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Horacio G. Martinez
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1. Nacimiento de la Demencia precoz
Introducción
A lo largo de todo el siglo XIX el saber psiquiátrico se desplegó a partir de la aplicación
sistemática de la observación, instrumento fundamental de la ciencia de ese período.
A través de la observación se comenzó a establecer un conjunto de pequeños signos
diferenciales que poblaron de matices las nosografías.
Si tomamos como punto de partida las clasificaciones de enfermedades mentales que
surgieron a principios de ese siglo de la mano de Pinel (con solo cuatro categorías
nosológicas) o Griesinger (que llegó a postular la idea de una enfermedad única), es
evidente el resultado inicial del trabajo de observación: las nosografías de Kraepelin, por
ejemplo, incluyen, hacia 1909, 17 categorías principales, que se subdividen en más de 40
subcategorías.
Pero no es ese el único resultado visible: el papel de la psiquiatría entendida como disciplina
observacional privilegiaba la función diagnóstica, en desmedro de la tarea terapéutica que
requiere para su ejercicio de teorías etiológicas que intenten explicar las causas de los
padecimientos. Así el psiquiatra se identifica con la función clasificatoria, convirtiéndose en
agente del orden social, ya sea como asesor de la justicia, ya como custodio de aquellos
individuos a los que ha imputado de enfermos mentales, y a quienes no puede curar en la
medida en que desconoce el origen de su mal.
Las concepciones etiológicas que se fueron construyendo a lo largo del siglo XIX (causas
morales en Pinel, degeneración hereditaria en Morel), quedaron, hacia fines del siglo,
subsumidas en las clasificaciones, como meros indicadores diferenciales. Así, lo moral,
entendido como presión del medio social que impacta sobre el individuo concebido bajo la
forma de la tabla rasa del asociacionismo, se convertirá en factor exógeno, junto con los
traumatismos, las infecciones y las intoxicaciones, mientras que las teorías degenerativas
servirán de base para la determinación de enfermedades constitucionales, las que, merced a
factores endógenos, incluirán tanto a los supuestos determinantes biológicos como a
aquellas concepciones que se asientan a partir de la noción de personalidad.
De la vieja división propia de las nosografías francesas, que oponía locuras orgánicas y
locuras funcionales, llegaremos, con Kraepelin, a una clasificación que reparte las
enfermedades en dos grandes órdenes: endógenas y exógenas[1].
Georget. (1825) Kraepelin. (1899; 6° edición).
ENFERMEDADES EXÓGENAS.
LOCURAS ORGÁNICAS. I. Locuras infecciosas.
(Delirio agudo) II. Locuras de agotamiento.
Delirios Simpáticos[2]. III. Intoxicaciones.
Delirios por lesión cerebral. IV. Locuras tiróideas.
Delirios por intoxicaciones. V. Dementia praecox.
VI. Demencia paralítica.
LOCURAS FUNCIONALES. VII. Locuras de las lesiones del cerebro.
(Locura propiamente dicha) VIII. Locuras de involución.
Estupidez.
Demencia. ENFERMEDADES ENDÓGENAS.
IX. Locuras maníacodepresivas.
X. Paranoia.
XI. Neurosis generales.
XII. Estados psicopáticos (locura degenerativa).
XIII. Detención del desarrollo psíquico.
Entre medio de los dos grandes grupos Kraepelin incluirá, a partir de la cuarta edición de su
tratado, a la demencia precoz. "Su terminación deficitaria hace sospechar la existencia de
lesiones cerebrales, sin duda todavía desconocidas, pero muy verosímiles. El terreno en
general intacto en que aparece, sus formas de inicio (...) hacen probable un factor tóxico, sin
duda auto-tóxico (metabólico). A eso se debe su situación intermedia."[3]
Como puede observarse, el intento de Kraepelin busca caracterizar un cuadro que, poco a
poco, se convertirá en el centro de las llamadas locuras funcionales, describiendo una suerte
de demencia en estado puro. Junto a ella coexistirán la locura maníaco – depresiva
(heredera de la noción de locura circular francesa), y la paranoia, que Kraepelin caracterizará
por "el desarrollo insidioso, bajo la dependencia de causas internas y según una evolución
continua, de un sistema delirante duradero e imposible de sacudir, y que se instaura con una
conservación completa de la claridad y del orden del pensamiento, el querer y la acción".
Ambas afecciones serán claramente endógenas, dando lugar a una concepción, propia de la
escuela francesa, que las piensa como el desarrollo de un tipo de personalidad
predisponente (ver, más adelante, la noción de Desarrollo en Jaspers).
Precocidad y juventud.
Elizabeth Roudinesco[6] intentará delinear los matices sociales que coadyuvaron a su
nacimiento: "la demencia precoz era una nueva enfermedad del alma, que hería con la
impotencia y el embotamiento a los jóvenes de la sociedad burguesa rebelados contra su
época o su ambiente, pero incapaces de traducir su aspiración de un modo que no fuera un
verdadero naufragio de la razón". Al parecer el siglo XIX buscará medicalizar ciertas formas
del conflicto social, llamando histéricas a las jóvenes burguesas que se revelan contra su
destino de señoras del hogar y madres de familia, y dementes precoces a aquellos otros que
no aceptan el rol social que las generaciones precedentes le habían preparado.
Leamos las palabras de un joven de entonces, el poeta Fernando Pessoa, quien por el año
1920 escribía lo siguiente:
"Cuando nació la generación a la que pertenezco, encontró al mundo desprovisto de apoyos
para quien tuviera cerebro, y al mismo tiempo corazón. El trabajo destructivo de las
generaciones anteriores había hecho que el mundo para el que nacimos no tuviese
seguridad en el orden religioso, apoyo que ofrecernos en el orden moral, tranquilidad que
darnos en el orden político. Nacimos ya en plena angustia metafísica, en plena angustia
moral, en pleno desasosiego político. (...) Ebrias de algo dudoso, a lo que llamaron
'positividad', esas generaciones criticaron toda la moral, escudriñaron todas las reglas de
vida, y de tal choque de doctrinas sólo quedó la seguridad de ninguna, y el dolor de no existir
esa seguridad. Una sociedad indisciplinada así en sus fundamentos culturales no podía,
evidentemente, ser otra cosa que víctima, en la política, de esa indisciplina; y así fue como
despertamos a un mundo ávido de novedades sociales, y que con alegría iba a la conquista
de una libertad que no sabía lo que era, de un progreso que nunca definió.
(...) Nuestro padres destruyeron alegremente porque vivían en una época que todavía tenía
reflejos de la solidez del pasado. Era aquello mismo que destruían lo que prestaba fuerza a
la sociedad para que pudiesen destruir sin sentir agrietarse el edificio. Nosotros heredamos
la destrucción y sus resultados.
En la vida de hoy, el mundo sólo pertenece a los estúpidos, a los insensibles y a los agitados.
El derecho a vivir y a triunfar se conquista hoy con los mismos procedimientos con que se
conquista el internamiento en un manicomio: la incapacidad de pensar, la amoralidad, y la
hiperexcitación".[7]
La psiquiatría ya conocía a la demencia asociada a causas exógenas (senilidad,
traumatismos, procesos infecciosos, intoxicaciones). Esta demencia funcional, sin asidero
orgánico, será a su vez precoz: su aparición en la primera etapa de la juventud será otra de
sus características esenciales. Este había sido el origen del nombre, creado por Morel en
1851 para definir una "inmovilización súbita de todas las facultades (...) que afectaba a
sujetos adolescentes o en plena juventud".[8] Hecker, en 1871, describirá un cuadro similar al
que denominará hebefrenia para destacar su aparición en la pubertad. Kraepelin incluirá a la
hebefrenia como un tipo particular de demencia precoz, junto con las formas simple,
paranoide y catatónica, señalando a la primera como una demencia tonta, privilegiando en
ella un pensamiento pueril que recuerda al de los niños. Si bien reconocerá las críticas que
recayeron sobre la denominación "demencia precoz", dado que "la relación con el período de
juventud no parece darse sin excepción", mantendrá esta denominación y seguirá
sosteniendo el vínculo entre demencia precoz y juventud.
En la década del 40 el psiquiatra argentino Carlos Pereyra publicará su libro "Esquizofrenia".
Uno de sus objetivos será el de devolverle a la entidad sus contornos precisos, los que se
fueron desdibujando por la excesiva amplitud que esta tomó a partir de la obra de Bleuler. Y
justamente, en pos de este objetivo, tomará a la edad de comienzo como "un elemento
imponderable de diagnóstico para diferenciar la esquizofrenia de otros cuadros que se le
asemejan", concluyendo que se trata de "una psicosis juvenil que no requiere personalidad
psíquica predisponente".[9]
Para entender mejor las críticas que Pereyra toma como ejes de su texto, debemos
desarrollar primero la noción de esquizofrenia en la obra de Bleuler.
La sintomatología.
La descripción de los síntomas de la enfermedad será hecha a partir de una división en dos
grupos: síntomas fundamentales y accesorios.
Síntomas fundamentales: "(que) consisten en trastornos de la asociación y la afectividad, la
predilección por la fantasía en oposición a la realidad, y la inclinación a divorciarse de la
realidad (autismo). Además, podemos añadir la ausencia de esos síntomas que juegan un
papel tan grande en otras afecciones, tales como los trastornos primarios de la percepción, la
orientación, la memoria, etc."
Síntomas accesorios: "No sucede con frecuencia que los síntomas fundamentales se
manifiesten tan marcadamente como para ocasionar la internación del paciente en un
hospital para enfermos mentales. Son primordialmente los fenómenos accesorios los que
hacen imposible su permanencia en su hogar, o los que ponen de manifiesto la psicosis e
inducen a requerir el auxilio de la psiquiatría. (...) Los mejores conocidos de ellos son las
alucinaciones e ideas delirantes. Aparte de éstos, las perturbaciones de la función de la
memoria y los cambios de la personalidad han recibido una atención relativamente mucho
menor. El habla, la escritura, y varias funciones físicas, se alteran a menudo de una manera
irregular pero típica."
Terapéutica.
El último capítulo del libro de Bleuler está dedicado a la terapéutica de la esquizofrenia.
Luego de descartar, por faltos de pruebas, los tratamientos físicos más variados (castración,
curas dietéticas, transfusiones de sangre, estados febriles artificiales, desintoxicación
intestinal, etc.), afirma: "En la actualidad, el único tipo de terapéutica que se puede
considerar seriamente para la esquizofrenia, en su conjunto, es el método psíquico",
haciendo referencia con ese nombre al psicoanálisis.
No recomienda per se la internación, sino que aclara que "es preferible tratar a estos
pacientes bajo sus circunstancias usuales y dentro de su medio ambiente natural. No se
debe admitir al paciente en el hospital sólo porque sufre de esquizofrenia, sino cuando hay
una indicación definida de hospitalización", indicación que surge a partir de la imposibilidad
de permanecer en su medio ambiente por falta de condiciones de éste para proveer al
paciente de cuidados. En el hospital, el tratamiento consiste en "la educación del paciente
para restablecer su contacto con la realidad, esto es, combatir su autismo". A ello se suma la
terapéutica ocupacional.
Este esperanzador panorama varía fuertemente a los pocos años. En el libro de Pereyra, ya
citado, este autor menciona la insulinoterapia y el shock eléctrico como "procedimientos que
modifican considerablemente el pronóstico de la afección". El autor, junto con el Dr. Gonzalo
Bosch, realizaron las primeras curas por coma insulínico en Argentina en la década del '30.
En los años '50 Pereyra afirma: "Me ha sido dado ver después de innúmeros casos que en
algunos de ellos la curación es un hecho cierto. (...) No siendo la insulina factor de curación,
sino el coma que provoca, éste debe ser profundo, de una duración no menor de media hora,
diario, con la excepción de un día en la semana y cada tratamiento puede comprender de 30
a 60 comas".[20]
Gradiva (1906)
A partir de La interpretación de los sueños Freud busca legitimar la existencia de un
pensamiento inconciente que, como ya vimos en el punto anterior, es el que permite hallar el
sentido de las diversas producciones psíquicas (sueños, síntomas histéricos, etc.). Unos
años después sostendrá también la legibilidad del delirio:
"Es harto probable que, según conjeturaba el viejo Griesinger, fuéramos capaces de
comprender los delirios de los enfermos mentales y apreciarlos como unas comunicaciones
si, en vez de plantearles los requerimientos del pensar conciente, los tratáramos con nuestro
acto interpretativo al igual que a los sueños."[23]
Estas ideas hallarán su pleno desarrollo un año después, cuando Freud escriba, a instancias
de Jung, El delirio y los sueños en la "Gradiva" de W. Jensen. Allí afirma:
"(...) la condición individual de la perturbación psíquica (en la histeria y la neurosis obsesiva)
es la sofocación de un fragmento de la vida pulsional y la represión de aquellas
representaciones que subrogan a la pulsión sofocada, retomando en seguida igual
concepción respecto de muchas formas de delirio".
En un mismo movimiento Freud aproxima los síntomas "psicóticos" con los de las
psiconeurosis, postulando a su vez una misma etiología para todos ellos: la represión de la
sexualidad. En un texto de esta misma época, Mis opiniones acerca del rol de la sexualidad
en la etiología de las neurosis, Freud había dado consistencia a una primer nosografía que
adoptaba la siguiente conformación:
Todo el grupo de las neurosis se caracteriza por poseer una etiología sexual, pero mientras
que en las neurosis actuales se encuentra una perturbación en la vida sexual actual del
paciente, en las psiconeurosis esta perturbación aconteció en la infancia. A su vez, en este
segundo subgrupo opera un mecanismo psíquico, la represión, que da forma al cuadro
clínico.
La paranoia y la psicosis alucinatoria aguda deberían ingresar dentro del grupo de las
psiconeurosis porque presentan sus dos características distintivas: un conflicto de orden
sexual, y un mecanismo psíquico que da lugar a la formación de síntomas específicos.
Freud sostendrá la tesis del origen sexual de la paranoia en Puntualizaciones psicoanalíticas
sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente[24], tesis
que Jung rechazará. Esto irá enfriando las relaciones de Freud con el llamado "grupo de
Zurich" (Bleuler y Jung), hasta la ruptura definitiva en 1913. De este grupo Freud sólo
continuará su relación con Karl Abraham, quien no sólo aceptará las tesis freudianas sobre la
sexualidad en la etiología de las psicosis, sino que aportará una serie de ideas que traerán
como resultado la implementación de una nueva nosografía psicoanalítica, íntegramente
basada en la teoría de la libido.
El "Caso Schreber".
Veamos ahora las tesis de Freud referidas al "Caso Schreber". Allí la paranoia es entendida
como una reacción defensiva ante una tendencia libidinal homosexual. El mecanismo
psíquico es el mismo para todo el grupo de las psiconeurosis (represión) variando la vía de
formación de síntomas (que en el caso de la paranoia es la proyección). De esta forma Freud
amplia el grupo de las psiconeurosis, realizando en su interior otra subdivisión:
Este esquema explicativo será retomado por Freud, quien plasmará sobre él una serie de
hipótesis que buscarán explicar la dinámica de las enfermedades psíquicas. (Estas hipótesis
están planteadas en el cuadernillo N° 1 sobre La noción de Evolución). Con este esquema
como base, Abraham construirá una nosografía íntegramente creada a partir de la teoría de
la libido. cuando esta ve imposibilitada su satisfacción a través de una relación de objeto
"genital", regresa en su camino evolutivo buscando "puntos de fijación", es decir: momentos
anteriores que hayan dejado importantes huellas por la magnitud de las satisfacciones que
en su momento brindaron. Al mismo tiempo la libido se independiza del yo, y busca modos
de satisfacción sustitutivos (síntomas). Estos síntomas tomarán su forma de la etapa que los
produzca.
Freud recurrirá a este modelo, sobre todo en su análisis de la neurosis obsesiva. Pero
respecto de las psicosis preferirá dejar a un lado a la locura maníaco depresiva y pensar en
dos grandes cuadros: paranoia y parafrenia (nombre que preferirá al de esquizofrenia).
Ambos cuadros encontrarían una explicación genética a través del modelo regresivo
abrahamiano, pero mientras que la parafrenia se produciría por una regresión al
autoerotismo, la paranoia implicaría una regresión al "narcisismo".
· Autoerotismo: sin objeto.
· Narcisismo: nacimiento del yo, que es tomado como objeto por la libido (narcisismo
primario).
· Objetalidad: existencia separada del yo y del objeto.
La paranoia supone el narcisismo secundario: es decir el retorno al yo de la libido objetal. El
narcisismo es el prototipo del amor homosexual (dado que el yo y el objeto coinciden) y por
ello la fantasía sexual que subyace al delirio de Schreber es una fantasía homosexual.
Freud, por tanto, no afirma que Schreber es un homosexual reprimido que, por no aceptar su
homosexualidad, se vuelve loco. Por el contrario, la "locura" de Schreber adquiere la forma
de un delirio de contenido homosexual en tanto expresa la lógica que impera en el punto
evolutivo al que la libido ha regresado.
Después de Schreber.
En 1917 Freud dedicará un texto a la melancolía[25] explicándola, a la manera de Abraham,
por el modelo de la incorporación oral: ante la pérdida del objeto amado, el individuo, en un
gesto desesperado, se identifica con el objeto perdido. De esta forma reniega de la pérdida,
pero a costa de convertirse en otro: su yo adquirirá los rasgos del objeto. Este proceso
produce una escisión en el yo: una parte del mismo conserva su vieja identidad, mientras
que otra parte adquiere la identidad del objeto. La primera culpabiliza al objeto por el
abandono al que lo ha sometido. El conflicto con un objeto exterior se convierte en un
conflicto "intrapsíquico" entre dos "instancias": el yo convertido en objeto, y una "fase"
especial de éste, que ejerce la función de conciencia moral: el super yo.
Para la misma época, en el texto titulado Lo inconciente (1915), Freud dedicará un capítulo
entero al estudio del lenguaje esquizofrénico. Propondrá, en primer lugar, dividir al complejo
representacional en dos componentes: el nombre, al que llamará representación – palabra, y
la imagen del objeto, a la que denominará representación – cosa. Estas últimas serán las
huellas primitivas de los objetos, y se alojarán en lo inconciente, mientras que las
representaciones palabra serán posteriores y se alojarán en el preconciente. Hacer conciente
una representación inconciente implicará "darle un nombre", es decir, asignarle la
representación – palabra correspondiente. Por el contrario, reprimir será el resultado de
separar representación – palabra de representación – cosa.
El esquizofrénico utiliza las palabras como si fueran cosas, es decir que, en primer lugar, en
él se han separado las representaciones inconcientes de las preconcientes. Luego, utiliza las
representaciones preconcientes, las palabras, como si aún mantuvieran su relación con los
objetos, "pero en realidad lo único que de ellos logra aprehender es una vana sombra; esto
es, las imágenes verbales que les corresponden."[26] No se trata de un lenguaje denotativo,
que a través de las palabras busca situar las cosas que éstas designan. Por el contrario, el
esquizofrénico "juega con las palabras", utiliza términos que, al no estar ligados a objetos, no
quieren "decir" nada. Tal vez sea éste una de los puntos en los que Freud más se aproxima a
las ideas de Bleuler, allí donde éste afirma la carencia de sentido de los dichos
esquizofrénicos. La única diferencia estaría dada por lo siguiente: mientras que para Bleuler
lo que no tiene sentido es calificado de "inconciente", para Freud el sinsentido es producto de
un habla preconciente desligada de las representaciones inconcientes, lugar en donde mora
la "verdad" de la representación.
Finalmente, en 1924 Freud escribirá dos textos, Neurosis y Psicosis y La pérdida de la
realidad en neurosis y psicosis, en los que aplicará el modelo de la segunda tópica para
explicar y distinguir los procesos neuróticos y psicóticos. La diferencia fundamental radicará
en el modo que adquiera el conflicto con la realidad. Si ambos cuadros parten de la
frustración (es decir, del mismo punto de partida que Freud ya utilizara al aplicar el modelo
de fases de Abraham), en ambos hay ruptura con la realidad y búsqueda de satisfacciones
sustitutivas. Pero mientras que en la neurosis se conserva la relación con la realidad,
creándose una suerte de realidad paralela (la fantasía) en cuyo interior se busca la
satisfacción negada por la realidad "oficial", en la psicosis el yo busca imponer sobre la
realidad "oficial" la realidad "fantaseada", y en ese intento pierde un trozo de la realidad
compartida (ese trozo que será reemplazado por la fantasía). En estos textos Freud retorna a
sus viejas tesis sobre las psicosis, privilegiando el problema de las relaciones con la realidad
por sobre los mecanismos defensivos y las teorías libidinales.
W. R. Bion será el último autor de esta corriente al que haremos referencia en este texto. Nos
remitiremos a los artículos incluidos en su libro Volviendo a pensar (Second Thoughts, 1966),
todos ellos vinculados al tema de la esquizofrenia.
Bion reconoce su filiación a las teorías kleinianas, y a su vez al postulado de Freud sobre los
instintos de vida y muerte que ésta retoma. La "personalidad esquizofrénica", suerte de
precondición para el desarrollo de la enfermedad en un individuo, se caracteriza por:
· Una preponderancia de impulsos destructivos.
· Un odio a la realidad interna y externa.
· Pánico de aniquilación inminente.
· Relaciones de objeto prematuras y precipitadas.
El "progreso" de esta personalidad a través de los estadios esquizo –paranoide y depresivo
dará por resultado una acentuación de sus características, generándose fragmentaciones de
la personalidad, dificultades en el ejercicio de la prueba de realidad, y proyecciones de partes
de la personalidad escindidos en objetos externos (lo que Klein denominaba identificación
proyectiva).
Un aspecto esencial de la concepción de Bion, que retoma y transforma postulaciones de
otros autores de la escuela inglesa, y que tendrá gran repercusión en las concepciones
psicopatológicas actuales, sobre todo en la obra de psicoanalistas argentinos (Bleger, Pichón
Riviere), es la siguiente:
"No creo, al menos en cuanto a los pacientes que encontramos en nuestra práctica analítica,
que el yo se retire nunca totalmente de la realidad.[31] Diría que su contacto con la realidad
está encubierto por la predominancia, en la mente y la conducta del paciente, de una
fantasía omnipotente encaminada a destruir tanto la realidad como la conciencia de la
misma, y así entonces alcanzar un estado que no es ni la vida ni la muerte. Desde que el
contacto con la realidad nunca se pierde completamente, los fenómenos que estamos
acostumbrados a asociar con las neurosis nunca están ausentes y sirven para complicar el
análisis, cuando se ha hecho un progreso suficiente, al estar presentes en medio del material
psicótico. Sobre el hecho de que el yo mantiene contacto con la realidad, depende
justamente la existencia de una personalidad no psicótica paralela, pero oscurecida por la
personalidad psicótica. (...)
Como resultado de estas modificaciones llegamos a la conclusión que pacientes bastantes
enfermos, tanto como para ser clasificados como psicóticos, contienen en su psiquis una
parte no psicótica de la personalidad, víctima de los múltiples mecanismos neuróticos con los
cuales el psicoanálisis nos ha familiarizado; y una parte psicótica de la personalidad, mucho
más dominante que la parte no psicótica, que existe pero como una yuxtaposición negativa
con la anterior, y por la cual se ve oscurecida."[32]
La postulación de una parte no psicótica de la personalidad al lado de la parte psicótica
busca resolver un problema de orden clínico que Freud había planteado en su texto de 1915
sobre Lo inconciente. Allí, como ya lo hemos visto más arriba, Freud sostenía una
particularidad del uso del lenguaje en la esquizofrenia que traía aparejado la siguiente
dificultad: si el lenguaje esquizofrénico destruía la conexión entre representaciones – cosa y
representaciones – palabra, el analista no podía utilizar ese lenguaje para develar los
contenidos inconcientes (puestos en términos de representaciones – cosa). Klein soluciona
parcialmente el problema al plantear que los contenidos inconcientes son "fantasías" que
representan los modos de las relaciones de objeto, a lo que Susan Isaacs agregará que las
fantasías inconcientes son preverbales y se expresan a través de sentimientos. El analista no
podría "oírlas" pero sí deducirlas a partir de sus propias reacciones a los sentimientos del
paciente (la "contratransferencia", entendida como la recepción inconciente del analista de
las fantasías inconcientes del paciente que le son destinadas a través de la transferencia).
Bion recurrirá a otra hipótesis: mientras que la parte psicótica de la personalidad utiliza el
lenguaje bajo la forma descripta por Freud como característica de la esquizofrenia, la parte
no psicótica utiliza el lenguaje de una manera "neurótica", es decir, "simbólica". Entonces
será a través de esta personalidad no psicótica que el analista accederá a curar la parte
psicótica del paciente.
Como puede verse, los desarrollos postkleinianos dejan de darle un status central al planteo
regresivo de Abraham, borrando entonces la precisa delimitación que éste autor intentaba
establecer entre neurosis y psicosis. Esa diferenciación será retomada, y en franco debate
con la escuela inglesa, por Lacan y sus discípulos.
Buena parte de estos debates se darán en el interior del movimiento “antipsiquiátrico”, que
surge durante la década del ’60, y con distintas modalidades en E.E.U.U., Gran Bretaña,
Italia y Francia. Como hechos en común compartían el cuestionamiento al sistema
psiquiátrico asilar, los modos en que el médico detentaba el poder y el lugar de “oprimido” al
que se confinaba al enfermo. Recorreremos la obra de algunas de sus figuras más
representativas.
Thomas Szasz
¿En qué medida puede ubicarse la obra del psiquiatra y psicoanalista norteamericano
Thomas Szasz como precursora del movimiento antipsiquiátrico? La respuesta a esta
pregunta hará resaltar uno de los aspectos centrales de su pensamiento a partir de 1960: el
cuestionamiento al “saber” psiquiátrico, denunciado como una “mistificación”: “Mi propósito
es el de plantear en este ensayo la pregunta: ¿Existe acaso lo que llamamos enfermedades
mentales?, y sostener que no existe. Puesto que la noción de enfermedades mentales es
actualmente de un empleo muy generalizado, la indagación de las formas en que dicho
término se emplea parecería ser particularmente indicada. Por supuesto, la enfermedad
mental no es literalmente una “cosa” o un objeto físico y, por consiguiente, solo puede
“existir” en la misma forma en que existen otros conceptos teóricos. Sin embargo, las teorías
familiares suelen presentarse, tarde o temprano, al menos para aquello que llegan a creer en
ellas, como ‘verdades objetivas’ (o ‘hechos’). Durante ciertos períodos históricos, algunas
concepciones explicativas, tales como las de deidades, brujas, y microorganismos,
aparecieron no solo como teorías, sino como causas manifiestas de un gran número de
acontecimientos. Es mi opinión que, actualmente, las enfermedades mentales son vistas de
un modo muy general en una forma algo parecida, esto es, como causa de innumerables
acontecimientos diversos. Como antídoto al empleo complacido de la noción de enfermedad
mental, ya sea como fenómeno manifiesto, como teoría o como causa, formulemos esta
pregunta: ¿En qué se piensa cuando se dice de alguien que está mentalmente enfermo?”.
[35]
Esta obra de Szasz impactó al pensamiento psiquiátrico al poner en cuestión uno de los
pilares del poder médico, esto es, su basamento en un supuesto saber racional. Respecto al
tema específico de la esquizofrenia, Szasz publicó, en 1976, el libro “Esquizofrenia: el
símbolo sagrado de la psiquiatría”. En su prólogo sostiene, en consonancia con sus trabajos
anteriores, lo siguiente: “Todo grupo u organización cuyos miembros están unidos por ideas e
ideales comunes tiene sus símbolos y rituales distintivos. Para los cristianos, el símbolo más
sagrado es la cruz y el ritual más reverenciado la misa; para los médicos, existe el grado de
doctor y el diagnóstico de la enfermedad.
Las personas, en tanto que individuos y miembros de un grupo, cuidan estos símbolos y
rituales como a sus posesiones más valiosas que deben ser protegidas de usurpadores,
especialmente de los que no son miembros del grupo. En efecto, los contemplan como cosas
sagradas cuya pureza deben salvaguardar vigilantemente contra la contaminación de los que
están dentro del grupo así como de los que están fuera.
Los psiquiatras constituyen un grupo. Ya que son médicos, su gremio es un subgrupo de la
profesión médica como un todo. Por lo tanto, los dos grupos tienen en común el grado de
doctor y el diagnóstico de la enfermedad como su principal símbolo y ritual. Tienen también
en común muchos de los otros símbolos y rituales de la medicina, como la bata blanca, las
recetas, el uso de los hospitales, las clínicas, las enfermeras, y las medicinas. Si éstos son
los símbolos y rituales que tienen en común los médicos y los psiquiatras, ¿cuáles son los
símbolos y rituales que los distinguen?
El símbolo que caracteriza más específicamente a los psiquiatras como miembros de un
grupo distintivos de doctores es el concepto de esquizofrenia; y el ritual que más claramente
los distingue es el diagnóstico de dicha enfermedad en personas que no desean ser sus
pacientes.
Cuando un sacerdote bendice agua, ésta se convierte en agua bendita – y por lo tanto es
portadora de los poderes más beneficiosos. De una manera similar, cuando un psiquiatra
maldice a una persona, ésta se convierte en esquizofrénica – y por lo tanto en portadora de
los poderes malignos. Como “divino” y “demoníaco”, “esquizofrénico” es un concepto
maravillosamente vago en su contenido y espantosamente aterrador en sus implicaciones”.
Todo el libro será un intento por combatir la idea de realidad que se desprende de la noción
psiquiátrica de “esquizofrenia”, vaciándola de significación. Las tesis fundamentales
apuntarán en dos direcciones:
1. La psiquiatría moderna genera una proliferación sistemática de nombres de
enfermedades creados independientemente de sus correlatos anatómicos, bioquímicos,
microbiológicos y fisiológicos. Por tanto, estas supuestas enfermedades resultan ser, en los
propios términos de la medicina, falsas enfermedades, nomenclaturas que intentan definir lo
que en verdad se desconoce, en tanto las formas propias de validación de la verdad de los
enunciados en el discurso médico suponen los correlatos antes mencionados.
2. Los esquizofrénicos (y los enfermos mentales en general) son los únicos pacientes que
padecen una institucionalización involuntaria: se los diagnostica y encierra en contra de su
voluntad, se los priva de sus propios puntos de vista y se los somete a una verdad “exterior”
que habrá de decir lo verdadero acerca de ellos, sin apelación. “El sujeto (el llamado
‘paciente esquizofrénico’) no tiene derecho a rechazar el diagnóstico, ni el proceso de ser
diagnosticado, ni el tratamiento aparentemente justificado por el diagnóstico. La idea misma,
en este esquema psiquiátrico, de los ‘derechos’ del paciente psicótico es tan absurda como
la idea, en el esquema de la esclavitud, de los ‘derechos’ del esclavo. (...) Las características
del paciente esquizofrénico (y en especial la ‘naturaleza’ de su enfermedad y su
‘peligrosidad’) requieren psiquiátricamente, y legalmente justifican, su confinamiento
involuntario en una institución mental. (...) ¿Qué tiene que ver esto con la medicina, o con
una psiquiatría que es aparentemente una especialidad médica? La respuesta es: nada. La
articulación de diversas aspiraciones y la resolución de los conflictos que generan,
pertenecen al dominio de la ética y de la política, de la retórica y de la ley, de la agresión y la
defensa, y de la violencia y la guerra”.
Ronald Laing
Dos grandes libros, escritos a principios de la década del ’60, sientan la posición de Laing
respecto a la esquizofrenia. En el primero de ellos, “El yo dividido”, publicado en 1960, Laing
expone un particular método de análisis comprensivo, tomado en parte de Sartre, para “dar
cuenta y razón, desde el punto de vista fenomenológico – existencial, de algunas personas
esquizoides y esquizofrénicas”. Si bien se basa en estudios de casos, el libro intenta plantear
una teoría general sobre la esquizofrenia. Laing aborda ésta partiendo de la noción de
“inseguridad ontológica primaria”: “El individuo, en las circunstancias ordinarias del vivir,
puede sentirse más irreal que real; en sentido literal, más muerto que vivo; precariamente
diferenciado del resto del mundo, de modo que su identidad y autonomía están siempre en
tela de juicio. Puede carecer de la experiencia de su propia continuidad temporal. Puede no
poseer un sentido contrarrestador de congruencia y cohesión personal. Puede sentirse más
insustancial que sustancial, e incapaz de suponer que la estofa de que está hecho es
genuina, buena, valiosa. Y puede sentir que su yo está parcialmente divorciado de su
cuerpo”.
Esta noción busca abrir en el terapeuta la “comprensión” del ser esquizofrénico. Si nos
mantenemos en el punto de vista de Jaspers y de toda la psiquiatría pre – jaspereana, la
esquizofrenia es “incomprensible”, y eso crea un muro entre el paciente y nosotros: “Mientras
estemos cuerdos, y él loco, no podrá cambiar esta relación. Pero la comprensión, en cuanto
esfuerzo para alcanzarlo y captarlo en su significado, mientras permanecemos en nuestro
propio mundo y lo juzgamos por nuestras propias categorías que, inevitablemente, no valen
para él, no es lo que el esquizofrénico desea o necesita”.
Esto marcará una de las características que, más tarde, darán origen a la propuesta
institucional de Laing: un “ir hacia la esquizofrenia” que exige abandonar nuestros puntos de
vista “cuerdos”; por tanto, una exigencia, para el terapeuta, de abandonar sus conocimientos
teóricos y el rol que ellos determinan en su encuentro con la locura.
Este primer texto no avanza en concepciones etiológicas. Éstas serán abordadas a través de
un largo trabajo de investigación: cinco años estudiando familias de esquizofrénicos, y cuyos
resultados se publicarán en 1964 bajo el título de “Cordura, locura y familia”, publicado junto
con A. Esterson. En el prólogo los autores recogen la tesis de Szasz, que sostiene que
considerar a la esquizofrenia como un proceso patológico es una presunción, y no una
realidad, pues no se han demostrado cambios estructurales orgánicos, ni fisiopatológicos, ni
nada que “evidencia” su existencia real. Estudiarán, por tanto, como “esquizofrénicos” a
aquellas personas que han sido diagnosticadas y tratadas como tales, proponiéndose
estudiar a las personas y el nexo que las une “en la medida en que pueden tener estructuras,
procesos y efectos como un sistema”. Sin embargo, no se proponen estudiar el “sistema” en
funcionamiento, ni en su interacción. No hablarán de “patología familiar”, pues esto sería
extender la ininteligibilidad de la conducta individual a la ininteligibilidad del grupo”. No hay
“saber” sobre las causas de la esquizofrenia; se parte del “objeto designado” para
comprender su modo de aparición. Pero el esquema de abordaje es antipsiquiátrico: antes
de producir un saber sobre una enfermedad, disuelve a ésta cuestionando los supuestos que
la engendran.
Metodológicamente la investigación se propone en la línea de la fenomenología, incluyendo
algunas nociones de Sartre para ampliar el campo de observación desde lo individual a lo
social. La noción fundamental que rescatan es la de “praxis”, que habría que entender como
los modos de acción humana que crean condiciones de posibilidad del ser humano. En este
sentido, el accionar familiar es una praxis que determina las condiciones de posibilidad de
existencia de una forma particular de ser. Al analizar el accionar de las familias de sujetos
calificados de esquizofrénicos, esta investigación se propone “mostrar” cómo esa praxis
familiar genera un tipo de comportamiento al que se califica de esquizofrénico.
“Pensamos que en este libro se demuestra que la experiencia y la conducta de los
esquizofrénicos es mucho más comprensible, desde el punto de vista social, de lo que han
supuesto la mayoría de los psiquiatras. En cada caso especial hemos tratado de responder a
la pregunta: ¿Hasta qué punto la experiencia y la conducta de aquella persona que ha
iniciado ya una carrera de ‘esquizofrénica’ es comprensible a la luz de la ‘praxis’ y del
proceso de su nexo familiar?”.
El siguiente paso será, para Laing, crear una institución que, a la vez que sirva de albergue a
personas calificadas como “esquizofrénicas”, funcione como un centro de entrenamiento
para terapeutas que se inician en este nuevo punto de vista. Surgirá así, en 1965, la
Philadelphia Association, seguida, en 1972, por la Fundación Arbouns, creadas junto con
Esterson y Cooper. La primera dará lugar a Kingsley Hall, un centro de asistencia y
formación que funcionará en Londres entre 1965 y 1970. “Allí, los enfermos y los médicos
convivían de una forma indiscriminada, sin ninguna diferenciación, para lo cual llevaban el
tipo de vida que les parecía, sin limitación alguna. Todo los miembros de la comunidad se
reunían a comer juntos por la noche y luego se prolongaban las discusiones hasta altas
horas de la madrugada. No existía ningún tipo de reglamento. Cada cual podía discutir la
conducta de los demás sin limitaciones. Nadie daba órdenes y todo el mundo se levantaba
cuando quería, comía lo que quería y hacía, en una palabra, todo lo que le parecía bien”.[36]
Franco Basaglia
La experiencia antipsiquiátrica llevada a cabo por el médico italiano Basaglia en la ciudad de
Trieste a partir del año 1968 (y recogida en el libro “La institución negada”) habrá de diferir de
las experiencias británicas en algunos puntos. En primer lugar, Basaglia opera la
transformación del asilo de Goritzia ocupando la función de director. En segundo lugar, esta
transformación será pensada como una tarea escalonada que le permita a los más de mil
internos salir del encierro en que se encuentran confinados, recuperando los vínculos con la
ciudad que en algún momento los expulsó detrás de los muros del asilo. La transformación
supone, como punto final, la demolición concreta de esos muros, la “apertura” del asilo y la
renovación de sus vínculos con la comunidad. Los pasos graduales implicarán una
modificación en la actitud por parte del personal médico y de enfermería, plasmada en un
trabajo de apertura, lenta pero persistente, de servicios, a fin de permitir a la comunidad el
restablecimiento de los lazos rotos con los enfermos.
Basaglia habla de una “crisis de la psiquiatría” a la que define en términos ideológicos: “Lo
que, en cualquier caso, une las situaciones – límite que acabamos de citar, es la violencia
ejercida por aquellos que están de parte del sistema, sobre aquellos que se encuentran
irremediablemente colocados bajo su dominio. La familia, la escuela, la fábrica, la
universidad, el hospital, son instituciones basadas en una clara distribución de papeles: la
división del trabajo (señor y siervo, maestro y alumno, dirigente y dirigido). Esto significa que
lo más característico de dichas instituciones es una tajante separación entre los que detentan
el poder y los que no lo detentan. De lo cual puede también deducirse que la subdivisión de
los roles expresa una relación de opresión y de violencia entre poder y no poder, que se
transforma en la exclusión del segundo por el primero: la violencia y la exclusión se hallan en
la base de todas las relaciones susceptibles de instaurarse en nuestra sociedad.
(...)
El nuevo psiquiatra social, el psicoterapeuta, el asistente social, el psicólogo de empresas, el
sociólogo industrial (por citar sólo algunos) son únicamente los nuevos administradores de la
violencia del poder, en la medida en que – suavizando asperezas, disolviendo resistencias,
resolviendo conflictos engendrados por las instituciones -, se limitan a permitir, mediante su
acción técnica aparentemente reparadora y no violenta, la perpetuación de la violencia
global. Su tarea – que se denomina terapéutica orientadora -, consiste en preparar a los
individuos para que acepten sus condiciones de objetos de violencia, dando por sentado que,
más allá de las diversas modalidades de adaptación que puedan elegir, ser objeto de
violencia es la única realidad permitida”
Frente a este cuadro de situación, la propuesta de Basaglia resultará revolucionaria: implica
una reconceptualización de la situación del enfermo mental y del rol que le cabe, en relación
con él, a los profesionales y a la comunidad en su conjunto. “Yo soy un psiquiatra porque soy
conciente de mis deberes; de no ser así, debería cambiar de profesión. Si sigo ejerciendo en
el sector público, o sea en la esfera estatal, es porque acepto mi status de psiquiatra, status
que nada tiene que ver con el conformismo del intelectual integrado, del intelectual y del
técnico que obran con el consentimiento del poder público y de la organización social, y que
actúan falsamente desde un punto de vista democrático”.[37] En este sentido la
antipsiquiatría, tal como la entiende Basaglia, no es sólo teoría (o ideología), es acción. Es
esta acción la que se define como revolucionaria: “La apertura de un servicio es siempre una
acción de ruptura (...). No llego a imaginármelo como el resultado de una elaboración
conceptual por parte de las personas que viven en el sistema cerrado y que debe abrirse.
Creo que la apertura es un acto ‘revolucionario’, y un acto revolucionario no es un acto
elaborado. No constituye por sí mismo un acto ‘maduro’, yo diría incluso que es un acto
‘inmaduro’ (...). El acto ‘revolucionario’ no tiene en cuenta la sanción de la norma, y la acción
de ruptura, al desconocer la norma, desemboca aparentemente en el estado de ‘caos,
desorden y anarquía’ (...)”.[38] Se trata de un planteo político que traerá, como
consecuencias últimas, la sanción de leyes que modifiquen el status legal del enfermo y
determinen los modos en que el estado se hará cargo de su situación. “Así nació, en el plano
práctico, un proceso de liberación que, a partir de una realidad de violencia altamente
represiva, se comprometió por el camino de la subversión institucional”.
El modelo propuesto es, a los ojos de Basaglia, una experiencia práctica posible en virtud de
las condiciones sociales y políticas de aquella comunidad en aquel tiempo. “Los cambios
prácticos deben construirse sobre una cultura”.[39] Como experiencia, no es necesariamente
repetible en cualquier contexto, pero resultará siempre viable el modo de cuestionamiento del
sistema asilar, y la oferta tendiente a modificar las funciones de los profesionales y el status
de los enfermos. “Sería lo mismo si ahora me preguntaran respecto de cómo aconsejaría
organizar el territorio de la ciudad de México (...). Lógicamente, yo no podría dar una receta
en este sentido porque no conozco sus necesidades. No puedo proponer la lógica que utilizo
en la organización del territorio que administro porque, aunque somos todos hombres, los
hombres de Trieste son distintos de los hombres de la ciudad de México. Es decir, la
organización económica, la organización social de los dos contextos es totalmente distinta,
de tal manera que la organización que puedo proponer en Trieste, donde vivo, no es la
misma que puedo sugerir para un área de la ciudad de México. (...) Esto nos lleva al tema
central que quería desarrollar, este es, cómo el técnico profesional, el psiquiatra en este
caso, no puede transformar absolutamente nada si junto con él no está el público, el pueblo
que transforma. Cuando nosotros, por ejemplo, transformamos una institución (...), tengo que
tener conmigo no solamente a los otros médicos sino a todo el equipo del hospital (...), y
sobre todo el núcleo más importante, es decir los enfermos. (...) Si no están conmigo, en la
transformación de la institución, cualquier cambio no será sino la creación de un nuevo
modelo para oprimir al enfermo”.[40]
Gregory Bateson
Concluiremos nuestro recorrido por las corrientes teóricas que han participado del debate
científico e ideológico acerca de la esquizofrenia sintetizando los primeros aportes del
antropólogo Bateson a raíz de las investigaciones que llevó a cabo en los Estados Unidos
entre los años 1952 y 1956, volcadas en su texto Hacia una teoría de la esquizofrenia.
Lo nodular del punto de vista de Bateson es el hecho de encarar sus investigaciones con el
fin de establecer una teoría comunicacional que de cuenta del origen y la naturaleza de la
esquizofrenia. Para ello, centrará sus estudios en los modos de interacción en las familias de
esquizofrénicos, haciendo hincapié en la comunicación madre – hijo.
Describirá así un tipo particular de interacción, a la que denominará “doble vínculo”, que tiene
como característica el hecho de impedir que el sujeto pueda establecer un análisis correcto
de los diversos niveles en que la comunicación humana suele acontecer. La comunicación
tiene múltiples niveles, y el sujeto debe “aprenderlos” para ser capaz de asignar a cada tipo
de señal el nivel en que debe entenderse (literal, metafórico, irónico, etc.). Bateson denomina
a esta capacidad adquirida “función yoica”, y postula que el esquizofrénico manifiesta
debilidades en ésta función, presentando dificultades en la asignación del modo
comunicacional correcto a los mensajes.
El origen de esta dificultad no radica en una situación de carácter traumático vivida en la
infancia. Por el contrario, es necesario un patrón de aprendizaje que se extiende a lo largo
del tiempo, que habrá de generar “un universo en el que las secuencias de acontecimientos
sean tales que sus hábitos comunicacionales no convencionales resulten de alguna manera
apropiados”. Este “patrón de aprendizaje” será calificado de “doble vínculo”, y presupone la
coexistencia de mensajes contradictorios en un contexto en el cual el individuo no encuentra
forma de “salir” para poder “metacomunicarse”, es decir, analizar los mensajes tomándolos
como objetos. “Si una persona ha pasado su vida dentro de una relación de doble vínculo
(...), su forma de relacionarse con los demás después de un episodio psicótico se ajustará a
un patrón sistemático”. Este patrón podrá seguir distintas modalidades, cada una de las
cuales se adecua a los subtipos de esquizofrenia descriptos por Bleuler. Así, podrá hablarse
de un patrón de tipo “paranoide” en el cual, y “debido a (su) incapacidad para juzgar
adecuadamente qué es lo que se está diciendo”, el sujeto “puede suponer que en cada frase
hay un significado oculto que amenaza su bienestar. Entonces se preocupará excesivamente
por los significados ocultos y se propondrá demostrar que no se lo puede engañar, como se
lo ha engañado toda su vida”. Puede presentarse un patrón que calificaríamos de
“hebefrénico”, mediante el cual el enfermo “tiende a aceptar literalmente todo lo que le dice la
gente; y si el tono, el gesto o el contexto contradicen lo enunciado, puede establecerse un
patrón consistente en no tomar en serio esas señales metacomunicativas. Renunciará a todo
intento de distinguir entre niveles de mensaje y tratará todos los mensajes como si fueran
triviales o risibles”. Por último, podría presentarse un patrón de tipo “autista” (Bateson lo
llama “catatónico”), si al paciente “le resultara necesario ver y oír cada vez menos de lo que
sucede a su alrededor y hacer todo lo posible para no provocar respuestas de su ambiente.
Intentará desentenderse del mundo y concentrarse en sus procesos internos”.
De esta forma, la etiología y la semiología de la esquizofrenia se reducen al plano
comunicacional.
Otra noción fundamental planteada por Bateson es la de “homeostasis familiar”. Tomando la
noción utilizada por Jackson, se postula a la familia como un sistema homeostático, es decir,
un sistema cerrado de regulación que suple las fallas operacionales de alguno de sus
miembros con el recargo de funciones en los otros[41]. En el caso de familias que presentan
un modelo comunicacional de doble vínculo, aunque éste se establezca entre algunos de sus
miembros (por ejemplo, entre la madre y uno de sus hijos), el resto del sistema familiar
refuerza con sus acciones ese modo comunicacional a fin de mantener la homeostasis del
sistema. “Siendo esto así, cuando con ayuda de la psicoterapia el paciente se torna menos
vulnerable a los intentos de su madre por controlarlo, ésta manifestará ansiedad.
Análogamente, si el terapeuta interpreta a la madre la dinámica de la situación que establece
con el paciente, ella responderá con ansiedad. Nuestra impresión es que cuando existe un
contacto permanente entre el paciente y su familia (...) ello desemboca en un trastorno a
menudo grave de la madre, y a veces también del padre y los hermanos”.
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Notas
[1] Y que con el tiempo darán lugar a la diferenciación entre neuropsiquiatría y psiquiatría.
[2] Se denominan así aquellas afecciones que, teniendo origen en un órgano distinto del
cerebro, repercuten en este secundariamente.
[3] Tomado de Bercherie (1980).
[4] Kraepelin (1909/13).
[5] Esquizo, del griego schizein = dividir, hendir; frenós, del griego phrenos = pensamiento.
[6] Roudinesco (1997). Psicoanalista e historiadora del psicoanálisis francesa
contemporánea.
[7] Pessoa (1982).
[8] Morel, Traité des maladies mentales (1860), citado por Roudinesco (1997).
[9] Pereyra (1943)
[10] Bleuler (1911), página 284. De aquí en adelante todas las citas son tomadas de esta
obra, salvo aclaración.
[11] La catatonía fue descripta por primera vez por Kahlbaum en 1874 como "una
enfermedad cerebral de curso cíclico, alternante, en la cual la sintomatología psíquica
presenta sucesivamente el aspecto de la melancolía, de la manía, del estupor, de la
confusión, de la demencia. (...) Además de los síntomas psíquicos, como síntomas típicos se
presentan procesos nerviosos locomotores, con un carácter general de convulsiones".
Kraepelin la incluirá como un subtipo de la demencia precoz, resaltando la presencia de
"desórdenes catatónicos": fenómenos inhibitorios y espasmódicos motrices, que primero
atraviesan una fase de excitación para caer luego en un estado de estupor. La catatonía
presenta, pues, los mismos desórdenes físicos que la parálisis general, sin tener su mismo
origen.
[12] Szasz (1975). Psiquiatra y psicoanalista, uno de los iniciadores del movimiento
antipsiquiátrico.
[13] Reténgase esta idea para retomarla en el cuadernillo Las psicosis en la obra de Lacan,
cuando se trabajen las críticas postlacanianas a las concepciones inglesas.
[14] Es decir, el predominio de los "automatismos" que rigen los procesos mentales
inferiores.
[15] Tómese en cuenta, para comprender estos planteos, las ideas de Herbart sobre la
estrechez de la conciencia, y por tanto la noción de dinamismo psíquico.
[16] También subyace en esta concepción la antigua noción de Griesinger, quien concebía el
proceso patológico como la irrupción de una nueva organización psíquica que reemplaza al
antiguo yo.
[17] Jaspers (1913).
[18] Citado por Bercherie (1980).
[19] Jaspers (1913), citado por Bercherie (1980).
[20] El coma insulínico, o tratamiento de Sakel, consiste en la administración de insulina para
provocar en el paciente una baja del nivel de glucosa en sangre, y, con ello, un coma
hipoglusémico. H. Ey, en su Tratado de Psiquiatría, comenta que, en 1970, es un método
"casi abandonado".
[21] Krafft Ebing denomina psicosis a todas las enfermedades mentales, dándole al término
su sentido original.
[22] Estos grupos psíquicos recibirán más adelante el nombre de "instancias": preconciente e
inconciente, que pelearán por el acceso a la conciencia, en tanto ella gobierna el acceso a la
motilidad.
[23] Freud (1905).
[24] Publicado en el número 3 del Jahrbuch für psychoanalytische und psychopathologische
Forschungen, dirigido por Bleuler y Freud, y con Jung como jefe de redacción. Vale aclarar
que, en la caracterización del caso, Freud recurre a dos diagnósticos distintos (paranoia y
demencia paranoide), al menos dentro de la nomenclatura de Kraepelin, creador del segundo
de los términos, y para quien la demencia paranoide era una forma de demencia precoz,
cuadro diferente de la paranoia.
[25] Este término designa, en la tradición psiquiátrica alemana, a una forma clínica
caracterizada por un cambio del estado de ánimo, que suele presentarse bajo el modo de la
tristeza y el desánimo. Puede incluir ideas "de coloración triste" de tipo delirante, que en
algunos casos conducen al sujeto al suicidio.
[26] Freud S. (1915): Lo inconciente.
[27] Es necesario recordar que, en El yo y el ello, Freud postula una manera de
neutralización de la pulsión de muerte a través de la inmixión de las dos pulsiones (vida y
muerte). Si van juntas, se compensan; si se separan, la pulsión de muerte comienza su
accionar destructivo.
[28] Fairbairn (1940)
[29] Esta omnipotencia puede ser pensada como "locura", si se entiende por locura cierto
grado de "distorsión subjetiva" en los modos de percibir la realidad compartida. Pero desde el
punto de vista de Winnicott la locura equivale a sufrimiento, y es la frustración excesiva o
fuera de tiempo quien lo causa.
[30] Winnicott (1965).
[31] Recuérdese que ésta es la tesis original de Abraham y Freud: regresión al autoerotismo,
retiro del mundo exterior y retorno a la etapa anobjetal.
[32] Bion: Diferenciación de las personalidades psicóticas y no psicóticas (1957), en op. cit.
[33] Quien habla es el propio Binswanger, director del sanatorio.
[34] Los debates posteriores referidos a la intepretación del caso “Ellen West” podrán leerse
en Laing (La voz de la experiencia); Minuchin (Calidoscopio familiar) y Rogers (La persona
como centro).
[35] T. Szasz (1961).
[36] J. Obiols (1973). Tómese en cuenta que este modelo de “comunidad terapéutica” resulta
“superador” respecto a las propuestas de M. Jones y aún del propio Cooper en el “Pabellón
21”, en donde sigue los lineamientos de Jones.
[37] Obiols (1973): Reportaje a F. Basaglia.
[38] Basaglia (1968): Debate en torno a la apertura de un servicio de mujeres, octubre de
1967.
[39] Obiols (1973)
[40] Basaglia y otros (1978). Debate sobre la salud mental en México.
[41] Es un tipo de comportamiento que puede observarse en algunas máquinas, y que luego
se ha aplicado como modelo de interpretación de ciertas patologías funcionales orgánicas.
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