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Pablo Andrade*
Introducción
* Coordinador del Programa de Estudios Latinoamericanos de la Universidad Andina Simón Bolívar, Sede
Ecuador. Correo electrónico: pablo.andrade@uasb.edu.ec
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Tal vez el texto que mejor sintetiza los supuestos teóricos de la nueva econo-
mía política sea Why Nations Fail (Acemoglu y Robinson, 2012); en él los
autores afirman que la explicación más general a las diferencias en niveles de
pobreza y estándares de vida entre los países capitalistas desarrollados y los que
están en vías de desarrollo (capitalista), es que estos últimos son pobres porque
“han sido gobernados por una pequeña élite que ha organizado la sociedad en
su propio beneficio a expensas de la vasta mayoría del pueblo. El poder polí-
tico ha sido estrechamente concentrado, y se ha usado para crear gran riqueza
para quienes lo poseen” (Acemoglu y Robinson, 2012: 3).1 Esta explicación
indica que los factores a estudiarse desde la economía política del desarrollo
son bien diferentes a los propuestos por la economía científica mainstream,
esto es, no el crecimiento económico y la distribución de sus beneficios per
se, sino cómo se obtienen. La reconstrucción y el análisis histórico están en
el centro del tema; en efecto, el acento del estudio recae en el examen de dos
conjuntos de grandes procesos históricos: en primer lugar, el surgimiento de
la élite en el poder –o para ser más precisos, de las que se han turnado en el
control del aparato estatal– dentro de un cierto marco institucional; y, en
segundo, los modos e instrumentos que han usado ésas para mantener o crear
concentración de poder y riqueza. Un segundo supuesto general que subyace
a este tipo de examen es la manera en que los ciudadanos adquieren poder
político; esto es, el análisis de la economía política se enfoca en las transforma-
ciones políticas que una sociedad pobre requiere para hacerse rica (Acemogluy
Robinson, 2012: 4).
Si bien es cierta la afirmación de López de que algunos de los estudios
contemporáneos en economía política del desarrollo se basan en la perspectiva
y métodos de la teoría de la acción racional (rational choice theory), también lo
es que esa opción ha sido aplicada al tratamiento de teorías especiales, es decir,
de aspectos específicos, tales como: la explicación de la fragilidad de los esta-
dos africanos contemporáneos (Besley y Persson, 2011: 8-10), las trayectorias
hacia formas de gobierno democráticas o autoritarias (Acemoglu y Robinson,
2006:24), o las iniciativas de reforma del aparato administrativo estatal en
América Latina (Geddes, 1999: 30). Vale la pena destacar que aun cuando
esos esfuerzos se comparten con otros, de inspiración más estructuralista que
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Salvo indicación en contrario, todas las traducciones son responsabilidad del autor.
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Una comprobación que podría ser trivial, de no mediar el hecho de que cuando los gober-
nantes impulsan cambios institucionales –e incluso transformaciones radicales- la lógica del
beneficio propio continúa operando.
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tuar indagaciones históricas que por fuerza deben prestar atención tanto a la
secuencia específica de continuidad y cambio de un caso, como a lo que puede
aprenderse de éste en contraste con otros; las lecciones que pueden aprender-
se de la reconstrucción histórica son puestas a prueba mediante un ejercicio
comparativo. Estas dos condiciones metodológicas son un saludable llamado
de atención al estudioso que va contra el anacronismo, y no como afirma Ló-
pez Castellano, un incentivo para la proyección en los estados premodernos de
las condiciones de los siglos xix y xx (López Castellano, 2012:43).
Argumentos histórico-comparativos
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etc. La conclusión puede parecer obvia, pero no por ello es menos importante:
la historia cuenta, y hay que contarla no simplemente para establecer “na-
rraciones” sino para identificar relaciones y secuencias causales que permitan
corregir o eliminar las generalizaciones simplistas de una ciencia económica
a-histórica.
Una vez que López Castellano construyó un perro de paja con los argumen-
tos históricos de la economía política, busca una alternativa. El autor sos-
tiene que los estudios poscoloniales constituyen una sana prevención para
evitar el “error [de] generalizar el relato sobre las bases institucionales del
‘milagro europeo’ […] a países no europeos”. Esta prevención salvaría a quie-
nes estudiamos el desarrollo de “caer en el mito de la modernidad, susten-
tado en la idea de la superioridad europea y su proyección a las sociedades
‘tradicionales’ […]” (López Castellanos, 2012:35). Los estudios poscoloniales,
según el autor, constituirían tal cura en salud porque proveen una “narrativa
histórica” más atenta, cuidadosa y afincada en la cultura de los pueblos del
Tercer Mundo que la que cuentan los estudios de la nueva economía política.
La posición parece razonable, pero merece examinarse con cuidado. Como
se muestra en la sección anterior, los estudios de economía política no necesa-
riamente adoptan una posición modernizante, o europeo-céntrica, esto es, la
crítica poscolonial constituye una muy bienvenida prevención para el estudio
de los trabajos contemporáneos de economía política, en tanto que ayudaría
al lector ingenuo a detectar esos sesgos ideológicos que favorecen lo que Evans
ha llamado el “monocultivo institucional”; resulta, sin embargo, que esos ses-
gos no son consustanciales a la nueva economía política del desarrollo sino a
las “recomendaciones” de política económica formuladas por las instituciones
financieras internacionales, las agencias de cooperación para el desarrollo, e
incluso algunas ong del Primer Mundo. Se trata, por tanto, de una crítica
política, que no afecta a la economía política en sus supuestos teóricos ni,
tampoco, en sus procedimientos metodológicos.
Hay una segunda dificultad en la posición de López Castellano, contraria-
mente a lo que afirma, la nueva economía política del desarrollo no desprecia
“el legado [para los gobernantes posindependencia] en el terreno de la forma-
ción del Estado y la integración económico-nacional” (idem). Todo lo con-
trario, los estudios contemporáneos de economía política insisten en que esa
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Fannon– algunos de los más radicales ideales anti (pos y de) coloniales. Nada
en los estudios poscoloniales y su elaborada ontología permite explicar –o
incluso simplemente interpretar– satisfactoriamente ese comportamiento.
Curiosamente, los estudios poscoloniales en lugar de enfrentar el problema
simplemente dan un salto hacia el costado, y optan por una receta –que por
cierto comparten con la teoría de la modernización– para curar el mal: cam-
biar la mentalidad colonializada, mediante un proceso de “de”-colonialización
del poder (así, en abstracto).
La persistencia de “la estructura de dominio” no es un dato que deba acep-
tarse, sino uno que debe explicarse. Las contribuciones de la economía política
en este aspecto son bastante más útiles que las especulaciones de la ontología
poscolonial.
Las élites poscoloniales se instalaron en la cumbre de un conjunto de ins-
tituciones extractivas pero sin modificarlas, simplemente dirigieron las rentas
que fluían hacia las metrópolis para beneficiarse a sí mismas. En los casos
africanos las nuevas élites se encontraron comandando –y siendo gobernadas
por– instituciones creadas por los poderes europeos en el siglo xix; en Amé-
rica Latina la herencia institucional, mezclaba los antecedentes creados por
los grandes imperios indígenas precoloniales y las instituciones heredadas de
la tradición medieval ibérica (Acemoglu, Johnson y Robinson, 2001:1372-
1376). Este desarrollo no tuvo que ver con la mentalidad (eurocéntrica) de
esas élites –aun cuando las imágenes de Europa y el mundo desarrollado sin
lugar a dudas hayan tenido un papel decisivo en los intentos de esos grupos
por crear nuevas sociedades (Scott, 1998:34)– sino con las condiciones en las
que las nuevas élites podían realmente ejercer y retener el control del Estado.
Examinemos brevemente esa situación.
Los poderes coloniales europeos, una vez que ganaron el control de los
territorios de los actuales países en desarrollo, crearon a un alto costo –que
pagaron los conquistados–instituciones que defendían sus derechos de propie-
dad; casi por definición, los colonos constituían un grupo reducido del total
de la población que habitaba los territorios de la nueva colonia, por lo que las
recientes instituciones políticas y económicas no podían sino beneficiar de
manera desproporcionada a esa pequeña élite. Estas condiciones se mantuvie-
ron luego de las independencias de las colonias. Las nuevas élites gobernantes
eran casi tan pequeñas como la antigua colonial, en muchos casos habían sido
los funcionarios del aparato administrativo colonial, y los costos del cambio a
instituciones inclusivas para las nuevas élites eran (son) extremadamente altos
(riesgo de perder el poder, o las propiedades, por ejemplo). Como se ve, no es
necesario postular ningún tipo de subjetividad o mentalidad especial (v.g. “co-
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