganda inmigratoria y las autoridades argentinas,
la tierra que se le asignó a la empresa colonizadora galesa no estaba vacía. Grupos de
tehuelches y “pampas” recorrían y ocupaban miles de hectáreas en la Patagonia cen-
tral. Sobre ese espacio desarrollaban sus redes comerciales y familiares desde hacía si-
glos, participando de circuitos políticos y de intercambio con sociedades blanco-
mestizas en Chile y provincias argentinas y con otros grupos indígenas. Tanto la litera-
tura testimonial como la académica insisten en ponderar las buenas relaciones existen-
tes entre los nuevos pobladores europeos y los indígenas previamente allí asentados,
principalmente tehuelches. Muchos colonos entendían que debían replicar la conducta
de los cuáqueros de Pennsylvania a finales del siglo XVII, que habían protagonizado
las primeras experiencias de comunitarismo liberal radical y de convivencia con los in-
dígenas. Las vinculaciones entre galeses y tehuelches descansaban en un intenso inter-
cambio de bienes, así como de información y de saberes, inusitado para un período de la
historia mundial que se caracterizó por el impetuoso avasallamiento cultural blanco
131

sobre las poblaciones de Asia, África y América, producto del cual muchos pueblos ori-
ginarios fueron sometidos a nuevas formas de dominación material y simbólica. Por el
contrario, lo que encontramos en las décadas finales del siglo XIX en la Patagonia cen-
tral es un curioso caso de préstamos y diálogos interculturales de un tono más horizon-
tal que vertical
Las relaciones fueron intensas y multidimensionales (económicas, lingüísticas,
de información, etc.). La experiencia de la caza era casi nula entre los galeses, por lo
que tuvieron que aprender estas habilidades de los tehuelches. Éstos los iniciaron en el
uso de boleadoras y la doma de potros salvajes, lo cual les permitió cazar guanacos y
ñandúes, de manera de no depender exclusivamente del ganado de corral y las cose-
chas. La colonia galesa resultaba para los indígenas un punto comercial más interesan-
te que trasladarse a Carmen de Patagones, a la isla Pavón o a Punta Arenas, en el ex-
tremo sur. Dos veces al año los tehuelches se acercaban hasta Rawson a comerciar:
mientras que los primeros ofrecían cueros de animales, carne, lazos, plumas de aves-
truz, aparejos y tejidos y los segundos les vendían telas de algodón, leche, licores, pan y
harina (el intercambio en los primeros años se realizaba entre particulares dado que no
existió una casa comercial en la colonia sino hasta 1875). La relación excedía lo estric-
tamente comercial, dado que hay indicios de que algunas palabras del galés se filtraron
a la lengua tehuelche (no sería descabellado suponer que hubo procesos similares, de
sentido inverso), y que incluso participaron de los tradiciones juegos florales, los Eis-
teddfodau, en Trelew.
El asentamiento tuvo un fuerte nivel de autonomía de facto, consagrado por el
Reglamento de la Colonia del Chubut que los colonos se dieron el mismo año de su llega-
da. El Reglamento, inspirado tanto en la constitución argentina como en la estadouni-
dense, creaba el cargo de gobernador, que tenía la misión del gobierno directo de la co-
lonia. De acuerdo al Capítulo II, el gobernador tenía el derecho a convocar a las mili-
cias para la defensa. Asimismo, se organizaba un consejo compuesto por doce miembros
electos, que tenían mandatos de un año de duración. El Consejo, que monopolizaba las
funciones legislativas, debía reunirse al menos una vez por mes. En cuanto al poder ju-
dicial, descansaba en el sistema de juicios orales y públicos con doce jurados. Tanto el
juez como el gobernador eran electos por voto universal. En los juicios, demandantes y
demandados, acusadores y acusados se interrogaban entre sí y a los testigos y alegaban
132

a favor de su causa ante los jurados y el juez, por lo que no se necesitaban abogados. La
administración de la justicia se basaba, según han expuesto algunos especialistas, en
técnicas jurídicas propias de la Commonwealth (Pérez Galimberti 2001; Sáez Capel y
Marques 2004).

Esa incómoda y necesaria relación: la colonia y el Estado (1874-1900)

Esa experiencia del self-government galés sufrió un brusco cambio a partir de


mediados de la década de 1870. En 1874 fueron enviados desde Buenos Aires un comi-
sario y autoridades portuarias y aduaneras con el fin de regular el orden público, co-
mercial e impositivo de la pujante colonia. En 1884 se dictó en el parlamento argentino
la ley 1532, que organizaba los Territorios Nacionales del sur y del noreste, arrebatados
a diversos grupos indígenas. El sueño de constituir una provincia galesa que se uniera
voluntariamente al Estado argentino resultó inviable de sostener a partir de entonces.
El auto-ordenamiento legal que los colonos se habían dado debió adaptarse a la nueva
legislación, y la bandera celeste y blanca con un dragón rojo en el medio -diseñada pen-
sando en la provincia galesa- tuvo que ser archivada (Coronota y Gavirati 2003). Entre
otras cosas, la nueva ley habilitaba a la creación de municipios con autoridades y juez
de paz electos por voto popular en aquellas localidades que sumaran más de mil pobla-
dores. De allí que en Gaiman, una de las colonias de galeses se eligieron autoridades lo-
cales en el invierno de 1885 por sufragio universal masculino y secreto, constituyéndose
en el primer municipio formalmente integrado de los Territorios Nacionales.
La creación del municipio de Gaiman, la argentinización del orden legal y de las
autoridades (al menos las no electas, como las policiales y portuarias) fueron algunos de
los sucesos que desde mediados de la década de 1880 fueron generando inquietudes y
descontentos entre los colonos galeses. Uno de los puntos de tensión generados por el
avance de la injerencia del Estado nacional sobre la colonia fue la obligación de que los
jóvenes participaran de la Guardia Nacional. La decisión del gobernador de Chubut a
inicios de la década de 1890 de obligar a los jóvenes a realizar los ejercicios los domin-
gos –día de descanso obligatorio en su fe- generó en los colonos una sensación de vulne-
rabilidad étnica. Recién en 1898, gracias a la intervención del presidente Julio Roca,
los galeses recibieron autorización para realizar los ejercicios el día que así lo decidiesen
133

(lo cual, por otro lado, no contó con el respaldo de las autoridades de Chubut). A la
asunción de que no había ya espacio para la concreción de un proyecto político-
territorial autónomo, se le sumaron otra serie de datos que eran vistos con preocupa-
ción por parte de los dirigentes comunitarios. Por un lado, porque veían que se había
ido reduciendo la cantidad de compatriotas que arribaban a Chubut, mientras que, pa-
radójicamente, se ampliaba la llegada de otros migrantes, principalmente provenientes
de otras provincias rioplatenses.
Pero probablemente lo que les suscitaba mayores preocupaciones que la pérdida
de homogeneidad étnica o de autonomía política fue el progresivo sometimiento de la
educación comunitaria a los aparatos nacionales desde 1890. Desde esa década en ade-
lante muchos maestros fueron designados por el ministerio de Educación de la Nación y
no por la propia comunidad galesa, tal como venía haciendo desde 1865. Asimismo, una
nueva ley nacional dictada en 1896 obligaba a que el español fuera la lengua vehicular
en la educación primaria, lo cual desplazaba al idioma galés del lugar preponderante
que había ocupado hasta entonces (Barzini y Massa 2004). Por último, en 1900 desapa-
recieron las escuelas bilingües, que fueron reemplazadas por otras en las que las clases
sólo se dictaban en castellano. Está claro que esta serie de regulaciones educativas no
apuntaban directamente a reducir el nivel de autonomía de la colonia galesa, sino que
guarda relación con una toma de conciencia de las autoridades educativas nacionales
del peso de las escuelas étnicas, sobre todo las italianas, en el sistema educativo. De allí
que presionaran para lograr una argentinización de las actividades escolares y de los
contenidos a transmitir en las aulas, como un recurso para lograr la ruptura de los
alumnos con las patrias de sus padres (Bertoni 2001).
La “normalización” del espacio del sur y el “llenado” de una tierra “vacía” en la
última década del siglo XIX les indicaron a muchos de los colonos galeses que su pro-
yecto había encontrado límites evidentes, y quizás insalvables. De allí que dos colonos
hayan embarcado con rumbo a Londres para transmitirle al gobierno del Reino Unido
sus preocupaciones sobre el avasallamiento de la educación, el self-government y las
creencias religiosas de los súbditos en el sur. Pero otros galeses tomaron la decisión de
abandonar definitivamente el “desierto” y buscar nuevos rumbos. En 1899 una fuerte
inundación de las colonias, con motivo de un desborde del río Chubut, condujo al
anegamiento de cien viviendas, escuelas y oficinas de correo y la pérdida de cosechas y
134

ganados. Una lluvia que se extendió por tres semanas obligó a abandonar la zona resi-
dencial y buscar las elevaciones geográficas para guarecerse. No es de extrañar que es-
tas circunstancias geo-climáticas fueran leídas también bajo un prisma bíblico, esto es,
como indicación de la necesidad u obligación de partir en la búsqueda de un nuevo lu-
gar en el mundo. La decisión de re-emigrar se impuso en muchos casos por sobre otras
consideraciones en la medida en la que en años siguientes el río Chubut volvió a des-
bordarse: con fondos donados desde el Reino Unido, en 1902 unos 250 colonos se tras-
ladaron a Canadá y en 1910 a Australia, mientras que otros acariciaban la posibilidad
de establecerse en Sudáfrica.

Propiedad, tierra e identidad. A modo de conclusiones

En las páginas iniciales se había expuesto la idea de que las relaciones capitalis-
tas de producción y aquellas que se trenzan bajo un modelo cooperativo-
autogestionario tenían formas irreconciliablemente opuestas de imaginar y de usar al
territorio. Según esta tipología bipolar, mientras que bajo la férula del capital todos los
recursos, aun los intangibles y los socialmente más relevantes no escapan a un proceso
de valorización y mercantilización, los que eran utilizados por los grupos embarcados
en procesos autogestionarios recibían un trato diferencial. Así, en estas experiencias es-
taría ausente la perspectiva instrumentalista y maximizadora en la relación con los re-
cursos naturales, predominando, por el contrario, un enfoque identitario, conservacio-
nista e incluso organicista. ¿Se puede sostener esta tesitura, a la luz de lo que sabemos
de los galeses asentados en el sur hacia finales del siglo XIX?
Valdría la pena matizar esta supuesta dicotomía, pues en esta colonia lo que en-
contramos es una suerte de mixtura, según la cual, el proceso de territorialización debe
servir simultáneamente a dos propósitos. Por un lado, se encuentra el propósito decla-
rado de convertir a las planicies patagónicas en recursos agro-ganaderos eficientes, que
puedan brindar un conjunto de bienes materiales a intercambiar con la sociedad argen-
tina y con el entorno indígena. En ese sentido, los galeses dedican mucho tiempo a la
búsqueda de soluciones “técnicas” para resolver problemas tales como la falta de riego,
la mala calidad de las cosechas de trigo, etc. Su experiencia de uso y apropiación del
suelo parece obedecer a la misma lógica capitalista que se podía encontrar en plena ex-
135

pansión en ámbitos metropolitanos y en aquellos que la soberbia imperial fue ocupan-


do. La creación de la Compaña Galesa de Colonización y Comercio Limitada conforma-
da por un aporte accionario de 50.000 libras esterlinas remite mucho más a las tradi-
cionales empresas de colonización que a un proyecto comunitario como el de los men-
nonitas en Paraguay. No hubo aquí experiencias sostenidas en el tiempo de propiedad
colectiva ni de trabajo cooperativo o asociado a gran escala.
Quizás una de las razones de esta relación instrumental con la tierra guarde al-
guna vinculación con la forma de auto-imaginarse de los propios galeses, que asociaban
su nacionalidad al idioma y la religión y no tanto al suelo. Faltando una conexión or-
gánica con el territorio galés, más dificultoso habría sido hallarla en las tierras de la
Nueva Gales. Pero simultáneamente, entre estos colonos rurales hay una fuerte preo-
cupación por el mantenimiento de los valores religioso-comunitarios, que podemos en-
contrarla en la densidad endogámica, la intensidad de las prácticas y discursos religio-
sos y un extremado sentido de comunidad de destino. La propiedad individual absoluta
de la tierra parece convivir con un intenso sentido de pertenencia comunitaria. La bús-
queda del lucro es percibida como una de las tradiciones comunes a preservar y repro-
ducir, en un gesto que nos recuerda algunas de las intuiciones de Max Weber en La ética
protestante y el espíritu del capitalismo. En ese sentido, los galeses estarían expresando
una particular “vía comunitarista al capitalismo”, capaz de combinar la cohesión social
y étnica y la competencia entre individuos.
La década de 1890 marca el final de un tipo de relación que habían establecido
inicialmente los colonos galeses y el Estado nacional. Según Gavirati y otros
(2005:298), durante ese período el vínculo fue, simultáneamente, de complementarie-
dad y de enfrentamiento. Complementariedad en el sentido de que los galeses le ofre-
cían al Estado la ocupación “pro-argentina” de una tierra libre de ocupación oficial, lo
cual oportunamente podría ser utilizada como un argumento para disputarle a Chile la
soberanía de la Patagonia. Los galeses, a cambio de esto, recibían una extensión de tie-
rra sin desembolsar dinero (tierra que, por otro lado, el Estado no había conquistado y
menos mensurado). Pero la relación también fue de enfrentamiento, puesto que los co-
lonos deseaban conservar un nivel de autonomía religiosa, educativa y lingüística (en
menor nivel política) en un contexto mundial de creciente reemplazo de formas de vieja
soberanía por la organización de naciones. En un marco de imposición de corrientes
136

fuertemente nacionalistas de base étnico-cultural, el proyecto de los colonos galeses de


sostener un enclave idiomático encontró crecientes resistencias hacia 1890 desde un Es-
tado que, hacia los años del Centenario, expresó en sus aparatos educativos un discurso
marcadamente nacionalista e intolerante ante la diversidad cultural expresada en la
imagen de la Babel urbana.
*
De alguna manera, lo que este texto sobre el poblamiento de los galeses ha puesto
de manifiesto no es tanto la tensión entre la forma en que la producción capitalista y la
reproducción comunitaria se relacionan con el territorio, sino con una tensión de índole
más política. Me refiero a las disputas generadas a partir del ejercicio de las potestades
que el Estado moderno se arroga sobre tierras y habitantes a fines del siglo XIX si-
guiendo un nuevo modelo de soberanía. Mientras que la lógica nacional postula que el
Estado tiene el monopolio del orden legal sobre un territorio definido, la lógica galesa
de la auto-organización comunitaria apunta en otro sentido: la comunidad política no
se funda sólo en el territorio compartido sino en los lazos sanguíneos (que se cree que)
los vinculan. La “comunidad imaginada” coincide con la “comunidad vivida”.
El contexto en el que los pobladores galeses fueron autorizados y estimulados a
venir, en los años iniciales de creación del Estado argentino, los más importantes diri-
gentes del país miraban al territorio como un “espacio”: el territorio era el soporte físico
para el desarrollo de la vida nacional, una superficie legalmente recortada sobre la que
se aplicarían la creatividad y energías de los individuos comprometidos con la ideología
del Progreso. Asimilado a “desierto”, el territorio era visto como un conjunto de recur-
sos inexplorados y sub-poblados que requería de brazos foráneos para brindar unos fru-
tos que se consideraban tan ocultos como ilimitados. Por entonces, el territorio no era
considerado el cuerpo de la nación –como lo sería crecientemente desde 1910- sino el es-
pacio sobre el que ésta desarrollaba su vida. Era el ámbito físico sobre el que estaban
vigentes los acuerdos constitucionales y el entramado legal que a éstos vehiculizaba,
pero no residía allí ninguna clave de la identidad nacional. El proyecto de Argentina al
momento de llegar los galeses en 1865, era más cívico que étnico: todo aquello que im-
plicara una definición demasiado estrecha de lo que los argentinos eran (o deseaban ser)
corría el riesgo de caer en un vacío de significado. El territorio era el obstáculo a la vez
que el soporte para que se desarrollara la experiencia histórica argentina. En ese mode-
137

lo contractualista de nación “cívico-territorial”, los límites fronterizos señalan la inclu-


sión en el cuerpo político y la identidad está más definida por el Estado que por la etni-
cidad (Hobsbawm 1989:157; Smith 1990:9; Penrose 2003:289).
La particularidad cultural galesa, en este sentido, no constituía un obstáculo in-
salvable, sino que ofrecía un perfil compatible con el deseo de ocupar el “desierto”. La
inmigración europea, la modernización y la educación serían las claves, según la elite
gobernante, para ir modernizando una nación de individuos, sin ligazón étnica previa
entre ellos. Esta modernización era un proyecto disponible para quienes habitaban so-
bre cierto territorio y no necesariamente dentro de cierta cultura. Esta confianza plena en
que el territorio cumpliría la tarea de argentinizar e integrar a la población a través de
alguna operación nunca detallada es lo que Mónica Quijada (2000:179) llamó la “al-
quimia de la tierra”. Esta forma de imaginar la relación entre territorio y nación parece
haberse agotado con el inicio del siglo XX. Ya para entonces estaba en buena medida
asegurado el perfil productivo del país y su vinculación comercial con el exterior. Sin
embargo, a los nacionalistas (también llamados “nacionalistas culturales”) de comien-
zos de la centuria comenzaban a preocuparle los precios sociales que se debía pagar por
el ingreso acelerado, y en apariencia muy exitoso, a la modernización. En primerísimo
lugar, le inquietaban los efectos indeseados de la llegada de la inmigración como la ex-
pansión de las ideologías izquierdistas, el desmembramiento de la identidad de “argen-
tinos viejos” o la “cuestión social”. En la serie de diagnósticos y revisiones que se ofre-
cieron del país, no quedó a salvo la forma de pensar la relación entre territorio y na-
ción. Para el “nacionalismo cultural” que alentaban escritores de provincias como Ri-
cardo Rojas y Manuel Gálvez, la inquietud ligada al territorio tenía que ver principal-
mente con la percepción de que el suelo formaba la identidad nacional. No había allí
espacio para una provincia galesa que gentilmente decidiese unirse a la nación argenti-
na.

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139

La utopía de los textiles judíos de Villa Lynch: el club I. L. Peretz (Buenos


Aires, 1940-1960)

Nerina Visacovsky

La pequeña Villa de hace doce años atrás ha que-


dado ya en la historia; hoy se ha levantado en ella
una ciudad industrial (…) para acercar al país a la
codiciada meta de la independencia económica. Los
judíos estamos orgullosos de que se nos haya brin-
dado la oportunidad de poder demostrar el arraigo
que sentimos hacia la grande y generosa tierra ar-
gentina y nuestra mayor satisfacción ha sido parti-
cipar patrióticamente con nuestro trabajo y capa-
cidad técnica en el desarrollo industrial del país,
creando fuentes de trabajo y bienestar para miles
de hijos argentinos
Anuario del Centro Cultural y Deportivo Isaac León
Peretz de Villa Lynch, 1949, p. 2

Introducción a la identidad peretziana

En septiembre de 1930 finalizaba el proceso que Tulio Halperín Donghi (2003)


caracterizó como la “República Verdadera”, aquella que la generación liberal de 1880
materializó desde la conducción política. La “República Imposible” se abría entonces,
dando paso a una década de polarizaciones ideológicas, elecciones fraudulentas y pro-
fundas transformaciones socio-económicas. Durante ese tiempo, que se extendió hasta
el advenimiento del peronismo, la Iglesia y el Ejército consolidaron su presencia en la
función pública y los inmigrantes se incorporaron al mercado laboral en expansión. El
gobierno golpista de Uriburu inició en 1930 un proyecto corporativo-fascista acompa-
ñado de una intensa represión a los sectores obreros. Hacia 1932 otra facción del elenco
militar autoritario lo reemplazó. Las elites porteñas se sintieron mejor representadas
140

por el perfil liberal del general Justo que custodió las buenas relaciones con el imperio
británico y propició el afianzamiento de la identidad argentino-católica.
En el plano económico, como consecuencia de la crisis de 1929 y el cierre de los
mercados internacionales, el Estado comenzó a adquirir un rol intervencionista ope-
rando para que la renta agraria se orientara hacia la industria liviana. La regulación de
las exportaciones, la modernización y la protección al mercado local generaron un nue-
vo escenario. Mientras capitales extranjeros invertían en infraestructura y transportes,
la creciente composición industrial se manifestaba heterogénea; si bien existían grandes
empresas, la mayor parte consistía en fábricas menores y talleres (Korol, 2001: 37). En
1934 los efectos de la crisis de Wall Street estaban superados. Posteriormente, a pesar
de la breve recesión de 1937, la industria se extendió enfáticamente en los rubros texti-
les, metal-mecánicos y petroleros. Iniciada la década de 1940, con un mundo en guerra
y un clima político local autoritario, el desarrollo fabril y el pleno empleo permitieron el
ascenso económico de los sectores populares urbanos, transformándolos aceleradamente
en las clases medias argentinas.
A raíz de la industrialización, la fisonomía del país se fue modificando debido a
los masivos desplazamientos internos del campo a la ciudad. Entretanto, la inmigra-
ción daba a luz a una generación de hijos nativos y a través de la escuela y el trabajo
iba constituyendo una identidad a la que Gutiérrez y Romero (1995) calificaron como
“popular, conformista y reformista”, diferente a la contestataria que había imperado
en tiempos del Centenario. La masa trabajadora, mayoritariamente radical o socialista,
se disgregó en individualidades que constituyeron una sociedad abierta y móvil. Parale-
lamente, desde los años veinte, con la construcción de nuevos asentamientos urbanos,
las colectividades comenzaron a asociarse para crear bibliotecas, escuelas complemen-
tarias, clubes deportivos y otros centros participativos. El crecimiento económico gene-
ró un nuevo tiempo libre que permitió a los trabajadores dedicarse al activismo y trans-
formar a esas entidades en espacios de socialización, cultura y práctica política (Gutié-
rrez y Romero, 1995: 18).
La creación del Centro Cultural y Deportivo Isaac León Peretz de Villa Lynch
(I.L.P) en 1940 es parte de ese movimiento social.36 Sin embargo, lejos de agotarse en

36Itzjak Leib (o Isaac León) Peretz (1852-1915) fue un escritor humanista nacido en Varsovia. Impreg-
nado por el iluminismo judío de fines de siglo XIX abandonó su carrera de abogado y se dedicó a la lite-
ratura idish. Escribió cuentos, poemas, piezas teatrales y militó en círculos socialistas. La compasión por
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los emprendimientos asociativos más comunes, su historia es una trama de característi-


cas complejas. En primer lugar, por la vinculación de sus fundadores con la izquierda
idishista cercana al comunismo; en segundo término por la condición judía de sus
miembros que se enfrentaron a un escenario que entre 1935 y 1945 llevó el antisemitis-
mo europeo al paroxismo y repercutió en católicos integristas y nacionalistas locales; y
en un tercer lugar, porque los poilisher (polacos) de Villa Lynch pertenecían al rubro
textil, que se había beneficiado con la política industrialista mencionada.
Este trabajo pretende reflejar el clima socio-político en el cual se inscribió la en-
tidad, rescatar el optimismo que la utopía soviética generaba en sus miembros y acer-
carse a sendos nudos problemáticos durante las dos primeras décadas de funcionamien-
to institucional, es decir, entre 1940 y 1960. Los conflictos identitarios que atravesaron
a los peretzianos se hicieron presentes en este período y se volverían más agudos en dé-
cadas ulteriores. Básicamente, giraban alrededor de dos tensiones específicas que po-
drían definirse como “de clase social” y de “filiación étnica”. La primera encontró su
origen en el hecho de que paisanos del mismo pueblo y la misma ideología quedaran a
uno y otro lado de las relaciones de trabajo, es decir, como patrones u obreros; la se-
gunda, emergió con fortaleza a fines de los cuarenta con la creación del Estado de Is-
rael, cuando el sionismo se constituyó como la corriente hegemónica dentro de la colec-
tividad judía. En términos generales, se puede afirmar que los peretzianos se vieron in-
mersos en un campo de tensiones; por un lado entre el partido comunista y el sionismo
y por otro, entre su posición económica y su discurso marxista. Como resultante de esas
tensiones, después de la Segunda Guerra, emergió una identidad particular, proyectada
hacia la utopía del progreso indefinido en un mundo que “marchaba” inexorablemente
hacia el socialismo. Para ello había que construir el futuro y esclarecer políticamente a
las nuevas generaciones. El legado cultural idishista y el devenir socialista fueron los
ejes ideológicos para un espectacular crecimiento institucional, también posible gracias
a la bonanza económica de los textiles.
La ideología que dio nacimiento al I.L.P. fue producto de una hibridación de
experiencias europeas con la causa antifascista y la utopía soviética. Desde sus prime-
ras incursiones en el mundo obrero, los di-progressive se inspiraron en lo que Furet

los pobres y los no privilegiados es el tema que atraviesa toda su obra. En sus famosos retratos de la vida
judía en los shtétls (aldeas) europeos, las situaciones y valores que describe denotan una alta sensibilidad
por los problemas de su tiempo.
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(1995) denominó la “ilusión comunista”; ilusión que vivió mucho más y mejor fuera de
la URSS que dentro de ella. Los textiles peretzianos “tejieron” utopías mientras hilaban
en turnos ininterrumpidos, armaban los primeros telares nacionales e inauguraban
nuevos “boliches” (galpones) en el prometedor barrio industrial. Entre fábrica y fábri-
ca, los vecinos judíos juntaban fondos para seguir ampliando el edificio y las activida-
des que desde 1940 agruparon a familias idn (judías) de la zona. Un gran activismo so-
cial se concentró en la escuela y la biblioteca; se compraron libros en idish, muebles y
un equipo de música para las fiestas. Los hombres y mujeres de la “República textil de
Villa Lynch” construían su utopía colectivista en la calle Rodríguez Peña 261, alrede-
dor de una gran palmera. Trabajar para fortalecer al club era un deber ideológico, por-
que la “plusvalía peretziana”´-como escribía Meyer Kot, uno de sus grandes artífices-
habría de beneficiar a todos sus socios.
El I.L.P. funcionó entre 1940 y 1996, años en los cuales circularon aproxima-
damente 13.000 socios. En 1970 su concurrencia era de 3000 socios activos. Entre 1943
y 1977 funcionó una escuela idish que en 1955 matriculaba cerca de 400 alumnos en sus
tres niveles (jardín de infantes, primaria y secundaria). En la década de 1950 la institu-
ción mostró su esplendor con un lujoso cine-teatro de 400 butacas y en 1969 inauguró
un edificio de seis pisos con pileta olímpica que le dio dimensiones inusitadas para la
zona. Fue, además, uno de los centros más numerosos entre los adheridos a la Federa-
ción de Entidades Culturales Judías (ICUF). El ICUF se constituyó en París en 1937 y
en Buenos Aires en 1941 como parte del movimiento antifascista promovido por la iz-
quierda y proclamó la defensa de la cultura judía y la lucha contra el antisemitismo. 37
El I.L.P. tomó la línea político-ideológica de la federación y la institución le brindó al
ICUF un espacio privilegiado de concurrencia multitudinaria dentro del campo judeo-
progresista.

37 Algunas otras instituciones que adherían al ICUF entonces eran la Asociación Cultural Israelita
Zhitlovsky de Montevideo; la homónima de Córdoba; el I.L.Peretz de Santa Fe; el Zhitlovsky de Rosa-
rio; el Centro Cultural Israelita y escuela I. L. Peretz de Mendoza, la Asociación Cultural Israelita de Tu-
cumán y el Centro Cultural Israelita de Bahia Blanca. En la provincia y ciudad de Buenos Aires: la Aso-
ciación Cultural y Deportiva Scholem Aleijem de Paternal; Asociación Israelita Pro-Arte IFT; el Centro
Cultural Israelita Ramos Mejía; el Centro Cultural Israelita I.L.Peretz de Lanús; la Asociación Cultural
y Deportiva Dr. Jaim Zhitolvsky; el Centro Cultural Israelita Dr. E Ringuelblum; el Hogar Cultural
Méndele de San Martín; el Centro Cultural Berguelson; el Centro Cultural Peretz Hirschbein; el CER, es-
cuela Sarmiento; la escuela Janusz Korczak, la Asociación Cultural Israelita “Residentes deVarsovia”,
“Zumerland” de Mercedes, Río Ceballos y Mendoza y temporariamente el Centro Literario Israelita Max
Nordau de La Plata y la escuela Zalman Raizen de Avellaneda.
143

Dada la complejidad de procesos que se cruzaron en el club se hace difícil de-


terminar su tipología institucional. Se podría decir que no había allí actividades parti-
darias comunistas, pero reinaba un clima socialista; no nació siendo un espacio donde
fuera central el deporte, aunque con los años tomó las mismas características que los
clubes deportivos tradicionales; tampoco fue una escuela judía común porque escapaba
a la religión o a la ritualidad sionista en sus prácticas, pero sin embargo se enseñaba
idish con un fervor casi religioso; si bien se hacían actividades extensivas al barrio no
era una sociedad de fomento; y como centro cultural del conurbano bonaerense era atí-
pico por su impactante teatro en cuyo escenario actuaron figuras como Mercedes Sosa.
Su biblioteca poco se asemejaba a cualquier otra socialista de la época porque gran par-
te de sus libros estaban editados en idish y otro tanto provenía de la URSS; por último,
definirlo como club para los hijos de los textiles judíos reduce su impacto social, ya que
a lo largo de su historia hubo quienes no fueron judíos y tampoco textiles. Entonces
¿qué fue el I.L.P. de Villa Lynch? Una respuesta posible es considerar que fue una ins-
titución en la cual hibridaron identidades e intereses guiados por la utopía soviética ag-
giornada a las características de lo argentino, lo judío y la izquierda. Concebir la hibri-
dación38 ayuda a volver inteligible la complejidad del “sujeto peretziano”.

Los “rusos” de Villa Lynch y la “filiación étnica”

Tras la escisión entre el Partido Socialista y el Internacional Socialista en 1918


(luego Partido Comunista), espejadamente, la izquierda idishista también se fragmen-
tó. A lo largo de los años veinte y treinta esas diferencias fueron conformando tres pro-
puestas ideológico-institucionales diferenciadas. En primer lugar los bundistas del par-
tido obrero europeo Bund (Unión), que defendía el autonomismo judío, laico y evolu-
cionista, se identificaron en Argentina con los socialistas. Eran, como estos últimos, de-
fensores de la Segunda Internacional. Por otra parte, los sionistas-socialistas o comu-
nistas (según el período) estuvieron adheridos hasta mediados del treinta a la Interna-

38Tomamos las definiciones de “hibridación” de García Canclini (2002) para sus estudios culturales: con-
junto de “procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas se combinan para generar
nuevas estructuras, objetos y prácticas” El sentido de “hibridación” pone en cuestión la identidad pura o
la pureza cultural, puesto que “permite lecturas abiertas y plurales de las mezclas históricas y construir
proyectos de convivencia despojados de las tendencias de resolver conflictos a través de la purificación
étnica”.
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cional y seguían el ideario de Dov Ver Bórojov, quién fuera el gran referente del partido
Linke (Izquierda) Poalei Tzíon. Los borojovistas o poaleisionistas de izquierda eran
marxistas y sostenían que la revolución socialista sólo podía llevarse a cabo en Palesti-
na con el pueblo unificado, porque en tanto los israelitas permanecieran en la diáspora
estarían condenados a las divisiones clasistas y expuestos al antisemitismo. En tercer
lugar, los comunistas, que desde 1935 se autodenominaron di progressive, se adecuaban
a la disciplina partidaria y creían que el antisemitismo era un problema universal que
el capitalismo profundizaba, al igual que otros prejuicios raciales de la humanidad. Los
peretzianos, adheridos al icufismo, se filiaban mayormente en esta última ideología.
Empero, hasta el estallido de la Segunda Guerra, los tres grupos se manifestaban laicos
y tenían grandes enfrentamientos con el sionismo tradicional o “de derecha” y los reli-
giosos que dominaban la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) y la Delega-
ción de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA).
Mientras la convocatoria de la Internacional Comunista en 1935, a favor de crear
frentes populares y aliarse con la “burguesía progresista”, había aumentado la simpatía
de los judíos por el comunismo, en San Martín, Villa Lynch y Villa Devoto surgían los
primeros acercamientos entre idishistas. La organización estaba en manos de inmigran-
tes trabajadores, militantes y con experiencia política; empero la participación excedía
por lejos a ese grupo e incluía sectores más distantes, tanto del comunismo como del
movimiento obrero. Entre los fundadores del I.L.P. de Villa Lynch se encontraron bajo
la categoría de “judíos laicos de izquierda” empresarios como los hermanos
Muzykansky o Raizman y obreros como Meyer Linkowski o Ersz Gliksman. Ser “de iz-
quierda”, luchar contra el fascismo y admirar a la URSS era para la época un estado de
ánimo que compartían familias de varios estratos económicos y tendencias ideológicas
filiadas en la democracia liberal. Desde su inicio, di progessive (los progresistas judíos)
intentaron demostrarle al barrio que los israelitas no eran los “abominables enemigos”
que personificaba Hugo Wast en sus novelas, sino que estaban abiertos a fundir su cul-
tura con las tradiciones argentinas y consustanciarse con el crecimiento industrial de la
localidad. Entonces, la preservación de la cultura judía y la integración social fueron
los pilares de sentido cuando en 1940 se colocó la piedra fundamental del club. Sin ayu-
da económica de partidos, organizaciones filantrópicas o entidades internacionales, los
textiles invirtieron dinero y esfuerzo en crear un espacio “extra-estatal” para sí y para
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el barrio. Claro que no podía despertar interés una escuela idish a quien no fuese judío.
Por ello durante los primeros tiempos del shule (escuela) la concurrencia fue más bien
homogénea, pero ulteriormente participó un público variado. A medida que una nueva
generación fue ocupando cargos directivos, el idish fue perdiendo devotos y los perte-
zianos impulsaron el crecimiento de su masa de asociados en el barrio -en parte por di-
rectivas del partido comunista-, la actividad deportiva pasó a convertirse en un espacio
privilegiado de integración social.
En la época de la segunda posguerra arribaron algunos sobrevivientes a Villa
Lynch. Había quienes tenían familiares, pero también hubo quienes se instalaron por-
que textiles como Fishke Wolkowiski iban al puerto cada vez que llegaba un barco pa-
ra recibir y ayudar a compatriotas sin familia. De esa forma, “di grine” (los verdes) en-
traron en el círculo solidario de las cooperativas de Villa Lynch y lograron reconstruir
sus vidas entre los telares. Posteriormente, cuando en 1948 nacía el Estado de Israel, el
icufismo-peretziano trabajó activamente en campañas de colaboración financiera para
construir viviendas en Medio Oriente pero no adhirió a la gran colecta sionista del Ka-
ren Kayemet Le Israel porque, si bien apoyaba la creación del Estado, no acordaba con
el llamado sionista a “hacer aliá” (migrar a Israel). Al menos hasta 1949, y como reflejo
de la colaboración entre los Aliados, el enfrentamiento entre sionistas y progresistas se
había moderado y las escuelas icufistas Jaim Zhitlovsky de Villa del Parque e I.L.P de
Villa Lynch habían sido incorporadas en 1943 y 1945, a la comisión educativa de
AMIA (Zadoff, 1994)39. Sin embargo las discrepancias aumentaron a medida que el
mundo se iba alineando en dos bloques. Las noticias sobre las purgas estalinistas a es-
critores y artistas judíos durante los Juicios de Praga de 1952, al igual que el “complot”
de los médicos un año después, fueron noticias decisivas para el alineamiento del Esta-
do de Israel a favor de los americanos y el quiebre definitivo de la colectividad judeo-
argentina. Además, la prohibición a los judíos soviéticos de realizar aliá profundizó el
repudio internacional del sionismo a la URSS. El gobierno de Ben Gurión, de perfil so-
cialista, promovió una campaña internacional contra “el antisemitismo soviético” que
acataron la mayoría de las entidades judías occidentales. DAIA advertía a los padres
que “no enviaran a sus hijos a las escuelas de los comunistas”, mientras el ICUF, en lí-

39 Con posterioridad, y con grandes suspicacias por parte de dirigentes sionistas, tres escuelas más de la
línea progresista fueron admitidas y subsidiadas en un 40% por la AMIA.
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nea con el partido, entendía que las noticias eran acaso falsas o exageradas, en tanto
respondían a la propaganda de la CIA para desestabilizar el socialismo. Además, la di-
rigencia icufista consideraba que los sionistas tenían a nivel local el claro e “innoble”
objetivo de sacarle a las escuelas progresistas sus recursos y su público. El ICUF man-
tuvo firme su lealtad al bloque soviético y comenzó su propia campaña de denuncias
contra el “sionismo pro-yanqui” y el gobierno israelí que “contribuía a instalar una ba-
se militar imperialista en Medio Oriente” y “utilizaba al pueblo judío como carne de
cañón para oprimir a sus hermanos palestinos”. La dirigencia sionista expulsó a “los
comunistas” y sus instituciones de AMIA y DAIA. Ese proceso, que los actores deno-
minaron “jerem” o “excomunión”, no hizo más que radicalizar las posiciones teórica e
históricamente irreconciliables que identificaban a unos y otros. Si el pacto germano-
soviético había provocado un primer pequeño sismo entre di progressive en 1939, los
crímenes estalinistas confirmados entre 1952 y el XX Congreso del PCUS de 1956 mar-
caron un segundo de mayor intensidad. Aunque se perdieron activistas y los sustentos
financieros de AMIA, ese tiempo coincidió con una mayor apertura al barrio que no
afectó el caudal de público peretziano. La creación de la Cooperativa de Crédito Lynch,
nacida en 1951 en un aula de la escuela del I.L.P. pronto solventó parte de los proble-
mas financieros que generaba el crecimiento institucional.
Mientras el grueso de la comunidad judeo-argentina se volcaba al sionismo, en Vi-
lla Lynch predominaban “los progresistas”. Empero, ya en la temprana posguerra se
había desprendido un grupo de fundadores peretzianos que en 1947 crearon la Sinagoga
“Or Torá” en la calle Cuenca 179, a cuatrocientos metros del I.L.P. Si bien no eran reli-
giosos, reclamaban un espacio espiritual judío que, entre otras normas, respetara el
Shabbat (descanso sabático). Aunque desde mediados de la década de 1920 había en las
cercanías de Villa Devoto una escuela sionista y otra en el centro de San Martín, el vi-
gor del barrio les permitió a los textiles sionistas crear su propia escuela en 1952, inte-
grándose a la red de colegios judíos Tel Aviv. La comisión directiva del Tel Aviv nº5
declaraba que por fin “se había terminado el mito de una cultura judía sin el Estado de
Israel, sin hebreo, sin la Biblia” (Jinich, 2000:30) y con treinta alumnos se incorporaba
al área educativa de la AMIA. En 1962, con motivo de festejarse los diez años de su
existencia, el diario Di Presse expresaba:
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Hace diez años se fundó esta escuela en Villa Lynch. Fueron años de una
verdadera revolución ideológica [...] especialmente en el enclave habitado
por trabajadores textiles, dónde se hicieron fuertes los así llamados ‘progre-
sistas’ y los judíos cercanos al sionismo y a las tradiciones milenarias, no te-
nían cabida
Esa nota muestra como, a diferencia de lo que sucedía en la década de 1950, en Villa
Lynch el sionismo era una minoría que se manifestaba como la propuesta contra-
hegemónica en el “reducto de los comunistas” (Jinich 2000: 44). En Villa Lynch había
comunistas, bundistas, poaleisionistas, sionistas y hasta rabinos y si bien al interior de la
colectividad aquella diversidad los marcaba fuertemente, para el barrio, todos ellos
eran simplemente “los rusos”.

La trama nacional neutraliza las tensiones de clase

Durante la década de 1930, avanzadas las instalaciones de luz eléctrica y las obras
de construcción de la avenida General Paz, Villa Lynch se habilitaba por disposición
municipal como zona apta para la radicación de industrias. Entre las grandes empresas
que se afincaron entre 1940-1960 se encontraban General Motors, Fundición Domingo
Bruno, los fabricantes de muebles Riello Hermanos, Martín y Rossi, y Caruso y Strona,
entre otras. Sin embargo, fue la automotriz americana la que selló el perfil industrialis-
ta del barrio. Paralelamente varios inmigrantes judíos que llegados tras la primera gue-
rra mundial habían realizado su primera experiencia en fábricas textiles nacionales co-
mo la lanera Campomar, compraron sus primeros telares y se mudaron a Villa Lynch. 40
Muchos eran polacos de ciudades textiles como Bialystok, Lodz y Beljatov. Los bialis-
toker, que venían de Valentín Alsina y Belgrano, eran laneros y los beljatover y lodzer,
quienes se acercaban desde los barrios de Paternal y Agronomía, eran sederos. Aunque
predominaban los polacos; judíos ucranianos, lituanos o nacidos en las primeras colo-
nias agrícolas, se incorporaron a la erupción textil. Entre 1935 y 1947 los censos indus-

40El sector textil empleaba una numerosa mano de obra. Después de 1930, la influencia comunista en las
fábricas de ese rubro aumentó notablemente, especialmente en la planta de tejidos “Campomar y Sou-
las”. En Valentín Alsina se encontraba la planta más antigua de esa empresa, en la cual a mediados del
1920 trabajaban 1500 empleados y una década después 2500. El otro establecimiento se situaba en Bel-
grano y agrupaba a 2000 operarios. Las publicaciones Nuestra Palabra y La Lanzadera, eran editadas
desde una y otra planta de Campomar por las células obreras del PC (Camarero, 2007:30-31).
148

triales indicaban que el rubro alimentación decrecía mientras el textil aumentaba no-
tablemente en personal, establecimientos y producción. Impulsado por la expansión del
cultivo local del algodón y las políticas que restringieron la importación, en menos de
dos décadas Villa Lynch se convirtió en una “orquesta de telares”. El aumento salarial,
los créditos bancarios y la circulación de la moneda durante el primer peronismo au-
mentaron los niveles de consumo aceleradamente y varios pasaron de ser obreros a
prósperos dueños de fábrica.41 Ese pasaje constituía un punto de conflicto con sus pares
judíos que permanecían obreros; a menudo, algunos de los “millonarios rojos” eran
acusados de profesar la lucha de clases mientras en la práctica se mostraban como pa-
trones capitalistas.42 Otros, en cambio, eran fieles marxistas que brindaban importan-
tes beneficios a sus obreros. Más allá de sus diferencias, dentro del I.L.P. procuraban
mantener un clima de igualdad y dejar en la fábrica los problemas de la fábrica. En el
club, la mayoría se sentía filiada a una ideología judeo-progresista y manifestaba un
discurso medianamente homogéneo. Es preciso aclarar que no siempre la afinidad ideo-
lógica reparaba los conflictos laborales aunque era innegable que las cooperativas de
crédito y el espíritu solidario alcanzaban a todos los textiles, desde el obrero más hu-
milde hasta el fabricante más adinerado. Tal vez como consecuencia de una cultura
común y el temor al antisemitismo, los judíos progresistas experimentaron la necesidad
de ayudarse y protegerse “entre paisanos”.
Todos coincidían en que la causa anti-fascista abrazada por la URSS era un
ejemplo para la humanidad y que construir -o al menos “proclamar” construir- una so-
ciedad socialista era el camino para erradicar “la reacción fascista”. Los di progressive
lograron ante cada crisis encontrar nuevas fuentes de fortaleza para su utopía. El rol
heroico del Ejército Rojo desde 1941 alimentó en el imaginario de los peretzianos una
correlación necesaria entre su condición judía y su modelo soviético. Mientras Stalin,

41 En la década de 1960, la cooperativa “Superación” de los beljatover registraba que Villa Lynch, la
“Manchester argentina” tenía 367 fábricas (193 del sector lanero y 174 de seda, rayón, algodón y sintéti-
cos), 1100 telares de lana y 1200 de seda y algodón (productores de 2.000.000 de metros de tela mensua-
les), 62 hilanderías, 300 urdidores de lana y algodón, 4 grandes tintorerías industriales y varias metalur-
gias destinadas a la maquinaria textil (Trybiarz, 2006: 9).
42 En una oportunidad, había un judío llamado Rozemberg que tenía una fábrica en Villa Lynch y era

muy estricto con sus obreros…hasta que un día uno fue y le dijo: “Escúcheme, ¿por que usted nos trata
así, si dice que es comunista?” Y Rozemberg le contestó: “Bueno, para que vean que mal se vive en el
capitalismo” (Entrevista de la autora a Roberto Pinkus, enero de 2006) Esa anécdota no pretende ser re-
presentativa de la comunidad peretziana, aunque ilustra, tal vez satíricamente, la contradicción que mu-
chos empezaban a experimentar debido a su crecimiento económico.
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“salvador de la humanidad” y “enemigo del nazi-fascismo”, ganaba las simpatías de


gran parte de la colectividad judía internacional, en Villa Lynch se mezclaba el opti-
mismo de una nueva era con el deber moral de rescatar la herencia devastada en Euro-
pa. Mientras en 1943 comenzaba el primer año de clases en las aulas de la vieja casona
de Villa Lynch, la brújula marcaba que “el hombre nuevo” vivía en Moscú y hacia allí
había que mirar. La lucha antifascista se volvió el leit motiv de los peretzianos y al ter-
minar la guerra se trasladó a la lucha por la democracia argentina cuyo “enemigo” co-
menzó a ser el peronismo, y en ello, obreros y patrones estuvieron de acuerdo. La se-
gunda crisis sobrevino con el famoso discurso de Jrushev en el XX Congreso del PCUS,
pero tres años después, la revolución cubana le imprimió a la ideología icufista nuevos
aires de latinoamericanismo que impactaron en la segunda generación; nativa, univer-
sitaria y educada entre la escuela pública justicialista y el shule.
El primer peronismo fue observado por los peretzianos como la continuación del ré-
gimen de facto de 1943. El gobierno, además de facilitar la entrada al país de jerarcas
nazis, mantuvo la restricción en el ingreso de población judía y a funcionarios declara-
damente antisemitas, como Santiago Peralta, en la Secretaría de Migraciones. Más allá
de cuánto había de mito o realidad en el supuesto “nazi-fascismo” de Perón, lo cierto es
que producía descontento e incertidumbre entre la colectividad israelita. Los di progres-
sive coincidieron en la apreciación general que los sectores liberales y democráticos hi-
cieron del líder justicialista. Perón, además de haber mostrado sus simpatías por el Eje,
había intervenido las universidades, restringido la libertad de prensa y transformado en
ley el decreto de 1943 de enseñanza católica en las escuelas públicas. En Villa Lynch, el
17 de octubre de 1945, un grupo civil armado se había dirigido al club a atacar a los pe-
retzianos. Esa experiencia inaugural con el régimen los volvió enfáticamente anti-
peronistas y todo lo que el gobierno pudiera hacer en beneficio de ellos o de los sectores
populares fue considerado “pura demagogia” al estilo nazi-fascista.
Un sector de empresarios y funcionarios judíos pro-peronistas habían constituido
en 1947 la Organización Israelita Argentina (OIA), cuya misión principal fue la de
reivindicar la imagen de Perón ante la mirada estadounidense, pero también del resto
de la colectividad (Rein, 2001). En ese sentido y con el acompañamiento de la OIA en
1948 Perón hizo esfuerzos para congraciarse con la colectividad judía, apoyó los feste-
jos de la creación del Estado de Israel y recibió personalmente al primer embajador en
150

Argentina, Jacob Tsur. A lo largo de su segunda presidencia mantuvo buenas relacio-


nes con el gobierno de Ben Gurión y se manifestó reiteradamente en contra del antise-
mitismo. Sin embargo, la mayoría de los judíos, como parte de las clases medias y altas,
no fueron peronistas. Los peretzianos-icufistas atendieron la postura del progresismo li-
beral, defendieron la escuela laica, la Reforma universitaria y la democracia constitu-
cional afectada por un régimen que, además, perseguía comunistas y había sido uno de
los primeros en adherir a la campaña contra el “antisemitismo soviético” en 1952. Si
para los sionistas el gesto de Perón durante su segundo gobierno podía mitigar la anti-
gua imagen que tenían sobre él, a los ojos del progresismo judío esa imagen se magnifi-
caba. Los icufistas observaban que, mientras Israel se “derechizaba” y el sionismo es-
taba siendo una vez más “cooptado por el imperialismo”, el “líder nazi-fascista” no se
contentaba con perseguir comunistas, sino que ahora utilizaba a los “reaccionarios ju-
díos para hacerlo”. Los textiles del I.L.P. se acomodaron en esa visión y alimentaron
las tensiones entre el discurso anti-peronista que propagaban y el progreso económico
que experimentaban. Empero, además de una política económica favorable, las accio-
nes cooperativas que practicaban fortalecían el desarrollo. Ya se tratase de dueños de
fábricas, asalariados o fasoniers (dueños de máquinas, que trabajaban por cuenta de
terceros) era común en todos asociarse, cooperar para conseguir materia prima y traba-
jar a crédito.

Una institución de “puertas abiertas”

Durante su primera década de vida, el club organizaba bailes con orquestas, fun-
ciones teatrales y asados “esperando que toda la colectividad israelita concurra”
(Anuario I.L.P. 1945). En aquel período, la comisión directiva invitaba con especial én-
fasis a las familias judías; los tiempos de la inmigración no eran tan lejanos, muchos no
dominaban el castellano y el fantasma antisemita los asolaba. Sin embargo, desde me-
diados del cincuenta, la convocatoria dejaría de dirigirse exclusivamente al entorno ju-
dío. Ejemplo de ello es la editorial del Anuario de 1957, en dónde el presidente
Abraham Epstein dirigía una carta a “los representantes de las entidades amigas de la
zona”. Su contenido desplegaba la historia del club en la “villa”, la lucha por la educa-
ción, por la cultura y enfatizaba la postura de “puertas abiertas” a pesar de haber sido
151

agredidos con un acto “de vandalismo”. La mancha de alquitrán en el frente de la insti-


tución se exponía como un atentado al espíritu “pluralista de la nación argentina” y la
respuesta que los peretzianos tenían era seguir apostando a la integración y demostrarle
al barrio que la institución era también para ellos. El tiempo fue testigo de que lo lo-
graron porque en el historial del club se registra un importante porcentaje de asociados
no judíos concentrados en los espacios deportivos, se llevaron a cabo múltiples acciones
solidarias con hospitales y escuelas de la zona y en la actualidad vecinos no judíos tam-
bién recuerdan con nostalgia el club I.L.Peretz.
Entre los hilados y las hilachas, las mujeres, cuya presencia era notoria tanto en el
rubro textil como en el entorno comunista (Horowitz, 2001: 269), trabajaban tanto o
más duramente que los hombres. Además de operar en las fábricas, las mujeres soste-
nían la carga doméstica de sus hogares, organizaban las colectas para el shule, el parti-
do o alguna causa específica y se encargaban de la escolaridad de los niños. Sus hijos
iban a las escuelas públicas y a contra-turno concurrían a la escuela idish. La defensa
de la ley 1420 y el derecho a la educación pública fueron tópicos centrales en el discurso
de los peretzianos. No obstante, el I.L.P. cubría pedagógicamente las falencias “ideoló-
gicas” de la escuela estatal. Si la utopía era el futuro socialista, la educación de los jó-
venes y los niños era el objetivo principal de la institución. Colonias vacacionales, kin-
der-club, deportes, biblioteca, teatro y otros talleres artísticos acompañaron la escola-
ridad complementaria que ofrecía el shule.
La primera generación de peretzianos eran hombres y mujeres provenientes de Euro-
pa Central y del Este, herederos del iluminismo europeo, que habían concurrido a la es-
cuela religiosa judía (jeder) y se habían rebelado ante el mandato familiar religioso. Va-
rios habían militado en organizaciones obreras como el Bund y portaban concepciones
seculares de su judaísmo. Salvo por casos excepcionales, la mayoría del público pere-
tziano era de origen obrero con importantes niveles culturales. Si bien el trabajo textil
no dejaba demasiado margen para el estudio, eran autodidactas que siempre encontra-
ban tiempo para cultivar la apasionada lectura de diarios y literatura idish. Mientras
los varones se dedicaban más a las cuestiones políticas y edilicias del club, las mujeres
promovían las comisiones educativas y culturales. Desde mediados del cuarenta fun-
cionaban círculos de lectura (leiern kraitz) en los que las mujeres debatían y analizaban
periódicos, novedades literarias y artículos de Di idische Froi (La mujer judía, la revista
152

de la Organización Femenina del ICUF). En esas veladas participaban maestras de la


escuela I.L.P. como Leike Kogan, Mimí Pinzon o la bibliotecaria Sara Glube. Junto a
la otra institución icufista de San Martín, el “Hogar Cultural Méndele”, llegaron a te-
ner cuatro círculos literarios en la zona cuya finalidad era “elevar culturalmente” a las
mujeres del barrio, por eso, casi desde un comienzo, los leiern kraitz femeninos fueron
bilingües. El teatro idish, consagrado por el grupo de arte dramático judío “Idramst”
en el IFT, seguía el modelo del Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta y en las confe-
rencias culturales se invitaba a disertar a intelectuales del campo antifascista como Ál-
varo Yunque o Gregorio Bermman.
El discurso de la izquierda judía circulaba en Villa Lynch y en la escuela I.L.P. Una
combinación de elementos provenientes de la herencia idishista ruso-polaca, las corrien-
tes de la escuela activa, el colectivismo ruso y el normalismo sarmientino convertían a
la experiencia pedagógica peretziana en una propuesta única. A pesar de que con el paso
del tiempo se radicalizaron algunos posicionamientos políticos de acuerdo al partido43,
en el ámbito educativo, por el contrario, se fortalecieron las prácticas democráticas y
solidarias, produciendo una sensación de “segundo hogar” en sus socios de todas las
edades.
El I.L.P., junto con el ICUF, era parte de un movimiento ideológico que hibridaba
elementos del liberalismo argentino con la utopía socialista. La línea intelectual estaba
dada por José Ingenieros, Aníbal Ponce y Héctor Agosti. Empero, el icufismo-
peretziano tenía su propia intelligentzia. En las primeras décadas, el presidente del
ICUF Pinie Katz era el principal referente intelectual, posteriormente lo fueron Sansón
Drucaroff, Ioel Linkovsky y Ruben Sinay entre otros (Katz 1980; Sinay 1963). Ellos
influían en el pensamiento peterziano; pero había otro nivel más específico aún, prove-

43 De acuerdo a diversas fuentes primarias y entrevistas a informantes clave, podemos afirmar que la ac-
tividad partidaria comunista siempre transcurrió por un canal separado de la institución. Las reuniones
del Partido no se hacían dentro del club, ni tampoco había dogmatismo alguno en los contenidos peda-
gógicos que se brindaba a los niños en el shule ni en el kinder club; como tampoco aparecen en los anua-
rios institucionales declaraciones explícitas a favor del PC. Lo que sucedía era que a veces se trataba de
las mismas personas, dirigentes del club y afiliados al partido eran las mismas personas. Entonces, era
frecuente que un viejo activista y militante hiciera visitas domiciliarias por fuera del Peretz “a gente del
Peretz” para intentar afiliarla al PC o que militantes judíos del PC se acercaran a realizar actividades en
el club. Las colectas de fondos se hacían por vías distintas y a menudo se organizaban eventos culturales
a los que se invitaba a artistas de filiación comunista, pero nunca se utilizó el gran teatro para convocar
a un encuentro partidario. Recordemos que por sus propios estatutos, el club era abierto al barrio y con-
taba con un público heterogéneo por lo cual debía cuidar su imagen para protegerse también de otras
fuerzas políticas presentes en la zona.
153

niente de las personalidades ligadas a la educación. En los primeros años Miguel (Mijl)
Raizman y Abraham Kot fueron grandes promotores del shule, al segundo lo apodaban
“Makarenko”. A inicios de los años cincuenta Tzalel Blitz y Leike Kogan, universita-
rios franceses y fervorosos idishistas, impulsaron el mitl-shul (secundario idish). Tiempo
después, en los sesenta, Dora Korman, Abraham (Pepe) Paín, Dina Minster, Elsa Ra-
binovich o Martha Kogan entre otros, introdujeron nuevas teorías educativas que hi-
cieron del jardín de infantes y las colonias de vacaciones un espacio vanguardista en el
campo pedagógico. Numerosos personajes poblaron las comisiones de cultura, entre los
que se destacaban Benito Sak, Guedale Tenembaum o Inde Blutraich de Spieguelman.
Todos tenían algo en común, eran apasionados admiradores de la experiencia soviética;
entre otros motivos porque la educación masiva y universitaria era un fenómeno fuera
de lo común, los avances científicos y la carrera espacial se destacaban y contrariamen-
te al capitalismo salvaje, en el paraíso socialista a ningún hombre le faltaba trabajo y a
ningún niño le faltaba salud y comida.

Una síntesis del I.L.P. de Villa Lynch

Para observar el proceso completo de fundación, crecimiento y decaimiento de


la institución se ha dejado para el final una breve reseña de las etapas. Como se vio, la
ruptura con el sionismo en 1953, si bien ocasionó dificultades económicas y les restó
público judío, ubicó a las instituciones icufistas como alternativa al sionismo. De he-
cho, durante las décadas de 1950 y 1960 la institución se fortaleció en estructura, can-
tidad de socios y calidad de las actividades. La postura de “puertas abiertas” le generó
un importante caudal de público barrial. La creación de la colonia recreativa Zumer-
land y los kinder-clubs constituyeron experiencias de vanguardia en el campo educati-
vo. Durante los años sesenta los hijos de los primeros fundadores asumieron los cargos
directivos para perpetuar el legado de sus padres y la oferta de actividades siguió cre-
ciendo tanto como la cantidad de socios. A pesar de las crisis financieras, la apertura al
mercado exterior y las nuevas tecnologías que trajo el desarrollismo, la inercia del pe-
ríodo anterior posibilitó a los textiles peretzianos seguir creciendo y ello se expresó en la
construcción del “Palacio Deportivo” de seis pisos con pileta olímpica que inauguró en
1969.
154

Empero, los altos costos de mantenimiento de la estructura, las crisis de los tex-
tiles, el ascenso económico de varias familias que se mudaron a la Capital Federal y los
cambios generalizados de la sociedad de los años sesenta, hicieron que aquel crecimien-
to que parecía “interminable” comenzara a declinar. A mediados de la década de 1970,
con el cierre de la escuela idish, el I.L.P. llegó a su punto máximo de expansión. A par-
tir de allí y durante los siguientes veinte años se fueron reduciendo actividades hasta la
debacle definitiva en los noventa; en 1996 se decidió cerrar el edificio y fusionar a las ya
integradas I.L.P- Hogar Cultural Méndele de San Martín con otra institución icufista
del barrio de Paternal. El club corrió la misma suerte que tantos otros tradicionales
clubes sociales y deportivos barriales, pereció con la desaparición del activismo y las
transformaciones neoliberales. El I.L.P. de Villa Lynch fue producto y proceso de esa
historia, que es también una metáfora de la historia de los judíos progresistas y la ma-
nufactura nacional. En un plano más amplio, puede decirse que toda la sociedad argen-
tina sufrió la des-industrialización y la desmovilización que profundizó la dictadura de
1976 y terminó de hundir el neoliberalismo de la década de 1990. En cuanto al contexto
internacional, la caída del muro de Berlín y el desplome de la URSS instalaron nuevos
debates de sentido y de identidad que aún hoy siguen irresueltos para varios icufistas.
Como han interpretado algunos antiguos socios, “con el muro se cayó la utopía”, y la
utopía habitaba también, en cada salón del I.L.P de Villa Lynch.
La distancia que nos separa de 1940 permite argumentar que se cumplió el obje-
tivo fundacional de que la primera generación nacida en el país se sintiera parte de la
sociedad argentina y dirigiera el aporte judío al desarrollo nacional. Los torneos de na-
tación fueron la expresión auténtica del barrio dentro del club y del club dentro del ba-
rrio. El I.L.P. despertó el mismo fanatismo y amor por la camiseta que otros clubes. Su
final fue tan complejo como su trama. Como se ha manifestado a lo largo de este artícu-
lo, es difícil ubicar la experiencia en una tipología institucional. Fue el “Peretz de Villa
Lynch” único en su tipo, y tal vez ahí anida lo utópico de sus 56 años de existencia; en
esa indefinición que resistió las tensiones de clase social y de filiación étnica, en ese de-
seo ilimitado de universalidad que los impulsó a expandirse e intentar alcanzarlo todo y
a todos. Los informantes que lo conocieron en su momento de esplendor lo describen
con la misma idea: “era imponente”. El Centro Cultural y Deportivo Isaac León Peretz
compartió su identidad con el ICUF, pero también le perteneció a los inmigrantes texti-
155

les, al barrio, a los que se quedaron hasta el final de su historia y a los que se fueron a
mitad de camino, a los militantes y a los disidentes, a los que se hicieron más o menos
burgueses y a todos los socios y vecinos que lo recuerdan con emoción. Situado en un
barrio de especial trascendencia en la historia industrial argentina, el I.L.P. fue la uto-
pía de un país mejor.

Anuarios del Centro Cultural y Deportivo I.L.Peretz de Villa Lynch, 1943-1980.


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156
157

Una isla rodeada de tierra. Ese “otro lugar” de los mennonitas en Paraguay

Marisa González De Oleaga

Yo nací acá en Filadelfia, pasé ocho años de mi vida


en Norteamérica, pero volví. Crecer aquí en los años
’60 realmente era otro mundo. En toda Filadelfia
vivía sólo una familia paraguaya, así que se puede
hablar de un microcosmos menonita. Pero la llega-
da del asfalto sobre la ruta Trans-Chaco coincidió
con la caída del régimen de Stroessner y también
con la llegada de medios modernos de comunica-
ción. Aunque no parezca, estamos en otro momen-
to, en otra parte.
Gundolf Niebuhr44

Ring the bells that still can ring…forget your per-


fect offerings…there is a crack, a crack in every-
thing…that’s how the light gets in…you can add
up the parts and you won’t have the sum
Leonard Cohen, Anthem

La isla

Una isla rodeada de tierra es la imagen, paradójica y poética, con la que el escri-
tor Augusto Roa Bastos (1977) describía al Paraguay y es también una metáfora muy
apropiada para definir a las colonias mennonitas de aquel país.* Con un producto inte-
rior bruto doce veces superior a la media nacional45, estas colonias son una isla rodeada
de tierra en más de un sentido. Dedicados a la agricultura y a la ganadería, poseen la

44 La cita de Gundolf Niebuhr y la referencia a la película de Peter Weir en Kupchik (2005).


* Este artículo forma parte del proyecto de I+D HUM2005-03777 financiado por el Ministerio español de
Educación. Agradezco los comentarios de Enrique Ibáñez Rojo y la información y sugerencias de Hans
Theo Regier al texto original.
45 Según datos del Ministerio de Relaciones Exteriores del Gobierno de Paraguay, en www.mre.gov.py
158

empresa lechera más importante del país, Co-Op, que exporta gran variedad de produc-
tos lácteos a los países del MERCOSUR, Europa y EEUU. Con una población de
27.000 personas, asentadas en 19 colonias, subdivididas en centenares de aldeas, los
mennonitas han conseguido construir, no sin dificultades, un Estado benefactor dentro
del débil y autoritario Estado paraguayo. Cinco de esas colonias, -Menno, Fernheim,
Neuland, Friesland y Volendam- conforman el grupo de mennonitas reformados, bas-
tante alejados de la imagen tradicionalista de sus parientes cercanos, los amish, que po-
pularizó Harrison Ford en la película Testigo en peligro. Con hospitales modernos, un
sanatorio neuropsiquiátrico que recibe pacientes de países vecinos, colegios primarios y
secundarios, escuela de enfermería y un amplio uso de las nuevas tecnologías, los men-
nonitas del Paraguay han suscitado un enorme interés por su capacidad para conservar
sus tradiciones sin por ello, renunciar a los beneficios de la modernidad46.
Los mennonitas pertenecen al movimiento cristiano anabaptista surgido en Eu-
ropa central en el siglo XVI, contemporáneamente a la Reforma Protestante. Seguido-
res en su momento del holandés Menno Simons, de quien toman su nombre, acabarán
siendo perseguidos por los luteranos quienes, junto a los católicos, iniciaron una cruen-
ta represión contra los rebautizadores o rebautizados. En su ideario se condena el bau-
tismo de los infantes y se exige plena conciencia para abrazar y comprometerse con la
fe, extremo que los aleja de los protestantes tradicionales. Exigen, además, una com-
pleta separación entre la Iglesia y el Estado. Consideran a la Biblia como única regla de
Fe y a Jesucristo como el único mediador entre los creyentes y Dios, afirmando el sa-
cerdocio de todos los fieles y la presencia de elementos divinos en cada ser humano. Pa-
cifistas -como reacción a los mennonitas revolucionarios liderados por Thomas
Müntzer-, exigen amar a los enemigos y abstenerse del ejercicio de cualquier tipo de
violencia; solidarios con los pobres, deben velar por su bienestar sin apelar al Estado
para conseguir favores o prebendas. Afirman la importancia de la comunidad y la ayu-
da mutua y rechazan los enfrentamientos religiosos por considerar que todos los seres
humanos deben tener libertad para vivir su fe o para vivir sin ella. Propuestas teológi-
cas y doctrinales y, sobre todo, una apuesta por la vida comunitaria, por la ayuda co-
mún y por experimentar el evangelio en la cotidianeidad han sido características de los
mennonitas que los han alejado de otras confesiones protestantes.

46Instituciones internacionales como FAO incorpora a las “cooperativas mennonitas” como caso exitoso
de economía sustentable en América Latina (FAO 2008).
159

Todos ellos provienen originalmente de Rusia -previa expulsión de Suiza, Prusia


y el valle del Vístula, en Polonia- pero con periplos muy diferentes en cada caso. Así,
los habitantes de la colonia Menno (con centro en Loma Plata) emigraron de Rusia a
Canadá en la década de 1870, cuando la superpoblación de las colonias mennonitas de
Ucrania –asentadas allí gracias a la política colonizadora de Catalina la Grande en
1789- aconsejó la búsqueda de nuevos horizontes. Canadá fue el país elegido gracias a
los acuerdos firmados con el gobierno, que les permitían mantener escuelas propias, su
lengua madre, el plattdeutsch, y la exención del ejército. Cuando estas concesiones em-
pezaron a ser cuestionadas y a ser revisados los acuerdos suscritos, los mennonitas de
Canadá decidieron trasladarse a Paraguay en 1927 y fundar la primera colonia en el
Chaco Paraguayo. No obstante, dentro de esta comunidad se gestaron tres subgrupos o
congregaciones conservadores pero con idearios diversos: los “Chortitzers” provenientes
de Manitoba, los “Bergthalers” que venían de Saskatchewan y los “Sommerfelders”
con individuos de ambas provincias.47
Por su parte, la colonia Fernheim (centro Filadelfia), que se instala en el Chaco
paraguayo en 1930, está formada por prósperos mennonitas originarios de Rusia que
decidieron emigrar cuando su situación se hizo insostenible después de la revolución so-
viética. Su prédica pacifista y su ambición empresarial –que los había convertido en
campesinos muy prósperos- los transformó en blanco fácil para las autoridades. Muchos
mennonitas fueron enviados a Siberia, mientras otros eran condenados y ejecutados.
Así, los mennonitas norteamericanos formaron el Comité Central Mennonita (Mennoni-
te Central Committee) y en 1923 comenzó la emigración de Rusia a Canadá. Otros, en
cambio, se quedaron con la secreta esperanza de que las cosas mejoraran pero, tras el
triunfo de Stalin, incluso los más renuentes a abandonar el país decidieron emigrar. De
Ucrania a Moscú y de allí a Leningrado, en donde se embarcaron con destino a Kiel, un
puerto del noroeste de Alemania. Pronto se dieron cuenta de que la estancia en Alema-
nia sólo podía ser provisional, pero Canadá, el destino natural de los refugiados, cerró
sus puertas a la inmigración en 1929. En diciembre de 1930 el Comité Central Mennoni-
ta decidió que Paraguay sería el lugar de destino. En el plazo de seis meses y en siete
contingentes los refugiados en Alemania llegaron al Chaco. Dos años más tarde lo hizo
otro grupo de mennonitas rusos que habían salido del país vía China y que fueron desde

47Por ejemplo hay variaciones importantes en las formas de bautismo o en la prohibición de ciertas cos-
tumbres “mundanas” (Stoesz y Stackley 1999).
160

entonces conocidos como los Harbiners, en alusión a la ciudad fronteriza por la que es-
caparon de la Unión Soviética. También los ferheimers llegaron con tres divisiones: los
que pertenecían a la Iglesia de la Conferencia General Mennonita (General Conference
Mennonite Church, llamada Kirchliche), los que formaban parte de los Hermanos
Mennonitas (Mennonite Brethren) y los miembros de los Hermanos Evangélicos Men-
nonitas (Evangelical Mennonite Brethren). En 1937, 135 familias, 750 miembros de la
colonia Fernheim, deciden abandonarla –por la penuria económica y las disensiones in-
ternas- y se establecen en la zona oriental, al este del río Paraguay, formando la colonia
Friesland.
En el caso de Neuland (centro en Neu Halbstadt), la colonia fue fundada en
1947 por colonos rusos internados en campos durante la Segunda Guerra Mundial.
Eran los menos homogéneos de todos, dado que la mayoría se encontró por primera vez
en el barco que les llevaría a Paraguay. Tenían muy poca experiencia en la organiza-
ción de la iglesia y en la vida comunitaria. Los soviéticos primero y los alemanes des-
pués les habían obligado a preocuparse más por su supervivencia que por organizar
formalmente su iglesia. Muchos de los neulanders escucharon por vez primera un ser-
món público a bordo del vapor que les condujo a tierras americanas (Stoesz 1999).
Cuando se piensa en colonias religiosas se tiende a pensar en sistemas cerrados,
jerarquizados y muy centralizados donde la libertad individual está totalmente supedi-
tada a las reglas colectivas. Pero las colonias mennonitas muestran, con la diversidad
de prácticas religiosas, un paisaje muy diferente Allí la diversidad de prácticas y de
formas de vivir la fe sin ninguna institución centralizadora que confirme o legitime su
pertinencia es sin duda uno de sus rasgos más llamativos.
Una de las instituciones clave, de las dos que los mennonitas crean en las colo-
nias es la cooperativa, que vela por el desarrollo económico de sus asociados. Cada co-
lonia dispone de la suya que posee la propiedad de la mayor parte de la tierra y la dis-
tribuye entre sus socios en régimen de comodato, esto es, cede gratuitamente el uso de
un bien no fungible a una persona que asume la obligación de restituirlo al cabo de cier-
to tiempo. Es, en realidad, una cesión de uso del bien. Se diferencia del contrato de usu-
fructo porque el que recibe la propiedad no puede disponer libremente de los frutos de
ese bien. Cada cooperativa se financia gracias al cobro de cuotas que oscilan entre el
12% y el 20% del valor de la producción. Su administración está a cargo de un Consejo,
161

electo por los socios cada tres años, controlado por una Junta de Vigilancia y compues-
to por gerentes y directores de área. La autoridad máxima es ostentada por la Asam-
blea, de la que forman parte todos los socios, hombres y mujeres con 18 años cumpli-
dos. Por lo general el director de la Asociación Civil –la otra institución clave de las co-
lonias- es el presidente de la Cooperativa.
Las cooperativas proveen a sus socios de asesoramiento productivo, se ocupan
del mantenimiento y apertura de nuevos caminos, del establecimiento y desarrollo de
plantas industriales, ofrecen servicios bancarios y se encargan de la comercialización de
los productos. De las cooperativas dependen los supermercados de cada colonia, a los
que tienen acceso socios y no socios de la institución y en los que se puede encontrar ca-
si cualquier producto de uso cotidiano. Es importante señalar que históricamente los
mennonitas no han tenido una tradición cooperativista. Fueron en realidad las condi-
ciones de vida en el Chaco paraguayo las que los impulsaron a desarrollar este sistema
de ayuda mutua. De hecho, la creación en 1937 de la colonia Friesland se debió a que
los colonos de Fernheim no veían con buenos ojos las iniciativas cooperativistas que se
estaban llevando a cabo y que les recordaban el colectivismo padecido en la URSS.
Además de la cooperativa, las colonias se organizan en torno a otra figura o ins-
titución, la Asociación Civil, que provee de servicios comunitarios a sus miembros y se
dedica a la organización comunal. Es la figura jurídica que representa a la colonia. En-
tre los servicios que presta a los colonos se encuentra la educación con formación bilin-
güe en colegios primarios y secundarios, centro de formación docente, escuela de educa-
ción especial, programa para niños sordos, escuela de música, colegio teológico, escuela
de enfermería, formación profesional, becas para estudiantes universitarios e internado
en Asunción. También los servicios sanitarios son competencia de esta institución, con
hospitales en cada una de las colonias, además de centros de salud en la periferia, un
sanatorio neuropsiquiátrico y el Hospital km. 81, dedicado a combatir la lepra. La
creación y organización del catastro y de la seguridad interna de las colonias forman
parte de los servicios prestados por la Asociación Civil, llevando el registro de todas las
propiedades y fincas, la expedición de registros de conducción y patentes, la señaliza-
ción y el mantenimiento de caminos, la regulación del tránsito y la vigilancia de la co-
munidad; así como todo lo relacionado con el medio ambiente, con seminarios para fo-
mentar el buen uso de los recursos, asesoramiento sobre procesamiento y reciclado de
162

basuras, mediciones de impacto ambiental, reforestación de espacios comunales y desa-


linización de aguas y la creación de reservas y parques naturales destinados a la con-
servación de la biodiversidad. Por último, los servicios sociales también pertenecen a su
jurisdicción, con un hogar de ancianos en cada colonia, asesoramiento, ayuda económi-
ca y asistencia a las etnias del Chaco y a los grupos más desfavorecidos y un sistema de
voluntariado; así como otros servicios: los museos históricos, las librerías, bibliotecas y
videotecas, el correo y el archivo histórico (Stoesz 1999).
A pesar de la notable diversificación institucional –o tal vez como consecuencia
de ella- y de acuerdo con el principio de ayuda mutua, los colonos han creado institu-
ciones supracoloniales como la Asociación de Colonias Menonitas del Paraguay (ACO-
MEPA, de 1971) y la Asociación de Servicios de Cooperación Indígena-Mennonita
(ASCIM, de 1978). La primera y de la que forman parte las Asociaciones Civiles de las
cinco colonias de mennonitas reformados, tiene por objeto realizar actividades encami-
nadas al bien común de las colonias en el orden social, cultural o de otra índole, repre-
sentándolas ante el gobierno -se encargan de los trámites migratorios de las familias
mennonitas- y ante otros gobiernos y agencias nacionales e internacionales. Por su par-
te la ASCIM tiene un doble cometido: por un lado, cooperar con las iniciativas indíge-
nas para su crecimiento económico y cultural y por otro, propiciar la convivencia inter-
étnica de comunidades autónomas, económicamente consolidadas, con servicios de sa-
lud, educación, capacitación y asistencia agropecuaria asegurada48.
Cuando se les pregunta a los colonos por las razones de su éxito económico, sin
dudarlo, apuntan a tres factores clave: fe, trabajo duro y ayuda mutua. Como si temie-
ran olvidar el camino que les condujo a su situación actual inscribieron estas tres pala-
bras en el monumento conmemorativo de los 75 años de la fundación de Fernheim cele-
brado en 2005, justo a la entrada de la colonia. Fe, trabajo y unidad son los “raros” in-
gredientes de su receta “secreta”, esa que les ha permitido alcanzar y desarrollar una
vida digna. Una fe variada, una organización eficaz y principios cooperativistas funda-
dos en el comunitarismo y el bien común. Rasgos demasiado genéricos como para ser
considerados patrimonio de los mennonitas o de cualquier otro grupo humano específi-

48Toda la información en www.acomepa.org y en www.ascim.org


163

co. Después de todo, ¿no pertenecen esos tres ingredientes a la historia de la experiencia
humana?

Postales móviles
“Son gente de palabra”
Esta fue la definición rotunda que un nativo lengua nos dio cuando le pregun-
tamos su opinión, ante los rumores sobre abusos de los patrones mennonitas contra sus
peones en las aldeas del Chaco. Eran las tres de la tarde de un día de verano. El sol caía
a plomo sobre las polvorientas calles de la colonia de Fernheim. Ni los árboles eran ca-
paces de dar sombra ante la obstinación de esa luz cegadora que borraba los contornos
de todo lo que tocaba. Jadeantes y sudorosos buscábamos algún alma que nos llevase
de Filadelfia a Loma Plata, otra colonia distante unos 30 kilómetros. Cuando estába-
mos a punto de desistir y de volver a la hostería en la que habíamos pasado la noche,
una estanciera paró junto a nosotros y después de que el conductor nos preguntara por
nuestro destino subimos a la camioneta con el alivio de quien se siente salvado en el úl-
timo minuto. Con las ventanillas abiertas y el polvo rojo entrando a ráfagas circulamos
por las calles tapadas de tierra hasta llegar a la ruta, una larga y gris costura que atra-
viesa ese desierto espinoso, el infierno verde del Chaco Paraguayo. Justo en ese mo-
mento nuestro chofer añadió, como quien habla consigo mismo: -“prefiero mil veces
trabajar para un mennonita antes que para un latino paraguayo”.

“Nosotros que una vez fuimos hombres”


“Yo soy el hombre que disparó sus flechas a los blancos cuando se internaron en
la selva. Soy un hombre muerto, que una vez odió a los blancos. Soy un hombre
blanco” (Münzel 1973: 36).

“Nosotros, que una vez fuimos hombres,


Nunca, nunca más deambularemos libres entre los árboles del bosque (…)
Nuestras hijas, jóvenes hermosas
Están ahora en la casa del patrón
Totalmente sometidas
De tanto grito.
164

Nuestras niñas que eran hermosas flores


Fueron pisoteadas por los blancos
Fueron arrastradas violentamente y llevadas lejos
A las casas grandes de paredes blancas…
Esta canción es para aquellos que nunca más volverán a ser humanos
(Lamento aché, grabado, traducido y reproducido por Münzel 1973: 27-28)

Los Aché de las regiones boscosas y montañosas de la zona oriental del Para-
guay pertenecen a la familia lingüística de los Tupí. Tradicionalmente nómadas, caza-
dores- recolectores, no desarrollaron la agricultura. El centro de su vida social e indivi-
dual lo constituye la caza y los límites de los cazaderos de cada grupo están bien delimi-
tados por la tradición. Consideran que los animales y los árboles son una suerte de an-
tepasados de los hombres y cuando los humanos mueren se reintegran en ese mundo
animal y vegetal a condición de que sus parientes sigan manteniendo sus prácticas ci-
negéticas. La relación con la caza y los animales es tan poderosa y organiza de tal ma-
nera su mundo que cada Aché lleva un nombre animal con un sufijo que indica la natu-
raleza humana de su portador (Münzel 1973; Clastres 1968: 22). La vida de los Aché
cambió radicalmente a partir de las cacerías humanas protagonizadas por el Estado pa-
raguayo, la secta “A las nuevas tribus”, los terratenientes de la zona, los madereros y
los palmiteros en la década de 1970. Un viejo problema, del que ya hay noticias a co-
mienzos del siglo XX, que se recrudece a fin de siglo. Llamados tradicionalmente “gua-
yakíes” que significa en guaraní “ratas rabiosas”, su vida no tenía valor alguno. Cuenta
Alexander McDonald, colono de Nueva Australia, que era frecuente que los paraguayos
mataran indios achés. Sólo les bastaba oír al nativo con su hacha para acercársele sigi-
losamente y matarlo sin pudor ni culpa, como si se tratase de un animal. En una oca-
sión el colono australiano le preguntó a un paraguayo porqué asesinaba a ese pobre
hombre que nada le había hecho y con el que no había mediado palabra. “Quién sabe”,
contestó el asesino. “¿Usted no se ha enterado de que la piel de estos indios es la mejor
para hacer hamacas?” (Mc Donald 1911: 33 cit. en Whitehead 2008)
El genocidio al que han sometido a los Achés ha convertido a los pocos sobrevi-
vientes en seres fantasmáticos, desposeídos de sus tradiciones, de su forma de vida e in-
capaces de resistir y adaptarse a las nuevas y terribles condiciones. “Para muchos de
165

los nativos a los que se forzó a entrar en contacto con la civilización occidental, la acul-
turación es muy a menudo un proceso de de-culturación” (Bidney 1967 cit. en Arens
1976: 34). El resultado de ello es la pérdida de la vida, de la autoestima y de la identi-
dad (Münzel 1973).

Lo ajeno familiar
Empezaba a oscurecer en Asunción con esa pereza propia de los atardeceres tro-
picales. Dentro del pequeño saloncito de la residencia de profesores apenas si se distin-
guía la contundente silueta de mi interlocutor. Muy alto, de complexión fuerte y cua-
drada, desgranaba palabras del castellano con un acento que venía de lejos. Intentaba
contarme cómo había vivido su infancia en la colonia Friesland, en la zona oriental del
Paraguay. Nacido en ese país y de nacionalidad paraguaya, con frecuencia se sentía ex-
trañado. Durante sus primeros años de vida en la colonia todo era familiaridad. Los ve-
cinos se conocían entre sí, sus hijos iban al mismo colegio y los domingos se encontra-
ban en la iglesia. Sí, sabía que en los alrededores de la colonia vivía gente diferente,
gente que no hablaba alemán, no comía borsch, muchos andaban descalzos y con fre-
cuencia miraban hacia el suelo. Pero eran parte del paisaje, estaban ahí como el tajy
(lapacho), la mboi chini (víbora de cascabel) o la ñandypa (genipa).
Todo cambió cuando se trasladó a estudiar a Asunción. De repente “ese otro
mundo”, ajeno y alejado, un mundo que creía chato y sin historia, se convirtió en su
escenario cotidiano. Ahora él era el extraño. Lo primero que le sorprendió fue el uso de
la palabra. Tal vez, pensó, se debía a su manejo, entonces poco fluido, del castellano.
No tardó mucho en entender que no era su poca pericia con la lengua lo que le impedía
entender los códigos nacionales. Para los latinos paraguayos, fueran parte de la elite
política o miembros de los sectores populares, todo era negociable. No es que no tuvie-
ran leyes, normas y obligaciones, sino que todo ello estaba sujeto a la contingencia, to-
do dependía en buena medida del contexto, de los participantes, de las necesidades y,
sobre todo, de las relaciones de poder…

“Hasta el último centímetro de tierra”


Comunidad Posta Tapiracuaí, 6.30 de la mañana del 11 de noviembre de 2002.
Un grupo de campesinos celebra una asamblea. Además de los lugareños un periodista
166

citadino, recién llegado de la capital apunta en una libreta “sabe dios qué co-
sas”…mientras escruta con el ceño fruncido las caras de los que se animan a levantar la
mano y a alzar la voz. Se discute sobre los destrozos que sufren los huertos en boca del
ganado suelto. Uno tras otro, los campesinos argumentan a favor de normas y sancio-
nes para los infractores. Uno tras otro defienden la necesidad de recuperar cada centí-
metro de tierra fértil, incluso la línea de los alambrados. Alguien apunta la posibilidad
de no permitir el vagabundeo de las vacas por el pueblo, que arrasan con todo lo sem-
brado.
Comunidad Posta Tapiracuaí, un día de noviembre del 2003. Empieza a apretar
el calor y el cielo va a descargar agua en cualquier momento. El mismo periodista vuel-
ve a la comunidad, incrédulo ante la pretendida efectividad de las medidas tomadas en
la asamblea. “Después de todo, esto es Paraguay” piensa. Camina por el poblado y casi
no puede creer lo que ve. Apunta en su libreta de notas: “Ni un solo animal por la calle
amenaza los dorados zapallos o las verdes sandías que crecen confiadas en los linderos.
Miles de plantas se desparraman por los bordes de los campos y se enredan contoneán-
dose por entre el alambre de espino. El programa consensuado por los campesinos ‘cero
animales en la calle’ (González 2005) ha dado resultado y ofrece sus frutos a los pasean-
tes”.

No, no es la cultura…
Es muy común encontrar en el Paraguay, en ciudades y pueblos, admiradores
del llamado “milagro mennonita” pero, en seguida, ese reconocimiento va seguido de
cierta resignación, de algo así como “eso no es para nosotros” o “es que son de otra cul-
tura, son alemanes”. Como si una vida digna fuera el privilegio de unos pocos, de esos
que pertenecen a otro mundo, tienen otras costumbres u otros valores. No hace tanto
tiempo Lila Abu-Lughod (1991) publicaba una suerte de manifiesto en el que instaba a
los antropólogos a “escribir contra la cultura” considerando que ese concepto, reforza-
do por la antropología contemporánea, sólo había contribuido a establecer estereotipos
y generalidades que en nada ayudan a descubrir las potencialidades de individuos y
comunidades aquí y ahora.
Escribir contra esa idea de cultura es también necesario en Paraguay, donde es
cierto que parte del éxito de los mennonitas obedece a su capacidad para establecer
167

normas –de producción, de convivencia- y seguirlas, pero no lo es menos que lo que los
distingue no es su cultura –entendida como una gramática general que convierte a los
individuos en meros reproductores de códigos- sino prácticas concretas de organización
democrática y capacidad de participación y decisión. Su historia es una historia de
búsqueda de espacios de libertad y cada vez que algo o alguien amenazan con restringir
esa capacidad se las arreglan para emigrar y todavía hoy lo harían, tres generaciones
después, si la situación así lo exigiese. Algo parecido pasó con los Achés, ese pueblo sil-
vícola, respetuoso de sus normas y seguro de sí mismo, que ante las amenazas externas
se fue moviendo más hacia la espesura del monte hasta que el Estado paraguayo o la
secta de turno decidió someterlos a una lógica y a una ley ajena, extraña y devastado-
ra. En un caso así no obedecer las normas o las reglas es casi el único reflejo humano
que les queda a los colonizados antes de pasar a ser muertos en vida.
La prueba de que la cultura es un asunto resbaloso que poco explica es que esos
mismos individuos o comunidades de latinos paraguayos de los que hablaba nuestro in-
terlocutor lengua, tan poco afectos a seguir normas y cumplir con sus obligaciones, tra-
dicionalmente fuera de la ley o que la intentan acomodar según su conveniencia, son
ciudadanos ejemplares cuando son ellos los que deciden y se sienten protagonistas de su
propia vida, tal como en la comunidad Posta Tapiracuaí, el reino liberado de los zapa-
llos y las sandías. No, no es la cultura la explicación…
Tal vez haya que reconstruir los antiguos puentes y crear otros nuevos, como las
etnografías de lo particular que propone Abu-Lughod, para mirarnos a la cara y ver la
familiaridad, reconocidas las diferencias, en la mirada del otro. Algo de eso, de ese desa-
fío a las pretendidas determinaciones de la cultura ocurrió, está ocurriendo ahora mis-
mo en la Cooperativa Vecinal de San Pedro…

“Ese otro lugar”: la cooperativa vecinal de San Pedro

En 1999 algunas aldeas de la colonia mennonita de Friesland decidieron impul-


sar un proyecto de cooperación, diseñado por Hans Theodor Regier, historiador y
miembro de esa colonia, con los asentamientos campesinos circundantes bajo el lema
“Vida digna para mi vecino”. Friesland es una comunidad de 228 familias, con un total
de 675 personas dedicadas a la agricultura y la ganadería en las 43.145 has. propiedad
168

de la cooperativa49. Situada en la zona oriental del país, cerca de la ciudad de Itacurubí


del Rosario, a 60 kilómetros del río Paraguay, Friesland pertenece al Departamento de
San Pedro, una de las zonas más pobres y conflictivas del país. Con altos índices de po-
breza -el ingreso promedio anual es de 500 dólares por familia- los problemas sociales
aumentaron de manera alarmante en la década de 1990 afectando de forma notable a
las prósperas colonias mennonitas. El robo de ganado se convirtió en una realidad coti-
diana. En un año, los colonos vieron desaparecer 600 cabezas de. Algunas familias per-
dieron la mitad de su cabaña en una jornada. Si cercaban al ganado por la noche, a la
mañana siguiente varios animales aparecían descuartizados, rodeados de los restos de la
carnicería nocturna (Stoesz 2008). Los mennonitas recurrieron a la policía pero la si-
tuación no mejoró y la represión sólo parecía empeorar las cosas, además de herir su
arraigado pacifismo.
Es en este contexto en el que los colonos de Friesland lanzaron el proyecto de
cooperación vecinal que mejore las condiciones de vida de los campesinos de la zona,
como un medio para asegurar(se) una mayor paz social. No era entonces la primera vez
que se impulsaba un proyecto semejante. Los colonos de Friesland recordaban cómo en
los años ’60, cuando compraron la hacienda Primavera a los hutteritas, destinaron una
porción de tierra para el asentamiento de 72 familias paraguayas en lo que considera-
ron un acto de “buena vecindad” (Stoesz 2008). Poco después se lanzaban otros em-
prendimientos de parecidas características, como el iniciado por la Asociación de
Cooperación Indígena-mennonitas con 13.000 pobladores del Chaco central; el proyecto
“Cooperación Vecinal con pequeños agricultores” que involucra a 240 familias de los al-
rededores de Volendam; la cooperativa Yapay con 750 familias al sur de la colonia
Menno o la Cooperativa Vecinal COVE-PIRIZAL en la que están organizadas 100 fa-
milias en las proximidades de Neuland.
El emprendimiento integral de la Cooperativa Vecinal de San Pedro (COVE-
SAP), que va por su tercera etapa, afecta desde sus inicios a 700 familias de campesinos
con tierras (una media de 11 has. por unidad familiar), lo que supone unas 3201 perso-
nas, repartidas en tres zonas y nueve comunidades (San Alfredo, Ríos Rugua, Amam-
bay, Mbocayaty, Carolina, Pehuagjo, Tuyango, General Cáceres y Tapiracuay). Está
financiado por la Fundación AVINA, la Cooperativa Friesland, la Internacional Men-

49www.friesland.com.py
169

nonite Organization (IMO), la Kreditanstalt für Wiederaufbau (K.f.W.) y otras insti-


tuciones.

El proyecto
El objetivo de COVESAP consiste en “crear las condiciones para obtener mayo-
res ingresos a través de la producción agropecuaria y posibilitar a los participantes de
ésta una vida digna. La visión de COVESAP se concentra en mejorar la calidad de vida
de los participantes a base de un desarrollo integral y sustentable”50. Partiendo de una
concepción global del desarrollo, que no prioriza sólo al crecimiento económico, preten-
de contribuir a formar “ciudadanos conscientes que se caractericen por una iniciativa
propia y autogestionaria” que asegure “una relación equilibrada entre los pobladores
de la Colonia Friesland y la zona del proyecto”. Para ello consideran necesario impulsar
“la educación en valores” y fomentar la autonomía financiera de las organizaciones que
se vayan formando. Es lo que ellos llaman el 6 por 2: seis objetivos -administración pro-
pia, producción agropecuaria, comercialización de los productos, mejora de los caminos,
educación y salud- a través de dos estrategias -autogestión e iniciativa propia-.
Para hacer realidad la administración propia, en la que los campesinos son suje-
tos de su propio desarrollo, el proyecto promueve la consolidación y fortalecimiento de
las organizaciones locales ya existentes y la creación de otras nuevas: comités de pro-
ductores y de mujeres, diversas comisiones, cooperativas y pre-cooperativas. Resulta
interesante la visión de dos sujetos dentro del proyecto: las mujeres y los líderes. A las
mujeres se las considera como pieza clave, como “participantes influyentes y decisivas
en la implementación de proyectos de desarrollo rural” tanto por lo que son y hacen,
como por lo que pueden ser y hacer en el futuro. Cabezas de familia en no pocos hogares
rurales, de ellas dependen la educación de sus hijos y la administración del hogar. Pero
un mayor protagonismo en los proyectos de desarrollo debería permitirles incorporarse
como ciudadanas y participar activamente en el desarrollo de sus comunidades. Los lí-
deres comunitarios también parecen tener un trato preferente. En los planes del pro-
yecto se habla de “líderes comunitarios bien identificados, y no [...] los líderes de turno
de las actuales organizaciones campesinas”, acentuando la importancia de los líderes
tradicionales frente a aquellos ligados a partidos o facciones políticas. Uno de los pun-

50 Información detallada en www.covesap.org


170

tos que se repite en todos los informes y en el diseño inicial de la cooperativa vecinal es
el relacionado con el proselitismo religioso y el clientelismo político. El proyecto está
pensado para servir a toda la comunidad, con independencia de su adscripción política
o religiosa, que debe quedar al margen de la iniciativa.
En cuanto a la producción agropecuaria se señala que las principales barreras pa-
ra el pequeño productor son el monocultivo, los métodos no rentables, los suelos muy
pobres, la inestabilidad de los precios y la falta de créditos y asesoramiento técnico. Pa-
ra superar esos obstáculos COVESAP propone aumentar la superficie cultivable, mejo-
rar la rotación de cultivos y los niveles de autoabastecimiento, diversificar la produc-
ción y e incorporar nuevas técnicas con un asesoramiento permanente y provisión de
créditos. Tres de estas propuestas merecen comentarios. Para alcanzar el autoabaste-
cimiento se propicia, a través del protagonismo de las mujeres, recuperar viejas tradi-
ciones campesinas de economía doméstica y se impulsa la capacitación de las amas de
casa con cursos de nutrición y cocina para sacar el mejor partido de los productos de
que disponen. La política crediticia es muy clara: limitar los créditos a lo imprescindi-
ble para evitar que los campesinos entren en la espiral de trabajar para pagarlos. Por
otra parte, se intenta inculcar el sentido de la responsabilidad a la hora de pedir un cré-
dito que será concedido por un comité receptor, responsable comunitariamente por el
pago del mismo. Por último, se trata de fomentar un desarrollo sostenible, lo que impli-
ca una gran preocupación ecológica, mejorando la productividad de la tierra sin por
ello alterar definitivamente el equilibrio del sistema, reforestando y aplicando técnicas,
como la de la siembra directa o el abono verde, para conservar los suelos.
La dificultad para acceder en buenas condiciones a los mercados es uno de los
mayores problemas que enfrentan los pequeños productores. Para COVESAP una de
las clave está en la unión de los campesinos y para ello se hace necesario fomentar la
confianza entre los productores y ampliar los sistemas de comercialización. La falta de
una estructura administrativa comunitaria imposibilita que los productores puedan
negociar el precio de sus productos, quedando a merced de intermediarios, quienes han
sido los más beneficiados por la falta de comercialización conjunta: compran a precios
muy bajos y luego revenden a precios altos. Pero el acceso al mercado exige también
mejorar las vías de comunicación. La proverbial ineficacia del Estado paraguayo ha he-
cho que en las colonias mennonitas hayan sido sus moradores los que han tomado bajo
171

su mando el mantenimiento y mejoramiento de caminos, vías fluviales y puentes y la


construcción de nuevos accesos. COVESAP aspira a que sean los propios productores
los que se impliquen y organicen para asegurarse una mejor red de comunicación con el
exterior.
Todo lo dicho implica cierto cambio de mentalidad de los campesinos. Los men-
nonitas distinguen entre campesino y agricultor –siendo el primero el que tiene acceso a
un lote de tierra y pocos conocimientos sobre cómo explotarla y el segundo el que ade-
más de la tierra posee las destrezas suficientes para vivir dignamente de ella- y señalan
que no es “la haraganería lo que genera miseria sino la ignorancia”. Es entonces cuando
la educación, en sentido más amplio, entra en juego. Formación para los pequeños pro-
ductores sobre cómo trabajar la tierra, cursos para mujeres, jóvenes, líderes comunita-
rios, e incluso el mejoramiento de una educación escolar básica que padece graves y
constantes deficiencias en el país. La educación está pensada en el proyecto como un
recurso de primer orden para garantizar una vida digna y para promocionar a ciudada-
nos conscientes de sus deberes y derechos. Cuando se habla de cambio de mentalidad se
apresuran a señalar que esto “no significa necesariamente cambiar la cultura de los
grupos participantes” sino más bien adaptar lo que resulta útil para acceder a una vida
mejor.
Por último, aunque no menos importante, la salud parece un capítulo de vital
importancia dentro de este proyecto de desarrollo sostenible. En muchas de las comu-
nidades que participan no existe ni siquiera un pequeño dispensario médico. Si bien se
realizan campañas de vacunación, éstas no suelen llegar a todas partes y no siempre es-
tán bajo el control adecuado ni tienen la periodicidad necesaria para ser efectivas. Por
ello, en COVESAP se han propuesto subsanar estas deficiencias realizando campañas
de vacunación, fomentando la planificación familiar y la prevención sanitaria.
Finalmente, las dos “estrategias” que están en la base de la filosofía de COVE-
SAP, de su idea de “desarrollo” –autogestión e iniciativa propia-, exigen, en sus propias
palabras, “estructurar el proyecto de tal forma, que en grado creciente la iniciativa”
provenga de los propios campesinos, “que ellos hagan las cosas, para que ellos mismos
trabajen y forjen su desarrollo y bienestar”. Por ello “es preferible, aunque suene fuerte
y contradictorio, arriesgar un desarrollo más lento y menos completo, a condición de
172

que su iniciativa y la autogestión se desarrollen paralelamente, en vez de lograr metas


más altas y más rápido bajo una dirección paternalista fuerte de afuera/arriba”.

Resultados
A la espera del balance final, las cifras del período 2002/2005 arrojan resultados
muy prometedores. La emigración, uno de los problemas más graves de la zona, se re-
dujo de 7,2% a 2,2% en los primeros dos años del proyecto, de 226 a 65 personas. El
desempleo, por su parte, disminuyó durante ese mismo período de 238 a 8 personas y el
subempleo de 71 a 7 personas. El ingreso bruto total originado en la zona de la coopera-
tiva alcanza 4.382.167 dólares, con un ingreso bruto anual por familia de 1276 dólares,
más del doble del percibido fuera del área de COVESAP.
La producción agropecuaria ha progresado notablemente gracias al trabajo de
acompañamiento y asesoramiento de la cooperativa. Sólo durante el primer año la su-
perficie utilizada para actividades productivas aumentó 30% gracias a la puesta en
producción de 1600 has. de tierras baldías –la tierra sin uso cayó de 1816 a 182 has.-.
La selección de semillas, la entrega de árboles frutales –con un promedio de 56 unidades
por familia-, la distribución de herramientas y la adquisición de dos cosechadoras, y,
finalmente, el fomento de la ganadería, que cuenta hoy con 4396 cabezas de vacuno,
han promovido el aumento de la producción agropecuaria. Los créditos otorgados a los
campesinos, que se triplicaron entre 2002 y 2005 y cayeron por debajo de los valores del
primer año en el 2005-2006, tienen una morosidad de sólo 3%, lo que parece indicar que
se está cumpliendo el objetivo de evitar el endeudamiento de las familias.
La comercialización de los productos se ha reestructurado llevándose la venta de
algodón y sésamo en forma conjunta a través del centro de comercialización instalado
en la sede administrativa de COVESAP. También la red viaria ha mejorado aprecia-
blemente. Se han mantenido, con cargo a la cooperativa, unos 95 kilómetros de cami-
nos de tierra, limpiando arcenes y banquinas. Se han abierto 3 kilómetros de caminos
nuevos y se han construido 30 puentes.
En cuanto a la educación, la zona de la cooperativa cuenta con ocho escuelas
(680 alumnos) de 1º y 2º ciclo de Educación Escolar Básica, cinco escuelas (210 alum-
nos) de 3º Ciclo y cuatro centros de Educación Media (180 alumnos). Para los alumnos
de Educación Escolar Básica se organizó la merienda escolar y el vaso de leche. En dos
173

de las comunidades funciona un Bachillerato Técnico Agropecuario al que asesoran de


forma muy activa los profesionales de COVESAP. Se ha construido un nuevo edificio
para este bachillerato gracias a la colaboración de la Embajada de Alemania. Se orga-
nizaron 1420 cursos de capacitación para pequeños productores y se realizaron varios
viajes de estudio. En el trabajo con mujeres se realizaron 674 eventos, con una partici-
pación de 6.077 personas, en donde se trataron temas muy variados como la educación,
la salud y la planificación familiar. También se llevaron a cabo cursos de capacitación
para el control de plagas con repelentes biológicos caseros. 1054 docentes de la zona re-
cibieron 34 cursos de capacitación. Se realizaron 20 reuniones con padres de alumnos de
las escuelas en el 2006. Se consiguieron libros para las instituciones educativas y en dos
escuelas de la zona se aplicó el test del SNEPE (Sistema Nacional de Evaluación del
Proceso Educativo). Se han puesto en marcha varios programas de capacitación a tra-
vés de la radio, se lanzó una página web y se realizó un documental de 11 minutos para
difundir los logros del proyecto.
Todos los habitantes de la zona tienen un carnet que les habilita para el uso de
los servicios sanitarios, que corren a cuenta de COVESAP en un 50% en los primeros
años, y en un 25% a partir del 2006. Se cifra en 5691 las consultas médicas, sin contar
las pruebas diagnósticas requeridas por los médicos. El proyecto ha canalizado a través
de los comités de mujeres el reparto de medicamentos básicos subvencionados. Tres
promotores de salud recibieron formación para trabajar en sus respectivas áreas. Se fi-
nanció un nuevo techo para el Centro de Salud de Tuyango. Con ayuda de profesionales
del exterior se organizaron varios programas para personas con deficiencias físicas. En
colaboración con el Ministerio de Salud Pública se llevó a cabo una campaña de salud
dental gracias a la que 63 personas obtuvieron un tratamiento gratuito. Se construye-
ron letrinas y se duplicó la instalación de baños. Se mejoró notablemente la recolección
de basura en los patios de las casas. Disminuyó el número de pozos de agua con pro-
blemas y se realizaron mejoras para el tratamiento de agua potable. 107 personas cono-
cieron su grupo sanguíneo y a 49 mujeres se les realizó una citología gracias a la cual el
50% pudo acceder a un tratamiento médico.

Postales fijas
De la pequeña política y las “grandes” expectativas
174

Son las 11: 30 de un martes cualquiera. Desde lejos oigo el bullicio de los estu-
diantes que entran y salen del aula interesados por mi retraso. Hoy comentaremos las
alocuciones del subcomandante Marcos, el guerrillero neozapatista de pasamontañas,
pipa y computadora que durante años trajo en jaque al todopoderoso Estado mexi-
cano. Expectantes, quieren saber qué piden los indígenas de la Selva Lacandona y pre-
guntan por el modelo político, por las demandas económicas y por la ideología de este
grupo de individuos conocido en todo el planeta. Hablamos de la integración horizon-
tal, de los modelos tradicionales de incorporación de la diferencia (étnica, religiosa, cul-
tural), de la importancia de los tiempos, de la cotidianidad, de lo individual, de la ver-
dad en retirada y de la aparición de la responsabilidad en las nuevas formas de concebir
la política y lo político. Pero cuando leemos en voz alta las peticiones de los zapatistas
esbozan una sonrisa que acaba en abierta carcajada y en cierta desconcertante incredu-
lidad. Entre las peticiones de este grupo guerrillero y de sus seguidores está el “alambre
para los gallineros”. No puede ser, opinan los estudiantes del curso de América Latina.
¿Cómo se puede tomar en serio a un grupo político que en lugar de pedir soberanía, li-
bertad o de exigir reformas económicas pide algo tan elemental como un cercado para
las gallinas? Intento explicarles la diferencia entre la política heroica y la pequeña polí-
tica, entre los grandes proyectos estatales y los pequeños emprendimientos locales, en-
tre los deseos de salvar a la humanidad pero también de vivir, dignamente, la única vi-
da que tenemos. Y me doy cuenta de cuánto nos queda todavía…y, sin embargo, qué
cerca están de todo esto en Friesland, en Pehuagjó, en Tuyango o en Posta Tapira-
cuaí…

Transplanted, not uprooted (transplantados, no arrancados)


“(…) El origen del problema de la tierra campesina en el Paraguay está asociado
con el latifundio como forma de monopolio del dominio sobre la tierra, (producto de la
privatización de las tierras fiscales en 1875) […] Otro de los factores determinantes del
proceso de descomposición de la economía campesina y del desarraigo fue la destruc-
ción de la matriz de organización productiva basada en el esquema parcelario-
comunitario” (Barrios 1984 cit. en Riquelme 2003). El proyecto cooperativista de CO-
VESAP no soluciona el primero de los problemas, tan sólo aprovecha la oportunidad
que brinda el Estado de acceder a las tierras fiscales y hacerlas rentables, pero sí incide
175

de forma directa en el segundo factor. Recupera y recrea las tradiciones comunitarias


campesinas, las actualiza y coloca a los campesinos en el centro de toda la operación. Se
trata casi de un ejercicio terapéutico de apropiación de la propia historia y de la memo-
ria de la comunidad, un ejercicio de autoconstitución, de creación de la propia identi-
dad. Nada de asistencialismo, menos aún de clientelismo, cooperación es la palabra, di-
cen los frieslanders.
Loreto Villalba es un agricultor de Río Ruguá y cooperativista del proyecto ve-
cinal. No sólo ha triplicado su producción de maíz y poroto palito gracias al asesora-
miento técnico de COVESAP: “lo más importante es que nos damos cuenta de que mu-
chas cosas podemos hacer, que somos capaces si creemos en nuestras propias capacida-
des” (Peralta Bernal, 2005)
No hay nada intrínsecamente bueno en las lógicas comunitarias o en las filoso-
fías individualistas. Nada. Por ello nada justifica querer “modernizar” a las comunida-
des tradicionales imponiendo patrones de conducta individuales como hizo en su mo-
mento el liberalismo económico. Durante tiempo se pensó que la mejora en la calidad
de vida, el desarrollo económico, dependía de la incorporación de esas lógicas individua-
les. El éxito mennonita es un ejemplo de lo contrario. La lógica comunitaria va pareja
al éxito económico, a la generación de riqueza sin violentar a los miembros de la comu-
nidad que deciden sobre su propia evolución y participan del ritmo de ese crecimiento.
Trasplantados sí, arrancados nunca más…

Peligro: ¿demasiada exposición al mercado?


Diciembre de 2008: crisis financiera internacional. Bajan las exportaciones de
productos primarios, caen en picado los precios de los productos agrícolas. Este ha sido
un mal endémico en América Latina desde fines del XIX hasta la década de 1930. El
famoso e infausto crecimiento “hacia fuera” del que hablan todos los libros de historia.
Todo va bien mientras el mercado internacional se mantiene estable, pero ¿qué pasa
cuando se producen crisis internacionales? Me parece que ese doble juego, producción
para el mercado y mantenimiento de una variada economía de subsistencia -que incor-
pora el saber tradicional: frutales, huertos, ganado menor, animales de granja…- puede
paliar los efectos de esa excesiva exposición a las crudas leyes de la oferta y la deman-
176

da. Después de todo, el lema de COVESAP es “vida digna para mi vecino” y uno de los
corolarios fundamentales de la dignidad es el derecho a la vida…

Fuentes
www.acciontierra.org (Red de Investigación Acción sobre la Tierra)
www.acomepa.org (Asociación de comunidades menonitas del Paraguay)
www.ascim.org (Asociación indígena-menonita)
www.cfp.edu.py (Centro de Formación Profesional)
www.covesap.org (Cooperativa de vecinos de San Pedro)
www.chortitzer.com.py (Colonia Menno)
www.desdelchaco.org.py (Fundación para el Desarrollo Sustentable del Chaco Sud-
americano)
www.fernheim.com.py (Colonia Fernheim)
www.friesland.com.py (Colonia Friesland)
www.menonitica.com (Asociación para la historia y cultura de los menonitas del Para-
guay)
www.mre.gov.py (Ministerio de Relaciones Exteriores)
www.neuland.com.py (Colonia Neuland)
www.senado.gov.py/marzo/infocbi/informe.html (Senado del Paraguay)
www.volendam.com.py (Colonia Volendam)

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humanista? Vida y obra de León Cadogan, descendiente de Nueva Australia (inédito)
178

Sección “Construcción de mundos y prácticas alternativas”


179

La Reunión y La Logia. Dos utopías sociales en América del Norte

Carlos Illades

Si bien existieron muchos proyectos de comunidades ideales en el siglo XIX, en


realidad pocos se llevaron a la práctica. Dos de estos experimentos socialistas, uno en
los Estados Unidos y el otro en México, serán tratados aquí. El primero, La Reunión,
fundada en Dallas, Texas, en 1855 por Victor Considerant. El otro, La Logia, formada
en Topolobampo, Sinaloa, en 1886 por Albert K. Owen. La distancia geográfica y tem-
poral de ambos experimentos comunitarios no impide trazar algunos paralelos en cuan-
to a su funcionamiento y ofrecer algunas hipótesis con respecto a su fracaso. En buena
medida, éstas se pueden resumir en el carácter exógeno de estas experiencias y su difícil
asimilación por parte de las comunidades receptoras, de tal manera que el desconoci-
miento y la poca adaptación al medio local, su conformación por colonos extranjeros, la
escasa habilitación para el trabajo manual, la baja interacción con la población nativa,
los deficientes manejos financieros y los conflictos entre sus miembros figuran entre las
causas que en poco tiempo las llevaron al colapso.
Quienes encabezaron estas colonias, ambos ingenieros de profesión, fueron influi-
dos en algún momento de su vida por la doctrina de Fourier, particularmente Conside-
rant, su discípulo más importante, lo que no le impidió realizar aportes originales al
pensamiento socialista, particularmente en lo referente a la necesidad de crear un parti-
do social capaz de contender en la arena pública, además de realizar un sugerente análi-
sis de las relaciones sociales dentro del mundo agrario. El estadounidense Albert K.
Owen abrevó tanto en Fourier como en el sistema cooperativo owenita y en las corrien-
tes sociales desarrolladas en los Estados Unidos después de la Guerra de Secesión. Los
dos gozaron de vidas largas y lograron retornar a sus países de origen donde continuaron
realizando proyectos de distinta índole, más volcados a la actividad económica en el ca-
so de Owen. Aunque su aporte a las sociedades locales fue marginal, todavía hoy vale la pena
recordar su contribución a la constitución de experiencias utópicas en América del norte

La Reunión
180

Victor Prosper Considerant nació en el 12 de octubre de 1808 en Salins, un pe-


queño poblado del Franco Condado en el seno de una familia de clase media ilustrada.
Concluyó el bachillerato en 1824 y dos años después ingresó a la carrera de ingeniería
en la prestigiosa Escuela Politécnica de París. Para entonces ya había tenido un acer-
camiento con la doctrina de Fourier. Al finalizar sus estudios superiores en 1828, ingre-
só al cuerpo de ingenieros militares donde lo ascendieron a capitán seis años después.
Sin embargo, abandonó la carrera militar para dedicarse íntegramente a la actividad
proselitista. En 1838 contrajo matrimonio con Julie Josepha Vigoureux, hija de la mi-
litante fourierista Clarisse Vigoureux. Fue electo en 1843 consejero general del depar-
tamento del Sena para después, como candidato republicano-socialista, ingresar a la
Asamblea Nacional en las primeras elecciones celebradas por sufragio universal. Formó
parte de la Comisión del Luxemburgo, presidida por Louis Blanc, pero tuvo que huir
hacia Bélgica a principios de julio de 1849 como consecuencia de la represión desatada
por Luis Napoleón Bonaparte. El 15 de noviembre la Corte Suprema de Justicia lo
condenó al destierro.
Relegado de la actividad política, Considerant dedicó el tiempo al diseño de un
falansterio. Consideró primero a Francia, después a Bélgica y Suiza, para finalmente
mirar hacia América. Zarpó de Amberes el 28 de noviembre de 1852, desembarcando en
Nueva York el 14 de diciembre, invitado por Albert Brisbane, dirigente de Brook of
Farm, la conocida comunidad falansteriana situada en las afueras de Boston. Descono-
cía el inglés por lo que ocupó varios meses en estudiarlo con la ayuda de su esposa.
Acompañó a Brisbane para conocer la North American Phalanax, en Nueva Jersey.
Visitó también Boston y estuvo unas semanas en la Comunidad de Oneida, al norte de
Nueva York. En abril viajó a Batavia, cerca de Cincinnati, donde conoció a Benjamín
Urner, líder de un pequeño grupo fourierista a quien encargó formar un falansterio en
Texas.
Posteriormente, Considerant y Brisbane marcharon al sudoeste. Muy animado,
aquél regresó a Europa finales de agosto de 1853. Para septiembre del siguiente año,
constituyó en Bruselas la Société de Colonisation Européo-Américaine du Texas con un
capital de 5.400.000 francos. En la navidad de 1854 Considerant y su familia, junto con
el primer centenar de colonos (franceses, suizos, polacos y belgas) se embarcaron en
Havre en el navío L’Union con ruta a Nueva York, llegando a Dallas a principios de
181

febrero. Al año siguiente, otros grupos se embarcaron en Amberes y Bremen. El prime-


ro, encabezado por el doctor Augustin Savardan, con quien Considerant no mantendría
una relación muy cordial, constó de 44 personas: diez artesanos, tres cultivadores y
otros tantos boticarios, dos albañiles, una institutriz, un médico y cinco más sin profe-
sión. De los restantes se desconoce el oficio (Vernus, 1993:169).
El modelo de la colonia lo presentó en el opúsculo The Great West. New Social
and Industrial Life in The Fertile Regions, publicado en Nueva York en 1854 con una
presentación de Brisbane, en donde hacía ver al público estadounidense tanto su desta-
cada trayectoria política como su aporte a la ciencia social de la época. Considerant,
por su parte, ofrecía trasplantar los elementos positivos de la civilización europea al te-
rritorio libre de los Estados Unidos, para lograr una síntesis entre los caracteres psico-
lógicos de los franceses (serenidad, buen juicio, vocación intelectual) con el de los esta-
dounidenses (osados, trabajadores, emprendedores) que fijara un horizonte para el
desarrollo futuro de la humanidad (Considerant 1854:3).
Conforme con el sistema serial de Fourier, basado en potenciar al máximo la
combinación de las diferencias (físicas, de edad, de sexo, psicológicas), el plan contaba
con varias etapas cada una de las cuales realizaría un contingente de colonos de acuer-
do con el momento en que fueran llegando a Texas. Los primeros se encargarían de
preparar la tierra, realizar las construcciones básicas y equiparlas de manera conforta-
ble, proveer de una amplia reserva de animales, alimentos, vestido y herramientas,
además de crear una agencia comercial para la compra-venta de productos. Los si-
guientes, que llegarían un año después y alcanzarían la cifra de 1200 (según Fourier el
número ideal de un falansterio era de 1800 personas), tendrían las condiciones para
procurar el desarrollo social y las actividades intelectuales, incluida la enseñanza del
inglés, la literatura francesa, las artes, la mecánica y las ciencias, pudiendo entonces
abrirse la colonia a la incorporación de ciudadanos estadounidenses. Después estaba
previsto crear un sistema de falansterios en distintos puntos de Texas, Nuevo México y
Oklahoma, es decir, en varios de los lugares que había recorrido junto con Brisbane
(Davidson 1973:285-286).
Sin embargo, la realidad rebasó a lo previsto por el plan. Considerant cometió
varios errores de apreciación que a la postre contribuyeron al fracaso de su experimento
182

societario. Ponderó sobremanera el espíritu libertario estadounidense51 soslayando el


conservadurismo de la población texana, la emergencia de un movimiento nativista en
el estado sureño que fomentó la esclavitud desde su independencia de México y el curso
que había tomado la Guerra de Secesión. En este entorno adverso, difícilmente un so-
cialista, además extranjero, podía ser bienvenido. La hostilidad de la población local y
los constantes ataques de la prensa lo obligaron a llevar a cabo una vigorosa defensa
pública de su proyecto a través de panfletos y acercamientos a congresistas y políticos,
no obteniendo más que vagas promesas. Después de mucho bregar, logró adquirir 2436
acres de tierra, tres millas al sudoeste de Dallas, a las que bautizó con el nombre de La
Reunión (Beecher 2001:331).
Al comenzar el verano los colonos iniciaron los cultivos, criaron pequeños reba-
ños e hicieron las construcciones básicas. Obró en su contra la ausencia de un mercado
próximo, la falta de caminos y la ausencia de industrias, contando únicamente con pe-
queños talleres familiares para hacerse de los enseres elementales. Hacia julio de 1855 la
población de La Reunión ascendía a 130 almas. Pero el trabajo era arduo y las compen-
saciones exiguas, lejos de lo imaginado por los colonos, muchos de ellos poco habitua-
dos a la actividad manual y a largas jornadas de trabajo. Esto provocó desánimo. Pese
al entusiasmo inicial, la enjundia de los promotores no bastó para motivar por mucho
tiempo a los colonos ante la escasez de satisfactores básicos, las pérdidas de varios de
los cultivos y la muerte de algunos de ellos. Ya por no hablar de los conflictos entre
ellos, sobre todo si pensamos en su diverso origen nacional, que incluso llevó a algunos
a formar una nueva asociación y separarse del grupo objetando la capacidad de direc-
ción de Considerant. Más adelante, otros pondrían en duda su salud mental, acusándolo
de consumir enervantes (Beecher 2001:336 ss.).
Los constantes viajes de Considerant a Austin y San Antonio buscando patroci-
nadores mermaron su liderazgo y coadyuvaron al desorden administrativo y financiero
de la colonia. En el segundo semestre de 1855 asomaba el caos en La Reunión e incluso
algunos hablaron de parcelar las tierras en propiedades individuales; Considerant se
opuso. Tres años adelante, la empresa estaba virtualmente quebrada. Considerant ha-

51“Esta libertad no solamente es un hecho general, es también la doctrina nacional. La libertad es la vi-
da, el alma, el honor, la conquista y la verdadera razón de la existencia del pueblo americano. Este pue-
blo siente que representa actualmente la idea de libertad en el mundo y que es depositario del futuro co-
lectivo de la humanidad” (Considerant, 1854:2)
183

bía sido bastante optimista con respecto a las capacidades productivas de las tierras
adquiridas, que al final de cuentas no resultaron las de la mejor calidad dado que los
precios de las de mayor rendimiento habían subido apreciablemente debido a la especu-
lación. No pudo hacerse de recursos importantes aportados por pequeños y medianos
inversores. Tampoco el clima favoreció mucho a la empresa colonizadora, por no hablar
de la descoordinación, la insubordinación de los colonos, el déficit de labradores y arte-
sanos calificados combinado con una sobrepoblación de filósofos, músicos, abogados,
científicos y periodistas. Además, el desconocimiento del inglés por parte de los inmi-
grantes obstaculizó su inserción en la sociedad local. Todo lo que quedó del ambicioso
plan original fue un pequeño hotel, varios talleres (herrería, sastrería, mecánico y de
fabricación de botas), un edificio para oficinas, una cocina y comedor, y contadas casas
de campo. Lentamente sus trescientos habitantes fueron desertando. Algunos volvieron
a Europa y otros, en Dallas, coadyuvaron al desarrollo de las artes y las ciencias. La li-
quidación de la Société de Colonisation Européo-Américaine du Texas concluyó en
1875 (Davidson 1973 :286-288).
Consciente del desastre, Considerant se llevó a su familia a San Antonio en 1857.
A mediados del siguiente año viajó a Bruselas, con escala en Québec para visitar en oc-
tubre a sus parientes del Franco Condado y a la familia de su hermana Justine en el Ju-
ra (Suiza). Llegó a París a principios de noviembre y no fue sino hasta mediados de fe-
brero de 1859 que retornó a San Antonio (Beecher 2001:350 ss; Vernus 1993:172). Al
año siguiente, compró por 1500 dólares una casa campestre cercana a la misión de
Nuestra Señora de la Purísima Concepción en Bexar Country. Para ese momento, el
grupo de colonos había quedado reducido a Victor Prosper, Julie, su suegra y Vincent
Cousin, un amigo belga. Aunque su situación económica era cada vez más difícil, el
trabajo resultaba placentero. En sus nuevas labores todos participaban porque, decía,
Aquí somos nuestros propios peones y nuestros negros. Siempre hay algo que ha-
cer, la limpieza, en el jardín, con las gallinas, qué sé yo. Y con eso que desde hace
algunos días las campanas de la ciudad vecina tocan de vez en cuando para aler-
tarnos, porque vivimos en la agradable expectativa de que nos roben de un mo-
mento a otro los soldados de la Confederación del Sur que cubren los caminos con
tropas que se desbandan espontáneamente, pero armadas por su cuenta (Conside-
rant, 2008, 82).
184

La amnistía de 1869 le permitió regresar a Francia. Después del fatal desenlace


de la Comuna en mayo de 1871, su pasaporte estadounidense le permitió eludir la re-
presión y marchar a Suiza en compañía de su inseparable esposa Julie, a quien perdió
en 1881. En la IIIª República se replegó de la actividad política y declinó una candida-
tura a la Asamblea Nacional y otra por la capital, ocupando su tiempo en estudiar y es-
cribir. Vestido con sombrero y jorongo mexicano caminaba por el Barrio Latino. Fiel
hasta el final a la doctrina de Fourier, murió a los 85 años en París el 27 de diciembre
de 1893. Cremaron sus restos en el cementerio de Père-Lachaise en una ceremonia en
que le ofrecieron el último adiós representantes de todas las tendencias de la izquierda
francesa, del consejo municipal y de la cámara de diputados.

La Logia

Albert Kimsey Owen nació en Chester, Delaware County, Pennsylvania el 17 de


mayo de 1847. Hijo de un médico cuáquero descendiente de galeses y de una madre
procedente de una familia acomodada de Maryland, fallecida poco después del naci-
miento de Albert. El doctor ya no volvió a desposarse y, explicablemente, la vida cam-
bió para sus hijos (Reynolds 1972:1-2). No obstante, los Owen lograron una sólida for-
mación básica y artística. Fue el padre quien proporcionó al menor sus primeros cono-
cimientos acerca de México. Recorrió con sus hijos una buena porción de los Estados
Unidos cuando trabajó como médico del ejército unionista. Y, para completar su edu-
cación, los llevó a un largo viaje por Europa y el Medio Oriente. Albert además iría In-
glaterra, Escocia e Irlanda, antes de concluir sus estudios de ingeniería (Owen
1883:199-201).
Owen trabajó para el Chester Creek Railroad en 1867. Cuatro años después, ob-
tuvo empleo en Colorado, en la Denver and Rio Grande, compañía ferroviaria del gene-
ral William J. Palmer, cuáquero, como su familia. El trabajo en la oficina no lo hacía
muy feliz, de tal manera que no vaciló en marchar a México cuando se presentó la oca-
sión. Las indicaciones del ex-cónsul estadounidense en Mazatlán, el doctor Benjamin
R. Carman, le facilitaron llegar a la bahía de Topolobampo, en Sinaloa hacia septiem-
bre de 1872 (Reynolds 1972:3-4). El lugar le pareció adecuado para instalar el puerto
terminal de la línea del ferrocarril transcontinental proyectada por la empresa, la cual
185

correría desde la costa atlántica de los Estados Unidos hacia Texas, atravesando la sie-
rra Tarahumara hasta desembocar en el Pacífico mexicano. Desde su perspectiva, Mé-
xico poseía la tierra, los recursos naturales, el clima y una ubicación geográfica extra-
ordinaria. Sin embargo, el general Palmer, con quien guardaba una buena relación,
desaprobó la propuesta, en buena medida porque las relaciones con el gobierno mexi-
cano se habían descompuesto. En adelante, el plan ferrocarrilero correría por cuenta de
Owen. Recurrió al congreso y al presidente de su país (el general Ulysses Simpson
Grant le otorgó un gran respaldo), conversó con muchas personas y desplegó una larga
campaña publicitaria, pero los intereses de las grandes corporaciones fueron un obs-
táculo irremontable. Casi por diez años intentó hacerse de los recursos financieros sufi-
cientes para construir el Great Southern Railroad, proyecto que nunca pudo realizar
(Abramson 1999:252; Gill 1955:305; Ortega Noriega 1978:66-67; Owen 1975:30; Rey-
nolds 1972:6 ss.).
Hacia finales de 1873 Owen y un puñado de personas formaron el primer club
Greenback de Pennsylvania, fungiendo como secretario durante dos años. Conoció en
1874 a Edward Howland y Marie Stevens, el uno graduado en Harvard, la otra obrera
textil en Massachussets. La pareja poseía una finca cerca de Hammonton, Nueva Jer-
sey, donde cultivaban cincuenta variedades de rosas, frecuentemente visitada por Al-
bert Brisbane quien, recordemos, había invitado a Considerant a los Estados Unidos.
Los Howland estuvieron en Europa durante la guerra civil estadounidense y vivieron
por un año en el “familisterio” de André Godin, en Guisa. Ella se había acercado a las
ideas fourieristas a través de su primer marido, el abogado Lyman W. Case, quien la
vinculó con la Stuyvesant Street Unitary Home, un dormitorio cooperativo que fun-
cionaba de acuerdo con el sistema serial de Fourier. Marie tenía 38 años de edad cuando
entró en contacto con Owen, y en aquel momento acababa de publicar la novela Papa’s
Own Girl, en la cual recreó aquella experiencia, sugiriendo la posibilidad de formar un
falansterio en Nueva Inglaterra (Owen 1975:203 suplemento; Reynolds 1972:37-39).
La señora Howland influyó en la formación ideológica de Owen y en el sesgo que
tomó el proyecto ferroviario, particularmente en el diseño de una comunidad ideal en
México. Este ascendiente no sólo fue vehículo conductor del fourierismo sino que tam-
bién acercó al ingeniero a una experiencia netamente estadounidense: el movimiento
granger acaudillado por Oliver Hudson Kelly, en defensa de los granjeros frente al Es-
186

tado, los terratenientes y las compañías ferroviarias. La forma de organización adopta-


da por éste, que llegó a tener hasta 800.000 afiliados, fue una combinación sui generis
de los esquemas de las sociedades secretas, los sindicatos y las cooperativas con el obje-
to de constituir en una empresa social (Abramson 1999:261-262). Esta concepción de la
asociación económica, aunada al mecanismo financiero de los greenbacks, consistente en
la emisión de una moneda patriótica redimible después por bonos del Tesoro o por dóla-
res, redondeó la perspectiva owenita en materia de inversión y financiamiento, en tanto
que la doctrina societaria lo proveyó de los instrumentos para comprender la dinámica
de las relaciones humanas.
Owen, en compañía del hijo del general Grant, tuvo oportunidad de entrevistar-
se con el presidente Porfirio Díaz en la ciudad de México el 2 de mayo de 1881, ama-
rrando el acuerdo por el cual el 13 de junio siguiente el gobierno mexicano concedió los
derechos de construcción de una línea de ferrocarril que uniría Texas con Sinaloa (nada
más que un tramo del proyecto original) y para fundar la Ciudad de la Paz. Aquél in-
cluía también el servicio de telegrafía, dando lugar a la conformación de The Texas-
Topolobampo and Pacific Railroad and Telegraph Company. Owen hizo ver la locali-
zación privilegiada de la bahía sinaloense, en relación tanto con los Estados Unidos
como con los puntos principales por donde pasaba el flujo comercial mundial, lo agra-
dable y bello de las playas, así como la riqueza pesquera del litoral mexicano. El 5 de
diciembre de 1882, el nuevo presidente de México, Manuel González, ratificó el decreto,
acordando que la colonización de la bahía sería solventada por The Credit Foncier
Company. A cambio de una subvención de 5000 pesos por kilómetro construido, la em-
presa se comprometía a que el capital fuera 100% nacional. Por lo demás, la eximieron
durante 15 años de pagar los derechos de puerto y los aranceles por la importación de
materiales de construcción y operación. Tras sucesivas negociaciones, el contrato cadu-
có en enero de 1899, sin haberse logrado construir más que unos pocos metros de vía
(Owen 1883:26 ss.; Ortega Noriega, 1978:74 ss.).
En 1885 el matrimonio Howland puso a Owen en contacto con el editor neoyor-
quino John W. Novell quien le publicó su Integral co-operation; its practical application.
Dentro de la “cooperación integral” la tierra y los recursos naturales serían de propie-
dad común, concediéndose a los particulares exclusivamente usufructo; el producto se
entregaría al gobierno de la comunidad o Estado, fijándose su precio de venta con base
187

en los costos netos y quedando a cargo de aquél su distribución. Operaría dentro de la


comunidad el “crédito al trabajo”, medio de intercambio directamente proporcional al
trabajo realizado en favor de ésta. Asimismo, los servicios prestados a la colonia agríco-
la se tasarían de acuerdo con la jornada laboral. Los enseres domésticos serían de pro-
piedad privada y los bienes públicos se otorgarán gratuitamente o por medio de aque-
llos créditos. Por otra parte, el comercio interior sería catalogado como un servicio, su-
jetándose a las normas de éstos. El comercio exterior competería exclusivamente al go-
bierno comunitario, en tanto que la inversión pública, la seguridad social y algunos
otros gastos se pagarían con los beneficios derivados del intercambio con el exterior,
dado que se suprimirían los impuestos personales. El ejercicio de la justicia y la expedi-
ción de leyes serían también función de aquél. Diez departamentos administrativos,
cuyos responsables serían electos en asambleas populares, quedarían a cargo de la em-
presa colectiva. Respecto del ámbito civil, exceptuando el matrimonio, todos los con-
tratos se harían con la comunidad. Los menores de 20 años deberían estudiar, capaci-
tarse en un oficio y emplear una porción de su tiempo en las tareas colectivas. Los ma-
yores de 20 y menores de 51 sin impedimento físico estarían obligados a trabajar. Am-
bos sexos poseerían los mismos derechos. La religión sería un asunto de cada quien, ga-
rantizándose la plena libertad de culto. Igual ocurriría con las doctrinas sociales, objeto
de la libre elección individual.
Para 1886, Owen obtuvo el contrato para formar la Ciudad Pacífica en el estado
de Sinaloa y, al mes siguiente, se completó la suscripción de 15.000 acciones, cifra pre-
vista para arrancar la colonización. Inicialmente serían 500 familias de inmigrantes,
agregándose 1500 en los cinco años siguientes. The Credit Foncier Company compraría
unos terrenos al norte de la bahía de Topolobampo para hacer la ciudad de 5700 hectá-
reas iniciales de extensión y otros más en el predio “Los Mochis” para establecer una
granja agropecuaria. La expectativa era que en tres años la colonia fuera autosuficien-
te. El capital indispensable para la obra se obtendría mediante la venta de 100.000 ac-
ciones a 10 pesos cada una y, puesto en operación el plan, se venderían tanto el derecho
al uso de los lotes como acciones a los colonos. Este derecho podría transferirse a los
descendientes, pero no podría transformarse en propiedad plena, que en última instan-
cia pertenecía a la compañía, la cual, a su vez, no podría ni transferir ni tampoco hipo-
tecar sus bienes a algún gobierno extranjero, aunque sí a particulares, previa autoriza-
188

ción del gobierno federal. Con respecto a las ganancias, la mitad se emplearía en la ad-
quisición de tierras y la realización de las obras públicas, una décima parte en la edifi-
cación de casas y otro tanto en el pago de dividendos. El remanente cubriría la cons-
trucción de hoteles, la expansión del sistema de cooperación y otros gastos adicionales.
Las decisiones se tomarían con base en el voto ponderado de los miembros, de acuerdo
con el monto de las acciones, la mayoría en posesión del mismo Owen. The Credit Fon-
cier of Sinaloa, semanario a cargo de Marie Howland, sirvió para atraer suscriptores
hacia la empresa colonizadora (Ortega Noriega 1978:95 ss.).
El 14 de septiembre una reunión de socios del The Credit Foncier Company en
Nueva York nombró a Owen director de la empresa, a Louis H Hawkins abogado, teso-
rero a John W. Lovell (editor neoyorkino), y secretario a David D. Chidester (greenba-
cker de Ohio). La responsabilidad sobre cada uno de los departamentos se distribuyó de
la siguiente manera: Owen, ingeniería e inspección; Lovell, depósitos y préstamos; Chi-
dester, diversificación del trabajo; Hawkins, leyes y arbitraje; Marie Howland, educa-
ción; Alvan Brock (impresor de Washington), poder motriz; William C. Crooks (amigo
de Owen de Filadelfia), medicina; Geroge W. Pressey (inventor y granjero de Nueva
Yersey), agricultura, bosques, pesca y caza, reemplazado al poco tiempo por un dentis-
ta de Denver de nombre Stanley T. Peet; William F. Eaton (antiguo ministro y green-
backer de Maine), orden y policía; Edwin J. Schellhous (médico y viejo reformista de
California), transportes. Ninguno recibiría un salario que excediera los 100 dólares
mensuales (Reynolds 1972:46; Owen 1975:24).
The Credit Foncier of Sinaloa recibió muchas cartas de personas deseosas de in-
corporarse a la colonia modelo en el Pacífico. Otras expresaron gran desconfianza hacia
las fantasías utópicas o a cosas más tangibles como los problemas internos de México.
En tanto, el ingeniero Owen salía de Nueva York rumbo a Guaymas y a Topolobampo
encaminando al primer grupo de pioneros en octubre de 1886. Al mes siguiente, otros
más partieron de San Francisco encabezados por Schellhous. Tardaron siete días en lle-
gar a Mazatlán, donde permanecieron mientras se resolvían los aspectos aduaneros y
migratorios, los cuales, a la larga, terminaron por perjudicar a la empresa colonizadora.
El 17 de noviembre 27 entusiastas colonos desembarcaron en la tierra prometida.
Treinta más, comandados por Hawkins y Eaton, lo hicieron en enero siguiente. Llega-
ron más y más pioneros, contemplando probablemente azorados cómo sus antecesores
189

vivían incómodamente en austeras casas de madera (Reynolds 1972:41-42; Ortega No-


riega 1978:118-120; Valadés 1939:53). Antes de concluir 1886 había aproximadamente
trescientos habitantes. A lo largo de los años, aproximadamente 1245 personas pasaron
por ella entre 1886 y 1893, manteniendo un promedio anual de 274.

Cuadro 1. Población de La Logia


A Número aproximado de
ño habitantes
1 300
886
1 140
887
1 110
888
1 115
889
1 240
890
1 390
891
1 495
892
1 400
893
Fuente: Reynolds (1972: 149)
Los colonos provenían de distintos puntos de los Estados Unidos: de Oregon a la
Louisiana, de Texas hasta Minnesota, de California a Massachussets. Prácticamente no
había del Medio Este. De otros países quedaron registrados unos cuantos procedentes
de Inglaterra, los Países Bajos, Canadá, Hawai, Alemania y México.

Cuadro 2. Población no estadounidense


Procedencia Número aproxi-
mado
México 23
Inglaterra 16
Países Bajos 2
190

Canadá 2
Hawai 2
Alemania 1
Fuente: Reynolds (1972: 159-160) y Ortega Noriega (1978:134)

Cada quien se incorporó al grupo de trabajo de su preferencia, participó en la


elección del jefe correspondiente, y aceptó un salario igual para todos (3 dólares en cré-
ditos de trabajo por jornadas de 8 horas). Las tareas iniciales consistían en traer agua
potable en barriles de madera, recolectar huevos de aves marinas, albañilería y labores
domésticas. De allí abrieron paso a la agricultura mediante el alquiler de pequeños pre-
dios. Sin embargo, no tardaron en aparecer los primeros conflictos de envergadura: al-
gunos de los inmigrantes se negaron a sumar sus víveres a la despensa común, otros
simplemente recelaron de las bondades del proyecto, además de enfermedades como la
viruela que los diezmaron, particularmente a la población infantil. Algunos se rebela-
ron, otros se marcharon (Ortega Noriega 1978:119 ss.).
Al terminar 1887 la colonia adquirió por 4000 dólares un terreno de 160 hectá-
reas situado entre Ahome y Zaragoza, de nombre La Logia. Esto significó el inicio de
un periodo de calma y prosperidad que se prolongó hasta finales de 1890. Casi todos sus
miembros se trasladaron para allí, aunque un pequeño grupo decidió permanecer en la
bahía y otros pocos quedaron dispersos en el valle. Aquéllos tuvieron buenos resultados
en el cultivo de hortalizas, árboles frutales, maíz, caña de azúcar, trigo y plantas forra-
jeras, asesorados por técnicos californianos. Además del autoabastecimiento, les alcan-
zó para vender los excedentes en el mercado local. También se dedicaron a la ganadería
y la producción artesanal. Parte del alimento lo recibían del campamento de Topolo-
bampo y las medicinas y productos industriales directamente de los Estados Unidos.
No obstante, a veces existieron problemas de abasto, obligando a Owen a solicitar au-
xilio del gobierno mexicano. Para esas fechas había cerca de 138 colonos en toda el área
(Ortega Noriega 1978:124-125; García Cantú 1969:256; Torúa Cienfuegos 1978:38).
Owen no participó a tiempo completo en la marcha cotidiana de la colonia, pues
viajó constantemente por los Estados Unidos, México y Europa para buscar financia-
miento y atraer a otros colonos. Estuvo ausente entre 1887 y 1891. No obstante, el nú-
cleo de La Logia, dirigido por Alvin Wilber, maestro y capitán del ejército unionista,
continuó fiel a la doctrina y liderazgo de aquél, lo que conllevaba una moral estricta y
191

una fuerte solidaridad grupal. En el plano económico esto implicaba pagar salarios al-
tos y equitativos, incluso aunque las actividades realizadas no fueran las más rentables.
Asimismo, vendían algunas de sus mercancías con precios subsidiados. El déficit era
cubierto por las aportaciones recibidas por The Credit Foncier Company, de la misma
manera que los gastos derivados de los trabajos de construcción. La situación comenzó
a cambiar cuando un grupo de pioneros, encabezado por el próspero empresario de En-
terprise, Kansas, Christian B. Hoffman, también antiguo greenbacker, se incorporó re-
comendado por los Howland, inyectándole capital y trabajo, pugnando por fraccionar
la propiedad colectiva en parcelas individuales, y, sobre todo, le dio un cariz más em-
presarial al proyecto, lo cual puso en tensión el esquema organizativo original. Enton-
ces, el grupo de Wilber comenzó a ver que la colonia obedecía más a un “régimen capi-
talista” que a “una colonia socialista”. Los otros, por el contrario, afirmaban que Owen
había violado el acuerdo de permitir la cohabitación armónica de personas de distintos
credos políticos. Los llamados “santos”, aproximadamente 120 personas, permanecie-
ron fieles a su fundador; los kickers, sus detractores, sumaban 140 (Ortega Noriega
1978:128; Valadés, 1939:59).
La disputa corrió en paralelo a las crecientes dificultades económicas de la com-
pañía colonizadora, sangrada por las inversiones, los gastos operativos y los altos sala-
rios de los habitantes de La Logia. Personas como Michael Flurscheim tildaron a Owen
de autocrático, pues no consideraba y menos aceptaba discutir sobre formas de gestión
distintas a las suyas, y rebatieron las bases de su política salarial, bajo el argumento de
que pagar igual a todos no obedecía a los principios socialistas, porque el trabajo care-
cía de incentivos, promoviéndose la pereza, el descuido y la irresponsabilidad (Ortega
Noriega 1978:161). Desafortunadamente, quienes poseían el capital para reactivar la
empresa -el grupo de Kansas- y los que detentaban las concesiones -la gente de Owen-
fueron incapaces de ponerse de acuerdo, y el derrumbe de aquélla sobrevendría pronto.
Marie Howland, entoces viuda y muy cercana a los líderes en pugna, rehusó tomar par-
tido y abandonó La Logia en agosto de 1893. La colonia quedó prácticamente deshabi-
tada. Para noviembre, Owen decidió entregar su dirección a otras manos. Tres años
después estaba arruinada y en el puerto no quedaban más que un puñado de familias,
mientras Owen proyectaba la formación de nuevas empresas en los Estados Unidos:
The North Mexico Company y The Pacific City Colonization Company. Hacia 1913 el
192

gobierno estadounidense repatrió parte de los colonos que aún quedaban en la zona;
otra porción se asimiló al país. Dentro de todo, el balance final ofreció algunos resulta-
dos positivos: los pioneros lograron un nivel de vida muy superior al de los campesinos
mexicanos; reunieron una biblioteca de aproximadamente 300 volúmenes y consiguie-
ron editar un periódico; instalaron un observatorio meteorológico; formaron un club de
teatro y varias asociaciones para desarrollar la agricultura del valle de El Fuerte, ade-
más de una aportación definitiva en la creación del puerto de Topolobampo (Ortega
Noriega 1978:175 ss.).
A Owen todavía le quedaría voluntad para planear en México el canal de
Huehuetoca, el drenaje del Lago de Texcoco, los proyectos de ferrocarril a Querétaro y
la participación en la exposición mundial, para los que propuso la emisión de bonos
respaldados por el erario público. Poco antes de morir, publicó un libro y dos folletos en
los que expuso al congreso de su país un sistema de carreteras de varios carriles y con
una extensión de poco más de 7000 kilómetros, capaces de comunicar al norte con el sur
y al poniente con el oriente. Hombre afortunado por más de un motivo, salvó la vida en
agosto de 1880 en un naufragio en que perecieron todos los pasajeros de un navío que se
estrelló contra los arrecifes de Florida en su ruta hacia México. Falleció de un paro car-
diaco el 12 de julio de 1916 en Baldwinsville, Nueva York. Vivía entonces en la man-
sión de su acaudalada esposa, Marie Louise Bigelow, con la que estuvo casado por vein-
te años (Gill 1955:305; Ortega Noriega 1978:129).

Más allá de los problemas específicos de cada una de las colonias de La Reunión
y La Logia, ambas experiencias mostraron tanto dificultades operativas similares (poca
o nula inserción en las comunidades locales, erráticos manejos administrativos, falta de
recursos para poner en marcha las etapas avanzadas del proyecto, precarios mecanis-
mos de dirección, etcétera), como las debilidades estructurales de la concepción social
que les sirvió de soporte. El primer socialismo si bien veía en la rivalidad un elemento
que, bien encausado, conducía hacia la mejora en el trabajo y al progreso material y
espiritual del grupo, tenía pocas herramientas para contender con la dinámica propia
del sistema capitalista (particularmente la que concernía a la competencia, la coloniza-
193

ción territorial y la acumulación) que despegaba aceleradamente en el sur de los Esta-


dos Unidos y en el Noroeste mexicano.
Dentro de estas comunidades surgieron intereses diversos y maneras también di-
ferentes de enfocar su desarrollo (hacia adentro u orientarlas mayormente hacia el mer-
cado), de cómo distribuir los excedentes cuando los hubiera (lo cual suponía cierto gra-
do de productividad y eficiencia) y, sobre todo, de llevar a cabo o no la parcelación de
la tierra y convertirla en propiedad privada individual, lo que reintroduciría el círculo
de la desigualdad material. A falta de soluciones en la teoría, la práctica pudo hacer
muy poco para solventar estos problemas, conduciendo al poco tiempo hacia el caos a
las empresas comunitarias y al desprestigio temporal de sus promotores quienes, sin
embargo, todavía conservaron energías suficientes para trazar nuevos proyectos eco-
nómicos (Owen) o políticos (Considerant) y procurar convencer a todo aquél dispuesto
a escucharlos.

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195

Recuperación de empresas y autogestión: acerca de la reconstrucción de re-


laciones de trabajo en la Argentina reciente

Gabriela Wyczykier

El proceso de recuperación de empresas en la Argentina generó un interés muy


particular en la comunidad local y en contextos internacionales luego de la crisis sisté-
mica que se produjo en el país en el 2001. En términos conceptuales, este carácter sis-
témico refiere a la combinación y articulación de situaciones problemáticas en el ámbi-
to político (proceso de deslegitimación de las instituciones políticas), económico (se des-
estabilizó el sistema financiero ocasionando significativas dificultades en el sistema
productivo y de precios) y social (incremento de los problemas de empleo y de pobreza,
multiplicación de las protestas y el descontento social). En este escenario, como analiza
Svampa (2005) se inauguró un nuevo ciclo de movilizaciones caracterizado por el regre-
so de la política a las calles. De esta manera, el año 2002 fue extraordinario por haber
mostrado una sociedad que se encontraba profundamente movilizada, al mismo tiempo
que el país atravesaba una crisis generalizada. El espacio público había quedado así
conformado por una multiplicidad de actores sociales que comenzaron a realizar sus
primeros cruces e intercambios. Las empresas y fábricas recuperadas formaron parte de
este abanico de acciones colectivas desencadenadas en este período.
Bastaba caminar en algunas calles de la ciudad de Buenos Aires, o recoger la in-
formación proporcionada por los medios masivos de comunicación en aquellos meses
para notar que grupos de trabajadores habían optado por permanecer en los espacios
de trabajo, avizorando paulatinamente y con el correr de los meses, la posibilidad de
colocarse al frente del proceso productivo. En esta forma, la autogestión se fue insta-
lando como horizonte posible para los trabajadores que buscaron así permanecer inte-
grados al mundo laboral. De todas maneras, los grupos que protagonizaron este proceso
no estaban solos en su aventura. Por el contrario, surgieron y se vitalizaron desde 2001
dos organizaciones sociales que se conformaron para acompañar y darle fisonomía al
proceso de recuperación de empresas: el Movimiento Nacional de Empresas Recupera-
das (MNER) y el Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas por sus Trabajadores
(MNFRT). Junto a estas organizaciones se encontraba la Federación de Cooperativas
196

de Trabajo (FECOOTRA) situada en la ciudad de La Plata (provincia de Buenos Ai-


res), partidos de izquierda, organismos de gobierno y algunas pocas organizaciones sin-
dicales, como la Federación Gráfica Bonaerense y la Unión Obrera Metalúrgica (seccio-
nales Quilmes y La Matanza).
Para quien escribe estas páginas, el proceso despertó un interés analítico y tam-
bién político inmediato, así como lo hizo en otros tantos investigadores y estudiantes de
las ciencias sociales que comenzamos a transitar por estos espacios de trabajo y a inter-
cambiar diálogos con los trabajadores, militantes y lideres sociales y gremiales confor-
mados al calor de estos acontecimientos. Era ineludible observar una inquietud y un
sentimiento común que nos ligaba a la mayoría de quienes nos acercamos a estudiar es-
te proceso: luego de un profundo proceso de desempleo y precarización de las condicio-
nes de trabajo la clase trabajadora argentina52, se había desencadenando una respuesta
distinta de algunos colectivos laborales, ligado esta vez a la posibilidad y oportunidad
de permanecer vinculados a su fuente de trabajo. Con esta inquietud, me fueron sur-
giendo preguntas de investigación. Entre éstas, una emergía con fuerza: ¿era éste un
proceso único y singular en la historia social argentina? La respuesta no tardó en llegar
de la mano principalmente de la bibliografía que comencé a explorar. Las experiencias
de autogestión laboral y la recuperación de empresas por parte de sus trabajadores re-
conocen antecedentes tanto en la historia local como internacional. Pues bien, hurgan-
do en los antecedentes era posible distinguir elementos de continuidad histórica, pero
también de diferencia, como profundizaremos luego.
En este sentido, la recuperación de empresas por colectivos de trabajadores no
es observada como una estrategia tendiente únicamente a restituir un ingreso prove-
niente de la realización de una labor, pero tampoco es un proyecto dirigido a instaurar
un orden de relaciones sociales distinto o alternativo al capitalismo. Como analizaremos
en las próximas páginas, los protagonistas de estas experiencias de autogestión no se
encolumnaron detras de ningún conjunto de ideas históricamente ligadas con alguna
construcción social diferente o superadora del sistema en vigencia. Por el contrario,

52En los años 90 se produjo un significativo incremento del desempleo y precariedad laboral, que no en-
contró refugio en la informalidad como ocurrió en otros países de la región. Con la crisis sistémica del
2001 estas variables empeoraron (21% de desempleo en Mayo del 2002), observándose una reversión de
este proceso y un mejoramiento significativo de algunas de estas variables a partir de 2005 (10% de des-
empleo al finalizar 2006).
197

dentro del modo de relaciones sociales capitalistas, estos colectivos buscaron dignificar
los derechos al trabajo que habían sido degradados en las últimas décadas, así como re-
componer aquellos beneficios sociales vinculados al mismo. Ello fue producto de la ob-
servación, por parte de estos colectivos, de que los empresarios habían vulnerado la re-
lación contractual básica que define los vínculos entre trabajo y capital, adeudando sa-
larios y no afrontando sus obligaciones correspondientes. De todas maneras resulta des-
tacable que, en el tránsito de la dependencia a la autogestión laboral, ciertas condicio-
nes propias de la reproducción del modelo de acumulación capitalista fueron cuestiona-
das y modificadas, fruto de la potencialidad que revistió la lucha y el conflicto llevado
adelante por una porción de la clase trabajadora orientado a la recuperación y la ges-
tión de espacios productivos.
En las páginas que componen este artículo nos proponemos argumentar sobre
las Empresas Recuperadas por sus Trabajadores como un conjunto de experiencias co-
lectivas que buscaron afrontar los riesgos sociales de tipo material, cultural y simbólico
relacionados con la pérdida de una inserción ocupacional en empresas formales. La in-
vestigación que dio vida a estos argumentos fue desarrollada entre 2002 y 2006: en este
artículo haremos referencia principalmente a tres empresas recuperadas en el 2002 que
se ubican en distintos sectores de actividad económica y en diferentes geografías: 1) Ar-
tes Gráficas El Sol, empresa gráfica ubicada en la ciudad de Buenos Aires; 2) Coopera-
tiva de Trabajo L.B., metalúrgica ubicada en el Partido de La Matanza, provincia de
Buenos Aires; 3) FASINPAT – Fábrica Sin Patrón- conformada luego de la recupera-
ción de la empresas de cerámicos Zanon, en el Parque Industrial de la ciudad de Neu-
quén.

El universo de las Empresas Recuperadas por sus Trabajadores

Las empresas recuperadas por sus trabajadores adquirieron para su funciona-


miento legal la forma de cooperativas de trabajo. Fue un proceso que ocurrió en el siglo
XX en lugares como Italia, España, Perú, Chile y Argentina entre otros. Fueron em-
presas sociales que emergieron en muchas ocasiones como una modalidad organizativa
destinada a lidiar con los problemas que las crisis económicas del capitalismo habían
generado a la fuerza de trabajo, ocasionando desempleo. Ello ocurrió algunas veces es-
198

timulado por políticas públicas destinadas a disminuir el impacto de estas crisis sobre la
fuerza de trabajo, mientras que otras tantas veces fue propiciado por organizaciones
sindicales y sociales.
En el caso de Argentina, las cooperativas de trabajo surgieron básicamente en
períodos de crisis económicas que amenazaban la integración socio-laboral de los traba-
jadores. Hasta la década de 1980, esta clase de asociaciones laborales resultaba margi-
nal respecto a otras cooperativas como las del sector agrario. A partir de este período,
la autogestión laboral comenzó su ascenso enmarcado en un proceso en curso de desin-
dustrialización. En esta dirección, Levín y Verbeke (1997) muestran que hacia 1984 ca-
si 10% de las cooperativas eran de trabajo, mientras que en 1994 esta cifra ascendía a
34%, mostrando un aumento de esta clase de organizaciones también en números abso-
lutos. Hacia 2006 las cifras reflejadas por el Instituto Nacional de Economía Social
mostraban que 51% de las cooperativas existentes eran de trabajo 53.
En esta dirección, Slutzky, Di Loreto y Rofman (2003) diferencian tres etapas
para contextualizar el incremento de las asociaciones cooperativas de trabajo en el país
en la década de los 90 y principios del actual milenio. En la primera etapa (1990/93), el
aumento de estas cooperativas estuvo ligado a la privatización de las empresas públicas
y la drástica reducción del empleo que implicó este proceso. Esta situación originó un
importante número de asociaciones que se hicieron cargo en forma autogestionada de
una parte marginal de las actividades de las empresas públicas, como los emprendi-
mientos productivos generados a partir de la privatización en 1992 de Yacimientos Pe-
trolíferos Fiscales -YPF-. Otras cooperativas de trabajo fueron el resultado de la terce-
rización de actividades realizadas por el sector público. Una segunda etapa se produjo
hacia mediados de los años 90 cuando el cierre de empresas privadas favoreció la emer-
gencia de cooperativas de trabajo principalmente en el sector industrial. La tercera
etapa estuvo vinculada, por el contrario, a la recuperación de empresas quebradas y
abandonadas por sus dueños, con la consolidación de nuevos actores sociales que acom-
pañaron este proceso. Hacia 2006 las Empresas Recuperadas por sus Trabajadores
(ERT) sumaban aproximadamente 200, habiendo iniciado 14% de ellas su proceso de

53En 1984 de un total de 4073 cooperativas activas y matriculadas, 404 eran de trabajo. En 1994, de
7564eran de trabajo 2632 (Levín y Verbeke, 1997). En marzo de 2006 de las 20.085 cooperativas, 10.235
eran de trabajo (www.inaes.gob.ar). Estas cifras deben considerarse tentativas, dado que las estadísticas
del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social no siempre reflejan el número real de coope-
rativas activas y operativas en el mercado.
199

recuperación antes de la crisis sistémica del 2001, 46% entre el 2001 y 2002, y el 60%
restante entre 2003 y 200454.
Ahora bien, ¿qué elementos distintivos traducen las cifras señaladas respecto al
ascenso de las cooperativas de trabajo en general, y la recuperación de empresas en par-
ticular? Para nosotros, a diferencia de otras experiencias anteriores, el proceso ocurrido
en los últimos años fue el resultado de una crisis inédita del mercado de trabajo que tu-
vo profundas consecuencias sobre las modalidades de integración socio-laboral que tu-
vo la sociedad argentina desde mediados de los años 40 hasta avanzada la década del
7055. Esto supuso para importantes grupos poblacionales la experimentación de situa-
ciones desconocidas en sus trayectorias profesionales: desempleo, precariedad laboral,
subempleo y extensión -aunque moderada- de los planes asistenciales de empleo para
morigerar esta situación.
En este escenario, quienes participaron de asociaciones laborales autogestionarias
buscaron recrear situaciones colectivas de trabajo para enfrentar los riesgos sociales li-
gados a la dificultad de acceso a bienes materiales (como el dinero), culturales (no clau-
dicación de una cultura laboral propia de las historias personales de cada trabajador),
de integración organizativa e identitaria (formando parte de sindicatos y organizacio-
nes de representación de intereses) especialmente para el caso de las ERT. ¿Cuáles son
los rasgos que distinguen a estas ERT del resto de las asociaciones cooperativas de tra-
bajo? En primer lugar las características de su nacimiento: fueron experiencias de au-
togestión cuya emergencia fue mediatizada por las situaciones conflictivas entre traba-
jadores y empresarios, quedando al resguardo de los primeros la continuidad laboral del
espacio productivo. Para ello fue necesaria la intermediación judicial y legislativa en
una cantidad significativa de casos, lo cual que posibilitó a los colectivos laborales sos-

54 Informe de gestión 2006 del Programa Trabajo Autogestionado del Ministerio de Trabajo, Empleo y
Seguridad Social de la Nación Argentina. La cantidad de trabajadores involucrados, de acuerdo a distin-
tas fuentes, variaba entre 9.000 y 12.000. Esta información estadística surge del relevamiento efectuado
por el Programa Facultad Abierta (2005) sobre 72 ERT encuestadas.
55 Con el advenimiento del primer gobierno peronista no solamente se asistió al pleno empleo formal sino

además, y junto a ello, gran parte de la clase trabajadoravivió el acceso a un conjunto de protecciones
colectivas desconocidas hasta los años 40. Con el golpe de Estado de 1976 comenzó una etapa en la cual
se vieron afectados los derechos sociales de los trabajadores con la implementación de medidas políticas y
económicas neoliberales. Estas medidas fueron luego profundizadas por los gobiernos democráticos de
Menem de De La Rúa.
200

tener estas empresas en el mercado bajo su gestión, permitiéndoles apropiarse directa-


mente de los medios de producción.56
De esta forma, este proceso pudo sustanciarse por un cambio significativo en las
oportunidades políticas, ligado a la crisis del 2001. Ello se sostuvo en la progresiva legi-
timidad que adquirieron estas experiencias para distintos grupos sociales como los sec-
tores medios urbanos y en un tímido apoyo del Estado, que en un cambio de presiden-
tes -Duhalde (2002/03) y Kirchner (2003/07)- trastocó elementos que habían caracteri-
zado a los gobiernos antecedentes, colocando en crisis el modelo neoliberal y suavizan-
do su accionar represivo sobre las protestas sociales y acciones colectivas de estas ca-
racterísticas.

El retorno a la producción

Las ERT surgieron a partir de la organización autogestionada de empresas capi-


talistas del sector formal de la economía, que en su mayoría habían atravesado distin-
tas situaciones críticas en su proceso productivo durante los años 90. La apertura co-
mercial propiciada por el primer gobierno de Carlos Menem en los inicios de esa década
y el sostenimiento de un patrón cambiario de convertibilidad con el dólar fueron meca-
nismos económicos que asestaron un duro golpe sobre el sector de las pequeñas y me-
dianas empresas en el mercado local. Frente a un escenario económico que para muchos
de estos empresarios se presentaba adverso, pero también en varios casos por la utiliza-
ción de prácticas fraudulentas y de incumplimiento de las obligaciones regulatorias de
este sector, empresas capitalistas comenzaron a perecer y a ser abandonadas por sus
dueños. Inscribimos el proceso de recuperación de estos espacios productivos en un con-
texto en el cual los trabajadores se encontraron repentinamente con persianas que des-
cendían decretando el ocaso de las empresas y observando maniobras de vaciamiento e
incumplimiento de los pagos salariales. Ello fue mediatizado en variados casos por si-
tuaciones de conflicto abierto con los empresarios y las fuerzas policiales, en las puertas
de los establecimientos o en su interior.

56En la mayoría de los casos los juzgados debieron intervenir para favorecer la continuidad laboral de las
empresas por parte de los trabajadores reunidos en cooperativas de trabajo, mientras que las legislaturas
municipales y provinciales debieron extender en variados casos leyes de expropiación transitoria para
que los trabajadores pudieran disponer de los medios de producción.
201

Para ilustrar estos comentarios, nuestros casos de estudio ofrecen una mirada al
respecto. La Cooperativa Artes Gráficas El Sol, ubicada en la ciudad de Buenos Aires,
muestra una combinación de crisis económica de todo el sector gráfico e incumplimien-
to de las obligaciones patronales. Esta empresapudo sortear una profunda crisis comer-
cial a principios de la década de 1990, incrementando su producción y logrando hacia
1998/99 generar un balance exitoso. Sin embargo, la desestabilización económica volvió
a sacudirla, comenzando con los despidos de algunos de sus 45 trabajadores y el incre-
mento de sus deudas salariales (Secretaría de Desarrollo Económico del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires, 2003). En un principio, los trabajadores aplicaron las medidas
de fuerza tradicionales de las organizaciones obreras locales -como paro de actividades-
pero no consiguieron la restitución de las condiciones de trabajo anteriores a la crisis.
Por otra parte buscaron generar opciones consensuadas con el dueño de la imprenta a
fin de enfrentar la crítica situación económica que los aquejaba, procurando sostener y
reproducir sus vínculos salariales. Sin embargo el desencadenamiento de los hechos lo-
gró sorprenderlos, a pesar de haber notado que la imprenta se encontraba con un signi-
ficativo descenso de su producción -que oscilaba entre un 5 y un 10% de la capacidad
instalada-. Así fue que un día de Junio de 2002 llegaron a la empresa y notaron que fal-
taban computadoras e insumos de trabajo que el dueño había retirado en los días ante-
riores. Ante estos eventos que se estaban desarrollando, los trabajadores gráficos con-
currieron a su sindicato -la Federación Gráfica Bonaerense- y con su asesoramiento
formaron una cooperativa de trabajo. Al cabo de dos meses y luego que la legislatura
de la ciudad les otorgara la expropiación transitoria de los medios de producción, pu-
dieron recomponer el funcionamiento de las máquinas y recomenzar el proceso de tra-
bajo bajo su propia gestión. Los niveles productivos de la cooperativa fueron incremen-
tados en forma relativamente rápida por el colectivo, que en un primer momento era de
21 socios. Ello ocurrió en gran medida gracias a la recuperación del mercado interno a
partir de 2002, fruto de algunos cambios en la orientación política y económica del go-
bierno.
Al principio, al igual que en otros casos, el principal problema no era poner a
funcionar las maquinarias -cosa que sabían hacer a la perfección- sino encontrar los
clientes que quisieran volver a proveerse con su producción. Al quedar integrados al
colectivo personal de distinto nivel de calificación -incluso los que ocupaban en la
202

anterior empresa cargos administrativos- fue factible reiniciar la cadena de clientes y


retornar al mercado. Aunque habían recibido algunos subsidios del gobierno de la
ciudad y del Ministerio de Trabajo al momento de realizar muestra investigación, uno
de los principales obstáculos de este agrupamiento era la falta de capital suficiente para
adquirir o renovar maquinarias.
La Cooperativa de Trabajo Fundición LB Ltda. surgió en 2002 luego de que los
trabajadores fueran abandonados por los propietarios. Esta cooperativa, formada a
partir de los cimientos de la ex-empresa La Baskonia fundada en 1926, continuó
dedicándose a la fundición de hierro gris para la elaboración de sistemas de redes de
agua, sanitarios para la construcción, red pluvial y cloacal completa. La importación
de insumos en los años 90 por parte de las empresas privatizadas proveedoras de
servicios sanitarios y de agua, produjo un fuerte golpe económico a esta empresa. A ello
se adicionó la competencia progresiva de materiales plásticos que en esos años se
difundieron en el mercado local. Esto, junto a las sucesivas crisis ocurridas en la
actividad de la construcción, nos permite situar el trasfondo de la problemática por la
que transitó esta fábrica en los últimos años de su actividad. Frente a la presión de
los trabajadores por percibir las jornadas de trabajo adeudadas, y luego de varios días
de huelga, las autoridades de la fábrica salieron de la planta prometiendo regresar con
el dinero para afrontar los pagos. Pero ello no ocurrió. Tras siete meses de permanencia
adentro del establecimiento, los 70 trabajadores que protagonizaron el conflicto
reiniciaron como cooperativa la producción en julio de 2002, luego de que les
concedieran la expropiación transitoria de la fábrica y sus maquinarias. Durante
aquellos siete meses recibieron la solidaridad y asistencia del MNFRT, la seccional La
Matanza de la Unión Obrera Metalúrgica y vecinos. Este colectivo logró remontar la
producción con la utilización de maquinarias que eran antiguas y obsoletas para el
mercado. Al principio fundieron todos los materiales de desecho que encontraron en la
planta y con la ayuda de algunos pocos proveedores comenzaron a regenerar una
cadena de clientes. Así, encendieron dos de los cuatro hornos dos veces a la semana
para abastecer su demanda. Esta actividad económica, al igual que otras, oscila entre
meses de mayor y menor producción, habiendo logrado de todas formas generar un
ingreso relativamente estable a sus trabajadores.
203

Fabrica Sin Patrón (FASINPAT) es un caso singular en el universo de las


empresas recuperadas, entre otras cosas por la envergadura y tamaño de la planta que
se dedica a la producción de cerámicos y porcelanatos. Pero además, porque el grupo
empresario Zanon -propietario de esta planta- pretendía iniciar en los inicios del
milenio un proceso de vaciamiento de la fábrica a fin de instalarse en otro lugar. En
este sentido, la empresa no se encontraba atravesando una crisis económica y comercial
sino que, por el contrario, sus niveles productivos eran positivos. Por otra parte, la
misma se había beneficiado en varias ocasiones durante los años 90 con préstamos
provinciales y otras fuentes de financiamiento, ya fuera para invertir en la fábrica o
para abonar sueldos. Dinero que no fue mayormente reintegrado a sus acreedores, entre
ellos el Estado provincial neuquino.
En octubre de 2001, con salarios adeudados y alegando falta de insumos, el
grupo empresario apagó los hornos y envió telegramas de despido a todos sus
trabajadores. Ante ello, la mayoría de los operarios optó por permanecer en la puerta
de la fábrica a la espera de una solución que les permitiera reincorporarse al proceso de
trabajo y/o cobrar sus salarios. Para ello en la puerta colocaron carpas y guardias
obreras destinadas a impedir el ingreso del personal jerárquico y administrativo de
Zanon. Al mismo tiempo, iniciaron acciones judiciales en búsqueda de alguna solución
a la incertidumbre en la que se encontraban. La salida autogestionaria no era percibida
por los 260 trabajadores de ningún modo como una estrategia destinada a retornar a la
producción. Sin embargo, y luego de cinco meses de conflicto en los cuales hicieron
actividades para sostener su subsistencia económica (al igual que en el resto de los
conflictos de las ERT) y organizaron campañas de comunicación destinadas a dar
conocimiento a la comunidad neuquina del conflicto que atravesaban, los trabajadores
decidieron entrar a la fábrica y ponerla en marcha bajo su gestión. Durante esos meses
y después contaron con apoyos provenientes de organizaciones sociales y políticas de la
provincia como el Sindicato de Obreros Ceramistas de Neuquén –totalmente articulado
con el conflicto ya que sus principales dirigentes e integrantes eran miembros de esta
fábrica- partidos de izquierda, organizaciones sociales y sindicales y miembros de la
comunidad. El ingreso de los ex trabajadores de Zanon a la fábrica en marzo de 2002
les permitió el encendido de un horno y la elaboración de los primeros 10.000 mt 2 de
producción. De allí en más estos valores fueron en ascenso.
204

El conflicto para estos trabajadores continuó siendo arduo aún después de


comenzar la producción, ya que no lograban obtener la continuidad legal de la fábrica
ni la expropiación provincial. Ello se debía a una combinación de elementos, entre los
cuales se destaca la presión del grupo Zanon para retomar la gestión y administración
de la fábrica, la oposición del gobernador de la provincia Jorge Sobisch y la negativa de
los trabajadores de FASINPAT a adoptar la forma legal de cooperativa de trabajo.
Desde que los trabajadores retornaron a la producción en 2002, debieron enfrentar
medidas de desalojo policial que resistieron con la ayuda de las organizaciones
mencionadas. Desde los comienzos del proceso productivo autogestionario, los desafíos
fueron múltiples por la falta de insumos y capital, pero también porque debieron
restablecer la confianza con proveedores y clientes que habían mantenido una relación
comercial con el anterior propietario. No solamente porque esta desconocida
experiencia de gestión obrera generaba suma sospecha entre aquellos, sino además
porque el grupo empresario Zanon, según les constaba a los trabajadores, amenazaba a
proveedores y a clientes para que no entablaran relaciones comerciales con el colectivo
obrero. De todas formas, varios de estos vínculos fueron restablecidos a lo largo del
primer año en una tarea minuciosa y personalizada, dinamizada por los trabajadores
que conformaron la oficina de compras y ventas.
Los ascensos en la producción permitieron incorporar nuevos trabajadores a la
planta (que llegaron a ser 460 en el 2006) y establecer un ingreso monetario para
cada trabajador que pudo sostenerse en el tiempo. Paralelamente, reinstalaron otros
beneficios de los cuales habían gozado como trabajadores asalariados: el servicio de
transporte, refrigerios, de enfermería en la planta y cobertura de gastos médicos de
los trabajadores y sus familias que no pudieran ser procurados por el sistema
hospitalario local. Junto a ello, debieron realizar importantes inversiones en el
mantenimiento de maquinarias que el grupo empresario había dejado de realizar por
largo tiempo. Durante los primeros meses del 2006 la gestión obrera llegó a utilizar
prácticamente el 40% de la capacidad instalada de la planta aduciendo como
principales limitaciones para incrementar la producción la necesidad de realizar
mayores inversiones en maquinarias, básicamente en su mantenimiento y la
adquisición de repuestos para aumentar la cantidad de hornos en funcionamiento.
205

En suma, la posibilidad de retornar a la producción a través de la autogestión,


permitió a los trabajadores que formaron parte de estas experiencias colectivas obtener
un ingreso monetario. En contraposición al asistencialismo público y a la dificultad de
reinsertarse en el mercado en una etapa de significativa crisis de empleo, la autogestión
se instaló como una oportunidad que eligieron asumir. Si bien las condiciones favora-
bles en el mercado interno y las leyes de expropiación en muchos casos permitieron que
estas empresas sociales adquirieran una dinámica que las sostuvo operativamente en la
economía, los desafíos y problemas que siguieron afrontando fueron significativos. Para
mencionar sólo algunos aspectos, es una importante dificultad acceder a préstamos
bancarios y reunir capital suficiente para reciclar y modernizar maquinarias. De todas
maneras, por sobre una evaluación macroeconómica de estas empresas nos interesa re-
marcar el potencial de estas experiencias como mecanismos de integración socio-laboral
que se asientan en el trabajo y la reproducción de una cultura a él vinculada, en con-
traposición a los instrumentos asistenciales del Estado y las condiciones desocializado-
ras que provoca el desempleo. Sobre ello continuaremos argumentando en próximos
párrafos.

La reconstrucción de vínculos laborales en el espacio de la autogestión

En un primer momento del conflicto, los trabajadores que formaron las empresas
recuperadas no concibieron la posibilidad de emprender este tipo de empresas colecti-
vas. Por el contrario, ello fue asumido como un horizonte posible cuando se percibió
como impracticable el retorno a los vínculos salariales dependientes. El acceso y con-
formación de un proceso de autoorganización del trabajo, considerando la escasa expe-
riencia que detentaban los protagonistas de este proceso, implicó una innovación en las
relaciones sociales cotidianas que debieron afrontar. En este sentido, haber compartido
anteriormente relaciones salariales colectivas promovió reacomodamientos y la funda-
ción de nuevas prácticas sociales en estos espacios laborales autogestivos. En definitiva,
como enuncia Lobato (2001) las fábricas resultaron históricamente el escenario especí-
fico del proceso de formación de una cultura del trabajo. Así, maquinarias, edificios,
materiales son la base sobre la cual descansa un sistema de producción y se forjan las
ideas de orden, disciplina, eficiencia, cooperación y resistencia.
206

De esta manera, los trabajadores de las ERT debieron afrontar una serie de
desafíos y cambios de orden objetivo y subjetivo con el fin de reconfigurar sus relacio-
nes de solidaridad y antagonismo en el espacio de trabajo. Un espacio que ya no se en-
cuentra estructurado a través de un orden jerárquico que establece distancias y de-
sigualdad de categorías entre trabajadores con respecto a los cargos de gerenciamiento
y propiedad de los medios de producción. Por el contrario, la autogestión redefine estas
relaciones y transforma en autoridad colectiva lo que anteriormente descansaba en ese
orden de jerarquías. Este trastocamiento del orden de las relaciones no fue una expe-
riencia espontánea ni poco conflictiva para estos colectivos. Por el contrario, acostum-
brados a obedecer órdenes o a preocuparse básicamente por lo que ocurría sólo en su
puesto de trabajo, la nueva situación requirió de cambios subjetivos significativos para
establecer distintas formas de cooperación entre iguales. En efecto, la polivalencia que
caracteriza la situación de gran parte de los trabajadores de estas experiencias puede
ser vista en varios sentidos: de una parte, es el producto de la necesidad de realizar dis-
tintas operaciones productivas por no contar muchas veces con el personal destinado a
hacerlo. Pero también, resulta el producto de una compenetración más completa en el
proceso productivo. En el espacio de la autogestión, cualquier problema que ocurra al
compañero con su trabajo afecta los intereses del colectivo y no los del patrón. Aunque
ello también coloca a los trabajadores en una situación muchas veces difícil de asumir:
la del auto-control y la del control y disciplinamiento del otro. En este sentido, las mi-
radas ya no descansan solamente en la propia tarea sino además, en las tareas de los
demás integrantes del grupo. Las responsabilidades son comunes y de la cooperación
conjunta depende la producción.
De todas maneras, estos argumentos merecen algunos matices en función de los
casos de estudio. Así, durante el conflicto y la recuperación de la producción en la em-
presa gráfica, permanecieron trabajadores de distinto nivel de calificación y jerarquía,
entre ellos la secretaria del antiguo dueño y un miembro de la administración. En este
caso, optaron por sostener una organización del trabajo que reconocía ciertas distancias
vinculares, si bien ello funcionaba de una manera muy distinta en comparación con los
anteriores lazos de dependencia salarial. Incluso, ello se trasladó a los retiros moneta-
rios de los asociados, manteniendo las escalas salariales dispuestas por el sindicato grá-
fico. La cooperativa metalúrgica estaba conformada casi por completo por operarios de
207

base y tres supervisores de la anterior gestión que pasaron a ocuparse de otras activi-
dades administrativas o a operar maquinaria. Este agrupamiento optó por la iguala-
ción de las categorías e incluso en los primeros tiempos de la autogestión acordó no re-
conocer la antigüedad en el puesto de trabajo como una manera de distribuir diferen-
cialmente los retiros monetarios. Sin embargo, este criterio había comenzado a replan-
tearse al ingresar nuevos trabajadores a la planta, que no partíciparon del conflicto por
recuperar la empresa. En FASINPAT, donde los trabajadores de la planta eran casi ex-
clusivamente operarios de base, introdujeron la figura del “coordinador” general y de
cada sector para organizar las secciones productivas de la planta (más de 20), acordan-
do en conjunto la estipulación de ingresos por trabajo que contuvieran una base común
y la posterior adición de un plus por presentismo, antigüedad y turnos rotativos.
En las experiencias analizadas, a estas prácticas se les sumó la decisión colectiva
de mantener las rutinas y los tiempos de trabajo que habían caracterizado la experien-
cia salarial anterior. Ello puede ser visto de dos maneras: de un lado, contribuyó a re-
organizar rápidamente el proceso de trabajo, permitió a estas empresas seguir operando
en el mercado y evitar en el ámbito laboral los conflictos interpersonales que suponen
los cambios y los reacomodamientos a nuevas situaciones. Pero por el otro lado, y ello
es un aspecto fundamental a considerar, la reactualización y sostenimiento de rutinas y
jornadas de trabajo de las relaciones salariales anteriores, permitió dar seguridad y or-
denamiento a los vínculos autogestionarios y a las propias trayectorias y vivencias de
cada uno de los trabajadores. Como destaca Sennett (2000) las rutinas de trabajo, de
las cuales el capitalismo moderno y flexible busca desprenderse, pueden degradar, pero
también proteger, y de este modo contribuir a generar una narración positiva para la
vida -en este caso- laboral. Los hábitos conocidos, contribuyen de esta forma a dar sen-
tido y certezas a nuestras prácticas vitales y a generar confianza no tan sólo en térmi-
nos individuales, sino más aún, colectivos e intergrupales. En un contexto atravesado
por los problemas de desempleo, precariedad e informalidad de las relaciones de traba-
jo, la recomposición de rutinas y disciplinas laborales no reviste el carácter negativo de
la alienación en el espacio de trabajo, sino que asume, por el contrario, un rasgo positi-
vo al proveer un ámbito de reconfiguración de vínculos sociales y de integración labo-
ral.
208

En los inicios y el desarrollo de estas experiencias de empresas recuperadas se


rescató la necesidad de aportar un orden al caos que los incumplimientos patronales y
las crisis de las empresas habían generado en las unidades productivas tanto como en
las trayectorias profesionales de los trabajadores. Organizar este nuevo espacio y tiem-
po, procurando restituir modalidades anteriores de organización del trabajo resultó,
con diversos matices, de una significación relevante para pensar en la configuración de
vínculos laborales autogestionarios. De este modo, en estos casos la autogestión laboral
no tuvo como finalidad cuestionar y transformar relaciones de dominación de clase y
alienación sino reafirmar la condición de trabajador con derecho a la seguridad y al
bienestar social que pueden proveer las protecciones colectivas propias de la sociedad
moderna, ligadas éstas particularmente en el caso argentino, al trabajo.

Conclusiones

En las páginas precedentes se presentaron algunos de los elementos fundamenta-


les para comprender la emergencia de las recientes experiencias de autogestión en el
país, especialmente en relación al universo de las ERT. En este sentido, representan
una modalidad dinamizada por algunos grupos de trabajadores en vistas a afrontar co-
lectivamente los riesgos sociales, materiales y simbólicos que provoca la pérdida de em-
pleo o bien una inserción precaria o intermitente en el mercado de trabajo. Pensamos a
estas experiencias como mecanismos de integración socio-laboral. Y ello supone algo
más que la sola necesidad de proveer un ingreso monetario a los trabajadores protago-
nistas de esas empresas.
Para ello, situamos como principal contexto la crisis del desempleo que era ob-
servable en la sociedad durante la mayor parte de los años 90 y principios del actual
milenio. Esta situación no era tan fácilmente asimilable a crisis económicas de décadas
anteriores. Quedar excluido de un espacio de trabajo que había sido hasta la década de
1980 mayormente formal y que ofrecía protecciones colectivas y bienestar, implicaba
un proceso desintegrador y desocializador que dificultosamente podía reconstruirse.
Largos períodos de desocupación, empleo intermitente, precario e informal se convirtie-
ron en procesos que los trabajadores se acostumbraron a observar o a experimentar co-
tidianamente.
209

La crisis del 2001 habilitó un contexto de oportunidades políticas y sociales para


que entonces la recuperación de empresas y la autogestión se tornara una posibilidad
viable para afrontar colectivamente la laceración y la pérdida de los derechos sociales
adquiridos por la clase trabajadora argentina desde mediados de los años 40. Entonces,
las empresas se convirtieron en espacios positivos de lucha para mantener inserción so-
cial y ocupacional en establecimientos que, para la mayoría de los trabajadores, habían
conformado gran parte de sus trayectorias profesionales. La autogestión se convirtió de
esta manera, y sin ser mediatizada por profundos debates ideológicos, teóricos o prácti-
cos acerca de su implicancia política, en una estrategia para no claudicar a las relacio-
nes colectivas de trabajo. Por ello, estas experiencias no deben ser vistas únicamente
como emergentes de una crisis del mercado de trabajo para sostener fuentes de empleo
y de ingresos o, en la otra dirección, como procesos emancipatorios de clase. En este
sentido, la autogestión no ha significado, para la mayoría de los protagonistas de este
proceso, la refundación de un modelo social alternativo al capitalismo. Por el contrario,
estas fueron experiencias destinadas a recomponer relaciones de trabajo en un escenario
caracterizado por la pérdida de protecciones colectivas. Pero es cierto que, en este ca-
mino, algunas condiciones propias de la reproducción del modelo de acumulación capi-
talista fueron cuestionadas y alteradas, como la posibilidad de recuperar empresas y
autogestionarlas.
Con respecto a la reorganización del proceso productivo en esta clase de empre-
sas, destacamos algunos de sus aspectos, en particular de los casos que hemos estudia-
do. Así, se distingue que los trabajadores pudieron sortear dificultades ligadas a la
puesta en marcha de las empresas y recolocarlas nuevamente en el mercado, permitién-
doles obtener un ingreso, sin dudas variable conforme a cada una de las empresas. La
revitalización del mercado, especialmente a partir de 2003, favoreció esta posibilidad.
Sin embargo, y una vez que las empresas bajo el nuevo manto autogestionario fueron
dinamizadas, se hicieron presentes problemas y desafíos que intentaron sortear diaria-
mente, como la falta de recursos económicos suficientes para invertir en medios de tra-
bajo, la imposibilidad del acceso a créditos y, aún en el presente, la precariedad legal en
que muchas se encuentran operando.
En cuanto a las relaciones en el ámbito de la autogestión, destacamos que este
proceso supuso la combinación y rearticulación de antiguas y novedosas maneras de in-
210

teractuar y organizar el proceso de trabajo. Esta situación ha podido redundar en que


empresas y fábricas pudieran reiniciar rápidamente sus labores, generaran ingresos pa-
ra sus trabajadores y crearan nuevos puestos de trabajo. Para algunos, incluso trasla-
dar la organización jerárquica de la empresa anterior, si bien desprovista del nivel de
autoridad que suponía, permitió una mayor operativización de las funciones producti-
vas. En otros casos esta estructura jerárquica fue desmantelada, en parte por la presen-
cia mayoritaria de operarios con similares niveles de calificación que habían permane-
cido en el conflicto, pero también por las reflexiones en torno a cómo reorganizar las re-
laciones laborales en el nuevo espacio autogestivo.
Y en esta dirección, para estos agrupamientos se estableció imperativamente
organizar el tiempo y el espacio en la labor autogestionaria a fin de otorgar previsibili-
dad y de restablecer la confianza colectiva, al asumir que tanto la solidaridad como el
conflicto en sus interacciones cotidianas se encuentran entrecruzados, aún cuando los
vínculos se horizontalizan. De todas maneras nos gustaría advertir que haber reactuali-
zado varios de los mecanismos anteriores de organización laboral en estas empresas
aportó un marco de certezas y enmarcó la autogestión así como condujo conjuntamente
al enquistamiento y la solidificación de acciones y opiniones acerca de cómo conducir
estos procesos. En este sentido, aquellos elementos que resultaron virtuosos para con-
ducir estas asociaciones laborales pudieron haber producido al mismo tiempo un apla-
camiento y opacamiento sobre la posibilidad de alterar y cambiar hábitos y condiciones
laborales de la anterior relación salarial en esta nueva experiencia asociativa.

LEVÍN, Andrea y VERBEKE, Griselda (1997) “El cooperativismo argentino en cifras:


tendencias en su evolución: 1927-1997”, Realidad Económica, 152, Buenos Aires.
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211

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SVAMPA, Maristella (2005) La sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neolibe-
ralismo, Buenos Aires: Taurus.
212

“El paraíso desubicado”: Nueva Australia y Colonia Cosme

Anne Whitehead

En 1893, cerca de quinientos australianos, rebelándose contra lo que percibían


como un trato desigual e injusto del sistema local, viajaron a Sudamérica junto a su lí-
der, el escritor inglés William Lane (1861-1917), para poner en marcha su visión de una
Utopía socialista en la naturaleza paraguaya.* Pero los pobladores pronto se dividieron
en dos grupos rivales y el proyecto por último fracasó, tal como había sido predicho en
Australia. Pero una segunda comuna, Colonia Cosme, sobrevivió 16 años siguiendo cla-
ros principios socialistas, aunque no avanzó demasiado en términos de equidad de gé-
nero, la equidad racial no se contempló y tuvo una oposición activa. Hoy en día, unos
pocos miles de descendientes de ese experimento socialista todavía viven en Paraguay.
El plan de Nueva Australia se puso en acción luego del fracaso de una huelga de 5
meses de los esquiladores de Queensland en 1891. La navegación del pequeño velero
Royal Tar se inició en el puerto de Sydney el 16 de julio de 1893 con su líder, William
Lane y la primera remesa de 220 emigrantes a bordo, centenares de personas abarrota-
das en la costanera y subidas a lanchas y botes para despedirlos y desearles lo mejor.
Cuenta una historia que incluso había un grupo subido a una lancha y con camisas de
fuerza, que portaban un cartel: “Los locos despiden a sus hermanos y hermanas”. El
Bulletin de Sydney expuso en junio de 1893:
En la creencia de que la vida entre naranjas silvestres y arbustos de yerba
mate tiene capacidades que no se ofrecen en Australia, uno de las expedi-
ciones más alocadas jamás concebidas desde que Ponce de León zarpara en
su búsqueda de la Fuente de la Eterna Juventud o que Sir Galahad busca-
ra el Santo Grial, está a punto de partir
La historia me llamó la atención durante muchos años, la pregunta acerca de por
qué más de 500 personas dejaron Australia en la década de 1890, un momento en el que
se reconocía el enorme potencial agrícola del país, los primeros miembros del Partido
Laborista fueron electos como parlamentarios coloniales y teóricos de la política llega-
ban desde Europa para estudiar un sistema en el que la gente común tenía la posibili-

* Traducido del inglés por Ernesto Bohoslavsky. Versión corregida y autorizada por la autora.
213

dad de alcanzar los más altos escalones de la política y la economía, un sistema que es-
taba empezando a ser visto como un “laboratorio social” para el mundo. Entonces,
¿por qué se fueron? Principalmente por la visión de un solo hombre, William Lane y su
habilidad para entusiasmar a la gente a sumarse a su causa. El ímpetu directo vino de
la derrota de la huelga rural, lo cual significó que los trabajadores estaban dispuestos a
escucharlo, aunque los archivos muestran que Lane arrastraba el sueño de establecer
una comuna en América del Sur –específicamente en Argentina- desde hacía por lo me-
nos dos años.
Inglés de Bristol, Lane trabajó ocho años como periodista en Canadá y Estados
Unidos, donde fue testigo de cómo se aplastaba una huelga en 1877. Dejó de creer que
estaba en la tierra de “los valientes y los libres” y la dejó por una en la que pensaba que
todavía podía serlo. Arribó en 1885 a Brisbane, en el norte de Australia, y pronto se hi-
zo famoso por su pluma encendida y elocuente. En 1890 se convirtió en el editor del
primer diario obrero en Queensland, The Worker, en el que esquiladores, peones, arrie-
ros y alambradores podían leer sus ideas sobre el socialismo, influidas mucho más por la
tradición comunitarista norteamericana que por Marx.
Lane llegó a admirar e idealizar la independencia y rudeza de los hombres del
monte (bushmen) nativos –intentó mitificarlos, así como se hacía con los gauchos en
Argentina- pero deploraba las duras condiciones en que estos hombres vivían y traba-
jaban. Después de la crisis económica de 1890, los patrones intentaron reducir los sala-
rios, empeorar las condiciones laborales e impedir la formación de sindicatos. Al co-
mienzo de la temporada de 1891, los gremios de los esquiladores y peones fueron a la
huelga. Lane apoyó su causa en apasionados editoriales –y él a su vez, se volvió conoci-
do como el “héroe del hombre de monte”. En Queensland central diez mil huelguistas
permanecieron en campamentos temporarios durante cinco meses, rodeados de fuerzas
gubernamentales armadas con pistolas Gatling y cañones Nordenfeld. La situación era
explosiva. Los diarios enviaron “corresponsales de guerra” y se ha dicho más de una
vez que Australia nunca estuvo tan cerca de una guerra civil como entonces.
Una de las razones por las cuales decidí escribir un libro sobre el tema fue porque
conocí a una mujer de cien años de edad, Margaret Riley, una de las últimas testigos
oculares de esa huelga. Cuando el conflicto se estaba desarrollando ella tenía 9 años de
edad y vivía en la localidad que funcionaba como cuartel general, Barcaldine, en
214

Queensland central. Su padre, Denis Hoare, un carrero que se sumó por solidaridad con
los esquiladores, creía que las muchachas debían conocer de política y frecuentemente
la llevaba a las asambleas y al campamento huelguista. Entré en contacto con Marga-
ret Riley al grabando sus memorias sobre la huelga y los 6 años que pasó en Paruguay.
Compartió conmigo algunos de sus recuerdos más claros cuando tenía 105 años. Ella re-
cordaba un suceso muy conocido en Barcaldine, cuando el líder huelguista George Tay-
lor fue trasladado a una celda, encadenado de piernas y brazos, rodeado por cerca de
mil seguidores furiosos, mientras estaba custodiado por trescientes casacas rojas mon-
tados a caballo.
Puedo recordar cuando fuimos allí, mi padre fue para ver cómo lo traían
porque él conocía a Taylor y fuimos cerca suyo y mientras caminaba uno
podía escuchar el ruido de las cadenas, cadenas en las piernas y en las ma-
nos, y yo le decía a mi padre, ‘¿qué es ese ruido?’ y él me dijo que eran las
cadenas. Pero Taylor levantó sus manos para tranquilizar a la gente y les
dijo que permanecieran en calma (Whitehead 1997:54)
Finalmente, en mayo de 1891 los dirigentes de los esquiladores capitularon –a
causa del hambre, el cansancio y las privaciones sufridas- frente al abrumador arsenal
del gobierno. Después de la huelga, centenares de hombres como Denis Hoare, se en-
contraron con que estaban en las listas negras y no podían obtener empleo. Fue enton-
ces que escucharon a William Lane, quien había vuelto a reavivar su sueño de crear en
América del Sur un “Paraíso de los trabajadores” (The Workingman’s Paradise), el tí-
tulo de una novela polémica que estaba escribiendo a fines de reclutar interesados (La-
ne 1892).
“Abandonen esta vida odiosa”, los invitaba Lane, prometiéndoles en cambio una
vida de camaradería, generosidad y equidad. “La primera responsabilidad de cada uno
debe ser el bienestar de todos y la única responsabilidad de todos debe ser el bienestar
cada uno”. La New Australia Co-operative Settlement Association fue formada y en
1892 se sumaron cerca de 2000 aspirantes a colonos, 600 de los cuales aportaron las re-
queridas £60, lo cual constituía para muchos los ahorros de toda una vida. Las mujeres,
carentes de derechos en Australia, recibían una promesa en ese sentido: “La Asociación
mantiene una absoluta equidad entre hombres y mujeres y entiende al matrimonio co-
mo inviolable. Tanto las mujeres casadas como las solteras votan y tienen los mismos
215

derechos que los varones” (Lane 1892). A las solteras de carácter afable de entre 18 y 25
años se les ofreció el ingreso sin ningún desembolso. Cuando se juntaron £30.000 com-
praron el barco Royal Tar. La ambición de Lane era grandilocuente. Necesitaban un
barco para trasladar a los miles de hombres que pronto se les unirían. No pensaba crear
un pequeño poblado perdido en el monte, sino un eficiente modelo de socialismo que se-
ría la vanguardia para todos los trabajadores del mundo. “Escribiremos la historia de
la humanidad”, estaba orgulloso de decir, “sobre las rocas de los Andes”
Su referencia a los Andes, bastante alejada del pantanoso Paraguay, indica la
ubicación inicial que Lane prefería para su empresa utópica. La mayoría de los aspiran-
tes a colonos eran peones ovejeros y él sabía que las llanuras de la Patagonia estaban
siendo dedicadas a la ganadería ovina extensiva por parte de terratenientes ingleses y
arrendatarios escoceses, que ofrecíana a los argentinos una barrera contra los planes
chilenos de expandirse hacia el este. Lane estaba seguro de que el gobierno argentino
estaría entusiasmado en cederles a los australianos una gran superficie en el sur y dejar-
les la libertad de guiarse bajo sus reglas. En 1891 envió a tres de sus lugartenientes a
entregar formalmente la solicitud y a realizar tareas de prospección en búsqueda de tie-
rras fértiles. Sin embargo, el gobierno de Carlos Pellegrini les dejó en claro que ninguna
tierra para actividades ganaderas estaba disponible en el sur salvo la que pudieran
comprar en el mercado y que estaría sometida a las leyes argentinas.
Sin embargo, los exploradores fueron autorizados, como una estrategia contra
Chile, a seleccionar tierras públicas en los territorios de Río Negro, Chubut y Neuquén.
Los australianos envidiaban a los galeses y el éxito de sus granjas en Chubut (ver el ca-
pítulo de Ernesto Bohoslavsky en este libro), pero encontraron que toda la tierra fértil
de la región ya estaba ocupada. En julio de 1892 alquilaron caballos y un tanto pesi-
mistas se dirigieron más al oeste, tratando de averiguar más sobre las tierras ubicadas
en la costa sur del lago Nahuel Huapi, cerca de la frontera chilena. Pero se desespera-
ron por el paisaje desértico por el que atravesaron, y, después de haber galopado más
de mil kilómetros, se desanimaron y decidieron volver. La tierra que rechazaron y nun-
ca vieron, con sus praderas alpinas y bosques de cipreses, cedros y hayas bordeando el
lago, es una de las más hermosas del continente, y sobre ella se alza hoy San Carlos de
Bariloche.
216

Los exploradores estaban a punto de retornar abatidos a Australia cuando reci-


bieron una prometedora invitación del gobierno de Paraguay, un país incomunicado y
cerrado sobre sí mismo. Viajaron hacia Asunción y se sintieron abrumados ante los im-
periosos deseos de las autoridades por recibirlos. Les ofrecieron tierra para pastoreo, re-
gada por arroyos, poblada con frondosos árboles y helechos y entre los cuales circula-
ban colibríes y mariposas. Después de noventa días en las áridas tierras del sur, sintie-
ron que habían llegado al Jardín del Edén. El 19 de enero de 1893 Lane recibió un tele-
grama: “Encontramos espléndida tierra en Paraguay” (Whitehead 1997:100-107). Pa-
raguay le dio la bienvenida a los colonos, ofreciéndoles una generosa superficie de
187.000 hectáreas debido a que todavía se estaba recuperando de la devastación de su
población, ocurrida veinte años atrás. Durante la Guerra de la Triple Alianza (1865-
70), la más sangrienta en la historia de América Latina, conducidos por las fantasías
napoleónicas del dictador Francisco Solano López, los paraguayos, ferozmente patrio-
tas, combatieron contra los ejércitos combinados de Argentina, Brasil y Uruguay. Al
final de la guerra, la destrucción del país era casi total. Paraguay había perdido 90% de
su población masculina. Sir Richard Burton escribió que el mundo raramente había
visto una tragedia como esa: “esta lucha inquebrantable que se mantuvo durante tanto
tiempo contra un contingente extranjero abrumadoramente superior, al punto de llegar
al límite de la aniquilación racial” (Burton 1870). Mujeres hambreadas y niños mendi-
gando comida se las arreglaban para cultivar la tierra. Paraguay se convirtió en un país
de viudas, ancianos y huérfanos. Durante al menos dos generaciones, las paraguayas se
resignaron a convertirse en labradoras y compartieron los pocos hombres en poligamia,
mientras la Iglesia miraba hacia otro lado. El país necesitaba desesperadamente nuevos
inmigrantes y sangre joven.
Pero el gobierno paraguayo no estaba seguro de que su generosidad no sería trai-
cionada. A todos los aspirantes a colonos provenientes de Australia se les pidió que fir-
maran un compromiso de respetar no sólo la abstinencia de alcohol sino también la
“Línea de Color”: la fraternización con los paraguayos estaba prohibida. El concepto
de justicia social de Lane era exclusivo para los europeos.
A pesar de la burla de la prensa australiana y de los obstáculos burocráticos, en
julio de 1893 el primer embarque de 220 colonos, principalmente varones, zarpó de
Sydney en su barco Royal Tar. La próxima tanda de 200 colonos partió de Adelaida en
217

diciembre, incluyendo a Denis y Mary Hoare y sus ocho hijos, entre los cuales estaba la
joven Margaret. Se les unieron personas que viajaban de manera independiente. Hicie-
ron un peligroso viaje a través del Cabo de Hornos (pasando entre soplidos de ballenas
y témpanos a la distancia) hasta que llegaron a la costa este del continente y en Monte-
video hicieron trasbordo a una embarcación fluvial. Otro viaje de 1600 kilómetros río
arriba los depositó en Asunción, la capital paraguaya. Entonces un tren a vapor los lle-
vó hacia el interior del país, y finalmente una travesía en carretas cubiertas a través de
bosques frondosos les permitió llegar al sitio asignado, y al cual llamaron Nueva Aus-
tralia. Una de las primeras acciones de Lane fue desalojar a los cerca de mil indígenas
guaraníes que vivían en lo que era su espacio tradicional. Los indios fueron descriptos
como ocupantes ilegales y obligados a retirarse. Con reticencia aceptaron esa decisión,
dado que los colonos tenían autorización del gobierno para instalarse.
No iba a haber mezclas raciales. Los colonos de Nueva Australia habían prometi-
do: “Nos negamos a mezclarnos con razas de color; queremos que nuestros niños sean
blancos como nosotros lo somos, capaces de sostener nuestros principios y de entender
nuestros ideales”. El país estaba predominantemente poblado por mujeres, famosas por
su belleza, y la colonia australiana estaba formada varones solteros, jóvenes y vigoro-
sos. Eso significaba poner a prueba la fe de una manera demasiado severa. Pero Wi-
lliam Lane tenía grandes esperanzas en que se podría reclutar mujeres en Australia y
Gran Bretaña. Pero esas mujeres se mantuvieron alejadas: la mayoría de las socialistas
australianas –como sus camaradas varones- creían que la batalla contra el capitalismo
se libraba en casa y que nada se conseguiría huyendo de ella.
En Nueva Australia los solteros no podían ahogar sus penas en alcohol dado que
habían firmado un compromiso de abstinencia. No pasó mucho hasta que tres hombres
se hartaron de la situación, se acercaron a una aldea cercana, tomaron un poco de vino
con el sacerdote y coquetearon con mujeres del lugar. Cuando regresaron a la colonia,
Lane insistió en expulsarlos por su “persistente violación a la cláusula referida a tomar
alcohol”. Los hombres fueron inmediatamente separados de la colonia y acompañados
por soldados paraguayos que se aseguraron que abandonaron la región: esta situación
generó malestar entre los colonos, que pasaron a simpatizar con los expulsados.
Robin Wood, el famoso guionista de comics nacido en Paraguay y descendiente de
la colonia australiana, se manifiesta irónicamente sorprendido por sus ancestros:
218

un mundo de mujeres sólidas, resistentes y prácticas y de varones locos.


Los varones eran soñadores. Por eso es que llegan aquí. Tenían visiones, es-
taban siempre en el lugar en el que no querían estar. Como José, el patriar-
ca de García Márquez, deseaban crear un lugar diferente, especial y termi-
naron cayendo en un espejismo. Mis bisabuelos eran soñadores… sus com-
pañeros se sentían atraídos por cosas que no podían tener y estaban aleja-
das de la realidad. En primer lugar, siguiendo a ese gran soñador llamado
Billy Lane. ¿La idea de que no hubiera alcohol? ¡Una locura! ¿Un manojo
de irlandeses, escoceses y australianos junto a Billy Lane diciendo “no al
alcohol”? ¡Olvídense de eso! Estaban destilando alcohol antes de ponerse
los zapatos. Y Lane también decía “nada de coquetear a las chicas de
aquí”. ¿Y esas bellas mujeres paraguayas? ¡Olvídense de eso también! ¿Qué
se suponía que tenían que hacer los varones?, ¿manosear a las vacas? (Whi-
tehead, 1997:530)
Era la receta para un desastre. Las intrigas facciosas en Nueva Australia escala-
ron hasta desembocar en disputas, puñetazos, más expulsiones y deserciones. En abril
de 1894, sólo siete meses después de la llegada a Paraguay, hubo una división en la co-
lonia. William Lane y 63 seguidores leales se alejaron y, gracias a la indulgencia del go-
bierno paraguayo, pudieron crear una segunda colonia llamada Cosme, 72 kilómetros al
sur, cerca del poblado de Caazapá, pero ubicado en una tierra poco prometedora, en-
clavada entre dos ríos que frecuentemente la inundaban. La colonia Nueva Australia
pronto revirtió hacía títulos de propiedad individuales y empresas privadas, aunque
unidas en una forma laxa de cooperativa descripta como “Consorcio industrial” (Indus-
trial Co-Partnership). La mayoría de los comuneros abandonaron el lugar, incluyendo a
la familia de Margaret Riley, los Hoares, en 1898. Margaret recuerda su partida con
amargura, y dice que se debió a que sus padres no querían que tuviera novios paragua-
yos ni que estuviera bailando toda la noche. Los colonos que quedaron se dividieron la
exuberante tierra entre ellos y a la fecha unos pocos descendientes son ricos ganaderos.
En cuanto al segundo asentamiento, Colonia Cosme, allí los 64 “verdaderos cre-
yentes” estaban determinados a lograr los propósitos originales (con la salvedad del
ideal de igualdad de género, que fue pronto abandonado). Limpiaron el monte y erigie-
ron chozas con barro y ramas con techos de paja. El primer año tuvieron que comprar
219

más garbanzos y maíz, suplementados con proteínas provenientes de la caza ocasional


de monos y agutíes, pero por lo general los perseguía el hambre. Pero gradualmente al-
gunos de sus cultivos –aquellos adaptados al clima-, crecieron bien, y nuevas tandas de
pioneros hicieron viajes de manera independiente para unírseles. Uno de ellos era la
poetisa y maestra de 30 años, Mary Cameron, quien se casó con uno de los colonos y
después se volvió famosa en Australia como Mary Gilmore, Dama del Imperio Británi-
co.
Los colonos de Cosme necesitaban actividades comerciales para asegurar su su-
pervivencia económica y se concentraron en el cultivo de caña de azúcar y la extracción
de madera de los bosques. Construyeron la infraestructura para aserrar madera, des-
pués un granero y un ingenio para moler caña, que estaba conectado por vías férreas
con el campo para recibir la zafra. Pero ambas iniciativas de los colonos se frustraron
por la distancia hasta los mercados en Asunción y los problemas generados por los ríos
que se desbordaban con frecuencia y los aislaban.
De cualquier manera, se sostuvieron gracias a un fuerte espíritu comunitario,
apiñados para leer juntos Cosme Evening Notes (Noticias de la Tarde de Cosme), Sha-
kespeare, Tennyson y Robert Burns cuando caía la tarde. Tenían una biblioteca de
seiscientos volúmenes y un salón de juegos techado con paja, donde jugaban a los dar-
dos y el dominó, se tomaban clases de español, se escuchaban poemas y debates sobre
marxismo, El origen de las especies de Charles Darwin o temas como “La nueva mujer”
y “La perfectibilidad del hombre”. El salón, iluminado por parpadeantes lámparas de
aceite, era el lugar en el que se realizaban los bailes, y las parejas daban vueltas al rit-
mo de los Schottische, los caledonios y los lancers, las mujeres con libélulas destellando
en su pelo, una costumbre paraguaya que habían adoptado. Se reunían en el enorme
granero de madera que habían construido para pelar el maíz mientras cantaban y toda
la comunidad participaba de producciones dramáticas y shows de juglares con la cara
pintada de negro.57 Ocasionales partidos de críquet se jugaban contra el equipo de los
ingleses residentes en Paraguay, pero nunca contra sus rivales en Nueva Australia, con
quienes las relaciones siguieron siendo agrias.

57N. de T.: Blackface minstrel show era un género teatral-musical del siglo XIX originado en Estados
Unidos, en el que se estereotipaba el comportamiento y habla de las personas de origen africano. Los ac-
tores blancos se pintaban la cara con corcho quemado o betún para zapatos.
220

Pero inevitablemente había disputas dentro de la comunidad, disconforme con el


estilo dictatorial de Lane. Finalmente, en agosto de 1899 un amargado William Lane
abandonó la colonia con su familia. Se asentó en Nueva Zelanda donde se convirtió en
el editor de un periódico conservador e imperialista, New Zealand Herald. Sin embargo,
Colonia Cosme siguió funcionando bajo amplios principios socialistas durante otros 10
años, lo cual significa que duró 16 años desde su inicio. Finalmente, en 1909, con una
intensa disputa y dos equipos legales detrás de las 9 familias que quedaban, la tierra
fue entregada en títulos privados.
El Bulletin de Sydney había profetizado en 1893: “Habrá unos cuantos cientos de
personas cavando y alambrando de una manera deprimente y desesperanzada en una
gran soledad, y viviendo de desgracias y de vegetales invendibles, soñando con su ho-
gar”. Finalmente, esto terminó acercándose a la verdad. Pero no terminó con una in-
molación horrible. Simplemente la Colonia Cosme se fue desvaneciendo. Durante años
sus colonos trataron de mantenerse juntos, trabajaron duro, casi ninguno bebió al-
cohol, raramente tuvieron amoríos, eran fanáticos de la educación. Pero la ideología
que le daba fundamento al movimiento –principalmente la ideología de su líder- era
promotora de la supremacía blanca y del machismo. El futuro de los hijos de los colo-
nos que quedaron debía ser dentro de la más amplia comunidad paraguaya.
Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914 Paraguay no se involucró, pe-
ro 16 jóvenes de Colonia Cosme y de Nueva Australia se enrolaron en el ejército britá-
nico. Estaban defendiendo un Imperio –los “puntos rosas” del mapa- que habían cono-
cido en la escuela. Algunos de ellos pelearon contra los turcos en Gallipoli y vieron mu-
chos australianos juntos por primera vez. Aunque al final de la guerra les ofrecieron la
repatriación y pasajes a Australia o a Gran Bretaña, todos eligieron volver a Paraguay.
Y finalmente, en 1926 se rompió una rígida restricción de la colonia cuando en Cosme
se produjo un casamiento con alguien nacido en Paraguay. Otros casamientos mixtos
se sucedieron pronto.
En 1932 Paraguay se vio involucrada en un terrible conflicto armado con Bolivia
que incluyó el uso de armamento moderno. El asunto que disparó la guerra fue la árida
región del Chaco que dividía a ambos países y a la que Bolivia venía reclamando desde
tiempos coloniales, pero en la que, además, se suponía que podía encontrarse petróleo.
La guerra de tres años ofreció el espectáculo trágico de dos repúblicas pobres y con ma-
221

yoría indígena tratando de exterminarse una a otra. Cinco jóvenes de Colonia Cosme y
diez de la antigua colonia de Nueva Australia se inscribieron como voluntarios para de-
fender su país. Paraguay fue recompensado con la mayor parte del territorio en disputa
con el tratado de paz de 1938. No se encontró nunca petróleo en esas tierras infértiles
en las que murieron cien mil soldados. Seis de ellos eran descendientes de colonos que
habían ofrecido su mayor compromiso con Paraguay. Sus hijos crecerían sin tener du-
das acerca de su identidad nacional.
Mi fascinación con el país nació cuando lo visité por primera vez en 1982, curiosa
por descubrir que había sido de los hijos de la Utopía. Llevé una grabadora en mis tres
viajes y terminé con más de dos mil páginas de transcripciones –y también encontré
mucho material inédito en archivos australianos. Estaba ansiosa por dar a conocer la
historia de los descendientes del sueño de Lane. Ellos estaban viviendo, al momento de
mi primera visita, bajo la dictadura derechista más antigua del hemisferio occidental,
el régimen brutal y corrupto del general Alfredo Stroessner, llegado al poder después de
un golpe en 1954. Estaba a tiempo de registrar los recuerdos de diez hombres y mujeres
de entre 80 y 90 años, que habían crecido en Nueva Australia y Cosme cuando eran co-
lonias socialistas. Aunque unos pocos se habían casado con otros descendientes de colo-
nos, la mayoría había tomado como pareja a paraguayos. Todos se comunicaban en es-
pañol y en guaraní, la lengua hablada por casi todos en el país, pero algunos me confe-
saron que preferían “una charla en inglés”. Considerando que esta gente había vivido
en Paraguay toda su vida, me sorprendía que usaran expresiones australianas anticua-
das, tales como “tucker” y “smoko”, recitaran la poesía del siglo XIX de Henry Law-
son, cantaran “Waltzing Matilda” y disfrutaran con su té vespertino del “damper” (el
pan sin levadura que se comía en la Australia rural). Ninguna de esas personas recor-
daba nada de Australia. Bill Wood, el mayor de ellos, generalmente conocido como
Don Guillermo, tenía seis meses cuando su familia abandonó aquel país: sus siete her-
manos nacieron en Paraguay.
Ninguno de los que pertenecía a esa primera generación admitió sentirse comple-
tamente paraguayo. Los hermanos Wood estaban orgullosos de citar a su madre, quien
dijo que había sido “trasladada a una costa extranjera por el sueño de William Lane”.
Sentían que habían sufrido una educación fragmentaria. Cuando era muy niño, Bill
había asistido a las clases de Mary Gilmore y todos recordaban como un buen maestro
222

a John Lane, el hermano de William, pero después de ello tuvieron una sucesión de ins-
tructores ingleses enviados por el obispo de las islas Malvinas que sólo habían estado
unos meses porque se habían “asustado”. Como cualquier inmigrante de primera gene-
ración apostaron a un mejor futuro para sus niños.
Visité los sitios de las dos antiguas colonias socialistas y descubrí la lúgubre ironía
de que Nueva Australia había sido rebautizada como Distrito Hugo Stroessner en ho-
nor al padre bávaro del dictador, con un monumento en su honor de hormigón de estilo
mussoliniano, en la plaza del pueblo. Una delgada placa de bronce en la esquina men-
ciona a “los colonos precursores” que arribaron en 1893. No señala que eran australia-
nos socialistas. Conocí a dos escolares de ojos celestes, uno de ellos con pecas y una fla-
mígera cabellera colorada. Eran descendientes de la colonia, pero no hablaban una pa-
labra de inglés. Me llevaron a la casa de sus abuelos –Ricardo Smith, de 93 años, un
ranchero jubilado que dijo “Ese Billy Lane debe haber estado loco”- y Nigel Kennedy,
otro ganadero con un cuchillo y un revólver en al cintura, que vivía en el sitio original
de Nueva Australia. Caminamos a través del viejo cementerio, donde las lápidas de los
pioneros habían sido dañadas y se habían borrado las inscripciones.
Fui a Colonia Cosme, muy alejada, sin electricidad, accesible sólo con vehículos
4x4. Don Norman Wood y otros dos octogenarios descendientes de la colonia camina-
ron conmigo alrededor del pobre y hermosísimo poblado, donde muchas de las casas
eran todavía de barro y paja, protegidas por eucaliptos y cedros plantados por los colo-
nos. Se detuvieron junto al sitio del viejo salón comunitario y recordaron las noches de
baile animadas por violines y acordeones, con lámparas de aceite titilando en las pare-
des. Después de volver a Australia, permanecí en contacto, pero uno a uno, estos an-
cianos hijos de los primeros colonos, murieron.
En 1989 volví a Paraguay porque Norman Wood, uno de los últimos, me escribió
para contarme que iba a tener una fiesta porque cumplía 90 años y “no habrá proble-
ma para darte alojamiento y algo de comida (tucker)”. Vivía en una casa sencilla, la
tienda de un viejo talabartero, en el poblado ribereño de Concepción, en el norte. En
febrero de ese año el dictador Stroessner había sido derrocado y se había exiliado en
Brasil. Esto llevó a confiar en la posibilidad de una nueva era democrática para el país,
mientras las historias de corrupción durante la etapa de Stroessner comenzaban a apa-
recer al por mayor. Norman Wood empezó a contarme acerca de las defraudaciones
223

cometidas por una autoridad local y se detuvo. Dijo que estaba avergonzado de con-
tarme esas cosas. “¿Por qué?” le pregunté. Respondió que porque los australinos no
eran así, que su padre siempre le había dicho que eran rectos y honorables. Siempre los
había admirado por eso. Empecé a contarle acerca de un reciente escándalo generado
en Queensland porque habìa autoridades involucradas en actos de corrupción y un jefe
policial fue enviado a prisión. Don Norman quedó profundamente shockeado. “¡Nunca
pensé que los australianos harían esas cosas!”. Omití los detalles más sórdidos dado que
yo misma me sentía entonces avergonzada. No quise destruir las ilusiones de noventa
años.
En ese viaje de 1989 tuve mis últimas entrevistas con Norman Wood y terminé
por amar su seco sentido del humor y su natural dignidad. La última noche que lo ví
nos sentamos junto a un calentador a combustible en un invierno inusitadamente frío
en Concepción. “Siempre quise ir a Australia”, dijo, “pero ahora es demasiado tarde.
Estoy contento de haber vivido en Paraguay. Tengo una gran familia y de algún modo,
todos me quieren y me respetan”. Cuando la entrevista fue difundida por la Australian
Broadcasting Corporation recibió cartas de toda Australia y respondió a todas ellas, a
pesar de que su mano temblaba por el mal de Parkinson.
En la visita de 1989 también conocí a la siguiente generación de australiano-
paraguayos. Hay un número notorio de ellos. Aunque es imposible tener un dato preci-
so, posiblemente hoy hay tres mil personas con sangre australiana viviendo en el país,
aunque sólo una décima parte de ellos reconocería alguna conexión con la tierra de sus
antepasados. Registré las historias radicalmente diferentes de esas personas. Como yo
trataba de ubicar sus vidas en un contexto, fue necesario conocer más sobre la dramáti-
ca y turbulenta historia de su país –la llegada de los conquistadores, las grandiosas mi-
siones jesuíticas que duraron casi doscientos años, otra experiencia comunal como la
que llevó adelante Elisabeth Nietzche para crear una raza alemana dominadora, el
arribo de los menonitas asentados en las tierras baldías del Chaco y de los criminales de
guerra nazis después de la segunda guerra, la larga dictadura de Stroessner y el arresto
de al menos uno de los descendientes de australianos, por la policía secreta. Para enten-
der a los australiano-paraguayos, me dí cuenta, tenía que entender que esta historia y
su herencia eran mucho más relevantes para ellos que otros legados como las palabras
“tucker” o “smokoes”, que evocaban el monte y la vida en el camino.
224

Curiosamente, de aquella colonia de socialistas, el único de sus descendientes que


yo conocí y se reconocía como socialista era Enrique, el hijo de Norman, que hablaba
poco inglés y estaba escandalizado por el racismo predicado en la colonia. Enrique fue
arrestado por la policía secreta de Stroessner tres veces –la primera de ellas por usar
una camisa azul, el color del opositor Partido Liberal. La segunda vez mientras estaba
en la universidad y vivía con otros estudiantes que sí eran socialistas. La tercera fue
cuando dijo que era socialista y en una marcha gritó “¡Fuera Stroessner, ahora!”. Enri-
que se graduó como veterinario, y por el bien de su salud (por así decir) se radicó en
Brasil, donde trabajaba atendiendo ganado en Belo Horizonte. Cuando lo conocí en
1982, estaba en casa, en uno de sus rápidos y clandestinos pasos por la frontera. No te-
nía tiempo para la historia de William Lane o para el inglés –pero me alegró que pare-
ciera tolerar a una australiana. Tras el golpe de estado de 1989 Enrique y su familia
volvieron a Concepción donde sigue trabajando como veterinario y maneja una peque-
ña estancia.
Estaba también la historia de los cuatro niños de Alex Wood –tres hermanos sal-
vajes, Sandy, Pat y Laurence (conocido como Big) que trabajaban en el agreste Alto
Paraná volteando árboles y frecuentemente como contrabandistas (Sandy fue también
guía para el naturalista y estrella de la televisión David Attenborough en búsqueda del
tatú carreta). Y de su hermosa hermana Peggy, quien fue desterrada tras dar a luz al
primer hijo ilegítimo australiano en Cosme (se rumoreaba que el padre fue el jefe de la
policía secreta paraguaya). Peggy se fue a Buenos Aires y allí vivió la vida de una cor-
tesana mientras su hijo recibía el más inglés de los nombres –Robin Wood- evocando al
mítico bandido del bosque de Sherwood. Fue criado por su abuela en Colonia Cosme,
pero cuando tenía 14 años se fue a trabajar con sus tres tíos contrabandistas, supervi-
sando a los indios hacheros en el Alto Paraná.
Para 1993, cuando estaba a punto de volver a Paraguay por tercera vez, para el
centenario del arribo de los australianos, estaba obsesionada con el país. Tenía tanto
material que debía escribir un libro, estructurado en mi viaje de ese año. Tejidos a tra-
vés de la historia de las colonias y sus descendientes aparecen mis propios encuentros y
aventuras –viajando en bote por grandes ríos que serpenteaban hacia el corazón del
continente, hacia el sitio de los antiguos colonos australianos, a las ruinas jesuíticas, a
las aldeas donde nazis como Josef Mengele, el monstruoso médico de Auschwitz, encon-
225

traron refugio. Hice mi propio camino a casa como Mary Gilmore y su esposo lo hicie-
ron, por el camino de la Patagonia.
El corazón del libro es la historia de los descendientes del sueño de Lane. Esos an-
cianos que tuvieron una infancia salvaje en la colonia, cazando en el bosque, cuya edu-
cación fue fragmentaria cuando no inexistente, y algunos de los cuales pelearon en Ga-
llipoli y en Palestina, otros en la guerra del Chaco y que en su mayor parte se casaron
con paraguayos. Pero yo también registré la memoria de la siguiente generación de aus-
tralinos-paraguayos y de unos pocos de ellos me convertí en amiga. Tienen de 30 a 60
años. Están esparcidos por todo el arco político y sufren todas las contradicciones. Al-
gunos son pelirrojos y tienen pecas, remedando la clásica apariencia del australiano de
origen irlandés, pero no hablan una palabra de inglés. Otros son de piel cobriza pero
son devotos seguidores del cricket británico. Van desde quien está en el nivel de subsis-
tencia y todavía vive en Cosme a uno de los hombres de negocios más ricos del Para-
guay; de estancieros en el Chaco a agentes inmobiliarios en Australia y a Robin Wood,
un guionista de comics que tiene millones de lectores en España y América Latina. Y
también está Roger Cadogan, quien continua el trabajo de su padre, León Cadogan, un
antropólogo internacionalmente respetado, quien asumió un gran riesgo personal al de-
nunciar el genocidio de los indígenas de la selva. Robin Wood dijo, con respecto a la
generación de sus abuelos:
Terminaron en Paraguay porque era una banda romántica de locos. Su
caída se debió a una falta de realismo… pero sobrevivieron al fracaso y al
agotamiento. Si esos viejos muchachos estuvieran en Australia hoy, anda-
rían pidiendo la instauración de una república… Sé que ellos se marcharon
y abandonaron su país, pero su pelea no era contra Australia sino contra el
régimen político de entonces (Whitehead 1997:549)
Eso me recuerda la famosa máxima de Oscar Wilde –“La utopía es el país al cual
la humanidad está siempre llegando”. Considero que el experimento australiano en Pa-
raguay estuvo vinculado a un sueño, pero también se relacionó con un intento fallido y
con la capacidad para ampliar las fronteras de lo posible. Y aunque los pioneros pudie-
ron estar desorientados, podrían ser juzgados por la historia por haber sido, por haberse
atrevido a actuar de acuerdo a sus sueños.
226

BURTON, Richard (1870) Letters from the Battlefields of Paraguay, London: Tinsley
Brothers.
LANE, William as ‘John MILLER’ (1892) The Workingman’s Paradise: An Australian
Labour Novel, Sydney & Brisbane: Edwards, Dunlop & Co. and the Worker Board of
Trustees (disponible en http://www.gutenberg.org/etext/16366)
New Australia: The Journal of the New Australia Co-operative Settlement Association
(http://setis.library.usyd.edu.au/rare/newoz/
SOUTER, Gavin (1968) A Peculiar People: The Australians in Paraguay, Sydney: Angus
& Robertson.
WHITEHEAD, Anne. (1997) Paradise Mislaid: In Search of the Australian Tribe of Para-
guay, St Lucia: University of Queensland Press
——— (2003) Bluestocking in Patagonia: Mary Gilmore’s Quest for Love and Utopia at
the World’s End, London: Profile Books
227

Utopía tribal: una experiencia de comunicación alternativa en el aire de


Buenos Aires

Ximena Tordini y Ernesto Lamas

A lo mejor, la utopía es un lugar que existe al ser pronunciado. Al ser dicho, es.
Al pronunciarlo nos permite confiar un poco más en nosotros mismos, en ese entramado
de deseos, ideas, problemas, insatisfacciones, logros en el que nos sumergimos cuando
decidimos construir espacios propios. Cuando decimos “propios” nos referimos a terri-
torios espaciales, temporales o simbólicos en disputa con las fuerzas dominantes. Por lo
tanto, no los entenderemos aquí como ámbitos puros o esencialmente autónomos sino
como zonas de confrontación entre un hacer que pretende ser transformador y aquello
que pretende transformar.
Existe una utopía que concierne a los medios de comunicación. Un lugar en
donde el esquema de estos medios estalla y de sus pedazos nacen voces múltiples y
mensajes abiertos. Un lugar donde ya no existe un emisor conocido que habla y millo-
nes de receptores desconocidos que escuchan. Donde los mensajes no son mercancías,
los objetos no son fetiches, el contenido vuelve a tener el peso que perdió para poder
circular rápidamente. Un tiempo en el que la realidad no es más un espectáculo sino el
mundo en el que vivimos y, por lo tanto, el mundo que podemos transformar. Un espa-
cio en el que la tecnología nos sirve para hacer lo que queremos y no para conectarnos
al mercado de los estereotipos.
Este lugar es utópico no por ser imposible sino porque no existe más que como
consecuencia de una lucha constante contra lo existente. Es un lugar que puede triun-
far sobre lo real, puede perdurar o desvanecerse, persistir o ser aniquilado, iluminar un
instante, apagarse, perpetuarse en la historia como el recuerdo de un resplandor, vivir
décadas alimentado por el ejercicio diario de muchos hombres y mujeres, hibernar en la
memoria colectiva. Esta utopía de unos medios de comunicación que no responden a la
lógica del dominio, que han derrotado al Big Brother, es para algunos un proyecto en sí
mismo, una causa por la que poner manos a la obra. Para otros, esta apropiación de los
medios funciona como un paso, una herramienta o un vehículo para objetivos de otro
orden.
228

Podemos encontrarnos entonces con proyectos que politizan la comunicación,


grupos de personas que construyen medios de comunicación como proyectos políticos.
Proyectos que entienden que “la política está presente en todos los ámbitos donde se
negocia la reproducción y la estabilidad de las relaciones de dominio” (Grupo autóno-
mo A.F.R.I.K.A, Luther Blisset, Sonjia Brüzels, 2001: 25). Podemos encontrarnos con
proyectos que piensan a la comunicación inserta en procesos de transformación social,
a los mensajes, a las conversaciones, como herramientas de cambio. Entre unos y otros,
cada proyecto es una combinación particular.
Graffitis, periódicos, fanzines, televisoras, radios, páginas, blogs son a veces me-
dios, a veces espacios, que andan esos caminos ya sea para hacer contrainformación,
periodismo ciudadano, activismo mediático, comunicación contrahegemónica, popular,
comunitaria, alternativa, libre. Ninguno de estos modos de hacer es equivalente o sinó-
nimo de otro, ni en las definiciones que sobre ellos pueden construirse ni en los gestos,
acciones, problemas que los constituyen.
Creamos La Tribu, una radio alternativa en la ciudad de Buenos Aires en 1989.
Por entonces el fin de la historia ocupaba las portadas y todavía no era posible repen-
sarse desde Cómo cambiar el mundo sin tomar el poder. Ya es sabido: las posibilidades del
“socialismo real” se derrumbaron junto con el Muro. Por aquí, el menemismo, neolibe-
ralismo a la argentina, la mercantilización absoluta de la vida urbana, el abandono ab-
soluto de la vida que sucede allí donde el mercado no puede vender nada. La Tribu era
en ese momento un refugio. Del consumo, del mercado, de la política tradicional de los
partidos de izquierda, de un trabajo en los nacientes multimedios, de una ciudad cada
vez más parecida a un “no lugar”. Raúl Zibechi, al reconstruir el surgimiento de pro-
yectos como La Tribu señala que
Esos pequeños grupos-refugio fueron también espacios donde afirmar una
identidad (la de la resistencia al sistema triunfante, la de la heterogeneidad
frente a la uniformización que genera el mercado) y re-crearla, en base a ex-
perimentar formas de vivir la vida cotidiana diferentes a las hegemónicas.
Se habrían registrado dos procesos en el seno de estos grupos: la negación
del “afuera” y la producción de una forma de hacer (Zibechi, 2003: 81)
En La Tribu, esa dinámica de negación-producción gira alrededor de una utopía
de la comunicación compartida con otras organizaciones y grupos: construir espacios de
229

trabajo y de vida a partir de lógicas autogeneradas y, por supuesto, en tensión con las
lógicas vigentes en los espacios dominantes.
La Tribu comenzó siendo una radio alternativa. En los casi 20 años que pasaron
desde aquel momento, como si fueran capas, se fueron sumando otras identidades. Nos
comenzamos a pensar como proyecto político comunicacional, desarrollamos iniciativas
más territoriales que el aire radiofónico, nos acercamos, entrado este siglo, a las diver-
sas ideas sobre la autonomía que comenzaron a ser tenidas en cuenta en espacios como
el nuestro, construimos nuestra propia utopía de la organización autogestionada, sin
dueños pero con salarios aunque sean modestísimos, “intervinimos en el Estado”, ma-
nera grandilocuente de decir que tratamos de ver si “desde adentro” se podía cambiar
algo, intentamos resistir la tentación de las lógicas amigo-enemigo con las que se sigue
pensando la política en nuestro país, formamos parejas, atravesamos divorcios, nos hi-
cimos amigos, tuvimos hijos, nos peleamos definitivamente, nos fuimos a vivir a otros
países, volvimos, no volvimos, nos reunimos todas las semanas para “discutir las políti-
cas estratégicas” y terminamos hablando de la impresora que no imprime, la ley de ra-
diodifusión que no se reforma y el alquiler que aumenta, nos fuimos de mal humor y
volvimos al día siguiente pensando “Hoy sí. Hoy será un gran día de alternatividad
comunicacional”.

¿A mí?

Las radios, junto con otros medios de comunicación, han sido ámbito de cons-
trucción de proyectos con intención transformadora desde, al menos, la década de 1940.
No pretendemos hacer aquí una reconstrucción histórica que sería imposible por su ex-
tensión y por la variedad de tradiciones histórico-políticas que podemos encontrar.
Proyectos comunicacionales inspirados en la teología de la liberación, organizados por
las guerrillas insurgentes, organizaciones de base, partidos de izquierda, artistas, punks,
feministas, zapatistas, mapuches, anarquistas. Esta diversidad de origen puede servir
para explicar el empeño frecuente por encontrar precisiones conceptuales en estas expe-
riencias, búsqueda que habitualmente culmina con la certeza de que no hay definición
posible que abarque a todos estos “usos” de los medios de comunicación para fines no
capitalistas. Muchos de esos proyectos, más allá de su diversidad, pueden ser también
230

considerados como formas de ensayar la utopía, como modos de hacer y de hacerse, de


construir un entorno y de construirse a uno/a mismo/a en relación con un imaginario
autogenerado.
Darío vive en Quimilí, en la provincia de Santiago del Estero. Su paso por la es-
cuela terminó en segundo grado. Un día de 2003 se sentó delante de un micrófono de la
recién creada FM del Monte y mientras decía las primeras palabras se preguntó:
“¿Quién me va a escuchar a mí?” A los cuatro días, fue a caminar por el pueblo y se en-
contró con muchos que lo habían escuchado. A él (su testimonio puede verse en el video
Viaje al Centro de la lucha disponible en videos.fmlatribu.com). La pregunta de Darío
se origina en una acumulación de costumbres. Los medios de comunicación sirven habi-
tualmente para que hablen cierto tipo de personas y cuando las personas como Darío
hablan, en general, es porque algo terrible pasó, como una inundación o un crimen. Las
personas como Darío en general son entrevistadas, son un testimonio. O como se dice
en la jerga de los productores de radio, son “color”. “Color” se llama cuando algo (al-
guien) sirve para ilustrar, para que lo que dice el conductor sea más vívido para la au-
diencia. Darío pasó de ser “color” a ser protagonista. Protagonista sin comillas.
Esa costumbre de los medios de comunicación encuentra un correlato en una se-
rie de costumbres con las que envuelven a sus audiencias. La principal, podríamos de-
cir, es la de construirnos como consumidores, como individuos que recibimos lo que los
medios emiten sin participar de ellos, sin tomar decisiones sobre ellos. Los medios de
comunicación nos construyen como espectadores. ¿Qué es un espectáculo? Algo que su-
cede separado de nosotros.
En el espectáculo, una parte del mundo se representa delante del mundo y es
superior a él. El espectáculo es simplemente el lenguaje común de esta sepa-
ración. Lo que liga a los espectadores no es sino un vínculo irreversible con
el mismo centro que los mantiene aislados. El espectáculo reúne lo separa-
do, pero lo reúne en tanto y en cuanto está separado [...] Las mismas fuerzas
que se nos han escapado se nos muestran en todo su poderío (Debord, 1995:
49)
La humanidad produciendo un mundo que no posee, el trabajo construyendo
algo que al terminarse pasa a ser ajeno. Ser espectador es no poder responder a eso que
allí está sucediendo porque no es posible ninguna influencia recíproca. Contra estas dos
231

costumbres, la costumbre del privilegio de la palabra pública y la costumbre de hacer


de la sociedad un espectáculo, se han construido muchísimas radios comunitarias, al-
ternativas, ciudadanas de América Latina. En estos días en los que aparentemente la
extensión del acceso a computadoras e Internet está cambiando en algún sentido algu-
nas de estas costumbres, vale preguntarse si el acceso a la palabra pública -a la palabra
que puede ser escuchada por otros- y la posibilidad de participar de un medio de comu-
nicación implican un potencial transformador. En un texto escrito a principios de la
década de 1970, Hans Enzensberger decía:
En efecto, la posibilidad de que con ayuda de los medios cualquier individuo
se podrá convertir en el futuro en productor, sería apolítica y estúpida,
siempre que dicha producción quedara limitada a un manejo individual. El
trabajo con los medios por parte de un individuo sólo es posible mientras se
mantenga a un nivel secundario en el aspecto social y, consecuentemente es-
tético. Una prueba de ello lo podría constituir la colección de diapositivas
del último viaje de vacaciones. Esto es precisamente lo que buscan los me-
canismos que dominan el mercado. Unos aparatos como la cámara de foto-
grafiar, la cámara de cine de 8 mm y el magnetófono, que prácticamente ya
se encuentran en manos de las masas, han demostrado hace tiempo que el
individuo, mientras permanezca aislado, sólo puede hacer uso de tales apa-
ratos como aficionado, pero nunca le servirán para convertirse en productor
(Enzensberger, 1984: 32)
La organización, lo colectivo, lo común, lo comunitario conforman una tercera
dimensión a tener en cuenta. El protagonismo del propio hacer/ser, la ruptura de lo es-
pectacular, la construcción de relaciones sociales -de espacios- en donde esas rupturas
sean posibles. ¿Para qué? ¿Para qué hacemos La Tribu? Para cambiar el mundo, puede
uno decir. Para cambiar mi vida, puede otro decir. En ese cruce se encuentra un ger-
men que ha hecho de los medios de comunicación alternativos, comunitarios, un espa-
cio de participación activa para una gran cantidad de personas en todo el mundo. Los
medios de comunicación a-capitalistas son espacios en donde muchas personas perciben
que pueden combinar sus ideales y voluntades políticas con su vida cotidiana. Que
pueden hacer de su militancia algo cotidiano, compartido y con posibilidades de expan-
232

sión. Que pueden crear a diario su propio espacio de trabajo, que pueden tener un ha-
cer. Un hacer en permanente confrontación. En fin, un hacer no disciplinado.

La Tribu

La Tribu es una radio: un lugar en el que se mezclan palabras con música para
hacer sonidos que otras personas escuchan en sus casas, lugares de trabajo, mientras
andan en auto o también por los parlantes de una computadora en algún país del pla-
neta Tierra. Hay por lo menos tres tipos diferentes de emisoras de radio. Tenemos ra-
dios comerciales, o sea radios que intentan ganar dinero. ¿Cómo hacen para ganar dine-
ro? Le venden un número de oyentes a un conjunto de posibles anunciantes. Esos oyen-
tes tienen que tener cierta capacidad de consumo para que puedan comprar las cosas
que los anunciantes quieren vender. Eso explica por qué hay muchos lugares de nuestro
país en donde no hay ninguna radio. Simplemente porque no hay personas con capaci-
dad de consumo. Hay otro tipo de radios, las públicas que están gestionadas por el Es-
tado. Esas emisoras, en nuestro país por lo menos, no saben muy bien qué es lo que se
proponen. Y tenemos un tercer grupo de radios que se llaman comunitarias, alternati-
vas, populares, participativas, sociales, libres. La Tribu entonces es una radio de esas.
Estas emisoras están creadas por organizaciones o grupos para ejercer el derecho
a la comunicación y para desarrollar los objetivos que cada organización o grupo tiene:
fomentar la mirada crítica, recuperar las lenguas originarias, promover la igualdad de
género, pasar buena música. La Tribu es un colectivo, o sea un grupo de mujeres y de
hombres que tenemos algunos objetivos y que nos encontramos todos los días (o la ma-
yor parte de ellos) para realizarlos. ¿Y qué hacemos?
La Tribu es una radio, o sea que lo que hacemos es hablar, hablar, hablar y ha-
blar. También pasamos música que es otra manera de hablar. O de decir. O, digamos,
de manifestarse. Cuando las personas que no queremos vivir como se vive nos comuni-
camos se abre la posibilidad de la creación. De que podamos hacer algo que antes no se
había hecho. De hacer algo no previsto, que no reproduzca el funcionamiento del sis-
tema. El sistema es un modo de vivir que parece incuestionable. Un tejido de costum-
bres que sostienen un modo de funcionamiento económico que hace que algunas perso-
nas gasten en una cartera lo mismo que toda una comunidad indígena en comida para
233

alimentarse durante un año. O que algunos se bañen en yacuzzis y otros se mueran de


sed. Eso de morirse de sed no es una metáfora.
Ese sistema, llamado capitalismo, es posible porque todos nosotros creemos que
no podemos hacer nada para modificarlo. O que, bueno, podemos intentarlo, pero segu-
ramente no lo lograremos. En La Tribu hablamos de los que hacen algo para tratar de
cambiar ese sistema. Algunos ocupan tierras, otros cantan canciones o intentan dar
sentido a lo que pasa. Otros hacen memoria, otros van contra las vallas. Algunos quie-
ren una cultura libre, una vida más alegre o que las mujeres y los hombres tengan
realmente los mismos derechos. Un relato del mundo que nos informe pero también nos
encuentre con otros para que el encuentro genere un nuevo hacer. Una radio que se
convierta en una orquesta de la resistencia.
¿Qué nos interesa especialmente? Nos interesan prácticamente todos los temas.
Los económicos, como por ejemplo las condiciones laborales. Y los culturales, como por
ejemplo la homofobia. Nos interesa saber cómo se reproduce el mundo y cómo se hace
para transformarlo. Por ejemplo, nos preocupa que se quiera convertir a América Lati-
na en un campo de maíz para fabricar agrocombustible y nos interesa el modo en que
las comunidades campesinas se organizan para luchar contra eso y mientras tanto vivir
dignamente. Nos interesa que las mujeres mueran por abortar y nos interesa que los
músicos no tengan lugares para tocar. Digamos que nos interesa todo lo que impide que
la gente sea feliz. O sea que coma, se vista, duerma y la pase bien de acuerdo a sus pre-
ferencias estéticas, culturales y sexuales. Y nos interesa todo lo que hacemos entre to-
dos para que todos vivamos mejor.
Las radios son medios de comunicación. ¿Entre qué y qué? En nuestro caso, en-
tre cosas que podrían estar muy separadas pero que a lo mejor si nos esforzamos un po-
co podrían estar un poco más en contacto. Como una red que podemos hilvanar entre
nuestra experiencia cotidiana y la experiencia cotidiana de muchos otros. Una red de
modos de hablar que son también modos de actuar. De elegir (este apartado correspon-
de al audiovisual ¿Qué es La Tribu?, disponible en videos.fmlatribu.com)

Una radio para elegir


234

Llega el momento de preguntarse ¿cómo se construye un medio de comunicación


que no reproduzca la brecha entre emisores y receptores propia de los medios de comu-
nicación hegemónicos? O, ¿cómo hacemos de la utopía un lugar para vivir? En ese sen-
tido, nuestras prácticas se han orientado a discutir y repensar permanentemente el lu-
gar del emisor. ¿Quién habla? ¿Por qué habla? Así, diseñamos una programación en la
que confluyen actores sociales que buscan la construcción de una sociedad económica,
social y culturalmente justa. Actualmente, la programación de La Tribu está integrada
por cincuenta y cinco programas -algunos diarios, otros semanales- y varias propuestas
radiofónicas que atraviesan la programación, que se cuelan entre un programa y otro.
En el plano radiofónico, el aire de la radio, esta decisión ha adquirido formas de reali-
zación diferentes en estos años como sucesivos intentos de resolver las tensiones, o los
problemas que esta elección puede acarrear. Al abrir el lugar de la emisión, al construir
un espacio radiofónico en el que los emisores son colectivos y múltiples, el riesgo siem-
pre ha sido que para el que escucha la radio, La Tribu sea una sucesión de fragmentos.
Es decir, aparece la pregunta sobre cómo articular esa multiplicidad de voces y pro-
puestas radiofónicas en un todo coherente. A pesar de sus dificultades, seguimos eli-
giendo el desafío de construir una radio colectiva, una radio con una agenda informati-
va, musical, cultural armada por un conjunto de hombres, mujeres, jóvenes, niños y
grupos que confluyen en sus búsquedas, en sus luchas y en sus deseos.
Al mismo tiempo, aparece un segundo elemento vinculado con la construcción
de un espacio de comunicación alternativa. Así como discutimos quién habla, discuti-
mos cómo se habla. El lenguaje radiofónico, como todos los lenguajes, también es un
espacio en disputa. Intentamos generar un lenguaje-sonido que nos exprese, un lengua-
je propio que sea nuestra manera de decir el mundo, nuestra manera de nombrar las co-
sas y sus relaciones. Un sonido que pueda invadir lo real para nombrarlo, resignificarlo,
discutirlo y cambiarlo. Un sonido que rompa las seguridades acústicas, un sonido que
no genere la costumbre de escuchar, de sólo escuchar. Una exploración política y artís-
tica cuyo ideal es hacer del espacio radiofónico, también, el espacio de una fiesta, el es-
pacio de una palabra que es lucha, pero también es danza. En este plano, aparece el
problema de la inteligibilidad de ese lenguaje. Discusiones sobre si debemos ser hermé-
ticos o pedagógicos, explícitos, testimoniales, experimentales, oscuros, claros, serios,
graciosos, irónicos, argumentativos, gritones o susurrantes. Hasta el momento, hemos
235

sido todo eso a la vez, concientes de la trampa tanto de hablar únicamente para los que
piensan igual que nosotros, como de hacer de la radio un puro espectáculo pluralista.
La radio también es una organización, una forma de trabajo colectivo que tiene
que generar condiciones de autonomía política y económica. Es decir, nos proponemos
construir una organización basada en las convicciones que tenemos y, al mismo tiempo,
eficaz; un proyecto que pueda superar la necesidad de la supervivencia para extender
nuestros propios límites. En este sentido, aparece la pregunta por cuál es la manera de
gestionar un proyecto de estas características. Construir una organización con respon-
sabilidades, toma de decisiones, impuestos, trámites, administración, implica asumir un
desafío doble. Tenemos una utopía comunicacional y tenemos también una utopía or-
ganizacional. Tenemos salarios que pagar, problemas internos, discusiones múltiples y
nadie más que nosotros mismos para resolver todos esos conflictos. Sin embargo, se-
guimos creyendo que es necesario construir organizaciones, aunque la pelea de nosotros
mismos contra nuestra propia burocratización, contra nuestros propios egoísmos mu-
chas veces sea extenuante.
Esa voluntad de construir con otros/as un espacio de trabajo, de creación, de en-
cuentro, de discusión se torna en una ciudad como Buenos Aires en una parte muy im-
portante de la fuerza que nos lleva a desarrollar un proyecto como La Tribu. Lo hace-
mos por las luchas, los valores, las ideas que compartimos con otros, por los derechos
que promovemos, por las injusticias que nos indignan. Pero también lo hacemos por
nosotros mismos. Ese hacerlo por nosotros mismos funciona como un motor cuya im-
portancia se torna vital. “Aquellos que no luchan para sí mismos sino para los demás
son gente valiosísima, pero no pueden vencer, no pueden transformar verdaderamente
la realidad.” (Berardi, 2007: 116)

La normalidad

Estábamos en el 2001, pero antes de diciembre. Bastante antes de diciembre, en


ese año en el que ninguna palabra alcanzaba para decir la injusticia. Un tiempo en
donde las condiciones de vida se deterioraban sin tregua y en el que la rebeldía no ter-
minaba de aparecer en la ciudad de Buenos Aires. En diciembre de ese año, en el con-
texto de una profunda crisis económica y de manifestaciones populares en todo el país
236

renunció el presidente Fernando de la Rúa. En esos días se extendió el grito “¿Que se


vayan todos!” y cientos de asambleas populares se multiplicaron en las ciudades. La
herencia de los años de aquella otra normalidad, la de las vacaciones en el exterior y los
electrodomésticos, ejercía su influencia. Era 2001, y había que buscar alguna manera
de decir lo que pasaba que tuviera alguna consecuencia sobre eso que pasaba. Empe-
zamos a usar una frase en nuestra artística institucional: acostumbrarse es morir. La
frase nació de la lectura de otra:
La costumbre nos teje, diariamente, una telaraña en las pupilas. Poco a po-
co nos aprisiona la sintaxis, el diccionario, y aunque los mosquitos vuelen
tocando la corneta, carecemos del coraje de llamarlos arcángeles (Girondo,
1991: 73)
Cada tanto, como en 2001, esa telaraña se rompe para luego recomponerse.
En un proyecto de comunicación qué decir y cómo es la pregunta central en ca-
da momento social, económico, político, cultural. Pasó diciembre, ese gran momento de
la no espera. Un momento sin costumbres en donde no había que hacerse demasiadas
preguntas sobre qué decir y cómo: todos querían hablar después de mucho tiempo de
haber callado. Allí estaba La Tribu, para ser un espacio de comunicación, o un megá-
fono, por qué no decirlo. Todos hablaban, algunos como si nadie hubiera hablado antes
que ellos. Como si no hiciera cinco años que los piqueteros cortaban las rutas. Ideas,
iniciativas, negaciones y la solidaridad -que aparecía como una nueva manera de con-
vivir- marcaron esos meses. Cientos de personas cada sábado en el Parque Centenario
protagonizaban un momento en el que parecía posible construir un poder, un hacer co-
lectivo que modificara las vidas cotidianas de todos.
Sin embargo, avanzó la normalidad. O la costumbre. Kosteki y Santillán fueron
asesinados58, los medios de comunicación inventaron una historia, descubrimos el in-
vento de la historia y dos meses después la crisis de legitimidad de los medios había pa-
sado. Y un año después también había pasado la crisis del sistema político. Y hoy, siete
años después nos encontramos con que
la América Latina que emerge de la ola reciente de luchas contra el neolibe-
ralismo, en sus diversas experiencias, es portadora de preguntas fundamen-

58 En junio de 2002 los militantes sociales Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron asesinados por
la policía durante una manifestación en la que otras 33 personas resultaron heridas de bala. La primera
versión de los periódicos nacionales decía que se había tratado de un “enfrentamiento”.
237

tales, disidentes, sobre el modo en que (no) queremos ser gobernados, en


que (no) queremos el trabajo, y sobre qué significa construir formas prácti-
cas de relacionarnos en un nuevo tiempo y espacio. Estas preguntas sobre
cómo avanzar en la creación de nuevos terrenos de luchas y de comprensio-
nes colectivas se vuelven centrales cuando –de modo evidente en una parte
del Cono Sur de América- el discurso legitimador neoliberal ha sido susti-
tuido por enunciados más híbridos, que contienen, en ocasiones, consignas
y experiencias de los propios movimientos de resistencia (Situaciones, 2008:
9)
Cuando uno participa en un proyecto que se propone aportar desde el espacio de
lo cultural a la transformación social, a alguna transformación social, hay preguntas
centrales: ¿por qué la normalización es posible? ¿Por qué somos/vivimos la normali-
dad? ¿Por qué la hacemos cuerpo? La respuesta resulta inasible la mayor parte del
tiempo, pero las preguntas están ahí, cada vez que un proyecto cultural se propone un
hacer. Como si de encontrar la respuesta dependiera la posibilidad de llevar adelante
una política transformadora eficaz. Así, se construyen "hipótesis de trabajo". Algunas
hipótesis entonces. La falta de información produce normalidad. Informemos. "Al lado
de su casa, vive un genocida". ¿Esa "información" rompe la normalidad? "En Santiago
del Estero a los campesinos les queman las casas para echarlos de sus tierras". ¿Esa "in-
formación" rompe la normalidad? La falta de proyectos colectivos produce normalidad,
la falta de espacios de construcción de comunidad produce normalidad. Más hipótesis.
La organización construye posibilidades para la disidencia. La construcción colectiva
abre la posibilidad de desarmar las costumbres capitalistas, o bien generar espacios
propicios para el desarrollo de otras subjetividades.
Esas hipótesis orientan al proyecto La Tribu. Un proyecto colectivo para que lo
cotidiano pueda transformar las costumbres. Esa costumbre, la del consumo, la de la
indiferencia, la de la representación, la del espectáculo. Esa costumbre diaria que cola-
bora con la reproducción. En tanto medio de comunicación nos proponemos generar un
espacio de difusión, discusión e intercambio. Un ámbito para la conversación sobre lo
que pasa, lo que no pasa y lo que nos gustaría que pasara. La radio es una conversa-
ción. Sonido que se propone relatar la época sin convertirla en estadística. El esfuerzo
238

por evitar el ruido de la información que no produce más que un silencio inmóvil. La
radio es la música de la resistencia. La radio es imaginación. La imaginación es poder.
Otra hipótesis entonces. El intentar construir un poder hacer puede enfrentar la
normalidad. La imaginación puede enfrentar a la normalidad. La normalidad es una
operación sobre las cosas para pretenderlas "normales", dadas, inmodificables; es en
realidad un dispositivo constante de normalización. Un pretender que toda resistencia,
toda alternativa, abandone. La normalidad necesita costumbres. Hábitos y prácticas
que detienen las líneas de fuga, la energía creadora de la comunidad organizada.
Cuando logran detenernos, cuando logran separarnos de lo que hacemos, cuando
la normalidad se recompone, todo se vuelve más arduo, gris, acostumbrado. Entonces,
vale la pena recordarnos a nosotros mismos que lo excepcional puede existir y que su
existencia nos transforma. Algo así como lo que Italo Calvino le hace contar a Marco
Polo en su relato a Kublai Kan sobre su visita a Marozia, una de las ciudades escondi-
das. En su destino, el oráculo vio una ciudad de la rata y otra de la golondrina. Los que
lo interpretaron creían que el siglo oscuro y rastrero de las ratas terminaría para dar
lugar al tiempo en el que todos volarían como golondrinas por un cielo cálido y res-
plandeciente. Los siglos pasaron y la oscuridad continuó.
“Sucede sin embargo que, rozando los compactos muros de Marozia, cuando menos te
lo esperas ves abrirse una claraboya y aparecer una ciudad diferente que al cabo de un
instante ha desaparecido. Quizás todo consista en saber qué palabras pronunciar, qué
gestos hacer, y en qué orden y con qué ritmo, o bien baste que alguien haga algo por el
solo placer de hacerlo y para que su placer se convierta en placer de los demás: en ese
momento todos los espacios cambian, las alturas, las distancias, la ciudad se transfigu-
ra, se vuelve cristalina, transparente como una libélula. De un momento a otro, Ma-
rozia volverá a cerrarse sobre las cabezas de sus habitantes tapándolos de piedras y
moho.
¿Se equivocaba el oráculo? No necesariamente. Yo lo interpreto de esta ma-
nera: Marozia se compone de dos ciudades: la de la rata y la de la golondri-
na; ambas cambian con el tiempo pero su relación no cambia: la segunda es
la que está a punto de librarse de la primera (Calvino: 2006: 163).

La segunda es la que existe por lo que queremos ser.


239

Grupo autónomo A.F.R.I.K.A, Luther Blisset, Sonjia Brüzels (2000) Manual de guerri-
lla de la comunicación. Cómo acabar con el mal, Barcelona: Virus.
CALVINO, Italo (2006) Las ciudades invisibles, Madrid: Siruela.
BERARDI, Franco (2007) Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapi-
talismo, Buenos Aires: Tinta Limón.
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GIRONDO, Oliverio (1991) Veinte poemas para ser leídos en el tranvía y otras obras, Bue-
nos Aires: Centro Editor de América Latina.
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fronteras: una entrevista con el Subcomandante Marcos, Buenos Aires: Tinta Limón.
ZIBECHI, Raúl (2003) Genealogía de la revuelta. Argentina, la sociedad en movimiento, La
Plata: Letra Libre.
240

La apuesta autonomista en el movimiento piquetero argentino: la creación


del Frente Popular Darío Santillán

Bruno Fornillo

“Cuando nosotros decimos que tener una estructura


medio consolidada nos llevó un año y medio, un po-
co más, es porque priorizamos la construcción pri-
mero desde las bases, la consolidación de los grupos
de base y eso es lo importante. Ir armando estructu-
ras o ir armando alianzas superestructurales nunca
nos interesó y no es parte de nuestra política, pero
no solamente de nuestra política de alianzas no es
nuestra política, así no construimos internamente”
Entrevista a Solana, 2006

La aparición del movimiento piquetero a mediados de los años 90 está íntima-


mente ligada a la instalación de una sociedad excluyente que fracturó los antiguos pa-
rámetros de integración social, aquellos que daban cuenta de una excepcionalidad ar-
gentina en América Latina. Una andanada de mutaciones económicas, que en su largo
aliento se remontan a la dictadura militar de 1976, dejaron tras de sí un cementerio de
industrias en el conurbano de Buenos Aires y una devastación análoga en otras locali-
dades del país, generando un proceso de descolectivización que impactó fuertemente en
los modos de sociabilidad popular (Svampa, 2005). Empero, el paisaje notoriamente re-
gresivo para el grueso de los sectores populares y de las clases medias debe completarse
con las respuestas creativas que desarrollaron, tornando manifiesta la crisis de las anti-
guas mediaciones de participación colectiva, los sindicatos, pero también de los parti-
dos políticos, que dejaron de ser los espacios privilegiados que canalizaban las deman-
das de la población.
En medio de asentamientos, saqueos, estallidos y huelgas, el movimiento piquete-
ro expresó la acción colectiva llevada adelante por quienes se encontraban en las afue-
ras de la inclusión. Expulsados del mercado de trabajo, abandonados por los restos de
un Estado social en retirada, los desocupados se encontraron en una situación de
241

desamparo. Esa condición, sin embargo, fue el punto de partida desde el cual pudo
producirse el movimiento de subjetivación que condujo al surgimiento del espacio pi-
quetero. Y su práctica fue relativamente sencilla, consistió en la ocupación de rutas
centrales del país impidiendo la circulación, para desde allí hacer oír sus demandas.
Desde mediados de los noventa, primero en la experiencia de desertificación productiva
de los enclaves petrolíferos provinciales, luego en los bolsones de desocupación de los
barrios del Gran Buenos Aires, una serie de prácticas políticas logró cuestionar a fondo
el modelo de acumulación devastador que se había instalado. En una periodización del
movimiento piquetero resalta la aparición del formato de protesta en 1996 en enclaves
económicos abandonados por el Estado y colonizados por el capital en las provincias de
Neuquén y Salta. Los habitantes de Cutral Có y Plaza Huincul, localidades pequeñas
que giraban en torno a la producción petrolera, vieron que la desocupación campeaba y
que el nuevo escenario en nada se parecía al mucho más pródigo que existía cuando
eran los trabajadores mejor pagos del Estado. Decididos a cortar la ruta, la represión
que sobrevino redundó en una verdadera pueblada, hecho que marcó el triunfo de la
primera experiencia piquetera y fue la base de la narrativa histórica que luego constru-
yò el movimiento. Apenas unos años después se produce una definitiva propagación del
formato de protesta, que comienza a recalar en las barriadas del gran Buenos Aires, es-
pacio neurálgico de la política argentina. En un clima de profunda recesión económica,
las organizaciones crecen a pasos agigantados llegando en su punto más álgido a ser
cerca de cincuenta.
Durante 2004 surge la organización que presentaremos aquí, el Frente Popular
Darío Santillán (FPDS), apostando por construir mundos de vida propios, más allá de
los patrones clásicos de dominación estatal. La organización busca emplazarse al mar-
gen de los dispositivos clásicos de acción institucional, calibrando las posibilidades de
expandirse y multiplicarse desde su entramado “micropolítico” hacia el resto de las es-
feras de participación colectiva. El movimiento piquetero poseía cuatro características
comunes: un formato de protesta, el piquete de ruta; la asamblea como dispositivo bá-
sico de participación; la demanda por trabajo genuino y la construcción experiencial de
una narrativa fundada en la apelación a la dignidad de la lucha (Svampa y Pereyra,
2004). Pese a ello, el movimiento estaba plagado de diferencias. Las organizaciones
vinculadas a la izquierda partidaria constituyeron una de sus vertientes; las que daban
242

cuenta de una matriz sindical una segunda y otra las que se consideraban autónomas
de los mecanismos clásicos de acción política (Estado, partido, sindicatos, etc.). Al inte-
rior de esta última, la mítica Coordinadora de Trabajadores desocupados Anibal Veron
(CTDAV) unió a organizaciones pequeñas que se asentaban principalmente en la zona
sur del conurbano de Buenos Aires. La CTDAV fue capitaneada por el MTD de Solano,
que expresaba una fuerte identidad autonomista y oficiaba de difusor de nuevas prác-
ticas horizontales, la crítica a la política estado-céntrica y la insistencia en crear mun-
dos autoorganizados, entre otros elementos político-ideológicos.59
Luego del protagonismo vivido por el movimiento piquetero durante la rebelión
popular del 2001, la represión policial se abatió durante la presidencia provisional de
Eduardo Duhalde en la masacre ocurrida en el Puente Pueyrredón (que une a la capital
con el conurbano), produciendo la muerte de dos piqueteros, tras lo cual sobrevino una
fuerte disgregación, particularmente en la CTDAV 60. El reflujo se acentuó con la llega-
da al poder ejecutivo de Néstor Kirchner en mayo del 2003, momento en el cual una
cantidad nada despreciable de organizaciones cercanas al filopopulismo enunciado por
el mandatario pasaron a ocupar instituciones estatales. Y la paulatina “normalidad po-

59 El autonomismo ha mostrado también una amplia interpelación sobre los sectores medios y presentó
ejes de discusión que posibilitaron el debate acerca de las nuevas formas de pensar la acción colectiva. Su
origen local, afirma Bergel (2007), puede remontarse a las consecuencias abiertas por el proceso reciente
de modificaciones histórico-sociales y a una marcada influencia de nuevas cosmovisiones políticas en el
campo de la izquierda, hasta hace poco hegemonizado por estructuras partidarias. Dentro del campo de
la nueva izquierda, el FPDS aparece como una variante del movimiento piquetero que se diferencia de
otras agrupaciones como el MTD de Solano, vista por el Frente como una organización precursora pero
que desatendió las instancias de coordinación, acusada de privilegiar la construcción del “socialismo en
un solo barrio”. Es en este camino que apuntan a superar los “límites estructurales del autonomismo”,
puesto que desde su surgimiento planteaban que “nosotros como muy importante, el tema de la relación
(…) esas discusiones las hemos dado. Y nos llevaba todo el tiempo a la conclusión de pensar que tenemos
que avanzar en el proceso de unidad [...] El cambio social no lo vamos a lograr si no nos juntamos”.
60 La crisis de 2001 puede ser interpretada como producto de una percepción generalizada acerca de la

pérdida de derechos civiles, políticos y sociales, es decir, la descomposición de los soportes de constitución
de la ciudadanía, ocasionando de esta forma una crisis de legitimidad del sistema político representativo,
que se expresó en la demanda “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” y que dio lugar a la renun-
cia del entonces presidente De la Rúa, así como de los sucesivos presidentes de transición a lo largo de
diez días. Eduardo Duhalde asumió como el siguiente de los presidentes provisionales, buscando comple-
tar el ciclo presidencial que finalizaba en el 2003. La característica más relevante de su mandato fue el
alto grado de movilización social, trayendo aparejados nuevos conflictos con ahorristas que vieron con-
fiscados su patrimonio, asambleas vecinales y la persistencia del reclamo de las organizaciones de de-
socupados. La estrategia adoptada por el gobierno fue aumentar el caudal de planes sociales (se llegó a
2.000.000 de los cuales sólo 10% era manejado por las organizaciones y el resto por los municipios, gene-
ralmente afines al peronismo) y la de un paulatino aumento de la represión como mecanismo de conten-
ción de la protesta social, teniendo como punto más álgido a la masacre que tuvo lugar en el Puente
Pueyrredón el 26 de junio de 2002, que dejó como saldo la muerte de dos integrantes del Movimiento de
Trabajadores Desocupados Aníbal Verón y 70 heridos de bala y 160 detenidos. La conmoción y el impac-
to político de estos hechos obligaron a Duhalde a llamar a elecciones anticipadas, que dieron como resul-
tado el triunfo de Néstor Kirchner.
243

lítica” alcanzada por el kirchnerismo repercutió en una invisibilización de la acción de


las organizaciones y en una pérdida creciente de legitimidad social; en particular para
las vinculadas a la izquierda partidaria, que no cesaron de movilizarse recurrentemente
en un contexto ya modificado.
Ante esta situación de relativo reflujo, una multiplicidad de organizaciones entre
las que se encontraban 9 MTDs de la disgregada CTDAV se vincularon para discutir un
plan de lucha en la provincia de Buenos Aires con el propósito de recuperar los planes
sociales que el gobierno local había dado de baja; objetivo que fue logrado. La apari-
ción del FPDS se encuentra atada a una dinámica propia de los vaivenes del ciclo polí-
tico, la necesidad concreta de salir a pelear en un contexto regresivo:
Se nos venían encima. Por lo tanto la unidad no se veía como una supera-
ción de la lucha de los pueblos. ¡No! Era: ¡se nos vienen encima compañeros!
(se ríe) Todos vimos la necesidad de que teníamos que generar un tejido ca-
paz de contener los palos que nos empezaron a pegar. Que la necesidad nos
llevó a unirnos, y bueno dentro de eso empezamos a ver con quién nos po-
díamos unir y con quienes no. Y después de eso se vino un proceso de labu-
ro… Eso consolidó bastante esa unidad que era fundamentalmente prácti-
ca. Y empezamos a ver que esa unidad podía continuar y que la podíamos
empezar a discutir y charlar un poco más (Entrevista a Nicolás, 2006)
Desde agosto del 2004 las organizaciones desarrollaron una serie de plenarios en
paralelo a la movilización en pos de pensar los modos en los que podría forjarse una
unidad:
Lo que se dio de manera muy interesante en el Frente fue que nació como
una construcción reivindicativa después de un año y pico de caminar jun-
tos, construyendo confianza... Confianza en base a una práctica, confianza
en base que decimos: ‘che, vamos a hacer esto’, y lo hacemos; ‘che, vamos a
hacer aquello’, y lo hacemos. Y empezamos a ver que tenemos afinidad en
algunas cosas, así nace el Frente (Entrevista a Solana, 2006).
Resulta pleno de significado el proceso por el cual eligieron el nombre que los en-
laza, en vistas a la construcción de una identidad nueva y a la resignificación de la an-
tigua. Su necesidad la refieren en los problemas que surgieron cuando tenían que hacer
una bandera común y cantaban canciones diferentes en las movilizaciones, formando
244

parte de una misma columna. En efecto, se dan cuenta en la práctica que no están uni-
dos: “Y ahí vino toda una discusión, que tiene que ver con qué tipo de práctica no iden-
tificábamos, y qué nombre íbamos a tener”. Sumado a ello, en la lucha por los planes
en la provincia de Buenos Aires los medios de comunicación comenzaron a llamarlos
Espacio Piquetero Independiente, y si bien aseguran que eran piqueteros e indepen-
dientes, “no queríamos que nos pongan el nombre...”.

La elección del nombre

La nominación FPDS requiere un análisis ya que aparece recurrentemente en el


relato de los militantes y porque en ella se condensa buena parte de la estrategia políti-
ca que concebían entonces. En este sentido, aunque no pretendían abandonar una tra-
dición combativa construida con “la Verón”, juzgaban que era necesario sobrepasar la
dinámica nítidamente sectorializada de la antigua coordinadora, ligada a la condición
de desocupados. Creían que eran muchos los sectores que estaban en lucha que podían
ser articulados, para que el antagonismo político y la construcción colectiva fueran de
la sociedad en su conjunto:
Ahí entonces lo pensamos como un Frente que involucre a diferentes sujetos
políticos. Aunque en ese momento éramos todos desocupados. Empezamos
a tener que aclarar también un poco más esta relación con otros compañe-
ros, o con otros sectores, que hasta ese momento se presentaba de una ma-
nera conflictiva o contradictoria (Entrevista a Martín Obregon, 2007)
El objetivo era extender los espacios de unidad, generar vínculos con la clase me-
dia, resonancias que diagnosticaban presentes y que el gobierno buscaba romper:
queremos demostrar hacia afuera lo que realmente queremos construir, que
no sólo somos un grupo de compañeros cortando una ruta, sino que estamos
haciendo laburos cotidianos en muchos barrios, que somos familias, que en
todas esas familias hay un montón de chicos, que la mayoría del movimien-
to somos mujeres (Entrevista a Nicolás, 2006).
También apostaban a ligarse a los gremios que, a principios del 2004, tenían un
protagonismo mayor y daban cuenta de prácticas renovadas, como las de las comisio-
nes de base del sindicato de trabajadores de los subterráneos, uno de los más activos del
245

país. De hecho, la unidad permitió extender -y comprender- la relación entre desocupa-


dos y trabajadores, o desocupados y universitarios, en un ambiente común.
El nuevo nombre, el nuevo Frente supuso la construcción de una identidad otra,
la puesta en suspenso de las identidades previas, y una necesidad de reconvertir, en el
plano de lo que tradicionalmente se llama sujeto político, la fisonomía piquetera hacia
un rumbo que tenía el horizonte transformador en la imagen del pueblo: “porque el
Frente Popular también tiene que ver con este proceso de discusión en torno a pueblo,
a unidad. ¡No cualquier unidad! Si no una unidad real. Una unidad que sirva y que el
protagonismo sea del pueblo, no de un grupo” (Entrevista a Nahuel, 2004). En defini-
tiva, sin desvivirse por los “grandes debates teóricos”, “asumiendo el clasismo”, ellos
tienen en mente una idea de pueblo con minúscula, un “colectivo genérico de los secto-
res oprimidos, ponele”. Por último, al pensar en las prácticas con las que se identifica-
ban, es importante citar el peso subjetivo que comportaba la acción de sus militantes:
Ahí es donde surge fuertemente la imagen de Darío, de Maxi... Un compa-
ñero que murió dando la vida por el otro a cambio de nada. A cambio de los
intereses del conjunto. Murieron nuestros compañeros... O sea, que un com-
pañero que podía escaparse y esquivarle al plomo se volvió para rescatar a
otro compañero. Esa figura resaltamos. Y eso no se justificó. Todos los de-
bates llevaron al mismo lugar (Entrevista a Solana, 2007)
El nombre de Darío Santillán suponía “rescatar” a un compañero que la policía
había masacrado -la agrupación estaba signada por el problema de la justicia y por la
“sensación de que nos podían matar”-; la organización hizo conjunto bajo un nombre
que ponía en primer plano un nuevo ethos militante, casi de clivaje generacional: el sen-
timiento de injusticia por sobre lo racional, rescatando una mística propia (Svampa,
2005). A su vez, mencionan otra serie de rasgos que forman parte de la figura de Darío
Santillán, “Que mayormente somos jóvenes”, reflexionar sobre la historia argentina
desde el presente, reconociendo la historia de las luchas, pero contemplando “la necesi-
dad de construir una identidad que nos permita ubicarnos y ser protagonistas a noso-
tros. En este momento la Argentina está viviendo una situación muy particular y las
respuestas que nosotros podamos dar tienen que ser también particulares” (entrevista a
Solana, 2007). Son una serie compleja de tópicos los que se aglutinan en el nombre
246

Frente Popular Darío Santillán. Hecha la articulación, “bajamos un cambio. Dejamos


la calle para volver a lo cotidiano”.

Frente Popular Darío Santillán: "Avanzar en la unidad"

El FPDS posee un carácter multisectorial muy marcado61. En este sentido, aun-


que el de desocupados sea el mayoritario -y en el que comienza a pensarse la conforma-
ción del Frente- son múltiples los sectores que lo habitan. A la instancia de desemplea-
dos se le suma un conjunto de agrupaciones estudiantiles independientes formadas por
la Coordinadora de Organizaciones Populares Autónomas, agrupaciones de facultades
de agronomía articuladas en torno a la Federación Argentina de Estudiantes de Agro-
nomía (FAEA), el frente estudiantil Santiago Pampillón de Rosario y grupos de distin-
tas provincias.62 Junto a ellos, el sector de ocupados se empieza a construir a partir del
surgimiento del Frente, como uno que engloba a todos los integrantes que tienen em-
pleo más aquellos que se empiezan a sumar desde algunas listas de sindicatos. En la or-
ganización recalcan que también participan trabajadores de la cultura y centros cultu-
rales de la zona sur de Buenos Aires, La Plata y Rosario. Por último, se incluyen en el
FPDS un movimiento de activistas que buscaron consolidar la red del trueque y orga-
nizaciones vecinales, ambos de la provincia de Salta.
Es claro entonces que el FPDS posee un esquema multisectorial, rasgo que no es
absolutamente original (una organización piquetera como la Corriente Clasista y Com-
bativa también lo es), pero que sin duda le imprime una dinámica propia a una agrupa-
ción que es sumamente porosa. Se presentan como una articulación de sectores que an-

61 Las áreas de trabajo que componen el FPDS son en gran parte una herencia de los MTDs: a) empren-
dimientos productivos o economía social, b) Prensa, que trabaja en torno a dos ejes, uno ligado a la pren-
sa orgánica, donde hacen un periódico de la organización, y otro llevado adelante de manera relativa-
mente autónoma que es el sitio de comunicación alternativa Prensa de Frente; c) Gestión y Administra-
ción, que implica la relación con las instancias del gobierno donde se tratan los emprendimientos, subsi-
dios, planes de empleo, etc.; d) Finanzas, un área recientemente consolidada, puesto que se buscaba que
“cada barrio dejase de tener su propio kiosquito para realizar una organización de conjunto”; e) Seguri-
dad, también propia de la contenciosa lógica piquetero. En este momento trata de ocuparse integralmen-
te de la organización: puede ser de una marcha, pero también un evento, un campamento, una jornada,
etc. Por último, f) cultura, que terminó generando un espacio que se abrió mas allá del FPDS, como
cuando el 24 de marzo del 2005 se realizó una murga bajo la temática “Los muertos de hambre”.
62 El FPDS está integrado por organizaciones de la ciudad de Buenos Aires y su área metropolitana

(Quilmes, Florencio Varela, Almirante Brown, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Guernica, San
Vicente, Ezeiza, Esteban Echeverría, Luján, La Plata, Verónica, Berisso) y las provincias de Buenos Ai-
res (Tandil, Mar del Plata), Tucumán, Río Negro, Formosa y Córdoba.
247

tagonizan en cada lugar, en diferentes espacios, “Ir sumando partiendo de la base de la


sociedad fragmentada que tenemos”. La sumatoria a veces escalonada de organizacio-
nes al Frente ha llevado a que además de la multisectorialidad los referentes hablen de
un Frente dinámico, debido a que se
empiezan a sumar diferentes tipos de trabajo, inimaginables, imprevistos,
desde diferentes sectores, que en el marco del Frente y del proyecto político
que vamos construyendo y desde la multisectorialidad tienen un rol decisi-
vo, un rol concreto, que es el de aportar desde la lucha que estás dando co-
mo sector (Entrevista a Nicolás, 2006)
Desde su creación, a lo largo de 2005 y parte de 2006, la agrupación se desplegó
sobre una serie de ejes de acción. En general, definieron a la etapa actual como una de
acumulación, caracterizada también a la luz de las transformaciones en el ciclo político
que produjo la acción del gobierno nacional en estos años. Las líneas de acción se cen-
traron, en primer lugar, en seguir los pasos del juicio que se hizo a los autores materia-
les del asesinato de Santillán y Kosteki. En los siete meses de juicio decidieron “marcar
una presencia de lucha fuerte ahí, presionar... Como encaramos desde siempre el tema
de esos asesinatos”. Ello implicó una presencia constante en los tribunales, cuarenta
días de acampe, una importante movilización el día de la sentencia, militantes de la
agrupación como testigos y querellantes, una preparación en torno a la acción jurídica,
la cobertura constante desde la página web de prensa y demás (cfr. La cobertura casi
completa del juicio en www.prensadefrente.org)
En segundo lugar, el otro gran eje del FPDS se relaciona con la dimensión de la
movilización. Ya no en estrecha relación con el reclamo de justicia por los asesinatos de
Santillán y Kosteki, marcharon en diversas oportunidades demandando “un aumento
de los planes, por su universalización, en contra de la criminalización de la protesta y la
represión, de la judicialización de los militantes en lucha, por la libertad de los compa-
ñeros presos de la legislatura y por todo lo que tiene que ver con los reclamos de redis-
tribución de la riqueza” (Entrevista a Solana, 2006). Fue por ello que durante 2005
participaron de las protestas que llevó adelante el arco piquetero de oposición. Sin em-
bargo, aseguran que este nivel de coordinación llegó a un techo, puesto que “hay orga-
nizaciones qué están en relación con un partido y por ahí van a elecciones, y sus prácti-
cas están más o menos vinculadas a eso”. Aunque rescatan el alcance del plan de lucha,
248

la confluencia con los estudiantes o los trabajadores ocupados, aseguran que el plan
sostenido durante el 2005 se perdió. Por lo tanto, tienen una visión más negativa de la
correlación de fuerzas, y desde diciembre de 2005 y durante 2006 no participaron de las
movilizaciones que proponían diversos núcleos piqueteros opositores.63
Lo que denominan acumulación también se asentó en la discusión política interna
y en la formación, problematizando la idea de trabajo y su relación con los proyectos
productivos:
el trabajo independiente con algún nivel de autogestión, de organización
cooperativa, o sea, generar trabajo, recuperar empresas, generar prácticas
dentro de los sindicatos que nos permitan pensar el trabajo como una he-
rramienta de construcción, no como una herramienta de explotación (En-
trevista a Nicolás, 2005).
A partir de prácticas concretas y cotidianas se abocan a transitar niveles autoges-
tivos de existencia. Desde su surgimiento, y también a raíz del “Plan Manos a la obra”
que el gobierno de Kirchner “obligó a tomar” (dado que -dicen- eran recursos que utili-
zaba el Estado para contener la protesta), la organización apostó a los emprendimien-
tos productivos, a los cuales dedicaron una parte no menor de sus energías.64 Llevan
adelante aproximadamente cien emprendimientos en todo el país, que incluyen pro-
ducción de leña, carbón, arroz, harina, ladrillos, guardapolvos, herrería, muebles, ali-
mentos, textiles y telas para abastecer a los proyectos textiles, entre otros. Luego de
poner en marcha los proyectos se toparon con el clásico obstáculo de la comercializa-
ción. A raíz de ello desde mediados del 2006 se encuentran avanzando en la instalación
de redes de comercio:
Empezamos a laburar con redes de comercio, cooperativas de consumo o de
consumidores en las ciudades (ya hay redes en La Plata, Córdoba y Capi-
tal). Instancias en donde empecemos a tener un vínculo directo con quienes

63 De todos modos, aseguran que ambos ejes sirvieron para consolidar la identidad de la agrupación.
Tanto las movilizaciones como el reclamo específico de justicia, “que absorbía a todos por igual”, redun-
dó en que los militantes de cada una de las organizaciones y sectores que participaron “se consideraran
parte del FPDS” más que de una coordinadora de agrupaciones menores.
64 El Plan Nacional de Desarrollo local y Economía Social “Manos a la obra” fue puesto en marcha el 11

de agosto de 2003, con un monto inicial de $ 300.000.00 (U$S 100.000.000). Se trataba de financiar dis-
tintos tipos de proyectos productivos, a través del municipio, comuna o una Organización no Guberna-
mental local, abarcando cerca de 350.000 personas. Los proyectos podían estar dedicados a la agricultu-
ra, ganadería y pesca, manufacturas de origen agro-ganadero o industrial, artesanías, servicios y/o co-
mercio.
249

pueden llegar a comprar los productos, a quienes les puede interesar el pro-
yecto político que esta implícito en cada producto, y con quienes podamos
entablar un dialogo como para poder establecer un tipo de continuidad en
la compra que nos permita a nosotros poder prever la planificación de la
producción (Entrevista a Nicolás, 2006)
En tono realista, lo que el Frente busca es situarse entre lo que consideran una
“visión simplista” (que ve en los micro-emprendimientos a micro-entretenimientos que
el gobierno fomenta para que no se corte la ruta) y aquella que asegura que sería la so-
lución a la desocupación. Admitiendo la dificultad para consolidar las experiencias de
producción, rescatan que las asentadas representan un tránsito bien importante para
quienes pasaron de la desocupación a la construcción de un trabajo que ofrece discipli-
na y la libertad de trabajar sin patrón.
La potenciación de los universos autoorganizativos se afianza en la relación estre-
cha que entablan con el movimiento campesino. El FPDS tiene una dinámica donde es
central el instante del “para adentro” en la producción. Instauraron una singular rela-
ción con el Movimiento Campesino de Santiago del Estero -que se remonta a los víncu-
los trazados por la CTDAV-, pero también con la Red Puna de productores indepen-
dientes de la provincia de Misiones, de Formosa, con el movimiento campesino de Cór-
doba y con la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Mendoza. Llevan adelante
actividades como el intercambio no solamente “comercial”, sino de experiencias, cam-
pamentos y jornadas entre campo y ciudad. A su vez, el FPDS estuvo presente en lu-
chas centrales para el movimiento campesino como la marcha contra el ALCA, “escra-
ches”65 a la casa de Santiago del Estero en protesta por los desalojos, e incluso hay or-
ganizaciones que, sin estar directamente ligadas al FPDS, venden productos en sus re-
des de comercio. Esta articulación que le permitió al Frente experimentar de manera
más concreta el significado de los mundos autogestionados y pensarse federal y multi-
sectorial, se ve potenciada por el trabajo de la Federación Argentina de Estudiantes de

65 El “escrache” es un formato de protesta inventado por el movimiento Hijos por la Identidad y la Jus-
ticia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.), que agrupa a los hijos de desaparecidos durante el go-
bierno militar del 76 y el gobierno peronista inmediatamente anterior. Ante la falta de Justicia estatal
durante el período democrático, el escrache consistió en identificar el domicilio de un represor y realizar
una manifestación alrededor de él, haciendo que el barrio entero, gracias también a diferentes acciones
como las pintadas, supiese de su existencia. Una suerte de justicia popular que apuntaba a eliminar la
existencia pública del represor. En tanto modalidad de protesta, fue luego adoptada por diferentes orga-
nizaciones para fines disímiles, aunque siempre marcado por la denuncia y la apelación a la justicia.
250

Agronomía (FAEA). Este núcleo de estudiantes posee un contacto de larga data con las
organizaciones agrarias del país y brinda sus conocimientos técnicos para la implemen-
tación de los proyectos productivos (aún iniciativas agrarias en un marco urbano).66
En torno a esta dinámica general, remarquemos que desde comienzos de 2006 el
FPDS pasó a organizarse por regionales (Capital, Oeste, La Plata-Berisso, Sur 1, Sur 2,
Sur 3, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Rosario, Río Negro), por sectores
(trabajadores ocupados, territorial y estudiantil) y por áreas (las mencionadas ante-
riormente); evitando la participación de delegados de cada antigua organización, obli-
gadas ahora a mezclarse entre sí como parte de la misma estructura política67. La rápi-
da edificación de la organización y su flexibilidad fue permitiendo un relativo creci-
miento y consolidación del movimiento.

El poder popular como bisagra ideológico-política

A diferencia de las organizaciones que tienen al Estado como lugar central de la


política, sea la tradición filo-populista o la izquierda partidaria, el FPDS tiene la parti-
cularidad de buscar definirse “más allá” del Estado, al que ven como “la herramienta
de la clase dominante para imponer su dominación y construir una hegemonía”. Apues-
tan por volver sólida una independencia con respecto a las estructuras institucionales y
consolidar las prácticas autoorganizativas a partir de la gestación de nuevas relaciones
sociales en los ámbitos cotidianos. Así y todo, subrayan una “tensión permanente”, a
causa de la dependencia que tienen con respecto a los recursos y los planes sociales que
manejan las instituciones públicas, en un contexto en el que priman las necesidades
inmediatas. Al caracterizar al Estado como el “administrador de los recursos sociales”
le exigen el cumplimiento de los derechos que se encuentran en el ordenamiento legal
que rige, la constitución. Derechos que finalmente no se cumplen porque “sin descono-

66 Centrados en relación a esta dinámica y a una situación latinoamericana que juzgan presenta nuevas
aristas, el FPDS apuesta a la vinculación con organizaciones como el Movimiento Sin Tierra de Brasil, el
Frente Ezequiel Zamora de Venezuela y organizaciones de Bolivia.
67 Dentro de estas modificaciones, no solamente es un componente significativo la presencia de trabaja-

dores ocupados, sino también la denominación de territorial o barrial de lo que en la CTDAV era el sector
de desocupados. Apuntan a tomar más en cuenta temáticas de salud, educación, vivienda y obviamente
el trabajo. Estos elementos existían en los comienzos de las organizaciones de trabajadores de desocupa-
dos en 1998, pero la centralidad de la demanda por planes de empleo y de mercadería para sostener los
comedores populares impedía desarrollarlos en su totalidad.
251

cer que dentro del Estado hay contradicciones” en última instancia es el que sostiene la
necesidad:
¿Por qué? Porque funciona en la medida que haya necesidades. Hay regla-
mentaciones legales que permiten avanzar en la legalización de la tierra.
¿Por qué no avanzan? Porque si ellos avanzan y nos dan la tierra -que es
nuestra- no tenemos que ir a pedirle más nada. Y si no tenemos que ir a pe-
dirles más nada... ¿Desde dónde negocian el voto clientelar? ¿Desde dónde
negocian el poder? ¿Desde dónde negocian su continuidad? (Entrevista a
Nicolás, 2005)
Vale resaltar un elemento, la demanda hacia el Estado no es un elemento primi-
genio de la protesta sino un recurso estatal de dominación, contrario a la libre disposi-
ción de los bienes colectivos. Por fuera de las visiones estado-céntricas, el FPDS procu-
ra pensar la política desde la autoorganización del poder popular: “No entendemos el
Estado como el lugar desde dónde vamos a cambiar la sociedad... Eso es pensar la polí-
tica desde la institucionalidad. Pensar que porque nosotros ocupamos lugares institu-
cionales, podemos generar los cambios. Los cambios se generan desde abajo” (Entrevis-
ta a Mariano Pacheco, 2007).
La idea de democracia tiene en el caso del FPDS un significado preciso. A la hora
de caracterizar el sistema democrático la organización sólo ve ahí un “cúmulo de insti-
tuciones”, un sistema presidencialista, una forma de crear consenso en la posdictadura;
en definitiva, un sistema formal carente de una base real de participación. La caracteri-
zación no es casual puesto que para el Frente la democracia de base y la impronta
asamblearia resultan rasgos determinantes. Es así que al hablar de democracia se recal-
ca la participación de cada uno de quienes integran el movimiento: “Democracia real es
democracia directa. Lo que yo pienso no es lo que me hacen pensar. No me lo dicen, lo
digo, eso es democracia real”.
La práctica asamblearia del FPDS adopta una concepción que quiere distanciarse
de la simple puesta en marcha de espacios de participación en los barrios, donde juzgan
que suele pasarse información o “bajarse línea”. Esa dinámica posee características que
conciben definitorias: el carácter rotativo de los delegados y la revocabilidad de los
mandatos, estìmulo a la formación de todos en diferentes tareas y responsabilidades,
que incluso es una manera de evitar la cooptación esquivando el esfuerzo estatal de
252

mantener referentes conocidos para la negociación, “reproduciendo las estructuras de la


organización”. Pero la democracia de base no se piensa como algo que existe por sí sino
que debe ser construida.Es por ello que la formación se presenta como un componente
fundamental del último tiempo, contando además que, deshechos los lazos sociales, in-
corporados parámetros jerarquizados de las relaciones sociales, y en una situación de
fuerte necesidad, la dinámica asamblearia busca saltar el carácter reivindicativo de las
demandas. Formación, entonces, encarada en cada barrio pero también en un vínculo
con el Taller de Educación Popular de la Universidad de las Madres, por ejemplo.
En este sentido, subrayemos una doble torsión por lo demás significativa al inte-
rior de la corriente autonomista. En primer lugar, la distancia que la agrupación buscó
plasmar con lo que Svampa (2005) llamó la hipérbole autonomista, esto es, el encapsu-
lamiento y la dispersión práctico-organizativa que fueron adoptando las agrupaciones
de esta matriz identitaria. Es decir, una nueva mirada bajo el diagnóstico de un cambio
de coyuntura pos-crisis del 2001 y a partir de una autorreflexión, un balance sobre el
devenir del autonomismo en Argentina. La definición de autonomía guarda la prescrip-
ción de centrar la construcción política en las instancias de autoorganización, pero a su
vez muestra modificaciones:
“Somos autónomos del poder, del enemigo, de las estructuras estatales, de
la estructura eclesiástica, de los partidos que nos bajan línea. De esos somos
autónomos, pero no de un proyecto popular más amplio. ¿Sí? Si yo coor-
dino un plan de lucha con el Polo Obrero. ¿Dejo de ser autónomo? No (En-
trevista a Nahuel, 2004)
Podríamos decir que el Frente constituye en estado práctico la problematización
de las formas de expresividad de lo autónomo, es decir, pretende sortear el encapsula-
miento que fue consustancial a buena parte del autonomismo local. En segundo lugar y
de manera relacionada, influidos por la presencia de antiguos militantes peronistas, la
identidad sectorializada de los piqueteros, y aún la más típica del clasismo, ha mutado
a otra en la que el pueblo aparece como sujeto de acción.
De la misma forma esquivamos las definiciones que pregonaban el antipo-
der, la negación del poder [...] para proponer la construcción del poder po-
pular, una forma de definir al imprescindible proceso de acumulación de
fuerzas que tenemos por delante, proyectando nuestros movimientos hacia
253

la lucha política, entendiendo que, además de tener presente la necesidad de


la ‘toma’ del poder del Estado, debemos construir poder desde ahora en el
seno de la clase trabajadora y los sectores populares como única forma de ir
alterando la correlación de fuerzas a nuestro favor, y de prefigurar con los
espacios de construcción que vamos conquistando, los valores de la sociedad
que queremos (conferencia Internacional “Voces de Nuestra América”, refe-
rente del FPDS)
Así, la idea de poder popular, en tanto lugar de la política, es la que traza la histo-
ricidad de un pueblo que fue construyéndose en las resistencias subalternas de la histo-
ria argentina. La redefinición identitaria que supuso la construcción del FPDS repercu-
tió en la “construcción de una tradición” en la que se reconoce la agrupación, y actual-
mente parecen buscar las continuidades de lo que ven como un fenómeno en extremo
novedoso. En ese intento de dar forma a una genealogía posible serializan la historici-
dad de la política argentina, por ejemplo, remitiéndose al anarquismo de principios de
siglo o el peronismo de base de los 70, al trabajo pegado al territorio del Movimiento de
los Sacerdotes del Tercer Mundo o al basismo clasista y sindical del Cordobazo de 1969,
siempre bajo la impronta de una dinámica política que parte desde lo social y no se di-
ferencia de él; todas experiencias que construirían poder popular “desde abajo”. Pero
también es posible ver que desde la creación de la organización en 2004 surgen nuevas
identificaciones: nos referirnos a la reinterpretación de la experiencia del Movimiento
Sin Tierra de Brasil, quienes pusieron en primer plano la “necesidad de construir orga-
nización”. Este caso es considerado a la luz de los procesos organizativos de los movi-
mientos de desocupados y en relación con la importancia de avanzar en la articulación
política. Esta proyección se asienta fuertemente en un diagnóstico de las características
estructurales de la izquierda argentina:
Porque cómo no lo vamos a mencionar si somos la izquierda argentina. Si
no nos planteamos que la unidad es un problema, estamos negando qui-
nientos años de historia, bueno no es toda la historia porque... Pero, ¿cuál
es la particularidad de nuestra izquierda? ¿no? ¿Cuál es la particularidad de
nuestro campo popular? La fragmentación (Entrevista a Martín Obregón,
2007).
254

En el largo plazo de la política, no hay alianza de diferentes en torno a un pro-


grama consensuado sino construcción conjunta sobre la base de una práctica afín, arti-
culación con otros a quienes los acercan principios comunes que permiten sondear la
posibilidad de crear un conjunto mayor. La articulación política se encuentra en rela-
ción con la idea de confianza, que resulta significativa porque implica una serie de ele-
mentos: es una categoría de lo vivencial, supone una acción mutua constructiva, da
cuenta de un proceso a largo plazo, es la práctica que vuelve homogéneo lo heterogé-
neo. En esta línea, han intentado dejar de pensar en términos de coordinación -como
concebían la unidad de la lucha en el conurbano bonaerense con la CTDAV, cuando ca-
da agrupación mantenía un fuerte grado de autonomía y prevalecía la heterogeneidad-
para caracterizar los lazos políticos en términos de articulación. 68
La idea del poder popular construida por el Frente, aunque no carente de tradi-
ción, lo singulariza al menos en el campo autónomo. Ese nivel expresivo se despliega en
una doble prescripción. En primer lugar, el carácter multisectorial del Frente propone
descentrar la política de la identidad piquetera, de la figura del desocupado, para cons-
truir un espacio múltiple en el que todos los sectores en lucha son potencialmente in-
cluidos; lo popular sería la nominación de esa nueva amplitud. En definitiva, se produ-
ce un pasaje, de piquetero a pueblo con minúscula, de autonomismo a agrupación mul-
tisectorial, donde el Frente se propone como el operador que realiza la articulación en-
tre los múltiples núcleos de poder popular. En este sentido, apuntan a la construcción
de un “pueblo no populista”, con lo cual buscan significar la distancia que los separa de
las concepciones nacional-populares presentes en la Argentina, particularmente el pe-
ronismo.
En este caso, la política es expresiva pero no secuencial, debido a que existe en
todo momento en la vida de la organización; ella es ya política. Al presentar un recorri-
do absolutamente expresivo no sitúan ninguna política por venir, es decir, ella debería
ser ya las relaciones que se construyen cotidianamente. En un segundo plano, es desde
la construcción de poder popular que se busca la consolidación de formas de articula-
ción no específicamente limitadas a la horizontalidad asamblearia; pero bajo la necesi-

68Hoy llaman coordinación a la construcción de vínculos que pueden estar atados a un trabajo concreto,
“un laburo en el barrio, por ejemplo”, pero apuntan a la articulación cuando mencionan la necesidad de
construir políticamente con otras organizaciones. En este sentido, entre la coordinación y la articulación
existe una variada gama de “círculos concéntricos”.
255

dad de no generar estructuras trascendentes a la praxis. La aspiración no supone cons-


truir una estatalidad diferente sino alumbrar nuevas relaciones sociales a partir de las
que se dan diariamente: “Atendiendo también a que en algún momento tenemos que
construir una institución propia ¿En qué sentido una institución? Algo que perpetúe en
el tiempo la dinámica organizativa, la estructura política y la ideología que uno va
construyendo” (Entrevista a Mariano Pacheco, 2007). La idea de nueva institucionali-
dad apunta a ser un operador de pasaje entre la importancia de lo local y la sociedad a
crear, entre la flexibilidad del núcleo político asambleario y el plano organizativo, entre
la importancia de lo autónomo y el rechazo a la construcción de una sociedad paralela
no antagónica. En el camino de la nueva institucionalidad, al concluir el mandato de
Kirchner entreveían la posibilidad de dar forma a una herramienta política, lo cual
apunta decididamente a pensar en el ámbito macro de actuación colectiva.

¿Hacia una herramienta política?

A la hora de pensar lo que viene, en el FPDS ofrecen una caracterización de la co-


yuntura que sirve para dar cuenta de lo que consideran una futura unidad política. Pa-
ra ellos el elenco kirchnerista es un factor hoy determinante de la política nacional, que
“se ha metido” en medio de los intereses populares, con una política que seduce a un
sector no despreciable del pueblo, de organismos, de agrupaciones, etc. Sostienen que el
kirchnerismo no da respuestas a los problemas de fondo ni produjo modificaciones en el
modelo económico, lo cual genera una frágil estabilidad que, en el tiempo que sea, ante
una variable imprevista, puede derrumbarse. Creen que la actual gestión no desearía
que aparezca nada a “su izquierda”, más bien intenta construir un modelo político de-
finido por una concertación de centro-izquierda y otra de centro-derecha69. A su vez,
aseguran que la dinámica político-partidaria en el campo de la izquierda no forma par-
te del modelo de construcción al que aspira la organización. Bajo este diagnóstico,
plantean un nuevo margen de articulación: “Nosotros no somos ni de la izquierda par-
tidaria y dogmática ni somos parte lo que es este gobierno nacional y popular, y por eso

69 “Como nos dijo alguna vez algún funcionario ‘a la izquierda de nosotros no hay nada’. A ellos les gusta
el escenario que esté el gobierno por un lado y Macri y Sobisch por el otro. Esa posición quiere. Todo lo
que sea por izquierda lo van a tratar de cooptar, anular, meter en caja, que no se note. Ellos son la iz-
quierda” (Entrevista a Martín Obregón, 2007).
256

no lo apoyamos. Hoy seguramente esto no se ve mucho, pero nosotros creemos que a


futuro...” (Entrevista a Solana, 2006). La construcción de esta articulación guarda cier-
tos visos prácticos:
¿Con quien estamos apostando a ese espacio? Hay una cantidad de grupos
que hicieron un proceso parecido al del Frente pero un poco más chiquito,
que son el FOL (Frente de Organizaciones en Lucha), ahí también esta la
UTP, el MTD Primero de mayo, lo que era el MTD de Claypole, y algunas
otras agrupaciones más, como Pañuelos en Rebeldía de educación popular,
el colectivo Libres del Sur de Avellaneda, el MIC, organizaciones campesi-
nas... Y hay prácticas concretas y estamos avanzando en la unidad (Entre-
vista a Nicolás, 2006).
El propósito es hacer encuentros de la militancia, compartir espacios de formación
y discusión, campamentos y debatir sobre lo que podría presentarse como un espacio
superador; yendo despacio, formar algo que tenga más visibilidad, una orgánica ma-
yor70. Dicen desde el FPDS:
Nosotros no queremos que el Frente crezca y se conforme en la fuerza que
tenga la incidencia determinante en la coyuntura política. Si crece que crez-
ca, pero sobre todo que tire lazos de articulación con otros grupos dispersos
y otras organizaciones que, más chicas, más grandes, tendremos que dar por
resultado algo distinto, algo superador, que tenga otra denominación, en ese
sentido la idea de vanguardia y todo eso queda relegado. La idea es la rela-
ción con ciertos grupos que tienen afinidad de principios, pero lo central es
que haya algunas coincidencias generales e ir verificando en la práctica, ga-
nando confianza. ‘Está bien vamos hacer un camino’, empecemos a laburar
juntos, hagamos primero un laburo de la militancia y empecemos a charlar

70 En agosto de 2006 se hizo el primer Encuentro de la Militancia, el tercero fue en Rosario en abril del
2007. El objetivo final era generar una herramienta política superadora, definida como una organización
“capaz de sintetizar experiencias que están más o menos dentro del mismo marco”. Y ver en cada mo-
mento histórico y en función de una evaluación precisa, de qué manera intentamos contribuir a los pro-
cesos de transformación” (Entrevista a Martín Obregon, 2007). Esos encuentros no han redundado en la
conformación de una articulación mayor al concluir la presidencia de Kirchner, lo cual no es vivido de
modo trágico puesto a que apuestan a sellar acuerdos sólidos que “no queremos apurar”. Los obstáculos
que identifican son los recorridos disímiles que fueron realizando cada una de las organizaciones reuni-
das, pero también que existió una doble perspectiva, la de quienes “planteaban con más énfasis la nece-
sidad de generar una herramienta política” y la de otros que aseguraban que “tenía que tener una carac-
terística justamente de encuentro y, en todo caso, más adelante ver”. Es sobre este plano, donde van re-
corriendo la fisonomía posible de un futuro período de “acumulación de masas”.
257

estas cosas, por ahí vamos a ir trabajando me parece. Los limites son esos,
el kirchnerismo y la izquierda tradicional, en el medio la izquierda indepen-
diente, democrática, de base, combativa (Entrevista a Solana, 2006)
No habría que dejar de tener en cuenta que el FPDS, agrupación de muy reciente
formación, supo reconstruir la capacidad organizativa que sostenìa la CTDAV. No ha
dejado de crecer y logró transformarse en un vehículo de reposición subjetiva ante el
fuerte golpe que significaron los asesinatos del Puente Pueyrredón, fidelidad cristaliza-
da en el nombre que esgrime la agrupación. De modo que resulta claro que desde una
“posición autónoma” problematizó los modos concretos y posibles de arribar a la esfera
de la política clásica sin desligarse del arraigo en lo social que tanto la caracteriza. En
cierto sentido, es una organización que recrea constantemente una definición que po-
demos llamar “pura” de la política. Al privilegiar la construcción de los lazos cotidia-
nos, puede saberse alejada de las contradicciones inherentes a las visiones más estraté-
gicas e instrumentales de la acción colectiva. En momentos en los que los vínculos so-
ciales aparecen impregnados de todo aquello que se relaciona con la utilidad privada,
mantener una posición alejada de ese sentido común no deja de ser una fortaleza, ya
que el FPDS se ajusta a una praxis que procura darse en la inmanencia de lo cotidiano,
para ejercer mejor lo que la política tiene de bien común y así proyectar las relaciones
sociales que vendrán.

BERGEL, Martín (2007) “En torno al autonomismo argentino”, Buenos Aires (mimeo)
SVAMPA, Maristella (2005) La sociedad excluyente, Buenos Aires: Taurus.
——— y PEREYRA, Sebastián (2004) Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las or-
ganizaciones piqueteras, Bíblos: Buenos Aires.
258

Sección “Relatar, estudiar y recrear las utopías”


259

Utopías científicas. Moisés Bertoni y el Paraguay guaraní

María Silvia Di Liscia

Desde finales del siglo XIX hasta 1929, Moisés Bertoni, suizo por nacimiento e
inmigrante primero en Argentina y luego en Paraguay, llevó a cabo una tarea de gran
significación desde el punto de vista agronómico, meteorológico, geográfico, cartográfi-
co, botánico y etnomédico y también, aunque en un sentido diferente, etnográfico y
lingüístico. Desde su muerte, la figura de este "sabio" ha fascinado a los académicos, in-
teresados en los múltiples aspectos de su personalidad, habida cuenta su multiforme y
gigantesca producción científica, sus complejas y en ocasiones contradictorias manifes-
taciones políticas, así como las singularidades de su vida cotidiana y finalmente, las re-
des sociales y científicas tejidas a su alrededor y el de su familia. 71 Sus principales bió-
grafos han explorado las facetas más recónditas de su carácter, que pueden sintetizarse
en un autoritarismo paternalista marcado por ambiciones desmesuradas y han sistema-
tizado concienzudamente su producción, escrita en varias lenguas y sobre las más di-
versas disciplinas (Baratti y Candolfi 1994 y 1999). Estas dos muestras representan los
principales esfuerzos sobre una producción que no cesa de incrementarse, debido a la
atracción que despiertan la magnitud de sus tareas, la evidente simpatía hacia sus lo-
gros y fracasos y sus contradictorios aportes científicos.
Con todo, en este artículo quiero llamar la atención sobre un aspecto ignorado o
poco explorado: su conexión con la imaginación utópica. No en el sentido anarquista,
ya que son insuficientes las pruebas de la existencia de un proyecto de establecimiento
de comunidades anarquistas o comunistas de suizos en Misiones y luego en Paraguay
(Candolfi, 2002-2003). Tampoco Bertoni es comparable a Nueva Australia y Colonia
Cosme, experimentos fallidos en el mismo espacio y contemporáneos al que se pretende
analizar aquí. Podría plantearse el esfuerzo de este naturalista suizo dentro de lo que
Nouzeilles (2002: 24-26) considera el segundo estadio de la historia cultural de la natu-
raleza americana, que se abre a partir del romanticismo de Humboldt y continúa hasta
finales del siglo XIX. Para el proyecto imperialista, comercial y científico derivado de

71Agradezco especialmente a Marisa González de Oleaga por el "descubrimiento" de Bertoni; su mítico


entusiasmo me contagió para escribir este relato, que es su deudor en muchas más ideas de las que puedo
confesar y de gran parte de la bibliografía aquí citada.
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la visión baconiana del mundo, las selvas vírgenes, las cordilleras y los desiertos del
Nuevo Mundo imprimían un reto al conocimiento y al aprovechamiento económico.
Pero dentro de las hordas de expedicionarios, viajeros y naturalistas que abarrotaron
de escritos de viajes con experiencias sobre la naturaleza y las sociedades americanas, el
intento de Bertoni es, en muchos puntos, singular, tanto sea su falta de contenido polí-
tico expreso como por la insistencia en la intervención de culturas no occidentales en
las prácticas científicas. Esta participación excede simplemente la del "objeto" de ob-
servación propia de la etnografía clásica, para incluirse como un modelo básico y supe-
rador del ordenamiento occidental de la naturaleza y, por extensión, de la sociedad. En
palabras de Pratt (1997:26), podríamos ubicarlo dentro de aquellos que forman parte
de la "zona de contacto" entre diferentes universos culturales, aunque Bertoni va más
allá de una participación casual y esporádica, a la manera de los viajeros o turistas que
examinan, observan y luego vuelven a su lugar de origen. Su implicancia y compromiso
con la comunidad paraguaya implicó una referenciación profunda de su existencia en
los trópicos americanos.
Me interesa observar entonces la configuración de un proyecto utópico en la prác-
tica de la nominalización científica para forjar una taxonomía diferente, deudora de los
saberes guaraníes más que del ordenamiento de Linneo y De Candolle. Dicha clasifica-
ción implicaría también un registro diferente para otros aspectos, como las valoraciones
sobre el cuerpo, la salud y hasta una moral alternativa a la de la burguesía occidental.
Desde mediados del siglo XIX, el espacio americano fue uno de los elegidos por
grupos e individuos para desplegar una existencia diferente, bajo el sueño de la supera-
ción personal o de la construcción de una comunidad apartada de los regímenes y cons-
treñimientos políticos, religiosos y económicos metropolitanos. La formación de colo-
nias europeas fue también el recurso de las élites latinoamericanas para la imposición
de un sistema productivo moderno. Tanto el liberalismo inicial como las escuelas y cre-
yentes positivistas enfatizaron la necesidad de introducir población blanca, con hábitos
burgueses, cuya dedicación al trabajo hiciera desaparecer el atraso de la América indí-
gena y tradicional. En la consolidación de los estados-nación, la demografía originaria
era el lastre del progreso: plegados a las comunidades originarias y sus prácticas, ger-
minaban el atraso económico, el desorden político y el caos social.
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Hacia 1899, Paraguay contaba con 635.000 habitantes, la mayoría indígenas y


mestizos (Lewis, 1992:142). Hasta 1930, ingresaron unos veinticinco mil inmigrantes
europeos, cuando Argentina y Uruguay recibieron más de cuatro millones (Sánchez Al-
bornoz 1991:114). Las principales actividades que estimularon el aluvión migratorio
fue la expansión de la agricultura para un mercado regional. Muchos de los proyectos
estuvieron influidos por las representaciones edénicas de una tierra ubérrima, vista ba-
jo un marco selvático y virginal, con recursos ilimitados que esperaban ser explotados.
En la mayoría de los casos, los recién llegados ignoraban las dificultades del
desarrollo político de este paraíso, así como los enormes escollos financieros y burocrá-
ticos para la construcción de un Estado moderno luego de la guerra de la Triple Alianza
y la destrucción casi total del país. Los frecuentes conflictos políticos entre facciones,
así como la carencia de un marco regulador legal, eficaz y constante, tuvieron serias
consecuencias sobre la permanencia institucional. En el caso particular de Bertoni,
formaron parte de su existencia en Paraguay y enmarcan varias décadas de su existen-
cia.
Moisés Santiago Bertoni nació en 1857 en Lottigna, en un cantón italiano y monta-
ñés suizo. Estudió ciencias naturales en Zurich y Ginebra, aunque no otuvo el grado de
"doctor" con el que se lo nombraba en Paraguay. En 1882, emigró primero a Misiones
(Argentina) junto a su esposa Eugenia Rossetti, sus cinco hijos y su madre Giuseppi-
na72. Llegó a Paraguay en 1887 para establecer con otros suizos la colonia Guillermo
Tell con ideales vagamente anarquistas, a los que renunció muy pronto. La colonia fue
luego rebautizada Puerto Bertoni y se ubicó en la confluencia de los ríos Monday y Pa-
raná, en un paraje conocido como Península. El gobierno paraguayo le cedió allí diez
mil hectáreas de bosques vírgenes, que en realidad pertenecían a las comunidades indí-
genas (Lehner 1995: 7). De 1896 a 1905, Bertoni dirigió la Escuela Nacional de Agricul-
tura de Asunción y en 1907, fundó la Estación Agronómica en Puerto Bertoni, con el
apoyo de hijos y yernos. Allí desarrolló una amplia labor científica: mantuvo durante
cuarenta años un registro meteorológico, acumuló colecciones de fauna y flora muy
completas, realizó viajes de exploración en el territorio circundante confeccionando la
cartografía e incluso puso en marcha una imprenta, la Tipografía Ex Sylvis, ya que la

3 Aunque se focalizará sobre su experiencia en Paraguay, la estadía de la familia suiza en el entonces Te-
rritorio Nacional de Misiones tuvo también escollos y dificultades, que impidieron su permanencia, a pe-
sar de las promesas iniciales.
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corrección y edición de los textos también formaba parte de su actividad en la selva.


Entre 1913 y 1914 Bertoni fue titular de la Dirección de Agricultura pero, como sucedió
con la dirección de la Escuela, los vaivenes políticos y los problemas burocráticos hicie-
ron imposible su permanencia como funcionario. Su labor como científico, en cambio,
no se interrumpió nunca. La recopilación de ejemplares de la flora, fauna y minerales,
así como por el registro permanente de información y la experimentación en rubros de
disciplinas científicas muy distantes entre sí (de la botánica y la meteorología a la lin-
güística, antropología e historia) hacen reflexionar sobre la intención de gestar un co-
nocimiento general sobre aspectos muy diversos del mundo natural y social.
La práctica de una "onmiciencia" resulta curiosa, sobre todo cuando el camino ele-
gido por los científicos contemporáneos era la especialización más que al cultivo de un
saber enciclopédico. Sin duda incidieron en su formación asistemática las dificultades
económicas e intelectuales producto del medio rural y tradicional y su alejamiento de
los centros académicos. Ejemplo de este esfuerzo es el plan monumental –e inconcluso-
sobre la Descripción física, económica y social del Paraguay, que debía contener en unos
18 tomos los principales conocimientos sobre esa región. Entre sus obras más importan-
tes figuran el Almanaque agrícola paraguayo y agenda del agricultor (1901), Las Plantas
usuales del Paraguay (1914) y la Agenda y Mentor agrícola. Guía del agricultor y del co-
lono (1926), además de una serie importante de artículos sobre temas meteorológicos,
geológicos, lingüísticos, botánicos y etnográficos entre otros. En este último orden, es-
cribió los tres tomos de la Civilización Guaraní, dos de ellos publicados entre 1922 y
1927 en Puerto Bertoni y uno póstumamente (Baratti y Candolfi 1999:145).

Un ordenamiento más natural

Los antecedentes sobre taxonomías botánicas en relación con sus usos médicos
pueden rastrearse en el Paraguay y el Nordeste argentino desde mediados del siglo
XVIII. Para 1901, cuando Bertoni inició la divulgación de la taxonomía guaraní, en la
bibliografía botánica era usual el sistema de clasificación de Linneo y de denominacio-
nes binominales en latín. La variación del lenguaje vulgar hacía imposible la generali-
zación, por lo cual la taxonomía se transformó en una disciplina de enorme significa-
ción científica, necesaria para la comparación y el tratamiento general (Brockway,
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1979:6). Los primeros antecedentes al establecimiento de nomenclaturas provienen de


la aceptación de las reglas introducidas en dos obras de Carolus Linnaeus, Philosophia
Botanica (1751) y Species Plantarum (1753). Su organización definitiva correspondió a
Alphonse Decandolle a través de su Lois de la nomenclature botanique, aprobada en el
Congreso Internacional Botánico de París de 1867. La descripción se realizaba en rela-
ción al género y luego al epíteto específico, acompañado del nombre o siglas de su autor
(Pratt, 1997: 53-55). Bertoni no sólo conocía sino que utilizó durante años el sistema ya
establecido en la comunidad académica. Incluso lo hizo suyo al describir las caracterís-
ticas de una especie, la estevia (Kaá ée), que proporcionaba un edulcorante bajo en ca-
lorías y en muchas otras publicaciones de su autoría73. Por eso sorprende la propuesta
de una denominación científica que incorpore la de los guaraníes.
La lengua guaraní pertenece a la gran familia tupi, lo que significa que los primeros
antepasados provienen de un tronco original que partió hace unos cinco mil años del río
Amazonas y se desplazó hacia el sur, a partir de migraciones realizadas por razones eco-
lógicas, religiosas o de conflictos con otros pueblos. Los guaraníes llegaron a las nacien-
tes de los ríos Paraná-Uruguay hacia el 2.000 a. C., remontaron el río Paraguay hasta
la actual Asunción y luego descendieron por el Paraná y el Uruguay hasta el Delta. Se
establecieron en Misiones, en aldeas comunales y semi-sedentarias con una estrategia
de subsistencia mixta, basada en la explotación de recursos silvestres y en la agricultu-
ra de maíz, batata, mandioca, maní, zapallo y porotos (Cerutti 2000: 142-143).
Europeos y guaraníes iniciaron muy tempranamente un contacto pacífico. Los in-
dígenas pretendían introducir a los recien llegados como parientes y amigos y los espa-
ñoles, incorporarlos como aliados pero también, siervos. La postura amistosa inicial de
los guaraníes se transformó, frente al papel subordinado de la sociedad colonial, en re-
sistencia efectiva. Aunque los movimientos fracasaron, se produjo una inicial distinción
entre los "amigos de los españoles" y "avá" o enemigos. Estos últimos mantuvieron has-
ta mediados del siglo XIX cierta autonomía de la sociedad hispano criolla y sobre todo,
de las Misiones jesuíticas, organizadas con un criterio productivo y comunitario, con
gran impacto en la organización socio-económica y en las creencias guaraníes (Susnik
1984 y 1981:25). Un avance posterior, producto de la extensión de la frontera para el
cultivo de yerba mate y auspiciada por los gobiernos dictatoriales de Francia y López,

73Ver como ejemplo las descripciones en Royal Botanical Gardens (1901), Anales Científicos Paraguayos
(1918) y Revista Farmacéutica (1927).
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afectó decisivamente a estos grupos y los transformó en minorías étnicas subordinadas


dentro del territorio paraguayo (Areces, 1994: 319).
La provincia argentina de Misiones, cercana a Puerto Bertoni, fue desde muy
temprano poblada por grupos de indígenas de habla tupi-guaraní, cuyas migraciones
permanentes parecen haber sido por la búsqueda de la "tierra sin mal" mítica, además
de otras razones de índole ecológica y demográfica. Los guaraníes de Misiones no eran
sobrevivientes de las antiguas misiones jesuíticas sino de integrantes de grupos llegados
a esa región mesopotámica con posterioridad. Específicamente, se cita para probar este
repoblamiento indígena a Bertoni, quien había comprobado la existencia de comunida-
des Mbyá en el Piraí-Miní y el Piraí-guazú hasta la ribera del Río Paraná (Bartolomé
1969:164-165). Los Mbyá, dispersos en pequeños asentamientos (tapyi) y aislados unos
de otros por la selva que utilizaban como lugar de caza, mantenían su unidad a partir
de una estrecha red social y política denominada Tekohaguasu.
La valoración de los aportes de Bertoni ha sido muy relativa en relación a la et-
nografía paraguaya. Si bien no se desconocen las influencias de este autor dentro de los
estudios "indigenistas" contemporáneos y posteriores (Baratti 2002-2003; Baratti y
Candolfi 1999, Meliá 2006:263), los errores y generalizaciones son abundantes y oscure-
cen sus hallazgos. Su figura no puede considerarse, evidentemente, dentro de lo que
Clifford (1995: 48-51) define como "trabajador de campo", gestado a partir de la profe-
sionalización de la actividad antropológica en las primeras décadas del siglo XX. A pe-
sar de esta situación, su particularidad reside en el afán por incluir los conocimientos
indígenas al quehacer científico, por lo cual es parte de un movimiento de incorpora-
ción de la "otredad" que requiere una apertura difícilmente presente en otros observa-
dores contemporáneos.
Desde su arribo al lugar, el científico invitó a los Mbyá a formar parte de la "so-
ciedad libre e igualitaria" que pensaba organizar allí. Muchos de los que se incorporaron
eran ya trabajadores de las empresas madereras y yerbatales y, aunque fueron tratados
respetuosamente por la familia Bertoni, siguieron siendo peones (Lehner 1995: 8)74.
Además de las tareas agrícolas en el predio, los Mbyá fueron también informantes en
numerosos proyectos científicos. Para el naturalista, decía Bertoni (1901:4), era fun-

74 Sin duda, esta relación laboral fue inusual en obrajes similares. De acuerdo a los trabajos etnográficos
de Lehner (1995: 7-8), los miembros de la comunidad se reconocían hasta el presente formando parte de
la familia de Bertoni.
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damental el "elemento humano", los "buenos e inteligentes campesinos así como los po-
co y mal conocidos indios guaraníes independientes. Ambos elementos resultaban muy
útiles para ayudar al naturalista en sus indagaciones". Las expediciones por la selva
presentaban más dificultades que en el desierto, porque las lluvias e inundaciones, las
altas temperaturas y los insectos conspiraban contra el científico. Bertoni conocía de
cerca esos riesgos; uno de sus principales lamentos era la pérdida de tres herbarios en
veinticinco años, a lo cual agregaba la imposibilidad de consulta bibliográfica para rea-
lizar un ordenamiento y clasificación científica acorde.
En la mayoría de sus obras Bertoni alaba la profundidad y el alcance de los cono-
cimientos de la “raza guaraní”. La farmacopea europea era su deudora prácticamente
en todos los aportes referidos al uso de vegetales para el tratamiento de las enfermeda-
des de esa inmensa región americana. A esta situación contraponía la publicidad de re-
medios utilizados en la medicina occidental sin ningún asidero científico (1901:12). Por
lo tanto, se requería una revisión minuciosa de las plantas medicinales de las comuni-
dades guaraníes pasadas y las actuales, con enormes posibilidades futuras. En este con-
texto, se destacaba la necesidad de utilizar la nomenclatura guaraní, ya que el número
de especies en castellano conocidas era muy pequeño y la confusión hacía más sencilla
la referencia en la lengua indígena. La denominación vulgar era, para los botánicos,
una forma de oscurecer y complicar la futura experimentación farmacológica. Bertoni
asumía que la taxonomía indígena era superadora: los guaraníes tenían clara y exacta
noción de las “familias naturales, conocen la mayor parte de los términos admitidos por
la ciencia y designan a cada uno de los grupos con un nombre fijo, como en botánica
[...] Esto es admirable, y nada parecido se encuentra en los idiomas europeos (1901:17).
El Diccionario Botánico latino-guaraní y guaraní-latino refleja una y otra vez la ad-
miración por la nomenclatura indígena con el fin de conocer las plantas y dominar el
entorno con un sentido económico. Se vuelve sobre un punto esencial para la legitima-
ción de la taxonomía: el uso industrial y médico del mundo vegetal (Bertoni 1940:143).
El saber botánico-guaraní debía actuar como puente entre quienes describen las plan-
tas y quienes las utilizan, en un registro científico (pues ésta es siempre la visión) adap-
tado a las propias definiciones de este significado. La nomenclatura guaraní es la más
perfecta en relación a las que han aparecido "antes de Linneo" y en ciertas regiones, el
nombre guaraní es más apropiado que el latino, aproximando la descripción física de la
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planta a su uso concreto. La abundante sinonimia en latín, producto de la inestabilidad


en las descripciones de las especies, lo hacía reflexionar sobre la capacidad guaraní de
definir las propiedades de las plantas de manera natural y no de fantasía ni a su antojo,
según sus propias palabras. Este planteo cuestiona la autoridad de Linneo y de otros
muchos especialistas europeos, advirtiendo un quiebre entre el conocimiento de los bo-
tánicos y el de los médicos. Mientras que los primeros, al describir una especie, ignora-
rían su uso medicinal, los segundos desconocen la planta de la cual se deriva el medica-
mento. Y ambos se encuentran imposibilitados de averiguar lo que el otro sabe, mien-
tras que
me sería muy fácil averiguar, con mis curanderos informantes, cuál es exac-
tamente la especie Amambaih 'miri-ñunháî, que suelen emplear de prefe-
rencia, pero ningún botánico sería capaz de decirme qué especie de Adia-
mtum es ésta, ni cual es de nuestros culandrillos la especie que merece la
preferencia y llaman los criollos ‘de cuchilla’ (Bertoni, 1940:145).
En los pliegues aparece entonces una crítica hacia el saber occidental, deseoso de
emprender una clasificación universal de toda la diversidad, propia y ajena, conquis-
tando el caos de la naturaleza con el orden científico. También emerge una considera-
ción esencialista y objetivista de la naturaleza, heredera de la misma concepción positi-
vista y eurocéntrica que se pretende atacar. Los guaraníes han encontrado, en su co-
munión con la selva, el "verdadero" nombre de las plantas, aquél que las define de ma-
nera más certera y por lo tanto, el más legítimo para utilizar en la comunicación cientí-
fica, que ansía una difusión general.
Sobre estas ideas circula una y otra vez la argumentación de Bertoni, agregando
que la denominación guaraní es anterior a la latina y mucho más fácil de recordar que
ésta, que la descripción del uso industrial y médico está inserta no sólo en la especie
sino en el género –lo cual supone un conocimiento más avanzado que la tradición occi-
dental, puesto que hay más especies que pueden tener el mismo uso, que para él depen-
de del género-. Además, si aparecen junto al nombre elementos que no tienen relación
con su utilización (tal y como sería en el caso de nombres que incluyen a animales), es
porque indican "un carácter ecológico". Así, se denomina Teyú-kaá (yerba del lagarto)
a las Jatropha, que suelen crecer en suelos soleados y pedregosos, donde frecuentemente
aparecen reptiles (Bertoni, 1940: 159).
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La población nativa y criolla es partícipe de una "inteligencia natural" ya que la


complementación con el medio ambiente estimula un conocimiento diferente: “La larga
vida de las selvas desarrolla la capacidad de observación y hace más fácil la compren-
sión de las causas, al mismo tiempo que calma las pasiones humanas, estimula la soli-
daridad y predispone al altruismo” (Bertoni, 1922a: 255). Todas estas virtudes eran
propias de la cultura guaraní y alentaban a una vida comunitaria alejada del egoísmo y
la materialidad propia de la modernidad occidental. En este sentido, existe en Bertoni
una contradicción que no es fácilmente observable en otros expedicionarios europeos:
por un lado, el deseo confeso de transformar al ambiente, haciéndolo más productivo y
acorde con las expectativas de triunfo del “sueño americano". Por otro, está presente la
noción de que ese cambio presupone a su vez la eliminación de un proceso anterior,
donde existían valores y circunstancias para generar una sociedad más justa. Una “co-
lonización científica” lograría el punto de equilibrio justo entre los extremos del salva-
jismo y del capitalismo, es decir, entre una naturaleza descolonizada y la extirpación de
la naturaleza.
Para ello, se lanza a la justificación de los recursos de “los otros”, paralelamente a
la crítica de quienes pertenecen a su propia tradición científica. En principio, se enfati-
za que el contacto fluido con el ambiente ha dado a la población nativa “infinito núme-
ro de cosas que le hacen falta y poco le cuestan” (Bertoni, 1901: 9), debido a su aleja-
miento a centros y productos indispensables. La alimentación, el vestido y el calzado,
la construcción, la obtención de energía y aún la salud, entre otros problemas funda-
mentales, deben resolverse sin más ayuda que los conocimientos propios o de vecinos en
iguales y desesperadas circunstancias. Se apela entonces a los recursos de los “natura-
les”, con mejores posibilidades de supervivencia en un medio hostil. Adoptar la farma-
copea nativa sería una salida más práctica que sostener a rajatabla la propia tradición,
porque no están dadas las condiciones técnicas ni los recursos humanos. La medicaliza-
ción guaraní puede ser una opción basada en una elección circunstancial, debido a las
necesidades concretas por carencias propias. Se transforma también en una elección
cultural, donde se pone a consideración de la cultura occidental las ventajas de otro sis-
tema higiénico y, también, de una ética sobre la naturaleza y el cuerpo sustancialmente
diferente a la propia. Las ventajas y beneficios se escancian sobre un lector de manera
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pedagógica, puesto que es preciso sortear prejuicios culturales, étnicos y sociales para
acceder a propuestas tan lejanas a la experiencia personal o comunitaria.

Hacia una ética universal. Desplazamiento de paradigmas

“Los guaraníes [...] fueron uno de los mayores y más notables pueblos de la tierra” (Ber-
toni, 1922a: 455). Esta aseveración sustenta toda su obra, especialmente, los tres tomos
de La Civilización Guaraní. A pesar de estos esfuerzos, los aportes antropológicos de
Bertoni respecto a la cultura guaraní han sido considerados poco valiosos, debido fun-
damentalmente a sus fuentes históricas y a la falta de una rigurosa observación etnográ-
fica (Baratti y Candolfi 1999). Bertoni se basó en la obra de viajeros extranjeros (fun-
damentalmente, André Thévet, Jean de Léry, Rochefort y Nordenskiold) y relatos de
portugueses y brasileños (como Barbosa Rodríguez), pero no consultó todos los textos
referidos a las comunidades guaraníes históricas o contemporáneas.
A pesar de la intención de interrogar a los "documentos vivos" (Bertoni, 1927b:
25), su formación antropológica no era la adecuada. Las observaciones etnográficas son
superficiales y han sido descartadas en la actualidad por los académicos. La descone-
xión en tiempo-espacio de sus fuentes documentales hace tambalear muchas de sus
aseveraciones, así como hace imposible situar las experiencias concretas en relación con
una práctica antropológica específica. Sin embargo, la obra de Bertoni plantea críticas
certeras a las teorías positivistas que legitimaron la superioridad racial de los blancos y
asume a la cultura guaraní como modelo para generar una comunidad más allá de las
fronteras nacionales.
Si bien la afirmación de la superioridad occidental fue sancionada en sí misma
como un dato irrefutable, se la sostuvo a partir de argumentaciones biológicas. Dos
teorías, finalmente ensambladas, son claves en este período: la de la degeneración y la
eugenesia. La primera surgió a mediados del siglo XIX, cuando el médico francés Be-
nedict Morel publicó Traité sur les dégénerences. Su impacto fue enorme en la naciente
psiquiatría y constituyó la base de la antropología física (Pick 1989). La eugenesia, de-
finida en 1883 por Francis Galton (Inquiries to the Human Faculties) como la “ciencia
del mejoramiento humano”, supuso una re-transmisión de doctrinas propias del darwi-
nismo a las interpretaciones sociológicas e históricas, con la base teórica que proporcio-
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naba la teoría de la degeneración. En los años veinte, la eugenesia comenzó a despegar


con cierta firmeza en el ámbito académico occidental, sosteniendo la subordinación de
género, raza, clase y religiones en “pruebas” biológicas y etnográficas (Leys Stepan,
1991).
Se trataba entonces de teorías en pleno auge en el momento en que apareció la
Civilización guaraní y a las que Bertoni incorporó a partir de la lectura de Gustave Le
Bon, el sociólogo francés que afirmaba que las jóvenes naciones americanas vivían en
una sangrienta anarquía a causa de la constitución mental de una raza sin voluntad ni
moralidad. Pero Bertoni expresaba que “Le Bon se aparta del procedimiento científico,
cuando compara entre sí tres grupos de pueblos en tres fases distintas de su evolución”,
porque no considera la valentía paraguaya en la guerra que prácticamente eliminó la
población adulta del país (1865-70). El desorden político se debía contraponer a los
grandes avances materiales (existentes sobre todo en Brasil, Argentina y Cuba) y, en el
caso de Paraguay, de mayoría de población guaraní, país de gran fortaleza moral. Por
ello desestimaba completamente la visión de Le Bon, quien consideraba a toda América
sumida en la barbarie de las costumbres, al señalar que, por el contrario, Paraguay ca-
recía casi de criminalidad. Con esto
No queremos desconocer los defectos que realmente presenta la estructura
social de estas naciones, y mucho menos ocultar las numerosas imperfeccio-
nes de su organización político-económica. Pero todo debe tener su medida,
y los sociólogos no deben olvidar que es en la razón que está la importancia
de las cosas, y no en su mera presencia. Por ende, antes de arriesgar un jui-
cio, suelen estudiar muy atentamente las causas (Bertoni 1922a:33).
El mestizaje es otro de los puntos esenciales considerados por el autor. En prin-
cipio, la aplicación al ámbito americano del cientificismo implicó la consolidación de
ideologías fuertemente racistas entre los sectores dirigentes, bajo el imaginario de la su-
perioridad de los blancos sobre negros, indios y "mezclas". Con la aplicación de princi-
pios del determinismo climático, Bertoni argumentó, por el contrario, la superioridad
de los guaraníes, mejor adaptados a las duras condiciones ecológicas que los extraños.
Para ello, se basaba en los estudios antropométricos usuales y sancionados entre diver-
sos científicos contemporáneos (como Paul Broca y Cesare Lombroso, para nombrar a
los dos más reconocidos de Francia e Italia), considerando que tanto el ángulo facial
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como la forma braquicefálica del cráneo permitían sostener dicha superioridad de ma-
nera objetiva, mientras que el color de la piel –más oscura-, debía descartarse por no
tener incidencia biológica alguna.
Esta asunción corregía las teorías científicas usuales porque los aportes de la an-
tropología física occidental que habían promovido la separación e inferioridad indígena
se tomaban como base para negar la degeneración de la "raza guaraní". La obra plan-
teaba la "nobleza física" y altos valores morales de dichas comunidades, tanto en Para-
guay como en otras áreas americanas. Se buscaba una "esencia" que permitiera aban-
donar el positivismo en el análisis científico y comprender sus enseñanzas para el avan-
ce de la farmacología, medicina, botánica, zoología y otras muchas disciplinas más
(Bertoni, 1927b: 13). La mezcla de sangres era positiva y hacía posible el crecimiento
nacional y más allá, de "organismos colectivos". En conferencias dictadas en 1913 ase-
veró que tenía ventajas de la descendencia mestiza, en su caso, de los guaraníes con la
"raza" helvética. Frente a un patrioterismo mezquino y falseado por el odio, había que
arremeter uno genuino y "natural" que dibujase las "entidades verdaderas" (en cursiva
en original, Bertoni 1914: 162) y fuese un aporte entre ambos continentes.

Higiene moral: la pedagogía guaraní

En todas sus obras emerge la justificación de las diferencias materiales y simbó-


licas de las sociedades nativas del Paraguay. Bertoni culpabilizaba a los europeos por la
detención del desarrollo guaraní y la reversión de costumbres y prácticas útiles, que
probaban objetivamente el grado de desarrollo indígena. No es posible trasladarlas to-
das en este texto, dada la minuciosidad del relato, por lo que se realizará una síntesis
sobre la argumentación central. Allí se desgranan asuntos tan diversos como el aseo, la
longevidad, la belleza corporal, la alimentación, la ejercitación, el sueño, el pudor y la
desnudez, el parentesco y las pautas matrimoniales, el carácter, la educación y los pro-
cedimientos médicos y farmacéuticos, dándole a cada uno de estos puntos un valor
"agregado" respecto a su racionalidad. El proceso de inmersión cultural parte de seña-
lar los problemas que la tradición occidental estaba aún muy lejos aún de resolver. En-
tre ellos, merece un lugar central el control sobre la vida y la muerte, obtenido a través
de la longevidad, que depende a su vez del aseo, la higiene mental y espiritual, la ali-
271

mentación vegetariana y otras prácticas, muchas considerablemente diferentes de las


occidentales. En la obra, se destacan numerosos casos de personas centenarias, adu-
ciendo incluso una estadística supuestamente probatoria de ello en las regiones de ha-
bla tupi en Brasil y Paraguay (Bertoni, 1927b: 142). Para quienes provenían de tradi-
ciones occidentales, era seductor saber que existían otras cuyas estrategias de supervi-
vencia eran más efectivas y que esa eficacia se probaba con personas más ancianas en-
tre sus miembros. Lejos estamos de acordar con las argumentaciones de Bertoni, cuyas
estadísticas comparativas sobre longevidad hacen agua por varios costados; simple-
mente, se trata aquí de señalar las particularidades de su discurso en la conformación
de la superioridad étnica guaraní.
Existe también una vinculación entre el aseo corporal, el ocultamiento de ex-
crementos y de la sangre y la curación o prevención de enfermedades. La obra acumula
información sobre los aspectos “higiénicos”, considerándolos dentro de una lógica étni-
ca de bienestar corporal. Muchos de los aspectos son subrayados en comparación –
negativa- con las prácticas occidentales e incluso, intentando una justificación de cos-
tumbres consideradas inmorales o antihigiénicas (para la medicina occidental la sepa-
ración no es muy clara en este período). Así, el baño frecuente e incluso, estando suda-
dos, es positivo; la eliminación de los desechos se mira bajo el prisma de las ventajas
para la “salud pública” (Bertoni 1927b:45-47), los ejercicios físicos, como el arco, remo,
natación y marcha -todos ellos, parte de las actividades de comunidades cuya base son
la caza y la pesca-, proporcionan cuerpos saludables, mucho más que lo hace el foot-ball
inglés (Bertoni, 1927b: 56). El sueño, en hamacas colgadas afuera y que no debe ser
perturbado, es parte del “orden higiénico” y místico guaraní; mucho más beneficioso
que el de los occidentales, en camas, dentro de la casa y recortado en el tiempo (Bertoni
1927b: 59).
La alimentación, a base de mandioca, maíz, batata, frutas y miel contempla la
nutrición humana de manera más adecuada que la basada en carnes y legumbres; sin
sal ni condimentos, base de las comidas de los europeos que les “abrevian la vida” (Ber-
toni, 1927b: 110). Y también, el ayuno en casos de enfermedad y la negación a ingerir
estimulantes o narcóticos, salvo el mate, implica una noción más científica de las pau-
272

tas alimenticias (Bertoni, 1927b:115).75 Aún una serie de costumbres, tradicionalmente


consideradas “atrasadas” o propias de la barbarie indígena, son defendidas bajo el
manto de la racionalidad e interpretadas positivamente. Tal es el caso de prácticas co-
mo la escarificación y la urucuización, la desnudez, el casamiento precoz, la poligamia,
la promiscuidad y la consanguinidad en el matrimonio76. Otras como el aborto, la an-
tropofagia y la eutanasia, marcadamente contrarias a la ética occidental77, se duda de
que existiesen o se reconocen pocos casos; especificando que la naturaleza amable y el
amor de los padres fomentan una crianza ejemplar de la cual pueden aprender nota-
blemente las familias europeas.
Así, se ensalzó repetidas veces la medicina indígena en relación con la botánica y
farmacia como con las prácticas quirúrgicas y procedimientos curativos, completamen-
te desvinculados de las hechicerías. La aceptación se hace en virtud de su generación
como pensamiento científico que requiere la paralela expulsión de las “supersticiones”:
como las elecciones culturales para el alimento, el vestido, la vivienda o las relaciones
humanas son racionales y tienden a beneficiar a la comunidad, lo son también y mucho
más las terapias y remedios. Se obliga al lector a renunciar a sus aspectos mágico-
simbólicos, haciendo hincapié en los que proporcionan ventajas higiénicas y salutíferas
(Bertoni, 1927b:271, 283, Bertoni, 1901: 12), considerando además que, si hay registros
sobre brujerías o comportamientos irracionales dictaminados por otras fuentes, es por-
que las consultas se realizaron de manera inadecuada. La comparación con la experien-
cia cultural propia vuelve a ser el lugar donde se construye la visión de los "otros": si
alguien quisiera saber sobre la medicina europea y en vez de doctos universitarios con-
sultara con "campesinos ignorantes", se encontraría con un cúmulo de patrañas ridícu-
las, ajenas completamente al arte de curar racional. Pero si se consulta a quienes real-
mente saben, aparece la verdad (Bertoni, 1914: 65).

75 Bertoni expresa que los indígenas que toman bebidas en Paraguay no son guaraníes. Respecto a la
yerba mate (Ilex paraguaiense), el autor forma parte de una larga lista de especialistas que alabaron sus
efectos benéficos, iniciada casi en el momento de expansión productiva en el ámbito rioplatenses.
76 La escarificación permite el sangrado y es por lo tanto, una sangría superficial; la urucuización, es de-

cir, la pintura corporal con un pigmento rojo, la protege de infecciones y microbios, en un clima donde la
ropa no es más que una molestia e implica suciedad; es notable el pudor de las mujeres y jóvenes, aún en
las viviendas colectivas, los casamientos precoces (entre 10-12 años) no significan perversidad sino que
eliminan la prostitución y finalmente, la consanguinidad no implicó degeneración alguna, a pesar de es-
tar prohibida entre los pueblos occidentales (Bertoni, 1927: 148, 157, 160 y 178).
77 En este momento, la eugenesia extrema acepta el aborto y la eutanasia en casos de deformación física

congénita o para la descendencia de familias con una “herencia anormal”.


273

La apoyatura en informantes claves es un punto interesante, que quizás él mis-


mo no fortaleció en sus escritos, plagados de datos débilmente sustentados en la etno-
grafía. En las conferencias anteriores se identificaban los "médicos verdaderos" de Eu-
ropa con los "sabios guaraníes" del Paraguay, cuyos conocimientos los hacían hábiles
en el reconocimiento de plantas y remedios. Los aportes médicos, de todas maneras, re-
sultan siempre más fáciles de justificar que en otros aspectos cuya aceptación requería
de una modificación o, directamente, una inversión de las propias opciones culturales.
Dado que la farmacopea europea había hecho uso reiteradamente de medicamentos
probados por tradiciones ajenas, se trataba de “redescubrir” la lógica guaraní e incor-
porar sus hallazgos sin contradicción a los propios, situación que el mismo Bertoni in-
tentó en la descripción del edulcorante natural Stevia y de otras numerosas especies con
uso médico.
Una mención aparte, por su incidencia en la propuesta textual de Bertoni la
constituye la formación del carácter guaraní. Desde la segunda mitad del siglo XIX se
naturalizó la discriminación de las sociedades indígenas a partir de “pruebas” científi-
cas sobre su evidente anormalidad respecto a la sensibilidad y apatía (Di Liscia
2003:cap. 3). Para Bertoni, la resistencia a sufrimientos morales y físicos implicaba for-
taleza; la indiferencia podía ser percibida sólo por observadores descuidados. Un acer-
camiento profundo a las formas de cuidado y vigilancia de los niños permitía acceder a
las fuentes genuinas de la educación, de donde emanaba la resistencia, una de las ma-
yores virtudes transmitida por la herencia (1927b:189-205). Esta adaptación a las teo-
rías eugénicas es curiosa, ya que la trasmisión de caracteres de la personalidad a los
descendientes era esgrimida en las sentencias más extremas (Leys Stepan 1992) y utili-
zada contra la población indígena del continente. En este caso, era la base de apoyo pa-
ra montar el pedestal de la superioridad de la raza guaraní.
¿Cuál fue el impacto intelectual y político de estas propuestas, algunas contra-
dictorias, afirmadas sin un adecuado sustento científico y con cierta debilidad teórica,
pero ciertamente originales? Si bien no es nuestro objetivo ahondar sobre su alcance, es
posible acercarnos a su difusión a nivel nacional e internacional, a partir del dictado de
conferencias, de la abundante correspondencia científica y de la asistencia a congresos y
exposiciones. En este último caso, merece señalarse la participación de Bertoni en el
Congreso Americanistas de Río de Janeiro en 1922 donde recibió importantes honores y
274

reconocimiento a su labor (Bertoni 1922b; Baratti y Candolfi 1999). Se trató de una


reunión académica de relevancia, no sólo por ser parte de las celebraciones del centena-
rio de la independencia de Brasil sino por la asistencia de personalidades europeas y
norteamericanas de la arqueología, antropología e historia de las sociedades nativas,
como Alex Hrdlicka, Lévi-Bruhl, Sylvanus Morley y Paul Rivet entre muchos otros.
En el discurso pronunciado para cerrar este evento, unió la superioridad de la raza gua-
raní con la defensa de la población indígena de toda América y la incorporación de san-
gre europea. En contra de la noción de la extinción, abogó por una especie de unidad
étnica, que debió ser recibida con beneplácito por un auditorio de académicos que acor-
daban con brindar un lugar a la historia y antropología indígenas (no estamos seguros
si también a sus representantes contemporáneos).
Con encendidas palabras, amplificó el papel de las sociedades americanas, nati-
vas y europeas, llamadas a pasar al centro de la escena:
¿Dónde estará el centro de la civilización? Ni en América ni en Europa. El
centro será el mundo. El espíritu americano va hacia una mayor universali-
zación. América Latina va dando al mundo el bello ejemplo de la fusión de
las razas físicas en una gran raza social, unida por la analogía de los com-
ponentes étnicos, por la recíproca admiración, por un interés común y por
nuevos y más amplios ideales (Bertoni 1922b: 163).
La utopía científica generada en los textos de Bertoni se abría más allá de Para-
guay y de los guaraníes, para ser parte del conocimiento y de la razón universal.

Breves reflexiones finales

Las construcciones utópicas constituyen generalmente esfuerzos manifiestamen-


te eclécticos: la búsqueda de comunidad situada en los márgenes de los valores capita-
listas y/o del control estatal supone la generación de ideologías contestatarias a tales
modelos, resistentes al ejercicio del poder legal, jurídico, educativo y religioso. Pero no
siempre los resultados son contrarios a todas las propuestas de las sociedades liberales,
organizadas bajo la racionalidad política del Estado y desde luego, frecuentemente
moldeadas bajo la argumentación científica. Lo que resulta francamente extraño (y
275

original) es la elaboración de una utopía enmarcada en una forma diferente de concebir


la relación entre sociedad y naturaleza, como la que propone Moisés Bertoni.
La nominalización guaraní propuesta para la determinación del mundo natural
significa una ruptura con la tradición científica occidental, aunque las nuevas reglas se
justifican en base a su mayor coincidencia con la naturaleza. La racionalidad entonces
sigue gobernando, unida a las enseñanzas que entrega una sociedad más sabia, mejor
adaptada al medio ambiente y regida por preceptos higiénico-morales superiores a los
europeos y criollos. Se participa de una sensibilidad diferente acerca de los conocimien-
tos de las sociedades indígenas: en vez de una apropiación imperialista del entorno, que
descarta la experiencia anterior, deshumanizándola y negándole la historicidad en el
"descubrimiento" de propiedades beneficiosas y capacidades curativas, Bertoni incor-
pora lo guaraní y lo hace suyo. Aún con una noción paternalista y (quizás) culposa de
los efectos de las transformaciones occidentales, tal posicionamiento se asemeja a lo que
Said (1994:192-195) incluye dentro de una tendencia, también occidental, a la resisten-
cia a la opresión, originada entre intelectuales opuestos al dominio eurocéntrico. La he-
teroglosia de Bertoni, es decir, el uso de registros lingüísticos múltiples y no excluyen-
tes, podría incluirse como elemento esencial. Al transcurrir por varios universos de sig-
nificación cultural (el europeo, el indígena y también el criollo-paraguayo), la trayecto-
ria abierta por Bertoni permite registrar otras textualidades para la escritura sobre los
guaraníes; su exageración no debería oscurecer el esfuerzo puesto en gestar una narra-
tiva particular que, al poner sobre el tapete la "otredad", provoca al lector.
La utopía es por lo tanto una creación tanto etnográfica, en la medida que se
genera en su propia interpretación de las sociedades y la cultura guaraní, como científi-
ca, puesto que se asume que la significación y la potencia de tal pedagogía se inserta en
una lógica más allá de ideologías acríticas y superficiales. En este sentido, la obra de
Moisés Bertoni supone un desafío para otras posibilidades de relación entre el entorno y
las sociedades, quizás mucho más complejas y apasionantes que las planteadas hasta
aquí.

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Puerto Bertoni: realidad y “utopización” de una colonia paraguaya

Danilo Baratti y Patrizia Candolfi

Los mejores triunfos son póstumos, y tanto más


completos y bellos cuanto más tardíos
Moisés Santiago BERTONI, 1924

Puerto Bertoni, en el Alto Paraná, es un lugar bastante conocido, presente en


los circuitos turísticos de la región del Iguazú. Pero, en general, poco se sabe de la colo-
nia “Guillermo Tell” creada allí mismo por el científico suizo Moisés Santiago Bertoni.
Con referencia a la experiencia bertoniana se habla a menudo, en diferentes sentidos, de
“utopía”, conectando Puerto Bertoni a veces con experimentos comunitarios de tipo
socialista o anarquista. Se trata de una equivocación. Pero debido a esta percepción
común, Puerto Bertoni aparece entre las páginas de un libro titulado El hilo rojo y de-
dicado a las utopías en América latina.
No queremos insistir demasiado sobre la utilidad de atribuirle a la colonia Bertoni
el rótulo de “utopía”, también para no meternos en un berenjenal. Fuera del ámbito
codificado de las utopías literarias es muy fácil usar el concepto, pero muy dificil cir-
cunscribirlo. Como dijo Ronald Creagh introduciendo una publicación dedicada a las
“utopías vividas”,
¿Qué es utópico y qué no lo es?, ¿cuándo el socialismo se vuelve utópico?
¿Debemos incluir, en una historia de las utopías vividas, todas las comuni-
dades religiosas, los grupos de eremitas, etc.? Encontrar hoy un acuerdo so-
bre este tema es prácticamente imposible, pues en la mejor de las hipótesis
cada uno tomará la espada para defender su definición de utopía en base a
su ideología, a su historia (Creagh 1989:8. Salvo que se indique lo contrario,
todas las traducciones han sido hechas por los autores)
Trataremos entonces de recorrer sintéticamente unos rasgos de esta historia
prestando atención sobre todo a la experiencia de la colonia Guillermo Tell. Pero antes
de llegar a Puerto Bertoni hay que decir algo, para empezar, sobre la razón más eviden-
te que conecta la historia de Bertoni a las utopías decimonónicas. El joven naturalista
280

Mosè Bertoni, nacido en Lottigna, pueblecito de la Suiza italiana, en 1882 decide emi-
grar hacia Asia, África o América del sur y, finalmente elige la provincia argentina de
Misiones. Desea huir de una sociedad inmoral para vivir de la agricultura y de la cien-
cia, cosa imposible en su tierra: podemos sintetizar así las múltiples razones que él ex-
pone en una larga carta a su esposa (14/2/1882). Hablando con su amigo liberal Rinaldo
Simen, justifica su elección con estas palabras:
Quería emigrar a un país lo más virgen posible, para fundar una colonia
agrícola que sea al mismo tiempo ejemplo viviente de la puesta en práctica
de nuestras ideas sociales y refugio para nuestros hermanos perseguidos.
La elección de la zona intertropical fue natural, porque para poder dedicar
tiempo a las investigaciones el trabajo agrícola no puede ser demasiado pe-
sado
Y agrega:
Silencio absoluto sobre la parte social de mi proyecto ¡Ay si los gobiernos
lo supieran! (3/9/1882)
Estas palabras, una vaga alusión al igualitarismo entre los socios en otra carta y
un plano de una colonia “ideal” sin realizar (Baratti y Candolfi, 1994, anexo 1), es lo
que queda de ese proyecto. En cambio sabemos que una vez en territorio americano,
frente a las dificultades materiales y a la deserción de sus escasos “socios” todo esto se
disuelve, y no solamente de hecho: “Moisés se curó completamente de sus ideas huma-
nitarias y socialistas y desde ahora no pensará más que en su propio interés”, escribe
aliviada su madre Giuseppina, quien lo ha acompañado en su aventura, en julio 1884, a
cuatro meses de su llegada a Argentina. En realidad Moisés no ha abandonado “com-
pletamente” sus ideas, puesto que más tarde se referirá al “socialismo evolutivo” y al
“socialismo cristiano”, pero sin comprometerse públicamente, en ninguna forma, con el
ámbito político o social. En Ginebra Moisés ha conocido a Pëtr Kropotkin y Elisée Re-
clus, se ha acercado al anarquismo, se ha apropiado, en parte, de su lenguaje, pero des-
de su llegada a América es muy difícil encontrar -en sus escritos y acciones- elementos
que nos permitan identificarlo como tal (Candolfi, 2002-2003). Las relaciones con Kro-
potkin y Reclus se interrumpen pronto y para siempre, ni siquiera hay colaboración de
tipo científico con el gran geógrafo francés, que está completando en estos mismos años
la parte americana de su Nueva geografía universal. Por otro lado, ninguna nueva rela-
281

ción política se establece en el continente americano con anarquistas o socialistas, ya


bien sean “hermanos perseguidos” de paso o militantes más arraigados en la realidad
local (como el español Rafael Barrett, muy activo en el Paraguay). Tampoco muestra
interés frente a experiencias comunitarias socialistas en Europa o América, ni siquiera
cuando se encuentran a unos centenares de kilómetros (Baratti y Candolfi, 1994: 42, 44,
767).
Aunque la tentación de reconducir la experiencia bertoniana al molde anarquis-
ta sea comprensible, por ser fascinante y quizás deseable, en realidad esta historia se
desarrolla más bien en el marco de otros valores y bajo la influencia de dinámicas con-
tingentes, que trataremos de exponer aquí sintéticamente con la ayuda de cinco foto-
grafías tomadas en Puerto Bertoni en la segunda década del siglo XX y que se conser-
van en el Archivo de Estado de Bellinzona, Suiza.

Una colonia de familia…

Vemos aquí una parte de la familia Bertoni hacia 1914, frente a la casa principal
de Puerto Bertoni. En el centro están Moisés y su esposa Eugenia Rossetti, rodeados de
varios hijos, yernos, nueras y sobrinos. En esta fotografía Moisés parece sereno, feliz.
Para él la familia es un valor absoluto: “mi único ideal hasta la muerte”, le escribe a
Eugenia en marzo de 1900, año de nacimiento de Aristóteles, el último de los trece hi-
jos. La familia numerosa es para él, como para “los moralistas del buen tiempo antiguo
(…), el mejor regalo de los dioses” (a Leopoldo Benítez, 6/7/1914). En su visión del
282

mundo, la familia tiene verdadera y constantemente un lugar central: una familia que
gira en torno al patriarca como en esta fotografía. Estamos lejos de las ideas sobre la
familia propias de muchos pensadores anarquistas. El joven Mosè en 1878, antes de
acercarse a ellos, ve en el deseo de deshacer a la familia una de las culpas más graves de
los anarquistas. Él nunca la pondrá en discusión, y hasta llegará a exaltar al hablar de
los guaraníes, el modelo europeo-cristiano de familia: “La religión, al hacer del matri-
monio un sacramento, y de la castidad una virtud, nos ha enseñado la vía, la buena, la
única que seguir debemos, aun cuando la meta, para los más, sea todavía un ideal le-
jano” (Bertoni, 1956, 196).
Si bien en algún momento Moisés trata de establecer colonos suizos o alemanes,
Puerto Bertoni es de hecho una colonia de familia, de aquella familia numerosa con que
Moisés siempre soñó. Leamos cómo le expone a su esposa Eugenia, el 9 de mayo de
1896, el acuerdo que le permite ser proprietario:
hay otra noticia que más te alegrará: el Presidente ha hecho lugar a mi soli-
citud, y ha ordenado se me otorguen los títulos de propiedad definitiva del te-
rritorio de la Colonia! Al fin, Eugenia, hemos triunfado; he alcanzado mi
gran ideal, el ideal que perseguimos tenazmente durante doce años de penas
y privaciones de toda clase! Al fin estamos afuera de peligro, y nuestros hi-
jos tienen asegurado el porvenir por el trabajo, sobre la base de una propie-
dad valiosa que en un porvenir no lejano representará una fortuna! Al fin
trabajaremos con el corazón tranquilo, seguros de recoger un día todo el fru-
to de nuestros trabajos, y ya nuestro sudor no regará más un suelo ajeno, y
nuestros modestos placeres no serán más amargados por la duda, por el re-
celo de ver repetida una desgracia como las que nos afligeron y casi nos aba-
ten en Yavevyry y en Yaguarasapá. Yo no sé cómo expresarte mi contento,
pero tu me comprendes, y aunque no adores la agricultura tanto como yo,
participarás de mi felicidad, pues bien sabes que nuestros hijos la aman, que
es la base de toda verdadera y duradera prosperidad, que nos permitirá un
dia vivir activa y tranquilamente sin necesitar de nadie [...] Ahora podemos
exclamar, Eureka!
La propiedad es entonces el trámite fundamental que permite a la familia cons-
tituir una comunidad productiva posiblemente autónoma, en condiciones de llevar a
283

cabo los proyectos de Moisés, que se convierten necesariamente en tarea de todos. Esta
presión, junto a las angustias económicas, llevará a unos hijos a sustraerse de la tutela
patriarcal, a abandonar la órbita ya trazada. A la víspera del crepúsculo, Moisés escri-
birá, amargado:
Así que el edificio levantado con tanta constancia, pena y cariño, se viene
abajo. Mis ilusiones sobre una familia tan numerosa, en pocos años se des-
vanecieron. Me quedo sin sucesores, ni colaboradores; ni hijos, ni nietos
(…). Sólo veo claramente el desastre de mis ideales, el naufragio de mis es-
peranzas, la mortificación de mi orgullo de familia (a Elmino Tosi,
18.2.1929).

… dedicada a la investigación científica

De la escuela de Puerto Bertoni no sabemos casi nada. Tenemos esta linda foto-
grafía, unos cuadernos de geografía, geometría, latín, dibujo e historia de Linneo Ber-
toni, el hijo predilecto de Moisés (que vemos aquí en el fondo, a la derecha, y que murió
poco después, a los 17 años) y de Aristóteles, el hijo menor. Una que otra información
aflora también de la correspondencia. Por ejemplo en una carta a Eugenia de abril de
1912 Moisés dice que un tal Stephan, probablemente suizo, dará clases de geometría y
agrimensura, zoología, francés y alemán y que Moisés (hijo) enseñará geografía. La
misma Eugenia da clases. Las retóricas páginas de historia, dictadas a Linneo en 1911
284

celebran el heroísmo paraguayo en la batalla de Itororó (“El ángel de la muerte debió


aquel día extender sus alas que se pierden en el infinito, para recoger la sangre de un
pueblo que tan noblemente probaba su valor y aceptaba tan generosamente su marti-
rio”). Otras páginas dictadas a Linneo tratan sobre la estructura de la sociedad y de la
familia (“El padre de familia es el jefe de la casa y a él le deben obediencia y respeto to-
dos los otros miembros”). En estos temas no parece haber mucha diferencia con lo que
podía ser la instrucción de otras escuelas paraguayas.
La escuelita de Puerto Bertoni reserva sin duda un lugar especial a las ciencias
naturales, pues Moisés desea que hijos y nietos se trasformen en colaboradores de su in-
vestigación científica. Tres figuras de la fotografía podrían ser femeninas. Quizás la
evidente mayoría masculina sea casual en esta clase, pero es muy probable que sea la
regla, porque Moisés ve en los varones los continuadores naturales de su obra, mientras
que las hijas nunca están involucradas directamente en la investigación ni en tareas
como la recopilación diaria de los datos meteorológicos (Baratti y Candolfi, 1994, 70-
73).
No es posible exponer en pocas líneas la intensa actividad científica de Moisés y
de la colonia: un trabajo desmedido de recolección de datos (relevamientos meteoroló-
gicos, herborizaciones, clasificaciones zoológicas, experimentaciones agronómicas…)
que tenían que confluir en la gran obra enciclopédica Descripción física, económica y so-
cial del Paraguay en 18 tomos y muchos volúmenes, de los cuales sólo se publicaron
cuatro partes (Baratti y Candolfi 1994:87-88; 1999:111-112). Otros dos grandes proyec-
tos quedaron sin acabar: el Tratado de agricultura tropical, y Plantas usuales y útiles del
Paraguay. Eran los tres ejes de lo que Moisés consideraba no sólo obra suya y de su fa-
milia, sino una “obra patriótica” de alcance nacional: su tributo al Paraguay.
Moisés trabaja animado por un afán de omnisciencia. Pero estamos en la época
en que el enciclopedismo está cediendo lugar a la especialización, y no siempre Moisés
consigue estar al nivel de sus colegas académicos o especialistas. Así, un rasgo fascinan-
te del personaje, su enciclopedismo, constituye también un límite. Además, el aisla-
miento, los problemas de comunicación y las dificultades económicas de la colonia no
facilitan su integración en la comunidad científica internacional. No es fácil ir más allá
de una evaluación muy sumaria de su actividad científica (Baratti y Candolfi 1994:89-
123; 1999:109-155), pues hasta ahora ha sido escasa la atención hacia su producción por
285

parte de investigadores con competencias disciplinarias. En los últimos años sólo se


pueden señalar el trabajo constante del Jardin et conservatoire botanique de Ginebra
sobre las colecciones botánicas (en el marco de la publicación de la “Flora del Para-
guay”, empezada en 1983) y el trabajo de Di Liscia sobre incluido en este mismo volu-
men. Entre otros, siguen esperando ser estudiados ámbitos fundamentales de su activi-
dad como el climatológico-meteorológico y el agronómico.
No podemos finalizar esta seción sin dedicar unas líneas a la increíble creación
de una imprenta en plena selva (Baratti, 1999). Para tener bajo control los tiempos y la
calidad de sus publicaciones, Moisés hace traer de Estatos Unidos, via Buenos Aires,
dos máquinas de imprenta, varias cajas de tipos, cortadoras, aplanadores, diferentes
resmas de papel y todo lo necesario para la imprenta. Empieza así a trabajar, en 1918,
la tipografia “Ex Sylvis”, a orillas del Paraná, en un rincón de selva sin electricidad.
Las obras nacen y toman forma en Puerto Bertoni: investigación, redacción, composi-
ción, impresión, doblado, encuadernación… la familia Bertoni lo hace todo. De la edi-
torial silvestre brotan obras importantes y tipográficamente preciosas como la tercera
y cuarta edición del Almanaque agrícola y guía del colono y del agricultor y dos tomos de
La Civilización guaraní.

¿Al margen del estado? Sí, pero…


286

La casa y algunos personajes son los mismos de la primera fotografía, pero es


bien diferente el contexto, cambian las jerarquías. En el centro de gravedad aquí está
Eduardo Schaerer, presidente de Paraguay de origen suizo, de visita a Puerto Bertoni.
A la izquierda Aurora Bertoni, Eugenia, quizás la señora de Schaerer, Moisés; delante
de ellos, con un sombrero en la mano, Linneo. No sabemos qué día tuvo lugar esta in-
signe visita en 1913 o a inicios de 1914. Después de la elección, Moisés manifestó un
gran optimismo: el país estaría entrando “en el camino de las reformas y del orden” ba-
jo la dirección de Schaerer, “un verdadero suizo de la buena raza antigua, medio para-
guayo pues su madre es guaraní, lo que le agrega a su carácter la discreción diplomática
y la dignidad especial de este pueblo interesante” (al hermano Brenno, 15/5/1913). Dos
años más tarde, escribe palabras de decepción: “En cuanto a Schaerer lo sentiré por él;
como presidente le cabía un papel que el porvenir le hubiera agradecido; no lo com-
prendió, no lo supo ver claro, se dejó engañar (Moisés a su hijo Winkelried, 24/10/1915).
La razón principal del disgusto es la falta de apoyo del gobierno a la publicación de sus
obras: un tema recurrente.
Moisés siempre espera algo de los gobiernos y a menudo queda decepcionado.
Conserva una opinión positiva sólo de dos presidentes: el argentino Julio Roca (1880-
1886 y 1898-1904) y el paraguayo Juan Bautista Egusquiza (1894-1898). El encuentro
con Roca es celebrado en muchas ocasiones. Moisés abre una serie de artículos para el
“diario de los tesineses en el Plata” con un agradecimiento público “a S. E. el Presiden-
te de la República, general Roca, que tan amablemente se dignó otorgarnos su valedero
y omnipotente apoyo, que nunca podremos olvidar” (La Voce del Ticino, 11/5/1884).
Las desventuras de Moisés en Argentina, que se pueden leer en nuestras biografías
(1994, 1999), no menoscaban la fúlgida imagen de Roca. Nuestro emigrante no parece
sentirse incómodo ante el general que poco antes había guiado con éxito la “campaña
del desierto” contra los indios patagónicos y que sobre todo por esto era muy criticado
por los anarquistas argentinos (Zaragoza, 1996, 399-400). Moisés está, en cambio, favo-
rablemente impresionado por el apoyo gubernamental a la colonización, que le permiti-
ría realizar su proyecto:
Fundar una nueva Helvecia en aquella región admirable, y, con el apoyo y
la generosa protección del más liberal de los Gobiernos que tuvo esta Repú-
blica, ver cambiadas en ricas plantaciones y en prósperas ciudades aquellas
287

amplias y majestuosas soledades a las que la naturaleza prodigó todas sus


dádivas” (La Voce del Ticino, 27/6/1886)
Egusquiza es el presidente colorado abierto a la colaboración con los liberales
que le ofreció a Moisés la dirección de la nueva Escuela nacional de agricultura de
Asunción. Su discurso ante la Cámara, en 1896, para que el Paraguay se abra a los emi-
grantes europeos (“para fortalecer la raza americana con su sangre e incrementar la
producción nacional con su trabajo”) está en armonía con las ideas de Moisés en cuanto
a desarrollo y colonización. Aún más tarde habla de él como “el mayor de mis amigos
en el Paraguay” (a su hijo Reto, 23/10/1924). Los demás presidentes, a pesar de las
promesas, no apoyan su obra:
Indiscutido que para poder trabajar hay primeramente que poder vivir -
verdad perogrullesca que ningún gobernante paraguayo después de Eguz-
quiza ha sabido comprender a mi respecto, y que el actual (Eligio Ayala)
comprende y de conformidad desea obrar- debo empezar por decirle que mi
situación económica ha llegado a un punto en que no cabe esperar sino re-
medios heroicos (a Rodolfo Ritter, 17/7/1926).
Moisés se jacta a menudo de haberlo hecho todo sin la ayuda de los gobiernos,
pero en esta afirmación el orgullo se sobrepone a la amargura. Es verdad que no insiste
en buscar apoyo, pero hasta el final confía en la ayuda decisiva del Estado. El proble-
ma no es el Estado, cuestión que no parece haber preocupado Moisés ni en sus años ju-
veniles “anarquistas”, sino el Estado que no cumple. Los gobiernos paraguayos son ge-
nerosos de palabra, pero incumplidores de hecho. Revoluciones, crisis económicas, in-
trigas de personas o facciones políticas hostiles a Moisés... siempre hay algo que impide
el pago de los subsidios prometidos, que deja en suspenso los créditos ya concedidos. La
revolución de 1904 hace naufragar el acuerdo recién establecido entre el Estado para-
guayo y Moisés gracias al cual habría recibido una subvención mensual por sus investi-
gaciones y publicaciones científicas, consideradas de interés nacional. Rodolfo Ritter
nos cuenta la continuación:
Es cierto que el Estado nominalmente le prestó su apoyo. En fecha 26 de Ju-
lio de 1905 se promulgó una ley que ‘autorizaba al P. E. a suscribirse a 1000
ejemplares de cada una de las obras del doctor Bertoni’ [...]. Pero esa ley,
así como tantas otras, durante años quedó letra muerta. En 1913, después
288

de la fundación efímera del Departamento N. de Fomento, el gobierno in-


troduce en el presupuesto de gastos una partida de $ 6000 c/ l. mensuales,
destinados a cumplir la ley de 26 de Julio de 1905; pero ese cumplimiento no
duró sino unos pocos meses: los 6000 enseguida se vieron reducidos a $ 2000
c/l., y pronto hasta éstos fueron suprimidos... ‘¡Cosas del ambiente!’ dirán
algunos. Sì! perfectamente! Pero esas ‘cosas’ han perturbado, entorpecido y
amargado la existencia del más gran espíritu que jamás haya vivido en tie-
rra paraguaya, del hombre que abnegadamente hizo para el Paraguay tan-
to, como nadie otro. En 1927, el presidente Eligio Ayala resolvió dedicar a
la publicación un millón de pesos, distribuídos sobre cinco años. [...] Me-
diante esa medida se realizó, a lo menos potencialmente, el gran anhelo de la
robusta ancianidad de Bertoni: el de ver publicadas sus obras. La interrup-
ción de las asignaciones del Estado, a raíz de los acontecimientos conocidos,
y al fin su muerte prematura desgraciadamente interrumpieron la gran obra
(Ritter, 1929)
Además de los subsidios públicos, ansiosamente esperados, la relación de Moisés
con la institución estatal se manifiesta también con dos importantes cargos. Ya seña-
lamos el primero, la dirección de la Escuela nacional de agricultura. El segundo es asu-
mido en 1913 durante la presidencia de Schaerer: a Moisés se le encarga la organización
y la dirección de la nueva División de agricultura y colonización, una sección del De-
partamento de fomento. Su primo Luigi Bertoni, el más importante anarquista suizo
del siglo XX, le expone a Kropotkin su decepción: “Se volvió mal, a pesar de que sea
honesto. Es una lástima, porque con su decidida adhesión a nuestras ideas hubiera po-
dido hacernos un gran servicio. ¡Bárbaro! Partir para fundar una colonia anarquista y
volverse ministro” (25/9/1913). A pesar de no tratarse de un verdadero ministerio, el
hecho es que Moisés no hace de la relación con el Estado una cuestión de principios:
“gustoso serviré a todo gobierno que quiere ayudarme realmente en mi obra patriótica”
le dice en 1926 al amigo Rodolfo Ritter. Moisés abandona este cargo en mayo de 1914,
amargado por las intrigas de palacio y por aquel ambiente urbano que nunca le había
gustado. Pertenece a este periodo un sueño con los ojos abiertos, una especie de mundo
al revés, que podemos leer en su diario el 17 de febrero:
289

Veo al administrador de banco que podría ser agrícola, transformado en un


defensor hasta la muerte, de los agrónomos y del Fomento [...] Veo a tres
imprentas gimiendo por activar el parto de mis obras, feliz y placentero co-
mo penosa y larga fue la gestación. Veo mis conferencias publicadas en tres
lenguas [...], veo al Supremo ofreciéndome, con seductora amabilidad, su
gran manto protector (el manto que sus admiradores confeccionaron con
pieles de zorro azul). Veo al empréstito afluir como un río de oro, al doctor
G. distribuyendo millones [...] al Ingeniero A. poniéndole puentes al Paraná
y una red de canales en el Chaco
Se percibe una ironía amarga, y se ve también la imagen de un Paraguay desea-
do. Si una de las “utopías” de Moisés es la gran familia unida y laboriosa, otra es esta:
ciencia y agricultura (bertonianas y nacionales) desarrolladas armoniosamente gene-
rando progreso bajo las alas de un poder ilustrado, como lo fue en otros tiempos el del
dictador José Gaspar Rodríguez de Francia, “El Supremo”.

¿Al margen del mercado? Sí, pero…

Las bananas de esta embarcación son para la venta, al igual que otros productos
de la colonia como el café. Entre la abundante documentación bertoniana conservada
en Suiza y en Paraguay no son muchos los documentos administrativos, y no es posible
290

trazar una historia económica detallada de Puerto Bertoni. Los datos, además de ser
fragmentarios, a menudo no están fechados. Afortunadamente en unas cartas podemos
encontrar informaciones generales sobre la producción agrícola. Las noticias más anti-
guas se refieren al asentamiento precedente, el viejo Puerto Bertoni en Yaguarasapá,
también a la orilla paraguaya del Paraná, río abajo: en 1891 Moisés informa a su her-
mano Brenno que tiene “300 bananos, una hectárea de caña de azúcar y, sobre todo,
4000 plantas de café, que constituyen mis esperanzas frente a los casos de la vida”. Son,
según su opinión, las únicas plantaciones de banana y café de la región. De la definitiva
colonia de Puerto Bertoni tenemos las primeras informaciones en 1896:
El precio de los terrenos aumenta. Ya poseo muchas tierras, pero si consigo
hacer economías, pienso comprar unos kilómetros más, porque son de mu-
cho porvenir [...] La explotación de yerba mate y de madera para muebles
produjo mucho movimiento en el Alto Paraná [...] Yo también tengo una
pequeña explotación de yerba, que este año producirá 40 a 50 mil kilos. No
se si podré aumentar, los gastos de transporte sono todavía demasiado altos
y la ganancia no es mucha. En este trabajo empleo casi exclusivamente In-
dios; me cuestan poquísimo, por suerte. Mejorando los medios de transpor-
te, el negocio sería más rentable” (a Giuseppe Strozzi, 23/7/1896)
Tenemos nuevas y positivas informaciones en una carta al hermano Brenno de
mayo de 1913:
Puerto Bertoni marcha bien. El comercio de frutas y el precio de las tierras
aumetan. Exporto ahora 12 000 kilos de bananas cada 10 días [...] Dentro
de un año serán el doble. Mi cafetal cuenta con 94 000 plantas, en parte
jóvenes aún y que producirán dentro de 2-3 años. Mi colección de plantas
cultivadas es la más rica de Sudamérica [...] El precio de las tierras no ha
dejado de aumentar rápidamente. Muchos me lo piden, pero no venderé, ni
en lotes pequeños, si no a colonos merecedores. Los precios tienen que subir
más y al menos doblar en 10 años. Como ves, tras un trabajo muy duro em-
pieza el tiempo de la cosecha
Moisés hace sus cálculos para el futuro en estos años de fiebre de compras de tie-
rra, determinada en parte por los proyectos ferroviarios. Las vías ya trazadas en los
mapas prometen posibilidades de explotación de los montes y de extensión de la gana-
291

dería; muchas tierras son compradas por el mismo grupo financiero que controla las so-
ciedades del ferrocarril. Los precios de la tierra continúan subiendo hasta la crisis de
1914 y luego caen bruscamente. Ya en marzo de 1914 Moisés le escribe al amigo suizo
Adolf Schuster:
El momento para mí es algo difícil. El año, económicamente, es pésimo. Mi
exportación de bananas está casi completamente suspendida, a causa de la
crisis, y aún más, a causa de la falta de medios de transporte fluvial seguros.
Pierdo actualmente más de seis mil racimos por mes [...] Si yo hubiese podi-
do hacerme con medios de transporte oportunamente, hoy tendría mis con-
tratos. El crédito agrícola no existe sino de nombre
En su diario registra en los mismos días que de los 15.000 racimos maduros conse-
guirá quizás vender unos 500, y que el precio del café y de la yerba son insuficientes:
“los compradores dicen que es mejor no producir. Buen consejo para quien ya tiene in-
vertido su capital!!” (17/3/1914). Y a Leopoldo Benítez, en julio de aquel año:
ya nada se vende. Ni una banana; 30.000 racimos se me han podrido en las
plantaciones desde Enero [...] Inútil hablar de otra fruta. El gobierno nada
ha hecho para mejorar los transportes fluviales, así que los fletes exorbitan-
tes nos prohiben remitir directamente a Buenos Aires, donde se vendería,
aun que sea a 6 o 9 meses plazo y a bajo precio. Yerba, ni a estas condicio-
nes se ha podido todavía vender; madera, a ningún precio, ni por lo que
cuesta
Por lo que concierne a las tarifas fluviales, no hay exageración: Alexander Mac
Donald, en su Paraguay. Its people, customs and commerce de 1911, observaba que
echando una ojeada sobre el mapa, la primera impresión sería de que, con
un excelente sistema de vías fluviales, el Paraguay tendría que estar tan
cerca de Londres como Sudáfrica. Pero, en realidad, uno puede enviar un
paquete de mercancías desde Londres a Sydney (Australia), retransportarlo
a Hong-Kong, trasbordarlo en este puerto, y finalmente, pasar la aduana en
Londres a la midad del costo que uno incurre en enviar una carga similar
desde Asunción a Buenos Aires. Los fletes para este viaje de tres días aguas
abajo [...] representan el doble de las tarifas por 30 días en cualquier lugar a
través del océano (Herken Krauer 1984:139-140).
292

La salvación de Puerto Bertoni está en los cafetales: “están dándome muy buen
resultado económico; mediante ellos he podido sostener el establecimiento durante esta
crisis” (a von Ihering, 12/12/1916). Pero en 1918 una helada excepcional asesta un gol-
pe tremendo a la economía de la región. Un año “terrible, sin precedentes en la historia
del Paraguay”: “vamos a perder tres años de producción, tres años sin café. Mi gran co-
lección a perdido muchos árboles tropicales” (A Brenno, 7/11/1918). El científico Ber-
toni aprovecha para estudiar el fenómeno y publicar dos artículos (Bertoni 1919a;
1919b). Pero el colono Bertoni está de rodillas. Además, los graves problemas de trans-
porte fluvial se han agravado desde 1915 con la “ley de cabotaje”, que impide a los va-
pores extranjeros cargar o descargar mercancía sobre la costa paraguaya. Y como casi
todos los vapores sobre el Paraná son argentinos… Al principio de los años ‘20 la situa-
ción es crítica:
Aquí todo es ruina, pues, salvo Aristóteles, y Moisés con la imprenta, todos
deben trabajar para que se coma, sin disponer de una hora en el día; así que,
a pesar de los esfuerzos, el puerto es como de Guayanás, el puente cayó, los
caminos descalzados, los cultivos que no son para comer están en parte
abandonados y otros mal atendidos, las colecciones suspendidas, todas más
o menos en mal estado, la agrícola abandonada a las ratas, como la de fi-
bras, etc., el gran herbario a punto de perderse como los anteriores [...] Y
cuando estoy en la perdurable tortura de ver todo eso, tengo que oir los via-
jeros que me felicitan por el terreno que el gobierno me regaló, y me pregun-
tan a cuanto asciende la subvención mensual que ese gobierno me paga,
creyendo alguno que alcanza a 100.000 pesos anuales, según afirman haber-
les dicho un ex presidente, y creyendo los más (casi todos) que nuestras pu-
blicaciones son oficiales... Ya no aguanto más” (a su hijo Tell, 19/12/1922).
Moisés sintetiza la situación de 1926 con estas palabras:
Hace muchos años ya que la inconsulta ley de cabotaje ha arruinado com-
pletamente mi negocio de exportación de fruta, y sigue impidiendo toda sa-
lida que no sea de pichuleo. La misma ley impidió todo arreglo con la com-
pañía alemana “La Ribereña del Plata” [...] Por otro lado, los fletes excesi-
vos vinieron a hacer imposible todo cultivo de algodón, tabaco y otros pro-
ductos, con excepción de la poca banana que pueden comprar los empleados
293

de los vapores, a los que quieran permitirles tocar esta desdichada costa,
bloqueada por sus propios dueños. Para plantar yerba se necesita capital y
crédito agrícola. Tres veces me he dirigido a nuestro Banco Agrícola y tres
veces me han dejado sin contestación. La crisis del postguerra me dejó en
1919 y 1920 sin peones y en esa perdí 60.000 plantas de café, las que maltra-
tadas por la helada de 1918 necesitaban pronta poda y mucha limpieza. La
revolución dejó casi al suelo a mi hijo Reto y yerno Flores, los únicos que
podían ayudarme [...] Aquí apretamos el cinto en esperas de mejores tiem-
pos” (a Rodolfo Ritter, 17/7/1926).
Concluyendo, podemos comprobar cómo el aislamiento económico de la colonia
–que puede hacernos pensar en una consciente elección de estar “al margen del merca-
do”– no se busca, sino que es vivido como un verdadero desastre. Moisés habría desea-
do, como cada emprendedor, desarrollar la producción, aumentar las ganancias, apro-
vechar lo más posible la subida de los precios de la tierra. La diferencia está en la utili-
zación de las ganancias, en gran parte destinadas a alimentar la labor científica de la
familia. O en la disponibilidad de vender tierras solamente a “colonos merecedores”:
también en este detalle encontramos un elemento central en la visión del mundo de
Moisés, la primacía de la moral.

El espejo guaranítico
294

De entre las fotografías tomadas en la colonia “Guillermo Tell”, ésta es la única


que nos enseña a los Mbya-guaraní de Puerto Bertoni. La producción agrícola de la que
hemos hablado precisa trabajadores externos a la familia. Por ejemplo en un registro de
gastos de los peones de 1896 (azúcar, harina, tabaco, velas y otros bienes de consumo
abastecidos por los Bertoni) aparecen 44 nombres. En mayo-octubre de 1918, los peo-
nes varían de 6 a 13. Al lado de la mano de obra nacional o brasileña también trabaja
la indígena: los guaraní asentados dentro del territorio de los Bertoni son imprescindi-
bles como changadores. Moisés lo afirma ya en los primeros años de Puerto Bertoni:
“Lo que nos falta son brazos, población. Para remediar, pienso reducir una tribu de In-
dios salvajes (…). Ya estamos en buena relación con ellos; es una raza que no se puede
reducir con la fuerza, pero muy sensible al buen trato y muy leal” (a Giuseppe Strozzi,
23/7/1896). En un pasaje ya citado de la misma carta, nos dice que los indígenas que es-
tán trabajando para él, le “cuestan poquísimo, por suerte”.
Si el Bertoni etnógrafo dedicó todos su esfuerzos al ennoblecimiento de los guara-
ní, aquí habla el Bertoni colono emprendedor, y también el europeo convencido de que
el progreso civil pasa por la reducción de los indígenas -aún en 1925 apoyará calurosa-
mente un proyecto de reducción de un cura católico- (Baratti y Candolfi, 1994:638;
1999:292). Sin embargo, el recurso a mano de obra indígena se acompaña de un respeto
humano inusual. He aquí como Beate Lehner (antropóloga comprometida desde hace
años con la actual comunidad Mbya de Puerto Bertoni, en busca del reconocimiento del
derecho a la tierra) expone el proceso de acercamiento entre los Mbya y “el buen patrón
Bertoni”:
Aunque los Mbya apreciaban el buen trato que les brindaba Bertoni, hay
que resaltar que la relación de peón-patrón no fue nunca la relación que los
Mbya habian buscado por su propia voluntad, sino que era una relación que
les fue impuesta por la creciente presión sobre sus territorios por parte de la
sociedad blanca, por el inicio de la colonización de los bosques del Paraguay
Oriental. Las décadas que vivió Bertoni en el Paraguay, de 1887 hasta su
muerte en 1929, eran una época de grandes cambios negativos, en su mayo-
ría, para los Mbya [...] Muchos tapyi mbya se encaminaron a la búsqueda
de la Tierra sin Mal en un viaje real y místico hacia el oriente y el mar,
abandonando el Paraguay. Los tapyi que decidieron quedarse en sus tierras
295

ancestrales, tuvieron que aceptar el trato con el nuevo mundo que les venía
encima [...] El primer paso de los Mbya hacia el relacionamiento pacífico
con la sociedad blanca fue la aceptación del trabajo asalariado, la changa,
para los patrones blancos, entre ellos Bertoni” (Lehner 1999).
Aunque desde un punto de vista etnográfico los tres tomos de La Civilización
guaraní son escasamente atendibles, la obra es sin duda muy interesante desde otros
aspectos: la historia de la ciencia (etnohistoria, etnografia y etnobotánica), la historia
del mismo Bertoni y la historia cultural del Paraguay. Como nos explica otra vez Beate
Lehner,
Bertoni construye en esta obra una imagen que excluye todo rasgo de la
cultura guaraní que no coincida con sus ideales o lo atribuye a influencias
de otras culturas indígenas, culturas primitivas, según su entender. Además
Bertoni se mantenía totalmente dentro de los conceptos integracionistas vi-
gentes en la época [...] Ante las ideas desarrolladas por Bertoni, tenemos
que preguntarnos si Bertoni realmente entró en un diálogo de igual a igual
con sus peones mbya. Tanto la imposición de la imagen de una cultura gua-
raní ideal como la insistencia en la reducción y evangelización de los Mbya,
nos hace dudar de esto y, más bien, sospechamos que Bertoni, para los
Mbya, nunca fue más que un patrón, a quien nunca se hablaba de los con-
ceptos fundamentales de la cultura Mbya (Lehner, 1999).
En efecto, las fuentes de Bertoni son sobre todo literarias (los textos que hablan
de los guaraní desde la llegada de los jesuitas en adelante) y la obra propone una ima-
gen idealizada de ellos, en la que se reflejan los valores bertonianos. Rubén Bareiro Sa-
guier (1990:116), analizando las páginas dedicadas a la religión, ha mostrado cómo Ber-
toni trata de aproximar la religión guaraní a la católica, “aceptando implícitamente la
tarea de suplantación cultural realizada por los catequizadores, justificándola”. El
anarquista suizo Peter Schrembs, utilizando de manera muy unilateral los textos de y
sobre Bertoni, ha querido encontrar en La Civilización Guaraní sobre todo la confirma-
ción de la persistencia, en Moisés, del ideal anarquista: en la organización social de los
guaraní Moisés habría encontrado la realización de la sociedad sin Estado acariciada en
su juventud. Existe eso también, pero no tiene un lugar importante en esta obra com-
pleja, ecléctica y única. No es una casualidad que ninguno de sus lectores contemporá-
296

neos haya subrayado este tema pues Bertoni expone pocas y muy genéricas observa-
ciones sobre el carácter “anarquista” de la organización social guaraní, y no se preocu-
pa de su sobrevivencia puesto que su proyecto es integrar paulatinamente a los guaraní
dentro de una sociedad paraguaya progresista y cristiana. Pero en La Civilización gua-
raní encontramos mucho más, en ella convergen todos los múltiples y contradictorios
elementos del pensamiento bertoniano. Henos así frente a una concepción de los guara-
ní como “raza superior”, cuyas características exaltadas por Moisés son también, entre
otras, el “sentimiento nacional”, la alimentación prevalentemente vegetariana (como la
suya), el orden gerontocrático y, sobre todo, la primacia de la moral: sería, la guaraní,
una sociedad “etocrática” (Bertoni, 1927:212). En este sentido nos parece más acertado
el comentario de otro biógrafo suizo que escribe: “el único consuelo y la única confir-
mación -al menos parcial- de sus teorías sociales, Bertoni los halló en el Indio Guaraní,
de alma todavía pura, inocentemente honesto” (Pedrazzini, 1962). En La Civilización
guaraní, como en las conferencias publicadas en 1914, los guaraní asumen los rasgos de
un pueblo depositario de toda virtud, a veces parecido al suizo, del cual Moisés sigue
sintiéndose un orgulloso representante.
En la sociedad paraguaya esta proyección utópica de Moisés, esta idealización,
este ennoblecimiento de un guaraní abstracto, muy lejos del guaraní real constreñido a
la changa, contribuye de hecho al nacimiento de un nuevo nacionalismo. Con su obra
Moisés participa de la “generación indigenista-nacionalista” paraguaya (Baratti 2002-
03), que elabora una identidad nacional basada en lo guaraní, utilizada después por to-
dos los gobiernos que dominaron el Paraguay en el siglo XX. El paraguayo portador de
esta ideología nacional, observa el antropólogo León Cadogan, “glorifica al indio histó-
rico, del cual se sabe descendiente”, pero “desprecia al indio de carne y hueso que se
muere de sífilis y tubercolosis a la vera de los progresistas caminos” (Chase-Sardi, 1989,
423). Sin embargo, no podemos atribuirle esta deriva a Moisés, que ensalza la civiliza-
ción guaraní del pasado pensando en la “raza cósmica” del futuro. En 1922 interviene
en el Congreso de americanistas en Río de Janeiro con un vibrante discurso a favor del
mestizaje planetario y se hace apóstol “de una utopía de hermandad universal en la que
los pueblos latinoamericanos tienen un rol histórico de vanguardia; de una utopía mes-
tiza que rescata a América Latina y a sus habitantes” (Baratti y Candolfi, 1999:167).
En este caso, también nosotros utilizamos el inefable concepto de utopía, acotando que
297

para Moisés esta parece ser una palingenesia sustitutiva de la anarquista de su juven-
tud, otro camino para alcanzar la hermandad universal (un camino que es también, pa-
ra el Moisés maduro, profundamente cristiano).

Una mirada algo “deutopizante”

Con el tema de los guaraní nos acercamos nuevamente al problema inicial de la


utopía. Tratamos entonces de finalizar el discurso. Muchos aspectos de esta historia (la
idea inicial de fundar una colonia socialista, la posición marginal de Puerto Bertoni, su
vida autárquica) pueden favorecer un “énfasis utopizante” que le atribuye a Moisés un
proyecto en total oposición a la sociedad dominante. Por esto, en nuestro breve itinera-
rio fotográfico insistimos en aspectos de la vida real de la colonia y en algunas ideas de
Bertoni: para sembrar alguna duda frente a la comprensible tentación de idealizar una
vicisitud excepcional sin tener en cuenta su complejidad y su relación no lineal con la
sociedad y con las ideologías de su tiempo. La de Bertoni es ante todo una experiencia
titánica de emigración, colonización e investigación, buscada y llevada a cabo con
energía y obstinación por un personaje excesivo y multiforme que ha involucrado las
ideas y las pasiones más contradictorias de su época. En Puerto Bertoni se realizó
(aunque no completa y felizmente) el proyecto de una colonia productiva y científica
de carácter esencialmente familiar, y la fascinación de esta historia deriva de su pro-
blemática dimensión cotidiana, humana y material, más que de una apresurada ins-
cripción bajo el rubro de la utopía. Si Paraguay no hubiera sido, como decía Moisés,
“un caleidoscopio: ‘lindas imágenes’ que pueden cambiar de golpe al menor choque”, si
al menos uno de los gobiernos paraguayos hubiese mantenido sus promesas de apoyo a
las publicaciones, si la crisis del Alto Paraná hubiese sido menos devastadora, si el hijo
y discípulo más prometedor no hubiese muerto a los 17 años, si las colecciones natura-
listas no hubieran sido repetidamente destruidas… ¿Qué diríamos hoy de Moisés San-
tiago Bertoni? Tal vez le recordaríamos como a un eminente emigrado y hombre de
ciencia muy original, que supo perfilarse y afirmarse plenamente en el país de llegada,
como le sucedió a otros. Por ejemplo a Henri Pittier: suizo como Moisés, pero de habla
francesa, también nacido en 1857, también naturalista, emigrado a Costa Rica en 1887
(ese año Moisés pasa al Paraguay), establecido definitivamente en Venezuela en 1919,
298

tras un paréntesis en Estados Unidos. Pittier es más longevo y muere en 1950 en Cara-
cas, tras haber dirigido el Observatorio meteorológico, el Servicio botánico del Ministe-
rio de economía y el Departamento de investigaciones forestales. En su larga vida cien-
tífica se ocupó de etnografía, botánica, agronomía, geografía, meteorología: enciclopé-
dico como Moisés. Publicó también un Ensayo sobre las plantas usuales de Costa Rica (y
Moisés dejó a medio camino sus Plantas usuales y útiles del Paraguay), atendiendo a la
nomenclatura indígena antes de que se hablara de “etnobotánica” (Häsler y Baumann,
2000:211-12). Dos vidas paralelas bajo muchos aspectos (y entre los dos hubo una co-
rrespondencia epistolar de carácter científico), con dos diferencias importantes: Pittier,
aunque realizó muchas investigaciones etnográficas y botánicas en áreas periféricas, no
rehuyó los centros habitados y su trayectoria fue, en relación con sus expectativas, más
exitosa. En el caso de Bertoni, el aislamiento en la selva y el desastre parcial son, con
toda evidencia, aspectos “fuertes” para llevar a una lectura “utopística” o “utopizan-
te” de su vicisitud.
Si el anarquismo, generador de esta lectura “utopista”, está ausente en la vida
de la colonia, estos otros aspectos -aislamiento y parcial derrota- emergen con prepo-
tencia. El primero se puede sin duda caracterizar, si queremos, de “utópico”: la idea de
crear una comunidad separada, virtuosa y en buena medida autárquica es común a
muchas experiencias utópicas, religiosas o sociales. El segundo -el desastre- en rigor no
debería de ser considerado un elemento característico de un proyecto utópico, empero,
a posteriori, tiende a serlo: si una idea osada y a contracorriente no se realiza, de alguna
manera confirma su carácter de utopía (un silogismo peligroso, pues confina sin reme-
dio cada utopía a la irrealidad). Si buscamos en Moisés la expresión de una hipótesis al-
ternativa al mundo dominante, no la vamos a encontrar en un proyecto extrictamente
político-social (su ideal de un Paraguay desarrollado económicamente y socialmente no
es tan diferente del de su mejor amigo, el economista liberal Rodolfo Ritter), sino en
una fuerte acentuación de valores pre-políticos (la dignidad personal y la moral que
Moisés encuentra en el mundo clásico griego-latino, en los montañeses suizos y en la ci-
vilización guaraní) y en la dimensión antropológica y cultural (la centralidad de la fa-
milia, la ciencia, la labor agrícola). Su adhesión total a estos elementos, junto a la des-
dicha y a otros factores materiales, le llevó a una posición de marginalidad que -de he-
cho- acabó por configurarse como la búsqueda de “otro mundo posible”. El pensamien-
299

to teórico de este sabio que vivía en la selva podía estar en armonía por un lado con las
ideas del historiador conservador y nacionalista Juan O’Leary, por otro lado con los
proyectos de un presidente como Eligio Ayala o de un obispo partidario de la doctrina
social de la iglesia católica, y aún más con la visión política de su hermano Brenno, des-
tacado miembro del partido liberal en Suiza. No su estilo de vida, radical y orgulloso en
la austeridad, no negociable en la búsqueda constante de la soberanía individual y fa-
milial. El aislamiento virtuoso en la naturaleza es el aspecto que más sorprendía a sus
contemporáneos. Así lo recordó Rodolfo Ritter en la oración fúnebre:
No he encontrado a ninguno de ética tan alta, tan consecuente, tan profun-
damente social como la de Bertoni. Austero en su vida, hasta rayar ésta a
la de un monje budista, Bertoni era indulgentísimo para los errores y fla-
quezas ajenas, misericordioso y benéfico como nadie [...] Eecuerda en su
ética al poverello de Asís, adorado en los altares bajo el nombre de San
Francisco [...] ¿No tuve razón de hablar de héroe, de santo laico?” (Ritter
1929)
Con la tendencia al exceso propio de estos momentos celebrativos, Ritter señala
aquí un rasgo que hoy aún, sin inútiles santificaciones, nos puede conmover. Si en el
ideario ecléctico de Moisés podemos apreciar algún que otro aspecto que nos guste (el
empuje social de su juventud, el respeto a los indígenas, la vida en la naturaleza, la
promoción de una agricultura que no perjudique el suelo…) -a condición de poner
otros, muy decimonónicos, entre paréntesis (el determinismo racial, la visión patriarcal,
el nacionalismo, el cientificismo positivista…)-, podemos aceptar por entero su actua-
ción siempre coherente con sus convicciones.
Descartada la interpretación de la experiencia bertoniana como utopía anar-
quista, vemos hoy otras lecturas “utopizantes” que ponen en el centro, acertadamente,
la ciencia y la naturaleza (Di Liscia en este mismo libro y Sanz Jara, 2007). La fuerza
de atracción de la “utopía” es tan grande y necesaria que nuestro emigrante se quedará
con esta etiqueta adherida. Está bien: ya encontramos razones para aplicársela. Lo im-
portante es, para nosotros, que las ideas y la experiencia de vida tan peculiares de Ber-
toni no se desvanezcan bajo el peso de una interpretación demasiado codificada del
concepto de “utopía” o -al revés- demasiado indeterminada. En cuanto al mismísimo
Moisés, tan desesperado en sus últimos años, de todas maneras tendría que sentirse hoy
300

plenamente rescatado, y quien sabe si “los gigantes de los bosques del Monday” no lo
oirán nuevamente cantar, “cantar de voz plena y musical, de su voz varonil de barí-
tono” a la belleza y a la gran alma del Universo (Ritter, 1929).

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302

Trabajador naval honorario. Viejos fotogramas de una próxima película

Federico Lorenz

Cuando los que luchan contra la injusticia están


vencidos,
no por eso tiene razón la injusticia.
Nuestras derrotas lo único que demuestran
es que somos pocos
Los que luchamos contra la infamia.
Y de los espectadores, esperamos
que al menos se sientan avergonzados.
Bertolt BRECHT, Nuestras derrotas no demuestran
nada.

Primeras imágenes

Hay recuerdos que funcionan como imágenes congeladas, mientras que otros son
partes de escenas en movimiento. Puedo imaginar mi trabajo de historiador de ese mo-
do, como la construcción de una historia encarnada en imágenes sueltas y sólo aparen-
temente inconexas, con un guión que, establecido en líneas muy generales, a veces da
saltos conceptuales y argumentales en función de una trama que sólo se va revelando
por completo a medida que el film se desenvuelve. Son fotogramas de un documental
que tanto registra mi trabajo como las vidas de las personas que investigo. A veces en
blanco y negro, otras en color; en ocasiones con la calidad del cine, pero otras veces con
la precariedad de un Súper 8 casero.
La investigación histórica es entonces tanto la narración del suceso estudiado y
explicado como el descubrimiento de un lugar en el mundo. Como en el cine, enfoques y
aumentos tienen que ver directamente con la obra.
En una de esas fotos, Ana Rivas me escribe un correo electrónico en el que me di-
ce que cuando tenga un hijo le va a poner mi nombre, Federico. Ana tiene más o menos
mi edad. La conocí por mi trabajo como historiador, investigando sobre el pasado re-
ciente argentino. Así, supe que el 12 de junio de 1976 la dictadura militar argentina se-
303

cuestró a su papá, Hugo Rivas, militante sindical y trabajador en los astilleros Astarsa,
en la zona de Tigre. Desde entonces, él permanece desaparecido. Mi libro sobre la histo-
ria de su padre y otros militantes está dedicado a ella.
Ana dice que su futuro hijo, cuando lo tenga, llevará mi nombre porque “conmigo
siente como si me conociera de toda la vida”. Sin embargo, nos conocemos hace exac-
tamente dos años. Carlos Morelli fue compañero del papá de Ana. A él lo conozco desde
el año 2003, y rápidamente pasó a ser Carlito, el nombre con el que lo conocieron los
otros obreros durante su militancia. Fue uno de mis entrevistados más importantes
cuando estaba haciendo la investigación sobre el activismo sindical de los obreros nava-
les. Durante muchos fines de semana lo visité regularmente en San Fernando, donde
vive, para caminar por las calles que el recorría rumbo al trabajo, para conocer los lu-
gares donde se reunía con sus amigos y compañeros, como otra de las estrategias de in-
vestigación para reconocer los espacios donde habían transcurrido sus luchas, sus victo-
rias y sus derrotas.
Tengo esta imagen: uno de esos días, caminamos hasta mi auto para despedirnos,
pateando las hojas amontonadas por el otoño. Carlito trae un paquete bajo el brazo;
una bolsa de supermercado. Meto las llaves en la cerradura de la puerta, y entonces me
dice, con la solemnidad que tiene a veces:
-¿Sabés, Fede? ¿Pensaste qué somos nosotros?
Yo todavía tenía en la cabeza la entrevista que habíamos hecho esa mañana.
-Qué se yo. Yo te quiero mucho.
-Podríamos ser amigos –continúa sin escucharme, como cuando quería decir todo de un
tirón- pero no lo somos. Por mi edad, yo podría ser tu padre y vos mi hijo; pero tampo-
co.
Toma aire, y lo larga:
-Pero de lo que no me cabe duda es que sos un compañero.
Lo miro, sorprendido, mientras saca lo que trae dentro de la bolsa.
-Esto es para vos.
Esa tarde Carlito me dio sus zapatos, los que había usado como trabajador hasta
el momento en que se los sacó por última vez el día que dejó el astillero, luego de que en
una reunión le advirtieron de la amenaza del golpe. Desde ese día, en el verano de 1976,
nunca había vuelto al astillero.
304

Si yo, como historiador, no hubiera elegido estudiar la historia de un grupo de mi-


litantes sindicales de la industria naval, no habría conocido ni a Ana ni a Carlito. Ni
ella habría pensado en mi nombre para su hijo, ni Carlos en un depositario para su le-
gado encarnado en unos zapatos.
Pero al mismo tiempo, yo tampoco habría podido concebir la escritura de la histo-
ria como después de conocerlos, a ellos y a otros hombres y mujeres atravesados por esa
experiencia. La escritura de la Historia puede ser a veces, como en mi caso, la inclusión
del investigador en la propia trama de sucesos del pasado que analiza, vuelto presente
como una forma, fundamentalmente, de construcción de futuros soñados, construidos,
luchados, y no solamente recordados. Miradas sobre el pasado como una posibilidad de
imaginar otro horizonte social, encarnado en recuerdos, apoyado en las cenizas de los
proyectos derrotados. No una aproximación nostálgica, sino un aporte a una acumula-
ción social en el proceso de liberación de los pueblos. De ser posible este ejercicio, la es-
critura de la historia se emparenta con la utopía en sí: el historiador no registra la tarea
emancipatoria en tanto pasado sino que su trabajo, su escritura del pasado, es parte de
ella como presente.

Castigos y cortes

La dictadura militar argentina (1976-1983) atacó, en su proyecto de reestructura-


ción social y económica, distintas dimensiones de vínculos sociales: barriales, políticos,
familiares o afectivos, como los que hoy unen a Ana y a Carlos conmigo. El sistema te-
rrorista estatal buscó no sólo arrasar las organizaciones políticas y sociales, sino las cos-
tumbres, los espacios y los afectos que le daban asidero en la experiencia de las distin-
tas clases y, entre otras cosas, convertían experiencias políticas concretas en momentos,
en etapas de más largas tradiciones de lucha en el campo político y cultural argentino.
El secuestro, la tortura y asesinato de las víctimas de la dictadura, así como el
posterior ocultamiento de sus despojos mediante el sistema de la desaparición, no sola-
mente buscaron el aplastamiento de diferentes formas de organización social, sino la
construcción de duraderos mecanismos de auto-represión apoyados en el miedo, la in-
certidumbre y la culpa. Si bien la represión tuvo un carácter selectivo, esto no impidió
(de hecho, por sus formas, impulsó) la instalación de la extendida idea de que una posi-
305

bilidad cierta de “castigo” derivaba del grado de cercanía que un individuo tenía con el
círculo de afectos o relaciones sociales de las víctimas, de una latencia de la amenaza
que funcionó eficazmente en espacios pequeños como una fábrica, un barrio o una fa-
milia.
De allí que el aislamiento de los afectados fue también, en muchos casos, otro de
los efectos que la represión logró. En el largo plazo, este disciplinamiento consolidó ac-
titudes individualistas y egoístas que aún hoy traban diferentes esfuerzos de construc-
ción colectiva. Un secuestro y un asesinato, crímenes políticos que eran casos indivi-
duales de un proceso extensivo y estructural de disciplinamiento social, se transforma-
ron, a través de silencios y distanciamientos como los descriptos, en episodios aparen-
temente “individuales”, que marcaron para siempre una historia personal y familiar.
La represión, si no a todos, confinó a miles a vivir entre cuatro paredes su dolor, su
pérdida y su derrota. En muchos casos redujo derrotas políticas colectivas a heridas in-
dividuales.78
La dictadura militar atacó con fuerza y eficacia distintas tramas de la vida social:
la experiencia de organización sindical, la vida comunitaria, las amistades, los afectos,
los lazos familiares, culturales y artísticos. Desmovilizar mediante el miedo, aniquilar
por medio de la matanza, disciplinar mediante el aislamiento fueron los objetivos es-
tructurales de la represión ilegal, como una forma de consolidar las bases de los modelos
sociales en los que vivimos hoy. La “caída del mapa” de los excluidos por el sistema, los
“residuos” humanos, seres desechables de los que habla Bauman (2005:24 ss.), fue pre-
cedida en la Argentina por la exclusión de los desaparecidos del presente social a costa
de sus vidas, y de sus familiares del espacio público. Buena parte de la historia argenti-
na reciente estuvo y está teñida por los esfuerzos de éstos por hacerse ver, y por lograr
tanto un espacio para la memoria de sus seres queridos como el castigo de los culpables,
al punto de que hoy parecen inescindibles uno del otro.
Pero en el plano más general de las relaciones sociales, diferentes tejidos y articu-
laciones humanos y políticos, lazos de solidaridad y afectivos; lealtades políticas y cul-
turales, se vieron atacados y afectados en una forma tan virulenta y radical que a veces
llevan a pensar que efectivamente no hay nexos entre quienes sostienen este tipo de

78Esto debería servir como alerta frente a los excesos del subjetivismo. Si bien es de destacar el aporte de
las historias individuales en la reconstrucción del pasado reciente, la evocación ahistórica de sentimientos
en torno a acciones (que son históricas) puede profundizar los efectos represivos que se busca reparar.
306

identidades, que son sólo islas en un mar de incertidumbre. En esta concepción, los se-
res humanos son meros sobrevivientes, maderos a la deriva, despojos arrastrados por
las aguas de la inundación.

Los zapatos de Carlito

Me aproximé al estudio de la historia de los trabajadores navales de Tigre como


una forma de analizar en escala micro la radicalización política de los trabajadores en
los años setenta y la represión descargada sobre ellos. El objetivo principal era estudiar
la perspectiva particular de la experiencia obrera que, a mi juicio, estaba infra-
representada en los relatos públicos sobre la militancia de los años setenta y el terro-
rismo de estado en la Argentina.
La historia que decidí estudiar se prestaba especialmente para ver tanto el grado
de desarrollo alcanzado por los militantes de una agrupación combativa como los efec-
tos de la represión a escala del establecimiento industrial y del barrio. Se trataba de un
grupo de obreros jóvenes que disputaron la conducción interna de su sindicato en algu-
nos astilleros de la zona norte del conurbano bonaerense, y que protagonizaron una
toma de planta exitosa en mayo de 1973, para convertirse luego en un referente para
los trabajadores más combativos de la zona. Como integrantes de la Juventud Traba-
jadora Peronista (JTP), fueron uno de los frentes de masas de la guerrilla montonera, y
como consecuencia, por su peso simbólico y el grado de organización alcanzada, fueron
duramente reprimidos (Lorenz 2007).
Durante varios años realicé trabajo de campo en la zona, entrevistando a los so-
brevivientes de la agrupación sindical que habían constituido, inicialmente para la con-
formación de una colección de testimonios sobre la experiencia obrera de la represión. 79
Pero surgió, a medida que la investigación avanzaba, la necesidad, en lo que a mí hace,
de plasmar en un libro la historia que iba armando mientras la descubría, y la demanda,
por parte de mis entrevistados, de que su confianza en el historiador, su apertura para
confiar su testimonio, fueran devueltas a través del registro de sus vidas en un formato
que ellos reconocían como legítimo: la producción de un “intelectual”.

79Estos testimonios son parte de la colección “Astarsa: Organización, lucha y represión en el ámbito sin-
dical (1973-1978)”, parte del acervo del Archivo Oral de la Asociación Memoria Abierta, Argentina.
307

El resultado fue, que en paralelo a la reunión de testimonios primero, y a la reco-


lección de materiales después, articulé como historiador una relación profunda con los
actores del proceso que estaba investigando. En un proceso que no analicé como tal en-
tonces, pero que conscientemente impulsé después, las preguntas del investigador
avanzaban en el sentido contrario del que habían tomado las medidas represivas de la
dictadura militar. Los interrogantes históricos creaban lazos; las preguntas sobre los
muertos, treinta años después, reunían a los vivos.
Finalmente, en 2007 logré un equilibrio entre ambas necesidades: publiqué Los
zapatos de Carlito (Lorenz 2007). El título, que evoca la anécdota que abre este texto,
apunta a la idea de que el libro es tanto la historia de una experiencia sindical como
una reflexión sobre los pequeños procesos sociales que generan nuestras investigaciones
y, a la inversa, las tormentas conceptuales e ideológicas que nuestras investigaciones
desatan en el calmo mar de nuestro refugio disciplinar.
Dediqué el libro a la memoria de los obreros desaparecidos de los astilleros, y es-
pecialmente a Carlito y a Ana. El día de la presentación, estaban reunidos en un centro
cultural de la zona norte sobrevivientes, sus familias, hijos de desaparecidos, militan-
tes, uno de los dirigentes de la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos) y este his-
toriador. ¿Se trataba de personas aisladas, sólo convocadas por un evento cultural que
las tocaba individualmente, o hilos sueltos de un tejido más denso que la dictadura no
había logrado deshacer por completo? Y si eran hilos de un tejido, ¿qué lugar tenía la
obra de un historiador en esa trama?

Redes

Sucede que la materialización de esa historia de la Agrupación Naval de los traba-


jadores de Tigre fue posible, en buena parte, precisamente por la articulación de víncu-
los afectivos con los protagonistas sobrevivientes, con un gradual involucramiento del
historiador en las vidas de sus fuentes vivas, y en un proceso que también se dio a la in-
versa. ¿Dónde están entonces los límites entre la intervención historiadora y las rela-
ciones afectivas? ¿Dónde entre la intervención política y la investigación? ¿De qué mo-
do el trabajo del historiador participa en la reconstrucción de redes sociales hachadas
por la represión, cortadas por resentimientos barriales añejos en décadas?
308

Surge una primera respuesta operativa consistente en transformar esas tensiones


en espacios fructíferos para la revisión de la frontera disciplinar. Una forma de aproxi-
marse –una vez más- a la vieja pregunta acerca del contenido y las consecuencias polí-
ticas del trabajo de los historiadores.
Evidentemente, una vez producido el trabajo del historiador, sus fuentes –
mujeres y hombres vivos- se apropian de él de diferentes modos. De hecho, lo hacen du-
rante el proceso de elaboración del mismo. Pero con la salvedad, para la historia recien-
te, de que no se trata solamente de la intervención en el relato público, en las memo-
rias, por caso, sobre la guerra de Independencia del siglo XIX, sino de construcciones
de verdades y legitimaciones que tienen consecuencias para personas vivas, que orien-
tan sus memorias en función de luchas en el presente.
Como lo mismo le sucede al historiador, la reflexión sobre estas cuestiones pasa a
ser otra aproximación a la discusión en torno a las formas que adopta la Historia en su
interpretación y narrativa, ya que las polémicas sobre las formas y las fuentes son, en
definitiva, disputas acerca de la legitimidad para hablar acerca del pasado, que es una
lucha política.
Al respecto, recientes cuestionamientos al uso de los testimonios denuncian lo que
parecería ser una saturación del género en el campo del pasado reciente argentino. Sin
embargo, el trabajo con ex obreros navales y sus familias me lleva a cuestionar esta
idea. Es posible admitir que existe una saturación de testimonios y experiencias, pero
esta tiene una fuerte marca de clase, aquella surgida de la experiencia de los sectores
medios en torno a esos años de lucha y represión, y por extensión en memorias de for-
mas concretas de organización política de aquellos años. Cuando se achica la lente, o se
toman otros actores, como los trabajadores, esta supuesta saturación muta en ausencia,
omisión o explícita voluntad de omisión. De este modo, la pregunta inicial por la rele-
vancia política del trabajo de los historiadores, los límites entre “lo político” y “lo cien-
tífico” cobra renovada importancia. La tarea de investigación puede cumplir, entonces,
funciones de denuncia e instalación.
Pero el historiador no “da voz a los que no la tienen” ni hace de ventrílocuo. In-
terpreta, traduce. Y en ese proceso, no son los mismos quienes hablan ni quien los so-
mete a la crítica histórica con sus preguntas y sus escritos. Surge la posibilidad, en con-
secuencia, de pensar estos cambios e intercambios como pasos para la construcción de
309

una voz histórica, y de una forma de narrar el pasado, particulares a una clase o grupo,
que comparte los criterios de validación de la disciplina, pero que no se subordina com-
pletamente a ellos, ya que la legitimidad más importante no es ante los pares académi-
cos, sino ante la experiencia que busca verse reflejada en ella. De este modo, hacer la
historia de los sectores populares no es sólo tomarlos como objeto, sino ubicarse desde
una perspectiva de clase moldeada histórica y culturalmente. Como sostiene Jean
Chesneaux (1984:162 ss.), no se trata de escribir sobre ellos, sino con ellos.

Guiones

La cuestión no es retórica: mientras nos perdemos en estas disquisiciones, ellos,


nuestro “objeto de estudio”, se apropian por su parte de los resultados de nuestro tra-
bajo, que los contiene, y lo incluyen en su propia historia, como hitos en un proceso que
los precede y los excede.
Un año antes de la salida del libro, algunos de los trabajadores navales y sus fami-
lias inauguraron el Monte de los Navales, en el Paseo de los Derechos Humanos, en Vi-
lla Lugano, y allí me dieron una sorpresa. Antes de hincar en la tierra una silueta del
barco que Carlito había recortado en un hierro, con una leyenda grabada con soldadora
que decía “Compañeros, hasta la victoria siempre”, éste tomó el micrófono, me llamó al
frente, y ante representantes de los organismos de derechos humanos y otros familiares
dijo:
Por su trabajo y el que está haciendo, quiero nombrarlo compañero naval
honorario, por lo que hace por nosotros, nos ha ayudado a juntarnos.

Su gesto tenía un gran peso: si bien yo ya no trabajaba en el archivo para el que


inicialmente había recopilado los testimonios, con esas palabras yo ya era “uno de
ellos”. Así, los entrevistados para una recopilación de testimonios se habían “apropia-
do” de ese trabajo académico y le daban un sentido propio.
Este no fue un episodio aislado. Unos meses después de la salida del libro, en 2007,
una de mis alumnas me contó que le había llevado Los zapatos a un compañero de mili-
tancia suyo que estaba preso. El resultado fue una carta en hoja de cuaderno que llegó
a mis manos y que me quema cada vez que la leo:
310

Federico Lorens permítame presentarme, yo soy José Villalba un campesino


expulsado por la miseria de Santiago del Estero a esta gran ciudad, con la
ilusión de un nuevo amanecer para sueños irrealizados. Pero como a muchos
trabajadores, también me golpeó la realidad de la violenta injusticia patro-
nal donde nos esclavizan doce o catorce horas y a gatas alcanza para el pu-
chero.
Hoy me encuentro preso por no resignarme a las injusticias, culpable por
hartarme y decir basta, de tanto abuso, culpable por luchar por un futuro
para mis hijos y los de los cumpas. Seguramente a este gobierno que no
sabe de hambre, armarme una causa no le costó demasiado, cree que así
pueden callarnos. Que equivocados están.
Pero no es éste el motivo de mi carta sino decirle que pude leer su libro, Los
zapatos de Carlito, y quería felicitarlo. Usted me ha sacado de aquí, mos-
trándome y haciendo vivir la experiencia de los navales.
Yo no sé si usted ha tomado consciencia de la herramienta que nos ha forja-
do a los trabajadores, con su libro que ya no lo es, ya nos pertenece. Sus pá-
ginas vivas me dieron la fuerza, fortaleza y convicción de que no estoy solo,
que nuestra clase lucha, lucha y luchará siempre hasta lograr su liberación.
Seguramente su libro no será recomendado como texto de estudio de nues-
tra historia en las escuelas, ni llegará a ser un best seller, pero será para no-
sotros los trabajadores la mejor herramienta de aprendizaje. (Yo en particu-
lar la utilizaría como material de formación de unas cuantas direcciones de
izquierda).
En su libro usted dice que le otorgaron el mejor título que tenga, lo llama-
ron compañero, pues es así compañero, llévelo con alto orgullo, ser compa-
ñero para nosotros tiene contenido, usted lo refleja en su libro, los compas
no se equivocan, sino, le hubieran dicho Fede, Lorenz o profe pero no, lo
llamamos compañero, es reconocido de nuestra clase. Como usted dice com-
pa que los zapatos de Carlito seguramente le van grande yo no sé si es así,
pero de lo que sí estoy seguro mi chango es de que está creciendo y que se-
guramente vas a tener la misma talla. Todo depende de vos cumpa.
311

Bueno compañero espero le llegue mi humilde opinión, continúe en la senda


de nuestra clase.
Espero poder charlar en otra oportunidad y en otra situación, seguramente
se dará en el tiempo.
Lo saludo fraternalmente
compañero Federico

José Villalba
Preso político
Comisaría 1ª de Moreno

El “Negro” Villalba, además, había reconocido en la fotografía de la cubierta del


libro a su hermano (que había participado en la toma), con quien hacía décadas que no
se veía. Pero lo importante es que para este militante preso, había una cuestión muy
clara: el libro ya no era mío (“su libro que ya no lo es, ya nos pertenece”), sino que pa-
saba a ser una herramienta de un colectivo más amplio, de una clase. Uno de sus inte-
grantes, como antes Carlito, me elegía como parte de esta, a la que había ingresado
desde otro lugar (“le hubieran dicho Fede, Lorenz o profe pero no, lo llamamos compa-
ñero, es reconocido de nuestra clase”), pero estaba en el recorrido intelectual que yo hi-
ciera, en mis decisiones, la posibilidad de honrar esa distinción (“Como usted dice com-
pa que los zapatos de Carlito seguramente le van grande yo no sé si es así, pero de lo
que sí estoy seguro mi chango es de que está creciendo y que seguramente vas a tener la
misma talla. Todo depende de vos cumpa”).
La letra pequeña y esforzada de la carta, el rostro acalorado de Carlito enredán-
dose con las palabras, son también fotogramas de una película, evidencias de una idea:
que más allá de los recaudos y pruritos metodológicos del historiador, hombres y muje-
res atravesados por la Historia rompen la distinción analítica entre la historia que se
escribe y la historia que se hace, poniendo la primera al servicio de la segunda, e inclu-
yendo al historiador en ese proceso. No existen distinciones entre una y otra Historia
para Villalba. Preso, ha leído un libro escrito por un historiador como la evidencia de
que “nuestra clase lucha, lucha y luchará siempre”.
312

Voces

¿Qué hacer frente a estas situaciones? Evidentemente, se trata de una nueva visi-
ta a la vieja pregunta acerca del sentido de nuestro trabajo como historiadores. Tomar
el desafío de responderla implica, por lo menos, la necesidad de pensar los límites disci-
plinares, tanto formales como conceptuales. La figura del historiador es cambiante en
este espacio de frontera, donde hay mestizajes de discursos, legitimidades y validacio-
nes. Traductor, intérprete, compañero, extranjero... Probablemente, una alternancia
de todos estos papeles. Mientras tanto, una pregunta emerge de esos cambios de perso-
naje: ¿cuál es la voz específica para los trabajadores, para un tipo de experiencia histó-
rica y social concretas?
Durante una entrevista abierta que le hice a Carlito y a Luis Benencio, uno de sus
compañeros, las diferencias de percepción en términos de clase aparecieron claramente
marcadas en la intervención de uno de los participantes en la actividad. Éste inició una
larga intervención muy crítica a los Montoneros y hacia su política, desde la idea de
que esa organización guerrillera había sido la responsable de la destrucción de numero-
sas iniciativas subordinadas a esa experiencia político militar. Asumía una mirada do-
minante en muchas de las lecturas analíticas sobre la época: la experiencia de la lucha
armada había subordinado otros frentes a esa política guerrillera, y a la vez, la conse-
cuencia analítica era que aquellos años complejos y riquísimos en diferentes tipos de
organización social revolucionaria también eran leídos a través del prisma que jerar-
quizaba la lucha armada.80 Al finalizar su parlamento, dijo:
¿Cómo evalúan ustedes qué pasó cuando llegó Montoneros, estos protecto-
res?
Quien le respondió fue Luis Benencio, Jaimito:
Yo me voy a remitir a un punto. Porque en general hay una
subestimación de nosotros los laburantes que se da seguido. Digo, a mí me
pasa seguido. Cuando me invitan a hablar, me dicen “Bueno pero ustedes
fueron este, digamos captados por los Montoneros y después a partir de
ahí hicieron todo lo que quisieron”... Yo no me sentí jamás así... En el caso

80A la vez, este tipo de asunciones tiene consecuencias impensadas, como legitimar involuntariamente la
construcción procesista sobre el período, a saber: que la guerrilla manipuló a sus cuadros, malversó sus
voluntades y los utilizó.
313

nuestro no pasó nada de eso. ¿Por qué? Primero porque como les
confesaba recién, yo aprendí a pensar, también, no mucho, pero un
poquito, y eso me posibilitó poder discernir qué era lo bueno y qué era lo
malo para mí. Lo que pasó concretamente con Montoneros teníamos una
ambivalencia ahí [...] Porque nosotros duramos tanto, y tuvimos tanta
fuerza, y pudimos hacer lo que hicimos no porque nosotros éramos
valientes, sino porque también había un miedo hacia nosotros que si a
nosotros nos pasaba algo iba a intervenir la organización. Y lo segundo y
que es lo central para mí [...] es que nosotros cuando se acerca la JTP y
empezamos a transitar el camino, nada fue fácil, fue todo una discusión
muy, muy grande [...] Los que sabíamos lo que había que hacer dentro de
fábrica éramos nosotros. Digo, no nos subestimen tanto, nosotros también
sabemos discernir entre lo bueno y lo malo.81
Al responderle, Jaimito lo hizo desde otra concepción de la experiencia histórica y
de la política, más sencillamente, desde otra historia vivida, y reivindicó la agencia de
los actores que en la pregunta aparecían sometidos a fuerzas y orientaciones políticas
en gran medida externas a sus voluntades.
Para el autor de la pregunta, los Montoneros eran los protectores, es decir, los tra-
bajadores eran los protegidos, los guiados (erróneamente o no) o descuidados por la gue-
rrilla. Pero para Jaimito, “cuando se acercó la JTP empezaron las discusiones”. En la
brecha entre ambas asunciones, vive la posibilidad de recuperar un lugar para la expe-
riencia de clase a la hora de pensar la confrontación social de los años setenta y, especí-
ficamente, la de los trabajadores. ¿A dónde, a quiénes “se acercó” la JTP?
¿Cómo puede un historiador dar cuenta de ellas? En primer lugar, esforzándose
por asumir la perspectiva de los seres humanos que estudia, desnaturalizando las ma-
trices conceptuales desde las que se aproxima al período.

La casa a medio construir

En términos históricos, la extrapolación de lecturas políticas, la exportación e ins-


talación de formas de acción tuvo consecuencias en ocasiones fatales sobre los protago-

81 Entrevista abierta a Luis Benencio y Carlos Morelli, Cátedra Abierta, CePA, 7/10/2006.
314

nistas de esta historia. En otro fotograma, veo ahora una pared de ladrillo a la vista,
una casa a medio construir, como millares de las que se levantaron en la periferia de las
grandes ciudades como fruto del esfuerzo de los trabajadores, migrantes internos, de
países limítrofes, actores todos de un mundo cultural construido en la Argentina duran-
te décadas.
Martín Toledo, delegado en astilleros Mestrina, integrante de la misma agrupa-
ción que Carlito y Luis, está desaparecido. Era chaqueño, hijo de un militar. Eligió otro
destino para él, y se mudó al Delta, donde entró a trabajar en los astilleros y comenzó a
militar políticamente. Cuando el peligro para los militantes más conocidos aumentó,
recibió la orden de clandestinizarse y dejar su casa. Se lo llevaron de una obra en cons-
trucción, la nueva casa que se estaba construyendo. Martín se negaba a mudarse ante
instrucciones de sus responsables de la organización Montoneros. Tampoco quería reci-
bir una suma fija, ser un militante rentado, pues él se consideraba un trabajador.
La respuesta de Toledo ante la amenaza represiva surgió desde su experiencia de
clase, desde una serie de valores y jerarquías que lo llevaron a participar en el frente
sindical de una organización armada. Valores y jerarquías, cosmovisión obrera que no
necesariamente tenía que ver con lo que Montoneros asignaba -también desde su ima-
ginario- a los obreros que militaban en sus filas.
En la dramática historia de Martín, el desafío político enunciado por una organi-
zación revolucionaria es respondido desde las experiencias y expectativas de clase de un
trabajador argentino de la década del setenta. Toledo, desde su memoria histórica de
obrero, abandonó su casa construyéndose otra, en el mismo barrio, cerca de la que se
había levantado inicialmente cuando dejó su provincia, al igual que miles de argenti-
nos.
Conocí a su hijo, también llamado Martín, el día de la presentación de mi libro. A los
pocos días me escribió:
Yo te cuento que estoy terminando de leer el libro y por ahora me esta ayu-
dando a entender e interpretar muchas cosas que si bien sabía pero la inter-
pretación la ponía la persona que me lo contaba, no se si me entendés, que
cada uno cuenta la historia de acuerdo a como lo vivió o de acuerdo a su
ideología o interés en esos tiempos. Pero con tu libro me da la posibilidad de
ver (según mi criterio) los errores y aciertos que tenían en su forma de lucha
315

obrera y todo lo que eso acarreaba y es realmente como me decían esa noche
de la presentación, es para discutir bastante sobre el tema
Mi libro, “que ya no era mío”, me abría una dimensión más: la posibilidad de que
una hija se acercara a la historia de su padre, y la de que Martín retomara desde otro
lugar la lucha de éste.
Anoche termine de leer el libro y hoy se lo paso a mi hermana ya que se la
noto interesada por leerlo, se ve que desde hace 2 años se le dio por interio-
rizarse en este tema y para los 30 años del golpe me acompaño a la marcha
en el centro, cosa que me asombro y me encanto que se venga ella y su hija
mayor así como mi hija mayor también nos acompaño, para mi fue algo
muy especial ese día así como todos los 25 de septiembre, pero será que te-
nia que ser así el tema, por eso digo que creo en la justicia de dios y el será
quien castigue a los responsables de tremenda locura en contra de gente que
solo aspiraba y luchaba (con aciertos y errores no?) para un país mas equi-
tativo y justo para los que somos trabajadores y yo siempre digo que la his-
toria se tiene que volver a repetir, mas en lo que yo me dedico que es ser
chofer de micros de larga distancia, por la explotación que existe de los tra-
bajadores, de la burocracia y patoterismo sindical actual, ya que si sos de
ciertos ideales te tratan de zurdo, tenés que seguir la línea que te dan ellos y
los compa que se la aguanten, este año arme una lista para delegado,(se lle-
va en la sangre esto) y la perdimos en la gral por 3 votos, y creemos que en
el gremio no somos de su gusto, nos miran como zurdos o con mentalidad
guerrillera como pusieron en un panfleto en obvia referencia a mi y mi his-
toria, no? pero lo bueno es que nos respetan bastante eh. Por eso te digo que
10 termos de mate no van a alcanzar para contarte nuestra historia.82

Correo
Recibí un larguísimo correo electrónico de un compañero de estudios, Enrique,
también profesor de Historia y militante durante los años setenta:

82 En todos los casos he respetado la ortografía original.


316

Un buen ejemplo de lo que estoy diciendo es algo que tal vez para muchos
lectores de tu libro pase desapercibido, pero para mí que tengo algunas vi-
vencias de la época no se me ha escapado.
Me refiero a la inclusión de “factores humanos” en la explicación. Concre-
tamente a la dificultad que tenían los tipos de hacer una vida distinta a la
que habían hecho toda la vida, como por ejemplo mudarse, tomar medidas
de seguridad, son aspectos que pueden parecer intrascendentes, pero no lo
son. Yo tuve la suerte de tener dos amigos de Las Flores (uno, desapareci-
do y otro por suerte en vida) que me alertaron de las prácticas políticas
que subordinaban todo a la “orga”, incluida los afectos, y la vida misma y
que ahí estaba el germen del fracaso y también del delirio, porque eso era
incompatible con una política de masas o sea popular. No se podía mandar
militantes a Córdoba o cualquier lado, porque la orga lo necesite, porque si
vos tenés la pretensión que tu política fuera asumida por el conjunto, es
decir que sea popular, tiene que estar pensada para que todos la puedan
llevar adelante, y “todos” significa pensar en un tipo que labura y que tie-
ne dos o tres hijos. Y si esa persona no puede llevarla adelante, la propues-
ta tiene una falla de origen si tiene la elevada pretensión de ser popular.
Los “factores humanos” que rescata Enrique son sentimientos y pasiones que
orientaron acciones políticas y decisiones de seres humanos de carne y hueso, en el caso
que yo estudié, trabajadores. Me decía más adelante:
Por último encontré que el relato tiene un lenguaje acorde a la historia na-
rrada. No es que uno se imagine “masas obreras” leyendo libros de histo-
ria, lo que sí obligaría a un esfuerzo de los historiadores, sino porque en es-
te caso particular, seguramente a vos mismo, te hubiera resultado insopor-
table que los protagonistas sobrevivientes de la historia no hubieran podi-
do leer su propia historia.

La película por hacer

Este texto es un recorrido provisorio e incompleto por la historia de una investi-


gación. Fotografías sueltas, caídas de alguna valija en una huida precipitada o salvadas
317

del naufragio, ofrecen sin embargo un sentido cuando las pensamos en términos de
reapropiación social de la Historia y de reparación. Las preguntas del historiador pue-
den construir lazos que exceden la elaboración de una argumentación de acuerdo a las
reglas del arte acerca de un proceso histórico determinado. Cuando de la historia re-
ciente se trata, se producen lazos con y entre las personas; el historiador contribuye a
tejer una trama en la que no queda atrapado, sino de la que es parte, conscientemente,
o lo hacen parte, pues en este tramado los hilos se cruzan, se trenzan, y entonces el re-
sultado es un hilo diferente.
Se trata, en una pequeñísima escala, del fenómeno contrario a la represión dicta-
torial. Hilos invisibles e impensados adensan un tejido muy dañado por años de repre-
sión y silenciamiento. El desafío es no sobredimensionar los efectos de nuestro trabajo,
sino colocarlos en su justo lugar: como parte de un proceso colectivo en el que otros
hombres y mujeres actúan sus propias historias, independientemente de que escriba-
mos o no sobre ellas.
Esto, por supuesto, tiene consecuencias para el ego de muchos investigadores: en
la construcción colectiva y popular de un relato histórico, los historiadores aportan un
saber específico pero no son las únicas voces autorizadas para hablar sobre el pasado.
Dos caminos se abren frente a esto: en primer lugar, el refugio en la disciplina, y la
erección de barreras formales que aíslen la “contaminación” que otras formas de contar
la Historia producen. En segundo término, la posibilidad de tomar este hecho de la
realidad como un desafío para explorar diferentes concepciones en torno a la idea de la
escritura de la Historia que orienten nuestro trabajo.
Si nos inclinamos por la segunda posibilidad, el fotograma del historiador sentado
frente a sus papeles, su pantalla y sus grabaciones será uno más en una película más
amplia. Y, como en la escena final de Cinema Paradiso, el premio será, por fin, una his-
toria realizada por estar en rodaje, las ausencias respondidas y cubiertas; vueltas a la
vida como los fragmentos censurados. Una película con las escenas hasta ahora no vis-
tas, silenciadas, ocultadas, por fin en acción, con vida y en movimiento, ya no imágenes
congeladas en el dolor, el silencio y la frustración.
La escritura de la historia, de este modo, encarna la posibilidad de la imaginación
del futuro. Organiza el pasado en un relato de luchas dentro de las que aún los dolores
más inverosímiles y crueles adquieren un sentido. No como una justificación, sino como
318

la explicación necesaria para elaborar nuevas formas de lucha y organización. La inter-


vención del historiador, en consecuencia, no es el mero ejercicio intelectual que vuelve
inteligible el pasado, sino el mecanismo mediante el cual las experiencias de lucha son
apropiadas de un modo crítico que permite instalar un nuevo horizonte emancipatorio,
el anuncio de que la esperanza nueva y vieja a la vez continúa viva allí donde parecía
no quedar nada más que el recuerdo del dolor.

BAUMAN, Zygmunt (2005) Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Buenos


Aires: Paidós.
CHESNEAUX, Jean (1984) ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la Historia y de
los historiadores, Buenos Aires: Siglo XXI.
LORENZ, Federico (2007) Los zapatos de Carlito. Una historia de los trabajadores navales
de Tigre en la década del setenta, Buenos Aires: Norma.
319

Coda
320

(D) efecto de forma. Fascinación y mito en los relatos sobre utopías

Marisa González De Oleaga

Hay que considerar a la ontología crítica de noso-


tros mismos … como una actitud, como un ethos,
como una vida filosófica en la que la crítica de lo
que somos es, simultáneamente, un análisis históri-
co de los límites que nos son impuestos y un expe-
rimento de la posibilidad de rebasar esos mismos
límites
Michel FOUCAULT, ¿Qué es la Ilustración?

Tres puntos de fuga


*
Las colonias utópicas proliferaron en algunos países de América Latina durante
los siglos XIX y XX.83 Cooperativas anarquistas, falansterios fourieristas, comunida-
des anabaptistas y colonias étnicas son sólo algunos ejemplos de la variedad y riqueza
de estos modelos sociales, políticos y económicos del continente. En Paraguay, ese pe-
queño y desconocido país mediterráneo, las colonias utópicas, religiosas y políticas tu-
vieron una presencia muy notable en su historia nacional. Después de la debacle demo-
gráfica a consecuencia de la guerra (1865-1870) sucesivos gobiernos intentaron atraer
colonos europeos para repoblar el país, en clara competencia con otros estados limítro-
fes (Rivarola 1993:26 ss.; Fischer 1997). Así fueron llegando alemanes, suizos, austra-
lianos y grupos religiosos procedentes de Canadá y Rusia. Para los gobiernos paragua-
yos eran colonos disciplinados dispuestos a trabajar y contribuir al desarrollo del país,
pero estos inmigrantes traían, muchas veces, ideas muy precisas acerca de cómo debían
organizarse: anarquistas, socialistas, anabaptistas, hutteritas son sólo algunas de las fi-
losofías políticas y religiosas que portaban junto con su equipaje. Proyectos utópicos

83Este trabajo es parte del proyecto de I+D “Liberalismo y utopía en América Latina. Colonias experi-
mentales en Paraguay, Argentina y México, 1840-1960” HUM-2005/03777, financiado por el Ministerio
español de Educación. Quiero agradecer las sugerencias de Ernesto Bohoslavsky, María Obligado y En-
rique Ibáñez que han mejorado sensiblemente el texto original. Salvo que se indique lo contrario, todas
las traducciones aquí incluidas son mías.
321

como los señalados pero también distópicos84, como Nueva Germania, la colonia racista
y aria fundada por Elizabeth Nietzsche en medio de la selva paraguaya.
Sin embargo, estos experimentos de carácter comunitario no han recibido dema-
siada atención por parte de la historiografía y otras disciplinas sociales, más preocupa-
das por la creación y consolidación de los estados nacionales y el desarrollo de la ciuda-
danía. Como si se tratase de experimentos fallidos a los que es mejor olvidar, estas ex-
periencias against the grain, a contrapelo, no han convocado el interés de los analistas,
pero han sido territorio propicio para periodistas, literatos y viajeros. Sobre las colonias
utópicas en el Paraguay hay numerosos relatos –lo que sorprende dado el desconoci-
miento de todo lo que atañe a este país- que parecen estar escritos siguiendo la misma
estructura, obedeciendo a un único patrón narrativo, el de los relatos de viajes o relatos
maravillosos, un género que es, en realidad, una encrucijada de textos.85 ¿A qué se debe
esta constante? ¿Cuáles son las razones que explican el desinterés de la historiografía y
de las ciencias sociales por estos experimentos? ¿Qué lógica ha sepultado estas historias
y las ha condenado al recuerdo nostálgico o a una memoria improductiva?

**
Mi primer contacto con las utopías latinoamericanas se produjo en Foz de
Iguaçú cuando leí un artículo en la prensa local sobre Puerto Bertoni/Colonia Guiller-
mo Tell, un asentamiento pretendidamente anarquista fundado en 1893 por un suizo
sobre el río Paraná. Después de esa lectura decidí visitar el enclave, convertido desde
1995 en Monumento Científico. El segundo y definitivo encuentro –que me llevaría a
convertir este tema en un problema de investigación- tuvo lugar en el Public Record Of-
fice de Londres. Trabajando sobre las relaciones políticas entre Inglaterra y Argentina
del siglo XIX me encontré con informes muy pormenorizados sobre la instalación y
desarrollo de las colonias galesas en Patagonia. Mi interés por las utopías surgió como
resultado de la lectura de relatos, los del Almirantazgo y los de un periodista brasileño.
Pero no fue sólo interés lo que consiguieron provocar estas narraciones. Más aún, el
efecto que generaron fue de auténtica fascinación, de irresistible atracción hacia esas

84El concepto de distopía tiene una connotación negativa, toda vez que sería el lugar “no deseable” (Mo-
rris y Kross, 2004:83-84).
85Cuando hablo de relatos o cuentos maravillosos me refiero a la definición de Propp (1998). Agradezco a

Efrén Ortiz Domínguez que me advirtiera de esta pista.


322

comunidades y otras parecidas. No mucho tiempo después comprendería que la fasci-


nación producida por los relatos sobre experiencias utópicas estaba lejos de ser una ex-
periencia individual. Como si se tratara de círculos concéntricos, este flujo de atracción
comenzó con los propios protagonistas de las experiencias utópicas, continuó con todos
aquellos que dieron cuenta de su existencia y siguió con los críticos que comentaron
esos relatos. La fascinación es una emoción particular que no debe ser confundida con
el interés. Sentirse fascinado es estar cautivado, arrobado, absorbido por el objeto que
la genera (Freud 2006). La fascinación resalta la excepcionalidad e irrepetibilidad del
objeto que la produce86. Relatos maravillosos que producen bucles de fascinación,
¿dónde reside esa capacidad? ¿Podemos hablar de una estructura narrativa común a
todos los relatos sobre utopías? ¿La fascinación es un producto de los contenidos de
esos relatos, de la forma de organizarlos o también de otros elementos paratextuales?

***

Como consecuencia de estos fascinantes encuentros textuales, hace poco más de


una década comencé a investigar sobre las colonias utópicas en Paraguay entre 1880 y
1960. Un primer proyecto y después una segunda investigación. En los dos trabajos la
aspiración declarada y explícita de recuperar activamente las historias y memorias de
esas experiencias. En la actual situación de crisis de la subjetividad ligada al Estado
(Lewkowicz 2004), estos experimentos comunitarios, al margen del Estado y/o del mer-
cado, me parecen de sumo interés para todos aquellos actores sociales que intentan en-
contrar caminos transitables en los nuevos paisajes. Así, las comunidades utópicas son
importantes no por lo que han sido sino por el desafío de su propia existencia, por la di-
ferencia que inscribieron –y marcan- en la continuidad histórica. Representan un exce-
so de historia, son la constatación de la pluralidad de pasados, representan lo otro, lo
inesperado. No se trata, pues, sólo de seguir acumulando conocimiento histórico sobre
regularidades sociales y políticas, sino de ofrecer relatos de otros mundos alternativos
que tuvieron lugar, con la esperanza de que esas otras posibilidades contribuyan a rees-
tructurar las experiencias actuales o, lo que es lo mismo, a mostrarnos otras formas de
experimentar lo real. Esos relatos introducen discontinuidad -en nuestras expectativas

86Stephen Greenblatt (1991:42-56) define de forma precisa la maravilla (wonder) como una forma de pre-
sentar un objeto que genera fascinación y la contrapone a resonancia (resonance).
323

sobre el pasado- y diferencia –abren brechas en nuestras expectativas sobre el presente


y el futuro-, ambas condiciones necesarias para repensar, reorganizar y resignificar
nuestras experiencias.
En suma, el propósito de las investigaciones sobre utopías en las que he estado
implicada ha sido y es pensar críticamente estos experimentos comunitarios, apropiarse
de estas experiencias históricas. Las experiencias vividas y recordadas suponen una
inestimable herencia y como toda herencia, exige ser reinterpretada, criticada, despla-
zada, en definitiva, actualizada (Derrida y Roudinesco 2003:9-28). Este tipo de apro-
piación no busca una verdad adecuada a hechos y sucesos sino una verdad operativa,
pragmática, útil (Todorov 1993 y Rorty 1998). ¿Cómo podemos contribuir los historia-
dores a esa apropiación crítica de las experiencias utópicas? Nuestros relatos son una
suerte de canal entre aquellos experimentos y los emprendimientos comunitarios actua-
les, reflejan otros mundos, estimulan el imaginario, resaltan la idea de posibilidad. Pe-
ro, ¿qué tipo de relatos, con qué estructura, propician esta incorporación activa?
Reconocer la naturaleza textual de nuestro trabajo como historiadores nos lleva
a analizar y evaluar los relatos que sobre las colonias utópicas del Paraguay han llega-
do hasta nosotros, sobre los imaginarios construidos con esos relatos y a preguntarnos
por cómo han de ser los que nosotros escribamos, qué efectos pueden tener, qué pueden
hacer –además de decir- nuestras narraciones. ¿Servirán estos relatos para dibujar una
tradición, para trazar una continuidad entre los emprendimientos contemporáneos y
trayectorias históricas o éstas quedarán en el olvido como episodios pintorescos de un
pasado más o menos remoto y aquéllos desposeídos de toda memoria? Seguramente de-
penderá de cómo estén organizados, porque si bien toda historia ha de tener un comien-
zo, un nudo y un desenlace, no tiene porqué ser necesariamente en ese orden87.

Foto fija: las colonias y los relatos

Cinco colonias y, al menos, un relato de cada una.88 Resulta curioso que sean las
colonias con idearios políticos las que concentran narraciones caracterizadas como rela-

87Diálogo entre un reportero y Jean-Luc Godard. Citado en Rosenstone (2007:12).


88 1) Se trata de Colonia Nueva Germania (San Pedro): fundada por Bernhard Förster y Elisabeth
Nietzsche en 1887. Racista y aria, sus descendientes siguen viviendo en la colonia (MacIntyre, 1993); 2)
Puerto Bertoni o Colonia Guillermo Tell (Alto Paraná): casi colonia anarquista fundada en 1893 por el
suizo Moisés Bertoni que no llegó a ser y fue una comunidad familiar. Su último morador muere en 1929
324

tos de viajes, mientras que en las comunidades religiosas se observa una mayor diversi-
dad de formas narrativas, incluidas las propias de las ciencias sociales. Las colonias
utópicas asentadas en Paraguay desde 1870 hasta mediados del siglo XX han sido nu-
merosas, pero las cinco mencionadas han concentrado el interés. Fundadas en distintos
momentos, todas respondían a la política colonizadora de los gobiernos paraguayos que
veían en estos asentamientos la posibilidad de desarrollar el país. Las colonias tuvieron
dos rasgos comunes y característicos: un ideal colectivo, fuera éste de naturaleza reli-
giosa o política y alguna forma de propiedad comunal. Los asentamientos se pueden
dividir en colonias religiosas –mennonitas y hutteritas- y colonias con fines políticos o
ideológicos –anarquista en Puerto Bertoni/colonia Guillermo Tell, socialista en Nueva
Australia/Cosme Colony y racista en Nueva Germania- aunque esta diferencia, a veces,
parece más formal que real. Si bien las colonias fundadas en principios políticos no pro-
fesaban religión alguna, la forma en la que organizaban la comunidad, los rituales que
guiaban su vida cotidiana, la idea de trascendentalidad que manejaban y la estrictas
normas morales exigidas nos permiten hablar de comunidades con una “religión cívi-
ca”, fuera ésta una peculiar interpretación del anarquismo, del socialismo o del racis-
mo89.
Cinco colonias y numerosos relatos sobre ellas. Paraguay no es un país conocido
ni profusamente estudiado. Resulta muy fácil hacer un recuento de los analistas nacio-
nales y extranjeros que han investigado sobre este país90. Por eso sorprende el interés,
traducido en relatos, que han concitado las colonias utópicas allí asentadas. En algunos
casos, son periodistas, escritores o académicos del mismo país de origen que los colonos
los que construyen el relato. Es el caso de Danilo Baratti y Patricia Candolfi que traba-
jaron sobre Puerto Bertoni/Colonia Guillermo Tell y de Nueva Australia y Cosme Co-

(Baratti y Candolfi 1994; 1999); 3) Colonia Nueva Australia y Cosme Colony (Caaguazú): socialista fun-
dada en 1893. En mayo de 1894 Lane y otros colonos se escindieron y fundaron Cosme Colony a 70 kiló-
metros del primer emplazamiento. Lane abandonó esta última en 1899, pero la colonia se mantuvo hasta
1905 (Souter 1991; Whitehead 1997); 4) Colonias mennonitas (Menno, Fernheim y Neuland, Chaco Pa-
raguayo): anabaptistas fundadas en 1927 hasta hoy (Redekop 1980; Dyck y Dyck 1991); 5) Colonias
Primavera (Caazapá): hutteritas. Fundadas en 1945, se trasladan a vivir a EEUU después de la profun-
da crisis de 1960 (Oved 1996; Wagoner y Wagoner 1991).
89 La clasificación de las utopías (literarias y aplicadas) es muy variada. Véanse Hollis (1998) y Trahair

(1999).
90 Además de los investigadores locales –entre los que destaca la historiadora Milda Rivarola- se puede

citar a dos estudiosos norteamericanos que han trabajado su historia política: Harris Warren y Paul Le-
wis. Tal vez sea la etnografía –con figuras señeras como León Cadogan, nacido en Nueva Australia, Bra-
nislava Súsnik, Miguel Chase-Sardi, José Perasso o Bartolomeu Meliá- la disciplina más desarrollada en
Paraguay.
325

lony, que fueron recreados por dos australianos, Gavin Souter y Anne Whitehead. Sin
embargo, en otros casos, no han sido compatriotas los interesados en relatar esas expe-
riencias como sucedió con Nueva Germania, cuya historia ha sido narrada por un fa-
moso periodista británico, Ben McIntyre.
En cuanto a las colonias religiosas la empatía y la pertenencia parecen predomi-
nar. Un número significativo, abrumadoramente mayoritario, de los textos sobre las
colonias mennonitas del Chaco Paraguayo han sido escritos por mennonitas de esas
comunidades, de Estados Unidos o Canadá.91 Otro tanto se podría decir de las Colonias
Primavera, cuya historia conocemos gracias a los relatos de visitantes que profesan la
misma fe. Tal vez el único caso que no sigue esta tendencia sea el de Yaacov Oved, un
estudioso israelí que las ha investigado sin pertenecer a este grupo y desde una perspec-
tiva diferente. Miembro de un kibbutz, Oved se interesa por las experiencias comunita-
rias y lo hace desde el análisis y la valoración de estos experimentos.
Si la pertenencia –nacional y/o religiosa- parece haber signado el interés por re-
cuperar las historias y memorias de estas comunidades, el género en el que han sido es-
critos los relatos de esas experiencias también constituye un elemento común a todos
ellos. Más que un género, se podría hablar de una escritura en busca de género y de una
notable falta de géneros alternativos. La mayoría de los trabajos podrían ser cataloga-
dos como relatos de viajes92. Aunque éste es un género poco estudiado que reúne formas
muy diversas y en el que se mezclan variadas estrategias discursivas, todos los relatos
de utopía analizados incorporan dos elementos, el viajero y el camino (Frye 1990:212-
225), en un triple movimiento: narran el viaje de los protagonistas de la utopía, incor-
poran su propio periplo y repiten este ejercicio con el lector que se desplaza junto con el
protagonista y el narrador.
De igual forma, estos relatos que he clasificado como de viaje participan de una
serie de características comunes. En primer lugar, y en todos los casos, el relato no pre-
tende ser un recuento objetivo sino un ejercicio de descubrimiento de otras formas de
vida atravesado por la autobiografía. No estamos ante un relato científico, como podría
ser el de un naturalista, y tampoco ante una autobiografía, como podría ser el recuento

91 A la espera de una enciclopedia de los mennonitas en Paraguay


www.mennonitechurch.ca/programs/archives/mennoniteshistorian/MHMAR07.pdf
92 La bibliografía sobre el tema no es muy abundante pero existen trabajos de investigación de indudable

interés. Salcines de Delas (2002); Percy Adams (1988); Leeds (1995); Needham (1999); Pratt (1992);
Kupchik (2005).
326

de las peripecias de alguien singular sino ante un género en tensión entre estos dos ex-
tremos. En segundo, se enfatiza mucho lo excepcional y exótico tanto en los contenidos
del relato como en los paratextos del libro, indicando que es esa excepcionalidad y ese
exotismo –no creado sino observado- lo que justifica el relato. En tercer y último lugar,
estos relatos sobre las utopías del Paraguay generan fascinación y, en cierta medida,
cumplen la función de amortiguar la angustia que genera el encuentro con grupos hu-
manos culturalmente muy parecidos, establecidos en entornos culturales y naturales
muy diferentes. Porque siempre se trata de autores que comparten nacionalidad o fe
con aquellos que han convertido en objeto de su relato. Son muy semejantes –hablan la
misma lengua, provienen del mismo país, comparten matrices culturales parecidas- pe-
ro también son sujetos diferentes –integrados en otros paisajes o en otro tiempo-. Este
juego de similitud y diferencia provoca sentimientos muy encontrados pero, por el tipo
de estructura narrativa que se elige, enfatiza la recuperación de una imagen de superio-
ridad de los rasgos culturales de sus lugares de origen, en otras palabras, de la cultura
occidental (Todorov 1993:91-102). No parece una casualidad que todos los trabajos es-
tén escritos en la lengua hablada en los lugares de procedencia salvo el trabajo de Bara-
tti y Candolfi -también publicado en castellano- y el de McIntyre sobre Nueva Germa-
nia, en inglés-, indicando a quienes va dirigido el libro o en quienes los autores pensaron
como lectores ideales, al escribirlos. Escribir en el idioma original de los colonos tam-
bién es una forma de recuperarlos o de reintegrarlos a su cultural original.
Esa tensión entre una pretendida descripción objetiva de la vida en las comuni-
dades y los contenidos autobiográficos del relato parece obedecer a una necesidad del
género de los relatos de viaje que, como en el caso de la antropología, encuentra su au-
toridad en el consabido “yo estuve allí” (Geertz 1989). Por otro lado, este tipo de rela-
tos, al menos los que he escogido como corpus de análisis, participan de una alegoría, la
del salvataje, propia del relato etnográfico93. Son las narraciones de esas experiencias
una suerte de ejercicio de inscripción en la realidad actual, ante la posibilidad de que
ese saber y esa memoria de lo acontecido se pierdan para siempre.

Macrofotografía: fascinación y estructura narrativa

93Clifford (1986) habla de la naturaleza alegórica del relato etnográfico y de las implicaciones políticas y
éticas que supone tal reconocimiento.
327

“Natura, la bella celosa oculta sus primores a quien no se dedica fielmente y


con toda el alma a su admiración, en el teatro mismo de sus triunfos” (Moisés
Bertoni, en Baratti y Candolfi 1999:113)
“La inmensa naturaleza que se extendía ante mis ojos como una provocante si-
rena me invitaba a gozar de sus bellezas. Yo me lanzaba con fervor a esa invita-
ción” (Moisés Bertoni, en Baratti y Candolfi, 1994:45)
“Obras como el gran salto del Guayrá no se describen: se admiran. Las escenas
de la naturaleza inspiran al poeta: el Guayrá es de aquellas que lo enmudecen
(…) y el estruendo que enmudece al trueno, en la soledad imponente de la selva
–todo aquello ahoga la palabra, confunde a la razón y somete al corazón a los
más diversos y encontrados sentimientos” (Moisés Bertoni, en Baratti y Can-
dolfi,1994:129)
“Lo más fascinante de todo para mí lo constituyó la historia no escrita de Nue-
va Germania, la colonia racista que Elisabeth (Nietzsche) ayudó a fundar en el
corazón de Sud América hace ya casi un siglo [...] Pero Elisabeth Nietzsche no
fue sólo una mujer intolerante, ambiciosa y testaruda (aunque fuera esas tres
cosas y más), también fue una mujer de extraordinario coraje, carácter y [...]
audacia (chutzpah)” (McIntyre, 1993:xi-xii)
“Una idea brillante y su realización…contiene una trepidante escritura de via-
jes e información de un tipo fantasmagórico pero fascinante” (Steiner, 1992:
122)
“Un texto fascinante, provocativo y muy excéntrico que es, en parte, biografía,
en parte diario de viaje y en parte una historia de intriga” (Kakutani, 1992)

Podría reproducir muchas más citas en las que aparece la palabra fascinación o
algunos de los ingredientes que acompañan a esa emoción provocada por la excepciona-
lidad o la irrepetibilidad de lo visto o vivido (véase en esta misma compilación el mag-
nífico trabajo de Anne Whitehead sobre Nueva Australia/Cosme Colony, que relata la
fascinación que le produjeron los primeros encuentros con los descendientes de los colo-
nos). Y esto es así tanto en los protagonistas de las experiencias utópicas –por ejemplo,
en la relación de Bertoni con la naturaleza- como en aquellos que relatan esas experien-
cias de segunda mano –el caso de MacIntyre con el experimento racista de Nueva Ger-
328

mania- o los críticos –Steiner o Kakutani- que valoran los relatos. Bucles de fascinación
que hacen pensar en algún elemento común a estas narraciones que les permite provo-
car esa sensación.
En principio, no sabemos qué produce fascinación –como atracción irresistible y
fuerza centrípeta que ocluye cualquier posibilidad de intercambio- pero sí podemos in-
tentar encontrar algo común en todos los casos. Parece una idea plausible que si todos
los relatos producen fascinación es porque contienen algún ingrediente similar. Si hay
un efecto común puede que haya una causa conjunta. Si nos atenemos a los contenidos
de los relatos, en todos hay una constante en la estructura narrativa -eso que tradicio-
nalmente se ha llamado “asunto” o “argumento”- y en la forma de organizar los conte-
nidos. Independientemente de la variedad de acciones y personajes que aparecen en ca-
da relato todos cumplen funciones comunes y que pueden traducirse de la siguiente
manera:
El sujeto -individual o colectivo- que protagoniza el relato abandona las comodidades
de una ciudad moderna para lanzarse a la aventura en un país desconocido con una natura-
leza misteriosa, a veces generosa, a veces aterradora, y logra, pese o gracias a su sufrimiento,
domesticar esa naturaleza salvaje y redimirla para el bien de la humanidad. Es el suyo un
viaje sin retorno, sólo de ida porque aunque volviese a su país de origen ya no sería el mis-
mo, ya que paga su valentía y empeño con la vida/identidad. En este drama en el que el su-
jeto protagonista decide cambiar la comodidad de lo conocido por el riesgo de lo ignoto hay
una recompensa que nunca disfrutará, legada al conjunto de los mortales: una obra intelec-
tual fascinante o importantes valores morales, la fuerza de quien se atrevió a ir más allá de
lo conocido. Pero también se esconde un peligro: la posibilidad de que ese legado se pierda
para siempre, debido a la desidia, el descuido o la indiferencia de los hombres. Peligro del
que advierte y que intenta conjurar el autor del relato con una narración que es una manera
de que el protagonista regrese a su lugar de origen y pueda descansar en paz.
En todos los casos se reproduce en los relatos una estructura constante: separa-
ción, iniciación y retorno. A pesar de las diferencias entre las historias, estas tres funcio-
nes son comunes (Propp 1998). Los protagonistas parten y se separan de su lugar de ori-
gen, de lo conocido e inician una aventura en territorios ignotos a los que generalmente
llegan más por azar y casualidad que como resultado de una elección deliberada. Ber-
toni parte asqueado de la decadencia de la vida moderna y en busca de un ideal de vida
329

natural que primero intentará materializar en la Argentina y luego en el puerto que


lleva su nombre en Paraguay. Lane, por su parte, se aleja de Australia después del fra-
caso de la huelga de esquiladores de 1891, convencido de que sus ideales socialistas sólo
podrían llevarse a cabo en América del Sur, primero en Argentina, después en Para-
guay. El alma mater de Nueva Germania, Elizabeth Nietzsche, abandona su Alemania
natal para seguir a su marido, el Dr. Bernhard Förster y constituir en aquella terra in-
cognita, pretendidamente vacía, su distopía racista aria. Otro tanto se puede decir de
los hermanos hutteritas de las Colonias Primavera. Durante la Segunda Guerra Mun-
dial, la Bruderhof, exiliada en Gran Bretaña, buscó cobijo para su estilo de vida y
creencias, -anabaptistas, pacifistas y con fuerte espíritu comunitario- en el lejano Para-
guay, en lo que se pretendía fuera “su refugio temporal” y que lo acabó siendo durante
más de veinte años. Por último, y siguiendo un peregrinaje parecido, los mennonitas
también abandonaron varios países (Rusia, Canadá, México), empujados por las exi-
gencias de los estados en formación, para recalar en “el nuevo paraíso” chaqueño –una
densa “selva espinosa”- donde vivir según sus tradiciones religiosas –anabaptistas y
pacifistas- y culturales –entre las que destaca el plattdeutsch como lengua madre-.
En todos esos casos los relatos singularizan, describen y reproducen esta primera
función o etapa. Podrían haber señalado otras o haber centrado la narración en un as-
pecto diferente. No hay nada de natural en recortar la separación del país de origen
como elemento inicial, disparador del relato. Se me ocurre que en el caso de Bertoni la
omnipresencia de su madre (como ejemplo de una peculiar estructura familiar), que de-
ja a su marido y acompaña al hijo, podría haber sido uno de los muchos aspectos orga-
nizadores del relato. La marca de la separación del lugar original (entendido como terri-
torio nacional) es más nítida en los casos de Bertoni, Lane y Nietzsche que en los de los
mennonitas y hutteritas por una sencilla razón. Los primeros forman parte de un mun-
do y de un registro cultural en el que lo nacional es un patrón organizador, mientras
que los segundos lo hacen en un ámbito donde el criterio regulador es siempre una
combinación étnico-religiosa y la organización nacional un estorbo a sus pretensiones
de independencia.
De igual forma, la segunda etapa que organiza los relatos, la iniciación y prueba,
está presente en los cinco casos señalados. La separación da lugar a una iniciación, a un
camino distinto por el que transitar y en ese nuevo comienzo los protagonistas van a
330

encontrar la ayuda de un ser sobrenatural, Dios en las colonias religiosas o entidades


poderosas como la naturaleza o una ideología trascendente. Los protagonistas de estas
historias no alcanzan su objetivo fácilmente. Deben pagar un precio, no win without
loss, y ese pago se organiza en torno a una prueba. Pagan por su deseo y el precio, en
ocasiones, resulta muy elevado. Los seres sobrenaturales que los ayudan y guían o las
entidades naturales y políticas que, sin ser sobrenaturales tienen enormes poderes,
prueban a los protagonistas y esas pruebas marcan una inflexión en el relato. Las na-
rraciones sobre Nueva Australia nos muestran a un Lane obsesionado con el ideal socia-
lista, fijado en la construcción de su Workingman’s Paradise, sometido a una prueba de
la que no saldrá airoso: aceptar el abismo entre sus ideales y la realidad humana y so-
cial. El fracaso le conducirá a organizar otra comunidad, Cosme Colony, en la que in-
tentará materializar sus convicciones. Las narraciones sobre Puerto Bertoni/Colonia
Guillermo Tell hablan de un protagonista confiado en los poderes y en la ayuda de la
naturaleza, una naturaleza dual y ambigua, ubérrima y de la que depende el sustento y
la vida pero que también lo pone a prueba: la muerte de su hija Inés y la pérdida de su
herbario –su trabajo de muchos meses- debido a una inundación en Misiones son parte
del pago que Bertoni hace por sostener sus ideales. Algo parecido registra la historia de
Nueva Germania. Un ideal, la pureza de la raza aria, es el mandato que guía a los
Förster-Nietzsche en su intento de organizar y mantener la colonia en Paraguay. Y ello
se hará a pesar de las pruebas que se imponen a la protagonista: las acusaciones de los
colonos, el suicidio de su marido, la deserción de los campesinos. Mennonitas y hutteri-
tas, con muchos rasgos comunes, cuentan, según los relatos, con la ayuda de Dios, que
es quien comanda sus vidas y les impone más de una prueba para llevar adelante su
reino en la tierra: la muerte de cientos de los recién llegados por enfermedades, malnu-
trición y terribles condiciones climáticas y las crisis internas de las colonias que cues-
tionan su supervivencia.
Separación, iniciación y retorno son las tres funciones comunes a todos los rela-
tos. Un retorno que no tiene por qué ser físico y siempre es simbólico. Bertoni muere en
1929 en Foz de Iguazú y descansa como reza el cartel (instalado por la empresa hidro-
eléctrica Itaipú Binacional) “en una plenitud misteriosa bajo este majestuoso árbol de
ciprés” en Puerto Bertoni. Nunca regresó a su lugar natal, pero el relato se organiza en
torno a otro tipo de regreso, según el cual su muerte –su vuelta a la naturaleza- permite
331

la donación de un legado –su sabiduría, su ejemplo- al conjunto de la humanidad.


Tampoco los mennonitas retornan a sus lugares de origen (siendo ese lugar más compli-
cado de establecer dada la diáspora secular de la comunidad) pero las historias que se
cuentan sobre ellos enfatizan ese regreso simbólico, la consecución de sus objetivos, su
capacidad para mantener sus tradiciones y ser, al mismo tiempo, económicamente muy
exitosos. Los hutteritas del Paraguay vuelven a desplazarse en 1960 (después de la que
se llamó la “Gran Crisis”) y se instalan en Nueva York. Los relatos sobre este suceso y
el desarrollo posterior de la comunidad también consignan este regreso, al verdadero
camino, y la herencia simbólica que ello supuso para los protagonistas y nuevos miem-
bros.
Más complicados son los casos de Lane y Elisabeth Nietzsche. A Lane se le acu-
sa de autoritario y purista y a Nietzsche de haber malversado los fondos de los colonos.
Ambos regresan (físicamente), después de sonados fracasos, a sus lugares de origen. No
lograron, parecen decirnos los relatos, superar las pruebas impuestas por sus ideologías
o los límites establecidos por la realidad. Sin embargo, es tal el poder de la estructura
narrativa que estoy describiendo, tal la fuerza de esa trama, que hay una suerte de re-
greso y donación. Lane regresa a su país: Nueva Australia y Cosme Colony acabarán
disolviéndose como comunidades socialistas y las tierras loteadas y cedidas a los colo-
nos. Pero aún en este caso, los relatos recogen el legado de su memoria. Fracasó, pero
fueron esos colonos y su líder los que sentaron las bases para que naciera y se desarro-
llara en la comunidad una personalidad como el gran antropólogo León Cadogan, espe-
cialista en los Mbyá-guaraní y en los indios Aché, reconocido por Levi-Strauss como la
máxima autoridad en estas culturas y defensor de los derechos indígenas del Paraguay
(Arens 1976). Lane en cierta medida fracasó, pero dejó su legado, un testigo que fue re-
cogido por este muchacho nacido en Nueva Australia, descendiente de los colonos y que
retoma la lucha. El relato sobre Nueva Germania, toda vez que se trata de una distopía
o de un ideal muy poco o nada simpático, es aún más elocuente, si cabe. Elisabeth re-
gresa a Alemania y entablará, décadas después, una excelente relación con el partido
nazi y con su promotor. Pero incluso en este caso la historia se organiza en torno a un
regreso y legado peculiar. El autor enfatiza el lado oscuro y terrible de un experimento
que años después llevaría a campos de concentración y cámaras de gas a millones de
personas y no encuentra forma de justificar el legado, como no sea como contraejem-
332

plo, de la colonia racista de Elisabeth. No obstante, la fascinación sigue operando y la


protagonista es vista como una mujer con enorme energía, con “extraordinario coraje y
carácter (…) y chutzpah”. No me cabe ninguna duda de que Ben MacIntyre, el autor
del relato, no siente ninguna simpatía o afinidad ideológica con Eliusabeth Nietzsche y,
sin embargo, no puede sustraerse a su atracción y tiene que buscar alguna razón (su
bravura, su capacidad para traspasar los límites, para atreverse a ir más allá de lo co-
nocido) que justifique su interés. Y la encuentra en las cualidades personales de la seño-
ra, es una suerte de legado personal, de ejemplo individual descontextualizado.
Separación, iniciación y retorno constituyen la estructura narrativa de los relatos
sobre utopías en Paraguay. Pero además de esta estructura narrativa común hay otro
ingrediente interesante: las oposiciones binarias que salpican todos los relatos. Recuer-
do que la crónica periodística que leí en Foz de Iguazú, y que constituyó la primera no-
ticia que tuve sobre Puerto Bertoni, era muy gráfica en este sentido. Su titular de pri-
mera página decía “Bertoni: A Museum in the Jungle” (Un museo en la jungla) y el tí-
tulo del artículo “A Swiss Genius in the Upper Paraná River Jungle” (Un sabio suizo
en la jungla del Alto Paraná) contraponiendo de manera muy clara cultura y naturale-
za. Pero esta oposición o polaridad binaria aparece en la mayoría de los títulos de los
trabajos citados. Sólo a modo de ejemplo: Paradise Mislaid. In search of the Australian
Tribe of Paraguay (El paraíso extraviado. A la búsqueda de la tribu australiana de Para-
guay), el trabajo de Anne Whitehead juega en el título con esa oposición de un paraíso
encontrado, pero extraviado, trastocado, descarriado, (¿infernal?), y una tribu de aus-
tralianos blancos en Paraguay. Strangers become Neighbors es el título del libro de Re-
dekop sobre las relaciones entre mennonitas e indígenas. Aquí, una vez más las oposi-
ciones, en este caso lo extraño enfrentado a lo familiar. El relato de McIntyre sobre
Nueva Germania, Forgotten Fatherland, recrea esa dualidad con un título que alude al
olvido de la memoria (de la patria, el lugar de los ancestros, el lugar de lo que fue). Uno de
los trabajos de Baratti y Candolfi sobre Puerto Bertoni repite este esquema: Vida y
obra del sabio Bertoni. Moisés Santiago Bertoni (1857-1929). Un naturalista suizo en Pa-
raguay reforzando esa oposición entre su lugar natal, ejemplo de progreso, y su patria de
acogida, el ignoto y salvaje Paraguay. Pero las oposiciones semánticas no sólo aparecen
en los títulos, recorren los textos. Se habla de una naturaleza ubérrima y feroz; de una
333

vida de sufrimiento y de redención; de un viaje de ida y otro de vuelta (física o simbóli-


ca); de una donación y de la posibilidad de una pérdida; de un relato y de su ausencia…
Me parece que lo expuesto permite aventurar una primera apreciación sobre los
relatos de las utopías en Paraguay. Tomando la repetición de todos estos ingredientes
podemos decir que los relatos sobre utopías, con su estructura tripartita –separación,
iniciación y retorno- y con la proliferación de oposiciones binarias, son relatos míticos
sobre figuras heroicas que exaltan la irrepetibilidad y excepcionalidad de aquello que
narran y a los que aluden94. Es la estructura narrativa común y las oposiciones semán-
ticas las que generan esa sensación de fascinación que parece ser el efecto conjunto que
provocan en el lector. Pero hay algo más…

Ojo de pez: la fascinación de los paratextos

Los elementos comunes de los relatos sobre utopías en Paraguay no se ciñen a la


estructura narrativa, también se puede seguir esta comunidad en los paratextos, esos
elementos visuales que conforman un libro o que hacen de un relato un libro. Los para-
textos, esos discursos de transición/ transacción que a modo de dispositivos pragmáti-
cos anticipan la estructura del libro y refuerzan un tipo de lectura o interpretación
(Genette 1997), parecen corresponderse en la mayoría de los relatos estudiados. 95 Pre-
dominan las portadas con motivos exóticos, sean fotos o ilustraciones. Selvas, indios,
animales por un lado, edificaciones modestas, colonos blancos, por otro. Como si las
oposiciones semánticas también estuvieran representadas en ese espacio de ingreso, de
presentación, que es la cubierta del libro. Pero son las fotos y los mapas los elementos
paratextuales comunes e indicativos de esta comunidad interpretativa.
Todos los trabajos van acompañados de un buen número de fotos, repartidas
entre las históricas, las alusivas a las actividades en las colonias y del autor decenas de

94 Coincidiendo, así, con los relatos o cuentos maravillosos analizados por Propp (1998); con el camino del
héroe, investigado por el mitógrafo Joseph Campbell(2005; cfr. Campbell y Moyers 1988), para quien ésta
es una forma de pensamiento necesaria y universal; y se corresponde también con las características del
mito del héroe, tal y cómo lo formula Bauzá (1998): el héroe es, por sobre todas las cosas, un transgresor;
un ser en permanente conflicto entre dos mundos; mediador entre lo civilizado y lo salvaje, entre el orden
y el desorden; un ser capaz de ir más allá de los límites impuestos a los mortales. Estas oposiciones se-
mánticas son características, según Levi-Strauss (1995), de los relatos míticos, de esos relatos sobre he-
chos maravillosos y seres sobrenaturales.
95 Los elementos paratextuales son, a decir de Genette (1997), esos “artilugios y convenciones, dentro y

fuera del libro, que forman parte de la compleja mediación entre libro, autor, editor y lector: títulos, pró-
logos, epígrafes, solapas que son parte de las historia privada y pública del libro”.
334

años después junto a los descendientes de los antiguos moradores o posando en lugares
clave de las comunidades. Esa característica autobiográfica, esa incorporación del na-
rrador en la escena, situación que también aparece en la estructura narrativa (el narra-
dor es el vínculo entre dos mundos y el que permite el regreso simbólico del protagonis-
ta), se repite en el caso del material gráfico. En principio nada obliga a incorporar foto-
grafías al relato; más aún, a sostener el relato –con alusiones en el texto- con las imáge-
nes, a menos que se persiga una deliberada orientación de la lectura. La aparición de
fotos de época representa una forma de anclaje en lo real, una manera de sujetar el re-
lato maravilloso –que se mueve en la excepcionalidad e irrepetibilidad- a lo “verdade-
ramente acontecido”. Recuperar y reproducir imágenes de esos otros mundos aumenta
la capacidad supuestamente mimética del relato, comprometida por el desplazamiento
autobiográfico que incluye al autor. Como si la fotografía no fuera un recorte de la
realidad, una selección deliberada de elementos, todo parece indicar que “esa realidad
colándose por el objetivo” obedece a esta necesidad de sujetar la narración a lo real.
Fotografías históricas y en las que, invariablemente, aparece el autor del relato.
Esta inscripción tiene un claro sentido de autorización, de marca, es el “yo estuve allí”
que constituye el marchamo de la etnografía científica. Como si la exotización de ese pa-
sado más o menos lejano, representado por los relatos de las colonias utópicas, pudiera
hacer peligrar su estatuto de fenómeno o materia histórica, y por tanto lanzar las na-
rraciones al ámbito de la ficción, los autores y editores juegan con esa dualidad mo-
viéndose entre lo real y lo maravilloso (entendido, este último como lo que no puede ser
integrado con pleno sentido) y es esa dualidad la que refuerza el efecto de fascinación
que genera el relato, que no es un producto de la imaginación –está anclado en un espa-
cio y un tiempo- pero tampoco es el resultado de lo conocido y cotidiano –si así fuera no
merecería ser relato o rescatado del olvido-.
En cuanto a los mapas, resulta curioso que su inclusión no parece obedecer a
una mayor necesidad de información. En la mayoría de los relatos los mapas son gené-
ricos, no aportan información alguna o es tan básica –como el contorno de Paraguay en
el continente- que su incorporación parece estar destinada a otros propósitos. Si en lu-
gar de tratarse de un trabajo sobre el ignoto Paraguay lo fuese sobre un experimento
parecido en Sheffield, estoy segura que a ningún autor se le ocurriría poner el contorno
de Gran Bretaña en Europa como mapa orientativo. O bien se incluirían otros mapas
335

informativos, relacionados con el uso del espacio, la distribución de la población o la


red de comunicaciones (en el caso de Paraguay sería muy interesante ver representado
en el mapa los distintos ecosistemas en los que se asentaron las colonias o las poblacio-
nes nativas que convivían con los colonos) o bien los mapas no se incorporarían en los
textos. Sin embargo en los trabajos aludidos aparecen mapas, sistemáticamente, un
tanto escolares, simples, que refuerzan la idea de lejanía, la condición remota, excep-
cional, de los territorios de la utopía. Paraguay se inscribe, así, como un lugar tan re-
moto que la representación de su solo contorno basta para darle entidad. Lejanía y es-
pacio vacío: se marca el lugar de asentamiento de la colonia y poco más, como si los co-
lonos hubieran llegado a terra nula, naturalizando esa perspectiva colonial que convier-
te a espacios culturales en territorios vacíos, a la espera de ser colonizados.
También los paratextos siguen la estructura tripartita que veíamos en la estruc-
tura narrativa: separación, iniciación y retorno. Imágenes y mapas exotizan, separan,
extrañan al objeto del relato, convocan al lector a un espacio desconocido, deliberada-
mente extrañado. Exótico pero traducible. Pasado que se actualiza en un presente que
descansa en la mirada del autor. Una vez convocado el lector, éste puede encontrar en
la lectura del libro una forma de iniciación al conocimiento, a la posibilidad de enten-
der, encontrar sentido a eso que, en principio, se presenta como ajeno. Y al igual que en
el caso de la estructura narrativa, en la que el héroe media entre dos mundos, el autor –
convertido en puente entre realidades distintas- media entre lo ajeno y lo familiar,
transformando lo extraño en legible, inteligible, haciéndolo retornar, gracias a su tra-
ducción, a lo conocido.

Escuchando otras historias, ensayando otras miradas

Paratextos exotizantes, polaridades binarias, una estructura narrativa mitifica-


dora de figuras heroicas son algunas de las estrategias o dispositivos retóricos conteni-
dos en los relatos sobre utopías en Paraguay que provocan nuestra fascinación o mara-
villa como lectores. Emoción que aparece ante lo excepcional e irrepetible, ante aquello
que sólo cabe admirar o contemplar. Cuando una se siente fascinada o maravillada ante
algo no hay intercambio, apropiación ni posibilidades de diálogo con el objeto que pro-
voca esa sensación. Tal vez esto pueda ayudar a entender por qué a pesar de los nume-
336

rosos relatos (si se compara con la escasez de narraciones que hay sobre Paraguay) que
dan cuenta de la historia de los experimentos utópicos en este país, esos relatos no han
tenido difusión, quedándose coagulados en la memoria como si se tratara de cuentos
maravillosos o de mitos heroicos perdidos en el tiempo.
En las últimas décadas han surgido numerosos movimientos sociales, a veces ve-
cinales o barriales, que han intentado llevar a cabo proyectos al margen del Estado y/o
del mercado en Paraguay y en otras latitudes. Sin embargo, en ningún caso esos nuevos
actores sociales han mencionado o establecido conexión alguna con estos experimentos
utópicos relativamente recientes. No los han reivindicado “como una fuerza activa que
conecta y ratifica el presente” (Williams 1977:115-116). No se han apropiado de esas
experiencias, no las han usado para identificarse. Estos nuevos sujetos sociales parecen
sujetos sin historia, saltando en el vacío. Es probable que no necesiten una tradición en
la que insertarse96 o, simplemente, que la desconozcan. Pero también cabe pensar que
las estrategias retóricas empleadas para contar y crear esas historias hayan funcionado
como un dique de contención, estructuras mitopoéticas productoras de relatos maravi-
llosos que hablan de algo irrepetible y ajeno.
Si este fuera el caso, si aceptamos esta concatenación de elementos –relatos mí-
ticos sobre figuras heroicas que producen fascinación, sensación que, a su vez, puede
que obstaculice la apropiación de la experiencia histórica- entonces, deberíamos pre-
guntarnos por la forma de narrar, por la posición que deberíamos adoptar si queremos
revertir esta situación. ¿De qué otra manera se puede elaborar relatos sobre la utopía
que permitan una apropiación activa y crítica de esas experiencias por parte de los
nuevos actores sociales? Esto nos lleva a repensar algunos de los ingredientes retóricos
que veíamos en los relatos estudiados. Porque podría dar la impresión de que mi apues-
ta en este intento de apropiación de la experiencia de las utopías reclama una mayor
cuota de realismo, una suerte de relato científico sobre lo que allí tuvo lugar. Me parece
que estoy bastante lejos de esto. El primero de esos ingredientes retóricos que conviene
revisar y que tiene una presencia muy notable tanto en la estructura narrativa como en
los paratextos son las marcas de autoría del relato y que llamaré genéricamente el ca-
rácter autobiográfico.

96 Esta falta de necesidad de referentes históricos o de amparo en la tradición es lo que Jenkins (2000) ha
llamado el fin de la historia tal y como la conocemos.
337

Reflexividad y autobiografía: en las últimas décadas es frecuente encontrar den-


tro de las ciencias sociales relatos en los que el autor del trabajo forma parte de aquello
que cuenta. Más frecuente en unas disciplinas que en otras, esta inscripción del sujeto
observador pretende denunciar la falacia positivista de la objetividad del relato cientí-
fico. Esto ha supuesto una avalancha de textos en primera persona frente a los tradi-
cionales escritos impersonales que querían hacernos creer, en una suerte de pase mági-
co, que la realidad hablaba por la boca del científico. El uso de la primera persona ha
invadido algunos campos como la etnografía. Ahora bien, esta forma de desenmascarar
uno de los grandes mitos modernos –la posibilidad de conocer definitivamente y sin
mediaciones la realidad- no está exenta de problemas. Por un lado, algunas voces se
han levantado airadas contra lo que consideran una forma de mero “narcisismo”, con-
fundiendo el carácter reflexivo y ético de esa inscripción con una especie de exhibicio-
nismo diletante, sustitutivo de la realidad. Me parece que la incorporación del autor al
relato es una marca interesante y necesaria, una fórmula que relativiza el discurso y se-
ñala que esa presunta representación de la realidad es el producto de una posición, de
alguien condicionado por sus circunstancias personales, sociales e históricas. Donde los
críticos ven exhibicionismo yo veo sentido de la responsabilidad. Pensar y dar cuenta
de la posición desde la que se habla implica considerar la relación con los otros, con
aquellos o aquello que estudiamos. Con ello se produce un desplazamiento desde la idea
de verdad –mi relato es la representación de lo acontecido- a la de responsabilidad –mi
relato sólo es una posible mirada interesada y parcial sobre lo observado de la que ten-
go que responder-. Es en este sentido que la aparición de lo autobiográfico como marca
resulta interesante y debería ser un rasgo a conservar.
Pero por otro lado, la incorporación del autor a la escena puede ser también una
operación tramposa o engañosa. La inclusión de un yo que habla y da cuenta de algo
puede suponer la creencia en un sujeto centrado, con una identidad fijada, dueño de su
palabra. Un sujeto autónomo, racional y unificado, una de las grandes invenciones de
la modernidad, contra la que han arremetido, justificadamente, feministas, postestruc-
turalistas y deconstruccionistas. Y digo justificadamente porque los debates en torno a
la crisis del sujeto son, por sobre todas las cosas, debates políticos que afectan nuestra
vida cotidiana y la posibilidad de formas de vida alternativas. Después de todo, es este
sujeto –racional, autocentrado y autónomo- causa y efecto, productor y resultado de
338

las formas de dominación modernas. Hay mucho de prescriptivo en esta forma de en-
tender y representar al sujeto. Sin llegar a las posiciones más radicales, para quienes el
sujeto es un mero efecto del discurso, ¿cómo incorporar-se al relato asumiendo que toda
identidad –todo proceso de identificación- es inestable, relacional y construido y que el
individuo posmoderno –que, así, sustituye al sujeto moderno- se va creando y trans-
formando en y a través el relato?
Recordemos lo dicho sobre la función de esa inscripción del sujeto en los relatos
de las utopías en Paraguay: se trataba de una marca de autoridad y de la necesidad de
dotar a la narración de cierto realismo amenazado por la exotización del objeto. Esta
función de autoridad y ese anclaje dista mucho de la función relativista, perspectivista
y descentrada que parece arrastrar la incorporación del individuo posmoderno. Sin em-
bargo, la idea de viaje, que como metáfora parece recorrer estos relatos, me parece que
concuerda con la idea de un narrador que se crea y transforma en la narración. Un viaje
narrativo del que uno sale distinto a cómo entró y que produce o puede producir un
efecto parecido en el lector. Hay una fórmula, un modo, analizado por Hayden White
(1992) y por Roland Barthes (1994) y aplicado a ciertos relatos históricos y testimonios
sobre acontecimientos traumáticos como el Holocausto. Se trata de la “voz media”,
una voz a medio camino entre la voz activa y la voz pasiva.97 El sujeto es a un tiempo
sujeto y objeto de la acción. En el caso que nos ocupa el empleo de la media voz supon-
dría partir de una premisa, de difícil digestión para los empiristas, según la cual cuando
narramos no estamos dando cuenta de algo externo al propio relato sino que el relato
genera una relación, un encuentro, un intercambio con aquello que estudiamos. No se
trata de relatar una experiencia previa, el relato es la experiencia.
Contamos con un corpus interesante de experimentos narrativos en este sentido
(Munslow y Rosenstone 2004) y resulta muy gráfico el trabajo de Art Spiegelman
(1973) sobre la historia de su padre, sobreviviente de un campo de concentración. En
este libro-comic Spiegelman presenta el tema en forma de sátira, con los alemanes retra-
tados como gatos, los judíos como ratas y los polacos como cerdos. En realidad, lo que
pretende Spiegelman no es registrar el Holocausto sino dar una posible interpretación
desde la perspectiva de un sobreviviente, su padre, y enmarcada en la historia de su

97Esta voz característica del griego, del sánscrito y del indo-persa se perdió cuando los griegos comenza-
ron a utilizar un vocabulario relacionado con la idea de voluntad y elaboraron una filosofía que conside-
raba al agente como fuente de toda acción (Barthes, 1994:23-33; White, 1992).
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propia relación con él. Es a la vez el relator y uno de los personajes, el tema es el Holo-
causto y, también, el proceso de escribir sobre el suceso, ámbitos que están en constan-
te interacción. Me parece que la inscripción de este tipo de sujeto en proceso debería
apostar por un relato polifónico, coral, en el que el autor incorporado mostrara sus
otras caras, sus contradicciones, sus pérdidas…esto es, una coralidad que no apela a
otras voces, sino también a otras voces suyas. Porque un relato sobre un experimento o
una colonia utópica es, en definitiva, el recuento de un encuentro, de un intercambio,
de una fricción entre quien escribe y, en este caso, las trazas o los trazos de experiencias
pasadas. Así pues, convendría pensar cómo inscribirse en el relato de utopías, como
desbaratar la falacia del sujeto centrado sin, por ello, liquidar toda posibilidad de pen-
sar en otro tipo de sujeto (o de individuo si se prefiere). Un individuo así, un sujeto en
proceso no podría transmitir un saber acabado, estable, significativo, destilado de la
experiencia histórica de las comunidades o colonias utópicas. Pero si no hay un saber
comunicable ¿cuál es la relación que los actores sociales hoy pueden mantener con los
relatos sobre las utopías históricas?
Representación o evocación y fricción: de existir un saber más o menos concreto
derivado de las experiencias históricas utópicas éste sería tan general o tan evidente
que no haría falta investigación o comentario alguno. Decir que las colonias utópicas
tienen dificultades para sobrevivir porque en algún momento de su historia aparecen
conflictos (de intereses, por el liderazgo, económicos…) no parece una conclusión de
gran alcance ni siquiera interesante. Señalar que las comunidades religiosas suelen te-
ner una esperanza de vida mayor porque sus pautas y normas son más rígidas, tampoco
parece un gran descubrimiento. El análisis de cada caso seguro que permitiría aprecia-
ciones más pormenorizadas y enunciados más afinados pero, ¿de qué servirían esas
puntualizaciones si sus condiciones de posibilidad son irrepetibles? Quiero decir con es-
to que lo que es propio de cada comunidad es irrepetible y lo que es común a todas es de
una generalidad poco útil o demasiado evidente. Entonces, ¿qué se puede extraer de
esas experiencias que sea aprovechable hoy? Me parece, por lo que dije, que representar
–volver a la presencia- lo que fue, lo que tuvo lugar supondría asumir una estabilidad
en la significación de los acontecimientos cuando menos cuestionable, una única direc-
ción en una trama de sucesos que, si por algo se caracteriza, es por la diversidad de sig-
nificaciones. Pero aún cuando fuéramos capaces, ¿cuál sería su utilidad? Lo que fue,
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pasó, pero aquello que fue en sus más diversas modalidades y a través de todas las mi-
radas posibles, contiene una faceta poco explorada, la de lo que pudo haber sido y no
fue. Así la representación fundada en la similitud entre el relato y lo acontecido se ve
sustituida por otra operación, por otro gesto, el de la evocación (San Miguel 2005:10),
un movimiento fundado en la diferencia, en lo que no tuvo lugar. Este ejercicio no tiene
nada que ver con la invención ni con el punto de vista, lo que pudo haber sido son esas
otras posibilidades que fueron desechadas o que no fueron posibles por pertenecer a
otros códigos de significación y valor (Ermarth 2006:50-66).
Ahora bien, si lo que fue no tiene una entidad estable ¿por qué la habría de te-
nerla lo que pudo haber sido y no fue? El objetivo no es sustituir la representación de lo
que fue por la representación de lo que pudo haber sido. Si así fuera reproduciríamos la
misma lógica. Me parece que la relación con los relatos de la colonias utópicas no puede
ser de representación, de intentar volver a la presencia lo que fue o lo que pudo haber
sido, sino de otro tipo de relación que llamaré fricción. La fricción no es representación
sino una especie de diálogo en el que no hay apropiación pero sí transformación. Cuan-
do uno fricciona con los relatos aparecen imágenes, ideas, escenarios, paisajes que no
habrían aparecido de otra manera. La fricción apunta a la posibilidad, apunta a visua-
lizar esas otras posibilidades que pudieron haber sido, pero fueron descartadas o no fue-
ron advertidas en su momento, y que sólo pueden serlo si nos concentramos en la dife-
rencia en lugar de en la similitud. Y porque apunta a esas posibilidades reproduce la
misma idea –la de posibilidad- en el presente y esas posibilidades no son una réplica o
un intento de copia –vía ingeniería sociológica- de lo acontecido. La fricción devuelve al
pasado sus muchos presentes, pero también historiza el presente, lo vuelve materia his-
tórica, lo relativiza y muestra que siempre hay alternativas, una puerta de salida. Su
invocación es un incentivo y una condición para buscarla98.
La ironía del relato y las polaridades binarias: con un sujeto descentrado que evo-
ca el pasado y mantiene con él una relación de fricción, el relato resultante difiere bas-
tante del tradicional. En constante desplazamiento, apostaría por un texto irónico, que
en cada afirmación marque la duda, sugiera otras posibilidades. Mencioné como un ras-

98Dening (2007:99) habla de “devolver a los otros su alteridad, al pasado su propio presente”. A su vez
White (2007:225) ensaya otro movimiento en este mismo sentido: “[...] (historizar) significa tratar al pre-
sente así como al pasado como historia, que es lo mismo que decir, tratar al presente históricamente, co-
mo una condición adecuada a sus posibilidades pero también como algo de lo que uno puede salirse”.
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go muy característico de las narraciones sobre utopías, las polaridades binarias, esas
fórmulas que parecen generar fascinación y contribuyen a perpetuar el mito. Me parece
que esas polaridades son sustantivas a los relatos asertivos y esencialistas. ¿Cómo rom-
per o alterar esto? Introduciendo la polifonía o coralidad. Frente a la polaridad natura-
leza/cultura no se trata de cambiar el valor de uno u otro sino abrir el juego a otras vo-
ces. Tal vez esta polaridad que sigue apareciendo en los relatos contemporáneos pueda,
no invertirse, sino alterarse, desnaturalizarse si participan de la conversación otras vo-
ces, la de los mbyá-guaraní por ejemplo, que lejos están de concebir esa relación de
forma dual. Introducir otros códigos de significación y valor para desnaturalizar los
propios. Otro tanto se podría decir del destino de los colonos. Si se fracturan las polari-
dades binarias, se derrumba uno de los ingredientes más importantes del mito del héroe
(como mediador entre dos mundos). Sería interesante superponer distintos relatos sobre
ese destino, alterar los tiempos y los modos, experimentar… con un saber que está
abierto, en proceso, que sabe que no sabe y muestra su falta. Experimentar y abrirnos
a la experimentación porque:
Si pudiéramos dejar de mirar el pasado y comenzáramos a escucharlo, pue-
de que oyéramos ecos de una nueva conversación; la labor del crítico podría
ser la de promover la conversación entre hablantes y oyentes, desconocedo-
res de su mutua existencia. El trabajo del crítico consistiría en mantener la
sorpresa sobre el discurrir de la conversación, y comunicar esa sorpresa a
otra gente, porque una vida llena de sorpresas es mejor que una sin ellas
(Marcus 1989:23)

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