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TEMAS DE EXPOSICION GRUPO II

RESPONSABILIDAD MORAL
La responsabilidad moral es aquella en la que se toma responsabilidad sobre un
suceso específico o persona, poniendo la moral por sobre lo demás. Se trata
entonces de la responsabilidad que se relaciona con las acciones y su valor
moral. Desde una ética consecuencia lista, dicho valor será dependiente de las
consecuencias de tales acciones. Sea entonces al daño causado a un individuo, a
un grupo o a la sociedad entera por las acciones o las no-acciones de otro
individuo o grupo.

En una ética deontológica, en cambio, tales acciones tendrán un valor intrínseco,


independiente de sus consecuencias. Desde esta perspectiva, es un sistema de
principios y de juicios compartidos por los conceptos y las creencias culturales,
religiosas y filosóficas, lo que determina si algunas acciones dadas son correctas
o incorrectas. Estos conceptos son generalizados y codificados a menudo por
una cultura o un grupo, y sirven así para regular el comportamiento de sus
miembros. De conformidad a tal codificación se le puede también llamar
moralidad, y el grupo puede depender de una amplia conformidad a tales
códigos para su existencia duradera.
Desde el punto de vista de la organización social, la responsabilidad moral
se diferencia de la responsabilidad jurídica por su carácter interno. La
responsabilidad moral se refiere principalmente al carácter interno de las
conductas (la conciencia o intención de quien ha actuado), sin importar aspectos
externos como el hecho de que éstas hayan sido descubiertas o sancionadas. Por
el contrario, los procesos jurídicos no son necesariamente procesos de intención
(por ejemplo, la prescripción del delito de robo por el mero transcurso del
tiempo puede invalidar la responsabilidad jurídica sin invalidar la
responsabilidad moral).
La responsabilidad moral ocupa un lugar cada vez más importante en la opinión

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pública cuando la adjudicación de la responsabilidad jurídica a través de los


tribunales es insuficiente para cerrar casos como son, por ejemplo, escándalos de
corrupción ligados al ocultamiento de cifras en la contabilidad de empresas,
derramamiento de petróleo en zonas naturales, financiamientos ilegales de
campañas y escándalos de corrupción política. El término aparece también en la
discusión de temas como determinismo o libre albedrío, puesto que sin la
libertad es difícil ser culpado por las propias acciones, y sin esta responsabilidad
moral la naturaleza del castigo y la ética se convierten en una interrogante

CULPA
El sentimiento de culpa tiene que ver, evidentemente, con la moralidad; la moral
es, a su vez, inseparable de la conciencia. La cuestión que estas relaciones
plantea remite a la manera de concebir la conciencia.
Los términos «conciencia», «consciente», han sufrido cierta impregnación
psicológica, para reincorporarse al lenguaje ordinario como si se tratase de
tecnicismos de imprescindible uso (como teléfono, autopista.). Ambos términos
y sus voces derivadas se prestan a interpretaciones muy diversas.
Las psicologías basadas en el esquema del estímulo-respuesta fomentan la idea
según la cual la conciencia sería un mero receptor de información; algo pasivo
semejante a un ojo interior que se limitase a registrar cierta parte, esa que
llamamos consciente, de lo que acontece en la vida psíquica. Pero ser consciente
no es sólo “ver lo que pasa”.
Por de pronto, la conciencia es el lugar común de la específica función
formalizadora del alma. No en vano la primera psicología científica es percibir
la realidad las realidades de una forma adecuada a la naturaleza de las mismas.
La naturaleza de una cosa es lo que hace que esa cosa alcance su ser. La
conciencia ni crea ni inventa nada. Las realidades son lo que son, y la conciencia
el testimonio indeclinable del ser psíquico personal. Pero semejante operación
no concluye ahí. Ser consciente implica, sobre todo, un juicio acerca de la

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realidad advertida y su relación con el propio sujeto: nunca es indiferente lo que


se ve, piensa o imagina; tendrá mayor o menor interés o importancia en cuanto a
su entidad concreta; puede alguien adoptar incluso una posición neutral, pero
esto mismo evidencia que el ser consciente supone la capacidad de asumir las
realidades en función de ese juicio. El acto estimativo es, precisamente,
específico de la naturaleza humana.

La conciencia resulta ser, más allá del mero conocimiento sensible, registro
moral. La perfección de la vida intelectual, como ingrediente del ser consciente,
demanda que las cosas no queden reducidas al orden de lo apetecible (o no),
sino que se conozcan en su verdad y en su moralidad. Toda referencia
argumental a la conciencia (opino o hago esto en conciencia, o la conciencia me
dice, por ejemplo) supone el desarrollo perfectivo o formación de la propia
conciencia. La conciencia opera, pues, en última instancia como juez del sujeto
agente. El juicio de culpabilidad se forma en un ser normal cuando la voluntad
produce un acto que la conciencia registra como contrario al orden, en tanto
disposición racional de los elementos de un proceso revelador de la verdad como
fin último del entendimiento y del bien como objeto de la voluntad.

Pero la naturaleza humana en su radical condición psicológica entiende y siente


a la vez. Ser persona dice relación, y la conciencia de lo real contiene, junto al
juicio de la realidad o de uno mismo, cierta cualidad que convierte la relación en
experiencia íntima o vivencia. Dicha cualidad se formaliza en los sentimientos.
Normalmente la conciencia de lo real implica un sentimiento correlativo; es
decir, un modo de sentirla o sentirnos afectados, proporcionado a su estimación:
la verdad y lo bueno nos alegran, la mentira y el mal nos entristecen. La
culpabilidad es, a la vez, conocimiento y sentimiento. Y tan anormal sería
saberse y no sentirse culpable como sentirse y, sin embargo, no serlo.
Paradójicamente la patología de la conciencia plantea menos problemas que la

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de los sentimientos. Un trastorno de conciencia supone, por definición, una


anomalía del juicio de lo real. Independientemente de la causa, cualquier
observador advierte, sin más, el fallo instrumental del supuesto físico.
La afectividad es más compleja. Ni los estados de ánimo ni los sentimientos son
verificables de modo experimental, ni pueden ser aislados de manera objetiva en
condiciones de salud a la manera de las sensaciones, la memoria o la
inteligencia. Su primera característica es la subjetividad. Los sentimientos
pueden definirse como estados del yo. El sujeto se identifica pasivamente con lo
sentido: se está alegre, triste, deprimido, o simplemente bien o mal, por esto o
aquello, o sin más. Semejante pasividad resulta evidente de ordinario. La
dificultad no sólo comienza con la patología, sino que es inherente a ella.

Cualquier sentimiento de incomodidad sensibiliza la conciencia moral: se


difuminan las lindes del sentir y del querer. El juicio peyorativo y del
remordimiento aparece tras hechos irrelevantes, en forma desproporcionada, o,
incluso sin referencia alguna.

RECOMPENSA
PENALIDAD.

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VALOR
El valor es una cualidad que confiere a las cosas, hechos o personas una
estimación, ya sea positiva o negativa. La axiología es la rama de la filosofía que
se encarga del estudio de la naturaleza y la
esencia del valor.
Para el idealismo objetivo, el valor se
encuentra fuera de las personas; para el
idealismo subjetivo, en cambio, el valor se
encuentra en la conciencia (o sea, en la
subjetividad de los sujetos que hacen uso del
valor). Para la corriente filosófica del
materialismo, la naturaleza del valor reside en
la capacidad del ser humano para valorar al mundo en forma objetiva.

En otro sentido, los valores son características morales inherentes a la persona,


como la humildad, la responsabilidad, la piedad y la solidaridad. En la antigua
Grecia, el concepto de valor era tratado como algo general y sin divisiones, pero
a partir de la especialización de los estudios, han surgido diferentes tipos de
valores y se han relacionado con distintas disciplinas y ciencias. Los valores
también son un conjunto de ejemplos que la sociedad propone en las relaciones
sociales. Por eso, se dice que alguien “tiene valores” cuando establece relaciones
de respeto con el prójimo. Podría decirse que los valores son creencias de mayor
rango, compartidas por una cultura y que surgen del consenso social.
La teoría de los valores implica la existencia de una escala, que va de lo positivo
a lo negativo. La belleza, lo útil, lo bueno y lo justo son aspectos considerados
como valiosos por la sociedad.

LEALTAD
El ser humano en tanto en cuanto humano, y básicamente por esto, es el sujeto

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principal de ciertos derechos y deberes que resultan inherentes a su condición, y


que la modernidad ha sabido descubrir, descifrar y poner de relieve a partir del
siglo de las Luces. La lealtad o fidelidad, en tanto valor que funda la acción y las
relaciones humanas, bien pudiera situarse en el centro de la lógica de la razón y
de la libertad que constituye el núcleo duro del paradigma de la modernidad, en
la medida en que se trata de encontrar en ella uno de los fundamentos concretos
que permitan apoyar la acción moral.

Desde esta perspectiva, puede decirse que, si el ser humano es el centro de la


Historia, el primer punto de arranque de la lealtad es la adhesión o fidelidad
irrestricta e irrenunciable del ser humano con el propio ser humano, en cuanto
sujeto histórico y en cuanto ser humano integral, como primer paso para
construir las demás lealtades.

CONTRIBUCIONES PARA UNA DEFINICIÓN DE LEALTAD


En una primera aproximación, puede entenderse la lealtad como la consagración
consciente, práctica y completa de una persona a una causa, siempre que dicha
causa no sea meramente impersonal. Lealtad es la inclinación voluntaria y
consciente de adhesión de un ser humano hacia otro, o hacia un valor que estima
y considera superior y respecto del cual se compromete. Por lo tanto, la lealtad
es un valor que se asocia con la razón. Esto implica que el acto de lealtad, siendo
un acto espontáneo de la conciencia individual, es un acto que se supone
gobernado por la razón y por la voluntad humana.

La razón entonces, no sólo opera como la facultad que propone e impone leyes
del pensamiento y leyes a la acción reflexiva, sino que funciona como un orden
de las cosas, ya sea dado, ideal o construido progresivamente en el transcurso de
la historia. El ser humano, como centro y sujeto de la razón, construye con ella
su historia y sus universos simbólicos al interior de los cuales elaboran y

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despliega sus cualidades y virtudes morales.


La lealtad se manifiesta, así como una responsabilidad moral ante sí mismo y
ante la sociedad a la que pertenece, y como un ejemplo ético que le confiere
autoridad y legitimidad. En la medida en que la persona necesita un sentido de
pertenencia y de adhesión con una organización, una creencia o una persona, la
lealtad vendría siendo la respuesta espontánea de la conciencia moral a dicha
pertenencia. Por eso, puede decirse que la lealtad o fidelidad, es una de las
formas más profundas a través de las cuales se realiza la historicidad del ser
humano.
La lealtad es un principio ético, mediante el cual todas las virtudes morales
comunes, en tanto que proyectos y realizaciones humanas, pueden ser
consideradas como formas particulares de una lealtad a la lealtad misma. Esto
quiere decir, que el ideal axiológico sería que el individuo sea leal a una causa, a
una institución y/o a las personas, más por un apego o adhesión consciente a la
lealtad en cuanto valor ético.

La lealtad es un impulso y un acto espontáneo de la voluntad, dirigida a la


adhesión y la creencia en algo permanente y superior, que se expresa y se
traduce en la vida práctica individual y social del individuo. En cuanto valor
ético que relaciona a seres humanos con seres humanos, la lealtad se basa
principalmente en el principio de la confianza o de la confiabilidad, del mismo
modo que la amistad. Quién no es confiable o es considerado como “poco
confiable” no puede ser objeto ni sujeto de lealtades, en virtud de que se han
perdido o quebrado los fundamentos de confiabilidad, que aseguran la
continuidad normal de las relaciones humanas. Las lealtades, que se construyen
con el paso del tiempo y con la prueba irrefutable de la experiencia, pueden
destruirse en un solo instante de duda, con un solo momento de renunciamiento,
de traición o de silencio cómplice.

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De aquí la dificultad y lentitud, en el proceso de formación de las lealtades. Ellas


son siempre el fruto elaborado y el frágil resultado tras un largo período de
tiempo, durante el cual las lealtades se manifiestan y se ponen constantemente a
prueba.

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Desde esta perspectiva, el acto de lealtad refleja una decisión de la voluntad del
individuo, para poner un fundamento moral a las relaciones humanas, de manera
que éstas se enriquezcan profundizándose y ampliando sus horizontes, e intentando
encontrar una identificación entre dos seres humanos, entre un ser humano y una
causa o ideal, o entre el individuo y la organización a la que pertenece.

Por esto, la lealtad es más profunda que la amistad y más amplia que el sentido de
pertenencia. Ninguna identidad corporativa ni institucional sería posible ni
duradera en el tiempo, si los individuos que integran la organización (empresa o
institución) no sintieran una identificación voluntaria y espontánea con ella y con
los individuos que la componen, no solo tanto a consecuencia de los valores y
principios que la estructura encarna, sino sobre todo en cuanto es una creación de
seres humanos, en cuanto es una comunidad de seres humanos. La identidad
corporativa se basa –en primera y última instancia- en lealtades humanas.

La lealtad es el valor que asegura entonces, el reconocimiento de lo permanente y


lo durable, es decir, de lo humano, en medio de lo efímero y lo pasajero, frente a lo
superficial y lo desechable. Así también la lealtad puede ser entendida como la
creencia activa en la constancia y superioridad de un valor, o también en cuanto
una disposición a atribuir y reconocer en otro ser humano o en una estructura, un
valor moral determinado. Por lo tanto, debe radicarse la lealtad en la consciencia
moral y si ésta es el sentido innato y humano de la búsqueda del bien y su
aplicación a la acción, la lealtad es un bien buscado por la conciencia moral, para
ser aplicado en la realidad concreta, en la experiencia cotidiana de las relaciones
humanas.

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LA LEALTAD COMO ACTO DE LA CONCIENCIA MORAL.


Si la consciencia moral opera como acción por la cual se interiorizan y
personalizan ciertos valores, la lealtad es acto de consciencia por medio del cual
reconozco en el otro ser humano un valor superior al cual yo también adhiero. En
la medida en que la conciencia moral es el punto de encuentro y de
síntesis, entre una situación que es mía y en la cual me encuentro aquí y ahora- y
que interpela a mi juicio y mi razón, y un valor ético que necesita concretarse,
hacerse real, objetivo, la lealtad entonces es el encuentro entre la realidad
humana en la que vivo y el otro ser humano con el que me encuentro.

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