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Índice
“¿Sueñan los anarquistas con mansiones eléctricas? Ciencia y utopía en las ciudades
ideales de Pierre Quiroule”, por Adriana Petra
La ciudad degenerada
La vida simple
La ciudad anarquista
La ciudad eléctrica
Una utopía para la Argentina
“El lugar del lugar. La tierra en la experiencia de los galeses en la Patagonia a finales
del siglo XIX”, por Ernesto Bohoslavsky
Galeses far away from home
Esa incómoda y necesaria relación: la colonia y el Estado (1874-1900)
Propiedad, tierra e identidad. A modo de conclusiones
“La utopía de los textiles judíos de Villa Lynch: el club I. L. Peretz”, por Nerina Visa-
covsky
Introducción a la identidad peretziana
Los “rusos” de Villa Lynch y la “filiación étnica”
La trama nacional neutraliza las tensiones de clase
Una institución de “puertas abiertas”
Una síntesis del I.L.P. de Villa Lynch
“Una isla rodeada de tierra. Ese “otro lugar” de los mennonitas en Paraguay”, por Ma-
risa González de Oleaga
La isla
Postales móviles
“Ese otro lugar”: la cooperativa vecinal de San Pedro
Postales fijas
“El paraíso desubicado”: Nueva Australia y Colonia Cosme, por Anne Whitehead
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“Utopías científicas. Moisés Bertoni y el Paraguay guaraní”, por María Silvia Di Liscia
Un ordenamiento más natural
Hacia una ética universal. Desplazamiento de paradigmas
Higiene moral: la pedagogía guaraní
Breves reflexiones finales
“Puerto Bertoni: realidad y ‘utopización’ de una colonia paraguaya “, por Danilo Ba-
ratti y Patrizia Candolfi
Una colonia de familia…
… dedicada a la investigación científica
¿Al margen del estado? Sí, pero…
¿Al margen del mercado? Sí, pero…
El espejo guaranítico
Una mirada algo “deutopizante”
“Trabajador naval honorario. Viejos fotogramas de una próxima película”, por Federi-
co Lorenz
Primeras imágenes
Castigos y cortes
Los zapatos de Carlito
Redes
Guiones
Voces
La casa a medio construir
Correo
La película por hacer
Coda
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(D)efecto de forma. Fascinación y mito en los relatos sobre utopías, por Marisa González De
Oleaga
Tres puntos de fuga
Foto fija: las colonias y los relatos
Macrofotografía: fascinación y estructura narrativa
Ojo de pez: la fascinación de los paratextos
Escuchando otras historias, ensayando otras miradas
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Los autores
Danilo Baratti y Patrizia Candolfi estudiaron en Boloña y Milán y dan clases de historia en Lu-
gano, en la Suiza italiana. Han dedicado varios años de investigación al naturalista suizo Moi-
sés Bertoni, emigrado al Paraguay: publicaron dos biografías (L'arca di Mosè. Biografia episto-
lare di Mosè Bertoni, 1994; Vida y obra del Sabio Bertoni, 1999), catalogaron el archivo de Puer-
to Bertoni en el Archivo Nacional de Asunción y presentaron varias ponencias sobre el tema.
Danilo Baratti reorganizó los documentos de Bertoni conservados en Suiza (Archivio di Stato
del Cantone Ticino, 1999) y publicó un estudio sobre la tipografía de Puerto Bertoni (Fare libri
nella selva, 1999). Es miembro del Partido Ecologista y del Grupo por una Suiza Sin Ejército.
Correo electrónico: baratti@liceolugano.ch
María Silvia Di Liscia es doctora en historia por el Instituto Universitario Ortega y Gasset y
Profesora de Historia de América en la Universidad Nacional de La Pampa. Es autora de Sabe-
res, terapias y prácticas indígenas, populares y científicas en Argentina, 1750-1910 (2003), co-
editora de Higienismo, educación y discurso en la Argentina, 1870-1940 (2004), Instituciones y
formas de control social en América Latina, 1840-1940 (2005) y Al oeste del paraíso. La transfor-
mación del espacio natural, económico y social en la Pampa Central (2007). Ha publicado nume-
rosos artículos sobre historia de la salud y de la ciencia, en Argentina y el extranjero. Su interés
por la utopía se relaciona con las posibilidades ofrecidas por formas de pensamiento y lógicas
no científicas.
Correo electrónico: silviadi@fchst.unlpam.edu.ar
utopías es académico y es político, es estético y caprichoso. Por eso ha publicado sobre relatos
utópicos en revistas especializadas y libros colectivos.
Correo electrónico: lfernandezcordero@yahoo.com.ar
Lecturas y texturas. Ensayos (1992), La rosa en fuga (2000) y Las paradojas del Romanticismo
(2008), de una veintena de artículos de crítica literaria en revistas especializadas de México y
Estados Unidos y compilador de la antología Liberalismo y utopía (2006). De su proyecto ac-
tual, "El sentido de lo urbano en la poesía vanguardista mexicana", procede el artículo incluido
en este libro.
Correo electrónico: ortizefren@hotmail.com
Yaacov Oved es profesor emérito en la Universidad de Tel Aviv. Enseñó historia moderna, eu-
ropea, de América latina y de los movimientos comunitarios y las utopías. Su tesis de doctora-
do El anarquismo en el movimiento obrero argentino fue publicada en 1978. Ha escrito numerosos
libros y artículos sobre las comunas en Estados Unidos. Es investigador del Instituto Yad Ta-
benkin, de Investigación y Documentación sobre el Movimiento Kibbutzin y Director del De-
partamento de Historia Comunitaria. Fue co-fundador y director ejecutivo (1985-2004) de la
Asociación Internacional de Estudios Comunitarios. Desde 1949 es miembro del Kibbutz Pal-
machim en Israel.
Correo electrónico: ovedy@palmachim.org.il
Anne Whitehead es una historiadora australiana que tiene una particular pasión por América
latina. Su tesis doctoral en la Universidad de Sidney (2001) se concentró en las colonias de aus-
tralianos asentadas en Paraguay. Su libro Paradise Mislaid: in Search of the Australian Tribe of
Paraguay (1997) obtuvo el Premio NSW Premier de Historia australiana. Entre los comuneros
australianos estaba Mary Gilmore, que posteriormente fue una famosa poeta y militante: Whi-
tehead retrató su vida en Bluestocking in Patagonia: Mary Gilmore’s quest for love and utopia at
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the World’s End (2003). Recientemente contribuyó con un estudio sobre el experimento para-
guayo en International Encyclopedia of Revolution and Protest (8 volúmenes, 2009).
Correo electrónico: annewhitehead5@gmail.com
De ciudades diferentes
La primera imagen retrata a una mujer, a comienzos del siglo XXI, miembro del
movimiento de trabajadores desocupados del conurbano bonaerense, los llamados pi-
queteros, preparando comida para la olla popular.1 Detrás se alcanza a ver retazos de
una pancarta que dice “seamos libres, lo demás no importa”. La segunda es una foto-
grafía de grupo, hombres y mujeres, de muy distintas edades, ante una casa de adobe y
paja en algún lugar aparentemente lejano en el tiempo y en el espacio, que nos llegó por
gentileza de Nelia Bursuk. Se trata de las personas que fundaron, a comienzos del siglo
XX, una comunidad anarquista en el territorio del Chaco. Originarias del Este de Eu-
ropa, estas familias campesinas judías decidieron fundar una colonia agrícola de acuer-
do con sus ideales. Diferencias notables separan a estas dos imágenes. Además del color
y la composición, los contextos de referencia son muy distintos: un entorno urbano y
otro rural, el presente y el pasado, trabajadores desempleados y campesinos; distincio-
nes, todas ellas, que desnudan una grieta, una fisura, una discontinuidad entre estas
dos fotografías. Pero como suele suceder con todo aquello que separa, las diferencias
pueden ser a un tiempo un límite y una posibilidad.
Porque una historia secreta, aún no contada, como si de un hilo rojo se tratara, las
recorre y las une. Es la historia de aquellos que fueron capaces de imaginar un mundo
1 Véase www.prensadefrente.org
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diferente y que pudieron pensarse a sí mismos como protagonistas del nuevo paisaje.
En casi todos los casos, el de las fotografías y también los que se desarrollan en este li-
bro colectivo, se trata de sujetos, hombres y mujeres, atravesados por “una herida his-
tórica” (Chakrabarty 2007), por acontecimientos –persecución, represión y exilio- que
los condenaba, cuando menos, a la exclusión y la invisibilidad, o peor aún, a la muerte.
Siendo su margen de maniobra muy exiguo, atormentados por el hambre, la alienación
y la enfermedad, fueron capaces de sobreponerse y, a pesar de todas las limitaciones,
arriesgar y arriesgarse en lugar de apostar por conservar lo poco que tenían. Cuando se
tiene apenas nada, cualquier movimiento pone en juego todo lo que se posee.
No es casual que haya sido en los últimos años cuando se multiplicaron este tipo
de experiencias comunitarias en América Latina y emergieron nuevos actores sociales
que reaccionaron de forma creativa ante la imposición de un orden nuevo que implicó
el fin de la centralidad productiva, política e identitaria ligada al Estado. Fábricas re-
cuperadas, ocupación de tierras y viviendas, comunidades autogestionadas, comedores
y radios populares y ferias de trueque son sólo algunos ejemplos de esta efervescencia
civil y plebeya, que ha sorprendido no solo por su aparición sino también por su capa-
cidad para sobrevivir y resistir. La aplicación de las políticas neoliberales ha reducido
de manera drástica el papel de las agencias públicas en la provisión de certidumbres la-
borales, económicas y simbólicas y ha apuntado a cercenar la acción colectiva, redu-
ciéndola a rational choices del consumidor individual en un marco de fragmentación so-
cial y des-colectivización
Sin embargo, una mirada cronológicamente más profunda de la historia del con-
tinente muestra que hay abundantes ejemplos de este tipo de prácticas autogestiona-
rias, que hacen visible una suerte de continuidad de emprendimientos y esfuerzos al
margen del Estado y/o del mercado. Falansterios y colonias anarquistas, cooperativas
de base étnica o religiosa, comunidades milenaristas y socialistas: la lista es larga y nu-
trida. Sin embargo, las experiencias y discursos sobre la utopía han recibido muy poca
atención política y académica. Han quedado obliterados por una historiografía “ofi-
cial” más preocupada por justificar la construcción del orden liberal y por una de iz-
quierdas que reclamaba su inmediato reemplazo. Se recuerda con cierta benevolencia
su candidez y su incapacidad para convertirse en un proyecto que involucrara a millo-
nes de personas y se sostuviera en el tiempo. La etiqueta de “fracaso” se le adhiere con
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una sistemática soltura que mal esconde el intento de naturalizar el cierre de las expe-
riencias utópicas debido a su carencia de perspectiva estratégica, “visión histórica” o
basamento científico.
Son voces que todavía se oyen en ciudades diferentes pero que se suceden sobre el mismo sue-
lo, bajo el mismo nombre…
El hilo rojo
Una leyenda china sostiene que existe un hilo, simultáneamente rojo e invisible,
que une a las personas que estaban destinadas a encontrarse: aunque se retuerza y
adelgace, ese hilo nunca se rompe y sigue comunicando experiencias distintas y distan-
tes. Ese hilo también ha guiado la creación de este libro, que pretende anudar esos dos
tiempos escenificados en las fotografías que abren esta presentación. El propósito cen-
tral fue construir un libro que permitiera conocer más sobre los discursos utópicos, las
prácticas de autogestión socio-económica y la vida en comunidades intencionales en
América Latina desde mediados del siglo XIX a la fecha. La intención es mostrar la
enorme riqueza imaginaria, social, política y económica que existe y existió en términos
de experiencias sociales autogestionarias en el continente, reflotando, creando y re-
creando una tradición. Los artículos aquí incluidos manifiestan la diversidad de acer-
camientos al fenómeno utópico (literario, político, desde las ciencias sociales, etc.), así
como la multiplicidad de prácticas sociales, textuales, arquitectónicas y asociativas a él
vinculadas. En este sentido, se considera que la pluralidad de enfoques no redunda en
una dispersión de la exposición temática sino en una muestra de la potencialidad y pro-
fundidad de las cuestiones tratadas. Y aunque es un libro que, en algunos casos, retoma
discusiones de tono académico, en otros da la bienvenida a preocupaciones explícita-
mente políticas sobre las posibilidades y dificultades de creación y de recreación de este
tipo de proyectos en la actualidad. Porque lo histórico, lo que de verdad merece llevar
ese nombre y trascender a estas fotografías y a sus muchos relatos, es lo que estas imá-
genes sugieren hoy, lo que podamos leer a través de ellas, como si fueran fotos imanta-
das (Samperio 2005) que convocan y atraen significaciones que no están ahí, en el papel
ni en el relato, pero que surgen al rozar su superficie. Tal vez así también nosotros, y
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mañana otros, podamos seguir inventando y recreando otros mundos posibles... De allí
que pensemos a este libro como un objeto semántico, un espacio en el que converjan re-
latos e imágenes que apelan a la participación activa del lector.
En los orígenes de este proyecto editorial y de investigación nos acompañó la
metáfora del mapa. Queríamos hacer un mapa de la utopía, “mapear” los contornos de
esos experimentos comunitarios en América Latina. Nos parecía que esa metáfora era
la apropiada y que, gracias a ella, podíamos pensar en las características de las formas
cartográficas de representar la realidad (Lakoff y Johnson 1988). Pero, ¿qué mapa que-
ríamos construir?, o dicho de otra manera, ¿con qué propósito necesitábamos esas re-
presentaciones? Los mapas, como todos sabemos, representan aspectos del espacio de-
pendiendo de las necesidades del usuario. Así, hay mapas físicos, políticos, climáticos,
geológicos, económicos… Según esto, nuestros mapas de la utopía debían mostrar y
ofrecer ese enorme capital simbólico de experimentos que habían acompañado la histo-
ria de América Latina desde el siglo XIX hasta nuestros días. Y debían hacerlo para
alentarnos a imaginar otros mundos posibles. Por ello nos pareció que la variedad –de
géneros, problemas, temas- era uno de nuestros aliados, como en un cajón de sastre,
aún a riesgo de parecer dispersos y diletantes. Este trabajo no es sino un mapa, una
forma intencionada de interpretación, de ese fenómeno inagotable, difuso y escurridizo
que son las utopías. Ninguna pretensión de totalidad nos mueve. No sea cosa de que
nos ocurra como al periodista aquel con el indígena mosetén, quien, ante una foto (la
primera que veía en su vida) que retrataba a alguien con el pelo alborotado y con un
prominente tupé, preguntó intrigado: –“¿Quién es ese con esa cara e’ cóndor?”-. A lo
que el periodista respondió: “-Es usted, don Ignacio”-. El mosetén, entre incrédulo y
divertido dijo: -“¿Cómo se puede ser tan tonto como para creer que yo entero puedo en-
trar en ese pedazo de papel?”.
Es el nuestro un mapa que marca itinerarios posibles, caminos abiertos, ensaya-
dos, algunos sólo insinuados. Por ello este libro se puede leer de muchas maneras, no
tiene un único recorrido y no tiene porqué ser leído de principio a fin. Tal vez si el lector
está interesado en problematizar la relación entre la afiliación religiosa y la práctica
utópica puede encontrar utilidad en los artículos de Verónica López Tessore, Yaacov
Oved, o el de Marisa González de Oleaga sobre los mennonitas; los interesados en saber
algo más sobre el solapamiento entre prácticas políticas e ideología emancipatoria y au-
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Claroscuros
control moral- de la lógica de los medios sirviendo a los fines. El exilio del mundo real-
mente existente, largo tiempo condenado como gesto fútil, pusilánime y reaccionario,
aparece retratado en este libro, por el contrario, como una de las formas más refinadas
de puesta en práctica de la modernidad, esto es, aquella que confía en la organización
racional de los medios como la mejor manera de servir a un fin ubicado en el futuro,
aun cuando tenga mucho de restauración de un pasado idealizado.
Pero, por el otro lado, podemos encontrar ese gesto tan característicamente mo-
derno de miedo a la diferencia y de exaltación de la serie: aquello que parece desafiar la
continuidad de lo propio genera miedo y, como ha mostrado Zygmunt Bauman (1997),
deseo de reducir y eliminar la diversidad para confirmar la identidad del grupo. Las ex-
periencias de los galeses y de los mennonitas en América están mostrando la intensidad
del deseo de auto-conservación y de rechazo a la “promiscuidad” étnica o religiosa. La
presencia de la alteridad no hace sino recordar el carácter contingente, construido y
modificable de la propia construcción identitaria, desafiando cualquier pretensión esen-
cialista.
Las experiencias y discursos de la utopía viven una recurrente duplicidad. En
un gesto simultáneo rechazan el tiempo y lugar actuales (a los que se considera reales,
pero alienados y alienantes) y expresan su indeclinable preferencia por un tiempo y un
lugar distintos (deseados e irreales, pero alcanzables). Por ello las utopías parecen ser
encrucijadas e intersecciones no siempre cordiales entre hombres, temporalidades, es-
pacios y aspiraciones. Las creaciones utópicas y las experiencias comunitarias están a
mitad de camino entre el anhelo y el recuerdo: ningún futuro se imagina desde el desier-
to simbólico, nada se puede proyectar si no hay palabras, frases, pulsiones anteriores,
que organizan, constriñen y a la vez hacen posible, como lo advirtió hace tiempo
Gramsci al hablar de la hegemonía. Las experiencias utópicas se estrían ante la tensión
a la que están sometidas entre el deseo de arraigarse en el territorio y la historia y la
conciencia de provenir de algún lado y circunstancias. Son una acumulación de memo-
rias, selectivamente agrupadas para que apunten a un norte.
Pero así como en las experiencias utópicas existe el espíritu homogeneizador y
aniquilador de la modernidad, también es factible hallar en ellas algo que parece perte-
necer a un mundo anterior, refractario a los cambios y favorable al aislamiento. Hay
una dimensión regresiva y restauradora que ayuda a diferenciarlas de otras que hacen
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con ese hilo del que hablábamos, pero dejando de lado el bronce, la construcción de hé-
roes y de ideales.
Hace unos meses visitamos por cuarta vez el Museo Científico Moisés Bertoni,
situado en la orilla izquierda del río Paraná, muy cerca de las tres fronteras (Paraguay,
Brasil y Argentina). En estas 199 hectáreas se conservan varios edificios construidos
por el científico suizo a fines del siglo XIX. Dentro del perímetro de esta zona protegi-
da vive una comunidad de mbyá-guaraní, descendientes seguramente de los en su día
trabajaron como peones para el propio Bertoni. El enclave figura en los recorridos tu-
rísticos de la zona de Iguazú y es visitado a diario por turistas y escolares deseosos de
conocer la espesura umbría del bosque creado por este sabio y hoy acorralado por los
campos de soja. Esta colonia familiar fundada por un suizo en medio de un entorno
aparentemente tan salvaje parece una excentricidad digna de ser conocida, o al menos,
visitada y una excusa muy propicia para la voracidad de los turistas.
La comunidad mbyá ha sido incorporada al proyecto turístico y las mujeres y los
niños ofrecen sus artesanías y escenifican danzas tribales para los visitantes. Viven
dentro de la reserva pero a cierta distancia de la casa, en un poblado contiguo al edifi-
cio de la escuela y cercano a su propio y colorido cementerio. El camino desde la casa de
Bertoni hasta el poblado mbyá es un camino de tierra tapizado de algunas piedras para
evitar los barrizales que se forman en la época de lluvias y en los árboles que coronan
este sendero no es infrecuente ver monos aulladores saltando de una rama a otra.
Cuando el visitante llega a Puerto Bertoni, después de sortear los inmensos cráteres que
salpican esa ruta de tierra, que más se parece a una enorme cicatriz roja flanqueada por
el verde de los campos, los mybá aparecen con sus collares y abalorios. Mujeres y niños
se instalan en los alrededores de la casa del suizo esperando vender alguna cosa. Mien-
tras el visitante mira y negocia con la artesana, los niños observan de reojo con sus
grandes y redondos ojos negros a los recién llegados. Se mantienen a una distancia pru-
dencial del edificio principal, como si estuvieran advertidos de que lo que allí se guarda
y custodia tiene un valor que a ellos se les escapa. O, simplemente, corretean por los al-
rededores del edificio porque lo poco que allí queda les resulta totalmente ajeno.
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De dones y responsabilidades
para la realización de las jornadas sobre utopía a finales del 2007. Ana Longoni se entu-
siasmó por el proyecto y nos acercó materiales relevantes para ampliar nuestras ideas.
María Obligado es una muy notable lectora y nos hemos beneficiado de ese ojo
crítico. Wilfredo y Osvaldo Godoy nos alojaron en Puerto Bertoni sin preguntarnos de
dónde veníamos y sin importarles nuestro destino. En nuestro viaje a Filadelfia, centro
de la colonia mennonita de Fernheim, Gundolf Niebuhr nos recibió en su casa y nos
sentó a su mesa, donde probamos el mejor borsch del mundo. Theo Regier cruzó medio
país para charlar sobre una posible –y esperanzada- colaboración en el futuro mientras
dábamos cuenta de unas ricas empanadas en El Bolsi. Por último, Mabel Dorín estuvo
ahí, pendiente de las dudas y las inseguridades que acompañan toda empresa literaria y
… vital.
Este libro contó desde su inicio con el apoyo constante y entusiasta de Christian
Kupchik, quien tomó la iniciativa como cosa suya y personal. Mil gracias por eso. Lo
mismo hay que decir de los autores involucrados en esta compilación, que fueron reite-
radamente víctimas de las obsesiones teóricas y políticas -pero también estéticas- de los
compiladores, y de buen humor volvieron una y otra vez sobre sus textos.
Bibliografía
ANDELSON, Jonathan G. (2002) “Coming Together and Breaking Apart” en BROWN,
Susan L. (ed.) Intentional Communities. An Anthropological Perspective, New York:
State University of New York Press.
BAUMAN, Zygmunt (1997) Modernidad y Holocausto, Madrid: Sequitur.
CHAKRABARTY, Dipesh (2007) “History and the politics of recognition” en JENKINS,
Keith et al. (eds.) Manifestos for history, London: Routledge.
LAKOFF, George y JOHNSON, Mark (1988) Metáforas de la vida cotidiana, Madrid: Cáte-
dra.
SAMPERIO, Guillermo (2005) “Introducción. Walsh: el peligroso oficio de la escritura”
en WALSH, Rodolfo, Fotos, México: UNAM.
VILLELLA, Sonia (2007), De la olla al piquete. Mujeres organizadas del Movimiento de
Trabajadores Desocupados MTD, Buenos Aires: Editorial Manuel Suárez.
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ca, dedicado a forjar una ciudad nueva, casi se olvidaba de los caníbales que
tenía a las puertas.
Marx dice: la Comuna no tuvo tiempo, la Comuna fue traicionada por el resto de
Francia, la Comuna se extinguió en su propio fuego. Y sin embargo, ese París utópico
que no tendría ningún lugar, se hace un tiempo y un espacio en el mismísimo texto, in-
cluso en el texto de una derrota. No puedo evitar inscribir este pasaje inesperadamente
festivo en el linaje de las utopías textuales, aquellas narraciones sin visos de aplicación
directa ni colonias experimentales, pero con el poder fabuloso de reinventar la ciudad
que toman.
Otro fragmento que recuerdo con especial apego es el cronograma de Charles
Fourier:
A las 3,30 hs. despertar y preparativos. A las 4 hs. asamblea matutina, cró-
nica de la noche [...] A las 5,30 hs. turno en el grupo de la caza. [...] A las 8
hs. desayuno, lectura de periódicos. A las 10,30 hs. turno en el grupo de la
faisanería. A las 11,30 hs. turno en la biblioteca. [...] A las 4 hs. turno en el
grupo de las plantas exóticas. A las 6 hs. merienda en el campo. A las 6,30
hs. turno en el grupo de las ovejas merinas. [...] A las 9,30 hs. turno en el
patio de las artes, concierto, baile, espectáculos y recepciones. A las 10,30
hs. hora de acostarse.
Es probable que hasta ese momento el lector se hubiera dejado seducir por la vi-
da del falansterio. Quizás hasta se imaginara caminando por las galerías calefacciona-
das y participando en tertulias grecorromanas del brazo de una vestal, o de dos. Sin
embargo, si bien se promete el despliegue de todos los placeres -sea berrear como un be-
bé o desear al mismo sexo- y el cumplimiento gozoso de breves y atrayentes trabajos,
vivida en comunidad esa dicha parece exigir una reglamentación implacable.
Tercer y último pasaje persistente, el matrimonio en La Nueva Atlántida de
Francis Bacon:
Pero a causa de los muchos defectos ocultos en el cuerpo de hombres y mu-
jeres, proceden de una manera más cortés, pues tienen en la cercanía de ca-
da pueblo un par de estanques —a los cuales llaman los estanques de Adán
y de Eva— en donde es permitido que uno de los amigos del hombre y otro
de la mujer los vayan a ver bañarse desnudos, por separado.
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orgulloso suele ser otra constante en las utopías: el observador será iniciado por un ha-
bitante feliz.
Sin embargo, más allá de los sistemas económicos novedosos y los órdenes polí-
ticos a gran escala, ¿cómo se vive la Buenos Aires de la utopía?, ¿a qué cronogramas
somete a sus vecinos?, ¿cómo preparan sus almuerzos?, ¿bajo qué arquitecturas se
aman? Veamos. Un habitante de la Estrella del Sur, por ejemplo, despertará en una
urbe hipermoderna. Según las medidas que de su coeficiente hayan tomado las ciencias
psicológicas, se encaminará a uno u otro trabajo cuya cercanía evita embotellamientos
y muchedumbres ruidosas. Una “dosis de socialismo” garantiza la satisfacción de las
necesidades básicas a cambio de una cooperación de cuatro horas en alguna rama de la
producción; el Estado colosal, sabio y omnipresente administra los tiempos y las fae-
nas. Luego, el trabajador volverá a su casa de papel y celulosa donde podrá leer una
cartilla de “concisión ultraespartana”. Si pertenece a los grupos “más distinguidos”
comerá alguna jalea artificial sana y nutritiva para quizás beber después una copa de
“licor argentino”, un preparado con las virtudes del opio aunque sin sus peligros.
La Buenos Aires de Dittrich supone también un Estado enorme. Argentina co-
rresponde al número trece de una Gran Sociedad Universal que gestiona la paz de un
mundo en el que solo Inglaterra se empecina en el capitalismo. Aquí, el socialismo
triunfante exige al obrero cuatro horas de trabajo, ofrece variadas diversiones cívicas
para el tiempo libre y garantiza la vida familiar en una casa confortable donde se man-
tendrán las costumbres de la siesta, el puchero y el vino de mesa. Como es de esperar, el
anarquismo asume la versión más radical. En su utopía, Quiroule propone el abandono
gradual de la ciudad para refundar pequeñas aldeas simplificadas de diez mil habitan-
tes. Sociedades interrelacionadas aunque autónomas donde el Estado es reemplazado
por la buena voluntad y la espontaneidad. Así, sus habitantes velan por las necesidades
de la comunidad ofreciendo su trabajo y participando de las asambleas nocturnas tras
las cuales un simple pizarrón reemplaza la burocracia: “Depósito nro. 4 Este: Faltan
sandalias. Siega: hacen falta 15 compañeros.” Pero la radicalidad del anarquismo no se
contiene; parte de su aporte original es refundar aquellos espacios que los otros dos re-
latos tienden a preservar: el matrimonio, la vida familiar, la crianza de los hijos. Allí
donde Vera y González prevee una continuidad casi perfecta y Dittrich varía muy po-
co, Quiroule propone una verdadera revolución. La regla no es el matrimonio, sino el
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amor libre y, aunque haya casas disponibles para quienes desean vivir en familia, la
mayoría vive en soledad o establece convivencias por afinidad. Los niños se educan
desde su nacimiento en una eficiente pouponnière o casa-cuna donde pueden ser visita-
dos por sus padres.
No es pereza en la inventiva lo que aqueja a los otros autores sino la convicción
de que el orden familiar, con su monogamia y su paternidad asegurada, debería ser la
base de toda sociedad. Como afirma Dittrich, aquellas “ideas poco meditadas de algu-
nos exaltados” tienen un solo argumento a favor: “que no es justo que uno tenga mujer
bonita y otro fea.” Para Vera el problema de su época no era el amor libérrimo del
anarquismo, sino el aumento de las separaciones injustificadas, por lo tanto revela que
en el futuro se habría dispuesto “el matrimonio á plazo fijo, siendo al más breve de un
año” tras el cual debía consignarse en el registro civil el propósito de continuar. Pese a
las innovaciones, el romance que termina en boda en su Estrella del Porvenir exigió la
explícita aprobación del padre de la novia.
Cuando los tres utopistas diseñaban sus sociedades, la emancipación de la mujer
era una cuestión vibrante. Las feministas reclamaban derechos civiles y políticos -
muchas de ellas pertenecían al Partido Socialista o se sentían cercanas- mientras que,
renegando de la marca de clase del feminismo y distanciándose del sufragismo, las
anarquistas proclamaban el amor libre, aun cuando advirtieran que las consignas no
siempre aseguraban cambios concretos. ¿Encontrarían todas ellas una vida cercana a
sus reivindicaciones en la Buenos Aires de la utopía? Vera y González afirma que su
protagonista, Elisa, “había tenido el buen gusto de no adquirir títulos universitarios”
aunque conocía varios idiomas, “amaba la pintura y la música y además escribía com-
posiciones sentimentales, en las que se notaba la afectación propia de su sexo.” Las
universitarias se habrían decepcionado, así como el relato del enamoramiento románti-
co de Elisa y sus autocríticas, seguramente desesperaran a las anarquistas: “las mujeres
tenemos menos aptitud para renunciar bruscamente a las tradiciones y los recuerdos.
Mi padre y mi hermano piensan de un modo muy distinto.”
Más resuelto, Dittrich proyecta que tendremos los mismos derechos, pero no los
mismos deberes. Así, “por un acuerdo tácito” las porteñas no salen a la calle por la ma-
ñana ya que están abocadas al trabajo doméstico y a la maternidad. Sin embargo, co-
mo buen socialista respetuoso del libre albedrío, dirá que aquellas que deseen estudios
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co común hasta los cincuenta cuando recién tendrán autorización para llevar levita. A
esa edad las mujeres podrán dejar el taillieur para mantener la pollera y adoptar un le-
vitón suelto. Se utilizan sombreros de todo tipo, pero no se admiten los adornos con
plumas “como antes hacían los indios”. Los sombreros también son importantes en el
vestuario del bicentenario aunque más funcionales ya que son “ligerísimos y elegantes,
protegen contra el sol, y dejan circular, entibiándolo, el aire, á la vez que por su prepa-
ración especial, matan el microbio de la calvicie.”. Vera describe el “arte de la sastre-
ría” como un ámbito revolucionado por razones de higiene y salud. La confección es
automática y se abandonaron las prendas ajustadas, en favor de las “vestiduras flotan-
tes del neo-renacimiento greco-romano” que despiden “efluvios insensibles” neutraliza-
dores de la transpiración. A Quiroule también le preocupa la salud, pero se permite una
disquisición más estética. Los super hombres de su aldea pueden vestir como gauchos y
las mujeres como damas antiguas, aunque la mayoría adopta, por simple comodidad,
un ropaje ecléctico que suma un poncho vernáculo a las túnicas fenicias. Los jóvenes
reniegan del sombrero y lucen sus “cabelleras flotantes.” Por las noches las compañeras
se quitan “la vestidura semimasculina poniéndose otra más en armonía con la estética
natural de la mujer” y más apropiada para participar de agradables causeries al aire li-
bre donde se da rienda suelta al “torneo del amor”. El clima templado favorece el uso
de vestidos sueltos y los encuentros nocturnos, advierte Quiroule. Las referencias a los
aspectos meteorológicos son recurrentes en la tradición utópica. En varios casos los au-
tores sostienen que la institución de la ciudad ha modificado el clima de la región, por
supuesto mejorándolo. Como en muchos otros asuntos, el más arriesgado de los utopis-
tas fue Fourier con sus vaticinios de metamorfosis cósmicas que provocarían modera-
ciones de las temperaturas extremas, cambios en el sabor del mar y la extensión espec-
tacular de las tierras de cultivo.
De todos modos, la hostilidad del clima tendría poca incidencia en la salud de los
nuevos hombres y mujeres rozagantes. Menor cantidad de trabajo, más horas de ocio
recreativo, nuevas medicinas y, sobre todo, una mejor calidad de los alimentos provo-
can milagros sobre los habitantes. En la utopía de Vera, por ejemplo, se logra que en-
tren “en juego centenares de millones de células, hoy dormidas, de la sustancia gris del
cerebro” gracias a lo cual “los niños aprendían sin fatiga y hasta con avidez en un año
lo que en épocas anteriores hubiese agotado las energías de toda su juventud.” Por lo
37
tanto la vida profesional comienza ya a los dieciocho años o incluso antes, y no se dice
mucho más al respecto. En el caso de Dittrich y de Quiroule la descripción del sistema
educativo se lleva varias páginas. En el socialismo “hasta los quince años, el niño per-
tenece enteramente a su familia” aunque su educación institucional comienza a los seis.
En el otro extremo, el “tutelaje paternal de la comuna” anarquista se extiende desde el
nacimiento hasta los diecisiete años cuando los individuos ya son considerados miem-
bros activos. Mientras tanto se entrelazan la enseñanza teórica y la práctica, se incluye
la educación sexual y rudimentos de los más diversos artes y oficios.
Si bien la educación formal finaliza en un momento determinado, la ciudad en-
tera es educativa o moralizante para el habitante de cualquier edad. Dittrich describe
conferencias para niños, cuentos con moralejas leídos en grupo, esculturas históricas,
un cartel proyectado en las nubes y hasta juegos olímpicos que refuerzan la pertenen-
cia. Las competencias a la manera antigua también son importantes en las aldeas de los
Hijos del Sol, así como los cuadros y las esculturas de tamaño natural que ilustran los
viejos males de la civilización. Los aldeanos participan de actividades culturales en el
Coliseo y se dedican con entusiasmo al teatro ya sea como autores, actores o directores.
En cambio, Vera augura su reemplazo por el cine, mucho más acorde al vertiginoso
“espectáculo de la vida”. El progreso veloz e implacable del nuevo milenio exige flexi-
bilidad, abreviaturas, efectividad. Los más adaptados y exitosos moderan su fortuna
espontáneamente y afirman ceder “con placer á la comunidad nuestros sobrantes en
cuanto empezamos á sentirnos demasiado ricos.”
La inventiva del utopista descansa sobre la confianza inconmovible en la bon-
dad humana. Puestos bajo leyes sencillas, buenas y racionales casi todos los individuos
hacen el bien o se convencen de hacerlo muy pronto. Si el trabajo no supone explota-
ción sino beneficio común, el obrero cumplirá sus pocas horas y dedicará el resto del día
al ocio edificante o a la labor comunitaria. Si las causas sociales del delito han sido su-
primidas, el crimen casi desaparece y con él policías y juzgados. Si el placer es encauza-
do, los vicios pierden el gusto (de todas esas opciones habría que salvar a Fourier pero
sería otro ensayo que, además, ya escribió imbatiblemente Roland Barthes)
Ahora, el despliegue de tantas reglamentaciones y normatividades convoca una
pregunta inquietante: ¿para qué tanto esfuerzo si los hombres son naturalmente bue-
nos? Que las mujeres también lo sean parece no dudarse, pero somos tan volubles. En-
38
tonces, ya vimos, habrá cuidados especiales para las porteñas. En ambos casos, la pa-
radoja es evidente: ¿por qué si el utopista confía tanto en la naturaleza humana rodea a
los habitantes de instituciones, ritos, imágenes y recitados diarios? Incluso parecen con-
fiados cuando piensan la posibilidad de la disidencia ya que si, pese a la bondad del ré-
gimen y a la naturaleza humana redimida, existieran detractores, delincuentes o indi-
vidualistas, al menos nuestros utopistas han previsto su destino. Quienes no pueden se-
guir el ritmo furioso del progreso científico son diagnosticados y tratados especialmente
por la “corporación de psicólogos experimentales” de la Estrella del Sur, de modo que
logren encontrar su lugar en el organismo social. Si no es así, los esperan las “cárceles-
casas de corrección y trabajos forzados para delincuentes susceptibles de mejoramien-
to”. Por su parte y, a pesar de “que ahora todos gozan en cumplir los reglamentos por-
que ley pareja no duele”, el socialismo confinará en Malvinas a quienes no lo compren-
dan. Previo paso por la marca (literal) de la ley; el reo llevará tatuada en esperanto con
“rayos ultrablancos” la inicial de su crimen: robo, mentira, asesinato y una V de mala
vida para las mujeres que la merezcan. La reincidencia se pena con la deportación a In-
glaterra, ya que la Gran Sociedad no castiga sino que separa a los que no saben aprove-
char sus beneficios. Aun más optimista, Quiroule prefiere pensar en quienes decidan no
participar de su propuesta y se pregunta: “¿Acaso sería justo que después de haber las
minorías oprimido a las mayorías, las mayorías a su vez, oprimiesen a las minorías?”
Su respuesta intenta respetar algo del individualismo anarquista e idea la posibilidad
de que algunos libertarios elijan la vida nómade y se acerquen a las aldeas sólo cuando
lo necesiten.
Según parece, para construir una sociedad nueva y feliz bastaría con poner de
acuerdo a la naturaleza humana y a la racionalidad de la cultura. Pero ¿en qué consiste
tal naturaleza?, ¿qué hay de natural en lo humano?, ¿cuánto de humanidad natural
puede domeñar un orden social? Las dudas no surgen porque en casi todas las utopías
hay quienes resisten su influjo -descarriados, delincuentes, locos, perversos- sino por la
propia tenacidad de cada orden político puesto a fundar esa naturaleza una y otra vez.
Con bastante frecuencia los utopistas parecen acordar en que el orden perfecto conlleva
mucha repetición y, por tanto, una especie de pascalianos felices puebla las ciudades
ideales, hechas y vueltas a hacer cada día.
39
Entonces las utopías textuales son, también, cuentos sobre cómo producir habi-
tantes. En su humanismo fanático el utopista no sólo confía en pergeñar el mejor or-
den, sino el ciudadano mejor. Las ciudades parecen máquinas en cuya ingeniería (so-
cial) se producen series armónicas de sujetos ideales. Y en donde con más claridad se
observan sus mecanismos no es en los grandes tratados ni en los legalismos abstractos,
sino en la reglamentación cotidiana del sueño, las comidas, los vestidos y las sexualida-
des. Tal como hemos entrevisto en la voluntad programática de los utopistas locales,
quienes con énfasis diversos demarcaron esas coordenadas para los modos de vivir por-
teños. Científicamente determinados en el capitalismo suave de Vera, administrativa-
mente sancionados en el gran Estado de partido único en Dittrich y erigidos en forma
espontánea y mancomunada por los saludables Hijos del Sol. Jamás resultantes del
conflicto político, ni de la disputa colectiva.
Solo una mirada ingenua sobre la razón emancipatoria podría sorprenderse al
encontrar algo del paisaje fascista en los sueños más libertarios. Es en la Ciudad Anar-
quista Americana donde, por ejemplo, a los niños “se les enseñaba cómo se debe cami-
nar, tieso el cuerpo, la cabeza erguida sin exageración; cuál debe ser, corriendo, la pos-
tura del cuerpo y la posición de los brazos; en el sueño, cuál la posición de los miembros
[...].” En este sentido, que las utopías se malogren o vivan agudos cataclismos en su
aplicación no hace más que salvarlas. Es el fracaso de la voluntad ingenieril, del empe-
ño en pacificar la lengua y de la intención de domesticar el lazo social lo que mantiene
activa a la utopía. Esa insistente costumbre de imaginar otras tantas ciudades imposi-
bles.
GOMEZ TOVAR, Luis et al. (1991), Utopías libertarias americanas. La Ciudad Anarquista
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WEINBERG, Félix (1976), Dos utopías argentinas de principios de siglo; Buenos Aires: So-
lar/ Hachette.
41
2Hay quien ha querido ver detrás de la Metrópolis de Fritz Lang, resonancias del poema de Maples Arce.
El dato no ha sido investigado con suficiencia.
43
Explosión simultánea
De las nuevas teorías,
Un poco más allá
44
En el plano espacial
De Witman y de Turner
Y un poco más acá
De Maples Arce.
[…]
Oh ciudad fuerte
Y múltiple
Hecha toda de hierro y de acero.
Los muelles. Las dársenas
Las grúas.
Y la fiebre sexual
De las fábricas
Vrbe:
Escoltas de tranvías
Que recorren las calles subversistas
Los escaparates asaltan las aceras,
Y el sol, saquea las avenidas.
Al margen de los días
Tarifados de postes telefónicos
Desfilan paisajes momentáneos
Por sistemas de tubos ascensores (Schneider 1985:191-192)
El texto hace desfilar por sus líneas versales un conjunto de motivos que aluden
a la vida urbana contemporánea en el seno de una cosmópolis portuaria, donde los
mástiles de los trasatlánticos y las torres sobre las cuales se subtienden los cables tele-
fónicos y telegráficos cobijan a la multitud que deambula por las calles y las plazas, de
camino hacia las fábricas. Una lectura muy rápida ubica con certidumbre su ubica-
ción: se trata de una bahía en la costa atlántica; la estampa, por ende, remite de mane-
ra inequívoca a la “Babilonia de hierro”, Nueva York.
List Arzubide se ocupa también del tema. En Esquina, el primer poemario sus-
crito ya oficialmente como “Ediciones del movimiento estridentista” aparece con ma-
yor desarrollo el tema urbano. Schneider (1985:19) acota al respecto:
45
hallaría concreción: el año 1975. Los poetas y artistas de la vanguardia esperaban que,
transcurrido medio siglo, la utopía urbanística alcanzaría su concreción.
Forma parte de nuestro imaginario local, pero también de la crítica literaria
mexicana, identificar Estridentópolis con Xalapa. La permanencia del poeta Maples
Arce en la Secretaría de Gobierno durante el mandato del Coronel Heriberto Jara como
gobernador del Estado, entre 1924 y 1927, caracterizado por la alta efervescencia del
movimiento obrero de clara inspiración bolchevique (surgimiento de sindicatos agra-
rios y de inquilinos, movimiento de obreros textiles y panaderos, entre otros) estuvo
acompañada por una campaña cultural de vastas proporciones de la que los poetas es-
tridentistas fueron impulsores. Publican las revistas Horizonte y Biblioteca Popular (ba-
jo la dirección de Germán Lizt Arzubide). Esta posición de poder, aunque temporal, ha
dado pie para suponer que el grupo erige a esa ciudad como sede no sólo para su traba-
jo, sino como el locus apropiado para colocar los cimientos de su ciudad ideal:
El estridentismo también tuvo una propuesta arquitectónica con su singu-
lar Estridentópolis, la ciudad de la modernidad, ubicada en Xalapa, Vera-
cruz, donde el general Heriberto Jara otorgó a los artistas la libertad y di-
namismo que tanto solicitaban.
Había que renovarlo todo, remodelar la metrópoli, iniciar todo desde los
cimientos, construir edificaciones acordes con el pensamiento de vanguar-
dia. Los cuadros Estación de radio y Edificio Estridentista de Ramón Alva
de la Canal, con sus líneas ascendentes, sus perfiles marcados, sus triángulos
y diagonales, así como su cosmopolitismo implícito, fungen como paradig-
mas de esta utópica urbe que se eleva a las alturas (González Matute 2003)
Otros, menos arriesgados, quieren suponer que Xalapa fue, sólo provisionalmen-
te, asiento de una ciudad que exigía un tren de vida diferente de la cotidianeidad pro-
vinciana habitual en la villa. Como expuso Luis Ramón Bustos,
Los siguientes meses fueron de intensa labor creativa y de difusión de sus
ideas: la ciudad, la estridencia, el avión, ‘los espejos de los días subversivos’,
el ‘palpitar con la hélice del tiempo’, los andamios y el irradiador, sugieren
otra realidad, otro futuro para el país y la esperanza de verlo realizado en
Estridentópolis (proyecto de ciudad futurista que, de momento, se identifi-
caba con Jalapa). Los diez números de Horizonte pueden dar constancia de
47
3Agradecemos aquí la benevolencia del Dr. Vidal Elías, investigador dedicado a estudiar la identidad
urbana de Xalapa, de cuyo trabajo proceden estas imágenes.
48
ello tendría consecuencias hasta ahora no previstas: la ciudad del caos, el ruido y la es-
tridencia es una forma de “epater les bourgoises”. Como hemos visto en la foto del au-
tomovilista audaz, que irrumpe la tranquilidad de aquellas intrincadas callejuelas, el
hecho sorprende porque arremete contra las buenas conciencias, contra el sentido de la
racionalidad y las normas morales del tranquilo villorrio. Conducir un auto sobre las
escalinatas de la Catedral metropolitana no sólo constituye un ataque contra los valo-
res religiosos, ya que viola el espacio sacro, sino que supone también un arrogante ata-
que de la tecnología sobre el orden del mundo. Que un auto sea capaz de descender so-
bre una escalinata nos habla de la capacidad que tiene la técnica de traspasar las limi-
taciones impuestas por una topografía incomprensible en algunos puntos de nuestra
ciudad. Por ello, las ensoñaciones de los estridentistas podrían contener, al propio
tiempo, manifestaciones de una evidente distopía. En la práctica, esta actitud ambigua
ha regido en uno u otro sentido, la configuración del paisaje urbano y la planificación
del desarrollo urbano de Xalapa, origen de conflictos sociales que expresan de manera
clara dos imaginarios, dos maneras contrapuestas de entender el camino que habrá de
tomar histórica, arquitectónica, urbanísticamente, la ciudad.
plantarlas con altas edificaciones de estructuras de hierro y cristalería, al estilo del ac-
tual Edificio de Pensiones (en la esquina de Leandro Valle y Zaragoza) o el Hotel María
Victoria, en la década de los sesenta, o que festejan la actual apertura de pasos a desni-
vel y vías rápidas a costa de las jardineras pobladas de araucarias, estaban y están si-
guiendo a pie juntillas las pautas de paisaje urbano propuestas por Maples Arce, Vela y
Cueto. Quienes enfrentaron con energía el proyecto de demolición del Panteón antiguo
de Xalapa por parte del Ayuntamiento en la década de los ochentas, o que han salido a
protestar por la tala del paraje de “La Joyita”, en el sur de la ciudad, miran las deriva-
ciones de la urbanización bajo una perspectiva diferente La ciudad, entonces, es esce-
nario donde subsisten, cohabitan, se enfrentan las dos caras de una misma imagen: Es-
tridentópolis: ¿utopía o distopía?
Adriana Petra
que las circunstancias serán las que determinarán la orientación venidera, de-
jándolo todo librado a la improvisación del primer momento, que será el más
crítico, no me cansaré de repetir que es necesario que la masa proletaria conozca
la teoría de la libertad, si se quiere que sepa en qué consiste esa libertad y qué
debe hacerse para que, una vez la tenga conquistada, no se le escape, y vuelva
el hombre a su anterior vergonzosa condición de esclavitud, y no cesaré de ma-
nifestar, con un convencimiento que nada podrá disminuir porque es fruto de
hondas meditaciones y deducciones lógicas, que si la Revolución del Pueblo no
trae un sistema de organización del trabajo que rechace, en bloque, al que im-
plantara la irracional civilización del dinero, y se adopte el criterio absurdo de
proseguir en la vía de las complicaciones industriales que matan en el huevo el
germen de la libertad en vez de esforzarse en simplificar el curso de la vida, no
se habrá hecho un paso hacia la posesión del ideal que se tenía a la vista y resul-
tarán estériles todos los esfuerzos de los productores, locamente empeñados en
hacer funcionar un mecanismo creado por el genio de la opresión y cuya buena
marcha exige férrea disciplina y obediencia pasiva a una dirección todopodero-
sa, tal la burguesa, cuyas órdenes llegan al obrero por el conducto de numerosos
pequeños autócratas que al infeliz dirigido quitan hasta la misma conciencia de
su propia individualidad (c. 1922: 5).
Apasionado por las ciencias y los avances técnicos, Quiroule se mantenía al día de
las últimas publicaciones y descubrimientos, posiblemente por su trabajo como tipó-
grafo en la Biblioteca Nacional. Sus conocimientos, sin embargo, poco difieren de los
discursos sobre los prodigios de la técnica que circulaban en las revistas populares desde
las últimas décadas del siglo XIX y que él mismo desplegó en sus relatos utópicos, par-
ticularmente en La ciudad anarquista americana de 1914, y en varios escritos que dedicó
a las especulaciones filosóficas, geológicas y astronómicas. En la ciudad futura, pensa-
ba, las mayores hazañas serían posibles y el conocimiento científico, ya no presa de la
codicia burguesa, sería el instrumento para aliviar las mil cadenas que atan a los indi-
viduos a los trabajos más sórdidos e inhumanos. Esta confianza lo animó a poblar sus
ciudades, tan parecidas a las arcadias medievales imaginadas por Morris, de aeropla-
nos, lavavajillas y armas mortales capaces de secar el cerebro de los burgueses con solo
apretar un botón.
54
Tanto en sus escritos más directamente ligados al género utópico como en aque-
llos que dedicó a la divulgación de las tesis anarco-comunistas, Pierre Quiroule mantu-
vo con enérgica convicción la idea de que las ciudades modernas, las ciudades burgue-
sas, debían ser arrasadas si es que se deseaba que la revolución social sirviera para algo.
Más que un paisaje útil para situar la sociedad futura, en sus escritos la ciudad ocupa
un lugar central: su existencia permite la revolución, su destrucción permite el comu-
nismo. Ni totalmente arcaico ni completamente futurista, el utopista ofrece las ciuda-
des al holocausto o al abandono, parece querer volver a un mundo arcádico pero hace
depender la existencia de su ciudad nueva de la electricidad, ciencia redentora y mara-
villosa. El mundo futuro sería, no le cabe duda, tan igualitario como eléctrico. El anar-
quismo, podría haber dicho, es la comuna más la electricidad: “¡La electricidad: he aquí
la ciencia del porvenir, así como el acumulador eléctrico es el instrumento que al indi-
viduo de mañana liberará!” (1920: 20).
En las páginas que siguen repasaré la obra de Quiroule, particularmente su pro-
ducción utópica. En primer lugar trataré de aproximarme a la idea de ciudad que ani-
mó el diseño de sus propuestas anticipatorias, idea que si por un lado se alimenta de la
preferencia utópica y libertaria por las pequeñas ciudades y la vida rural, por otro se
estructura como reacción frente al crecimiento acelerado y casi espectacular que la ciu-
dad de Buenos Aires experimentó desde fines del siglo XIX. En segundo lugar, intenta-
ré analizar la relación entre sus escritos utópicos y el imaginario científico y técnico que
los habita, poniendo particular atención al modo en que Quiroule participó de la exten-
dida creencia que, como han explicado Liernur y Silvestri (1993: 24), asociaba la in-
mensa liberación de energías que permitía la electricidad en el contexto de una ciu-
dad que giraba en el “torbellino de la electrificación” con los procesos de liberación y
transformación social que soñaban anarquistas y socialistas.
La ciudad degenerada
decisiva. Los urbanistas del Renacimiento tomaron del proyecto platónico la idea de un
orden social –vertical y jerárquico– que tendiera hacia la armonía de las clases median-
te la eliminación de los motivos de contraste, lo pusieron al servicio de los príncipes y
maduraron los tiempos para la utopía moderna (Infranca, 2004: 86). El desarrollo de la
técnica de las longitudes y las latitudes permitió, por su parte, desarrollar los procedi-
mientos de cuadriculación del espacio (Glusberg, 2004: 291). Así, el Renacimiento res-
cató el tema urbano y lo urbano se convirtió en el espacio de la utopía.
Las ciudades medievales –afirma Trousson– habían crecido un poco al azar,
con el anárquico empuje de las iniciativas individuales. Pero resulta que a
las estructuras comunales centrífugas sucedieron príncipes interesados en al
centralización y el orden [...] Pero no se puede tocar las murallas sin afectar
a los hombres; la ciudad es el espejo y la medida del hombre. Los urbanistas
se interesaron por la organización social, situaron al ser humano en el centro
de sus construcciones y soñaron con adaptarlo a ellas: ¡a una ciudad racional
y sana debía corresponderle un hombre nuevo! (1995: 75).
Durante el siglo XVIII la utopía se puso de moda. A las obras del género se suma-
ron innumerables tratados y proyectos de buen gobierno, además de especulaciones
fantásticas y sátiras costumbristas que en conjunto conformaron una exitosa “literatu-
ra de imaginación”. Aunque en la mayoría de las obras de este periodo se mantuvo el
esquema clásico del viaje, el naufragio y el descubrimiento de una sociedad lejana per-
fecta, el Siglo de las Luces supondrá para la utopía tanto una apoteosis de la razón y la
fe en el progreso, como una innovación fundamental: el tiempo. En efecto, a partir de
la obra del polígrafo francés Luis-Sebastian Mercier, la utopía se transforma en ucro-
nía, y la exploración de la felicidad posible ya no se ubica en una isla imaginada sino en
el espacio futuro. La ciudad ideal es ahora fruto de un ejercicio sobre las probabilidades
futuras de las ciudades reales.
Como ha explicado Carl Schorske, para la gran burguesía decimonónica, heredera
de la Ilustración, la ciudad representaba el centro de las actividades humanas más va-
loradas: la industria y la cultura (2006: 24-37). Sin embargo, la idea de la ciudad como
virtud no tardó en desarrollar su opuesto: la ciudad como vicio, escenario del temor oc-
cidental por la decadencia y la degeneración. Aun antes de que los efectos de la indus-
trialización se hicieran evidentes en el espacio urbano, hubo quienes alertaron sobre los
56
La vida simple
88,4% de las familias obreras continuaba viviendo en una única pieza. Es sobre este
contexto de acelerada trasformación y pronunciados contrastes que Quiroule desarro-
lla su crítica antiurbana, la que presenta al modo de un espejo de lo que puede suceder
si no se detiene a tiempo la promesa del progreso capitalista: que Buenos Aires se con-
vierta en Londres o París.
Este temido escenario es el que había descrito en su primera utopía, inspirada en
los sucesos de la Comuna de París, donde presenta a las masas urbanas “en trágico y
alucinante desfile” cuando la revolución sucede y les da la oportunidad de una vengan-
za siniestra.
Visión espantosamente dantesca, ellos eran el fantasma-hambre surgiendo im-
placablemente acusador frente al feroz egoísmo capitalista (…) Un solo deseo,
un solo propósito podía guiar sus actos: destruir con fervor; no dejar nada tras
de sí… y lo rompían e inutilizaban todo. ¡Y qué! ¿Acaso la Revolución no signi-
fica Destrucción?... Sombríos Atilas ejerciendo su inexorable misión de aniqui-
lamiento social, ellos destruían ampliamente, bestialmente todas aquellas ri-
quezas, todos esos tesoros productos de la actividad e inteligencia colectiva,
porque aunque ellos contribuyeron tanto o más que nadie a crearlos, siempre se
vieron brutal e injustamente despojados del derecho de disfrutar la parte que
les correspondía en toda legitimidad (1912: 68-69).
Quiroule no era un primitivista ni sus escritos postulan el regreso a una Edad de
Oro. Sabía que al hombre moderno “no le sería posible privarse de los productos de la
industria” y, por lo tanto, creía que la ciudad futura debía ser “industrial y agrícola al
mismo tiempo”. Una vez destruida y abandonada la ciudad maldita, no dejando en ella
piedra sobre piedra, sería posible la ciudad anarco-comunista, a la que imaginaba orga-
nizada en clave estrictamente kropotkiana: una comuna autosuficiente cuyas relaciones
sociales se basan en la cooperación, la rotación de tareas y el apoyo mutuo, eliminando
por ello todo centralismo y autoridad. En estas “pequeñas agrupaciones de seres racio-
nales” la mortífera división entre el campo y ciudad ha sido superada, la agricultura,
actividad principal, puede convivir con una industria a pequeña escala, aunque capaz
de realizar los mayores prodigios de la imaginación del utopista.
La ciudad anarquista
60
4 En su último relato utópico, En la soñada tierra del ideal (1924), Quiroule modifica el trazado de la ciu-
dad por una forma circular, aunque no abunda en los razones. Esta utopía, menos rica en descripciones
urbanas y ficciones tecnológicas, aunque más lograda en materia narrativa, está dedicada a discutir las
tesis sindicalistas y combatir el creciente interés del movimiento obrero por la experiencia soviética.
5 Entroncándose con la tradición utópica clásica iniciada por Moro, Quiroule cifra sus esperanzas de un
mundo nuevo y mejor en los territorios americanos. La explicación es contundente: en América las rela-
ciones de producción capitalista no estaban totalmente desarrolladas como sucedía en Europa, donde la
burguesía había logrado “hacerse invulnerable”; además en estas latitudes la revolución no podía ser tan
fuertemente combatida debido a la escasa población en relación con su inmenso territorio y porque el
sentido de propiedad privada y posesión de la tierra no estaba tan arraigado entre sus pobladores debido
a la condición “ilegítima” de sus dueños, quienes no podían invocar derecho alguno sobre las tierras que
habían “robado” a sus verdaderos poseedores: los indios americanos eliminados por “la traición y la fuer-
za brutal”. Por lo tanto, su expropiación en manos de los trabajadores era un verdadero acto de justicia
realizado conforme al “más elemental derecho natural humano pisoteado por un puñado de conquistado-
res y de aventureros”.
61
berg (1976: 69) ha señalado que por las referencias espaciales y las descripciones paisa-
jísticas que brinda Quiroule, El Dorado sería la Argentina, Las Delicias la provincia de
Buenos Aires y sus adyacencias litoraleñas y Santa Felicidad la provincia de Santa Fe.
Aunque Quiroule describe la ciudad anarquista como obra consumada, ya fuera
de cualquier contingencia como es propio de las utopías, se preocupa por señalar que la
construcción de la nueva organización social demandó varios años, una vez comproba-
da la aberración que suponía pretender que la sociedad nueva fuera volcada en el molde
de la antigua metrópoli porteña. Durante ese periodo de transición las nuevas pobla-
ciones fueron organizadas siguiendo un plan de evacuación hacia los pueblos vecinos y
sólo unos pocos quedaron en Las Delicias, antigua capital del reino, para aprovechar su
infraestructura industrial y proveer de herramientas y maquinarias a los pueblos anar-
quistas. Una vez abandonada por completo la ciudad y organizado el modelo de las
comunas se estuvo recién en la aurora de una “sociedad verdaderamente libre y feliz”.
La joven ciudad comunista, tan diferente de la antigua ciudad burguesa “por su
estructura y particular disposición”, sigue un modelo original de distribución concén-
trica que se repite toda vez que un agrupamiento sobrepasa los 12.000 habitantes, pre-
tendiendo así evitar la desmesura de la traza urbana, asegurar la armonía de sus partes
y, sobre todo, por considerar un mayor número “pernicioso para la salud pública, la li-
bertad individual y el bienestar general”. El punto central exacto de la ciudad es la
Plaza de la Anarquía, en cuyos laterales se ubican la Sala del Consejo, el teatro y el
gimnasio y desde donde parten cuatro anchas avenidas diagonales. Desde ese centro se
organiza una doble cuadratura: la primera la constituye el barrio industrial, con sus ta-
lleres y fábricas; la segunda, el barrio de los almacenes y depósitos. Fuera del períme-
tro, más allá de la Vía de la Abundancia que lo contiene en un área no mayor a 10 hec-
táreas, nace la ciudad habitada, organizada sobre serpenteantes caminos peatonales y
jardines, desparramadas las casas hasta chocar con la campaña que es su límite exte-
rior.
Los edificios anarquistas son, a cambio de la precisión (anhelada aunque no siem-
pre conseguida) de número y medida de la traza urbana, una mezcla poco resuelta entre
la funcionalidad adecuada a la sencillez de las nuevas costumbres y la imaginación
ecléctica del utopista. Los anarquistas habitan en viviendas individuales de dos piezas
en dos plantas, aunque las había de tres para aquellos que gustaban de furtivas com-
62
pañías y de cuatro para los raros casos en que se decidía conservar las viejas costum-
bres matrimoniales y familiares. Como en la novela del revolucionario ruso Nicolai
Chernichevsky (Qué hacer, 1863) que Fedor Dostoievski criticó en Memorias del subsuelo
(1864) –“¿qué sería de un palacio de cristal del que se pudiera dudar?” –, las casas co-
munistas que imagina Quiroule son de vidrio, material que expresa casi con literalidad
el rechazo del discurso visual moderno a los lenguajes tradicionales, la oposición entre
la levedad y la movilidad de la modernidad y la solidez y permanencia de la arquitectu-
ra clásica, dominante en la cultura arquitectónica argentina, principalmente en los edi-
ficios públicos y las casas de la elite (Liernur, 2000: 457-458).
Hemos dicho que las moradas de la ciudad anarquista era elegantes chalets
de vidrio, de una sola pieza, fundidos en moldes gigantescos por medio de la
electricidad. Los había de varias formas; de diferentes dimensiones y colo-
res, predominando el naranja, el azul oscuro, el granate y el verde.
Estos chalets tenían pared doble, rellenado el espacio vacío de separación
con sustancias refractarias al sol (1991: 48).
Estos “palacetes” se disponían en grupos separados por una distancia imprecisa,
rodeados de palmeras gigantes y unidos por puentes aéreos de balaustradas adornadas
por malvones, jazmines y rosas. Una vez más, resulta curioso que, siendo su propuesta
urbana más cercana al medievalismo y a las críticas decimonónicas a la ciudad indus-
trial, Quiroule describa la glashaus comunista como lo podría haber hecho un arquitec-
to vanguardista de la “cadena de vidrio”:6 practicidad, higiene y sobriedad son sus
atributos, casi como un prospecto de la felicidad doméstica asegurada.
Elegancia, solidez, impermeabilidad, higiene, tales eran las principales ventajas
del empleo del vidrio, con preferencia a la madera, antes empleada para la fa-
bricación de mueblaje recargado de molduras y de adornos imposibles de lim-
piar. Con el nuevo sistema, no se necesitaba sino un breve momento para el la-
vado de los pisos, paredes y muebles, lo que se hacía con suma facilidad me-
diante una sencilla esponja, quedando todo después tan reluciente y nuevo co-
mo el primer día (Ibíd.: 49).
La ciudad eléctrica
7 La fuerza de la teoría fluídica, que se mantenía vigente aun cuando la teoría atómica de la electricidad
había sido formulada ya en 1874, se debe a que “unos de los problemas que planteaba el carácter ‘invisi-
ble’ e insólito de la nueva energía consistía en cómo pensarla en un mundo que seguía concibiendo la ma-
teria con categorías aristotélicas. Imaginarla como fluido la asimilaba a alguna materialidad, la cosifica-
ba” (Liernur y Silvestri, 1993: 20).
66
rencia por vestirse como gaucho. Super, estudioso de los descubrimientos de Curie y su
escuela sobre las propiedades del radio y el polonio, había dedicado varios años a la in-
vestigación de los fenómenos del electromagnetismo, logrando producir un “fluido des-
conocido” que, usado como arma a través de un aparato por él también construido, el
“vibraliber”, atravesaba el cerebro de la ocasional víctima produciéndole una quema-
dura en la masa encefálica y la muerte inmediata. Este colosal descubrimiento signifi-
caba que, por fin, las comunas anarquizadas de América podrían extender su obra re-
generadora hacia la vieja Europa, aún subyugada por el capital. Unos pocos cientos de
vibralibers serían suficientes para equipar la legión libertadora, que esta vez emprende-
ría su viaje en la dirección opuesta, ganando rápidamente la batalla por años negada a
los proletarios europeos y liberando al mundo de una vez y para siempre.
Pierre Quiroule murió a los 71 años en su casa del barrio porteño de Flores, el úl-
timo día de noviembre de 1938. Poco se sabe de sus últimos años, además de que traba-
jó como corrector en La Nación, tradicional diario argentino. Es inexacto, como se ha
afirmado, que haya sido el autor de los folletines policiales de la popular saga británica
Sexton Blake, traducidos y publicados por la editorial Tor.8 No sabemos entonces si
modificó sus ideas o se olvidó de sus fervores ácratas, pero hasta su último libro publi-
cado, Un filósofo en Posadas (1931), se empeñó en sus obsesiones de naturalista y cientí-
fico.
Exponente de una nunca consumada tradición utópica argentina, Pierre Quiroule
sigue despertando curiosidad, aunque su utopismo no fuera siempre original, ni en rela-
ción a las reglas del género ni a las propuestas urbanísticas, sociales y científicas de su
tiempo, de las que se nutrió por igual. Utopista tardío, Quiroule confiaba en el poder li-
berador de la técnica cuando los mundos de pesadilla tecnocrática ya habían privado a
la utopía de la confianza en un porvenir glorioso. Utopista periférico, alojaba las espe-
ranzas perdidas de Europa en las tierras de un mundo nuevo que debía ser diferente a
todo lo conocido. Utopista libertario, no logró ser fiel a la regimentación propia de los
mundos utópicos, sin por eso liberar su mundo futuro de un tedio edulcorado. Anar-
quista utopista, nunca encontró un lugar para sus ensoñaciones y proyectos entre los
8El error radica en que algunos de estos folletines estaban firmados por Pierre Quiroule, seudónimo tras
del cual se ocultaba el guionista y escritor inglés W. W. Sayer.
67
propios anarquistas, refractarios de sus “libritos futuristas” y sus mundos del mañana.
Tal vez, la gran hazaña de Quiroule fue intentar darle a sus utopías la verosimilitud del
espacio propio y el tiempo próximo, como si verdaderamente se tratara del estudio pre-
liminar del gran libro de la revolución americana por venir. Algo de esto intuyó Max
Nettlau cuando escribió que Quiroule había logrado crear “hipótesis utópicas” diferen-
tes al localizar sus ciudades imaginadas en la Argentina (1991: 96). “Nada es más útil
en las utopías –afirmaba entonces– que su localización, su adaptación a cada país, por-
que aunque seamos internacionalistas en ideas y sentimiento, igualmente seremos
siempre hijos del medio ambiente para las formas y matices de las aplicaciones prácti-
cas. La utopía que combina el ideal y la práctica, será verdaderamente utópica –sin lu-
gar–, si quiere agradar e inspirar; será adaptada al medio si aspira el éxito supremo que
toda utopía puede esperar, a la realización”.
——— (1920), Orientación social. Para alcanzar la suma máxima de bienestar y libertad
individuales, 2° ed., Buenos Aires: s/d.
——— (c.1922), Problemas actuales. Seguido de sistemas sociales y filosofía anarquista,
Buenos Aires: s/d.
——— (1925), En la soñada tierra del ideal, Buenos Aires: Bautista Fueyo.
——— (10/6/1925), “Carta de Pierre Quiroule a Max Nettlau”, Buenos Aires (Archivo:
Fondo Max Nettlau, Instituto de Historia Social de Ámsterdam)
——— (1991, original 1914), “La Ciudad Anarquista Americana. Obra de construcción
revolucionaria”, en GÓMEZ TOVAR, Luis et al. Utopías libertarias americanas. La Ciu-
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SCHORSKE, Carl (2006), “La idea de la ciudad en el pensamiento europeo: de Voltaire a
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TROUSSON, Raymond (1995), Historia de la literatura utópica, Barcelona: Península
WEINBERG, Félix (1976), Dos utopías argentinas de principios de siglo, Buenos Aires: So-
lar/Hachette.
69
Federico Randazzo
9Mi agradecimiento a Emiliano Randazzo y Lucas Petersen por su colaboración. Los rollos de microfilm
que preservan los ejemplares de La Agitación se conservan en la Biblioteca Popular Bernardino Rivada-
via de Bahía Blanca y en el Instituto de Historia Social de Amsterdam, repatriados a la Argentina por el
Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas en Argentina (Cedinci) en el año
2006.
70
El inicio del siglo XX en Bahía Blanca estuvo marcado por las transformaciones
sociales que acompañaban la llegada constante de nuevos contingentes de inmigrantes.
Para 1895 el 45% de la población total del partido eran extranjeros, cifra que en 1906
llegó a más de 50%, según el censo municipal. Mientras en el centro y en el casco histó-
rico florecían los edificios públicos y comercios, en la periferia y en el puerto de Ingenie-
ro White se extendían las barriadas populares. Era ahí donde se asentaban los primeros
cronistas libertarios que empuñaron la imprenta para registrar su paso por la historia
local.
Para mediados de 1901, la obra más importante que se estaba ejecutando en la
ciudad era la ampliación del ferrocarril que comunicaba a Bahía Blanca con Buenos Ai-
res. Entre los trabajadores que labraban la tierra virgen en el campo abierto, artífices
de un adelanto que no disfrutarán, se desató una huelga que fue el germen del grupo
que pocos días después editaría La Agitación. La huelga general, práctica esencial de la
cultura proletaria, se declaró en un paraje del ramal Bahía Blanca-Pringles donde un
grupo de trabajadores alzó un campamento de protesta por mejores condiciones de em-
pleo. La chispa se encendió ahí donde ampliaban las posibilidades de desarrollo de la
empresa inglesa más importante e influyente de la zona: el Ferrocarril del Sur. El 1 de
10Entrevista a Diana Ribas realizada por Astor Vitali y Emiliano Randazzo en FM de la Calle de Bahía
Blanca en Julio de 2007.
71
junio La Protesta Humana (emblemático periódico del anarquismo) publicó una prime-
ra información sobre el inicio de la huelga. Meses después, Caras y Caretas (1901) afir-
maba que por el número de obreros involucrados, era el conflicto más importante y ex-
tenso de la ciudad. El 23 de agosto la protesta ya era tema de la prensa nacional. El día
24 el diario local La Nueva Provincia describía el escenario:
Hasta hoy la huelga no es más que la protesta templada pero pacífica de
cerca de 2000 hombres que han hecho denuncias graves, que no han sido
atendidos, que no encuentran amparo, que viven sin pan y sin hogar, como
parias –verdaderos desheredados a quienes se pretende expulsar de en medio
de los campos donde han levantado sus tiendas- como verdaderos deshere-
dados que solo tienen por delante las perspectivas de la miseria
Luego de un siglo de trayectoria, podemos afirmar que si La Nueva Provincia
publicaba estas expresiones es porque la situación indudablemente era muy grave.11
Las demandas de los huelguistas se plasmaron en un pliego que contenía reclamos refe-
ridos a las condiciones de trabajo, las herramientas y las contrataciones de la compa-
ñía. A pesar de que los empleados del Ferrocarril del Sur pretendían una regulación de
la actividad hostil que padecían a diario, el diálogo se cerró con el correr de los días. La
presencia de un batallón del ejército para custodiar el campamento huelguista no pre-
sumía un final feliz. La cobertura periodística del conflicto puso en alerta a los dirigen-
tes de las federaciones obreras de Buenos Aires, que también recibían los telegramas de
los suscriptores bahienses de La Protesta Humana. Cuando caía la tarde del día 24, en la
capital asumieron la gravedad del caso y los responsables de la Federación Obrera Ar-
gentina enviaron una comisión para que represente a los obreros en la negociación. Fue
11 Sorprendentemente en este conflicto de 1901, el cronista de LNP se muestra con inédita simpatía por
los reclamos obreros. El diario fue fundado el 1 de agosto de 1898 por Enrique Julio. Desde sus orígenes y
hasta la fecha se mostró como vocero de los sectores más radicalizados de la derecha, causando un daño
social aún incalculable en la población de Bahía Blanca. Su director, Vicente Massot, debió abandonar el
cargo de viceministro de Defensa durante el primer gobierno de Carlos Menem en 1993 por revindicar el
uso de la tortura. Cuando el diario cumplió cien años, un grupo de militantes realizó un “escrache”, me-
táfora del boycottage de principio de siglo: frente a las autoridades políticas, religiosas y lógicamente mili-
tares que participaban del festejo, recordaron a Enrique Henrich y Miguel Angel Loyola, trabajadores
gráficos del diario asesinados en 1976 con complicidad de las autoridades del matutino. En la actualidad
el diario continúa reivindicando el terrorismo de estado con editoriales como la del 1 de diciembre de
2007: “El Plan Cóndor... fue exitoso en todo el sentido de la palabra y logró, a escala continental lo que
persigue cualquier estrategia de guerra: ganar. En la Argentina, los restos del comando unificado marxis-
ta que fue militarmente aniquilado en la guerra antisubversiva quiere sentar en el banquillo de los acu-
sados a aquellos a quienes no pudo vencer y seguramente -justicia mediante- lo logrará. Lo que no podrá
lograr nunca es modificar el resultado del Plan Cóndor, y eso es lo importante”.
72
Pietro Gori quien, a pesar de estar enfermo, se postuló para viajar por las pampas bo-
naerenses.
Nacido en Messina, Italia, en 1865, Pietro Gori fue uno de los dirigentes más des-
tacados de la historia del anarquismo internacional. Llegó a la Argentina en 1898, lue-
go de dos años de gira por Estados Unidos y un itinerario que acusaba una condena
pendiente de 21 años de prisión, exilios, cárceles y persecuciones varias. Dedicado ple-
namente a construir el ideal libertario, incursionó en disímiles campos que le permitie-
ron dejar un legado literario, teatral, judicial e ideológico de extraordinaria vigencia.
En Buenos Aires se convirtió en el más afamado embajador del pensamiento libertario,
logrando introducir su programa en sectores hasta ese momento negados a la doctrina
ácrata. Sus disertaciones se acompañaban con un programa filodramático que enmude-
cía a los auditorios de obreros semianalfabetos. Su obra Primero de Mayo, que incluye
el “Himno del Primero de Mayo” sobre una melodía de Guiseppe Verdi incluida en la
opera Nabucco, se convirtió en una de las canciones más populares entre los proletarios
del mundo. En Bahía Blanca se escuchó por varias temporadas en la Casa del Pueblo,
luego de la visita de Gori a la ciudad.
La decisión de Pietro Gori de viajar a Bahía Blanca se tomó minutos antes de la
salida del tren. La noticia se confirmó en Bahía a la medianoche y de inmediato partió
un chasqui con el anuncio rumbo al campamento. En la madrugada, los 2000 huelguis-
tas se despertaron a los gritos en el campo ante la llegada del líder que prometía modi-
ficar el desarrollo de la protesta. Desde el arribo de Gori, la ciudad concentró su aten-
ción en seguir los pasos de aquel personaje ilustre. La prensa local reflejaba:
La venida de Pietro Gori, el amigo de la clase proletaria, el propagandista
entusiasta de los derechos inalienables e imprescriptibles, del hombre sobe-
rano, era la única esperanza, la única tabla de salvación que les restaba a los
huelguistas. Cuando el tren de las 3.40 anunció su arribo a Bahía Blanca,
mas de 500 personas, obreros en su casi totalidad se hallaban congregados
en la estación... El tren paró y del último coche descendió el Dr. Gori,
acompañado del joven Montesano, y de una comisión obrera que había ido
73
aplausos de la apiñada concurrencia que llenaba por completo la sala”, reconoció uno
de los testigos.
La dinámica del colectivo de ácratas bahienses comenzó a acelerarse con el impul-
so que otorgaba la presencia de Montesano en la ciudad. El espacio de encuentro pasó a
ser el local del grupo y las reuniones se multiplicaron ante las iniciativas que surgían de
las necesidades. Entre las prioridades estaba crear un periódico al servicio de los prole-
tarios; y a menos de un mes del conflicto del ferrocarril ya era un hecho. El 1 de octubre
de 1901 los miembros de este grupo libertario se juntaron en el local de Donado 274, a
dos cuadras de la plaza central, para comenzar a distribuir los 200 ejemplares de la ti-
rada inicial de La Agitación. Al preció de 10 centavos ofrecían las cuatro páginas reple-
tas de textos de diversos orígenes, crónicas y columnas locales que se materializaban en
la primera experiencia de prensa obrera bahiense. Se sumaban reflexiones llegadas des-
de Buenos Aires y otras capitales del interior, fragmentos de libros y noticias del mun-
do. Desde la portada prometían no desplegar la bandera de guerra violenta contra los
burgueses, pero si invitarlos a un examen desapasionado de las instituciones. Definían
a la ignorancia como el enemigo central y aseguraban poseer los remedios para comba-
tirla y hasta probablemente anularla. Para ello estos hombres levantaban en el puerto
de Bahía Blanca una escuela racionalista dispuesta a construir nuevas rebeldías, en-
marcada en el proyecto pedagógico que difundieron los libertarios en el país.
En el texto de apertura los miembros el Grupo Libertario La Agitación también
presentaban a la redacción dirigida por Arturo Montesano, “aquel mismo que vosotros
conocéis por varias ocasiones”. En la primera columna de la tapa del ejemplar de lan-
zamiento, aparece un comunicado de presentación, planteado como contrato de lectura
y acción:
AL PUEBLO: Después de los últimos acontecimientos habidos entre la cla-
se trabajadora de Bahía Blanca y sus alrededores, acontecimientos que tu-
vieron honda repercusión en la prensa de Buenos Aires, hemos conocido la
necesidad exclusiva de implantar aquí un periódico que se ocupe especial-
mente de los intereses de la clase trabajadora en general
En las márgenes del poblado crecía un nuevo sujeto que emparentaba prácticas y
discursos con una potencia temerosa: la clase trabajadora. A ellos iba dirigido este pe-
riódico que no aceptaba avisos comerciales y destilaba dos sentimientos muy claros:
76
odio ante los patrones, la oligarquía y el estado, y amor incondicional por la clase pro-
letaria, la libertad y la justicia. El horizonte anarquista no se limitaba al mundo del
trabajo. Si bien su foco estaba puesto en las conciencias proletarias, su ambición se
ampliaba para presentarse como alternativa integral para el conjunto de la sociedad.
En este sentido Juan Suriano (2001) afirma que el mensaje libertario producido por la
prensa anarquista de la época, no era clasista sino universalista.
“Nuestros principios, nuestros medios, nuestros fines” era el título de una primera
reflexión sobre la ideología que motorizaba a los redactores de La Agitación: la anar-
quía. Luego le seguían “L´Associazione” y “Societá moderna e anarchia”, dos notas es-
critas en italiano donde detallaban los objetivos y los argumentos con que cuestiona-
ban el régimen social. Allí critican la organización del estado, la actividad económica de
los empresarios y el sistema fraudulento de elección de autoridades. En su afán polémi-
co y punzante, también cuestionaban conductas y hábitos de ciertos proletarios. Bajo el
título “Drama social” encontramos un texto crítico que condena la actitud de los per-
sonajes que pululan por el burdel, la taberna o el garito por ser los crueles protagonistas
del brutal drama de la lujuria, el vicio y el crimen. “Para vosotros no puede haber re-
dención” auguraba el redactor enfurecido con “los parásitos de la sociedad que todo lo
consiguen sin esfuerzo ni dignidad.”
Estas páginas también presentan un acercamiento a las voces de la literatura
obrera de la época. Fue un momento donde surgió una corriente de autores librepensa-
dores nucleados en una bohemia politizada, tipificada por David Viñas (1995:217):
“Extremismo es la palabra que, en su reiteración, va definiendo esta bohemia anarquis-
ta llevada al máximo que permanentemente necesita corregir su sitio cuando presiente
que los del centro se han desplazado a los márgenes, y que los bordes pierden su filo”. En
todos los ejemplares que se conservan de La Agitación encontramos textos de autores
como Alberto Ghiraldo, poeta, narrador y periodista señalado por Viñas como figura
central de esta corriente de producción literaria que, a través de La Agitación, llegaba a
los lectores de Bahía Blanca. En el primer ejemplar del nuevo periódico bahiense apa-
recía un texto titulado “Trabajo” que decía:
“Muchas veces he tenido ocasión de hablar del trabajo a los mismos traba-
jadores sin que estos pudieran comprender lo que significa esa palabra...
Generalmente por trabajo entienden, sea por ignorancia o sea por incons-
77
La mayoría de los miembros de este grupo eran inmigrantes, factor que otorgaba
una sonoridad cosmopolita a sus textos. De los 52 suscriptores que se detallan en la
contratapa del primer número, 47 tienen apellidos de origen italiano (Buffa 1994). La
crónica libertaria de aquellos días nos permite conocer el proceso en el cual los extranje-
ros se fueron insertando en el entramado social de la ciudad. Comenzar a organizarse y
comprometerse en una institución, eran una forma de empezar a quedarse en esas tie-
rras para librar ahí la lucha en contra de la explotación y el pos de la utopía. Desde la
redacción intentaban aportar cada semana alguna información que diera cuenta de la
situación en los países de origen de los extranjeros. En el ejemplar inicial las noticias
llegan desde Sevilla para anunciar que cerraron fábricas de cerillas y sombreros, au-
mentando en forma preocupante el índice de desocupación. Otro cable de Barcelona de-
cía que los obreros no perdían oportunidad de exigir mejoras, y que eran 3000 los alba-
ñiles que se declararon en huelga.
La marca identitaria de la extranjería es sin duda una de las características prin-
cipales de esta experiencia colectiva. Eran hombres que habían abandonado sus tierras
detrás de una promesa de futuro ofrecida por el Estado argentino en sus campañas de
difusión por el viejo continente. Quienes habían atravesado el Atlántico detrás de la
ilusión del progreso argentino, reflexionaban luego en La Agitación sobre el patriotismo
78
en una columna punzante, que concluye llamando a destruir todas las patrias para em-
prender el desafío de la utopía anarquista, donde el amor de los hombres sea correspon-
dido.
Según nosotros la palabra patriotismo no dice nada más y nada menos que
amor hacia la patria... y supongamos que el amor a la patria sea un deber
natural e incontrastable, sabemos también que a cada deber corresponde un
derecho, así es que el ciudadano que cumple el deber de amar la patria sir-
viendo... tiene el derecho de ser amado por la patria misma. Decid entonces
vosotros trabajadores italianos, españoles, franceses, portugueses, ingleses,
argentinos, etc, etc, vosotros que tanto amas vuestra patria decid si ella os
ama tanto como vosotros amáis!. Díganlo los europeos especialmente que
para ganar una pedazo de pan han tenido que salir deprisa de sus hogares y
pasar por más y más peligro y miserias, venir aquí donde han encontrado
otra patria que únicamente los explota y que los dejará morir de hambre
cuando los dueños de ésta otra patria todo de esa perciban... Dígalo también
el mísero hijo del país condenado a vivir en ranchos mezquinos abandona-
dos en la soledad del campo, lejos de toda civilización y bajo de una miseria
espantosa... Nunca los trabajadores han sido amados de la patria
Una vez más la referencia al trabajo de Juan Suriano (2001:196) sirve para seña-
lar la dimensión de este repertorio editorial bahiense, clonado en otras experiencias de
prensa anarquista contemporáneas: “Totalmente convencidos de la capacidad trans-
formadora y educadora de las palabras, los publicistas ácratas pensaban que a través
de estos artículos mostraban un mundo (y un futuro) diferentes, alternativo que con-
tribuiría a despertar las conciencias dormidas de los lectores- trabajadores”. Otro de los
temas que se reitera en los ejemplares de La Agitación es la prédica a favor del amor li-
bre, una práctica relacionada con el universo anarquista de la época que cuestionaba el
matrimonio y la propiedad de las parejas, proponiendo uniones espontáneas sin com-
promiso. Entre sus reivindicaciones aparece el derecho de los trabajadores a contar con
tiempo para la actividad amorosa, señalada como la más delicada y preciosa. En la re-
dacción dedicaron una sección llamada “folletín de La Agitación” a la difusión por ca-
pítulos de los trabajos de Charles Albert sobre el amor libre.
79
rosos medios para defenderse, y así como el patrón se ríe de las reclamacio-
nes individuales del mismo modo la fuerza patronal no teme la acción de
una corporación obrera aislada... Esperamos pues que los trabajadores de
Bahía Blanca en general demostrarán, como lo han hecho ya varios gre-
mios, que no desconocen los principios fundamentales que imperan su
emancipación política, económica, y que muy en breve quedará constituida
sobre la base de un crecido número de sociedades gremiales la pregonada
Federación Obrera
El siguiente ejemplar de La Agitación apareció el 9 de diciembre de 1901, es el no-
veno y muy probablemente el último. Allí también hay anuncios de nuevas asociacio-
nes de resistencia como el caso de los carpinteros. En la misma semana los albañiles
imitaron el ejemplo y presentaron un nuevo pliego de horarios. La Agitación afirmaba
que al igual que “los patrones de los carpinteros, los de los albañiles fueron obligados a
firmar el pedido si no querían verse perjudicados en sus intereses”. Luego de la negocia-
ción los albañiles y los peones de barracas y corralones también fundaron dos nuevas
Asociaciones de Resistencia, confirmando el desarrollo del movimiento obrero de la
ciudad. “En todos estos casos, el local de La Agitación servirá como lugar de reunión y
asesoramiento para quienes se integran al creciente movimiento”, prometían desde la
conducción de este grupo ácrata.
Otra de las acciones que se motorizaron a través de La Agitación consistía en la
aplicación de boicots. Un método nacido en 1880 en Irlanda como acción de repudio y
aislamiento que rápidamente recorrió el mundo en el imaginario de lucha de los pue-
blos. En nuestro país se habló de boicot por primera vez en términos oficiales el 25 de
mayo de 1901, en el Congreso de la Federación Obrera Argentina constituida ese año en
Buenos Aires. Desde su primer ejemplar, aparecido 5 meses después del Congreso, La
Agitación apoyó el boicot a los cigarrillos Popular con una proclama que explicaba los
motivos del sabotaje y la campaña nacional de repudio (“NON FUMATE SIGARET-
TE MARCA POPULAR!”).
Semanas después encontramos el primer boicot local. Fue promovido desde La
Agitación contra el diario La Nueva Provincia y personalmente contra Enrique Julio,
quien había fundado el periódico en 1898 y dirigía la redacción. La Agitación aclaraba
que el boicot no se limitaba al sabotaje, sino que los voceros libertarios, ya cansados de
81
tolerar los agravios que se publicaban en el pasquín, desafiaban al señor Julio a con-
frontar las ideas en un debate público.
Al desafiar a La Nueva Provincia en el campo de la discusión leal y serena,
creemos que los redactores de ese diario serían capaces de defender cuanto
insidiosamente expusieron. Considerando empero que la ignorancia no es
un delito sino una consecuencia directa de causas residentes en el organismo
o en la sociedad, La Agitación declara: que proseguirá su campaña de Boy-
cottage [Sic] contra La Nueva Provincia usando de todos los medios a su
alcance, como ser manifiestos, conferencias públicas, propaganda asidua,
hasta que el señor Enrique Julio, o quien por él, nos den públicamente una
satisfacción. Hemos iniciado el boicot contra La Nueva Provincia, por el
hecho de que hacía bajas insinuaciones respecto a las ideas que hoy animan
a la clase trabajadora. Así como los trabajadores se han mostrado solidarios
con el boicot a la fábrica de cigarrillos La Popular, de Buenos Aires, que
produjo espléndidos resultados, demuestran su solidaridad contra La Nue-
va Provincia. Ninguno debe pues frecuentar locales públicos, es decir, cafés,
fondas, peluquerías, etc, que al primero de diciembre siga recibiendo La
Nueva Provincia.
Recordando que La Nueva Provincia es desde hace décadas el único medio gráfico
diario de la ciudad, reeditar la medida impulsada por La Agitación a principio del siglo
pasado se puede presentar como un ejercicio de salud pública que la población de la
ciudad debería animarse a considerar.
El último apunte de La Agitación que vamos a señalar tiene que ver con otra de
las prácticas habituales de las comunidades libertarias de la época, las veladas artísticas.
Reuniones con un fin cultural, recreativo y financiero, realizadas los domingos en la
Casa del Pueblo de Ingeniero White donde se retroalimentaba el imaginario de aquellos
utopistas que se presentaban como una alternativa integral. En el noveno ejemplar del
periódico encontramos el detalle del programa presentado el 2 de diciembre de 1901. La
reunión estaba convocada como una acción a beneficio del periódico que, por falta de
recursos, veía amenazada su regular circulación. Contaba con la visita de un dirigente
de renombre nacional, Rómulo Ovidi, un histórico libertario, miembro del Comité In-
82
ternacional de Buenos Aires que en 1890 realizó el primer acto coordinado de los prole-
tarios del mundo: el primero de mayo. El detalle de la reunión decía:
El domingo pasado tuvo lugar en el local de la Casa del Pueblo del Puerto
Bahía la anunciada representación a beneficio de nuestro periódico. Se puso
en escena:
1 El boceto dramático de un acto original del compañero Ovidi, titulado
‘Famme’, el cual fue muy aplaudido.
2 El compañero Ovidi dio una conferencia sobre el tema: Nuestro ideal, el
cual fue desarrollado con facilidad, tacto y buena forma, revelando al buen
orador, ya batallador incansable y enérgico de acuerdo a la fama que le
precedía.
3 Dúo cantado por el señor Monteverde y señora.
4 ‘Cena improvisada’. Juguete cómico en un acto que gustó mucho.
En fin, si los resultados pecuniarios han sido negativos, siendo la primera
de la serie de presentaciones que se darán, en cambio ha sido una buena no-
che de propaganda. Hoy domingo nueva Velada, de acuerdo a los progra-
mas ya distribuidos.
La publicación minuciosa de los ingresos con nombre y cifra del aportante con-
firmaban que, a pesar del entusiasmo, los números del periódico estaban en rojo: “del
resultado de la fiesta no ha quedado ni un solo centavo a beneficio de nuestro periódico,
que con el déficit está en peligro su regular publicación”, resaltaban desde la redacción
que presumía el naufragio. El número de adherentes crecía en forma constante, pero no
alcanzaba para recaudar el dinero necesario para afrontar los gastos de imprenta. Un
último llamado insistía sobre la necesidad de sostener el medio:
TRABAJADORES: LA AGITACIÓN es uno de los periódicos que genui-
namente defiende los intereses vuestros y propaga la organización de los
explotados como medio eficaz para contrarrestar la explotación capitalista.
Es deber de todos difundir entre sus compañeros de trabajo, en las fábricas
y talleres... Recordamos a todos los que crean conveniente la publicación de
este periódico se fijen en nuestro déficit y vean de hacer un pequeño sacrifi-
cio en bien de la causa que defendemos.
83
El pedido era claro y justo, pero no alcanzó. Aquel noveno fue el último ejemplar
de La Agitación que se conserva, y presumimos que el último que se imprimió. Las
plumas de estos hombres siguieron plasmando en diversos textos y testimonios su expe-
riencia en la ciudad, aunque ya no con su periódico propio. En septiembre de aquel
1902 encontramos suscripciones bahienses en La Protesta Humana a cargo del Centro
Libertario de Bahía, el Centro Libertario del Sud del puerto de White y la librería so-
ciológica, entre otros. El 28 de ese mes se publicó el anuncio de que los obreros del ra-
mal Pringles-Bahía habían realizado una colecta popular en solidaridad con los obreros
perseguidos en España, fruto de la cual enviaron $ 192,73 a La Protesta Humana que
era la coordinadora nacional de la campaña.
Apunte final
primera década del siglo XX. Sus ideologías”, en WEINBERG, Felix (dir.) Estudios sobre
inmigración II, Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca.
Caras y Caretas (1901), número 153, 7 de septiembre.
SURIANO, Juan (2001) Anarquistas. Cultura y política libertaria en Buenos Aires 1890-
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VIÑAS, David (1995) Literatura argentina y política. Sudamericana, Buenos Aires.
85
86
Introducción
El Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII en 1959 como un aggiorna-
miento de la Iglesia, propició en América Latina una apertura de sectores católicos. És-
tos confluyeron con discursos y prácticas utópicas, incentivados por la mística de la re-
volución cubana y las contradicciones sociales producto del incremento de desarrollo
industrial y del acelerado proceso de urbanización (Löwy 1991: 96). 12 En este trabajo
12Este artículo es parte de una investigación en proceso para la realización de la tesis doctoral “Los pro-
cesos de construcción identitaria y política: Un abordaje desde la memoria de los conflictos al interior de
la Iglesia Católica y sus relaciones con el Estado y la Sociedad en Rosario en el periodo 1966-1976”, diri-
gida por Ludmila Da Silva Catela y Ana Esther Koldorf. También es continuidad de la tesina de licen-
ciatura “Una historia de vida en el contexto de los procesos histórico/políticos en Argentina entre los ´60
88
y la actualidad”, dirigida por Edgardo Garbulsky. Agradezco los comentarios de Marisa González De
Oleaga, Ernesto Bohoslavsky, Rosa de Castro, Ana Esther Koldorf, Yanina Mennelli y Verónica Vogel-
mann.
89
La “otra” Iglesia…
Durante las décadas de 1960 y 1970 en Argentina se exacerbó el conflicto entre sec-
tores del clero que se nuclearon en torno del documento de los 18 Obispos para el Tercer
Mundo y la jerarquía eclesial, debido a su apoyo mayoritario a las dictaduras de Onga-
nía (1966-1970) y de Lanusse (1971-1973), dividiendo a la Iglesia en dos campos enfren-
tados política y socialmente. Las bases eclesiales exigían un compromiso urgente con
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13Entendemos en este caso como luchas pretéritas la reapropiación de la lucha del pueblo judío y de las
actividades y el sufrimiento de Cristo transmitidos a través de la Biblia como fundamento de la necesi-
dad e imperativo de actuar en la historia, desde las exegesis ligadas a la Teología de la liberación.
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protestas y tomas de Iglesias, junto a sanciones disciplinares por parte del Obispo. Es
por esto que cuarenta clérigos presentaron sus renuncias. (Folquer 1996; Viano 2000 y
López Tessore 2005). Esto los obliga a tener una dinámica más intensa y se ven lleva-
dos a reafirmar su postura, según la cual la función sacerdotal se sustentaba en el com-
promiso con los pobres, la entrega, y sobre todo, expresa Oscar14 “en el amor que te
permitía entregarte y comprometerte en la lucha, ese amor que te llevaba a descubrir el
valor del otro y sobre todo el otro que era el pobre, el obrero, el puesto en segundo tér-
mino, el no tenido en cuenta”. Oscar considera que el diálogo con el marxismo era nece-
sario dentro de la Iglesia, como ya en otro momento se había dialogado con Aristóteles.
Él observa cómo el mensaje que hacía suyo estaba también apuntalado por la teoría de
la dependencia y liberación, a lo que se sumaría la reflexión de Paulo Freire.
Un grupo de eclesiásticos emitió un documento en apoyo del Obispo, en el que los
acusaba de ser “sacerdotes peligrosos doctrinariamente”. En otros espacios los impu-
taban de ser “filo marxistas, filo comunistas”, llegando la denuncia al Vaticano. Este
proceso finaliza cuando, ante el fracaso de las mediaciones de religiosos y del Papa, el
obispo los exhorta a acogerse a su autoridad o a buscar un “obispo benefactor” que los
reciba en otra diócesis. Es así que en julio del 1969 envía los reemplazos a las parro-
quias y deben irse de la ciudad o a sus casas. A partir de entonces, el grupo se dispersa y
cada uno toma distintas opciones de vida y político-partidarias. Muchos miembros del
MSTM simpatizaban con el peronismo y acordaban con la idea de que “el socialismo
para los argentinos pasa por el peronismo”. Otros se vincularon al marxismo, lo que va
haciendo que se dividan en pequeños grupos y que ya no tengan grandes reuniones. No
preguntamos aquí por los mecanismos mediante los cuales una Iglesia que se muestra
como universal y pluricultural, en este caso particular restringe su heterogeneidad.
¿Cuál es el motivo por el cual estos sacerdotes ya no se sienten representados por la
Iglesia que los formó en sus valores?15
14 Uno de los sacerdotes que formó parte del grupo de “renunciantes” y a quien hemos entrevistado en
reiteradas ocasiones entre los años 2000 y 2005.
15 Según Hervieu-Léger (1996), “en relación constante con este pasado (considerado como un todo inmu-
table, fuera del tiempo y de la historia), el grupo religioso se define objetiva y subjetivamente, como una
‘línea creyente’ Esto significa que se constituye y reproduce enteramente a partir del trabajo de la me-
moria que alienta esta autodefinición” Existiría una movilización controlada de la memoria por un cuer-
po de sacerdotes, que en representación del poder religioso, tiene la capacidad de decir la “memoria ver-
dadera” del grupo. ¿Pero qué pasa, como en el caso que nosotros trabajamos, cuando son estos sectores
justamente los que ponen en cuestión esta “memoria verdadera”?
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Si bien el conflicto emerge en 1969, los sacerdotes a los que hemos entrevistado
reconocen experiencias anteriores, en las que habían iniciado vínculos con el mundo
obrero y los barrios más humildes de Rosario. Villa Manuelita, Saladillo, Villa Banana,
Tablada, Godoy y San Francisquito son algunos de estos núcleos poblacionales rosari-
nos, a los que debemos sumar el caso de Cañada de Gómez 16, quizás uno de los casos
más paradigmáticos. Esta vinculación con el mundo y problemas obreros los van orien-
tando hacia un mayor compromiso con estos sectores, que culmina en una agrupación
colectiva que disputa abiertamente con el Obispo. Estas experiencias anclan sus raíces
en el trabajo realizado en Rosario desde la Juventud Obrera Católica (JOC) por sacer-
dotes como Juan, quien desde fines de los años cincuenta comenzó a vincularse a los
sectores obreros con un fuerte compromiso por la transformación y un profundo cono-
cimiento de las problemáticas que los afectaban:
Por que nosotros, la JOC, no nosotros, perdón, es que planteamos la necesi-
dad de la revisión de vida, el ver, y después del ver, el juzgar y el obrar, no
es cierto, esa era la temática con la cual se movía la JOC [...] la JOC partía
de lo que me sacude en este momento, de lo que vivimos en este momento,
por eso el ver la realidad era muy fundamental (entrevista realizada junto
con Andrés Presello, 2005)
A esta experiencia se suma la de Santiago, que entre 1961 y 1968 llevó adelante
una pastoral en un barrio muy humilde de la zona sur de Rosario, hasta que se casó y
fue expulsado por el Obispo. Como hemos podido relevar a partir de los testimonios,
desde mediados de los años sesenta se multiplican las actividades de grupos religiosos y
laicos en los barrios más desfavorecidos de la ciudad tanto como en ámbitos estudianti-
les y obreros:
En Villa Manuelita, bien metido en la villa, este…, en unos tranvías hacía-
mos, teníamos una escuelita, de tarde, era escuela más que apoyo escolar,
porque había chicos que no iban a la escuela y ahí, por ejemplo, nos ayuda-
16Ciudad cercana a Rosario que pertenece a la diócesis y en donde el padre Armando Amiratti llevó ade-
lante una tarea pastoral muy reconocida por su comunidad: durante su pastoral se crearon el Hogar del
Niño Santa Teresa de Jesús, el barrio “Juan XXIII” y la guardería infantil “Cañada de Gómez”. Aquí se
produjeron importantes manifestaciones de resistencia por parte de los laicos ante el envío de su reem-
plazo.
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do de las casas de los vecinos con la colaboración de todos. Inés recuerda especialmente
un casamiento celebrado por un cura “tercermundista”, quien fue uno de los fundado-
res de la escuela.
Entonces vos, terminaba el casamiento con todos cantando la canción del
hombre nuevo para desearle lo mejor a la pareja que se casaba [...] Ese gru-
po de vecinos que se núclea alrededor del cura y de la que fue la directora
fundadora que es María Teresa… [...] Las techadas de las casas las hacían
entre todos, se juntaban todos los hombres del barrio, ese día era fiesta y
podían techar…” (Inés, entrevista junto a Mariela Robledo y Sonia Dal
Tio, 1997)
A estos relatos de quienes vivieron vinculados a esta escuela por esos años y que
continúan trabajando o en relación con ella, se anexan testimonios de vecinos de Barrio
Franzetti, quienes en un taller municipal sobre memoria de los barrios con adultos ma-
yores, recuerdan estas experiencias en el Centro de Jubilados del barrio como una prác-
tica de militancia social:
El centro cultural Santa María surge como una necesidad para el barrio
donde la gente se pueda reunir. La inquietud fue del padre Néstor [...] Se
construyó con el esfuerzo de la gente. La gente que coincidía con su idea,
médicos, abogados, psicólogos colaboraron con él gratuitamente. Primero se
construyó un salón donde se hacían varias actividades con fines sociales, po-
líticos, culturales y religiosos. Todas eran necesidades del barrio. En el 67’
más o menos se empiezan las obras (testimonio de Ana, en Nemcovsky
2004)
La primer casilla de Villa Banana la van a hacer los chicos del centro cultu-
ral [...] Después pasa en el año 75’ que se crea el jardín Arco Iris [...] Luego
en el 77’ lo exilian al padre Néstor; entre las personas que trabajaban con el
padre hay un muerto y dos desaparecidos, ahí se perdió todo, la gente dejó
todo por miedo (testimonio de Angélica en Nemcovsky, 2004)
Como observamos en los testimonios, la experiencia culmina abruptamente con el
exilio obligado de Néstor, el padre español que llegó a Rosario en 1964 y fue enviado a
una vicaría del barrio donde formó parte de la experiencia narrada por los vecinos. El
clérigo daba misas y cumplía su función sacerdotal a la vez que trabajaba como obrero
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en una fábrica de la zona. Tal como adelantamos, el último gesto con el que el poder es-
tatal intentó erradicar las memorias de las luchas del pueblo fue la demolición y re-
localización de Santa Lucía, escuela y barrio, para la construcción de una autopista na-
cional.
En la trayectoria de vida de Oscar, quien fuera un sacerdote del grupo de “re-
nunciantes” podemos observar una continuidad respecto a sus ideas acerca de la Iglesia
y de su compromiso con los pobres, plasmada en una importante militancia social, in-
tensificada desde la recuperación democrática. Oscar se quedó en Rosario y siguió tra-
bajando en el barrio junto a Néstor y en la universidad con la asunción de la presiden-
cia de Héctor Cámpora en 1973. Tenía una presencia en lo “social político”, pero nunca
llegó a comprometerse con un partido. Si bien Oscar identifica una importante ruptura
el 20 de junio de 1973, donde percibe que “no se iba a provocar una transformación so-
cial sino que iba a seguir más de lo mismo”, la llegada de la dictadura aparece como
una fecha frontera entre un proyecto colectivo y la necesidad de proyectarse en forma
individual. El primer año de la dictadura encontró a Oscar en Buenos Aires, donde tu-
vo que quedarse unos meses por protección debido a las persecuciones y detenciones de
sus compañeros y dejar de realizar los trabajos sociales que estaba llevando adelante
junto con la que pronto sería su esposa, una ex religiosa. Durante 1977 hubo intentos,
junto con personas de otras religiones y un grupo de ex militantes, de armar el Centro
de Estudios Rosario, pero tuvo que retirarse, debido al conflicto que ocho años atrás
había tenido con el Obispo. Luego de que se alejó de la Iglesia y hasta 1987, Oscar vivió
de su trabajo como albañil, cuando comenzó a trabajar en el Movimiento Ecuménico de
Derechos Humanos (MEDH)17. Oscar asume la lucha por los derechos humanos como
un tema central en su vida, según entiende esta lucha continúa cada vez más vigente a
partir del acrecentamiento de las políticas “neoliberales” y sus secuelas en Argentina.
17Más allá de que en Argentina la Iglesia fue conservadora y dejó a los sacerdotes “tercermundistas” por
su cuenta y riesgo, llegando a adoptar una actitud entreguista, algunos sacerdotes dentro de la estructu-
ra clerical adhirieron al MEDH o participaron de otros organismos defensores de los derechos humanos.
El MEDH empezó a funcionar en febrero de 1976 y optó por la Teología de la Liberación. Formaron par-
te del mismo la Iglesia Evangélica Metodista Argentina, la diócesis católica de Quilmes, la Iglesia Re-
formada Argentina, la Evangélica del Río de la Plata, la Evangélica Valdense (Presbiterio Norte Argen-
tino), la Iglesia Evangélica Discípulos de Cristo, la Iglesia de Dios y la Luterana Unida. Desde su crea-
ción el MEDH estuvo ligado al Consejo Mundial de Iglesias, organismo multinacional fundado en 1948 y
compuesto por 301 iglesias ortodoxas, anglicanas y protestantes y en el cual la Católica Romana tiene
sólo un “observador” desde 1961. Originalmente la organización se trazó como objetivos orar por la uni-
dad y pacificación nacional y actuar con los que sufren la negación de los derechos fundamentales, edu-
cando en la defensa de los derechos humanos y denunciar sus violaciones (Veiga 1985).
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instalaron una “carpa de la resistencia” en la Plaza San Martín, frente a la actual sede
de gobierno provincial y al edificio donde funcionó durante la dictadura (1976-1983) el
centro de clandestino de detención El Pozo. Este grupo se propuso realizar un ayuno
para llamar la atención sobre la situación posterior a la crisis de diciembre del 2001.
Por eso dicen: "Estamos acompañando con un ayuno voluntario, el ayuno forzoso al
que son sometidos millones de argentinos excluidos por un sistema perverso". Incluso,
instalaron un cementerio con cruces que representaban a los muertos del sistema; jubi-
lados, maestros y desocupados. El ayuno se extendió hasta el 24 de marzo cuando se
cumplía un nuevo aniversario del golpe de estado y se realizó una misa colectiva” (La
Capital, 3, 25 y 31 Marzo de 2002).
Este acontecimiento no puede dejar de remitirnos a la navidad de 1968 cuando un
grupo de sacerdotes llevaron adelante en Buenos Aires un "ayuno de protesta" de 50
horas, que se extendió a otros lugares del país, en preparación de la celebración de la
navidad. El gesto, al que calificaron como humilde, quería ser un llamado a los obispos
y religiosos, así como a los cristianos en general, dado que consideraban que la "hora de
la acción" suponía "la hora de las definiciones". Exhortaban a reflexionar con sinceri-
dad la palabra de Dios y los documentos de Medellín para así escuchar "el clamor de los
pobres" que exigían justicia. Asimismo, denunciaban junto con Medellín el imperialis-
mo del dinero, el armamentismo, al analfabetismo, el problema de la habitación, la de-
socupación, la injusta distribución de tierras y el hambre (Cristianismo y Revolución;
marzo de 1969). Si bien estas protestas se ven relacionadas a partir de su metodología,
sus contextos socio-político y económico difieren sustantivamente. En un caso, el
ayuno es un grito desesperado tras la crisis del 2001, ocurrido como consecuencia de
una política económica que devastó a los sectores más humildes de la población. En el
otro caso, la protesta se produce como un llamado de atención y denuncia, en el marco
de un gobierno dictatorial y de proyectos de una sociedad diferente que se venían ges-
tando desde diversos espacios sociales. Esto facilitó que se produjera una confluencia de
luchas entre sectores que hasta ese entonces habían permanecido dispersos: actores
progresistas de la Iglesia, estudiantes, obreros, etc.
Una imagen que no podemos dejar de notar al recorrer las calles de Rosario es la
bicicleta vacía de Pocho Lepratti, “El ángel de la bicicleta”, y las hormigas que reco-
rren las paredes de la ciudad. Pocho era un militante social, ex-seminarista que se defi-
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nía como “cristiano revolucionario”. Fue muerto por la policía con 35 años, en su lugar
de trabajo durante el conflicto social de diciembre de 2001. Sobre las tareas que reali-
zaba tomamos el testimonio del padre Montaldo:
La figura de Pocho es la de aquel que se entregó a la causa de los demás, se
entregó a los adolescentes de Ludueña y les dictó catequesis, los convocó a
campamentos, les enseñó a tocar la guitarra, los instó a estudiar, a ser soli-
darios, a vivir con dignidad a pesar de la pobreza, a no bajar nunca los bra-
zos [...] a Pocho lo mató un cana en su lugar de trabajo y sus compañeros de
la comisaría le podrán contar, en relación con la historia del barrio, la can-
tidad de adolescentes y jóvenes que no conocieron la seccional gracias a su
prédica (Meyer 2002)
Otro caso, el Grupo Obispo Angelelli (GOA) que se forma en la década de 1980 y
continúa sus actividades, aunque se referencia en la línea pastoral llevada adelante por
Angelelli en los años setenta (Macaroff 2005). Una de sus integrantes, Ana, liga esta
experiencia con la militancia social y eclesial de esos años, dado que llega al barrio San
Francisquito en 1973, junto a su marido y otra pareja de compañeros, desaparecidos
desde diciembre de 1977. Según relata, se hicieron cargo de la alfabetización a pedido
de unas monjas que trabajaban en el barrio e impulsaron una cooperativa de viviendas.
Los integrantes del GOA ubican su surgimiento en el marco de la iniciación de la Iglesia
tercermundista y la Teología de la Liberación. En el balance que el grupo realiza en
1987, a tan sólo un año de su creación, expresan su relación o identificación con la si-
tuación conflictiva de 1969, que toman como “punto de inflexión en cuanto al quiebre
del proceso local del crecimiento de una corriente progresista encabezada por algunos
sacerdotes jóvenes y la dirigencia de los sectores más dinámicos de la Acción Católica”
(Macaroff, 2005)
Todas las experiencias y vivencias descriptas se entrelazan en un mundo de signi-
ficantes, de símbolos y signos comunes, colectivos, donde las identidades se construyen
sobre la vivencia conjunta de los mismos, en espacios compartidos. Durante una obser-
vación realizada en una actividad con motivo de un aniversario de la muerte del obispo
Angelelli, pude ver la modalidad de trabajo comunitario, el modo en que se reflexiona-
ba y compartía sobre las tareas colectivas llevadas adelante. Se finalizó con una cele-
bración religiosa entonando canciones como la “Polka del Hombre Nuevo”, lo cual nos
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remite a la experiencia de aquella maestra que en 1975 pudo presenciar una boda en
una escuela, donde se coreaba la misma estrofa.
Por eso estoy aquí cantando, por eso estoy aquí soñando, por el hombre fe-
liz, el hombre nuevo, el hombre que te debo mi país [...] Que lindo que es
tender siempre la mano y saber que es posible la amistad [...] Que lindo que
es morirse con los otros, detrás de lo inhumano de un jornal, que lindo es
perderse en el nosotros, del Pueblo que es la única verdad
Reflexiones finales
BRIEGER, Pedro (1991) “Sacerdotes para el tercer mundo. Una frustrada experiencia
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——— (1997) Redención y Utopía. El judaísmo libertario en Europa Central. Un estudio
Yaacov Oved
atacado. "Estábamos bajo protección divina", afirmaron más tarde (entrevista a Ar-
nold Mason, Woodcrest, noviembre 1991).
Llegada a Paraguay
ticos. Con todo, reconocía la importancia del Estado como institución temporal, encar-
gada de funciones vitales en el período previo a la instauración del Reino de los Cielos
en la Tierra. El papel de la comunidad que había fundado consistía, según él, en ofrecer
un ejemplo real del futuro Reino de Dios, lo cual sólo era posible a condición de "nacer
de nuevo" en el seno de la comunidad. Esto se lograba mediante el bautismo, que sólo
podía administrarse a quien, habiendo hallado la fe y renunciado a toda codicia y am-
bición personal, se mostraba así dispuesto a convertir su vida en piedra para la edifica-
ción del Reino de los Cielos en la Tierra. Arnold exigió a su grey no sólo que dieran vivo
testimonio de la posibilidad de una vida de fraternidad cristiana y vivieran en paz y
armonía, sino también que se dedicaran a la actividad evangelizadora; no sólo ser la
"cabeza de puente" del Reino de los Cielos en la Tierra, sino también combatir contra
Mammón, ser una iglesia combatiente, que participara en la lucha contra las fuerzas
del mal (Whitworth y Mckelvie 1975:171-177).
Una descripción concisa de los primeros tiempos y de los pasos iniciales puede
encontrarse en la entrevista que otorgó en 1945 uno de los miembros del grupo, Alan
Stevenson, a un periódico uruguayo:
En 1920, después de la última guerra, comenzamos a vivir juntos y teniendo
todas las cosas en común, tomando como modelo la Iglesia Primitiva en Je-
rusalén. Al iniciar nuestra obra fuimos unos pocos, pero pronto alcanzamos
el número de quinientos. Primero formamos la comunidad en Alemania.
Cuando subió Hitler al poder empezaron las dificultades, sobre todo en
cuanto a la enseñanza y después por motivo del servicio militar obligatorio,
porque de acuerdo a los principios de nuestra organización no podemos lle-
var armas. En 1937 la Gestapo vino a la comunidad y la clausuró dándonos
24 horas para salir del país, no permitiéndosenos llevar más que lo puesto y
el dinero necesario para trasladarnos a Holanda. Finalmente llegamos a In-
glaterra, donde pudimos formar la comunidad, uniéndose muchos ingleses al
movimiento. Todo marchó bien hasta la guerra mundial. El gobierno britá-
nico se mostró amistoso hacia nosotros a pesar de tratarse de una entidad
internacional. Pero por esta misma causa la gente que nos rodeaba inició sus
hostilidades, negándose a adquirir nuestros productos de granja y pidiendo
más tarde al gobierno que interviniera nuestra organización. Como conse-
105
cuencia de esta presión, las autoridades nos dieron a elegir entre la interna-
ción o salir del país, prometiéndonos todas las facilidades posibles en tiem-
pos de guerra si optábamos por esta última alternativa. Esta es la razón por
la cual nos encontramos ahora en el Paraguay, cuyo gobierno y pueblo nos
han recibido bien 19
A Paraguay habían llegado por recomendación de la Iglesia menonita, que les
ayudó en esa hora difícil (sobre los menonitas, cfr. el artículo de González de Oleaga en
este libro y Roett y Scott Sacks, 1991:46 y 100). Los menonitas, establecidos en Para-
guay unos años antes, brindó asistencia y hospitalidad a los primeros colonos del Bru-
derhof y les ayudó a adquirir la "estancia", que recibió el nombre de "Primavera". Esta
estancia estaba situada en una zona apartada, de clima subtropical, en la región este
del país, al noreste de Asunción, la capital. Los "hermanos" se concentraron en ella rá-
pidamente. Faltaban casas y las condiciones habitacionales eran difíciles, por lo que su
primera tarea fue la de edificar construcciones provisionales que permitieran alojar me-
jor a la población de la estancia. Con este fin, los "hermanos" en el Paraguay constru-
yeron un aserradero en la etapa inicial y utilizaron la madera producida para levantar
los edificios de la primera colonia: "Isla Margarita". Los edificios eran apenas grandes
cobertizos sin paredes ni tabiques internos. Por suerte para ellos, lograron traer de su
antigua propiedad en los Cotswolds un buen número de máquinas y aperos agrícolas,
con los que empezaron de inmediato a trabajar la tierra. Armaron un huerto y sembra-
ron otros cultivos.
El primer año se caracterizó por la incorporación de muchos adeptos. Fueron
llegando los demás grupos, con numerosos miembros nuevos que se habían adherido en
Inglaterra. El último grupo cruzó el océano y llegó a la estancia "Primavera" en el ve-
rano de 1941. Pronto quedó claro que no había allí sitio para 195 adultos y 155 niños,
de modo que emprendieron inmediatamente la construcción de un segundo poblado en
Loma Jhoby, a tres kilómetros del primero. Más tarde se estableció un aserradero para
la producción y venta de tablas, así como una carpintería que producía distintos artícu-
los de madera. Con el tiempo esa actividad se convirtió en una importante fuente de in-
gresos y su reputación se extendió hasta Asunción. Otra actividad importante que se
desarrolló desde el comienzo fue la cría de ganado. Llegaron a poseer un hato de 2500
reses para la producción de carne (The Plough, 1952:34). En 1946 se fundó una nueva
población, llamada Ibate. Los "hermanos" se declararon dispuestos a acoger y atender
a 60 huérfanos europeos y planearon convertir a Ibate en sociedad de niños. Para ello
era necesaria ayuda financiera, que los hermanos esperaban obtener de sus simpatizan-
tes. Con tal fin dieron publicidad a su proyecto en los periódicos. La Idea de Montevi-
deo escribía:
La Sociedad Fraternal Hutteriana busca acoger 60 niños huérfanos de la
Europa devastada y ya hace los trámites necesarios para traerlos de allí.
Todos los que no han tenido que soportar los horrores de la guerra, tienen
responsabilidad de ayudar, especialmente a los niños inocentes. Si no les
ayudamos ahora ya participamos en la culpa de la próxima guerra con los
horrores y la miseria. Para nosotros esta ayuda significa la inversión de 500
pesos uruguayos para cada niño para la construcción de las casas respecti-
vas y sus instalaciones, aparte de la manutención. Pero como nosotros so-
mos pobres, rogamos a los amigos que nos ayuden 20
Mostraron dificultades los gobiernos interesados. El proyecto no llegó a realizar-
se e Ibate se convirtió en un poblado ordinario, en el cual se instalaron la panadería, la
zapatería y el taller de costura. También se trasladó al nuevo poblado la biblioteca cen-
tral de los hermanos, que en 1950 contaba con 15.000 volúmenes y era por aquel enton-
ces la mayor del interior paraguayo. Las tres colonias estaban próximas una a otra:
apenas unos kilómetros mediaban entre ellas. La actividad agropecuaria constituía su
principal fuente de ingresos. En un principio aplicaron técnicas traídas de Europa, pero
pronto empezaron a adoptar los métodos del país. No era posible hacer funcionar debi-
damente las máquinas debido a la gran distancia desde Asunción, y también a causa
del poco desarrollo tecnológico del Paraguay. Los mecánicos se veían obligados a im-
provisar reparaciones que en Europa habrían hecho talleres o estaciones de servicio es-
pecializadas. Las colonias tuvieron que organizarse para auto-satisfacer sus necesida-
des. En este sentido, el número y variedad de su población eran una ventaja. Se impor-
taron máquinas agrícolas de Estados Unidos (inclusive dos tractores) y dos camiones de
Gran Bretaña. Sin embargo, pese a la diversidad de su producción, les era difícil vivir
de la agricultura y tuvieron que buscar nuevas fuentes de ingreso. Algunos miembros
21 The Plough, vol. 1 (1953) nº 1; vol. I n º 3; vol. III (1955) nº 4; vol. IV (1956) nº 4.
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ses se daban en alemán e inglés (sólo en una etapa más avanzada empezaron a estudiar
español en las clases superiores). Cada colonia tenía una escuela con nueve grados, en la
que los niños estudiaban por la mañana y trabajaban o jugaban bajo vigilancia por la
tarde. Los niños pequeños eran atendidos por niñeras en casas cunas y guarderías. Una
escuela secundaria, establecida en un lugar céntrico, servía a todas las colonias.
En el ámbito cultural se hizo mucho en relación a lo que las condiciones del Pa-
raguay permitían: se realizaban conferencias y proyecciones de diapositivas y películas;
los hermanos montaron espectáculos que presentaban en poblaciones vecinas, y a veces
organizaban giras artísticas por zonas lejanas del país. Se creó también una pequeña
orquesta de instrumentos de cuerda y en las colonias se estimuló la música coral. Libros
y periódicos les permitían mantenerse al tanto de lo que sucedía en Europa y en el
mundo.
Pese a su actividad fuera de las colonias, un foso profundo separaba a los her-
manos de la población autóctona paraguaya con la que tenían contactos. A fin de me-
jorar la comunicación, muchos aprendieron español, pero el idioma hablado por la po-
blación rural es el guaraní, que no lograron aprender. A fin de cuentas, la población lo-
cal se mostró recelosa para con los "gringos". Eric Philips, maestro de "Primavera", en
una conferencia que pronunció ante miembros de la comunidad en Inglaterra sobre la
vida en el Paraguay, reconoció que el recelo era mutuo:
Las barreras no estaban todas del lado paraguayo. Por nuestra parte te-
míamos contraer enfermedades contagiosas, en especial en los primeros
años, cuando las condiciones eran aún muy primitivas. Eso nos mantuvo
un tanto aislados, pero no era un temor infundado, pues la lepra -a menu-
do oculta- y otras enfermedades tropicales existían y siguen existiendo en
las cercanías (Philips 1957)
Otro aspecto en el que los hermanos se diferenciaban de los paraguayos nativos
era el del nivel de vida. Si bien en los primeros tiempos los hermanos se alojaron en
simples cobertizos y vivieron en condiciones muy rústicas, pronto lograron mejorarlas
y pasaron a vivir en construcciones de ladrillo o de madera. Todas las habitaciones dis-
ponían de electricidad y estaban provistas de mobiliario y enseres domésticos que la
población local consideraba como un lujo. Esta rápida elevación del nivel de vida fue
causa de que sus vecinos vieran en ellos un grupo de población acomodada, para incor-
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porarse al cual había que ser rico. De nada sirvió a los hermanos aclarar que estaban
dispuestos a hacer participar de sus bienes a cualquiera que fuese aceptado en la comu-
nidad. Sus vecinos simplemente no les creyeron. Es más, entre la población local se di-
fundió la creencia de que, en caso de ser admitidos, les harían efectuar todas las "labo-
res serviles", pese a los grandes esfuerzos que desplegaron los hermanos por trabajar
junto a los paraguayos en condiciones de igualdad. Las relaciones con la población local
se complicaron también a causa de la inestabilidad social y política de la región. Graves
peligros los amenazaron durante la guerra civil del año 1947, cuando familias paragua-
yas de los alrededores quisieron refugiarse entre ellos, a sabiendas de que los hermanos
se oponían al uso de la fuerza y no estaban implicados en la guerra.
Pese a los obstáculos y limitaciones, los miembros de la "Sociedad de Hermanos"
intentaron establecer vínculos con sus vecinos, aprovechando cualquier oportunidad
para visitar sus casas, conocer sus costumbres y su cultura y aprender sus canciones. Al
mismo tiempo, invitaron a menudo a sus vecinos a las fiestas de la comunidad y cuando
tuvieron necesidad de mano de obra, como por ejemplo para techar sus casas con paja
trenzada, recurrieron a la población de los alrededores, que era experta en la materia.
Esta clase de encuentros promovió cierto acercamiento, pero sólo superficial. La brecha
cultural subsistió. Muy pocos aceptaron irse a vivir con los hermanos, y fueron poquí-
simos los que se quedaron a largo plazo. De hecho, el único vínculo estable con los veci-
nos se estableció a través de los jornaleros. Cada semana llegaban unos 30 o 40 jornale-
ros paraguayos a trabajar en diversas labores agrícolas y de construcción.22
Entre tanto se amplió la zona que se beneficiaba de atención médica a cerca de 2000 ki-
lómetros cuadrados, con una población de unas 30.000 almas. La atención médica ya
no se limitaba a los pacientes que llegaban al hospital. Los médicos de "Primavera" vi-
sitaban a los pacientes en sus propias casas, para lo cual era necesario efectuar a veces
un recorrido de varias horas a caballo. La población local, que estaba agradecida por la
atención recibida, sólo podía pagar los gastos de hospitalización con productos agríco-
las o con las cuotas del seguro de enfermedad, que cubrían una ínfima proporción de los
gastos. Por ello, no es de sorprender que el presupuesto operativo del hospital arrojara
en 1954 un déficit de 30.000 dólares, que esperaban cubrir con donaciones y con una
campaña de recaudación de fondos en Europa y América.24
La Sociedad de Hermanos anhelaba acoger nuevos adeptos, pero ésos no llega-
ron de la población local. Durante toda su permanencia en América sólo se les unieron
dos familias paraguayas y una de Buenos Aires. Sin embargo, el período que pasaron
como secta aislada en el Paraguay fortaleció a la comunidad de otras formas.Fue noto-
rio el crecimiento y la mayoría de los hijos se quedaron en la comunidad. La Sociedad
de Hermanos tenía como norma no instar a los hijos a integrarse en la comunidad,
aceptándolos sólo si ellos se sentían deseosos de hacerlo. Las condiciones del medio en el
Paraguay fueron causa de que muy pocos jóvenes se alejaran de la comunidad y un
grupo importante se quedara en ella.
En estas circunstancias, apareció un librito publicado en 1952 en Wheathill, el
poblado del Bruderhof en Inglaterra, que resume diez años de colonización en el Para-
guay. Su autor, que expresa firme confianza en el porvenir de las colonias del Para-
guay, escribe así:
Primavera es particularmente apropiada para la vida comunal en gran esca-
la, porque el gobierno paraguayo tiene gran simpatía por esas colonias y les
otorga amplias libertades. Estamos también menos limitados en la cons-
trucción de nuestra vida comunitaria, porque no existen muchas de las res-
tricciones que hay en países más desarrollados... Hasta ahora `Primavera',
en la que casi 700 se encuentran reunidos hoy, ha tropezado con graves obs-
táculos sólo una vez, durante la guerra civil de 1947 (The Plough 1952:39)
Sin embargo, esa evaluación optimista no puede ocultar que, de hecho, se sen-
tían aislados en la zona donde se habían asentado en el Paraguay y que durante toda su
permanencia habían buscado un contacto con los centros de población y cultura del
país. Las grandes ciudades: Asunción, Montevideo y Buenos Aires, quedaban lejos. Por
esto, cuando terminó la guerra mundial se restablecieron las comunicaciones con Euro-
pa, se suscitó una avidez de contactos con el exterior y empezó una corriente incesante
de visitantes de Europa. Nuevos miembros de allende el mar se les unieron cada año y,
con el tiempo, se hicieron también amigos en Buenos Aires y Montevideo.25
nueva colonia allí.27 Se les encargó también tomar contacto con grupos interesados y
averiguar la posibilidad de adquirir tierras para la fundación de más colonias. Los re-
sultados que obtuvieron superaron todas las expectativas. Conviene aclarar aquí que
en los Estados Unidos se manifestó en los años 50 el inicio de una ola de renacimiento
comunal. Los enviados del Bruderhof eran conferenciantes muy solicitados en las uni-
versidades, porque la información sobre ellos había precedido su llegada. Ya en 1947
algunos norteamericanos se habían incorporado a las colonias de la Sociedad de Her-
manos en el Paraguay. En 1948, tres estudiantes de Harvard, que habían abandonado
sus estudios, llegaron en el curso de sus peregrinaciones a "Primavera". Los tres se que-
daron allí y acabaron por ser admitidos como miembros. En 1953, el interés suscitado y
las posibilidades de obtención de ayuda financiera de los Estados Unidos parecieron
propicios para la fundación de una comunidad en aquel país28.
En 1956 continuaron la expansión y el desarrollo económico. En ese período la
población de las colonias del Paraguay alcanzó las 1100 almas, y entre ellas 450 miem-
bros plenos. La idea de un movimiento social evangélico, como en la visión original de
Eberhard Arnold, volvió a consolidarse, con el agregado de elementos de internaciona-
lismo. Su sentimiento de cumplimiento de una misión los llevó a considerarse portado-
res de un mensaje para la humanidad. Sus publicaciones destacaron con orgullo su
composición multinacional, que incluía ingleses, alemanes, suizos, norteamericanos, ho-
landeses, suecos, austriacos, checos, franceses, italianos, lituanos, indios, españoles, ar-
gentinos y paraguayos. Se enorgullecían también de la variedad de antecedentes cultu-
rales e ideológicos de sus miembros: pacifistas, anarquistas, comunistas, agnósticos, an-
ticlericales, miembros de distintas iglesias e incluso dos familias indígenas del Para-
guay, en las que las madres sólo hablaban el guaraní.
En 1956 se celebró un segundo congreso mundial del Bruderhof. "Primavera"
aún se consideraba como el centro del movimiento mundial del Bruderhof, pero en ese
congreso se manifestó claramente la tendencia a reducir la importancia de las colonias
paraguayas y a transferir a miembros destacados de las mismas a colonias de Europa y
Estados Unidos a fin de reforzarlas. La dirección del Bruderhof estimó que el foco de la
actividad debía estar en esas zonas y no en el remoto Paraguay.29 Hardy Arnold, que
visitó Sudamérica durante el congreso, también se percató de la pesada carga impuesta
a "Primavera" y recomendó aliviarla, reduciéndola a dos comunidades. Al mismo tiem-
po, veía con buenos ojos los esfuerzos de los círculos de jóvenes por ampliar la misión en
Sudamérica, y expresó su beneplácito por la iniciativa de organizar un campamento de
trabajo internacional en “Primavera” en julio de 195830. Ese campamento de trabajo
fue un acontecimiento excepcional en los anales de la Sociedad de Hermanos del Para-
guay. Por primera vez llegó hasta ellos un grupo de 30 jóvenes de cinco países distintos
de Sudamérica. El campamento tenía que haber construido un edificio para un nuevo
hospital en la colonia Isla Margarita, realizando al mismo tiempo un seminario sobre
temas de actualidad y literatura teológica moderna. En el campamento participaron
también los jóvenes de la Sociedad de Hermanos, para los cuales era éste un encuentro
sin trabas con jóvenes del mundo exterior. Al seminario se le consagraron tres semanas,
con debates animados en los que se tocaron también los temas que preocupaban en
aquel momento a la generación joven en Sudamérica.31 Al acabarse el campamento, los
asistentes expresaron su satisfacción, así como el deseo de continuar con esa actividad
en los años siguientes.32
A fines de los años 50, todas las colonias del Paraguay parecían estar en pleno
auge. La producción aumentaba y se habían puesto en marcha nuevos proyectos, como
el cultivo de arroz en un terreno nuevo, acondicionado al efecto. El número de miem-
bros crecía, y se multiplicaban las iniciativas de actuación en la sociedad exterior, en el
Paraguay y en países vecinos. Súbitamente, en 1959, la directiva del Bruderhof empezó
a considerar el cierre de las colonias de Sudamérica y el traslado de sus miembros a Eu-
ropa o Estados Unidos. ¿Qué ocurría? Las causas de este brusco cambio deben buscarse
en procesos internos, que afectaron a la Sociedad de Hermanos como movimiento
mundial, y en las repercusiones de los mismos sobre las colonias en Sudamérica.
Al contemplar en retrospectiva los antecedentes del período 1960-1962, al que
califica de "período de la gran crisis", Merril Mow (1989), autor de memorias que resu-
men la historia del Bruderhof, señala como origen de la crisis la incorporación, después
bargo, la conmoción más grave se produjo cuando se descubrió que seguía vigente la
crisis de confianza entre los círculos dirigentes de las colonias de Inglaterra y Paraguay
por una parte, y los de Estados Unidos por la otra. El reconocimiento de que el lideraz-
go ya no estaba unido llevó a los miembros principales de la colonia Woodcrest, en el
estado de Nueva York, que por entonces desempeñaba en la práctica el papel de comu-
nidad central y más estable, a la decisión de despachar una delegación de cuatro miem-
bros, junto con Heini Arnold, hijo de Eberhard Arnold y el líder espiritual de
Woodcrest, a reforzar la directiva del Bruderhof en el Paraguay. La delegación llegó a
Asunción el 30 de enero de 1961. Por aquellas mismas fechas, es decir el 27 de enero de
1961, sin tener conocimiento previo de la inminente llegada de la delegación, las colo-
nias del Paraguay, que estaban atravesando una grave crisis de confianza, habían deci-
dido llamar a los compañeros de Woodcrest a que vinieran a arbitrar sus disensiones.
Andreas Meier, uno de los jóvenes activistas que quedaban en "Primavera", refiriéndo-
se a los primeros días de 1961, en los que se produjo "la gran crisis", explica:
Nos dijimos a nosotros mismos: Reconozcamos que ya no existe el Bruder-
hof y que hay que empezar de nuevo con quienes estén dispuestos a ello,
aún si son pocos. No sabíamos cómo constituir el primer núcleo. Todos es-
tábamos en el mismo caso y participábamos en discusiones internas. Propu-
simos que vinieran compañeros de Woodcrest, donde soplaban nuevos aires
y los miembros no estaban involucrados en nuestras disensiones, y ellos ha-
blaran con cada uno de nosotros y vieran quiénes deseaban renovar nuestra
vida y de este modo nos ayudaran a formar el núcleo de la renovación. Esta
fue una propuesta que nació entre los miembros jóvenes de `Primavera' y yo
mismo fui uno de sus autores. No sabíamos que en aquel preciso momento,
y sin relación con nuestra propuesta, cuatro compañeros de Estados Unidos
ya estaban en camino a `Primavera' con el mismo propósito. Más tarde, al-
gunos compañeros que abandonaron el Bruderhof en el período de crisis di-
fundieron la acusación de que apenas llegados, los americanos se habían im-
puesto a la comunidad. Yo rechazo esta acusación categóricamente. La ac-
tuación de los compañeros de Estados Unidos se realizó por iniciativa nues-
tra y con nuestro asentimiento" (entrevista de noviembre de 1991)
117
te proceso ocupó un lugar central en la vida de las colonias del Paraguay y de Europa.
Al término del proceso, 600 personas fueron instadas a abandonar las comunidades o se
fueron por su propia voluntad.
Una actitud más crítica con respecto a los últimos años en "Primavera" puede
encontrarse en las evaluaciones de algunos dirigentes del Bruderhof que la abandona-
ron durante la gran crisis. Escribe Roger Allain:
Hablando de `Primavera', donde obtuve la mayor parte de mi experiencia
comunitaria, creo que su colapso se debió a varias razones. Empezamos a
temer la voz de nuestra propia conciencia y con frecuencia asentimos a deci-
siones de la Sociedad de Hermanos sin convicción alguna a favor o en con-
tra; nos hicimos indiferentes el uno para el otro.... Nos volvimos fríos y pu-
ritanos para con nuestros niños despreciando la ‘labor social’, cerramos el
hospital en `Primavera’... Nos habíamos vuelto taimados y oportunistas
frente al mundo exterior, en nuestros tratos con jornaleros, hombres de ne-
gocios y funcionarios del Estado; nos llenamos de orgullo y del convenci-
miento de nuestra superioridad respecto a otros movimientos (en tanto que
profesábamos nuestra insignificancia)... Pero por encima de todo nos ha-
bíamos ido hundiendo cada vez más en un cenagal de liquidaciones frenéti-
cas e introspección colectiva. Esas no son acusaciones personales contra
otros, me incluyo a mí mismo plenamente en la responsabilidad por todo
ello 33
Balz Trumpi, veterano del Bruderhof y uno de los dirigentes que la abandona-
ron, confiesa que estaban cansados de la vida en "Primavera" y ávidos de pasar a otro
lugar:
Nosotros en `Primavera' teníamos grandes deseos de participar en un nuevo
comienzo, ya fuera en Europa o Norteamérica, porque habíamos estado en
el desierto durante quince largos años. La vida en el Paraguay era muy difi-
cil. No había gran respuesta a la vida comunitaria en Sudamérica, al menos
era muy poca cosa en comparación con la respuesta que habíamos experi-
mentado en los Estados Unidos 34
¿Cómo veían la crisis y el abandono de las colonias del Paraguay los miembros
del Bruderhof que se habían criado en "Primavera" y que eran aún jóvenes al estallar la
crisis? Hablé con algunos en mi visita a Woodcrest en noviembre de 1991. Christoph
Boller, recalcando que expresaba su opinión personal, dijo que estaba satisfecho de ha-
ber abandonado Paraguay; más aún -dijo- él había anhelado que así sucediera. "En el
Paraguay éramos refugiados, náufragos. No logramos relacionamos con la población
local. Eramos parte de otra cultura. Los jóvenes entre nosotros se sentían aislados, no
podían relacionarse con jóvenes de la sociedad exterior". Acerca de la crisis, dijo así:
"Nos convertimos en buenos miembros de una comunidad, pero la fe en Dios disminu-
yó". En su opinión, la pérdida de la fe fue un proceso que se prolongó años en el Para-
guay y llegó a su culminación en la crisis de 1961. Una opinión similar tenía Andreas
Meier, que estimaba que la crisis era inevitable. El también afirmó que el origen de la
crisis debía buscarse en la pérdida de la fe. "Hicimos de la comunidad un ídolo", afirmó.
“Precisamente nosotros, los jóvenes, sentimos que algo no andaba bien en nuestra vida.
Las palabras habían perdido su significado. Utilizábamos una terminología religiosa,
sin que ello involucrara un contenido de fe verdadera. Sentimos que ése ya no era el
mismo Bruderhof al que nos habíamos incorporado". Peter Mathis se explica por medio
de una metáfora: "Éramos como `una linterna sin luz'. Preservábamos una cáscara va-
cía (la comunidad) sin contenido", agrega. Él también opina que fue un proceso que se
desarrolló a lo largo de todo el período en el Paraguay.
Las cosas se fueron deteriorando durante veinte años. Todo estaba al borde
de la ruptura y la disgregación. Familias veteranas se fueron porque perdie-
ron la esperanza de un cambio favorable. Todos estaban de acuerdo en que
era necesario descubrir de nuevo el centro de gravedad de nuestras vidas.
Por eso, para nosotros era cosa aceptada a principios de 1961 que se debía
deshacer lo existente y empezar de nuevo
Adoptada la decisión de disolver las colonias, era necesario ocuparse de todos los
aspectos materiales de traslado de los miembros y la venta de la estancia "Primavera".
La propiedad se vendió a la vecina colonia menonita Friesland. Las sumas así obteni-
das cubrieron los gastos de traslado de los miembros a las colonias del Bruderhof y la
compra de pasajes para quienes abandonaron, que en su mayoría se fueron a Europa.
La mayor dificultad radicó en la obtención de permisos de entrada a los Estados Uni-
120
dos. En este aspecto les ayudó la decisión, tomada el año anterior, de desocupar la co-
lonia en Connecticut conservándola como propiedad. Esta colonia, despoblada y capaz
de acoger la población procedente del Paraguay, sirvió de argumento convincente ante
las autoridades migratorias norteamericanas para que accedieran a permitir el ingreso
de los hermanos paraguayos. La colonia tenía sitio para ellos. El primer grupo llegó el
22 de octubre de 1961 y el último el 29 de enero de 1962. En el Paraguay permanecie-
ron sólo unos pocos miembros para ocuparse del traspaso de la estancia a sus nuevos
propietarios, los menonitas (Mow 1989:143-186).
De este modo llegó a su término un capítulo peculiar de la inmigración a Para-
guay. Los inmigrantes intentaron asimilarse, pero su régimen de vida, su cultura, sus
creencias y sobre todo la disparidad entre sus aspiraciones y lo que Paraguay podía
ofrecer, fueron la causa de tensiones internas, que determinaron finalmente el destino
de su integración en el país que los acogió y los indujeron a buscar un nuevo refugio y
un nuevo comienzo en los Estados Unidos. Sus esfuerzos se han visto coronados por el
éxito en el nuevo país. A día de hoy son diez las comunidades que existen y funcionan
en Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Australia y el número de miembros ha al-
canzado a los 3000. Sin embargo, el capítulo paraguayo no está olvidado, sobre todo
entre los que eran jóvenes en aquellos días. De vez en cuando llegan allá, en visitas nos-
tálgicas, sólo para descubrir que todo lo que se construyó en los días de su adolescencia
y los bosques frondosos que les parecían ser "un rincón del paraíso" han dejado de exis-
tir.
Ernesto Bohoslavsky
Pensar la relación entre los proyectos utópicos y el suelo sobre el que se realizan
es, por menos, complicado.35 La etimología de utopía remite, como se sabe, al término
griego ουτοπία, es decir, ningún-lugar, aquello que ocurre en un lugar que no existe (to-
davía), pero que es un sitio ideal. De allí que la relación entre la naturaleza de esa expe-
riencia y el territorio en el que se desarrolla tiene una impronta conflictiva. Sin embar-
go, las actividades comunitarias y autogestionarias que se han llevado adelante tienen
alguna forma de relación con el espacio físico, diga lo que diga la etimología al respecto.
Estas líneas intentarán ofrecer alguna pista para problematizar la vinculación que se
dio –o que se creyó que se daba- entre los participantes de estos experimentos sociales y
el suelo sobre el que éstos se desarrollaron. Para esta incursión en el campo de la geo-
grafía imaginaria, tomaré como excusa la instalación de las colonias galesas en la costa
patagónica en las décadas finales del siglo XIX.
Al hablar de “territorio” no nos estaremos refiriendo lisa y llanamente a un es-
pacio geográfico existente independientemente de quien lo observa, denomina y domi-
na. Determinado territorio puede absorber múltiples significados e identificaciones en
la medida en que está en disputa la definición de la pertenencia de/a ese territorio: la
clave está en tener la capacidad para “establecer un afuera y un adentro” (Cairo Carou
2000:109). El territorio no es un elemento inerte, con límites obvios, sino que éstos son
definidos por agentes que están en competencia (larvada o desembozada) con otros cri-
terios y otras potenciales formas de agrupación y división. Es por eso que el “territorio”
está lejos de ser sinónimo de “espacio”: el territorio es, más bien, “la representación ex-
terna de las relaciones sociales de dominación y subordinación” que los actores viven,
desafían y reproducen (Delrío 2005:19). Es la geografía sobre -y por- la que se desarro-
llan luchas sociales: es a la vez el escenario y el motivo.
35 Este trabajo es parte del proyecto de I+D “Liberalismo y utopía en América Latina. Colonias experi-
mentales en Paraguay, Argentina y México, 1840-1960” HUM-2005/03777, financiado por el Ministerio
español de Educación. Agradezco muchísimo los comentarios de Fernando Coronato a una versión ante-
rior de este artículo, así como a Nelcis Jones por su generosa introducción a la colectividad argentino-
galesa.
122
Creo que es necesario dar cuenta de una variable que resulta clave para entender
la manera en la que los inmigrantes galeses percibieron, ocuparon y territorializaron la
costa chubutense. Me refiero a la cuestión de las múltiples imágenes de la Patagonia
antes y durante su ocupación física. Es decir, paralelamente al proceso de puesta en
producción y de asentamiento de las familias galesas desde la década de 1860, hubo
otro igualmente intenso, pero menos visible, de ocupación simbólica y de reflexión so-
bre el territorio. Esa actividad fue inicialmente guiada a partir de los a priori que circu-
laban en Europa y en (lo que daría en llamarse) Argentina, hacia el segundo tercio del
siglo XIX. Esas impresiones sobre la Patagonia condicionaron muy fuertemente no só-
lo el deseo de ocupar ese espacio por parte de los galeses sino que ayudaron a contor-
near las formas particulares de esa ocupación. Entre las ideas que rondaban las imagi-
naciones occidentales sobre la Patagonia por entonces se destacaba, en primer lugar, la
noción de que se trataba de una frontera abierta, libre de autoridades y dueños legíti-
mos. La tierra estaba disponible para quien que se animara a visitarla, ponerla en pro-
ducción contra el viento, clavarle el arado y defenderla contra otros a punta de pistola.
Esa noción de que se trataba de una no man’s land, favorecía la auto-percepción y au-
to-legitimación del rol de pioneros que asumieron los galeses en la tarea de ocupar y ci-
vilizar, postura respaldada por el naciente Estado argentino. La percepción de un espa-
cio “vacío” –vacío que se produce por el desconocimiento abierto y brutal de la existen-
cia de grupos indígenas- facilitaba la tarea de poblar la Patagonia: como se verá, mu-
chos galeses terminaron ofreciendo versiones alternativas a esta imagen, procurando
construir lazos de cooperación y de tolerancia intercultural que resultaron enormemen-
te novedosos, mas no replicados, para la época.
Pero simultáneamente, los galeses tenían otra forma de representar a la Pata-
gonia, como un espacio que da nuevas oportunidades y donde siempre es posible un
fresh start, un borrón y cuenta nueva a partir del cual el pasado queda definitivamente
sepultado por un aluvión de futuro abierto y a construir. Es eso lo que busca el prota-
gonista de Los náufragos del Jonathan (1909) de Jules Verne, que había huido hacia lo
que consideraba el último confín de libertad en el mundo. Sensación cercana es la que
transmite William Hudson en Idle Days in Patagonia (1893): todo aquél hombre que
llegaba hasta los paisajes patagónicos lograba (re)encontrarse con su yo animal, con su
esencia, y deshacerse de una cultura libresca, metropolitana y superflua. No es sino una
124
nueva oportunidad, desahogada del peso agobiante del pasado, lo que van a buscar al-
gunos personajes de El juguete rabioso (1926) o Los siete locos (1929) de Roberto Arlt.
Los que se atreven a la Patagonia, los que están dispuestos a pagar su altísimo precio
climático, reciben a cambio la bendición de un segundo nacimiento, libre de las culpas
que arrastradas hasta entonces, sin el lastre de los linajes y las deudas de sociedades
tradicionales.
La historia de buena parte de las regiones periféricas del Reino Unido a lo largo
del siglo XIX no corresponde a la visión evolutiva victoriana difundida en aquella épo-
ca. El panorama social en Irlanda o Gales distaba mucho de ser el ideal, y la inmigra-
ción en masa se convirtió en una salida para aquellos que deseaban evitar o minimizar
los efectos de la industrialización. El desarrollo manufacturero, la proletarización, la
mercantilización de la producción agrícola, así como la expansión de las ciudades y de
las vías férreas amenazaban con disolver los estilos de vida más tradicionales y locales.
En Gales, el incremento de las demandas de carbón y de hierro de sus minas se vio
acompañado por un la expansión de las comunicaciones ferroviarias, que facilitaron la
entrada en el territorio de bienes manufacturados del norte de la isla. A esta tensión
económica se le sumaban las disputas provenientes del control político de Londres, así
como el ejercido por una gentry de propietarios mineros y latifundistas ingleses o galeses
anglicanizados y votantes tories. La monarquía se negaba a brindarle a los galeses espa-
cios de participación en la administración local, de manera tal que en la práctica convi-
vían dos sistemas de organización socio-política: en la superficie, el administrativo ofi-
cial y centralizado, y por debajo, el comunal-clánico. El uso del idioma galés, de origen
céltico, estaba restringido a los ámbitos domésticos, mientras que el sistema educativo
estaba dominado por la lengua inglesa y la transmisión de tradiciones difundidas por la
Corona. A las disputas económicas, culturales y políticas se le superponían las religio-
sas, puesto que la generalidad de los galeses eran practicantes evangélicos (congrega-
cionistas, metodistas y bautistas), contrarios a la iglesia anglicana, a la que llamaban
“conformista” y a cuyo mantenimiento debían aportar compulsivamente. De esta ma-
125
que recorrieron la desembocadura del río Chubut, como Lewis Jones expresaron todo
tipo de beneplácitos:
El pasto llega al hombro y hay tal profusión de manzanas, cerezas y cirue-
las, que el río las arrastra en grandes cantidades. Hay miles de vacas con sus
crías al pie y grandes rebaños de ovejas rojas. También hay un mercado cer-
cano donde las mujeres podrán vender la mantequilla (en Álvarez 1997:118)
Uno de los protagonistas de la migración galesa a la Patagonia, Thomas Jones,
contó cómo se difundía la información acerca de la empresa colonizadora en reuniones
en Cardiff:
En esas reuniones públicas describían lo adecuado, espaciosa, excelente y
fértil que era la región. Tanto es así que hasta algunos muy bien estableci-
dos y prósperos en Gales tuvieron ganas de emigrar. ¡Ni qué hablar de la
clase de trabajadores comunes, que no tenía ni una casa ni una pocilga! (en
López 2003:62)
De allí que la decepción y la queja hayan sido muchas de las actitudes que guia-
ron a los colonos una vez desembarcados en el sur. Sin embargo, la fuerza de la atrac-
ción ejercida por las posibilidades (imaginadas) en la Patagonia parece haber sido muy
intensa. Pero muy intensa no significa unánime. La representación más común en Eu-
ropa sobre la Patagonia a mediados del siglo XIX era la que provenía de tradiciones
coloniales que insistían, como hizo Charles Darwin en su Voyage, en el carácter inhabi-
table de la Patagonia y la naturaleza hostil de sus habitantes. Uno de los primeros ga-
leses en llegar al Chubut recibió una carta de despedida de un familiar que decía:
Ya que no he podido disuadirlos de expatriarse a ese desierto salvaje y exó-
tico, les deseo un viaje feliz y sin contratiempos, y mucho éxito en vuestro
nuevo país. Si los indios llegaran a comerlos, todo lo que puedo desearles es
una mala digestión (en Rhys 2000:29)
Habiendo otros espacios “vacíos” en el mundo como Australia o Nueva Zelanda,
¿por qué eligieron marchar a la Patagonia, una tierra tradicionalmente asociada con lo
extraordinario y lo salvaje? Esa elección descansaba en que esa región parecía estar de-
finitivamente más aislada del resto del mundo, en que estaba a salvo del rule directo
inglés y, sobre todo, a que el gobierno argentino ofreció tierras sobre la ribera del río
Chubut, para ser destinadas a la colonización galesa. Frente a esa oferta, se incrementó
127
el entusiasmo por el sur entre los aspirantes a colonos por sobre otras consideraciones
políticas o económicas. La tierra ofrecida por el ministro del Interior, Guillermo Raw-
son, tenía la particularidad de que, formalmente era parte del territorio argentino, pero
de facto, no había sobre ella ningún ejercicio de soberanía. El único asentamiento
“blanco” de la región patagónica era Carmen de Patagones, en la desembocadura del
río Negro, quinientos kilómetros al norte. Pero ocupar la ribera del Chubut formaba
parte de un proceso de creciente interés estatal por el sur, que se expresó, en primer lu-
gar por la ley 28 de 1862, según la cual todos los territorios que no estaban bajo pose-
sión de las provincias firmantes de la Constitución, pasaban a quedar bajo la exclusiva
jurisdicción nacional. Poco después se dispuso el traslado de la frontera con los indíge-
nas hasta la ribera del río Negro. A mediados de 1874 se empezó a construir una zanja
para evitar los “malones” y en 1879 se efectuó la campaña militar de ocupación de las
áreas pampeano-patagónicas-
La ley 28 le permitió al gobierno negociar con los representantes galeses las con-
diciones de llegada de la colonización. Según el acuerdo al que se llegó, elevado al Par-
lamento para su discusión, se crearía una compañía de familias migrantes galesas a las
que el gobierno le asignaría 100 hectáreas para su explotación directa. Y si bien el Es-
tado argentino sólo se comprometía con la entrega de tierra virgen, a lo largo de los
primeros diez años de la colonia hizo llegar diversas formas de ayuda y de subsidio, co-
mo ganado en pie, alimentos y semillas. ¿Cuál era el interés del Estado argentino en to-
do ello? En primer lugar, la posibilidad de contar con un asentamiento permanente más
al sur de Carmen de Patagones, como una estrategia de ocupación del territorio. Como
expuso Pérez Galimberti (2001), de alguna manera el proyecto de una colonia galesa en
una tierra tradicionalmente representada como inhabitable “realizaba los ideales de
Alberdi; inmigrantes que llegaban al Nuevo Mundo en busca de libertad y felicidad,
amantes de la música coral, de la lectura y de la poesía”. Pero además, el horizonte del
año 1868, cuando caducaría el tratado firmado con Chile en 1856, que congelaba la
cuestión de la disputa de la soberanía sobre la Patagonia oriental.
Sin embargo, el convenio firmado por el presidente Bartolomé Mitre fue rechaza-
do por el Senado argentino, exponiendo razones de naturaleza geo-estratégica (asentar
a súbditos británicos en un espacio en disputa y “vacío” no parecía muy inteligente
como un medio para consolidar la soberanía nacional) y religiosa (los galeses no eran
128
católicos y se temía que difundieran sus creencias entre los grupos indígenas allí asen-
tados). A pesar de esa impugnación parlamentaria, sir Love Jones Parry y el tipógrafo
Lewis Jones visitaron la región ofrecida a finales de 1862, para conocer sus potenciali-
dades económicas. Ante sus informes positivos, se apuraron los pasos para la llegada de
los primeros inmigrantes. Liderados por el reverendo Matthews y el emprendedor Lewis
Jones, en el invierno de 1865 llegaron a bordo del “Mimosa” unos 160 inmigrantes gale-
ses al río Chubut. Tras una estadía de algunas jornadas en las cuevas junto al mar, se
reinstalaron sobre la margen norte del valle inferior del río Chubut: sobre ella fundaron
un pueblo al que llamaron Rawson, en honor al ministro que se había mostrado intere-
sado en su llegada al sur.
Los ojos de los colonos encontraban en la Patagonia una tierra de promisión utó-
pica y cristiana. En ese sentido, resulta sencillo descubrir un proceso de auto-
identificación de los colonos galeses (divididos según sus creencias en congregacionistas,
metodistas calvinistas, bautistas y fieles de la Iglesia episcopal anglicana) con los escri-
tos bíblicos. Se sentían los hijos de Israel peregrinando en el desierto al llegar a la re-
gión de Chubut, deambulando antes de arribar a tierra prometida (López 2003: 61 ss).
No llama la atención que el tema central durante el primer servicio religioso realizado
en Chubut fuera “La experiencia de los hijos de Israel en el desierto” (Rhys 2000:61).
En esa ocasión se entonó un antiguo himno galés: “Desde las alturas de Salem divisa-
remos las marchas del desierto en todo el camino y observaremos los recodos del ca-
mino, que llevaron a gozar de un día perfecto” (Rhys 2000:110). Por otro lado, la ima-
gen que los galeses tenían de lo que era el Paraíso se aproximaba al paisaje montañoso
que fueron encontrando en su marcha al oeste cordillerano.
Los galeses veían al Sur como vacío, libre de hombres y de historia, representa-
ción que les resultaba funcional a su deseo de fundar una colonia autónoma con respec-
to a Buenos Aires. El medio seguía siendo considerado eminentemente hostil por parte
de los colonos, y el paisaje cercano a la costa fue descrito y maldecido como “desierto”
(López 2003:67ss). Pero se trataba de un desierto redimible por medio del esfuerzo: co-
mo expresó uno de los pastores que participó del poblamiento:
El colono galés en la Patagonia fue lastimado a menudo por alusiones tales
como ‘arrojados en el desierto’, ‘al fin de la creación’ y ha retrocedido ante
muchas burlas de este tipo [...] encontró la llave para la colonización exitosa
129
mo y el compromiso del ministro Rawson para que los colonos se asentaran en Chubut,
lo cual contrastó con la parquedad de la presidencia de Sarmiento frente a ellos. Por
otro lado, el primer funcionario nacional enviado a la colonia, el comisario Julián Mur-
ga, proveniente desde Patagones, intentó trasladar el asentamiento al valle de Río Ne-
gro, donde tenía intereses inmobiliarios. Asimismo, el agrimensor enviado desde Bue-
nos Aires procuró actuar como gestor de los colonos en la capital para re-localizarlos en
otro punto del país (Gavirati et al. 2005:282).
Pero a fines de 1867, uno de los colonos galeses descubrió que era posible desviar
la corriente del río Chubut para regar tierras destinadas al cultivo de cereales. Sólo
cuando realizaron las tareas de canalización se obtuvo el volumen y frecuencia de riego
para que las cosechas de trigo y forrajes fueran suficientemente abundantes para ali-
mentar a la población local e incluso para exportar por primera vez en 1872. Esas pri-
meras colonias establecidas gozaron de autonomía administrativa durante el período
hasta 1876, y hacia 1881 ya sumaban cerca de mil colonos. En los años subsiguientes
llegaron más colonos galeses al Chubut, los que fueron adentrándose en el territorio, río
arriba y hacia la Cordillera de los Andes: de allí la seguidilla de fundaciones realizadas
en las últimas décadas del siglo XIX y principios del XX como Trevelin y Esquel, co-
nocidas con el nombre galés de Cwm Hyfryd.
Pese a lo que sostenían la propaganda inmigratoria y las autoridades argentinas,
la tierra que se le asignó a la empresa colonizadora galesa no estaba vacía. Grupos de
tehuelches y “pampas” recorrían y ocupaban miles de hectáreas en la Patagonia cen-
tral. Sobre ese espacio desarrollaban sus redes comerciales y familiares desde hacía si-
glos, participando de circuitos políticos y de intercambio con sociedades blanco-
mestizas en Chile y provincias argentinas y con otros grupos indígenas. Tanto la litera-
tura testimonial como la académica insisten en ponderar las buenas relaciones existen-
tes entre los nuevos pobladores europeos y los indígenas previamente allí asentados,
principalmente tehuelches. Muchos colonos entendían que debían replicar la conducta
de los cuáqueros de Pennsylvania a finales del siglo XVII, que habían protagonizado
las primeras experiencias de comunitarismo liberal radical y de convivencia con los in-
dígenas. Las vinculaciones entre galeses y tehuelches descansaban en un intenso inter-
cambio de bienes, así como de información y de saberes, inusitado para un período de la
historia mundial que se caracterizó por el impetuoso avasallamiento cultural blanco
131
sobre las poblaciones de Asia, África y América, producto del cual muchos pueblos ori-
ginarios fueron sometidos a nuevas formas de dominación material y simbólica. Por el
contrario, lo que encontramos en las décadas finales del siglo XIX en la Patagonia cen-
tral es un curioso caso de préstamos y diálogos interculturales de un tono más horizon-
tal que vertical
Las relaciones fueron intensas y multidimensionales (económicas, lingüísticas,
de información, etc.). La experiencia de la caza era casi nula entre los galeses, por lo
que tuvieron que aprender estas habilidades de los tehuelches. Éstos los iniciaron en el
uso de boleadoras y la doma de potros salvajes, lo cual les permitió cazar guanacos y
ñandúes, de manera de no depender exclusivamente del ganado de corral y las cose-
chas. La colonia galesa resultaba para los indígenas un punto comercial más interesan-
te que trasladarse a Carmen de Patagones, a la isla Pavón o a Punta Arenas, en el ex-
tremo sur. Dos veces al año los tehuelches se acercaban hasta Rawson a comerciar:
mientras que los primeros ofrecían cueros de animales, carne, lazos, plumas de aves-
truz, aparejos y tejidos y los segundos les vendían telas de algodón, leche, licores, pan y
harina (el intercambio en los primeros años se realizaba entre particulares dado que no
existió una casa comercial en la colonia sino hasta 1875). La relación excedía lo estric-
tamente comercial, dado que hay indicios de que algunas palabras del galés se filtraron
a la lengua tehuelche (no sería descabellado suponer que hubo procesos similares, de
sentido inverso), y que incluso participaron de los tradiciones juegos florales, los Eis-
teddfodau, en Trelew.
El asentamiento tuvo un fuerte nivel de autonomía de facto, consagrado por el
Reglamento de la Colonia del Chubut que los colonos se dieron el mismo año de su llega-
da. El Reglamento, inspirado tanto en la constitución argentina como en la estadouni-
dense, creaba el cargo de gobernador, que tenía la misión del gobierno directo de la co-
lonia. De acuerdo al Capítulo II, el gobernador tenía el derecho a convocar a las mili-
cias para la defensa. Asimismo, se organizaba un consejo compuesto por doce miembros
electos, que tenían mandatos de un año de duración. El Consejo, que monopolizaba las
funciones legislativas, debía reunirse al menos una vez por mes. En cuanto al poder ju-
dicial, descansaba en el sistema de juicios orales y públicos con doce jurados. Tanto el
juez como el gobernador eran electos por voto universal. En los juicios, demandantes y
demandados, acusadores y acusados se interrogaban entre sí y a los testigos y alegaban
132
a favor de su causa ante los jurados y el juez, por lo que no se necesitaban abogados. La
administración de la justicia se basaba, según han expuesto algunos especialistas, en
técnicas jurídicas propias de la Commonwealth (Pérez Galimberti 2001; Sáez Capel y
Marques 2004).
(lo cual, por otro lado, no contó con el respaldo de las autoridades de Chubut). A la
asunción de que no había ya espacio para la concreción de un proyecto político-
territorial autónomo, se le sumaron otra serie de datos que eran vistos con preocupa-
ción por parte de los dirigentes comunitarios. Por un lado, porque veían que se había
ido reduciendo la cantidad de compatriotas que arribaban a Chubut, mientras que, pa-
radójicamente, se ampliaba la llegada de otros migrantes, principalmente provenientes
de otras provincias rioplatenses.
Pero probablemente lo que les suscitaba mayores preocupaciones que la pérdida
de homogeneidad étnica o de autonomía política fue el progresivo sometimiento de la
educación comunitaria a los aparatos nacionales desde 1890. Desde esa década en ade-
lante muchos maestros fueron designados por el ministerio de Educación de la Nación y
no por la propia comunidad galesa, tal como venía haciendo desde 1865. Asimismo, una
nueva ley nacional dictada en 1896 obligaba a que el español fuera la lengua vehicular
en la educación primaria, lo cual desplazaba al idioma galés del lugar preponderante
que había ocupado hasta entonces (Barzini y Massa 2004). Por último, en 1900 desapa-
recieron las escuelas bilingües, que fueron reemplazadas por otras en las que las clases
sólo se dictaban en castellano. Está claro que esta serie de regulaciones educativas no
apuntaban directamente a reducir el nivel de autonomía de la colonia galesa, sino que
guarda relación con una toma de conciencia de las autoridades educativas nacionales
del peso de las escuelas étnicas, sobre todo las italianas, en el sistema educativo. De allí
que presionaran para lograr una argentinización de las actividades escolares y de los
contenidos a transmitir en las aulas, como un recurso para lograr la ruptura de los
alumnos con las patrias de sus padres (Bertoni 2001).
La “normalización” del espacio del sur y el “llenado” de una tierra “vacía” en la
última década del siglo XIX les indicaron a muchos de los colonos galeses que su pro-
yecto había encontrado límites evidentes, y quizás insalvables. De allí que dos colonos
hayan embarcado con rumbo a Londres para transmitirle al gobierno del Reino Unido
sus preocupaciones sobre el avasallamiento de la educación, el self-government y las
creencias religiosas de los súbditos en el sur. Pero otros galeses tomaron la decisión de
abandonar definitivamente el “desierto” y buscar nuevos rumbos. En 1899 una fuerte
inundación de las colonias, con motivo de un desborde del río Chubut, condujo al
anegamiento de cien viviendas, escuelas y oficinas de correo y la pérdida de cosechas y
134
ganados. Una lluvia que se extendió por tres semanas obligó a abandonar la zona resi-
dencial y buscar las elevaciones geográficas para guarecerse. No es de extrañar que es-
tas circunstancias geo-climáticas fueran leídas también bajo un prisma bíblico, esto es,
como indicación de la necesidad u obligación de partir en la búsqueda de un nuevo lu-
gar en el mundo. La decisión de re-emigrar se impuso en muchos casos por sobre otras
consideraciones en la medida en la que en años siguientes el río Chubut volvió a des-
bordarse: con fondos donados desde el Reino Unido, en 1902 unos 250 colonos se tras-
ladaron a Canadá y en 1910 a Australia, mientras que otros acariciaban la posibilidad
de establecerse en Sudáfrica.
En las páginas iniciales se había expuesto la idea de que las relaciones capitalis-
tas de producción y aquellas que se trenzan bajo un modelo cooperativo-
autogestionario tenían formas irreconciliablemente opuestas de imaginar y de usar al
territorio. Según esta tipología bipolar, mientras que bajo la férula del capital todos los
recursos, aun los intangibles y los socialmente más relevantes no escapan a un proceso
de valorización y mercantilización, los que eran utilizados por los grupos embarcados
en procesos autogestionarios recibían un trato diferencial. Así, en estas experiencias es-
taría ausente la perspectiva instrumentalista y maximizadora en la relación con los re-
cursos naturales, predominando, por el contrario, un enfoque identitario, conservacio-
nista e incluso organicista. ¿Se puede sostener esta tesitura, a la luz de lo que sabemos
de los galeses asentados en el sur hacia finales del siglo XIX?
Valdría la pena matizar esta supuesta dicotomía, pues en esta colonia lo que en-
contramos es una suerte de mixtura, según la cual, el proceso de territorialización debe
servir simultáneamente a dos propósitos. Por un lado, se encuentra el propósito decla-
rado de convertir a las planicies patagónicas en recursos agro-ganaderos eficientes, que
puedan brindar un conjunto de bienes materiales a intercambiar con la sociedad argen-
tina y con el entorno indígena. En ese sentido, los galeses dedican mucho tiempo a la
búsqueda de soluciones “técnicas” para resolver problemas tales como la falta de riego,
la mala calidad de las cosechas de trigo, etc. Su experiencia de uso y apropiación del
suelo parece obedecer a la misma lógica capitalista que se podía encontrar en plena ex-
135
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139
Nerina Visacovsky
por el perfil liberal del general Justo que custodió las buenas relaciones con el imperio
británico y propició el afianzamiento de la identidad argentino-católica.
En el plano económico, como consecuencia de la crisis de 1929 y el cierre de los
mercados internacionales, el Estado comenzó a adquirir un rol intervencionista ope-
rando para que la renta agraria se orientara hacia la industria liviana. La regulación de
las exportaciones, la modernización y la protección al mercado local generaron un nue-
vo escenario. Mientras capitales extranjeros invertían en infraestructura y transportes,
la creciente composición industrial se manifestaba heterogénea; si bien existían grandes
empresas, la mayor parte consistía en fábricas menores y talleres (Korol, 2001: 37). En
1934 los efectos de la crisis de Wall Street estaban superados. Posteriormente, a pesar
de la breve recesión de 1937, la industria se extendió enfáticamente en los rubros texti-
les, metal-mecánicos y petroleros. Iniciada la década de 1940, con un mundo en guerra
y un clima político local autoritario, el desarrollo fabril y el pleno empleo permitieron el
ascenso económico de los sectores populares urbanos, transformándolos aceleradamente
en las clases medias argentinas.
A raíz de la industrialización, la fisonomía del país se fue modificando debido a
los masivos desplazamientos internos del campo a la ciudad. Entretanto, la inmigra-
ción daba a luz a una generación de hijos nativos y a través de la escuela y el trabajo
iba constituyendo una identidad a la que Gutiérrez y Romero (1995) calificaron como
“popular, conformista y reformista”, diferente a la contestataria que había imperado
en tiempos del Centenario. La masa trabajadora, mayoritariamente radical o socialista,
se disgregó en individualidades que constituyeron una sociedad abierta y móvil. Parale-
lamente, desde los años veinte, con la construcción de nuevos asentamientos urbanos,
las colectividades comenzaron a asociarse para crear bibliotecas, escuelas complemen-
tarias, clubes deportivos y otros centros participativos. El crecimiento económico gene-
ró un nuevo tiempo libre que permitió a los trabajadores dedicarse al activismo y trans-
formar a esas entidades en espacios de socialización, cultura y práctica política (Gutié-
rrez y Romero, 1995: 18).
La creación del Centro Cultural y Deportivo Isaac León Peretz de Villa Lynch
(I.L.P) en 1940 es parte de ese movimiento social.36 Sin embargo, lejos de agotarse en
36Itzjak Leib (o Isaac León) Peretz (1852-1915) fue un escritor humanista nacido en Varsovia. Impreg-
nado por el iluminismo judío de fines de siglo XIX abandonó su carrera de abogado y se dedicó a la lite-
ratura idish. Escribió cuentos, poemas, piezas teatrales y militó en círculos socialistas. La compasión por
141
los pobres y los no privilegiados es el tema que atraviesa toda su obra. En sus famosos retratos de la vida
judía en los shtétls (aldeas) europeos, las situaciones y valores que describe denotan una alta sensibilidad
por los problemas de su tiempo.
142
(1995) denominó la “ilusión comunista”; ilusión que vivió mucho más y mejor fuera de
la URSS que dentro de ella. Los textiles peretzianos “tejieron” utopías mientras hilaban
en turnos ininterrumpidos, armaban los primeros telares nacionales e inauguraban
nuevos “boliches” (galpones) en el prometedor barrio industrial. Entre fábrica y fábri-
ca, los vecinos judíos juntaban fondos para seguir ampliando el edificio y las activida-
des que desde 1940 agruparon a familias idn (judías) de la zona. Un gran activismo so-
cial se concentró en la escuela y la biblioteca; se compraron libros en idish, muebles y
un equipo de música para las fiestas. Los hombres y mujeres de la “República textil de
Villa Lynch” construían su utopía colectivista en la calle Rodríguez Peña 261, alrede-
dor de una gran palmera. Trabajar para fortalecer al club era un deber ideológico, por-
que la “plusvalía peretziana”´-como escribía Meyer Kot, uno de sus grandes artífices-
habría de beneficiar a todos sus socios.
El I.L.P. funcionó entre 1940 y 1996, años en los cuales circularon aproxima-
damente 13.000 socios. En 1970 su concurrencia era de 3000 socios activos. Entre 1943
y 1977 funcionó una escuela idish que en 1955 matriculaba cerca de 400 alumnos en sus
tres niveles (jardín de infantes, primaria y secundaria). En la década de 1950 la institu-
ción mostró su esplendor con un lujoso cine-teatro de 400 butacas y en 1969 inauguró
un edificio de seis pisos con pileta olímpica que le dio dimensiones inusitadas para la
zona. Fue, además, uno de los centros más numerosos entre los adheridos a la Federa-
ción de Entidades Culturales Judías (ICUF). El ICUF se constituyó en París en 1937 y
en Buenos Aires en 1941 como parte del movimiento antifascista promovido por la iz-
quierda y proclamó la defensa de la cultura judía y la lucha contra el antisemitismo. 37
El I.L.P. tomó la línea político-ideológica de la federación y la institución le brindó al
ICUF un espacio privilegiado de concurrencia multitudinaria dentro del campo judeo-
progresista.
37 Algunas otras instituciones que adherían al ICUF entonces eran la Asociación Cultural Israelita
Zhitlovsky de Montevideo; la homónima de Córdoba; el I.L.Peretz de Santa Fe; el Zhitlovsky de Rosa-
rio; el Centro Cultural Israelita y escuela I. L. Peretz de Mendoza, la Asociación Cultural Israelita de Tu-
cumán y el Centro Cultural Israelita de Bahia Blanca. En la provincia y ciudad de Buenos Aires: la Aso-
ciación Cultural y Deportiva Scholem Aleijem de Paternal; Asociación Israelita Pro-Arte IFT; el Centro
Cultural Israelita Ramos Mejía; el Centro Cultural Israelita I.L.Peretz de Lanús; la Asociación Cultural
y Deportiva Dr. Jaim Zhitolvsky; el Centro Cultural Israelita Dr. E Ringuelblum; el Hogar Cultural
Méndele de San Martín; el Centro Cultural Berguelson; el Centro Cultural Peretz Hirschbein; el CER, es-
cuela Sarmiento; la escuela Janusz Korczak, la Asociación Cultural Israelita “Residentes deVarsovia”,
“Zumerland” de Mercedes, Río Ceballos y Mendoza y temporariamente el Centro Literario Israelita Max
Nordau de La Plata y la escuela Zalman Raizen de Avellaneda.
143
38Tomamos las definiciones de “hibridación” de García Canclini (2002) para sus estudios culturales: con-
junto de “procesos socioculturales en los que estructuras o prácticas discretas se combinan para generar
nuevas estructuras, objetos y prácticas” El sentido de “hibridación” pone en cuestión la identidad pura o
la pureza cultural, puesto que “permite lecturas abiertas y plurales de las mezclas históricas y construir
proyectos de convivencia despojados de las tendencias de resolver conflictos a través de la purificación
étnica”.
144
cional y seguían el ideario de Dov Ver Bórojov, quién fuera el gran referente del partido
Linke (Izquierda) Poalei Tzíon. Los borojovistas o poaleisionistas de izquierda eran
marxistas y sostenían que la revolución socialista sólo podía llevarse a cabo en Palesti-
na con el pueblo unificado, porque en tanto los israelitas permanecieran en la diáspora
estarían condenados a las divisiones clasistas y expuestos al antisemitismo. En tercer
lugar, los comunistas, que desde 1935 se autodenominaron di progressive, se adecuaban
a la disciplina partidaria y creían que el antisemitismo era un problema universal que
el capitalismo profundizaba, al igual que otros prejuicios raciales de la humanidad. Los
peretzianos, adheridos al icufismo, se filiaban mayormente en esta última ideología.
Empero, hasta el estallido de la Segunda Guerra, los tres grupos se manifestaban laicos
y tenían grandes enfrentamientos con el sionismo tradicional o “de derecha” y los reli-
giosos que dominaban la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) y la Delega-
ción de Asociaciones Israelitas Argentinas (DAIA).
Mientras la convocatoria de la Internacional Comunista en 1935, a favor de crear
frentes populares y aliarse con la “burguesía progresista”, había aumentado la simpatía
de los judíos por el comunismo, en San Martín, Villa Lynch y Villa Devoto surgían los
primeros acercamientos entre idishistas. La organización estaba en manos de inmigran-
tes trabajadores, militantes y con experiencia política; empero la participación excedía
por lejos a ese grupo e incluía sectores más distantes, tanto del comunismo como del
movimiento obrero. Entre los fundadores del I.L.P. de Villa Lynch se encontraron bajo
la categoría de “judíos laicos de izquierda” empresarios como los hermanos
Muzykansky o Raizman y obreros como Meyer Linkowski o Ersz Gliksman. Ser “de iz-
quierda”, luchar contra el fascismo y admirar a la URSS era para la época un estado de
ánimo que compartían familias de varios estratos económicos y tendencias ideológicas
filiadas en la democracia liberal. Desde su inicio, di progessive (los progresistas judíos)
intentaron demostrarle al barrio que los israelitas no eran los “abominables enemigos”
que personificaba Hugo Wast en sus novelas, sino que estaban abiertos a fundir su cul-
tura con las tradiciones argentinas y consustanciarse con el crecimiento industrial de la
localidad. Entonces, la preservación de la cultura judía y la integración social fueron
los pilares de sentido cuando en 1940 se colocó la piedra fundamental del club. Sin ayu-
da económica de partidos, organizaciones filantrópicas o entidades internacionales, los
textiles invirtieron dinero y esfuerzo en crear un espacio “extra-estatal” para sí y para
145
el barrio. Claro que no podía despertar interés una escuela idish a quien no fuese judío.
Por ello durante los primeros tiempos del shule (escuela) la concurrencia fue más bien
homogénea, pero ulteriormente participó un público variado. A medida que una nueva
generación fue ocupando cargos directivos, el idish fue perdiendo devotos y los perte-
zianos impulsaron el crecimiento de su masa de asociados en el barrio -en parte por di-
rectivas del partido comunista-, la actividad deportiva pasó a convertirse en un espacio
privilegiado de integración social.
En la época de la segunda posguerra arribaron algunos sobrevivientes a Villa
Lynch. Había quienes tenían familiares, pero también hubo quienes se instalaron por-
que textiles como Fishke Wolkowiski iban al puerto cada vez que llegaba un barco pa-
ra recibir y ayudar a compatriotas sin familia. De esa forma, “di grine” (los verdes) en-
traron en el círculo solidario de las cooperativas de Villa Lynch y lograron reconstruir
sus vidas entre los telares. Posteriormente, cuando en 1948 nacía el Estado de Israel, el
icufismo-peretziano trabajó activamente en campañas de colaboración financiera para
construir viviendas en Medio Oriente pero no adhirió a la gran colecta sionista del Ka-
ren Kayemet Le Israel porque, si bien apoyaba la creación del Estado, no acordaba con
el llamado sionista a “hacer aliá” (migrar a Israel). Al menos hasta 1949, y como reflejo
de la colaboración entre los Aliados, el enfrentamiento entre sionistas y progresistas se
había moderado y las escuelas icufistas Jaim Zhitlovsky de Villa del Parque e I.L.P de
Villa Lynch habían sido incorporadas en 1943 y 1945, a la comisión educativa de
AMIA (Zadoff, 1994)39. Sin embargo las discrepancias aumentaron a medida que el
mundo se iba alineando en dos bloques. Las noticias sobre las purgas estalinistas a es-
critores y artistas judíos durante los Juicios de Praga de 1952, al igual que el “complot”
de los médicos un año después, fueron noticias decisivas para el alineamiento del Esta-
do de Israel a favor de los americanos y el quiebre definitivo de la colectividad judeo-
argentina. Además, la prohibición a los judíos soviéticos de realizar aliá profundizó el
repudio internacional del sionismo a la URSS. El gobierno de Ben Gurión, de perfil so-
cialista, promovió una campaña internacional contra “el antisemitismo soviético” que
acataron la mayoría de las entidades judías occidentales. DAIA advertía a los padres
que “no enviaran a sus hijos a las escuelas de los comunistas”, mientras el ICUF, en lí-
39 Con posterioridad, y con grandes suspicacias por parte de dirigentes sionistas, tres escuelas más de la
línea progresista fueron admitidas y subsidiadas en un 40% por la AMIA.
146
nea con el partido, entendía que las noticias eran acaso falsas o exageradas, en tanto
respondían a la propaganda de la CIA para desestabilizar el socialismo. Además, la di-
rigencia icufista consideraba que los sionistas tenían a nivel local el claro e “innoble”
objetivo de sacarle a las escuelas progresistas sus recursos y su público. El ICUF man-
tuvo firme su lealtad al bloque soviético y comenzó su propia campaña de denuncias
contra el “sionismo pro-yanqui” y el gobierno israelí que “contribuía a instalar una ba-
se militar imperialista en Medio Oriente” y “utilizaba al pueblo judío como carne de
cañón para oprimir a sus hermanos palestinos”. La dirigencia sionista expulsó a “los
comunistas” y sus instituciones de AMIA y DAIA. Ese proceso, que los actores deno-
minaron “jerem” o “excomunión”, no hizo más que radicalizar las posiciones teórica e
históricamente irreconciliables que identificaban a unos y otros. Si el pacto germano-
soviético había provocado un primer pequeño sismo entre di progressive en 1939, los
crímenes estalinistas confirmados entre 1952 y el XX Congreso del PCUS de 1956 mar-
caron un segundo de mayor intensidad. Aunque se perdieron activistas y los sustentos
financieros de AMIA, ese tiempo coincidió con una mayor apertura al barrio que no
afectó el caudal de público peretziano. La creación de la Cooperativa de Crédito Lynch,
nacida en 1951 en un aula de la escuela del I.L.P. pronto solventó parte de los proble-
mas financieros que generaba el crecimiento institucional.
Mientras el grueso de la comunidad judeo-argentina se volcaba al sionismo, en Vi-
lla Lynch predominaban “los progresistas”. Empero, ya en la temprana posguerra se
había desprendido un grupo de fundadores peretzianos que en 1947 crearon la Sinagoga
“Or Torá” en la calle Cuenca 179, a cuatrocientos metros del I.L.P. Si bien no eran reli-
giosos, reclamaban un espacio espiritual judío que, entre otras normas, respetara el
Shabbat (descanso sabático). Aunque desde mediados de la década de 1920 había en las
cercanías de Villa Devoto una escuela sionista y otra en el centro de San Martín, el vi-
gor del barrio les permitió a los textiles sionistas crear su propia escuela en 1952, inte-
grándose a la red de colegios judíos Tel Aviv. La comisión directiva del Tel Aviv nº5
declaraba que por fin “se había terminado el mito de una cultura judía sin el Estado de
Israel, sin hebreo, sin la Biblia” (Jinich, 2000:30) y con treinta alumnos se incorporaba
al área educativa de la AMIA. En 1962, con motivo de festejarse los diez años de su
existencia, el diario Di Presse expresaba:
147
Hace diez años se fundó esta escuela en Villa Lynch. Fueron años de una
verdadera revolución ideológica [...] especialmente en el enclave habitado
por trabajadores textiles, dónde se hicieron fuertes los así llamados ‘progre-
sistas’ y los judíos cercanos al sionismo y a las tradiciones milenarias, no te-
nían cabida
Esa nota muestra como, a diferencia de lo que sucedía en la década de 1950, en Villa
Lynch el sionismo era una minoría que se manifestaba como la propuesta contra-
hegemónica en el “reducto de los comunistas” (Jinich 2000: 44). En Villa Lynch había
comunistas, bundistas, poaleisionistas, sionistas y hasta rabinos y si bien al interior de la
colectividad aquella diversidad los marcaba fuertemente, para el barrio, todos ellos
eran simplemente “los rusos”.
Durante la década de 1930, avanzadas las instalaciones de luz eléctrica y las obras
de construcción de la avenida General Paz, Villa Lynch se habilitaba por disposición
municipal como zona apta para la radicación de industrias. Entre las grandes empresas
que se afincaron entre 1940-1960 se encontraban General Motors, Fundición Domingo
Bruno, los fabricantes de muebles Riello Hermanos, Martín y Rossi, y Caruso y Strona,
entre otras. Sin embargo, fue la automotriz americana la que selló el perfil industrialis-
ta del barrio. Paralelamente varios inmigrantes judíos que llegados tras la primera gue-
rra mundial habían realizado su primera experiencia en fábricas textiles nacionales co-
mo la lanera Campomar, compraron sus primeros telares y se mudaron a Villa Lynch. 40
Muchos eran polacos de ciudades textiles como Bialystok, Lodz y Beljatov. Los bialis-
toker, que venían de Valentín Alsina y Belgrano, eran laneros y los beljatover y lodzer,
quienes se acercaban desde los barrios de Paternal y Agronomía, eran sederos. Aunque
predominaban los polacos; judíos ucranianos, lituanos o nacidos en las primeras colo-
nias agrícolas, se incorporaron a la erupción textil. Entre 1935 y 1947 los censos indus-
40El sector textil empleaba una numerosa mano de obra. Después de 1930, la influencia comunista en las
fábricas de ese rubro aumentó notablemente, especialmente en la planta de tejidos “Campomar y Sou-
las”. En Valentín Alsina se encontraba la planta más antigua de esa empresa, en la cual a mediados del
1920 trabajaban 1500 empleados y una década después 2500. El otro establecimiento se situaba en Bel-
grano y agrupaba a 2000 operarios. Las publicaciones Nuestra Palabra y La Lanzadera, eran editadas
desde una y otra planta de Campomar por las células obreras del PC (Camarero, 2007:30-31).
148
triales indicaban que el rubro alimentación decrecía mientras el textil aumentaba no-
tablemente en personal, establecimientos y producción. Impulsado por la expansión del
cultivo local del algodón y las políticas que restringieron la importación, en menos de
dos décadas Villa Lynch se convirtió en una “orquesta de telares”. El aumento salarial,
los créditos bancarios y la circulación de la moneda durante el primer peronismo au-
mentaron los niveles de consumo aceleradamente y varios pasaron de ser obreros a
prósperos dueños de fábrica.41 Ese pasaje constituía un punto de conflicto con sus pares
judíos que permanecían obreros; a menudo, algunos de los “millonarios rojos” eran
acusados de profesar la lucha de clases mientras en la práctica se mostraban como pa-
trones capitalistas.42 Otros, en cambio, eran fieles marxistas que brindaban importan-
tes beneficios a sus obreros. Más allá de sus diferencias, dentro del I.L.P. procuraban
mantener un clima de igualdad y dejar en la fábrica los problemas de la fábrica. En el
club, la mayoría se sentía filiada a una ideología judeo-progresista y manifestaba un
discurso medianamente homogéneo. Es preciso aclarar que no siempre la afinidad ideo-
lógica reparaba los conflictos laborales aunque era innegable que las cooperativas de
crédito y el espíritu solidario alcanzaban a todos los textiles, desde el obrero más hu-
milde hasta el fabricante más adinerado. Tal vez como consecuencia de una cultura
común y el temor al antisemitismo, los judíos progresistas experimentaron la necesidad
de ayudarse y protegerse “entre paisanos”.
Todos coincidían en que la causa anti-fascista abrazada por la URSS era un
ejemplo para la humanidad y que construir -o al menos “proclamar” construir- una so-
ciedad socialista era el camino para erradicar “la reacción fascista”. Los di progressive
lograron ante cada crisis encontrar nuevas fuentes de fortaleza para su utopía. El rol
heroico del Ejército Rojo desde 1941 alimentó en el imaginario de los peretzianos una
correlación necesaria entre su condición judía y su modelo soviético. Mientras Stalin,
41 En la década de 1960, la cooperativa “Superación” de los beljatover registraba que Villa Lynch, la
“Manchester argentina” tenía 367 fábricas (193 del sector lanero y 174 de seda, rayón, algodón y sintéti-
cos), 1100 telares de lana y 1200 de seda y algodón (productores de 2.000.000 de metros de tela mensua-
les), 62 hilanderías, 300 urdidores de lana y algodón, 4 grandes tintorerías industriales y varias metalur-
gias destinadas a la maquinaria textil (Trybiarz, 2006: 9).
42 En una oportunidad, había un judío llamado Rozemberg que tenía una fábrica en Villa Lynch y era
muy estricto con sus obreros…hasta que un día uno fue y le dijo: “Escúcheme, ¿por que usted nos trata
así, si dice que es comunista?” Y Rozemberg le contestó: “Bueno, para que vean que mal se vive en el
capitalismo” (Entrevista de la autora a Roberto Pinkus, enero de 2006) Esa anécdota no pretende ser re-
presentativa de la comunidad peretziana, aunque ilustra, tal vez satíricamente, la contradicción que mu-
chos empezaban a experimentar debido a su crecimiento económico.
149
Durante su primera década de vida, el club organizaba bailes con orquestas, fun-
ciones teatrales y asados “esperando que toda la colectividad israelita concurra”
(Anuario I.L.P. 1945). En aquel período, la comisión directiva invitaba con especial én-
fasis a las familias judías; los tiempos de la inmigración no eran tan lejanos, muchos no
dominaban el castellano y el fantasma antisemita los asolaba. Sin embargo, desde me-
diados del cincuenta, la convocatoria dejaría de dirigirse exclusivamente al entorno ju-
dío. Ejemplo de ello es la editorial del Anuario de 1957, en dónde el presidente
Abraham Epstein dirigía una carta a “los representantes de las entidades amigas de la
zona”. Su contenido desplegaba la historia del club en la “villa”, la lucha por la educa-
ción, por la cultura y enfatizaba la postura de “puertas abiertas” a pesar de haber sido
151
43 De acuerdo a diversas fuentes primarias y entrevistas a informantes clave, podemos afirmar que la ac-
tividad partidaria comunista siempre transcurrió por un canal separado de la institución. Las reuniones
del Partido no se hacían dentro del club, ni tampoco había dogmatismo alguno en los contenidos peda-
gógicos que se brindaba a los niños en el shule ni en el kinder club; como tampoco aparecen en los anua-
rios institucionales declaraciones explícitas a favor del PC. Lo que sucedía era que a veces se trataba de
las mismas personas, dirigentes del club y afiliados al partido eran las mismas personas. Entonces, era
frecuente que un viejo activista y militante hiciera visitas domiciliarias por fuera del Peretz “a gente del
Peretz” para intentar afiliarla al PC o que militantes judíos del PC se acercaran a realizar actividades en
el club. Las colectas de fondos se hacían por vías distintas y a menudo se organizaban eventos culturales
a los que se invitaba a artistas de filiación comunista, pero nunca se utilizó el gran teatro para convocar
a un encuentro partidario. Recordemos que por sus propios estatutos, el club era abierto al barrio y con-
taba con un público heterogéneo por lo cual debía cuidar su imagen para protegerse también de otras
fuerzas políticas presentes en la zona.
153
niente de las personalidades ligadas a la educación. En los primeros años Miguel (Mijl)
Raizman y Abraham Kot fueron grandes promotores del shule, al segundo lo apodaban
“Makarenko”. A inicios de los años cincuenta Tzalel Blitz y Leike Kogan, universita-
rios franceses y fervorosos idishistas, impulsaron el mitl-shul (secundario idish). Tiempo
después, en los sesenta, Dora Korman, Abraham (Pepe) Paín, Dina Minster, Elsa Ra-
binovich o Martha Kogan entre otros, introdujeron nuevas teorías educativas que hi-
cieron del jardín de infantes y las colonias de vacaciones un espacio vanguardista en el
campo pedagógico. Numerosos personajes poblaron las comisiones de cultura, entre los
que se destacaban Benito Sak, Guedale Tenembaum o Inde Blutraich de Spieguelman.
Todos tenían algo en común, eran apasionados admiradores de la experiencia soviética;
entre otros motivos porque la educación masiva y universitaria era un fenómeno fuera
de lo común, los avances científicos y la carrera espacial se destacaban y contrariamen-
te al capitalismo salvaje, en el paraíso socialista a ningún hombre le faltaba trabajo y a
ningún niño le faltaba salud y comida.
Empero, los altos costos de mantenimiento de la estructura, las crisis de los tex-
tiles, el ascenso económico de varias familias que se mudaron a la Capital Federal y los
cambios generalizados de la sociedad de los años sesenta, hicieron que aquel crecimien-
to que parecía “interminable” comenzara a declinar. A mediados de la década de 1970,
con el cierre de la escuela idish, el I.L.P. llegó a su punto máximo de expansión. A par-
tir de allí y durante los siguientes veinte años se fueron reduciendo actividades hasta la
debacle definitiva en los noventa; en 1996 se decidió cerrar el edificio y fusionar a las ya
integradas I.L.P- Hogar Cultural Méndele de San Martín con otra institución icufista
del barrio de Paternal. El club corrió la misma suerte que tantos otros tradicionales
clubes sociales y deportivos barriales, pereció con la desaparición del activismo y las
transformaciones neoliberales. El I.L.P. de Villa Lynch fue producto y proceso de esa
historia, que es también una metáfora de la historia de los judíos progresistas y la ma-
nufactura nacional. En un plano más amplio, puede decirse que toda la sociedad argen-
tina sufrió la des-industrialización y la desmovilización que profundizó la dictadura de
1976 y terminó de hundir el neoliberalismo de la década de 1990. En cuanto al contexto
internacional, la caída del muro de Berlín y el desplome de la URSS instalaron nuevos
debates de sentido y de identidad que aún hoy siguen irresueltos para varios icufistas.
Como han interpretado algunos antiguos socios, “con el muro se cayó la utopía”, y la
utopía habitaba también, en cada salón del I.L.P de Villa Lynch.
La distancia que nos separa de 1940 permite argumentar que se cumplió el obje-
tivo fundacional de que la primera generación nacida en el país se sintiera parte de la
sociedad argentina y dirigiera el aporte judío al desarrollo nacional. Los torneos de na-
tación fueron la expresión auténtica del barrio dentro del club y del club dentro del ba-
rrio. El I.L.P. despertó el mismo fanatismo y amor por la camiseta que otros clubes. Su
final fue tan complejo como su trama. Como se ha manifestado a lo largo de este artícu-
lo, es difícil ubicar la experiencia en una tipología institucional. Fue el “Peretz de Villa
Lynch” único en su tipo, y tal vez ahí anida lo utópico de sus 56 años de existencia; en
esa indefinición que resistió las tensiones de clase social y de filiación étnica, en ese de-
seo ilimitado de universalidad que los impulsó a expandirse e intentar alcanzarlo todo y
a todos. Los informantes que lo conocieron en su momento de esplendor lo describen
con la misma idea: “era imponente”. El Centro Cultural y Deportivo Isaac León Peretz
compartió su identidad con el ICUF, pero también le perteneció a los inmigrantes texti-
155
les, al barrio, a los que se quedaron hasta el final de su historia y a los que se fueron a
mitad de camino, a los militantes y a los disidentes, a los que se hicieron más o menos
burgueses y a todos los socios y vecinos que lo recuerdan con emoción. Situado en un
barrio de especial trascendencia en la historia industrial argentina, el I.L.P. fue la uto-
pía de un país mejor.
Una isla rodeada de tierra. Ese “otro lugar” de los mennonitas en Paraguay
La isla
Una isla rodeada de tierra es la imagen, paradójica y poética, con la que el escri-
tor Augusto Roa Bastos (1977) describía al Paraguay y es también una metáfora muy
apropiada para definir a las colonias mennonitas de aquel país.* Con un producto inte-
rior bruto doce veces superior a la media nacional45, estas colonias son una isla rodeada
de tierra en más de un sentido. Dedicados a la agricultura y a la ganadería, poseen la
empresa lechera más importante del país, Co-Op, que exporta gran variedad de produc-
tos lácteos a los países del MERCOSUR, Europa y EEUU. Con una población de
27.000 personas, asentadas en 19 colonias, subdivididas en centenares de aldeas, los
mennonitas han conseguido construir, no sin dificultades, un Estado benefactor dentro
del débil y autoritario Estado paraguayo. Cinco de esas colonias, -Menno, Fernheim,
Neuland, Friesland y Volendam- conforman el grupo de mennonitas reformados, bas-
tante alejados de la imagen tradicionalista de sus parientes cercanos, los amish, que po-
pularizó Harrison Ford en la película Testigo en peligro. Con hospitales modernos, un
sanatorio neuropsiquiátrico que recibe pacientes de países vecinos, colegios primarios y
secundarios, escuela de enfermería y un amplio uso de las nuevas tecnologías, los men-
nonitas del Paraguay han suscitado un enorme interés por su capacidad para conservar
sus tradiciones sin por ello, renunciar a los beneficios de la modernidad46.
Los mennonitas pertenecen al movimiento cristiano anabaptista surgido en Eu-
ropa central en el siglo XVI, contemporáneamente a la Reforma Protestante. Seguido-
res en su momento del holandés Menno Simons, de quien toman su nombre, acabarán
siendo perseguidos por los luteranos quienes, junto a los católicos, iniciaron una cruen-
ta represión contra los rebautizadores o rebautizados. En su ideario se condena el bau-
tismo de los infantes y se exige plena conciencia para abrazar y comprometerse con la
fe, extremo que los aleja de los protestantes tradicionales. Exigen, además, una com-
pleta separación entre la Iglesia y el Estado. Consideran a la Biblia como única regla de
Fe y a Jesucristo como el único mediador entre los creyentes y Dios, afirmando el sa-
cerdocio de todos los fieles y la presencia de elementos divinos en cada ser humano. Pa-
cifistas -como reacción a los mennonitas revolucionarios liderados por Thomas
Müntzer-, exigen amar a los enemigos y abstenerse del ejercicio de cualquier tipo de
violencia; solidarios con los pobres, deben velar por su bienestar sin apelar al Estado
para conseguir favores o prebendas. Afirman la importancia de la comunidad y la ayu-
da mutua y rechazan los enfrentamientos religiosos por considerar que todos los seres
humanos deben tener libertad para vivir su fe o para vivir sin ella. Propuestas teológi-
cas y doctrinales y, sobre todo, una apuesta por la vida comunitaria, por la ayuda co-
mún y por experimentar el evangelio en la cotidianeidad han sido características de los
mennonitas que los han alejado de otras confesiones protestantes.
46Instituciones internacionales como FAO incorpora a las “cooperativas mennonitas” como caso exitoso
de economía sustentable en América Latina (FAO 2008).
159
47Por ejemplo hay variaciones importantes en las formas de bautismo o en la prohibición de ciertas cos-
tumbres “mundanas” (Stoesz y Stackley 1999).
160
entonces conocidos como los Harbiners, en alusión a la ciudad fronteriza por la que es-
caparon de la Unión Soviética. También los ferheimers llegaron con tres divisiones: los
que pertenecían a la Iglesia de la Conferencia General Mennonita (General Conference
Mennonite Church, llamada Kirchliche), los que formaban parte de los Hermanos
Mennonitas (Mennonite Brethren) y los miembros de los Hermanos Evangélicos Men-
nonitas (Evangelical Mennonite Brethren). En 1937, 135 familias, 750 miembros de la
colonia Fernheim, deciden abandonarla –por la penuria económica y las disensiones in-
ternas- y se establecen en la zona oriental, al este del río Paraguay, formando la colonia
Friesland.
En el caso de Neuland (centro en Neu Halbstadt), la colonia fue fundada en
1947 por colonos rusos internados en campos durante la Segunda Guerra Mundial.
Eran los menos homogéneos de todos, dado que la mayoría se encontró por primera vez
en el barco que les llevaría a Paraguay. Tenían muy poca experiencia en la organiza-
ción de la iglesia y en la vida comunitaria. Los soviéticos primero y los alemanes des-
pués les habían obligado a preocuparse más por su supervivencia que por organizar
formalmente su iglesia. Muchos de los neulanders escucharon por vez primera un ser-
món público a bordo del vapor que les condujo a tierras americanas (Stoesz 1999).
Cuando se piensa en colonias religiosas se tiende a pensar en sistemas cerrados,
jerarquizados y muy centralizados donde la libertad individual está totalmente supedi-
tada a las reglas colectivas. Pero las colonias mennonitas muestran, con la diversidad
de prácticas religiosas, un paisaje muy diferente Allí la diversidad de prácticas y de
formas de vivir la fe sin ninguna institución centralizadora que confirme o legitime su
pertinencia es sin duda uno de sus rasgos más llamativos.
Una de las instituciones clave, de las dos que los mennonitas crean en las colo-
nias es la cooperativa, que vela por el desarrollo económico de sus asociados. Cada co-
lonia dispone de la suya que posee la propiedad de la mayor parte de la tierra y la dis-
tribuye entre sus socios en régimen de comodato, esto es, cede gratuitamente el uso de
un bien no fungible a una persona que asume la obligación de restituirlo al cabo de cier-
to tiempo. Es, en realidad, una cesión de uso del bien. Se diferencia del contrato de usu-
fructo porque el que recibe la propiedad no puede disponer libremente de los frutos de
ese bien. Cada cooperativa se financia gracias al cobro de cuotas que oscilan entre el
12% y el 20% del valor de la producción. Su administración está a cargo de un Consejo,
161
electo por los socios cada tres años, controlado por una Junta de Vigilancia y compues-
to por gerentes y directores de área. La autoridad máxima es ostentada por la Asam-
blea, de la que forman parte todos los socios, hombres y mujeres con 18 años cumpli-
dos. Por lo general el director de la Asociación Civil –la otra institución clave de las co-
lonias- es el presidente de la Cooperativa.
Las cooperativas proveen a sus socios de asesoramiento productivo, se ocupan
del mantenimiento y apertura de nuevos caminos, del establecimiento y desarrollo de
plantas industriales, ofrecen servicios bancarios y se encargan de la comercialización de
los productos. De las cooperativas dependen los supermercados de cada colonia, a los
que tienen acceso socios y no socios de la institución y en los que se puede encontrar ca-
si cualquier producto de uso cotidiano. Es importante señalar que históricamente los
mennonitas no han tenido una tradición cooperativista. Fueron en realidad las condi-
ciones de vida en el Chaco paraguayo las que los impulsaron a desarrollar este sistema
de ayuda mutua. De hecho, la creación en 1937 de la colonia Friesland se debió a que
los colonos de Fernheim no veían con buenos ojos las iniciativas cooperativistas que se
estaban llevando a cabo y que les recordaban el colectivismo padecido en la URSS.
Además de la cooperativa, las colonias se organizan en torno a otra figura o ins-
titución, la Asociación Civil, que provee de servicios comunitarios a sus miembros y se
dedica a la organización comunal. Es la figura jurídica que representa a la colonia. En-
tre los servicios que presta a los colonos se encuentra la educación con formación bilin-
güe en colegios primarios y secundarios, centro de formación docente, escuela de educa-
ción especial, programa para niños sordos, escuela de música, colegio teológico, escuela
de enfermería, formación profesional, becas para estudiantes universitarios e internado
en Asunción. También los servicios sanitarios son competencia de esta institución, con
hospitales en cada una de las colonias, además de centros de salud en la periferia, un
sanatorio neuropsiquiátrico y el Hospital km. 81, dedicado a combatir la lepra. La
creación y organización del catastro y de la seguridad interna de las colonias forman
parte de los servicios prestados por la Asociación Civil, llevando el registro de todas las
propiedades y fincas, la expedición de registros de conducción y patentes, la señaliza-
ción y el mantenimiento de caminos, la regulación del tránsito y la vigilancia de la co-
munidad; así como todo lo relacionado con el medio ambiente, con seminarios para fo-
mentar el buen uso de los recursos, asesoramiento sobre procesamiento y reciclado de
162
co. Después de todo, ¿no pertenecen esos tres ingredientes a la historia de la experiencia
humana?
Postales móviles
“Son gente de palabra”
Esta fue la definición rotunda que un nativo lengua nos dio cuando le pregun-
tamos su opinión, ante los rumores sobre abusos de los patrones mennonitas contra sus
peones en las aldeas del Chaco. Eran las tres de la tarde de un día de verano. El sol caía
a plomo sobre las polvorientas calles de la colonia de Fernheim. Ni los árboles eran ca-
paces de dar sombra ante la obstinación de esa luz cegadora que borraba los contornos
de todo lo que tocaba. Jadeantes y sudorosos buscábamos algún alma que nos llevase
de Filadelfia a Loma Plata, otra colonia distante unos 30 kilómetros. Cuando estába-
mos a punto de desistir y de volver a la hostería en la que habíamos pasado la noche,
una estanciera paró junto a nosotros y después de que el conductor nos preguntara por
nuestro destino subimos a la camioneta con el alivio de quien se siente salvado en el úl-
timo minuto. Con las ventanillas abiertas y el polvo rojo entrando a ráfagas circulamos
por las calles tapadas de tierra hasta llegar a la ruta, una larga y gris costura que atra-
viesa ese desierto espinoso, el infierno verde del Chaco Paraguayo. Justo en ese mo-
mento nuestro chofer añadió, como quien habla consigo mismo: -“prefiero mil veces
trabajar para un mennonita antes que para un latino paraguayo”.
Los Aché de las regiones boscosas y montañosas de la zona oriental del Para-
guay pertenecen a la familia lingüística de los Tupí. Tradicionalmente nómadas, caza-
dores- recolectores, no desarrollaron la agricultura. El centro de su vida social e indivi-
dual lo constituye la caza y los límites de los cazaderos de cada grupo están bien delimi-
tados por la tradición. Consideran que los animales y los árboles son una suerte de an-
tepasados de los hombres y cuando los humanos mueren se reintegran en ese mundo
animal y vegetal a condición de que sus parientes sigan manteniendo sus prácticas ci-
negéticas. La relación con la caza y los animales es tan poderosa y organiza de tal ma-
nera su mundo que cada Aché lleva un nombre animal con un sufijo que indica la natu-
raleza humana de su portador (Münzel 1973; Clastres 1968: 22). La vida de los Aché
cambió radicalmente a partir de las cacerías humanas protagonizadas por el Estado pa-
raguayo, la secta “A las nuevas tribus”, los terratenientes de la zona, los madereros y
los palmiteros en la década de 1970. Un viejo problema, del que ya hay noticias a co-
mienzos del siglo XX, que se recrudece a fin de siglo. Llamados tradicionalmente “gua-
yakíes” que significa en guaraní “ratas rabiosas”, su vida no tenía valor alguno. Cuenta
Alexander McDonald, colono de Nueva Australia, que era frecuente que los paraguayos
mataran indios achés. Sólo les bastaba oír al nativo con su hacha para acercársele sigi-
losamente y matarlo sin pudor ni culpa, como si se tratase de un animal. En una oca-
sión el colono australiano le preguntó a un paraguayo porqué asesinaba a ese pobre
hombre que nada le había hecho y con el que no había mediado palabra. “Quién sabe”,
contestó el asesino. “¿Usted no se ha enterado de que la piel de estos indios es la mejor
para hacer hamacas?” (Mc Donald 1911: 33 cit. en Whitehead 2008)
El genocidio al que han sometido a los Achés ha convertido a los pocos sobrevi-
vientes en seres fantasmáticos, desposeídos de sus tradiciones, de su forma de vida e in-
capaces de resistir y adaptarse a las nuevas y terribles condiciones. “Para muchos de
165
los nativos a los que se forzó a entrar en contacto con la civilización occidental, la acul-
turación es muy a menudo un proceso de de-culturación” (Bidney 1967 cit. en Arens
1976: 34). El resultado de ello es la pérdida de la vida, de la autoestima y de la identi-
dad (Münzel 1973).
Lo ajeno familiar
Empezaba a oscurecer en Asunción con esa pereza propia de los atardeceres tro-
picales. Dentro del pequeño saloncito de la residencia de profesores apenas si se distin-
guía la contundente silueta de mi interlocutor. Muy alto, de complexión fuerte y cua-
drada, desgranaba palabras del castellano con un acento que venía de lejos. Intentaba
contarme cómo había vivido su infancia en la colonia Friesland, en la zona oriental del
Paraguay. Nacido en ese país y de nacionalidad paraguaya, con frecuencia se sentía ex-
trañado. Durante sus primeros años de vida en la colonia todo era familiaridad. Los ve-
cinos se conocían entre sí, sus hijos iban al mismo colegio y los domingos se encontra-
ban en la iglesia. Sí, sabía que en los alrededores de la colonia vivía gente diferente,
gente que no hablaba alemán, no comía borsch, muchos andaban descalzos y con fre-
cuencia miraban hacia el suelo. Pero eran parte del paisaje, estaban ahí como el tajy
(lapacho), la mboi chini (víbora de cascabel) o la ñandypa (genipa).
Todo cambió cuando se trasladó a estudiar a Asunción. De repente “ese otro
mundo”, ajeno y alejado, un mundo que creía chato y sin historia, se convirtió en su
escenario cotidiano. Ahora él era el extraño. Lo primero que le sorprendió fue el uso de
la palabra. Tal vez, pensó, se debía a su manejo, entonces poco fluido, del castellano.
No tardó mucho en entender que no era su poca pericia con la lengua lo que le impedía
entender los códigos nacionales. Para los latinos paraguayos, fueran parte de la elite
política o miembros de los sectores populares, todo era negociable. No es que no tuvie-
ran leyes, normas y obligaciones, sino que todo ello estaba sujeto a la contingencia, to-
do dependía en buena medida del contexto, de los participantes, de las necesidades y,
sobre todo, de las relaciones de poder…
citadino, recién llegado de la capital apunta en una libreta “sabe dios qué co-
sas”…mientras escruta con el ceño fruncido las caras de los que se animan a levantar la
mano y a alzar la voz. Se discute sobre los destrozos que sufren los huertos en boca del
ganado suelto. Uno tras otro, los campesinos argumentan a favor de normas y sancio-
nes para los infractores. Uno tras otro defienden la necesidad de recuperar cada centí-
metro de tierra fértil, incluso la línea de los alambrados. Alguien apunta la posibilidad
de no permitir el vagabundeo de las vacas por el pueblo, que arrasan con todo lo sem-
brado.
Comunidad Posta Tapiracuaí, un día de noviembre del 2003. Empieza a apretar
el calor y el cielo va a descargar agua en cualquier momento. El mismo periodista vuel-
ve a la comunidad, incrédulo ante la pretendida efectividad de las medidas tomadas en
la asamblea. “Después de todo, esto es Paraguay” piensa. Camina por el poblado y casi
no puede creer lo que ve. Apunta en su libreta de notas: “Ni un solo animal por la calle
amenaza los dorados zapallos o las verdes sandías que crecen confiadas en los linderos.
Miles de plantas se desparraman por los bordes de los campos y se enredan contoneán-
dose por entre el alambre de espino. El programa consensuado por los campesinos ‘cero
animales en la calle’ (González 2005) ha dado resultado y ofrece sus frutos a los pasean-
tes”.
No, no es la cultura…
Es muy común encontrar en el Paraguay, en ciudades y pueblos, admiradores
del llamado “milagro mennonita” pero, en seguida, ese reconocimiento va seguido de
cierta resignación, de algo así como “eso no es para nosotros” o “es que son de otra cul-
tura, son alemanes”. Como si una vida digna fuera el privilegio de unos pocos, de esos
que pertenecen a otro mundo, tienen otras costumbres u otros valores. No hace tanto
tiempo Lila Abu-Lughod (1991) publicaba una suerte de manifiesto en el que instaba a
los antropólogos a “escribir contra la cultura” considerando que ese concepto, reforza-
do por la antropología contemporánea, sólo había contribuido a establecer estereotipos
y generalidades que en nada ayudan a descubrir las potencialidades de individuos y
comunidades aquí y ahora.
Escribir contra esa idea de cultura es también necesario en Paraguay, donde es
cierto que parte del éxito de los mennonitas obedece a su capacidad para establecer
167
normas –de producción, de convivencia- y seguirlas, pero no lo es menos que lo que los
distingue no es su cultura –entendida como una gramática general que convierte a los
individuos en meros reproductores de códigos- sino prácticas concretas de organización
democrática y capacidad de participación y decisión. Su historia es una historia de
búsqueda de espacios de libertad y cada vez que algo o alguien amenazan con restringir
esa capacidad se las arreglan para emigrar y todavía hoy lo harían, tres generaciones
después, si la situación así lo exigiese. Algo parecido pasó con los Achés, ese pueblo sil-
vícola, respetuoso de sus normas y seguro de sí mismo, que ante las amenazas externas
se fue moviendo más hacia la espesura del monte hasta que el Estado paraguayo o la
secta de turno decidió someterlos a una lógica y a una ley ajena, extraña y devastado-
ra. En un caso así no obedecer las normas o las reglas es casi el único reflejo humano
que les queda a los colonizados antes de pasar a ser muertos en vida.
La prueba de que la cultura es un asunto resbaloso que poco explica es que esos
mismos individuos o comunidades de latinos paraguayos de los que hablaba nuestro in-
terlocutor lengua, tan poco afectos a seguir normas y cumplir con sus obligaciones, tra-
dicionalmente fuera de la ley o que la intentan acomodar según su conveniencia, son
ciudadanos ejemplares cuando son ellos los que deciden y se sienten protagonistas de su
propia vida, tal como en la comunidad Posta Tapiracuaí, el reino liberado de los zapa-
llos y las sandías. No, no es la cultura la explicación…
Tal vez haya que reconstruir los antiguos puentes y crear otros nuevos, como las
etnografías de lo particular que propone Abu-Lughod, para mirarnos a la cara y ver la
familiaridad, reconocidas las diferencias, en la mirada del otro. Algo de eso, de ese desa-
fío a las pretendidas determinaciones de la cultura ocurrió, está ocurriendo ahora mis-
mo en la Cooperativa Vecinal de San Pedro…
49www.friesland.com.py
169
El proyecto
El objetivo de COVESAP consiste en “crear las condiciones para obtener mayo-
res ingresos a través de la producción agropecuaria y posibilitar a los participantes de
ésta una vida digna. La visión de COVESAP se concentra en mejorar la calidad de vida
de los participantes a base de un desarrollo integral y sustentable”50. Partiendo de una
concepción global del desarrollo, que no prioriza sólo al crecimiento económico, preten-
de contribuir a formar “ciudadanos conscientes que se caractericen por una iniciativa
propia y autogestionaria” que asegure “una relación equilibrada entre los pobladores
de la Colonia Friesland y la zona del proyecto”. Para ello consideran necesario impulsar
“la educación en valores” y fomentar la autonomía financiera de las organizaciones que
se vayan formando. Es lo que ellos llaman el 6 por 2: seis objetivos -administración pro-
pia, producción agropecuaria, comercialización de los productos, mejora de los caminos,
educación y salud- a través de dos estrategias -autogestión e iniciativa propia-.
Para hacer realidad la administración propia, en la que los campesinos son suje-
tos de su propio desarrollo, el proyecto promueve la consolidación y fortalecimiento de
las organizaciones locales ya existentes y la creación de otras nuevas: comités de pro-
ductores y de mujeres, diversas comisiones, cooperativas y pre-cooperativas. Resulta
interesante la visión de dos sujetos dentro del proyecto: las mujeres y los líderes. A las
mujeres se las considera como pieza clave, como “participantes influyentes y decisivas
en la implementación de proyectos de desarrollo rural” tanto por lo que son y hacen,
como por lo que pueden ser y hacer en el futuro. Cabezas de familia en no pocos hogares
rurales, de ellas dependen la educación de sus hijos y la administración del hogar. Pero
un mayor protagonismo en los proyectos de desarrollo debería permitirles incorporarse
como ciudadanas y participar activamente en el desarrollo de sus comunidades. Los lí-
deres comunitarios también parecen tener un trato preferente. En los planes del pro-
yecto se habla de “líderes comunitarios bien identificados, y no [...] los líderes de turno
de las actuales organizaciones campesinas”, acentuando la importancia de los líderes
tradicionales frente a aquellos ligados a partidos o facciones políticas. Uno de los pun-
tos que se repite en todos los informes y en el diseño inicial de la cooperativa vecinal es
el relacionado con el proselitismo religioso y el clientelismo político. El proyecto está
pensado para servir a toda la comunidad, con independencia de su adscripción política
o religiosa, que debe quedar al margen de la iniciativa.
En cuanto a la producción agropecuaria se señala que las principales barreras pa-
ra el pequeño productor son el monocultivo, los métodos no rentables, los suelos muy
pobres, la inestabilidad de los precios y la falta de créditos y asesoramiento técnico. Pa-
ra superar esos obstáculos COVESAP propone aumentar la superficie cultivable, mejo-
rar la rotación de cultivos y los niveles de autoabastecimiento, diversificar la produc-
ción y e incorporar nuevas técnicas con un asesoramiento permanente y provisión de
créditos. Tres de estas propuestas merecen comentarios. Para alcanzar el autoabaste-
cimiento se propicia, a través del protagonismo de las mujeres, recuperar viejas tradi-
ciones campesinas de economía doméstica y se impulsa la capacitación de las amas de
casa con cursos de nutrición y cocina para sacar el mejor partido de los productos de
que disponen. La política crediticia es muy clara: limitar los créditos a lo imprescindi-
ble para evitar que los campesinos entren en la espiral de trabajar para pagarlos. Por
otra parte, se intenta inculcar el sentido de la responsabilidad a la hora de pedir un cré-
dito que será concedido por un comité receptor, responsable comunitariamente por el
pago del mismo. Por último, se trata de fomentar un desarrollo sostenible, lo que impli-
ca una gran preocupación ecológica, mejorando la productividad de la tierra sin por
ello alterar definitivamente el equilibrio del sistema, reforestando y aplicando técnicas,
como la de la siembra directa o el abono verde, para conservar los suelos.
La dificultad para acceder en buenas condiciones a los mercados es uno de los
mayores problemas que enfrentan los pequeños productores. Para COVESAP una de
las clave está en la unión de los campesinos y para ello se hace necesario fomentar la
confianza entre los productores y ampliar los sistemas de comercialización. La falta de
una estructura administrativa comunitaria imposibilita que los productores puedan
negociar el precio de sus productos, quedando a merced de intermediarios, quienes han
sido los más beneficiados por la falta de comercialización conjunta: compran a precios
muy bajos y luego revenden a precios altos. Pero el acceso al mercado exige también
mejorar las vías de comunicación. La proverbial ineficacia del Estado paraguayo ha he-
cho que en las colonias mennonitas hayan sido sus moradores los que han tomado bajo
171
Resultados
A la espera del balance final, las cifras del período 2002/2005 arrojan resultados
muy prometedores. La emigración, uno de los problemas más graves de la zona, se re-
dujo de 7,2% a 2,2% en los primeros dos años del proyecto, de 226 a 65 personas. El
desempleo, por su parte, disminuyó durante ese mismo período de 238 a 8 personas y el
subempleo de 71 a 7 personas. El ingreso bruto total originado en la zona de la coopera-
tiva alcanza 4.382.167 dólares, con un ingreso bruto anual por familia de 1276 dólares,
más del doble del percibido fuera del área de COVESAP.
La producción agropecuaria ha progresado notablemente gracias al trabajo de
acompañamiento y asesoramiento de la cooperativa. Sólo durante el primer año la su-
perficie utilizada para actividades productivas aumentó 30% gracias a la puesta en
producción de 1600 has. de tierras baldías –la tierra sin uso cayó de 1816 a 182 has.-.
La selección de semillas, la entrega de árboles frutales –con un promedio de 56 unidades
por familia-, la distribución de herramientas y la adquisición de dos cosechadoras, y,
finalmente, el fomento de la ganadería, que cuenta hoy con 4396 cabezas de vacuno,
han promovido el aumento de la producción agropecuaria. Los créditos otorgados a los
campesinos, que se triplicaron entre 2002 y 2005 y cayeron por debajo de los valores del
primer año en el 2005-2006, tienen una morosidad de sólo 3%, lo que parece indicar que
se está cumpliendo el objetivo de evitar el endeudamiento de las familias.
La comercialización de los productos se ha reestructurado llevándose la venta de
algodón y sésamo en forma conjunta a través del centro de comercialización instalado
en la sede administrativa de COVESAP. También la red viaria ha mejorado aprecia-
blemente. Se han mantenido, con cargo a la cooperativa, unos 95 kilómetros de cami-
nos de tierra, limpiando arcenes y banquinas. Se han abierto 3 kilómetros de caminos
nuevos y se han construido 30 puentes.
En cuanto a la educación, la zona de la cooperativa cuenta con ocho escuelas
(680 alumnos) de 1º y 2º ciclo de Educación Escolar Básica, cinco escuelas (210 alum-
nos) de 3º Ciclo y cuatro centros de Educación Media (180 alumnos). Para los alumnos
de Educación Escolar Básica se organizó la merienda escolar y el vaso de leche. En dos
173
Postales fijas
De la pequeña política y las “grandes” expectativas
174
Son las 11: 30 de un martes cualquiera. Desde lejos oigo el bullicio de los estu-
diantes que entran y salen del aula interesados por mi retraso. Hoy comentaremos las
alocuciones del subcomandante Marcos, el guerrillero neozapatista de pasamontañas,
pipa y computadora que durante años trajo en jaque al todopoderoso Estado mexi-
cano. Expectantes, quieren saber qué piden los indígenas de la Selva Lacandona y pre-
guntan por el modelo político, por las demandas económicas y por la ideología de este
grupo de individuos conocido en todo el planeta. Hablamos de la integración horizon-
tal, de los modelos tradicionales de incorporación de la diferencia (étnica, religiosa, cul-
tural), de la importancia de los tiempos, de la cotidianidad, de lo individual, de la ver-
dad en retirada y de la aparición de la responsabilidad en las nuevas formas de concebir
la política y lo político. Pero cuando leemos en voz alta las peticiones de los zapatistas
esbozan una sonrisa que acaba en abierta carcajada y en cierta desconcertante incredu-
lidad. Entre las peticiones de este grupo guerrillero y de sus seguidores está el “alambre
para los gallineros”. No puede ser, opinan los estudiantes del curso de América Latina.
¿Cómo se puede tomar en serio a un grupo político que en lugar de pedir soberanía, li-
bertad o de exigir reformas económicas pide algo tan elemental como un cercado para
las gallinas? Intento explicarles la diferencia entre la política heroica y la pequeña polí-
tica, entre los grandes proyectos estatales y los pequeños emprendimientos locales, en-
tre los deseos de salvar a la humanidad pero también de vivir, dignamente, la única vi-
da que tenemos. Y me doy cuenta de cuánto nos queda todavía…y, sin embargo, qué
cerca están de todo esto en Friesland, en Pehuagjó, en Tuyango o en Posta Tapira-
cuaí…
da. Después de todo, el lema de COVESAP es “vida digna para mi vecino” y uno de los
corolarios fundamentales de la dignidad es el derecho a la vida…
Fuentes
www.acciontierra.org (Red de Investigación Acción sobre la Tierra)
www.acomepa.org (Asociación de comunidades menonitas del Paraguay)
www.ascim.org (Asociación indígena-menonita)
www.cfp.edu.py (Centro de Formación Profesional)
www.covesap.org (Cooperativa de vecinos de San Pedro)
www.chortitzer.com.py (Colonia Menno)
www.desdelchaco.org.py (Fundación para el Desarrollo Sustentable del Chaco Sud-
americano)
www.fernheim.com.py (Colonia Fernheim)
www.friesland.com.py (Colonia Friesland)
www.menonitica.com (Asociación para la historia y cultura de los menonitas del Para-
guay)
www.mre.gov.py (Ministerio de Relaciones Exteriores)
www.neuland.com.py (Colonia Neuland)
www.senado.gov.py/marzo/infocbi/informe.html (Senado del Paraguay)
www.volendam.com.py (Colonia Volendam)
Carlos Illades
La Reunión
180
51“Esta libertad no solamente es un hecho general, es también la doctrina nacional. La libertad es la vi-
da, el alma, el honor, la conquista y la verdadera razón de la existencia del pueblo americano. Este pue-
blo siente que representa actualmente la idea de libertad en el mundo y que es depositario del futuro co-
lectivo de la humanidad” (Considerant, 1854:2)
183
bía sido bastante optimista con respecto a las capacidades productivas de las tierras
adquiridas, que al final de cuentas no resultaron las de la mejor calidad dado que los
precios de las de mayor rendimiento habían subido apreciablemente debido a la especu-
lación. No pudo hacerse de recursos importantes aportados por pequeños y medianos
inversores. Tampoco el clima favoreció mucho a la empresa colonizadora, por no hablar
de la descoordinación, la insubordinación de los colonos, el déficit de labradores y arte-
sanos calificados combinado con una sobrepoblación de filósofos, músicos, abogados,
científicos y periodistas. Además, el desconocimiento del inglés por parte de los inmi-
grantes obstaculizó su inserción en la sociedad local. Todo lo que quedó del ambicioso
plan original fue un pequeño hotel, varios talleres (herrería, sastrería, mecánico y de
fabricación de botas), un edificio para oficinas, una cocina y comedor, y contadas casas
de campo. Lentamente sus trescientos habitantes fueron desertando. Algunos volvieron
a Europa y otros, en Dallas, coadyuvaron al desarrollo de las artes y las ciencias. La li-
quidación de la Société de Colonisation Européo-Américaine du Texas concluyó en
1875 (Davidson 1973 :286-288).
Consciente del desastre, Considerant se llevó a su familia a San Antonio en 1857.
A mediados del siguiente año viajó a Bruselas, con escala en Québec para visitar en oc-
tubre a sus parientes del Franco Condado y a la familia de su hermana Justine en el Ju-
ra (Suiza). Llegó a París a principios de noviembre y no fue sino hasta mediados de fe-
brero de 1859 que retornó a San Antonio (Beecher 2001:350 ss; Vernus 1993:172). Al
año siguiente, compró por 1500 dólares una casa campestre cercana a la misión de
Nuestra Señora de la Purísima Concepción en Bexar Country. Para ese momento, el
grupo de colonos había quedado reducido a Victor Prosper, Julie, su suegra y Vincent
Cousin, un amigo belga. Aunque su situación económica era cada vez más difícil, el
trabajo resultaba placentero. En sus nuevas labores todos participaban porque, decía,
Aquí somos nuestros propios peones y nuestros negros. Siempre hay algo que ha-
cer, la limpieza, en el jardín, con las gallinas, qué sé yo. Y con eso que desde hace
algunos días las campanas de la ciudad vecina tocan de vez en cuando para aler-
tarnos, porque vivimos en la agradable expectativa de que nos roben de un mo-
mento a otro los soldados de la Confederación del Sur que cubren los caminos con
tropas que se desbandan espontáneamente, pero armadas por su cuenta (Conside-
rant, 2008, 82).
184
La Logia
correría desde la costa atlántica de los Estados Unidos hacia Texas, atravesando la sie-
rra Tarahumara hasta desembocar en el Pacífico mexicano. Desde su perspectiva, Mé-
xico poseía la tierra, los recursos naturales, el clima y una ubicación geográfica extra-
ordinaria. Sin embargo, el general Palmer, con quien guardaba una buena relación,
desaprobó la propuesta, en buena medida porque las relaciones con el gobierno mexi-
cano se habían descompuesto. En adelante, el plan ferrocarrilero correría por cuenta de
Owen. Recurrió al congreso y al presidente de su país (el general Ulysses Simpson
Grant le otorgó un gran respaldo), conversó con muchas personas y desplegó una larga
campaña publicitaria, pero los intereses de las grandes corporaciones fueron un obs-
táculo irremontable. Casi por diez años intentó hacerse de los recursos financieros sufi-
cientes para construir el Great Southern Railroad, proyecto que nunca pudo realizar
(Abramson 1999:252; Gill 1955:305; Ortega Noriega 1978:66-67; Owen 1975:30; Rey-
nolds 1972:6 ss.).
Hacia finales de 1873 Owen y un puñado de personas formaron el primer club
Greenback de Pennsylvania, fungiendo como secretario durante dos años. Conoció en
1874 a Edward Howland y Marie Stevens, el uno graduado en Harvard, la otra obrera
textil en Massachussets. La pareja poseía una finca cerca de Hammonton, Nueva Jer-
sey, donde cultivaban cincuenta variedades de rosas, frecuentemente visitada por Al-
bert Brisbane quien, recordemos, había invitado a Considerant a los Estados Unidos.
Los Howland estuvieron en Europa durante la guerra civil estadounidense y vivieron
por un año en el “familisterio” de André Godin, en Guisa. Ella se había acercado a las
ideas fourieristas a través de su primer marido, el abogado Lyman W. Case, quien la
vinculó con la Stuyvesant Street Unitary Home, un dormitorio cooperativo que fun-
cionaba de acuerdo con el sistema serial de Fourier. Marie tenía 38 años de edad cuando
entró en contacto con Owen, y en aquel momento acababa de publicar la novela Papa’s
Own Girl, en la cual recreó aquella experiencia, sugiriendo la posibilidad de formar un
falansterio en Nueva Inglaterra (Owen 1975:203 suplemento; Reynolds 1972:37-39).
La señora Howland influyó en la formación ideológica de Owen y en el sesgo que
tomó el proyecto ferroviario, particularmente en el diseño de una comunidad ideal en
México. Este ascendiente no sólo fue vehículo conductor del fourierismo sino que tam-
bién acercó al ingeniero a una experiencia netamente estadounidense: el movimiento
granger acaudillado por Oliver Hudson Kelly, en defensa de los granjeros frente al Es-
186
ción del gobierno federal. Con respecto a las ganancias, la mitad se emplearía en la ad-
quisición de tierras y la realización de las obras públicas, una décima parte en la edifi-
cación de casas y otro tanto en el pago de dividendos. El remanente cubriría la cons-
trucción de hoteles, la expansión del sistema de cooperación y otros gastos adicionales.
Las decisiones se tomarían con base en el voto ponderado de los miembros, de acuerdo
con el monto de las acciones, la mayoría en posesión del mismo Owen. The Credit Fon-
cier of Sinaloa, semanario a cargo de Marie Howland, sirvió para atraer suscriptores
hacia la empresa colonizadora (Ortega Noriega 1978:95 ss.).
El 14 de septiembre una reunión de socios del The Credit Foncier Company en
Nueva York nombró a Owen director de la empresa, a Louis H Hawkins abogado, teso-
rero a John W. Lovell (editor neoyorkino), y secretario a David D. Chidester (greenba-
cker de Ohio). La responsabilidad sobre cada uno de los departamentos se distribuyó de
la siguiente manera: Owen, ingeniería e inspección; Lovell, depósitos y préstamos; Chi-
dester, diversificación del trabajo; Hawkins, leyes y arbitraje; Marie Howland, educa-
ción; Alvan Brock (impresor de Washington), poder motriz; William C. Crooks (amigo
de Owen de Filadelfia), medicina; Geroge W. Pressey (inventor y granjero de Nueva
Yersey), agricultura, bosques, pesca y caza, reemplazado al poco tiempo por un dentis-
ta de Denver de nombre Stanley T. Peet; William F. Eaton (antiguo ministro y green-
backer de Maine), orden y policía; Edwin J. Schellhous (médico y viejo reformista de
California), transportes. Ninguno recibiría un salario que excediera los 100 dólares
mensuales (Reynolds 1972:46; Owen 1975:24).
The Credit Foncier of Sinaloa recibió muchas cartas de personas deseosas de in-
corporarse a la colonia modelo en el Pacífico. Otras expresaron gran desconfianza hacia
las fantasías utópicas o a cosas más tangibles como los problemas internos de México.
En tanto, el ingeniero Owen salía de Nueva York rumbo a Guaymas y a Topolobampo
encaminando al primer grupo de pioneros en octubre de 1886. Al mes siguiente, otros
más partieron de San Francisco encabezados por Schellhous. Tardaron siete días en lle-
gar a Mazatlán, donde permanecieron mientras se resolvían los aspectos aduaneros y
migratorios, los cuales, a la larga, terminaron por perjudicar a la empresa colonizadora.
El 17 de noviembre 27 entusiastas colonos desembarcaron en la tierra prometida.
Treinta más, comandados por Hawkins y Eaton, lo hicieron en enero siguiente. Llega-
ron más y más pioneros, contemplando probablemente azorados cómo sus antecesores
189
Canadá 2
Hawai 2
Alemania 1
Fuente: Reynolds (1972: 159-160) y Ortega Noriega (1978:134)
una fuerte solidaridad grupal. En el plano económico esto implicaba pagar salarios al-
tos y equitativos, incluso aunque las actividades realizadas no fueran las más rentables.
Asimismo, vendían algunas de sus mercancías con precios subsidiados. El déficit era
cubierto por las aportaciones recibidas por The Credit Foncier Company, de la misma
manera que los gastos derivados de los trabajos de construcción. La situación comenzó
a cambiar cuando un grupo de pioneros, encabezado por el próspero empresario de En-
terprise, Kansas, Christian B. Hoffman, también antiguo greenbacker, se incorporó re-
comendado por los Howland, inyectándole capital y trabajo, pugnando por fraccionar
la propiedad colectiva en parcelas individuales, y, sobre todo, le dio un cariz más em-
presarial al proyecto, lo cual puso en tensión el esquema organizativo original. Enton-
ces, el grupo de Wilber comenzó a ver que la colonia obedecía más a un “régimen capi-
talista” que a “una colonia socialista”. Los otros, por el contrario, afirmaban que Owen
había violado el acuerdo de permitir la cohabitación armónica de personas de distintos
credos políticos. Los llamados “santos”, aproximadamente 120 personas, permanecie-
ron fieles a su fundador; los kickers, sus detractores, sumaban 140 (Ortega Noriega
1978:128; Valadés, 1939:59).
La disputa corrió en paralelo a las crecientes dificultades económicas de la com-
pañía colonizadora, sangrada por las inversiones, los gastos operativos y los altos sala-
rios de los habitantes de La Logia. Personas como Michael Flurscheim tildaron a Owen
de autocrático, pues no consideraba y menos aceptaba discutir sobre formas de gestión
distintas a las suyas, y rebatieron las bases de su política salarial, bajo el argumento de
que pagar igual a todos no obedecía a los principios socialistas, porque el trabajo care-
cía de incentivos, promoviéndose la pereza, el descuido y la irresponsabilidad (Ortega
Noriega 1978:161). Desafortunadamente, quienes poseían el capital para reactivar la
empresa -el grupo de Kansas- y los que detentaban las concesiones -la gente de Owen-
fueron incapaces de ponerse de acuerdo, y el derrumbe de aquélla sobrevendría pronto.
Marie Howland, entoces viuda y muy cercana a los líderes en pugna, rehusó tomar par-
tido y abandonó La Logia en agosto de 1893. La colonia quedó prácticamente deshabi-
tada. Para noviembre, Owen decidió entregar su dirección a otras manos. Tres años
después estaba arruinada y en el puerto no quedaban más que un puñado de familias,
mientras Owen proyectaba la formación de nuevas empresas en los Estados Unidos:
The North Mexico Company y The Pacific City Colonization Company. Hacia 1913 el
192
gobierno estadounidense repatrió parte de los colonos que aún quedaban en la zona;
otra porción se asimiló al país. Dentro de todo, el balance final ofreció algunos resulta-
dos positivos: los pioneros lograron un nivel de vida muy superior al de los campesinos
mexicanos; reunieron una biblioteca de aproximadamente 300 volúmenes y consiguie-
ron editar un periódico; instalaron un observatorio meteorológico; formaron un club de
teatro y varias asociaciones para desarrollar la agricultura del valle de El Fuerte, ade-
más de una aportación definitiva en la creación del puerto de Topolobampo (Ortega
Noriega 1978:175 ss.).
A Owen todavía le quedaría voluntad para planear en México el canal de
Huehuetoca, el drenaje del Lago de Texcoco, los proyectos de ferrocarril a Querétaro y
la participación en la exposición mundial, para los que propuso la emisión de bonos
respaldados por el erario público. Poco antes de morir, publicó un libro y dos folletos en
los que expuso al congreso de su país un sistema de carreteras de varios carriles y con
una extensión de poco más de 7000 kilómetros, capaces de comunicar al norte con el sur
y al poniente con el oriente. Hombre afortunado por más de un motivo, salvó la vida en
agosto de 1880 en un naufragio en que perecieron todos los pasajeros de un navío que se
estrelló contra los arrecifes de Florida en su ruta hacia México. Falleció de un paro car-
diaco el 12 de julio de 1916 en Baldwinsville, Nueva York. Vivía entonces en la man-
sión de su acaudalada esposa, Marie Louise Bigelow, con la que estuvo casado por vein-
te años (Gill 1955:305; Ortega Noriega 1978:129).
Más allá de los problemas específicos de cada una de las colonias de La Reunión
y La Logia, ambas experiencias mostraron tanto dificultades operativas similares (poca
o nula inserción en las comunidades locales, erráticos manejos administrativos, falta de
recursos para poner en marcha las etapas avanzadas del proyecto, precarios mecanis-
mos de dirección, etcétera), como las debilidades estructurales de la concepción social
que les sirvió de soporte. El primer socialismo si bien veía en la rivalidad un elemento
que, bien encausado, conducía hacia la mejora en el trabajo y al progreso material y
espiritual del grupo, tenía pocas herramientas para contender con la dinámica propia
del sistema capitalista (particularmente la que concernía a la competencia, la coloniza-
193
ABRAMSON, Pierre-Luc (1999), Las utopías sociales en América Latina en el siglo XIX,
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VERNUS, Michel (1993), Victor Considerant 1808-1893. Le coeur et la raison, Dole, Cane-
vas Editeur.
195
Gabriela Wyczykier
52En los años 90 se produjo un significativo incremento del desempleo y precariedad laboral, que no en-
contró refugio en la informalidad como ocurrió en otros países de la región. Con la crisis sistémica del
2001 estas variables empeoraron (21% de desempleo en Mayo del 2002), observándose una reversión de
este proceso y un mejoramiento significativo de algunas de estas variables a partir de 2005 (10% de des-
empleo al finalizar 2006).
197
dentro del modo de relaciones sociales capitalistas, estos colectivos buscaron dignificar
los derechos al trabajo que habían sido degradados en las últimas décadas, así como re-
componer aquellos beneficios sociales vinculados al mismo. Ello fue producto de la ob-
servación, por parte de estos colectivos, de que los empresarios habían vulnerado la re-
lación contractual básica que define los vínculos entre trabajo y capital, adeudando sa-
larios y no afrontando sus obligaciones correspondientes. De todas maneras resulta des-
tacable que, en el tránsito de la dependencia a la autogestión laboral, ciertas condicio-
nes propias de la reproducción del modelo de acumulación capitalista fueron cuestiona-
das y modificadas, fruto de la potencialidad que revistió la lucha y el conflicto llevado
adelante por una porción de la clase trabajadora orientado a la recuperación y la ges-
tión de espacios productivos.
En las páginas que componen este artículo nos proponemos argumentar sobre
las Empresas Recuperadas por sus Trabajadores como un conjunto de experiencias co-
lectivas que buscaron afrontar los riesgos sociales de tipo material, cultural y simbólico
relacionados con la pérdida de una inserción ocupacional en empresas formales. La in-
vestigación que dio vida a estos argumentos fue desarrollada entre 2002 y 2006: en este
artículo haremos referencia principalmente a tres empresas recuperadas en el 2002 que
se ubican en distintos sectores de actividad económica y en diferentes geografías: 1) Ar-
tes Gráficas El Sol, empresa gráfica ubicada en la ciudad de Buenos Aires; 2) Coopera-
tiva de Trabajo L.B., metalúrgica ubicada en el Partido de La Matanza, provincia de
Buenos Aires; 3) FASINPAT – Fábrica Sin Patrón- conformada luego de la recupera-
ción de la empresas de cerámicos Zanon, en el Parque Industrial de la ciudad de Neu-
quén.
timulado por políticas públicas destinadas a disminuir el impacto de estas crisis sobre la
fuerza de trabajo, mientras que otras tantas veces fue propiciado por organizaciones
sindicales y sociales.
En el caso de Argentina, las cooperativas de trabajo surgieron básicamente en
períodos de crisis económicas que amenazaban la integración socio-laboral de los traba-
jadores. Hasta la década de 1980, esta clase de asociaciones laborales resultaba margi-
nal respecto a otras cooperativas como las del sector agrario. A partir de este período,
la autogestión laboral comenzó su ascenso enmarcado en un proceso en curso de desin-
dustrialización. En esta dirección, Levín y Verbeke (1997) muestran que hacia 1984 ca-
si 10% de las cooperativas eran de trabajo, mientras que en 1994 esta cifra ascendía a
34%, mostrando un aumento de esta clase de organizaciones también en números abso-
lutos. Hacia 2006 las cifras reflejadas por el Instituto Nacional de Economía Social
mostraban que 51% de las cooperativas existentes eran de trabajo 53.
En esta dirección, Slutzky, Di Loreto y Rofman (2003) diferencian tres etapas
para contextualizar el incremento de las asociaciones cooperativas de trabajo en el país
en la década de los 90 y principios del actual milenio. En la primera etapa (1990/93), el
aumento de estas cooperativas estuvo ligado a la privatización de las empresas públicas
y la drástica reducción del empleo que implicó este proceso. Esta situación originó un
importante número de asociaciones que se hicieron cargo en forma autogestionada de
una parte marginal de las actividades de las empresas públicas, como los emprendi-
mientos productivos generados a partir de la privatización en 1992 de Yacimientos Pe-
trolíferos Fiscales -YPF-. Otras cooperativas de trabajo fueron el resultado de la terce-
rización de actividades realizadas por el sector público. Una segunda etapa se produjo
hacia mediados de los años 90 cuando el cierre de empresas privadas favoreció la emer-
gencia de cooperativas de trabajo principalmente en el sector industrial. La tercera
etapa estuvo vinculada, por el contrario, a la recuperación de empresas quebradas y
abandonadas por sus dueños, con la consolidación de nuevos actores sociales que acom-
pañaron este proceso. Hacia 2006 las Empresas Recuperadas por sus Trabajadores
(ERT) sumaban aproximadamente 200, habiendo iniciado 14% de ellas su proceso de
53En 1984 de un total de 4073 cooperativas activas y matriculadas, 404 eran de trabajo. En 1994, de
7564eran de trabajo 2632 (Levín y Verbeke, 1997). En marzo de 2006 de las 20.085 cooperativas, 10.235
eran de trabajo (www.inaes.gob.ar). Estas cifras deben considerarse tentativas, dado que las estadísticas
del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social no siempre reflejan el número real de coope-
rativas activas y operativas en el mercado.
199
recuperación antes de la crisis sistémica del 2001, 46% entre el 2001 y 2002, y el 60%
restante entre 2003 y 200454.
Ahora bien, ¿qué elementos distintivos traducen las cifras señaladas respecto al
ascenso de las cooperativas de trabajo en general, y la recuperación de empresas en par-
ticular? Para nosotros, a diferencia de otras experiencias anteriores, el proceso ocurrido
en los últimos años fue el resultado de una crisis inédita del mercado de trabajo que tu-
vo profundas consecuencias sobre las modalidades de integración socio-laboral que tu-
vo la sociedad argentina desde mediados de los años 40 hasta avanzada la década del
7055. Esto supuso para importantes grupos poblacionales la experimentación de situa-
ciones desconocidas en sus trayectorias profesionales: desempleo, precariedad laboral,
subempleo y extensión -aunque moderada- de los planes asistenciales de empleo para
morigerar esta situación.
En este escenario, quienes participaron de asociaciones laborales autogestionarias
buscaron recrear situaciones colectivas de trabajo para enfrentar los riesgos sociales li-
gados a la dificultad de acceso a bienes materiales (como el dinero), culturales (no clau-
dicación de una cultura laboral propia de las historias personales de cada trabajador),
de integración organizativa e identitaria (formando parte de sindicatos y organizacio-
nes de representación de intereses) especialmente para el caso de las ERT. ¿Cuáles son
los rasgos que distinguen a estas ERT del resto de las asociaciones cooperativas de tra-
bajo? En primer lugar las características de su nacimiento: fueron experiencias de au-
togestión cuya emergencia fue mediatizada por las situaciones conflictivas entre traba-
jadores y empresarios, quedando al resguardo de los primeros la continuidad laboral del
espacio productivo. Para ello fue necesaria la intermediación judicial y legislativa en
una cantidad significativa de casos, lo cual que posibilitó a los colectivos laborales sos-
54 Informe de gestión 2006 del Programa Trabajo Autogestionado del Ministerio de Trabajo, Empleo y
Seguridad Social de la Nación Argentina. La cantidad de trabajadores involucrados, de acuerdo a distin-
tas fuentes, variaba entre 9.000 y 12.000. Esta información estadística surge del relevamiento efectuado
por el Programa Facultad Abierta (2005) sobre 72 ERT encuestadas.
55 Con el advenimiento del primer gobierno peronista no solamente se asistió al pleno empleo formal sino
además, y junto a ello, gran parte de la clase trabajadoravivió el acceso a un conjunto de protecciones
colectivas desconocidas hasta los años 40. Con el golpe de Estado de 1976 comenzó una etapa en la cual
se vieron afectados los derechos sociales de los trabajadores con la implementación de medidas políticas y
económicas neoliberales. Estas medidas fueron luego profundizadas por los gobiernos democráticos de
Menem de De La Rúa.
200
El retorno a la producción
56En la mayoría de los casos los juzgados debieron intervenir para favorecer la continuidad laboral de las
empresas por parte de los trabajadores reunidos en cooperativas de trabajo, mientras que las legislaturas
municipales y provinciales debieron extender en variados casos leyes de expropiación transitoria para
que los trabajadores pudieran disponer de los medios de producción.
201
Para ilustrar estos comentarios, nuestros casos de estudio ofrecen una mirada al
respecto. La Cooperativa Artes Gráficas El Sol, ubicada en la ciudad de Buenos Aires,
muestra una combinación de crisis económica de todo el sector gráfico e incumplimien-
to de las obligaciones patronales. Esta empresapudo sortear una profunda crisis comer-
cial a principios de la década de 1990, incrementando su producción y logrando hacia
1998/99 generar un balance exitoso. Sin embargo, la desestabilización económica volvió
a sacudirla, comenzando con los despidos de algunos de sus 45 trabajadores y el incre-
mento de sus deudas salariales (Secretaría de Desarrollo Económico del Gobierno de la
Ciudad de Buenos Aires, 2003). En un principio, los trabajadores aplicaron las medidas
de fuerza tradicionales de las organizaciones obreras locales -como paro de actividades-
pero no consiguieron la restitución de las condiciones de trabajo anteriores a la crisis.
Por otra parte buscaron generar opciones consensuadas con el dueño de la imprenta a
fin de enfrentar la crítica situación económica que los aquejaba, procurando sostener y
reproducir sus vínculos salariales. Sin embargo el desencadenamiento de los hechos lo-
gró sorprenderlos, a pesar de haber notado que la imprenta se encontraba con un signi-
ficativo descenso de su producción -que oscilaba entre un 5 y un 10% de la capacidad
instalada-. Así fue que un día de Junio de 2002 llegaron a la empresa y notaron que fal-
taban computadoras e insumos de trabajo que el dueño había retirado en los días ante-
riores. Ante estos eventos que se estaban desarrollando, los trabajadores gráficos con-
currieron a su sindicato -la Federación Gráfica Bonaerense- y con su asesoramiento
formaron una cooperativa de trabajo. Al cabo de dos meses y luego que la legislatura
de la ciudad les otorgara la expropiación transitoria de los medios de producción, pu-
dieron recomponer el funcionamiento de las máquinas y recomenzar el proceso de tra-
bajo bajo su propia gestión. Los niveles productivos de la cooperativa fueron incremen-
tados en forma relativamente rápida por el colectivo, que en un primer momento era de
21 socios. Ello ocurrió en gran medida gracias a la recuperación del mercado interno a
partir de 2002, fruto de algunos cambios en la orientación política y económica del go-
bierno.
Al principio, al igual que en otros casos, el principal problema no era poner a
funcionar las maquinarias -cosa que sabían hacer a la perfección- sino encontrar los
clientes que quisieran volver a proveerse con su producción. Al quedar integrados al
colectivo personal de distinto nivel de calificación -incluso los que ocupaban en la
202
En un primer momento del conflicto, los trabajadores que formaron las empresas
recuperadas no concibieron la posibilidad de emprender este tipo de empresas colecti-
vas. Por el contrario, ello fue asumido como un horizonte posible cuando se percibió
como impracticable el retorno a los vínculos salariales dependientes. El acceso y con-
formación de un proceso de autoorganización del trabajo, considerando la escasa expe-
riencia que detentaban los protagonistas de este proceso, implicó una innovación en las
relaciones sociales cotidianas que debieron afrontar. En este sentido, haber compartido
anteriormente relaciones salariales colectivas promovió reacomodamientos y la funda-
ción de nuevas prácticas sociales en estos espacios laborales autogestivos. En definitiva,
como enuncia Lobato (2001) las fábricas resultaron históricamente el escenario especí-
fico del proceso de formación de una cultura del trabajo. Así, maquinarias, edificios,
materiales son la base sobre la cual descansa un sistema de producción y se forjan las
ideas de orden, disciplina, eficiencia, cooperación y resistencia.
206
De esta manera, los trabajadores de las ERT debieron afrontar una serie de
desafíos y cambios de orden objetivo y subjetivo con el fin de reconfigurar sus relacio-
nes de solidaridad y antagonismo en el espacio de trabajo. Un espacio que ya no se en-
cuentra estructurado a través de un orden jerárquico que establece distancias y de-
sigualdad de categorías entre trabajadores con respecto a los cargos de gerenciamiento
y propiedad de los medios de producción. Por el contrario, la autogestión redefine estas
relaciones y transforma en autoridad colectiva lo que anteriormente descansaba en ese
orden de jerarquías. Este trastocamiento del orden de las relaciones no fue una expe-
riencia espontánea ni poco conflictiva para estos colectivos. Por el contrario, acostum-
brados a obedecer órdenes o a preocuparse básicamente por lo que ocurría sólo en su
puesto de trabajo, la nueva situación requirió de cambios subjetivos significativos para
establecer distintas formas de cooperación entre iguales. En efecto, la polivalencia que
caracteriza la situación de gran parte de los trabajadores de estas experiencias puede
ser vista en varios sentidos: de una parte, es el producto de la necesidad de realizar dis-
tintas operaciones productivas por no contar muchas veces con el personal destinado a
hacerlo. Pero también, resulta el producto de una compenetración más completa en el
proceso productivo. En el espacio de la autogestión, cualquier problema que ocurra al
compañero con su trabajo afecta los intereses del colectivo y no los del patrón. Aunque
ello también coloca a los trabajadores en una situación muchas veces difícil de asumir:
la del auto-control y la del control y disciplinamiento del otro. En este sentido, las mi-
radas ya no descansan solamente en la propia tarea sino además, en las tareas de los
demás integrantes del grupo. Las responsabilidades son comunes y de la cooperación
conjunta depende la producción.
De todas maneras, estos argumentos merecen algunos matices en función de los
casos de estudio. Así, durante el conflicto y la recuperación de la producción en la em-
presa gráfica, permanecieron trabajadores de distinto nivel de calificación y jerarquía,
entre ellos la secretaria del antiguo dueño y un miembro de la administración. En este
caso, optaron por sostener una organización del trabajo que reconocía ciertas distancias
vinculares, si bien ello funcionaba de una manera muy distinta en comparación con los
anteriores lazos de dependencia salarial. Incluso, ello se trasladó a los retiros moneta-
rios de los asociados, manteniendo las escalas salariales dispuestas por el sindicato grá-
fico. La cooperativa metalúrgica estaba conformada casi por completo por operarios de
207
base y tres supervisores de la anterior gestión que pasaron a ocuparse de otras activi-
dades administrativas o a operar maquinaria. Este agrupamiento optó por la iguala-
ción de las categorías e incluso en los primeros tiempos de la autogestión acordó no re-
conocer la antigüedad en el puesto de trabajo como una manera de distribuir diferen-
cialmente los retiros monetarios. Sin embargo, este criterio había comenzado a replan-
tearse al ingresar nuevos trabajadores a la planta, que no partíciparon del conflicto por
recuperar la empresa. En FASINPAT, donde los trabajadores de la planta eran casi ex-
clusivamente operarios de base, introdujeron la figura del “coordinador” general y de
cada sector para organizar las secciones productivas de la planta (más de 20), acordan-
do en conjunto la estipulación de ingresos por trabajo que contuvieran una base común
y la posterior adición de un plus por presentismo, antigüedad y turnos rotativos.
En las experiencias analizadas, a estas prácticas se les sumó la decisión colectiva
de mantener las rutinas y los tiempos de trabajo que habían caracterizado la experien-
cia salarial anterior. Ello puede ser visto de dos maneras: de un lado, contribuyó a re-
organizar rápidamente el proceso de trabajo, permitió a estas empresas seguir operando
en el mercado y evitar en el ámbito laboral los conflictos interpersonales que suponen
los cambios y los reacomodamientos a nuevas situaciones. Pero por el otro lado, y ello
es un aspecto fundamental a considerar, la reactualización y sostenimiento de rutinas y
jornadas de trabajo de las relaciones salariales anteriores, permitió dar seguridad y or-
denamiento a los vínculos autogestionarios y a las propias trayectorias y vivencias de
cada uno de los trabajadores. Como destaca Sennett (2000) las rutinas de trabajo, de
las cuales el capitalismo moderno y flexible busca desprenderse, pueden degradar, pero
también proteger, y de este modo contribuir a generar una narración positiva para la
vida -en este caso- laboral. Los hábitos conocidos, contribuyen de esta forma a dar sen-
tido y certezas a nuestras prácticas vitales y a generar confianza no tan sólo en térmi-
nos individuales, sino más aún, colectivos e intergrupales. En un contexto atravesado
por los problemas de desempleo, precariedad e informalidad de las relaciones de traba-
jo, la recomposición de rutinas y disciplinas laborales no reviste el carácter negativo de
la alienación en el espacio de trabajo, sino que asume, por el contrario, un rasgo positi-
vo al proveer un ámbito de reconfiguración de vínculos sociales y de integración labo-
ral.
208
Conclusiones
Anne Whitehead
* Traducido del inglés por Ernesto Bohoslavsky. Versión corregida y autorizada por la autora.
213
dad de alcanzar los más altos escalones de la política y la economía, un sistema que es-
taba empezando a ser visto como un “laboratorio social” para el mundo. Entonces,
¿por qué se fueron? Principalmente por la visión de un solo hombre, William Lane y su
habilidad para entusiasmar a la gente a sumarse a su causa. El ímpetu directo vino de
la derrota de la huelga rural, lo cual significó que los trabajadores estaban dispuestos a
escucharlo, aunque los archivos muestran que Lane arrastraba el sueño de establecer
una comuna en América del Sur –específicamente en Argentina- desde hacía por lo me-
nos dos años.
Inglés de Bristol, Lane trabajó ocho años como periodista en Canadá y Estados
Unidos, donde fue testigo de cómo se aplastaba una huelga en 1877. Dejó de creer que
estaba en la tierra de “los valientes y los libres” y la dejó por una en la que pensaba que
todavía podía serlo. Arribó en 1885 a Brisbane, en el norte de Australia, y pronto se hi-
zo famoso por su pluma encendida y elocuente. En 1890 se convirtió en el editor del
primer diario obrero en Queensland, The Worker, en el que esquiladores, peones, arrie-
ros y alambradores podían leer sus ideas sobre el socialismo, influidas mucho más por la
tradición comunitarista norteamericana que por Marx.
Lane llegó a admirar e idealizar la independencia y rudeza de los hombres del
monte (bushmen) nativos –intentó mitificarlos, así como se hacía con los gauchos en
Argentina- pero deploraba las duras condiciones en que estos hombres vivían y traba-
jaban. Después de la crisis económica de 1890, los patrones intentaron reducir los sala-
rios, empeorar las condiciones laborales e impedir la formación de sindicatos. Al co-
mienzo de la temporada de 1891, los gremios de los esquiladores y peones fueron a la
huelga. Lane apoyó su causa en apasionados editoriales –y él a su vez, se volvió conoci-
do como el “héroe del hombre de monte”. En Queensland central diez mil huelguistas
permanecieron en campamentos temporarios durante cinco meses, rodeados de fuerzas
gubernamentales armadas con pistolas Gatling y cañones Nordenfeld. La situación era
explosiva. Los diarios enviaron “corresponsales de guerra” y se ha dicho más de una
vez que Australia nunca estuvo tan cerca de una guerra civil como entonces.
Una de las razones por las cuales decidí escribir un libro sobre el tema fue porque
conocí a una mujer de cien años de edad, Margaret Riley, una de las últimas testigos
oculares de esa huelga. Cuando el conflicto se estaba desarrollando ella tenía 9 años de
edad y vivía en la localidad que funcionaba como cuartel general, Barcaldine, en
214
Queensland central. Su padre, Denis Hoare, un carrero que se sumó por solidaridad con
los esquiladores, creía que las muchachas debían conocer de política y frecuentemente
la llevaba a las asambleas y al campamento huelguista. Entré en contacto con Marga-
ret Riley al grabando sus memorias sobre la huelga y los 6 años que pasó en Paruguay.
Compartió conmigo algunos de sus recuerdos más claros cuando tenía 105 años. Ella re-
cordaba un suceso muy conocido en Barcaldine, cuando el líder huelguista George Tay-
lor fue trasladado a una celda, encadenado de piernas y brazos, rodeado por cerca de
mil seguidores furiosos, mientras estaba custodiado por trescientes casacas rojas mon-
tados a caballo.
Puedo recordar cuando fuimos allí, mi padre fue para ver cómo lo traían
porque él conocía a Taylor y fuimos cerca suyo y mientras caminaba uno
podía escuchar el ruido de las cadenas, cadenas en las piernas y en las ma-
nos, y yo le decía a mi padre, ‘¿qué es ese ruido?’ y él me dijo que eran las
cadenas. Pero Taylor levantó sus manos para tranquilizar a la gente y les
dijo que permanecieran en calma (Whitehead 1997:54)
Finalmente, en mayo de 1891 los dirigentes de los esquiladores capitularon –a
causa del hambre, el cansancio y las privaciones sufridas- frente al abrumador arsenal
del gobierno. Después de la huelga, centenares de hombres como Denis Hoare, se en-
contraron con que estaban en las listas negras y no podían obtener empleo. Fue enton-
ces que escucharon a William Lane, quien había vuelto a reavivar su sueño de crear en
América del Sur un “Paraíso de los trabajadores” (The Workingman’s Paradise), el tí-
tulo de una novela polémica que estaba escribiendo a fines de reclutar interesados (La-
ne 1892).
“Abandonen esta vida odiosa”, los invitaba Lane, prometiéndoles en cambio una
vida de camaradería, generosidad y equidad. “La primera responsabilidad de cada uno
debe ser el bienestar de todos y la única responsabilidad de todos debe ser el bienestar
cada uno”. La New Australia Co-operative Settlement Association fue formada y en
1892 se sumaron cerca de 2000 aspirantes a colonos, 600 de los cuales aportaron las re-
queridas £60, lo cual constituía para muchos los ahorros de toda una vida. Las mujeres,
carentes de derechos en Australia, recibían una promesa en ese sentido: “La Asociación
mantiene una absoluta equidad entre hombres y mujeres y entiende al matrimonio co-
mo inviolable. Tanto las mujeres casadas como las solteras votan y tienen los mismos
215
derechos que los varones” (Lane 1892). A las solteras de carácter afable de entre 18 y 25
años se les ofreció el ingreso sin ningún desembolso. Cuando se juntaron £30.000 com-
praron el barco Royal Tar. La ambición de Lane era grandilocuente. Necesitaban un
barco para trasladar a los miles de hombres que pronto se les unirían. No pensaba crear
un pequeño poblado perdido en el monte, sino un eficiente modelo de socialismo que se-
ría la vanguardia para todos los trabajadores del mundo. “Escribiremos la historia de
la humanidad”, estaba orgulloso de decir, “sobre las rocas de los Andes”
Su referencia a los Andes, bastante alejada del pantanoso Paraguay, indica la
ubicación inicial que Lane prefería para su empresa utópica. La mayoría de los aspiran-
tes a colonos eran peones ovejeros y él sabía que las llanuras de la Patagonia estaban
siendo dedicadas a la ganadería ovina extensiva por parte de terratenientes ingleses y
arrendatarios escoceses, que ofrecíana a los argentinos una barrera contra los planes
chilenos de expandirse hacia el este. Lane estaba seguro de que el gobierno argentino
estaría entusiasmado en cederles a los australianos una gran superficie en el sur y dejar-
les la libertad de guiarse bajo sus reglas. En 1891 envió a tres de sus lugartenientes a
entregar formalmente la solicitud y a realizar tareas de prospección en búsqueda de tie-
rras fértiles. Sin embargo, el gobierno de Carlos Pellegrini les dejó en claro que ninguna
tierra para actividades ganaderas estaba disponible en el sur salvo la que pudieran
comprar en el mercado y que estaría sometida a las leyes argentinas.
Sin embargo, los exploradores fueron autorizados, como una estrategia contra
Chile, a seleccionar tierras públicas en los territorios de Río Negro, Chubut y Neuquén.
Los australianos envidiaban a los galeses y el éxito de sus granjas en Chubut (ver el ca-
pítulo de Ernesto Bohoslavsky en este libro), pero encontraron que toda la tierra fértil
de la región ya estaba ocupada. En julio de 1892 alquilaron caballos y un tanto pesi-
mistas se dirigieron más al oeste, tratando de averiguar más sobre las tierras ubicadas
en la costa sur del lago Nahuel Huapi, cerca de la frontera chilena. Pero se desespera-
ron por el paisaje desértico por el que atravesaron, y, después de haber galopado más
de mil kilómetros, se desanimaron y decidieron volver. La tierra que rechazaron y nun-
ca vieron, con sus praderas alpinas y bosques de cipreses, cedros y hayas bordeando el
lago, es una de las más hermosas del continente, y sobre ella se alza hoy San Carlos de
Bariloche.
216
diciembre, incluyendo a Denis y Mary Hoare y sus ocho hijos, entre los cuales estaba la
joven Margaret. Se les unieron personas que viajaban de manera independiente. Hicie-
ron un peligroso viaje a través del Cabo de Hornos (pasando entre soplidos de ballenas
y témpanos a la distancia) hasta que llegaron a la costa este del continente y en Monte-
video hicieron trasbordo a una embarcación fluvial. Otro viaje de 1600 kilómetros río
arriba los depositó en Asunción, la capital paraguaya. Entonces un tren a vapor los lle-
vó hacia el interior del país, y finalmente una travesía en carretas cubiertas a través de
bosques frondosos les permitió llegar al sitio asignado, y al cual llamaron Nueva Aus-
tralia. Una de las primeras acciones de Lane fue desalojar a los cerca de mil indígenas
guaraníes que vivían en lo que era su espacio tradicional. Los indios fueron descriptos
como ocupantes ilegales y obligados a retirarse. Con reticencia aceptaron esa decisión,
dado que los colonos tenían autorización del gobierno para instalarse.
No iba a haber mezclas raciales. Los colonos de Nueva Australia habían prometi-
do: “Nos negamos a mezclarnos con razas de color; queremos que nuestros niños sean
blancos como nosotros lo somos, capaces de sostener nuestros principios y de entender
nuestros ideales”. El país estaba predominantemente poblado por mujeres, famosas por
su belleza, y la colonia australiana estaba formada varones solteros, jóvenes y vigoro-
sos. Eso significaba poner a prueba la fe de una manera demasiado severa. Pero Wi-
lliam Lane tenía grandes esperanzas en que se podría reclutar mujeres en Australia y
Gran Bretaña. Pero esas mujeres se mantuvieron alejadas: la mayoría de las socialistas
australianas –como sus camaradas varones- creían que la batalla contra el capitalismo
se libraba en casa y que nada se conseguiría huyendo de ella.
En Nueva Australia los solteros no podían ahogar sus penas en alcohol dado que
habían firmado un compromiso de abstinencia. No pasó mucho hasta que tres hombres
se hartaron de la situación, se acercaron a una aldea cercana, tomaron un poco de vino
con el sacerdote y coquetearon con mujeres del lugar. Cuando regresaron a la colonia,
Lane insistió en expulsarlos por su “persistente violación a la cláusula referida a tomar
alcohol”. Los hombres fueron inmediatamente separados de la colonia y acompañados
por soldados paraguayos que se aseguraron que abandonaron la región: esta situación
generó malestar entre los colonos, que pasaron a simpatizar con los expulsados.
Robin Wood, el famoso guionista de comics nacido en Paraguay y descendiente de
la colonia australiana, se manifiesta irónicamente sorprendido por sus ancestros:
218
57N. de T.: Blackface minstrel show era un género teatral-musical del siglo XIX originado en Estados
Unidos, en el que se estereotipaba el comportamiento y habla de las personas de origen africano. Los ac-
tores blancos se pintaban la cara con corcho quemado o betún para zapatos.
220
yoría indígena tratando de exterminarse una a otra. Cinco jóvenes de Colonia Cosme y
diez de la antigua colonia de Nueva Australia se inscribieron como voluntarios para de-
fender su país. Paraguay fue recompensado con la mayor parte del territorio en disputa
con el tratado de paz de 1938. No se encontró nunca petróleo en esas tierras infértiles
en las que murieron cien mil soldados. Seis de ellos eran descendientes de colonos que
habían ofrecido su mayor compromiso con Paraguay. Sus hijos crecerían sin tener du-
das acerca de su identidad nacional.
Mi fascinación con el país nació cuando lo visité por primera vez en 1982, curiosa
por descubrir que había sido de los hijos de la Utopía. Llevé una grabadora en mis tres
viajes y terminé con más de dos mil páginas de transcripciones –y también encontré
mucho material inédito en archivos australianos. Estaba ansiosa por dar a conocer la
historia de los descendientes del sueño de Lane. Ellos estaban viviendo, al momento de
mi primera visita, bajo la dictadura derechista más antigua del hemisferio occidental,
el régimen brutal y corrupto del general Alfredo Stroessner, llegado al poder después de
un golpe en 1954. Estaba a tiempo de registrar los recuerdos de diez hombres y mujeres
de entre 80 y 90 años, que habían crecido en Nueva Australia y Cosme cuando eran co-
lonias socialistas. Aunque unos pocos se habían casado con otros descendientes de colo-
nos, la mayoría había tomado como pareja a paraguayos. Todos se comunicaban en es-
pañol y en guaraní, la lengua hablada por casi todos en el país, pero algunos me confe-
saron que preferían “una charla en inglés”. Considerando que esta gente había vivido
en Paraguay toda su vida, me sorprendía que usaran expresiones australianas anticua-
das, tales como “tucker” y “smoko”, recitaran la poesía del siglo XIX de Henry Law-
son, cantaran “Waltzing Matilda” y disfrutaran con su té vespertino del “damper” (el
pan sin levadura que se comía en la Australia rural). Ninguna de esas personas recor-
daba nada de Australia. Bill Wood, el mayor de ellos, generalmente conocido como
Don Guillermo, tenía seis meses cuando su familia abandonó aquel país: sus siete her-
manos nacieron en Paraguay.
Ninguno de los que pertenecía a esa primera generación admitió sentirse comple-
tamente paraguayo. Los hermanos Wood estaban orgullosos de citar a su madre, quien
dijo que había sido “trasladada a una costa extranjera por el sueño de William Lane”.
Sentían que habían sufrido una educación fragmentaria. Cuando era muy niño, Bill
había asistido a las clases de Mary Gilmore y todos recordaban como un buen maestro
222
a John Lane, el hermano de William, pero después de ello tuvieron una sucesión de ins-
tructores ingleses enviados por el obispo de las islas Malvinas que sólo habían estado
unos meses porque se habían “asustado”. Como cualquier inmigrante de primera gene-
ración apostaron a un mejor futuro para sus niños.
Visité los sitios de las dos antiguas colonias socialistas y descubrí la lúgubre ironía
de que Nueva Australia había sido rebautizada como Distrito Hugo Stroessner en ho-
nor al padre bávaro del dictador, con un monumento en su honor de hormigón de estilo
mussoliniano, en la plaza del pueblo. Una delgada placa de bronce en la esquina men-
ciona a “los colonos precursores” que arribaron en 1893. No señala que eran australia-
nos socialistas. Conocí a dos escolares de ojos celestes, uno de ellos con pecas y una fla-
mígera cabellera colorada. Eran descendientes de la colonia, pero no hablaban una pa-
labra de inglés. Me llevaron a la casa de sus abuelos –Ricardo Smith, de 93 años, un
ranchero jubilado que dijo “Ese Billy Lane debe haber estado loco”- y Nigel Kennedy,
otro ganadero con un cuchillo y un revólver en al cintura, que vivía en el sitio original
de Nueva Australia. Caminamos a través del viejo cementerio, donde las lápidas de los
pioneros habían sido dañadas y se habían borrado las inscripciones.
Fui a Colonia Cosme, muy alejada, sin electricidad, accesible sólo con vehículos
4x4. Don Norman Wood y otros dos octogenarios descendientes de la colonia camina-
ron conmigo alrededor del pobre y hermosísimo poblado, donde muchas de las casas
eran todavía de barro y paja, protegidas por eucaliptos y cedros plantados por los colo-
nos. Se detuvieron junto al sitio del viejo salón comunitario y recordaron las noches de
baile animadas por violines y acordeones, con lámparas de aceite titilando en las pare-
des. Después de volver a Australia, permanecí en contacto, pero uno a uno, estos an-
cianos hijos de los primeros colonos, murieron.
En 1989 volví a Paraguay porque Norman Wood, uno de los últimos, me escribió
para contarme que iba a tener una fiesta porque cumplía 90 años y “no habrá proble-
ma para darte alojamiento y algo de comida (tucker)”. Vivía en una casa sencilla, la
tienda de un viejo talabartero, en el poblado ribereño de Concepción, en el norte. En
febrero de ese año el dictador Stroessner había sido derrocado y se había exiliado en
Brasil. Esto llevó a confiar en la posibilidad de una nueva era democrática para el país,
mientras las historias de corrupción durante la etapa de Stroessner comenzaban a apa-
recer al por mayor. Norman Wood empezó a contarme acerca de las defraudaciones
223
cometidas por una autoridad local y se detuvo. Dijo que estaba avergonzado de con-
tarme esas cosas. “¿Por qué?” le pregunté. Respondió que porque los australinos no
eran así, que su padre siempre le había dicho que eran rectos y honorables. Siempre los
había admirado por eso. Empecé a contarle acerca de un reciente escándalo generado
en Queensland porque habìa autoridades involucradas en actos de corrupción y un jefe
policial fue enviado a prisión. Don Norman quedó profundamente shockeado. “¡Nunca
pensé que los australianos harían esas cosas!”. Omití los detalles más sórdidos dado que
yo misma me sentía entonces avergonzada. No quise destruir las ilusiones de noventa
años.
En ese viaje de 1989 tuve mis últimas entrevistas con Norman Wood y terminé
por amar su seco sentido del humor y su natural dignidad. La última noche que lo ví
nos sentamos junto a un calentador a combustible en un invierno inusitadamente frío
en Concepción. “Siempre quise ir a Australia”, dijo, “pero ahora es demasiado tarde.
Estoy contento de haber vivido en Paraguay. Tengo una gran familia y de algún modo,
todos me quieren y me respetan”. Cuando la entrevista fue difundida por la Australian
Broadcasting Corporation recibió cartas de toda Australia y respondió a todas ellas, a
pesar de que su mano temblaba por el mal de Parkinson.
En la visita de 1989 también conocí a la siguiente generación de australiano-
paraguayos. Hay un número notorio de ellos. Aunque es imposible tener un dato preci-
so, posiblemente hoy hay tres mil personas con sangre australiana viviendo en el país,
aunque sólo una décima parte de ellos reconocería alguna conexión con la tierra de sus
antepasados. Registré las historias radicalmente diferentes de esas personas. Como yo
trataba de ubicar sus vidas en un contexto, fue necesario conocer más sobre la dramáti-
ca y turbulenta historia de su país –la llegada de los conquistadores, las grandiosas mi-
siones jesuíticas que duraron casi doscientos años, otra experiencia comunal como la
que llevó adelante Elisabeth Nietzche para crear una raza alemana dominadora, el
arribo de los menonitas asentados en las tierras baldías del Chaco y de los criminales de
guerra nazis después de la segunda guerra, la larga dictadura de Stroessner y el arresto
de al menos uno de los descendientes de australianos, por la policía secreta. Para enten-
der a los australiano-paraguayos, me dí cuenta, tenía que entender que esta historia y
su herencia eran mucho más relevantes para ellos que otros legados como las palabras
“tucker” o “smokoes”, que evocaban el monte y la vida en el camino.
224
traron refugio. Hice mi propio camino a casa como Mary Gilmore y su esposo lo hicie-
ron, por el camino de la Patagonia.
El corazón del libro es la historia de los descendientes del sueño de Lane. Esos an-
cianos que tuvieron una infancia salvaje en la colonia, cazando en el bosque, cuya edu-
cación fue fragmentaria cuando no inexistente, y algunos de los cuales pelearon en Ga-
llipoli y en Palestina, otros en la guerra del Chaco y que en su mayor parte se casaron
con paraguayos. Pero yo también registré la memoria de la siguiente generación de aus-
tralinos-paraguayos y de unos pocos de ellos me convertí en amiga. Tienen de 30 a 60
años. Están esparcidos por todo el arco político y sufren todas las contradicciones. Al-
gunos son pelirrojos y tienen pecas, remedando la clásica apariencia del australiano de
origen irlandés, pero no hablan una palabra de inglés. Otros son de piel cobriza pero
son devotos seguidores del cricket británico. Van desde quien está en el nivel de subsis-
tencia y todavía vive en Cosme a uno de los hombres de negocios más ricos del Para-
guay; de estancieros en el Chaco a agentes inmobiliarios en Australia y a Robin Wood,
un guionista de comics que tiene millones de lectores en España y América Latina. Y
también está Roger Cadogan, quien continua el trabajo de su padre, León Cadogan, un
antropólogo internacionalmente respetado, quien asumió un gran riesgo personal al de-
nunciar el genocidio de los indígenas de la selva. Robin Wood dijo, con respecto a la
generación de sus abuelos:
Terminaron en Paraguay porque era una banda romántica de locos. Su
caída se debió a una falta de realismo… pero sobrevivieron al fracaso y al
agotamiento. Si esos viejos muchachos estuvieran en Australia hoy, anda-
rían pidiendo la instauración de una república… Sé que ellos se marcharon
y abandonaron su país, pero su pelea no era contra Australia sino contra el
régimen político de entonces (Whitehead 1997:549)
Eso me recuerda la famosa máxima de Oscar Wilde –“La utopía es el país al cual
la humanidad está siempre llegando”. Considero que el experimento australiano en Pa-
raguay estuvo vinculado a un sueño, pero también se relacionó con un intento fallido y
con la capacidad para ampliar las fronteras de lo posible. Y aunque los pioneros pudie-
ron estar desorientados, podrían ser juzgados por la historia por haber sido, por haberse
atrevido a actuar de acuerdo a sus sueños.
226
BURTON, Richard (1870) Letters from the Battlefields of Paraguay, London: Tinsley
Brothers.
LANE, William as ‘John MILLER’ (1892) The Workingman’s Paradise: An Australian
Labour Novel, Sydney & Brisbane: Edwards, Dunlop & Co. and the Worker Board of
Trustees (disponible en http://www.gutenberg.org/etext/16366)
New Australia: The Journal of the New Australia Co-operative Settlement Association
(http://setis.library.usyd.edu.au/rare/newoz/
SOUTER, Gavin (1968) A Peculiar People: The Australians in Paraguay, Sydney: Angus
& Robertson.
WHITEHEAD, Anne. (1997) Paradise Mislaid: In Search of the Australian Tribe of Para-
guay, St Lucia: University of Queensland Press
——— (2003) Bluestocking in Patagonia: Mary Gilmore’s Quest for Love and Utopia at
the World’s End, London: Profile Books
227
A lo mejor, la utopía es un lugar que existe al ser pronunciado. Al ser dicho, es.
Al pronunciarlo nos permite confiar un poco más en nosotros mismos, en ese entramado
de deseos, ideas, problemas, insatisfacciones, logros en el que nos sumergimos cuando
decidimos construir espacios propios. Cuando decimos “propios” nos referimos a terri-
torios espaciales, temporales o simbólicos en disputa con las fuerzas dominantes. Por lo
tanto, no los entenderemos aquí como ámbitos puros o esencialmente autónomos sino
como zonas de confrontación entre un hacer que pretende ser transformador y aquello
que pretende transformar.
Existe una utopía que concierne a los medios de comunicación. Un lugar en
donde el esquema de estos medios estalla y de sus pedazos nacen voces múltiples y
mensajes abiertos. Un lugar donde ya no existe un emisor conocido que habla y millo-
nes de receptores desconocidos que escuchan. Donde los mensajes no son mercancías,
los objetos no son fetiches, el contenido vuelve a tener el peso que perdió para poder
circular rápidamente. Un tiempo en el que la realidad no es más un espectáculo sino el
mundo en el que vivimos y, por lo tanto, el mundo que podemos transformar. Un espa-
cio en el que la tecnología nos sirve para hacer lo que queremos y no para conectarnos
al mercado de los estereotipos.
Este lugar es utópico no por ser imposible sino porque no existe más que como
consecuencia de una lucha constante contra lo existente. Es un lugar que puede triun-
far sobre lo real, puede perdurar o desvanecerse, persistir o ser aniquilado, iluminar un
instante, apagarse, perpetuarse en la historia como el recuerdo de un resplandor, vivir
décadas alimentado por el ejercicio diario de muchos hombres y mujeres, hibernar en la
memoria colectiva. Esta utopía de unos medios de comunicación que no responden a la
lógica del dominio, que han derrotado al Big Brother, es para algunos un proyecto en sí
mismo, una causa por la que poner manos a la obra. Para otros, esta apropiación de los
medios funciona como un paso, una herramienta o un vehículo para objetivos de otro
orden.
228
trabajo y de vida a partir de lógicas autogeneradas y, por supuesto, en tensión con las
lógicas vigentes en los espacios dominantes.
La Tribu comenzó siendo una radio alternativa. En los casi 20 años que pasaron
desde aquel momento, como si fueran capas, se fueron sumando otras identidades. Nos
comenzamos a pensar como proyecto político comunicacional, desarrollamos iniciativas
más territoriales que el aire radiofónico, nos acercamos, entrado este siglo, a las diver-
sas ideas sobre la autonomía que comenzaron a ser tenidas en cuenta en espacios como
el nuestro, construimos nuestra propia utopía de la organización autogestionada, sin
dueños pero con salarios aunque sean modestísimos, “intervinimos en el Estado”, ma-
nera grandilocuente de decir que tratamos de ver si “desde adentro” se podía cambiar
algo, intentamos resistir la tentación de las lógicas amigo-enemigo con las que se sigue
pensando la política en nuestro país, formamos parejas, atravesamos divorcios, nos hi-
cimos amigos, tuvimos hijos, nos peleamos definitivamente, nos fuimos a vivir a otros
países, volvimos, no volvimos, nos reunimos todas las semanas para “discutir las políti-
cas estratégicas” y terminamos hablando de la impresora que no imprime, la ley de ra-
diodifusión que no se reforma y el alquiler que aumenta, nos fuimos de mal humor y
volvimos al día siguiente pensando “Hoy sí. Hoy será un gran día de alternatividad
comunicacional”.
¿A mí?
Las radios, junto con otros medios de comunicación, han sido ámbito de cons-
trucción de proyectos con intención transformadora desde, al menos, la década de 1940.
No pretendemos hacer aquí una reconstrucción histórica que sería imposible por su ex-
tensión y por la variedad de tradiciones histórico-políticas que podemos encontrar.
Proyectos comunicacionales inspirados en la teología de la liberación, organizados por
las guerrillas insurgentes, organizaciones de base, partidos de izquierda, artistas, punks,
feministas, zapatistas, mapuches, anarquistas. Esta diversidad de origen puede servir
para explicar el empeño frecuente por encontrar precisiones conceptuales en estas expe-
riencias, búsqueda que habitualmente culmina con la certeza de que no hay definición
posible que abarque a todos estos “usos” de los medios de comunicación para fines no
capitalistas. Muchos de esos proyectos, más allá de su diversidad, pueden ser también
230
sión. Que pueden crear a diario su propio espacio de trabajo, que pueden tener un ha-
cer. Un hacer en permanente confrontación. En fin, un hacer no disciplinado.
La Tribu
La Tribu es una radio: un lugar en el que se mezclan palabras con música para
hacer sonidos que otras personas escuchan en sus casas, lugares de trabajo, mientras
andan en auto o también por los parlantes de una computadora en algún país del pla-
neta Tierra. Hay por lo menos tres tipos diferentes de emisoras de radio. Tenemos ra-
dios comerciales, o sea radios que intentan ganar dinero. ¿Cómo hacen para ganar dine-
ro? Le venden un número de oyentes a un conjunto de posibles anunciantes. Esos oyen-
tes tienen que tener cierta capacidad de consumo para que puedan comprar las cosas
que los anunciantes quieren vender. Eso explica por qué hay muchos lugares de nuestro
país en donde no hay ninguna radio. Simplemente porque no hay personas con capaci-
dad de consumo. Hay otro tipo de radios, las públicas que están gestionadas por el Es-
tado. Esas emisoras, en nuestro país por lo menos, no saben muy bien qué es lo que se
proponen. Y tenemos un tercer grupo de radios que se llaman comunitarias, alternati-
vas, populares, participativas, sociales, libres. La Tribu entonces es una radio de esas.
Estas emisoras están creadas por organizaciones o grupos para ejercer el derecho
a la comunicación y para desarrollar los objetivos que cada organización o grupo tiene:
fomentar la mirada crítica, recuperar las lenguas originarias, promover la igualdad de
género, pasar buena música. La Tribu es un colectivo, o sea un grupo de mujeres y de
hombres que tenemos algunos objetivos y que nos encontramos todos los días (o la ma-
yor parte de ellos) para realizarlos. ¿Y qué hacemos?
La Tribu es una radio, o sea que lo que hacemos es hablar, hablar, hablar y ha-
blar. También pasamos música que es otra manera de hablar. O de decir. O, digamos,
de manifestarse. Cuando las personas que no queremos vivir como se vive nos comuni-
camos se abre la posibilidad de la creación. De que podamos hacer algo que antes no se
había hecho. De hacer algo no previsto, que no reproduzca el funcionamiento del sis-
tema. El sistema es un modo de vivir que parece incuestionable. Un tejido de costum-
bres que sostienen un modo de funcionamiento económico que hace que algunas perso-
nas gasten en una cartera lo mismo que toda una comunidad indígena en comida para
233
sido todo eso a la vez, concientes de la trampa tanto de hablar únicamente para los que
piensan igual que nosotros, como de hacer de la radio un puro espectáculo pluralista.
La radio también es una organización, una forma de trabajo colectivo que tiene
que generar condiciones de autonomía política y económica. Es decir, nos proponemos
construir una organización basada en las convicciones que tenemos y, al mismo tiempo,
eficaz; un proyecto que pueda superar la necesidad de la supervivencia para extender
nuestros propios límites. En este sentido, aparece la pregunta por cuál es la manera de
gestionar un proyecto de estas características. Construir una organización con respon-
sabilidades, toma de decisiones, impuestos, trámites, administración, implica asumir un
desafío doble. Tenemos una utopía comunicacional y tenemos también una utopía or-
ganizacional. Tenemos salarios que pagar, problemas internos, discusiones múltiples y
nadie más que nosotros mismos para resolver todos esos conflictos. Sin embargo, se-
guimos creyendo que es necesario construir organizaciones, aunque la pelea de nosotros
mismos contra nuestra propia burocratización, contra nuestros propios egoísmos mu-
chas veces sea extenuante.
Esa voluntad de construir con otros/as un espacio de trabajo, de creación, de en-
cuentro, de discusión se torna en una ciudad como Buenos Aires en una parte muy im-
portante de la fuerza que nos lleva a desarrollar un proyecto como La Tribu. Lo hace-
mos por las luchas, los valores, las ideas que compartimos con otros, por los derechos
que promovemos, por las injusticias que nos indignan. Pero también lo hacemos por
nosotros mismos. Ese hacerlo por nosotros mismos funciona como un motor cuya im-
portancia se torna vital. “Aquellos que no luchan para sí mismos sino para los demás
son gente valiosísima, pero no pueden vencer, no pueden transformar verdaderamente
la realidad.” (Berardi, 2007: 116)
La normalidad
58 En junio de 2002 los militantes sociales Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron asesinados por
la policía durante una manifestación en la que otras 33 personas resultaron heridas de bala. La primera
versión de los periódicos nacionales decía que se había tratado de un “enfrentamiento”.
237
por evitar el ruido de la información que no produce más que un silencio inmóvil. La
radio es la música de la resistencia. La radio es imaginación. La imaginación es poder.
Otra hipótesis entonces. El intentar construir un poder hacer puede enfrentar la
normalidad. La imaginación puede enfrentar a la normalidad. La normalidad es una
operación sobre las cosas para pretenderlas "normales", dadas, inmodificables; es en
realidad un dispositivo constante de normalización. Un pretender que toda resistencia,
toda alternativa, abandone. La normalidad necesita costumbres. Hábitos y prácticas
que detienen las líneas de fuga, la energía creadora de la comunidad organizada.
Cuando logran detenernos, cuando logran separarnos de lo que hacemos, cuando
la normalidad se recompone, todo se vuelve más arduo, gris, acostumbrado. Entonces,
vale la pena recordarnos a nosotros mismos que lo excepcional puede existir y que su
existencia nos transforma. Algo así como lo que Italo Calvino le hace contar a Marco
Polo en su relato a Kublai Kan sobre su visita a Marozia, una de las ciudades escondi-
das. En su destino, el oráculo vio una ciudad de la rata y otra de la golondrina. Los que
lo interpretaron creían que el siglo oscuro y rastrero de las ratas terminaría para dar
lugar al tiempo en el que todos volarían como golondrinas por un cielo cálido y res-
plandeciente. Los siglos pasaron y la oscuridad continuó.
“Sucede sin embargo que, rozando los compactos muros de Marozia, cuando menos te
lo esperas ves abrirse una claraboya y aparecer una ciudad diferente que al cabo de un
instante ha desaparecido. Quizás todo consista en saber qué palabras pronunciar, qué
gestos hacer, y en qué orden y con qué ritmo, o bien baste que alguien haga algo por el
solo placer de hacerlo y para que su placer se convierta en placer de los demás: en ese
momento todos los espacios cambian, las alturas, las distancias, la ciudad se transfigu-
ra, se vuelve cristalina, transparente como una libélula. De un momento a otro, Ma-
rozia volverá a cerrarse sobre las cabezas de sus habitantes tapándolos de piedras y
moho.
¿Se equivocaba el oráculo? No necesariamente. Yo lo interpreto de esta ma-
nera: Marozia se compone de dos ciudades: la de la rata y la de la golondri-
na; ambas cambian con el tiempo pero su relación no cambia: la segunda es
la que está a punto de librarse de la primera (Calvino: 2006: 163).
Grupo autónomo A.F.R.I.K.A, Luther Blisset, Sonjia Brüzels (2000) Manual de guerri-
lla de la comunicación. Cómo acabar con el mal, Barcelona: Virus.
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BERARDI, Franco (2007) Generación post-alfa. Patologías e imaginarios en el semiocapi-
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ZIBECHI, Raúl (2003) Genealogía de la revuelta. Argentina, la sociedad en movimiento, La
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240
Bruno Fornillo
desamparo. Esa condición, sin embargo, fue el punto de partida desde el cual pudo
producirse el movimiento de subjetivación que condujo al surgimiento del espacio pi-
quetero. Y su práctica fue relativamente sencilla, consistió en la ocupación de rutas
centrales del país impidiendo la circulación, para desde allí hacer oír sus demandas.
Desde mediados de los noventa, primero en la experiencia de desertificación productiva
de los enclaves petrolíferos provinciales, luego en los bolsones de desocupación de los
barrios del Gran Buenos Aires, una serie de prácticas políticas logró cuestionar a fondo
el modelo de acumulación devastador que se había instalado. En una periodización del
movimiento piquetero resalta la aparición del formato de protesta en 1996 en enclaves
económicos abandonados por el Estado y colonizados por el capital en las provincias de
Neuquén y Salta. Los habitantes de Cutral Có y Plaza Huincul, localidades pequeñas
que giraban en torno a la producción petrolera, vieron que la desocupación campeaba y
que el nuevo escenario en nada se parecía al mucho más pródigo que existía cuando
eran los trabajadores mejor pagos del Estado. Decididos a cortar la ruta, la represión
que sobrevino redundó en una verdadera pueblada, hecho que marcó el triunfo de la
primera experiencia piquetera y fue la base de la narrativa histórica que luego constru-
yò el movimiento. Apenas unos años después se produce una definitiva propagación del
formato de protesta, que comienza a recalar en las barriadas del gran Buenos Aires, es-
pacio neurálgico de la política argentina. En un clima de profunda recesión económica,
las organizaciones crecen a pasos agigantados llegando en su punto más álgido a ser
cerca de cincuenta.
Durante 2004 surge la organización que presentaremos aquí, el Frente Popular
Darío Santillán (FPDS), apostando por construir mundos de vida propios, más allá de
los patrones clásicos de dominación estatal. La organización busca emplazarse al mar-
gen de los dispositivos clásicos de acción institucional, calibrando las posibilidades de
expandirse y multiplicarse desde su entramado “micropolítico” hacia el resto de las es-
feras de participación colectiva. El movimiento piquetero poseía cuatro características
comunes: un formato de protesta, el piquete de ruta; la asamblea como dispositivo bá-
sico de participación; la demanda por trabajo genuino y la construcción experiencial de
una narrativa fundada en la apelación a la dignidad de la lucha (Svampa y Pereyra,
2004). Pese a ello, el movimiento estaba plagado de diferencias. Las organizaciones
vinculadas a la izquierda partidaria constituyeron una de sus vertientes; las que daban
242
cuenta de una matriz sindical una segunda y otra las que se consideraban autónomas
de los mecanismos clásicos de acción política (Estado, partido, sindicatos, etc.). Al inte-
rior de esta última, la mítica Coordinadora de Trabajadores desocupados Anibal Veron
(CTDAV) unió a organizaciones pequeñas que se asentaban principalmente en la zona
sur del conurbano de Buenos Aires. La CTDAV fue capitaneada por el MTD de Solano,
que expresaba una fuerte identidad autonomista y oficiaba de difusor de nuevas prác-
ticas horizontales, la crítica a la política estado-céntrica y la insistencia en crear mun-
dos autoorganizados, entre otros elementos político-ideológicos.59
Luego del protagonismo vivido por el movimiento piquetero durante la rebelión
popular del 2001, la represión policial se abatió durante la presidencia provisional de
Eduardo Duhalde en la masacre ocurrida en el Puente Pueyrredón (que une a la capital
con el conurbano), produciendo la muerte de dos piqueteros, tras lo cual sobrevino una
fuerte disgregación, particularmente en la CTDAV 60. El reflujo se acentuó con la llega-
da al poder ejecutivo de Néstor Kirchner en mayo del 2003, momento en el cual una
cantidad nada despreciable de organizaciones cercanas al filopopulismo enunciado por
el mandatario pasaron a ocupar instituciones estatales. Y la paulatina “normalidad po-
59 El autonomismo ha mostrado también una amplia interpelación sobre los sectores medios y presentó
ejes de discusión que posibilitaron el debate acerca de las nuevas formas de pensar la acción colectiva. Su
origen local, afirma Bergel (2007), puede remontarse a las consecuencias abiertas por el proceso reciente
de modificaciones histórico-sociales y a una marcada influencia de nuevas cosmovisiones políticas en el
campo de la izquierda, hasta hace poco hegemonizado por estructuras partidarias. Dentro del campo de
la nueva izquierda, el FPDS aparece como una variante del movimiento piquetero que se diferencia de
otras agrupaciones como el MTD de Solano, vista por el Frente como una organización precursora pero
que desatendió las instancias de coordinación, acusada de privilegiar la construcción del “socialismo en
un solo barrio”. Es en este camino que apuntan a superar los “límites estructurales del autonomismo”,
puesto que desde su surgimiento planteaban que “nosotros como muy importante, el tema de la relación
(…) esas discusiones las hemos dado. Y nos llevaba todo el tiempo a la conclusión de pensar que tenemos
que avanzar en el proceso de unidad [...] El cambio social no lo vamos a lograr si no nos juntamos”.
60 La crisis de 2001 puede ser interpretada como producto de una percepción generalizada acerca de la
pérdida de derechos civiles, políticos y sociales, es decir, la descomposición de los soportes de constitución
de la ciudadanía, ocasionando de esta forma una crisis de legitimidad del sistema político representativo,
que se expresó en la demanda “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo” y que dio lugar a la renun-
cia del entonces presidente De la Rúa, así como de los sucesivos presidentes de transición a lo largo de
diez días. Eduardo Duhalde asumió como el siguiente de los presidentes provisionales, buscando comple-
tar el ciclo presidencial que finalizaba en el 2003. La característica más relevante de su mandato fue el
alto grado de movilización social, trayendo aparejados nuevos conflictos con ahorristas que vieron con-
fiscados su patrimonio, asambleas vecinales y la persistencia del reclamo de las organizaciones de de-
socupados. La estrategia adoptada por el gobierno fue aumentar el caudal de planes sociales (se llegó a
2.000.000 de los cuales sólo 10% era manejado por las organizaciones y el resto por los municipios, gene-
ralmente afines al peronismo) y la de un paulatino aumento de la represión como mecanismo de conten-
ción de la protesta social, teniendo como punto más álgido a la masacre que tuvo lugar en el Puente
Pueyrredón el 26 de junio de 2002, que dejó como saldo la muerte de dos integrantes del Movimiento de
Trabajadores Desocupados Aníbal Verón y 70 heridos de bala y 160 detenidos. La conmoción y el impac-
to político de estos hechos obligaron a Duhalde a llamar a elecciones anticipadas, que dieron como resul-
tado el triunfo de Néstor Kirchner.
243
parte de una misma columna. En efecto, se dan cuenta en la práctica que no están uni-
dos: “Y ahí vino toda una discusión, que tiene que ver con qué tipo de práctica no iden-
tificábamos, y qué nombre íbamos a tener”. Sumado a ello, en la lucha por los planes
en la provincia de Buenos Aires los medios de comunicación comenzaron a llamarlos
Espacio Piquetero Independiente, y si bien aseguran que eran piqueteros e indepen-
dientes, “no queríamos que nos pongan el nombre...”.
61 Las áreas de trabajo que componen el FPDS son en gran parte una herencia de los MTDs: a) empren-
dimientos productivos o economía social, b) Prensa, que trabaja en torno a dos ejes, uno ligado a la pren-
sa orgánica, donde hacen un periódico de la organización, y otro llevado adelante de manera relativa-
mente autónoma que es el sitio de comunicación alternativa Prensa de Frente; c) Gestión y Administra-
ción, que implica la relación con las instancias del gobierno donde se tratan los emprendimientos, subsi-
dios, planes de empleo, etc.; d) Finanzas, un área recientemente consolidada, puesto que se buscaba que
“cada barrio dejase de tener su propio kiosquito para realizar una organización de conjunto”; e) Seguri-
dad, también propia de la contenciosa lógica piquetero. En este momento trata de ocuparse integralmen-
te de la organización: puede ser de una marcha, pero también un evento, un campamento, una jornada,
etc. Por último, f) cultura, que terminó generando un espacio que se abrió mas allá del FPDS, como
cuando el 24 de marzo del 2005 se realizó una murga bajo la temática “Los muertos de hambre”.
62 El FPDS está integrado por organizaciones de la ciudad de Buenos Aires y su área metropolitana
(Quilmes, Florencio Varela, Almirante Brown, La Matanza, Lanús, Lomas de Zamora, Guernica, San
Vicente, Ezeiza, Esteban Echeverría, Luján, La Plata, Verónica, Berisso) y las provincias de Buenos Ai-
res (Tandil, Mar del Plata), Tucumán, Río Negro, Formosa y Córdoba.
247
la confluencia con los estudiantes o los trabajadores ocupados, aseguran que el plan
sostenido durante el 2005 se perdió. Por lo tanto, tienen una visión más negativa de la
correlación de fuerzas, y desde diciembre de 2005 y durante 2006 no participaron de las
movilizaciones que proponían diversos núcleos piqueteros opositores.63
Lo que denominan acumulación también se asentó en la discusión política interna
y en la formación, problematizando la idea de trabajo y su relación con los proyectos
productivos:
el trabajo independiente con algún nivel de autogestión, de organización
cooperativa, o sea, generar trabajo, recuperar empresas, generar prácticas
dentro de los sindicatos que nos permitan pensar el trabajo como una he-
rramienta de construcción, no como una herramienta de explotación (En-
trevista a Nicolás, 2005).
A partir de prácticas concretas y cotidianas se abocan a transitar niveles autoges-
tivos de existencia. Desde su surgimiento, y también a raíz del “Plan Manos a la obra”
que el gobierno de Kirchner “obligó a tomar” (dado que -dicen- eran recursos que utili-
zaba el Estado para contener la protesta), la organización apostó a los emprendimien-
tos productivos, a los cuales dedicaron una parte no menor de sus energías.64 Llevan
adelante aproximadamente cien emprendimientos en todo el país, que incluyen pro-
ducción de leña, carbón, arroz, harina, ladrillos, guardapolvos, herrería, muebles, ali-
mentos, textiles y telas para abastecer a los proyectos textiles, entre otros. Luego de
poner en marcha los proyectos se toparon con el clásico obstáculo de la comercializa-
ción. A raíz de ello desde mediados del 2006 se encuentran avanzando en la instalación
de redes de comercio:
Empezamos a laburar con redes de comercio, cooperativas de consumo o de
consumidores en las ciudades (ya hay redes en La Plata, Córdoba y Capi-
tal). Instancias en donde empecemos a tener un vínculo directo con quienes
63 De todos modos, aseguran que ambos ejes sirvieron para consolidar la identidad de la agrupación.
Tanto las movilizaciones como el reclamo específico de justicia, “que absorbía a todos por igual”, redun-
dó en que los militantes de cada una de las organizaciones y sectores que participaron “se consideraran
parte del FPDS” más que de una coordinadora de agrupaciones menores.
64 El Plan Nacional de Desarrollo local y Economía Social “Manos a la obra” fue puesto en marcha el 11
de agosto de 2003, con un monto inicial de $ 300.000.00 (U$S 100.000.000). Se trataba de financiar dis-
tintos tipos de proyectos productivos, a través del municipio, comuna o una Organización no Guberna-
mental local, abarcando cerca de 350.000 personas. Los proyectos podían estar dedicados a la agricultu-
ra, ganadería y pesca, manufacturas de origen agro-ganadero o industrial, artesanías, servicios y/o co-
mercio.
249
pueden llegar a comprar los productos, a quienes les puede interesar el pro-
yecto político que esta implícito en cada producto, y con quienes podamos
entablar un dialogo como para poder establecer un tipo de continuidad en
la compra que nos permita a nosotros poder prever la planificación de la
producción (Entrevista a Nicolás, 2006)
En tono realista, lo que el Frente busca es situarse entre lo que consideran una
“visión simplista” (que ve en los micro-emprendimientos a micro-entretenimientos que
el gobierno fomenta para que no se corte la ruta) y aquella que asegura que sería la so-
lución a la desocupación. Admitiendo la dificultad para consolidar las experiencias de
producción, rescatan que las asentadas representan un tránsito bien importante para
quienes pasaron de la desocupación a la construcción de un trabajo que ofrece discipli-
na y la libertad de trabajar sin patrón.
La potenciación de los universos autoorganizativos se afianza en la relación estre-
cha que entablan con el movimiento campesino. El FPDS tiene una dinámica donde es
central el instante del “para adentro” en la producción. Instauraron una singular rela-
ción con el Movimiento Campesino de Santiago del Estero -que se remonta a los víncu-
los trazados por la CTDAV-, pero también con la Red Puna de productores indepen-
dientes de la provincia de Misiones, de Formosa, con el movimiento campesino de Cór-
doba y con la Unión de Trabajadores Rurales Sin Tierra de Mendoza. Llevan adelante
actividades como el intercambio no solamente “comercial”, sino de experiencias, cam-
pamentos y jornadas entre campo y ciudad. A su vez, el FPDS estuvo presente en lu-
chas centrales para el movimiento campesino como la marcha contra el ALCA, “escra-
ches”65 a la casa de Santiago del Estero en protesta por los desalojos, e incluso hay or-
ganizaciones que, sin estar directamente ligadas al FPDS, venden productos en sus re-
des de comercio. Esta articulación que le permitió al Frente experimentar de manera
más concreta el significado de los mundos autogestionados y pensarse federal y multi-
sectorial, se ve potenciada por el trabajo de la Federación Argentina de Estudiantes de
65 El “escrache” es un formato de protesta inventado por el movimiento Hijos por la Identidad y la Jus-
ticia contra el Olvido y el Silencio (H.I.J.O.S.), que agrupa a los hijos de desaparecidos durante el go-
bierno militar del 76 y el gobierno peronista inmediatamente anterior. Ante la falta de Justicia estatal
durante el período democrático, el escrache consistió en identificar el domicilio de un represor y realizar
una manifestación alrededor de él, haciendo que el barrio entero, gracias también a diferentes acciones
como las pintadas, supiese de su existencia. Una suerte de justicia popular que apuntaba a eliminar la
existencia pública del represor. En tanto modalidad de protesta, fue luego adoptada por diferentes orga-
nizaciones para fines disímiles, aunque siempre marcado por la denuncia y la apelación a la justicia.
250
Agronomía (FAEA). Este núcleo de estudiantes posee un contacto de larga data con las
organizaciones agrarias del país y brinda sus conocimientos técnicos para la implemen-
tación de los proyectos productivos (aún iniciativas agrarias en un marco urbano).66
En torno a esta dinámica general, remarquemos que desde comienzos de 2006 el
FPDS pasó a organizarse por regionales (Capital, Oeste, La Plata-Berisso, Sur 1, Sur 2,
Sur 3, Mar del Plata, Córdoba, Mendoza, Tucumán, Rosario, Río Negro), por sectores
(trabajadores ocupados, territorial y estudiantil) y por áreas (las mencionadas ante-
riormente); evitando la participación de delegados de cada antigua organización, obli-
gadas ahora a mezclarse entre sí como parte de la misma estructura política67. La rápi-
da edificación de la organización y su flexibilidad fue permitiendo un relativo creci-
miento y consolidación del movimiento.
66 Centrados en relación a esta dinámica y a una situación latinoamericana que juzgan presenta nuevas
aristas, el FPDS apuesta a la vinculación con organizaciones como el Movimiento Sin Tierra de Brasil, el
Frente Ezequiel Zamora de Venezuela y organizaciones de Bolivia.
67 Dentro de estas modificaciones, no solamente es un componente significativo la presencia de trabaja-
dores ocupados, sino también la denominación de territorial o barrial de lo que en la CTDAV era el sector
de desocupados. Apuntan a tomar más en cuenta temáticas de salud, educación, vivienda y obviamente
el trabajo. Estos elementos existían en los comienzos de las organizaciones de trabajadores de desocupa-
dos en 1998, pero la centralidad de la demanda por planes de empleo y de mercadería para sostener los
comedores populares impedía desarrollarlos en su totalidad.
251
cer que dentro del Estado hay contradicciones” en última instancia es el que sostiene la
necesidad:
¿Por qué? Porque funciona en la medida que haya necesidades. Hay regla-
mentaciones legales que permiten avanzar en la legalización de la tierra.
¿Por qué no avanzan? Porque si ellos avanzan y nos dan la tierra -que es
nuestra- no tenemos que ir a pedirle más nada. Y si no tenemos que ir a pe-
dirles más nada... ¿Desde dónde negocian el voto clientelar? ¿Desde dónde
negocian el poder? ¿Desde dónde negocian su continuidad? (Entrevista a
Nicolás, 2005)
Vale resaltar un elemento, la demanda hacia el Estado no es un elemento primi-
genio de la protesta sino un recurso estatal de dominación, contrario a la libre disposi-
ción de los bienes colectivos. Por fuera de las visiones estado-céntricas, el FPDS procu-
ra pensar la política desde la autoorganización del poder popular: “No entendemos el
Estado como el lugar desde dónde vamos a cambiar la sociedad... Eso es pensar la polí-
tica desde la institucionalidad. Pensar que porque nosotros ocupamos lugares institu-
cionales, podemos generar los cambios. Los cambios se generan desde abajo” (Entrevis-
ta a Mariano Pacheco, 2007).
La idea de democracia tiene en el caso del FPDS un significado preciso. A la hora
de caracterizar el sistema democrático la organización sólo ve ahí un “cúmulo de insti-
tuciones”, un sistema presidencialista, una forma de crear consenso en la posdictadura;
en definitiva, un sistema formal carente de una base real de participación. La caracteri-
zación no es casual puesto que para el Frente la democracia de base y la impronta
asamblearia resultan rasgos determinantes. Es así que al hablar de democracia se recal-
ca la participación de cada uno de quienes integran el movimiento: “Democracia real es
democracia directa. Lo que yo pienso no es lo que me hacen pensar. No me lo dicen, lo
digo, eso es democracia real”.
La práctica asamblearia del FPDS adopta una concepción que quiere distanciarse
de la simple puesta en marcha de espacios de participación en los barrios, donde juzgan
que suele pasarse información o “bajarse línea”. Esa dinámica posee características que
conciben definitorias: el carácter rotativo de los delegados y la revocabilidad de los
mandatos, estìmulo a la formación de todos en diferentes tareas y responsabilidades,
que incluso es una manera de evitar la cooptación esquivando el esfuerzo estatal de
252
68Hoy llaman coordinación a la construcción de vínculos que pueden estar atados a un trabajo concreto,
“un laburo en el barrio, por ejemplo”, pero apuntan a la articulación cuando mencionan la necesidad de
construir políticamente con otras organizaciones. En este sentido, entre la coordinación y la articulación
existe una variada gama de “círculos concéntricos”.
255
69 “Como nos dijo alguna vez algún funcionario ‘a la izquierda de nosotros no hay nada’. A ellos les gusta
el escenario que esté el gobierno por un lado y Macri y Sobisch por el otro. Esa posición quiere. Todo lo
que sea por izquierda lo van a tratar de cooptar, anular, meter en caja, que no se note. Ellos son la iz-
quierda” (Entrevista a Martín Obregón, 2007).
256
70 En agosto de 2006 se hizo el primer Encuentro de la Militancia, el tercero fue en Rosario en abril del
2007. El objetivo final era generar una herramienta política superadora, definida como una organización
“capaz de sintetizar experiencias que están más o menos dentro del mismo marco”. Y ver en cada mo-
mento histórico y en función de una evaluación precisa, de qué manera intentamos contribuir a los pro-
cesos de transformación” (Entrevista a Martín Obregon, 2007). Esos encuentros no han redundado en la
conformación de una articulación mayor al concluir la presidencia de Kirchner, lo cual no es vivido de
modo trágico puesto a que apuestan a sellar acuerdos sólidos que “no queremos apurar”. Los obstáculos
que identifican son los recorridos disímiles que fueron realizando cada una de las organizaciones reuni-
das, pero también que existió una doble perspectiva, la de quienes “planteaban con más énfasis la nece-
sidad de generar una herramienta política” y la de otros que aseguraban que “tenía que tener una carac-
terística justamente de encuentro y, en todo caso, más adelante ver”. Es sobre este plano, donde van re-
corriendo la fisonomía posible de un futuro período de “acumulación de masas”.
257
estas cosas, por ahí vamos a ir trabajando me parece. Los limites son esos,
el kirchnerismo y la izquierda tradicional, en el medio la izquierda indepen-
diente, democrática, de base, combativa (Entrevista a Solana, 2006)
No habría que dejar de tener en cuenta que el FPDS, agrupación de muy reciente
formación, supo reconstruir la capacidad organizativa que sostenìa la CTDAV. No ha
dejado de crecer y logró transformarse en un vehículo de reposición subjetiva ante el
fuerte golpe que significaron los asesinatos del Puente Pueyrredón, fidelidad cristaliza-
da en el nombre que esgrime la agrupación. De modo que resulta claro que desde una
“posición autónoma” problematizó los modos concretos y posibles de arribar a la esfera
de la política clásica sin desligarse del arraigo en lo social que tanto la caracteriza. En
cierto sentido, es una organización que recrea constantemente una definición que po-
demos llamar “pura” de la política. Al privilegiar la construcción de los lazos cotidia-
nos, puede saberse alejada de las contradicciones inherentes a las visiones más estraté-
gicas e instrumentales de la acción colectiva. En momentos en los que los vínculos so-
ciales aparecen impregnados de todo aquello que se relaciona con la utilidad privada,
mantener una posición alejada de ese sentido común no deja de ser una fortaleza, ya
que el FPDS se ajusta a una praxis que procura darse en la inmanencia de lo cotidiano,
para ejercer mejor lo que la política tiene de bien común y así proyectar las relaciones
sociales que vendrán.
BERGEL, Martín (2007) “En torno al autonomismo argentino”, Buenos Aires (mimeo)
SVAMPA, Maristella (2005) La sociedad excluyente, Buenos Aires: Taurus.
——— y PEREYRA, Sebastián (2004) Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las or-
ganizaciones piqueteras, Bíblos: Buenos Aires.
258
Desde finales del siglo XIX hasta 1929, Moisés Bertoni, suizo por nacimiento e
inmigrante primero en Argentina y luego en Paraguay, llevó a cabo una tarea de gran
significación desde el punto de vista agronómico, meteorológico, geográfico, cartográfi-
co, botánico y etnomédico y también, aunque en un sentido diferente, etnográfico y
lingüístico. Desde su muerte, la figura de este "sabio" ha fascinado a los académicos, in-
teresados en los múltiples aspectos de su personalidad, habida cuenta su multiforme y
gigantesca producción científica, sus complejas y en ocasiones contradictorias manifes-
taciones políticas, así como las singularidades de su vida cotidiana y finalmente, las re-
des sociales y científicas tejidas a su alrededor y el de su familia. 71 Sus principales bió-
grafos han explorado las facetas más recónditas de su carácter, que pueden sintetizarse
en un autoritarismo paternalista marcado por ambiciones desmesuradas y han sistema-
tizado concienzudamente su producción, escrita en varias lenguas y sobre las más di-
versas disciplinas (Baratti y Candolfi 1994 y 1999). Estas dos muestras representan los
principales esfuerzos sobre una producción que no cesa de incrementarse, debido a la
atracción que despiertan la magnitud de sus tareas, la evidente simpatía hacia sus lo-
gros y fracasos y sus contradictorios aportes científicos.
Con todo, en este artículo quiero llamar la atención sobre un aspecto ignorado o
poco explorado: su conexión con la imaginación utópica. No en el sentido anarquista,
ya que son insuficientes las pruebas de la existencia de un proyecto de establecimiento
de comunidades anarquistas o comunistas de suizos en Misiones y luego en Paraguay
(Candolfi, 2002-2003). Tampoco Bertoni es comparable a Nueva Australia y Colonia
Cosme, experimentos fallidos en el mismo espacio y contemporáneos al que se pretende
analizar aquí. Podría plantearse el esfuerzo de este naturalista suizo dentro de lo que
Nouzeilles (2002: 24-26) considera el segundo estadio de la historia cultural de la natu-
raleza americana, que se abre a partir del romanticismo de Humboldt y continúa hasta
finales del siglo XIX. Para el proyecto imperialista, comercial y científico derivado de
la visión baconiana del mundo, las selvas vírgenes, las cordilleras y los desiertos del
Nuevo Mundo imprimían un reto al conocimiento y al aprovechamiento económico.
Pero dentro de las hordas de expedicionarios, viajeros y naturalistas que abarrotaron
de escritos de viajes con experiencias sobre la naturaleza y las sociedades americanas, el
intento de Bertoni es, en muchos puntos, singular, tanto sea su falta de contenido polí-
tico expreso como por la insistencia en la intervención de culturas no occidentales en
las prácticas científicas. Esta participación excede simplemente la del "objeto" de ob-
servación propia de la etnografía clásica, para incluirse como un modelo básico y supe-
rador del ordenamiento occidental de la naturaleza y, por extensión, de la sociedad. En
palabras de Pratt (1997:26), podríamos ubicarlo dentro de aquellos que forman parte
de la "zona de contacto" entre diferentes universos culturales, aunque Bertoni va más
allá de una participación casual y esporádica, a la manera de los viajeros o turistas que
examinan, observan y luego vuelven a su lugar de origen. Su implicancia y compromiso
con la comunidad paraguaya implicó una referenciación profunda de su existencia en
los trópicos americanos.
Me interesa observar entonces la configuración de un proyecto utópico en la prác-
tica de la nominalización científica para forjar una taxonomía diferente, deudora de los
saberes guaraníes más que del ordenamiento de Linneo y De Candolle. Dicha clasifica-
ción implicaría también un registro diferente para otros aspectos, como las valoraciones
sobre el cuerpo, la salud y hasta una moral alternativa a la de la burguesía occidental.
Desde mediados del siglo XIX, el espacio americano fue uno de los elegidos por
grupos e individuos para desplegar una existencia diferente, bajo el sueño de la supera-
ción personal o de la construcción de una comunidad apartada de los regímenes y cons-
treñimientos políticos, religiosos y económicos metropolitanos. La formación de colo-
nias europeas fue también el recurso de las élites latinoamericanas para la imposición
de un sistema productivo moderno. Tanto el liberalismo inicial como las escuelas y cre-
yentes positivistas enfatizaron la necesidad de introducir población blanca, con hábitos
burgueses, cuya dedicación al trabajo hiciera desaparecer el atraso de la América indí-
gena y tradicional. En la consolidación de los estados-nación, la demografía originaria
era el lastre del progreso: plegados a las comunidades originarias y sus prácticas, ger-
minaban el atraso económico, el desorden político y el caos social.
261
3 Aunque se focalizará sobre su experiencia en Paraguay, la estadía de la familia suiza en el entonces Te-
rritorio Nacional de Misiones tuvo también escollos y dificultades, que impidieron su permanencia, a pe-
sar de las promesas iniciales.
262
Los antecedentes sobre taxonomías botánicas en relación con sus usos médicos
pueden rastrearse en el Paraguay y el Nordeste argentino desde mediados del siglo
XVIII. Para 1901, cuando Bertoni inició la divulgación de la taxonomía guaraní, en la
bibliografía botánica era usual el sistema de clasificación de Linneo y de denominacio-
nes binominales en latín. La variación del lenguaje vulgar hacía imposible la generali-
zación, por lo cual la taxonomía se transformó en una disciplina de enorme significa-
ción científica, necesaria para la comparación y el tratamiento general (Brockway,
263
73Ver como ejemplo las descripciones en Royal Botanical Gardens (1901), Anales Científicos Paraguayos
(1918) y Revista Farmacéutica (1927).
264
74 Sin duda, esta relación laboral fue inusual en obrajes similares. De acuerdo a los trabajos etnográficos
de Lehner (1995: 7-8), los miembros de la comunidad se reconocían hasta el presente formando parte de
la familia de Bertoni.
265
damental el "elemento humano", los "buenos e inteligentes campesinos así como los po-
co y mal conocidos indios guaraníes independientes. Ambos elementos resultaban muy
útiles para ayudar al naturalista en sus indagaciones". Las expediciones por la selva
presentaban más dificultades que en el desierto, porque las lluvias e inundaciones, las
altas temperaturas y los insectos conspiraban contra el científico. Bertoni conocía de
cerca esos riesgos; uno de sus principales lamentos era la pérdida de tres herbarios en
veinticinco años, a lo cual agregaba la imposibilidad de consulta bibliográfica para rea-
lizar un ordenamiento y clasificación científica acorde.
En la mayoría de sus obras Bertoni alaba la profundidad y el alcance de los cono-
cimientos de la “raza guaraní”. La farmacopea europea era su deudora prácticamente
en todos los aportes referidos al uso de vegetales para el tratamiento de las enfermeda-
des de esa inmensa región americana. A esta situación contraponía la publicidad de re-
medios utilizados en la medicina occidental sin ningún asidero científico (1901:12). Por
lo tanto, se requería una revisión minuciosa de las plantas medicinales de las comuni-
dades guaraníes pasadas y las actuales, con enormes posibilidades futuras. En este con-
texto, se destacaba la necesidad de utilizar la nomenclatura guaraní, ya que el número
de especies en castellano conocidas era muy pequeño y la confusión hacía más sencilla
la referencia en la lengua indígena. La denominación vulgar era, para los botánicos,
una forma de oscurecer y complicar la futura experimentación farmacológica. Bertoni
asumía que la taxonomía indígena era superadora: los guaraníes tenían clara y exacta
noción de las “familias naturales, conocen la mayor parte de los términos admitidos por
la ciencia y designan a cada uno de los grupos con un nombre fijo, como en botánica
[...] Esto es admirable, y nada parecido se encuentra en los idiomas europeos (1901:17).
El Diccionario Botánico latino-guaraní y guaraní-latino refleja una y otra vez la ad-
miración por la nomenclatura indígena con el fin de conocer las plantas y dominar el
entorno con un sentido económico. Se vuelve sobre un punto esencial para la legitima-
ción de la taxonomía: el uso industrial y médico del mundo vegetal (Bertoni 1940:143).
El saber botánico-guaraní debía actuar como puente entre quienes describen las plan-
tas y quienes las utilizan, en un registro científico (pues ésta es siempre la visión) adap-
tado a las propias definiciones de este significado. La nomenclatura guaraní es la más
perfecta en relación a las que han aparecido "antes de Linneo" y en ciertas regiones, el
nombre guaraní es más apropiado que el latino, aproximando la descripción física de la
266
pedagógica, puesto que es preciso sortear prejuicios culturales, étnicos y sociales para
acceder a propuestas tan lejanas a la experiencia personal o comunitaria.
“Los guaraníes [...] fueron uno de los mayores y más notables pueblos de la tierra” (Ber-
toni, 1922a: 455). Esta aseveración sustenta toda su obra, especialmente, los tres tomos
de La Civilización Guaraní. A pesar de estos esfuerzos, los aportes antropológicos de
Bertoni respecto a la cultura guaraní han sido considerados poco valiosos, debido fun-
damentalmente a sus fuentes históricas y a la falta de una rigurosa observación etnográ-
fica (Baratti y Candolfi 1999). Bertoni se basó en la obra de viajeros extranjeros (fun-
damentalmente, André Thévet, Jean de Léry, Rochefort y Nordenskiold) y relatos de
portugueses y brasileños (como Barbosa Rodríguez), pero no consultó todos los textos
referidos a las comunidades guaraníes históricas o contemporáneas.
A pesar de la intención de interrogar a los "documentos vivos" (Bertoni, 1927b:
25), su formación antropológica no era la adecuada. Las observaciones etnográficas son
superficiales y han sido descartadas en la actualidad por los académicos. La descone-
xión en tiempo-espacio de sus fuentes documentales hace tambalear muchas de sus
aseveraciones, así como hace imposible situar las experiencias concretas en relación con
una práctica antropológica específica. Sin embargo, la obra de Bertoni plantea críticas
certeras a las teorías positivistas que legitimaron la superioridad racial de los blancos y
asume a la cultura guaraní como modelo para generar una comunidad más allá de las
fronteras nacionales.
Si bien la afirmación de la superioridad occidental fue sancionada en sí misma
como un dato irrefutable, se la sostuvo a partir de argumentaciones biológicas. Dos
teorías, finalmente ensambladas, son claves en este período: la de la degeneración y la
eugenesia. La primera surgió a mediados del siglo XIX, cuando el médico francés Be-
nedict Morel publicó Traité sur les dégénerences. Su impacto fue enorme en la naciente
psiquiatría y constituyó la base de la antropología física (Pick 1989). La eugenesia, de-
finida en 1883 por Francis Galton (Inquiries to the Human Faculties) como la “ciencia
del mejoramiento humano”, supuso una re-transmisión de doctrinas propias del darwi-
nismo a las interpretaciones sociológicas e históricas, con la base teórica que proporcio-
269
como la forma braquicefálica del cráneo permitían sostener dicha superioridad de ma-
nera objetiva, mientras que el color de la piel –más oscura-, debía descartarse por no
tener incidencia biológica alguna.
Esta asunción corregía las teorías científicas usuales porque los aportes de la an-
tropología física occidental que habían promovido la separación e inferioridad indígena
se tomaban como base para negar la degeneración de la "raza guaraní". La obra plan-
teaba la "nobleza física" y altos valores morales de dichas comunidades, tanto en Para-
guay como en otras áreas americanas. Se buscaba una "esencia" que permitiera aban-
donar el positivismo en el análisis científico y comprender sus enseñanzas para el avan-
ce de la farmacología, medicina, botánica, zoología y otras muchas disciplinas más
(Bertoni, 1927b: 13). La mezcla de sangres era positiva y hacía posible el crecimiento
nacional y más allá, de "organismos colectivos". En conferencias dictadas en 1913 ase-
veró que tenía ventajas de la descendencia mestiza, en su caso, de los guaraníes con la
"raza" helvética. Frente a un patrioterismo mezquino y falseado por el odio, había que
arremeter uno genuino y "natural" que dibujase las "entidades verdaderas" (en cursiva
en original, Bertoni 1914: 162) y fuese un aporte entre ambos continentes.
75 Bertoni expresa que los indígenas que toman bebidas en Paraguay no son guaraníes. Respecto a la
yerba mate (Ilex paraguaiense), el autor forma parte de una larga lista de especialistas que alabaron sus
efectos benéficos, iniciada casi en el momento de expansión productiva en el ámbito rioplatenses.
76 La escarificación permite el sangrado y es por lo tanto, una sangría superficial; la urucuización, es de-
cir, la pintura corporal con un pigmento rojo, la protege de infecciones y microbios, en un clima donde la
ropa no es más que una molestia e implica suciedad; es notable el pudor de las mujeres y jóvenes, aún en
las viviendas colectivas, los casamientos precoces (entre 10-12 años) no significan perversidad sino que
eliminan la prostitución y finalmente, la consanguinidad no implicó degeneración alguna, a pesar de es-
tar prohibida entre los pueblos occidentales (Bertoni, 1927: 148, 157, 160 y 178).
77 En este momento, la eugenesia extrema acepta el aborto y la eutanasia en casos de deformación física
——— (1984) "La cultura indígena y su organización social dentro de las misiones je-
suíticas", Suplemento Antropológico, vol. XIX, nº 2, diciembre.
279
Mosè Bertoni, nacido en Lottigna, pueblecito de la Suiza italiana, en 1882 decide emi-
grar hacia Asia, África o América del sur y, finalmente elige la provincia argentina de
Misiones. Desea huir de una sociedad inmoral para vivir de la agricultura y de la cien-
cia, cosa imposible en su tierra: podemos sintetizar así las múltiples razones que él ex-
pone en una larga carta a su esposa (14/2/1882). Hablando con su amigo liberal Rinaldo
Simen, justifica su elección con estas palabras:
Quería emigrar a un país lo más virgen posible, para fundar una colonia
agrícola que sea al mismo tiempo ejemplo viviente de la puesta en práctica
de nuestras ideas sociales y refugio para nuestros hermanos perseguidos.
La elección de la zona intertropical fue natural, porque para poder dedicar
tiempo a las investigaciones el trabajo agrícola no puede ser demasiado pe-
sado
Y agrega:
Silencio absoluto sobre la parte social de mi proyecto ¡Ay si los gobiernos
lo supieran! (3/9/1882)
Estas palabras, una vaga alusión al igualitarismo entre los socios en otra carta y
un plano de una colonia “ideal” sin realizar (Baratti y Candolfi, 1994, anexo 1), es lo
que queda de ese proyecto. En cambio sabemos que una vez en territorio americano,
frente a las dificultades materiales y a la deserción de sus escasos “socios” todo esto se
disuelve, y no solamente de hecho: “Moisés se curó completamente de sus ideas huma-
nitarias y socialistas y desde ahora no pensará más que en su propio interés”, escribe
aliviada su madre Giuseppina, quien lo ha acompañado en su aventura, en julio 1884, a
cuatro meses de su llegada a Argentina. En realidad Moisés no ha abandonado “com-
pletamente” sus ideas, puesto que más tarde se referirá al “socialismo evolutivo” y al
“socialismo cristiano”, pero sin comprometerse públicamente, en ninguna forma, con el
ámbito político o social. En Ginebra Moisés ha conocido a Pëtr Kropotkin y Elisée Re-
clus, se ha acercado al anarquismo, se ha apropiado, en parte, de su lenguaje, pero des-
de su llegada a América es muy difícil encontrar -en sus escritos y acciones- elementos
que nos permitan identificarlo como tal (Candolfi, 2002-2003). Las relaciones con Kro-
potkin y Reclus se interrumpen pronto y para siempre, ni siquiera hay colaboración de
tipo científico con el gran geógrafo francés, que está completando en estos mismos años
la parte americana de su Nueva geografía universal. Por otro lado, ninguna nueva rela-
281
Vemos aquí una parte de la familia Bertoni hacia 1914, frente a la casa principal
de Puerto Bertoni. En el centro están Moisés y su esposa Eugenia Rossetti, rodeados de
varios hijos, yernos, nueras y sobrinos. En esta fotografía Moisés parece sereno, feliz.
Para él la familia es un valor absoluto: “mi único ideal hasta la muerte”, le escribe a
Eugenia en marzo de 1900, año de nacimiento de Aristóteles, el último de los trece hi-
jos. La familia numerosa es para él, como para “los moralistas del buen tiempo antiguo
(…), el mejor regalo de los dioses” (a Leopoldo Benítez, 6/7/1914). En su visión del
282
mundo, la familia tiene verdadera y constantemente un lugar central: una familia que
gira en torno al patriarca como en esta fotografía. Estamos lejos de las ideas sobre la
familia propias de muchos pensadores anarquistas. El joven Mosè en 1878, antes de
acercarse a ellos, ve en el deseo de deshacer a la familia una de las culpas más graves de
los anarquistas. Él nunca la pondrá en discusión, y hasta llegará a exaltar al hablar de
los guaraníes, el modelo europeo-cristiano de familia: “La religión, al hacer del matri-
monio un sacramento, y de la castidad una virtud, nos ha enseñado la vía, la buena, la
única que seguir debemos, aun cuando la meta, para los más, sea todavía un ideal le-
jano” (Bertoni, 1956, 196).
Si bien en algún momento Moisés trata de establecer colonos suizos o alemanes,
Puerto Bertoni es de hecho una colonia de familia, de aquella familia numerosa con que
Moisés siempre soñó. Leamos cómo le expone a su esposa Eugenia, el 9 de mayo de
1896, el acuerdo que le permite ser proprietario:
hay otra noticia que más te alegrará: el Presidente ha hecho lugar a mi soli-
citud, y ha ordenado se me otorguen los títulos de propiedad definitiva del te-
rritorio de la Colonia! Al fin, Eugenia, hemos triunfado; he alcanzado mi
gran ideal, el ideal que perseguimos tenazmente durante doce años de penas
y privaciones de toda clase! Al fin estamos afuera de peligro, y nuestros hi-
jos tienen asegurado el porvenir por el trabajo, sobre la base de una propie-
dad valiosa que en un porvenir no lejano representará una fortuna! Al fin
trabajaremos con el corazón tranquilo, seguros de recoger un día todo el fru-
to de nuestros trabajos, y ya nuestro sudor no regará más un suelo ajeno, y
nuestros modestos placeres no serán más amargados por la duda, por el re-
celo de ver repetida una desgracia como las que nos afligeron y casi nos aba-
ten en Yavevyry y en Yaguarasapá. Yo no sé cómo expresarte mi contento,
pero tu me comprendes, y aunque no adores la agricultura tanto como yo,
participarás de mi felicidad, pues bien sabes que nuestros hijos la aman, que
es la base de toda verdadera y duradera prosperidad, que nos permitirá un
dia vivir activa y tranquilamente sin necesitar de nadie [...] Ahora podemos
exclamar, Eureka!
La propiedad es entonces el trámite fundamental que permite a la familia cons-
tituir una comunidad productiva posiblemente autónoma, en condiciones de llevar a
283
cabo los proyectos de Moisés, que se convierten necesariamente en tarea de todos. Esta
presión, junto a las angustias económicas, llevará a unos hijos a sustraerse de la tutela
patriarcal, a abandonar la órbita ya trazada. A la víspera del crepúsculo, Moisés escri-
birá, amargado:
Así que el edificio levantado con tanta constancia, pena y cariño, se viene
abajo. Mis ilusiones sobre una familia tan numerosa, en pocos años se des-
vanecieron. Me quedo sin sucesores, ni colaboradores; ni hijos, ni nietos
(…). Sólo veo claramente el desastre de mis ideales, el naufragio de mis es-
peranzas, la mortificación de mi orgullo de familia (a Elmino Tosi,
18.2.1929).
De la escuela de Puerto Bertoni no sabemos casi nada. Tenemos esta linda foto-
grafía, unos cuadernos de geografía, geometría, latín, dibujo e historia de Linneo Ber-
toni, el hijo predilecto de Moisés (que vemos aquí en el fondo, a la derecha, y que murió
poco después, a los 17 años) y de Aristóteles, el hijo menor. Una que otra información
aflora también de la correspondencia. Por ejemplo en una carta a Eugenia de abril de
1912 Moisés dice que un tal Stephan, probablemente suizo, dará clases de geometría y
agrimensura, zoología, francés y alemán y que Moisés (hijo) enseñará geografía. La
misma Eugenia da clases. Las retóricas páginas de historia, dictadas a Linneo en 1911
284
Las bananas de esta embarcación son para la venta, al igual que otros productos
de la colonia como el café. Entre la abundante documentación bertoniana conservada
en Suiza y en Paraguay no son muchos los documentos administrativos, y no es posible
290
trazar una historia económica detallada de Puerto Bertoni. Los datos, además de ser
fragmentarios, a menudo no están fechados. Afortunadamente en unas cartas podemos
encontrar informaciones generales sobre la producción agrícola. Las noticias más anti-
guas se refieren al asentamiento precedente, el viejo Puerto Bertoni en Yaguarasapá,
también a la orilla paraguaya del Paraná, río abajo: en 1891 Moisés informa a su her-
mano Brenno que tiene “300 bananos, una hectárea de caña de azúcar y, sobre todo,
4000 plantas de café, que constituyen mis esperanzas frente a los casos de la vida”. Son,
según su opinión, las únicas plantaciones de banana y café de la región. De la definitiva
colonia de Puerto Bertoni tenemos las primeras informaciones en 1896:
El precio de los terrenos aumenta. Ya poseo muchas tierras, pero si consigo
hacer economías, pienso comprar unos kilómetros más, porque son de mu-
cho porvenir [...] La explotación de yerba mate y de madera para muebles
produjo mucho movimiento en el Alto Paraná [...] Yo también tengo una
pequeña explotación de yerba, que este año producirá 40 a 50 mil kilos. No
se si podré aumentar, los gastos de transporte sono todavía demasiado altos
y la ganancia no es mucha. En este trabajo empleo casi exclusivamente In-
dios; me cuestan poquísimo, por suerte. Mejorando los medios de transpor-
te, el negocio sería más rentable” (a Giuseppe Strozzi, 23/7/1896)
Tenemos nuevas y positivas informaciones en una carta al hermano Brenno de
mayo de 1913:
Puerto Bertoni marcha bien. El comercio de frutas y el precio de las tierras
aumetan. Exporto ahora 12 000 kilos de bananas cada 10 días [...] Dentro
de un año serán el doble. Mi cafetal cuenta con 94 000 plantas, en parte
jóvenes aún y que producirán dentro de 2-3 años. Mi colección de plantas
cultivadas es la más rica de Sudamérica [...] El precio de las tierras no ha
dejado de aumentar rápidamente. Muchos me lo piden, pero no venderé, ni
en lotes pequeños, si no a colonos merecedores. Los precios tienen que subir
más y al menos doblar en 10 años. Como ves, tras un trabajo muy duro em-
pieza el tiempo de la cosecha
Moisés hace sus cálculos para el futuro en estos años de fiebre de compras de tie-
rra, determinada en parte por los proyectos ferroviarios. Las vías ya trazadas en los
mapas prometen posibilidades de explotación de los montes y de extensión de la gana-
291
dería; muchas tierras son compradas por el mismo grupo financiero que controla las so-
ciedades del ferrocarril. Los precios de la tierra continúan subiendo hasta la crisis de
1914 y luego caen bruscamente. Ya en marzo de 1914 Moisés le escribe al amigo suizo
Adolf Schuster:
El momento para mí es algo difícil. El año, económicamente, es pésimo. Mi
exportación de bananas está casi completamente suspendida, a causa de la
crisis, y aún más, a causa de la falta de medios de transporte fluvial seguros.
Pierdo actualmente más de seis mil racimos por mes [...] Si yo hubiese podi-
do hacerme con medios de transporte oportunamente, hoy tendría mis con-
tratos. El crédito agrícola no existe sino de nombre
En su diario registra en los mismos días que de los 15.000 racimos maduros conse-
guirá quizás vender unos 500, y que el precio del café y de la yerba son insuficientes:
“los compradores dicen que es mejor no producir. Buen consejo para quien ya tiene in-
vertido su capital!!” (17/3/1914). Y a Leopoldo Benítez, en julio de aquel año:
ya nada se vende. Ni una banana; 30.000 racimos se me han podrido en las
plantaciones desde Enero [...] Inútil hablar de otra fruta. El gobierno nada
ha hecho para mejorar los transportes fluviales, así que los fletes exorbitan-
tes nos prohiben remitir directamente a Buenos Aires, donde se vendería,
aun que sea a 6 o 9 meses plazo y a bajo precio. Yerba, ni a estas condicio-
nes se ha podido todavía vender; madera, a ningún precio, ni por lo que
cuesta
Por lo que concierne a las tarifas fluviales, no hay exageración: Alexander Mac
Donald, en su Paraguay. Its people, customs and commerce de 1911, observaba que
echando una ojeada sobre el mapa, la primera impresión sería de que, con
un excelente sistema de vías fluviales, el Paraguay tendría que estar tan
cerca de Londres como Sudáfrica. Pero, en realidad, uno puede enviar un
paquete de mercancías desde Londres a Sydney (Australia), retransportarlo
a Hong-Kong, trasbordarlo en este puerto, y finalmente, pasar la aduana en
Londres a la midad del costo que uno incurre en enviar una carga similar
desde Asunción a Buenos Aires. Los fletes para este viaje de tres días aguas
abajo [...] representan el doble de las tarifas por 30 días en cualquier lugar a
través del océano (Herken Krauer 1984:139-140).
292
La salvación de Puerto Bertoni está en los cafetales: “están dándome muy buen
resultado económico; mediante ellos he podido sostener el establecimiento durante esta
crisis” (a von Ihering, 12/12/1916). Pero en 1918 una helada excepcional asesta un gol-
pe tremendo a la economía de la región. Un año “terrible, sin precedentes en la historia
del Paraguay”: “vamos a perder tres años de producción, tres años sin café. Mi gran co-
lección a perdido muchos árboles tropicales” (A Brenno, 7/11/1918). El científico Ber-
toni aprovecha para estudiar el fenómeno y publicar dos artículos (Bertoni 1919a;
1919b). Pero el colono Bertoni está de rodillas. Además, los graves problemas de trans-
porte fluvial se han agravado desde 1915 con la “ley de cabotaje”, que impide a los va-
pores extranjeros cargar o descargar mercancía sobre la costa paraguaya. Y como casi
todos los vapores sobre el Paraná son argentinos… Al principio de los años ‘20 la situa-
ción es crítica:
Aquí todo es ruina, pues, salvo Aristóteles, y Moisés con la imprenta, todos
deben trabajar para que se coma, sin disponer de una hora en el día; así que,
a pesar de los esfuerzos, el puerto es como de Guayanás, el puente cayó, los
caminos descalzados, los cultivos que no son para comer están en parte
abandonados y otros mal atendidos, las colecciones suspendidas, todas más
o menos en mal estado, la agrícola abandonada a las ratas, como la de fi-
bras, etc., el gran herbario a punto de perderse como los anteriores [...] Y
cuando estoy en la perdurable tortura de ver todo eso, tengo que oir los via-
jeros que me felicitan por el terreno que el gobierno me regaló, y me pregun-
tan a cuanto asciende la subvención mensual que ese gobierno me paga,
creyendo alguno que alcanza a 100.000 pesos anuales, según afirman haber-
les dicho un ex presidente, y creyendo los más (casi todos) que nuestras pu-
blicaciones son oficiales... Ya no aguanto más” (a su hijo Tell, 19/12/1922).
Moisés sintetiza la situación de 1926 con estas palabras:
Hace muchos años ya que la inconsulta ley de cabotaje ha arruinado com-
pletamente mi negocio de exportación de fruta, y sigue impidiendo toda sa-
lida que no sea de pichuleo. La misma ley impidió todo arreglo con la com-
pañía alemana “La Ribereña del Plata” [...] Por otro lado, los fletes excesi-
vos vinieron a hacer imposible todo cultivo de algodón, tabaco y otros pro-
ductos, con excepción de la poca banana que pueden comprar los empleados
293
de los vapores, a los que quieran permitirles tocar esta desdichada costa,
bloqueada por sus propios dueños. Para plantar yerba se necesita capital y
crédito agrícola. Tres veces me he dirigido a nuestro Banco Agrícola y tres
veces me han dejado sin contestación. La crisis del postguerra me dejó en
1919 y 1920 sin peones y en esa perdí 60.000 plantas de café, las que maltra-
tadas por la helada de 1918 necesitaban pronta poda y mucha limpieza. La
revolución dejó casi al suelo a mi hijo Reto y yerno Flores, los únicos que
podían ayudarme [...] Aquí apretamos el cinto en esperas de mejores tiem-
pos” (a Rodolfo Ritter, 17/7/1926).
Concluyendo, podemos comprobar cómo el aislamiento económico de la colonia
–que puede hacernos pensar en una consciente elección de estar “al margen del merca-
do”– no se busca, sino que es vivido como un verdadero desastre. Moisés habría desea-
do, como cada emprendedor, desarrollar la producción, aumentar las ganancias, apro-
vechar lo más posible la subida de los precios de la tierra. La diferencia está en la utili-
zación de las ganancias, en gran parte destinadas a alimentar la labor científica de la
familia. O en la disponibilidad de vender tierras solamente a “colonos merecedores”:
también en este detalle encontramos un elemento central en la visión del mundo de
Moisés, la primacía de la moral.
El espejo guaranítico
294
ancestrales, tuvieron que aceptar el trato con el nuevo mundo que les venía
encima [...] El primer paso de los Mbya hacia el relacionamiento pacífico
con la sociedad blanca fue la aceptación del trabajo asalariado, la changa,
para los patrones blancos, entre ellos Bertoni” (Lehner 1999).
Aunque desde un punto de vista etnográfico los tres tomos de La Civilización
guaraní son escasamente atendibles, la obra es sin duda muy interesante desde otros
aspectos: la historia de la ciencia (etnohistoria, etnografia y etnobotánica), la historia
del mismo Bertoni y la historia cultural del Paraguay. Como nos explica otra vez Beate
Lehner,
Bertoni construye en esta obra una imagen que excluye todo rasgo de la
cultura guaraní que no coincida con sus ideales o lo atribuye a influencias
de otras culturas indígenas, culturas primitivas, según su entender. Además
Bertoni se mantenía totalmente dentro de los conceptos integracionistas vi-
gentes en la época [...] Ante las ideas desarrolladas por Bertoni, tenemos
que preguntarnos si Bertoni realmente entró en un diálogo de igual a igual
con sus peones mbya. Tanto la imposición de la imagen de una cultura gua-
raní ideal como la insistencia en la reducción y evangelización de los Mbya,
nos hace dudar de esto y, más bien, sospechamos que Bertoni, para los
Mbya, nunca fue más que un patrón, a quien nunca se hablaba de los con-
ceptos fundamentales de la cultura Mbya (Lehner, 1999).
En efecto, las fuentes de Bertoni son sobre todo literarias (los textos que hablan
de los guaraní desde la llegada de los jesuitas en adelante) y la obra propone una ima-
gen idealizada de ellos, en la que se reflejan los valores bertonianos. Rubén Bareiro Sa-
guier (1990:116), analizando las páginas dedicadas a la religión, ha mostrado cómo Ber-
toni trata de aproximar la religión guaraní a la católica, “aceptando implícitamente la
tarea de suplantación cultural realizada por los catequizadores, justificándola”. El
anarquista suizo Peter Schrembs, utilizando de manera muy unilateral los textos de y
sobre Bertoni, ha querido encontrar en La Civilización Guaraní sobre todo la confirma-
ción de la persistencia, en Moisés, del ideal anarquista: en la organización social de los
guaraní Moisés habría encontrado la realización de la sociedad sin Estado acariciada en
su juventud. Existe eso también, pero no tiene un lugar importante en esta obra com-
pleja, ecléctica y única. No es una casualidad que ninguno de sus lectores contemporá-
296
neos haya subrayado este tema pues Bertoni expone pocas y muy genéricas observa-
ciones sobre el carácter “anarquista” de la organización social guaraní, y no se preocu-
pa de su sobrevivencia puesto que su proyecto es integrar paulatinamente a los guaraní
dentro de una sociedad paraguaya progresista y cristiana. Pero en La Civilización gua-
raní encontramos mucho más, en ella convergen todos los múltiples y contradictorios
elementos del pensamiento bertoniano. Henos así frente a una concepción de los guara-
ní como “raza superior”, cuyas características exaltadas por Moisés son también, entre
otras, el “sentimiento nacional”, la alimentación prevalentemente vegetariana (como la
suya), el orden gerontocrático y, sobre todo, la primacia de la moral: sería, la guaraní,
una sociedad “etocrática” (Bertoni, 1927:212). En este sentido nos parece más acertado
el comentario de otro biógrafo suizo que escribe: “el único consuelo y la única confir-
mación -al menos parcial- de sus teorías sociales, Bertoni los halló en el Indio Guaraní,
de alma todavía pura, inocentemente honesto” (Pedrazzini, 1962). En La Civilización
guaraní, como en las conferencias publicadas en 1914, los guaraní asumen los rasgos de
un pueblo depositario de toda virtud, a veces parecido al suizo, del cual Moisés sigue
sintiéndose un orgulloso representante.
En la sociedad paraguaya esta proyección utópica de Moisés, esta idealización,
este ennoblecimiento de un guaraní abstracto, muy lejos del guaraní real constreñido a
la changa, contribuye de hecho al nacimiento de un nuevo nacionalismo. Con su obra
Moisés participa de la “generación indigenista-nacionalista” paraguaya (Baratti 2002-
03), que elabora una identidad nacional basada en lo guaraní, utilizada después por to-
dos los gobiernos que dominaron el Paraguay en el siglo XX. El paraguayo portador de
esta ideología nacional, observa el antropólogo León Cadogan, “glorifica al indio histó-
rico, del cual se sabe descendiente”, pero “desprecia al indio de carne y hueso que se
muere de sífilis y tubercolosis a la vera de los progresistas caminos” (Chase-Sardi, 1989,
423). Sin embargo, no podemos atribuirle esta deriva a Moisés, que ensalza la civiliza-
ción guaraní del pasado pensando en la “raza cósmica” del futuro. En 1922 interviene
en el Congreso de americanistas en Río de Janeiro con un vibrante discurso a favor del
mestizaje planetario y se hace apóstol “de una utopía de hermandad universal en la que
los pueblos latinoamericanos tienen un rol histórico de vanguardia; de una utopía mes-
tiza que rescata a América Latina y a sus habitantes” (Baratti y Candolfi, 1999:167).
En este caso, también nosotros utilizamos el inefable concepto de utopía, acotando que
297
para Moisés esta parece ser una palingenesia sustitutiva de la anarquista de su juven-
tud, otro camino para alcanzar la hermandad universal (un camino que es también, pa-
ra el Moisés maduro, profundamente cristiano).
tras un paréntesis en Estados Unidos. Pittier es más longevo y muere en 1950 en Cara-
cas, tras haber dirigido el Observatorio meteorológico, el Servicio botánico del Ministe-
rio de economía y el Departamento de investigaciones forestales. En su larga vida cien-
tífica se ocupó de etnografía, botánica, agronomía, geografía, meteorología: enciclopé-
dico como Moisés. Publicó también un Ensayo sobre las plantas usuales de Costa Rica (y
Moisés dejó a medio camino sus Plantas usuales y útiles del Paraguay), atendiendo a la
nomenclatura indígena antes de que se hablara de “etnobotánica” (Häsler y Baumann,
2000:211-12). Dos vidas paralelas bajo muchos aspectos (y entre los dos hubo una co-
rrespondencia epistolar de carácter científico), con dos diferencias importantes: Pittier,
aunque realizó muchas investigaciones etnográficas y botánicas en áreas periféricas, no
rehuyó los centros habitados y su trayectoria fue, en relación con sus expectativas, más
exitosa. En el caso de Bertoni, el aislamiento en la selva y el desastre parcial son, con
toda evidencia, aspectos “fuertes” para llevar a una lectura “utopística” o “utopizan-
te” de su vicisitud.
Si el anarquismo, generador de esta lectura “utopista”, está ausente en la vida
de la colonia, estos otros aspectos -aislamiento y parcial derrota- emergen con prepo-
tencia. El primero se puede sin duda caracterizar, si queremos, de “utópico”: la idea de
crear una comunidad separada, virtuosa y en buena medida autárquica es común a
muchas experiencias utópicas, religiosas o sociales. El segundo -el desastre- en rigor no
debería de ser considerado un elemento característico de un proyecto utópico, empero,
a posteriori, tiende a serlo: si una idea osada y a contracorriente no se realiza, de alguna
manera confirma su carácter de utopía (un silogismo peligroso, pues confina sin reme-
dio cada utopía a la irrealidad). Si buscamos en Moisés la expresión de una hipótesis al-
ternativa al mundo dominante, no la vamos a encontrar en un proyecto extrictamente
político-social (su ideal de un Paraguay desarrollado económicamente y socialmente no
es tan diferente del de su mejor amigo, el economista liberal Rodolfo Ritter), sino en
una fuerte acentuación de valores pre-políticos (la dignidad personal y la moral que
Moisés encuentra en el mundo clásico griego-latino, en los montañeses suizos y en la ci-
vilización guaraní) y en la dimensión antropológica y cultural (la centralidad de la fa-
milia, la ciencia, la labor agrícola). Su adhesión total a estos elementos, junto a la des-
dicha y a otros factores materiales, le llevó a una posición de marginalidad que -de he-
cho- acabó por configurarse como la búsqueda de “otro mundo posible”. El pensamien-
299
to teórico de este sabio que vivía en la selva podía estar en armonía por un lado con las
ideas del historiador conservador y nacionalista Juan O’Leary, por otro lado con los
proyectos de un presidente como Eligio Ayala o de un obispo partidario de la doctrina
social de la iglesia católica, y aún más con la visión política de su hermano Brenno, des-
tacado miembro del partido liberal en Suiza. No su estilo de vida, radical y orgulloso en
la austeridad, no negociable en la búsqueda constante de la soberanía individual y fa-
milial. El aislamiento virtuoso en la naturaleza es el aspecto que más sorprendía a sus
contemporáneos. Así lo recordó Rodolfo Ritter en la oración fúnebre:
No he encontrado a ninguno de ética tan alta, tan consecuente, tan profun-
damente social como la de Bertoni. Austero en su vida, hasta rayar ésta a
la de un monje budista, Bertoni era indulgentísimo para los errores y fla-
quezas ajenas, misericordioso y benéfico como nadie [...] Eecuerda en su
ética al poverello de Asís, adorado en los altares bajo el nombre de San
Francisco [...] ¿No tuve razón de hablar de héroe, de santo laico?” (Ritter
1929)
Con la tendencia al exceso propio de estos momentos celebrativos, Ritter señala
aquí un rasgo que hoy aún, sin inútiles santificaciones, nos puede conmover. Si en el
ideario ecléctico de Moisés podemos apreciar algún que otro aspecto que nos guste (el
empuje social de su juventud, el respeto a los indígenas, la vida en la naturaleza, la
promoción de una agricultura que no perjudique el suelo…) -a condición de poner
otros, muy decimonónicos, entre paréntesis (el determinismo racial, la visión patriarcal,
el nacionalismo, el cientificismo positivista…)-, podemos aceptar por entero su actua-
ción siempre coherente con sus convicciones.
Descartada la interpretación de la experiencia bertoniana como utopía anar-
quista, vemos hoy otras lecturas “utopizantes” que ponen en el centro, acertadamente,
la ciencia y la naturaleza (Di Liscia en este mismo libro y Sanz Jara, 2007). La fuerza
de atracción de la “utopía” es tan grande y necesaria que nuestro emigrante se quedará
con esta etiqueta adherida. Está bien: ya encontramos razones para aplicársela. Lo im-
portante es, para nosotros, que las ideas y la experiencia de vida tan peculiares de Ber-
toni no se desvanezcan bajo el peso de una interpretación demasiado codificada del
concepto de “utopía” o -al revés- demasiado indeterminada. En cuanto al mismísimo
Moisés, tan desesperado en sus últimos años, de todas maneras tendría que sentirse hoy
300
plenamente rescatado, y quien sabe si “los gigantes de los bosques del Monday” no lo
oirán nuevamente cantar, “cantar de voz plena y musical, de su voz varonil de barí-
tono” a la belleza y a la gran alma del Universo (Ritter, 1929).
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ZARAGOZA, Gonzalo (1996), Anarquismo argentino (1876-1902); Madrid: De la Torre.
302
Federico Lorenz
Primeras imágenes
Hay recuerdos que funcionan como imágenes congeladas, mientras que otros son
partes de escenas en movimiento. Puedo imaginar mi trabajo de historiador de ese mo-
do, como la construcción de una historia encarnada en imágenes sueltas y sólo aparen-
temente inconexas, con un guión que, establecido en líneas muy generales, a veces da
saltos conceptuales y argumentales en función de una trama que sólo se va revelando
por completo a medida que el film se desenvuelve. Son fotogramas de un documental
que tanto registra mi trabajo como las vidas de las personas que investigo. A veces en
blanco y negro, otras en color; en ocasiones con la calidad del cine, pero otras veces con
la precariedad de un Súper 8 casero.
La investigación histórica es entonces tanto la narración del suceso estudiado y
explicado como el descubrimiento de un lugar en el mundo. Como en el cine, enfoques y
aumentos tienen que ver directamente con la obra.
En una de esas fotos, Ana Rivas me escribe un correo electrónico en el que me di-
ce que cuando tenga un hijo le va a poner mi nombre, Federico. Ana tiene más o menos
mi edad. La conocí por mi trabajo como historiador, investigando sobre el pasado re-
ciente argentino. Así, supe que el 12 de junio de 1976 la dictadura militar argentina se-
303
cuestró a su papá, Hugo Rivas, militante sindical y trabajador en los astilleros Astarsa,
en la zona de Tigre. Desde entonces, él permanece desaparecido. Mi libro sobre la histo-
ria de su padre y otros militantes está dedicado a ella.
Ana dice que su futuro hijo, cuando lo tenga, llevará mi nombre porque “conmigo
siente como si me conociera de toda la vida”. Sin embargo, nos conocemos hace exac-
tamente dos años. Carlos Morelli fue compañero del papá de Ana. A él lo conozco desde
el año 2003, y rápidamente pasó a ser Carlito, el nombre con el que lo conocieron los
otros obreros durante su militancia. Fue uno de mis entrevistados más importantes
cuando estaba haciendo la investigación sobre el activismo sindical de los obreros nava-
les. Durante muchos fines de semana lo visité regularmente en San Fernando, donde
vive, para caminar por las calles que el recorría rumbo al trabajo, para conocer los lu-
gares donde se reunía con sus amigos y compañeros, como otra de las estrategias de in-
vestigación para reconocer los espacios donde habían transcurrido sus luchas, sus victo-
rias y sus derrotas.
Tengo esta imagen: uno de esos días, caminamos hasta mi auto para despedirnos,
pateando las hojas amontonadas por el otoño. Carlito trae un paquete bajo el brazo;
una bolsa de supermercado. Meto las llaves en la cerradura de la puerta, y entonces me
dice, con la solemnidad que tiene a veces:
-¿Sabés, Fede? ¿Pensaste qué somos nosotros?
Yo todavía tenía en la cabeza la entrevista que habíamos hecho esa mañana.
-Qué se yo. Yo te quiero mucho.
-Podríamos ser amigos –continúa sin escucharme, como cuando quería decir todo de un
tirón- pero no lo somos. Por mi edad, yo podría ser tu padre y vos mi hijo; pero tampo-
co.
Toma aire, y lo larga:
-Pero de lo que no me cabe duda es que sos un compañero.
Lo miro, sorprendido, mientras saca lo que trae dentro de la bolsa.
-Esto es para vos.
Esa tarde Carlito me dio sus zapatos, los que había usado como trabajador hasta
el momento en que se los sacó por última vez el día que dejó el astillero, luego de que en
una reunión le advirtieron de la amenaza del golpe. Desde ese día, en el verano de 1976,
nunca había vuelto al astillero.
304
Castigos y cortes
bilidad cierta de “castigo” derivaba del grado de cercanía que un individuo tenía con el
círculo de afectos o relaciones sociales de las víctimas, de una latencia de la amenaza
que funcionó eficazmente en espacios pequeños como una fábrica, un barrio o una fa-
milia.
De allí que el aislamiento de los afectados fue también, en muchos casos, otro de
los efectos que la represión logró. En el largo plazo, este disciplinamiento consolidó ac-
titudes individualistas y egoístas que aún hoy traban diferentes esfuerzos de construc-
ción colectiva. Un secuestro y un asesinato, crímenes políticos que eran casos indivi-
duales de un proceso extensivo y estructural de disciplinamiento social, se transforma-
ron, a través de silencios y distanciamientos como los descriptos, en episodios aparen-
temente “individuales”, que marcaron para siempre una historia personal y familiar.
La represión, si no a todos, confinó a miles a vivir entre cuatro paredes su dolor, su
pérdida y su derrota. En muchos casos redujo derrotas políticas colectivas a heridas in-
dividuales.78
La dictadura militar atacó con fuerza y eficacia distintas tramas de la vida social:
la experiencia de organización sindical, la vida comunitaria, las amistades, los afectos,
los lazos familiares, culturales y artísticos. Desmovilizar mediante el miedo, aniquilar
por medio de la matanza, disciplinar mediante el aislamiento fueron los objetivos es-
tructurales de la represión ilegal, como una forma de consolidar las bases de los modelos
sociales en los que vivimos hoy. La “caída del mapa” de los excluidos por el sistema, los
“residuos” humanos, seres desechables de los que habla Bauman (2005:24 ss.), fue pre-
cedida en la Argentina por la exclusión de los desaparecidos del presente social a costa
de sus vidas, y de sus familiares del espacio público. Buena parte de la historia argenti-
na reciente estuvo y está teñida por los esfuerzos de éstos por hacerse ver, y por lograr
tanto un espacio para la memoria de sus seres queridos como el castigo de los culpables,
al punto de que hoy parecen inescindibles uno del otro.
Pero en el plano más general de las relaciones sociales, diferentes tejidos y articu-
laciones humanos y políticos, lazos de solidaridad y afectivos; lealtades políticas y cul-
turales, se vieron atacados y afectados en una forma tan virulenta y radical que a veces
llevan a pensar que efectivamente no hay nexos entre quienes sostienen este tipo de
78Esto debería servir como alerta frente a los excesos del subjetivismo. Si bien es de destacar el aporte de
las historias individuales en la reconstrucción del pasado reciente, la evocación ahistórica de sentimientos
en torno a acciones (que son históricas) puede profundizar los efectos represivos que se busca reparar.
306
identidades, que son sólo islas en un mar de incertidumbre. En esta concepción, los se-
res humanos son meros sobrevivientes, maderos a la deriva, despojos arrastrados por
las aguas de la inundación.
79Estos testimonios son parte de la colección “Astarsa: Organización, lucha y represión en el ámbito sin-
dical (1973-1978)”, parte del acervo del Archivo Oral de la Asociación Memoria Abierta, Argentina.
307
Redes
una voz histórica, y de una forma de narrar el pasado, particulares a una clase o grupo,
que comparte los criterios de validación de la disciplina, pero que no se subordina com-
pletamente a ellos, ya que la legitimidad más importante no es ante los pares académi-
cos, sino ante la experiencia que busca verse reflejada en ella. De este modo, hacer la
historia de los sectores populares no es sólo tomarlos como objeto, sino ubicarse desde
una perspectiva de clase moldeada histórica y culturalmente. Como sostiene Jean
Chesneaux (1984:162 ss.), no se trata de escribir sobre ellos, sino con ellos.
Guiones
José Villalba
Preso político
Comisaría 1ª de Moreno
Voces
¿Qué hacer frente a estas situaciones? Evidentemente, se trata de una nueva visi-
ta a la vieja pregunta acerca del sentido de nuestro trabajo como historiadores. Tomar
el desafío de responderla implica, por lo menos, la necesidad de pensar los límites disci-
plinares, tanto formales como conceptuales. La figura del historiador es cambiante en
este espacio de frontera, donde hay mestizajes de discursos, legitimidades y validacio-
nes. Traductor, intérprete, compañero, extranjero... Probablemente, una alternancia
de todos estos papeles. Mientras tanto, una pregunta emerge de esos cambios de perso-
naje: ¿cuál es la voz específica para los trabajadores, para un tipo de experiencia histó-
rica y social concretas?
Durante una entrevista abierta que le hice a Carlito y a Luis Benencio, uno de sus
compañeros, las diferencias de percepción en términos de clase aparecieron claramente
marcadas en la intervención de uno de los participantes en la actividad. Éste inició una
larga intervención muy crítica a los Montoneros y hacia su política, desde la idea de
que esa organización guerrillera había sido la responsable de la destrucción de numero-
sas iniciativas subordinadas a esa experiencia político militar. Asumía una mirada do-
minante en muchas de las lecturas analíticas sobre la época: la experiencia de la lucha
armada había subordinado otros frentes a esa política guerrillera, y a la vez, la conse-
cuencia analítica era que aquellos años complejos y riquísimos en diferentes tipos de
organización social revolucionaria también eran leídos a través del prisma que jerar-
quizaba la lucha armada.80 Al finalizar su parlamento, dijo:
¿Cómo evalúan ustedes qué pasó cuando llegó Montoneros, estos protecto-
res?
Quien le respondió fue Luis Benencio, Jaimito:
Yo me voy a remitir a un punto. Porque en general hay una
subestimación de nosotros los laburantes que se da seguido. Digo, a mí me
pasa seguido. Cuando me invitan a hablar, me dicen “Bueno pero ustedes
fueron este, digamos captados por los Montoneros y después a partir de
ahí hicieron todo lo que quisieron”... Yo no me sentí jamás así... En el caso
80A la vez, este tipo de asunciones tiene consecuencias impensadas, como legitimar involuntariamente la
construcción procesista sobre el período, a saber: que la guerrilla manipuló a sus cuadros, malversó sus
voluntades y los utilizó.
313
nuestro no pasó nada de eso. ¿Por qué? Primero porque como les
confesaba recién, yo aprendí a pensar, también, no mucho, pero un
poquito, y eso me posibilitó poder discernir qué era lo bueno y qué era lo
malo para mí. Lo que pasó concretamente con Montoneros teníamos una
ambivalencia ahí [...] Porque nosotros duramos tanto, y tuvimos tanta
fuerza, y pudimos hacer lo que hicimos no porque nosotros éramos
valientes, sino porque también había un miedo hacia nosotros que si a
nosotros nos pasaba algo iba a intervenir la organización. Y lo segundo y
que es lo central para mí [...] es que nosotros cuando se acerca la JTP y
empezamos a transitar el camino, nada fue fácil, fue todo una discusión
muy, muy grande [...] Los que sabíamos lo que había que hacer dentro de
fábrica éramos nosotros. Digo, no nos subestimen tanto, nosotros también
sabemos discernir entre lo bueno y lo malo.81
Al responderle, Jaimito lo hizo desde otra concepción de la experiencia histórica y
de la política, más sencillamente, desde otra historia vivida, y reivindicó la agencia de
los actores que en la pregunta aparecían sometidos a fuerzas y orientaciones políticas
en gran medida externas a sus voluntades.
Para el autor de la pregunta, los Montoneros eran los protectores, es decir, los tra-
bajadores eran los protegidos, los guiados (erróneamente o no) o descuidados por la gue-
rrilla. Pero para Jaimito, “cuando se acercó la JTP empezaron las discusiones”. En la
brecha entre ambas asunciones, vive la posibilidad de recuperar un lugar para la expe-
riencia de clase a la hora de pensar la confrontación social de los años setenta y, especí-
ficamente, la de los trabajadores. ¿A dónde, a quiénes “se acercó” la JTP?
¿Cómo puede un historiador dar cuenta de ellas? En primer lugar, esforzándose
por asumir la perspectiva de los seres humanos que estudia, desnaturalizando las ma-
trices conceptuales desde las que se aproxima al período.
81 Entrevista abierta a Luis Benencio y Carlos Morelli, Cátedra Abierta, CePA, 7/10/2006.
314
nistas de esta historia. En otro fotograma, veo ahora una pared de ladrillo a la vista,
una casa a medio construir, como millares de las que se levantaron en la periferia de las
grandes ciudades como fruto del esfuerzo de los trabajadores, migrantes internos, de
países limítrofes, actores todos de un mundo cultural construido en la Argentina duran-
te décadas.
Martín Toledo, delegado en astilleros Mestrina, integrante de la misma agrupa-
ción que Carlito y Luis, está desaparecido. Era chaqueño, hijo de un militar. Eligió otro
destino para él, y se mudó al Delta, donde entró a trabajar en los astilleros y comenzó a
militar políticamente. Cuando el peligro para los militantes más conocidos aumentó,
recibió la orden de clandestinizarse y dejar su casa. Se lo llevaron de una obra en cons-
trucción, la nueva casa que se estaba construyendo. Martín se negaba a mudarse ante
instrucciones de sus responsables de la organización Montoneros. Tampoco quería reci-
bir una suma fija, ser un militante rentado, pues él se consideraba un trabajador.
La respuesta de Toledo ante la amenaza represiva surgió desde su experiencia de
clase, desde una serie de valores y jerarquías que lo llevaron a participar en el frente
sindical de una organización armada. Valores y jerarquías, cosmovisión obrera que no
necesariamente tenía que ver con lo que Montoneros asignaba -también desde su ima-
ginario- a los obreros que militaban en sus filas.
En la dramática historia de Martín, el desafío político enunciado por una organi-
zación revolucionaria es respondido desde las experiencias y expectativas de clase de un
trabajador argentino de la década del setenta. Toledo, desde su memoria histórica de
obrero, abandonó su casa construyéndose otra, en el mismo barrio, cerca de la que se
había levantado inicialmente cuando dejó su provincia, al igual que miles de argenti-
nos.
Conocí a su hijo, también llamado Martín, el día de la presentación de mi libro. A los
pocos días me escribió:
Yo te cuento que estoy terminando de leer el libro y por ahora me esta ayu-
dando a entender e interpretar muchas cosas que si bien sabía pero la inter-
pretación la ponía la persona que me lo contaba, no se si me entendés, que
cada uno cuenta la historia de acuerdo a como lo vivió o de acuerdo a su
ideología o interés en esos tiempos. Pero con tu libro me da la posibilidad de
ver (según mi criterio) los errores y aciertos que tenían en su forma de lucha
315
obrera y todo lo que eso acarreaba y es realmente como me decían esa noche
de la presentación, es para discutir bastante sobre el tema
Mi libro, “que ya no era mío”, me abría una dimensión más: la posibilidad de que
una hija se acercara a la historia de su padre, y la de que Martín retomara desde otro
lugar la lucha de éste.
Anoche termine de leer el libro y hoy se lo paso a mi hermana ya que se la
noto interesada por leerlo, se ve que desde hace 2 años se le dio por interio-
rizarse en este tema y para los 30 años del golpe me acompaño a la marcha
en el centro, cosa que me asombro y me encanto que se venga ella y su hija
mayor así como mi hija mayor también nos acompaño, para mi fue algo
muy especial ese día así como todos los 25 de septiembre, pero será que te-
nia que ser así el tema, por eso digo que creo en la justicia de dios y el será
quien castigue a los responsables de tremenda locura en contra de gente que
solo aspiraba y luchaba (con aciertos y errores no?) para un país mas equi-
tativo y justo para los que somos trabajadores y yo siempre digo que la his-
toria se tiene que volver a repetir, mas en lo que yo me dedico que es ser
chofer de micros de larga distancia, por la explotación que existe de los tra-
bajadores, de la burocracia y patoterismo sindical actual, ya que si sos de
ciertos ideales te tratan de zurdo, tenés que seguir la línea que te dan ellos y
los compa que se la aguanten, este año arme una lista para delegado,(se lle-
va en la sangre esto) y la perdimos en la gral por 3 votos, y creemos que en
el gremio no somos de su gusto, nos miran como zurdos o con mentalidad
guerrillera como pusieron en un panfleto en obvia referencia a mi y mi his-
toria, no? pero lo bueno es que nos respetan bastante eh. Por eso te digo que
10 termos de mate no van a alcanzar para contarte nuestra historia.82
Correo
Recibí un larguísimo correo electrónico de un compañero de estudios, Enrique,
también profesor de Historia y militante durante los años setenta:
Un buen ejemplo de lo que estoy diciendo es algo que tal vez para muchos
lectores de tu libro pase desapercibido, pero para mí que tengo algunas vi-
vencias de la época no se me ha escapado.
Me refiero a la inclusión de “factores humanos” en la explicación. Concre-
tamente a la dificultad que tenían los tipos de hacer una vida distinta a la
que habían hecho toda la vida, como por ejemplo mudarse, tomar medidas
de seguridad, son aspectos que pueden parecer intrascendentes, pero no lo
son. Yo tuve la suerte de tener dos amigos de Las Flores (uno, desapareci-
do y otro por suerte en vida) que me alertaron de las prácticas políticas
que subordinaban todo a la “orga”, incluida los afectos, y la vida misma y
que ahí estaba el germen del fracaso y también del delirio, porque eso era
incompatible con una política de masas o sea popular. No se podía mandar
militantes a Córdoba o cualquier lado, porque la orga lo necesite, porque si
vos tenés la pretensión que tu política fuera asumida por el conjunto, es
decir que sea popular, tiene que estar pensada para que todos la puedan
llevar adelante, y “todos” significa pensar en un tipo que labura y que tie-
ne dos o tres hijos. Y si esa persona no puede llevarla adelante, la propues-
ta tiene una falla de origen si tiene la elevada pretensión de ser popular.
Los “factores humanos” que rescata Enrique son sentimientos y pasiones que
orientaron acciones políticas y decisiones de seres humanos de carne y hueso, en el caso
que yo estudié, trabajadores. Me decía más adelante:
Por último encontré que el relato tiene un lenguaje acorde a la historia na-
rrada. No es que uno se imagine “masas obreras” leyendo libros de histo-
ria, lo que sí obligaría a un esfuerzo de los historiadores, sino porque en es-
te caso particular, seguramente a vos mismo, te hubiera resultado insopor-
table que los protagonistas sobrevivientes de la historia no hubieran podi-
do leer su propia historia.
del naufragio, ofrecen sin embargo un sentido cuando las pensamos en términos de
reapropiación social de la Historia y de reparación. Las preguntas del historiador pue-
den construir lazos que exceden la elaboración de una argumentación de acuerdo a las
reglas del arte acerca de un proceso histórico determinado. Cuando de la historia re-
ciente se trata, se producen lazos con y entre las personas; el historiador contribuye a
tejer una trama en la que no queda atrapado, sino de la que es parte, conscientemente,
o lo hacen parte, pues en este tramado los hilos se cruzan, se trenzan, y entonces el re-
sultado es un hilo diferente.
Se trata, en una pequeñísima escala, del fenómeno contrario a la represión dicta-
torial. Hilos invisibles e impensados adensan un tejido muy dañado por años de repre-
sión y silenciamiento. El desafío es no sobredimensionar los efectos de nuestro trabajo,
sino colocarlos en su justo lugar: como parte de un proceso colectivo en el que otros
hombres y mujeres actúan sus propias historias, independientemente de que escriba-
mos o no sobre ellas.
Esto, por supuesto, tiene consecuencias para el ego de muchos investigadores: en
la construcción colectiva y popular de un relato histórico, los historiadores aportan un
saber específico pero no son las únicas voces autorizadas para hablar sobre el pasado.
Dos caminos se abren frente a esto: en primer lugar, el refugio en la disciplina, y la
erección de barreras formales que aíslen la “contaminación” que otras formas de contar
la Historia producen. En segundo término, la posibilidad de tomar este hecho de la
realidad como un desafío para explorar diferentes concepciones en torno a la idea de la
escritura de la Historia que orienten nuestro trabajo.
Si nos inclinamos por la segunda posibilidad, el fotograma del historiador sentado
frente a sus papeles, su pantalla y sus grabaciones será uno más en una película más
amplia. Y, como en la escena final de Cinema Paradiso, el premio será, por fin, una his-
toria realizada por estar en rodaje, las ausencias respondidas y cubiertas; vueltas a la
vida como los fragmentos censurados. Una película con las escenas hasta ahora no vis-
tas, silenciadas, ocultadas, por fin en acción, con vida y en movimiento, ya no imágenes
congeladas en el dolor, el silencio y la frustración.
La escritura de la historia, de este modo, encarna la posibilidad de la imaginación
del futuro. Organiza el pasado en un relato de luchas dentro de las que aún los dolores
más inverosímiles y crueles adquieren un sentido. No como una justificación, sino como
318
Coda
320
83Este trabajo es parte del proyecto de I+D “Liberalismo y utopía en América Latina. Colonias experi-
mentales en Paraguay, Argentina y México, 1840-1960” HUM-2005/03777, financiado por el Ministerio
español de Educación. Quiero agradecer las sugerencias de Ernesto Bohoslavsky, María Obligado y En-
rique Ibáñez que han mejorado sensiblemente el texto original. Salvo que se indique lo contrario, todas
las traducciones aquí incluidas son mías.
321
como los señalados pero también distópicos84, como Nueva Germania, la colonia racista
y aria fundada por Elizabeth Nietzsche en medio de la selva paraguaya.
Sin embargo, estos experimentos de carácter comunitario no han recibido dema-
siada atención por parte de la historiografía y otras disciplinas sociales, más preocupa-
das por la creación y consolidación de los estados nacionales y el desarrollo de la ciuda-
danía. Como si se tratase de experimentos fallidos a los que es mejor olvidar, estas ex-
periencias against the grain, a contrapelo, no han convocado el interés de los analistas,
pero han sido territorio propicio para periodistas, literatos y viajeros. Sobre las colonias
utópicas en el Paraguay hay numerosos relatos –lo que sorprende dado el desconoci-
miento de todo lo que atañe a este país- que parecen estar escritos siguiendo la misma
estructura, obedeciendo a un único patrón narrativo, el de los relatos de viajes o relatos
maravillosos, un género que es, en realidad, una encrucijada de textos.85 ¿A qué se debe
esta constante? ¿Cuáles son las razones que explican el desinterés de la historiografía y
de las ciencias sociales por estos experimentos? ¿Qué lógica ha sepultado estas historias
y las ha condenado al recuerdo nostálgico o a una memoria improductiva?
**
Mi primer contacto con las utopías latinoamericanas se produjo en Foz de
Iguaçú cuando leí un artículo en la prensa local sobre Puerto Bertoni/Colonia Guiller-
mo Tell, un asentamiento pretendidamente anarquista fundado en 1893 por un suizo
sobre el río Paraná. Después de esa lectura decidí visitar el enclave, convertido desde
1995 en Monumento Científico. El segundo y definitivo encuentro –que me llevaría a
convertir este tema en un problema de investigación- tuvo lugar en el Public Record Of-
fice de Londres. Trabajando sobre las relaciones políticas entre Inglaterra y Argentina
del siglo XIX me encontré con informes muy pormenorizados sobre la instalación y
desarrollo de las colonias galesas en Patagonia. Mi interés por las utopías surgió como
resultado de la lectura de relatos, los del Almirantazgo y los de un periodista brasileño.
Pero no fue sólo interés lo que consiguieron provocar estas narraciones. Más aún, el
efecto que generaron fue de auténtica fascinación, de irresistible atracción hacia esas
84El concepto de distopía tiene una connotación negativa, toda vez que sería el lugar “no deseable” (Mo-
rris y Kross, 2004:83-84).
85Cuando hablo de relatos o cuentos maravillosos me refiero a la definición de Propp (1998). Agradezco a
***
86Stephen Greenblatt (1991:42-56) define de forma precisa la maravilla (wonder) como una forma de pre-
sentar un objeto que genera fascinación y la contrapone a resonancia (resonance).
323
Cinco colonias y, al menos, un relato de cada una.88 Resulta curioso que sean las
colonias con idearios políticos las que concentran narraciones caracterizadas como rela-
tos de viajes, mientras que en las comunidades religiosas se observa una mayor diversi-
dad de formas narrativas, incluidas las propias de las ciencias sociales. Las colonias
utópicas asentadas en Paraguay desde 1870 hasta mediados del siglo XX han sido nu-
merosas, pero las cinco mencionadas han concentrado el interés. Fundadas en distintos
momentos, todas respondían a la política colonizadora de los gobiernos paraguayos que
veían en estos asentamientos la posibilidad de desarrollar el país. Las colonias tuvieron
dos rasgos comunes y característicos: un ideal colectivo, fuera éste de naturaleza reli-
giosa o política y alguna forma de propiedad comunal. Los asentamientos se pueden
dividir en colonias religiosas –mennonitas y hutteritas- y colonias con fines políticos o
ideológicos –anarquista en Puerto Bertoni/colonia Guillermo Tell, socialista en Nueva
Australia/Cosme Colony y racista en Nueva Germania- aunque esta diferencia, a veces,
parece más formal que real. Si bien las colonias fundadas en principios políticos no pro-
fesaban religión alguna, la forma en la que organizaban la comunidad, los rituales que
guiaban su vida cotidiana, la idea de trascendentalidad que manejaban y la estrictas
normas morales exigidas nos permiten hablar de comunidades con una “religión cívi-
ca”, fuera ésta una peculiar interpretación del anarquismo, del socialismo o del racis-
mo89.
Cinco colonias y numerosos relatos sobre ellas. Paraguay no es un país conocido
ni profusamente estudiado. Resulta muy fácil hacer un recuento de los analistas nacio-
nales y extranjeros que han investigado sobre este país90. Por eso sorprende el interés,
traducido en relatos, que han concitado las colonias utópicas allí asentadas. En algunos
casos, son periodistas, escritores o académicos del mismo país de origen que los colonos
los que construyen el relato. Es el caso de Danilo Baratti y Patricia Candolfi que traba-
jaron sobre Puerto Bertoni/Colonia Guillermo Tell y de Nueva Australia y Cosme Co-
(Baratti y Candolfi 1994; 1999); 3) Colonia Nueva Australia y Cosme Colony (Caaguazú): socialista fun-
dada en 1893. En mayo de 1894 Lane y otros colonos se escindieron y fundaron Cosme Colony a 70 kiló-
metros del primer emplazamiento. Lane abandonó esta última en 1899, pero la colonia se mantuvo hasta
1905 (Souter 1991; Whitehead 1997); 4) Colonias mennonitas (Menno, Fernheim y Neuland, Chaco Pa-
raguayo): anabaptistas fundadas en 1927 hasta hoy (Redekop 1980; Dyck y Dyck 1991); 5) Colonias
Primavera (Caazapá): hutteritas. Fundadas en 1945, se trasladan a vivir a EEUU después de la profun-
da crisis de 1960 (Oved 1996; Wagoner y Wagoner 1991).
89 La clasificación de las utopías (literarias y aplicadas) es muy variada. Véanse Hollis (1998) y Trahair
(1999).
90 Además de los investigadores locales –entre los que destaca la historiadora Milda Rivarola- se puede
citar a dos estudiosos norteamericanos que han trabajado su historia política: Harris Warren y Paul Le-
wis. Tal vez sea la etnografía –con figuras señeras como León Cadogan, nacido en Nueva Australia, Bra-
nislava Súsnik, Miguel Chase-Sardi, José Perasso o Bartolomeu Meliá- la disciplina más desarrollada en
Paraguay.
325
lony, que fueron recreados por dos australianos, Gavin Souter y Anne Whitehead. Sin
embargo, en otros casos, no han sido compatriotas los interesados en relatar esas expe-
riencias como sucedió con Nueva Germania, cuya historia ha sido narrada por un fa-
moso periodista británico, Ben McIntyre.
En cuanto a las colonias religiosas la empatía y la pertenencia parecen predomi-
nar. Un número significativo, abrumadoramente mayoritario, de los textos sobre las
colonias mennonitas del Chaco Paraguayo han sido escritos por mennonitas de esas
comunidades, de Estados Unidos o Canadá.91 Otro tanto se podría decir de las Colonias
Primavera, cuya historia conocemos gracias a los relatos de visitantes que profesan la
misma fe. Tal vez el único caso que no sigue esta tendencia sea el de Yaacov Oved, un
estudioso israelí que las ha investigado sin pertenecer a este grupo y desde una perspec-
tiva diferente. Miembro de un kibbutz, Oved se interesa por las experiencias comunita-
rias y lo hace desde el análisis y la valoración de estos experimentos.
Si la pertenencia –nacional y/o religiosa- parece haber signado el interés por re-
cuperar las historias y memorias de estas comunidades, el género en el que han sido es-
critos los relatos de esas experiencias también constituye un elemento común a todos
ellos. Más que un género, se podría hablar de una escritura en busca de género y de una
notable falta de géneros alternativos. La mayoría de los trabajos podrían ser cataloga-
dos como relatos de viajes92. Aunque éste es un género poco estudiado que reúne formas
muy diversas y en el que se mezclan variadas estrategias discursivas, todos los relatos
de utopía analizados incorporan dos elementos, el viajero y el camino (Frye 1990:212-
225), en un triple movimiento: narran el viaje de los protagonistas de la utopía, incor-
poran su propio periplo y repiten este ejercicio con el lector que se desplaza junto con el
protagonista y el narrador.
De igual forma, estos relatos que he clasificado como de viaje participan de una
serie de características comunes. En primer lugar, y en todos los casos, el relato no pre-
tende ser un recuento objetivo sino un ejercicio de descubrimiento de otras formas de
vida atravesado por la autobiografía. No estamos ante un relato científico, como podría
ser el de un naturalista, y tampoco ante una autobiografía, como podría ser el recuento
interés. Salcines de Delas (2002); Percy Adams (1988); Leeds (1995); Needham (1999); Pratt (1992);
Kupchik (2005).
326
de las peripecias de alguien singular sino ante un género en tensión entre estos dos ex-
tremos. En segundo, se enfatiza mucho lo excepcional y exótico tanto en los contenidos
del relato como en los paratextos del libro, indicando que es esa excepcionalidad y ese
exotismo –no creado sino observado- lo que justifica el relato. En tercer y último lugar,
estos relatos sobre las utopías del Paraguay generan fascinación y, en cierta medida,
cumplen la función de amortiguar la angustia que genera el encuentro con grupos hu-
manos culturalmente muy parecidos, establecidos en entornos culturales y naturales
muy diferentes. Porque siempre se trata de autores que comparten nacionalidad o fe
con aquellos que han convertido en objeto de su relato. Son muy semejantes –hablan la
misma lengua, provienen del mismo país, comparten matrices culturales parecidas- pe-
ro también son sujetos diferentes –integrados en otros paisajes o en otro tiempo-. Este
juego de similitud y diferencia provoca sentimientos muy encontrados pero, por el tipo
de estructura narrativa que se elige, enfatiza la recuperación de una imagen de superio-
ridad de los rasgos culturales de sus lugares de origen, en otras palabras, de la cultura
occidental (Todorov 1993:91-102). No parece una casualidad que todos los trabajos es-
tén escritos en la lengua hablada en los lugares de procedencia salvo el trabajo de Bara-
tti y Candolfi -también publicado en castellano- y el de McIntyre sobre Nueva Germa-
nia, en inglés-, indicando a quienes va dirigido el libro o en quienes los autores pensaron
como lectores ideales, al escribirlos. Escribir en el idioma original de los colonos tam-
bién es una forma de recuperarlos o de reintegrarlos a su cultural original.
Esa tensión entre una pretendida descripción objetiva de la vida en las comuni-
dades y los contenidos autobiográficos del relato parece obedecer a una necesidad del
género de los relatos de viaje que, como en el caso de la antropología, encuentra su au-
toridad en el consabido “yo estuve allí” (Geertz 1989). Por otro lado, este tipo de rela-
tos, al menos los que he escogido como corpus de análisis, participan de una alegoría, la
del salvataje, propia del relato etnográfico93. Son las narraciones de esas experiencias
una suerte de ejercicio de inscripción en la realidad actual, ante la posibilidad de que
ese saber y esa memoria de lo acontecido se pierdan para siempre.
93Clifford (1986) habla de la naturaleza alegórica del relato etnográfico y de las implicaciones políticas y
éticas que supone tal reconocimiento.
327
Podría reproducir muchas más citas en las que aparece la palabra fascinación o
algunos de los ingredientes que acompañan a esa emoción provocada por la excepciona-
lidad o la irrepetibilidad de lo visto o vivido (véase en esta misma compilación el mag-
nífico trabajo de Anne Whitehead sobre Nueva Australia/Cosme Colony, que relata la
fascinación que le produjeron los primeros encuentros con los descendientes de los colo-
nos). Y esto es así tanto en los protagonistas de las experiencias utópicas –por ejemplo,
en la relación de Bertoni con la naturaleza- como en aquellos que relatan esas experien-
cias de segunda mano –el caso de MacIntyre con el experimento racista de Nueva Ger-
328
mania- o los críticos –Steiner o Kakutani- que valoran los relatos. Bucles de fascinación
que hacen pensar en algún elemento común a estas narraciones que les permite provo-
car esa sensación.
En principio, no sabemos qué produce fascinación –como atracción irresistible y
fuerza centrípeta que ocluye cualquier posibilidad de intercambio- pero sí podemos in-
tentar encontrar algo común en todos los casos. Parece una idea plausible que si todos
los relatos producen fascinación es porque contienen algún ingrediente similar. Si hay
un efecto común puede que haya una causa conjunta. Si nos atenemos a los contenidos
de los relatos, en todos hay una constante en la estructura narrativa -eso que tradicio-
nalmente se ha llamado “asunto” o “argumento”- y en la forma de organizar los conte-
nidos. Independientemente de la variedad de acciones y personajes que aparecen en ca-
da relato todos cumplen funciones comunes y que pueden traducirse de la siguiente
manera:
El sujeto -individual o colectivo- que protagoniza el relato abandona las comodidades
de una ciudad moderna para lanzarse a la aventura en un país desconocido con una natura-
leza misteriosa, a veces generosa, a veces aterradora, y logra, pese o gracias a su sufrimiento,
domesticar esa naturaleza salvaje y redimirla para el bien de la humanidad. Es el suyo un
viaje sin retorno, sólo de ida porque aunque volviese a su país de origen ya no sería el mis-
mo, ya que paga su valentía y empeño con la vida/identidad. En este drama en el que el su-
jeto protagonista decide cambiar la comodidad de lo conocido por el riesgo de lo ignoto hay
una recompensa que nunca disfrutará, legada al conjunto de los mortales: una obra intelec-
tual fascinante o importantes valores morales, la fuerza de quien se atrevió a ir más allá de
lo conocido. Pero también se esconde un peligro: la posibilidad de que ese legado se pierda
para siempre, debido a la desidia, el descuido o la indiferencia de los hombres. Peligro del
que advierte y que intenta conjurar el autor del relato con una narración que es una manera
de que el protagonista regrese a su lugar de origen y pueda descansar en paz.
En todos los casos se reproduce en los relatos una estructura constante: separa-
ción, iniciación y retorno. A pesar de las diferencias entre las historias, estas tres funcio-
nes son comunes (Propp 1998). Los protagonistas parten y se separan de su lugar de ori-
gen, de lo conocido e inician una aventura en territorios ignotos a los que generalmente
llegan más por azar y casualidad que como resultado de una elección deliberada. Ber-
toni parte asqueado de la decadencia de la vida moderna y en busca de un ideal de vida
329
94 Coincidiendo, así, con los relatos o cuentos maravillosos analizados por Propp (1998); con el camino del
héroe, investigado por el mitógrafo Joseph Campbell(2005; cfr. Campbell y Moyers 1988), para quien ésta
es una forma de pensamiento necesaria y universal; y se corresponde también con las características del
mito del héroe, tal y cómo lo formula Bauzá (1998): el héroe es, por sobre todas las cosas, un transgresor;
un ser en permanente conflicto entre dos mundos; mediador entre lo civilizado y lo salvaje, entre el orden
y el desorden; un ser capaz de ir más allá de los límites impuestos a los mortales. Estas oposiciones se-
mánticas son características, según Levi-Strauss (1995), de los relatos míticos, de esos relatos sobre he-
chos maravillosos y seres sobrenaturales.
95 Los elementos paratextuales son, a decir de Genette (1997), esos “artilugios y convenciones, dentro y
fuera del libro, que forman parte de la compleja mediación entre libro, autor, editor y lector: títulos, pró-
logos, epígrafes, solapas que son parte de las historia privada y pública del libro”.
334
años después junto a los descendientes de los antiguos moradores o posando en lugares
clave de las comunidades. Esa característica autobiográfica, esa incorporación del na-
rrador en la escena, situación que también aparece en la estructura narrativa (el narra-
dor es el vínculo entre dos mundos y el que permite el regreso simbólico del protagonis-
ta), se repite en el caso del material gráfico. En principio nada obliga a incorporar foto-
grafías al relato; más aún, a sostener el relato –con alusiones en el texto- con las imáge-
nes, a menos que se persiga una deliberada orientación de la lectura. La aparición de
fotos de época representa una forma de anclaje en lo real, una manera de sujetar el re-
lato maravilloso –que se mueve en la excepcionalidad e irrepetibilidad- a lo “verdade-
ramente acontecido”. Recuperar y reproducir imágenes de esos otros mundos aumenta
la capacidad supuestamente mimética del relato, comprometida por el desplazamiento
autobiográfico que incluye al autor. Como si la fotografía no fuera un recorte de la
realidad, una selección deliberada de elementos, todo parece indicar que “esa realidad
colándose por el objetivo” obedece a esta necesidad de sujetar la narración a lo real.
Fotografías históricas y en las que, invariablemente, aparece el autor del relato.
Esta inscripción tiene un claro sentido de autorización, de marca, es el “yo estuve allí”
que constituye el marchamo de la etnografía científica. Como si la exotización de ese pa-
sado más o menos lejano, representado por los relatos de las colonias utópicas, pudiera
hacer peligrar su estatuto de fenómeno o materia histórica, y por tanto lanzar las na-
rraciones al ámbito de la ficción, los autores y editores juegan con esa dualidad mo-
viéndose entre lo real y lo maravilloso (entendido, este último como lo que no puede ser
integrado con pleno sentido) y es esa dualidad la que refuerza el efecto de fascinación
que genera el relato, que no es un producto de la imaginación –está anclado en un espa-
cio y un tiempo- pero tampoco es el resultado de lo conocido y cotidiano –si así fuera no
merecería ser relato o rescatado del olvido-.
En cuanto a los mapas, resulta curioso que su inclusión no parece obedecer a
una mayor necesidad de información. En la mayoría de los relatos los mapas son gené-
ricos, no aportan información alguna o es tan básica –como el contorno de Paraguay en
el continente- que su incorporación parece estar destinada a otros propósitos. Si en lu-
gar de tratarse de un trabajo sobre el ignoto Paraguay lo fuese sobre un experimento
parecido en Sheffield, estoy segura que a ningún autor se le ocurriría poner el contorno
de Gran Bretaña en Europa como mapa orientativo. O bien se incluirían otros mapas
335
rosos relatos (si se compara con la escasez de narraciones que hay sobre Paraguay) que
dan cuenta de la historia de los experimentos utópicos en este país, esos relatos no han
tenido difusión, quedándose coagulados en la memoria como si se tratara de cuentos
maravillosos o de mitos heroicos perdidos en el tiempo.
En las últimas décadas han surgido numerosos movimientos sociales, a veces ve-
cinales o barriales, que han intentado llevar a cabo proyectos al margen del Estado y/o
del mercado en Paraguay y en otras latitudes. Sin embargo, en ningún caso esos nuevos
actores sociales han mencionado o establecido conexión alguna con estos experimentos
utópicos relativamente recientes. No los han reivindicado “como una fuerza activa que
conecta y ratifica el presente” (Williams 1977:115-116). No se han apropiado de esas
experiencias, no las han usado para identificarse. Estos nuevos sujetos sociales parecen
sujetos sin historia, saltando en el vacío. Es probable que no necesiten una tradición en
la que insertarse96 o, simplemente, que la desconozcan. Pero también cabe pensar que
las estrategias retóricas empleadas para contar y crear esas historias hayan funcionado
como un dique de contención, estructuras mitopoéticas productoras de relatos maravi-
llosos que hablan de algo irrepetible y ajeno.
Si este fuera el caso, si aceptamos esta concatenación de elementos –relatos mí-
ticos sobre figuras heroicas que producen fascinación, sensación que, a su vez, puede
que obstaculice la apropiación de la experiencia histórica- entonces, deberíamos pre-
guntarnos por la forma de narrar, por la posición que deberíamos adoptar si queremos
revertir esta situación. ¿De qué otra manera se puede elaborar relatos sobre la utopía
que permitan una apropiación activa y crítica de esas experiencias por parte de los
nuevos actores sociales? Esto nos lleva a repensar algunos de los ingredientes retóricos
que veíamos en los relatos estudiados. Porque podría dar la impresión de que mi apues-
ta en este intento de apropiación de la experiencia de las utopías reclama una mayor
cuota de realismo, una suerte de relato científico sobre lo que allí tuvo lugar. Me parece
que estoy bastante lejos de esto. El primero de esos ingredientes retóricos que conviene
revisar y que tiene una presencia muy notable tanto en la estructura narrativa como en
los paratextos son las marcas de autoría del relato y que llamaré genéricamente el ca-
rácter autobiográfico.
96 Esta falta de necesidad de referentes históricos o de amparo en la tradición es lo que Jenkins (2000) ha
llamado el fin de la historia tal y como la conocemos.
337
las formas de dominación modernas. Hay mucho de prescriptivo en esta forma de en-
tender y representar al sujeto. Sin llegar a las posiciones más radicales, para quienes el
sujeto es un mero efecto del discurso, ¿cómo incorporar-se al relato asumiendo que toda
identidad –todo proceso de identificación- es inestable, relacional y construido y que el
individuo posmoderno –que, así, sustituye al sujeto moderno- se va creando y trans-
formando en y a través el relato?
Recordemos lo dicho sobre la función de esa inscripción del sujeto en los relatos
de las utopías en Paraguay: se trataba de una marca de autoridad y de la necesidad de
dotar a la narración de cierto realismo amenazado por la exotización del objeto. Esta
función de autoridad y ese anclaje dista mucho de la función relativista, perspectivista
y descentrada que parece arrastrar la incorporación del individuo posmoderno. Sin em-
bargo, la idea de viaje, que como metáfora parece recorrer estos relatos, me parece que
concuerda con la idea de un narrador que se crea y transforma en la narración. Un viaje
narrativo del que uno sale distinto a cómo entró y que produce o puede producir un
efecto parecido en el lector. Hay una fórmula, un modo, analizado por Hayden White
(1992) y por Roland Barthes (1994) y aplicado a ciertos relatos históricos y testimonios
sobre acontecimientos traumáticos como el Holocausto. Se trata de la “voz media”,
una voz a medio camino entre la voz activa y la voz pasiva.97 El sujeto es a un tiempo
sujeto y objeto de la acción. En el caso que nos ocupa el empleo de la media voz supon-
dría partir de una premisa, de difícil digestión para los empiristas, según la cual cuando
narramos no estamos dando cuenta de algo externo al propio relato sino que el relato
genera una relación, un encuentro, un intercambio con aquello que estudiamos. No se
trata de relatar una experiencia previa, el relato es la experiencia.
Contamos con un corpus interesante de experimentos narrativos en este sentido
(Munslow y Rosenstone 2004) y resulta muy gráfico el trabajo de Art Spiegelman
(1973) sobre la historia de su padre, sobreviviente de un campo de concentración. En
este libro-comic Spiegelman presenta el tema en forma de sátira, con los alemanes retra-
tados como gatos, los judíos como ratas y los polacos como cerdos. En realidad, lo que
pretende Spiegelman no es registrar el Holocausto sino dar una posible interpretación
desde la perspectiva de un sobreviviente, su padre, y enmarcada en la historia de su
97Esta voz característica del griego, del sánscrito y del indo-persa se perdió cuando los griegos comenza-
ron a utilizar un vocabulario relacionado con la idea de voluntad y elaboraron una filosofía que conside-
raba al agente como fuente de toda acción (Barthes, 1994:23-33; White, 1992).
339
propia relación con él. Es a la vez el relator y uno de los personajes, el tema es el Holo-
causto y, también, el proceso de escribir sobre el suceso, ámbitos que están en constan-
te interacción. Me parece que la inscripción de este tipo de sujeto en proceso debería
apostar por un relato polifónico, coral, en el que el autor incorporado mostrara sus
otras caras, sus contradicciones, sus pérdidas…esto es, una coralidad que no apela a
otras voces, sino también a otras voces suyas. Porque un relato sobre un experimento o
una colonia utópica es, en definitiva, el recuento de un encuentro, de un intercambio,
de una fricción entre quien escribe y, en este caso, las trazas o los trazos de experiencias
pasadas. Así pues, convendría pensar cómo inscribirse en el relato de utopías, como
desbaratar la falacia del sujeto centrado sin, por ello, liquidar toda posibilidad de pen-
sar en otro tipo de sujeto (o de individuo si se prefiere). Un individuo así, un sujeto en
proceso no podría transmitir un saber acabado, estable, significativo, destilado de la
experiencia histórica de las comunidades o colonias utópicas. Pero si no hay un saber
comunicable ¿cuál es la relación que los actores sociales hoy pueden mantener con los
relatos sobre las utopías históricas?
Representación o evocación y fricción: de existir un saber más o menos concreto
derivado de las experiencias históricas utópicas éste sería tan general o tan evidente
que no haría falta investigación o comentario alguno. Decir que las colonias utópicas
tienen dificultades para sobrevivir porque en algún momento de su historia aparecen
conflictos (de intereses, por el liderazgo, económicos…) no parece una conclusión de
gran alcance ni siquiera interesante. Señalar que las comunidades religiosas suelen te-
ner una esperanza de vida mayor porque sus pautas y normas son más rígidas, tampoco
parece un gran descubrimiento. El análisis de cada caso seguro que permitiría aprecia-
ciones más pormenorizadas y enunciados más afinados pero, ¿de qué servirían esas
puntualizaciones si sus condiciones de posibilidad son irrepetibles? Quiero decir con es-
to que lo que es propio de cada comunidad es irrepetible y lo que es común a todas es de
una generalidad poco útil o demasiado evidente. Entonces, ¿qué se puede extraer de
esas experiencias que sea aprovechable hoy? Me parece, por lo que dije, que representar
–volver a la presencia- lo que fue, lo que tuvo lugar supondría asumir una estabilidad
en la significación de los acontecimientos cuando menos cuestionable, una única direc-
ción en una trama de sucesos que, si por algo se caracteriza, es por la diversidad de sig-
nificaciones. Pero aún cuando fuéramos capaces, ¿cuál sería su utilidad? Lo que fue,
340
pasó, pero aquello que fue en sus más diversas modalidades y a través de todas las mi-
radas posibles, contiene una faceta poco explorada, la de lo que pudo haber sido y no
fue. Así la representación fundada en la similitud entre el relato y lo acontecido se ve
sustituida por otra operación, por otro gesto, el de la evocación (San Miguel 2005:10),
un movimiento fundado en la diferencia, en lo que no tuvo lugar. Este ejercicio no tiene
nada que ver con la invención ni con el punto de vista, lo que pudo haber sido son esas
otras posibilidades que fueron desechadas o que no fueron posibles por pertenecer a
otros códigos de significación y valor (Ermarth 2006:50-66).
Ahora bien, si lo que fue no tiene una entidad estable ¿por qué la habría de te-
nerla lo que pudo haber sido y no fue? El objetivo no es sustituir la representación de lo
que fue por la representación de lo que pudo haber sido. Si así fuera reproduciríamos la
misma lógica. Me parece que la relación con los relatos de la colonias utópicas no puede
ser de representación, de intentar volver a la presencia lo que fue o lo que pudo haber
sido, sino de otro tipo de relación que llamaré fricción. La fricción no es representación
sino una especie de diálogo en el que no hay apropiación pero sí transformación. Cuan-
do uno fricciona con los relatos aparecen imágenes, ideas, escenarios, paisajes que no
habrían aparecido de otra manera. La fricción apunta a la posibilidad, apunta a visua-
lizar esas otras posibilidades que pudieron haber sido, pero fueron descartadas o no fue-
ron advertidas en su momento, y que sólo pueden serlo si nos concentramos en la dife-
rencia en lugar de en la similitud. Y porque apunta a esas posibilidades reproduce la
misma idea –la de posibilidad- en el presente y esas posibilidades no son una réplica o
un intento de copia –vía ingeniería sociológica- de lo acontecido. La fricción devuelve al
pasado sus muchos presentes, pero también historiza el presente, lo vuelve materia his-
tórica, lo relativiza y muestra que siempre hay alternativas, una puerta de salida. Su
invocación es un incentivo y una condición para buscarla98.
La ironía del relato y las polaridades binarias: con un sujeto descentrado que evo-
ca el pasado y mantiene con él una relación de fricción, el relato resultante difiere bas-
tante del tradicional. En constante desplazamiento, apostaría por un texto irónico, que
en cada afirmación marque la duda, sugiera otras posibilidades. Mencioné como un ras-
98Dening (2007:99) habla de “devolver a los otros su alteridad, al pasado su propio presente”. A su vez
White (2007:225) ensaya otro movimiento en este mismo sentido: “[...] (historizar) significa tratar al pre-
sente así como al pasado como historia, que es lo mismo que decir, tratar al presente históricamente, co-
mo una condición adecuada a sus posibilidades pero también como algo de lo que uno puede salirse”.
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go muy característico de las narraciones sobre utopías, las polaridades binarias, esas
fórmulas que parecen generar fascinación y contribuyen a perpetuar el mito. Me parece
que esas polaridades son sustantivas a los relatos asertivos y esencialistas. ¿Cómo rom-
per o alterar esto? Introduciendo la polifonía o coralidad. Frente a la polaridad natura-
leza/cultura no se trata de cambiar el valor de uno u otro sino abrir el juego a otras vo-
ces. Tal vez esta polaridad que sigue apareciendo en los relatos contemporáneos pueda,
no invertirse, sino alterarse, desnaturalizarse si participan de la conversación otras vo-
ces, la de los mbyá-guaraní por ejemplo, que lejos están de concebir esa relación de
forma dual. Introducir otros códigos de significación y valor para desnaturalizar los
propios. Otro tanto se podría decir del destino de los colonos. Si se fracturan las polari-
dades binarias, se derrumba uno de los ingredientes más importantes del mito del héroe
(como mediador entre dos mundos). Sería interesante superponer distintos relatos sobre
ese destino, alterar los tiempos y los modos, experimentar… con un saber que está
abierto, en proceso, que sabe que no sabe y muestra su falta. Experimentar y abrirnos
a la experimentación porque:
Si pudiéramos dejar de mirar el pasado y comenzáramos a escucharlo, pue-
de que oyéramos ecos de una nueva conversación; la labor del crítico podría
ser la de promover la conversación entre hablantes y oyentes, desconocedo-
res de su mutua existencia. El trabajo del crítico consistiría en mantener la
sorpresa sobre el discurrir de la conversación, y comunicar esa sorpresa a
otra gente, porque una vida llena de sorpresas es mejor que una sin ellas
(Marcus 1989:23)
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