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CAPÍTULO 1.

¿A qué llamamos educación?

La educación es uno de los campos en el que todos los seres humanos tie-
nen más experiencia. Todos hemos tenido, y tendremos mientras continuemos
viviendo, experiencias de carácter educativo, aunque de muy diversa índole, tal
y como veremos más adelante. Aunque existen muchos conceptos de tan com-
plejo asunto, resaltaremos su rasgo más esencial, aquel que la define como ese
mágico fenómeno consustancial al desarrollo humano que nos convierte en
personas. Podría decirse que se trata de la potenciación de las cualidades espe-
cíficamente humanas1. Como pronosticó Kant: «El hombre no puede hacerse
hombre más que por educación. No es más que lo que la educación hace de él».
Pero nada mejor para iniciarnos en la realidad pedagógica es echar una mirada
etimológica para aproximarse al concepto «educación». El origen de esta pala-
bra es dudoso. Hay quienes consideran que procede del verbo latino educare,
que significa «alimentar», «criar». Pero también puede provenir del verbo edu-
cere, que significa «extraer de dentro afuera». Así, una perspectiva integradora
de ambas posiciones nos da la visión más completa; la educación es un proceso
interactivo entre el educando y su entorno (educare) basado en su capacidad
personal para desarrollarse (educere) (Castillejo, 1994:18).
Quizá la complejidad de la educación se deba tanto a su carácter sistémi-
co2 como a la multiplicidad de dimensiones que la configuran. Me refiero

1
La educación es, como nos recuerda García Mínguez (1998:170), a la vez «un derecho y un deber a
lo largo de la vida», o como dijo Froufe Quintas, «un destino y una necesidad» (cit. en Sáez y Escar-
bajal de Haro, 1998:187).
2
Aquella que contempla el papel de todas las variables mediadoras del proceso socioeducativo que se
influyen mutuamente entre sí y que dan lugar a una realidad diferente a la suma de éstas. De ellas
hablaremos más adelante.

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a la dimensión psicológica, biológica, política, económica o histórica, en-


tre otras3.
Además, existen otras circunstancias que tradicionalmente han generado re-
flexiones por parte de los teóricos de la educación, temas como la difícil com-
binación entre ciencia y arte, la diferente aplicación atendiendo a cada entorno
social, cultural, generacional, las diversas posibilidades de influencia educativa
(la denominada educación formal, no formal e informal) o la pluralidad de agen-
tes que forman parte de este rompecabezas de la educación.
Todo este esfuerzo teórico contrasta con una realidad: la escasa formación
pedagógica que recibimos las personas, cuando en realidad todos somos edu-
cadores/as en nuestra vida cotidiana (de nuestros hijos/as, como profesionales
de una disciplina, como expertos en geriatría y gerontología, como divulga-
dores científicos, etc.).
A lo largo del tiempo, diferentes pedagogos han puesto el énfasis en diferentes
aspectos constitutivos de la educación. Tomando lo esencial de todos ellos,
puede resumirse que la educación:
• Es el proceso de humanización de los sujetos.
• Es posible gracias a un proceso de comunicación interpersonal.
• Implica la acción dinámica de la persona con su entorno físico y social.
• Se lleva a cabo con una escala de valores.
• Es un proceso de socialización y culturización de los miembros de una
sociedad.
• Es un proceso continuo, permanente, inacabado.
Pero es en nuestra sociedad actual, inmersa en el posmodernismo, donde la edu-
cación cobra su máximo valor. Es la llamada sociedad del aprendizaje4. Nos en-
contramos en un momento peculiar de la historia de la humanidad, puesto que
nunca había existido un período en el que tantas personas aprendieran tantas
cosas a la vez como ahora. La educación, como señala Pozo Municio (1996), ha
crecido tanto «a lo largo» de nuestra vida (pues no existen límites por criterios
de edad para dejar de aprender) como «a lo ancho», ya que las actividades for-
mativas abordan casi todas las facetas de la vida social (aprendemos para prepa-
rarnos para la vida laboral, pero también para jubilarnos, para disfrutar de nues-
tro ocio ensayamos nuevos deportes, juegos o bailes, necesitamos aprender para

3
A este respecto, Sarramona (2000:13) ofrece unas reflexiones clarificadoras.
4
Para profundizar en esta reflexión recomiendo acudir a la lectura del profesor Pozo Municio (1996).

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utilizar electrodomésticos cada vez más sofisticados y que requieren un manual


de instrucciones para simplificar y comprender sus instrucciones, etc.).
Otro rasgo de nuestra sociedad actual es que ya no es necesario indagar en bus-
ca de la información, sino más bien al contrario. Es ella la que nos busca y nos
encuentra a nosotros. Es un hecho que los medios de comunicación están apor-
tándonos cada vez más información, queramos o no.
En este contexto social, no sólo ha cambiado la función de la educación, sino
también las estrategias que se empleaban para enseñar y aprender. Sabemos que
el aprendizaje no es una realidad lineal –en la que un emisor transmite infor-
mación y los alumnos receptores la reciben pasivamente–. También se ha com-
probado que no existen leyes universales para lograr la eficacia docente, entre
otros motivos porque esta eficacia debe adaptarse, contextualizarse en cada es-
tilo de educación y para cada colectivo –tal y como sucede en la educación ge-
rontológica–. Por todo ello, veremos poco a poco que existen razones fundadas
para continuar cuestionando las prácticas docentes tradicionales5, fuente donde
todavía beben aquellos que diseñan programas pedagógicos para otros grupos de
edad (como sucede en el caso de los mayores), y por qué tenemos que ir dise-
ñando otro modelo pedagógico que enmarque y proporcione estrategias para
realizar la función docente.

5
Tradición educativa que implícitamente consideraba que se aprende lo que se enseña y que ense-
ñanza y aprendizaje son prácticamente sinónimos.

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CAPÍTULO 2.
Educación y formalidad

Otra de las características de la denominada sociedad del aprendizaje es el he-


cho de que se diversifican los escenarios para el aprendizaje. Así, existen accio-
nes educativas de muy diversos tipos, caracterizadas por un rasgo esencial: su
grado de formalidad. Esta formalidad va a configurar el tipo de actividad, defi-
niendo el rol del docente, el entorno, los objetivos, los contenidos educativos, la
forma de relación entre docente y discente, el valor asignado y sistema de eva-
luación, etc.
Esta forma de clasificar las acciones educativas es necesaria para reflexionar acer-
ca de la naturaleza y del sentido de la educación para los mayores; por ello se ex-
ponen brevemente en la Tabla 2.1.
Todas estas formas de educación conviven en nuestra sociedad y las personas
las experimentamos alternativa o simultáneamente. Así, un joven puede estar
cursando estudios de educación formal, mientras perfecciona su nivel de infor-
mática en una academia y se ve influido por los medios de comunicación social.
Aunque la edad de los destinatarios no debería considerarse un criterio diferen-
ciador a la hora de determinar qué tipo de educación corresponde a cada mo-
mento vital, la realidad demuestra que las personas mayores apenas participan
en el sistema formal, por lo que la educación no formal y la informal se convier-
ten en las vías más adecuadas para llevar a la práctica el principio de la educación
a lo largo de toda la vida.
Pero ¿qué significa educación no formal? ¿Significa que es improvisada, menos
seria y rigurosa, más espontánea, menos cualificada? La Tabla 2.2 resume las im-
plicaciones del grado de formalidad.

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TABLA 2.1
Educación formal, no formal e informal

Educación formal
Es una acción explícitamente intencional que se lleva a cabo de forma estructurada y
sistemática a través de instituciones diseñadas para tal fin. Está legalmente regulada
y controlada, y proporciona titulaciones oficialmente reconocidas

Educación no formal
También es una acción explícitamente intencional, pero su grado de estructuración
y su nivel de regulación es escaso. Ello implica que las acreditaciones que de ella se
derivan no son oficiales. En este tipo de acción educativa se enmarcan todo tipo
de centros de aprendizaje de idiomas, de artes, así como de instituciones en las que se
imparte formación cultural y laboral, pero que no se encuentran incluidas en el sistema
educativo formal. También pueden encuadrarse en esta tipología la gran mayoría
de las actividades educativas en las que participan personas mayores en España

Educación informal
Se refiere a las influencias que todos recibimos pero que, explícitamente no tienen una
intención educativa, aunque, sin duda, ejercen impacto sobre nosotros. Su nivel de
organización, estructuración y regulación son nulos. Ejemplos de esto serían la educación
proporcionada por los medios de comunicación o la generada gracias al contacto social

TABLA 2.2
Educación y formalidad

Educación Educación Educación


Características de la educación formal no formal informal

1. ¿Posee intencionalidad Sí Sí No
educativa explícita?
2. ¿Es un acción sistemática? Sí Sí No
3. ¿Proporciona una titulación? Sí Sí, pero No
Oficial no oficial Sin titulación
4. ¿Cuál es la edad Es indistinta Es indistinta Es indistinta
de sus destinatarios? Variada Variada Variada
5. ¿Se realiza en el aula? Indistinta Indistinta No

Fuente: Modificada de Sarramona (2000:14).

En el cuadro puede verse que la única diferencia entre la educación formal y


la no formal es su oficialidad, es decir, que no está regulada. Este hecho ofrece la
enorme ventaja de ser flexible, y para nuestras pretensiones como gerontólo-

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gos con un enfoque educativo, resulta esencial. Por contraposición, presenta la


desventaja de la falta de enmarque, la no definición de los elementos básicos del
currículum, la ausencia de unos mínimos que garanticen la cualificación de los
docentes, unos objetivos, contenidos y metodología adecuada, etc. Ello, sin em-
bargo, no significa que deba disminuir la exigencia pedagógica o que no permi-
ta dotarle del contenido adecuado a la educación informal de los mayores; sim-
plemente queremos decir que, a día de hoy, todavía hay mucho por investigar,
por definir y cerrar en el diseño de proyectos educativos con mayores.
Como veremos más adelante, la gerontología educacional se desarrolla por medio
de acciones formativas en los tres ámbitos: en acciones de educación formal en la
medida que se trate de enseñanzas regladas (asignaturas de titulaciones oficia-
les, másters u otros estudios de posgrado); en iniciativas de educación no formal
(cursos de formación a profesionales, cuidadores, centros de formación, asocia-
ciones científicas, acciones formativas para mayores impartidas en asociaciones,
centros de mayores, etc.) y por supuesto, gracias a la informal (que toma cuerpo
en los reportajes en televisión, entrevistas en radio o artículos en prensa, etc.).

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